Está en la página 1de 253

Teórico N°1

Vamos a ver distintos discursos sobre el pathos. Pensarlos desde la teoría del
“dispositivo” foucaultiana.
Microfísica del poder: relaciones asimétricas de poder en las cuales se desarrollan
todas las relaciones humanas. Saber-poder. El enfoque implica tomarlos como
prácticas discursivas, no solo como construcciones teóricas, engendradas a partir del
ejercicio de un poder micro reticular, en determinada coyuntura de emergencia
histórica.
Estos discursos producen determinados tipos de subjetividades (Agamben)
Dispositivo: conjunto heterogéneo de elementos discursivos y no discursivos que
conforman una red de relaciones de poder que legitiman la construcción de saberes.
Tiene una función estratégica, responde a una urgencia.
La psicopatología ni existe ni es una (única). El campo de lo psicopatológico es un
conjunto muy heterogéneo de saberes y prácticas discursivas que conviven en
dispositivos concretos desde los cuales se aborda el padecimiento mental.
Problemas: qué es el padecimiento mental? En relación a qué? Por qué aparece?
Cómo abordarlo? Qué se considera patológico? Quién lo considera así? Lo
patológico coincide con lo anormal? El sufrimiento coincide con algo afuera de la
norma? Estar adaptado implica no sufrir? Qué se hace cuando alguien sufre
mentalmente? Hay que recuperar el equilibrio? Qué sería el equilibrio psíquico? A
partir de cuándo se está loco? Quién está sano mentalmente?
Tres paradigmas vigentes en nuestra práctica:
Psiquiatría – Psicoanalisis – Salud Mental
La psiquiatría: fines del siglo XVII – pcipios del XIX. Clínica psiquiátrica clásica.
Consecuencias de la revolución francesa en la trama social. Reorganización social:
Derechos. Sociedades disciplinarias. Dispositivo del aislamiento (asilar –
manicomnio). Fin: excluir, aislar, a todos quienes se consideraba que perturbaban el
orden social, que eran un peligro para el orden social. Función que no era la de curar
sino la de proteger a la sociedad de aquellos seres humanos peligrosos.
La noción de dispositivo de saber poder es clave para entender esto que se presenta
como una medicalización de la locura, es decir, el pasaje de la cuestión del pathos
psíquico dentro del discurso jurídico que tenía un lugar previo a la revolución francesa
al discurso médico en el cual el loco se convierte en alguien a tratar y quien debe
tratarlo es el médico. A partir del ejercicio de un poder que es el aislamiento un saber
empieza a gestarse, el hecho de mantenerlos aislados y excluidos permite
estudiarlos, describir esas conductas de la locura.
Dentro de la psiquiatría hallamos: Paradigma de la alienación mental. Paradigma de
las enfermedades mentales. Paradigma de las estructuras psicopatológicas.

1
La psiquiatría y la psicopatología no debieran amalgamarse, son disciplinas con
alcances y métodos distintos. El surgimiento de la psiquiatría es primero en relación
al de las teorías psicopatológicas.
Psicoanálisis: es también una teoría psicopatológica. Freud la llama psicopatología
de la vida cotidiana, subvirtiendo todo el pensamiento de la época en la medida en
que introduce como factores causales al inconciente, la sexualidad y la muerte.
Teoría que no está ajena a una práctica: se gesta en el dispositivo analítico.
Salud Mental: siglo XX. Enfoque de DDHH con peso muy importante. Siglo XXI
cuestionamiento de los dispositivos creados en la época del inicio de la
medicalización de la “locura”. Proceso mundial de reforma psiquiátrica con tendencia
a la desaparición del manicomnio y su reemplazo por dispositivos alternativos
insertos en la comunidad. El tratamiento ya NO en aislamiento, sino que permita al
sujeto mantener los lazos sociales con la comunidad.
Cuestiones transversales de la materia:
Sufrimiento: Lo imposible de soportar
Clínica: método de abordaje del padecimiento, escucha del malestar
Ética: en su diferencia con la moral, no en términos ideales de lo que debería ser o
las buenas costumbres, sino en la finalidad/tendencia de una acción o una práctica,
que busca a donde se dirije, a la adaptación?, a la supresión del sufrimiento?, a
controlar. Éticas diferenciales.
Lazo social: enlaces y desenlaces que pueden darse en el malestar, no pensar al
sujeto por separado de sus relaciones sociales.
Teórico N°2
Introducción
La presente clase tiene un triple objetivo:
En primer lugar, realizar un breve recorrido por la historia de la Psiquiatría para situar,
sucintamente, las coordenadas histórico-sociales que hicieron posible su nacimiento
como disciplina específica dentro del campo de la Medicina.
En segundo lugar -y retomando el concepto de “paradigma” que ya empezaron a
trabajar en el teórico anterior-, precisar los criterios que organizan el primer modelo
de abordaje del padecimiento psíquico, denominado paradigma de la “Alienación
mental”, que surgió en Francia a fines del siglo XVIII.
Por último, examinar el canon de las “enfermedades mentales”, paradigma que se
originó en Francia a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y se desarrolló
fuertemente en Alemania, en donde vieron la luz tres grandes categorías clínicas: la
paranoia, la demencia precoz y la psicosis maníaco-depresiva.
El “loco” antes de la Psiquiatría. Pinel y la “medicalización” de la locura

2
Una pregunta que deberíamos hacernos para comenzar es: ¿a qué nos referimos
cuando utilizamos la palabra “loco” o “locura”?. Y además: Esos términos -y todos,
en realidad- ¿tienen un significado unívoco y fijo? Lo primero que debe señalarse es
que una palabra puede querer decir muchas cosas, y que su significado varía de
acuerdo al contexto semántico desde el cual se la aborda. Si llevamos esta idea a
nuestro tema, podríamos pensar: ¿quién era “loco” antes de que naciera la
Psiquiatría y lo tomara a su cargo?, ¿quiénes se ocupaban de nombrarlo como tal y
por qué?, ¿qué se hacía con él?
La Psiquiatría, en tanto disciplina teórico-práctica dedicada al estudio y tratamiento
de la patología mental, surge como una rama de la Medicina -y, como veremos, se
moldea a su imagen y semejanza- en un lugar, un tiempo y una coyuntura histórico-
social precisos: Francia, siglo XVIII, Revolución francesa. Enseguida situaremos
por qué esto fue así. Pero, ¿es que antes no había “locos”? Con anterioridad a la
Revolución francesa, la “locura” era una categoría empírica, que englobaba a un
conjunto heterogéneo de individuos: por una parte, todos aquellos que debían
mantenerse separados de la sociedad porque perturbaban el orden público (se
incluían allí a los maleantes, los vagabundos, los criminales, los idiotas, los
dementes); por otra, y fundamentalmente, aquellos burgueses que no podían
responder cabalmente por la gestión de sus bienes. No debe olvidarse que, en el
Antiguo Régimen, el sujeto de derecho era aquel que tenía la capacidad de gestionar
por sus propiedades y mercancías, acreditando su facultad de “pertenecerse” a
través de la capacidad de adquirir. En otras palabras, el manejo que hiciera de sus
bienes era lo que demostraba que tenía libre posesión de su persona. Si se
comprobaba que no la tenía, entonces era considerado aliens (etimológicamente,
que pertenece a otro). Es importante destacar que era el discurso jurídico, por medio
de un mecanismo llamado interdicción, el que tenía la autoridad para juzgar a un
sujeto como incapaz de responder por sus bienes y para quitarle la libre disposición
de los mismos, privándolo de su estado de derecho y decidiendo su internación
(aclaro que aún no existían instituciones de cuidados específicos, sino que se los
separaba o bien en sus propias casas, o bien en hospitales comunes o en hospitales
de “incurables”). Se trataba de una intervención puramente judicial -y que afectaba
sólo a los “locos propietarios”-, en la que la palabra del médico no tenía todavía lugar.
En cuanto al resto -los no propietarios-, eran encarcelados, o alojados en asilos para
pobres, de acuerdo a su condición.
¿Qué ocurre entonces cuando se produce la Revolución Francesa? Como se sabe,
se universaliza el sujeto de derecho, lo que significa que todos los individuos -no sólo
los propietarios- son libres e iguales ante la ley. ¿Qué consecuencias traen estos
cambios en relación a la consideración de la locura? Es en este punto en donde va a
hacer su entrada el discurso médico, produciendo una ruptura en la concepción que
hasta ese momento se tenía de ella. ¿De qué manera?, introduciendo una nueva
definición de la misma que juega con la ideología jurídica de la libertad: el loco,
desde ahora el alienado, es “aquel que no se pertenece”, que ha perdido
transitoriamente su libertad por un elemento ajeno a su naturaleza, la
enfermedad, que está en él pero no es todo él, y de la que puede ser liberado
por la intervención del médico. A este proceso, que distingue a la locura como una
3
enfermedad -provisoria y dependiente de la figura del médico que puede reconocerla
como tal y ocuparse de su curación- lo llamamos medicalización de la locura.
Dicho de otro modo, el “loco”, el alienado, se constituye como enfermo desde el
discurso médico que lo nombra como tal y que lo separa de la enfermedad que lo
aqueja. A partir de ahora es el médico, imagen de autoridad, de poder y de saber, y
ya no el jurista, quien lo toma a su cargo, estableciendo con el loco una pareja, un
lazo transferencial que le va a permitir curarse. ¿De qué manera? Separándolo en
una institución terapéutica, bajo el precepto de que “aislar es curar”. Y es así que
comienza, en Francia, la construcción de los asilos para alienados. Es aquí donde
cobra relevancia la figura de Philippe Pinel, llamado el “padre de la Psiquiatría”, quien
tiene un lugar central en el forjamiento de lo que llamamos el paradigma de la
“alienación mental”.
El paradigma de la “alienación mental” (fines del siglo XVIII-1850 aprox)
Para sintetizar el aporte de Pinel al campo de la Psiquiatría naciente y a la
construcción de este primer paradigma, deberíamos recortar varios aspectos:
En principio, método de abordaje de las manifestaciones de la locura: Como lo señala
Paul Bercherie en su texto “Fundamentos de la clínica”, Pinel parte de la observación
de los fenómenos patológicos -como material bruto de la percepción-, para luego
agruparlos en función de sus analogías y diferencias. La aplicación sistemática de
este método da como resultado una clasificación que, en el ámbito médico, lleva el
nombre de nosografía, y que sirve como tabla de orientación para hacer el
diagnóstico. En el caso de Pinel, debe decirse que propone una clasificación de
lo psíquico patológico al estilo de la Botánica, es decir, reconociendo, de lo
más general a lo más específico, clases, géneros y especies. Entre esas
categorías, que él se ocupa de nombrar para otorgarles existencia en la ciencia
médica, destacamos la de alienación mental, denominación que da a un género,
ubicado dentro de la gran clase de las afecciones en las que están perturbadas
solo las funciones intelectuales superiores del sistema nervioso. Se trata de
una enfermedad especial, única y diferente de cualquier otra enfermedad
recortada por la Medicina, en la que a su vez pueden reconocerse cuatro
aspectos o especies (manía, melancolía, demencia e idiotismo).
Planteadas estas generalidades respecto de esta clasificación pineliana, debemos
detenernos en los criterios que la organizan. Este es un punto importante a tener en
cuenta, porque si bien podemos afirmar que la Psiquiatría en su conjunto se define
por ser una “clínica de la mirada” -veremos más adelante sus diferencias con la
clínica psicoanalítica, vertebrada por la escucha-, hay muchas maneras de mirar.
Serán justamente esas diferentes maneras de mirar -y también las de explicar- las
que nos permiten distinguir los paradigmas de la historia de la Psiquiatría.
Entonces, ¿qué y cómo mira Pinel?
En primer lugar, presta atención a los grandes rasgos, a las manifestaciones,
más groseras y llamativas de la enfermedad. Así por ejemplo, para diferenciar la
manía de la melancolía (ambas especies pertenecientes a la alienación mental) se
4
basa en la descripción de aspectos muy ruidosos y notorios, tales como la presencia
de un delirio general con perturbación de todas las facultades del entendimiento (en
la primera), versus un delirio acotado a un objeto con conservación de las facultades
a excepción del núcleo delirante (en la segunda). Como veremos más adelante, esta
mirada tosca que caracteriza a las descripciones de Pinel va a ir afinándose y
volviéndose más detallista en el paradigma siguiente, lo que va a constituir uno de
sus rasgos formales diferenciales.
En segundo lugar, observa las manifestaciones de la alienación mental de una
manera sincrónica, vale decir, en un momento determinado. Para aclarar esta
perspectiva, podemos utilizar el ejemplo de la foto y la película. Si uno saca y mira
una foto, capta una situación en el aquí y ahora; en cambio, si ve una película, puede
seguir todo el transcurso de la situación desde su inicio hasta su desenlace. Pues
bien, podría decirse que Pinel “saca la foto” del cuadro clínico en un momento dado,
de manera que si el cuadro clínico cambia, cambia el diagnóstico. Este segundo
criterio también va a modificarse en el paradigma siguiente, en donde, como
veremos, la mirada se volverá diacrónica.
Hasta aquí, los criterios que comandan la mirada de Pinel para describir los cuadros
sintomáticos, es decir para caracterizarlos desde el punto de vista clínico. Resta
ahora precisar cuál es su posición frente a las causas de la alienación mental, lo que
nos sitúa ya no en el plano de la descripción sino en el de la explicación. De este
modo, cuando explicamos, nos ubicamos en el ámbito de una teoría, que intenta dar
cuenta de las causas de los hechos clínicos descriptos. Tengan en cuenta esta
distinción, porque verán que es crucial en todos los tópicos que abordemos en
nuestra materia.
Si pensamos ahora en la explicación pineliana de la alienación mental, hay que
indicar que Pinel contempla varios órdenes de causas: las causas físicas (por
ejemplo golpes, problemas cerebrales congénitos, hemorragias, fiebres etc.); las
causas hereditarias (presencia de alienación mental u otras patologías en los
antecedentes familiares); las causas morales (pasiones intensas y fuertemente
contrariadas o prolongadas, excesos de todo tipo, irregularidades en las costumbres,
educación viciosa). Es fundamental remarcar que, para Pinel, son estas últimas las
más numerosas e importantes en la producción de la alienación mental. A
diferencia de otros médicos y alienistas de la época, que pensaban que la locura
respondía a una causa orgánica, generalmente lesional, Pinel afirmaba que, en la
mayoría de los casos, aquella estaba exenta de daño material en el cerebro, y
que éste sólo estaba afectado en su función. Las consecuencias de esta posición
fueron importantísimas, y a dos vías: por una parte, porque al reconocer un campo
de la patología que obedece a estas causas específicas, instaura una diferencia entre
la Psiquiatría y el resto de la medicina de su tiempo; por otra, porque al recortar la
importancia de las causas morales, abre las puertas a la posibilidad de una cura que
va en consonancia con ellas: el tratamiento moral.
Para terminar, unas palabras respecto de esta modalidad de abordaje terapéutico.
Hemos dicho que, a partir de la figura mítica de Pinel, aislar es curar, y que ese
precepto fue de la mano de la construcción de los grandes asilos de alienados. Si el
5
alienado era aquel que había perdido su libertad a causa de la enfermedad,
el aislamiento en la institución curativa -valga la paradoja- debía servir para
devolverle esa libertad perdida. Se trataba de actuar sobre las causas morales -es
decir, los excesos, los vicios y las pasiones desmedidas-, separando al enfermo de
su medio social y familiar y brindándole un nuevo entorno, “higiénico”, ordenado y
reglado, como un modo de cambiar sus percepciones y de controlar sus condiciones
de vida. En tal contexto, la sumisión al médico, quién ejercía la tutela del enfermo
para cambiar el círculo vicioso de sus ideas, era capital. En esa “transferencia
paterna”, organizada a través del respeto, la confianza y también el sometimiento del
enfermo para con el médico, residía el éxito de un abordaje que, como lo advierte
muy bien Foucault en “El nacimiento de la clínica”, no dejaba de ser una práctica
segregativa y represiva, todavía minada de una ideología más ligada a la
conservación del orden social que a la consideración del sujeto sufriente.
El paradigma de las enfermedades mentales (1854-1926)
Como vieron en el teórico anterior, un paradigma siempre supone, en su interior, la
existencia de impasses, obstáculos, bifurcaciones. Son los atolladeros propios del
avance de toda disciplina científica, las dificultades para responder a los interrogantes
que hacen a su campo, los que producen una crisis que es la que da lugar a un nuevo
paradigma. Este se presenta -sin que el anterior desaparezca por completo-, como
una nueva manera de concebir la patología mental, en sus aspectos descriptivos y
causales.
En el caso del pasaje del paradigma de la “alienación mental” al posterior -que
llamaremos, siguiendo a Lanteri-Laura, paradigma de “las enfermedades mentales”-
, los resortes del cambio epistemológico se dieron de la siguiente manera: en 1822,
un médico llamado Antoine Bayle, discípulo de Pinel y perteneciente -
cronológicamente hablando- al primer modelo, produce lo que años más tarde va a
sentar las bases para el modelo ulterior. ¿Cómo?: buscando esclarecer las “causas
próximas” de la alienación mental y establecer su patogenia, hace un
“descubrimiento” -rechazado en su época pero profundamente conmocionante
muchos años después para la ciencia de las enfermedades mentales-. ¿En qué
consistió dicho descubrimiento? A partir del estudio de una serie de casos de
alienación sintomática que evolucionaban en varias fases (cuadro que luego recibiría
el nombre parálisis general progresiva), atribuyó su causa a una aracnoiditis crónica
(inflamación de las meninges), y extendió luego esta idea a “la mayor parte de las
enfermedades mentales”. Como lo afirma Bercherie, “lo radicalmente novedoso de
las ideas de Bayle es que “describe, por primera vez en la historia de la
psiquiatría, una entidad mórbida que se despliega en el tiempo siguiendo fases,
que se diferencia de otros cuadros clínicos por pequeños detalles, y que reposa
en una base anatomopatológica unívoca” (Bercherie, 1980: 54). Como pueden
advertir, se atisban nuevos criterios para pensar la patología mental, criterios
diferentes de los anteriores y que, si bien fueron unánimemente resistidos en ese
momento histórico, sentaron los cimientos del modelo siguiente.
Ya entada la segunda mitad del siglo XIX, otro psiquiatra llamado Jean-Pierre
Falret se convirtió en uno de los mayores exponentes del nuevo paradigma en
6
Francia. Discípulo de Pinel, propugnó, no obstante, un estudio clínico más fino y
exhaustivo, atento a la descripción de diversos conjuntos de fenómenos morales y
físicos, cuya evolución permitiera discernir “genuinas especies naturales” y no meras
variedades de la locura, concebida como género único. En su texto “Las
enfermedades mentales y los asilos de alienados”, profesa excelentes reglas
metodológicas para la observación de las enfermedades mentales. Lo cito: “para
observar a los alienados de una manera completa […] es necesario hacer [su]
historia. En lugar de escribir la observación bajo el dictado de los alienados
[…] y registrar los hechos más sobresalientes […] es necesario penetrar más
profundamente en la intimidad de la naturaleza intelectual y moral […]; es
necesario remontarse al pasado de los alienados, seguir la afección en su
desarrollo desde su origen más lejano hasta el período en el que se los observa;
hace falta fijar la atención a la marcha de la enfermedad, sobre las fases que
atraviesa, sobre las oscilaciones y las alternativas que presenta; en una
palabra, es necesario observar el conjunto de los síntomas físicos y morales y
su orden de sucesión” (Falret, 2002: 17-18). Se aprecia en estas palabras el pasaje
del criterio sincrónico al diacrónico en la mirada que se echa sobre la enfermedad,
así como la importancia otorgada al detalle en lugar de a lo más llamativo y ruidoso.
Si retomamos la imagen de la foto y la película que evocamos anteriormente,
podríamos decir que allí donde en el paradigma anterior se saca una “foto” del cuadro
clínico en un momento dado, en éste se sigue la secuencia de una película.
En este modo de concebir la enfermedad mental, adquiere entonces una relevancia
fundamental la búsqueda de “verdaderas enfermedades”, es decir, entidades
mórbidas que cumplan con las condiciones del desarrollo regular de un grupo de
síntomas con curso previsible, claramente diferenciables unas de otras. Tal como lo
expresa Graziela Napolitano en su texto “Nacimiento de la Psicopatología”, aquí el
síntoma cobra una nueva dimensión: “es un elemento dentro de un conjunto
que le otorga significación, es decir, no tiene valor en sí mismo, sino que lo
adquiere en su relación con los demás, en tanto sea ubicado en una
combinatoria constante y a la vez susceptible de transformaciones predecibles
a lo largo del tiempo” (Napolitano, 2000: 31-32). El síntoma se eleva, de esta
manera al estatuto de signo semiológico. ¿A qué nos referimos con esta expresión?
Se trata de fenómenos referidos por el paciente u observados en su conducta, que
hacen las veces de índice natural. Como índices señalan, apuntan a una causa
oscura que los explica. Y son naturales, porque se encuentra en la naturaleza
del enfermo, en su comportamiento y en su discurso. Ahora bien, estos
elementos discursivos o comportamentales tienen como rasgo distintivo el hecho de
ser invariantes, es decir, conservan su carácter idéntico cualesquiera sean las
condiciones del contexto (si el paciente está solo o acompañado, si se somete a una
pericia o a una internación, si lo hace forzado o voluntariamente). En segundo lugar,
son transindividuales, es decir, sus cualidades formales son las mismas en un
individuo o en otro (aunque puede variar el contenido). Además, no son
manifestaciones aisladas sino que se correlacionan con otros elementos, formando
una constelación, de acuerdo a relaciones de co-presencia o conjunción o a
relaciones de disyunción. Así lo precisa Lanteri-Laura, quien destaca que se trata
7
siempre de un conjunto finito y enumerable de elementos, que a la vez está separado,
en discontinuidad con los elementos semiológicos de otro cuadro clínico. Por otra
parte, son fenómenos anormales (no debe olvidarse que para la Medicina, así como
para la Psiquiatría, hay un ideal de normalidad que subyace al corpus disciplinar, y
que funciona como parámetro para “medir” las desviaciones o anomalías).
Finalmente, son manifestaciones iterativas, o sea, que se repiten, se prolongan y
evolucionan en el tiempo, de acuerdo a determinadas regularidades. De allí que se
otorgue tanta importancia a la dimensión temporal, al curso de la enfermedad.
Es necesario agregar que la mirada que recorta los signos semiológicos es una
mirada orientada por un saber que el médico detenta y que conforma un código, un
cuerpo teórico, un conocimiento de lo general que soslaya toda singularidad. Es ese
código el que permite decodificar y volver inteligibles los signos semiológicos como
indicadores de la enfermedad subyacente. Parte fundamental de ese código son las
llamadas nosografías, áreas de la Medicina y de la Psiquiatría dedicadas a la
descripción, clasificación y explicación de las enfermedades. En ese sentido, como
lo señala Foucault, la psiquiatría de este período se caracteriza por el hecho de que
es “el saber el que orienta el ver”, un saber hacer en el que deben buscarse
activamente los signos típicos de las diferentes perturbaciones.
Quiero detenerme ahora en un punto crucial para pensar este nuevo modelo, y que
se refiere a la posición frente a las causas. Hemos dicho que el signo semiológico es
índice, indicador que reenvía a una causa opaca que lo explica. Con respecto a este
plano, el de la explicación, es necesario remarcar que ahora, a diferencia de lo que
sucedía con el paradigma pineliano, la causa está arraigada en el organismo, vale
decir que se supone que los síntomas son efecto de la intervención de un factor
orgánico (por ejemplo, una macro o micro lesión cerebral, una intoxicación, una
predisposición cerebral congénita). A este modo de concebir la causa lo
denominamos paralelismo psicofísico. En este sentido, el código al que hacíamos
referencia hace un momento es el que posibilita, a nivel epistémico, correlacionar los
síntomas con las alteraciones de los órganos y sistemas. Entonces, el
esclarecimiento del síntoma se ajusta a la lectura de las lesiones: los cambios
psíquicos y físicos que se producen a lo largo de la enfermedad acompañan lo que
se supone que es la progresiva alteración de los tejidos orgánicos. Cuando
avancemos en nuestra cursada y nos adentremos en la perspectiva psicoanalítica
sobre la concepción del síntoma, veremos que la misma rechaza de plano esta
manera de pensar la causa.
Por último, no podemos finalizar nuestra reseña sobre este paradigma sin hacer
alusión a un autor clave de la Psiquiatría alemana, quien desarrolló un estudio que
marcó profundamente casi un siglo de conceptualizaciones psiquiátricas sobre las
enfermedades mentales: Emil Kraepelin. Su obra está plasmada en un Tratado que
fue completando y modificando a lo largo de más de 30 años en ocho ediciones. La
más importante -y sobre la que nos centraremos- es la sexta edición (1899), donde
su pensamiento adquirió mayor originalidad y coherencia interna.
En esa versión de su Tratado, Kraepelin nos presenta una clasificación de las
enfermedades mentales organizada en función de tres criterios:
8
En primer lugar, la dimensión clínico- evolutiva. ¿Qué quiere decir esto? No es otra
cosa que el punto de vista diacrónico que, como hemos indicado, proviene de la
escuela francesa. Ahora bien, en el caso de Kraepelin, este criterio adquiere una
impronta particular con el privilegio otorgado al estadio terminal y con la
especificación de dos tipos de síntomas: los síntomas fundamentales y los
síntomas accesorios. Son los primeros -fenómenos constantes y propios del
cuadro mórbido- los que se expresan en su máxima pureza en la fase terminal,
mientras que los segundos, si bien matizan las formas clínicas, sólo son
manifestaciones incidentales y transitorias del proceso de la enfermedad, que suelen
retroceder ante los cambios permanentes y característicos de la vida mental. Este
binomio se convierte en el pivote alrededor del cual se delimitan las distintas
categorías nosográficas, y constituye la tabla de orientación para el clínico quien, a
partir de la detección de ciertos signos capitales presentes desde el comienzo, puede
predecir el desenlace típico de cada enfermedad.
A continuación, la etiología, es decir la hipótesis causal. Como digno representante
de este paradigma, Kraepelin adhiere al paralelismo psicofísico, distribuyendo las
afecciones mentales en endógenas y exógenas. Las primeras obedecen para él a
una noción, la de endogeneidad o “causas internas”, que fija su origen en el cuerpo,
en el individuo mismo, en su “constitución” o “carácter”, bajo el supuesto de la
existencia de una “predisposición” cerebral. Las segundas, son consideradas efecto
de factores que provienen del medio (intoxicaciones, infecciones, lesiones) y que
repercuten en la conducta por vía de su acción sobre el cerebro, lo que corrobora la
organicidad, también presente en el primer grupo.
Finalmente, el tercer criterio es el psicopatológico descriptivo. Este consiste en el
valor otorgado a la perturbación en cada una de las diversas esferas que
constituyen la personalidad (voluntad, afectividad, juicio). En este punto
Kraepelin tomó la psicología de las facultades normales de su maestro Wundt como
parámetro para establecer las discrepancias o desvíos con las diferentes áreas de la
vida psíquica “anormal”.
Es en función de estos tres criterios que Kraepelin estableció, entre otras, tres
“verdaderas enfermedades”, cuya caracterización nos interesa especialmente que
ustedes conozcan. Ellas son la demencia precoz, la paranoia y la psicosis
maníaco depresiva. Tal como lo verán en los trabajos prácticos, cada una de ellas
se distingue por un conjunto de signos precisos que afectan de manera particular a
las distintas facultades y que evoluciona y culmina de una manera determinada.
Teórico N°3
Kraepelin y tres de sus “verdaderas enfermedades”: la demencia precoz, la paranoia
y la psicosis maníaco-depresiva
Introducción
En continuidad con el teórico anterior, en donde trabajamos las generalidades del
paradigma de las enfermedades mentales, esta clase tiene como objetivo precisar,
desde un punto de vista descriptivo y explicativo, los aspectos más importantes de
9
tres de las entidades establecidas por Emil Kraepelin en su Tratado de Psiquiatría:
La Demencia precoz, la Paranoia y la Psicosis maníaco- depresiva. Intentaremos
entonces hacer un contrapunto entre las mismas, valiéndonos para ello de los
criterios de la nosografía kraepeliniana estudiados en aquella oportunidad.
La Demencia precoz
Comencemos por la Demencia precoz. La descripción por parte de Kraepelin de esta
“verdadera” enfermedad tiene toda su importancia, entre otras cosas porque, como
veremos más adelante, sentó las bases de lo que luego sería la esquizofrenia.
Detengámonos, en primer lugar, en la definición que da el autor de ella. Se trata de
una “serie de cuadros clínicos, cuya característica común consiste en una evolución
signada por debilidades peculiares” (Kraepelin 1899: 29). Como ven, en esta
definición inicial puede apreciarse el uso del criterio clínico-evolutivo del que
hablamos la vez pasada, lo que se evidencia incluso en el nombre que Kraepelin le
da al cuadro. Con respeto a esto es importante que tengan en cuenta que, si lo llama
demencia, es porque avanza hacia el deterioro, hacia el debilitamiento, la
desagregación de la personalidad, y que si lo adjetiva como precoz es porque
suele darse -aunque no siempre en una etapa temprana de la vida (la pos
pubertad) y, sobre todo, porque una vez desencadenado el proceso mórbido la
evolución demencial es rápida. Como precisaremos a continuación, estamos ante
una demencia de naturaleza especial, ya que la personalidad en su conjunto
(afectividad, voluntad, juicio) está alterada profundamente, aunque pueden
conservarse intactas la memoria, la orientación, la inteligencia y la conciencia.
Vean ustedes la diferencia con otro tipo de demencias que quizá conozcan -por
ejemplo las que se dan en los adultos mayores-, que se producen a una edad mucho
más avanzada y que comprometen fuertemente varios aspectos del área intelectual,
como la memoria.
Dicho esto, es necesario precisar en qué consisten esas “debilidades peculiares”
que, como acabo de apuntar, afectan a las tres esferas o facultades de la
personalidad. Nos centraremos para ello sobre todo en la sintomatología
fundamental.
Así, en la esfera emocional o afectiva, se destaca la llamada indiferencia: hay
debilitamiento, disminución o falta de reacción emocional. Las emociones que
mueven la vida colapsan y entonces el enfermo ya no siente inclinación o
repugnancia hacia las personas, objetos o asuntos. Entonces, por ejemplo, se
extingue el afecto por los parientes y amigos, por la satisfacción en el trabajo y en la
vocación. Los pacientes no sienten pena ni alegría, para ellos nada importa, “todo es
lo mismo”, y viven diariamente en ese estado de apatía. Si leyeron el primer caso de
la Lección III de Kraepelin para el TP, habrán reparado en cómo describe el autor la
actitud del enfermo: “(…) permanece atontado, sin miedo, sin deseos, sin
esperanzas: no le afecta cuanto sucede a su alrededor, aunque alcanza a
comprenderlo sin gran dificultad”. Dicho deterioro del estado emocional incluye
también la pérdida de la simpatía –de manera que el enfermo se muestra indolente
ante las desgracias o alegrías de los demás-, y la pérdida de los sentimiento morales,
el pudor y la vergüenza -lo que redunda muchas veces en transgresiones, conductas
10
impúdicas u obscenas-. Otra característica del estado emocional es la incoherencia
entre la expresión del afecto y la situación. Como señala Kraepelin, los pacientes
ya no tienen ninguna consideración por lo que los rodea, no adaptan su
comportamiento a la situación en la que se encuentran; se comportan de manera
libre y desinhibida, ríen en ocasiones serias, son groseros e impertinentes hacia sus
superiores, hablan familiarmente con extraños. A veces, aparece una falta de
relación entre el humor y la expresión, lo que en psiquiatría recibe el nombre de
paranimia. Cuando esto se produce, uno puede ver en el enfermo risas sin sentido y
sin alegría, o la mezcla de risa y llanto, por ejemplo. También puede observarse
una oscilación repentina del equilibrio emocional, y entonces el enfermo pasa
súbitamente de la angustia al júbilo. Al mismo tiempo estas manifestaciones no
tienen, a menudo, ninguna relación con las experiencias o las ideas de los pacientes.
Toda esta sintomatología da testimonio, como lo indica Kraepelin, de la destrucción
de las conexiones internas de la personalidad, la cual pierde su unidad.
Junto con estos síntomas que afectan la esfera de la afectividad, hay otros que
comprometen la esfera de la voluntad y la del juicio -y observen aquí el uso del criterio
psicopatológico descriptivo del que hablábamos la clase pasada-.
Veamos ahora qué sucede con la voluntad. El síntoma fundamental por excelencia
en esta área es un debilitamiento general de los impulsos volitivos, lo que
denominamos abulia. ¿En qué consiste? Respondo citando a Kraepelin, ya que su
descripción es muy clara: “Los pacientes han perdido toda inclinación independiente
al trabajo y a la acción; se sientan sin hacer nada, no van a trabajar, desatienden sus
obligaciones más urgentes (...) No experimentan el tedio, no tienen necesidad de
entretenerse, sino que pueden quedarse en la cama por días y semanas, (...) o vagan
por ahí sin ningún objetivo”(Kraepelin, 1899: 35).
Este debilitamiento de la voluntad trae como consecuencia, en muchos casos, otros
síntomas, ya no fundamentales pero sí muy frecuentes en algunas variantes clínicas
de la demencia precoz -sobre todo en una forma clínica llamada catatonía-.
Kraepelin sostiene que, cuando la actividad voluntaria está afectada o inhibida
pueden liberarse acciones automáticas, predominantemente psicomotrices, que
escapan al control y a la dirección del enfermo. Entonces, puede suceder que éste
se vuelva totalmente susceptible a la influencia y obedezca automáticamente a todo
lo que se le indica que haga. Esto se ve en muchos pacientes extremadamente
dóciles, que, como dice el autor, “se dejan conducir como ganado”, y que llegan al
extremo de permanecer en cualquier posición en la que se los ponga, aun cuando
puedan estar muy incómodos (Kraepelin le llama a esto flexibilidad cérea, ya que el
enfermo es maleable como si fuera de cera). Otras veces, surge una obediencia
involuntaria, y entonces el paciente no puede dejar de hacer aquello que se le solicita.
Por ejemplo, recuerdo el caso de un muchacho que continuaba sacando la lengua
cuando se le había pedido que lo hiciera una vez. También la ecolalia (repetición
involuntaria de palabras que le fueron dichas) y la ecopraxia (imitación de
movimientos ejecutados delante de él o continuación de movimientos iniciados
pasivamente) pertenecen a este grupo de fenómenos. Lo curioso es que, como el
reverso de esta obediencia automática, puede aparecer -en otros enfermos o
11
incluso en el mismo-, la conducta contraria: el negativismo. Este consiste en la
supresión instintiva de todas las reacciones a las influencias externas. En esos casos,
el enfermo rechaza cualquier contacto psíquico o físico: no mira cuando se le habla,
da vuelta la cabeza o da la espalda a quien lo interroga. Muchos pacientes cierran
los ojos, se tapan la cara con las manos, no responden a las preguntas. En los casos
más graves, la ruptura con el medio llega a ser completa y se desarrolla lo que
llamamos estupor catatónico (el paciente se vuelve rígido e impenetrable, queda
mudo y quieto, no reacciona a la influencia externa).
Para finalizar con la descripción del cuadro clínico de acuerdo a los criterios
mencionados, resta situar la sintomatología en el área del juicio. Lo que
encontramos allí es, en primer lugar, la incoherencia. Este es un trastorno que se
presenta en el curso del pensamiento, caracterizado por la dificultad para agrupar,
subordinar y ordenar lógicamente las ideas, de modo que los pensamientos más
variados se suceden unos a otros sin ninguna conexión. Las ideas siguen
asociaciones extrañas, según alguna relación puramente externa, como la similitud
de sonido o la coincidencia en el tiempo. El hilo del razonamiento se rompe, el
pensamiento se desorganiza y aparecen combinaciones absurdas. Otro síntoma es
la estereotipia del pensamiento, que se caracteriza por la repetición monótona de
las mismas ideas. También son frecuentes las ideas delirantes paranoides
deshilvanadas -aunque este fenómeno, junto con las alucinaciones, corresponde a la
sintomatología accesoria-.
Además de las dos alteraciones mencionadas que afectan el curso del
pensamiento, lo que se observa también es un debilitamiento del juicio: “el
paciente emite las ideas más absurdas y ejecuta las acciones más incomprensibles
con total complacencia, cometiendo errores groseros al juzgar circunstancias, al
extraer conclusiones y al presentar objeciones. No puede examinar, comparar y
descubrir contradicciones entre las ideas, o corregirlas” (Kraepelin, 1899: 33).
Paradójicamente, estas alteraciones en la esfera del juicio se acompañan de
una conservación de la orientación (los pacientes saben, en general, adonde
están, reconocen a las personas y son claros en el reconocimiento del tiempo), de la
conciencia (en muchos casos, clara en su totalidad), la memoria (los pacientes son
capaces de dar un relato detallado y correcto de su pasado y, a menudo mantienen
tenazmente los conocimientos adquiridos por ejemplo en la escuela. El contraste
entre la conservación de estos aspectos y la afección profunda y primaria de la
personalidad en su conjunto es lo que da a esta “demencia” una naturaleza
particular.
Por último, una breve referencia al modo como Kraepelin piensa las causas de esta
afección, es decir la etiología, ya que, como dijimos, este es también un criterio que
organiza su nosografía. Se trata para él de una enfermedad mental de “causa
oscura”, presumiblemente exógena, debida a una autointoxicación (una toxina
sexual) que generaría un daño a nivel del córtex. Como ven, se percibe aquí
claramente la adhesión del autor a lo que en la clase anterior llamábamos paralelismo
psicofísico.
La paranoia
12
Pasemos ahora a examinar la categoría de la Paranoia descripta por Kraepelin que,
les adelanto, fue objeto de un gran debate por parte de muchos autores de la época
y también posteriores, suscitando adeptos y detractores. ¿Saben ustedes que esta
categoría ha desaparecido de las clasificaciones internacionales dominantes de la
actualidad? Pero cuidado, que ya no figure en las nosografías psiquiátricas
contemporáneas no quiere decir que no haya paranoicos. Cuando nos adentremos
en el estudio del Psicoanálisis, veremos que tanto Freud como Lacan nos han dejado
importantes e innovadoras enseñanzas con respecto a esta forma de la psicosis, que
tienen plena vigencia.
Pero volvamos a Kraepelin. En la sexta edición de su Tratado nos brinda la siguiente
definición del cuadro clínico: se trata del “desarrollo insidioso, bajo la dependencia
de causas internas y según una evolución continua, de un sistema delirante
duradero e imposible de romper, que se instaura con una conservación
completa de la claridad y del orden del pensamiento, la voluntad y la acción”
(Kraepelin, 1899:106).
Vamos a detenernos un poco en cada una de las partes que componen esta
definición que, como pueden apreciar, está vertebrada por los tres criterios de los
que tanto hablamos. En primer lugar, ¿por qué el desarrollo del delirio es insidioso?
Según el diccionario de la Real Academia Española, insidioso es algo que asecha,
algo que parece inofensivo pero que en realidad es dañino o maligno. En el campo
de la enfermedad, se utiliza este término para expresar la existencia de un
padecimiento que, bajo una apariencia benigna, oculta suma gravedad. Kraepelin
se vale de este término para dar cuenta del carácter solapado del delirio, que
surge sutil y paulatinamente, de modo que su comienzo es difícilmente
diagnosticable. Se trata de un delirio que crece lentamente durante largos años de
preparación, en los que el enfermo no pierde su aparente salud exterior. Por esa
razón, dice, la enfermedad se diagnostica frecuentemente luego de muchos años de
curso, y por eso también, los enfermos no suelen requerir internación tan
frecuentemente como otros.
En segundo lugar, ¿qué es para Kraepelin un delirio y, además, sistemático? El
término “delirio” proviene del latín delirare, que quiere decir “salirse del surco”. En tal
sentido, en la noción de delirio está presente la idea de un desvío, de un
alejamiento de la realidad. En términos de Kraepelin, lo que se observa es una
“descentralización”, un “desplazamiento” del punto de vista del enfermo sobre
las cosas de la vida. Así definido el delirio, el autor se ocupa de precisar sus
mecanismos o, mejor dicho, sus rasgos fundamentales Por una parte, la
significación personal, también denominada delirio de referencia, a la que
Kraepelin piensa como una interpretación patológica de hechos reales, que son
vividos por el sujeto como teniendo una estrecha relación con él. Así, los
acontecimientos cotidianos adquieren un significado especial que concierne al
enfermo; nada de lo que ocurre a su alrededor es casual o insignificante, todo tiene
un vínculo profundo con él. Por otra parte, las ilusiones de la memoria. También
llamadas “falsificaciones de recuerdos”, consisten en la reinterpretación a
posteriori de una vivencia realmente acontecida, o en la aparición de imágenes
13
de recuerdos totalmente inventados, que adquieren ahora una importancia inusitada.
Quiero aclarar que no estamos ante una mera impresión o un parecer; el sujeto tiene
una convicción inquebrantable de que eso es así. Presten atención a este
fenómeno de certeza de significación personal porque cuando estudiemos las
psicosis en Lacan, van a ver que adquiere una importancia diagnóstica y causal muy
importante.
Volviendo a Kraepelin, éste afirma que, a partir de dichos mecanismos, el
desarrollo de las ideas tiene generalmente un curso muy lento. Al comienzo,
señala, aparecen leves depresiones, malestares vagos, sospechas recelosas, orgullo
altivo. El sujeto se siente descuidado por sus seres queridos, incomprendido. Luego
comienza a advertir que, en ocasiones, las personas no son amigables o no quieren
tener trato con él, lo evitan. Eso aumenta su desconfianza, su susceptibilidad, y
empieza a interpretar los gestos, las acciones y los comentarios reales de los otros
como signos de cierta hostilidad hacia su persona. Ciertas experiencias bastante
indiferentes se refieren en secreto a él, lo aluden de manera indirecta. Kraepelin lo
muestra muy bien en el caso que trabajarán en el TP3, llamado “la bulldog”: una
mancha en el traje, un agujero en la bota no son consecuencia del uso habitual, sino
de malas intenciones, de maquinaciones hostiles en su contra. El enfermo encuentra
muchas de estas alusiones por todas partes, especialmente en conversaciones de
su entorno o en materiales de lectura. “Me lo dan a entender metafóricamente”, decía
un paciente para quien el simple hecho de leer en el diario la palabra “violín”, le
indicaba que lo estaban señalando como un violador. De esa manera, el enfermo
comienza a ver “accidentes producidos artificialmente” y conspiraciones por todas
partes. Recuerdo el caso de un paciente que afirmaba que las cucarachas que había
en su cocina “eran de criadero” y que habían sido puestas allí por su vecino sólo a
los fines de molestarlo. Insisto, no es que el sujeto tenga la impresión de que es así,
o que le parezca pero no está seguro. Está inexorablemente convencido de que es
así, con una certeza absoluta.
En cuanto al contenido de los delirios, se reconoce en ellos la temática de celos,
de persecución, la erotomanía (certeza de ser amado por otro), la de grandeza y
una forma particular, el delirio de querulancia, -que será extraído del cuadro en la
octava edición del tratado-. Este tipo singular de delirio se basa en la idea de
inferioridad legal y el ansia de lucha extrema contra las injusticias supuestamente
sufridas, y frecuentemente tiene en el origen un perjuicio realmente acontecido (por
ejemplo un litigio). Unos años más tarde, en Francia, va a ser retomado y precisado
con el nombre de delirio de reivindicación, en cuidadosa diferenciación con el delirio
de interpretación.
Más allá del contenido, lo importante es que el delirio es inmutable, de modo tal
que, como enfatiza el autor, “cualquier intento por convencer al enfermo de lo
equivocado de sus ideas rebota como contra un pared” (Kraepelin, 1899:110).
Paulatinamente se va dando además el trabajo de sistematización, que consiste
en una elaboración interna sobre las ideas delirantes, un trabajo intelectual para dar
coherencia al delirio y librarlo de contradicciones. En este trabajo, el sujeto establece
relaciones entre los sucesos que lo afectan, busca motivos, determina causas y
14
efectos de sus persecuciones, sitúa la figura del perseguidor. Esa labor culmina en
una visión egocéntricamente deformada de la vida y del mundo que se cierra sobre
sí misma y permanece invariable. Al respecto, en su texto “Fundamentos de la
clínica”, Paul Bercherie remarca que, a diferencia de otras formas paranoides
(como la dementia paranoides que corresponde a la demencia precoz), el delirio
paranoico no afecta al nucleo de la personalidad (psíquica o física) sino que
sólo produce una falsificación mórbida del mundo.
Pasemos ahora a lo que Kraepelin denomina “conservación completa de la
claridad y del orden del pensamiento, la voluntad y la acción”. El autor señala
que el proceder y el comportamiento de los pacientes “se mantienen a menudo sin
trastornos aparentes”. Lo ejemplifica diciendo que casi siempre son capaces de
ganarse la vida sin llamar la atención de su entorno, y suelen tener suficiente grado
de autocontrol como para evitar problemas con la ley. A diferencia de la demencia
precoz, aquí no hay deterioro, no aparece la apatía ni los trastornos de la
voluntad que conducen a la desintegración de la personalidad. Los pacientes
son razonables, preservan una actitud exterior ordenada, pueden mantener una
actividad mental bastante satisfactoria, y muchos, más allá de ciertas “rarezas”,
alcanzan el éxito en ocupaciones artísticas o comerciales.
Para finalizar, el problema de la causa. Según este psiquiatra, la paranoia es una
forma de insanía en cuyo origen tiene un rol principal la predisposición patológica.
Si bien reconoce que algunas circunstancias externas pueden jugar un rol importante,
“el frecuente desencadenamiento sin causa y, en particular, la homogeneidad del
cuadro clínico bajo las condiciones más variadas, muestra que la causa real no se
encuentra en los precipitantes externos sino en la predisposición patológica
singular del individuo” (Kraepelin, 1899: 24). Esto vale también para la psicosis
maníaco depresiva. Por lo demás, es menester destacar la solidaria relación que
se establece entre la concepción de las causas internas y la idea de
incurabilidad que sostiene el autor. La degeneración, entendida como la
“existencia de rasgos psicopáticos preparatorios” (insuficiencias en la constitución
que dan lugar a un raciocinio deficiente, a una singularidad personal matizada por la
desconfianza, la inseguridad y el orgullo desmedido) permite entender su
imposible curación. Estas ideas, fuente de duras críticas por parte de los autores
enrolados en la corriente psicodinámica de la enfermedad, serán reconsideradas y
hasta cierto punto modificadas posteriormente por el propio Kraepelin en la octava
edición de su tratado.
La psicosis maníaco-depresiva
Finalmente, la psicosis o locura maníaco-depresiva. Utilizando los tres criterios ya
conocidos, Kraepelin reúne, bajo ese nombre, un grupo heterogéneo de estados
patológicos (locura circular, locura periódica, manía simple, melancolía,
estados confusionales) a los que considera de causa endógena.
Las razones del agrupamiento residen en el hecho de que no forman parte del
síndrome de la demencia precoz -porque no conducen a un deterioro de la
personalidad- y de que comparten ciertos rasgos fundamentales comunes.
15
¿Cuáles son esos rasgos? De acuerdo al criterio psicopatológico descriptivo, la
perturbación del humor, de la ideación y de la voluntad. Dichas perturbaciones
presentan particularidades que permiten que se las separe en dos polos, uno
maníaco y uno depresivo, aunque puede haber formas mixtas y unipolares.
Estamos ante una enfermedad crónica, que evoluciona por accesos, parecidos,
síntomas, o a menudo opuestos, entre los cuales existe un período libre de
síntomas con conservación de la personalidad. Anteriormente con respecto a la
desaparición de la paranoia de las clasificaciones psiquiátricas actuales,
encontramos en la locura maníaco- depresiva un antecedente -lejano- de lo que hoy
se llama “trastorno bipolar”.
Así, el acceso maníaco se caracteriza por la fuga de ideas (ideación), el humor
alegre (afectividad) y la necesidad imperiosa de actividad (voluntad). En cambio,
el acceso melancólico, lo hace por la inhibición o dificultad para pensar
(ideación), el humor triste o angustioso (afectividad) y la dificultad o inhibición
para actuar (voluntad).
¿Qué quieren decir estos términos? Veámoslos con mayor detalle, siguiendo la
magistral descripción de este autor alemán:
“En la esfera intelectual, se verifican trastornos en el curso del pensamiento muy
evidentes. En los estados maníacos, los enfermos no pueden seguir de manera
metódica un orden determinado de pensamientos, saltan sin cesar de una idea a
otra, sin jerarquización o dirección. Se quejan de no poder concentrarse, de no poder
reunir sus pensamientos ni fijarlos en su conciencia. Entonces todo se les mezcla,
los pensamientos se precipitan con mucha rapidez, aparecen y desaparecen; no
duran en el tiempo, o son interferidos por pensamientos intrusos que van y vienen
solos. Este fenómeno recibe el nombre de fuga de ideas. El pensamiento toma
nuevas direcciones de acuerdo a las impresiones exteriores, las palabras
escuchadas se insertan en el discurso y despiertan otras representaciones, muchas
veces guiadas por la similitud de sonidos. En el otro extremo, aparece la inhibición
del pensamiento, que identifica sobre todo a los accesos depresivos, caracterizada
por una dificultad para pensar, para disponer voluntariamente de representaciones.
A veces el pensamiento no se detiene pero se lentifica: las ideas se desarrollan muy
pausadamente y sólo gracias a estímulos muy fuertes. Por eso el pensamiento se
vuelve pobre y extremadamente limitado en cuanto a cantidad de representaciones,
las que acostumbran a fijarse con mucha tenacidad y son uniformes en cuanto al
contenido.
Kraepelin añade que la productividad mental está generalmente muy reducida,
sobre todo en la manía, ya que, como bien lo indica, no se trata allí de “riqueza de
ideas sino sólo de palabras”. En los estados de depresión, la inhibición del
pensamiento puede a veces ser neutralizada con mucho esfuerzo, aunque la
productividad se ve con frecuencia marcadamente enlentecida.
En cuanto al contenido del pensamiento, Kraepelin indica que son comunes las
ideas de ruina y autoacusación en la fase depresiva, mientras que en la maníaca
aparecen ideas de grandeza, variables, que van desde meras exageraciones de
16
“fanfarrón”, hasta ideas absurdas como la de creerse el hijo de Napoleón, u otras
más verosímiles, como la de ser un gran artista o un gran escritor.
Con respecto al humor, se registra un tono alegre, exuberante y excitado en los
maníacos. Kraepelin dice que los enfermos refieren sentirse “muy contentos”,
“felices de estar en un mundo tan bello”, “penetrados de alegría”: cantan, ríen, se
pasean, se exacerban sus impulsos sexuales. Un rasgo fundamental del humor
maníaco es que presenta oscilaciones frecuentes y súbitas, y entonces el enfermo
pasa, por ejemplo, de la alegría a la cólera, y de allí al llanto para volver a la alegría
exagerada. En los estados depresivos, en cambio, predomina la desesperanza
pesada y sombría, el abatimiento, el descontento. Todo está vacío y triste, y esa
desesperanza puede acompañarse de un deseo de poner fin al malestar quitándose
la vida. Sobre todo en la transición entre los estados maníaco y depresivo, también
se encuentra el tinte ansioso o irritable del humor, que se manifiesta, o bien en una
tensión interior, o bien en una agitación violenta que puede llevar al enfermo a atentar
contra su existencia.
Pasemos por último a la esfera de la voluntad, en donde se verifica ya sea la
necesidad imperiosa de actuar -propia de los estados maníacos-, ya sea la
inhibición de la actividad voluntaria -en el acceso depresivo-. En el primer caso,
se observa una excitación general de la voluntad: uno ve a los enfermos hacer los
planes más variados y desarrollar una actividad frenética que, si bien no está
totalmente desprovista de sentido, en los casos muy agudos puede tornarse
incoherente (el enfermo baila, se desviste, tira cosas al suelo, grita, salta, ríe o llora,
hace muecas, canta). Un rasgo típico de estas conductas es que se acompañan de
falta de agotamiento: a pesar de toda la actividad desplegada, el enfermo no siente
fatiga ni dolores musculares. Y además, como manifestación de esta inevitable
necesidad de actividad, aparece también la logorrea, trastorno del lenguaje que
consiste en una locuacidad exagerada, un flujo verbal desbordado e inagotable,
signado por la repetición de frases hechas, rimas, asociaciones por sonidos.
Kraepelin describe muy bien cómo el enfermo no puede guardar silencio, grita,
mezcla palabras y frases en lenguas distintas, insulta, hace giros poéticos, juegos de
palabras, etc.
En el otro extremo de la serie encontramos la inhibición de la voluntad, distintiva de
los estados de depresión, en donde los actos voluntarios se tornan dificultosos o
incluso imposibles. El enfermo no puede tomar decisiones, o no tiene la voluntad ni
la energía necesarias para llevarlas a cabo. No puede concretar nada, sus
movimientos son lentos y dificultosos, su expresión está fija e inmóvil. A veces se
trata sólo de un sentimiento de insuficiencia y no de una incapacidad real, pero, de
cualquier manera, los pacientes se hacen feroces reproches sobre su pasividad, se
acusan de inútiles y se llenan de remordimientos. Kraepelin agrega que, en algunos
casos, la inhibición de la voluntad es reemplazada por la excitación ansiosa: los
enfermos gimen, se desesperan, gritan, rezan, se arrastran. Por otra parte, a
diferencia de la logorrea que describimos anteriormente, aquí se presenta una fuerte
inhibición en el orden del lenguaje: los enfermos hablan en voz baja, lentamente,

17
vacilando, de manera monótona, tartamudean, guardan silencio, responden con
monosílabos, no pueden sostener una conversación.
Para concluir, debe destacarse que, tal como afirma Paul Bercherie en su texto “Los
fundamentos de la clínica”, la noción de locura maníaco depresiva está
determinada por su flexibilidad, ya que los accesos pueden no ser puros sino
mixtos o admitir transiciones. De allí que muchas combinaciones sean posibles:
melancolía agitada, manía confusa, manía colérica, estupor maníaco, melancolía
con fuga de ideas, etc. Como destaca este autor, la intención de Kraepelin era
recubrir todo lo que los alemanes incluían hasta entonces en la locuras intermitentes
y periódicas, o los estados delirantes y alucinatorios que no terminaban en un delirio
crónico ni en un estado deficitario.
Teórico N°4
Edificio de oro de la psiquiatría clásica con Kreapelin y las tres entidades
psicopatológicas. Momento de desarrollo de la disciplina: segundo paradigma según
Lanteri-Laura.
En este teórico vamos a trabajar a los autores Bleuler y Minkowsky se encuentran
en el tercer paradigma dentro de lo que es la disciplina de la psiquiatría. El de las
estructuras psicopatológicas: críticas al anterior, pero que de ninguna manera cae
por completo. Idea más global del funcionamiento patológico y donde la concepción
atomista del síntoma como un índice semiológico va a integrarse y va a articularse
en la idea de un trastorno que estaría a la base de ese conjunto patológico, que
estaría generando una perturbación que se expresaría en esos síntomas. Esta idea
la trae al tercer paradigma y con él accedemos a algo novedoso que es el surgimiento
de otra disciplina que aparece en el campo de la psiquiatría pero que difiere de él en
sus hipótesis y que es la disciplina propiamente psicopatológica. Es en el campo
de la psiquiatría donde empiezan a aparecer hipótesis propiamente psicopatológicas
y que refieren a causas que no son unívocamente orgánicas: proceso de pluralización
de las causas para entender el padecimiento mental. Allí ubicamos a Jaspers, que
publica "Una Psicopatologia General" en 1910, y en 1911 la obra de Bleuler "La
demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias" (desarrollos contemporáneos al
PA).
“La demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias” (Bleuler 1911). Obra muy
importante, de hecho el término Esquizofrenia y la concepción bleuleriana de
Esquizofrenia se mantiene. La obra comienza con una crítica a la Demencia
Precoz de Kraepelin. Lo que le va a criticar es que ese tipo de presentación
patológica no siempre termina en un deterioro, y también que el inicio no
siempre es precoz.
Hay un cambio en la concepción del criterio evolutivo (con el cambio de paradgima).
También critica al paralelismo psicofísico (que toda enfermedad mental tenga origen
lesional, es decir, causa orgánica). Bleuler tiene alguna hipótesis psicopatológica o
por lo menos considera que hay síntomas que son efecto de la reacción de la psique
enferma a esa perturbación que inicialmente comienza en el organismo
18
(profundizamos más adelante con la teoría de los síntomas de Bleuler). Aquí se
introduce otro orden de causalidad propiamente psíquico. Por último, volvemos a la
idea esbozada al principio, lo que marca el comienzo de este paradigma y que
unifica las concepciones que encontramos en este es pensar es que hay un
proceso patológico que subyace al conjunto de los síntomas ya identificados
por la semiología. Los hallazgos de Kraepelin no caen por tierra sino que se
cambian algunas formulaciones.
Vamos a pasar a definir el proceso patológico propio de la esquizofrenia para Bleuler
y la distinción de los síntomas fundamentales que él establece (conserva la división
entre síntomas fundamentales y accesorios aunque introduce modificaciones con
respecto a la propuesta de K.).
Para B el proceso patológico que está a la base de la esquizofrenia es lo que
denomina en alemán spaltung (escision, desdoblamiento de las funciones
psíquicas). Este proceso estaría definiendo para B a la esquizofrenia, de ahí que
quede en el nombre del cuadro. La esquizofrenia va a ser un proceso patológico
cuyo conjunto de síntomas se caracteriza por esta marca del desdoblamiento
de las funciones psíquicas. Esto es una hipótesis que B. formula para pensar ese
conjunto que ya había sido descripto por K en la DP.
Otra cuestión muy importante es que para B (lo comparte también con K) la
esquizofrenia cursa por brotes, por accesos de la enfermedad que no
conducen una restitución ad integrum, es decir que una vez que se desencadena
ese desdoblamiento de las funciones psíquicas no es posible volver al estado
anterior, la personalidad no va a volver a estar integrada.
Otro punto importante para B (para entender también en qué interviene en esta
propuesta un nuevo orden causal) es que para él la esquizofrenia es una afección
cuya base primariamente es fiosiógena, es decir que la perturbación primera se
daría a nivel orgánico pero trae de novedoso que a esa base se le yuxstaopone
una superestrctura que es en su origen psicógena. Es decir, que hay una
perturbación en lo orgánico, producto de esta spaltung que produce una serie de
síntomas, y hay lo que llama la reacción de la psique enferma a esa perturbación.
Esta última va a producir otra serie de síntomas.
Se complejiza el criterio psicopatológico, se convierte en un criterio
psicodinámico. Va a incluir la idea de la dinámica psíquica que toma de Freud y
plantea cómo ciertos complejos cargados afectivamente tienen la potencia, en la
esquizofrenia, de imantar el curso de las asociaciones. Esto es muy importante
porque un síntoma que para él es fundamental y primario es el trastorno de la
asociación. Vemos cómo entra en escena algo del orden de lo psicopatológico
porque ya hay para Bleuler una serie de síntomas que no son efecto meramente de
la causa orgánica, sino de la reacción de la psique ante la presencia de esa
perturbación orgánica, y cómo va incorporando del PA sobre todo, la idea de la
importancia de la afectividad en términos dinámicos (complejos afectivos podrían
modificar el curso de las asociaciones en una condición patológica). Hay que aclarar
que si bien toma ideas freudianas, excluye elementos controversiales para la época:
19
la cuestión más bien defensiva y la etiología sexual (para él la etiología última sigue
siendo orgánica). Esos síntomas psíquicos no tendrían lugar si la perturbación
orgánica no se hubiera producido primero. La concepción psicógena está atada
a lo reaccional: la psique que reacciona ante eso.
Sintomatología de la Esquizofrenia. Va a sostener esta distinción que ya
hallábamos en K entre lo que serían síntomas fundamentales y accesorios.
Síntomas fudamentales: son característicos de la enfermedad, aparecen en todos
los casos y en todos los períodos, son permanentes.
Síntomas acesorios: no son propios de la enfermedad, pueden aparecer en otras.
Son transitorios, aparecen en algunos períodos o pueden faltar.
Síntomas fundamentales (va a haber diferencias con K.): le da un lugar fundamental
al trastorno de la asociación que puede manifestarse de distintas maneras. Es lo
que K. llamaba trastornos en el curso del pensamiento. Principalmente se va a
dar porque hay una pérdida de la idea directriz, pero puede tomar otras vertientes
como las asociaciones por sonido, detenciones en le pensar, aumento del flujo de
ideas, condensación de asociaciones, cesuras, persistencia de ideas, respuestas
aproximadas.
Otro S.F. es el trastorno de la afectividad: desaparición de las emociones,
indiferencia, ausencia de respuesta afectiva, emociones carentes de profundidad,
falta de coherencia de la manifestación afectiva, rigidez, ambivalencia, analgesia.
Otro S.F. es el autismo: preponderancia patológica de la vida interior (repliegue de
la vida interior al cual el esquizofrénico se entrega), lo que está en contradicción con
sus complejos no existe, el ambiente (los otros) no puede influirlos.
Ausencia de trastornos de orientación témporo-espacial, percepción y
memoria.
Con respecto al trastorno de la asociación de ideas, la concepción subyacente para
Bleuler es que en el pensar normal el curso de las ideas está organizado por una
idea principal que es directriz de lo que quiero decir y ésta organiza una suerte de
ideas secundarias que contribuyen a vertebrar el discurso en pos de esa idea
principal (las ideas latentes que van surgiendo asociativamente (lo toma de freud)
que no tienen que ver con la dirección de esa idea directriz son dejadas de lado en
el pensar normal). En la Esquizofrenia la spaltung, hace que las ideas latentes
cargadas por determinados complejos de cada enfermo (lo toma de Freud),
sean las que gobiernen el curso de las asociaciones. Se pierde esa jerarquía
entre ideas.
Ese trastorno puede darse de diversas maneras. Ejemplo:

20
Ejemplos de trastornos de la afectividad:

Ejemplo de autismo:

Síntomas accesorios (los comparte con K.): alucinaciones (sobre todo auditivas y
corporales), ideas delirantes, síntomas catatónicos.
21
Teoría de los síntomas en Bleuler (causas)
Aparece una nueva distinción que se disloca de la distinción entre fundamentales
y accesorios que Kraepelin había propuesto desde un punto de vista clínico para
el diagnóstico.
Y con respecto a la causa va a hablar de:
Síntomas primarios: son consecuencia directa y necesaria del proceso patológico
que provee la predisposición sobre la base de la cual procesos psíquicos desarrollan
los síntomas. (son efecto directo de una causa que se sigue considerando orgánica).
Ejemplos (son bastante imprecisos): perturbación de las asociaciones, predisposición
a las alucinaciones.
Síntomas secundarios: no son consecuencia directa del proceso patológico, sino
reacción o respuesta de la psiquis enferma ante las condiciones alteradas. (Serían la
superestructura psíquica de la enfermedad). Pueden estar ausentes o cambiar, sin
que por eso cambie el proceso patológico.
Ejemplos: trastorno de la afectividad y autismo.
Para Bleuler el único síntoma que sería primario y fundamental seria el trastorno
de la asociación de las ideas (otra diferencia con K. para quien los S. Fund. se
daban en el plano de la afectividad y la volición, también en el curso del pensamiento
pero lo fundamental en sus descripciones era en esos dos planos).
Por último, pasamos a la reflexión de un psiquiatra contemporáneo a Lacan, Henry
Ey, sobre este momento de la disc psiquiátrica, donde surge una nueva disc que es
la psicopatología. Menciona que se produce un hiato entre la clínica y la etiología,
esto marca una ruptura con el paradigma anterior: “Decir que una enfermedad mental
depende de tal o cual factor no equivale a definir a esta enfermedad mental por su
factor etiológico → Separación entre EM y etiología. La tipicidad del cuadro clínico no
depende de la especificidad del proceso etiológico. La EM no depende directamente
más que en un segundo grado de tal o cual proceso etiológico. Entre el proceso
orgánico y la EM hay un intérvalo. Es lo que he propuesto llamar hiato orgánico-
clínico que separa la causa orgánica de su efecto psicopatológico”. (Ey, .p. 81).
E. Minkowsky. Discípulo de Bleuler, publica en 1927 "La Esquizofrenia", pertenece
a la fenomenología, corriente de pensamiento muy próxima al PA aunque le hace
algunas críticas. Lo que aporta el abordaje fenomenológico es que toma en
consideración, lo vivido, el modo en que alguien tiene de experienciar la
realidad, dando por sentado que esa experiencia no es una. Importancia de la
situación vital y de la historia subjetiva.
Encontramos en este autor críticas que son propias de ese paradigma de la
psiquiatría: critica al carácter fragmentario y atomista de la semiología, en tanto se
trataba de detectar estos índices semiológicos de esas causas orgánicas, ese
carácter fragmentario va a ser algo cuestionado porque la propuesta de este autor es

22
que hay también en la patología una organización estructural, el todo es más que la
suma de las partes (noción de estructura. Gestalt). Articulación de la semiología en
una perspectiva integradora que considere holísticamente el funcionamiento del
sujeto.
Propone pensar un trastorno fundamental, generador que condiciona los fenómenos
patológicos.
Difiere con Bleuler en lo que sería ese trastorno fundamental de la esquizofrenia,
para M. es la pérdida del contacto vital con la realidad, un impulso/contacto vital
con la realidad que se va apagando (K. hablaba de la pérdida del sentimiento intenso
de la vida) y quedará el otro costado más bien del juicio, de lo intelectual.
En función de esa pérdida, se producen mecanismos compensatorios (imp. porque
hasta ahora solo se hablaba de lo deficitario, lo trastornado, lo que no funciona como
debería). Aquí se trata de algo perturbado, pero también de cómo el funcionamiento
subjetivo considerado integralmente produce compensaciones de eso: en tanto lo
que está afectado en la esquizofrenia es el impulso vital, la compensación vendrá del
lado de lo intelectual, de un exceso en el racionalismo o en el geometrismo
mórbido (nombre que le da a los mecanismos compensatorios).
Minkowsky está hablando, entonces, de comportamientos que podrían
pensarse como ceremoniales, un exceso de racionalización, posible de
confundir con comportamientos obsesivos, o que le dan al cuadro un tinte
obsesivo. Pero el obsesivo tiene la particularidad de luchar contra esos síntomas. El
esquizofrénico no quiere librarse de ellos, quiere que se los permitan realizar
al pie de la letra. Punto diagnóstico diferencial importante.
Teórico Nº 5 (parte I)
La Psicopatología de Karl Jaspers
Bienvenida
Buenos días, ¿cómo están? Como podrán ver, hoy les ofrecemos un teórico “mixto”
(video+escrito). La complejidad del tema -y el hecho de que no tenga su apoyatura
en los TP-, requiere de la combinación de estas dos herramientas que nos provee
la virtualidad. Confiamos en que les va a resultar útil para cuando aborden
problemáticas relativas al ámbito de las psicosis en los talleres clínicos, y también
para captar mejor algunos de los planteos críticos de Freud y de Jacques Lacan
desde la perspectiva del psicoanálisis. ¡Y recuerden, además, que éste es un tema
que entra para el final!
Introducción
En la presente clase los invito a revisar los aportes más importantes de Karl Jaspers
- fenomenólogo enrolado en la Escuela Psicodinámica alemana de comienzos del
siglo XX-, al campo general de la Psicopatología y, más especialmente, al de las
psicosis. Se trata de un autor clave para nuestra asignatura, ya que su crítica
sistemática al discurso psiquiátrico de la época promovió la instauración de la
23
Psicopatología como una disciplina autónoma, emancipada de la servidumbre para
con la Neurología a la que la sometía la hipótesis del paralelismo psicofísico. Autor
también polémico -como veremos más adelante-, que fue retomado por Jacques
Lacan en los primeros años de su enseñanza de seminario, tanto para rechazar sus
preceptos metodológicos como para recuperar algunos de sus valiosos conceptos
clínicos en el diagnóstico de las psicosis.
Les propongo entonces organizar nuestro recorrido de acuerdo a dos ejes:
En primer lugar, vamos a situar las generalidades de la concepción de Jaspers sobre
la psicopatología, vertebrada por el empleo de un método fenomenológico original.
En segundo lugar, trataremos de establecer las consecuencias que entraña la
aplicación de dicho método en el campo de la clínica -en especial la de las psicosis-
.
En cada caso dejaremos señaladas, a modo de contrapunto, las relaciones entre la
perspectiva de este autor y la del psicoanálisis.
¡Manos a la obra!
Breve reseña sobre la Psicopatología de Jaspers
Comencemos por contextuar la obra del autor y por situar algunos de sus aspectos
generales más significativos. En el año 1913 este filósofo y psiquiatra alemán de
raigambre fenomenológica publicó un texto llamado “Psicopatología general”, en el
que estableció los fundamentos de lo que él creía que debía ser una disciplina teórica
autónoma, sostenida en una reflexión metodológica. Era una época, recordarán, en
la que el debate por el problema de las causas de la patología mental estaba en el
centro de la escena, y en donde, como dice Bercherie en “Los fundamentos de la
clínica”, el edificio psiquiátrico -sólidamente asentado sobre la hipótesis del
paralelismo psicofísico- comenzaba a desmoronarse. Como vieron en el teórico Nº 4
de la Prof. De Battista y también en el TP4, Bleuler fue motor de ese movimiento al
introducir la importancia de los factores psicógenos en la causación de la
esquizofrenia, allí donde hasta el momento sólo se pensaba en la etiología orgánica.
Pues bien, Jaspers va a ser una parte crucial de dicho movimiento. Veamos por qué.

