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Aceite de pescado 

 
Una medianoche, llegué a casa después del
trabajo 
y el departamento apestaba a pescado 
frito. Todas las ventanas estaban cerradas, 
y todas las puertas, abiertas, de 
la sartén y la espátula se desprendía una espiral 
espesa de oliva y bacalao. Mi marido 
dormía. Abrí las ventanas y cerré 
las puertas y puse los platos en la pileta 
y los sumergí en detergente. Al día 
siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella
dijo, 
algunos podrían vivir con eso, y hasta 
aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa
noche, 
miré a mi amor, y quien él es 
me tocó el fondo del corazón. Busqué 
una botella de extra-extra virgen, 
y una receta de filete de mar en 
aceite de oliva, llené los cuartos con 
volutas de perfume de aleta, el contorno 
en la arena que dibujaron los primeros
cristianos, 
el lazo que significa seguridad, que significa yo
también, 
recordé el ceño fruncido de mis padres frente a
cualquier 
dejo de olor fuera de la cocina, 
el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la
dulce 
grasa de la vida. Yo había venido a mi
compañero 
aturdida, anhelante, un poco de sal 
en su canasto de pesca, una chica en aceite, 
su plato. No había sabido que uno 
pudiera aprobar a otro completamente – que
uno pudiera 
despertarse un día rancio, que uno pudiera
despabilarse 
del sueño del enjuiciamiento. 
 

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