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No más noches sin días, por favor

Eran las diez de la mañana. Julio, como siempre, se había levantado tarde y sentía una
pereza fuertísima. El primer objetivo a superar, y a la vez el más difícil, era levantarse; luego,
cepillarse los dientes, mojarse el rostro para ir a la cocina y desayunar e idear las actividades
diarias. Julio solía dormir demasiado tarde, pues, solía quedarse, sin tomar en cuenta el tiempo,
pensando en todas las situaciones que le ocurrían durante el día. También le pasaba estar
leyendo algunas revistas o novelas y ser sorprendido por el sol en la ventana.

Mas, en esta ocasión, el día anterior Julio había dormido muy temprano, y, sin embargo,
sentía como si no hubiera dormido una sola hora apaciblemente. Así fue que entro a la cocina y
vio a su padre haciendo el desayuno. Se saludaron y empezaron a conversar mientras su padre
preparaba el desayuno en un aura muy tranquila, casi de paz absoluta. La cocina tenía una
ventana mediana por donde entraba la luz del sol, calentando e iluminando todo el ambiente.

- Ayer fui a la iglesia – dijo su padre.


- ¿Cómo así? – respondió.
- Es que quería entender por qué tanta gente va allí, y creo haber descubierto que van
para estar en paz, para no sentir miedo ¿Tú qué opinas?
- Yo pienso que son cojudeces, uno no debe, por respeto a sí mismo, andar protegiéndose
en mitos y cosas como esas. Además – culminó –, por qué preguntas, si quieres ir está
bien, no tienes porqué buscar que la gente te diga que debes hacer.
- Sí, tienes razón, al fin y, al cabo, todos hacen lo que se les da la gana. Algunos chupan,
otros rezan, otros trabajan otros bailan, y todo está bien cuanto se escoja libremente.

Hubo silencio. Julio movió una silla de donde se encontraba y la colocó cerca a la
ventana, donde pudiera darle el sol. Luego se sentó en ella y se cubrió las piernas con una
manta.

- El sol quema – dijo Julio, para romper el silencio.


- Voy a empezar a ir a la Iglesia, siento que puedo encontrar la paz allí.
- Está bien, de todos modos, lo que yo pienso no es indiscutible, si te hace sentir bien,
puedes ir, eres libre.
- Sí, todos somos libres de hacer lo que queramos. La verdad es que yo solo quiero que
todo esté bien, y siento que eso molesta a algunas personas.
- En todo caso, aléjate de ellas y se acabó.

Julio calló. Empezó a oír a su padre como si estuviera muy lejos y sintió olor a ropa
planchada, solo era el sol sobre la manta. Pronto se cuestionó << ¿Será libre aquel que hace algo
por necesidad?>>, y pensó en los delincuentes, los asesinos, los pobres y hasta en él mismo. Su
padre estaba lejos ya, pero el rumor del cuchillo sobre la tabla continuaba, el canto de los
pájaros, también. Pensaba en el miedo que tuvo una vez en que tomó su propio vehículo de
juguete decomisado, del escritorio de su profesora. Recordó ello y se preguntó cómo alguien
libre podría querer robar, si no fuera porque en serio lo requiere.

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