En la obra mencionada, Jaspers distingue a la Psiquiatría de la Psicopatología a


través de una serie de oposiciones: la primera es una profesión práctica, que trata
con seres humanos individuales (para asesoramiento, tratamiento, peritaje, custodia,
etc.), en la que el psiquiatra se maneja con la empatía, con la intuición personal. La
segunda, en cambio, es una ciencia teórica, que apunta a conocer al hombre en
general, y que busca lo que puede expresarse en conceptos comunicables. Esto
último es interesante, ya que, como el propio Jaspers reconoce, implica un límite para
su disciplina, en tanto nunca puede reducirse al hombre individual a uno o varios
conceptos psicológicos, sino que, por el contrario, siempre hay algo que es
incognoscible o incomparable en la naturaleza humana, que no se deja atrapar por
las leyes de lo general.
24
Hecha esta salvedad, hay que agregar que a Jaspers no le interesa conocer todo el
acontecer psíquico, sino que se detiene especialmente en el acontecer psíquico
patológico. En este punto, el autor advierte lo que ustedes ya han trabajado en los
primeras clases, que es la imposibilidad de establecer un concepto unívoco de
enfermedad, de lo que es morboso y lo que no. Como otros autores de la época,
reconoce la importancia de la Psicología para brindar un parámetro de la normalidad,
aunque asevera que ésta se ocupa de aspectos muy elementales y que se necesita
una psicología “más amplia”. Pero lo cierto es que, aun reconociendo que está en un
terreno resbaladizo, avanza y nos da algunas precisiones sobre lo que considera que
es el objeto de estudio de la Psicopatología.
Dijimos que se trata del acontecer psíquico patológico, ¿verdad? Bueno, a eso le
agrega dos elementos más.
En primer lugar, señala que los hechos psíquicos suponen una unión indisoluble entre
cuerpo y alma, es decir, que es imposible pensar lo psíquico sin lo orgánico y lo
orgánico sin lo psíquico. Esa idea de un intercambio recíproco es importante, porque
como observarán ustedes, sienta una posición particular acerca del paralelismo
psicofísico. Al respecto, hay que decir que Jaspers no rechaza la influencia de lo
orgánico sobre el psiquismo, lo que rechaza es la subordinación de lo psíquico a lo
orgánico. Entonces, habla de co-dependencia, de influencia de las causas psíquicas
(por ejemplo, las vivencias) sobre lo orgánico y de las causas orgánicas sobre lo
psíquico. En suma, relativiza el paralelismo psicofísico, complejizando así la
respuesta al problema de la causa.
Y por último añade algo más: el objeto de estudio de la Psicopatología es el acontecer
psíquico patológico y…conciente. Como se darán cuenta, en este punto se diferencia
de Freud, quien rechaza la idea de que “todo lo conciente es psíquico y a la inversa,
todo lo psíquico es conciente”. F reud se sustrae de las dificultades que acarrea esta
posición, contradiciendo la equiparación entre lo anímico y lo conciente. En “Algunas
lecciones elementales sobre psicoanálisis”, se expresa de manera contundente con
respecto a la verdadera naturaleza de lo psíquico: “Lo conciente no es la esencia de
lo psíquico, sino tan solo una cualidad, y además inconstante (…) más a menudo
ausente que presente” (Freud: 1940, 285). Para él, la esencia de lo psíquico radica
en su determinación inconsciente. Así, el psicoanálisis mantiene la “unidad de lo
psíquico”, creando una teoría que no remite a procesos orgánicos paralelos y que
evita “las concepciones lacunosas e incompletas que la conciencia puede dar de los
fenómenos anímicos” (Freud: 1940, 288). Como veremos a continuación, estas
diferencias radicales entre Freud y Jaspers no son ajenas a sus respectivos
métodos.
El binomio metodológico de Jaspers: comprensión-explicación
Resumamos entonces brevemente en qué consiste el método de Jaspers para
aprehender lo “psíquico patológico”. Se trata de un procedimiento para captar la
naturaleza y las relaciones causales de los hechos psíquicos, basado en dos
operadores: la comprensión y la explicación (ver gráfico Nº 1). Vamos a detenernos
un poco en cada uno de ellos.
25
En cuanto a la comprensión, corresponde para él a una “visión desde dentro”, que
permite cernir cómo lo psíquico surge de lo psíquico, en una relación de sentido, o
que permite representarse una vivencia particular, tal como se presenta en la
conciencia del enfermo. El primer caso se denomina comprensión genética, y
consiste en la captación intuitiva del engendramiento de lo psíquico por lo psíquico,
lo que resulta evidente en cada caso particular, si se usa la empatía. Así, se puede
comprender genéticamente que el amante engañado se ponga celoso, o que el que
es atacado se vuelva colérico. Este tipo de comprensión alcanza a las motivaciones
concientes de las manifestaciones, expresiones o actos del enfermo. En cambio, la
comprensión estática se relaciona con el conocimiento intuitivo y empático de un
estado psíquico, con sus cualidades, tal como se presenta en un momento dado.
Al comienzo de la clase les señalaba el debate que Jacques Lacan establece con la
obra de Jaspers en los primeros años de su enseñanza, y les decía que rechaza
algunos de sus conceptos, así como también recupera otros. Pues bien, la noción de
comprensión jasperiana va a estar en el centro de la crítica de Lacan en el marco de
su Seminario III, destinado al estudio de las psicosis. Allí, la considera un “espejismo”,
basado en puntos de referencia ideales que provienen del sentido común. Dice que
no es cierto, por ejemplo, que sea comprensible que alguien que recibe una bofetada
llore, ya que hay muchas respuestas posibles a la vivencia de una bofetada. Afirma
que esa variedad de respuestas subjetivas posibles se diluye en la noción de
comprensión, lo que conduce a extravíos en la dirección de la cura. En función de
eso, nos da una indicación: en psicoanálisis NO debemos comprender. Dejo aquí
simplemente señalada esta cuestión, que será objeto de nuestro estudio cuando
avancemos en la cursada de la materia.
Volvamos a Jaspers. En lo que concierne al segundo operador, la explicación, es el
que entra a jugar cuando la comprensión genética encuentra un límite, es decir,
cuando aparece en lo psíquico algo nuevo, que no puede ser captado en una relación
de sentido que lo vuelva comprensible. Entonces, dice Jaspers, debe ser explicado
causalmente. La explicación es básicamente una “visión desde fuera”, que permite
conocer, de modo hipotético, relaciones causales objetivas. Para ello se debe apelar
a construcciones teóricas, que nunca pueden ser probadas en sí mismas de modo
completo, y que sólo pueden ser representadas de manera comparativa, metafórica.
Aquí Jaspers introduce la noción de mecanismo extraconciente, que a diferencia del
inconsciente freudiano, es algo que nunca fue experimentado, no se puede
demostrar ni advertir, sino que es simplemente una hipótesis teórica, indirecta,
presumible a los fines de la explicación causal de la vida psíquica. Así, por ejemplo,
para explicar ciertos fenómenos psicopatológicos se puede apelar al supuesto de una
disposición (habilidades, aptitudes, aracteres) o de un fundamento “corporal”,
presumiblemente ubicado en la corteza cerebral. Todas esas son conjeturas teóricas
extaconcientes que se utilizan para dar cuenta de la patología cuando la
comprensión resulta insuficiente.
A partir de lo expresado, pueden inferirse las diferencias entre el método de Jaspers
y el método psicoanalítico de Freud. El primero apunta a establecer una teoría que
dé cuenta de las causas de lo psíquico patológico hasta los límites de la conciencia
26
y supone, en última instancia, la intervención de mecanismos extraconcientes ligados
a disposiciones o fundamentos corporales. El segundo, en cambio, es un método
terapéutico, destinado a la curación de los síntomas -en principio de los sujetos
aquejados de neurosis-, que se basa en la idea de su determinismo inconsciente.
Volveremos sobre ello más adelante.
Dicho esto, lo que vamos a trabajar ahora es cómo, a partir de la aplicación de los
operadores comprensión y explicación, Jaspers divide el amplio campo clínico de la
psicopatología en dos grandes grupos: las patologías en su mayor parte
“explicables”, denominadas procesos, y las patologías en su mayor parte
“comprensibles”, llamadas desarrollos. (ver gráfico Nº 3)
Los procesos psíquicos
Los llamados procesos psíquicos (ver gráfico Nº4), son una serie de patologías que
marcan el límite a la comprensión, en la medida en que los fenómenos que las
caracterizan no pueden ser derivados, en una relación de sentido, de ninguna
vivencia. Es decir que aparecen y evolucionan según sus propias leyes, con plena
independencia de cualquier motivo psíquico. Se trata, como dice Jaspers, de “un
crecimiento primario de la enfermedad, sin relación con el destino personal y con el
vivenciar del enfermo”, que abarca, en líneas generales, la demencia precoz o
esquizofrenia, una parte de la paranoia y la psicosis maníaco-depresiva que hemos
estudiado en los teóricos anteriores.
¿Cómo se reconoce a los procesos en la clínica? Se los identifica porque
consisten en una alteración duradera de la vida psíquica y porque responden
a un conjunto de criterios biográficos. Estos son: la aparición de algo “nuevo” en
un espacio temporalmente localizable y corto (marcan una ruptura en el curso de la
vida), la falta de causa vivencial suficiente que los fundamente y la irrupción
concomitante de un conjunto de síntomas conocidos, que el autor agrupa en lo que
llama el “complejo sintomático de la vida psíquica loca”.
Detengámonos ahora en este último aspecto, para precisar cuáles son los fenómenos
que según Jaspers componen dicho complejo, en especial en las formas paranoides
de la psicosis (también habla de un complejo catatónico y uno de los estados
afectivos anormales, pero éstos son muy similares a las descripciones de Kraepelin).
Antes que nada, es necesario aclarar que el término “complejo” no tiene para Jaspers
la connotación que adquiere en Bleuler, ni mucho menos la que nos brinda el
psicoanálisis freudiano. No se trata para él de ningún concepto metapsicológico,
sino simplemente, de un conjunto de fenómenos. En ese sentido sería asimilable
más bien a la noción de síndrome, que implica una constelación de signos clínicos
relacionados.
Antes de adentrarnos en la caracterización de los síntomas, agrego que esa idea de
ruptura en la vida psíquica, de un antes y un después, sí va a ser valorada por
Lacan su Seminario sobre la psicosis, y también más adelante en su obra, ya que
para él diferencia de Kraepelin- el comienzo de la psicosis siempre supone un
quiebre, desencadenamiento que surge ante determinadas coyunturas. Ya lo
veremos en su momento.
27
Pero sigamos con Jaspers. ¿Cuáles son entonces los signos clínicos característicos
del complejo psíquico paranoide?
Detengámonos primero en el delirio, pues el complejo sintomático paranoide
engloba, para este autor, una parte de las formaciones delirantes (veremos luego que
la otra corresponde a los desarrollos). ¿Qué es el delirio procesual?”. Según Jaspers,
el delirio es un fenómeno primario, en el que se produce “una transformación de la
vasta conciencia de la realidad”. Esa transformación afecta tanto la experiencia
directa que el enfermo tiene de la realidad -esto es, las vivencias que llegan a través
de la percepción, con su significación- como el pensamiento de la realidad, que surge
de la elaboración ideica de las experiencias inmediatas. Estamos entonces ante una
manifestación clínica compleja, en la que se reconocen distintos órdenes de
fenómenos:
En primer lugar, y a la base de toda la formación delirante, encontramos lo que el
autor llama vivencias delirantes primarias. ¿En qué consisten? En la irrupción de una
nueva significación que atraviesa las percepciones, las representaciones, los
conocimientos. De golpe todo empieza a significar algo distinto, aunque al comienzo
no se sepa exactamente qué. Tal es el caso de una enferma referida por Jaspers
que decía a su esposo: “pasa algo, dime qué es lo que pasa” y que, ante la réplica
del mismo, afirmaba “no lo sé, pero hay algo”. Dichas vivencias delirantes primarias
aparecen sin motivo en la vida psíquica. Esto quiere decir que no se derivan de otras
vivencias, no son comprensibles sino que son referidas, mediante el recurso a una
explicación causal, a un proceso psíquico. Abarcan las percepciones,
representaciones y cogniciones delirantes. Las primeras, consisten, no en una
interpretación conforme a un juicio, sino en la inmediata experiencia de la
significación en la percepción misma, normal e inalterada. Jaspers señala que los
objetos se vuelven raros, de mal talante, supra terrestres; los comportamientos, las
palabras, “aluden” al enfermo silenciosamente. Le “dan a entender” con la mirada,
con los gestos. Las casualidades no son tales, todo lo que ocurre es evidentemente
intencional, y significa una advertencia, una injuria, etc. Las segundas, las
representaciones delirantes, coinciden con lo que Krapelin llamaba ilusiones de la
memoria o falsificaciones de recuerdos: son nuevas coloraciones, nuevas
significaciones que adquieren los recuerdos de la vida. El recuerdo se ve atravesado
por una nueva significación de modo repentino, como una ocurrencia inesperada (por
ejemplo, un paciente que recuerda que hace años estuvo en un desfile ante el
emperador, y ahora “se da cuenta” de que es el hijo del rey Luis). Finalmente, las
cogniciones delirantes, caracterizadas porque los enfermos poseen el conocimiento
de enormes sucesos mundiales, sin haberlos vivenciado (por ejemplo, una paciente
de Jaspers lee la Biblia, enseguida se cree que es María, y experimenta el suceso
que lee como vivencia propia).
Por favor presten mucha atención a este fenómeno que es la vivencia delirante
primaria.
Cuando estudiemos la obra de Lacan, vamos a ver que adquiere una importancia
fundamental en su elaboración de lo que llama “fenómenos elementales”, esto es, de

28
las manifestaciones clínicas mínimas que tienen valor para el diagnóstico de la
psicosis.
Dicho esto, volvamos a nuestro autor. Sobre la base de estas vivencias tan
particulares, se instala otro fenómeno del delirio, al que Jaspers denomina idea
delirante verdadera. El autor usa esa expresión para nombrar a los juicios
patológicamente falseados, fundados en las vivencias originarias alteradas, cuyos
rasgos externos son la convicción extraordinaria con la que se afirman (certeza), la
condición de no ser influíbles por la experiencia y su irreductibilidad al sentido. Debe
aclararse que estos falsos juicios sobre la realidad, que en todas las circunstancias
constituyen “un producto secundario”, no siempre se encuentran alterados en su
aspecto formal, de modo tal que sólo pueden distinguirse de un juicio normal por el
contenido que les provee la experiencia radicalmente trastocada. Parafraseando a
Jaspers, el “error” de juicio en las ideas delirantes está “en el material”, mientras que
el pensamiento formal puede quedar intacto. El autor añade que el sujeto se aferra
a las ideas delirantes como verdades, manteniéndolas contra todas las otras
experiencias con un convencimiento que supera a la certidumbre normal.
Finalmente, estos elementos del delirio a veces son puestos en una relación exenta
de contradicción con las percepciones reales y los conocimientos del sujeto. Esto se
alcanza mediante un trabajo -podría decirse secundario- al que llama elaboración
delirante que consiste en una tarea de sistematización tendiete a dar coherencia a
los distintos elementos en un conjunto comprensible. Estas elucubraciones presentan
cierta movilidad en la medida en que pueden ser reemplazadas por otras o incluso
ser olvidadas, lo que las acerca a las llamadaas ideas deliroides – formaciones
delirantes, influibles, variables, que pueden desaparecer y que, en oposición a las
verdaderas ideas delirantes carecen de certeza absoluta.
Junto a esta tríada vivencia delirante primaria – idea delirante verdadera –
elaboración delirante, el complejo sintomático paranoide se completa con otras
manifestaciones clínicas. Estas son:
- El fenómeno de lo “hecho” o lo fabricado. Jaspers señala que las personas
normales tienen la conciencia de que los procesos psíquicos son suyos y que
eso es lo que les permite decir “yo percibo”, “yo actúo”, “yo siento”. En el
fenómenos de “lo hecho” o “lo fabricado”, en cambio, los sentimientos,
percepciones, acciones voluntarias, estados de ánimo del enfermo se
enmarcan en una experiencia irreductible de no pertenencia e imposición. Así
el enfermo siente que está bajo un poder extraño, que no es dueño de sí mismo,
ni de sus pensamientos, sentimientos o movimientos. Se siente marioneta
puesta en movimiento o paralizada (le roban los pensamientos, le hacen decir
o hacer cosas, “lo ponen” en tal o cual estado de ánimo).
- Las sensaciones corporales anormales y los neologismos: son sensaciones
inefables, indescriptibles, a nivel del cuerpo y de los órganos, que muchas
veces requieren de palabras inventadas para poder ser nombradas.
- las alucinaciones visuales y auditivas

29
- la conservación de la orientación y la lucidez de la conciencia
Los desarrollos anormales de la personalidad y las reacciones vivenciales legítimas
Pasemos ahora al segundo grupo, que corresponde a las patologías en su mayor
parte “comprensibles”. Estas abarcan los llamados desarrollos anormales de la
personalidad y las reacciones vivenciales patológicas (ver gráfico Nº5).
Aclaro que esta separación es un tanto artificial, hecha más con fines didácticos que
otra cosa, ya que ambas modalidades convergen en lo más importante, que es su
comprensibilidad.
En cuanto a las primeras, los desarrollos anormales de la personalidad, tienen sus
causas sólo en la disposición individual (Jaspers le llama anlage) que realiza su curso
vital en intercambio mutuo con el medio, sin ruptura incomprensible. Representan
una disposición que se aparta del término medio, como si fueran variaciones
extremas de la naturaleza humana, de acuerdo a las cuales se elaboran las vivencias
de un modo particular. ¿Vieron que hay personas de temperamento depresivo o
eufórico, que viven toda su vida a través de ese cristal? Bueno, Jaspers incluye en
este grupo a ese tipo de personas: las que presentan variaciones en el temperamento
(flemáticos, eufóricos, depresivos), en la energía psíquica (neurasténicos y
psicasténicos), o en el carácter (sensitivos, inseguros).
Respecto de las segundas, las reacciones vivenciales legítimas, se trata de una serie
de patologías que surge como respuesta a una vivencia desencadenante. Esto es
importante porque para poder diagnosticarlas es necesario tener en cuenta que debe
haber una ligazón temporal con la vivencia que las originó (primero la vivencia, luego
la reacción) y además, que el contenido de la reacción esté en una relación
comprensible con esa vivencia. ¿Ejemplo? Las neurosis de guerra. No hay neurosis
de guerra si el enfermo no estuvo antes en una guerra y, además, si no presenta
síntomas cuyo contenido esté relacionado con lo que vivió (por ejemplo, pesadillas
recurrentes de que caen bombas a su alrededor, flashbacks con situaciones
padecidas en combate). Jaspers agrega que estas reacciones son en general
alteraciones pasajeras, con retorno al statu quo ante (es decir al estado psíquico
anterior). No obstante, señala que los contenidos pueden seguir actuando y llegar a
un desarrollo anormal de la personalidad. Ahora bien, aunque estas reacciones no
aparecen sin la vivencia que las motivó, eso permite comprender sólo una parte de
la reacción. Veámoslo con otro ejemplo: la llamada psicosis carcelaria no se produce
sin la vivencia de la privación de la libertad, y el contenido del delirio se relaciona con
dicha vivencia. Pero la vivencia por sí sola no da cuenta de por qué algunos
individuos privados de la libertad desarrollan un delirio de los prisioneros y otros no.
De allí que se necesite de otra parte causal, que explique la transposición a lo
patológico. Para ello es necesario recurrir a la explicación, por caso, a los
mecanismos extraconcientes o a las disposiciones. Es por eso que al comienzo les
decía que son patologías “en su mayor parte comprensibles”: en ellas predomina la
comprensión, pero también se necesita apelar, aunque en distinta proporción, a la
explicación. Lo mismo sucede, pero a la inversa, con los procesos: si bien son en su
mayor parte explicables, también admiten, en cierto punto, la aplicación del operador
30
de la comprensión . Así, por ejemplo, una vez instalado el delirio -que es
inmotivado-, resulta comprensible que si el individuo se siente perseguido
experimente miedo o huya.
Para terminar, agrego que Jaspers también ubica dentro de este grupo de las
reacciones vivenciales legítimas al deliro de querulancia de Kraepelin (¿se acuerdan
del caso del sastre?) llamado de “reivindicación” por los franceses, que suele ser
disparado por una vivencia de perjuicio. Según el autor, a la base de estos delirios
no se encuentran ideas delirantes verdaderas fundadas en vivencias delirantes
primarias, sino ideas sobrevaloradas. Estas surgen comprensiblemente de otros
hechos psíquicos, como emociones, deseos, temores, ligados a una vivencia, y no
requieren de una transformación de la personalidad. Son ideas acentuadas por un
estado afectivo muy fuerte -comprensibles por la personalidad del individuo y por las
circunstancias de su vida-, que son tenidas falsamente por verdaderas. A diferencia
de las ideas delirantes legítimas, Jaspers afirma que se desarrollan
comprensiblemente en función de la personalidad y de la situación, y no son producto
de la cristalización de vivencias delirantes primarias oscuras, enigmáticas, difusas.
Gráficos de ayuda
Gráfico 1:

Gráfico 2:

31
Gráfico 3:

Gráfico 4:

32
Teórico N°5 (parte II)
Complemento de la clase dada por Carbone. Acerca de la psicopatología de Jaspers.
Objetivo: que podamos integrar distintas perspectivas de la psicopatología, la
psiquiatría y el psicoanálisis respecto del padecimiento mental.

Cómo en el campo de la psiquiatria surgen hipótesis psicopatológicas de distinto


tenor. Vamos a trabajar el Psicodinamismo de Bleuler y la Psicopatología de Jaspers
33
para luego tratar de captar la diferencia fundamental entre esas diferencias que ya
son psicopatológicas y se desprenden de la psiquiatria y las diferencias con el PA-.
Paradigmas de la Psiquiatría. Punto de atolladero que no permitía avanzar en la
producción de saber era la cuestión de la causa.

El paradigma de las EM está fundamentado en un supuesto con respecto a la causa


que es el paralelismo psicofísico. Causa orgánica supuesta en una lesión que se
podía encontrar por el método anátomo-patológico y que producía directamente
síntomas en el plano psicológico. Es decir que lo psíquico quedaba subordinado a
esa causa orgánica, de ahí la idea del paralelismo: si había síntomas en lo psíquico
se suponía la presencia de lesión en lo orgánico (series que corrían juntas).
Ahora bien, en el paradigma de las Estructuras Psicopatológicas nos vamos
encontrar con que la idea del paralelismo empieza a ser criticada y relativizada. No
en el punto tal de que la causa es orgánica, eso continua incluso hasta hoy en día
para la psiquiatría. El punto que se relativiza es el paralelismo, es decir, que todo
síntoma psíquico sea efecto directo de una causa orgánica. Aparece la hipótesis de
que algunos síntomas psíquicos son efecto de la causa orgánica y otros aparecen
por efecto indirecto, es decir, que son producto de la reacción de la psique ante esa
perturbación que se dio primariamente en lo orgánico. Esos factores son psicógenos
pero secundarios con respecto a esa causa orgánica que sigue siendo lo primario.
El psicodinamismo de Bleuler

34
El desplazamiento aparece como un defecto, algo erróneo o que debiera ser
corregido. Lo que opera como normalidad es el tipo de asociación en el que las ideas
se jerarquizan a partir de una idea directriz. En la Esquizo la idea directriz no aparece
y las asociaciones se disgregan y son comandadas por los complejos. B. lee allí una
lógica defectuosa, un error en las asociaciones, debido a este proceso primario de la
esquizo. Lo que hay de fondo es la idea de cierta normalidad donde las asociaciones
estarían bien conservadas, jerarquizadas, y orientadas por una idea directriz, y una
condición deficitaria (como es la esquizo) donde los desplazamientos y
condensaciones se darían como consecuencia de ese defecto, producido
primariamente por una alteración en lo orgánico.
Pasamos a otra cita para aclarar aun mas cómo esa perturbacion refiere, en última
isntancia para B., a una perturbacion cerebral:

Destaquemos que esos síntomas psíquicos que se desarrollan indirectamente son


mecanismos anormales para B. y veremos que es una gran diferencia con la
psicopatología freudiana. Porque para Freud la etiología no va a ser orgánica sino
libidinal, es decir, sexual, y para él el icc no tendría una localización anatómica
precisa, cerebral.
35
Diferencias con la Psicopatología freudiana:

Son dos posiciones que pueden considerarse psicodinámicas pero en los cuales
encontramos diferencias fundamentales a la hora de utilizar los conceptos.
DSM-5 (2013): intento extenso por categorizar todos los trastornos mentales,
aparece más bien el término espectros o afecciones mentales. En lo que es la sección
de criterios y códigos diagnósticos la esquizofrenia aparece: “Espectro de la
Esquizofrenia y otros trastornos psicóticos”. Pero otras categorías que estudiamos
como la Paranoia han desaparecido de este tratado. Eso no quiere decir que hayan
desaparecido de la experiencia clínica porque seguimos encontrándolas pero no hay
un código en los manuales estadísticos que nos permitan diagnosticarla. En cambio
la esquizofrenia se mantuvo, y si vamos a los criterios diagnósticos nos encontramos
con las caracterizaciones de Bleuler.
Psicopatología de Jaspers
“Psicopatologia General” (Jaspers, 1913).

Citas en las que puede captarse la relativización del paralelismo psicofísico. Ese
dogma (1° cita) que acompaña la tesis de las EM es considerado por Jaspers una
limitación, una servidumbre que considera debe quedar por fuera de su
Psicopatología General. Eso no implica que deje de considerar a los procesos
36
corporales como las causas lejanas de los fenómenos psíquicos. Por eso sería más
correcto decir que el paralelismo psicofísico es relativizado, lo que se relativiza es
esa correspondencia entre esa causa orgánica y los fenómenos psíquicos. No habría
tal subordinación, tal paralelismo, eso no implica que siga pensando que la causa
última se encuentra en procesos corporales, como los llama él.
Eso queda de manifiesto también en su método fenomenológico (diferencia con
Freud), que incluye a la comprensión y a la explicación causal.

La comprensión por su parte implica apelar a cierto co-vivenciar, a la auto-reflexión,


al enlace de cierta vivencia en una relación de sentido, una suerte de conexión
psíquica entre la vivencia y la reacción donde esta última se puede comprender a
partir de la vivencia, estamos en este plano de la comprensión, en un plano psíquico.
Hay dos planos de reacción, la estática y la genética. En la primera se captan las
cualidades y los estados psíquicos individuales tales como son vivenciados
(fotografía de un estado mental) importancia del co-vivenciar, la empatía, en la
medida en que el estado al que refiere el enfermo es uno que yo también puedo tener.
Por otra parte está la comprensión genética definida como la captación subjetiva
evidente de las relaciones psíquicas desde adentro. Aquí lo genético refiere a esa
suerte de conexión entre una vivencia y una reacción. Es decir, que una reacción
pueda ser explicable psicológicamente (no causalmente) desde adentro, que la
reacción pueda ser explicable por la vivencia. En ese caso estamos en el plano
estamos de la comprensión genética, que no hay que confundir esa explicación
psicológica o desde adentro, con lo que va a llamar la explicación causal. Porque la
explicación causal entra a jugar cuando se llega a un límite de la comprensión como
método. Cuando nos topamos con algo que es incomprensible (esto a su vez marca
un límite de la psicopatología, en Jaspers limitada a la cc y a lo comprensible) incluye
la posibilidad de explicarlo causalmente, a aquello que se presenta como
incomprensible, como por fuera de la cadena de sentido, o que no puede ser
explicable psicológicamente como reacción a partir de una vivencia. Eso
incomprensible va a ser causalmente investigable y va a entrar a jugar una hipótesis
teórica que es la de los mecanismos extra-concientes. Estos son representaciones
teóricas, es decir, no son del orden de lo vivenciado o experimentado aunque no
37
advertido, no, no hay empiria posible de los mecanismos extra-conciente, son
hipóesis teóricas a las cuales Jaspers apela para dar cuenta de eso incomprensible.

Primera cita, queda en claro que lo que cae es el paralelismo, no la etiología esté en
procesos corporales. Ha caído el interés por ubicar anatómicamente una lesión, pero
no la idea de que ese proceso biológico altamente complicado, inexplorable por el
momento, es lo que está en el origen del padecimiento mental.
Segunda cita, es una suerte de límite de la psicopatología de Jaspers en la medida
en que queda limitada a la conciencia y no hay la hipótesis de un sistema psíquico
icc como si la hay en Freud. Aquí lo extracc es corporal, es un proceso biológico
inexplorado, pero biológico al fin.

38
Citas de Freud sobre como concebir lo patológico ya no como una condición anormal:

Podemos pesquisar lo subversivo de cómo el PA plantea el padecimiento, la


normalidad, y de alguna forma los subvierte.
Cita de la conferencia 16 que apunta a la posibilidad de un trabajo interdisciplinario,
que el saber de la psiquiatría pueda complementarse con el saber PA. Se trata de los
alcances y limitaciones de cada disciplina y prniicpalmente de los puentes que
puedan establecerse para abordar la enorme complejidad del padecimiento mental:

Teórico N°6 (parte I)


HISTERIA
39
De sus antecedentes en el campo de la Psiquiatría al “vuelco freudiano”
A modo de introducción
Para entender cuál es la novedad de la obra de Freud sobre la histeria resulta
necesario hacer un recorrido preliminar a fin de situar los sucesivos contextos en los
que ésta se inscribió como concepto y su compleja inclusión en el ámbito de la clínica.
Como lo señala Paul Bercherie en su texto “Génesis de los conceptos freudianos”, la
delimitación del campo clínico de la histeria no sucedió de un modo lineal; por el
contrario, la concepción de la misma fue variando a lo largo del tiempo, de acuerdo
a las diferentes perspectivas desde las cuales se captaban sus fenómenos y se
explicaban hipotéticamente sus causas.
El objetivo de la presente clase es desarrollar brevemente los hitos más significativos
en la historia de esta milenaria entidad que sirvieron de antecedentes a la obra de
Freud, para tomar luego los resortes del “vuelco” que éste introdujo en su abordaje.

Historia del concepto


¿Saben ustedes que los estudiosos de la “historia de la histeria” refieren que se han
encontrado papiros egipcios antiquísimos en los que se puede reconocer con cierta
claridad a esta particular forma de padecimiento? Pero no se preocupen, ¡no iremos
tan lejos en nuestro recorrido! Vamos a tomar como punto de partida la noción griega
del término, que es la que permaneció más o menos intacta durante veinte siglos.
Desde Platón e Hipócrates hasta el siglo XVII, lo fundamental del concepto de histeria
como enfermedad giraba en torno a la gran “crisis”, razón por la cual se la acercaba
a la epilepsia. Durante ese largo tiempo, la histeria era concebida como una
enfermedad propia de la mujer y se la atribuía a un desorden uterino (de allí surge su
nombre, ya que hystera o hysteron significa útero en griego). En la época de
Hipócrates se creía que el útero era un órgano móvil, que migraba por el cuerpo
femenino causando un cuadro sintomático caracterizado sobre todo por los
paroxismos: sensación de que una bola que partía del vientre subía al epigastrio,
donde provocaba una impresión de ahogo o vómitos, luego ascendía al tórax y al
cuello, produciendo ansiedad, palpitaciones, disnea y finalmente a la cabeza, donde
generaba dolor, pesadez, somnolencia o convulsiones epileptoides en todo el cuerpo,
con o sin pérdida de la conciencia. En algunos casos, se acompañaba de otros
síntomas (trastornos sensitivos, sensoriales, motores, desórdenes viscerales),
formando diversos síndromes que, lejos de constituir el objeto de una descripción
sistemática, eran relatados de modo anecdótico (no debe olvidarse que todavía no
se había desarrollado el método clínico).
Antes de Charcot: Thomas Sydenham y el “Proteo” de la histeria (1681)
Como es sabido, el siglo XVII fue un período clave para el progreso de la Medicina
como disciplina científica. En esa época comenzaron a desarrollarse, entre otras
cosas, investigaciones neuroanatómicas y teorías generales sobre el sistema
40
nervioso, que tuvieron incidencia sobre la concepción de la histeria. En ese contexto,
un médico e investigador francés llamado Charles Le Pois, fue el primero en
considerar a la histeria ya no como un desorden uterino -por eso la hizo extensiva
también al sexo masculino- sino como una enfermedad cerebral primitiva, es decir,
que tenía su origen en ese órgano -también por eso se la emparentaba con la
epilepsia -. Esta concepción, que pasó inadvertida en su momento, fue retomada
cincuenta años más tarde por Willis y por Thomas Sydenham. Pero hay que subrayar
que, a partir de entonces, la histeria pasó a ser correlacionada ya no con la epilepsia
sino con la hipocondría, llegando casi a una superposición entre ambas, que muestra
cómo se pasó poco a poco a poner el acento sobre los síntomas corporales
permanentes de origen “nervioso”.
Asistimos aquí a una primera transformación en la descripción del cuadro clínico que
va del privilegio acordado a la crisis a la importancia otorgada a los síntomas que se
manifestaban en el cuerpo (cefaleas, palpitaciones, disnea, perturbaciones digestivas
y urinarias, sensaciones de frío o de calor, insomnio). Esto es muy importante, ya
que, como lo indica muy bien Roberto Mazzuca en su texto “Cizalla del cuerpo y del
alma”, es sobre esta noción de Sydenham “que va a comenzar a trabajar Freud a
través de Charcot” (Mazzuca: 2002, 26), es decir aquella que se centra en un
conjunto de síntomas corporales permanentes. Debe señalarse que Sydenham
agrega a estos síntomas otro grupo de manifestaciones mórbidas, que afectan en
este caso al “carácter”: tristeza, desesperación, celos, pasiones violentas, etc.
Hago una aclaración más con respecto a la patogenia. Dijimos que el autor considera
que la histeria es una enfermedad del sistema nervioso; si este último está presente
en todo el cuerpo, regulando sus actividades, es lógico que cuando se altera genere
manifestaciones mórbidas en diversas partes o funciones corporales. Así, para
Sydenham los síntomas histéricos reproducían o “imitaban” simplemente los
síntomas de cualquier enfermedad, porque representaban la patología funcional de
todos los órganos.
Es por eso que se consideraba a la histeria como un “Proteo”. ¿Saben quién era
Proteo? En la mitología griega, Proteo era un dios que tenía la capacidad de cambiar
de forma. Entonces, si se pensaba que la histeria era “proteiforme” era justamente
por su capacidad de “imitación” de los síntomas de otros padecimientos, lo que
conducía a que el médico “se engañara” con facilidad. Pero cuidado, Sydenham no
creía que los enfermos histéricos mintieran a propósito, es decir que no otorgaba al
término “imitación” un sentido relacionado con lo intencional. Sin embargo, eso fue
cambiando en los siglos posteriores, al punto de llegar a suponer que los histéricos
engañaban adrede al médico y a otras personas de su entorno. Como vamos a ver
a continuación, Charcot va a operar una torsión sobre esa idea del sujeto histérico
como “simulador”.
Luego de Sydenham, tuvo lugar todo un movimiento metodológico que se concretaría
a partir de fines del siglo XVIII, inspirado en el modelo de la botánica, es decir,
orientado a la clasificación de las enfermedades en clases, géneros y especies.
Desde Pinel hasta Jules Falret, pasando por Morel y Griesinger, se ve un esfuerzo -
fallido, por cierto- por hacer pasar a la camaleónica histeria por el tamiz de la ciencia.
41
Los vanos intentos de atraparla en la nosografía condujeron a considerarla una
enfermedad “aborrecible”; retratada en términos peyorativos; la “mentira”, la
“simulación”, la “intriga” y el “engaño” pasaron a ser sus principales rasgos de
carácter. Tal como señala Freud, en la época previa a Charcot “la más enigmática de
las enfermedades nerviosas -para cuya apreciación los médicos todavía no habían
hallado el punto adecuado- había caído en un total descrédito (…) en ella, se decía,
todo es posible, y ya no se quería creer nada a las histéricas” (Freud, 1893: 20). Sería
necesario el trabajo de Charcot para devolver “su dignidad al tema”.
Para terminar con este apartado, agrego que todo lo dicho hasta aquí corresponde a
la difícil inscripción de la histeria en el campo de la ciencia médica. Pero cabe
mencionar que en la época de la Inquisición se consideraba a las histéricas -sí, en
particular a las mujeres- como brujas o como poseídas, y recibían el trato que
correspondía a esa condición. Entonces, o bien se las condenaba a la hoguera o se
las exorcizaba. A los que les interesa el teatro, pueden leer la obra “Las brujas de
Salem” de Arthur Miller, que muestra muy bien ese tema. También hay una versión
cinematográfica.
Jean-Marie Charcot: la histeria, “verdadera enfermedad”
Comencemos diciendo algunas palabras sobre este gran médico que, como quizá
sepan, fue profesor de Freud cuando éste estaba haciendo sus primeros pasos como
neurólogo. Jean-Marie Charcot comenzó su carrera hospitalaria en 1856 como
médico subalterno de la Administración central de Francia. En 1862 se convirtió en
médico del hospital de La Salpêtrière (doble institución que funcionaba como asilo de
ancianas y como hospicio de alienados), donde unos años más tarde asumió la
dirección de la sala de los “convulsivos” (histéricos y epilépticos no alienados). En
ese momento ya contaba con una extensa carrera como neurólogo, en la que se
destacó como un notable observador clínico, que “cultivaba la nosografía” a partir de
la aplicación rigurosa del método nosológico”. ¿En qué consistía ese método?
Freud lo sitúa muy bien en el homenaje que rinde en ocasión de la muerte de su
maestro. El mismo consistía en “ver y ordenar”, para hacer surgir así “tipos
clínicos”, formas canónicas ideales que agrupaban todos los elementos sintomáticos
posibles de una enfermedad. Esta versión perfecta del cuadro patológico, que no se
encontraba nunca con todas sus características en el caso singular, era para él, sin
embargo, “indispensable y la única eficaz para producir un orden en el caos de las
nociones vagas”. Luego de ese movimiento, pasaba al siguiente, que era el de
descomponer el tipo ideal para reconocer los casos imperfectos, desdibujados,
frustros, así como también las formas mixtas o combinadas. Una vez realizada la
descripción clínica, tenía lugar el método anátomo-clínico, que apuntaba a
localizar la lesión causal por medio de la autopsia. Finalmente, el momento
fisiopatológico -para Charcot, en segundo plano-, que estaba destinado a articular
los pasos anteriores, es decir a enlazar explicativamente la lesión en el sistema
nervioso con los síntomas observados.
Este esquema, inicialmente aplicado al campo de los trastornos neurológicos, fue
empleado por Charcot en el estudio de la histeria, con varias consecuencias.

42
El primer Charcot y la histeria neurológica (1865-1877)
Siguiendo la vieja concepción de Sydenham de la histeria como una enfermedad del
sistema nervioso, Charcot quiso encarar lo que le parecía entonces una enfermedad
neurológica con el mismo método que ya le había procurado éxito en otros terrenos
(había estudiado el Parkinson, la esclerosis, entre otras enfermedades).
Como lo dice Bercherie en el texto que mencionamos antes, en el plano de la clínica,
la observación meticulosa condujo a Charcot a la descripción del “tipo”
histérico, privilegiando las presentaciones más extensas y espectaculares -porque
presentaban una sintomatología máxima- y, por otra parte, excluyendo del caso puro
diversos agrupamientos sintomáticos que anteriormente estaban incluidos en él. Su
esfuerzo, orientado a poner de relieve leyes de correlación, de asociación y sucesión
de síntomas, lo llevó a incluir en la histeria tres grupos de manifestaciones
clínicas, que permitían a su vez hacer el diagnóstico diferencial con otras entidades
mórbidas (epilepsia, alienación mental, neurastenia):
1. las paroxísticas, es decir los ataques o crisis histéricas, con sus fases
rigurosamente descriptas y distinguidas de la epilepsia verdadera
2. los síntomas corporales, a los que llama estigmas permanentes:
perturbaciones de la sensibilidad (anestesias e hiperestesias de todo tipo) y motores
(contracturas, paresias, parálisis, temblores)
3. el estado mental, que cubre las perturbaciones del carácter (impresionabilidad
y excitabilidad)
Por otra parte, señalaba la existencia de zonas llamadas “histerógenas”, que eran
regiones circunscriptas del cuerpo cuya presión tenía el efecto de producir o bien de
detener bruscamente el ataque convulsivo (por ejemplo, el ovario) y de “estigmas
móviles”, que podían desplazarse, desaparecer en una parte de cuerpo y aparecer
en otra de acuerdo a la influencia de ciertos agentes electivos (sales, imanes,
vibraciones sonoras, etc.).
Como bibliografía obligatoria tienen ustedes un texto de Charcot llamado “Acerca de
la histero-epilepsia”, en donde van a encontrar una descripción muy minuciosa del
gran ataque histérico o grande hystérie, desarrollado en contrapunto con la epilepsia
verdadera. Tienen allí una lección magistral de cómo hacer un diagnóstico diferencial
a partir de la aplicación del criterio clínico-evolutivo. Charcot la llamaba histeria
epileptiforme, porque luego de un primer período de pródromos -pequeños signos
que anuncian el ataque- se abría una fase convulsiva similar a la de la epilepsia, al
comienzo tónica (rigidez generalizada), luego clónica (sacudidas o espasmos) y
finalmente de relajamiento muscular con respiración estertorosa. La semejanza con
la epilepsia es sólo aparente: a diferencia de ella, en la histeria no hay petit mal ni
vértigo, así como tampoco un empeoramiento del estado general. De la misma
manera, los accesos tónico- clónicos pueden durar mucho más tiempo que en la
epilepsia, pero sin elevación de la temperatura corporal y con rápida recuperación
del estado mental. Y otra cosa: ¡el ataque epileptiforme de la histeria podía ser
detenido por la compresión de la zona histerógena del ovario! Ven ustedes cómo
43
Charcot despeja cualquier duda diagnóstica a partir de la observación del conjunto
del cuadro clínico con su forma de evolución. Pero el gran ataque histérico no termina
allí: luego de la fase epileptoide, tiene lugar el período de clownismo, llamado así
porque el enfermo ejecuta grandes movimientos de “payaso” -contorsiones que
expresan pasiones como terror u odio, movimientos que parecen de baile, actitudes
ilógicas como el famoso “arco en círculo”-. Esto puede acompañarse de un delirio de
tipo onírico, teatral, en donde el enfermo revive escenas de su pasado, con
conciencia parcial de lo que lo rodea. Por último, el ataque finaliza con sollozos,
llantos, risa, etc. Espectacular, ¿no es verdad? Si leyeron alguna vez el caso “Dora”
de Freud, verán que la presentación de los síntomas de esa muchacha dista mucho
de la que acabamos de detallar. En efecto, se trata allí de una “petite hystérie”, y hay
razones por las cuales Freud, aun sin descuidar los ataques histéricos, eligió
ocuparse de ella. Vamos a dedicarnos a esto más adelante.
Pero volvamos a Charcot, y pasemos de la descripción a la explicación. Desde el
punto de vista etiológico, en ese momento Charcot sostenía que la histeria tenía su
determinismo, de la misma manera que una afección nerviosa con lesión material.
Fiel al paradigma de las enfermedades mentales, consideraba que era un déficit en
el método de investigación el que no permitía acceder a la lesión anatómica causal
que suponía que estaba a la base de la enfermedad, y por eso hablaba,
transitoriamente, de lesiones “funcionales” o “dinámicas”. Las consecuencias de este
modo de pensar la causa son importantes: al igual que cualquier otra manifestación
de un trastorno orgánico, el sujeto que portaba los síntomas histéricos los padecía
como un fenómeno automático que tenía que soportar pasivamente. Como bien
refiere Roberto Mazzuca, al afirmar así la objetividad del síntoma histérico (es decir
la no dependencia de la subjetividad conciente del enfermo), Charcot combatió “la
vieja tradición instalada en la psiquiatría que tendía a considerarlo como efecto de un
engaño y de una imitación intencionada” (Mazzuca, 2002: 34). Es necesario agregar
que, para Charcot esta afección del sistema nervioso tenía su raíz en un único factor:
la herencia o “diátesis” (pensada como una suerte de lesión no localizable, un estado
o tendencia general del organismo), que constituía el terreno fértil para que se
actualizaran las manifestaciones ante la presencia de agentes provocadores
(enfermedades generales o infecciosas, intoxicaciones o surmenages, traumatismos
o emociones intensas).
En cuanto al tratamiento, Paul Bercherie destaca que “la predisposición no permitía
albergar grandes esperanzas, justificando sólo medidas profilácticas (…) no
obstante, quedaba un amplio margen para el abordaje de los síntomas y para los
intentos de anular la actualización del terreno latente” (Bercherie, 1983: 80), a través
de prescripciones tales como aislamiento, reposo, régimen antianémico,
hidroterapia, masajes, reeducaciones funcionales. A ese conjunto se sumaría luego
otro factor, la hipnosis, que cambiaría las concepciones del Charcot rápidamente.
Para concluir con este período de la obra del autor, debe señalarse que las nociones
por él introducidas fueron necesarias para que luego Freud pudiera refutar de una
manera contundente la tesis de que la histeria era una enfermedad nerviosa.
Volveremos sobre eso más adelante.
44
El segundo Charcot: la histeria, ¿psicológica?
A partir de 1878 se abre una nueva etapa en la obra de este autor, cuyo hilo conductor
se basa en dos premisas: por una parte, el descubrimiento de la reproductibilidad
experimental de los síntomas histéricos a través de la hipnosis; por otra, la
entrada en escena del traumatismo.
Con respecto a la hipnosis, debe decirse que cuando Charcot se interesa por ella, ya
era una técnica conocida desde hacía muchos años. A instancias de uno de sus
alumnos comenzó entonces a estudiar ese fenómeno y aplicarlo al campo de la
histeria. Comprobó así que muchos síntomas de la histeria podían producirse o
reproducirse artificialmente por distintos procedimientos provocadores y que los
histéricos eran los sujetos en los cuales las manifestaciones hipnóticas se
presentaban de modo más nítido (sobre todo en la grande hystérie).
Por otra parte, desde hacía varios años y casi por azar, Charcot había comenzado a
volcarse al estudio de la histeria masculina, en la que se destacaba, entre otras
características, la preeminencia del desencadenamiento de los síntomas por
influencia de un factor traumático (accidente de trabajo, accidente ferroviario,
catástrofes, etc.). La abundancia de casos traumáticos con parálisis le permitió
profundizar sus trabajos clínicos en pos de una distinción entre las parálisis histéricas
y las orgánicas que hasta ese momento no se había logrado. Asimismo, las
experimentaciones en el campo de la hipnosis le posibilitaron comprobar que ciertos
síntomas sensitivos y motores de las neurosis traumáticas podían generarse por
sugestión en el curso del estado sonambúlico hipnótico. Si las parálisis histéricas no
eran del mismo orden que las orgánicas, si podían darse en esa situación especial,
era porque dependían de una condición patológica aparte, relacionada con la
ideación. Es entonces cuando se produce un viraje en su obra y llega a la conclusión
de que el síntoma de la parálisis histérica debe ser considerado psíquico. Ahora bien,
cabe preguntarse qué es, para Charcot lo “psíquico”. Como dijimos, a través de la
hipnosis Charcot “logró demostrar que las parálisis histéricas eran consecuencia de
representaciones que en un momento de particular predisposición gobernaban el
cerebro del enfermo” (Freud, 1893: 23) Pero atención, no debe olvidarse que, para
este autor, la psicología no era otra cosa que la fisiología de una parte del cerebro.
La parálisis histérica podía ser considerada un síntoma psíquico sólo porque
reposaba sobre una idea, la idea de parálisis o la idea de insensibilidad, impuesta
externamente a través de la sugestión hipnótica, o internamente, por autosugestión.
Pero, ¿cómo creía Charcot que actuaba la idea sobre el cuerpo?: la idea fija tenía
que adquirir una gran intensidad e impresionar los centros corticales
correspondientes, lo que podía suceder aun cuando la idea fuera latente. Se ve cómo
Charcot se orienta hacia el reconocimiento de una dimensión psicológica
inconciente; no obstante, “se apresura a afinar la puntería intentando rápidamente
trasladar sus consideraciones al lenguaje de las localizaciones cerebrales y de la
acción automática de los diferentes centros “psíquicos o corticales” (Gauchet, 1997:
163). No hay que olvidar que los fenómenos mentales eran pensados como
inmediatamente adosados al funcionamiento de los centros nerviosos sensorio-
motores, y el psiquismo era concebido como constituido por la asociación de las
45
imágenes sensoriales y motrices que componían los centros nerviosos. Por eso, para
fundamentar fisiológicamente los trastornos, Charcot seguía sosteniendo que se
trataba de una lesión dinámica de asiento cortical en la esfera de las ideas,
concepción que refleja que lo central de su doctrina seguía todavía en pie. Si bien
estaba en camino de postular la existencia de la histeria psicológica, no llegó a
hacerlo, pues su espíritu materialista y positivista, tributario del paradigma al que
pertenecía, no se lo permitió. La suya fue, en todo caso, una “psiquización” de la
histeria encarnada, basada en el funcionamiento cerebral concebido de un modo más
sofisticado.
Como lo indican claramente casi todos los autores que han estudiado este tema, no
se encuentra en Chartcot un pasaje de un punto de vista organicista, materialista, a
un punto de vista puramente psicológico que sitúe las “ideas” en la esfera de un
espíritu separado del cuerpo. Él permanece en un mismo orden de causalidad, el
material, pero en otro nivel, en un nivel “superior”, teniendo en cuenta que se trata
de un sistema nervioso integrado y jerarquizado. Cito a Gauchet: “Charcot será el
hombre-frontera: no el que atraviesa la frontera sino el que indica que hay un frontera
a atravesar” (Gauchet, 1997, 163). Iba a ser Freud quien diera ese paso.
La novedad freudiana con respecto a la histeria
Lo anteriormente desarrollado permite entender las razones por las cuales la histeria
adquiere, gracias a Charcot, el valor de una “verdadera enfermedad”. Como les
anunciaba al comienzo de la clase, las nociones charcotianas fueron condición
necesaria para que Freud pudiera objetar categóricamente la tesis de la histeria como
una enfermedad nerviosa. Vale la pena detenerse un poco en cómo lo logró.
Hemos dicho que Freud fue discípulo de Charcot durante su pasantía como
neurólogo en París, entre los años 1885 y 1886. A su regreso a Viena, y
aparentemente por sugerencia del maestro, emprende un estudio comparativo entre
las parálisis histéricas y las parálisis motrices, que opera como una especie de
“divisoria de aguas” entre sus intereses neurológicos y los psicológicos. Allí, parte del
precepto de la Neurología que indica que a sintomatologías similares
corresponden causas similares, para señalar que si las manifestaciones de la
histeria no eran idénticas a las de otras enfermedades neurológicas, entonces,
necesariamente, la etiología debe ser distinta. Como indica Mazzuca en el texto
citado anteriormente, este es un razonamiento que Freud hace como neurólogo, pero
que abre el camino que luego cimentaría su teoría acerca de una causalidad
específica de los síntomas histéricos: aquella a la que llega más tarde al enlazar la
etiología sexual con el mecanismo psíquico en el marco del postulado del
inconsciente. Para ello, por supuesto, debía romper con la neurología -aun
valiéndose de ella- e inventar el psicoanálisis.
En aquel estudio comparativo entre las parálisis orgánicas y las histéricas, Freud
parte entonces de la clínica diferencial, para afirmar que “la lesión de las parálisis
histéricas debe ser completamente independiente de la anatomía del sistema
nervioso”. Entonces, conserva el término “lesión”, pero lo desprende de su referencia
semántica original, para aseverar: “la histeria se comporta en sus parálisis y en
46
sus demás manifestaciones como si la anatomía no existiera o como si no
tuviera ningún conocimiento de ella” (Freud, 1893: 206). Así, si el histérico paraliza
una pierna, lo hace orientándose por la representación de la pierna en el lenguaje
común, y no por la delimitación anátomo - nerviosa. Para el histérico, la pierna es
pierna en el sentido del lenguaje vulgar, y no en el sentido de cómo está inervada,
cómo está constituida anatómicamente o estimulada por las vías del sistema
nervioso. Es por eso que Freud dice que “la histeria es ignorante de la distribución
de los nervios” (Freud, 1893: 206)
Lo interesante es ver cómo, a partir de estas afirmaciones, Freud postula su
novedosa concepción: la “lesión” en la histeria se relaciona con la noción del brazo,
con su representación, que se ve imposibilitada de entrar en asociación con otras
ideas, que constituyen la idea de cuerpo como parte del yo. Ahora bien, esa idea de
brazo puede ser inaccesible pero no está destruida. El hecho de que no entre en el
juego asociativo con otras ideas no quiere decir que desaparezca ni que deje de
tener efecto en el funcionamiento del aparato.
De esta manera lo vemos a Freud dar un paso más con respecto a Charcot en lo
que atañe al papel de la ideación en la génesis de los síntomas histéricos, en la
medida en que se separa del supuesto neurológico que ataba a su maestro. Pero es
no es todo. En otro artículo de la misma época llamado “Histeria”, Freud señala que
lo que caracteriza al estado histérico es que el influjo de los procesos psíquicos sobre
el organismo está acrecentado y, además, que la histeria se caracteriza por tener un
plus de excitación, un exceso que puede ser desplazado con gran libertad (lo que le
permite diferenciarla de la neurastenia, caracterizada por un menos de excitación).
Todas estas ideas abren interrogantes: ¿por qué razón se ve impedido el juego
asociativo entre ideas?, ¿cuál es la fuente y el destino de ese plus de excitación?
Como se ve, la teoría de la defensa, correlativa a la teoría de la investidura, están, a
partir de ahora, listas para ser alumbradas.
Para concluir
Terminamos nuestro recorrido aquí, en ese punto de inflexión que en adelante va a
permitir a Freud introducir un cambio radical en el modo de abordar los síntomas
histéricos. En los años siguientes de su obra lo vamos a ver profundizar y
fundamentar la idea de que ese síntoma no es el mero efecto de una causa orgánica
(como el signo semiológico que ya hemos estudiado) sino como el resultado de un
proceso psíquico en el que intervienen fuerzas inconcientes encontradas. Tal como
estudiaremos más adelante, en esa lucha se van a encontrar, en una “formación de
compromiso”, dos elementos heterogéneos: el mecanismo psíquico defensivo y la
sexualidad. Para dar con esos resortes causales de los que el enfermo “nada sabía”,
Freud debió inventar un método apropiado a la realidad de los fenómenos a los que
se enfrentaba: el Psicoanálisis como un modo original de intervenir sobre los
síntomas, organizado alrededor de la escucha del paciente. Así, esta nueva
disciplina, que nace de la mano de la demanda de curación de los sujetos histéricos,
introduce, a partir del postulado del inconsciente, una radical transformación de los
vínculos entre clínica, etiología y terapéutica. Transformación que implica, además,
47
una redefinición de lo psíquico “normal” y “patológico”. Como veremos de aquí en
más en nuestra cursada, la psicopatología que se desprende del Psicoanálisis
supone una nueva referencia semántica. Para captarla deberemos examinar,
articuladamente, la composición y función de los síntomas, el problema de la causa,
y los criterios que organizan las sucesivas nosografías que establece Freud a lo largo
de su obra.
Teórico N°6 (parte II)
HISTERIA
Para entender la originalidad de los trabajos de Freud sobre la histeria es necesario
hacer un recorrido preliminar para ver cómo fue inscribiéndose ese concepto a lo
largo de la historia en los diferentes contextos. Nos vamos a encontrar con diferentes
concepciones de la histeria que han ido variando de acuerdo a la perspectiva
utilidaza para describir sus fenómenos y las hipótesis causales utilizadas para dar
cuenta de sus causas.
Objetivo: citar los hitos más importantes sobre la inscripción de la histeria en el campo
de la clínica médica y psiquiátrica para luego ver cuál es la novedad freudiana, lo que
Lacan llama el “vuelco freudiano” en el abordaje de la histeria.
La Histeria en la era pre-científica (de Platón e Hipócrates hasta el S. XVII)
“Enfermedad de la mujer”
• Atribuida a un desorden uterino
• Caracterizada por grandes crisis provocadas por el “útero migrante”: náuseas
y vómitos; ansiedad, palpitaciones, disnea; dolor de cabeza, somnolencia,
convulsiones.
• Descripciones asistemáticas
Los comienzos de la Era Científica. Antes de Charcot: Thomas Sydenhman y el
“Proteo” de la histeria (S. XVII – SXVIII)
• Enfermedad cerebral (afección del sistema nervioso)
• Síntomas corporales permanentes + carácter
• Capacidad de reproducir o imitar síntomas de otras dolencias (Proteo, dios que
podía cambiar de forma)
Enfermedad aborrecible. Mentira, simulación, engaño. Dificultad para hacerla entrar
en las nosografías.
Se hicieron avances muy importantes en el terreno de la anátomo-patología y muchas
investigaciones que permitieron conocer en profundidad el funcionamiento del
sistema nervioso. En ese contexto un investigador aplicó esos conocimientos al
campo de la histeria. Dejó de ser entendida a una enfermedad atribuida a un

48
desorden uterino para ser pensada como una dolencia cerebral primitiva, como una
afección del sistema nervioso.
Esto tiene dos consecuencias importantes. Una es que se refuerzan los lazos entre
Histeria y Epilepsia, que va a perdurar en el tiempo. Otra es que deja de ser una
enfermedad exclusiva de la mujer, hacen su entrada los varones al ámbito de la
histeria.
Todas esas ideas no tuvieron mayor repercusión en esa época, solo 50 años después
fueron tomadas por otro científico, Sydenham, quien recupera la noción de histeria
como enfermedad cerebral primitiva, esto desde el punto de vista de la causa, aunque
desde el punto de vista de la descripción clínica opera una transformación porque ya
no va a otorgar tanta importancia a las grandes crisis, a los paroxismos, sino a un
conjunto de síntomas corporales permanentes: disneas, dolores de cabeza,
palpitaciones, ciertos síntomas digestivos, sumados a otras alteraciones de
carácter: como los celos, las pasiones violentes, la tristeza, la desesperación. Estos
hicieron que esa relación entre histeria y epilepsia comenzara a romperse y más bien
se la acercara a la hipocondría.
Hay que agregar algo en relación a la hipótesis de la histeria como enfermedad
cerebral primitiva. Si el sistema nervioso está distribuido por todo el cuerpo, es lógico
que una alteración en él pueda provocar síntomas en cualquier parte del cuerpo. De
esta manera, la histeria comienza a ser aquella enfermedad capaz de imitar o
reproducir síntomas de otras enfermedades, caracterizada por su polimorfismo, por
eso se hablaba del “proteo de la histeria”. Esto desconcertaba a los médicos a la hora
del diagnóstico. Para Sydenham, estas cuestiones no tenían que ver con que los
sujetos histéricos lo hicieran adrede, pero sí es cierto con el transcurso de los años
venideros la histeria fue tomando ese tinte, es decir, lxs sujetxs histéricos
comenzaron a ser pensados como aquellos que engañaban concientemente, por eso
se los llamaba simuladores, mentirosos., y poco a poco la histeria se convirtió en una
enfermedad aborrecible.
En el S. SVIII marcado por Pinel y su interés por establecer clasificaciones de las EM,
la histeria se escabullía, no se dejaba atrapar por las redes de las nosografías, había
una dificultad para clasificarla y eso contribuía a pensarla como aborrecible.
Jean-Mary Charcot. La histeria, verdadera enfermedad.
Aplicación del método nosológico al campo de la histeria. Consistía en ver y
ordenar. Hacer surgir “tipos clínicos” (puros, frustros, mixtos). Un tipo clínico es la
forma canónica de una enfermedad, aquella que contempla todas sus
manifestaciones posibles es el tipo puro, es un artificio, jamás hallamos el tipo clínico
puro en la realidad. Pero para Charctor esto era importante, y a partir de allí
encontraba formas frustras, mixtas, etc. Por último, localizar la lesión causal por
medio de la autopsia (esto en el caso de la histeria traía muchas dificultades porque
se hacia la autopsia y no se encontraba la lesión, pero Charcot lo consideraba una
dificultad del método y que a medida que este se afinara iba a poder hallarse,
mientras tanto hablaba de lesiones funcionales, dinámicas).

49
Lo antedicho era en el terreno de la causa, pero desde el punto de vista clínico,
cuando Ch. describía a la histeria lo hacía teniendo en cuenta las manifestaciones
más espectaculares y extensas, donde la sintomatología se expresaba de manera
máxima, de manera más pura.
Incluía en el tipo clínico histérico distintos tipos de síntomas: Ataques o crisis (sobre
lo cual Freud se va a ocupar en los primeros años de su recorrido) que distinguía con
mucho rigor clínico de los ataques epilépticos con los que se los solía confundir.
Síntomas corporales (estigmas permanentes) que afectaban tanto la parte motora
(contracturas, parálisis, temblores) como a las partes sensitivas (anestesias,
hiperestesias). Estado mental (caracterizado por la impresionabilidad, y la
sugestibilidad). Zonas histerógenas (partes del cuerpo que si uno las comprimía
podía detener el ataque histérico, por ej. un ovario).
La histeria neurológica. La grande hystérie (ataque histérico). Descripción y
explicación.
Texto: “La hístero-epilepsia”, Charcot. Ahí hace un diagnóstico diferencial entre el
ataque histérico y la epilepsia. Porque hay una fase del ataque histérico que solía
confundirse, para Charcot se trata de una verdadera histeria “epileptoforme”, es decir,
con apariencia epiléptica. En el texto se aprecia cómo aplicando el criterio clínico
evolutivo hace el diagnostico diferencial entre la histeria epileptiforme y la epilepsia
verdadera.
Desde el punto de vista de la descripción clínica hallamos las distintas partes por
las que pasa el ataque histérico:
Comienza con Pródromos (aura histérica) que es lo que anuncia que va a comenzar
el ataque. Fase convulsiva epileptoide tónico (rigidez muscular) - clónica
(semejante al ataque epiléptico), es la que se presta a confusión. Fase de
clownismo, grandes movimientos de payaso, como pasos de baile o movimientos
ilógicos, el llamado “arco”, a la que se le puede sumar un delirio de tipo onírico, de
tipo teatral, en el cual el sujeto pone en escena o revive sucesos de la vida pasada
en un estado de conciencia estrecho, reducido, una conciencia parcial de lo que pasa
a su alrededor. Fase final con sollozos, risas, etc.
Se trata de una presentación muy espectacular, mostración de enfermos a sus
aprendices, etc.
Hipótesis causal: para Charcot había una lesión funcional o dinámica del SNC,
basada en la herencia o diátesis + agentes provocadores (como shocks o
traumatismos). Era una histeria neurológica. Consideraba que quien portaba los
síntomas histéricos los apdecia de la misma manera que cualquier enfermo con una
dolencia neurológica, es decir que, destierra al suponer esta causa, la idea de que
las histéricas simulaban. Esta hipótesis causal tiene como efecto situar al síntoma
como objetivo, charcot afirma la objetividad del síntoma.
A medida que avanzó su obra (cuando empieza a profundizar en la hipnosis y en
algunos casos de histeria traumática) comenzó a pensar que en la causación de la
histeria tenían algún lugar las ideas porque descubrió que por sugestión o hipnosis
50
se podían reproducir artificialmente los síntomas, entonces las representaciones o la
ideación tendrían algún lugar en la causa. Sin embargo, no llega a postular la
existencia de una histeria psicológica. Solo hay una complejización de su hipótesis
causal pero nunca se desprende del paralelismo psicofísico, indica la frontera pero
no la cruza WEENA.
Entonces a partir de Ch. la histeria se convierte en una verdadera enfermedad.
Porque aplicando el criterio clínico evolutivo, describe rigurosamente el tipo clínico
de la histeria que obedece a determinadas regularidades, también porque le asigna
una causa en última instancia orgánica, siguiendo con la hipótesis del paralelismo
psicofísico, y también porque esta le permite afirmar la objetividad del síntoma.
Veamos cómo se da el salto hacia una histeria psicológica con Freud
Escritos pre-psicoanalíticos:
• “Histeria” (1888) texto cuasi neurológico en el cual pueden destacarse dos
cuestiones: en primer lugar que en la histeria hay un influjo acrecentado de
procesos psíquicos sobre el organismo (quiebre con el paralelismo). Y agrega
que el estado histérico se caracteriza por un exceso de excitación que se
desplaza libremente y produce síntomas a nivel del cuerpo.
• “Estudio comparativo entre las parálisis orgánicas y las histéricas” (1893). Es
muy interesante por dos razones, primero porque funciona a modo de “divisoria
de aguas” entre el Freud neurólogo y el Freud psicólogo, por las consecuencias
que tiene en relación a pensar el determinismo de los síntomas histéricos, pero
también es interesante por cómo procede Freud, porque ahí razona como un
neurólogo, aplica un principio de la neurología: a síntomas similares cabe
suponer causas similares, pero si los síntomas son distintos cabe suponer
causas distintas. Y efectivamente, esas parálisis eran distintas, si no tenían la
misma presentación clínica tampoco podrían tener la misma causa. Razonando
como un neurólogo abre las puertas a pensar otro tipo de causas. Dice “La
lesión de las parálisis histéricas debe ser completamente independiente de la
anatomía del sistema nervioso… la histeria se comporta en sus parálisis y en
sus demás manifestaciones como si la anatomía no existiera o como si no
tuviera ningún conocimiento de ella”. Quiere decir que cuando un histérico
paraliza un brazo lo hace guiado por la idea del brazo, por la representación,
tal como se representa en el lenguaje común, y no por cómo el brazo está
inervado en el sistema nervioso. La histeria es ignorante de la distribución de
los nervios, lo que está en juego es la idea “brazo”, la representación, que no
está accesible a la conciencia y que no entra en asociación con las demás
representaciones que forman parte de la representación “cuerpo”.
Por un lado un exceso de excitación, por otro lado la intervención de
representaciones inaccesibles a la cc y que no entran en asociación con otras. Esto
abre muchas preguntas.
Primeras publicaciones psicoanalíticas

51
Punto de inflexión a partir del cual vamos a ver a Freud en una obra muy extensa
profundizará en la idea del determinismo psíquico icc de los síntomas histéricos. Para
él a diferencia del paradigma de las EM el síntoma no es un signo que remite a una
causa neurológica, no es efecto de una causa orgánica, sino resultado de un
proceso anímico icc en el que interviene un mecanismo psíquico al que llamara
defensa y una etiología sexual. Es decir que el síntoma es resultado de un proceso
del cual el sujeto nada sabe, y para saber de eso, hay que ponerle a hablar. O sea
que el correlato de esa manera de pensar los síntomas es la invención de un
dispositivo de abordaje terapéutico basado en la escucha. El PA no es una
psicopatología, es un método terapéutico, un método de curación de síntomas,
en principio de la neurosis, y ese método redefine todas las relaciones entre clínica,
etiología y terapéutica. A partir de allí la psicopatología ya no es la misma, se redefine
lo psíquico normal y patológico, en función del postulado del icc.
La histeria como “Neuropsicosis de defensa” (1894-1896) es la primera aproximación
que hace Freud a este modo de pensar las cosas. Corresponde a lo que llamamos
su Primera Nosografía. Vamos a ver que la nosografía irá cambiando, lo que no
cambia es esa manera de pensar los síntomas, siempre en función de esos dos
elementos heterogéneos que son el mecanismo psíquico y la etiología sexual,
aunque varíe cómo pensar a cada uno y la manera en que se relacionan, siempre el
síntoma es pensado como el resultado de un proceso anímico icc en el que
intervienen esos dos órdenes.
TEÓRICO N° 7
El síntoma histérico y sus factores de causación en Freud
Diferencias de cómo se complejiza la causa desde una perspectiva Freudiana. Esta
teoría de la causa va a tener distintos momentos en la obra de Freud, en principio
podemos mencionar la del siglo XX y una anterior que es el pasaje de la teoría de la
seducción a la teoría de la sexualidad infantil (no trabajaremos con este pero sí
presentaremos cómo piensa el ensamble causal, cuáles son los factores que
considera. Y veremos cómo se desarma esto que encontrábamos en el paradigma
de las E.M de la causa como única y última)
El método analítico
La primera cuestión a trabajar es la del punto de partida Freudiano, en la medida en
que sus teorizaciones se desprenden de la práctica psicoanalítica, la cual se rige por
un método que modifica la observación clínica de los síntomas. El método que se
utiliza en el dispositivo analítico está basado en la palabra, en la escucha, y ya no
únicamente en la observación detallada del síntoma; Y requiere, por parte del
paciente, un trabajo y un esfuerzo, es decir que el paciente haga un trabajo en sí
mismo terapéutico, esto también se diferencia del anterior paradigma, ya que antes
era el médico el que ubicaba los signos del padecer a partir de una codificación con
la que ya contaba, ahora en este método la palabra la tiene el paciente.
En segundo lugar, el método analítico se fundamenta como una renuncia a la
sugestión, es decir el analista renuncia al poder, se abstiene de esa dimensión.
52
Por otra parte, es un método que da relevancia al relato del síntoma, al relato del mal
estar, y a lo que en el relato es detalle, en muchos casos, marginal; Por lo tanto el
método analítico toma el relato tal y como se presenta, es decir lo tomamos con sus
imprecisiones, lagunas, olvidos, con sus diferencias o imprecisiones acerca de la
secuencia temporal; es decir se trata de un relato siempre fragmentario, en donde
algunos elementos que ocupan un lugar marginal pueden devenir la clave de esa
presentación del malestar. Freud lee en esas lagunas e imprecisiones, la operatoria
de la defensa, es decir allí donde aparece un olvido en el relato según Freud hay una
defensa Inconsciente que ha extraído ese contenido de la Consciencia. Y que la otra
cara de esa defensa se presenta como una resistencia a recordar determinados
contenidos de los cuales el paciente no dispone conscientemente.
Entonces el método consiste en una regla fundamental → la regla de la asociación
libre; ésta consiste en pedirle al paciente que diga todo aquello que se le pase por la
cabeza sin ejercer sobre esos contenidos ninguna crítica; incluso que diga aquello
que él crea que no tiene sentido, o le es disparatado o le de vergüenza o prefiera no
decirlo, la regla consiste en que, a pesar de todo eso, pueda decirlo, que lo diga. ¿En
qué se basa esto? En que para Freud esas ocurrencias, que surgen cuando
aplicamos este método, son retoños efímeros de los contenidos que fueron
reprimidos, es decir que le da a las ocurrencias el valor de una suerte de retorno de
lo reprimido.
Con respecto a la finalidad ética podemos ver que en las anteriores perspectivas la
idea del síntoma y de la causa eran ubicados como una suerte de déficit, y que por
lo tanto las prácticas iban dirigidas a que ese síntoma se suprima. En cambio, para
Freud, el aparato psíquico está en un conflicto constante, en un juego de fuerzas
constante; Por lo tanto desde la idea Freudiana, lo que podría aportar un
psicoanálisis, es que ese conflicto pueda encontrar un desenlace mejor que el que le
procuró la represión, desconociendo o quitando de la consciencia esas mociones
pulsionales que pugnaban por realizarse y que el yo consideraba de alguna forma
inconciliable, entraban en conflictos con otros mecanismos del yo.
¿De qué manera se puede llegar a un desenlace mejor? Es a partir de volver
asequible lo inconsciente, eso podría conducir a que se acepte algo (aceptación total
o parcial) de ese deseo que había caído bajo la represión, quizás una sublimación,
un cambio de meta que apunte a una creación que tenga un valor en lo social, o que
pueda ser desestimado únicamente con un juicio adverso sin necesidad de recurrir a
la defensa.

