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De la dificultad de combinar el honor con la

política.

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De la dificultad de combinar el honor con la política.

BIB 2014\2879

Rodrigo Bercovitz Rodríguez-Cano.


Catedrático de Derecho Civil. Abogado
Publicación: Revista Doctrinal Aranzadi Civil-Mercantil num.5/2014 parte Tribuna
Editorial Aranzadi, S.A.U., Cizur Menor. 2014.

Esa dificultad se acrecienta en un país como el nuestro, en el que precisamente desde los partidos
políticos se propicia el maniqueísmo y la descalificación absoluta del contrincante, sin reparar en
insultos y acusaciones, y negándole por principio el pan y la sal, es decir, el deseo de querer lo mejor
para su ciudad, su provincia, su comunidad, su país.

Valga esta lamentación como introducción a la breve noticia sobre una reciente Sentencia de la
Sala Segunda del Tribunal Constitucional, la Sentencia 79/2014, de 28 de mayo (BOE 24.6), en la
que se deniega el amparo solicitado en defensa del derecho al honor por los recurrentes.

Don Joan Puigcercós i Boixassa, Don Josep Lluis Carod Rovira y Esquerra Republicana de
Catalunya interpusieron una demanda civil contra Don Federico Jiménez Losantos y la COPE,
solicitando la protección de su derecho al honor, por afirmaciones vertidas por dicho periodista
durante varios días, entre julio y noviembre de 2005, en su programa de radio La Mañana,
relacionadas con la reunión que en enero de 2004 mantuvo el señor Carod Rovira, por entonces
Vicepresidente y Presidente en funciones del Gobierno de Cataluña, con representantes de la banda
terrorista ETA. No las transcribiré por respeto a los demandantes, dada su desmesura y carácter
manifiestamente ofensivo, pero, en resumidas cuentas, las mismas venían a calificarles de terroristas
y de amigos de la ETA, con la que habrían pactado que ésta no realizase atentados en Cataluña. Hay
que tener en cuenta que las descalificaciones de los demandantes contenidas en esas afirmaciones
tenían como objetivo realizar una dura crítica a la política antiterrorista del Gobierno de la Nación.

La Sentencia del Juzgado de Primera Instancia número 22 de Barcelona desestimó la demanda. A


pesar de la dureza y exceso de las manifestaciones en cuestión, entendió que la relevancia pública y
política de sus destinatarios y de sus actuaciones obligaba a dar acomodo a dichas manifestaciones
en el ejercicio de la libertad de expresión por encima del derecho al honor de aquéllos. La Sentencia
de la Sección 14ª de la Audiencia Provincial de Barcelona revocó la Sentencia del Juzgado,
declarando que los demandados habían incurrido en una intromisión ilegítima en el honor de los
demandantes, condenando a aquellos a la publicación de la Sentencia en los diarios Avui y El País, y
en las cadenas radiofónicas Catalunya Radio y la Ser, y a una indemnización de 60.000 € (cantidad
destinada a una fundación). Finalmente, la Sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo
consideró prevalente la libertad de expresión, estimó el recurso de casación y anuló la Sentencia de
la Audiencia. Razonando para ello que las manifestaciones del periodista demandado «están en
estrecha relación con los hechos denunciados, los cuales son de notorio interés general, llevados a
cabo por personajes políticos y por tanto públicos, sobre cuya base procede el locutor demandado a
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fomentar la crítica en orden a la política antiterrorista del Gobierno y el hecho de su pasividad ante la
posible reunión entre miembros del grupo terrorista e integrantes del partido político demandante,
todo ello desde un marco de crítica política que si bien puede definirse como muy negativa, sin
embargo, no denota un carácter insultante, vejatorio o difamatorio teniendo en cuenta el encuadre
social, político y de función pública en el que se efectúa».

Los recurrentes en amparo alegan la vulneración de su derecho al honor, lo que recibe el respaldo
del Ministerio Fiscal. La Sentencia desestimatoria va acompañada de un voto particular contrario
firmado por dos magistrados.

Se admite que las personas jurídicas, y específicamente los partidos políticos, quedan incluidos en
la protección propia del derecho al honor, aunque, dado el papel esencial que estos últimos
desempeñan en el debate político y en la formación de la opinión pública, deben estar expuestos y
soportar la crítica procedente de aquella y de los medios de comunicación. Pero no es este
argumento el que utiliza fundamentalmente la Sentencia para respaldar su fallo.

La doctrina del Tribunal distingue entre libertad de expresión y libertad de información en su


vertiente de derecho a comunicar información, la primera recogida en el art. 20.1.a) mientras que el
segundo corresponde al art. 20.1d) CE . Pues bien, «mientras los hechos son susceptibles de
prueba, las opiniones o juicios de valor, por su misma naturaleza, no se prestan a una demostración
de exactitud, y ello hace que al que ejercita la libertad de expresión no le sea exigible la prueba de la
verdad o diligencia en su averiguación, que condiciona, en cambio, la legitimidad del derecho de
información por expreso mandato constitucional, que ha añadido al término "información", en el texto
del art. 20.1 d) CE, el adjetivo "veraz"». Lo que quiere decir que mientras existe un límite al ejercicio
del derecho a comunicar información, derivado de ese deber de veracidad o de diligencia en su
averiguación, no ocurre lo mismo con el derecho a manifestar opinión, cuyo único límite está en el
rechazo del mero insulto vejatorio o difamatorio.

