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María Teresa de Borbón y Vallabriga

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Biografía

Borbón y Vallabriga, María Teresa de. Princesa de la Paz. Condesa de Chinchón (XV). Velada
(Toledo), 26.XI.1780 – París (Francia), 24.XI.1828. Grande de España.
Hija del infante don Luis de Borbón y Farnesio, conde de Chinchón, nieta de Felipe V y sobrina de
Carlos III. Su madre, María Teresa de Vallabriga y Rozas Español y Drummond, era hija de la condesa
de Torresecas y sobrina del teniente general marqués de San Leonardo, hermano del duque de Berwick y
de Veragua. Pertenecía a la nobleza aragonesa, pero no a la realeza, aunque por Drummond, duques de
Perth y de Melfort, se remontaba a los reyes de Escocia. Como consecuencia de la Pragmática Sanción
sobre matrimonios desiguales promulgada por Carlos III, dos meses antes de la boda —celebrada en
Olías del Rey el 26 de junio de 1776 bajo un silencio oficial total—, los hijos habidos en el matrimonio
nacerían fuera de la Corte con pérdida absoluta de sus honores y títulos. Así, el primogénito, Luis María,
nació el 22 de mayo de 1777 en Cadalso de los Vidrios, y dos años más tarde, en marzo de 1779,
Antonio María, que solamente sobrevivió hasta el mes de diciembre. María Teresa nació el 26 de
noviembre de 1780 en Velada, y en la misma localidad, tres años más tarde, el 6 de junio de 1783, nació
otra hija, María Luisa. No llevaron el apellido Borbón sino el de Vallabriga, en aplicación estricta de la
pragmática.
Pasaron los primeros años de vida entre Velada y Arenas de San Pedro en un ambiente de destierro
amable y culto. Dos momentos de la niñez de María Teresa los plasmó el pincel de Goya, llamado por el
Infante a su palacio de Arenas de San Pedro para pintar a los miembros de la familia: un retrato para el
que posó María Teresa con dos años y nueve meses, conservado en la National Gallery de Washington, y
el que pintó a toda la familia, incluido el servicio del palacio, en el verano de 1784, en un gran cuadro
que conserva la Fondazione Magnani Rocca, Mamiano di Traversetolo, en Parma (Italia). Un año más
tarde murió el infante en Arenas de San Pedro, y María Teresa y su hermana María Luisa, con cuatro y
dos años de edad respectivamente, por decisión del Rey, ingresaron en el convento de San Clemente de
Toledo, en tanto que el hermano mayor fue encomendado al cuidado y educación del arzobispo de
Toledo, el cardenal Lorenzana, quedando apartados todos ellos de su madre, que tuvo que permanecer en
Arenas de San Pedro. No parece aventurado sospechar que, con el propósito de evitar conflictos
dinásticos, Carlos III pretendió impedir que la sangre de su tío se perpetuase en nuevas generaciones.
Doce años permaneció María Teresa en el austero retiro conventual donde completó su educación.
Carlos IV quiso reparar las injusticias habidas con los hijos y sus padres. Autorizó a la madre a
trasladarse a Zaragoza y, poco después, en marzo de 1794, logró que el primogénito, que había iniciado
la carrera eclesiástica, heredara el título paterno de conde de Chinchón, a pesar de la prohibición expresa
de la Pragmática. En 1797, con el doble designio de hacer recuperar los honores a sus primos y de
enlazar con la Familia Real al secretario de Estado, Manuel Godoy, Príncipe de la Paz y duque de la
Alcudia, decidió Carlos IV que éste contrajera matrimonio con María Teresa, que contaba por entonces
dieciséis años de edad. La boda se celebró el 2 de octubre de 1797 en el palacio del Príncipe de la Paz de
El Escorial, con asistencia de los Reyes como padrinos. Se la aceptó en la Corte con todos los honores
debidos a su rango y pasó a ocupar la máxima dignidad después de la reina María Luisa.
A los dos años, el 4 de agosto de 1799, Carlos IV, con la intervención determinante de Godoy, autorizó a
los tres hermanos el uso del apellido Borbón y del escudo de armas, y les concedió además la Grandeza
de España de primera clase. El 11 de julio de 1800 se modificaron las partidas de bautismo anteponiendo
Borbón a Vallabriga. La viuda del infante don Luis, María Teresa de Vallabriga, fue reconocida como
infanta y condecorada, al tiempo que sus dos hijas, con la Orden de María Luisa. El hijo varón, Luis
María, inició una brillante carrera eclesiástica con los nombramientos de arzobispo de Sevilla y Toledo,
que culminó con la púrpura cardenalicia el 20 de octubre de 1800, bajo el título de Santa María de Scala,
el mismo que había tenido su padre. Con veintitrés años encabezaba la Iglesia española y se situaba en el
rango civil sólo por debajo de los reyes y los infantes.
