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Los Límites Insuperables para Nuevas Ideas Gabriel Escolán Romero
Los Límites Insuperables para Nuevas Ideas Gabriel Escolán Romero
Las alarmas han sonado en esta hora difícil, las voces críticas advierten con más insistencia
que se está fraguando un proyecto de cooptación totalitaria del Estado por parte del
movimiento devenido en partido político Nuevas Ideas, encabezado por el presidente Nayib
Bukele, que al parecer ya no reconoce los límites normativos de convivencia consensuados con
los Acuerdos de Paz, límites normativos comprendidos como nuestro Estado de Derecho, que
con todas y sus debilidades constituyeron la estructura hegemónica del dinamismo democrático
en nuestro país desde el final del conflicto armado.
El hecho que vivimos una aguda crisis no es sorpresa para quienes comprendimos que desde
que se presentó el proyecto político de Nuevas Ideas en 2018, éste tenía fuertes tintes
mesiánicos engarzados con una incomprensión completa de la realidad, pero aún pesa mucha
desorientación de buena parte de la población sobre esta oferta política. El propósito del
presente artículo es iluminar un poco más la presente crisis, explorar su fondo material, y sobre
ello descubrir los verdaderos y reales límites de lo que en apariencia se ha presentado sin
límites: el proyecto totalitario de Estado de Nuevas Ideas.
La crisis que ahora tenemos entre manos se ha precipitado con los acontecimientos de las
últimas semanas: destitución ilegítima de los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del
Fiscal General de la República; imposición de la Ley del Bitcoin; aumento de la deuda pública a
casi un 100% del PIB y el correspondiente aumento del riesgo de caer en un impago crediticio,
descarte de un proyecto de Ley de Agua con una necesaria y profunda conciencia ecológica,
reforma ilegítima a la Ley Orgánica Judicial y apertura a la reelección presidencial inmediata,
así como el pendiente proyecto de una nueva Constitución. Pero ésta crisis en realidad tiene
sus raíces en la pérdida de rumbo y de alternativa política que supuso el populismo con el que
se enfrentó la última gran distorsión económica que experimentó el mundo y el país en los años
de 2007-2009. Antes de esa crisis, la deuda pública rondaba el 40% del PIB y el mantenimiento
de un sistema monetario dolarizado que garantizara una baja tasa inflacionaria parecía aún
viable, diez años después alcanzó el 70% del PIB, puso en vilo el sistema de pensiones y
generó fuertes advertencias de parte del Fondo Monetario Internacional sobre las dificultades
en que se encontraba el sistema monetario-financiero que condujeron a la imposición de una
Ley de Responsabilidad Fiscal que atenuara esas amenazas de colapso, ley que actualmente
se encuentra suspendida.
A pesar del brutal incremento de la deuda pública durante los últimos años de la gestión de
Arena y las siguientes del Fmln, no se produjeron grandes variaciones en las condiciones
materiales de vida de la población. La frustración y desesperanza alcanzada en el país y la
región en su conjunto, llevó a que cuajara el insólito fenómeno de las caravanas de migrantes,
que ahora han tomado una nueva dimensión y siguen presente como una nueva forma de
lucha reivindicativa por la dignidad de la existencia humana, que deja de reconocer las
fronteras nacionales en función de la subsistencia más básica. Esta es la lucha de los
marginados, de los expulsados de los beneficios de la globalización y del neoliberalismo. Tal es
el escenario que llevó a un pueblo desesperado a entregarse en las manos de un personaje
que prometió la refundación del país. Sin considerar un principio central de la realidad que bien
explicaba Xabier Zubiri, esto es que el pasado, aunque ha dejado de existir, sigue
condicionando el presente. Y desde ese punto de vista la historia se presenta como una
entrega de posibilidades. Hacer historia o trascender la historia no constituye una mera
proclamación discursiva sino que implica siempre la apropiación de las posibilidades concretas
con que se cuentan y su lanzamiento en otra dirección. Una crisis financiera-fiscal y un pueblo
desmoralizado y víctima de graves violaciones a sus Derechos Humanos fueron las
posibilidades legadas y apropiadas por el gobierno de Nuevas Ideas ¿pero en qué dirección las
ha lanzado?