Entonces encontramos en Freud una cura que es práctica, es decir la cura no tiene
que ver con llegar a un tipo de armonía en la cual no habría conflictos, ni síntomas,
ni malestar sino que refiere a que alguien pueda volver acceder a su capacidad de
producir, de rendimiento, su capacidad de aportar algo a su comunidad y de disfrutar,
es decir restablecer de alguna forma su capacidad de rendimiento y de goce (esto en
algunas versiones aparece como amar y trabajar). Con esto podemos ver que la idea
no es que desaparezcan los síntomas y la angustia, sino que estos pueden persistir
pero se espera que no demanden tanto gasto anímico, que el sujeto luego de un

53
tratamiento analítico no sea un sujeto que tenga que defenderse tanto de sus propios
deseos Icc.
Esta idea novedosa, la de la salud y la enfermedad como conceptos prácticos, la idea
de que el síntoma implica un gasto anímico y también la defesa, indican que la idea
freudiana es que si ese gasto existe, si hay demasiada energía psíquica puesta en
defenderse de esos deseos que son considerados inconciliables, habrá menor
disponibilidad para el disfrute y el rendimiento.
El método y el síntoma
Continuaremos viendo cómo de la aplicación de este método, el de la asociación libre
dentro del dispositivo analítico, Freud va a extraer una concepción novedosa del
síntoma o del malestar que pueda aquejar al ser humano. Veremos ahora las
características de esta concepción novedosa, en un principio las toma del síntoma
histérico, luego van aparecer otros tipos de síntomas en su conceptualización, pero
en un principio esta experiencia del método analítico ocurre en el encuentro con los
síntomas histéricos.
Un primer punto para tener en cuenta es lo que para Freud es una comunidad de
estructura entre las ocurrencias (previstas por la asociación libre) y otros productos
anímicos que no precisamente implican un padecimiento (como por ejemplo: los
sueños, los actos fallidos o incluso el chiste, aquello que él englobaría como la
“psicopatología de la vida cotidiana”). Entonces, para Freud, hay una comunidad de
estructura entre las ocurrencias, los sueños, los actos fallidos, el chiste y los
síntomas, la cual está dada porque todos estos productos psíquicos son formaciones
sustitutivas de lo reprimido, es decir que vehiculizan la expresión de lo ICC.
Estos productos psíquicos de las llamadas psicopatologías de la vida cotidiana no
presentan la persistencia ni el sufrimiento que SI tiene el síntoma. Esta es la
diferencia entre los otros productos anímicos, la cual luego Freud conducirá a un tipo
de satisfacción en particular que atribuye al síntoma y le da su persistencia, a
diferencia de lo efímero de un chiste, en ocasiones de los sueños y de los actos
fallidos.

El síntoma para Freud no es un déficit ni producto de una causa orgánica, sino que
es producto de un trabajo ICC, el cual tiene su legalidad en tanto funciona por
desplazamiento y condensación; entonces el síntoma es considerado producto de un
trabajo, es más bien el resultado de un conflicto de fuerzas. No es una insuficiencia
del aparato o falta de adaptación sino más bien la expresión de un trabajo, como
también lo son las otras formaciones del ICC. En tanto que en retorno de lo reprimido,
el síntoma es también una solución de compromiso, una suerte de transacción, en la
medida en que en lo que allí se semi-dice es soportable para el yo; pero algo de eso
que fue reprimido, porque resultó inconciliable, se dice desfiguradamente en el
síntoma, por ello Freud dice que éste es una formación sustitutiva desfigurada de esa
idea que fue reprimida pero que además involucra una satisfacción sustitutiva, en la
medida en que algo de esa moción pulsional de la cual se defendió el yo, halla una
vía de satisfacción en el síntoma mismo.

54
Entonces tiene esas dos caras, es una formación sustitutiva pero también provee una
satisfacción sustitutiva. Por eso Freud menciona que hay una ganancia en el síntoma,
un beneficio: beneficio primario →en la medida en que el síntoma resuelve un
conflicto, ofrece una solución; y un beneficio secundario→ en tanto una vez que el
síntoma se instala, el yo mismo podría obtener alguna ventaja de la existencia del
síntoma (a esto lo llama ganancia o beneficio secundario del síntoma)

[Freud se hace muchas preguntas en torno a cómo este síntoma se produce, cuáles
son los mecanismos de su formación o cómo desde la represión puede llegarse a la
formación de síntomas. Ya que él aclara que el hecho de que la defensa actúe no
basta para explicar la producción del síntoma, en la medida en que la defensa se
limita a dejar por fuera de la CC ese contenido que había resultado inconciliable]

Factores de causación de la neurosis→ Freud no niega la base orgánica pero no le


dará valor causal en los casos psicógenos de neurosis, por eso habla de una teoría
con causas puramente psicológicas.

En una de sus tesis apunta a lo universal de un padecimiento en el ser humano:


muerte y sexualidad. Ante estos conflictos entre muerte y sexualidad, Freud termina
derivando la causa última.

Otra tesis que acompaña esto es “El malestar en la cultura” en la medida en que la
convivencia con otres implica una renuncia pulsional: ya sea en su vertiente
erótica, en la de la sexualidad, o en su vertiente agresiva (pulsión de muerte). La vida
con otres implica esa renuncia pulsional por lo tanto la existencia del ser humano en
la cultura no puede sino que acompañarse de un malestar, el cual está presente; es
algo estructural, vale para todos los casos.

Freud avanza en la idea de desarmar la causa como única (sentido común, causa y
efecto) y dirá que hay una motivación múltiple del síntoma. En tanto este síntoma
se aparece como algo que está “sobredeterminado”, como si fuera una suerte de
nudo en el cual intervienen muchos hilos y no uno solo. Es decir para Freud va haber
una coherencia entre el método que propone de la asociación libre (con una
interpretación de parte del analista) y el material con el que trabaja, ya que el síntoma
mismo esta sobredeterminado e incluye en su producción numerosos hilos
asociativos que hayan expresión en ese síntoma.

Factores de causación: constitución

Freud llama a la causa “ensambladura del encadenamiento etiológico”, en donde hay


cierto encadenamiento pero de varios factores en juego. Habla también de una
urdimbre, entrelazamiento o una trabazón de esos factores de causación. Esto
cambia a lo largo de la obra, hay una diferencia entre lo que es previo a 1920 y
posterior, sabemos que cuando incluye la pulsión de muerte se redefine lo traumático
y ya no se trata únicamente de la sexualidad, sino de muerte y sexualidad; y hay un
tiempo previo que no trataremos pero que es lo que se conoce como la teoría
55
traumática en donde Freud atribuía la causación del síntoma a un evento contingente
ocurrido en un momento pre-sexual, es decir en la infancia, pero considerando que
el niño no tenía la posibilidad de tramitar ese suceso.
Es una obra que progresa e integra lo anterior y lo va complejizando y rara vez
desecha alguna de sus tesis (la tesis de la teoría traumática sí la desecha).

El síntoma o la angustia son los motivos por los cuales unx puede llegar a una
consulta. Esto es importante porque entonces nosotres podemos empezar un
tratamiento en la medida en que el consultante experimente cierto malestar. Por
ende, la temporalidad no es lineal en un sentido progresivo sino que es más
bien retroactiva (aprescoup o en dos tiempos). Esto es una novedad para pensar la
causa, ya que en las teorías del paralelismo psicofísico la teoría era lineal, es decir
determinada causa orgánica provocaba un efecto sintomático; en cambio acá vamos
a requerir de dos tiempos, un tiempo infantil y otro segundo tiempo que empezaría
en la pubertad o adultez y en el medio va haber cierto intervalo. Es decir la causa se
da en dos tiempos y el tiempo uno no es por sí solo efectivo para producir un síntoma.

En la “Conferencia 23” habla de las ‘series complementarias’ en donde ubica por


un lado aquello constitucional que implica una predisposición a la emergencia de
los síntomas y aquello que es ocasional, azaroso, que es del orden de las
circunstancias (aquello que puede ocurrir o no); y agrega un tercer factor que es el
conflicto de fuerzas, que es un factor cuantitativo que refiere a las intensidades de
las fuerzas en juego; Aunque parezca estático, esto hay que pensarlo con cierto
dinamismo, con cierta flexibilidad.

En “Inhibición, síntoma y angustia” Freud hace una narración de los factores de


causación de la neurosis y dirá que hay un factor biológico, psicológico y filogenético.
Respecto al FACTOR BIOLÓGICO dirá que la especie humana tiene la particularidad
de nacer en cierto desvalimiento; a diferencia de otras especies, en la vida intra-
uterina no basta para que ese nuevo ser logre valerse por sí mismo en el corto plazo,
ese desvalimiento hace que dependa para su supervivencia de los cuidados de otre;
Freud dice que el ser humano va a quedar por siempre ligado a esa necesidad
de ser amado, de la cual dependió su supervivencia. Este es un factor biológico,
propio de la especie humana, que impacta en su teorización de la sexualidad infantil,
porque en la medida en que la criatura humana no sobrevive sola y requiere de los
cuidados de otres, en esos cuidados de otre, se va a erogeneizar un cuerpo, ciertas
zonas, que van a tener puntos de fijación o de tensión del desarrollo libidinal
completamente singulares. A esto él lo llama sexualidad infantil, en donde hablara de
cierta fijación en algunas de esas zonas y que van a caer bajo la represión, es decir
la sexualidad infantil será uno de los nombres que resulta inconciliable para el yo.
Opera una defensa con respecto a esa sexualidad infantil y va a quedar recubierta
por fantasías ICC, una de estas fantasías es la fantasía de la seducción.
Tendremos la hipótesis de la etiología sexual Freudiana y la hipótesis de una
defensa, defensa de aquello que resulta inconciliable; En lo que respecta a esta
defensa Freud lo llamara “represión primordial” y dirá que es el FACTOR
PSICOLÓGICO que hace que se diferencien las instancias psíquicas entre ICC y
56
CC. En la medida en que la defensa opera, esos contenidos extraídos de la CC
pasan a formar parte del ICC.
Esto se complejizará cuando Freud plantee su teoría de Edipo y castración porque
no termina de quedar claro por qué la sexualidad infantil se vuelve inconciliable, es
decir, cuáles son los motivos de la represión, por qué habría que defenderse de esa
sexualidad? Esto se responde en la teoría freudiana del complejo de Edipo y del
complejo de castración, es lo que llamará en 1926 el FACTOR FILOGENÉTICO,
algo propio del ser humano, que lo define porque su desarrollo sexual está
interrumpido, tiene dos tiempos, es decir aquellos objetos en torno a los cuales se
desarrolló la sexualidad infantil (padres encargados de su cuidado) no pueden ser los
partener sexuales de la edad adulta, pesa sobre ellos una prohibición, hay una
substracción de satisfacción que funda también la posibilidad del lazo social del
intercambio y que interrumpe el desarrollo sexual, es decir no es continuo y esto se
da en la medida en que la elección del objeto se va a producir en dos tiempos, es
decir esos objetos primeros deben ser resignados y sustituidos por otros en el tiempo
de la adultez. (Es decir, desarrollo sexual interrumpido por esta defensa; y que la
sexualidad infantil quede como una predisposición para las satisfacciones futuras)

Factores de causación: azar y conflicto

Seguimos con nuestra pregunta de cómo se llega al síntoma o dicho de otra manera
de cómo Freud propone este ensamble del encadenamiento causal.

Desarrollamos lo que concernía a lo constitucional, lo que podemos considerar como


una predisposición pero con esto no basta, para Freud opera también la causa
ocasional, algo azaroso, contingente, que de alguna manera frustra la modalidad de
satisfacción que se venía ejerciendo hasta ese momento. Por eso es importante
preguntar cuándo se decidió la consulta, qué es lo que motivó a consultar, porque allí
podremos ubicar la causa ocasional de la emergencia de ese malestar, es decir qué
fue lo que se rompió, cuál es la satisfacción que se frustró, qué es lo que dejo de
marchar para esa persona que consulta; Podemos decir que está la causa del motivo
de consulta y también la de la aparición del malestar. Por el lado del azar, de la causa
ocasional, entran a jugar las circunstancias (en Dora seria la escena del lago).

En el esquema freudiano algo de lo circunstancial, de lo azaroso frustra cierta vía de


satisfacción que hasta ese momento resultaba. En el caso de la histeria podría
producirse una introversión de la libido en la fantasía, es decir que esa libido que se
vio frustrada en su satisfacción por algún cambio en la realidad efectiva buscará
encontrar satisfacción en los lugares donde la habría encontrado antes y puede tomar
una vía regresiva, es decir por regresión volver a esos puntos de fijación infantiles;
Esta regresión se emprende en la fantasía icc, la cual cumple un rol de eslabón
intermedio en la formación del síntoma, porque en la fantasía icc se conservan tanto
las modalidades de satisfacción perdidas como también aquellos objetos que fueron
inconciliables como objetos sexuales;
Entonces, ante la frustración de la satisfacción se podría producir esta introversión
de la libido en la fantasía, la cual por un camino regresivo intentará buscar una
57
satisfacción en esos puntos de fijación con la posibilidad de que se sobreinvista esa
fantasía icc y que esa sobreinvestidura de la fantasía icc haga que ciertas mociones
tiendan a su realización en la realidad efectiva. Ante esto podría suceder que el yo lo
acepte o que el yo entre en conflicto (como pasa en la neurosis). La realización o
satisfacción de las mociones pulsionales, en el caso de la neurosis, es vivida como
un peligro para el yo y por lo tanto el yo podría emitir una señal de angustia ante esa
situación que se presenta como peligrosa y esta angustia dar lugar a la operatoria de
la defensa.

Si bien en todo este encadenamiento aparece la angustia aún no aparece el síntoma,


entonces podría pasar que el yo se defienda de esa moción pulsional en donde la
defensa va a operar desconociendo esas representaciones inconciliables, impidiendo
la realización de esa moción pulsional, lo cual requiere de un gasto de fuerza
constante, en la medida en que esta defensa es lo que Freud llama “represión
propiamente dicha”. Pero hay que pensarlo como algo dinámico, ya que esta
represión es una suerte de “esfuerzo de dar caza” a los retoños de lo reprimido
primordial que continúan activos en el icc y que intentan llegar a la cc.
Entonces ante la señal de la angustia el yo podría defenderse, es decir podemos
tener un tiempo llamado “defensa lograda” o “salud aparente” en donde puedo
mantener esa defensa. Este momento de “defensa lograda” está acompañada por
síntomas primarios de la defensa, los cuales se distinguen de los síntomas como
formación de compromiso, ya que estos (los síntomas primarios de la defensa) no
están compuestos al modo de una transacción sino más bien de una
contrainvestidura que impiden que esas fuerzas pulsionales, que entraron en
conflicto, lleguen a la cc.

En síntesis, la predisposición de lo constitucional no asegura la emergencia del


síntoma. A su vez requiere de que se produzca una causa ocasional condicionada
por el azar que frustra una satisfacción, y que aún así esta operatoria no deriva
necesariamente en la formación del síntoma, sino que hay un paso intermedio en
donde la libido va a intentar encontrar alguna satisfacción en la fantasía, reinvistiendo
modalidades y objetos que habían sido resignados, y que en caso de que eso se
sobreinvista podría entrar en conflicto con el yo y desencadenar esta señal de
angustia que daría lugar a la defensa.

Esta defensa puede ser lograda o lograda por un tiempo, en donde tendríamos estos
síntomas primarios, pero para Freud podría ocurrir lo que llama el “fracaso de la
defensa” que se da porque lo reprimido retorna y ese retorno de lo reprimido se va a
dar bajo la forma de síntoma, pero ya no el síntoma como síntomas primarios sino
como el síntoma en formación de compromiso, que es una transacción del resultado
de un proceso de un trabajo que se da en el icc.
Entonces se encuentran distintas formas de ese retorno, por más que definamos a la
operatoria de la defensa como una modalidad en donde se mantiene siempre igual
(es decir que lo que la defensa hace es considerar como no arribado a la cc
determinado contenido que considera inconciliable), separa esa representación
inconciliable del afecto. Pero lo que Freud comprueba es que a nivel de síntoma
58
puede haber distintos tipos de retorno de lo reprimido, por ello se abre otra pregunta
distinta de la defensa que es la del mecanismo de formación de síntoma. Entonces
en este planteo freudiano no basta con que el yo se defienda, no es que la defensa
opera desactivando completamente lo inconciliable sino que lo debilita en la medida
en que ya no está en la cc pero eso inconciliable continua trabajando en el icc atraído
por aquello que fue reprimido, y a esa escena icc Freud le atribuye ciertos
mecanismos en los cuales esos síntomas se producen, no es la defensa la que
produce el síntoma sino esos mecanismos de formación de síntoma.

Es importante captar el encadenamiento causal de factores, no de un único factor


sino de varios factores que están ensamblados, encadenados de un modo particular,
los cuales son dinámicos, son móviles, no es que el yo se defiende de una vez y para
siempre, sino que la defensa es un gasto de fuerza continuo que depende del factor
cuantitativo, es decir de la intensidad con que esas mociones pulsionales
inconciliables tiendan a su realización.

El síntoma conversivo

Continuaremos con la distinción entre defensa y los mecanismos de formación de


síntoma, y luego avanzaremos en las particularidades del síntoma conversivo.

Para distinguir la defensa y mecanismos de formación de síntoma Freud da el


ejemplo de un símil del revoltoso y el esfuerzo de dar caza (conf. III). En este caso el
hecho de sacar a ese individuo revoltoso de la sala sería la operatoria de la defensa,
pero esta llega hasta el liberarse de esa presencia pero no tiene control acerca de lo
que el individuo hace en la otra sala, de ahí que este individuo pueda disfrazarse de
otra persona y pueda volver a ingresar, y que de hecho puede volver a ingresar. El
hecho de asegurar la puerta con la silla es la idea que Freud tiene de la función de
esos síntomas primarios en la defensa, es una suerte de fuerza contraria de
contrainvestidura para evitar que esa fuerza que fue desalojada vuelva a ingresar;
entonces ese regreso desfigurado seria lo que configura al síntoma o al retorno de lo
reprimido.

Esto nos importa en la medida en que si bien la operatoria de la defensa lo que hace
es separar la represión del afecto, llega hasta ese divorcio entre representación y
afecto pero luego necesitaremos saber cuál es el trabajo que el icc hace con la
representación y el afecto, en tanto tendrán destinos distintos.
Por lo general la representación que entró en conexión asociativa con eso atraído
primordialmente por lo reprimido, se va a convertir en una formación sustitutiva, es
decir aquello inconciliable primordialmente será sustituido por una formación que ya
no resulta inconciliable para el yo, justamente porque va a estar desfigurada.

Respecto al afecto distingue en la represión al menos 3 destinos posibles:


1. que se trasmude en angustia→ aquí se da un síntoma de “histeria de angustia”,
en donde tendremos una formación sustitutiva desfigurada pero que estará
acompañada por un sentimiento de angustia, por ello dice que una vez que se
59
conforma el síntoma como formación sustitutiva queda ese desprendimiento de
angustia, por lo tanto se presenta un segundo tiempo que evitará la emergencia
de la angustia;
2. falso enlace→ ese afecto inconciliable se enlaza con una formación sustitutiva
que no presenta esa característica de la inconciliabilidad. Esto dará lugar a otro
tipo de síntoma que es la representación o idea obsesiva, caracterizada por
una idea que es considerada absurda por el sujeto pero que se acompaña de
un afecto compulsivo, es decir no puede dejar de pensarla a pesar de reconocer
que es una idea absurda.
3. Conversión. En este caso el afecto se transmuda a lo corporal y para Freud no
se da ese segundo tiempo que si encontramos en la idea de angustia y en la
representación obsesiva; esta formación del síntoma es más lograda ya que no
da lugar a este segundo tiempo.
Es un retorno de lo reprimido bastante logrado, en cuanto a la angustia, al
afecto. Por ello retoma la expresión de Charcot “belle indifference des
hysteriques”, que era como las histéricas podían convivir con su síntoma, que
la relación de la histérica con el síntoma era de una bella indiferencia, no
necesariamente aparecía como algo que quisieran liberarse.

De esta manera estos 3 destinos posibles serían el mecanismo de formación de


síntoma.

-Composición del síntoma conversivo:

En el caso Dora, Freud toma dos partes: una parte somática a la cual llama
“solicitación somática” → se produce una vez (estimulo de tos real, orgánicamente
condicionado que se fija) y la parte psíquica → le da un sentido, una intencionalidad,
y se repite porque es una zona erógena (identificación al padre enfermo,
identificación Sra K, figura una práctica sexual oral).
De ahí que Freud no esperaba que el síntoma desaparezca ya que entiende que esta
sostenido desde muchas partes, que éste tiene ganancias, que fue efecto de un
trabajo del psiquismo.

Habla de una ganancia primaria o beneficio primario→ el síntoma ha sido solución a


un conflicto icc

Otra ganancia que se anexa a la anterior y es la ganancia secundaria o beneficio


secundario → es el uso que el yo puede hacer de la enfermedad para obtener algún
tipo de beneficio, que para Freud constituye también una resistencia a la cura, en
tanto hay una ganancia en el enfermar. (ej. que el padre deje a la señora k)

TEÓRICO N°8
Papel de las identificaciones en los síntomas y ataques histéricos
APORTES DE LA PSIQUIATRÍA A LOS ATAQUES HISTÉRICOS
60
Trabajaremos la distinción entre el síntoma histérico y el ataque histérico a partir del
rol diferencial que en ellos tiene la identificación.
Recapitularemos los aportes de la psiquiatría acerca de las “presentaciones
enloquecidas” de la histeria o los ataques histéricos. Algunos de los autores que
hicieron aportes a dicho tema son: Kraepelin, Charcot, Janet y Ganser.
Como hemos visto lo que la perspectiva de la psiquiatría nos trae con respecto a la
histeria es un gran polimorfismo, el cual se trata de una gran variabilidad y movilidad
de los síntomas (por ello era y es conocido como “proteo”, el dios de las
transformaciones).

Entonces, a nivel de los síntomas nos encontramos con un abanico amplio y difícil
de abarcar ya que se pueden presentar parálisis (astasia, abasia, perturbaciones
para caminar o estar de pie), contracturas, cefaleas, alteración de la emotividad y del
carácter, perturbaciones de la sensibilidad (tanto en el polo de las anestesias como
de las hiperestesias), también pueden presentarse alteraciones de la actividad
sensorial (en cualquiera de los sentidos: una ceguera histérica, estrechamiento del
campo visual, sorderas, alucinaciones olfativas, gustativas o visuales, etc.),
perturbaciones de la respiración (ya sea disnea, espasmos faríngeo o globus
histérico, tos nerviosa, afonía, disfonía, etc.), trastornos de la nutrición (pérdida y/o
aumento del apetito, vómitos, constipación, dolores abdominales) y las
presentaciones más agudas o paroxísticas del malestar conocidas como “ataques o
crisis paroxísticas” que se pueden presentar de distintas formas: ataques
convulsivos, de sueño, estados crepusculares (lo describió Ganser), disociación de
la conciencia (Janet), delirios, etc.

Esto mencionado llevó a que la psiquiatría se preguntara si se trataba de una


enfermedad de verdad o de una simulación.
Como vieron, Charcot fundamenta que se trata de una verdadera enfermedad, que
en los casos en los que hay una ausencia de lesión anatómica no habría porqué
pensar que están simulando de manera consciente o que están intentando tener un
beneficio consciente.
Son episodios caracterizados por:
- ausencia de toda lesión anatómica (esto nunca se pudo comprobar);
- Una aparición y desaparición de los trastornos sin dejar secuelas;
- Un carácter fuertemente escénico (como si se tratara dice Kraepelin de una
“exageración teatral”);
- Amnesia posterior al suceso (el suceso no se recuerda, se olvida, por ello Janet
recurrió a la hipótesis de una disociación psíquica o doble consciencia; Y Freud
apela al ICC);
- Influenciables por terceros (es decir, estos ataques cambiaban por presencia
de terceros o se acrecentaban);
- Inclinación a llamar la atención sobre sí mismos (es decir, la susceptibilidad
cuando detectaban que ya no eran objetos de cuidado o cuando veían que eran
abandonados porque el médico se ocupaba de otro enfermo. Y empieza

61
aparecer la pregunta de si se trata de una enfermedad o de una forma de la
personalidad);
- Otra característica es que no respondían bien a ninguno de los tratamientos de
la época, entonces la pregunta era si existía un tratamiento para cambiar algo
que parecía ser una forma de la personalidad cuya peculiaridad era la
inclinación a querer volverse el centro de atención. Ya acá, les psiquiatras,
detectaban que la causalidad en juego de estos ataques no podía atribuirse a
ningún tipo de lesión orgánica sino que más bien parecían ser alteraciones
producidas por ideas que aparecen por influencia psíquica.

Kraepelin nota la resistencia a la curación en estos casos y de esto deducía que


había una satisfacción en la condición de estar enfermo. Se trata de sujetos que
peregrinan de médicx en médicx sin encontrar en ningunx de ellxs una solución al
malestar. Por eso Kraepelin dice que son enfermos que se vuelven “perpetuas
rémoras de las familias y de los médicos” (le suponen un saber al médicx pero al
mismo tiempo comprobar que ningunx medicx tiene el saber necesario del mal que
las aqueja).

Aportes Freudianos a la explicación de los productos histéricos:

1- diseña un dispositivo de escucha del malestar histérico. Ya no es un dispositivo en


donde ese malestar se ofrece a la mirada sino que ahora se trata de una escucha en
el relato. Es decir, hay un cambio en el método.

2- Con respecto a la causa, Freud tampoco defiende que es de una causa orgánica
sino que va hablar de una etiología sexual acompañada de una patogenia psíquica
(son ambas cosas: por un lado el rol estructuralmente traumático que va a tener la
sexualidad infantil considerada perverso polimorfa; y por otro lado y en consonancia
con esta sexualidad, encontramos la defensa. Es decir que en el caso de la histeria
no basta solo con la predisposición sexual infantil sino que se trata de un yo que
reacciona ante eso inconciliable defendiéndose mediante la represión y que cuenta
con la posibilidad de que se forme un síntoma con ese material reprimido. Entonces
es una doble cara por el lado de la patogenia, ya que tenemos por un lado la defensa
y por otro el mecanismo de formación de síntoma que en la histeria es la conversión).

3- Retomamos la función que va a tener todo síntoma histérico: figuran la práctica


sexual de los enfermos. Es decir, que en el caso de la neurosis histérica la
satisfacción se pondría en juego en los síntomas mismos; por lo tanto el síntoma en
sí expresa múltiples fantasías icc que están figuradas en el síntoma mediante la
conversión.
Esa satisfacción o práctica sexual que esta puesta en juego en el síntoma responde
a modalidades de satisfacción ya reprimidas que son aquellas de la sexualidad
infantil. Entonces el síntoma no es solo una formación sustitutiva sino que aporta
una GANANCIA PRIMARIA en la medida en que produce una satisfacción sexual
sustitutiva, hay en el síntoma una satisfacción. Esta satisfacción no es una

62
satisfacción sexual sustitutiva solamente sino que también puede aportar algún
beneficio o aporte al yo, Freud lo llama GANANCIA SECUNDARIA.

Recordemos que en la ganancia primaria el síntoma se expresa como una solución


a un conflicto y en tanto refugiarse en la enfermedad implica una ganancia de no
afrontar el conflicto en la realidad; y también una ganancia secundaria en donde el
yo pueda sacar algún provecho de ese síntoma instalado.
Después de 1920 Freud piensa otro tipo de satisfacción, que también está en juego
en el síntoma pero que es una satisfacción más persistente y que la adjudica otra
instancia que es el “superyó”, este es el AUTOCASTIGO –no suele ser un síntoma
usual en la histeria, se puede ver más en la neurosis obsesiva- (como si hubiera
cierta necesidad de castigo que también estaría en juego en el síntoma dándole una
persistencia que es lo que aparece como sufrimiento en la consulta)

IDENTIFICACIONES EN EL SÍNTOMA CONVERSIVO

Trabajamos recién la función del síntoma conversivo histérico, ahora trabajaremos


más la composición del síntoma conversivo, articulándolo con el Caso Dora.

Habíamos visto que los síntomas estaban “sobredeterminados”, se constituían como


suerte de nudos en los que hallaban expresión múltiples cadenas asociativas. Freud
toma el síntoma de la tos de dora ya que es el síntoma más persistente, porque
recordemos que Dora presentaba más síntomas, incluso ese síntoma no fue el que
motiva la consulta sino más bien la alteración en el carácter que empieza aparecer
con el padre y esas quejas continuas y pedidos de que deje de frecuentar a la Señora
K (lo que Freud denomina “itinerario de pensamientos hipervalentes” que hacen que
ella quede afincada en ese odio a los k y con el anexo de que ella pensaba que había
sido entregada al señor k para que el padre tuviera esa relación con la señora k.
Entonces ese momento crítico está en el origen de la consulta). Podríamos
preguntarnos por qué Freud se detuvo en el síntoma de la tos y no en los otros que
parecen más ruidosos, pero él dice que la tos persiste, es decir estos momentos
críticos son más recientes en cambio la tos persiste desde hace tiempo y revela para
Freud el carácter logrado de ese síntoma, el beneficio que en la economía libidinal
está teniendo el hecho de contar con esa forma de expresión en el cuerpo.

Esto lo mencionamos porque en “Inhibición, síntoma y angustia” el síntoma


conversivo se le vuelve opaco a Freud para distinguir las relaciones entre el síntoma
y la angustia. Resulta opaco porque es un síntoma logrado en el tratamiento de la
angustia. Podemos ver cómo Dora no llega a la consulta por la tos, en un principio Sí
(en su primera consulta) pero luego desaparece. Eso hace que la consulta no
prospere; podemos leer de esto lo que Freud toma de Charcot que es la bella
indiferencia que el sujeto histérico tiene con su síntoma, es decir que puede convivir
con ese síntoma, que ese síntoma en la medida en que es una solución lograda de
algún conflicto que no se quiere afrontar en la realidad, sin saberlo. Ese síntoma
persiste y se mantiene en tanto provee cierto refugio en la enfermedad.

63
Esto para que veamos por qué toma el síntoma de la tos y no otro: es porque aparece
un síntoma infantil y de mayor persistencia. Y esto revela que está
sobredeterminado.
Hemos visto que el síntoma conversivo tiene la particularidad de estar compuesto por
dos partes: una parte somática que Freud la llama “solicitación somática”, la cual
consiste en un estímulo de tos real (en el caso de dora) que estuvo orgánicamente
condicionado; y por otro lado la parte “psíquica”, es decir lo que comienza a revestir
a ese estimulo de tos real condicionado orgánicamente, lo que empieza a conformar
suertes de capas o estratos psíquicos que se repiten y tienen para Freud un sentido
sexual.
Entre esos revestimientos encontramos algo que empieza a insistir en el malestar
de Dora que es esta disnea y el asma nerviosa que padece desde los 8 años; Y que
Freud, sobre todo en el análisis de los sueños, descubre que ese síntoma del asma
nerviosa aparece en el momento en el cual parece detenerse la masturbación infantil,
en tanto Freud lee en la enuresis un indicio de esa masturbación, se da esta suerte
de sustitución: de la enuresis (indicio de la masturbación infantil) por un síntoma en
lo respiratorio.
Además este síntoma en lo respiratorio implica para Freud una identificación al padre,
ya que éste a los 6 años de Dora tiene y ha tenido distintas enfermedades, entre ellas
una afección pulmonar que es por otra parte la excusa que él utiliza para ir a la ciudad
en donde se encuentra con la Señora K. Esta es una primera capa que está
constituida por una identificación al padre. Esto también es importante porque Freud
señala que el padre está en el centro, es el armazón en torno al cual se edifica la
composición patológica de Dora; de hecho una de sus hipótesis es que de alguna
forma Dora se refugia en el padre ante la posibilidad del encuentro sexual con un
hombre.
Entonces tenemos la parte somática y la parte psíquica. En esta última encontramos
distintas identificaciones: una identificación al padre, una identificación al
hermano mayor, en la medida en que ella de chica se enfermaba después del
hermano y de lo mismo, es decir lo tomaba como modelo. Es importante recordar
también que este síntoma figura una satisfacción sexual infantil, que en el caso de
Dora, está ligado a una satisfacción oral (chupeteo como exteriorización) que está
encubierta por una fantasía icc de sexo oral, que en el historial se desprende de un
significante “fervoren”, en donde Freud escucha algo de “un hombre con recursos,
pero sin recursos” y lee en ese significante que hay una alusión a la posible
impotencia del padre; Esto Freud lo deduce a partir de esos significantes que parecen
que convocan otros sentidos posibles, y que se confirman a partir de que surgen más
materiales que apuntar en el mismo sentido.
También hay una identificación a la Señora K. Aparece una corriente “homosexual”:
en la medida en que Dora estaría interesada de sobremanera por la Señora k. La
lectura de Freud es que Dora se identifica con la mujer amada por el padre (en
tanto quisiera estar en su lugar) y ahí lo que asoma es la hipótesis de que ella se
identificaría con la mujer que entra en comercio sexual con el padre (hipótesis del
Edipo). Esta identificación también aparece mencionada como una “corriente varonil”
64
o “corriente ginecófila” y dice que es típico y propio de los síntomas histéricos. Este
es un punto del historial que parece enigmático, es decir ¿cuál es el valor de esta
mujer? En la medida en que Dora entra en controversia con el padre, pero la Señora
K debió tener algún papel en acusarla de contar con conocimientos sexuales no
apropiados para una chica de su edad, es importante porque en ningún momento
Dora se queja de esta.
Otro punto es que Freud no logró dominar a tiempo la transferencia. En el historial la
transferencia estará definida en la reedición de las vivencias infantiles en la relación
actual con el analista; Freud dice que de alguna forma él no llego a dominar a tiempo
que estaba en el lugar del padre, es decir que contaba transferencialmente para Dora
como un sustituto del padre; Freud aporta el elemento de que ambos eran fumadores
y tal vez eso fue un nexo que los ubicara icc en el mismo lugar. Y atribuye la
interrupción del tratamiento, en parte, a que no llegó a leer a tiempo que Dora iba a
vengarse de él como anteriormente lo hizo con su padre.

IDENTIFICACIÓN AL SÍNTOMA (rasgo)

Texto: “Psicología de las masas y análisis del yo” cap.7.


En ese momento Freud define a la identificación como: “forma primera y más
originaria del lazo afectivo. La más temprana exteriorización de una ligazón afectiva
con un objeto, anterior a toda elección de objeto. Es un retoño de la fase oral de la
organización libidinal, en tanto se incorpora al objeto”
Entonces tomaremos a la identificación como algo que opera en la configuración
misma del yo y en que en esa configuración del yo se toman rasgos, semejanzas, de
otres; es decir se toma a otre como modelo y el yo se constituye tomando
propiedades de otre.
Ahora nos interesa cómo contribuye la identificación en la formación neurótica de
síntomas. Hablaremos de la identificación que puede producirse tanto AL SINTOMA
de una persona amada como también al síntoma de una persona odiada.
En el caso de la identificación al síntoma de una persona odiada Freud tomara el
ejemplo de una tos martirizadora que no es la tos de dora sino otra, por ejemplo: tos
martirizadora de la madre, cuya identificación expresa el amor al padre y la
consciencia de culpa.
En el caso de la identificación al síntoma de una persona amada puede ser la tos de
Dora, en la medida en que ella se identifica a ese rasgo del padre (padre tenía
problemas pulmonares)
La explicación metapsicológica de ambas identificaciones va a estar en juego la
REGRESIÓN, es decir esa elección de objeto, ya sea de la madre o del padre, es
resignada y regresa hasta la identificación; digamos que de alguna forma se despoja
de su componente sexual y pasa, ese rasgo, a formar parte del yo, el yo se apropia
de un rasgo de ese objeto que debió resignar. Entonces es importante retener que
este tipo de identificación es una identificación al síntoma, y que hay una elección al
objeto sexual; y lo que se produce es que al resignarlo se regresa a la identificación,

65
es decir se conserva una ligazón afectiva con el objeto a través de la
identificación, el yo se apropia de ese rasgo que pasa a ser parte del yo.
Freud dirá que se produce en ambos casos una sustitución de una ligazón libidinal
por vía regresiva mediante introyección de un rasgo del objeto en el yo.

Freud va acentuar que no se trata de una identificación masiva, o suerte de copia a


un conjunto de rasgos, sino que es una IDENTIFICACIÓN PARCIAL que está
sumamente limitada a un único rasgo, ese único rasgo es el síntoma de la persona
amada y odiada.

También hay otros tipos de identificación que permitirán explicar la COMPOSICIÓN


DE ATAQUES HISTERICOS, los cuales diferenciaba del síntoma conversivo.

En los ataques histéricos, a diferencia del síntoma conversivo, se produce una


“figuración pantomímica (representación teatral gestual, sin palabras) de fantasías
icc que se proyectan sobre la motilidad”, es una suerte de “irrupción de lo reprimido
en una puesta en escena” en la cual se puede observar una escena de un tinte
sexual.
Al igual que en el síntoma conversivo, en los ataques están figuradas por
condensación varias fantasías, son como soldaduras entre lo actual y lo infantil no
olvidado, la multiplicidad presentada en el producto histérico; Freud trae la novedad
de que en estos ataques histéricos se presenta una IDENTIFICACION MÚLTIPLE,
en tanto se pondrían en escena dos fantasías libidinales de carácter sexual
contrapuesto, es decir que en el ataque histérico se juegan simultáneamente dos
papeles: el masculino y el femenino, por ende dice que las fantasías histéricas tienen
un carácter bisexual , en la medida en que están activos ambos sexos. Un ejemplo
clásico de Dora: con una mano se aprieta el vestido y con la otra intenta sacarlo
(Freud lee que está presente el papel agresor masculino y el papel femenino de
defensa ante el ataque). También menciona que habría una corriente homosexual,
en la medida en que parte de esa identificación múltiple es a un personaje masculino,
una suerte de identificación viril.

Freud encuentra un tipo de desfiguración en los ataques que difiere de la


desfiguración propia de la conversión, menciona que en el ataque esa figuración
pantomímica de la fantasía puede tomar la forma de un trastorno antagónico de las
inervaciones, es decir que un abrazo puede aparecer figurado como lo opuesto, más
bien alguien que rechaza, es decir en el mismo ataque pueden aparecer algunos
gestos de abrazo y otros más bien de rechazo, o solo de rechazo que para Freud
podría constituir una aproximación sexual con alguien.
Se puede producir otro tipo de desfiguración distinta a la conversiva que es una
inversión de la secuencia temporal es decir que en esa puesta en escena aparezcan
invertidos los tiempos, y lo que se figura es un atentado sexual la secuencia de eso
pueda aparecer invertida en el ataque, serían los modos de desfiguración que están
en juego en el ataque aunque Freud también reconoce que la observación de los
ataques es bastante intuitiva, en el sentido del carácter sexual que presentan sobre
66
todo porque suelen acompañarse de suspiros en donde Freud lo lee como propias
del comercio sexual.

Estos ataques también pueden estar al servicio de tendencias primarias (constituyen


un refugio en la enfermedad) o secundarias (se puede obtener un provecho de eso).

IDENTIFICACIÓN POR COMUNIDAD (histérica)

La pregunta Freudiana es acerca del tipo de identificación que estaría en juego en


los ataques histéricos y que va a diferenciar de las identificaciones que ya vimos que
participaban de los síntomas conversivos.

Nos presenta, también en el texto mencionado más arriba, la identificación por


comunidad afectiva, a la que llamara “identificación por EL SINTOMA”
distinguiéndola de la identificación AL síntoma. En esta identificación por el síntoma
o por comunidad afectiva encontramos que puede prescindir de la relación de
objeto con la persona copiada, es decir que esta forma de la identificación puede
darse aún en aquellos casos en los que no se compruebe que haya una elección de
objeto o una relación de objeto con esa persona. Esto lo distingue de la otra
identificación.

Esta identificación la define como una “identificación basada en el querer ponerse en


la misma situación que esa persona copiada” y en ese querer ponerse en la misma
situación (dado que el lazo no se produce porque haya una relación de objeto) se
identifica por el síntoma; Y hay un enlace icc, en la medida en que hay una
coincidencia que permanece reprimida, es decir una analogía entre estas dos
personas, que produce esa identificación en comunidad. Hay un deseo de querer
ponerse en ese mismo lugar que esa persona copiada, y es sobre esa
coincidencia que se produce la identificación. Un ejemplo es el del pensionado:
una de las muchachas del pensionado recibe una carta de su amante y presenta una
crisis a partir de lo que lee allí y algunas de las chicas que también viven con ella les
agarra el mismo ataque, pareciera como si fuese contagioso, o haya una “infección
psíquica”.

Como punto en común con esa identificación al síntoma que vimos al principio, en el
caso de la identificación por el síntoma o por comunidad afectiva también se tratan
de una identificación parcial a un rasgo. No son masivas, son identificaciones
limitadas, son identificaciones por el síntoma o por una coincidencia icc en particular;
Ejemplo en Dora de una identificación por comunidad: dolores abdominales, los
cuales presentó una prima ante la eminencia del casamiento de su hermana, en
donde Freud sospecha algún tipo de coincidencia en las situaciones que lleva a Dora
a presentar esos dolores abdominales.

Seguiremos trabajando sobre esta identificación y tomaremos el “sueño del salmón


ahumado” (o de la bella carnicera). La paciente sueña algo que parece que contradice
la teoría freudiana del sueño como cumplimiento de deseo. Se crea un deseo
incumplido en el sueño (no puede dar una comida) y en la vida (ella en la realidad se

67
priva del caviar). La situación con el caviar era más bien que su marido era alguien
que intentaba satisfacerla todo el tiempo y cumplir todos sus deseos y ella ante esa
iniciativa de este marido tenia la actitud de pedirle que por favor no le regalara caviar,
que era algo que ella deseaba pero que prefería que él no se lo regalara. Freud dice
no solo se crea un deseo incumplido y se privaba de cumplir esos deseos en la
realidad; y además ese salmón ahumado, en la trama asociativa del sueño, termina
respondiendo a algo de lo que se privaba una amiga, ya no ella, sino una amiga en
especial que despertaba el interés de esta soñante en la medida en que su marido
estaba bastante interesado en ella, pero parecía que el marido era amante de las
“redondeces” y esta amiga era bastante flaca. Por ende hay una primera
interpretación del sueño que podría ser que ella no quiere que su amiga engorde;
pero lo que detecta Freud es que de alguna manera en el sueño se produce una
suerte de engarce entre estas dos privaciones: la de la amiga y la de ella, sería
ese el punto de coincidencia icc que operaría identificatoriamente en ese
sueño, porque en vez de soñar que ese deseo no se le cumple a la amiga, sueña
que a ella misma no se le cumple un deseo, aparece ella en lugar de esa amiga. Por
ello Freud dice que hay una identificación histérica que en este caso interviene en el
sueño, no llega a constituir una formación sintomática, pero que le sirve a Freud para
demostrar que la identificación no es solamente una imitación sino que está en juego,
en la identificación, una apropiación sobre la base de la misma reivindicación
etiológica, es decir sobre esto que hemos trabajado de que hay un punto en común
icc entre las dos personas.
Teórico N°9 (parte I)

La elaboración lacaniana de la histeria

Dora a la luz del estadio del espejo

Antes de embarcarnos en la primera relectura de Lacan sobre el caso Dora,


repasemos brevemente el concepto de “estadio del espejo” que, como les
adelantaba, opera como un organizador de la misma. Ese concepto se encuentra
formalmente plasmado en un escrito de 1949 de nombre “El estadio del espejo como
formador de la función del yo, tal como se nos revela en la experiencia analítica”.
Como lo indica el título, lo que el autor quiere mostrar allí es de qué manera la
concepción del estadio del espejo ilumina aspectos sobre el papel del yo que se
ponen en juego en un análisis.

La tesis de la que parte para dar cuenta de ello sostiene que el cuerpo -o podría
decirse, el yo corporal-, como una superficie entera, cerrada, es algo que se
constituye, y que esa construcción no depende de la maduración del organismo
biológico sino de un proceso mental que viene de afuera: la identificación.
Hay que aclarar que la noción establecida por Lacan tiene como punto de partida un
comportamiento observado por la psicología comparada, que toma de Henri Wallon.
Hago un pequeño paréntesis para recordarlo. Como lo señala Graziela Napolitano en
su texto “La imagen del cuerpo propio y sus perturbaciones”, en 1931 este autor se
68
propuso demostrar que la conciencia del propio cuerpo no era un dato primitivo,
simple correlato de las experiencias propioceptivas. Apoyándose en la observación
de la conducta del niño en diferentes momentos de su desarrollo, se ocupó de
explorar y analizar de qué manera la percepción que el niño tiene de su imagen
proyectada en el espacio, así como su reconocimiento, resultan fundamentales para
que se establezca la representación simbólica de su identidad corporal. Tomó
entonces la experiencia que Darwin observó en su hijo de 6 meses, quien sonreía
cuando veía su imagen y la de su padre en el espejo y se sorprendía al escuchar su
voz. Valorando el gesto del niño de volverse hacia la persona cuya imagen percibía
en el espejo, concluyó: “es la verificación de una relación, un acto de reconocimiento.
Realiza algo nuevo que resuelve una dificultad, que integra en una suerte de unidad
superior lo que no presentaba aún para él una relación determinada” (Napolitano,
2009: 9). Wallon constató además que el niño miraba su imagen en el espejo cada
vez que lo llamaban, y destacó que era a esa imagen exteriorizada a la que aplicaba
su nombre cuando lo escuchaba pronunciar; y de allí dedujo que la representación
del propio cuerpo solo puede formarse exteriorizándose.
Si me detuve un poco en la experiencia de Wallon, es porque permite entender mejor
el planteo de Lacan. En su texto sobre el estadio del espejo, compara la conducta del
niño con la de los animales: allí donde tempranamente el cachorro humano reconoce
su imagen en el espejo, el chimpancé, por ejemplo -que lo supera en inteligencia
instrumental-, no lo hace. En un momento de la vida en el que el lactante no tiene
dominio de la postura, ni de la marcha, sino que está sumido en la impotencia motriz
y en la más absoluta dependencia, la experiencia del espejo tiene, para Lacan, el
valor de un “acto”, de un “acontecimiento” de carácter unificador. Es así que afirma
que hay que comprender el estadio del espejo como una identificación en todo su
sentido, esto es, como la transformación producida en el sujeto cuando asume una
imagen. El júbilo que expresa el infans en el momento del reconocimiento de su
imagen en el espejo da cuenta de la primera matriz en la que el yo se precipita, antes
del juego de identificaciones con el otro y antes de convertirse en un sujeto por la
operación del lenguaje. Esa forma primordial del yo corresponde a lo que se llama el
yo-ideal, como tronco de las identificaciones secundarias, y tiene una función de
normalización libidinal.
Dicho de un modo sencillo, para Lacan, el yo se forma por identificación. Pero lo más
importante de todo esto es que esa organización primitiva sitúa al yo en una línea
que no puede reducirse al individuo solo. La forma total del cuerpo, adelantada como
un espejismo a la fragmentación propia de la inmadurez de la cría del hombre, le es
dada como una Gestalt (imagen totalizadora) desde una exterioridad, que tiene
efectos sobre el organismo. En otras palabras, la relación del ser humano con la
naturaleza está alterada: hay una discordancia entre el inacabamiento anatómico del
sistema nervioso, que hace del niño un prematuro, y el reconocimiento de su imagen
como totalidad, gracias a la identificación. De esta manera, para Lacan, el estadio del
espejo arroja al infans desde la insuficiencia, desde la fragmentación corporal, a la
anticipación de una forma ortopédica de totalidad, e inaugura la dialéctica que a partir
de allí va a ligar al yo con todas las situaciones sociales.
69
Para volver más entendible este concepto, podemos acercarlo a la noción de
“narcisismo primario” de Freud, ya que en realidad es una primera relectura de Lacan
de ese concepto freudiano. ¿Recuerdan lo que decía Freud?: el yo no está de
entrada, sino que se construye, así como se construyen el cuerpo y la realidad. Para
él, lo primario era el autoerotismo, en el que reina la satisfacción anárquica de las
pulsiones parciales. El pasaje a la unificación de las mismas - nunca completo- se da
en la fase del narcisismo, en la que el yo se constituye como anhelo de unidad (“el
yo se toma a sí mismo como objeto” dice, y eso supone un “nuevo acto psíquico”).
Para Lacan, ese “nuevo acto psíquico” es una identificación imaginaria, ya que se
establece a partir de la imagen de un semejante. Por eso para él, el yo es, desde el
comienzo, otro.
¿Cómo aparece el estadio del espejo en el psicoanálisis? Por ejemplo, en los sueños
de despedazamiento corporal (miembros desunidos, órganos con alas que recuerdan
las pinturas del Bosco); en las experiencias del esquizofrénico (por ejemplo, la
vivencia de tener órganos pero no un cuerpo que los contenga), o en las del
paranoico, desdoblado en otro que lo persigue. Se trasluce asimismo en el fenómeno
de los celos o en el transitivismo infantil, en la simpatía (“ponerse en el lugar del
otro”), o en la sugestión. Y también -como veremos a continuación- … en los
síntomas conversivos y en los comportamientos de los sujetos histéricos
Para concluir con este pequeño recorrido, puede decirse que la noción de estadio del
espejo marca el comienzo de todo un movimiento de Lacan con respecto al
psicoanálisis, que podría llamarse antibiologista. ¿Qué quiere decir esto? Que Lacan
se rehúsa tanto a pensar el desarrollo humano en términos de una maduración -como
lo hace la neurología-, como a transcribir la teoría de Freud como desarrollo del
individuo. Tal como lo señala Jacques-Alain Miller en su texto “La función de la
castración”, el estadio del espejo ya muestra lo que luego se despliega en la obra de
Lacan como un hilo conductor: si hay desarrollo del individuo, el mismo está
atravesado por la intersubjetividad. En otras palabras, si el estadio del espejo “es un
fenómeno del desarrollo, una experiencia dada en un momento determinado en
donde prevalece la imagen” (Miller, 1994: 95), es, a la vez, un hito dialéctico: un
momento inaugural de la estructuración edípica en donde el yo se constituye a partir
de una relación con el otro, bajo la forma de ser el otro, completándose como unidad
en una imagen exterior.

Pero volviendo a lo que nos interesa, tenemos que decir que esa articulación entre
los conceptos de intersubjetividad y de dialéctica -importados por Lacan de la
filosofía- y el de matriz especular, será central para pensar la estructura de la histeria
y su abordaje en el dispositivo analítico en los primeros años de la elaboración
lacaniana sobre este tema. Ejemplo de ello es la lectura que nos ofrece del caso Dora
en 1951. Los invito a verla con mayor detalle.

“Intervención sobre la transferencia” (1951)

Este escrito, publicado en 1951, recoge la exposición de Lacan en un congreso de


psicoanalistas de lengua romance realizado ese mismo año. Allí ofrece una lectura
70
crítica del abordaje de la transferencia por parte de Freud en el caso Dora, situando
tanto sus intervenciones a lo largo de la cura -logradas o fallidas-, como aspectos
relacionados con el estatuto del yo y el valor de las identificaciones en la
estructuración de la histeria y de sus síntomas conversivos. Estos aspectos salen a
la luz durante el tratamiento y toman un lugar en la relación transferencial entre el
analista y la analizante, que será decisivo para su desenlace.
En primera instancia, debe subrayarse que el texto comienza con una especie de
epígrafe de Lacan que indica: “Aquí estamos todavía en lo de amaestrar las orejas
para el término sujeto” (Lacan, 1951: 204). Hay que prestar atención a esta palabra,
extraída en principio de una referencia externa al psicoanálisis -la toma de la filosofía
de Hegel- porque, como iremos viendo, persiste a lo largo de toda la obra del autor y
tiene un valor capital en su enseñanza.

¿Qué es entonces el sujeto para el psicoanálisis? ¿Qué es el sujeto dentro del


psicoanálisis, es decir en un tratamiento analítico? Estas preguntas no tienen una
respuesta unívoca, ya que Lacan va a ir variando el significado de ese término a
medida que avanza en su derrotero. En este texto en particular, aborda la noción de
sujeto en el contexto de la oposición entre Psicoanálisis y Psicología. Ambas
disciplinas tienen sujetos diferentes: el de la Psicología es un sujeto objetivado, que
puede medirse -no hay que olvidar que en esa época estaba en pleno auge la
psicotécnica, que ponía a prueba las disposiciones o las competencias individuales
y las objetivaba de acuerdo a ciertos estándares-

El sujeto del psicoanálisis, en cambio, no tiene objetividad, no puede ser medido,


y está ligado a “lo que se dice”. En este punto Lacan recupera la “revolución
copernicana” operada por Freud respecto de la noción tradicional de la ciencia. Si a
diferencia de la ciencia, la disciplina freudiana se centra en el sujeto del inconsciente,
para Lacan ese inconsciente está estructurado por el lenguaje, y el sujeto surge en
la medida en que alguien toma la palabra. Por eso señala que “el sujeto se constituye
por el discurso” y, agrega, “donde la mera presencia del analista aporta la dimensión
del diálogo” (Lacan, 1951: 205). Aquí tienen una primera definición o acepción de la
dialéctica -y del psicoanálisis como una experiencia dialéctica- como el “arte del
diálogo”. Ahora bien, ese discurso por el que se constituye el sujeto en el diálogo con
el analista tiene varias características: en primer lugar, incluye una dimensión
temporal -Lacan dice que “sigue su curso”-.
Ese curso, que se despliega en el tiempo, sigue determinadas leyes y gravita
alrededor de lo que Lacan llama la verdad. ¿De qué verdad se trata?, ¿cuál es la
noción de verdad en juego en el psicoanálisis? Una vez más, no debemos olvidar
que un significante tiene muchos significados, y que en cada caso hay que situar la
referencia semántica que permite fijar un sentido determinado. El punto de
gravitación del discurso,
es decir, aquello hacia lo cual apunta, es el de una verdad no-toda que se presenta
como un movimiento, un momento, una revelación. Es una verdad interna, no
externa, o sea una verdad del sujeto, no de los hechos de la realidad (no es una
verdad fáctica, puede ser incluso opuesta a los hechos). Y como el sujeto puede
71
variar de posición -y eso es esperable que ocurra en un análisis-, la verdad también
varía. Es también una verdad cifrada en los síntomas, lo que lleva a Lacan a decir
que Freud “tomó la responsabilidad (…) de mostrarnos que hay enfermedades que
hablan y la de hacernos entender la verdad de lo que dicen” (Lacan, 1951: 206).
Pueden distinguirse aquí las referencias filosóficas que le sirven a Lacan para pensar
estos conceptos: Por una parte, la filosofía socrática y la mayéutica. Por otra, Hegel
y su concepto de experiencia, ligado a las transformaciones en el tiempo, en cuyo
transcurso aparecen diferentes momentos en los que el sujeto se deshace de un
saber no verdadero.

El psicoanálisis, como experiencia dialéctica que se despliega en el tiempo a través


de un discurso, apunta a promover transformaciones en la posición del sujeto
respecto de su verdad. Verdad que atañe, como señala Lacan, no sólo a su
comprensión de las cosas, sino también a cómo se posiciona en sus relaciones de
objeto. Pero también muestra el lugar del yo y su matriz identificatoria en dichas
relaciones, y su función de escollo en la cura cuando el analista no interviene
adecuadamente y erra en el manejo de la transferencia.
Todas estas cuestiones son las que Lacan pone de relieve en el texto, valiéndose
para ello del historial de Dora. Como lo dice claramente, este fue el primer caso en el
que Freud reconoció que la transferencia tenía un lugar en la experiencia analítica -
como aliada y como obstáculo-, lo que se advierte en la forma que toma la exposición
del material. Lacan enfatiza que no hay ningún artificio en el ordenamiento del caso,
sino que se lo relata tal como fue la realidad de la curación, siguiendo el progreso del
sujeto en relación a la verdad, de acuerdo a lo que llama una “serie de inversiones
dialécticas”. ¿A qué se refiere con esta expresión? A lo largo de la cura, se producen
momentos de corte, de escansión, en donde se transforma la posición del sujeto con
respecto a la verdad.
Inversiones dialécticas son entonces esos hitos en donde la verdad de un sujeto
se transmuta. Hay que aclarar que esos cambios en la posición subjetiva no se
producen espontáneamente, sino que son efecto de las intervenciones del analista.
Y que, así como hay intervenciones que propician tales movimientos, hay otras que
los obstaculizan, y entonces el trabajo analítico se detiene, a veces de modo
irreversible, y puede terminar, como sucedió en Dora, con la interrupción del
tratamiento. Lacan se ocupa de situar esos puntos en el texto freudiano. Veamos
cómo lo hace.
Recordemos que la joven histérica es llevada a la consulta con Freud por su padre,
alarmado por la conducta de su hija, ya que en el último tiempo había presentado,
entre otras cosas, irritabilidad, desazón e ideas suicidas, y se había vuelto
particularmente insistente reclamándole que interrumpiera una relación “amistosa”
que sostenía su familia con una pareja, el Sr. y la Sra. K -en particular con esta última-
. Básicamente le reprochaba a su padre que la entregara a los galanteos del Sr. K
(según Dora, éste había osado hacerle una propuesta amorosa a orillas de un lago)
como objeto de intercambio para que él pudiera mantener tranquilamente su relación
de amante con la Sra. K. Tal como han trabajado en los TP, el padre le aseguró a
Freud que no había nada malo en esa relación, que eran todas cosas inventadas por

72
la adolescente (incluso el atrevimiento del Sr K. hacia ella), y le pidió, para decirlo de
manera sencilla, que la pusiera en vereda.
La primera intervención de Freud es conocida por ustedes: deja en suspenso el relato
del padre y no se hace eco de su “mentira social”. En lugar de mostrarse hipócrita
como el personaje paterno, decide escuchar a la joven. Surge así lo que Lacan llama
el primer desarrollo de la verdad: Dora, como el alma bella hegeliana, no es
insincera como su padre y grita a los cuatro vientos la verdad de las cosas: le relata
a Freud, con exactitud de detalles, la relación amorosa entre su padre y la señora K
y se queja del hecho de ser objeto de un “odioso
cambalache”, al ser entregada al Sr. K. como precio por la tolerancia que este
mostraba ante dicho vínculo -posición paranoide/reivindicativa-. La primera
posición de Dora es entonces la de una denunciante, que se rebela contra el mundo
como abanderada de la verdad, una aparente “verdad de los hechos”. La intervención
de Freud no se deja esperar: “¿Qué tienes que ver tú en este desorden del cual
te quejas?”. Intervención que apunta a implicar a Dora en su queja y en donde Lacan
sitúa una primera inversión dialéctica. El efecto de esa intervención hace surgir un
segundo desarrollo de la verdad, o sea, una nueva relación del sujeto con el
mensaje. Aparece entonces la complicidad con la que Dora había sostenido hasta
cierto momento esa relación con los amantes (no iba a ver a la Sr. K si sabía que su
padre estaba con ella, llevaba a los hijos de los K. de paseo para dejarlos tranquilos,
hizo echar a una gobernanta que le quiso “abrir los ojos” a ella y a su madre sobre la
relación de los amantes, se incluía en la red de intercambios de regalos). Y al mismo
tiempo que pasa de víctima a cómplice, surge en su relato la relación edípica,
organizada en torno a la identificación al padre impotente que vertebra su
síntoma: cada vez que habla de su padre como una mujer celosa tose -al igual que
él-. Como bien indica Lacan, esa identificación se transparenta en la sintomatología
de Dora, y su descubrimiento en el análisis tiene como consecuencia su
levantamiento.
Freud se pregunta por el estatuto de esos celos ante la relación amorosa de su padre,
que toman la forma de un “itinerario de pensamientos hipervalentes”. La fuerza de
estos pensamientos de apariencia correcta, pero que resultan patológicos porque no
puede ser eliminados por el esfuerzo de la voluntad, lo lleva a interrogarse por lo que
está debajo: el interés por la rival. Le pregunta entonces a la joven por su relación
con la Sra. K, y se produce entonces una nueva inversión dialéctica que da lugar
a un tercer desarrollo de la verdad: la atracción fascinada de Dora hacia la Sra.
K. -lo que Freud llama la corriente ginecófila-.
Son varios los indicios que lo ponen sobre esa pista, entre ellos, el tono de
enamorada con el que describía el “cuerpo deliciosamente blanco” de la Sr. K. Sin
embargo, no aborda en el tratamiento esa singular relación con la otra mujer.
Por el contrario, es justamente en este punto en donde la transferencia se va a
encallar, y esto sucede por una mala intervención de Freud. ¿Por qué? Su insistencia
en que Dora estaba enamorada del Sr. K, sostenida en el prejuicio del Edipo simétrico
-así como la niña es del padre, la muchacha es para el muchacho-, sumada a su
“participación demasiado personal” en el asunto -él mismo se había puesto en el lugar
del Sr. K., y Dora “lo hacía vibrar con estremecimiento” (Lacan, 1951: 212)-; en fin,
73
su sueño de la “victoria del amor”, lo llevaron a descuidar el valor de esa otra
mujer como encarnación del misterio de su propia femineidad. Es esa tercera
inversión dialéctica la que no se produce y entonces se detiene el avance del sujeto
con respecto a la verdad.
Tenemos así a Dora embarcada en una serie de sutiles relacione que la unen con los
hombres -su padre, el Sr. K.- y con otra mujer -la Sra. K-. Lacan se pregunta, ¿qué
significan para Dora la mujer y el hombre? Encuentra la respuesta -la respuesta que
la propia Dora se ha dado, sin saberlo-, en la escena de su infancia en la que,
prendida del lóbulo de la oreja del hermano mayor se chupaba el dedo. Dice
entonces: “parece que tuviésemos aquí la matriz imaginaria en la que han venido
a volcarse todas las situaciones que Dora ha desarrollado en su vida” (Lacan,
1951: 210), como una prefiguración de lo que luego sería el concepto de compulsión
a la repetición en la obra de Freud. Afirma: la mujer es para ella “el objeto imposible
de desprender de un primitivo deseo oral, en donde sin embargo debe aprehender a
reconocer su propia naturaleza genital” (Lacan, 1951: 210). Es un párrafo oscuro,
¿no es cierto? Lacan lo trae en relación a los síntomas conversivos que afectan a
esa zona, en particular, la afonía, que él interpreta como una respuesta al “violento
llamado de la pulsión erótica oral en el encuentro a solas con la señora K.” (Lacan,
1951: 210), pero también en relación al síntoma de la tos, en donde la joven toma el
lugar del padre que chupa. Y lo explica apelando al concepto de estadio del espejo:
es la falla en la asunción del propio cuerpo la que impide a Dora el acceso al
reconocimiento de su femineidad, y eso da lugar a la fragmentación funcional
constitutiva de los síntomas de conversión. Entonces, el único modo de aproximarse
a esa femineidad que para ella es un misterio es a través de la apoyatura en el
compañero masculino -el hermano, el padre, luego el Sr. K- con quien se identifica
en esa enajenación primordial en la que el sujeto se reconoce como yo.
En suma, puede decirse que el error de Freud fue tomar por una relación de objeto
lo que en realidad era una identificación -con todos los personajes masculinos de su
historia, y también con el propio Freud -. Identificación narcisista, enajenante,
signada por la agresividad. El drama de Dora es que no puede situarse como soporte
del deseo de un hombre, y eso es lo que motiva su idolatría hacia la Sra. K. -que
supuestamente sí lo hace-. En cambio, se identifica con un hombre, a quien supone
otra mujer como objeto de deseo. De allí el valor fatídico de las palabras
pronunciadas por el Sr. K. en la escena del lago, que reciben una bofetada como
respuesta: “si ella no es nada para usted, ¿qué es usted para mí?”: un “fantoche” -un
títere, un muñeco-, que sólo cuenta si su deseo está orientado hacia la otra mujer. La
misma identificación viril está presente en la fantasía de embarazo que está debajo
del síntoma conversivo de la apendicitis (allí la mujer “tiene el falo” bajo la forma de
un hijo) y muestra el lugar del yo en la conformación de los síntomas y en los modos
permanentes según los cuales el sujeto histérico se relaciona con sus objetos. Estos
modos aparecen durante la cura en un momento de estancamiento de la dialéctica
analítica y corresponde al analista relanzar el proceso nuevamente.
Para concluir, la matriz del estadio del espejo le permite a Lacan, en este momento
de su obra, explicar las identificaciones que están a la base de los síntomas
74
conversivos y de las estrategias frente del deseo en la relación del sujeto con sus
objetos. Tales identificaciones, que en la histeria llevan el sesgo de la virilidad, serán
motivo de futuras elaboraciones. Entre ellas, la que hace en el Seminario III, y que
examinaremos en el escrito que encontrarán en el siguiente PDF.
Teórico Nº 9 (parte II)
La elaboración lacaniana de la histeria (continuación)
Introducción
Como les anunciaba anteriormente, en este escrito continuaremos trabajando la
elaboración de Lacan sobre la histeria, en particular la éste hace en los primeros años
de su enseñanza de seminario.
En el PDF precedente hemos visto cómo el autor establecía el valor de las
identificaciones en el caso Dora a la luz de su noción de estadio del espejo. Esa era
una aproximación inicial, que corresponde a un momento temprano de la obra de
Lacan, y que se encuentra dentro de los llamados Escritos. Ahora avanzaremos
hacia la reformulación que hizo del caso unos años más tarde, hacia 1955-1956. Para
entonces, ya había comenzado su enseñanza propiamente dicha y dictaba un
seminario semanal, dedicado cada año a un tema diferente. La lectura que haremos
ahora se enmarca en el Seminario III, en donde abordó los problemas clínicos,
nosográficos y terapéuticos que las psicosis planteaban a su época. Como les
anticipé en la primera parte del teórico, se trata de un momento clave de su recorrido,
en donde ya se encontraba desarrollando la distinción de los registros
simbólico, imaginario y real. En ese contexto desplegó su tesis de la neurosis
como una “pregunta”.
Dejo planteados algunos interrogantes: ¿Por qué, en un seminario destinado al
estudio de las psicosis, Lacan consagra dos clases a examinar lo que denomina “la
pregunta histérica”? ¿Qué quiere decir que la histeria se articula como una pregunta?
Trataremos de responder estas cuestiones, valiéndonos ahora de una nueva
herramienta conceptual creada por Lacan en estos años: el esquema Z.
¿Están listos?
Breve síntesis sobre el esquema Z
Situemos primero sucintamente en qué consiste este esquema, que es el que nos va
a permitir aprehender la formalización que hace Lacan de las neurosis en general -y
de la histeria en particular- en este período de su obra, al que suele llamárselo
“estructuralista”.
En la primera parte de la clase vimos cómo el estadio del espejo es, para Lacan, un
momento inaugural de la estructuración edípica en donde el yo se constituye a partir
de una relación con el otro, relación que le permite completarse como unidad en una
imagen exterior. Dijimos también que ese hito del desarrollo, que supone la
dimensión intersubjetiva, da inicio a toda una “dialéctica que desde entonces liga al
yo con situaciones socialmente elaboradas” (Lacan, 1949: 91).

75
Esto hay que recordarlo, porque veremos que queda incluido -con sus
transformaciones- en el nuevo esquema. Pero lo más importante de todo es que
ahora la intersubjetividad se desdobla, es decir, que se plasma, con total claridad,
algo que Lacan ya había comenzado a plantear dos años después de su escrito sobre
el estadio del espejo: la distinción entre el yo y el sujeto. Por eso Miller afirma que el
esquema Z introduce una “doble intersubjetividad” (Miller, 1994: 96), allí donde el
estadio del espejo proponía una intersubjetividad simple.
Aclaro que Lacan construye el gráfico que ahora vamos a ver para entender la
experiencia o la “comunicación” analítica, y en tal sentido se convierte en un
instrumento clave para captar la estructura de todos los fenómenos que forman parte
de ese campo, y que se despliegan bajo transferencia: los síntomas, los lapsus, los
actos fallidos, los sueños y también otros “comportamientos” que caracterizan la
conducta de los sujetos neuróticos. Asimismo, y por contraste, el esquema Z permite
pensar las manifestaciones clínicas de la psicosis.
Bueno, les presento entonces el esquema Z. Como podrán apreciar, tiene cuatro
polos unidos por flechas. Veamos de qué se trata cada uno de esos elementos y
cómo se relacionan.

