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Sentenciado y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le
habían aclamado poco antes. Y Él calla... Nosotros huimos de ser reprochados. Y saltamos
inmediatamente... Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el Silencio cuando alguien
me haga sufrir. Yo lo merezco. ¡Ayúdame! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“Con mi mente, fui donde mi Bien se encontraba en oración. Le supliqué que me concediera
permanecer cerca de Él. Oh, que dulce unión. Me sentía consumir, pues tal era el amor
que experimentaba junto a mi Predilecto. Él oraba de rodillas y yo sentí su agudo dolor.
Amor mío, grande es tu padecer. Le rogaba que me diera su dolor y Él quedará
aliviado. Mi Bien se levantó: Háblame, Amor mío, que nada tengo para poder
confortarte. Es cierto que, siendo la hora avanzada, procuraba reposar. Así aconteció,
apoyó la cabeza en una piedra. No, Amor mío, sácame del pecho este corazón y apoya
en él tu cabeza” (Meditaciones, pág. 7-8)
Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día, de mis
achaques, de mis dolencias, de mi soledad. Dame convertir en ofrenda amorosa, en
reparación por mi vida y en apostolado por mis hermanos, mi cruz de cada día. Señor,
pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“Oh, cuanto tormento para el hombre ingrato. Me puse a considerar y hablar por mis
ofensores, con vivas promesas de hacer el bien que pudiese a mi prójimo, con todas
mis fuerzas; lo mismo, en medio de los más crueles padecimientos, me ingeniería para
procurar la conversión del pobre pecador. Tu amor, por el hombre ingrato, tu padecer
por la salvación del mismo, me impulsa a hacerte votos y firmes promesas de darme
toda por el pobre pecador. Sí, me consumiré toda por el pecador, y si logro salvar
alguno, lo traeré a tus pies, Amor mío.” (Meditaciones de Madre Rosa)
Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias, cuando
después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos cotidianos.
¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti! Señor, pequé, ten
piedad y misericordia de mí.
“Siempre transportada con mi mente, a los pies del salvador; estaba angustiada. Alcé la
mirada, y el pensamiento se fue a su pecho. Reflexionaba sobre su dulcísimo costado.
También tú deberás ser traspasado fieramente por una lanza, y que dolor no sentirá la
Virgen Santísima Madre tuya, amada. Amor mío, abre tu pecho con aquella lanza con
la que algún modo, sea yo traspasada por el mismo dolor. Sí amor mío, contigo vivir y
contigo morir; tus penas estén siempre grabadas en mí y no permitas que ninguna me
sea molesta; haz que las ame mucho y sufra contigo.” (Meditaciones, pág. 31)
Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi vida. Con
ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti en el último
día de mi existencia. ¡Ayúdame Madre! Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“¡Mi Dios, qué horror! Jesús no me ama más; un abismo de imperfecciones está delante de
mí. Olas como de un mar de tempestades, están oprimiendo mi alma. Jesús ya no me
ama. Este sentimiento me ahoga, me quita la vista; lloro ocultamente y si no estuviera
en la comunidad, me destrozaría” (Meditaciones, pág. 334)
Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo
concreto, para realizarnos de una manera particular. ¿Cuál es la mía y cómo la llevo a
cabo? Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la de ser Cirineo de los
demás, la de ayudar a todos. ¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de
Cirineo? Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“A Jesús le agrada los valientes. Él se complace en poner sobre sus espaldas partecitas de
su pasión. Por lo tanto, ánimo en el camino del Señor y confiemos totalmente en Él.
Esta es la única manera de andar seguros por el camino que va derecho al cielo”
(Eslabones de Oro, Pág. 72, n° 202)
Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo, Señor, te
abandono cuando me dejo llevar por el "qúe dirán", del respeto humano, cuando no
me atrevo a defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar una broma
que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti. Y en tantas otras ocasiones. Ayúdame
a no dejarme llevar por el respeto humano, por el "qué dirán". Señor, pequé, ten
piedad y misericordia de mí.
Caes, Señor, por segunda vez. El Via Crucis nos señala tres caídas en tu caminar hacia el
Calvario. Tal vez fueran más. Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderé yo a no
temer el quedar mál ante los demás, por un error, por una equivocación?. ¿Cuándo
aprenderé que también eso se puede convertir en ofrenda? Señor, pequé, ten piedad
y misericordia de mí.
Muchas veces, tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis pesares,
de mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor propio mal
entendido, de egoismo, de envidia. Debería llorar por mi falta de correspondencia a
tus innumerables beneficios de cada día, que me manifiestan, Señor, cuánto me
quieres. Dame profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia. Señor, pequé,
ten piedad y misericordia de mí.
“echada a sus pies, le rogué que me permitiese bañarme con mis lágrimas, no teniendo
otro ungüento para ofrecerle, y como María Magdalena, aceptase mi dolor y mis
lágrimas. Estrechados lo tenía contra mi pecho, y con no pocas lágrimas los bañaba.
Amor mío, perdóname y dame tu amor, para que yo pueda consumirme en Ti”
(Meditaciones, Pág. 27)
Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes desfallecido,
Señor. Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz.
Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea
beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos. Señor, pequé, ten piedad y
misericordia de mí.
“¡Oh!, Amado mío, ¡Oh, sí! Veo claramente cuánto amas a las criaturas y ellas te
corresponden tan mal. ¡Tú eres para ellos todo amor! Una voz me respondió: Si, amo
inmensamente al hombre, y mientras me decía esto se me acercaba” (Memorias, Pág.
152)
Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas. A infinita distancia de
tu dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba dolorosamente de mí por la
pérdida de mis seres queridos.
“La misericordia de Dios nos ha llamado a nosotros, sus sirvientes, para venir en ayuda de
tantos miserables, distribuyéndoles diariamente alimento y vestidos… El pensar lo que
sufría la iglesia me resultaba dolorosísimo, y tan fuerte era el dolor que por momentos
desfallecía” (Memorias, 1.2, Pág. 29)
Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis
hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en
ofrecértelas también por ellos. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“Siempre estrechada a sus pies. De vez en cuando, decía una palabra y después lloraba, y
allí permanecía. Para mí estas penas, Dios mío; dame tu fuerza y después contigo
crucificada, Dios mío. Grande es tu sufrir. ¿Cómo reparar tanto dolor?” (Memorias,
Pág. 29)
Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las heridas
de los clavos, la lanzada del costado... ¡Gracias, Señor, gracias! Has muerto por
salvarme, por salvarnos.
Dame responder a tu amor con amor, cumplir tu Voluntad, trabajar por mi salvación,
ayudado de tu gracia. Y dame trabajar con ahínco por la salvación de mis hermanos.
Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“Quien combate bajo el estandarte de la cruz será siempre victorioso” (Memorias, Pág.
1148,34)
¡Mírame con compasión , no me dejes, Madre mía! Señor, pequé, ten piedad y
misericordia de mí.
Enséñame a ver lo que pasa, lo transitorioy psajero, a la luz e lo que no pasa. Y que esa luz
ilumine todos mis actos. Así sea. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.
“Será la unión que siempre me hace gozar mi Bien, la que me hace ver y pensar. ¿Cuándo
me muero, mi Dios? ¡Muerte, que dulce me eres, porque pronto veré a mi Bien!”
(Memorias, Pág. 394)