Ni siquiera la medida más cuestionada por la población como la determinación del uso del
bitcoin como moneda de curso legal han generado aún una mella profunda en la confianza que
la población ha depositado en su proyecto político, de acuerdo a las últimas encuestas
publicadas. Sin embargo, habiendo señalado que este proyecto político tiene una connotación
mesiánica y un dinamismo populista, se enfrenta a un límite real y peligroso para la estabilidad
del país y su futura viabilidad. Esto es la propia crisis, si por esta categoría de raíz teológica
entendemos un estado de indefinición en la permanencia de la vida.
Si bien podemos afirmar que Nayib Bukele no es el causante de la crisis que tiene en vilo al
país, si es su responsable directo al haber asumido la posición de Jefe de Estado en 2019.
Siendo el Estado la estructura organizacional e institucional encargada de gestionarla, en lugar
de buscar soluciones plausibles Nuevas Ideas busca coronar su proyecto con una nueva
configuración del Estado y de su relación con el pueblo, a través de un proyecto de reforma de
la normativa constitucional que se ofrece como una oportunidad para rehacer la historia.
Veamos entonces lo que tiene de real este momento oportuno en la actual coyuntura crítica.
En términos sociológicos se puede definir a una crisis en el sistema capitalista que configura
históricamente al Estado como lo hace David Harvey, esto es como una fase de devaluación y
destrucción de los excedentes de capital que no pueden ser rentablemente absorbidos. Harvey,
bebiendo de Marx, explica desde el materialismo histórico que una crisis consiste en la
generación de excedentes de capital que no producen las ganancias esperadas, sino más bien
generan y profundizan los desequilibrios estructurales del sistema, dependiendo el tiempo y
lugar en el que se exprese dicha crisis. De este modo la generación de excedentes de capital
no rentables pueden adoptar muchas formas. Para el caso, se puede generar un exceso en los
inventarios de mercancías que no pueden realizarse en el mercado, lo que genera una pérdida
para los productores y comerciantes y produce la apariencia de una crisis de subconsumo.
También puede manifestarse como un exceso de la oferta monetaria o crediticia, fuera de los
puntos de equilibrios de los que da de sí el crecimiento de la economía real, lo cual produce
una crisis en el sistema monetario-financiero en la forma de inflación, tal como se ha visto
recientemente en los casos de Venezuela, Argentina y Nicaragua. Otra forma de manifestación
de la crisis es la generación de excedentes de capacidad productiva, lo cual se puede visualizar
en fábricas, instalaciones productivas y maquinaria que no pueden utilizarse con generación de
utilidades y que implican una devaluación de los bienes de capital. De igual manera, se puede
expresar como excesos de capital invertido en la construcción de espacios, como centros
comerciales o proyectos habitacionales invendibles que implican caídas del mercado
inmobiliario, o en otros activos, así como oleadas especulativas y caídas en acciones, bonos y
en las mercancías o monedas, al igual que la forma por excelencia, esto es como una crisis
fiscal del Estado, provocada por un exceso de gasto en infraestructura social y un
desfinanciamiento de los servicios sociales que presta el Estado, y que son forzadas a través
del poder de la clase trabajadora organizada que lucha por la asistencia o la intervención
estatal para la resolución de su bienestar material.
En retrospectiva podemos considerar que en la actual coyuntura crítica, todas estas formas de
excedentes de capital que no pueden ser absorbidos rentablemente se han manifestado. A
causa de la pandemia y de los propios desequilibrios estructurales que han sido legados por el
desarrollo histórico de nuestro capitalismo atrofiado, como lo son la falta de competitividad, el
subdesarrollo del capital humano, el deterioro del clima de negocios a causa del crimen y la
debilidad institucional, la falta de transparencia en el papel económico de la administración
pública, implicado en las compras a sobreprecio, el mantenimiento de relaciones clientelares
para hacer contrataciones públicas y en general la falta de seguridad jurídica.
Todos estos problemas que han venido irrumpiendo el panorama de lo real, constituyen los
verdaderos límites del proyecto político de Nuevas Ideas y de la gestión de Nayib Bukele,
suponen el marco concreto de posibilidades dentro del cual puede moverse o ahogarse el
gobierno y la acción del Estado. De esta forma ¿Qué es lo que podemos esperar que ocurra?