Tomemos primero la línea que une el polo S (arriba a la izquierda) al polo A (abajo a
la derecha). Es el eje que constituye el registro simbólico. Esa A mayúscula
corresponde al orden del lenguaje, que preexiste al sujeto. ¿Qué quiere decir esto?
Que cuando un ser humano nace, llega a un universo hecho de palabras, palabras
que se relacionan unas con otras y producen significados, y es a ese universo al que
debe subordinarse para advenir como sujeto. Lacan utiliza varias imágenes para
ilustrar el sometimiento del ser hablante al orden del lenguaje: dice que el hombre
está “apresado” en él en todo su ser, que es un “siervo”, un “condenado”, o una
“marioneta”. Esas imágenes muestran que es sólo acomodándose a ese mundo
simbólico que lo precede que el cachorro humano puede convertirse en sujeto, y que
entra como tal en ese orden por el “desfiladero radical” de la palabra. Es en el lugar
del A, tesoro de los significantes, en donde el sujeto encontrará las palabras para
situarse y reconocerse como tal. En suma, no hay sujeot sin otro, y eso es lo que
permite afirmar que la constitución subjetiva está determinada por la
intersubjetividad. Lacan va a ir más allá todavía, al plantear que “la condición del

76
sujeto depende de lo que tenga lugar en Otro” (Lacan, 1958: 530), y se refiere con
eso a la condición de neurótico o de psicótico.
Ahora bien, ese orden autónomo, que “marcha solo” y al que el sujeto debe
someterse para poder plantearse -y responderse- la cuestión de su existencia, ese
orden que captura y determina al sujeto hasta en lo más íntimo de su organismo,
corresponde a lo que en Freud es la dimensión del inconsciente -de allí, la tesis de
Lacan de que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”-. Por eso todos
los fenómenos que hacen al campo analítico, esto es, lo que Freud llamaba las
“formaciones” del inconsciente -los síntomas, los lapsus, los actos fallidos, los
sueños- se ubican en ese eje. Y por eso también, el análisis de dichos fenómenos
bajo transferencia debe ubicarse allí. Como verán cuando lean el seminario III, al
autor señala que el analista tiene que ubicarse “en algún lado en A” (Lacan, 1956:
230) y alerta sobre los riesgos de no hacerlo. Volveremos sobre eso cuando tomemos
una vez más el análisis del caso Dora, porque allí se ve el extravío de Freud al salirse
de esa línea.
Unas palabras más sobre el orden simbólico que, como irán advirtiendo, adquiere
una total supremacía en estos años de la elaboración lacaniana. Hemos dicho que
para Lacan el inconsciente tiene estructura de lenguaje.
¿Qué significa esto? ¿A qué nos referimos cuando utilizamos la palabra “estructura”?
Se trata de un conjunto de elementos, los significantes, que son signos o elementos
discretos, cuya particularidad reside en su capacidad de combinarse con otros
significantes, permutando sus lugares. Dicho de otro modo, son signos que no
remiten a un objeto sino a otros significantes, produciendo significados múltiples y
variables, nunca unívocos. Esas combinaciones se hacen siguiendo determinadas
leyes, que son la metáfora y la metonimia. Veremos en qué consisten esas leyes más
adelante; por ahora sólo las dejaremos indicadas. Lo importante a retener en este
momento es que el orden simbólico, así configurado, es el factor por excelencia de
toda transformación subjetiva, tanto en la historia de un individuo como en la relación
analítica. Es el lugar, además, que instaura para el sujeto la ley con respecto al sexo,
lo que indica el plano en el que se ubica la función del complejo de Edipo para este
autor.
Hasta aquí hemos esbozado algunos de los aspectos principales de esta primera
pareja intersubjetiva, conformada por el sujeto y el Otro. Pero dijimos que en el
esquema Z se trata de una doble intersubjetividad, y eso implica que esta pareja no
debe confundirse con otra, que es la que en el gráfico une el polo que está abajo a
la izquierda -el yo- con lo que en la parte superior derecha Lacan escribe a´, el otro
con minúscula. Como verán en el esquema, ese eje corresponde a la relación
imaginaria, que hay que distinguir claramente del registro simbólico antes
desarrollado. ¿Se acuerdan que en la primera parte de la clase decíamos que para
Lacan “el sujeto es excéntrico al yo”? Bien, esa excentricidad queda claramente
planteada en el gráfico, con la separación entre el registro simbólico y el imaginario.
Así como el sujeto del inconsciente se constituye como tal a partir de su paso por el
discurso del Otro, el yo se organiza en la relación con un otro semejante, a la manera
como lo vimos en el estadio del espejo. ¿Recuerdan que les decía que esa vieja
77
noción queda subsumida en el nuevo modelo? Así lo afirma Lacan en el Seminario
III cuando dice “los polos imaginarios del sujeto, a y a´, recubren la relación llamada
especular, la del estadio del espejo” (Lacan, 1956: 229). Este es entonces el lugar
del narcisismo freudiano, en donde se despliegan, como fuimos viendo, todos esos
modos de lazo con los objetos de la libido que son las identificaciones. A esa
dualidad, en donde predomina lo visible de la imagen, Lacan le asigna el papel de un
“falso discurso”, o de una “falsa intersubjetividad”, en la medida en que el yo siempre
actúa como una pantalla, velando la verdadera dimensión subjetiva. Por eso van a
ver que cada vez que Lacan se refiere a este registro utiliza expresiones que dan
cuenta del carácter de obstáculo que supone: dice que el circuito imaginario “resiste”
el paso a la revelación del inconsciente, que “obstruye” el advenimiento del sujeto al
lugar de su determinación significante, o que “desvía” de lo verdadero la cuestión de
lo inconsciente convirtiéndola en un “engaño”.
Lo desarrollado hasta aquí permite entender por qué el analista debe situarse “en
algún lado en A”. Si se deja engañar por el espejismo del yo, se vuelve presa de la
relación imaginaria e impide el despliegue de la dimensión subjetiva que sitúa en lo
verdadero el problema de lo inconsciente. Eso es lo que le pasó a Freud en el análisis
de Dora, que revisaremos a continuación con la ayuda de nuestra nueva herramienta.
La histeria estructurada como una pregunta
Todo lo que hemos desplegado hasta ahora constituye el marco conceptual para
captar la lectura que Lacan hace de la histeria por estos años. Veamos entonces de
qué manera la aplicación del esquema Z permite dilucidar los rasgos estructurales de
esta neurosis, tal como se expresan en el caso Dora, caso que será elevado al rango
de paradigma de la histeria.
El postulado que Lacan va a tratar de demostrar es que la neurosis se articula como
la respuesta a una pregunta, en la que participan los cuatro polos de nuestro
esquema. Esta proposición vale para toda neurosis, es decir tanto para la neurosis
obsesiva como para la histeria, pero en cada una de ellas adquiere una forma
distintiva. En el caso de la histeria se trata -y eso es lo que vamos a trabajar- de una
pregunta por el sexo: “¿qué supone tener el sexo que tengo?” (Lacan, 1957: 393).
¿Vieron que en la introducción de este teórico yo les proponía que nos
interrogáramos sobre las razones por las cuales Lacan dedicaba dos clases al
análisis de la pregunta histérica en un seminario en el que el objeto de estudio era la
psicosis? Bueno, gran parte de ese seminario está destinada a examinar el caso
Schreber, un sujeto psicótico cuyo historial fue desarrollado por Freud en 1911. Ya
tendremos tiempo de abordarlo en profundidad más adelante; por ahora retengan
solamente el hecho de que el delirio de ese sujeto giraba en torno al tema de ser
transformado en mujer y de procrear una nueva humanidad. Son esas cuestiones
relativas a la sexualidad femenina las que habilitan a Lacan a introducir el problema
de la histeria, pues su estructura se organiza alrededor de ese punto, aunque de una
manera totalmente diferente a la que lo hace en la psicosis. Por eso comienza
planteando el caso de una histeria traumatica en un varon que presentaba síntomas
conversivos vinculados con una fantasía de embarazo, para luego compararlo con
78
el caso de Dora, en quien reconoce una pregunta fundamental: “¿qué es ser una
mujer?”. Detengámonos un poco a ver de qué se trata esto.
Lacan empieza recordando lo que ya había formalizado en el escrito “Intervención
sobre la transferencia” acerca del lugar que ocupa, en la economía subjetiva de Dora,
cada uno de los personajes de ese “ballet de a cuatro” en el que participan su padre,
el Sr. K., la Sra. K y ella misma. Ya entonces subrayaba que Freud se había
equivocado al insistir en el amor de Dora por el Sr. K., e indicaba que en realidad se
trataba de una identificación. También decía que la Sra. K. era su verdadero objeto
de interés, y que encarnaba para ella el misterio de la femineidad. Todo esto en el
marco de una relación edípica “constituida por una identificación al padre, que ha
favorecido la impotencia sexual de éste” (Lacan, 1951: 208). Pues bien, ahora va a
avanzar sobre esos vínculos, precisando su composición inconsciente y su función.
Partamos de la base de que Lacan afirma que si Dora es histérica es porque “ha
alcanzado la crisis edípica y, al mismo tiempo, ha podido franquearla y no ha podido
franquearla” (Lacan, 1957: 141). Lo que le permite hacer esta afirmación es que leyó
atentamente el texto freudiano. Esto atañe en principio al historial de Dora -Freud
decía que las dificultades de la muchacha para enfrentar la relación con el otro sexo
se entramaban con su prehistoria infantil-, pero también a otros artículos más tardíos
como “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos”,
“El sepultamiento del complejo de Edipo”, o “La femineidad”. Seguramente conocerán
algunos de ellos por la cursada de Teoría psicoanalítica. Esto es importante, porque
de lo que se va a tratar en el Seminario III es justamente de articular histeria,
femineidad y complejo de Edipo con la idea de la neurosis como una pregunta.
Bien, teniendo en cuenta lo anterior, Lacan va a explicar, por una parte, cómo asume
un sujeto la posición frente al sexo -dice “posición sexual normal, acabada” (Lacan,
1956: 253); por otra, cuáles son los escollos con los que se encuentra la histeria en
esa asunción y, también, cómo se las arregla para resolverlos. Parte entonces de
una relectura del Edipo freudiano desde la óptica del entrecruzamiento entre lo
imaginario y lo simbólico, y hace una afirmación fuerte: la anatomía no es el destino.
Esto quiere decir que no basta con nacer macho o hembra para reconocerse como
varón o como mujer
Por el contrario, la realización genital está sometida a una exigencia de simbolización
la del complejo de Edipo-, que es la que va a permitir, en todo caso, que “el hombre
se virilice y que la mujer acepte verdaderamente su función femenina” (Lacan, 1956:
254). En otras palabras, el atravesamiento del Edipo supone, para Lacan, que el
macho y la hembra se sitúen en relación a un símbolo prevalente en el registro
simbólico: el falo. Ese símbolo impar, que no tiene correspondiente ni equivalente,
marca una disimetría a nivel de lo simbólico que conduce a la mujer, en su tránsito
por el Edipo, a tomar el rodeo de la identificación con el padre. Lacan dice que,
aunque la niña tendría todos los elementos para asumir la posición femenina de una
manera directa, la experiencia demuestra que necesita tomar como base de
identificación la imagen del otro sexo, y que eso “sólo puede interpretarse en la
perspectiva de que el ordenamiento simbólico todo lo regula” (Lacan, 1956: 252).

79
Pero volviendo a la histeria, que es el tema que nos interesa, el punto está en cómo
ese “rodeo adicional” que debe dar la niña en el acceso al Edipo a través de la
identificación viril, se puede convertir en una “ventaja”. El caso Dora es paradigmático
al respecto.
Si recordamos el historial de Freud, vemos que la joven ha tenido un encuentro
traumático con un hombre, el Sr. K., y que ha respondido a eso de diferentes
maneras: en principio, con síntomas claramente histéricos (inicialmente asco,
repugnancia a los alimentos, fobia a los hombres, alucinación sensorial, luego tos
con afonía, apendicitis), pero también sosteniendo activamente, con una serie de
comportamientos, tanto la relación con ese personaje como la que unía a la Sr. K con
su padre. También observamos que en determinado momento -que culmina con la
bofetada de la escena del lago- esa situación se le vuelve insoportable: se
descompensa la neurosis y se hace necesaria la intervención de Freud. Finalmente,
vemos que algo de esos vínculos se reedita en la transferencia con Freud, y que una
mala maniobra de éste hace que el tratamiento se interrumpa.
¿Cómo se interpretan estos aspectos de la neurosis en el seminario que nos ocupa?
Habíamos dicho que en “Intervención sobre la transferencia” Lacan sostiene que
la Sr. K. encarnaba para esta muchacha el misterio de la femineidad. En el
Seminario III da una vuelta de tuerca sobre esa cuestión y señala que la
femineidad se vuelve, para el sujeto histérico, una pregunta: “¿qué es ser una
mujer”? Pregunta que no hay que pensar como algo declamado conscientemente o
expresado a viva voz sino, por el contrario, como algo velado, cifrado en las
formaciones del inconsciente. ¿Ejemplo?: los sueños de Dora (el del alhajero, el del
bosque) que, como remarca Lacan, indican el lugar de enigma que tiene lo femenino
para este sujeto. De allí que, en el postulado que funda este modo de pensar la
clínica, lo que Lacan llama el “costado pregunta” se ubique en el eje simbólico del
esquema Z que hemos desarrollado. Se trata de una pregunta “secreta y
amordazada” (Lacan, 1956:249) a la que sólo se puede acceder indirectamente por
la vía del análisis. La cara vuelta hacia nosotros, en cambio, es la de la respuesta,
que se sitúa en el eje imaginario y que muestra cómo el sujeto neurótico usa
su yo para velar la pregunta, para obturarla. En el caso de Dora, su yo se
complementa con el del Sr. K a través de la identificación. ¿De qué manera? Se
vale del elemento viril que le provee la imagen de este hombre para
aproximarse a ese misterio que se le escapa. Ven ustedes por qué les decía
anteriormente que la identificación con el varón, que en el atravesamiento del
Edipo suponía un “rodeo adicional”, se convierte ahora en una ventaja: esto es
así porque le permite responderse, en el plano imaginario, a la pregunta
formulada en el plano simbólico. Es el hombre el que le dará la clave sobre cuál
es la enigmática función femenina representada en la figura de la otra mujer.
Siempre y cuando, claro, esa mujer signifique algo para él. Pero ¿si esa mujer
no fuera nada para él?
…Encontramos acá una nueva versión explicativa de la bofetada: la identificación
con el Sr. K. es lo que sostiene toda la situación hasta el momento de la
descompensación neurótica; las fatídicas palabras pronunciadas por aquel -“mi mujer
80
no es nada para mí”- ponen al descubierto el lugar que ocupaba en la estructura y
rompen el frágil equilibrio que hasta allí se mantenía. Dicho de otra manera, Dora se
vincula con ese objeto de interés que constituye la Sra. K.- el costado de la
pregunta- por medio del Sr. K -la respuesta-, a quien le supone un deseo
respecto de ella. Por eso Lacan dice que Freud falló al insistir en qué deseaba Dora,
cuando en realidad se trataba de quién deseaba en ella, o por ella. El Sr. K. funciona
como una especie de testaferro, es decir, como alguien que presta su nombre -en
este caso su imagen y su deseo- a otro, y obra en su lugar.
En síntesis, en la clínica de las preguntas, el sujeto histérico está distribuido en los
cuatro puntos del esquema Z: por una parte, el sujeto del inconsciente (S) y el Otro
(A), eje simbólico donde se plantea la pregunta por el sexo; por otro, el yo (a)
identificado con un semejante (a’), plano imaginario donde se responde -a la que vez
que se vela- esa pregunta. En otro escrito de esta época, titulado “El psicoanálisis y
su enseñanza”, Lacan va a decir que dicha respuesta imaginaria toma la forma de
una pantomima, o sea una representación teatral, una puesta en escena concretada
en conductas, que tiene una dimensión de engaño con respecto al deseo y, como tal,
se convierte en una suerte de estrategia.
Por hoy dejamos aquí. Precisaremos la problemática relación del sujeto histérico con
el deseo la próxima clase.
Teórico N°9 (parte III)
La elaboración lacaniana de la histeria (última parte)
Introducción
Hoy les propongo continuar con el abordaje de la histeria en los primeros años de la
enseñanza de Lacan, que corresponden al período que podríamos llamar
“estructuralista”.
Hasta ahora hemos trabajado las lecturas que el autor realizó sobre el caso Dora en
el escrito “Intervención sobre la transferencia” y en el Seminario III. Primero con la
ayuda del concepto de estadio del espejo y luego con el esquema Z, fuimos haciendo
la distinción entre el lugar del sujeto del inconsciente y la función del yo - con su
armazón identificatorio- en la configuración de los rasgos formales de la modalidad
subjetiva histérica.
El objetivo de la presente clase es avanzar sobre este tema a fin de situar los aportes
que hace Lacan entre los años 1957-1958, cuando se propone sondear las
particularidades que presenta la histeria en el campo del deseo. Esto se da en
el marco de la elaboración de nuevas referencias conceptuales, como lo son
su noción de metáfora paterna y la de dialéctica del deseo y la demanda. Es un
camino que comienza a dibujarse en el Seminario IV, en donde nos brinda una nueva
versión del caso Dora, y que alcanza un desarrollo más acabado en el Seminario V,
en el cual establece la característica estructural específica del deseo histérico
y redefine el estatuto de las identificaciones, valiéndose nuevamente del caso de
aquella joven y de otro, también freudiano, que conocemos como la “Bella carnicera”.

81
¿Comenzamos?
Algunas palabras sobre el Seminario IV (1956-57): la dimensión simbólica del deseo
Antes de empezar con esta nueva versión acerca de Dora, digamos algunas palabras
sobre el Seminario IV, que nos permitirán ponerla en contexto. Como les comentaba
en la clase anterior, Lacan dedicaba cada año de su seminario al estudio de un tema
en particular. En el caso del Seminario IV, ese tema fue la relación de objeto. Ahora
bien, ¿de qué objeto se trata?, ¿cuál es el objeto en juego en esa relación? Lo primero
que hay que señalar es que Lacan se encuentra, en estos años, haciendo una
revisión del problema freudiana de la castración y su relación con el falo y que, es
una lógica, se trata para el de una falta de objeto. Esto es importante, porque indica
que, cuando habla de relación de objeto, la arranca del registro imaginario para
situarla en el registro simbólico. Dicho de otro modo, el objeto no es el correlato del
yo, no es el objeto del yo narcisista que despliega sus pseudópodos libidinales sobre
personas y cosas, sino que está en relación con el símbolo fálico y su par, la
castración. En la medida en que esa relación está atravesada por la falta, es que
puede afirmar que no hay complementariedad ni armonía entre el sujeto y el objeto.
Para entender un poco mejor lo que acabo de plantear, podemos acercarlo a algo
que decía Freud en varios de sus textos sobre la “primera experiencia de satisfacción”
del lactante. El señalaba que luego de la satisfacción de una necesidad (supongamos
el hambre) por parte del otro materno, queda en el aparato psíquico del infante una
huella, una marca, que da lugar a una búsqueda por volver a encontrarse con ese
objeto. Pero esa búsqueda va a ser infructuosa, ya que ese objeto ha sido perdido
para siempre y lo que se encontrará será siempre otra cosa. De allí que se instale
una tensión, una distancia entre el sujeto y el objeto, que es, justamente la que da
lugar al deseo.
Ahora bien, la estructura del deseo está hecha de una paradoja: por una parte, no
hay un objeto que lo represente (el objeto del deseo es un objeto perdido, un objeto
que falta), y eso hace que se preserve desplazándose de un objeto a otro en una
constante búsqueda. Su correlato es el objeto faltante, y eso hace que se deslice a
través de la cadena simbólica, invistiendo objetos variables que circulan por ella. El
deseo, podría decirse, es insatisfecho por estructura, y es esa dimensión la que
veremos acentuada en la histeria. Pero debe destacarse que, así como el deseo no
tiene un objeto que le convenga, sí tiene un significante que lo ordena: el falo.
Significante impar, dice Lacan, privilegiado, que designa lo que el otro desea, que
está más allá de la demanda de satisfacción de una necesidad y que constituye el
vértice, el punto de equilibrio de la relación del hombre con el deseo.
En suma, para Lacan, pensar el deseo en su dimensión simbólica supone articular
todos estos elementos: el objeto faltante, el falo y el Otro. E implica, además, tener
en cuenta que siempre está “más allá” de cualquier objeto y de cualquier necesidad.
Y es precisamente con esta clave del “más allá” del deseo en su vertiente simbólica,
que Lacan lee una vez más el caso Dora. Veamos de qué manera lo hace.
El “más allá” del deseo en Dora

82
En el punto 2 de la clase VII del seminario, Lacan vuelve sobre el caso Dora y trata
de “transcribir” en su nueva formulación teórica lo que ya había desarrollado
anteriormente con respecto a la pregunta histérica y a la identificación como
respuesta.
Parte de la relación edípica inicial entre Dora y su padre. Dice entonces: “Dora es
una histérica, es decir, alguien que ha alcanzado la crisis edípica y que, al mismo
tiempo, ha podido y no ha podido franquearla” (Lacan, 1957: 141) ¿Recuerdan que
ya tomamos ese párrafo en la clase pasada? Ese escollo en el atravesamiento del
Edipo está dado, lo sabemos, por la impotencia del padre. Desde su más tierna
infancia Dora estaba particularmente ligada a este padre enfermo, herido en su
potencia vital. Una r elación directa de amor, correlativa de la disminución de ese
hombre, en la que la madre no tenía casi ningún lugar.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando el padre comienza a hacer algo distinto de amar
sólo a Dora? No hay que olvidar que es él quien introduce a la otra mujer -la Sra. K.-
en el circuito. Lo que sucede es que se abre la dimensión del “más allá” del deseo:
“¿qué es lo que mi padre ama en la Sra. K. más allá de mí?” (Lacan, 1957: 143). Es
decir, una pregunta por el deseo del padre y, a la vez, por su propio lugar como sujeto.
Pero bueno, tratándose de un hombre impotente, la respuesta a la pregunta sobre lo
que significa esa mujer para él resulta insuficiente (¿es alguien que recibe regalos?
o, de acuerdo a la fantasía oral, ¿alguien a ser chupada?) Esa respuesta, exigua, la
lleva a incluir al Sr. K. en otro terceto, inverso, pero equilibrante, y es entonces “por
el propio interés de su pregunta” (Lacan, 1957: 145) que introduce el elemento viril a
través de este personaje. Suponiendo, claro, que la Sra. K. es algo para él -Lacan
dice “un objeto de adoración-. La pregunta se formula ahora de manera inversa:
“¿qué ama el Sr K. en mí, más allá de la Sra. K.?”
La cuadrilla de personajes, organizados en dos tercetos, le permiten mantener una
posición subjetiva, mientras se conserve la dimensión del más allá. Por eso Lacan
señala que todo el despliegue de conductas le sirve para “normativizar” su posición,
al integrar el elemento masculino.
En este contexto, Lacan brinda una nueva explicación sobre la bofetada en la escena
del lago y la posterior queja reivindicativa de Dora: las palabras del Sr. K.,“mi mujer
no es nada para mí” suprimen la dimensión del “más allá” del deseo. “Si el señor K.
sólo está interesado en ella, es que su padre sólo se interesa por la Sra. K., y eso no
puede tolerarlo” (Lacan, 1957: 146), asevera Lacan, explicando de esa manera tanto
la caída del Sr. del circuito como el reclamo de amor de Dora hacia el padre. La
eliminación del “más allá” reduce a la joven al lugar de puro y simple objeto de deseo
de un hombre, lo que le resulta insoportable. ¿Por qué?
Como dijimos, tanto para Freud como para Lacan la histeria de Dora está articulada
con su complicado paso por el Edipo, que no es ajeno al rasgo de impotencia del
padre. Lacan reinterpreta el Edipo freudiano a la luz del entrecruzamiento de los
registros simbólico e imaginario, y d ice que el problema de Dora para situarse en
relación al otro sexo encuentra su raíz en el hecho de que no ha entrado en la
dialéctica del intercambio edípica, que supone la función del padre como donador.
83
¿Qué es lo que debe dar el padre del Edipo? Ni más ni menos que el símbolo, el falo,
que permita al sujeto ingresar al circuito de los intercambios y que posibilite la relación
con otros hombres. Dicho de otra manera, Dora ha sido excluida de esa primera
institución del don y de la ley, permaneciendo en una relación directa de amor con su
padre enfermo, quien no la cede a un otro exogámico. Cito a Lacan: “(…) si ella
misma no ha renunciado a algo, es decir, al falo paterno concebido como objeto de
don, no puede concebir nada, subjetivamente hablando, que haya de recibir de otros,
es decir de otro hombre” (Lacan: 1957: 146), y eso hace que sólo pueda vivir esa
situación sintiéndose reducida al lugar de un objeto.

Para terminar con la lectura del caso Dora en este seminario, resulta interesante
situar cómo piensa Lacan, con las coordenadas que desarrollamos, uno de los
síntomas conversivos de la muchacha. Me refiero al famoso síntoma de la apendicitis,
detrás del cual Freud creyó reconocer una fantasía de embarazo. Lacan lo retoma
para mostrar cómo el síntoma cumple una función metafórica, es decir de sustitución
significante y de producción de un nuevo sentido. El dolor de vientre de Dora figura
la unión con ese hombre del que recibe simbólicamente el falo bajo la forma de un
hijo y constituye un intento de recuperar la ley de los intercambios de la que fue
excluida. Esa unión, que de algún modo “normaliza” su posición, permanece en
estado metafórico, velado, lo que demuestra que, si “los síntomas son elementos
significantes, lo son porque por debajo corre un significado en perpetuo movimiento,
(y que es así) como Dora se implica y se interesa” (Lacan, 1957: 148).

El Seminario V: la metáfora paterna y la dialéctica de la demanda y el deseo

Pasemos ahora al Seminario V, en donde Lacan prosigue con el análisis de la


problemática relación del sujeto histérico con el deseo, y arriba a una formulación
más acabada que la que había podido dar en el seminario anterior.
Entre los años 1957-58, Lacan dedica este nuevo seminario al estudio de las
“formaciones del inconsciente”. Hablar del inconsciente -estructurado como un
lenguaje- y de sus formaciones nos ubica de lleno en el campo de las neurosis, lo
que constituye una diferencia con el Seminario III, consagrado al estudio de las
psicosis: se trata aquí de modos de retorno de lo reprimido. Por esa razón vamos a
ver que Lacan se ocupa en profundidad de las dos expresiones capitales de la
neurosis ya delimitadas por Freud -la histeria y la neurosis obsesiva-, haciendo
particular hincapié en la forma específica que adquiere el deseo en cada una de ellas.
Y lo hace de acuerdo a dos binarios conceptuales: por un lado, el par metáfora/
metonimia (y en ese contexto, la metáfora paterna como forma privilegiada que
organiza la estructura de la neurosis); por otro, el par demanda/deseo, articulados en
un gráfico. Como vamos a ver a continuación, ambos binarios están correlacionados.

La metáfora paterna

Como se recordará, es propio de la enseñanza de Lacan tomar nociones externas a


su campo para pensar aspectos de la teoría y de la clínica psicoanalíticas. Cuando
hace esa operación con los conceptos freudianos ejerce sobre ellos una torsión, que
84
los ilumina y logra que se conviertan en conceptos nuevos. Esto es lo que sucede
desde mediados de los años ‘50 con el concepto del Complejo de Edipo y complejo
de castración -que como se sabe, provienen de Freud-, a los que articula con
nociones extraídas de la lingüística. El resultado de esa combinatoria es la metáfora
paterna.

Lacan destina varias clases de su Seminario V a explorar estas cuestiones. Una de


las primeras cosas que se pregunta es “¿qué es el padre?” y cuál es su función en la
constitución del sujeto. En ese marco señala la importancia de distinguir, en el
Complejo de Edipo, al padre real del padre como nombre. En el primer caso se trata
del padre de carne y hueso de cada quién, que puede estar presente o no. En cuanto
al segundo, se trata del Nombre del Padre, que es un significante que no es como
los otros. Ese significante se puede tener, o no, y de su inscripción o no en el universo
simbólico del sujeto depende en gran parte su destino (el del sujeto). Si lo ubicamos
en nuestro esquema Z, el significante del Nombre del Padre debe colocarse en A,
lugar en el que el sujeto -“el estúpido sujeto que no posee su significante”- debe
alojarse para disponer y servirse de él-. La inscripción de ese significante privilegiado
en la constelación simbólica de un sujeto constituye lo que Lacan llama la metáfora
paterna, y su efecto es lo que denomina el falo ( ᵠ ) El falo, efecto de la operación de
la metáfora paterna ocupa, como significación, un lugar en las formaciones del
inconsciente.
El padre como nombre cumple entonces una función simbólica, y si Lacan le da valor
de metáfora es porque ese significante sustituye a otro: el significante materno. El
padre simbólico del Edipo viene a sustituir el lugar primeramente simbolizado del
deseo de la madre, y responde a la pregunta sobre esa x de lo que quiere ésta quiere,
con un nuevo significado: el falo.
Esta operación, fundamental para la constitución del sujeto como deseante, se da a
través de tiempos lógicos sucesivos, a los que Lacan llama “los tres tiempos del
Edipo”. En cada uno de ellos el padre interviene en diferentes planos -en los que
están imbricados los tres registros, RSI-, y culmina, en la neurosis, con el paso del
significante del Nombre-del Padre al inconsciente. Cuando hablamos del Edipo en
Lacan, hay que pensar que se trata “de una estructura constituida, no en la aventura
del sujeto, sino en otra parte, en la que él ha de introducirse” (Lacan, 1958: 203), es
decir, en lo simbólico. Y esa introducción es fundamental tanto para instaurar una
legalidad en la relación del sujeto con el sexo como para sostener el campo de la
realidad, y también para organizar las relaciones entre los significantes y sus efectos
de significación. Como dijimos la vez anterior, este es un momento de la enseñanza
de Lacan en donde “el ordenamiento simbólico todo lo regula” (Lacan, 1956: 252).
La dialéctica del deseo y la demanda
Lo anteriormente desarrollado nos da el marco para pensar, en primer lugar, la
dimensión simbólica del deseo en general y. luego, la forma específica que el mismo
adquiere en cada una de la neurosis.

85
Como dijimos, es a través del Edipo que el deseo genital es asumido y acaba
ocupando un lugar en la economía subjetiva. Esto supone el paso del sujeto por el
lugar del Otro simbólico, lo que lleva a decir a Lacan que el deseo es siempre el
deseo del Otro. Esto significa que el Otro es el relevo, el intermediario para que el
sujeto acceda a su deseo, y que es en ese lugar en donde el significante lo ordena.
O sea que no hay ningún naturalismo ni innatismo en relación al deseo. El deseo no
es inherente a la vida. El deseo nace a partir de la inscripción del sujeto en lo
simbólico, como algo “arrancado del terreno de las necesidades”. Es muy importante
que ustedes capten esta diferencia entre el deseo y la necesidad, ya que son cosas
que están en niveles distintos: la necesidad -supongamos, el hambre- puede
satisfacerse; no así el deseo que, tal como veíamos al comienzo, no tiene un objeto
que le convenga e insiste de manera indestructible por su articulación simbólica.
Estos dos planos no deben confundirse, a su vez, con un tercero, que Lacan llama la
demanda. Lacan la define como una palabra dirigida al Otro, del que se espera una
respuesta. Y como palabra, tiene una articulación significante El registro simbólico
impone al sujeto, para satisfacer sus necesidades, dirigirse al otro con un pedido que
no puede formular sino con significantes. En esto consiste la demanda, que sólo
puede formularse con los significantes que existen previamente en el Otro. De allí
que el sujeto dependa del Otro -supongamos el otro materno- tanto para satisfacer la
necesidad misma, como para disponer de los significantes de la demanda. De este
modo, el Otro -y sobre todo la madre que es quien en primer término ocupa ese lugar-
queda ubicado en una posición de omnipotencia, en el lugar del amo que puede
aceptar o rechazar la demanda del sujeto, y eso hace que más allá de la demanda
particular y en cada una de ellas, el sujeto requiera la buena disposición de la
voluntad del Otro, esto es, le demanda su amor. En otras palabras, al estar articulada
en términos simbólicos, la demanda va más allá de las satisfacciones a las que apela,
y es siempre demanda de amor.
Lacan agrega que esta dialéctica de la demanda precede a la inserción del ser
humano en el deseo sexual y que éste se articula en la respuesta que el Otro da a la
demanda, se vehiculiza en ella. Para decirlo sintéticamente, el Otro como lugar de la
palabra es a quien se dirige la demanda, y también es el lugar donde ha de descubrir
su formulación posible el deseo. El Otro está poseído por un deseo, que es inaugural
y fundamentalmente ajeno al sujeto. Se entiende entonces por la expresión lacaniana
que mencionábamos antes, “el deseo es el deseo el Otro”.
Una vez planteadas estas nociones generales, pasemos a aplicarlas al estudio de la
histeria. Guiémonos para ello, como Lacan lo hace, por el caso freudiano de la Bella
carnicera, y luego volvamos una vez más a Dora.
Dora y la Bella carnicera en la dialéctica de la demanda y del deseo: el deseo como
insatisfecho
Lo indicado hasta aquí muestra que lo que se desarrolla en la experiencia del Edipo
es que, más allá de lo que el sujeto demanda al Otro y de lo que el Otro demanda al
sujeto, se encuentra lo que el Otro desea. Como sostiene Lacan, “que el deseo del
sujeto se localiza y se encuentra primero en la existencia del deseo del Otro, en
86
cuanto deseo distinto de la demanda” (Lacan 1958: 368), es lo que se ilustra, por
excelencia, en el ejemplo del sueño de la Bella carnicera freudiana. De allí Lacan
extraerá, como veremos, el rasgo específico del deseo histérico. Recordémoslo
brevemente.
En 1900, en “La interpretación de los sueños”, Freud hace referencia a este caso. Se
trata del relato de un sueño, que la ingeniosa paciente trae a Freud para demostrarle
que no siempre los sueños implican el cumplimiento de un deseo, como él afirmaba.
El texto del sueño es el siguiente: “quiero dar una comida, pero no tengo en mi
despensa más que un poco de salmón ahumado. Me dispongo a ir de compras, pero
recuerdo que es domingo a la tarde y todos los almacenes están cerrados. Pretendo
llamar por teléfono a algunos proveedores, pero el teléfono está descompuesto. Así
debo renunciar a mi deseo de dar una comida” (Freud, 1900: 165). Cuando se la insta
a asociar, recuerda que el día anterior había estado de visita en la casa de una amiga
de la que está celosa porque su marido, el carnicero, la elogia demasiado. Esa amiga,
que es flaca, le habló de su deseo de engordar un poco y al despedirse le preguntó:
“¿cuándo vuelve a invitarnos? ¡Se come tan bien en su casa!”. También brinda otras
asociaciones: su marido, un hombre rudo de profesión carnicero, de quien está
enamorada, está poniéndose obeso y quería iniciar una cura de adelgazamiento.
Además, le había respondido a un pintor que quería retratarlo, “una rebanada del
trasero de una hermosa muchacha sería más de su agrado que mi cara entera”.
Finalmente, asocia que ella le ha rogado a su marido que no le obsequie caviar,
porque no puede permitirse el gasto. Freud nota que la paciente se ve precisada a
crearse en la vida un deseo incumplido, y su sueño muestra también eso. Ahora bien,
¿para qué precisa de un deseo incumplido?, se pregunta.
Ustedes ya han trabajado en el TP la interpretación que hace Freud: en el sueño, es
la paciente la que se ha puesto en el lugar de su amiga, ya que es a ella misma a
quien no se le cumple un deseo. Si se postula que en el sueño la paciente no alude
a sí misma sino a su amiga, “se ha puesto en el lugar de ella, se ha identificado con
ella” (Freud, 1900: 167).
A partir de aquí, Freud se interroga por el valor de esa “identificación histérica” en la
conformación de los síntomas, y sienta una posición contraria con respecto a la
psiquiatría -que hablaba de la “imitación histérica”, ya que reconoce allí la
participación de un proceso inconsciente. Para explicarlo, utiliza el ejemplo del
contagio psíquico -sobre el que va a volver en “Psicología de las masas”-, en donde
la reproducción del síntoma en diferentes personas constituye una apropiación
basada en la misma reivindicación etiológica, algo común que permanece en lo
inconsciente. En el caso de la Bella carnicera aparece algo de lo que Lacan va a
llamar “comunidad de deseo”, de modo que la interpretación del sueño queda
formulada de la siguiente manera: “ella ocupa en su sueño el lugar de la amiga,
porque ésta ocupa en el ánimo de su marido el lugar que a ella le corresponde y
porque quisiera ocupar en la estimación del mismo el lugar que ella ocupa” (Freud:
1900: 168).
En el capítulo XX del Seminario V Lacan retoma este caso, junto con el de Dora, para
mostrar la particularidad de la estructuración inconsciente del sujeto histérico en su
87
relación con el significante, con el deseo y con la demanda, en articulación con el
concepto de identificación(es). Allí, afirma que la dialéctica del deseo y la demanda
es “particularmente simple” en el histérico ya que, como veremos éste está muy
pendiente de mantener la escisión entre esos dos planos. En cada uno de los
personajes “de novela” del caso de la Bella carnicera puede verse esa doble
dimensión.
Por un lado, la amiga: ¿cuál es su demanda?, ¿qué pide? Demanda ser invitada a
cenar. Y ¿qué desea? Desea ser elogiada por el marido de la otra, puesto que ha
pescado que despierta su interés.
Por otro, el marido. ¿Qué demanda? Lo sabemos, redondeces. Así lo dice
explícitamente, es eso lo que declama que aprecia en las mujeres. Pero, ¿qué
desea? Desea delgadeces, si nos atenemos a los elogios hacia la amiga. Se ve que
esto abre, en nuestra bella carnicera, la pregunta por el deseo del marido: ¿Cómo
podría satisfacerse con una flaca si le gustan las gordas?, ¿cuál es el secreto de su
deseo? (¿acaso él también tiene un deseo insatisfecho atragantado?). Como
veremos, la rebanada de salmón ahumado del sueño simboliza ese deseo un “poco
flaco” del marido (y el propio). Por eso Lacan va a decir que esa rebanada es el
significante del deseo del Otro.
Y ¿qué pasa con la soñante? ¿Qué demanda ella antes de su sueño, en la vida?
Demanda el amor de su marido. Quiere dar una cena (“invitar a cenar” también está
en el registro de la demanda), pero desea ser objeto del deseo de marido. Para ello
quiere que él no le dé caviar, para así poder seguir amándose locamente.
En definitiva, ¿qué es lo que la hace soñar?: el deseo, en todas sus formulaciones.
Lo que la hace soñar es la pregunta por el deseo de la amiga, por el deseo del marido;
en fin, lo que la hace soñar es el deseo del Otro: qué desea su amiga cuando se priva
del salmón (-dado que el sueño expresa ese deseo de la amiga por identificación),
qué desea cuando quiere venir a cenar; qué desea su marido cuando elogia a la
amiga; qué desea cuándo quiere adelgazar.
Como señala Jacques-Alain Miller, el sujeto histérico es la suma de esas preguntas,
es esa pregunta por el deseo del Otro, siempre insatisfecho. Todas esas preguntas
están simbolizadas en el salmón, que “condensa las mil y una valencias del deseo”
(Miller, 1986: 18), en su versión femenina y masculina. Para que esa expresión del
deseo sea posible, la paciente se vale de las identificaciones. Y lo digo en plural,
porque efectivamente, pueden recortarse, al menos tres:
• Se identifica imaginariamente con la amiga, cuyo lugar toma en el sueño
(“inimitable en el deseo insatisfecho por el salmón”). Lacan la asimila a lo que
Freud llamaba “identificación por el síntoma” en Psicología de las masas –le
dice la “tercera identificación freudiana”- y destaca el rasgo de comunidad
anímica del sujeto con el otro, al reconocer en él un mismo deseo. En el caso
del famoso sueño, la bella y su amiga disfrutan, ambas, de crear y mantener
un deseo insatisfecho.

88
• Se identifica con el marido. Identificación al hombre como deseante (la clave
está en el significante “rebanada” que aparece en el sueño relacionado con el
salmón y en el discurso del marido en relación al trasero). Coincide con el
concepto de identificación viril de la histérica.
• Se identifica al objeto de deseo del varón, cuyo soporte es una vez más el
salmón: ser el falo (“aunque sea un poco flaco”, dice Lacan).
En suma, el deseo insatisfecho es, para Lacan, un componente esencial de la
estructura histérica. Si la insatisfacción es constitutiva del deseo en general, resulta
acentuada doblemente en el histérico, que preserva y cultiva esa condición. Por una
parte, se crea un deseo insatisfecho para no quedar sometido a la demanda del Otro;
por otra, insatisface al Otro para sostener su deseo. Lacan es concluyente al
respecto: “en el caso específico del histérico, el deseo como más allá de la demanda,
es decir, en tanto ha de ocupar su función como deseo rehusado, desempeña un
papel de primerísimo orden. Nunca comprenderán ustedes nada de una o un histérico
si no parten de este primer elemento estructural” (Lacan, 1958, 374).
Dora y el fracaso de la estrategia
Volvamos, una vez más a Dora. En ella, dice Lacan, vemos producirse “el deseo del
Otro en estado puro”. Por una parte, demanda el amor de su padre, es a él a quien
se dirige su demanda, y todo marcha viento en popa porque su padre -en tanto es
impotente- tiene un deseo insatisfecho por la Sr. K. A la vez, la Sra. K. es el objeto
de deseo de Dora, pero porque ella constituye el deseo insatisfecho del padre. Para
que esa situación se mantenga en equilibrio, la del deseo insatisfecho de ambos, le
es necesario introducir una identificación con un compañero masculino, el Sr. K., que
estaría en posición de satisfacer el deseo. “Ella no lo ama, pero le es indispensable
(para mantener el deseo más allá de la demanda), y le es mucho más indispensable
que él desee a la Sra. K” (Lacan, 1958: 377). Por eso el efecto de las fatales palabras
que él pronuncia, y que desencadenan la furia de la joven. En ese momento se hunde
su identificación con las insignias masculinas que le ofrecía el Sr. K, y vuelve a la
demanda pura y simple, a la reivindicación del amor de su padre, y entra en ese
estado paranoide de que éste la vende a otro.
Después de la frase del Sr. K, Dora vuelve al nivel primitivo de la demanda y exige
que su padre se ocupe de ella y que le dé amor. Las palabras del Sr. K. suprimen la
distancia entre el deseo insatisfecho y la demanda, y ese es el “accidente” que hace
fracasar la estrategia de esta histérica para sostenerse como sujeto. En fin, puede
decirse que el deseo es, para el histérico, un punto enigmático. Por eso Lacan afirma
que decirle a un sujeto histérico “desea usted a éste o a ésta, es siempre una
interpretación forzada, inexacta o errada” (Lacan, 1958; 415). El histérico no desea
ni a éste ni a ésta, sino que desea un deseo, y se esfuerza “por mantenerse frente a
ese punto en donde él convoca a su deseo, el punto donde se encuentra con el deseo
del Otro” (Lacan, 1958; 415). No desea un objeto sino un deseo, y se identifica con
un objeto, en quien reconoce los índices del deseo.
Teórico N°10

89
LA ELABORACION LACANIANA DE LA HISTERIA (parte I)
Vamos a continuar con la elaboración lacaniana de la histeria. En particular el que
hace Lacan los primeros años de su enseñanza, periodo estructuralista.
Ahora vamos a ir hacia los años 1957 y 1958 cuando lacan se va a ocupar de
examinar la particularidad que adquiere el deseo en la histeria.
Seminario 4: la relación de objeto. Reelectura del caso dora leída en una clave muy
particular que es la del “más allá del deseo”. Referencias conceptuales que tiene
Lacan en este contexto: va a despegar lo que llama la dimensión simbólica el
deseo, es decir, la articulación del deseo en la lógica de la castración y del falo,
y esto en vínculo con un concepto del complejo de Edipo como dialéctica de
intercambio. (Articulación de objeto faltante/ falo - Otro/Edipo como dialéctica de
intercambio).
Seminario 5: “Las formaciones del inconciente”. Elucidación de los rasgos
estructurales del deseo histérico como “deseo insatisfecho” en el caso Dora y
en La Bella Carnicera. Referencias conceptuales nuevas: metáfora paterna/
dialéctica de la demanda y del deseo”.
Palabras preliminares sobre el contexto en el cual se dicta el Seminario 4. Ya
habíamos dicho que cada año Lacan se dedica en sus seminarios al estudio de un
tema en particular, bueno en estos años (1956-57) ese tema es la relación de
objeto. Ahora bien, de qué objeto se trata? Cuál es el objeto de esa relación? Lo
primero que hay que decir es que Lacan se encontraba en esta época revisando el
problema freudiano del falo y la castración y es justamente desde esa lógica que
va abordar la relación de objeto, por lo tanto, se va a tratar siempre para él de un
objeto que falta (de una falta de objeto). Esto le va a permitir desplazar la relación
de objeto del registro imaginario y ubicarla en el registro simbólico. Quiere decir que
ya no se va a tratar del objeto del yo narcisista (recuerden lo que decía Freud, del yo
como ameba que emite sus seudópodos para investir objetos) sino que el objeto
siempre va a jugar su partida con la castración, es decir, con la falta. Esto puede
acercarse a lo que en Freud era la primera experiencia de satisfacción. Decía que
una vez que el lactante ha tenido su primera experiencia de satisfacción con el pecho
materno, esa experiencia deja una huella en el aparato psíquico y da comienza a una
búsqueda para volver a encontrar ese objeto que esta irremediablemente perdido.
De manera tal que el sujeto está unido al objeto por una nostalgia y en esa búsqueda
lo que va a encontrar es otra cosa es otra cosa, no hay una adecuación entre sujeto
y objeto, nunca hay armonía. Esto es lo que instaura la dimensión simbólica del
deseo, que es lo que hace que el deseo sea indestructible, el hecho de que nunca
se una con su objeto. Entonces se preserva en la cadena simbólica, circulando por
ella, invistiendo objetos variables y encontrando en el camino otros que no son aquel
que originariamente se buscaba. Podríamos decir, entonces, que hablar de la
dimensión simbólica del deseo supone que es algo que siempre está más allá del
objeto porque no lo tiene, y más allá de toda necesidad.
Agrego una cuestión más, si el deseo no tiene un objeto, sí tiene un significante que
de alguna manera ordena la relación del sujeto con ese deseo, Lacan le llama a ese
90
significante el falo. El falo significante impar, que no tiene equivalente en el icc, es el
ordenador en el registro simbólico de la relación del sujeto con el deseo.
Con todos estos elementos y teniendo como norte esta idea de más allá del deseo,
es que Lacan lee el caso Dora. Recordaran la frase “si Dora es una histérica es
porque ha franqueado, y a la vez no ha franqueado el complejo de Edipo. Ese escollo
está dado porque su padre es impotente”. La tenemos a Dora desde su más tierna
infancia a la salida de su Edipo, muy ligada en una relación directa de amor a su
padre, padre herido en su potencia, enfermo, que solo acepta los cuidados de ella, y
que Dora más lo ama cuanto más enfermo está. Es una relación directa de amor en
la que la madre sabemos que está borrada. Así transcurre el tiempo hasta bien
entrada la adolescencia cuando su padre comienza a hacer algo distinto de amarla a
ella, y esa relación dual, directa, de amor, se convierte en un trío o en un terceto
porque el padre introduce a la señora K., es decir, a su amante. Se arma un terceto
entre los tres y Dora aparece una pregunta ¿Qué es lo que ama mi padre más allá
de mí? Aquí se hace presente la dimensión del más allá del deseo, y se abre a través
del padre. Ahora bien esta pregunta sobre qué puede amar este hombre en esa
mujer, tratándose justamente de un hombre impotente, recibe una respuesta
insuficiente, una mujer es aquella que recibe regalos, o de acuerdo a la fantasía oral,
aquella a ser chupada, pero son todas respuestas insuficientes. Por eso dice Lacan
que por el propio interés de su pregunta se ve llevada a introducir otro personaje
masculino, portador del elemento viril, y con el que arma, entonces, otro terceto,
inverso pero equilibrarte del primero, constituido por el Sr. K, la Sra K. y Dora, y que
se organiza a través de otra pregunta ¿Qué es lo que el Sr K. ama en mí más allá de
la Sra K.?. Los dos tercetos están sostenidos en esta dimensión del más allá que
hace que Dora se sostenga como sujeto antes de la crisis, esto es lo que la mantiene
en equilibrio, un terceto junto con el otro, inversos, y en ambos, esta dimensión del
más allá del deseo. ¿Qué sucede cuando en la escena del lago el Sr k. dice las
fatídicas palabras? Lacan va a decir que borran de un plumazo esa dimensión del
más allá y ella queda reducida al lugar de puro y simple objeto de deseo de este
hombre. Esto es lo que le resulta insoportable y da lugar a la descompensación
neurótica. Cabe preguntarse por qué esa situación se le vuelve insoportable, por qué
Dora no puede tolerar ser soporte del deseo de un hombre. Lacan va a encontrar la
explicación de esto en su posición en el Edipo, va a decir que allí no ha funcionado
el padre como donador del Edipo, ha habido una falla en esa función simbólica del
padre que debe dar a la niña el don del falo y permitirle así la salida a la exogamia.
Lacan dice que Dora ha sido excluida de esa dialéctica de intercambio entonces no
puede soportar nada que venga de otro hombre.

Seminario V

En este texto Lacan prosigue con el análisis de la problemática relación del sujeto
histérico con el deseo y donde arriba al rasgo estructural específico del deseo
histérico: la insatisfacción. El seminario V está destinado a las formaciones del
inconsciente, al retorno de lo reprimido. Se ocupa de extraer específicamente el rasgo
del deseo en las neurosis, para esto se va a valer de la metáfora paterna y la
dialéctica de la demanda y el deseo.
91
La metáfora paterna: Utiliza referencias externas al psa, la noción de metáfora
extraída de la lingüística, para iluminar un concepto freudiano fundamental, en este
caso el Complejo de Edipo. Esta combinatoria resultará en la metáfora paterna, que
sería una versión lingüística del Complejo de edipo freudiano. En este momento de
la obra Lacan se pregunta ¿qué es el padre?, y plantea la necesidad de distinguir el
padre de cada quien de carne y hueso en una familia; de la función del nombre del
padre que se inscribe en lo simbólico. La metáfora paterna supone la sustitución
del deseo de la madre por el significante del nombre del padre y la producción
del falo como significado. Tiene una función fundamental en la economía subjetiva
del sujeto en la medida en que ordena su relacion con el otro sexo, organiza el deseo
humano, también es el sosten del vínculo del sujeto con la realidad y, ordena las
relaciones con el significante y sus efectos de significación. La inscripción del
significante del nombre del padre, que se da por pasos en tiempos lógicos y a la
vez sucesivos en los que se va inscribiendo el significante en el inconsciente, es de
vital importancia para la constitución subjetiva. La función simbólica del padre
es ordenadora del deseo humano.
En el esquema Z, ubicamos la inscripción del SNP en el lugar del A (gran Otro). El
Otro es el relevo necesario para que un sujeto advenga como deseante, no hay deseo
sin otro, o dicho de otra manera, el deseo es el deseo del otro.
Podemos ver como el orden simbólico todo lo regula. Esta noción de metáfora
paterna se relaciona con el segundo ordenador conceptual, la dialéctica de la
demanda y el deseo ¿porque? porque el deseo del otro como relevo para la
resolución del sujeto de su propio deseo genital, no debe confundirse con la
necesidad, (supongamos el hambre) está arrancado del terreno de las necesidades.
Está más allá y más acá de cualquier necesidad, es decir que para Lacan no hay
nada innato con respecto al deseo. El deseo es algo que se constituye a través
del paso por lo simbólico. Recordamos con esto lo profundamente antibiologista
que es Lacan, y por eso distingue deseo de necesidad en la medida en que la
necesidad tiene un objeto que pueda satisfacerla y el deseo no lo tiene. El deseo en
su dimensión simbólica es un deseo insatisfecho y es ese rasgo del deseo el que
va a estar profundamente acentuado en el caso de la histeria. No hay que confundir
el deseo con la necesidad pero tampoco con la demanda. Cuando lacan habla de
demanda la define como una palabra dirigida a Otro, un pedido (supongamos un
pedido de satisfacción de una necesidad) que se articula con los significantes (que
son del Otro) y que puede ser aceptada o no por el Otro. En el campo de la demanda
el Otro es omnipotente porque puede aceptar o rechazar lo que pide. Por lo tanto,
más allá de lo que puntualmente se pida con la demanda, lo que quiere el sujeto
es el amor del Otro.

Esa dialéctica de la demanda es anterior a la incersión del sujeto en el deseo,


justamente el deseo se va a vehiculizar a partir de la respuesta que el Otro dé a la
demanda. El deseo está más allá de la demanda, a la vez está arrancado del terreno
de las necesidades y se vehiculiza en la respuesta que el Otro dé a esa demanda.
Esta distinción demanda - deseo es importante para pensar la estructura de las

92
neurosis, porque nos permite extraer el rasgo estructural específico que adquiere el
deseo en cada una de esas modalidades subjetivas. En el caso de la histeria se trata
de mantener bien separadas estas dos dimensiones, esta va a ser la estrategia del
sujeto histérico para sostener su deseo insatisfecho, y en esa separación las
identificaciones van a cumplir un rol fundamental. Para demostrar todo esto Lacan va
a volver a La bella carnicera y a Dora.
El sueño de la bella carnicera muestra con claridad la estrategia del sujeto histérico
de separar la demanda del deseo, esto se ve reflejado en cada uno de los sujetos del
sueño: Por un lado en la amiga que demanda ser invitada a cenar y que desea ser
elogiada por el marido de la amiga en quien pescó un deseo por ella. También lo
vemos en la figura del marido que demanda redondeces, le gustan las mujeres
gordas y sin embargo, desea a las flacas. Vemos que el marido tiene también un
deseo insatisfecho que la soñante pesca muy bien y que está simbolizado en el
significante “rebanada” que aparece en el sueño y en las asociaciones; Lacan va a
decir que eso es el significante del deseo del otro justamente. Y esta división entre
demanda y deseo, también se refleja en la soñante que demanda ser amada por el
marido y desea ser objeto de deseo de ese marido que no se sabe si se puede
satisfacer del todo con ella. En fin, ¿qué es lo que hace soñar a la bella carnicera ?
El deseo en todas sus formulaciones, el deseo de la amiga, del marido y, a través de
ellos, el deseo propio; todos insatisfechos y ese es el rasgo de estructura de la
modalidad subjetiva histérica. Lacan dice que el que no entiende esto no entiende
nada sobre la histeria.
Ahora, para que el deseo pueda expresarse de esa manera el sujeto histérico se vale
de las identificaciones. También esto está muy claro en el sueño: la soñante se
identifica con la amiga inimitable por el deseo insatisfecho por el salmón. Freud decía
“ella ocupa el lugar de la amiga en el sueño”, y reconoce una identificación
específicamente histérica, lo que en Psicología de las masas va a llamar la
identificación del tercer tipo, donde se pesca un punto común inconsciente entre los
dos yoes. Se identifica con el marido deseante y se identifica con el objeto de deseo
del varón, es decir con el significante del deseo, allí simbolizado en ese falo un poco
flaco, que es el salmón. ((((((????? no entendí esa parte). La bella carnicera es
exitosa en su estrategia de mantener la distancia entre la demanda y el deseo y así
sostener su deseo insatisfecho. Distinto es el caso de Dora, donde hay un momento
donde si se sostiene la estrategia de separación demanda y deseo: sabemos, ella
demanda el amor de su padre pero ha pescado que su padre tiene un deseo
insatisfecho por la Sra K, a su vez la Sra K es su objeto de interés, porque sabe que
es objeto del deseo insatisfecho de su padre y, para que esto se sostenga en
equilibrio, introduce el otro personaje masculino el Sr K con el cual se identifica.
Fijense lo que dice Lacan: “ella no lo ama pero le es indispensable para mantener el
deseo más allá de la demanda y le es mucho más indispensable para ello que él
desee a la Sra K” es decir, ella se identifica con este hombre que estaría en posición
de satisfacer ese deseo. Y eso, la separación de esos dos órdenes, de la demanda
y el deseo insatisfecho le permiten a Dora mantenerse equilibrada hasta el momento
de la crisis. Aquí viene una nueva versión de la bofetada y las palabras del Sr K que
93
eliminan la distancia entre la demanda y el deseo insatisfecho y Dora vuelve al nivel
primitivo de la demanda de amor hacia el padre. Esto es lo que explica esa posición
reivindicativa, de queja y de reclamo en donde le pide al padre que deje a la sra K y
la vuelva a amar a ella. En suma, el rasgo estructural del deseo de la histeria es
el deseo insatisfecho. Por eso es un error decirle a un sujeto histérico “usted desea
esto o esto otro” porque en realidad no desea esto ni lo otro, sino que desea un
deseo. Justamente ese fue el error de Freud con Dora al decirle “vos deseas a este”
y no deseaba eso, no deseaba un objeto sino que deseaba su deseo insatisfecho y,
por el contrario, se identificaba con un objeto en quien reconocía el deseo
insatisfecho.

Teórico N°11
“Fenómenos elementales”

→ Presentación fenómenos elementales

En esta clase trabajaremos con alucinaciones y automatismo mental; en otro


momento trabajaremos la interpretación de la psicosis.
Contexto: en 1932 Lacan defiende su Tesis de Doctorado en Psiquiatría que fue con
el caso clínico “Aimeé” considerado para él como una “paranoia de autocastigo”
(nueva categoría clínica que propone). Éste a diferencia de Freud venía de la
Psiquiatría (recordemos que Freud viene de la neurología). En 1939 muere Freud, y
la entrada que Lacan considera como propia al psicoanálisis es en 1953, en este
momento él dice que comienza una enseñanza al psicoanálisis. Entre 1955-1956 dio
el Seminario III: “Estructuras freudianas de la psicosis”, esto no fue lo último que
Lacan dice de la psicosis, también hay un escrito muy importante, de 1958, llamado
“De una cuestión preliminar” (caso Schreber) que es contemporáneo en el tiempo
con el dictado del Seminario V sobre las formaciones del ICC. Luego hay aportes
posteriores: uno en 1966 “presentación de las memorias de Schreber” y otro, que es
retomado más en la actualidad, es en 1975, es el Seminario 23 “Joyce y los nudos”.
Ahora retendremos el aporte de la tesis y el seminario III.

Articularemos esto con lo que veníamos trabajando: la importancia de las diferencias


que podemos establecer en los relatos del malestar. Pensemos que es nuestra
herramienta de trabajo, el discurso de alguien sobre su padecimiento, lo que tenemos
son palabras, tanto para intervenir como para escuchar. La clínica es una
intervención de escucha a partir de un relato. Hay que aprender a trabajar con esta
materialidad, que es una materialidad de la palabra, del lenguaje. Ya estuvimos
aproximando algunas diferencias en cómo se presenta el relato en el caso Dora y en
el caso Primeau.

En principio NO se trata de una cuestión de contenidos, no es esto lo que nos


permite establecer una diferencia en el relato. En el Seminario III Lacan, justamente,
trae esta cuestión: que Dora, si nos paramos en el plano del contenido, aparece como
una reivindicativa, ¿Por qué entonces decimos que se trata de una posición histérica

94
y no de una posición psicótica querulante como decía Kraepelin? Podríamos decir
que lo que subyace a esa pregunta que se hace Lacan es ¿cuál es la posición del
sujeto en la estructura del lenguaje?. Esta es una pregunta clave que debemos
hacernos ante la escucha de alguien, si de eso que estamos escuchando podemos
formular alguna hipótesis sobre la posición del sujeto en la estructura del lenguaje,
no tanto de la estructura subjetiva sino cómo está posicionado en este Otro del
lenguaje, que para Lacan es la estructura.

En este mismo Seminario plantea una diferencia inicial, que sigue siendo efectiva, y
es que el neurótico habita el lenguaje, en el caso del sujeto histérico podemos
decir incluso que sus síntomas hablan o que hay algo que se cifra en el cuerpo,
en los síntomas corporales, es decir que hay una posibilidad de hacer hablar a
esos síntomas, en la medida en que ese síntoma anuda una cantidad de
asociaciones y permite el despliegue de toda una trama ICC. Como hizo Freud
con Dora. Surgen distintos hilos asociativos, significantes equívocos que remiten a
otras escenas ICC, ese sería el funcionamiento neurótico en relación al lenguaje, esto
que Lacan llama habitar al lenguaje. Esto es diferente en el caso de Primeau, éste
hombre habla del lenguaje en sí mismo. Dora habla de su situación con el padre,
se deja escuchar el amor por su padre, el interés por la Sra k, digamos de alguna
forma habla de sus otros que interesan en su vida, en cambio en el relato de Primeau
encontramos que él habla del lenguaje, del lenguaje que parece invadirlo, parece
volverse involuntario y que parece estar fuera de control en él, habla de frases
que emergen muy a pesar de su voluntad. Lacan dice que el psicótico es habitado,
poseído por el lenguaje, incluso habla del psicótico como una “suerte de testigo del
lenguaje”, en la medida en que hay un acceso a la experiencia de ser hablado por
otro. Es importante detectar esta posición del sujeto en el lenguaje, habita el lenguaje
o es habitado por este.
Esto es una primera aproximación que vuelve nuevamente de capital importancia el
principio metodológico del cual habla Lacan en el Seminario III, no utiliza ese término
pero es una indicación clínica sobre la que vuelve varias veces y es la de no
comprender (crítica a Jasper) ya que dice que la comprensión implica introducir algún
fenómeno en una cadena de sentido y esa cadena de sentido no puede ser sino
propia; Es decir, para poder acceder a otros fenómenos, que quizás están por fuera
del sentido, necesitamos poder dejar entre paréntesis la comprensión y escuchar lo
que alguien nos está diciendo, tal y como lo está diciendo, en esta medida lograremos
detectar la posición del sujeto en esa estructura del lenguaje.
→ Alucinaciones psicosensoriales y psíquicas

Revisaremos algunas referencias que Lacan critica acerca de cómo era concebida la
alucinación en la tradición psiquiátrica, hará algunas críticas a estas concepciones
pero también tomará aportes de otros autores.

Crítica el concepto de “alucinación” que da la psiquiatría clásica, la cual


considera a la alucinación como una percepción sin objeto. Esta definición es de
Esquirol en 1838 (autor del primer paradigma de la alienación mental, discípulo de
95
Pinel) la cual dice “un hombre que tiene la convicción íntima de una sensación
actualmente percibida, cuando ningún objeto exterior capaz de excitar esta sensación
ha llegado a sus sentidos, se encuentra en un estado de alucinación: es un
visionario”. Esta es una forma de entender la alucinación que es muy pregnante, que
plantea que alguien escucha algo sin que el objeto que estaría produciendo ese
estímulo estaría presente, por ej.: que se escuche una voz que nadie pronuncia. Es
decir no hay objeto en la realidad supuesta que esté excitando los sentidos y
sin embargo la persona tiene esa sensación (a esto se lo llamó como un carácter
de objetividad espacial sin fundamento sensorial, a la vez tiene un carácter
estésico, es decir que se presenta bajo la forma de alguno de los sentidos sumado
al carácter de exterioridad mencionado). Como si la alucinación se tratara de un
trastorno sensitivo.

Otra distinción es aquella entre alucinación e ilusión. Alucinación como


percepción sin objeto y la ilusión es una percepción errónea o inexacta pero el
objeto está ahí (por ej. En la calle crees reconocer a alguien que no era, hay
presencia del objeto, la persona está ahí, pero algo afecta la percepción porque crees
que es la persona errónea). Ambos se distinguen de un tercero también, que es el de
la interpretación: acá el problema tampoco está en la percepción, ya que ésta es
exacta y detallada, sino que lo que le da su carácter mórbido a una interpretación es
la significación que se le anexa.

Ahora nos vamos a ocupar de las alucinaciones en la medida en que son para Lacan
la forma paradigmática del fenómeno elemental. Una vez establecida esta definición
primera de la alucinación como una percepción sin objeto, va a empezar a haber
distintos debates tanto a nivel de la fuente, de qué es lo que las podría estar
originando, como de su distinción clínica.

En cuanto a lo clínico, los autores tempranamente, distinguen las “alucinaciones


psicosensoriales” o “verdaderas alucinaciones” -que se corresponden con esta
definición clásica de la alucinación- de las “alucinaciones psíquicas o
pseudoalucinaciones verbales” (Baillanger, 1846). De estas últimas
alucinaciones, Baillanger dice que hay ciertos fenómenos que no se llegan a
presentar con el estatuto de una voz externa, es decir que no tienen ese carácter de
objetividad espacial, de objetividad exterior sino que más bien se presentan como
algo interior, psíquico, que les falta además el elemento sensorial, es decir no llegan
a cobrar el carácter de una voz, sino que se presentan como una forma del
pensamiento que persiste interior y que no cobra una sensorialidad diferente. El autor
dice que en esto predomina “el ejercicio involuntario de la memoria y la imaginación”,
ejemplo de Primeau: cuando habla de la emergencia de algunas palabras, pero que
no llegan a ser voces, voces externas que localice en un afuera, o que tengan
objetividad espacial. Son palabras, pensamientos que permanecen en una
interioridad, no tienen una sensorialidad diferente, pero que sí presentan el carácter
de ser ajenas, por eso Baillanger insiste en el factor involuntario: no son sus
pensamientos, son frases o palabras que emergen. Esto lo toma de los enfermos
mismos, ya que ellos podían distinguir las voces que venían de afuera y las que

96
permanecían en su interioridad. Algunos de los nombres que le daban a esos
fenómenos los enfermos mismos eran: “conversación sin sonido”, “lenguaje del
pensamiento” o “voces internas”, “eco del pensamiento (rebote mental del
pensamiento mismo)”, “audición mental”, “pensamiento emancipado”.

Entonces, estas alucinaciones psíquicas o pseudoalucinaciones verbales tienen


esos rasgos que las diferencian de las verdaderas alucinaciones: NO son fruto de
la reflexión, es decir no se deducen de un razonamiento o de una cadena de
pensamiento que el sujeto esté desplegando en ese momento; se imponen;
emergen; no tienen una objetividad espacial ni una exterioridad, la fuente no
está en el exterior sino en lo interior, en lo psíquico; y se presentan como algo
extraño o ajeno a la personalidad, es decir la persona no las reconoce como
propias.

Dicho esto se comienza a decir que tenían objetividad psíquica pero no exterior;
Y que lo característico era el carácter ‘xenopático’, es decir esta relación de
extrañeza con respecto a las propias palabras, como algo que se automatiza y
empieza a irrumpir en la mente y queda por fuera de la voluntad de quien
piensa.
→ Alucinaciones en Séglas

Vamos a tomar los aportes de Seglás a la distinción entre las alucinaciones y también
va un aporte a la explicación en la medida en que va a pensar a la alucinación como
trastorno del lenguaje. Esto va a tomarlo Lacan y lo va a proponer como una
característica distintiva de las psicosis.
Seglas es un autor que pertenece al paradigma de las EM. Va a mantener la distinción
entre alucinaciones psico-sensoriales o verdaderas y aquellas que llamaban
alucinaciones psíquicas o pseudoalucinaciones verbales. Va a hacer sus aportes al
interior de cada categoría.

Las alucinaciones psico-sensoriales seguirán siendo entendidas como percepciones


sin objeto, con este carácter de objetividad exterior (exteriorización espacial no
interior), sumado a su carácter sensorial o estésico. Entonces para Seglás cualquiera
de los cinco sentidos, e incluso el sentido genital, podría ser sede de algún fenómeno
alucinatorio. Es importante aclarar que no todas se encuentran con la misma
frecuencia ni son tan específicas de la psicosis. Las alucinaciones más
características de la psicosis, de la psicosis esquizofrénica por ej, son las
alucinaciones auditivas verbales, las del olfato y gusto son más raras aunque pueden
presentarse, las de la vista son más frecuentes en la melancolía, igualmente
recordemos que eran síntomas accesorios para los autores que estudiamos,
Kraepelin y Bleuler.

Seglás da dentro de estas alucinaciones psico-sensoriales una distinción entre:


elementales, comunes y verbales. Son difíciles de ejemplificar pero sirven para darse
una idea del abanico de fenómenos del cual estamos hablando. Por ejemplo, las

97
alucinaciones elementales, si se tratara de la esfera auditiva, podrían serlo en la
medida en que el sonido aparece en bruto, y no se asocia a ningún objeto que sea
su fuente (un zumbido continuo, un chirrido, un soplar, un viento). O en el caso de la
esfera visual: llamas, nubes. Las alucinaciones comunes aparecen asociadas a la
idea de un objeto: una sirena, el sonar de una campana, de un reloj. Por último las
verbales en las cuales aparecen palabras, aparece el lenguaje, las más importantes
de reconocer en la psicosis. Alguien puede escuchar que se le dice algo (una injuria,
una orden, carácter más bien hostil).

Luego tenemos el otro gran grupo, las alucinaciones psíquicas (no le convence
mucho el término) conserva que tienen una objetividad psíquica sin
exteriorización espacial, y que no presentan un carácter estésico, sensorial
determinado. Y les va a dar un rol de importancia en la medida en que son más
iniciales que las otras. O sea que al inicio del desencadenamiento psicótico
encontraríamos fenómenos más bien de este tipo.