Pues bien, en este caso el Tribunal Constitucional llega a la misma conclusión que el Tribunal
Supremo. Estamos en el terreno de la opinión y no de la información. Y, aunque la opinión
manifestada por el periodista demandado sea extremadamente hiriente y desabrida, aunque afecte al
honor de los demandantes (el Tribunal entiende que se encuentra en el límite de lo admisible), no
puede ser considerada gratuita y, consecuentemente, humillante o vejatoria, en la medida en que va
íntimamente unida a la crítica política que se pretende. Y es que, de acuerdo con la doctrina del
Tribunal, «quedarán amparadas en el derecho fundamental a la libertad de expresión aquellas
manifestaciones que, aunque afecten al honor ajeno, se revelen como necesarias para la exposición
de ideas u opiniones de interés público», habida cuenta de que, según el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, la libertad de expresión constituye uno de los fundamentos esenciales de una
sociedad democrática y una de las condiciones primordiales de su progreso. De manera que sin ella
no cabe hablar de democracia. De ahí la necesidad de garantizarla «un ámbito exento de coacción lo
suficientemente generoso como para que pueda desenvolverse sin angosturas, esto es, sin timidez y
sin temor».

Resulta que frecuentemente la libertad de expresión se ejerce entremezclada con hechos que se
presuponen y que la opinión manifestada se encuentra indisolublemente unida a los mismos, pero
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ello no traslada entonces los límites de la libertad de expresión al terreno del derecho a comunicar
información y al control de veracidad propio de éste, siempre que exista una base factual suficiente,
que el Tribunal considera existente en estos términos: «en este caso es un hecho admitido que se
celebró efectivamente la reunión en Perpiñán en enero de 2004 y entre otras conjeturas que se
trasladaron a la opinión pública por algún medio de comunicación, una de ellas era que se había
alcanzado el pacto que se indica por el demandado [en virtud del cual ETA no atentaría en Cataluña y
sí en otros territorios], pues así fue publicado en el diario «ABC» en la edición impresa de 30 de
enero de 2004. Por tanto, los hechos que apoyan el juicio de valor del periodista tenían una base
efectiva que cabe considerar suficiente y eran conocidos del público en general, pero al tratarse de
un juicio crítico o valoración personal de aquellos hechos, y al realizarse tal juicio más de un año y
medio después de que se hubiesen producido y de que se hubiese informado ampliamente de tales
eventos por los medios de comunicación, su enjuiciamiento deberá efectuarse con sometimiento al
canon propio de la libertad de expresión, y no al canon de la veracidad exigida constitucionalmente al
derecho a comunicar información».

El voto particular, favorable a conceder el amparo solicitado por los recurrentes, considera que los
hechos imputados a los demandantes son de tal gravedad que, a pesar de ir unidos a la crítica
política, deberían haber quedado sometidos al canon de veracidad propio del derecho a comunicar
información, de manera que no existe esa base factual suficiente para semejante crítica. Se entiende
que el periodista demandado debería haber acreditado al menos la diligencia exigible en la
averiguación de tales hechos. Y es que no consideran los dos Magistrados firmantes del voto que la
preexistencia de noticias suministradas por otros medios y el tiempo transcurrido entre los hechos en
cuestión y dicha información por otros medios (año y medio) sean suficientes. A ello añaden, ya
desde el punto de vista de la libertad de expresión, que, si bien los partidos políticos deben estar
sometidos a una crítica especialmente intensa, habida cuenta de su condición de instituciones
básicas de nuestro sistema político, merecen, no obstante, una particular defensa de su derecho al
honor frente a las «meras difamaciones gratuitas, insultos, afrentas o insidias».

Coincido plenamente con esta última observación, y la relaciona con mi lamentación inicial para
concluir que serán los propios partidos quienes puedan cumplir con esa indispensable defensa de su
honor, poniendo coto al maniqueísmo y a la barbarie en sus propias filas, ya que ni los Tribunales ni
el Tribunal Constitucional pueden poner remedio eficaz a semejante despropósito.

En cuanto al argumento central, sucintamente expuesto, del voto particular, pongo en duda su
objeción de que la difusión de una información por otros medios de hechos de una indudable
trascendencia política, y el transcurso del tiempo, sin que la misma haya sido cuestionada
judicialmente por los afectados, no constituya una base fáctica suficiente para la crítica política. A lo
que debe añadirse la dificultad de saber lo realmente hablado en una reunión como la celebrada por
el Sr. Carod Rovira y los representantes de ETA. ¿Cómo ser suficientemente diligente en semejante
indagación? Dando la reunión por cierta, ¿cómo poner coto a las conjeturas, aunque sean
interesadas, a la especulación? ¿No entra eso directamente en el juego político?

Ahora bien, debería existir una ponderación de los hechos imputados, así como de los términos
utilizados en la crítica política, a la hora de apreciar la suficiencia de esa base fáctica. Es evidente
que se trata de un supuesto límite.
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