En abril de 1800, Goya pintó el célebre retrato de la condesa de Chinchón, que se halla en el Museo del
Prado, en un momento de esplendor y felicidad, pues estaba embarazada de cuatro meses, después de
dos abortos; si bien se debería denominar de la princesa de la Paz o duquesa de la Alcudia, ya que el
título de Chinchón no lo recibiría hasta tres años después. El 7 de octubre de 1800 nació una niña a la
que pondrían por nombre Carlota. El bautizo fue un acontecimiento en la corte madrileña. Con todo el
boato palaciego y numeroso séquito, los Reyes fueron desde El Escorial para apadrinar a la neófita y
condecorarla con la Orden de María Luisa, reservada exclusivamente para los infantes, en una ceremonia
celebrada por el gran inquisidor Ramón José de Arce en la propia habitación del Rey.
Tres años después, el cardenal cedió a su hermana María Teresa el condado de Chinchón y el Estado
correspondiente, con un considerable territorio al sur de Madrid. Y en 1806 les donó a ella y a su
marido, el Príncipe de la Paz, el palacio de Arenas de San Pedro con todo su contenido, incluida la
soberbia colección de arte, sin olvidar los retratos de Goya. Al año siguiente, regaló a su cuñado el
famoso gabinete de Historia Natural que había formado su padre el infante don Luis.
En estos años, el matrimonio comenzó a deteriorarse.
Las ocupaciones de gobierno de su marido originaron un alejamiento entre ambos, pues raras veces le
acompañaba en recepciones y menos aún se prestaba a darlas en su palacio. Los primeros años de vida
en la sierra de Arenas de San Pedro y la austera educación conventual recibida posteriormente en
Toledo, no había sido una adecuada instrucción para la actividad social de la corte de la que tendía a
zafarse, y sin el apoyo conyugal, dieron lugar a una personalidad tímida, introvertida y apática que
aumentó su retraimiento. La esperanza de un nuevo vástago masculino se frustró, concentrándose por
entero en la educación de su hija Carlota y en los placeres de la comida, mientras Godoy volvió con su
amante Pepita Tudó. Los Reyes además poco hicieron para tranquilizar el espíritu de su prima, pues le
conminaron a regresar a Madrid, cuando en marzo de 1804 se dirigía sin su marido a Toledo a ver a su
hermano el cardenal, recordándole de paso que Godoy era el causante de su felicidad y el de toda su
familia. Por el contrario, la Reina nombró dama de honor a Pepita Tudó y el 13 de mayo de 1807, el Rey
le concedió el título de condesa de Castillofiel, consolidando de modo público su relación irregular y la
existencia de sus dos hijos bastardos con Godoy.
Durante los acontecimientos de Aranjuez quedó de manifiesto la personalidad frágil de María Teresa. En
el maniqueo reparto de papeles hecho por los amotinados, les parecía claro que había sido víctima de los
agravios y vejaciones del príncipe de la Paz. El motín desencadenó la separación definitiva del
matrimonio, que no volvería a verse. Godoy acompañó con su hija Carlota a los Reyes durante todo su
exilio, en tanto que la condesa se fue a vivir a Toledo en compañía de su hermano el cardenal. Sólo
coincidieron en el hecho de morir ambos desterrados en París.
Empezó así una segunda etapa en la vida de María Teresa. De esposa del gobernante más poderoso pasó
a acompañar a su hermano el cardenal de Borbón, convertido en el único representante masculino de la
Familia Real que había permanecido en España. Es a partir de entonces cuando se hizo llamar condesa
de Chinchón en lugar de princesa de la Paz. La convivencia con su hermano le proporcionó la
experiencia de ser espectadora privilegiada de los acontecimientos españoles, pues compartió con él los
turbulentos años de la guerra contra los franceses y los períodos absolutista y constitucional.
El cardenal fue nombrado en 1809 presidente de la Regencia y bajo su presidencia las Cortes de Cádiz
aprobaron la Constitución liberal de 1812, lo que supuso a la condesa participar en la heroica defensa de
la ciudad. Caído en desgracia ante la negativa de Fernando VII de acatar la Constitución fue confinado
en Toledo, hasta que la victoria de los constitucionalistas en 1820 forzó a Fernando a jurarla y a
convocar una junta provisional presidida, de nuevo, por el cardenal Borbón. Como primer decreto de la
junta se suprimieron la Inquisición y los consejos.