El aporte de Seglás es que va a incluir entre estas últimas un tipo de alucinaciones


que llamará “alucinaciones verbales motrices de articulación”. Es un fenómeno
particular que lo distingue de las alucinaciones psicosensoriales porque no hay una
actitud de escucha, sino que es el paciente quien articula involuntariamente
aquello que dice escuchar. Vamos a ver el movimiento articulatorio, a primera
vista parece que hablan solos, pero si se les pregunta podría decirnos “me
hacen hablar, hablan por mi boca, me mueven la lengua, aunque no quiera”.
Para Lacan va a ser muy importante este tipo de alucinación al cual llama alucinación
psicomotriz, porque va a decir que es como una pequeña revolución que hace
Seglás, en la medida en que se puede detectar que hay alguna participación del
sujeto en la alucinación misma.

Por último, dentro también de las alucinaciones psíquicas, va a conservar a las


pseudo-alucinaciones verbales (el otro nombre que se les daba) que en relación a
estas alucinaciones psicomotrices las va a distinguir porque no está presente el
componente articulatorio o kinestésico. Ejemplo sería el lenguaje interior que se
emancipa o una hiper-endo-fasia, como si de repente el paciente tuviera la posibilidad
de acceder a su pensamiento interior como alguien ajeno, como si pudiera volverse
audible lo mental, se sonoriza el pensamiento.
A Lacan le interesará la semiología, aprender a reconocer todo este abanico de
fenómenos alucinatorios cuya materialidad es sobretodo el lenguaje, pero también la
propuesta de Seglás de quitar la alucinación de la esfera de los trastornos sensoriales
o perceptivos, y pasar a pensar que se trata de un trastorno o una perturbación en la
relación con el lenguaje mismo. Por último, este aporte de lo que llama la pequeña
articulación de Seglás en la medida en que en esa articulación lacan lee una
participación desconocida del sujeto en la alucinación misma, restituye la
dimensión subjetiva en el fenómeno alucinatorio para dejar de pensarlo como
un déficit sensorial o lesión cerebral.
→ Automatismo mental
98
Nos vamos a ocupar del automatismo mental en el autor Gatian de Clerambault
contemporáneo de las estructuras psicopatológicas, sin embargo considerado
anacrónico en su concepción del automatismo mental en la medida en que el
suponía un origen histoóogico o neurológico del automatismo mental. Maestro
de Lacan. Nos vamos a ocupar de detectar cómo es que describió este fenómeno,
que también coincide con Seglas en calificar de inicial que va a llamar
automatismo mental o triple automatismo. Pensando en algún tipo de filiación,
podríamos hablar de pseudoalucinaciones verbales o alucinaciones psíquicas de las
que hablaba Baillanger y Seglas. No es un tipo de fenómeno caracterizado por una
voz que se describa viniendo del exterior.
Rasgos formales del automatismo:
Rol inicial: es decir algo que está bien al inicio de algún desencadenamiento
psicótico, o incluso en los casos en los cuales no podemos detectar una crisis que
amerite pensar en un desencadenamiento. Es un fenómeno muy sutil con el que
alguien puede convivir sin necesidad de una hospitalización. Es un rol inicial y
bastante permanente en el curso sobre todo de las psicosis alucinatorias, de las
esquizofrenias, de las psicosis maniaco depresivas, mucho más raro en la paranoia
y melancolía.
Otro de los rasgos formales es su carácter anideico: fenómenos disruptivos que no
son el fruto ni el desarrollo de una psicogénesis ni de una ideogenesis, se imponen:
no responden a un razonamiento voluntario, se imponen disruptivamente sin tener
algún tipo de asociación ni con el pasado ni con el presente. Lacan habla de una
suerte de x mórbida extraña a la personalidad y a la cadena de sentido en la cual una
persona desarrolla su vida. De ahí también que para de Clerambault el origen era
histológico o mecánico, suponiendo realmente que había un tipo de lesión que
provocara esto.
Es atemático, no tiene un tema en particular. El pensamiento se independiza pero
sobre cualquier tema. Tenía un tenor neutro, no presentaba una coloración afectiva
ni por el lado de la hostilidad ni por lo placentero, más bien rayana la indiferencia.
Tiene un carácter no sensorial, es decir que es un fenómeno que se presenta con
una sensorialidad no definida. No llega a ser una voz ni tampoco una visión. No se
llega a definir si hay algún sentido afectado. El pensamiento se emancipa pero en la
misma forma del pensamiento no adquiere otro tipo de coloratura o forma. Pueden
emanciparse cierto tipo de imágenes pero lo hacen bajo el carácter de imagen.
Estos son los rasgos formales, ahora vamos a ver algunos ejemplos, sobre todo
porque para de Clerambault el automatismo mental solía darse en una forma
triple es decir que podía afectar tanto lo ideoverbal, lo sensitivo y lo motor.
Podía darse en esos tres planos, también se podían combinar dos formas de estos
tres planos en algún caso.
En un inicio 1909-1924, el autor piensa que el automatismo mental es un síndrome
basal y que guarda con el delirio una relación de metáfora, en la cual plantea que el
automatismo mental es basal como si fuera un pedestal sobre el cual se va a erigir
secundariamente y a modo de una superestructura, el delirio. En un primer momento
99
va a plantear que el delirio es secundario a estos fenómenos de automatismo mental
que tienen un rol primario basal.
A partir de 1925, él cambia esa concepción e incluso la denominación del fenómeno,
y lo va a llamar síndrome de pasividad y va a sostener que ese síndrome es un
síndrome nuclear. Desarma la idea del delirio como reacción secundaria para
empezar a pensar que hay una misma fuerza que se reproducirá tanto en el síndrome
de pasividad como en la ideación delirante.
Ejemplos del triple automatismo:
Insisto en que se trata de una irrupción parásita que se impone a la conciencia
independiente de la ideación actual o pasada del sujeto, y no puede deducirse de
ella.
En lo que hace al automatismo mental o ideo-verbal, de Clerambault va a decir que
hay tanto fenómenos positivos o intrusivos como fenómenos negativos o
inhibitorios. Los positivos o intrusivos pueden ser: anideismos diversos, ideas que
se imponen sueltas, estribillos que pueden empezar a repetirse a insistir siempre
igual, frases interrumpidas, imaginense convivir con la experiencia de un
pensamiento “bueno ahora, bueno ahora bueno ahora, .” que insista irrumpa y nunca
se complete, juego silábicos o de palabras, eco del pensamiento, comentarios de
actos (la actividad de la persona fuera comentada simultáneamente por un
pensamiento involuntario), ideación automática continua, mentismo la idea de una
ideorrea, un flujo de ideas que no se pueden detener, disco rayado, o aceleración del
pensamiento; fenómeno anticipado que se enuncie que se sabe algo de antemano,
impulsiones verbales: que de repente alguien empiece a hablar o gritar sin poder
detenerse o sin reconocerse en esa acción.; frases que se emancipan, robo y
adivinación del pensamiento.
Fenómenos negativos: vacío del pensamiento, desaparición repentina de
pensamiento o incluso algún estado de perplejidad.
No llegan a sonorizarse ni a tener una objetividad exterior ni espacial y son no
sensoriales, por eso los llama mental.
Automatismo motor: inhibiciones motrices, gestos involuntarios o tics que se
imponen. Y cuando uno pregunta no se trata de cosas que no pueden dejar de hacer
sino que es algo que alguien le hace hacer, se lo impone. Puede darse como
comentarios de los gestos y de los actos, estereotipias, voliciones impuestas.
Automatismo sensitivo: puede presentarse en todas las formas de la sensibilidad,
tanto en el plano visual, táctil, auditivo, olfativo, visceral, cenestésico, emotivo e
incluso musical. No es el contenido lo que nos interesa sino si el fenómeno presenta
los rasgos anteriormente descritos. Enfocándonos en la cuestión visceral o
cenestésica son experiencias o sensaciones que aparecen en el cuerpo: pinchazos,
quemazón, hormigueo, toda esa esfera como si ellos tuvieran acceso a los procesos
internos del organismo, como si pudieran detectar el fluir de la sangre; son
fenómenos que tocan a la sensibilidad visceral. Por ejemplo el caso Primeau:
imágenes impuestas
100
→ Fenómeno elemental (Lacan)

Va a ubicar la causalidad de estos fenómenos en la relación del sujeto con el


significante, especialmente en el caso de la psicosis. En el seminario III va a ir
atribuyendo esos rasgos formales que Clerambault había logrado aislar para el caso
del automatismo mental, al fenómeno elemental.

Lacan entiende que el diálogo entre quien padece y quien escucha, el analista, se da
bajo una forma de experiencia dialógica (tesis, antítesis, y síntesis, movimiento de la
dialéctica hegeliana, la última puesta en cuestión ya que el análisis no apunta a tener
una síntesis). El caso de los fenómenos elementales es un gran ejemplo de cómo
esa dialéctica se rompe en algunos puntos y no porque se estanque
transferencialmente como puede leerse en el caso Dora.
Lacan dirá que se trata de fenómenos cerrados a toda composición dialéctica, y
va a tomar para eso ese rasgo de carácter anideico que Clerambault atribuía a los
fenómenos de automatismo mental. Esto quiere decir que no responden a una
sucesión de ideas, no son fenómenos razonados, no entran en asociación ni con
hechos del pasado ni del presente, se produce más bien una ruptura de las
asociaciones, no se da ese efecto de entramado o de hilos asociativos que llevan
unos a otros como Freud encontraba en dora.

Otra forma de decir que es anideico es que el FE es cerrado a toda composición


dialéctica, es irreductible, inaccesible, y permanece inerte. (En términos analíticos
podríamos decir que no hay nada que analizar, no pueden descomponerse en
asociaciones, de ahí que la escucha de la psicosis desde el PA tendrá sus reservas).
Presentan un sentimiento de realidad (bastante palpable en el relato), esto se
opone a toda concepción que intente transmitir que es del orden de lo imaginado. Es
algo que se impone en la experiencia, algo experimentado.

Otra característica es la certeza de concernimiento personal, puede presentarse


en distintos grados y con distintas proporciones, pero hay una certeza de que eso
está ocurriendo, que les ocurre a ellos y que eso les concierne. No son para nada
fenómenos marginales que podrían dejar a un lado, más bien capturan su interés.
Lacan habla de una suerte de erotización de la relación con el lenguaje cuando
piensa esto en términos más económicos, y es algo que podemos constatar en la
entrevista a Primau.
Para Lacan hay una estructura análoga entre el delirio y el FE. En esto se acerca
mucho a esa posición de Clerambault, la última, la de 1925 cuando habla del
síndrome de pasividad como un síndrome nuclear, como si una misma fuerza operara
tanto a nivel del FE como del delirio. Lacan va a hablar de una misma fuerza
estructural que opera en la psicosis propiamente (y no vamos a encontrar en la
neurosis).

101
Como conclusión, subrayemos que para Lacan la versión de la psicosis no es
deficitaria ni está desorganizada. Por el contrario, hay una estructura que le es
específica y que nos permite diferenciarla de la neurosis.
Ejemplos de FE: todo aquello que vimos con Seglás y con Clerambault, en la medida
en que cumplan con estos rasgos formales van a adquirir para Lacan este estatuto.
Entonces como ejemplos tenemos: alucinaciones, fenómenos de automatismo
mental, intuiciones e interpretaciones delirantes, neologismos (detención de
significación, remite a LA significación, plomada en el discurso que no remite a otra
cosa más que a esa significación).
Teórico N° 12
Presentaciones de la angustia
La idea es aprender a distinguir las distintas manifestaciones de la angustia, tanto en
sus formas crónicas como en sus formas más agudas, lo conocido como crisis de
angustia o el llamado “ataque de pánico”. Es importante reconocer estas
presentaciones de la angustia, más allá de que el propio paciente las reconozca y
trabajemos con lo singular, porque hay que ver si aquello que la persona reconoce
como ataque de pánico presenta estas características que mencionaremos o quizás
incorpore otros elementos que nos orienten al diagnóstico de esa situación.
Empezamos la clase trayendo la obra “el grito”, que se considera como una
representación de la situación angustiada del mundo moderno. El pintor expone en
sus diarios aquello que intenta captar en esa pintura. En principio habla de un
estremecimiento de tristeza, esta es una distinción a establecer (en las clases
venideras): la tristeza de la angustia, cuales son las semejanzas y cuáles las
diferencias.
El pintor expresa algo característico de la experiencia de la angustia, habla de una
‘opresión en el pecho’. También la sensación de “estar muerto de cansancio”, para
Freud esta sensación que se mantiene demasiado en el tiempo y que no sería por un
exceso de actividad física es característico de la angustia. Y por último menciona el
componente del “miedo” lo que también sería una cuestión a distinguir en la medida
que el miedo no es lo mismo que la angustia.
Deberíamos distinguir la angustia en relación al miedo, a la fobia y al duelo.
Variedad de presentaciones:
- Casos de Kraepelin: veremos que en los casos que presenta aparece una
combinación en la cual hay manifestaciones de la angustia pero también hay otras
que son compatibles con las obsesiones, fobias que conviven con momentos más
críticos de ataques de angustia, con ciertos temores que a veces tocan lo
hipocondríaco, o incluso otras experiencias como puede ser la del terror o el
insomnio.
En estos casos, particularmente, encontraremos presentaciones de ‘fobias
incoercibles’ que son ciertos temores o miedos que se toman superiores a toda
102
reflexión, es decir la persona ve que quizás ese miedo es exagerado pero de todas
maneras no puede dejar de experimentarlo. En estos casos no le atribuye un carácter
lesional a estas presentaciones sino que para él se trataría de una suerte de peculiar
disposición de la personalidad, algo que ya vendría determinado congénitamente y
que incluso se podría confundir con una forma de ser, con una forma de la
personalidad.
- Casos Julie Weber (Von Gebsattel): acá encontramos otros tipos de
presentaciones, éste caso de Julie tiene la particularidad de que es un caso de
‘FotoFobia’ pero que se acompaña de otro síntoma que es la ‘Nictalopía’, es decir
convivía una hipersensibilidad ante cualquier mínimo de resplandor de luz que podía
aparecer, se acompañaba con un dolor de ojos insoportable, por ello ponía cosas
para tapar las ventanas, y además tenía una capacidad acrecentada de mirar en la
oscuridad. Es una presentación extraña porque de alguna forma lo que ella trae es
que se sentía invadida por los detalles de los objetos y que podía, incluso en la
oscuridad, acceder a detalles muy finos como por ejemplo la composición de un
tejido, como si ella al ver un tejido podría ver el entramado del tejido. Tenía una
cantidad de medidas evitativas y precautorias para contrarrestar esa
hipersensibilidad o vértigo que experimentaba al observar los objetos. Tenemos un
componente inicial angustiante al mirar pero también tenemos una serie de medidas
precautorias de huida ante eso que ella implementa.
- Caso Emma (Freud): acá estamos ante un caso de ‘agorafobia’ es decir hay en
ella el temor o la imposibilidad de ir sola a una tienda, entonces ahí Freud señala que
en estos casos ella podría ir a la tienda acompañada de un niño, es decir que no se
trata de una protección real, pero no puede ir allí sola. Freud hace una dilucidación a
partir de las dos escenas y deduce que lo que pasa es que aparece cierto
desprendimiento o excitación sexual (en una de esas escenas) y que es eso en lo
que se trasmuda en angustia, de la cual ella se protege a partir de esta medida
inhibitoria de no ir sola a la tienda.
En todos los casos convive la cuestión de la angustia con las medidas protectoras y
evitativas que trae la fobia.
Formas crónicas de la angustia
Sintomatología clínica de la neurosis de angustia Freud (1895)
Por un lado la sintomatología crónica, que es aquello que se presenta en un estado
larvado, de fondo, persistente en el tiempo y las manifestaciones más agudas.
Freud en este texto se explaya acerca de la sintomatología clínica de la neurosis de
angustia. No debemos confundir la presentación de la angustia de la formación de
síntomas, en la medida que la angustia a la altura de “Inhibición síntoma y angustia”
no va a ser para Freud propiamente un síntoma.
El aspecto crónico de las manifestaciones de angustia es muy importante ya que
implica un gran padecimiento que tiende a homologarse con una forma de ser o una
predisposición de la personalidad (como veíamos en Kraepelin). Porque hay dos
componentes claves en esta: la irritabilidad general la cual puede manifestarse de
103
distintas formas, Freud habla de una suerte de hipersensibilidad, como si todo
estímulo llevara a una suerte de reacción de reactividad exacerbada, también habla
de la hiperestesia auditiva esto es frecuente en algunos casos por las noches en
donde cualquier mínimo ruido perturba la posibilidad de dormir, o se puede llegar al
insomnio; e insisto esto llega a naturalizarse diciendo que quizás es una forma de ser
de la persona, pero quizás de esa forma se encubre una manifestación de un estado
angustiante.
Otra forma de presentación es la expectativa angustiada que es la inclinación a una
concepción pesimista de las cosas, podríamos reconocer esto en esa sensación de
‘algo malo va a pasar’. Ejemplo de Freud: alguien vuelve por la calle a su casa y ve
en la entrada de su domicilio dos policías entonces se le cruza que esos policías
están ahí para avisarle que ha muerto algún ser querido. Son expectativas de
angustia, la persona vive con esa sensación de tragedia o mal que va a ocurrir, y no
hay reflexión que logre suprimir ese estado de expectativa angustiante; también
puede darse bajo la inclinación a la angustia de la conciencia moral, en este caso
tenemos más bien a los sujetos que quedan dando vuelta o revisar los intercambios
que han tenido con otros, de si algo de lo que dijeron pudo lastimar a los otros, si
tendrían que haber hecho una cosa o la otra y demás. Esto también involucra un gran
sufrimiento y una gran actividad mental, por lo tanto esto podría traer como
consecuencia un cansancio que podría reconducirse a esta actividad, inconsciente
en muchos casos.
Entonces tanto la irritabilidad general como la expectativa angustiada, ambas
pueden ser formas larvadas, latentes al acecho que se cronifican y que Freud
lee allí presentaciones de la angustia.
La experiencia humana está más cerca de esa expectativa angustiada, de la
sensación de que algo malo va a pasar y no de la contraria.
Presentaciones con formas más agudas o paroxísticas en las cuales aparece la
angustia bajo la forma del ataque o crisis de angustia (o como dicen en la actualidad
“ataque de pánico”). Podemos encontrar casos que se acompañan con alguna
representación asociada, es decir en donde hay una representación de angustia que
viene asociada con algún tipo de idea, por ejemplo: sensación de que se van a morir
en ese ataque, la sensación de que se están volviendo locos o sensación de no poder
mantenerse en pie.
También puede ocurrir que esas crisis de angustia ocurran sin representación
asociada, clínicamente lo que tenemos en la sintomatología penosa en el cuerpo.
Crisis de angustia
Acá especificaremos las distintas características en las que se presentan las
manifestaciones agudas de la angustia, de los ataques de angustia.
Es importante retener que esos ataques pueden cursar con perturbaciones de
distintas actividades (es raro que se presenten todas estas características juntas, por
lo general hay algunas que toman mayor énfasis) es decir estos ataques de angustia
pueden estar acompañados de:
104
- Perturbaciones de la actividad cardiaca: esto sería la experimentación de
palpitaciones, taquicardia, arritmia, la sensación de opresión en el pecho (sentida
como si el corazón se saliera del pecho).
- Perturbaciones de la respiración: disnea, asma.
- Perturbaciones de la actividad digestiva: hambre insaciable (sensación de
no poder dejar de comer, no es lo que sucede en la bulimia), inclinación a la diarrea,
náuseas, etc.
- Oleadas de sudor: esto puede ocurrir durante la noche (aunque también
durante el día); los sueños de angustia suelen estar acompañados de estas oleadas
de sudor o sudor frío.
- Temblores y estremecimientos
- Mareos y vértigo locomotor: Freud lo distingue del síndrome de Méniére, el
cual también es una sensación de vértigo pero esa sensación es giratoria y además
su causa es en el oído.
- Congestiones
- Trastornos de sueños: que pueden ser los sueños de angustia o el terror
nocturno (o pavor nocturnus), el cual debemos diferenciar del sueño de angustia y de
las pesadillas, ya que tiene la peculiaridad de que la persona no llega a despertarse
por más de que este con los ojos abiertos, llora con expresión de terror pero no
responde a estímulos, es decir si uno intenta hablarle, abrazarlos, consolarlos o
despertarlos no responden y al otro día no hay recuerdo del suceso –no es
sonambulismo ya que no deambulan-
- Urgencia de orinar
- Sensación permanente de cansancio (presentación crónica, que el
consultante reconoce bien que no es un cansancio físico sino mental).
Las fobias típicas se distinguen de estas manifestaciones de la angustia ya que
justamente en las fobias aparece algo del temor.
Hay en la fobia cierta ventaja con respecto a la experiencia de la angustia. En las
crisis de angustia quien las padece no sabe cuándo van a ocurrir ni de qué manera,
en la fobia hay una primera localización de algo que provoca el temor y por lo tanto,
en la medida en que eso está localizado le permite protegerse de eso.
Dentro de las fobias típicas encontramos:
- Referidas a amenazas fisiológicas comunes: las llama temores en la medida
en que ya no son estados que no tengan un objeto sino que se presenta un objeto,
es decir es un temor a algo (ej: arañas, miedo a la tormenta, volar, etc).
- Referidas a la locomoción: es decir donde hay un tipo de limitación de la
actividad de la persona, por ejemplo en la ‘agorafobia’ el temor es a los lugares
abiertos, por lo tanto las personas evitan salir, permanecen puertas adentro.

105
Nosología
Veremos algunas de las explicaciones de Freud y cómo impacta esto en la
construcción de una primera nosología, las cuales Freud diferencia entre: neurosis
actuales y psiconeurosis de defensa.
La primera nosología es de 1895-1900 la cual está estructurada aun en la hipótesis
de la teoría de la seducción, es decir, todavía no elevó la sexualidad infantil a un
factor etiológico que vale para todos los casos sino que se trata de una hipótesis
ligada a un encuentro sexual contingente o en el caso de las neurosis actuales a una
práctica sexual que podría no estar, es decir que si bien ya existe la idea en Freud
de que estas presentaciones relevarían de una etiología sexual, esa etiología sexual
todavía tiene la marca de la contingencia y no de la necesariedad o carácter
estructural que adquiere posteriormente a 1900 cuando plantea la hipótesis de la
sexualidad infantil.
Basado en la etiología sexual, en el tipo de defensa y en la formas de retornos,
distingue las neurosis actuales de las psiconeurosis de defensa, y la neurosis
de angustia es el prototipo de lo que llama neurosis actuales.
Se diferencian ambas en que en las neurosis actuales no opera un mecanismo
psíquico, entonces estas manifestaciones de la angustia no son el producto de la
operatoria de la defensa ni tampoco se puede detectar que haya un trabajo del
ICC (y por ende un mecanismo de formación de síntomas). Insistimos en que para
Freud el avance de su obra progresa en distinguir estas en la medida en que la
angustia para él no es analizable es decir no es susceptible de análisis psicológico
porque no se revela que es algo que esté compuesto, (como sí es el síntoma
conversivo) sino más bien como sensaciones penosas en el cuerpo que no reenvía
a otras asociaciones. Sin embargo la angustia no deja de ser el problema nuclear de
las neurosis y no se restringe a algún tipo clínico. Luego dirá que es la condición
universal de la existencia humana.
Estas neurosis actuales que se caracterizan porque no hay operatoria de un
mecanismo psíquico tienen una particularidad con respecto de la etiología que si bien
es sexual es actual y directa ya que él tiene la hipótesis, en este momento, de que
esa angustia obedece a una escasa tramitación de la excitación, como si el
psiquismo no llegara a procesar cierta excitación somática y eso se trasmudara
en angustia (primera teoría de Freud de la angustia que luego reformula en
‘inhibición, síntoma y angustia’). Entonces ahora tiene la idea de que algunas
prácticas sexuales no favorecerían la tramitación, la elaboración psíquica de esa
excitación, habla específicamente del coitos interruptus y la masturbación, como si
estas prácticas tendrían que ver con esa etiología sexual actual y directa; es directa
en la medida en que el desprendimiento de angustia está vinculado para Freud a
estas prácticas sexuales pero que no conducen a un suceso del pasado, no suceden
los dos tiempos, por ello dice que la libido se traspone en angustia (luego lo critica).
Dentro de estas neurosis actuales, como dijimos, hay 3 tipos clínicos: las neurosis de
angustia, la neurastenia (que también conduce a una práctica sexual insatisfactoria)
y también incluye posteriormente a la hipocondría.
106
La organización de esta nosología se caracteriza también porque Freud aún piensa
que el factor etiológico sexual está ligado a una contingencia, ya sea a la
contingencia de la seducción en la infancia para la psiconeurosis de defensa, o a la
contingencia de una práctica sexual que Freud considera nociva, pero aún no le
adscribe a la sexualidad un carácter traumático per sé para todo ser humano.
Las neurosis actuales se distinguen de las psiconeurosis de defensa ya que en
estas últimas si opera un mecanismo psíquico: la defensa. Hay también una
etiología sexual pero que se reconduce a una vivencia traumática en la infancia
cuyas asociaciones posteriores llevan nuevamente a la defensa. En esta
encontramos esos dos tiempos (carácter retroactivo). Los tipos clínicos de la
psiconeurosis de defensa son: histeria conversiva, neurosis obsesiva, la paranoia,
psicosis alucinatorias y algunas fobias.

Teórico N°13

Angustia hipocondríaca, histeria de angustia y fobias -

Presentación de la angustia hipocondríaca

Continuaremos con la histeria de angustia y las fobias. Hay una pregunta acerca de
si la angustia se debe considerar como un síntoma tal como decía Freud en un inicio:
la angustia como síntoma de la neurosis de angustia, o habría diferencias a
establecer entre síntoma y angustia. Será la pregunta rectora del teórico.

Habíamos comentado, en el teórico anterior, como Freud caracterizaba a la angustia:


como un síntoma de las neurosis actuales específicamente de la neurosis de angustia
y cómo la nosología de ese momento (1895 - 1900, pre teoría de la sexualidad
infantil), pensada desde la teoría de la seducción, distinguía dos grandes clases
neurosis actuales y psiconeurosis de defensa. La distinción no se daba por la
etiología sexual, ya que en ambas aparece una etiología sexual, sino por la operatoria
de un mecanismo psíquico de la defensa en tanto en las neurosis actuales no
opera ese mecanismo psíquico, entonces la etiología sexual se presenta como
actual y directa. Freud tenía una primera teoría de la angustia por la cual esas
exigencias libidinales no podían ser tramitadas psíquicamente y se trasponían
directamente en angustia. Por lo tanto, dado una práctica sexual no satisfactoria eso
producía una descarga directa en angustia, sin tener que remitirse a ningún suceso
del pasado ni requerir de la operatoria de la defensa. Este es el grupo de las neurosis
actuales en el que distinguía dos tipos: la neurosis de angustia y la neurastenia.

La otra categoría la de la psiconeurosis de defensa SI involucra un mecanismo


psíquico que es el de la defensa. También un mecanismo de formación de síntoma
que es lo que nos va a dar las diferencias en los tipos de retornos. Hay también en
ellas una etiología sexual pero en este caso Freud reconducía el accionar de esta
etiología sexual a una vivencia traumática en la infancia que habría ocurrido
azarosamente, de modo contingente. Otra característica de este grupo es que esa
vivencia traumática no era efectiva en el momento en que ocurría sino que requería
107
de un segundo tiempo, adquiría eficacia retroactiva. Dentro de este grupo
encontramos a la histeria de conversión, la obsesión, la paranoia, psicosis
alucinatorias y fobias.

Solo había otro gran grupo que diferenciaba de los anteriores que es el de las
perversiones que por ahora solo lo dejamos mencionado.

Entonces los criterios que organizaban a esta nosología de 1895-1900 son: la


defensa, la etiología sexual y los tipos de retorno.

Vamos a ver cómo el hecho de caracterizar la angustia hipocondríaca va a llevar


a Freud a un cambio en esta nosografía, es una razón del cambio, no la única.

Avanzaremos con la caracterización de la angustia hipocondríaca y para ello nos


basaremos en el Caso Schreber. Lo publica en 1911. Éste no fue un paciente de
Freud sino más bien que analizó un libro que el mismo Schreber publicó: “sus
memorias”, en donde cuenta las distintas experiencias que fue atravesando en sus
enfermedades.

Cuenta: Schreber (1911) la Primera enfermedad 1884, 41 años. Los médicos


hablaron de un ataque de hipocondría grave, aparecía con temores
hipocondríacos: relativos a la salud a sus experiencias corporales; hipersensibilidad
auditiva; humor irritable; obsesión injustificada por una imaginaria pérdida de peso,
sensación de adelgazamiento (él se quejaba porque la balanza tenía “una concepción
singular que yo desconocía”); malestar cardíaco, él refería “el aflujo de sangre al
corazón me provocó accesos de angustia” ; Por otra parte también creía que cada
momento iba a ser el último, estaba convencido de que se iba a morir de un ataque
al corazón.

La segunda enfermedad, 1893, 50 años (acá podemos ubicar su


desencadenamiento). El inicio aparece con insomnio, la sensación del
adelgazamiento ya cobró otro matiz ya que “se quejaba de un reblandecimiento del
cerebro”; decía que pronto moriría; en el informe médico aparece que imperaba un
alto grado de hiperestesia y gran susceptibilidad a la luz y al ruido; también aparecía
que sostiene haber experimentado destrucciones en diversos órganos de su cuerpo;
ha vivido mucho tiempo casi con el esófago desgarrado; muchas veces se ha comido
parte de su laringe al tragar. (Si bien son sectores en los cuales Freud ubicaba la
experiencia de la angustia, estas sensaciones de desgarramiento, destrucción,
desaparición de los órganos, marcan un sesgo hipocondríaco distinguible de los
cuadros vistos); la cuestión cardíaca persistía y Schreber decía “la sangre había
afluido hacia mi corazón desde todas las extremidades” (como si tuviera una especie
de endoscopia o endofasia de lo que está ocurriendo en su organismo); “subsiste,
como antes, la sensación –difícilmente subjetiva- de un adelgazamiento y
arrugamiento de la sustancia ósea de mi cráneo”.

108
Todos estos fenómenos que mencionamos tienen muchas notas similares con la
angustia pero hay una presencia de lo corporal muchísimo más marcada, que tienen
esto que Freud llamará un sesgo hipocondríaco. En ocasión de ese historial Freud
dice “me parece que la hipocondría ocupa respecto de la paranoia la misma posición
que la neurosis de angustia respecto de la histeria”. Fíjense que aquí está deslizando
que la hipocondría sería una suerte de forma de la angustia propia de la paranoia.

Angustia hipocondríaca y psicosis

Avanzaremos con la explicación que da Freud de la angustia hipocondríaca, la


explicación metapsicológica que va a dar y para ello es necesario que nos remitamos
a su artículo de 1914 “Introducción del narcisismo” en donde de alguna forma recoge
teóricamente las conclusiones que saca del caso Schreber.

Respecto a la angustia hipocondríaca la distingue en un comienzo de la


enfermedad orgánica, va a decir que al igual que en las enfermedades orgánicas hay
sensaciones corporales penosas pero la causa no está en una alteración mostrada
en un órgano sino que la alteración está en la distribución de la libido. La angustia
hipocondríaca respondería a un retiro de la libido de los objetos del mundo y
su concentración en un órgano, entonces lo que la va a diferenciar de la
enfermedad orgánica es que no se encuentran alteraciones orgánicas demostrables
en los órganos sino que va a estar en la distribución de lo libidinal.

Conceptualmente y teniendo en cuenta esta nueva hipótesis de la distribución


libidinal (libido yoica - libido de objeto), para Freud la hipocondría,
metapsicológicamente, va a responder a una estasis de la libido yoica, en la
medida en que la libido se retira de los objetos. La otra posibilidad de investidura es
el yo, es una suerte de estancamiento de libido en el yo sin la regulación que implica
la investidura de los otros. De esta manera, para Freud la angustia hipocondríaca va
ser la expresión de un proceso que considera patológico, en el caso de la psicosis.

Es importante retener que Freud hace una distinción en la psicosis entre lo que
considera expresión del proceso patológico y lo que considera intento de restitución,
y lo que para Freud va ser patológico en el caso de la psicosis es justamente esta
distribución libidinal por la cual se cortan lazos con los objetos y esa libido se ve
obligada a introvertirse en el yo y produce una suerte de estancamiento libidinal en
el yo, generando además el problema de cómo dominar ese excedente que de
repente inviste al yo al desinvestir a los objetos. Es la forma freudiana de decir,
metapsicológicamente, que en el caso de la psicosis nos vamos a encontrar con una
ruptura de los lazos con los demás, en las otras neurosis que vimos esa ruptura o
desasimiento libidinal de los objetos no se producen, sino que más bien son
conservados en el ICC (x ej. El amor de dora al padre incólumne conservado en el
icc pero no aparece ella desprendida de la relación con ese objeto primordial
parental) .

109
Aquí va haber un cambio en la nosología (Nosología 1900-1924), incorpora una
nosología que ya no supone la teoría de la seducción sino que está basada en la idea
de la sexualidad infantil, es decir que hay algo traumático en la sexualidad misma
y eso es una característica estructural que se da en todos los casos (y no en
algunos casos debido al encuentro seductor con un adulto). En este caso dice que
está desde el principio con característica de trauma, es decir, como va a definir a la
pulsión, como una exigencia de trabajo para el psiquismo, una exigencia de
elaboración, esa es la definición que va a trabajar de trauma en este momento: un
excedente económico que requiere un trabajo de elaboración.

Entonces aquí, en esta nosología, mantiene a las neurosis actuales tal y como las
conocíamos: neurosis de angustia y neurastenia pero agrega a la hipocondría, la
piensa como una tercera forma de la neurosis actual. Esto en consonancia con lo que
planteaba de la hipocondría como una forma de angustia.

El gran grupo de la neuropsicosis de defensa es el que sufre una modificación, en


la medida en que se incorpora un nuevo criterio que es terapéutico y es el criterio
de la capacidad de establecer transferencia. Por lo tanto este grupo, en este
momento, a la altura de “introducción del narcisismo”, va a contemplar tanto lo que
considera propiamente neurosis de transferencia es decir aquellas que son capaces
de establecer transferencia en la medida en que el lazo con los objetos se conserva
en el ICC; las neurosis de transferencia para Freud son 3: histeria de conversión,
histeria de angustia y la neurosis obsesiva, son casos en los cuales la introversión de
la libido se produce en la fantasía y por ese camino, regresivamente, se pueden
recuperar modalidades de satisfacción infantiles pero también objetos libidinales que
habían sido resignados, especialmente los objetos parentales (conservados en el icc)
que permiten esa suerte de sustitución.

Estas las distingue de las neurosis narcisistas, a las que tendemos a pensar como
formas de la psicosis y esas van a estar caracterizadas porque justamente en caso
de frustración de una satisfacción en la realidad la introversión de la libido no se
produce en la fantasía, dado que el lazo con los objetos no se ha conservado en el
ICC sino que se dirige al yo, se produce en el yo. Esto adquiere características
diferenciales en los 3 tipos de neurosis narcisista que son: paranoia, la parafrenia
(que sería la esquizofrenia de Bleuler), la melancolía y la manía. Estos tres tipos de
psicosis se caracterizan precisamente porque NO se produce una introversión de la
libido en la fantasía sino que se introvierte en el yo en el caso de que se produzca
algún tipo de frustración.

Entonces lo que aparece como novedad, además de la tesis de la sexualidad infantil


traumática para todos, es este criterio, quizás un criterio terapéutico, inherente a la
situación analítica, que es la capacidad o no de establecer transferencia que va a
estar dada por la conservación de esos lazos en el ICC.

Vamos a ver más sobre la tesis que mencionamos antes, que en 1914 Freud la
denomina así “La hipocondría es a la parafrenia lo que las otras neurosis actuales
110
son a la histeria y a la neurosis obsesiva; vale decir, depende de la libido yoica, así
como las otras dependen de la libido de objeto; la angustia hipocondríaca sería, del
lado de la libido yoica, el correspondiente de la angustia neurótica”. Lo que estaría
diciendo es que la angustia hipocondríaca es la forma de presentación de la
angustia propia de las esquizofrenias y las paranoias. Luego agrega “la
hipocondría es homóloga a la angustia de las neurosis de transferencias” y
esto es importante porque dice que la angustia puede sufrir una elaboración
psíquica, es decir esa presentación de la angustia puede presentar luego una
ulterior elaboración psíquica o quedar meramente en estado angustiado. En esa
elaboración psíquica también encontramos diferencias, ya que en la neurosis de
transferencia la elaboración psíquica de la angustia se da por la formación de síntoma
y ahí interviene ya sea la conversión, la formación reactiva o la formación protectora
de las fobias. Y en el caso de las parafrenias va a decir que hay intentos de
restitución, es decir que la angustia hipocondríaca, como ya mencionamos,
corresponde a un proceso patológico de desasimiento de los lazos pero que hay
también otros momentos que son intentos de restitución de los lazos, ya sea el delirio,
la alucinación, entre otros.

Conclusiones

- Desarmar la idea del sentido común donde se piensa al hipocondríaco


como una suerte de enfermo imaginario que vive en el temor de
enfermedades que efectivamente no padece, ya que lo que aparece en la
angustia hipocondríaca nada tiene que ver con la imaginación ni con el temor, es
decir no hay un componente ideativo o representativo que acompañe estas
sensaciones corporales penosas y el riesgo de pensar al hipocondríaco como algo
imaginario es perder de cuenta que son sensaciones reales para quienes las
padecen. Son sensaciones penosas insoportables.

- Por otra parte podemos extraer que la angustia hipocondríaca es una


forma de la angustia propia de la psicosis, es decir que podría orientarnos,
tanto en el diagnóstico como en la cura, el reconocimiento de esta forma de
presentación de la angustia;

- Si bien la angustia es ese problema nuclear, irreductible, que podemos


encontrar tanto en la neurosis como en la psicosis, si bien la angustia en si misma
NO es analizable, Sí tenemos que poder reconocer los intentos de
elaboración de eso que veremos que se dan de manera diferencial en psicosis y
neurosis.

Con respecto a este carácter IRREDUCTIBLE (que no es analizable) Freud va a decir


explícitamente que “los fenómenos de la angustia no se pueden descomponer
analíticamente […] no consienten su reconducción histórica o simbólica a vivencias
eficientes, no se los puede comprender como unos compromisos de mociones
pulsionales contrapuestas”. Distinción entre angustia (no analizable) y síntoma
(analizable).
111
Histeria de angustia y fobias.

El fenómeno fundamental y principal problema para Freud (en neurosis y psicosis)


no es el síntoma sino la ANGUSTIA (1926), es importante tenerlo en claro ya que
muchas de las presentaciones que recibimos en la actualidad justamente transitan
más bien por la cuestión de la angustia que por la posibilidad de elaboración de eso,
lo que quiero decir con esto es que muchas de las presentaciones no aparecen bajo
las formas sintomáticas sino bajo la forma de la angustia.

La angustia puede tener distintas derivaciones, Freud ubica como sensaciones


penosas, corporales pero también como procesos de descarga, eso es algo que
caracteriza a la angustia y que la diferencia de otros afectos como puede ser el duelo,
la tristeza o el miedo. Por lo tanto, esa experiencia de la angustia puede derivar en
otro tipo de comportamiento como por ejemplo el consumo problemático de
sustancias que permita tolerar esa emergencia de la angustia, puede derivar también
en violencia, en agresividad, en excesos en el uso de la tecnología o en diferentes
formas de actuar (acting out, pasaje al acto, o el acto). Entonces la cuestión de la
angustia puede tener una elaboración sintomática o también puede derivar en
algunas de estas cosas que acabamos de mencionar.

¿Qué diferencias hay entre la angustia y el síntoma? ¿La angustia es un síntoma?


Para trabajar esto iremos al artículo de Freud de “La represión” (1915), en donde
vemos que para contar con un síntoma es necesario un trabajo psíquico, tanto de
defensa como de operatoria de un mecanismo de formación de síntoma, razón por la
cual ya podríamos contestar que, en estos trabajos freudianos, la angustia no sería
per sé un síntoma ya que en la angustia no está todo este trabajo psíquico.

En dicho artículo Freud hablaba cómo la operatoria de la defensa delimitaba de


alguna forma a separar el componente de la representación inconciliable del afecto
que la acompañaba, que es la representación aquello que es reprimido, y una vez
reprimida es atraída por lo reprimido primordial ICC, es decir que no es una
representación que queda completamente acallada sino que se la desaloja de la CC
pero que el ICC tiene esta función de atracción dada por lo reprimido primordial, por
lo tanto esa representación inconciliable va a entrar en nexos asociativos con otra,
va haber un trabajo del ICC que desplazando y condensando eso dará lugar a una
formación sustitutiva, que es el nombre del síntoma. Para Freud era clave no tanto el
destino de la representación que va hacer desfigurada por el trabajo del ICC sino el
destino del afecto, del componente económico, que puede variar: en el caso de la
histeria de la angustia ese afecto que acompaña a la formación sustituta es la
angustia, en el caso de la representación obsesiva el afecto tiene otro destino, es
desplazado por falso enlace hacia otra representación y la vuelve compulsiva (que
es lo que da origen a la idea o representación obsesiva) y por último, la conversión
de ese montante afectivo en una inervación corporal, aprovechando una solicitación
somática previa que es lo propio del síntoma conversivo.

112
Es interesante destacar que si bien la operatoria de la defensa es una y consiste en
ese divorcio de la representación y el afecto, luego tenemos todo el trabajo de los
mecanismos de formación de síntomas, que es un trabajo distinto al de la defensa
pero que contribuye al proceso defensivo, esos mecanismos de formación de síntoma
corresponde al trabajo del ICC que con aquello que ha sido reprimido conforma, por
distintas vías y discursos, una formación sustitutiva. Veremos que ocurre en la
histeria de angustia, cuales son las características del proceso defensivo propio de
la histeria de angustia.

Histeria de angustia: fases del proceso

- Primera fase: esta fase a veces pasa inadvertida porque se caracteriza


por el surgimiento de una angustia sin que se sepa ante qué, se trata meramente
de la emergencia de la angustia, de una angustia flotante que no se asocia a
ninguna representación, que no se transforma en miedo y cuyo origen, para Freud,
habría que buscar en cierto intento de huida ante una moción pulsional ICC que
se vuelve inconciliable y que la forma que toma esa huida es una descarga en
angustia, a fuerza de que esa moción pulsional no logre alguna satisfacción en la
realidad se transmuda o descarga en angustia. Se podría caracterizar a esta fase
como una energía libremente flotante, sin saber ante qué ni por qué aparece, solo
tenemos emergencia de angustia, suponemos que eso es lo que el yo experimenta
ante una exigencia libidinal pulsional que le resulta inconciliable.

- Segunda fase: podemos detenernos en la primer fase o bien pasar a esta


en donde ese monto de angustia, esa energía libremente flotante se asocia a una
representación sustitutiva, es decir acá ya aparece un sustituto que para Freud se
da por desplazamiento y que está entramado asociativamente con aquello que
había sido rechazado inicialmente. Esta segunda fase ya involucra, a través de
esta formación sustitutiva, un intento de dominar el desarrollo de angustia que
había emergido en la primera fase, es un intento de ligar esa emergencia de la
angustia a alguna representación sustitutiva; por lo tanto esta segunda fase ya
trae un componente de racionalización, ya NO se está en el punto de la segunda
fase ante una emergencia de angustia que no se sabe ante qué es, el hecho de
que haya una representación sustitutiva nos permite saber ante qué, se transforma
en “miedo a..”. EJ: caso Juanito. Esta formación sustitutiva no resuelve del todo
el problema de la angustia, es decir antes la angustia emergía sin que se sepa
ante qué, ahora ya sabemos, pero lo que NO logra este síntoma es resolver la
cuestión del desarrollo de angustia ya que ahora ese mismo sustituto se
acompaña de un desprendimiento de angustia, por ejemplo en el caso de Juanito
si aparece un caballo se desprende un pequeño montante de angustia. Es cierto
que hay una ganancia y una ventaja entre no saber ante qué y saber ante qué,
esto es lo que Freud llama racionalización, pero este síntoma de la histeria de
angustia no resuelve el problema de la angustia dado que es un síntoma que en
sí mismo continúa desprendiendo angustia. De ahí que para Freud el asunto no
termina acá y hay una tercera fase.

113
- Tercera fase: esta fase de alguna manera intenta dominar el desarrollo de
angustia que produce la formación sustitutiva misma; Freud denomina a esta fase
como parapeto fóbico o muralla protectora que consiste en que todo aquello que
rodea esa formación sustitutiva, en el caso de Juanito el caballo, todo el entorno
es contrainvestido, de modo tal que cualquier punto que se toque o excitación de
esa muralla protectora va a producir la emergencia de una pequeña señal de
angustia que va a relanzar el proceso defensivo, es decir aparece una mínima
señal de angustia entonces desencadena la medida precautoria, la evitación.
Entonces este parapeto fóbico intenta de alguna manera inhibir, evitar el desarrollo
de angustia que se desprendía de la formación sustitutiva misma, eso hace que la
presentación fóbica se caracterice justamente por la evitación, por la proliferación
de medidas precautorias y evitativas.

Diferencias entre síntoma, angustia e inhibiciones

Recordemos esta tesis freudiana central de la angustia como el fenómeno


fundamental y el principal problema, tanto en neurosis como en psicosis. Entonces
cuando Freud avance ante la pregunta de la distinción entre la angustia y el síntoma
va a encontrar que los distintos tipos de síntomas que conoce dan un tratamiento
diferencial a la angustia y se decanta por la idea de que “la angustia en sí mismo no
es un síntoma, el síntoma se define por ser una formación sustitutiva (es decir, por
haber puesto en marcha el trabajo del icc, cuestión que no encontramos
necesariamente ante la angustia, no hay elaboración psíquica) que se crea para
evitar la situación de peligro que es señalada por el desarrollo de angustia (angustia
señal)” (1926). Entonces, el síntoma de la histeria de angustia es propiamente esa
formación sustitutiva, pero no la angustia en sí misma. Va a avanzar entonces sobre
la función del síntoma: se crea para evitar la situación de peligro que es señalada por
el desarrollo de angustia.

Es decir que en “Inhibición, síntoma y angustia” hay un cambio en la teoría de la


angustia, si bien a la altura de los textos que trabajamos anteriormente Freud
pensaba que era la defensa misma la que creaba la angustia o que la angustia se
producía en las neurosis actuales a partir de una insuficiente tramitación psíquica de
una excitación sexual, en este momento de la obra, en 1926, va a plantear que la
angustia puede generarse por alguna práctica sexual insuficientemente tramitada al
modo de las neurosis actuales, puede generarse por el divorcio entre representación
y afecto que produce la defensa, eso lo va a seguir sosteniendo, pero además va a
incluir la hipótesis de “angustia señal o señal de angustia” es decir una señal que
el yo emite, un pequeño desprendimiento de angustia que el yo emite que
señala la inminencia de una situación de peligro que le permite de esa manera
anticiparse a encontrarse en una situación de desvalimiento mayor y a partir
de esa pequeña señal de angustia poder poner en marcha la defensa. Entonces
éste va ser el cambio, ya no es meramente que la defensa crea a la angustia sino
que la señal de angustia puede poner en marcha el proceso defensivo, puede
ser lo que está en el origen de la represión.

114
Ahora pasaremos a las diferencias que él va encontrando justamente en el
tratamiento de la angustia en los distintos tipos de síntomas que conoce y ahí va a
decir como ya lo había dicho en la represión, que el síntoma conversivo es el
síntoma más logrado en el tratamiento de la angustia, porque son síntomas que
pueden aparecer sin acompañarse de angustia y que a diferencia de los síntomas de
la histeria de angustia y de la neurosis obsesiva, en el caso del síntoma conversivo,
no se presenta un epílogo escénico, una continuación de la lucha contra la moción
pulsional en la lucha contra el síntoma. En el caso del síntoma conversivo el asunto
se resuelve en la formación del síntoma misma, es decir, que no hay un tercer tiempo
de lucha contra el síntoma. Ya vimos que en la histeria de angustia las fases eran 3,
en la cual en la última fase había una cierta evitación o protección de la emergencia
de la angustia que el propio síntoma desprendía; en el caso del síntoma conversivo
la trayectoria termina con la conformación del síntoma conversivo y no hay
desprendimiento de angustia ni lucha contra el síntoma (termina con la instalación
del síntoma corporal, se apoya en la solicitación somática). Esto es una ventaja del
síntoma conversivo que Freud parece adjudicar, a ese salto de lo anímico a lo
corporal, al hecho de que el síntoma conversivo se caracterice por una inervación
corporal que se apoya en una solicitación somática.

Respecto al síntoma fóbico veremos que tiene también sus ventajas en la medida en
que si suponemos que el origen de la emergencia de la angustia es alguna exigencia
libidinal que es de alguna forma vivida para el yo como un peligro inconciliable, lo que
hace el síntoma fóbico es de alguna manera substraerse de ese peligro que acicatea
desde el interior y lo proyecta como un peligro externo. En el caso Juanito (dice en
I,SyA) aquello que aparece como la moción pulsional conflictiva para el yo son los
componentes edípicos, tanto en la corriente más erótica hacia la madre como la
agresiva hacia el padre, que podríamos decir que es eso lo que está en el origen de
la emergencia angustiante en el caso Juanito.

Pero ahora bien el tratamiento que hace la fobia de eso, en tanto proyecta ese peligro
interno del cual no se puede huir a un peligro externo como puede ser el caballo, es
que del caballo sí se puede huir y sí se pueden instalar medidas evitativas y
protectoras justamente tendientes a no encontrarse con el animal angustiado de
zoofobia. Entonces esa localización de un peligro externo permite convertir esa
emergencia de angustia libremente flotante en una situación de peligro que puede
anticiparse mediante la señal de angustia, ya que Freud dice que tiene esa ventaja
la angustia de la fobia. Ahora bien, este es un síntoma que, a diferencia del síntoma
conversivo, presenta también sus desventajas: en la medida en que el síntoma
mismo desprende angustia, por eso requiere de limitaciones funcionales del yo,
renuncias del yo, procesos yoicos de limitación para evitar las situaciones de
peligro. Todo ese parapeto fóbico se construye en la medida en que el síntoma, la
formación sustitutiva continúa desprendiendo angustia, es decir no resuelve el asunto
de la angustia y da lugar a este tercer tiempo (el parapeto fóbico).

Y en el caso del síntoma obsesivo, también se da una suerte de epílogo escénico,


una continuación, es decir que aquí tampoco la angustia se resuelve con la formación
115
del síntoma sino que una vez constituido el síntoma de la idea obsesiva se produce
una lucha del yo contra el síntoma, un intento de incorporar ese síntoma
extraterritorial a la organización yoica, entonces la lucha contra la moción pulsional
se continúa en la lucha secundaria contra el síntoma.

Es importante retener que el problema fundamental de la angustia puede recibir un


tratamiento, una elaboración por la vía del síntoma o no, o puede declinar como
mencionamos en abusos de sustancias, de distracciones, fenómenos de violencia, y
variedad de acciones.

En el caso de que ese fenómeno fundamental de la angustia toma un decurso más


bien sintomático también encontramos diferencias acerca del tratamiento que recibe.
Para Freud el síntoma conversivo es el síntoma más logrado, es el que mejor liga la
cuestión de la angustia, de hecho se acompaña para Freud de lo que llamaba la “bella
indiferencia”, la posibilidad de convivir con esos síntomas por mucho tiempo. En
cambio en el síntoma fóbico y obsesivo nos encontramos con que hay una
continuación, con que en la trayectoria de la formación del síntoma el asunto no
culmina allí sino que se instala luego una lucha contra el síntoma, ya sea bajo la
forma de la lucha defensiva secundaria propia de la neurosis obsesiva o del armado
del parapeto fóbico que caracteriza a la histeria de angustia.

En ambos casos, ese tercer tiempo, esa continuación, nos da la pauta de que el
tratamiento de esa exigencia pulsional no es lograda, hay algo que insiste más allá
del trabajo de la formación del síntoma, y que lleva a Freud a formular la
existencia de algo no ligado en el ámbito de lo pulsional, de que no todo de la
pulsión puede ser ligado sino que hay algo que insiste compulsivamente y que
Freud termina llamando “Pulsión de muerte”.

Para terminar hay una pregunta a desarrollar que tiene que ver con los cambios de
conceptos que se dan en Freud en esos momentos acerca de ¿Por qué las mociones
pulsionales, las exigencias libidinales son vividas como un peligro? ¿Por qué la
satisfacción pulsional involucraría una situación de peligro para el yo? Entonces acá
hay nuevos operadores a incorporar que tienen que ver con la angustia de castración,
la situación de peligro y el papel que cumple el padre para Freud como agente de la
castración.

Teórico N° 14

Introducción
Los invito a compartir este nuevo teórico, en donde vamos a abordar un tema
cuyas incidencias clínicas, metapsicológicas y terapéuticas han sido cruciales
tanto en el psicoanálisis freudiano como en el desarrollado por Lacan: la
angustia.

116
En esta oportunidad nos centraremos en las novedades que se producen al
respecto en el llamado giro de los años’20, en particular, en el texto “Inhibición,
síntoma y angustia”, publicado en 1926. Por una parte, intentaremos situar los
resortes causales de este singular fenómeno clínico, su valor en la determinación
de las neurosis y sus vínculos con los síntomas. Asimismo, estableceremos sus
diferencias con otras manifestaciones clínicas, teniendo en cuenta para ello los
rasgos formales y la explicación metapsicólogica de cada una.
“Inhibición, síntoma y angustia”, un escrito clave
Para poner en contexto los aportes que nos brinda este artículo de Freud,
digamos, en primer lugar, que se inscribe en un momento decisivo de su obra,
en el que se introducen modificaciones teórico-clínicas fundamentales, como el
nuevo dualismo pulsional y la nueva tópica del aparato psíquico. En ese marco
tiene lugar una reformulación de la primera teoría de la angustia -que es la que
ustedes han venido trabajando en las clases anteriores-, como un esfuerzo de
elaboración epistémica que trae innovaciones importantes para el problema que
nos ocupa.
Partamos de una pregunta básica: ¿qué es la angustia? Tal como la define Freud
es, en principio, algo “sentido”, un estado afectivo de carácter displacentero
evidente y específico, que comporta sensaciones en los órganos de la respiración
y en el corazón, a lo que se suman acciones de descarga que siguen
determinadas vías (inervaciones motrices) y percepciones de éstas. Las
acciones musculares comprometidas en la angustia (cuyo modelo es el
nacimiento) fueron originariamente acordes al fin. Como veremos, estos dos
últimos aspectos permiten diferenciarla del duelo y del dolor (en estos no hay
exteriorizaciones motrices). Al igual que el ataque histérico, la angustia reproduce
un suceso antiguo en el que se produjo un incremento de excitación en el aparato
(en ambas la primera reacción muscular fue acorde al fin). Este aspecto es
importante, porque, como verán, Freud no deja de relacionar al fenómeno clínico
de la angustia con la hipótesis de un quantum libidinal, un volumen de excitación
a tramitar. Esta hipótesis económica, que está presente ya desde hace mucho
tiempo en la obra de Freud para dar cuenta del origen de la angustia, se mantiene
en este texto tardío, aunque con nuevas aristas.
Lo que ustedes han estudiado hasta aquí sobre dicho origen -y que corresponde
a la llamada primera teoría de la angustia- gira en torno a la idea de que la
misma es libido trasmudada. En el caso de las psiconeurosis, como efecto de
la represión; en el de las neurosis actuales, por transformación directa de una
excitación sexual insatisfecha. Veamos entonces qué sucede con esto en
“Inhibición, síntoma y angustia”.
En ese texto Freud recurre nuevamente al estudio de las zoofobias infantiles
cuando toma como asunto de indagación el proceso de formación de síntomas.
117
Este tema le da ocasión de entrar en el problema de la angustia, que hacía tiempo
“acechaba en el trasfondo”. Revisa entonces una vez más el caso de Juanito
para interrogarse por la naturaleza de la satisfacción que el niño se deniega y,
fundamentalmente, para volver sobre las razones de tal denegación. En cuanto
a la primera, no se producen novedades respecto de lo que ya había planteado
en su análisis de 1909: son las mociones edípicas, unidas al conflicto de
ambivalencia, los componentes sexuales destinados a caer bajo la
represión.
Y, como fuera especificado luego en los estudios metapsicológicos, es la
sustitución por desplazamiento de la representación del padre por la
representación del caballo la que permite hablar de síntoma neurótico. Pero en
cambio sí se produce un inesperado hallazgo respecto de los motivos de la
represión: tanto en Juanito como en el Hombre de los lobos, el motor del
mecanismo represivo es la angustia frente a una castración inminente,
papel que Freud cree poder corroborar por el curso que siguió el desarrollo de
los dos niños: “en ambos casos, dice, el motor de la represión es la angustia
frente a la castración (…)el afecto-angustia, que constituye la esencia de esta
última, no proviene del proceso represivo, de las investiduras reprimidas, sino de
lo represor mismo; la angustia de la zoofobia es angustia de castración inmutada,
vale decir, angustia realista” (Freud, 1926: 104).
Los dos orígenes de la angustia: situación de peligro-angustia señal/ situación
traumática/angustia automática
Como podrán apreciar, la exploración de las zoofobias infantiles refuta la teoría
anterior de Freud sobre la angustia, y lo conduce a invertir las relaciones entre
ella y la represión. Redefiniéndola pues como una reacción frente a una
situación de peligro, declara que, para las psiconeurosis, la actitud angustiada
del yo es siempre lo primario y el impulso para la represión, y que “la
angustia nunca proviene de la libido reprimida” (Freud, 1926: 104). A partir de
ahora, la exigencia pulsional no es un peligro en sí misma, sino sólo porque
conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración.
Debe aclararse que, si bien Freud refrenda estas conclusiones con el análisis
clínico de dos casos prínceps, para sostenerlas tiene que apelar a un elemento
teórico que trasciende lo vivido individualmente. Se trata del factor filogenético,
patrimonio arcaico y típico en el que el padre toma el lugar de agente causal de
la castración.
El autor se sirve aquí otra vez del mito del padre del Edipo y del padre de la
horda, para introducir un elemento simbólico que instaura una legalidad en la
evolución libidinal, convirtiendo a la castración en el operador estructural que
permite finalmente articular sexualidad y represión.

118
Este descubrimiento, alumbrado por el estudio de la fobia infantil, tiene un
alcance causal para el conjunto de las psiconeurosis. Así, Freud se arriesga a
afirmar, que el factor filogenético es, entre las condiciones que intervienen
en la causación de las mismas, el “más directo” y el despejado únicamente
por el psicoanálisis. Volveremos sobre este punto más adelante.
Retomando lo que señalaba anteriormente sobre la novedad freudiana respecto
de la teoría de la angustia en el campo de las psiconeurosis, diremos que allí las
relaciones entre angustia y síntomas se organizan en torno al binomio angustia
señal-situación de peligro. Detengámonos un momento a precisar qué quiere
decir Freud con cada una de estas expresiones y, además, cómo las articula.
Con respecto a la angustia señal, se trata de un pequeño desprendimiento de
angustia, que avisa al aparato sobre un proceso amenazante que se gesta en el
ello. Esa señal parte del yo, y motoriza el proceso defensivo que culmina con la
formación de síntomas. Con respecto a la situación de peligro, diremos que
implica una expectativa, es decir, la anticipación de que puede sobrevenir una
situación de desvalimiento, en la que el aparato quede anegado por un cúmulo
de excitación imposible de tramitar. En la situación de peligro se discierne el
desvalimiento, se lo espera y se lo anuncia con la reproducción menguada de la
angustia, que funciona como señal para que el aparato pueda hacer algo. En este
caso, dice Freud, el yo se someta a la angustia -señal como a una vacuna, a fin
de sustraerse, mediante un estallido morigerado de la enfermedad, de un ataque
no morigerado. Es en este punto donde encuentra todo su valor la función de
síntomas, ya que apunta a cancelar la situación de peligro. Una vez avisado el
yo –por medio de la señal de angustia- sobre los peligros acechantes del ello,
interviene, defensivamente, operando sobre ese decurso pulsional amenazante,
sofocándolo, volviéndolo inocuo. En este sentido, se ve claramente cuál es la
función del síntoma neurótico: evitar el desarrollo de una angustia mayor,
intramitable, en la que el yo se encontrara desvalido frente a una exigencia
pulsional en continuo crecimiento.
No debemos olvidar que en este texto Freud sostiene la existencia de otro origen
posible de la angustia, a saber, la que se produce de forma automática por un
exceso de excitación. Para explicarla recurre a un nuevo binomio: situación
traumática-angustia automática. La situación traumática es descendiente directa
del estado de tensión acumulada y no descargada del que hablaba Freud en sus
primeros escritos. Fundamentalmente se trata de una vivencia de desvalimiento
del yo frente a una acumulación de excitación, de origen externo o interno, que
no puede tramitar. En ese marco, se produce la angustia automática, reacción
directa frente al desvalimiento del trauma, cuyo modelo arquetípico es el
nacimiento. Esta modalidad de angustia sobreviene, por ejemplo, en la neurosis
traumática, en las neurosis actuales, o en las psiconeurosis… si se impide la
formación de síntomas.
119
Pero volvamos a las psiconeurosis y a la situación de peligro. Freud reconoce
que cada etapa del largo desarrollo al que está sometido al ser humano tiene una
condición de angustia adecuada a la situación. De ese modo, el peligro del
desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el
peligro de la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la
niñez, el peligro de castración a la fase fálica, y la angustia frente al superyó al
período de latencia. Sin embargo, reconoce que ciertas situaciones de peligro
sobreviven aún en épocas posteriores, acompañando al sujeto durante toda su
vida: tal es el caso de la angustia de castración y el de su eco, la angustia frente
al superyó. En este punto, Freud se interroga: “¿por qué no todas las neurosis
(de la infancia) se convierten en meros episodios del desarrollo, cerrados tan
pronto se alcanza la fase siguiente? ¿A qué deben su permanencia estas
reacciones frente al peligro?” (Freud, 1926: 140). De esta forma vuelve, casi sin
advertirlo, a toparse con el problema de las causas de la neurosis, lamentando
que siempre quede “insatisfecha” la necesidad de hallar una “causa última”
unitaria y aprehensible de la condición neurótica. ¿Por qué, si las situaciones de
peligro son comunes a todos los vivientes, unos enferman y otros no? Acaso
exista, responde, un “umbral” individual, más allá del cual el aparato anímico
fracase en el dominio sobre volúmenes de excitación que aguardan trámite. Pero
además de esta respuesta, que conforma una referencia estructural que alude a
aquello que constituye al sujeto en su particularidad, Freud intentará ir más allá,
situando la causación en términos universales, es decir, traduciéndola en
filogenia. Profundicemos entonces cómo la piensa en este nuevo marco
conceptual.
Angustia, causa y síntoma: el padre como causa y el valor del complejo de
castración
Bueno, ahora es el momento de articular todos los conceptos que hemos
planteado. Dijimos que la angustia de las psiconeurosis es la reacción frente a
una situación de peligro. Dijimos también, que los peligros son comunes a todos
los seres humanos y que Freud se plantea el interrogante sobre los factores que
permiten entender “cómo se seleccionan los individuos capaces de someter el
afecto angustia (…) a la fábrica normal del alma, y quienes están destinados a
fracasar en esa tarea” (Freud, 1926: 141), es decir, los neuróticos. Como se
darán cuenta, está volviendo una vez más sobre problema de la causa, en
relación al cual nos da una nueva aproximación, superadora de los momentos
anteriores.
En el capítulo X del texto, resume su posición respecto de este tema, indicando
que son tres los factores que intervienen en la etiología de la neurosis: el
biológico, el filogenético y el psicológico.
Veamos en qué consiste cada uno, y cómo se esclarece el tema con los nuevos
conceptos:
120
El primer factor que Freud sitúa es el biológico, que se relaciona con el
prolongado desvalimiento y dependencia de la criatura humana. El cachorro
humano llega a la vida inacabado, lo que refuerza el influjo del mundo exterior
real y eleva la significatividad de los peligros del mundo exterior, incrementando
a la vez al valor del único objeto que puede proteger de esos peligros y asegurar
la supervivencia (el otro materno, o quien ocupe ese lugar). Para el autor, la
importancia de este factor reside en el hecho de que es el que “produce las
primeras situaciones de peligro y crea la necesidad de ser amado, de la que
el hombre no se librará jamás” (Freud, 1926: 145).
En segundo lugar, el factor filogenético, al que hicimos referencia
anteriormente. El mismo se vincula con la sexualidad en dos tiempos -cuyo
valor causal ustedes han estudiado en clases previas-, que en el contexto de este
artículo recibe nueva luz. Tal como afirma Freud, sólo el psicoanálisis ha
dilucidado que la vida sexual del ser humano experimenta un corte luego de un
florecimiento temprano, para recomenzar en la pubertad, anudada a los esbozos
infantiles. Dice: “Creemos que en la especie humana debe haber ocurrido algo
importante que dejó como secuela, en calidad de precipitado histórico, esa
interrupción desarrollo sexual” (Freud, 1926, 146). La sexualidad infantil,
interrumpida a causa del padre del Edipo como agente de la castración,
constituye el preludio al que se anuda toda contracción posterior de la
neurosis. ¿A qué debe este factor filogenético -anti biológico, si se quiere- su
significatividad patógena? Para responder a este planteo, recurre al concepto de
compulsión de repetición. Los arquetipos infantiles funcionan como punto de
atracción para los nuevos decursos pulsionales. Estos, que no deberían ser
desacordes con el yo, recorren el mismo camino que el decurso pulsional
reprimido originariamente, como si todavía persistiera la situación de
peligro ya superada. Las actuales mociones de la pubertad son tratadas como
peligrosas por el yo, quien se defiende de ellas como si fueran tales, haciéndolas
sucumbir a la represión. Para Freud es ésta la etiología más directa de la
neurosis. Claro que para que ése sea el desenlace, es necesario que se cumplan
ciertas relaciones cuantitativas, que son las que en definitiva “deciden si se
retendrán las antiguas situaciones de peligro, si se conservarán las represiones
del yo, si las neurosis de la infancia tendrán o no continuación” (Freud, 1926:
145). En definitiva, la sexualidad no deja de implicar un exceso que plantea una
exigencia al psiquismo. El operador de la castración ha convertido en
peligroso lo que era traumático, pero esa no es una ecuación perfecta, ya
que no evita que sea ahora el peligro el que se repita compulsivamente.
Claro que, en estas circunstancias, el aparato al menos puede anticiparse y
entonces…sustraerse de él, defendiéndose a través de los síntomas.
Zoofobia- fobias tempranas- agorafobia

121
Lo trabajado hasta ahora nos ha permitido despejar las relaciones entre angustia,
causa y síntoma de acuerdo al operador de la castración. Todo esto fue
posibilitado, como dijimos, por el estudio de las zoofobias infantiles. Sin embargo,
es necesario subrayar que el abordaje que hace Freud de las fobias no se
detiene allí. Efectivamente, además de ocuparse de las zoofobias de los niños,
lo hace también de otras presentaciones angustiosas, tales como las que tienen
lugar en períodos aún más tempranos de la vida -las exteriorizaciones de
angustia del lactante- o en la adultez -la agorafobia-. En cuanto a las primeras,
son las que se producen cuando el niño está solo, cuando está en la oscuridad y
cuando halla a una persona ajena en lugar de la que le es familiar (la madre). La
angustia se presenta allí como reacción frente a la ausencia de objeto materno y
también remite a una situación de peligro: la de la insatisfacción de las
necesidades básicas, que produciría un aumento de las magnitudes de estímulo.
La angustia ante la ausencia de la madre actúa como una señal de que puede
sobrevenir la situación económica temida, lo que constituye un gran progreso en
el logro de la autoconservación. Pero, aunque ese progreso marca el pasaje a
una reproducción deliberada de la angustia como señal de peligro, es producto
del desvalimiento del lactante y no requiere ninguna interpretación psicológica.
Si nos atenemos a los factores que intervienen en su causación, vemos que sólo
actúa el “factor biológico”, dado por el hecho de que el ser humano viene al
mundo inacabado y necesita de otro para poder sobrevivir. Ese elemento, que -
como ya vimos- produce las primeras situaciones de peligro y la necesidad de
ser amado, es anterior a los avatares de la sexualidad -aún a los del primer
tiempo- Y es justamente porque no tercia en ellas ningún elemento de la
“etiología más directa” de las neurosis, que las fobias tempranas quedan
excluidas del grupo de las psiconeurosis.
Distinta es la situación de la agorafobia, ya que la misma sí se ajusta plenamente
al nuevo modelo causal propuesto. Para Freud, el agorafobico se impone una
limitación para sustraerse de un peligro pulsional -la tentación a ceder a sus
concupiscencias eróticas-, “porque éstas convocan, como en la infancia, el
peligro de la castración” (Freud, 1926: 120). A título de ejemplo menciona el caso
de un joven que se volvió agorafóbico porque temía ceder a los atractivos de las
prostitutas y agrega que, muchas veces, el yo no se conforma con una renuncia
y hace algo más para quitar a la situación su carácter peligroso: a través de la
regresión temporal a los años de la infancia, hasta épocas en que uno estaba
protegido de los peligros amenazantes, se encuentra la condición bajo la cual se
puede omitir la renuncia. Así, el agorafóbico puede andar por la calle si una
persona de su confianza lo acompaña como si fuera un niño pequeño. El influjo
de los factores infantiles que gobiernan la neurosis requiere un distanciamiento
en el tiempo respecto de la infancia, que es el que posibilita la regresión. Y si bien
Freud señala que esa es la única diferencia con las zoofobias de los niños pero
que “en el fondo es lo mismo” (Freud, 1926: 120), en rigor de verdad sólo en la
122
forma agorafóbica de la histeria de angustia se cumplen de lleno las condiciones
causales válidas para el grupo de las psiconeurosis -al menos las relativas al
factor filogenético.
Inhibición, síntoma, angustia, duelo, dolor
Para terminar, digamos algunas palabras relativas al diagnóstico diferencial entre
el fenómeno de la angustia y otras manifestaciones clínicas. Ya hemos visto la
distinción -y los vínculos- entre angustia y síntoma. Como dijimos, el síntoma
implica una nueva operación, una neo-formación, el sustituto de una satisfacción
pulsional interceptada cuya función es ligar la angustia, evitando así el
anegamiento del aparato por un monto de excitación imposible de tramitar
Distinto es el caso de la inhibición, la que Freud piensa como una rebaja normal
o patológica de una función yoica (como el trabajo, la alimentación, la
locomoción, la función sexual). Es decir, una limitación funcional del yo, sea por
precaución o por un empobrecimiento de energía. Puede ser una inhibición pura
-mero extrañamiento de la libido de una función- o impura, como el rebajamiento
en la ejecución de la función, su obstaculización, su prevención por medidas de
aseguramiento, su interrupción, etc. Al igual que el síntoma, la inhibición tiene la
función de evitar la angustia -aquí, la que generaría el ejercicio de la función-
pero sin que se forme un sustituto.
Por otra parte, Freud distingue la angustia del dolor anímico. A diferencia de la
angustia, que es reacción frente a un peligro, el dolor es la reacción frente a la
pérdida del objeto, se trata de una sensación displacentera que nace cuando la
investidura de añoranza de un objeto perdido recae sobre su representación. Al
igual que lo que sucede con el dolor corporal, hay aquí un exceso de excitación,
es decir una condición económica que lleva al displacer. Allí donde en el dolor
corporal ese incremento del estímulo se concentra en un lugar del cuerpo, aquí
lo hace en una representación
Esta hipótesis le permite a Freud situar las particularidades del duelo que también
es una reacción frente a la pérdida de un objeto. Su carácter “doliente” está dado
por un particular juego de las investiduras: ante el examen de realidad, que exige
separarse del objeto que ya no existe más, debe realizarse un trabajo de
desasimiento libidinal de las situaciones en que el objeto fue asunto de una
investidura elevada, ahora incumplible. Son justamente esos dos elementos -la
elevación y el incumplimiento de las mociones con respecto al objeto perdido- los
que permiten dar cuenta del talante dolido y pesaroso de la situación de duelo.
Teórico Nº 15

La Psiquiatría actual: Clasificaciones internacionales vigentes

Introducción

123
¡Buenos días! Los invito a seguir este nuevo teórico combinado (video+PDF), en que
vamos a trabajar, desde un punto de vista crítico, sobre las perspectivas diagnósticas
actuales en Psiquiatría.