Muchos observadores nacionales e internacionales han mostrado su preocupación por la clara
vertiente autoritaria que ha asumido el proyecto de Nuevas Ideas de cooptar todas las
instituciones estatales, limitando cada vez más la capacidad de negociación con sectores que
opinan distinto a como el clan Bukele y sus voceros consideran es lo más conveniente para el
país.
El desfinanciamiento del Estado es el problema central alrededor del cual gravita la contracción
del funcionamiento del Estado, fenómeno que vuelve más hostil al gobierno frente al disenso de
sectores de la población, irrespetando los principios de una democracia saludable. Los
despidos masivos y sin un debido proceso de empleados públicos, así como las destituciones
ilegítimas de funcionarios evidencian esta contracción y el movimiento de cooptación de las
instituciones a partir de afinidades clientelares.
Si el gobierno de Nuevas Ideas se mantiene sordo a la crítica bien intencionada en los modos
de solventar la actual crisis, puede provocar un agravamiento de sus puntos fundantes así
como de una mayor pérdida de legitimidad sobre el accionar del Estado, como puede
observarse en las advertencias de un posible paro judicial que traería consecuencias nefastas
para una de las principales funciones públicas, la administración de justicia.
Los llamados a la rectificación de parte de las voces disidentes, en el marco del ejercicio
democrático, también se presentan ante los mismos límites. El desfinanciamiento del Estado es
tal que los recortes en los presupuestos en educación, salud, justicia y desarrollo local impiden
de hecho la profundización de la democratización del país. Esto nos ha llevado por una apuesta
suicida a reforzar el aparato militar y a socavar la estabilidad del sistema nervioso de la base
económica del país, constituido por el crédito y la moneda que se basan en la fe y las
expectativas como reza en los billetes con los cuales transamos todas las mercancías que
consumimos. La bitcoinización de la economía contra el clamor popular sólo puede explicarse
por un reconocimiento velado de que debido a la abultada deuda nacional que se proyecta
supere el total del PIB, la situación financiera del país implica de hecho un inminente default
que pondría en jaque la dolarización. Nuevamente la crisis mostraría los límites del proyecto de
Nuevas Ideas, la bitcoinización sólo acarrearía una mayor inestabilidad macroeconómica
expresada por el rompimiento con la unidad monetaria del dólar, la desarticulación del sistema
financiero regularizado y el aparecimiento del fenómeno conocido como Ley de Gresham que
implica la escasez del circulante reconocido globalmente como medio de pago, sustituido por
un activo especulativo que únicamente atraería a organizaciones que buscan lucrarse fuera de
los controles legales.
El riesgo que enfrentamos como sociedad es grave, pues estos límites reales para el proyecto
de Nuevas Ideas, también son los límites para la estabilidad de la población que ve amenazado
la protección de sus Derechos Humanos, es decir todo ese conjunto de exigencias que se
oponen al poder y funcionan ante al ejercicio de la soberanía como su fundamento legitimador.
Tomada en serio esta amenaza, es necesario recordar que el devenir histórico, por más que la
propaganda oficial lo presente de otro modo, no siempre lleva una dirección de progreso lineal,
sino más bien resulta que la configuración de estructuras de convivencia social son socavados
regularmente por crisis como de las que aquí hablamos. No se ha presentado el fin de la
historia como se ha declarado en repetidas oportunidades. Esto es lo que desde las ciencias
sociales se trata como la teoría de los ciclos, más estudiados en economía, pero con fuertes
implicaciones en las otras esferas de la existencia social. Así, la crisis de la Gran Depresión en
la década de 1930s engendró en nuestro país la dictadura militar y las masacres de por lo
menos 15,000 campesinos durante la cosecha de café de 1932; la crisis de estanflación de la
década de 1970s engendró nuevas masacres y la guerra civil, fenómenos que han calado
hondo en nuestra vivencia como nación y constituyen cicatrices en la memoria histórica de un
pueblo que deberían suponer valiosas lecciones para evitar que estas tragedias sigan
ocurriendo.