Su muerte prematura en Madrid, el 19 de marzo de 1823, le libró de presenciar pocos días después, el 7
de abril, la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis con el duque de Angulema al frente
para restituir a Fernando en su poder absoluto.
También mantuvo la condesa de Chinchón una estrecha relación con su cuñado Joaquín Melgarejo y
Saurín, que se había casado en 1817 con su hermana menor María Luisa y que tuvo un importante papel
en la vida política de España como primer secretario de Estado, siguiendo los pasos de Godoy. Fernando
VII le concedió el título de duque de San Fernando de Quiroga con Grandeza de España. Curiosamente,
las dos hermanas fueron consortes en distintos momentos de quienes ocupaban el cargo político más
importante de la nación, lo que significaba que, incluso en el primer período absolutista, estuvo por
razones familiares indirectamente vinculada al poder. En el período constitucional, durante la
presidencia de la Junta Provisional de su cuñado el cardenal Borbón, el duque de San Fernando fue
nombrado ministro de Estado y después embajador en Viena. Con la restauración del absolutismo cayó
en desgracia y el Rey lo desterró. La condesa de Chinchón, sospechosa de ser demasiado sensible al
espíritu liberal dominante en su entorno familiar, fue obligada a acompañar a Bayona a su cuñado y
hermana al destierro, el 21 de marzo de 1824, con pasaportes librados por el embajador francés en
Madrid.
Inició así la tercera y última etapa de su vida. Se instaló en París bajo el nombre de Teresa Drummond,
cuarto apellido de su madre, cambiando continuamente de domicilio, pues hasta siete veces alquiló
vivienda en cuatro años, con la intención de pasar desapercibida, objetivo que no logró ante la policía
francesa, pues todos los exiliados españoles padecían un seguimiento estricto. Según el prefecto de
Policía de París era de pública notoriedad que la condesa de Chinchón estaba imbuida de los principios
más liberales, al dar asilo a muchos intrigantes, como el patriarca Arcé, el marqués de Pontejos, el
coronel Justo de San Martín, el conde de Toreno o la hermana de Mariano Carnerero. Aprovechó
además su primera salida de España para conocer otros países como Escocia, Inglaterra, los Países
Bajos, Italia, Alemania y Suiza. No obstante, la penuria económica en la que se encontraba a causa del
embargo de los bienes del príncipe de la Paz decretado por Fernando VII, que había alcanzado a los
suyos propios, tuvo como nefasta consecuencia, verse obligada a vender las colecciones.
Poco faltó para que el Cristo de Velázquez y un San Sebastián de Ribera quedaran definitivamente fuera
de España. Su temprana muerte lo impidió, aunque el 13 de julio de 1827 se había dado un paso
importante para aliviar su economía, pues tras largas gestiones consiguió del Estado español la mitad del
producto líquido de los bienes secuestrados a su marido. Nada pudo disfrutar de esta teórica mayor
holgura, porque una fatal y rápida enfermedad acabó con su vida el 24 de noviembre de 1828 en su
domicilio de la avenue de Clichy de París, cuando le faltaban dos días para cumplir cuarenta y ocho
años.
Cuarenta días después de su muerte, una Real Orden de 1 de enero de 1829 le daba en plena propiedad
esas fincas que “componen la mitad de los bienes de D. Manuel Godoy”.
En el final de su vida coincidió nuevamente con Goya, pues desde que llegaron a Francia en 1824,
frecuentaron el salón de González Arnao, centro de reunión de muchos exiliados españoles, y ambos
murieron fuera de su patria tras cuatro años de exilio.
Mucho más largo fue el exilio del príncipe de la Paz que había comenzado veinte años antes y que
sobrevivió a su esposa otra veintena más de años.
Tres días después de su muerte, su hija Carlota solicitó, y le fue concedido, el permiso de trasladar el
cuerpo de la condesa de Chinchón a España. Fue llevado al palacio de Boadilla del Monte, en cuya
capilla Valeriano Salvatierra esculpió un sobrio monumento sepulcral de estilo neoclásico, en el que
delante de un fondo en forma de pirámide egipcia se yergue su busto de perfil sobre una columna, tras la
que llora desconsoladamente un daimon griego desnudo.