Como hemos visto en las primeras clases de nuestra cursada, la historia de la


Psiquiatría está signada por la necesidad de ordenar los fenómenos
psicopatológicos, situación que ha dado lugar a diversas clasificaciones, organizadas
de acuerdo a paradigmas y criterios distintos.

A mediados del siglo XX la Organización Mundial de la Salud y la Asociación de


Psiquiatría Americana dieron a luz sendos manuales para la clasificación de los
trastornos mentales, que serían objeto de sucesivas ediciones hasta llegar a lo que
en nuestros días se conoce como la CIE-10 y el DSM-IV. Por otra parte, la historia
previa a la confección de estos manuales está jalonada por la falta de consenso sobre
las causas de las enfermedades mentales, lo que condujo al esfuerzo por construir
un lenguaje común más allá de las orientaciones teóricas de los clínicos. De allí su
carácter supuestamente ateórico y puramente empírico que, barriendo con la
tradición de la clínica psiquiátrica clásica y con las contribuciones del psicoanálisis,
se basa en la mera descripción de un conjunto de síndromes. Tal sesgo unificador y
el desamarre de toda referencia a la causa se verifican -como veremos- en la “brújula
conceptual” que estructura estas clasificaciones: la noción de trastorno mental.

Los objetivos de la presente clase son, en primer lugar, delimitar la noción de


trastorno mental y precisar los criterios que vertebran estas clasificaciones. A
continuación, establecer el lugar de la causa en dichos sistemas nosológicos.
Finalmente, situar la relación existente entre la lógica de estas clasificaciones y la de
las prácticas terapéuticas que las secundan. En relación con este último punto,
intentaremos realizar algunas puntuaciones diferenciales con el modo de realizar
diagnósticos propiciado por el psicoanálisis, en articulación con el tipo de abordaje
terapéutico que el mismo propone.

Surgimiento del DSM y la CIE 10: finalidad de su elaboración

En el largo derrotero epistemológico de la Psiquiatría ha quedado clara la necesidad


de confeccionar una clasificación de los trastornos mentales, aunque siempre ha
habido escaso acuerdo sobre qué enfermedades debían incluirse en ella y sobre cuál
sería el método óptimo para construirla. De allí que surgieran distintas clasificaciones
que variaban, según su objetivo fuera clínico, de investigación o estadístico. Debido
a que la historia de la clasificación es muy extensa, nos centraremos de los dos
manuales más importantes y vigentes internacionalmente en este momento: El DSM
y la CIE.

En cuanto al primero, la sigla DSM quiere decir Diagnostic and Stadistical Manual of
Mental Disorders, y va acompañada por un número romano que da cuenta de la
edición o revisión a la que corresponde. Nosotros nos referiremos al DSM-IV, editado
en 1994, ya que el DSM-V, publicado en español en el año 2014, ha sido muy
124
cuestionado y no está en pleno uso en nuestro país. El manual, elaborado por la
Asociación Americana de Psiquiatría, fue redactado por un comité de “expertos”,
divididos en 13 grupos de trabajo, cada uno de los cuales estuvo a cargo de un
conjunto de trastornos.

En cuanto a la CIE, es una sigla que significa Clasificación Internacional de


Enfermedades, y su confección corresponde a la Organización Mundial de la Salud.
Se trata de una clasificación general de enfermedades, que cuenta con una sección
dedicada a los trastornos mentales. La sigla va acompañada de un número, en este
caso el 10, que indica la revisión de la cual se trata (es de 1992). Todos los científicos
que elaboraron ambos manuales trabajaron en estrecho contacto, lo cual ha dado
lugar a una recíproca influencia, de modo tal que, a pesar de algunas diferencias
menores, sus códigos y sus términos son, en general, compatibles.

En Estados Unidos, el impulso inicial para llevar a cabo una clasificación de los
trastornos mentales fue la necesidad de recoger información de tipo estadístico que
sirviera para la Salud Pública (por ejemplo, para diagnosticar a pacientes ingresados
en hospitales, o para englobar a veteranos de guerra que requerían asistencia del
estado). Así, en 1952 se creó el primer DSM, que fue sufriendo modificaciones en el
curso del tiempo de acuerdo a innovaciones metodológicas, a la detección de
inconsistencias, a la falta de claridad de algunos criterios diagnósticos o a la
necesidad de proporcionar nomenclaturas para los investigadores. De ese modo se
llegó al DSM-IV, cuyo objetivo principal es proporcionar una guía útil para la para la
práctica clínica (diagnóstica). A esta meta se suman dos objetivos adicionales, que
son facilitar la comunicación entre los clínicos y los investigadores y servir para la
enseñanza de la psicopatología y para mejorar la recolección de datos clínicos. Para
ello, se han servido de la realización de un proceso empírico que incluye la revisión
sistemática de literatura sobre el tema, el re-análisis de datos ya recogidos y el
estudio de campo. En relación a esto, no debe perderse de vista el carácter
estadístico del manual que, como tal, propone una concepción de la patología mental
universal. En oposición a este ideal de “para todos” que borra toda subjetividad, el
psicoanálisis propone una clínica de lo singular, del uno-por-uno. Volveremos sobre
ello más adelante, cuando analicemos los criterios que sustentan esta clasificación
psiquiátrica desde una perspectiva crítica.

Noción de trastorno mental y criterios clasificatorios en cada taxonomía

Hemos anunciado que el concepto clave para comprender la estructura de la


clasificación psiquiátrica actual es el de trastorno mental. ¿En qué consiste dicho
concepto? ¿Cuáles son sus fundamentos y cuáles las diferencias que pueden
establecerse con la noción de síntoma para el psicoanálisis? ¿Cómo se articula tal
concepto con el abordaje terapéutico propuesto por la psiquiatría actual?

Veamos entonces la definición: un trastorno mental es concebido como un síndrome


o un patrón comportamental o psicológico de significación clínica, que aparece
asociado a un malestar, a una discapacidad o a un riesgo significativamente
125
aumentado de morir o de sufrir dolor, discapacidad o pérdida de la libertad. Además,
ese síndrome no debe ser la respuesta culturalmente aceptada a un acontecimiento
(por ejemplo, la muerte de un ser querido). Cualquiera sea su causa, debe
considerarse como la manifestación individual de una disfunción comportamental,
psicológica o biológica. Por otro lado, el manual agrega que lo que clasifica es los
trastornos y no a las personas, razón por la cual evita las expresiones “un individuo
esquizofrénico”, por ejemplo.

Detengámonos, críticamente, en tres elementos de la definición:

Por una parte, se habla de un patrón comportamental que implica una disfunción.
Esto es interesante, en la medida en que un patrón disfuncional de comportamiento
solo puede captarse en relación a otro patrón, de función normal, que proporcione la
pauta común para medirlo. Como ven, los resabios de la vieja Psiquiatría, hecha a
imagen y semejanza del discurso médico, están todavía presentes.

Por otra parte, la definición dice cualquiera sea su causa. Esa afirmación da cuenta
del carácter pretendidamente a-teórico del manual, es decir, que se basa en la pura
descripción desprendida de todo resorte causal específico, como si la forma de los
síntomas no tuviera relación con su determinismo. Sin embargo, diré
“pretendidamente” a-teórico. Esto es Comentado [NCC3]: Estos son los objetivos
principal y adicionales del DSM-IV Comentado [NCC4]: ¡Atención! Esta es la
definición de Trastorno mental para la psiquiatría actual. ¡Interesante para contrastar
con la noción de síntoma en Psicoanálisis así, porque como el propio manual afirma,
“el sistema multiaxial del DSM promueve la aplicación del modelo biopsicosocial en
clínica, enseñanza e investigación". Bio, porque, aunque se opone al dualismo
mente-cuerpo, considera que el cerebro (neurotransmisores mediante) es la base, la
sustancia, la materia que se expresa en lo psico a través de conductas que, en lo
social, pueden ser medidas, evaluadas, controladas y readaptadas. Este último
aspecto es importante porque plantea la patología mental en términos de una
“desadaptación”, lo que supone un ideal en juego, la supuesta “adaptación”, y abre
las vías para terapias correctivas y adaptativas. El trastorno, entendido como
disfunción, apela a un complemento terapéutico que apunta a su abolición o
reducción. Se advierte aquí, efectivamente, la teoría subyacente y su correlato
terapéutico: cuando se diagnostica el trastorno, se indica una terapia farmacológica
para corregir su “base” neuronal química, a lo que se suma la implementación de una
TCC (terapia cognitiva comportamental) para re-adaptar al enfermo a la sociedad.

Finalmente, la idea de clasificar trastornos y no personas. La impronta fuertemente


estadística del manual, apunta a un “para todos” falsamente unificador, que borra
toda subjetividad y reabsorbe la singularidad del sujeto en el universal de un
standard. Este no es un detalle menor. Por el contrario, una de sus serias
consecuencias es la de forjar una “identidad” para el sujeto, un nombre identificatorio,
a la par que silencia su demanda. Podrán advertir, a partir de lo que hemos ido
estudiando sobre el concepto de síntoma en psicoanálisis, cómo se diferencian
ambas perspectivas. Bien, hecha esta revisión crítica del concepto de trastorno,
126
veamos ahora de qué manera, en torno al mismo, el DSM propone una clasificación
categorial fundada en una evaluación multiaxial.

¿Por qué el DSM-IV es una clasificación categorial? Fundamentalmente porque


divide los trastornos mentales en diversos tipos, basándose en series de criterios con
rasgos definitorios. Como se afirma en el texto del manual, este enfoque, que se ha
utilizado habitualmente en todos los sistemas de diagnóstico médico, resulta más
adecuado cuando todos los miembros de una clase diagnóstica son homogéneos,
cuando existen límites claros entre las diversas clases y cuando las diferentes clases
son mutuamente excluyentes. Como esto no siempre es así, toda clasificación
categorial tiene limitaciones. Para subsanar la dificultad que acarrea la existencia de
casos heterogéneos, el DSM-IV incluye una serie de criterios politéticos, según los
cuales sólo se necesita presentar ciertos síntomas de toda la lista general para poder
hacer el diagnóstico. Comentado [NCC5]: En última instancia, se trata de un
paralelismo psicofísico sofisticado, que reduce el sujeto del síntoma al
funcionamiento cerebral Comentado [NCC6]: Como veremos, uno de los criterios que
se tiene en cuenta a la hora de elaborar el diagnóstico es si “los síntomas provocan
deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo”.
Comentado [NCC7]: De hecho, el DSM-V busca solucionar estos problemas
proponiendo una clasificación dimensional y no categorial.

¿Cuáles son los aspectos a tener en cuenta para hacer el diagnóstico de un trastorno
mental según el DSM-IV?

• En primer lugar, un conjunto de características diagnósticas. Para cada trastorno,


el manual prevé una lista de síntomas, acompañada de ejemplos ilustrativos, y
especifica si tienen que estar todos presentes o no, y por cuánto tiempo. Tal como
se expresa en el manual, habitualmente el diagnóstico se aplica a las
manifestaciones actuales del sujeto y no acostumbra a utilizarse para denotar
diagnósticos anteriores de los que el sujeto “ya está recuperado”. Las categorías del
DSM están integradas por una serie de síntomas que deben estar presentes
simultáneamente en el momento actual. Si en un momento ulterior los síntomas
cambian, el diagnóstico cambia, lo mismo que cuando los síntomas no cambian, pero
superan cierta duración. Esta es una diferencia muy importante con el modo de hacer
diagnóstico en psicoanálisis, en donde se busca reconocer una estructura subjetiva
permanente, no observable, que se infiere a partir de manifestaciones variables en el
tiempo y en la amplia gama de aspectos singulares del discurso de cada sujeto.
Como lo señala Roberto Mazzucca, en “El diagnóstico en la psiquiatría y el
psicoanálisis” (2013), a diferencia del DSM, que propone clases (compuesta por
elementos iguales), el psicoanálisis propone conjuntos (compuestos por elementos
diferentes). Según el autor mencionado, esta última perspectiva supone un enfoque
diacrónico de la estructura. Por ejemplo, si tomamos la nosografía freudiana, vemos
que la neurosis obsesiva se despliega en una secuencia temporal que va desde las
manifestaciones infantiles hasta la adultez, y que en cada etapa hay síntomas
diferentes (síntomas de la defensa primaria, síntomas de compromiso, síntomas de
la defensa secundaria) que, no obstante, obedecen a una estructura común. Lo
127
mismo sucede si tomamos la clínica lacaniana de la psicosis: pueden reconocerse
síntomas característicos de la estructura psicótica no desencadenada, síntomas
característicos del desencadenamiento, síntomas propios de la estabilización. Estos
pueden diferir en el modo de manifestarse, pero todos llevan el sello de la misma
estructura.

• Una vez realizado el diagnóstico, el manual contempla una serie de subtipos y


especificaciones, destinados a brindarle más precisión. Con respecto a los primeros,
son los que definen subgrupos mutuamente excluyentes. Por ejemplo, los subtipos
del trastorno delirante se definen de acuerdo al contenido del delirio (erotomaníaco,
grandiosidad, persecutorio celotípico). Respecto de las segundas, Comentado
[NCC8]: Por eso suele decirse que se trata de una clasificación neo-esquiroliana
(sindrómica y sincrónica). se refieren a la gravedad (grado leve, moderado, grave) y
al curso (si está en remisión parcial o total).

• Otro aspecto a tener en cuenta es lo que el DSM denomina significación clínica,


elemento que es requerido por la definición misma de trastorno. Así, un trastorno
exige, para ser tal, de la presencia de un deterioro o malestar clínicamente
significativos en la vida laboral, social o en otras áreas de la actividad del sujeto. Este
criterio ayuda a establecer un umbral en casos de presentación leve o no
inherentemente patológica.

• Finalmente, la clasificación contempla una serie de criterios, llamados de exclusión,


que son necesarios para establecer límites claros entre distintos trastornos y para
dilucidar diagnósticos diferenciales. Así, en cada trastorno aparece la leyenda “nunca
ha cumplido criterios para…” (se utiliza para definir la jerarquía entre diversos
trastornos a lo largo de la vida. Por ejemplo, no se diagnostica un trastorno depresivo
mayor si antes hubo un episodio maníaco. En ese caso hay que diagnosticar
trastorno bipolar); “no cumple criterios para…” (se utiliza para jerarquizar trastornos
sincrónicamente. Por ejemplo, en un trastorno depresivo, el criterio “con síntomas
melancólicos” tiene prioridad al de “con síntomas atípicos”); “no aparece
exclusivamente en el curso de…” otro trastorno de mayor jerarquía; “no se explica
mejor por…”; “no se debe a efectos de una sustancia o a una enfermedad médica”
(por ejemplo, sólo puede diagnosticarse un trastorno depresivo mayor cuando se ha
descartado que sus síntomas sean efecto del consumo de una sustancia o de una
enfermedad médica). La aplicación de este último criterio resulta elocuente a la hora
de pensar cómo funciona el DSM: no es la forma del síntoma la que permite dilucidar
si se trata de un trastorno depresivo mayor o de un trastorno del estado del ánimo
inducido por sustancias; se decide por uno o por otro a partir de los hallazgos de
laboratorio.

Todo lo anterior justifica el enfoque categorial que sustenta el DSM-IV. Pasemos


ahora al sistema multiaxial que el mismo propone. En lo que a ello atañe debe
señalarse que un sistema multiaxial implica “una evaluación en varios ejes, cada uno
de los cuales concierne a un área distinta de información que puede ayudar al clínico
en el planeamiento del tratamiento y en la predicción de resultados” (DSM-IV, 1994:
128
27). En esta clasificación de incluyen cinco ejes, que reproduzco sintéticamente a
continuación, tal como los plantea el manual:

Eje I: Trastornos clínicos y otros problemas que pueden ser objeto de la atención
clínica. Este eje contempla todos los trastornos de la clasificación menos el retraso
mental y los trastornos de la personalidad.

Eje II: Trastornos de la personalidad y retraso mental. Son trastornos menos floridos
que los anteriores y permanentes.

Eje III: Enfermedades médicas. Aquí se consignan las enfermedades médicas


actuales que son relevantes para la comprensión del trastorno mental del sujeto. Por
ejemplo: El hipotiroidismo, que causa trastornos depresivos. En ese caso se
diagnostica en el eje I, Trastorno debido a enfermedad médica y en el III
hipotiroidismo.

Eje IV: Problemas psicosociales y ambientales. Se registran aquellos que pueden


afectar el diagnóstico, pronóstico o tratamiento del trastorno mental. Por ejemplo, un
acontecimiento vital negativo, una situación de stress familiar o interpersonal, algún
problema relativo al contexto. Son factores que pueden desempeñar un papel
desencadenante del trastorno, exacerbarlo o ser consecuencia del trastorno.

Eje V: Evaluación de la actividad global. Este eje incluye la opinión del clínico acerca
del nivel general de actividad del sujeto. Para ello se utiliza una escala (EEAG) que
puntúa el grado de actividad social, laboral, psicosocial. En algunos casos resulta útil
para determinar el alta o la internación del sujeto o para ver el impacto del tratamiento.
Se refiere siempre al período actual.

La lógica del DSM-IV desde una perspectiva crítica

Como hemos visto, estas nomenclaturas hegemónicas en la época actual, surgidas


a partir del interés por recoger información epidemiológica “útil” y “creíble” para la
clínica, la investigación y la enseñanza, proponen clasificaciones categoriales que
dividen los trastornos mentales basándose en conjuntos de criterios de rasgos
determinantes, válidos “para todos”.

Hace un momento les señalaba cómo este modo de ver aplana la dimensión
subjetiva, relacionada con el sufrimiento singular de quien realiza una determinada
demanda. El discurso globalizado del DSM opera sobre esas demandas,
transformándolas en un dato objetivo, enumerable, haciéndolas entrar en el registro
de las estadísticas, para determinar patrones de conducta que serán considerados
adaptados o desadaptados. Esa operación reduccionista de la subjetividad es
correlativa de un tipo de intervención, la medicalización y la TCC, que incide en la
planificación de políticas de prevención y Comentado [NCC9]: Aquí tenemos el
ejemplo vivo del “standard”, o la norma ideal que funciona como parámetro para
medir el grado de adaptación-desadaptación del enfermo. Comentado [NCC10]: A
129
diferencia del Psicoanálisis, el DSM, como manual estadístico, aplana la dimensión
subjetiva y silencia la singularidad de la demanda Comentado [NCC11]: Terapia
Cognitivo conductual asistencia en salud mental y que baila al son de un conjunto de
intereses económicos y corporativos.

En otras palabras, la lógica del DSM-IV, explicitada en su concepto de “trastorno”,


implica concebir el sufrimiento del ser hablante en términos de un desvío con
respecto a una norma, desvío que habría que corregir. Se entiende entonces por qué
marcaba, en el párrafo anterior, su solidaridad con la farmacología y las TCC, que
apuntan a acallar las manifestaciones sintomáticas, y descuidan el aspecto relativo a
su función en relación al goce y al deseo. El aspecto de solución subjetiva que
entraña todo síntoma, es reducido por el DSM a un trastorno que habría que extirpar.
La psicoanalista Patricia JohanssonRosen lo expresa muy claramente en su artículo
“EL DSM-IV, el medicamento y el psicoanálisis”: “Toda la dimensión propiamente
humana de la solución del sujeto, la singularidad ligada a varias generaciones de su
historia familiar, sus elecciones, sus amores, sus encuentros, en suma, los
acontecimientos de su vida, son simplemente evacuados del manual. En el mismo
movimiento, las terapias conductistas vinieron a adaptarse perfectamente a la nueva
nomenclatura de los trastornos. Acompañadas con la farmacopea adecuada, las
mismas son también prescriptas para hacer desaparecer el trastorno” (Johansson-
Rosen, 2007: 6).

Me detengo un momento sobre el trabajo de esta autora, que muestra muy bien cómo
“el DSM se interesa mucho más por los medicamentos que por los enfermos”
(JohanssonRosen, 2007: 6)”. Allí, subraya la connivencia de los expertos que
participaron en la elaboración del manual con los laboratorios farmacéuticos, que
pagaron para que se modificara toda la nosografía clásica en función de la eficacia
de tal o cual medicamento lanzado al mercado. Así, paulatinamente se fueron
eliminado de la clasificación todas las entidades problemáticas, “como las formas
deficitarias de la esquizofrenia que, justamente, no responden a los medicamentos”
(Johansson-Rosen, 2007: 7). Como contrapartida, la categoría “ataque de pánico”,
clasificada en el DSM-IV, fue elaborada específicamente por expertos que trabajaban
para el laboratorio que iba a lanzar al mercado el Alprazolam. En ese contexto, el
psiquiatra se convierte en un mero evaluador y prescriptor de medicamentos, “listos
para usar” por todos y por cualquiera.

Lejos de ello, el psicoanálisis propone una clínica bajo transferencia, que no reduce
al sujeto a la generalidad de un standard ni a una región del cerebro. Es una clínica
que toma en cuenta el hecho de que el sujeto toma la palabra para dirigir su
sufrimiento a Otro, que Comentado [NCC12]: A diferencia del psicoanálisis, el DMV
desconoce el carácter de solución del síntoma y lo reduce a una desviación con
respecto a una norma, desviación que habría que corregir. Comentado [NCC13]:
Diferencia entre la posición del psiquiatra actual y la del psicoanalista hace pie en la
dimensión del inconsciente en juego en la determinación de los síntomas y que se
apoya en una práctica del caso por caso. En tal sentido, podríamos decir que el
psicoanálisis va a contrapelo de la estadística.
130
Las psicosis y las neurosis en las clasificaciones actuales

En el marco de esta organización neoesquiroliana, sustentada en una lógica


sindrómica que privilegia la pura diferencia empírica en desmedro de la constante
estructural, no sorprende que varios cuadros clínicos, como la histeria y la paranoia,
se hayan fragmentado, metamorfoseándose en una serie de trastornos dispersos a
lo largo del manual. Al respecto, Johansson-Rosen afirma: “Ya en su tercera versión,
el DSM había hecho desaparecer la entidad estructural de la neurosis. En el DSM-
IV, le tocó el turno a la psicosis, erradicada en provecho de un patchwork de
trastornos. Efectivamente, un psicótico puede estar ansioso, tener trastornos
somatoformes, facticios, disociativos, de disfunción sexual, de identidad sexual, de
conductas alimenticias, del sueño, del control de impulsos, etc… Pero, la neurosis
también. La noción de comorbilidad y algunos datos estadísticos dan un barniz
científico a este catálogo de trastornos yuxtapuestos” (Johansson-Rosen, 2007, 5).

En el campo de las psicosis, debe decirse que el manual conserva la categoría de


esquizofrenia -o al menos la denominación propuesta por Bleuler-, con subtipos
(algunos procedentes de la psiquiatría más clásica, como el catatónico y el paranoide,
otros nuevos, como el desorganizado, el indiferenciado y el residual). Sin embargo,
la generalidad y la vaguedad de las descripciones de los síntomas-blanco (por
ejemplo, alucinaciones e ideas delirantes) hace que puedan incluirse dentro del
cuadro otras presentaciones, como por ejemplo la histeria enloquecida. Esto es
consecuencia del descuido por la envoltura formal del síntoma y de la falta de
articulación con los resortes causales específicos. En tal sentido, lo único que
distingue los síntomas de una esquizofrenia, (por ejemplo, las ideas delirantes, las
alucinaciones, el lenguaje y el comportamiento desorganizado) de los de un trastorno
psicótico inducido por sustancias es el hallazgo de laboratorio. Por otra parte, la
proliferación de trastornos y la vaguedad de las descripciones que contempla la
clasificación hace que asistamos a una especie de desperdigamiento de los síntomas
esquizófrenicos en otras categorías: de ese modo, si las ideas delirantes,
alucinaciones o lenguaje y comportamiento desorganizados se acompañan de
manifestaciones maníacas o depresivas, se diagnostica “Trastorno esquizoafectivo”
y no esquizofrenia. De la misma manera, si predomina un patrón de conducta
caracterizado por el distanciamiento de las Comentado [NCC14]: El DSM-IV pulveriza
las nociones de neurosis y psicosis tal como el Psicoanálisis las ha planteado
relaciones sociales y la restricción de la expresión emocional en el plano
interpersonal (indiferencia afectiva de Kraepelin) se diagnostica un “Trastorno
esquizoide de la personalidad”. Si a eso se le suman “distorsiones cognoscitivas o
perceptivas” (ideas de referencia, ilusiones corporales) o “comportamientos
excéntricos” (conductas “raras” o peculiares”), se diagnosticará un “Trastorno
esquizotípico de la personalidad”. Ahora bien, ¿cómo distinguir un “comportamiento
excéntrico” psicótico de uno obsesivo (por ejemplo, los rituales clasificados en el
TOC)? ¿Cómo diferenciar el “distanciamiento de las relaciones sociales” de lo que
Minkowski llamaba la “pérdida del contacto vital con la realidad”? ¿Cómo distinguir
una idea de referencia psicótica de una que no lo es? La falta de precisión del manual,

131
determinada por la desarticulación entre el fenómeno y la estructura, conducen a
extravíos a la hora de establecer diagnósticos diferenciales.

En cuanto a la paranoia, la situación es mucho peor porque, como dijimos,


directamente fue erradicada del manual, quedando sus manifestaciones
fragmentadas entre los llamados trastornos delirantes (caracterizados sobre todo por
sus contenidos y no por su forma) y el trastorno de la personalidad paranoide, que
incluye una serie de rasgos permanentes de carácter (desconfianza y suspicacia)
vagamente delimitados.

Finalmente, la Melancolía, categoría clínica tan bien descripta en la Psiquiatría de la


época de oro y retomada por Freud desde una valiosa perspectiva metapsicológica,
también desaparece en las clasificaciones actuales, quedando subsumida en los
llamados “Trastornos del estado de ánimo” como un agravamiento del trastorno
depresivo mayor, sin distinciones cualitativas que permitan cernir una verdadera idea
delirante melancólica, o bajo la forma del “trastorno bipolar”, que alterna episodios
caracterizados solamente por el estado de ánimo depresivo o maníaco. En ese
contexto, no hay ninguna precisión que permita diferenciar clínicamente un estado
maníaco producido por la administración de un medicamento antidepresivo, de uno
producido por el hipertiroidismo, del que puede darse en el curso de una psicosis o
de una neurosis.

En el campo de las neurosis, la histeria quedó pulverizada entre los “trastornos


disociativos” y los “trastornos somatomorfos”. Lo mismo sucede con la neurosis
obsesiva, que se ha dispersado entre los “trastornos de ansiedad” (TOC), el
“trastorno dismórfico corporal” y el “trastorno de la personalidad obsesivo”. Bueno,
dejamos aquí por hoy. Recuerden que pueden dejar sus preguntas e inquietudes en
el foro, o plantearlas de manera sincrónica en el horario de consulta.

Teórico virtual Nº 16

La neurosis obsesiva según Freud (I parte)

Introducción

¡Buenos días estudiantes! Los invito a compartir este nuevo teórico combinado
(video+PDF), en el que comenzaremos a trabajar un tema de capital importancia en
la obra de Freud: la neurosis obsesiva.

Freud se interesó por este tópico desde el comienzo hasta el final de su vasto
recorrido, introduciendo modificaciones en su abordaje de acuerdo a los obstáculos
que su propia clínica le imponía, de modo que podemos reconocer allí tres grandes
momentos:

1. la obsesión como una “neuropsicosis de defensa”, que corresponde a los años


tempranos de la primera nosografía
132
2. la neurosis obsesiva como una psiconeurosis o neurosis de transferencia, que
pivotea sobre todo alrededor del historial del “Hombre de las ratas”

3. la neurosis obsesiva en el giro de los años ’20, que trae novedades


fundamentalmente a la hora de pensar la función de los síntomas obsesivos.

Les propongo para esta primera clase avanzar en el estudio de los dos primeros
puntos, dejando el último para el próximo teórico.

Un poco de historia: las obsesiones en el campo de la psiquiatría

Lo primero que hay que señalar es que cuando Freud comenzó a indagar sobre este
tema, ya existía una descripción completa de las obsesiones. En efecto, la psiquiatría
había comenzado a construir esta entidad unas décadas antes de que Freud iniciara
su trabajo sobre ella, introduciéndola en la nosografía como “locura de la duda con
delirio del tacto”.

Al respecto, se destaca el trabajo de un autor llamado Legrand du Saulle, quien en


1875 considera a ese cuadro como una variedad de la locura con conciencia, es decir
una alienación parcial. ¿Qué significa esto?: que el enfermo tiene conciencia de lo
que le sucede, se siente desgraciado y se dirige al médico para expresar su mal,
confiesa estar enfermo, reclama cura y lamenta su estado mórbido. Esta patología
de la inteligencia (que no compromete el nivel intelectual ni las facultades) tiene, para
du Saulle, derecho a una existencia a parte en la nosografía, en virtud de un conjunto
de rasgos clínicos diferenciales.

El autor construye el cuadro a partir de la observación precisa de dos fenómenos


clínicos con una evolución particular en tres etapas, a saber, la interrogación mental
producida por la duda y las excentricidades del tacto. La descripción detallada de
las manifestaciones incluye la atención a la producción espontánea, involuntaria
e irresistible de ciertos pensamientos, a la que se asocia una lucha ansiosa por
parte del sujeto, junto con la necesidad enfermiza de ejecutar determinados
actos, a veces ridículos o excéntricos, situación que lleva a un estado enfermizo
serio y permanente, con clara interferencia para la vida del sujeto.

No quiero dejar de destacar el empleo del término delirio, aplicado aquí al terreno de
la neurosis y no al de la psicosis, al que habitualmente se lo liga. Llama la atención,
¿verdad?

Legrand du Saulle lo utiliza en el sentido amplio, casi etimológico del término, en la


medida en que lo que está en juego es una idea extraña, excéntrica, que se impone
a la mente, y que se liga a “instintos anormales de limpieza” (Legrand du Saulle,
1875: 53)

133
Como veremos más adelante, Freud va hacer suya la expresión “delirio obsesivo”,
asignándole un determinismo y una función particulares, que permiten distinguirlo del
delirio psicótico.

Volviendo a la psiquiatría, agrego que Legrand du Saulle no fue el único en ocuparse


de la caracterización de las obsesiones. Así, por ejemplo, en 1886 Falret hijo, destaca
la rumiación sobre las mismas ideas y actos y el estado de duda perpetuo, haciendo
del trabajo incesante del pensamiento el “hecho patológico que constituye el
fundamento principal” del cuadro. También Kraepelin, en Alemania, hizo lo propio al
ubicar a la “locura obsesionante” dentro de los estados psicopáticos degenerativos,
cuya característica es la aparición de temores incoercibles por argumento alguno de
convicción y que imponen un duro yugo al accionar del sujeto. Tales temores, que
exceden toda reflexión, sólo se atemperan con la ejecución de ciertas medidas.
Agrega también la existencia de impulsos morbosos, bajo la forma de temores a
cometer la acción pensada. Tales sentimientos son extraños a los sentimientos del
sujeto e interfieren en su vida, acompañándose de autorreproches.

En suma, lo anteriormente expresado sirve a los fines de mostrar que ya antes de


Freud existía una descripción clara y precisa de las obsesiones, ajustada a las
exigencias del método propio de la psiquiatría, es decir, de la clínica de la mirada.
Cabe preguntarse, entonces cuál es aporte del padre del psicoanálisis.

La novedad freudiana

Si la psiquiatría ya había aislado, descripto y nombrado los síntomas obsesivos, ¿cuál


es, entonces, la novedad freudiana? La originalidad de Freud con respecto a la
psiquiatría reside en el hecho de constituir a las obsesiones en una neurosis -junto
con la histeria-, lo que implica no sólo hacer una descripción de los síntomas, sino
también establecer el postulado del mecanismo de la formación de los mismos, esto
es articular el fenómeno con su determinismo inconsciente, y por supuesto,
enlazarlos con la terapia psicoanalítica. Esto último resulta importante, ya que el
abordaje mismo en el dispositivo, la intervención, hace surgir nuevos aspectos de la
fenomenología: como dice Freud, “en el circuito del psicoanálisis crece no sólo el
coraje del enfermo sino también el de la enfermedad, la cual se atreve a dar
exteriorizaciones más nítidas” (Freud, 1909, 174).

La primera clínica freudiana: la obsesión como una “neuropsicosis de defensa”

El artículo “Las neuropsicosis de defensa” de 1894 es el texto fundador de la


comunidad nosológica que Freud va a establecer entre lo que entonces llama fobias
y representaciones obsesivas (aún no le llama neurosis obsesiva), la histeria y ciertos
estados de confusión alucinatoria. Tal comunidad va a estar sustentada por el
postulado de la existencia de un mecanismo común, destinado a defenderse de una
representación inconciliable. En el caso de las obsesiones, a las que sitúa en el plano
de las ideas, se separa el afecto de la representación (paso común para la histeria y
la obsesión) y éste se adhiere, por la vía del falso enlace a otras representaciones,
134
no inconciliables, que se vuelven representaciones obsesivas. Debe señalarse que,
en la primera nosografía, la “inconciliabilidad” de las representaciones se relaciona
con la idea freudiana de una etiología sexual infantil traumática, que, en el caso de
la obsesión, está referida a una experiencia activa Es este costado el que desarrolla
dos años más tarde en el artículo “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis
de defensa”. Allí expresa la naturaleza de la neurosis obsesiva en la siguiente
fórmula: “las representaciones obsesivas son siempre reproches mudados, que
retornan de la represión y que se refieren a una acción de la infancia, una acción
sexual realizada con placer” (Freud: 1896, 170). Es en ese marco que traza lo que
va a llamar la “trayectoria típica de la neurosis obsesiva”. Se trata de una diacronía,
en la que Freud describe y explica la variedad de síntomas obsesivos desde la
infancia hasta la adultez. La resumo:

1- Freud sitúa primero, de acuerdo a su manera de entender la causa en este


momento de su obra, lo que considera el “período de la inmoralidad infantil”, en
donde ocurren los sucesos “traumáticos”: se refiere con ello a una supuesta
vivencia de seducción sexual pasiva y displacentera que posibilita la represión
y a las “acciones de agresión sexual” que configuran la experiencia “activa”
infantil.

2- Luego, ubica el “ingreso en la madurez sexual”, en donde el recuerdo de las


acciones placenteras se anuda a un reproche y el nexo con la vivencia pasiva
posibilita la represión y la sustitución por un síntoma primario (escrúpulos de la
conciencia moral, desconfianza en sí mismo) Es lo que Freud llama “período de la
salud aparente”.

3- A continuación, Freud dice que se produce el retorno de los recuerdos


reprimidos, vale decir, el fracaso de la defensa y la vuelta, como síntomas de
compromiso. Estos se presentan bajo la forma de representaciones obsesivas o
afectos obsesivos. En las primeras, son los contenidos los que atraen la atención
del enfermo, desfigurados y unidos a un displacer impreciso. En los segundos, es el
afecto lo que se consigue un subrogado, bajo la forma de vergüenza, angustia
hipocondríaca, angustia social, angustia religiosa, angustia de tentación, mientras
que los contenidos mnémicos pueden ser también subrogados o relegados por
completo.

4- Por último, Freud ubica los síntomas de la defensa secundaria, que obedecen
a la necesidad del yo de defenderse de los síntomas del retorno. Son las
“medidas protectoras” para combatir los pensamientos y afectos obsesivos. El
autor dice que es común que la compulsión se traslade a aquellas, y que cuando
eso sucede, se crea una tercera plasmación de la neurosis obsesiva: las
acciones obsesivas (compulsión de cavilar, compulsión de pensar y examinar,
manía de la duda), medidas expiatorias (ceremoniales), medidas preventivas
(fobias, meticulosidad, escrúpulos de la conciencia moral), aturdimiento (frente a los
afectos).
He mencionado recién el término compulsión (en alemán, zwang). Es muy
135
importante que ustedes capten que es en ese punto en donde Freud sitúa el rasgo
común que caracteriza a todos los productos obsesivos. ¿Qué quiere decir eso?
Simplemente que el sujeto no puede dejar de pensar o hacer ciertas cosas, por más
extrañas o ridículas que sean, aún en contra de su voluntad. Pero más allá de
describir ese rasgo, lo que hace Freud es preocuparse por establecer su fuente. Y
fíjense lo que dice: “toda vez que una obsesión neurótica aparece en lo psíquico,
ella proviene de una represión. Las representaciones obsesivas no tienen
curso psíquico forzoso a causa de su valor intrínseco, sino por el de la fuente
de la que provienen o que ha contribuido a su vigencia” (Freud:1896, 171). Lo
que está indicando Freud es que su carácter esencial es que no pueden se
resueltas por la actividad psíquica conciente, -se crea o no en el reproche, o
independientemente de la claridad o intensidad de la idea-. Y que ese carácter reside
en su causa.

En suma, los síntomas obsesivos, que se presentan fundamentalmente en el ámbito


del psíquico -en oposición a la histeria, en donde lo hacen a nivel del cuerpo-
muestran el surgimiento insistente e irreductible de un pensamiento que la psique no
puede manejar y que obedece a un determinismo inconsciente. En este punto Freud
se distancia de los autores de la psiquiatría que veíamos hace un momento, que,
como representantes del paradigma de las enfermedades mentales, sostenían la
existencia de una causa orgánica (en este caso, interna, relacionada con una
prediposición hereditaria o degeneración)

La neurosis obsesiva como neurosis de transferencia: el historial de “El Hombre de


las ratas”

Como ustedes han visto cuando estudiaron el tema de la causa en Freud, un poco
antes de que comience el SXX Freud abandona la teoría del trauma y hace una
constatación novedosa: en lo inconsciente no hay un signo de realidad, de manera
que no se puede distinguir la verdad de la ficción cargada de afecto. El inconsciente
es situado ahora en el registro de la ficción, lo que da a la fantasía un nuevo estatuto:
se trata de una ficción anudada al real de la sexualidad infantil, nexo entre ésta y la
formación de síntomas. Lo que anteriormente se proponía como etiología traumática,
ahora se plantea en términos de una teoría de la sexualidad infantil compuesta por
pulsiones sujetas a la represión. Este factor, que ocupa el lugar de la predisposición
por fijación libidinal, se combinará con el vivenciar accidental del adulto para dar
cuerpo a las series complementarias, nuevo modelo de pensar la causa en estos
años.

Es importante que tengan en cuenta este cambio, porque es el que permite


contextuar el abordaje que hace Freud de la neurosis obsesiva a partir de un historial
paradigmático: el “Hombre de las ratas”.

En 1909 Freud publica este caso con el doble propósito de comunicar fragmentos del
análisis de un sujeto aquejado por una neurosis obsesiva de “considerable gravedad
por su duración, sus dañinas consecuencias y su apreciación subjetiva” (Freud: 1909,
136
123), y de realizar algunos señalamientos teóricos sobre la génesis y el mecanismo
de los procesos obsesivos, destinados a continuar -y también a rectificar- sus
exposiciones de 1896.

No voy a extenderme aquí en los pormenores del historial, porque ya lo van a trabajar
en los TP. Vamos a detenernos, sobre todo, en la presentación de los síntomas de
este sujeto, la perspectiva de Freud para interpretarlos bajo transferencia y algunas
generalidades sobre el determinismo inconsciente y la función de las manifestaciones
obsesivas en su conjunto.

Se trata de un sujeto de 29 años, universitario, que padece de “representaciones


obsesivas” ya desde su infancia, que han recrudecido en los últimos años. Cuando
consulta con Freud, se encuentra especialmente perturbado, en primer lugar, por un
temor que -aunque le resulta ajeno, hostil y absurdo-, no puede sacar de su cabeza.
El contenido del mismo es el que da nombre al historial: teme que se cumpla en esos
seres queridos un castigo que se ejecutaba antiguamente en Oriente, que consistía
en meter ratas por el ano de los condenados. El enfermo había escuchado el relato
de boca de un capitán que “amaba lo cruel” y se había quedado profundamente
horrorizado. Pero cuando se lo relata a Freud, éste no puede dejar de percibir en el
rostro del paciente, que ese horror se ligaba a “un placer, ignorado por él mismo”
(Freud, 1909, 133). Retengan este detalle, porque habla de la posición del sujeto
frente al goce o, como dice Freud, de su “erotismo anal” como modo privilegiado de
satisfacción. Claro que ese elemento, relativo a la sexualidad infantil, está
desfigurado o disfrazado en el síntoma, tal como en Dora estaba desfigurado el
componente oral de su sexualidad.

Pero continuemos con la presentación del cuadro clínico: demás de este temor
terrorífico que lo atenaceaba, el paciente presentaba otros síntomas, también en el
plano delpensamiento: impulsos morbosos (por ejemplo, a cortarse el cuello con una
navaja) y prohibiciones, referidas a cosas nimias. Este incesante devaneo de ideas
compulsivas le producía un intenso sufrimiento y lo había hecho rezagarse en la vida:
se había vuelto incapaz de trabajar y estudiar, y estaba estancado en su elección
amorosa, ya que no se decidía a formalizar con la muchacha a quien amaba. Pero
esto no era todo. Al cuadro se agrega un “loco accionar”, comandado por la idea de
pagar una deuda por la compra de unos anteojos a la persona equivocada, que lo
había llevado a ir y venir en tren de un lado a otro en una especie de “trance”, al que
Freud da el estatuto de un delirio obsesivo. Ese mandamiento a modo de juramento
que se había impuesto, y que por otra parte era imposible de cumplir, “pagar 3,80
coronas al teniente A”, se articulaba con la idea obsesiva del castigo de las ratas: si
no cumplía el juramento, esa fantasía se iba a realizar en sus seres amados. Es en
torno a esa idea del reembolso que la situación se vuelve realmente crítica, y pone al
sujeto al alcance del analista.

Esta descripción fenomenológica resulta paradigmática para pensar la neurosis


obsesiva en contrapunto con la histeria: los síntomas se presentan en aquella en el

137
ámbito de lo anímico, sin el salto a lo corporal que hemos visto cuando estudiábamos
la histeria de conversión.

Pero, además, fíjense ustedes otra cosa: el paciente consulta muy tardíamente,
cuando ya su situación subjetiva se ha vuelto insostenible. Esa es, para Freud, otra
característica típica de esa neurosis. El neurótico obsesivo lucha contra sus
pensamientos obsesivos con el propio pensamiento, en un trabajo que, en
principio, excluye al Otro. En cambio, es consustancial a la histeria ese
emplazamiento hacia el Otro, a quien se dirige con su queja. Lacan se referirá a
esto señalando la dimensión intersubjetiva de la histeria, versus la dimensión
intrasubjetiva de la neurosis obsesiva.

Volviendo al Hombre de las ratas, ahí lo tenemos entonces a nuestro sujeto, tomado
por una serie de representaciones obsesivas que, como dice Freud, aparecen como
“inmotivadas o bien sin sentido” y que plantean la tarea de “impartirles sentido dentro
de la vida anímica del individuo, de suerte que se vuelvan inteligibles y aun evidentes”
(Freud, 1909: 147).

Eso es lo que hace Freud, descifrando, bajo transferencia, la sintomatología en


función de la novela familiar de este neurótico.

Dejo los detalles del recorrido analítico de este sujeto para que los trabajen en los
TP. Sólo señalaré aquí que el desarrollo del historial clínico muestra la
reconstrucción, a partir del relato del paciente, de la existencia de una neurosis infantil
completa ya a los 6 o 7 años de edad, a la que Freud da el valor de “núcleo y modelo
del padecer posterior”. En ese entramado, Freud asigna un lugar preponderante al
complejo paterno, en el que el padre recibe el papel de perturbador de la sexualidad
y promueve en el sujeto una hostilidad paralela a su amor por él (ambivalencia). Así
como el caso Dora está organizado en torno al amor al padre impotente, el del
Hombre de las ratas lo hace en torno al odio inconsciente al padre. En ambos está
en juego el personaje del padre edípico, siempre discordante en relación a su función
simbólica. Como dice Lacan en el texto “El mito individual del neurótico”, es en esa
distancia entre el padre carente y su función donde “yace lo que hace que el complejo
de Edipo tenga su valor, para nada normativizante, sino (…) patógeno” (Lacan, 1953
56). Efectivamente, el padre del Hombre de las ratas estaba marcado por una falta:
cargaba, en su historia, con una deuda de dinero no saldada con un amigo, y también
con una deuda sexual -prendado de una mujer pobre, se había casado con una rica-
. Estos elementos significantes de la novela familiar son activados, en nuestro sujeto,
tanto en el momento del ocasionamiento de su enfermedad de adulto (que detona
cuando debe elegir entre su amada pobre y una pariente rica con quien querían
casarlo), como en la coyuntura de la eclosión de la crisis (el encuentro fatídico con el
capitán cruel, que reaviva el odio al padre, su identificación con él en los dos planos
de la deuda y despabila el erotismo anal).

En suma, hay en el caso una correspondencia entre lo que fue la constelación original
que presidió la vida de este muchacho y el desarrollo crítico de su neurosis. Y es esa
138
dialéctica la que le permite a Freud descifrar los síntomas de acuerdo a dichos
significantes privilegiados de la novela familiar. Pero atención, como muy bien lo
subraya Lacan en el texto mencionado, no se trata de una mera repetición, sino de
un intercambio de los términos, es decir, de lo que el sujeto hace -inconscientemente,
por supuesto- con esos significantes que le tocaron en suerte. Esos elementos están
desfigurados e irreconocibles como tales en los síntomas, y es el analista quien
interpola los nexos y restablece el sentido

Es por ese trabajo del sujeto del inconsciente que Lacan prefiere utilizar la expresión
de “mito individual” del neurótico a la freudiana de “novela familiar”.

Pero dejemos por ahora el caso singular, para ver cómo Freud desprende de él
algunas teorizaciones sobre la neurosis obsesiva de validez general.

La metapsicología de las formaciones obsesivas: estructura y función de los síntomas

En el apartado sobre la teoría, Freud reconsidera su definición sobre las


representaciones obsesivas de 1896 por parecerle excesivamente unificadora.
Prefiere ahora hablar de “pensar obsesivo” y poner de relieve que los productos
de esta neurosis pueden tener el valor de los más diferentes actos psíquicos.
Así explora más detenidamente los impulsos, deseos, tentaciones, mandamientos,
prohibiciones, incertidumbre y la duda, tratando de cernir, en cada caso, las técnicas
o mecanismos en juego y su papel en la economía subjetiva.

Me voy a detener particularmente en el abordaje que hace, por ejemplo, del llamado
delirio obsesivo, expresión que, como vimos, proviene del campo de la Psiquiatría,
pero que adquiere ahora un valor nuevo. Lo primero que hay que decir es que Freud
habla de delirio obsesivo para referirse a una serie de fenómenos que se
presentan a nivel del pensamiento, de los que se vale el sujeto para luchar
contra sus propios pensamientos. En ese sentido, obedece a la lucha defensiva
secundaria contra los síntomas de retorno de lo reprimido. He allí su función. En
cuanto a su envoltura formal, Freud afirma que se trata de argumentos, pero
argumentos muy particulares, ya que no son puramente racionales, sino que son
“mestizos” entre dos variedades del pensar: hacen suyas ciertas premisas de
lo obsesivo a lo cual combaten y se sitúan, por eso mismo en el terreno del
pensar patológico. Veámoslo con un ejemplo, para que resulte más claro: en un
momento de su vida en que el paciente estaba dominado por la fantasía de que su
padre muerto estaba vivo y podía volver en cualquier momento, desarrolló el
siguiente síntoma: estudiaba hasta bien avanzada la noche y luego abría las puertas
al espectro de su padre y se contemplaba el pene desnudo frente al espejo. Un “loco
accionar”, dice Freud, que tiene la estructura de un síntoma en dos tiempos: en el
primer tiempo, estudia como quería su padre en vida, y así se satisface su moción de
amor hacia a él; en el segundo tiempo, que anula retroactivamente al primero,
enfurece a su padre al mirarse desnudo al espejo, y así satisface la moción de odio.
Pero este no es el delirio, sino un síntoma de compromiso, comandado por una idea,
que hay que combatir. ¿Cómo ponerle freno? ¿Basta acaso que el sujeto se diga
139
“¡qué disparate es esto!” o “¡qué diría mi padre si viviera!” (un argumento puramente
racional) para poder dejar de pensarlo y hacerlo? Freud dice que no, que la
fantasmagoría sólo cesa cuando “la misma idea se hubo puesto en la forma de una
amenaza deliriosa” (Freud, 1909, 174). ¿Cómo? De la siguiente manera: “si sigo
perpetrando este desatino, a mi padre le pasa algo malo en el más allá”. Se ve
claramente allí el mestizaje entre las dos variedades del pensar: el racional, que
admite que se trata de un desatino, de un disparate, y el obsesivo, relacionado
con el cumplimiento de una moción hostil hacia el padre muerto. Es importante
que puedan captar que la defensa secundaria que supone el delirio no es, al fin
y al cabo, pura defensa, sino que, como bien destaca Freud, “aquello sobre lo
cual recae la defensa logra abrirse paso en aquello mismo mediante lo cual la
defensa actúa” (Freud, 1909:176). ¿Por qué es importante? Porque si no fuera así
no habría posibilidad de descifrarlo. Si no hubiera un punto de lo reprimido que se
filtra en la defensa, no habría nada que hacer con el delirio. Y esa es justamente otra
novedad con respecto a la Psiquiatría que se produce a partir de Freud, en la medida
en que éste lo trata en el dispositivo. Esto quiere decir que propone una intervención,
un modo de complementar las manifestaciones deliriosas inédito en su época: el
desciframiento bajo transferencia, que implica la suposición de un saber no sabido
por el sujeto. Es lo que sucede, como verán en los TP, cuando Freud capta en el
relato del paciente que él sabía a quién le debía el dinero de sus anteojos, y que, a
pesar de ello, se había sustraído ese saber, forjándose el mandamiento delirante de
pagarlo en el lugar equivocado. Pero todo eso estaba desfigurado, de manera que
no se podía leer, de entrada, su verdadero texto. Esto es lo que lleva a Freud a afirmar
que los pensamientos obsesivos experimentan una desfiguración similar a la de los
pensamientos oníricos, y a interesarse por su técnica. Y así llegamos al punto de los
mecanismos en juego. Veamos cómo los piensa.

Uno de los mecanismos que opera a la base de la neurosis obsesiva es lo que Freud
llama desgarradura de los nexos causales. Esto es algo muy típico, por ejemplo,
en relación a las causas ocasionales de la enfermedad. Freud dice que, a diferencia
del sujeto histérico, que olvida sus traumas -¿recuerdan las lagunas del recuerdo de
Dora?-, el obsesivo los mantiene en la conciencia pero no discierne su valor de
tales porque la represión actúa de otra manera: sustrayéndole el afecto, que
por falso enlace, se adhiere a otra representación. Por eso afirma que el neurótico
obsesivo “tiene noticia de sus traumas” y a la vez “no tiene noticia de ellos” (Freud,
1909, 154). Tiene noticia de ellos porque están en su conciencia, no los ha olvidado,
pero no tiene noticia de ellos, ya que como les ha quitado el afecto, permanecen en
la conciencia como algo indiferente, inesencial. Es lo que sucede con el

Hombre de las ratas cuando le cuenta a Freud el plan de matrimonio de su madre


para él: se lo dice sin noción de que estaba revelando algo fundamental, como si ese
episodio no tuviera ningún valor.

Otro mecanismo en juego, relacionado con lo anterior es el que Freud denomina


elipsis, o desfiguración por omisión, que consiste en sustraer un término del
texto original - reprimido- de suerte que lo que aparece en la conciencia es
140
como un “telegrama mal telegrafiado”. Otras veces se elige un texto muy general,
desasido de sus referencias vivenciales singulares. Justamente lo que hace Freud
con esto es restablecer los nexos o los términos sustraídos, “traduciendo” el texto y
restableciendo su sentido.

Pero estos no son los únicos mecanismos que toman parte en la neurosis obsesiva.
Freud, circunscribe también la anulación y el aislamiento. El primero actúa en los
llamados síntomas en dos tiempos que les mencionaba hace un rato, en donde
el segundo cancela al primero (¡vean el ejemplo del carruaje de la p. 150!). Con
respecto a esto, es interesante destacar la diferencia con la formación de síntomas
en la histeria: allí donde ésta “mata dos pájaros de un tiro” (Freud, 1909: 151)
condensando en un mismo movimiento mociones opuestas –generalmente
masculino/femenino, como lo muestra el síntoma de la tos de Dora- la neurosis
obsesiva lo hace en dos -y en general son mociones contrapuestas de amor y
odio). En cuanto al aislamiento, consiste en interpolar un intervalo entre la idea
patógena y la idea obsesiva subsiguiente, de manera que no entren en contacto
una con la otra. Este último aspecto permite explicar, como se darán cuenta, la
dificultad del obsesivo para seguir la regla fundamental del análisis, en la medida en
que va a contrapelo de la asociación libre.

Por último, una referencia a otro recurso muy común en la neurosis obsesiva, que es
la duda. Esta consiste en una oscilación muy acentuada de la convicción, ya que el
sujeto se encuentra fuertemente convencido, de manera alternativa, de dos cosas
contradictorias. Esta escisión de las convicciones tiene su fuente en la vida pulsional,
fuertemente signada, en la neurosis obsesiva, por la ambivalencia entre amor y odio.
Como indica Freud, la duda o la incertidumbre es un método que emplea la
neurosis para sacar al enfermo de la realidad y para aislarlo del mundo. Su
consecuencia es la inhibición de la acción. Esto es interesante, porque a partir de
aquí Freud concluye con una nueva definición de la compulsión o zwang:
“compulsivos son aquellos procesos del pensar que se emprenden con un
gasto de energía que de ordinario sólo se destina al actuar, es decir, unos
pensamientos que regresivamente tienen que subrogar acciones” (Freud, 1909:
191). El demorarse compulsivamente en el pensar implica una erotización del
pensamiento, pues la energía sexual que debería irrumpir en la acción queda
detenida en el acto mismo de pensar -independientemente del contenido de ese
pensamiento-. Pero una cosa más, cuando el enfermo hace un esfuerzo por quebrar
el circuito enfermizo de pensamientos y se resuelve a pasar a la acción, muchas
veces debe ejecutar compulsivamente algún acto que, por acción del
desplazamiento, ya no será lo original, sino algo sustitutivo.

Hasta aquí el breve desarrollo de lo que me parece que son algunos aspectos
fundamentales a recuperar del historial. Cuando lean el caso, verán que no son los
únicos, pero aquí no podemos verlos todos tan exhaustivamente como quisiera.
Tampoco es éste el único texto de la misma época en donde Freud se dedica al
estudio de la neurosis obsesiva. Vean ustedes, por ejemplo, la Conferencia 17 “El
sentido de los síntomas”. Encontrarán allí una brillante síntesis de la semiología de
141
esta modalidad de la neurosis, en donde se ve con mucha claridad el costado de lo
que el autor llamaba “la enfermedad en sentido práctico”.

También verán, a la luz de varios ejemplos clínicos, cómo el psicoanálisis permite


cernir, a partir del trabajo transferencial con el paciente, el registro del significado de
los síntomas – en tanto figuración de una serie de fantasías- y el del sentido -es decir,
el propósito, la intención inconsciente en juego-. Momento de idilio de Freud con el
desciframiento del inconsciente “parlanchín”, que comenzará a tambalearse con los
obstáculos que la misma clínica le impone, llevándolo a reformular, en el giro de los
años ’20, muchas de sus concepciones. Avanzaremos sobre esto en la clase
siguiente.

Teórico Nº 17

La neurosis obsesiva según Freud (II parte)

El giro de los años ‘20

Introducción

Hoy les propongo continuar con nuestro abordaje de la neurosis obsesiva en la obra
de Freud, particularmente en el llamado “giro de los años ‘20”. Como les anticipaba
la vez anterior, estos años traen novedades en las concepciones freudianas, sobre
todo en lo que concierne a la elaboración del segundo dualismo pulsional, de la nueva
tópica del aparato psíquico y de la nueva teoría de la angustia. Debe destacarse que
muchas de las modificaciones que se produjeron en la teoría de Freud obedecen a
los obstáculos que su propia clínica le imponía, entre ellos, la necesidad de dar
cuenta de determinados hechos clínicos que mostraban un tope al desciframiento: la
reacción terapéutica negativa, la resistencia a la cura, los sueños punitorios, el
fracaso en el triunfo y… los síntomas de la neurosis obsesiva. Fenómenos que, como
veremos, plantean un límite al principio del placer, y se relacionan con algo de otro
orden, que insiste, y que se revelará al servicio de la pulsión de muerte. Es en este
contexto que las relaciones entre fenómeno, determinismo y función de los síntomas
de la neurosis obsesiva recibirán una nueva luz. ¿Lo vemos?

“El Yo y el ello”: metapsicología del sentimiento de culpa en la neurosis obsesiva

Como habrán estudiado en Teoría psicoanalítica, la primera formalización del aparato


psíquico propuesta por Freud -aquella que lo dividía en sistemas: conciente,
preconciente e inconciente- fue reemplazada por su segunda tópica en virtud de las
complicaciones que dicho esquema presentaba para cernir algunos problemas
clínicos. ¿Cuáles? Ente otros, fenómenos tales como la resistencia en el análisis, que
provenía del yo, o el sentimiento inconciente de culpa, que demostraban que ya no
se podía equiparar al yo con la conciencia y lo preconciente, sino que también había,
en éste, una parte inconciente.

142
El “El yo y el ello” de 1923 nace como respuesta superadora a estas dificultades
teóricoclínicas. En el capítulo V, “Los vasallajes del yo” Freud resume su nuevo
esquema del aparato psíquico de la siguiente manera: allí indica que una parte de las
identificaciones iniciales formadoras del yo, que toman el relevo de las investiduras
de objeto, se comportan como una instancia particular, “que se contrapone al yo
como superyó” (Freud, 1923: 49). Así, el superyó, “es la identificación inicial, ocurrida
cuando el yo era todavía endeble (…) y es el heredero del complejo de Edipo” (Freud,
1923: 49). Tenemos entonces al superyó entendido como resultado, como resto del
Edipo, y lo más importante, como la instancia que “conserva su carácter de origen”,
esto es, la facultad de contraponerse al yo y dominarlo. Es fundamental que
entiendan, para lo que vamos a ver a continuación, que el superyó se forma a partir
de una renuncia -a los objetos y mociones incestuosas del Edipo- y que ese es el
sello que llevará para siempre: pedirle al yo renuncia es, como dice Freud, su
“imperativo categórico”. Y algo más: el superyó hunde sus raíces en el ello, mantiene
una afinidad con él, y por lo tanto tiene el sesgo de lo pulsional. Y cuando digo
pulsional, no se olviden que para este entonces Freud ya había escrito “Más allá del
principio del placer” y había situado un costado de la pulsión -la de muerte-, que
insiste compulsivamente y resiste al desciframiento. El superyó se va a constituir
como reservorio de esa fuerza de empuje mortífera. Vamos a ver que una de las
novedades en relación con la función del síntoma, será acoplar esa marca de la
prohibición, de la renuncia, con una satisfacción, que trasciende el principio del
placer. ¿De qué manera? Veámoslo.

Para apreciar los vínculos entre las instancias que conforman su nuevo aparato
psíquico, Freud recurre a dos hechos clínicos: la reacción terapéutica negativa y el
sentimiento de culpa de la neurosis obsesiva. Con respecto a la primera, señala que
es un comportamiento extraño que aparece a veces en el transcurso del tratamiento
analítico: allí donde todo está dado para que el enfermo mejore, tiene lugar un
refuerzo del padecer, es decir, empeora en lugar de mejorar. Freud presume que, en
estos pacientes, “algo se opone a la curación” y que prevalece en ellos la necesidad
de estar enfermos. Parece contradictorio, ¿no? ¿Cómo alguien podría “querer” su
mal? Fíjense lo revolucionario del pensamiento freudiano: existe algo en el interior
del sujeto que no trabaja para “su bien”. Freud sostiene que no se trata de una mera
actitud de desafío hacia el médico, ni tampoco de la fijación a las ganancias de la
enfermedad que anteriormente había despejado, y hace depender el fenómeno de
un factor moral. ¿A qué se refiere con eso? “un sentimiento de culpa que halla su
satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer” (Freud,
1923: 50). Se trata, como se ve, de un sentimiento de culpa inferido, ya que, como
bien indica el autor, el paciente no se siente culpable sino enfermo. Les pido que
presten mucha atención a esto, porque lo que está haciendo Freud aquí es añadir, a
la función del síntoma neurótico, un nuevo aspecto: a la ganancia o beneficio primario
del síntoma -satisfacción sexual disfrazada, acorde al principio del placer- se agrega
ahora una nueva modalidad de satisfacción, que está “más allá”, y que se obtiene, a
partir de la necesidad de castigo, en el padecer mismo.

143
Hasta aquí una revelación inédita que hace a una novedosa función del síntoma en
general, y que Freud atribuye a la acción del superyó. Lo que hay que agregar -y nos
metemos ahora en el campo específico de la neurosis obsesiva- es que, además de
ese sentimiento inconciente de culpa, inferido y descubierto gracias a la reacción
terapéutica negativa, hay casos en los que los que aparece un sentimiento de culpa
conciente e hiperintenso. La neurosis obsesiva es uno de ellos.

¿Recuerdan los autorreproches de los que Freud hablaba en sus textos anteriores
sobre las obsesiones? Bien, en “El yo y el ello” vuelve sobre este tema, dilucidándolo
a con la ayuda de la figura del superyó. Nos da entonces las siguientes precisiones:
en algunas formas de la neurosis obsesiva “el sentimiento de culpa es hiperexpreso,
pero no puede justificarse ante el yo. Por eso el yo se revuelve contra la imputación
de culpabilidad (…) el superyó está influido por procesos que de los que el yo no se
ha percatado. Pueden descubrirse, operantes, los impulsos reprimidos que son el
fundamento del sentimiento de culpa. En este caso, el superyó ha sabido más que el
yo acerca del ello inconciente” (Freud, 1923: 52) Ahora bien, ¿cómo explica Freud
ese rasgo duro y cruel del superyó para con el yo? Aquí hay que distinguir dos cosas.
Por un lado, el superyó es cruel por estructura, lo que Freud atribuye a la desmezcla
pulsional que acarrea el complejo de Edipo: la identificación con el arquetipo paterno
supone una desexualización, o incluso una sublimación de las mociones eróticas
incestuosas. Pero esa transposición implica también una segregación de la pulsión
de muerte, que ya no puede ser ligada a Eros, y ésta se libera como agresión y
destrucción en la figura del superyó cruel. Hasta allí una explicación de índole
general. Sin embargo, hemos visto que, en el caso particular de la neurosis obsesiva,
el superyó es extremadamente agresivo, y se bate contra el yo de manera
desmesurada. ¿Cómo explicar esta particularidad? Freud lo hace apelando a otro
factor: la regresión libidinal. En este texto, sólo lo anuncia. Unos años más tarde, en
“Inhibición, síntoma y angustia”, lo desarrolla.

Inhibición, síntoma y angustia

Algunas precisiones más sobre la función del síntoma obsesivo

En el capítulo V de “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud retoma su estudio sobre la


neurosis obsesiva en el contexto de su interés por “averiguar en ella algo más acerca
de la formación de síntoma” (Freud, 1926: 107). Realiza entonces un gran trabajo de
síntesis de sus desarrollos anteriores acerca de esta neurosis, ahora leídos a la luz
de las novedades propias de esta etapa de su obra. Así, resume la diversidad de la
sintomatología obsesiva en dos categorías: “los síntomas de la neurosis obsesiva
son de dos tipos y de contrapuesta tendencia. O bien son prohibiciones,
medidas precautorias, penitencias, vale decir de naturaleza negativa, o bien
son satisfacciones sustitutivas, hartas veces con disfraz simbólico” (Freud,
1926: 107). Agrega que los primeros, negativos, de carácter rechazador y punitorio,
son los más antiguos, mientras que los segundos, positivos, predominan cuando la
enfermedad se prolonga en el tiempo. Detengámonos un momento en esta división,
hecha de acuerdo a los términos “negativo” (-) y “positivo” (+). ¿A qué se refieren?
144
Lo que hay que entender es que ambos signos deben ser leídos en relación a un
elemento clave: la satisfacción en juego. Así, los síntomas negativos son
aquellos que suponen un menos de satisfacción, una restricción; los positivos,
en cambio, implican un plus de satisfacción (irreconocible como tal, por
supuesto). ¿Esto es todo? ¡No, claro, falta lo más importante! Freud agrega que
“constituye un triunfo de la formación de síntomas que se logre enlazar la
prohibición con la satisfacción, de suerte que el mandato o la prohibición
originariamente rechazantes cobren también el significado de una satisfacción”
(Freud, 1926, 107). ¡Aquí tienen la satisfacción en la renuncia de la que les hablaba
hoy! El autor hace depender esta condición de la inclinación a la síntesis del yo,
es decir, de la tendencia de éste a cancelar la ajenidad del síntoma e
incorporarlo a su organización, obteniendo una satisfacción en el sufrimiento
mismo. Pero cuidado, este esfuerzo yoico no actúa solamente cuando el síntoma ya
está instalado; como afirma Freud, “un afán de ese tipo influye ya sobre al acto de la
formación de síntoma” (Freud, 1926: 94). Como si allí confluyera, en una satisfacción
paradójica, el masoquismo del yo con el sadismo del superyó.

En suma, si hay una “tendencia general de la formación de síntoma en el caso de la


neurosis obsesiva”, ésta consiste en “procurar cada vez mayor espacio a la
satisfacción a expensas de la denegación” (Freud, 1926: 112). Entonces, “esos
mismos síntomas que originariamente significaban limitaciones, adquieren, merced
a la inclinación a la síntesis de yo, el carácter de unas satisfacciones” (Freud, 1926:
107). Es importante que capten cuáles son las consecuencias clínicas de este
proceso: un yo extremadamente limitado, que puede llegar a la parálisis de la
voluntad.

Aclaro que la formalización, por parte de Freud, de esta nueva modalidad de


satisfacción, no echa por tierra lo que había establecido en épocas anteriores con
respecto al beneficio primario. Efectivamente, la satisfacción sexual sustitutiva, como
“el expediente más cómodo para el principio del placer” (Freud, 1916-17: 348) sigue
vigente. Lo mismo el beneficio secundario. Sólo que a ello se agrega una satisfacción
“más allá” de ese principio, que obedece no a Eros sino a Tánatos y que, a diferencia
de la primera, representa el lado mudo y no descifrable del inconsciente. Podría
decirse que, así como en el momento anterior de la obra freudiana los síntomas de
la histeria fueron el paradigma del inconsciente “parlanchín”, descifrable en cuanto a
su sentido sexual, la neurosis obsesiva se convierte ahora en un nuevo paradigma,
mostrando, de manera resplandeciente, el costado que hace tope al desciframiento.
Lo que, por supuesto, no deja de tener como correlato el surgimiento de cierto
pesimismo terapéutico.

La diacronía de la neurosis obsesiva

En función de lo anteriormente desarrollado podemos encontrar otro aporte que


ofrece “Inhibición, síntoma y angustia” al estudio de la neurosis obsesiva. Es el que
hace Freud en el mismo capítulo cuando realiza un análisis diacrónico de la formación
de síntomas de dicha neurosis, tratando de situar la participación que tienen en ella
145
el yo y el superyó. Es una suerte de “trayectoria típica”, pero leída ahora con la
segunda tópica, la segunda teoría de la angustia, y el nuevo dualismo pulsional. ¿La
vemos?

En primer lugar, Freud dice que, al igual que la histeria, la neurosis obsesiva tiene
como punto de partida la defensa contra las exigencias libidinosas del Complejo de
Edipo. También ella se ordena alrededor del operador del complejo de castración,
que sirve como motor de la defensa, ya que dá las razones de por qué la sexualidad
debe ser reprimida. A la destrucción del Edipo se agrega la degradación regresiva de
la libido a la organización sádico-anal, lo que contribuye a otorgar al superyó su
carácter particularmente severo y desamorado. La regresión, dice Freud, es el primer
intento defensivo del yo para rechazar las mociones de la etapa fálica, y será
determinante para todo lo que sigue. Ya allí se produce la desmezcla pulsional que
segrega a las investiduras destructivas que vuelven particularmente desamorado al
superyó.

El camino prosigue con el sepultamiento del Edipo y el ingreso a la latencia, en donde


la lucha contra lo reprimido se continúa con el desarrollo de formaciones reactivas,
mediante las cuales se proscribe ahora el onanismo. Es este un nuevo mecanismo
que se suma a la represión y a la regresión, y que en general falta en la histeria.

En tercer momento tiene lugar cuando la pubertad introduce un corte tajante en el


desarrollo libidinal. Freud dice que entonces “la organización genital interrumpida se
reinstala con gran fuerza, y en virtud de la compulsión a la repetición se ve obligada
a marchar por los caminos que prefiguró la regresión, emergiendo como propósitos
agresivos y destructivos” (Freud, 1926: 111). El superyó cruel se afirma con energía
tanto mayor cuanto que la sexualidad ha adoptado formas tan repelentes y obliga al
yo a defenderse con una segunda oleada represiva que, como sabemos, fracasa y
da lugar a los síntomas de compromiso. Freud señala que en la mayoría de los casos
el texto genuino de la moción agresiva no se ha vuelto notorio para el yo, porque la
represión elimina el carácter afectivo de la misma. Sin embargo, el superyó, “que
sabe más del ello inconsciente que el propio yo, lee la moción en su verdadero texto”
y trata al yo de acuerdo a esa premisa. “El yo, que por una parte se sabe inocente,
debe por otra registrar un sentimiento de culpa y asumir una responsabilidad que no
puede explicarse” (Freud, 1926: 112).

En algunos casos, intenta ahorrarse el sentimiento de culpa mediante una nueva


serie de síntomas (penitencias, limitaciones de autopunición), “que significan al
mismo tiempo satisfacciones de mociones pulsionales masoquistas que también
recibieron un refuerzo de la regresión” (Freud, 1926: 112).

El resultado de todo este proceso lo conocemos: la limitación del yo que, sitiado por
los síntomas y obligado a buscar la satisfacción en ellos, puede llegar a la parálisis
de la voluntad.

Las técnicas auxiliares de la represión


146
Para concluir, resta localizar lo que Freud llama, en este artículo, “dos técnicas
auxiliares” de la represión que participan en la formación de síntomas obsesivos.
Las mismas constituyen recursos a los que apela el yo del obsesivo cuando la
represión tiene problemas para mantener a raya lo reprimido. Esto es así, en
primer lugar, porque el yo es aquí el escenario de la formación de síntomas
mucho más que la histeria; en segundo lugar, porque éste “se atiene con
firmeza a su vínculo con la realidad y la conciencia, (empleando) para ese fin
todos sus recursos intelectuales” (Freud, 1926: 114). Como hemos visto ya en el
historial del Hombre de las ratas, en la neurosis obsesiva la actividad del
pensamiento aparece sobreinvestida, erotizada, es decir, que la defensa es un
modo de satisfacción. En tal contexto, Freud vuelve sobre la anulación y el
aislamiento, ambos subrogados de la represión, y “aptos para ilustrar su tendencia y
su técnica” (Freud, 1926:114). Estas técnicas, que ya hemos visto en el caso, son
retomadas aquí con algunos agregados. En cuanto a la primera, Freud destaca que
es aquella que “mediante un simbolismo motor quiere hacer desaparecer un
suceso” (Freud, 1926: 114). Es ella la que da cuenta de los síntomas en dos
tiempos, donde el segundo acto cancela al primero como si nada hubiera
acontecido, cuando en realidad acontecieron ambos. Como una especie de
“magia negativa”, se quiere hacer desaparecer un suceso, de una manera “desacorde
a la ratio”, es decir, irracional. La segunda, el aislamiento, cuyo funcionamiento ya
vimos a nivel del discurso del enfermo, es ubicada ahora también en la esfera motriz,
y consiste en “interpolar una pausa luego de una actividad significativa realizada en
el sentido de la neurosis, en la que no está permitido que acontezca nada, no se hace
ninguna percepción ni se ejecuta nada” (Freud, 1926: 115). Ese aislamiento motriz
está destinado, en última instancia, a suspender los nexos entre pensamientos, lo
que para Freud responde al tabú del contacto, pues éste es la meta de toda moción,
tanto tierna como agresiva: como bien subraya el autor “puesto que la neurosis
obsesiva persiguió al comienzo el contacto erótico y, tras la regresión, el contacto
enmascarado como agresión, nada puede estarle vedado en mayor medida ni ser
más apto para convertirse en el centro de un sistema de prohibiciones” (Freud, 1926:
117). Y eso es lo que muestran, -simbólicamente, claro ciertos ceremoniales en
donde el sujeto se prohíbe tocar ciertos objetos.

Teórico Nº 18

La neurosis obsesiva en Lacan

Introducción

¡Buenas tardes!, ¿cómo están? En este nuevo teórico combinado (video+PDF)


trabajaremos el tema de la neurosis obsesiva según Lacan. Para ello nos
centraremos en algunos textos de los años ’50, correspondientes a lo que se conoce
como el período “estructuralista” de su enseñanza. No obstante, veremos cómo, a la
manera de un work in progress, se van introduciendo modificaciones o re-
elaboraciones de un texto al siguiente. En tal sentido, les propongo revisar tres hitos
de importancia en la concepción lacaniana de esta neurosis:
147
En primer lugar, “El mito individual del neurótico”, conferencia difundida en 1953, que
nos brinda una re-lectura del historial freudiano de “El hombre de las ratas”.

A continuación, “El psicoanálisis y su enseñanza”, escrito de 1957, en el que se


aborda la neurosis obsesiva a partir del esquema Z y la clínica de las preguntas.

Finalmente, el Seminario V, en donde se arroja luz sobre la estrategia y los rasgos


estructurales del deseo del sujeto obsesivo, desde la perspectiva de la dialéctica de
la demanda y el deseo.

Los invito a comenzar nuestro recorrido.

El mito individual del neurótico: una relectura del historial de “El hombre de las ratas”

El texto “El mito individual del neurótico” recoge una conferencia de Lacan en un
colegio de Filosofía, que fue difundida en el año 1953. Es una exposición previa a la
formalización del esquema Z, aunque ya pueden encontrarse allí algunos elementos
que luego quedarían subsumidos en dicho gráfico.

La importancia de este texto radica, sobre todo, en el hecho de que ofrece al lector
un ordenamiento verdaderamente claro y sintético del caso de “El hombre de las
ratas”, que gira en torno al concepto de mito, articulado con el complejo de Edipo y
la vieja noción de Freud de novela familiar del neurótico.

Lo primero que hace Lacan es situar, en el corazón de la experiencia de ese arte


liberal que es para él el Psicoanálisis, una definición particular de mito. Lo cito: “el
mito es lo que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en la
definición de la verdad, porque la definición de la verdad sólo puede apoyarse sobre
ella misma y la palabra en tanto que progresa la constituye (…) la palabra (no) puede
captar el acceso a la verdad como una verdad objetiva. Sólo puede expresarla de
modo mítico” (Lacan, 1953: 39). Reencontramos aquí algo de lo que ya trabajamos
cuando veíamos “Intervención sobre la transferencia”, ¿recuerdan? Ya entonces
señalábamos la relación de la verdad con el sujeto y su despliegue en la relación de
palabra, y situábamos -con el ejemplo de Dora- la diferencia entre esa verdad,
subjetiva, y la verdad de los hechos. También vimos, en aquel momento, cómo el
psicoanálisis debe intervenir –y cómo no debe hacerlo- para propiciar, en el sujeto,
nuevos desarrollos de la verdad. Pues bien, en este texto Lacan retoma aquellos
conceptos en función de la noción de mito, destacando su carácter de ficción, para
dar cuenta, de modo imaginario, de ciertas relaciones fundamentales del ser humano.
Y si hay un mito que vertebra por excelencia toda la teoría y la clínica psicoanalíticas
es, lo sabemos, el mito del Edipo, ese “conflicto fundamental que, por intermedio de
la rivalidad con el padre, vincula al sujeto con un valor simbólico esencial” (Lacan,
1953: 39). Ven aquí como ya están esbozados algunos elementos que hacen a la
dimensión imaginaria y simbólica de la función del padre, y que unos años más tarde
quedarán incorporados al concepto de metáfora paterna. Y esto no es todo. Lacan
agrega, además, que siempre hay una distancia entre la función simbólica del padre
148
y el padre de cada quien, el de carne y hueso, de modo que éste siempre aparece
degradado o en falta con respecto a esa función. ¿Se acuerdan del padre impotente
de Dora y del padre deudor del Hombre de las ratas? En efecto, esos son ejemplos
de esa distancia, en la que Lacan sitúa el valor “para nada normativizante, sino (…)
patógeno” (Lacan, 1953: 56) del complejo de Edipo.

Una vez planteadas estas cuestiones generales, Lacan va a apelar al caso del
hombre de las ratas para mostrar cómo las formaciones neuróticas aportan al mito
edípico modificaciones de estructura, que cumplen una determinada función.

¿Recuerdan cómo llega este sujeto a la consulta con Freud? Estaba sitiado por el
temor obsesivo del cumplimiento de la tortura de las ratas en las figuras de su padre
muerto y su amada -idea desencadenada a partir de su encuentro con el relato
gozoso del capitán cruel- y había desarrollado, como medida defensiva, un
comportamiento delirioso de pagar una deuda contraída por la compra de unos
anteojos en un lugar equivocado. Lacan llama “trance” a esa rara conducta que
confina con las “construcciones delirantes”, en la que el sujeto, arrastrado por la
fuerza imperiosa de su lucha mental, viaja en tren de estación en estación,
desplegando excéntricos argumentos y maniobras frustras para saldar aquella deuda
en un escenario en donde desfilan, de un modo incierto, dos tenientes y dos
muchachas. El término “trance”, que utiliza Lacan para hablar del delirio del Hombre
de las ratas, es por demás elocuente: como un médium cuando se comunica con los
espíritus del pasado, Paul, tomado por su obsesión delirante, es transportado fuera
de sí mismo y fuera del mundo real: “como ocurre siempre con la vivencia de los
neuróticos, la realidad imperativa (…) pasa por delante de todo lo que lo atormenta
infinitamente” (Lacan, 1953: 46). Sabemos cómo termina el episodio. A partir del
despliegue de ese delirio bajo transferencia, el paciente acaba confesando que, en
realidad, finalmente envió el dinero a su verdadera acreedora: una empleada de
estafeta postal que había pagado en su nombre la compra por contrarrembolso.
Según Freud, el sujeto “se había escamoteado a sí mismo [ y a su analista] en el
relato” (Freud, 1909: 137) un fragmento de lo efectivamente acontecido, haciéndose
un juramento martirizante basado en un error, contrario a todo criterio de realidad.

Haciendo una lectura muy atenta del texto freudiano, Lacan otorga a este argumento
fantasmático el valor de un mito, en el que se reconocen, en una versión novelada,
elementos significantes de la historia del sujeto. En efecto, en la fórmula mítica
original, organizada en torno de la figura del padre, encontramos la deuda, el amigo
(siendo oficial, éste había dilapidado los fondos del regimiento en una partida de
naipes y lo había salvado un compañero, a quien nunca le devolvió el dinero) y las
dos muchachas (la pobre, de la que estaba prendado, y la rica, con quien finalmente
se casa). Esos términos, que hacen a la novela familiar de este neurótico, son
retomados en el desarrollo último de la obsesión, pero transformados,
intercambiados, de forma que no puede hablarse de una mera repetición. Es por eso
que Lacan prefiere hablar de mito individual y no de novela familiar. Si hace hincapié
en lo individual, es para remarcar el trabajo de sujeto que está en juego, es decir, qué
es lo que puede hacer alguien con los significantes que le tocaron en suerte. En el
149
caso de Paul, podríamos decir que apela a los significantes privilegiados de su
historia para solucionar la angustia vinculada con la eclosión de la crisis. Esa es la
función que Lacan le concede a esta versión modificada del mito original que es el
trance o delirio obsesivo. ¿Cómo lo hace? Reuniendo en un mismo plano lo que en
la situación original estaba en dos, es decir uniendo dinero y amor -simbólicamente-
en el acto de pagar la deuda en el lugar equivocado. Es en esa “operación giratoria,
nunca satisfactoria”, que se juega, según Lacan, “todo el drama del neurótico” (Lacan,
1953: 48).

De lo anteriormente dicho se desprende un rasgo estructural del delirio obsesivo


que -en su momento- nos permitirá establecer diferencias con el delirio psicótico:
efectivamente, el hecho de que remita a los significantes privilegiados de la
historia del sujeto es lo que lo vuelve dialectizable y descifrable en el dispositivo
analítico bajo transferencia. Como veremos más adelante, el deliro psicótico no
responde a esa lógica. Por el contrario, es indialectizable y, por eso mismo, no puede
ser descifrado. Bien, hasta aquí la relectura del historial. Lo que hace Lacan a
continuación es pasar de la singularidad del caso a la generalidad de la estructura
obsesiva. Toma entonces el esquema del sujeto obsesivo adulto, y dice que
siempre se presenta en él una “situación de cuarteto”. Allí donde todo ser hablante
se plantea dos tareas en la vida, una que afecta al trabajo -asumir sus frutos sin
conflicto, como algo que se ha ganado y merecido- y otra que afecta al amor -elegir
un objeto unívoco, para “toda la vida” con el cual obtener un goce más o menos
pacífico, en la neurosis obsesiva se produce una suerte de desdoblamiento: cuando
logra asumir su papel en el trabajo, se le desdobla el objeto de amor –a la manera de
la mujer rica/mujer pobre-; cuando logra encontrar un partenaire sexual unificado, en
el plano del trabajo aparece algún personaje que supuestamente se lleva sus méritos
y con quien mantiene una relación de rival.

¿Cómo pensar estos desdoblamientos mortíferos? Lacan lo hace recurriendo al


narcisismo freudiano. Como recordarán, ya para esta época contaba con su teoría
del espejo y sabía de su valor en la formación del yo. Sabía también que esa matriz
edípica, que moldea las relaciones del yo con sus objetos, lleva el signo de la
agresividad, de lo destructivo. Eso lo lleva a decir que, además de la función
simbólica del Complejo de Edipo, hay que tener en cuenta una dimensión imaginaria,
dada por la degradación del padre con respecto a esa función, que hace que se
interponga allí, en la conocida tríada edípica, la muerte como cuarto elemento. Es
ella “la que se introduce en la dialéctica del drama del Edipo y es de ella de la que se
trata en la formación del neurótico” (Lacan ,1953: 58).

Ahora bien, ¿Cómo se articulan el yo -es decir el narcisismo freudiano- y la muerte


en la neurosis obsesiva? Habrá que esperar el esquema Z para captarlo con mayor
nitidez

La neurosis obsesiva en la clínica de las preguntas

150
Como se desprende de lo que les decía recién, “El mito individual del neurótico” nos
brinda los elementos, los antecedentes, de lo que unos años más tarde quedará
plasmado en nuestro conocido esquema Z. Allí la neurosis obsesiva cobra un nuevo
valor al ser pensada, en contrapunto con la histeria, dentro de la llamada “clínica de
las preguntas”.

Hay un escrito de Lacan para trabajar estas cuestiones, que es “El psicoanálisis y su
enseñanza”, de 1957. Es un texto complejo, del que extraeremos solamente algunos
párrafos. Detengámonos un poquito en el título. ¿Qué nos enseña el psicoanálisis?
Nos enseña, dice Lacan, que en el inconsciente “ello habla (“ça parle)”, afirmando así
la existencia de un sujeto que trasciende al sujeto y plantea su pregunta. El acto de
hablar, que en el campo de la Psicología se adjudica tradicionalmente al pronombre
personal “yo”, es aquí tomado en relación al pronombre demostrativo impersonal -ça
o ello- para destacar el rasgo de dependencia que Freud atribuye al yo con respecto
al inconsciente. Lacan retoma esta proposición freudiana a la luz de sus
consideraciones lingüísticas: “el inconsciente es el discurso del Otro” (Lacan, 1957:
421), afirma, y como tal está sometido a las leyes inherentes al Orden simbólico. Si
para Freud “ello habla” en el sujeto, para Lacan el “medio” simbólico en el que el
hombre debe alojarse “marcha solo”. Se trata de un orden autónomo, a partir del cual
el sujeto está determinado. “Marioneta”, “siervo”, “condenado” son las figuras que
utiliza para ilustrar esta dependencia fundamental del ser humano respecto del
lenguaje.

Así, la estructura de lenguaje distingue al inconsciente y determina sus formaciones,


y es la prevalencia en ellas del significante lo que permite a Lacan ubicar en una
misma serie el síntoma, el sueño, los actos fallidos, el chiste y la pantomima. Ya
hemos visto en qué consiste esta última en el caso de la histeria; revisaremos ahora
sus particularidades en la neurosis obsesiva.

Pero antes, ¿eso es todo lo que nos enseña el psicoanálisis? No. Lacan agrega que
también nos ha enseñado, a partir del concepto freudiano del narcisismo, a distinguir
lo simbólico de lo imaginario, y que es en este último registro que hay que ubicar al
yo.

Es esa distinción la que le permite, por estos años, construir su esquema Z. ¿Lo
recuerdan? Aquel en el que separa el vector que une al sujeto del inconsciente con
el Otro simbólico del que une al yo con sus semejantes. Es el esquema a partir del
cual concibe a la neurosis como una pregunta. En su momento lo aplicamos a la
estructura de la histeria, situando la pregunta por el sexo en el eje simbólico, y la
respuesta, bajo la forma de una pantomima, en la identificación viril que se sostiene
el eje imaginario.

En este texto retoma aquellas consideraciones, esta vez en el contrapunto entre


histeria y neurosis obsesiva: “[...] con toda la contingencia que la instancia del
significante imprime en el inconsciente, no hace sino alzar ante nosotros la dimensión
que ninguna experiencia imaginable puede permitirnos deducir de lo vivo, a saber, la
151
pregunta por el ser, o mejor dicho la pregunta a secas, del “¿por qué uno mismo?”,
por donde el sujeto proyecta en el enigma su sexo y su existencia” (Lacan, 1957:
432). Este párrafo vuelve sobre lo planteado en el Seminario III, en la medida en que
aquí también señala que el sujeto sólo puede hacerse la pregunta desde el momento
en que está instalado en el orden significante, es decir, como ser hablante. Pero
ahora añade algo más: ese enigma no sólo es en relación al sexo, sino también a la
existencia. Y si la histeria se particulariza por su pregunta “¿qué es ser una mujer”,
la neurosis obsesiva lo hará por la pregunta por la existencia, a la manera de “¿estoy
vivo o estoy muerto?”

A esa pregunta inconsciente, velada, cifrada en sus formaciones, se responde, como


recordarán en el eje imaginario. ¿De qué manera? Con una pantomima. Repasemos
ese concepto. Según Lacan, la pantomima es una conducta que concretiza la
respuesta del sujeto ante su facticidad frente enigma del sexo, si se trata de la
histeria, y de la existencia, en el caso de la obsesión. Esta “representación sin
palabras” es ejecutada forzosamente por el yo al modo de un engaño, puesto que
con ella el sujeto no hace sino sortear la pregunta, desviarla. Como “unos pasos de
la Comedia Dell ‘arte” se monta la relación imaginaria a-a’ que se interpone entre el
sujeto y el Otro, capturando, deteniendo el mensaje que de éste le vuelve en forma
invertida. No obstante, no se trata de una mera ilusión; la pantomima sólo es
imaginaria en la medida en que la verdad aparece allí bajo la única forma posible,
vale decir, como ficción. Ella hunde sus raíces en lo simbólico, ya que es el
significante el que la determina, haciéndola, al igual que a las demás formaciones del
inconsciente, descifrable.

Hasta aquí, las particularidades de cada pregunta en cada una de las estructuras
subjetivas, y las generalidades del concepto de pantomima, que vale para ambas.

Resta situar, para la neurosis obsesiva, los rasgos distintivos que hacen a esta última.

Así como dijimos que la característica de la pantomima histérica se relaciona con la


identificación imaginaria con el varón, la pantomima obsesiva toma la forma de una
hazaña. En ella, el yo, rivaliza un partenaire, en una suerte de lucha a muerte, en la
que, como dice Lacan, “da sus pruebas de estar vivo” (Lacan, 1957: 434). Pero,
¡cuidado! Es una escena, un espectáculo ilusorio en el que en realidad no se corre
ningún riesgo. Al contrario, esa proeza astuta, que se presenta como un desafío,
como un récord que hay que batir, es en realidad una estrategia del yo. ¿Para qué?
En este texto Lacan nos da una primera respuesta, que adquirirá una forma más
acabada luego en el Seminario V: si el yo del obsesivo se embarca en ese combate
con su compañero imaginario, donde parece que se le va la vida, lo hace, afirma
Lacan, para “abdicar” de su deseo. Pero, ¿por qué tendría el sujeto que enajenarse
de su deseo, engañando al Otro -y a sí mismo- con este juego astuto? La respuesta
a este interrogante, requiere, como veremos a continuación, de una nueva
herramienta teórica.

152
Pero antes de pasar al Seminario V, no quiero dejar de subrayar las analogías y
diferencias entre la pantomima y el síntoma: ambas son formaciones del
inconsciente, pero en la primera se destaca el elemento del comportamiento yoico,
ubicado en “el plano de la relación efectiva con el otro” (Lacan, 1958.425), cercano a
lo que Freud ubicaba como rasgos de carácter. Y aquí hay una diferencia entre Freud
y Lacan, ya que para Freud síntoma y carácter se hallaban en una relación de
oposición. Lacan, en cambio, trata a la conducta obsesiva como si fuera un síntoma,
en el sentido de que la vuelve descifrable.

Para que ustedes puedan hacerse una idea concreta sobre la hazaña obsesiva, les
dejo un ejemplo muy cortito, extraído del historial de “El hombre de las ratas”: el sujeto
le cuenta Freud que, cuando estaba en maniobras militares, siempre le había
“interesado mostrar a los oficiales de carrera que uno no sólo ha aprendido algo, sino
que puede aguantar bastante” (Freud, 1909: 132). Tienen allí resumido el espíritu
que comanda la hazaña obsesiva: un yo que en la escena con sus partenaires -en
este caso, los otros oficiales-, quiere demostrar lo fuerte y “aguantador” que puede
ser.

Resumo la posición con una bella síntesis que hace Lacan sobre esto en el Seminario
IV: “un obsesivo es, en suma, un actor que juega su rol y asegura cierto número de
actos como si estuviera muerto. El juego al cual se dedica es un modo de ponerse a
resguardo de la muerte. Es un juego viviente que consiste en mostrar que es
invulnerable. Con ese fin, ejerce un dominio que condiciona todas sus
aproximaciones con el prójimo. Uno lo ve en una suerte de exhibición donde se trata
de mostrar hasta dónde puede llegar en el ejercicio con ese otro, que es su alter ego,
el doble de sí mismo. El juego se despliega frente a un Otro que asiste al espectáculo
(...)” (Lacan, 1956: 29).

La neurosis obsesiva en la dialéctica de la demanda y el deseo

Hemos situado hasta aquí el work in progress de Lacan con respecto a la neurosis
obsesiva en lo que respecta a cómo se reordenan los elementos simbólicos e
imaginarios que anticipaba en “El mito individual de neurótico” con la construcción
del esquema Z. El Seminario V nos ofrece otra “vuelta de tuerca” sobre el tema, a
partir de la introducción de un nuevo instrumento conceptual: la dialéctica de la
demanda y el deseo.

No voy a volver aquí sobre los aspectos generales de dicha dialéctica. Los reenvío al
teórico sobre histeria en Lacan, en el que ya los trabajamos. Me voy a detener en lo
que hace a la particularidad de las relaciones entre demanda y deseo en el caso de
la neurosis obsesiva. Retomaré para ello lo que Lacan desarrolla, sobre todo, en el
capítulo XXIII del seminario, titulado “El obsesivo y su deseo”.

Lo primero que señala Lacan con respecto al deseo del sujeto obsesivo es que
presenta la característica de ser evanescente. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir
que, cuanto más se aproxima el sujeto al supuesto objeto de su deseo, menos
153
significa éste ante sus ojos. En palabras de Lacan, “a medida que intenta, por las
vías que se le proponen, acercarse al objeto, su deseo se amortigua, hasta llegar a
extinguirse, a desaparecer” (Lacan, 1958: 420). Esa es, para él, la “mecánica” del
deseo obsesivo: cuando se afirma conduce, de modo automático, a su propia
anulación. ¿Recuerdan que cuando hablábamos del deseo histérico, decíamos que
Lacan lo escribe dx para mostrar el punto de enigma que lo caracteriza? Bueno,
cuando se refiere al deseo obsesivo, lo representa con una do, para destacar,
justamente, cómo desaparece.

De esa descripción se desprenden dos preguntas. En primer lugar, ¿cuáles son las
razones por las cuáles el deseo adquiere, en la obsesión, semejantes rasgos? Y
luego, ¿cómo solucionar este problema, que también pone al propio sujeto -y al Otro-
en peligro de extinguirse?

Con respecto al primer punto, Lacan nos da una pista: “(…) en ese momento de su
demanda fue cuando para él se plantearon los problemas de sus relaciones con el
Otro, que luego resultaron determinantes para el establecimiento de su deseo”
(Lacan, 1958: 422-423). Si, como indica la dialéctica de la demanda y el deseo, la
demanda precede la inserción del hombre en el deseo sexual, habrá que referirse a
ella para encontrar las razones de tan particular forma de presentarse el deseo. ¿Y
qué encontramos entonces? Lacan lo dice de una manera bastante graciosa, cuando
se refiere al niño, “futuro obsesivo”: “el niño que se convertirá en un obsesivo es aquel
niño de quien los padres dicen (…) que tiene ideas fijas. No tiene ideas más
extraordinarias que cualquier otro niño si nos fijamos en el material de su demanda.
Pedirá, por ejemplo, una cajita. En verdad, una cajita no es gran cosa (…)” (Lacan,
1958: 409). La clave está en cómo pide la cajita, con una exigencia que resulta
intolerable al Otro. Es ese carácter de condición absoluta de la demanda del futuro
obsesivo, condición que destruye al Otro con su pedido insistente, la que moldea la
forma en que se presentará el deseo. Efectivamente, si destruye al Otro con su
demanda, no lo tendrá como apoyo para que el deseo encuentre una formulación
posible, pues es propio del deseo necesitar del paso por el Otro para advenir como
tal. ¿Cómo salir de este callejón sin salida? ¿Cómo hacer, entonces, para preservar
al Otro al que a la vez se destruye y que es necesario para mantenerse como sujeto
y para que el deseo no desaparezca? Es aquí en donde el obsesivo introduce sus
“soluciones” o estrategias.

Pero antes de pasar a ese punto, no quiero dejar de enfatizar la novedad de Lacan
en lo que hace al supuesto “sadismo” de los obsesivos, muchas veces plasmado en
sus fantasías. Allí donde el posfreudismo, haciendo una lectura particular de Freud,
veía la expresión de una tendencia instintiva sádico-anal, Lacan ve una
“organización, ella misma significante, de las relaciones del sujeto con el Otro”
(Lacan, 1958: 419).

Ahora sí, pasemos a las distintas caras de la “solución” al problema del obsesivo con
su deseo. Lacan indica que una de las formas de restituir al Otro puesto en peligro y
de resolver la evanescencia del deseo, consiste en ponerse en una relación de
154
absoluta dependencia con respecto al Otro. Así, el obsesivo está siempre “pidiendo
permiso”, haciendo que el Otro autorice o prohíba su deseo. Al fin y al cabo, dice
Lacan, “un deseo prohibido no quiere decir un deseo extinguido. La prohibición está
ahí para sostener el deseo” (Lacan, 1958: 423). A diferencia del deseo insatisfecho
del histérico, el del obsesivo se convierte así en un deseo imposible, y en eso reside
la estrategia ¿Un ejemplo? El hombre de las ratas, que sostiene su deseo por la
amada en tanto el mismo está prohibido por la voluntad de sus padres (que querían
que se casara con otra mujer). Esto se relaciona con otro aspecto que el autor precisa
con mucha claridad, que está dado por el hecho de que el obsesivo “mantiene
siempre su deseo a distancia”. Aclaro: distancia del deseo, no del objeto. El objeto
puede estar muy cerca; el punto es que el sujeto se aleja de su deseo como una
forma de no destruirlo, de mantenerlo vivo.

El obsesivo es aquel, que a diferencia del histérico, reduce su deseo a la demanda.


Y esto sucede de diversas maneras: el pedido, la orden, la exhortación, la
autorización, la prohibición. Siempre se las arregla para forjarse un Otro a medida,
un Otro completo, que le pida, que le exija, que ordene. ¡Por eso son siempre los
mejores empleados de una empresa! Se someten, como un buen esclavo, a las
demandas del Otro, como una manera de resguardarse de la emergencia del deseo.
Esto incluye también a los típicos fantasmas de oblatividad de los obsesivos. Como
una especie de genio de la lámpara de Aladino, dice “tus deseos son órdenes” y
tapona con un objeto que se da -el que supuestamente el Otro quiere, precisa, pideel
surgimiento del deseo. Así, se inventa otro que legisla, que calcule y sea calculable,
pero que no desee. ¿Ejemplo? Nuevamente el Hombre de las ratas. ¿qué ocurre
cuando el capitán le hace el cuento del suplicio? Aparece allí la dimensión del deseo
del Otro, de su goce –correlativos del propio deseo y goce-. ¿Cómo responde el
sujeto? “el capitán me pide que pague; debo pagar”. Ejemplo hermoso de la
reducción del deseo a la demanda: ya no se trata de lo que el capitán desea (ni de lo
que el propio sujeto no se atreve a reconocer que desea) sino de lo que el capitán
pide.

Todas estas maniobras, apuntan, asevera Lacan, a “domesticar una angustia


fundamental”. El deseo, lo sabemos desde Freud, está aparejado a la angustia de
castración. Es esa falta, la que supone la castración freudiana, la que se busca
obturar con esta estrategia, para así negar toda división subjetiva.

Por último, es necesario agregar que es en este contexto en donde Lacan vuelve
sobre el tema de la hazaña, ubicándola como una solución al problema del deseo
que se sitúa, como dijimos “en el plano de una relación efectiva con el otro”. Lacan
vuelva aquí a preguntarse “¿qué es una hazaña?”. Y responde: “para que haya
hazaña hace falta ser al menos tres, porque uno no lleva a cabo su hazaña solo.
Hace falta ser al menos dos, para ganar un desafío, para que haya un sprint. Luego,
hace falta también que haya alguien que registre y sea el testigo. Lo que trata de
obtener en la hazaña el obsesivo es precisamente esto que llamábamos hace un
momento el permiso del Otro” (Lacan, 1958: 426). Es por eso que los vemos
imponerse todo tipo de tareas agotadoras, y extremadamente duras: trabajar sin
155
descanso, desperdiciar vacaciones, demostrar, como el Hombre de las ratas, lo
“aguantador” que se puede ser. Estas proezas, en donde no se corren verdaderos
riesgos, están allí para lograr el permiso de ese Otro, testigo de la escena, que es el
que “cuenta los tantos”, el que baja o sube el pulgar, el que dice “es duro, el
muchacho (…) Este es el que hay que preservar a toda costa, el lugar donde se
registra la hazaña, donde se inscribe su historia (..) es a él que va dirigido todo el
comportamiento del obsesivo. Su objetivo esencial, no hay duda, es el mantenimiento
del Otro” (Lacan, 1958: 427).

Para terminar, hay que añadir que, en esta maniobra juega un lugar importante el
significante fálico. Ya hemos dicho, al comienzo de la cursada, que el falo es un
significante impar, vértice del deseo humano, que no significa nada. Pues bien, el
obsesivo, que es “un hombre que vive en el significante, que está muy sólidamente
instalado en él” (Lacan, 1958: 495), quiere que signifique, y para ello lo degrada al
registro imaginario, poniéndolo a jugar en su relación con el semejante. Así, “en todo
obsesivo, hombre o mujer, ven ustedes manifestarse siempre en algún momento de
su historia el papel esencial de la identificación con otro, un semejante, un
compañero, un hermano apenas mayor, un compañero coetáneo que, en todos los
casos, para él tiene el prestigio de ser más viril, de poseer la potencia. El falo aparece
aquí en su forma, no simbólica, sino imaginaria. Digamos que el sujeto se
complementa con una imagen más fuerte que él mismo, una imagen de potencia”
(Lacan, 1958: 498). De esta manera, se identifica imaginariamente -él, o su
semejante- con el falo, es el falo, idealizando el dominio yoico, amurallándose en él
para negar su división.

Teórico Nº 19

Las obsesiones en la psiquiatría actual

Introducción

¡Buenos días! En la clase de hoy vamos a trabajar sobre el tema de las obsesiones
en la psiquiatría actual. Para ello nos vamos a centrar en una lectura crítica de una
de las clasificaciones hegemónicas de esta época: el DSM.

Nos interesará, en primer lugar, examinar el tan difundido “trastorno obsesivo


compulsivo”, en sus diferencias con la neurosis obsesiva tal como la hemos estudiado
desde el psicoanálisis. A continuación, revisaremos otros trastornos en los que esta
última se ha dispersado en el mencionado manual, haciendo hincapié en las
consecuencias que eso ha traído para la operación del diagnóstico diferencial.

Finalmente, tomaremos algunos de los valiosos aportes de la Fenomenología -en


particular los de Eugenio Minkowski- para la dilucidación de ciertas manifestaciones
pseudo obsesivas en la esquizofrenia, que resultan de interés para la función
diagnóstica y la dirección de la cura. Como veremos, dichos aspectos quedan diluidos
en la lógica del inventario propuesta por el DSM, lo que puede conducir a errores
156
para la cabal apreciación y para el tratamiento de estas diferentes modalidades del
malestar subjetivo.

¡Manos a la obra entonces!

DSM-IV y V: El TOC no es la neurosis obsesiva

Recordarán ustedes los aspectos generales que ordenan el Manual DSM, elaborado
por la Asociación Americana de Psiquiatría. No voy a volver a explayarme sobre ellos,
porque ya los hemos trabajado en un teórico anterior. Les pido que tengan presente
su carácter estadístico y pretendidamente a-teórico, así como su sesgo
eminentemente descriptivo y sincrónico. Acuérdense también de la noción de
trastorno, que vertebra el manual, ya que nos detendremos particularmente en todos
estos aspectos para realizar nuestra lectura crítica.

Lo primero que quiero señalar es que, si echamos una mirada al índice del DSM, no
encontraremos el término neurosis. No debería extrañarnos, si pensamos que hablar
de neurosis -en el sentido psicoanalítico- supone considerar, más allá de la
distribución de los síntomas, su determinismo inconsciente, sus coyunturas
particulares de eclosión y la singularidad de su abordaje bajo transferencia. No es
esta la lógica, ya lo sabemos, que organiza el manual. Sin embargo, sí
encontraremos allí referencias a las “obsesiones”, que aparecen dispersas en
diferentes trastornos. ¿De qué manera? Veámoslo.

Tomemos, por ejemplo, el llamado Trastorno obsesivo compulsivo (TOC), clasificado


en el DSM-IV dentro del grupo de los Trastornos por ansiedad. Se trata de un
síndrome caracterizado, fundamentalmente, por la presencia de obsesiones y
compulsiones. La descripción exterior de los fenómenos es cercana a la que ya
hemos visto: pensamientos intrusos e incoercibles que el enfermo reconoce como
propios y que causan ansiedad, y comportamientos o actos mentales que se ponen
en marcha en respuesta a la obsesión, para reducir el malestar o para prevenir algún
acontecimiento o situación negativos. Como ustedes verán, impera la pura
descripción sincrónica de las manifestaciones clínicas, es decir, que se requiere de
la presencia simultánea de los dos síntomas en el momento actual para poder hacer
el diagnóstico. Y ustedes me dirán: “Freud también describía los síntomas”. Y es
cierto, Freud no descuidaba la envoltura formal, pero lejos de contentarse con la mera
descripción, trazaba una “trayectoria”, en la que los aspectos clínicos seguían una
diacronía correlativa de los mecanismos en juego y de la función de cada tipo de
síntomas. Ese determinismo inconsciente se engarzaba, además, con las vivencias
individuales de cada sujeto, ante las que podía situarse -como bien lo indica luego
Lacan- su posición frente al deseo y el goce. Nada de esta ensambladura está
contemplado en el DSM: el diagnóstico se hace allí de acuerdo a los rasgos clínicos
dominantes en un momento determinado, en disyunción con cualquier referencia
causal, como si la forma de los síntomas no se articulara con su estructura. Ejemplo
de ello es lo que dice sobre el delirio: en los casos de TOC en los que “se pierde el
sentido de la realidad”, se diagnostica, además, un trastorno delirante o un trastorno
157
psicótico no especificado. A diferencia del psicoanálisis, que reconoce una secuencia
temporal de síntomas variables que remiten a una posición única, la clasificación del
DSM se basa en la presencia de síntomas distintivos distribuidos en categorías
diferentes que pueden coexistir simultáneamente en un mismo individuo. Se trata,
como se darán cuenta, de dos modalidades diferentes de hacer diagnóstico, que no
se invalidan pero que tampoco se superponen o se sustituyen una por la otra.

Agrego algo más ¿Saben cómo diferencia el DSM las obsesiones del TOC de las que
pueden aparecer como consecuencia de una enfermedad médica? ¡Por la
exploración física y los hallazgos de laboratorio! Se ve aquí, nuevamente, el descuido
de las relaciones entre la envoltura formal del síntoma y sus resortes causales
específicos.

Lo desarrollado hasta aquí permite concluir que no debe superponerse la categoría


del TOC con la de la neurosis obsesiva, ya que, a pesar de ciertos rasgos exteriores
comunes, los criterios para establecer uno y otro son, claramente, diferentes.

Ahora bien ¿esto es todo lo que podemos decir sobre las obsesiones en la psiquiatría
actual? Hemos señalado que se produce una dispersión en distintos trastornos, y el
TOC es solo uno de ellos. Las obsesiones aparecen también en el llamado Trastorno
obsesivo-compulsivo de la personalidad, que se ubica en el grupo de los Trastornos
de la personalidad. Su característica esencial es un patrón persistente e inflexible de
experiencia interna y de comportamiento que se aparta acusadamente de las
expectativas de la cultura del sujeto, es estable a lo largo del tiempo y comporta
malestar o perjuicios para él. La característica de ese patrón, que empieza a
comienzos de la vida adulta, es una preocupación por el orden, el perfeccionismo y
el control mental e interpersonal, a expensas de la flexibilidad, la espontaneidad y la
eficiencia. Se trata excesivamente atentos a los detalles, las normas, las listas, el
orden, la organización o los horarios, hasta el punto de perder de vista el objeto
principal de la actividad: Son perfeccionistas al extremo, lo que interfiere con la
finalización de las tareas, con dedicación excesiva al trabajo y a la productividad en
desmedro de las actividades de ocio y las amistades. Se los describe como tercos,
escrupulosos e inflexibles en temas de moral, ética o valores, incapaces de tirar los
objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen un valor sentimental, reacios a
delegar tareas o trabajo en otros y avaros. Pueden reconocer allí algunos de los
rasgos de carácter obsesivo contemplados por Freud, e inclusive los de la pantomima
obsesiva de la que hablaba Lacan. Pero mientras estos autores los pensaban a partir
de su determinismo y su función para incluirlos así dentro del cuadro de la neurosis
obsesiva, aquí son separados en dos trastornos, de acuerdo a un criterio meramente
descriptivo. No puede dejar de mencionarse que muchos de esos rasgos también se
encuentran, por ejemplo, en el cuadro clínico de la melancolía.

Y hay todavía más. Si se fijan en el apartado correspondiente a los denominados


“Trastornos somatomorfos”, encontrarán una categoría, llamada Trastorno dismórfico
corporal, que se caracteriza por una “preocupación excesiva o imaginaria por tener
una deformidad corporal”. En realidad se trata de una particular “fobia”, en el sentido
158
de que el sujeto presenta un temor obsesivo de tener un defecto físico. Esta
“obsesión” no es sin embargo incluida dentro de los trastornos de ansiedad, como un
contenido particular de los pensamientos obsesivos del TOC. La lógica neo pineliana,
atenta a lo más llamativo, crea un trastorno especial, que se ubica dentro de los
trastornos somatomorfos, porque el tema de la obsesión está referido al cuerpo.

Las cosas no mejoran demasiado en el DSM-V. En esta última versión del manual,
se reemplaza el criterio categorial, que divide los trastornos mentales en diversos
tipos según distintas series de criterios con rasgos definitorios, por uno dimensional,
que supone un criterio cuantitativo, continuo, gradualista. En ese contexto, plantea la
noción de espectro, que incluye, en una especie de continuum, conjunto de trastornos
relacionados. En el caso de las obsesiones, se creó entonces el espectro obsesivo-
compulsivo, como un conjunto de amplio rango, que incluye las excoriaciones, el TOC
inducido por sustancias, la acumulación, la tricotilomanía (arrancarse
compulsivamente los pelos de distintas partes del cuerpo), el trastorno dismórfico. En
fin, mayor proliferación de trastornos.

No solo diluye la categoría en un patchwork cada vez mayor de trastornos, sino que
tampoco permite distinguir con claridad cuáles de esos trastornos corresponderían al
campo psicoanalítico de la psicosis. Así, por ejemplo, el DSM-IV reconoce que ciertos
sujetos esquizofrénicos pueden presentar ideas obsesivas y comportamientos
extraños, pero sólo los diferencia de los del TOC porque “no revisten carácter ego
sintónico” y porque “no son congruentes con la realidad”. Por otra parte, admite que
algunos individuos puedan presentar síntomas de TOC y esquizofrenia a la vez, o
que exista, junto con el TOC, un delirio que requiera de un diagnóstico
complementario de “trastorno psicótico” o “trastorno delirante”. O aun, como lo indica
el DSM-V, que exista un “trastorno obsesivo compulsivo con creencia delirante”,
determinado por la mera ausencia de insigth.

Entonces, ¿cómo distinguir un “comportamiento excéntrico” psicótico de uno


obsesivo (por ejemplo, los rituales clasificados en el TOC)? ¿Cómo distinguir una
idea intrusa psicótica de una que no lo es? La falta de precisión del manual,
determinada por la desarticulación entre el fenómeno y la estructura, conduce a
extravíos a la hora de establecer diagnósticos diferenciales. Es bastante común ver,
en los servicios de los hospitales o en informes periciales de los equipos técnicos de
la justicia, que bajo el diagnóstico genérico de TOC incluyen formas del malestar que
desde la perspectiva psicoanalítica corresponden a la psicosis.

Compensaciones pseudo obsesivas en la esquizofrenia: Aportes de la


fenomenología

Lo desarrollado hasta aquí permite ver hasta qué punto el estallido del campo de las
obsesiones y su dispersión en un cúmulo de trastornos embrolla la tarea del
diagnóstico diferencial.

159
Quisiera terminar el teórico de hoy situando algunos aspectos de la obra de un autor,
enrolado en la corriente fenomenológica, que hizo aportes interesantes al problema
de la diferenciación entre neurosis obsesiva y ciertas formas de la esquizofrenia de
apariencia obsesiva. Me refiero a Eugenio Minkowski, psiquiatra y psicopatólogo de
origen polaco, que fue quien introdujo la noción bleuleriana de esquizofrenia en
Francia.

Ustedes ya lo conocen porque lo han trabajado cuando estudiaron la esquizofrenia


de Bleuler. Recordarán entonces su perspectiva crítica: dejando a un lado los
síntomas fundamentales que Bleuler conservó de Kraepelin para el diagnóstico
clínico, se interesó por el autismo descripto por el autor. Recordemos que para
Bleuler ese fenómeno, consistente en el predominio del mundo interno sobre el
externo, constituía a la vez un síntoma fundamental para el diagnóstico y secundario
desde el punto de vista etiopatogénico (ya que respondía a la acción de los complejos
afectivos). Pues bien, Minkowski retoma este trastorno, porque converge para él en
una sola y única noción: la de pérdida del contacto vital con la realidad. Influido por
la obra de Bergson, el autor vincula esta noción teórico-clínica con los factores
irracionales de la vida, con la esencia de la personalidad viviente en sus nexos con
el entorno. Los acontecimientos penetran en la personalidad y ésta reacciona de un
modo personal con actos y sentimientos, en una relación de armonía que permite
seguir la marcha del mundo y salvaguardar la noción de la propia vida. Esta
dimensión esencial de la personalidad viviente, ligada al aspecto dinámico y
pragmático de la relación del ser humano con su entorno, se encuentra seriamente
perturbada o perdida en la esquizofrenia.

Así vieron ustedes, el cuatrimestre pasado, cómo plantea Minkowski el síntoma


fundamental de la esquizofrenia, relacionado, podría decirse, con el costado
deficitario de la enfermedad. Me interesa detenerme ahora en otro aspecto, que hace
a una posible solución subjetiva a ese problema: las compensaciones
esquizofrénicas.

Una vez precisado el aspecto deficitario de la afección, Minkowski se ocupa de


abordar una serie de manifestaciones reactivas, a las que considera como “medios
de defensa para rellenar el hueco creado en el psiquismo” (Minkowski, 1927: 207).
Así, destaca que, cuando los factores esenciales de la vida psíquica fallan, los que
quedan intactos tienden a movilizarse para restablecer el equilibrio, como una “tabla
de salvación para la personalidad que empieza a hundirse” (Minkowski, 1927: 201).
Ante la falla de los factores dinámicos, puede haber entonces una hipertrofia de los
factores racionales, que intentan salvaguardar la personalidad que se desagrega,
pero que participan del proceso esquizofrénico mismo. De ese modo, describe una
serie de estereotipias psíquicas que, a diferencia de los síntomas fundamentales,
constituyen manifestaciones accidentales, de naturaleza pasajera, frecuentemente
fallidas, ineficaces o al menos limitadas en sus efectos, que se “injertan” en el proceso
desintegrativo, pero que sirven para compensar la falla fundamental. En ellas, la
pérdida no está contrabalanceada por la ganancia, sino que ésta encaja en la forma
mórbida determinada por aquella, sin suprimirla. Sin embargo, eso no impide que
160
cierta ganancia se produzca: esos comportamientos esquizofrénicos ofrecen algunos
puntos de inserción que hacen que el conjunto de la vida psíquica se torne más
expresivo, permitiendo establecer un contacto, superficial y sui generis, pero contacto
al fin. Al conservar para el sujeto cierto aspecto humano, las actitudes
esquizofrénicas le confieren un matiz de plasticidad, que es inexistente en los casos
en que ninguna actitud atenúa el proceso esquizofrénico.

Me interesa que veamos algunas de esas compensaciones, para que se den cuenta
de su similitud con ciertas manifestaciones de la neurosis obsesiva.

Dos de las formas que puede adquirir la compensación esquizofrénica son el


racionalismo y geometrismo mórbidos: para el autor, la esquizofrenia, privada de la
facultad de asimilar todo lo que es movimiento y duración, tiende a construir su
comportamiento en base a factores de la lógica y las matemáticas. La vida normal
supera esos factores, no se limita a ellos. En la esquizofrenia, en cambio se los aplica
“de manera continua y absoluta, lo cual no puede llevar más que a aberraciones”
(Minkowski, 1927, 104). De allí que se trate de un racionalismo y geometrismo
mórbidos. Con respecto al primero, Minkowski da el ejemplo de un paciente, que
desde hace años se interesaba por las “reflexiones filosóficas”. Había tomado
entonces la costumbre de escribir sus reflexiones y de reunir un número considerable
de notas. Sin embargo, no leía obras filosóficas porque creía que eso podía “deformar
sus pensamientos”, y rehuía el contacto con los demás para no ser turbado en sus
reflexiones. Se ve así cómo la compensación lleva la marca del trastorno generador.
El enfermo dice que se había acostumbrado a “pasar todos sus actos por el tamiz de
sus principios”, y toma la costumbre de aplicar un principio por semana (justicia,
templanza, silencio), de forma cronométrica. Así, entonces, deja prácticamente de
hablar y sólo contesta preguntas que respondan a sus principios, o habla
espontáneamente sólo cuando sus principios se lo permiten. En su actividad como
maestro aplica primero el principio militar, volviéndose excesivamente severo y
represivo. Luego aplica el principio de dulzura, y hace exactamente lo contrario.
“racionaliza hasta el límite máximo, dice Minkowski, el factor del aislamiento que se
encuentra vinculado con todo impulso personal” (Minkowski, 1927: 107). Lo dicho por
el autor nos plantea preguntas: ¿Racionalización y aislamiento de ideas en la
esquizofrenia? ¿Acaso no son patrimonio de la neurosis obsesiva? “La conciencia
de nuestro paciente parece ser una arena en la que se suceden y combaten
principios abstractos” (Minkoswki, 1927: 111), asevera. Sin embargo, agrega: “hay
en él algo impersonal (…) e ilimitado (…)”, “el contacto personal está roto (…) resbala
de inmediato por encima y parte hacia regiones desérticas y glaciales regidas por la
inteligencia pura” (Minkowski, 1927:111). Es en esa fijeza, esa inmovilidad, en
donde encontramos el sello esquizofrénico que nos da una punta para pensar
en el diagnóstico diferencial con la neurosis obsesiva. Repito lo que dije antes:
el síntoma lleva la marca del trastorno generador, lo que constituye, como veremos,
un abordaje fenoménico-estructural del problema.

En cuanto al geometrismo mórbido, Minkowski da el ejemplo de un enfermo que no


estaba seguro del poder del dinero, porque el mismo ocupaba “poco lugar”. Su
161
atención se veía centrada en la construcción de una estación de trenes, a la que
atribuye una importancia capital. “En ese caso, parece tratarse de una generalización
abusiva de nociones de orden espacial, de un dominio mórbido ejercido sobre el
pensamiento y sobre la conducta por medio de los criterios matemáticos, que
determinan el valor de los objetos y de los acontecimientos sólo en función de sus
caracteres geométricos” (Minkowski, 1927: 113). Otro ejemplo es el de un paciente
que estaba “obsesionado” por las construcciones, por su solidez, por si las paredes
estaban o no derechas. También padecía una “manía de la simetría”: tomaba como
referencia la mitad de la calle, o se miraba en el espejo comprobando que su postura
fuera totalmente perfecta. Invitado a escribir su biografía, llenaba numerosas hojas
hablando “de objetos, números, cajas, pestillos, sin que intervenga ninguna persona.
Se diría que su vida sólo está constituida por objetos sólidos e inmutables”
(Minkowski, 1927: 117). Nuevamente, ¿“obsesiones” y “manías” en la esquizofrenia”?
El enfermo, añade, sólo se siente a gusto “en la inmovilidad, en lo muerto (…)”. Pero
¿acaso la muerte no está presente también en la neurosis obsesiva? Como ven, la
necesidad de hacer un diagnóstico diferencial se impone.

Tomemos, por último, otra forma de la compensación esquizofrénica, que Minkowski


llama actitud interrogativa. Vamos a ver de qué se trata con un ejemplo de la clínica
de este fenomenólogo:

Es el caso de un joven de 17 años, Pablo, quien desde unos meses atrás presenta
un deterioro muy significativo con falta de energía y fatiga moral, que lo condujo a un
grave estado de indiferencia afectiva, pasividad y pérdida del valor pragmático de los
acontecimientos y de las cosas. La coyuntura de desencadenamiento parece estar
ligada a “ciertas preocupaciones de índole sexual”, aunque no hay mayores datos al
respecto. Luego de interrumpir sus estudios en el liceo, comienza a controlar sus
actos, asegurándose, por ejemplo, de haber cerrado correctamente las puertas. Los
rituales se multiplican y se agravan rápidamente: así, por ejemplo, el tiempo que le
lleva vestirse es tal, que sus padres se ven obligado a hacerlo por él, ya que al
arreglarse gira una y otra vez los botones de sus prendas de vestir. Al comer, se ve
obligado a inspeccionar una y otra vez los platos, tenedores y cuchillos. Pasa hora
enteras en el baño, mira una y otra vez el reloj, para ver exactamente cómo están
colocadas las manecillas, se detiene en cada objeto para ver si tiene el mismo
tamaño o el mismo color que de costumbre. En este marco de “manías y obsesiones”
-como el propio paciente las llama-, se recorta un síntoma, que Minkowski denomina
actitud interrogativa, caracterizado por la constante formulación de preguntas,
planteadas “indiferentemente a diestra y siniestra, sin terminar nunca, a propósito de
los objetos que ve delante de sí, a propósito de las ideas que se presentan a su
mente” (Minkowski 1927, 144). “En casa, dice Pablo, hago preguntas sin interrupción;
mi madre debe responderme todo el día. Debo saber la respuesta a todas las
preguntas que se me ocurren: cuando tengo que sentarme en una silla, quiero saber
de qué está hecha, si es sólida o si se romperá (…). Si toca por casualidad un objeto,
está condenado a interrogarse sobre él durante horas. Ya no puede leer, porque se
dedica a cada palabra, buscando su etimología, y a cada letra, para ver si todas las
a tienen la misma forma (Minkowski, 1927: 195). Esta manía de preguntar evoca, en
162
algún punto, lo que Freud llamaba “la compulsión a comprender” del hombre de las
ratas, que lo constreñía a captar con exactitud cada sílaba que alguien le dijera y lo
impulsaba a preguntar sin cesar: “¿qué acabas de decir?” ¿Cómo distinguir, desde
un punto de vista formal, estas manifestaciones de apariencia similar, que sin,
embargo, corresponden a estructuras clínicas diversas? Veamos los elementos que
tiene en cuenta nuestro psicopatólogo polaco para establecer el diagnóstico
diferencial.

En primer lugar, Minkowski enfatiza que la conducta de Pablo carece por completo
del elemento emotivo: el paciente no se angustia, no presenta lucha ansiosa y, si se
le impide llevar a cabo sus rituales, permanece impasible y pasa a otra cosa. Allí
donde el verdadero obsesivo percibe su obsesión como un cuerpo extraño, como un
parásito que penetra en su psiquismo y contra el cual hay que luchar; el
esquizofrénico con fenómenos “pseudo-obsesivos” se identifica con ellos y pone en
movimiento toda su lógica para demostrar su legitimidad. Además, en su actividad
interrogativa “se borra casi enteramente el elemento personal”: no hay ninguna
curiosidad, ningún deseo de conocer algo; las preguntas atañen al orden objetivo de
las cosas, no tienen relación alguna con la vida del enfermo; si interviene la duda,
ésta dista de dominar la situación. Por último, esta actitud no se limita a un grupo de
percepciones o de ideas, sino que se manifiesta a propósito de cualquier
acontecimiento. Teniendo en cuenta estos aspectos, se advierte la diferencia con la
“compulsión a comprender” del Hombre de las Ratas: las continuas preguntas acerca
de lo que el otro acababa de decir, no sólo lo sometían a un estado de duda
permanente y predominante, sino que estaban en estrecha relación con un episodio
de la relación con su amada, cuyas palabras había malentendido. Aunque
generalizado y desplazado a otras situaciones, el nexo con su historia personal,
dominado por el amor-odio hacia el objeto resulta evidente a la escucha de Freud.
Distinto es el caso de las preguntas del esquizofrénico, hechas de manera indiferente
a tontas y a locas, interminablemente, respecto de los objetos de su entorno o de las
ideas que surgen en su espíritu. Ninguna dialéctica significante puede establecerse
entre ellas y su novela personal; ningún “complejo afectivo” reprimido, según los
términos del propio autor, interviene en su patogenia. Es que las actitudes
esquizofrénicas, aun cuando confieren al sujeto cierto aspecto humano que permite
establecer un nexo entre su psiquismo y el nuestro, participan del proceso
esquizofrénico mismo. Si se presentan como una carcasa vacía, fija, estéril y a-
personal, es porque llevan la marca del síntoma generador. Sus rasgos formales
distintivos están entonces determinados por lo que está en su origen, perspectiva
que resulta interesante en tanto se acerca, como dijimos, a una lectura
fenoménicoestructural. De allí se desprenden también las particularidades de su
función compensadora, ya que, a diferencia del síntoma neurótico, que provee una
satisfacción libidinal sustitutiva capturada en una dialéctica significante, las actitudes
pseudo-obsesivas del esquizofrénico sólo intentan contrarrestar el derrumbe de una
personalidad desvitalizada, en la que el desarreglo o el déficit libidinal fundamental -
así podría leerse la pérdida del contacto vital con la realidadconstituye el fondo, a la
vez da la forma al conjunto del cuadro clínico.

163
A modo de conclusión, podríamos decir que un diagnóstico nunca debe hacerse por
la simple distribución de los síntomas, considerados desde su apariencia exterior.
Minkowski, que no era psicoanalista, intuyó algo de eso. Pero sería necesaria la obra
de Freud y la de Lacan para que el psicoanálisis nos enseñara que, más allá de
cualquier descripción de los síntomas a la manera de un inventario o una colección
de datos, debe pensarse en la particularidad de su composición inconsciente, en su
función, en la posición subjetiva frente al deseo y al goce y – agrego-, en la posición
en la transferencia.

Teórico Nº 20

La paranoia en la escuela francesa

Introducción

Buenos días estudiantes, ¿cómo están? Hoy los invito a compartir este nuevo teórico,
en el que completaremos un tema que empezamos a ver el cuatrimestre pasado: la
paranoia en el campo de la psiquiatría. En aquel momento estudiamos la elaboración
que hizo del tema Emil Kraepelin en Alemania, y tratamos de cernir los aspectos más
importantes de lo que fuera la definición clásica de esta “verdadera enfermedad”. Esa
noción, discutida por muchos de los colegas de su época -y también por otros
posteriores, como es el caso de Jacques Lacan- ha servido, no obstante, como piedra
de toque para numerosos estudios, entre ellos los que se desarrollaron en Francia
durante la primera mitad del siglo XX. Es sobre ellos que quiero trabajar hoy.

El objetivo de la presente clase es, entonces, revisar cuál ha sido el abordaje de la


paranoia de Kraepelin en la Escuela francesa de aquella época, caracterizado sobre
todo por los aportes a la semiología, terreno en el que distintos autores se destacaron
por su preciso y detallado análisis. Para ello tomaremos algunos aspectos de la obra
de tres psiquiatras franceses, que no sólo fueron representativos de la psiquiatría del
mencionado momento histórico, sino que también sirvieron como referencia para el
desarrollo de las primeras concepciones sobre las psicosis elaboradas por Jacques
Lacan:

En primer lugar, Paul Sérieux y Joseph Capgras, tradicionales exponentes de la


escuela francesa de principio de siglo y excelentes germanistas, cuya obra “Las
locuras razonantes” fue juzgada por Lacan en su tesis como “magistral” por su
precisión clínica y de la que pueden reencontrarse varios elementos en el seminario
III y aún en “De una cuestión preliminar...” en lo que respecta, fundamentalmente, a
la interpretación delirante como problema de la significación. En aquella obra
exponen, siguiendo los preceptos del modelo de la entidad clínico-evolutiva, su
doctrina acerca de una de las formas de la paranoia, el delirio de interpretación,
cuidadosamente diferenciada de otra presentación paranoica, llamada delirio de
reivindicación.

164
En segundo lugar, Gaëtan Gatian de Clérambault, perteneciente a la psiquiatría del
período de entre guerras, a quien se debe el último impulso de la fineza descriptiva
de la clínica de los años 20. Permanente interlocutor del Lacan de la primera época
-ya sea para desprenderse de él, como lo hizo en su tesis al rechazar el automatismo
mental y el aislamiento de las psicosis pasionales, ya sea para elevarlo
posteriormente al rango de su “único maestro en psiquiatría”-, su obra constituye un
hito histórico en la concepción de las psicosis. Su contribución teórico-clínica al
campo de la paranoia, plasmada en la separación del grupo de las llamadas psicosis
pasionales respecto de la paranoia legítima, resulta insoslayable para conocer las
diferentes formas que adquiere la envoltura formal del síntoma en el extenso ámbito
de las psicosis paranoicas.

Les propongo ahora que los conozcan.

Paul Sérieux y Joseph Capgras: “Las locuras razonantes” (1909)

En 1909, Sérieux y Capgras, dan a conocer su doctrina sobre el delirio de


interpretación y el de reivindicación, con el objeto de adaptar los lineamientos de las
concepciones de Kraepelin a la preocupación por el análisis clínico y el estudio
semiológico característico de la escuela en la que se inscriben. Es por eso que
cuestionan la delimitación de los delirios en base a meras descripciones que
privilegian sus contenidos, para intentar preservar la “morfología clínica”, en un
estudio que contemple tanto el conjunto de los síntomas y su evolución, como sus
causas y su génesis.

En tal contexto, establecen, dentro de los llamados “delirios sistematizados


crónicos”, un grupo de psicosis constitucionales que no modifican la personalidad -
en el sentido de la demencia precoz- y que no conducen al debilitamiento intelectual.
Dicho grupo comprende lo que los autores denominan el “delirio de interpretación”
y el “delirio de reivindicación”, distinguidos entre sí por rasgos formales y evolución
diferentes. Veamos en qué consisten.

Comenzaremos por el delirio de interpretación. Para estos autores, se trata de una


afección basada, casi exclusivamente, en interpretaciones delirantes, elemento
clínico que la diferencia de otras formas que reposan sobre trastornos sensoriales
predominantes y casi permanentes. Ahora bien, ¿qué es para ellos la interpretación
delirante?, ¿cuáles son los rasgos clínicos que permiten diferenciarla de la
interpretación normal?, ¿qué es lo que la vuelve patológica?

Presten atención a la siguiente definición. Una interpretación delirante es, según


Sérieux y Capgras, “un razonamiento falso que tiene como punto de partida una
sensación real, un hecho exacto, el cual, en virtud de asociaciones ligadas a las
tendencias -afectivas-, toma, con la ayuda de inducciones o de deducciones
erróneas, una significación personal para el enfermo, empujado de modo
invencible a relacionar todo con él mismo” (Sérieux y Capgras, 1909: 10)

165
Destaquemos, en primer lugar, el hecho de que la interpretación delirante es un
fenómeno que se ubica en el terreno del pensamiento y que tiene como punto
de partida un hecho o sensación real. Este aspecto permite diferenciarla de la
alucinación y de la ilusión ya que, para estos autores, las mismas son trastornos
sensoriales (percepción sin objeto y percepción inadecuada a su objeto o error de los
sentidos, respectivamente). Por otra parte, el hecho de que intervenga en ella la
deducción, la distingue de la idea delirante, ya que en ésta se trata sólo de una
concepción imaginaria no deducida de un hecho observado -es decir que es errónea
en su fundamento mismo-. Finalmente, también se distingue de la interpretación
errónea o falsa que puede darse en la normalidad, pues, a diferencia de ella, la
interpretación delirante se irradia y se sistematiza conformando una nueva
realidad para el enfermo. Los autores no describen un mecanismo particular,
diferente del normal, para dar cuenta de este tipo de afecciones; más bien se
detienen a destacar que lo mórbido de la interpretación reside en la orientación y la
frecuencia que le imponen las tendencias afectivas y el carácter anterior del sujeto.
Desde este punto de vista, cobra importancia tanto la constancia, la asiduidad y
la multiplicación de las interpretaciones en la vida del enfermo como su
dirección errónea, falseada, es decir el desvío de la realidad que la personalidad
previa del individuo imprime al razonamiento. No obstante, puede detectarse que
más allá de esta referencia a una inadecuación a la realidad, existe en su obra otro
elemento, al que Lacan asignará singular importancia y que permite situar a la
interpretación delirante desde el punto de vista de su estructura de lenguaje: la
significación. No debemos olvidar que Sérieux y Capgras ubican a la significación
personal como el síntoma de base de este tipo de dolencias, lo que implica que
se trata de una perturbación que no radica en la percepción, sino en el sentido
atribuido a los hechos percibidos, sentido que puede ser oscuro o incluso ignorado
en un principio por el sujeto, pero sobre el que pesa la convicción inexorable de que
“eso” que sucede es exterior a él y que lo atañe directamente: interpretaciones
“centrípetas”, polarizadas en el sujeto, en las que Lacan va a distinguir, como
rasgos estructurales, la certeza y la iniciativa del Otro.

En suma, lo que caracteriza al delirio de interpretación, diferenciándolo no sólo de


otros delirios en los que también puede haber interpretaciones, sino también de los
estados pasionales o incluso de la normalidad, es la conjunción de los siguientes
rasgos:

1) la multiplicidad y la organización de las interpretaciones.


2) la ausencia o pobreza de alucinaciones.
3) la persistencia de la lucidez y de la actividad psíquica.
4) la evolución por extensión progresiva de las interpretaciones.
5) la incurabilidad sin demencia terminal

Pueden ustedes inferir, a partir de esa descripción, por qué Sérieux y Capgras
bautizan a estas presentaciones paranoicas como “locuras razonantes”: a diferencia
de lo que sucede en la demencia precoz, “los sujetos afectados (…) conservan, fuera
de su delirio parcial, toda su vivacidad de espíritu, una aptitud notable para discutir y
166
para defender sus convicciones, (…) su relación con el medio, su correcta expresión
(…) una curiosidad despierta y su inteligencia intacta, en ocasiones fina y penetrante”
(Sérieux y Capgras, 1909: 13).

Detengámonos un poco más en la sintomatología. Según estos autores, el cuadro se


caracteriza, entonces, por la existencia de dos órdenes de fenómenos: positivos
(concepciones delirantes e interpretaciones delirantes) y negativos (integridad de las
facultades intelectuales y de los sentimientos afectivos, además de la ausencia de
alucinaciones).

Veamos, en primer lugar, los síntomas positivos: en cuanto a las interpretaciones


delirantes ya definidas, debe señalarse que, aunque estos psiquiatras las plantean
en términos de una deducción, los ejemplos clínicos demuestran más bien que están
hechas de una serie de datos primarios, casi intuitivos, que al comienzo no están
ordenados, ni por selección ni por agrupamiento, que no tienen ninguna organización
razonante. Se trata de datos inmediatos, a partir de los cuales luego entra en juego
la facultad dialéctica. En ese marco, describen dos tipos de interpretaciones: las
exógenas y las endógenas. Las primeras parten de algún incidente real, un
acontecimiento de mayor o menor importancia, sobre el cual el individuo interpreta:
una sonrisa, un gesto, los gritos, la tos o los esputos del vecino, el cuchicheo de los
que pasan por al lado, los pedazos de papel hallados en la calle, una puerta abierta,
pueden servir de motivo para las interpretaciones. Tal es el caso del enfermo para
quien un empujón recibido por casualidad en la calle era indicio de un ultraje o de
una emboscada; o aquel otro que, al advertir que su mujer y su hermano miraban
para arriba, concluía que le querían decir que no veía claro. Asimismo, son comunes
las interpretaciones fundadas en calembours (juegos de palabras basados en
similitudes de sonidos, al modo de la “mar se yesa”) o en la polisemia de un término,
y también los sobre entendidos o las alusiones (lo que le quieren decir de manera
indirecta). Las segundas -endógenas- en cambio, tienen su origen en una sensación
interna o extraída del estado orgánico, -a partir de la cual el sujeto sostiene, por
ejemplo, que tiene una enfermedad, que ha sido envenenado por sus enemigos-. Por
ejemplo, la paciente que interpreta su menopausia como efecto de la intervención de
sus enemigos. En otros casos, son extraídas del estado mental, como una sugestión
o una alteración de la memoria, que pueden ser interpretadas como los efectos de
una hostilidad más o menos precisa. A veces, al enfermo se le ocurre una idea, y la
relaciona con algún hecho concomitante: los autores dan el ejemplo de un enfermo
que piensa en el mariscal de Biron, un traidor a la patria, y justo entra su hermano;
luego, su hermano lo traiciona, es el amante de su mujer. Otro, que sólo tiene
sentimientos de indiferencia hacia su madre, concluye que no es su hijo. También se
presentan interpretaciones retrospectivas de recuerdos (falsificaciones de la memoria
similares a las descriptas por Kraepelin) o interpretaciones de los propios sueños.

Con respecto al segundo grupo de síntomas positivos, las concepciones delirantes,


las mismas se relacionan con la temática delirante, con la ideación, cuya naturaleza
y fórmulas son contingentes y dependen de la orientación psicológica individual. “Las
ideas más comunes, dicen los autores, son las de persecución y grandeza, que en
167
general aparecen combinadas. Las ideas de celos, las místicas o las eróticas son
frecuentes, pero raramente aparecen aisladas, en general lo hacen articuladas a las
ideas de persecución. Lo mismo sucede con las ideas hipocondríacas, que surgen a
veces, y con las de autoacusación y posesión, que lo hacen excepcionalmente”
(Sérieux y Capgras, 1909: 34). En general, las concepciones delirantes se mantienen
en el campo de lo posible, de lo verosímil (provocaciones, robos, envenenamientos,
perjuicios) y se coordinan de modo muy variable (lenta o rápidamente, en forma
precisa o rudimentaria, segura o dubitativa, pobre o compleja). Por otra parte, las
concepciones delirantes se mantienen en secreto con mucha frecuencia, a un punto
tal que los autores afirman que la disimulación casi constituye un síntoma más del
cuadro clínico.