Bibl.: Condesa de Chinchón, Exposición documentada dirigida a las Cortes Constituyentes por la
Condesa de Chincón, en solicitud de que desestimen las pretensiones del Ayuntamiento de Sueca
relativas al secuestro de su difunto padre Don Manuel Godoy, Príncipe que fue de la Paz, Madrid,
Imprenta de Pedro Montero, 1855; I. Olavide y Carrera, “Don Luis de Borbón Farnesio y Don Luis de
Borbón Vallabriga”, en Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, 3.ª época, año VI (junio de 1902); C.
Pereyra, Cartas confidenciales de la reina María Luisa y de don Manuel Godoy. Con otras tomadas del
Archivo reservado de Fernando VII, del Histórico Nacional y del de Indias, Madrid, Aguilar, 1935; A.
Álvarez de Linera, “La extraña actitud de Carlos III con su hermano Don Luis”, en Revista de la
Biblioteca, Archivo y Museo de la Villa de Madrid, 56 (enero de 1948); C. Seco Serrano, Godoy. El
hombre y el político, Madrid, Espasa Calpe, 1978; M. Gutiérrez García-Brazales, “Lorenzana, preceptor
de los hijos del Infante Don Luis”, en Anales Toledanos, XVIII (1984); J. M. López Vázquez,
“Interpretación del retrato de Goya de la familia del Infante don Luis a la luz de la emblemática”, en El
arte en las Cortes Europeas del siglo XVIII (congreso, Aranjuez, 27-29 de abril de 1987), Madrid,
Dirección General de Patrimonio Cultural, 1989; A. Matilla Tascón, El infante don Luis Antonio de
Borbón y su herencia, Madrid, Ayuntamiento-Instituto de Estudios Madrileños, 1989; E. Tejero
Robledo, Arenas de San Pedro y el Valle del Tiétar, Ávila, Fundación Marcelo Gómez Matías, 1990; F.
Vázquez García, El Infante Don Luis Antonio de Borbón y Farnesio, Ávila, Institución Gran Duque de
Alba, 1990; E. Rúspoli, La marca del exilio, Madrid, Temas de Hoy, 1992; J. Baticle, Goya, Paris,
Fayard, 1992 (trad. esp., Barcelona, Crítica, 1995); J. J. Junquera, J. M. Arnaiz, R. Peña, T. Lavalle y J.
Jordán de Urries, Goya y el Infante Don Luis, Zaragoza, Ibercaja, 1996; E. Tejero Robledo, La villa de
Arenas en el siglo XVIII el tiempo del infante don Luis (1727-1785), Ávila, Instituto Gran Duque de
Alba, 1997; L. Español Bouche, Nuevos y viejos problemas en la sucesión de la Corona Española.
Pragmática de Carlos III sobre matrimonios desiguales. Derechos a la Corona de los hijos naturales.
Necesidad de una Ley de Sucesión. Doña Teresa de Vallabriga, Madrid, Hidalguía, 1999; E. Rúspoli,
“La condesa de Chinchón”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CXCVII, cuad. I
(enero-abril de 2000), págs. 127-152; M. Artola, “La condesa de Chinchón”, en F. Calvo
Serraller, Goya, la imagen de la mujer, catálogo de exposición, Madrid, Fundación Amigos del Museo
del Prado, 2001 (Barcelona, Galaxia Gutenberg- Círculo de Lectores, 2002), págs. 197-211; F. Vázquez
García y J. M. Muñoz Quirós, El infante don Luis de Borbón y Farnesio, Ávila, Ayuntamiento, 2002; E.
la Parra López, Manuel Godoy. La aventura del poder, Barcelona, Tusquets, 2002; C. Rodríguez
López-Brea, Don Luis de Borbón, el cardenal de los liberales (1777-1823), Toledo, Junta de
Comunidades de Castilla-La Mancha, 2002; M. B. Mena Marqués, Goya: La familia de Carlos
IV, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2002, págs. 67-193; E. Blázquez Mateos, El jardín oval de la
Condesa de Chinchón, Madrid, E. Blázquez, 2003; E. Rúspoli Morenés, “Apuntes sobre el exilio”
(conferencia de clausura), en M. Á. Melón Jiménez, E. La Parra López y F. Pérez González
(eds.), Manuel Godoy y su tiempo, Congreso Internacional Manuel Godoy (1767-1851), t. II, Mérida,
Editora Regional de Extremadura, 2003, págs. 493-515; J. Belmonte Díaz y P. Leseduarte Gil, Godoy.
Historia documentada de un expolio, Bilbao, Ediciones Beta III Milenio, 2004; E. Rúspoli, Godoy. La
lealtad de un gobernante ilustrado, Madrid, Temas de Hoy, 2004.

Enrique Rúspoli y Morenés

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