Además del criterio clínico-semiológico, otro organizador del cuadro propuesto por
Sérieux y Capgras es el criterio evolutivo. Así, toman distancia de los fenómenos
inmediatos y de los contenidos imaginarios, para llevar a cabo un trabajo de
construcción que parte de la observación y que les permite asir una lógica diferencial
del delirio en virtud de un desarrollo previsible en el curso del tiempo. Describen
entonces una primera fase evolutiva, el período de incubación, a menudo largo,
insidioso, progresivo, caracterizado por la meditación, los trastornos del
humor, el repliegue sobre sí mismo, las bizarrerías, que brindan el material para
las futuras interpretaciones. “Toda una serie de hechos, insignificantes en sí
mismos, adquieren para el sujeto una importancia capital, sin que pueda todavía
explicarlos”. Éste duda, se pregunta: “¿qué quiere decir eso?”. En esta etapa aparece
frecuentemente un sentimiento de transformación del mundo que hace que todo
parezca cambiado, extraño, ficticio, oscuro. A continuación, el período de estado,
en el que estallan las interpretaciones delirantes. En este momento, una
revelación se produce, el sentido adviene y el sujeto alcanza a explicarse lo que le
sucede desde hace tiempo. El enfermo adquiere de pronto una certeza absoluta, a
partir de la cual las interpretaciones se organizan en un delirio sistematizado. La
sistematización, no siempre rigurosa, opera por cristalización de interpretaciones
sucesivas alrededor de una concepción o de una tendencia dominante (idea de
grandeza, de persecución, mística, de celos o erótica) que sólo surge
secundariamente. Su evolución es gradual, lenta y se extiende en red. Toda una serie
de inducciones y deducciones se ponen en marcha para iluminar los puntos oscuros.
La riqueza del deliro es inagotable, pues el medio exterior -con el cual no hay ruptura-
provee continuamente al sujeto un material inextinguible para continuar
interpretando. Finalmente, una tercera fase, el período terminal, en donde se
observa la conservación de una inteligencia intacta, eficaz y lúcida. Sin
debilitamiento intelectual, el desenlace consiste en la transformación del mundo
exterior, el que adquiere una connotación delirante por “deformación sistemática de
los hechos” (Sérieux y Capgras, 1909: 52).

Por último, las causas. Se trata de un tipo nosográfico que pertenece a las llamadas
psicosis constitucionales, es decir aquellas que tienen su origen en la
predisposición psicopática, que dependen de una malformación congénita, de una
anomalía en el desarrollo de los centros cerebrales de la asociación. Es
168
fundamentalmente una patología del carácter, concepción en la que se ve la
influencia de Kraepelin, en la medida en que se destaca la importancia de lo innato y
de la inmutabilidad de los rasgos. Al igual que aquel, estos autores se inclinan por la
idea de una evolución insidiosa, gradual, que parte de la personalidad previa, en
donde no hay una modificación o disolución del carácter sino un incremento unilateral
de ciertas tendencias. Y aunque admiten la existencia de causas desencadenantes
(episodios tóxicos, shocks emocionales, traumatismos morales, dificultades afectivas
repetidas como situaciones que producen una especie de precipitación de elementos
significativos para el sujeto), los resortes que dan cuenta del pasaje del carácter
paranoico a la convicción delirante permanecen oscuros, como el testimonio de un
problema sin resolver.

Pasemos ahora a la segunda forma clínica paranoica, el denominado delirio de


reivindicación. Según Sérieux y Capgras, éste es definido como “una psicosis
sistematizada crónica caracterizada por el predominio exclusivo de una idea
fija que se impone a la conciencia del enfermo de una manera obsesiva, orienta
toda su actividad en un sentido manifiestamente patológico y la exalta en razón
de los obstáculos encontrados” (Sérieux y Capgras, 1909: 59). En esta definición
se recortan, entonces, dos elementos clínicos: la idea obsesiva y la exaltación
maníaca. En cuanto a la primera, debe señalarse que puede tratarse de una idea de
perjuicio basada en un daño real o una pretensión sin fundamento, a partir de la cual
el enfermo emprende una lucha que apunta a la defensa de sus propios intereses y
derechos (reivindicador egoísta). En otros casos, la idea obsesiva es abstracta y se
traduce en teorías científicas, filosóficas, políticas o religiosas (reivindicador altruista).
Estos últimos son los inventores, profetas, reformadores que, a diferencia de los
egoístas -que en general son perseguidores en conflicto con el prójimo-, son más
inofensivos y generosos, sólo peligrosos para sí mismos o para sus familias si
sacrifican sus fortunas en pos de sus inventos, o para los demás, si por su exaltación
intentan realizar a toda costa sus utopías (fanáticos, místicos, etc.). En ambos casos,
la idea obsesiva los tiraniza sin dejarles un instante de reposo, y los subyuga al punto
de obligarlos a descuidar su profesión, sus intereses o sus afectos. Toda resistencia
exterior determina una lucha, a veces angustiante, con consiguiente alivio luego de
satisfacer sus deseos. Con respecto a la exaltación maníaca, consiste en una
excitación intelectual permanente, con períodos paroxísticos, en donde “la
necesidad de disputa se convierte en un móvil de sus los actos”; hay vanidad
insensata, espíritu de oposición sistemático, irritabilidad y cólera frente a los
interlocutores, que movilizan la conducta (el enfermo hace denuncias, escribe
panfletos, consulta abogados, escribe cartas a los diarios, realiza peticiones a las
autoridades).

Estos aspectos clínicos constituyen una exacerbación del carácter previo, razón
por la cual los autores afirman que el delirio de reivindicación “es menos un delirio
que la manifestación de una personalidad psicopática” (Sérieux y Capgras, 1909: 70).
Para ellos, todos estos enfermos son degenerados con estigmas físicos y psíquicos
(desequilibrio de las facultades, obsesiones, impulsiones, perversiones sexuales,
defectos morales)
169
Para finalizar, diremos que, en función de la aplicación del criterio clínico evolutivo,
Sérieux y Capgras realizan un contrapunto entre el deliro de reivindicación y el de
interpretación, a fines proveer elementos para el diagnóstico diferencial. Ambas
presentaciones corresponden a la degeneración, pero no se asemejan ni en el
grado ni en la naturaleza de sus tareas. Los estigmas están más marcados en el
delirio de reivindicación, mientras que en el de interpretación se restringen a una
moderada hiperestesia afectiva y a la tendencia paralógica. Por otra parte, el inicio
también es diferente. “El delirio de reivindicación tiene como punto de partida una
idea fija, determinada y concisa, el de interpretación sólo llega la idea fija luego de
una larga fase preparatoria. Desde el origen, el reivindicador tiene todo su sistema
establecido; el interpretador emite sus juicios falsos, poco concretos e imprecisos sin
un plan determinado, y sólo los coordina y precisa secundariamente en torno a una
idea principal” (Sérieux y Capgras, 1909: 70)

En ambos casos hay interpretaciones, pero en el primero son deducciones dictadas


por la pasión, limitadas al perjuicio por el derecho lesionado o a las ideas abstractas
altruistas. En segundo, en cambio, “se multiplican y se irradian prodigiosamente”.
También las reacciones son diferentes: el reivindicador reacciona de modo
permanente a los supuestos daños y lo hace de una manera exagerada; el
interpretador sólo lo hace de modo transitorio y proporcionado al estímulo excitante.
En cuanto al desenlace, en uno hay posibilidad de mejoría y no hay transformación
del medio; en el otro, incurabilidad con transformación del mundo exterior,
determinada por la “organización de una novela delirante complicada” (Sérieux y
Capgras, 1909: 73).

Gaëtan Gatian de Clérambault: las psicosis pasionales

Bien pasemos ahora a revisar la concepción de otro autor de la escuela francesa, en


este caso del período de entreguerras. Me refiero a Gaetän Gatian de Clérambault,
a quien ustedes ya conocen por sus estudios sobre las psicosis basadas en el
automatismo mental. En esta oportunidad, vamos a detenernos en su abordaje del
campo de la paranoia, sobre el que ejecuta una operación original. ¿En qué
consiste? En primer lugar, en la extracción de dicho campo de un grupo, al que
denomina psicosis pasionales, en el que incluye el delirio de reivindicación y el
delirio de celos y la erotomanía. Las razones de la separación residen, como
veremos en un momento, en el hecho de que considera que su apariencia general y
sus mecanismos son diferentes a los de la paranoia propiamente dicha. Con respecto
a esta última, a su vez la escinde en dos: el carácter paranoico y el delirio de
interpretación.

Con respecto a las psicosis pasionales, que quedan a partir de entonces como un
conjunto autónomo, distinto de la paranoia, Clérambault se dedica a aislar y describir
de manera exhaustiva un síndrome, la erotomanía, que va a servirle de paradigma
para la configuración conceptual de todo el grupo, cuyo resorte no es tanto la
interpretación si no la exaltación hipertímica de ideas prevalentes, destacando de
ese modo el elemento pasional como lo esencial del mecanismo psicótico.
170
Nos detendremos sobre todo en el análisis de este cuadro clínico, pues el empeño
del autor por separarla del campo de la paranoia está guiado por un permanente
contrapunto entre ambas, de forma tal que sus diferencias sólo se revelan en el
trabajo mismo de comparación.

En el caso de la erotomanía, que tal como lo anticipamos es tomada como tipo


descriptivo que permite analizar el determinismo psicológico de estos delirios
pasionales, Clérambault destaca que en la base de las ideaciones y de los
comportamientos anormales existe un elemento generador, un complejo
ideoafectivo, al que da el nombre de postulado. Dicho elemento, que tiene el valor
de un “embrión lógico”, resulta directamente del orgullo, al que el autor asigna el
carácter de sexual, y es primario y fundamental. Es a partir de este postulado
inicial que se van deduciendo rigurosamente todas las anomalías de ideas y de
acciones, y las convicciones absurdas que se ligan entre sí de un modo previsible.
Se trata entonces de la producción de un nudo ideo-afectivo inicial, cuya fecha de
inicio puede precisarse, en el cual “el elemento afectivo está constituido por una
emoción vehemente, profunda, destinada a perpetuarse y que acapara toda la
fuerza del sujeto desde el primer momento” (De Clérambault,1909: 45). El autor
refiere que el delirio que se configura a partir de allí tiene un objetivo preciso, y que
de entrada pone en juego la voluntad del sujeto. Por esta razón, sostiene que estos
pacientes “viven en un estado de esfuerzo”, avanzando hacia su cometido, con una
exigencia consciente, completa desde el comienzo. Por otra parte, agrega que el
pasional sólo delira en el dominio de su deseo: “la pasión no modifica la
concepción de sí mismo ni sus relaciones con el medio más que en la ocasión
y en el campo de tal pasión” (De Clérambault, 1921:45); sus cogitaciones y su
voluntad están polarizadas.

Si nos detenemos en algunos elementos de indudable valor tanto clínico como teórico
en lo que respecta a la noción de delirio. En primer lugar, existe una convicción
inquebrantable por parte del sujeto de estar en comunión amorosa con algún
personaje, las más de las veces de un rango elevado. Además, “es él (el objeto)
quién ha comenzado, quién ama más al sujeto o es el único que ama” (De
Clérambault, 1921: 42). El objeto ejerce un dominio, una influencia en el campo
amoroso; su actitud puede variar: puede querer acercarse al sujeto, dudar, incluso
parecer odiar al partenaire, pero en todo caso, nunca es indiferente, siempre se dirige
al sujeto con una intención de amor. A continuación, surgen ideas de persecución,
que pueden tener como objetivo la separación del objeto o que pueden provenir del
objeto mismo. A esto le sigue el despecho y luego el rencor: El sujeto se cree
humillado, perjudicado, y se vuelve reivindicador, aunque la esperanza inicial con
respecto al objeto subsiste.

Estas concepciones específicas son las que, a juicio del autor, “diferencian el delirio
erotomaníaco de la pasión llamada normal”. Podemos extraer de sus enunciados que
los elementos distintivos están basados, por un lado, en el carácter de certeza del
postulado, y por otro, en el punto en que el objeto se dirige al sujeto con una
intención.
171
La importancia del postulado reside entonces en que muestra algunos ejes
estructurales que el mismo Lacan va a rescatar como notas fundamentales del delirio:
por una parte, en lo que respecta a la lógica significante, el postulado constituye
justamente un punto de inercia, fuera de toda dialéctica. Por otra, en lo que hace al
carácter de convencimiento inexorable que tiene para el sujeto, este núcleo
generador indica lo que ya en el Seminario III Lacan situaba como central en lo que
respecta a este tema, a saber, que lo que está en juego para un sujeto en el delirio
no es la realidad sino la certeza de que eso le concierne. Certeza que ubica en el
plano de la significación y que “constituye lo que se llama fenómeno elemental o
también -fenómeno más desarrollado- creencia delirante”. Por último, en relación con
el señalamiento que hace de Clérambault sobre la intención primera del objeto hacia
el sujeto, es una muestra de aquello que Lacan expresa en su frase “la iniciativa viene
del Otro” y que se vincula con lo que planteará más adelante respecto de la posición
original del sujeto psicótico como “sujeto del goce”.

Volviendo a de Clérambault, resta situar un último aspecto relativo a las psicosis, en


particular a esta psicosis pasional que denomina erotomanía: es el criterio evolutivo,
organizador lógico de la estructura del delirio. Desde este punto de vista es digno de
atención el rigor con el que el autor desprende una consideración estructural a partir
de una lógica evolutiva precisa. Así, la erotomanía tiene para él una evolución
reglada que permite prever las convicciones y los actos del sujeto, y que evoluciona
en tres etapas: esperanza, despecho y rencor. Es un delirio “en sector”, basado en
deducciones realizadas en función del postulado inicial y que tiende al futuro. Debe
destacarse que la extensión del delirio está enteramente inscripta en el postulado
inicial, a tal punto que, si este último se suprime, “todo el delirio cae”. Se trata de
concepciones primarias que organizan todo el delirio y que se hallan en todos sus
desarrollos, de modo que, incluso en los estadios ulteriores de la enfermedad,
persistirá la tríada “orgullo-deseo-esperanza”.

En cuanto a los resortes que dan cuenta de la aparición de las perturbaciones


ideoafectivas iniciales en este grupo, debe decirse que permanecen oscuros, ya que,
aunque el autor afirme la existencia de una “desviación psicológica” o “casi
exclusivamente psicológica” como aquello que se pone en juego al comienzo de
su génesis, no puede menos que admitir que el carácter de tal aberración (que
también interviene en la ideación posterior) se le escapa.

Por su parte, los delirios de interpretación, cuya descripción es muy cercana a la


que Sérieux y Capgras hacen de sus “locuras razonantes”, están basados en el
carácter paranoico, al punto que el autor llega a decir que se trata de pacientes que
“deliran con su carácter” (entendiendo a éste como el conjunto de emociones
cotidianas unívocas, convertidas en habituales, cuya cualidad está prefijada para
toda la vida). El rasgo esencial de este carácter está dado por el sentimiento de
desconfianza, antiguo en el tiempo y que hace que no se pueda detectar con
precisión el comienzo del delirio, al tiempo que regula las relaciones del yo con el
ambiente y cambia la concepción del yo del sujeto (esto no está presente en el
pasional, en quien esas relaciones no se modifican o sólo lo hacen en ocasiones y
172
en el terreno de su pasión). A diferencia de los pasionales, que como señalábamos
hace un momento viven en “estado de esfuerzo”, los interpretativos viven en
“estado de expectativa (…) yerran en el misterio, inquietos, sorprendidos y pasivos”
(de Clérambault, 1921: 46). Además, razonan sobre todo lo que observan,
encontrando las explicaciones gradualmente, aun buscándolas en el pasado.
No hay idea directriz, célula madre; ninguna de las convicciones del
interpretativo puede homologarse al postulado: las ideas parten de todos los
puntos, están coordinadas pero no subordinadas unas a otras. De allí que la
evolución de este tipo de delirios sea en “red”, y no en sector como en el caso
anterior. En las pasionales, las interpretaciones son secundarias en los dos sentidos
de la palabra: en importancia y en lugar. Y si adquieren “alguna importancia, su
desarrollo se realiza según constelaciones no reticulares y limitadas” (de
Clérambault, 1921: 48).

En suma, los mecanismos patogénicos, las oposiciones semiológicas y la evolución


constituyen los ejes en torno a los cuales se centran las diferencias entre ambos
cuadros. En el caso de los delirios interpretativos, estos criterios permiten ordenar el
conjunto y darle especificidad a partir del énfasis puesto tanto en el mecanismo
interpretativo como en el carácter insidioso y extensivo de la evolución delirante y en
la continuidad con el carácter del sujeto. No obstante, la teorización del autor con
respecto a estos últimos delirios -principalmente en lo que atañe al mecanismo
cambiará en la fase final de su obra. No puedo extenderme más aquí al sobre esto,
de modo que sólo voy a dejar enunciado que De Clérambault va a terminar
distinguiendo, en las psicosis crónicas llamadas interpretativas -al igual que en las
psicosis alucinatorias-, mecanismos automáticos y a continuación un sistema de
ideas personales y verdaderamente interpretativas, no mórbido en sí. Asistimos
entonces, en el seno mismo del pensamiento del maestro francés, a una bipartición
en lo que respecta a su noción de delirio: por un lado, un delirio primario, de tipo
automático, mecánico, idéntico desde esta perspectiva a los fenómenos elementales
propios del automatismo mental; por otro, un delirio al modo de una construcción
intelectual secundaria, que constituiría una “superestructura” con relación a los
fenómenos iniciales, reactivo, como un “decorado que oculta una arquitectura”.

Teórico N° 21

Clínica y teoría de las psicosis en Freud

¿Cuáles eran las entidades psiquiátricas en los inicios freudianos? (1895-1900)

KRAEPELIN (4°,5°, 6° edición) 1893, 1896, 1899. Saber de la época, lo mas


“avanzado”

Paradigma de las enfermedades mentales :Se pensaba a la psicosis como una


enfermedad mental cuyos síntomas eran índice semiológico de una causa orgánica
(descubrible con el método anatomopatolog.)

173
· Paranoia (delirios sistematizados)

· Locura maniaco-depresiva

· Demencia precoz (hebefrenia, catatónica, paranoides)

· Neurosis (obsesión, histeria, epilepsia)

Lanteri – Laura plantea que las tesis freudianas significaron uno de los motivos del
cambio de paradigma. Esto puede corroborarse en la obra de Bleuler que ya incluye
la idea de una causación psicógena y algunos términos freudianos aunque
despojados de la etiología sexual.

La originalidad de la tesis freudiana: la psicosis es también una neuropsicosis de


defensa, una enfermedad de la libidio. Está hablando de que hay en juego un
mecanismo psíquico y una etiología sexual.

¿Cómo se plasma esto en el ordenamiento nosológico freudiano?

Nosología 1895-1900 (pre 3 ensayos)

Neurosis actuales:

● No opera un mecanismo psíquico


● Etiología sexual actual y directa
● Trasposición libido en angustia
● Neurosis de angustia y neurastenia

Neuropsicosis de defensa:

❖ Mecanismo psíquico = defensa


❖ Etiología sexual = vivencia traumática en la infancia
❖ Dos tiempos (retroacción)
❖ Histeria, obsesión, paranoia, psicosis alucinatoria, fobias

Criterios de distinción: defensa, etiología sexual, tipos de retorno.

Fíjense el término Neuropsicosis o Psiconeurosis porque no hay en aquel momento


una distinción que hoy sí goza de consenso en la disciplina PA que es entre neurosis
y psicosis. Ahí todavía aparecían amalgamadas, unificadas por el factor de la
defensa.

El problema que tendrá Freud es que el tipo de retorno de lo reprimido, el retorno que
produce el fracaso de la defensa, en el cual interviene además un mecanismo de
formación de síntoma, es que son muy variados.

174
La idea que tiene hasta ahora de la operatoria de la defensa es que divorcia la
representación de afecto y sofoca la representación inconciliable, la pregunta es si
en los casos de paranoia y de psicosis alucinatoria se puede seguir sosteniendo esta
tesis o es necesario empezar a introducir alguna variación. Comienza a preguntarse
si hay distintas variedades de defensa o solo basta con encontrar las variedades de
mecanismos de formación de síntomas de los que resultan las variedades de retorno.
Es una pregunta que es una especie de hilo que nos acompañara durante los
distintos desarrollos freudianos, y luego lacan propondrá otras hipótesis.

Vamos a continuar recordando por último cómo pensaba Freud la cuestión de la


causa (en términos de la teoría de la seducción).

Plantea una temporalidad no lineal sino retroactiva, por eso se necesitan dos tiempos
para que el síntoma aparezca. Ese primer tiempo al cual se accede por el trabajo del
análisis, ocurre en la infancia, y en él Freud pensaba que había ocurrido alguna
vivencia sexual traumática prematura y contingente. Entonces, retroactivamente en
la adultez algo reactiva el recuerdo de aquella vivencia sexual infantil, una causa
ocasional contingente, algún episodio que lleva asociativamente hacia esa escena
traumática, esto provoca un displacer y ante este podría suceder que la reacción sea
defenderse de eso, sofocando eso que provocó displacer. Luego habría un periodo
de defensa lograda, efectiva, de salud aparente, se parece a la salud salvo por la
presencia de lo que llamará “síntoma primario de la defensa” (en la N.O: desconfianza
hacia sí mismo/escrúpulos de la cc moral; en la H. asco ante situación que debería
suscitar excitación sexual). Esa defensa fracasa, no logra mantener sofocado eso
reprimido xq el icc es una instancia dinámica en la cual hay un trabajo propio que
produce una formación sintomática desfigurada que logra burlar la defensa y es el
momento que Freud llamará retorno de lo reprimido, que es un síntoma, que involucra
una satisfacción de compromiso lo suficientemente tolerable para el yo, de modo tal
que no vuelve a defenderse de ello. Hay una satisfacción en juego y una sustitución
en el plano de esa representación inconciliable, de esa forma en el síntoma se
“semidice” algo que fue considerado insoportable.

Particularidades de la defensa en las psicosis

Lo común entre neurosis y psicosis es la operatoria de la defensa. (Va a ir


encontrando que esa defensa difiere de la supuesta en H y NO)

Tomaremos el caso de 1894 de confusión alucinatoria (psicosis alucinatoria). De ese


caso extrae la idea de que la modalidad defensiva es aquí más enérgica y exitosa, la
llamará VERWERFUNG (traducida de distintas maneras: rechazo, desestima,
cancelación de lo inconciliable). Está estableciendo una diferencia porque no es el
mismo término que utiliza cuando habla de represión o sofocación, además lo
usaremos en alemán porque Lacan volverá sobre ésta forma de la defensa que difiere
de la represión ante el desengaño que imprime la realidad ante la pérdida.

175
Una joven ha regalado a cierto hombre una primera inclinación impulsiva y cree
firmemente ser correspondida. Está de hecho en un error, el joven tiene otro motivo
para frecuentarla. Los desengaños no tardan en llegar, primero se defiende de ellos
mediante la conversión histérica (aclaración: freud creía posible la neurosis mixta en
este momento) de las experiencias correspondientes y así conserva su creencia en
que él vendrá un día a pedir su mano. No obstante se siente desdichada y enferma
a consecuencia de que la conversión es incompleta y de los permanentes asaltos
de nuevas impresiones adoloridas. Por fin con la máxima tensión lo espera para el
día prefijado: el día de un festejo familiar y transcurre ese día sin que él acuda.
Passados todos los trenes en los que él podría haber llegado, ella vuelca de pronto
a una confusión alucinatoria: el joven no llega sin embargo en su confusión él ha
llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar con su vestido de noche para
recibirlo, y desde entonces y por dos meses vive un dichoso sueño “él está ahí,
alrededor de ella, todo está como antes” (antes de los desengaños de los cuales
laboriosamente se defendía)

Hasta aquí el relato.

Aquí ya aparecen un montón de condimentos que no encontrábamos en los casos


de conversión histérica. Primero Freud señala que es incompleta, no menciona cuál
era el síntoma corporal en juego. Por otra parte, frente a lo que se presenta como un
desengaño de la realidad, es decir, el joven no estaba enamorado de ella ni acude a
su casa, el tipo de defensa que opera es desmentir esto, desmentir lo que decepciona
o desengañe su deseo de que este hombre la ama. En esto lee freud una forma de
defensa mucho más enérgica, con mucha más fuerza, y exitosa también porque
efectivamente en la confusión alucinatoria ella escucha la voz del joven como si él
estuviera ahí, y durante dos meses continúa en ese estado.

Ella se defiende refugiándose en la psicosis (por eso es una “psicosis de defensa”)

Y vean que el planteo freudiano está bien ubicado en los movimientos deseantes, en
lo libidinal del asunto. Esta modalidad de defensa VERWERFUNG se acompaña (de
algo que para Freud va a consistir en una pregunta que sostendrá durante cierto
tiempo), de un desasimiento parcial (y/o total pareciera por momentos), de lo que
llama la realidad objetiva. Es decir, ella de alguna manera rechaza que ese amor
no sea correspondido o no haya llegado. Va a ir decantando la idea de que el
desasimiento es parcial respecto de la realidad objetiva. Además ese desasimiento
de una porción de la realidad se acompaña de cierto realce, de cierto cobrar avidez
alucinatoria, ese deseo que fue desengañado, en este caso, la llegada del joven que
viene a visitarla, el joven no viene pero ella siente su presencia a través de una
alucinación (alucinación auditiva verbal).

Esto es todo lo que podemos extraer de ese caso, principalmente que hay una
particularidad en la operatoria de la defensa distinta a la de la H y la NO. Queda la
pregunta acerca del mecanismo de formación de síntoma y también acerca del
desasimiento. Ya que para freud el desasimiento no va a ser específico de la psicosis
176
sino que también se va a dar en otros procesos como por ejemplo el duelo (a trabajar
en otro teórico). Por eso es importante incluir en este cuadro no solo el tema del
desasimiento, sino también la operatoria de la defensa verwerfung, son ambas cosas.
Esa defensa más enérgica, más radical, más exitosa que produce un
desasasimiento de la realidad objetiva.

Ahora vamos a pasar a otro caso, uno que freud denomina un caso de paranoia
crónica (demencia paranoides aludiendo a la nosología de K). Ese caso es el de la
sra P. Acá no habla de confusión alucinatoria sino de paranoia (dos entidades
distintas para freud). Es un caso en el que implementa el método que había inventado
para la histeria, entonces tenemos los efectos.

La sra P tiene 32 años de edad, está casada desde hace 3, es madre de un niño de
2 años. Es dudoso que promediando su tercera década de vida no sufriera de
ninguna depresión pasajera ni extravio de juicio. En los últimos años permaneció
sana y productiva hasta que seis meses después de nacido su hijo dejo discernir los
primeros indicios de la afección presente. Se volvió huraña y desconfiada, mostraba
aversión al trato con los hnos y hnas de su marido, y se quejaba de que los vecinos
de la ciudad en la que vivía habían variado su comportamiento hacia ella, siendo
ahora descorteces y desconsiderados. Estas quejas aumentaron poco a poco en su
intensidad, aunque no en su precisión. Decía la señora P que tenían algo contra ella,
aunque no vislumbraba qué podía ser. No había duda de que todos, según ella, le
faltaban el respeto y hacían lo posible para mortificarla. Se quiebra la cabeza por
averiguar a qué se debe y no lo sabe, un tiempo después se queja de ser observada,
de que le adivinan sus pensamientos, y que saben todo cuanto le pasa en su hogar.
Una siesta le despertó el sentimiento de que a la noche la observaban mientras se
desvestía, desde ese momento recurrió para desvestirse a las más alocadas medidas
precautorias. Como rehuía a todo trato, se alimentaba mal y andaba muy
desasonada, la internaron. Durante esa internación afloran algunos síntomas y se
refuerzan los existentes. En la primavera estando sola con su mucama tuvo de pronto
una sensación en su regazo y a raíz de eso pensó que la muchacha tenía sobre ella
un pensamiento indecente. Esta sensación se volvió en el verano más frecuente casi
continua, sentía sus genitales como se siente una mano pesada. Luego empezó a
ver imágenes que la espantaban, alucinaciones de desnudez femenina, en particular,
un regazo femenino desnudo con bello, en ocasiones también genitales masculinos.
La imagen del regazo desnudo y la sensación de órgano en el regazo le ocurrían la
mas de las veces juntas, eran imágenes muy martirizadoras para ella, pues le venían
cuando estaba en compañía de una mujer, y entonces seguía la interpretación de
que ella misma veía a esa mujer desnuda pero en el mismo momento esta tenía la
imagen de ella (emancipación del pensamiento, como si algo se suelta y ya no
sabemos quién piensa eso). Siguiendo con estas alucinaciones visuales empezaron
unas voces que la fastidiaban, que no reconocía y decían “ella es la señora P, ahí va
ella, a dónde irá” cada uno de sus movimientos y acciones eran comentados, a veces
oía amenazas y reproches. Se acentuaban cuando estaba en compañía o iba x la
calle por eso se rehusaba a salir, luego tuvo asco a la comida y decayó rápidamente.

177
Había en su presentación cierta aversión al trato, cierto rehusarse al salir, que
fenomenológicamente pareciera una dimensión fóbica pero es importante tener en
cuenta el conjunto del caso para ver a qué está respondiendo eso, a estos fenómenos
que experimenta de sensaciones en el regazo, en los genitales, en las alucinaciones
visuales y en voces que van relatando su accionar. No hay ninguna sistematización
delirante, ella no sabe muy bien por qué no la tratan igual, por qué tienen algo contra
ella.

Freud trata el caso como si se trata de una histeria, como si esas alucinaciones fueran
el retorno de lo reprimido, y va a intentar buscar en la conversación con esta paciente
la vivencia infantil que reactivada en la adultez ha desencadenado la operatoria
defensiva. Y ahí se va a encontrar que las alucinaciones lejos de ceder, se
recrudecen, aumentan y el cuadro empeora al punto de requerir una internación. Es
un fracaso terapéutico, que nos permite pensar si ese síntoma estaba compuesto a
modo de símbolo mnémico o no. Ahora la alucinación, descubre freud, no presentaba
una figuración al modo de la histeria, lo que retornaba, retornaba inalterado. Ella
alucina los genitales femeninos, no hay una dimensión simbólica ni de sustitución
como en el caso dora donde los genitales femeninos aparecen metafóricamente en
los sueños (alhajero, bosque, etc). Por otro lado, freud nota que las voces que ella
escuchaba parecía que se trataba de su propio icc, que escuchaba su propio icc bajo
la forma de una voz, como si la relación con el icc fuera distinta que la que había
encontrado en otros casos.

Vamos a ver ahora la diferencia que establece Freud entre la trayectoria típica de la
N.O en comparación con la paranoia. Esto es muy importante para no pensar que se
trata de quedar fijados en un síntoma, sino saber leer cierta configuración de un
conjunto de ellos. Por eso acentúo que en esas trayectorias típicas están en juego,
por lo menos tres grupos de síntomas, y en cada uno de esos grupos Freud ubica
que hay diferencias entre los de la N.O y la Paranoia.

Recuerden el supuesto inicial de una vivencia sexual infantil contingente. En ambos


cuadros esta vivencia tuvo una marca que la particulariza que es la de actividad
sexual (a diferencia de una vivencia más pasiva que deja para el lado de la histeria
de conversión). Eso sería algo en común, y agrega que hubo un componente
agresivo en esa actividad sexual infantil.

Tenemos el intervalo de la pubertad, luego el segundo tiempo en el cual se reactiva


el recuerdo de aquella vivencia y allí se anuda para Freud en el caso de la N.O, un
reproche (todo esto en el plano icc) por esa posición activa. Si eso genera un
displacer, se desencadena el mecanismo de la defensa que intenta sofocar ese
reproche y se conforma lo que es el periodo de defensa lograda/salud aparente,
caracterizado por la presentación de un síntoma defensivo primario. Este último
opera como una fuerza contraria, entonces, si esa vivencia sexual infantil resultó
inconciliable y en ella aparecía una posición activo-agresiva, como síntoma defensivo
primario, vamos a tener una fuerza contraria que en la obsesión se va a caracterizar
por cierta desconfianza en sí mismo, por un temor a lo que puede llegar a hacer. El
178
obsesivo se va a volver alguien muy escrupuloso en el trato, muy cuidadoso, muy
respetuoso de las formas y con este componente de desconfianza en sí. (Ej del H.
de las R. que le pregunta al amigo si él es buena persona, si ha dañado a alguien, si
acaso no es un criminal, pensamientos que lo habitan como algo agresivo que
pueden dañar o destruir a los demás).

En cambio, si nos volvamos a la paranoia, esa vivencia sexual infantil también fue
activa pero el reproche que emerge en ese segundo tiempo no encuentra creencia
en el sujeto paranoico. El planteo freudiano es que se produce una increencia, no
da crédito la persona a ese reproche, no lo considera cierto, él no fue. Esta forma
de la defensa deviene en un síntoma defensivo primario que es la desconfianza
hacia otros “no es él quien hizo, son los otros quienes le hacen, quienes tienen algo
contra él”. De ahí que freud se vea llevado a especificar esta operatoria defensiva
como “represión por proyección”. Es la forma que tiene de decirlo en este
momento, algo propio es rechazado y se proyecta o adjudica a los demás, por eso
habla de proyección. De hecho esta idea de que en la paranoia, la defensa que actúa,
actuaría por proyección la va a continuar explorando y se lo seguirá interrogando en
el caso Schreber. Hoy en día es muy habitual escuchar que la defensa en la paranoia
es la proyección, solo que no es una tesis que Freud vaya a sostener, porque cuando
se ocupa de examinar el asunto, si esa sería la especificidad de la paranoia se va a
encontrar con que no es así y se presenta tambien en otros procesos anímicos. Por
lo tanto, esto que ya dice ahora, que la defensa actúa por proyección y que esto le
permitiría explicar esta variación en la presentación del síntoma defensivo primario,
no es algo que sostendrá luego en la obra freudiana ya que la proyección ocurre en
otros procesos anímicos como el desasimiento.

Es interesante que vean que no es solo en el tipo de retorno que Freud ubica una
diferencia, porque en este primer grupo de síntomas ya tenemos una.

Pasamos ahora a un segundo grupo de síntomas que son los del retorno de lo
reprimido o los síntomas del fracaso de la defensa. En el caso de la N.O vimos que
el síntoma más paradigmático de este grupo es lo que llama una idea obsesiva, es
decir, una idea absurda a la cual no se le reconoce gran importancia, pero que sin
embargo ha adquirido un carácter compulsivo, un curso psíquico forzoso
(SWANG).Se impone de modo tal que no se puede dejar de pensar en eso aunque
se reconozca que no es una idea que amerite semejante investidura energética.
Freud entiende que esa idea que se ha vuelto obsesiva está en lugar de otra que fue
sofocada por resultar inconciliable y que el afecto se enlazó falsamente a esta otra
idea nimia, sin importancia. De ahí que para Freud ese retorno de lo reprimido que
es la idea obsesiva esté compuesta por un mecanismo de formación de síntoma
peculiar que es el falso enlace.

En la paranoia, este segundo grupo de síntomas van a ser las alucinaciones y las
ideas delirantes. El mecanismo de formación de síntomas permanece como una
incógnita para él.

179
Pasemos al tercer grupo de síntomas, en el caso de la N.O el asunto no se resuelve
con la conformación del síntoma de la idea obsesiva, esta no termina de ser una
solución al problema de la angustia, hay lo que va a llamar “epílogo”, o continuación.
Lo propio de este cuadro es la lucha defensiva secundaria contra el síntoma que
conforma este tercer grupo. Es una lucha que emprende el yo que va a intentar
incorporar esos síntomas de retorno de lo reprimido que son extraterritoriales,
intentará incorporarlos a su organización, con distintos tipos de medidas
precautorias, medidas expiatorias, medidas protectoras, ceremoniales. Este tercer
grupo va a tender a adquirir también un carácter compulsivo (Swang). Es decir, que
ese curso psíquico forzoso se va a trasladar a la defensa misma, a estos síntomas
de la lucha defensiva secundaria. Al principio lo compulsivo es el retorno de lo
reprimido, pero después, esos medios que utiliza el yo para defenderse de eso, y que
conforman otro grupo, termina adquiriendo un carácter compulsivo.

La sra P también presentaba algunas medidas precautorias, pero no eran síntomas


de la lucha defensiva secundaria contra una idea obsesiva, no se inscribe en este
recorrido. Freud dirá que en el caso de la paranoia no se da eso, de hecho esa lucha
def 2° contra el retorno de lo reprimido es bien propia de la N.O. Ahora bien, eso no
impide que Freud piense un tercer grupo de síntomas en la paranoia. Lo que podria
ocurrir es que el yo en vez de luchar contra el retorno de lo reprimido, avance en una
alteración, es decir, que el yo se altere en función de alojar estas alucinaciones e
ideas delirantes. Es bien distinto que luche contra ellos y quiera controlarlos, a que
les dé lugar. A esa alteración del yo Freud la va a llamar formación combinatoria
delirante, o delirio de interpretación, en la cual estas alucinaciones empiezan a entrar
en un entramado de ideas, que terminan generando una concepción más falseada,
patológica, del mundo y del sí mismo. Este aspecto no llega a verse en el caso de la
sra P.

A diferencia del sentimiento de culpa de la N.O, en la paranoia hay un sentimiento


más bien de inocencia.

El retorno de lo reprimido no presenta ese carácter territorial, sino que los paranoicos
aman al delirio como a sí mismos, es otra forma de decir que esas ideas delirantes
terminan transformando al yo. Esto es interesante en el plano de las intervenciones
porque antes, las alucinaciones e ideas delirantes eran pensadas como indicios de
una lesión, eran pensadas deficitariamente, aca freud nos dice que tienen otro lugar
en la economía psíquica.

Por último vamos a ver cuáles son los problemas que quedan para Freud sin resolver:

· ¿Cuál es el mecanismo o proceso por el cual el yo se desase de la realidad?


¿Cuál sería la especificidad de esto en la psicosis?

· ¿Cuál es el mecanismo de la formación de síntoma, que estaría en la base


de que se ocasione ese tipo de retorno?

180
· Por qué hace un síntoma paranoico y no uno histérico u obsesivo? Pregunta
por la elección de la neurosis, cuales son las elecciones para que el proceso
defensivo y la formación de síntomas adquieran una forma y no otra.

1896-1911: A partir de ese fracaso terapéutico, de intervenir a la Sra P como si fuera


un caso de histeria, tenemos un silencio freudiano (de 15 años) en lo que son sus
publicaciones acerca de la psicosis. Aunque si hay un arduo trabajo de interlocución
con otros autores (Bleuler, Jung, Abraham). En ese marco de interlocuciones muy
fructíferas freud analiza el material escrito del caso Schreber.

Teórico N° 22

En este teórico nos vamos a ocupar del caso Schreber, trabajaremos las distintas
enfermedades que presentó, las coordenadas de aparición del malestar, sus
características principales como así también la evolución clínica que tuvo el caso.
Además algunas de las hipótesis que Freud va tejiendo para intentar explicar esta
forma particular de malestar en el mundo.

“Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoides)”


1911. Escrito autobiográficamente.

Voy a resaltar de este título dos puntos: primero la aclaración de Freud acerca de la
demencia paranoides, término tomado de Kraepelin, esta es una forma clínica
posible de la demencia precoz que Bleuler luego va a llamar esquizofrenia
paranoide que es una distinción que se sostiene hasta la actualidad. Es decir, es
una diferencia que se hace entre lo que sería el campo de las verdaderas paranoias
en las cuales se incluyen aquellas evoluciones tal y como las había definido
Kraepelin, y luego fueron sistematizadas por Serieux y Capgras en la escuela
francesa (tanto delirios de reivindicación e interpretativos) y el campo de lo paranoide
que más bien se adscribe a las esquizofrenias, y que es un diagnóstico muy frecuente
el de esquizo paranoide mucho más que el diagnóstico de verdadera paranoia. Lo
desarrollaremos después.

En segundo lugar, traigo que es un caso descrito autobiográficamente, armado de un


libro. No fue un paciente de Freud.

Pasamos a recuperar algunos problemas sin resolver en ese texto freudiano de 1894
y 1896:

¿Cual es el mecanismo o proceso por el cual el yo se desase de la realidad? Freud


ya había detectado que se produce un tipo de defensa más enérgica más radical que
se acompañaba de un desasimiento de la realidad pero no se sabía el cómo.Y
también la pregunta acerca de si eso es algo específico de la paranoia, de la
confusión alucinatoria o no lo es.

181
Por otra parte ya vislumbrabamos en esos dos artículos de esa primera época
freudiana, que había una pregunta por el mecanismo de la formación de síntoma, Se
deslizaba que la proyección podía llegar a tener un papel en la paranoia. Este es un
hilo que Freud va a continuar interrogando también en el caso Schreber. Recuerden
que el mecanismo de formación de síntoma nos permite leer las diferencias en el tipo
de retorno.

Y por último también había una pregunta acerca de lo que se conoce en la obra
freudiana como el problema de la elección en las neurosis. Es decir, por qué en un
caso se produce un síntoma obsesivo y en otro se produce un síntoma paranoico.
Cuál serían las razones de esa elección. Bueno esta es una pregunta que atraviesa
toda la obra freudiana que va a quedar un tanto abierta, No termina de poder definirse
ni por la modalidad defensiva ni por el mecanismo de formación de síntomas. La
razón última de porque una modalidad de síntomas y no otra permanece más bien
en estado de interrogación.

En este caso se trata de la construcción del caso a partir de las memorias de un


enfermo nervioso, de un neurópata. Es un volumen bastante extenso y detallado en
el cual Schreber va contando sobre todo lo que ocurrió en su segunda enfermedad a
partir de su internación que fue bastante larga.

Sin dudas esta particularidad requiere de cierta justificación freudiana de porqué


tomar un material escrito y no material que surge de una cura para ensayar algunas
interpretaciones analíticas. Lo que él va a decir, primero, es que tenía poco acceso
al tratamiento de estos pacientes. Por otra parte recuerden que teníamos el fracaso
terapéutico de la señora P De La paranoia Crónica que él nos cuenta en 1896, por lo
tanto, ya estaba en una posición bastante más cautelosa en este momento en 1911
que en el inicio de su práctica. Traigo una cita donde él da sus razones de por qué
cree conveniente tomar un material escrito para intentar dar algunas hipótesis acerca
de la defensa propia de la paranoia y dice: “la indagación psicoanalítica de la paranoia
sería de todo punto imposible si los enfermos no poseyeran la peculiaridad de
traslucir aunque en forma desfigurada justamente aquello que los neuróticos se
esconden como secreto”. Esta es una razón, al parecer, el material no aparece tan
desfigurado y que esto que los neuroticos esconden como secreto o aparece cifrado
en los síntomas, en la paranopia no se presenta igual, como algo esondido como un
secreto, desconocido. Continua la cita: “puesto que a los paranoicos no se los puede
compeler a que venzan sus resistencias interiores, y dicen sólo lo que quieren decir
en el caso de esta afección es lícito tomar el informe escrito o el historial clínico
impreso como un sustituto del conocimiento personal.” Ya nos está señalando que
el relato de la paranoia difiere de otros y es otra de las razones por las cuales se
autoriza material escrito.

Caso Schreber:

Voy a comentar brevemente las 3 enfermedades que podemos ubicar en la vida de


él. Al momento en el que Freud publica el caso, Schreber se había muerto, por lo
182
tanto podemos saber que hubo tres enfermedades en su vida, tres momentos críticos.
El historial y el libro versan sobre la segunda enfermedad, lo que sabemos sobre la
primera y la tercera lo sabemos por investigaciones historiográficas pero no porque
Schreber haya contado eso.

La primera enfermedad comienza en 1884, es bastante tardía porque Schreber en


ese momento ya tiene 42 años, es decir que es una crisis ya en un sujeto adulto que
tiene ganado un lugar profesional, que se ha casado; está en esas coordenadas de
la vida, no es una crisis puberal.

En lo que hace a las coordenadas biográficas de la primera crisis: él se presentó a


unas elecciones como representante del Reichstag y es derrotado, pierde las
elecciones, no tiene que asumir ningún cargo pero algo de eso produce un impacto
en él porque empieza a presentar un malestar que es diagnosticado como
hipocondría grave. Esta aparece descrita como una obsesión por la pérdida de
peso, tenía cierta sensación de adelgazamiento que los médicos que lo atendían
decían que no era “real”. Era bien real para él la sensación pero lo que reportaban
los médicos es que estaba aumentando de peso y no perdiendo. A raíz de este
cuadro es internado y es en internación que conoce a Flechsig, (un médico que va a
tener relevancia en el delirio posterior). La internación no es larga, dura 6 meses y en
1885 él ya puede retomar la vida que llevaba. En el libro va a decir que ese primer
episodio pasó sin que rozara el ámbito de lo suprasensible, con eso parece referir a
un componente alucinatorio delirante bastante marcado que va a tener la segunda
enfermedad.

Es importante destacar que entre esa primera enfermedad y la segunda pasan 8 años
en los cuales Schreber continúa con su vida profesional, personal, con su esposa y
lo único que él resalta como algo que es vivido como una frustración es que no
pudieron tener hijos (al parecer su esposa sufría de abortos espontáneos, y eso lo
veia como una frustracion)

En 1893, 8 años después de una primera enfermedad se produce una segunda que
es aquella sobre la cual va a tratar el historial. Esta es de mayor gravedad por: el
tiempo que a él le lleva restablecerse, por el tiempo de internación y porque a partir
de este momento se produce un antes y un después en su vida y él no vuelve ya a
ningún estado anterior. Bleuler diría que ya no hay restitución al integrum; la vida tal
y como la conocía antes ya no se va a producir, algo cambia, algo se transforma de
un modo irreversible.

Vamos a ubicar las coordenadas de la segunda enfermedad: Schreber tenía 51 años


y si ubicamos las coordenadas coyunturales de la aparición de este malestar
Schreber gana un puesto en el tribunal y, entre que es notificado y asume ese puesto
efectivamente, tiene una serie de sueños. En uno de ellos su primera enfermedad
retornaba, el otro no es un sueño sino que es más bien una fantasía de duermevela
(es decir un estado mental que no es la vigilia pero tampoco es el sueño, es un estado
semi onírico) que es la de ser una mujer en el momento del acto sexual. Todo esto
183
es previo a la asunción del cargo, luego él asume ese cargo. Schreber va a decir que
esa segunda enfermedad estuvo causada por un exceso de esfuerzo mental.

La situación es de gravedad requiere de una internacion qué es muy larga, se


prolonga por nueve años y entre los motivos de internación figuran varios intentos de
suicidio. En esta internación larga que se produce en varias clínicas recién se va de
alta en 1902 y escribe el libro para justificar por qué debe ser dado de alta. El haceun
juicio se defiende porque era abogado,lo gana y es dado de alta.

En 1907, con 5 años de diferencia, se produce otra coyuntura en su vida: la madre


muere y la esposa se ve afectada en su salud lo que precipita en una internación
nuevamente de Schreber de 4 años. Hasta que él muere en el contexto de la
internación a los 69 años en un estado más bien de deterioro mental.

Corroboramos en esta evolución eso que los psiquiatras clásicos llamaban el


“deterioro demencial” el criterio terminal de Kraepelin. Hay un momento de
restablecimiento pero eso no se sostiene en el tiempo sino que más bien la evolución
es bastante deteriorante.

Veremos las características que fue presentando la enfermedad de Schreber, la


primera y la segunda, cuáles fueron las descripciones acerca de lo que ocurrió:

La primera enfermedad a los 42 años “no rozó el ámbito de lo suprasensible” para


Schreber. El diagnóstico del médico que lo trató, Flechsig, fue ataque de hipocondría
grave.En el historial clínico dice “cree que va a morir de un ataque al corazón y que
cada momento va a ser el último”, esto esta bueno resaltarlo porque esta forma de
describir el malestar ya la habíamos trabajado con las crisis de angustia o ataques
de pánico, sensación de muerte inminente. Esa primera enfermedad comenzó así, y
por otra parte estaban los temores hipocondríacos:: “imagina” (así está en la historia
clínica) haber perdido peso, aproximadamente 15 a 20 kg, y en realidad según los
médicos había aumentado 2 kg. También Shcreber se queja de que se lo engaña
intencionalmente sobre su peso.

Hasta aquí tenemos el componente angustiante, lo hipocondríaco y la


desconfianza hacia los otros. Sobre este temor hipocondriaco los médicos decían
que tenía una obsesión injustificada de que estaba cada vez más flaco. de manera
vehemente manifestaba que, si le hubieran facilitado una balanza para determinar su
peso corporal, el periodo de internación hubiera sido más acotado porque él se habría
tranquilizado. No obstante, cuando había podido disponer de la misma aparecía la
idea de que la balanza poseía un mecanismo que le era desconocido. Esto no llega
a ser una idea delirante, pero ya hay cierta desconfianza que se empieza a perfilar
hacia los otros, también una significación enigmática que empieza levemente a
imponerse, de manera sutil (el mecanismo de la balanza que le era desconocido).
Vuelvo a remarcar la presentación de la angustia en esa vertiente hipocondriaca.

Segunda enfermedad:
184
Entre la notificación y la asunción del cargo en el tribunal: fantasía de duermevela,
sueño de que la primera enfermedad volvía y empieza a tener insomnio.Esto
debemos tenerlo en cuenta como el estadio prodrómico preliminar a lo que va a ser
el desencadenamiento franco. En lo que hace a las razones que Schreber supone
como causantes de este malestar, es importante destacar que él indica un exceso de
esfuerzo mental (surmenage). Veremos que Freud arma otra hipótesis que tiene que
ver con procesos transferenciales ligados a Flechsig, pero eso es de Freud. Para
Schreber hubo algo de esa situación de asunción del cargo que para él representó
una exigencia que superó sus posibilidades de respuesta o resolución en la cual la
asunción del cargo lo puso.

El describe el malestar (vamos a encontrar componentes que ya trabajamos en el


teórico de angustia). Decía quel sentía opresiones cardíacas como en la primera
enfermedad, de tanta intensidad, que “solo el recorrer una calle que subía en
pendiente moderada me provoco estados de angustia” También se quejaba por un
reblandecimiento del cerebro y decía que pronto moriria, ideas de muerte inminente
que se hicieron presentes igual que en la primera enfermedad.

Insomnio, alucinaciones variadas (auditivas y visuales), y con estas perturbaciones


de la cenestesia. Dando un poaso mas, se daba por muerto y corrompido, y ttenia la
vivencia de que su cuerpo era manipulado por otros. Este es un estado de suma
gavedad, es el estado del desencadenamiento franco, es diagfnosticado como un
estupor alucinatorio (la persona queda quieta y en silencio ante la cantidad de
fenomenos novedosos que empiezan a invadir su mundo). Intentos de suicidio.

SIGUE EN VIDEO PARTE 2

Si seguimos el material hay algo que Freud va a resaltar de entrada, es que si bien
el delirio redentor del final puede ser muy llamativo, lo primario en la evolución clínica
del caso no es eso que aparece tardíamente, sino que el delirio primario es la
185
mudanza en mujer. Y si bien asistimos a cierta defensa inicial con respecto a esa
fantasía, luego hay un progreso que va en la dirección de realizar esa fantasía. Esto
le hace preguntas a freud, porque en principio en la práctica que él tenía con los
neuróticos la fantasía aparecía como una suerte de refugio para esas modalidades
de satisfacción que el yo consideraba inconciliables y también donde se conservaban
los puntos de fijación y objetos alguna vez sexualizados que habían sido resignados,
especialmente los objetos parentales. Ahora bien en este caso no pareciera que se
pueda leer desde este esquema porque lo que aparece es que esa fantasía inicial de
ser una mujer en el momento de ser un acto sexual avanza en su realización, y
Schreber al final sigue teniendo muchas experiencias en el cuerpo, no ha
desaparecido lo hipocondriaco, pero ahora es interpretado como un cuerpo que
posee voluptuosidad o nervios femeninos y que Dios tiene relaciones sexuales con
él cuando lo desea.

Freud se pregunta ¿cuáles son los motivos y caminos de esa transformación? en la


neurosis encontraba refugio en la enfermedad pero justamente cierta imposibilidad
en realizar los actos que permitirían transformar una situación, y el caso Schreber
nos trae una transformación que se vuelve pregunta: el porqué y los caminos por los
cuales se produce.

Los bstáculos:

Ahora trataremos los obstáculos que situamos en la lectura que hace Freud del caso
Schreber. El caso aparece como una encrucijada en la medida en que hay hipótesis
que freud no va a poder sostener aunque lo va a intentar, pero esto llevará a un
cambio en la teoría. Me refiero al cambio que implica la introducción del narcisismo
en 1914, cuyo principal motor es justamente la lectura que propone freud del caso
Schreber. Entonces, esta es una dificultad en el material mismo porque vamos a tener
a freud intentando aplicar al caso schreber las hipótesis que él había construido en
los casos de neurosis obse e histeria. Recuerden que todavía las neuropsicosis de
defensa permanecen como un conglomerado: confusión alucinatoria, paranoia,
histeria de conversión, angustia y neurosis obse.

A partir de este caso en introducción del narcisismo vamos a asistir también a un


cambio en la nosología: neurosis de transferencias - neurosis narcisistas. Esto está
de alguna forma acicateandolo de fondo pero no todavía completamente
conceptualizado.

Les propongo volver a como él estaba pensando el ensamble causal en este


momento de su obra para ubicar en qué punto se van a asentar las nuevas hipótesis
que este caso le va a llevar a formular. Recuerden que Freud siempre va a mantener
la idea de los dos tiempos en la efectividad del trauma es decir, que el efecto del
trauma que se produce en la infancia no es inmediato sino que se da con efecto
retardado. En este momento de la teoría ya ha cedido sobre la hipótesis de la teoría
de la seducción, ahora piensa que más bien la sexualidad infantil es perversa
polimorfa. Es decir, que el niño no es meramente objeto de seducción sino que
186
también hay una actividad sexual infantil que resulta inconciliable para el yo, y que
se da en un intercambio con el otro, intercambio en el cual la libido se detiene, inhibe
su desarrollo en determinados puntos de fijación dándole a la constitución sexual del
adulto un carácter completamente singular.

Tenemos la sexualidad infantil que cae bajo la represión primaria y conserva en la


organización psíquica esos puntos de fijación libidinales, constitucionales. Vamos a
necesitar de un tiempo 2 donde interviene una causa ocasional azarosa una
frustración de esa modalidad de satisfacción que venía teniendo algún tipo de
realización, encubierta además por fantasías inconscientes que cubren esa práctica
sexual infantil por ejemplo la seducción. Entonces en este segundo tiempo la
frustración de una satisfacción va a producir (tomando esto de la histeria conversiva
) un primer momento de introversión de la libido (aquella que ha sido frustrada en su
satisfacción) en la fantasía y por allí tendrá expedito el camino a la regresión (a esas
modalidades de satisfacción y objetos que habían sido resignados pero que se
conservaban en la fantasía y por eso se podía regresar a ellos). Esa regresión a esos
puntos de fijación infantiles, a esas modalidades de satisfacción, podía llegar a
producir una sobreinvestidura de la fantasía que empujara a cierta realización que
entrara en conflicto con el yo e hiciera que el yo, ante la experiencia del displacer
generado por la posible realización de esa fantasía, se defienda. Luego la trayectoria
que conocemos, un momento de defensa lograda o salud aparente o que también
pueda fracasar esa defensa y retornar lo reprimido por la forma del síntoma. Síntoma
como una suerte de interferencia o solución de compromiso del cual obtiene una
satisfacción.Esto es lo que pudo obtener con la histeria y funcionaba también en la
neurosis obsesiva.

El asunto es que este modo de pensar el ensamble causal va a entrar en tensión con
lo que el material clínico del caso Schreber trae y puede ubicar entonces en estos
esquemas. Vamos a ubicar cuáles serían esos puntos de obstáculo.

Primero es la cuestión de la introversión de la libido en la fantasía y de la defensa


ante esa sobreinvestidura de la fantasía porque en el caso Shcreber la Fantasía
tiende a la realización efectiva en la transformación en mujer y en este caso no
corrobora que se produzca una defensa contra eso sino que más bien el yo va a
reconstruirse, va a alterarse a partir de esa fantasía que se había impuesto
inicialmente.Entonces este punto de la introversión de la libido en la fantasía va a ser
puesto en cuestión para el caso de la demencia paranoide de Schreber.

Por otra parte lo que va a ponerse en tensión es que el conflicto sea entre el yo y la
sexualidad (el dualismo pulsional que Freud manejaba en este momento), va
comenzar se erosionado por otras hipótesis que se le van a volver necesarias Como
por ejemplo una que el caso schreber parece requerir para poder entender ese delirio
de grandeza que aparece sobre el final, y es que en ese caso el yo mismo aparece
sexualizado investido libidinalmente. Es la forma que freud encuentra de explicar
a través de la distribución libidinal el delirio de grandeza, y lo va a plantear así: como
una estasis de la libido yoica, un estancamiento de la libido yoica en desmedro de la
187
libido de objeto. Pero esos son términos que va a usar en Introducción del narcisismo.
Lo que interesa resaltar por ahora es que la hipótesis del enjambre causal con la
Freud venía leyendo su clínica, empieza a encontrar obstaculos para leer este caso.
Los puntos en los cuales podemos decir que los obstáculos se encuentran, es esta
cuestion de la introversión de la libido en la fantasía (no pareciera que esa fuera una
hipótesis plausible para el caso Schreber) y por otra parte, ese dualismo pulsional
por el cual el conflicto se daría entre el yo y la sexualidad suponiendo que yo estaría
exento de lo libidninal.

Retomamos una pregunta central en el historial que justamente nos permite leer este
obstáculo: ¿Que le permite a Schreber aceptar la fantasía de deseo que debía
reprimir? este “que debía reprimir” nos marca que lo debería reprimir si hubiese sido
un neurótico, porque la posición neurótica es defenderse de las fantasías y
conservarlas en el estado inconsciente y por lo tanto irrealizar, o en todo caso lo que
pueda aparecer de eso aparecerá bajo la forma de los síntomas. Ahora bien en el
caso schreber justamente lo que le hace pregunta a Freud es que él no se defiende
de eso no reprime esa fantasía, sino que avanza justamente en transformarse en
mujer. Aquí evidentemente lo que se puede detectar es que lo que está haciendo
obstáculo es la hipótesis que Freud había construido para la histeria de conversión
que no se corrobora tal cual en el caso schreber, la hipótesis empieza a hacer agua
para poder leer los caminos en los cuales esa transformación se produce.

Ahora vamos a ver una serie de posibles interpretaciones Freudianas de lo mas


variables: gran parte corresponden a asociaciones del mismo Freud, por ejemplo
cuando el intenta descifrar las alucinaciones, el material no autoriza a ir tan lejos
como para decir que se trataría de muchachas que no paran de hablar como los
pájaros hablantes, más bien eso parece ser asociaciones que el mismo Freud
produce pero que no están en el material. O sea Freud flasha banda y le enchufa al
caso las hipótesis que tenía y el caso se resiste a eso. Las hipótesis que tenía eran
que la defensa es con respecto a la fantasía porque se consideran inconciliables y
acá no se corraobora eso. Por otra parte, hay toda una operación freudiana para
introducir al padre en el delirio de schreber y es por esta vía que él va armar toda una
serie por la cual Dios, y los perseguidores serían sustitutos del padre y del hermano
que ya estaban muertos cuando schreber tiene su primera enfermedad la segunda y
todo lo que sigue. Pero esto es una interpretación que va a ser Freud: que Dios y
Flechsig van a ser sustitutos del padre y, por lo tanto, ahí va a organizar una hipótesis
acerca del ocasionamiento (que después va a ser reorganizada por Lacan). El
ocasionamiento de la enfermedad sería porque se produjo un avance de libido
homosexual, entendiendo que Flechsig sería un sustituto del padre y que la
transferencia sobre Flechsig habría implicado ese avance de libido homosexual.
Schreber se habria defendido frente al aumento de libido homosexual y Freud enlaza
esto con la frustración de No haber tenido hijos porque de alguna manera Freud
piensa que si hubiera tenido hijos, hubiera tenido otra posibilidad de tramitación de
esa libido homosexual. Es una hipótesis que Freud arma suponiendo la cuestión del
padre el complejo paterno en el caso Schreber y son hipótesis que se han realizado
en ese punto. bueno ¿Cuál es la versión del padre que estaría en juego en el
188
historial? porque no es la versión del padre que aparece en Dora ni en el hombre de
las ratas. Aquí si Dios fuera un sustituto del padre, es un padre bien particular porque
no prohibiría la satisfacción sino que más bien encuentra la satisfacción en el cuerpo
de Schreber, exige satisfacción no es un padre de la castración. Esto no lo puede
leer Freud, no vamos a encontrar esto en su obra es más bien una crítica que hace
Lacan. La posición freudiana con respecto al padre sería una limitación para poder
pensar posiciones subjetivas que podrían estar más allá del padre que no
encontrarían una referencia en el padre. En la obra freudiana aparece el padre como
un obstáculo para leer los casos que están referenciados así a la forma Edípica para
eso vamos a necesitar las conceptualizaciones de lacan.

Más adelante vamos a ver cuáles son las respuestas que freud puede ir tejiendo en
torno a la modalidad de defensa y al mecanismo de formación del síntoma.
Recuerden que es una suerte de doble pregunta: por un lado si habría alguna
peculiaridad en cómo la represión opera en caso de la paranoia y por el otro, si habría
alguna especificidad del mecanismo que forma el síntoma.

Vamos a ver lo que Freud puede extraer del caso como hipótesis para pensar el
proceso defensivo propio de la paranoia, desde ya les adelanto que son hipótesis
preliminares.

Con respecto al proceso defensivo lo va a pensar así como un proceso, como una
lucha defensiva que operó ante ese avance de libido homosexual y que por razones
desconocidas la lucha defensiva escogió la forma del delirio persecutorio. Ya
podemos decir que la pregunta por la elección de la neurosis de por qué ese síntoma
y no otro, no encuentra una respuesta en Freud, dice que hay razones desconocidas
por las cuales la lucha defensiva cobra esa forma.

El núcleo del conflicto al cual responde la lucha defensiva es la fantasía de deseo


homosexual, esto lo lee del caso en esa serie de sustituciones referidas al padre, a
dios y al hermano. Pero cuando intenta precisar un poco más a la proyección como
el mecanismo de la formación de síntoma propio de la paranoia, se va a decantar por
decir que no es algo patognomónico de la paranoia. es decir, que la proyección es
un proceso psíquico que no opera únicamente en la paranoia sino también en otros
procesos anímicos. Dice que hay una cuota de proyección que formaría parte de los
procesos psíquicos más generales. No basta únicamente con decir que la defensa
paranoica es por proyección porque se da en otros procesos. Va a avanzar en la
formación de una lucha represiva que se daría en tres tiempos:

Primer tiempo: es el tiempo de la fijación de esa suerte de predisposición a enfermar


que no constituye la enfermedad misma (no es efectiva automaticamente, es un
factor predisponente). La va a definir a esa fijación como una suerte de tensión en el
desarrollo libidinal, en determinado punto de ese desarrollo. En el caso de la paranoia
sí le va a parecer específico que la fijación sea al narcisisimo.

189
Segundo momento: defensa por represión: por desasimiento libidinal con
regresión al yo. Se remite a la experiencia Scherber de fin del mundo, que el único
sobreviviente era él y las personas que veía no eran ciertamente personas
verdaderas sino hombres hechos a la ligera como si las otras personas hubieran
estado en cierto proceso de desrealización. Freud metapsicológicamente va a leerlo
como un desasimiento libidinal de los objetos y de un retiro de esa libido sobre el yo.
Como si de repente el mundo se vaciara libidinalmente y toda esa libido regresará al
yo produciendo entonces el efecto de una investidura o sobreinvestidura del yo en
desmedro de los objetos. Lo va a leer en lo que aparecía como hipocondríaco en
el momento del desencadenamiento donde lo que está sobreinvestido son los
órganos y no los objetos, los lazos con los demás. por ej. poco sabemos del lazo
libidinal con su esposa, sabemos que ella lo acompañó pero no habla de esta relación
central para él. El hecho de que ella enfermara en la tercera enfermedad de schreber
fue determinante para que no hubiera vuelta atrás en la situación mental de schreber.

La represión si bien opera por desasimiento siempre, en paranoia este desasimiento


se da con la particularidad de que la libido que se retira del mundo, regresa al yo.

Tercer punto: el fracaso de la defensa o el retorno de lo reprimido (las


alucinaciones e ideas delirantes). Freud lee que hay ahí un proceso de restitución
o de restablecimiento, y para esto tampoco le basta con pensar el retorno de lo
reprimido como lo hacía antes en las neurosis transferenciales. Entonces introduce
una modificación que deja apenas anunciada pero que nosotros vamos a subrayar
porque Lacan toma eso para proponer otra hipótesis que es la forclusión del nombre
del padre. Lo que va a decir Freud es que habría una diferencia con los procesos
represivos y el retorno de lo reprimido en las neurosis de transferencia porque en el
caso de la paranoia, va a cambiar la frase va a decir que “lo cancelado dentro
retorna fuera” cuando la habitualmente al término que se utiliza para referirse a un
retorno de lo reprimido era que lo sofocado retornaba. No se lo mismo sofocado que
cancelado. lo cancelado tiene que ver con la defensa más radical más enérgica
verwerfung. Lo cancelado adentro retorna fuera proyectivamente afuera pero hay que
tener en cuenta que en un inicio no es meramente sofocado por lo tanto ese retorno
de lo reprimido no tiene la misma forma de compromiso que tenía las neurosis
transferenciales.

En resumen podríamos concluir en que la proyección no se le va a presentar a freud


como algo específico y que lo que se va a vislumbrando como algo especifico de la
paranoia es un tipo de fijación qué es al narcisismo que da la predisposición a
enfermar, una operatoria defensiva en la cual el desasimiento libidinal es el
desmedro de los objetos con regresion al yo, y un retorno de lo reprimido que
él podría definir de esta manera: que lo cancelado dentro retorna fuera, que no se
trata meramente de algo que ha sido sofocado sino que ha sido cancelado y que
retorna como alucinación o como idea delirante.

Si tenemos que ubicar algo de esto clínicamente: la fijación es una hipótesis, un


proceso que transcurre mudo, pero que podría leerse tanto en la fantasía del
190
sepultamiento del mundo, en la cual puede verse el desasimiento libidinal (que el
mundo había terminado y lo que quedaba estaba hecho de apuro). El retorno de lo
reprimido puede leerse en el delirio persecutorio hacia Fleschig y ahi podriamos
pensar que eso cancelado ha sido la fantasia inicial de convertirse en mujer y ahora
es Fleschig quien quiere abusar de su cuerpo como si fuera una mujerzuela y no él
quien fantasea con transformarse en mujer.

Si habría que crear un esquema causal nuevo para la paranoia: tenemos en el primer
tiempo la fijacion al narcisismo (predisp), segundo tiempo la frustracion que para
freud va a ser la imposibilidad de tener hijos, el avance de la libido homosexual que
es lo que freud considera operativo en el ocasionamiento de la enfermedad, la lucha
defensiva que se va a dar por un desasimiento libidinal de los objetos y regresion de
la lbido al yo, y lo que retorna de lo reprimido que para freud ya es un intento de
recosntruccion, y que se va a dar de esta forma de lo cancelado a dentro retorna
afuera, por proyeccion.

Ven que ya no aparece aca la introversion de la libido a la fantasía, ese es el rasgo


que le va a permitir diferenciar las neurosis narcisistas de las de transferencia.

Por otra parte hay que destacar que lo que desde las perspectivas mas bien de la
psiquiatría era interpretado como un deficit referenciado en una causa organica para
Freud le da sentido de un intento de restitución no como un déficit de deformación de
la personalidad, sino como la reconstrucción de una personalidad nueva (ej. ser la
mujer de Dios)

Para él en la causa de originamiento de los síntomas del conflicto están también la


resolución.

Freud no está de acuerdo con el término esquizofrenia porque para él toda mente
está dividida y propone llamarlas parafrenia propiamente dicha.

Al final distingue la parafrenia propiamente dicha (es decir, la esquizofrenia) de la


paranoia. Lo que utiliza para distinguirlas es el punto de fijación que en la parafrenia
propiamente dicha es una fijación al autoerotismo, es decir a un momento anterior al
narcisismo en lo que respecta al desarrollo libidinal, en cambio para la paranoia la
fijación es al narcisismo. Y por otra parte, hace la distinción por el mecanismo de
formación de síntomas en tanto para la parafrenia propiamente dicha ese mecanismo
es preponderantemente alucinatorio, mientras que para la paranoia es la proyección.

Teórico Nº 23

La melancolía en el campo de la psiquiatría Prof. Nora Carbone Introducción


¡Buenos días! ¿Cómo están? El objetivo de la presente clase es examinar la clínica
de la melancolía en el campo de la psiquiatría. Para ello revisaremos, en primer lugar,
la obra de dos autores de la Escuela francesa que se inscriben en el paradigma de
las enfermedades mentales: Jules Séglas y Jules Cotard. Del primero, estudiaremos
191
sus finas descripciones de dos formas de esta afección, a las que denomina,
respectivamente, melancolía simple o sin delirio y melancolía delirante. Del segundo,
abordaremos la semiología de una modalidad de melancolía ansiosa, llamada delirio
de las negaciones. En ambos casos, las definiciones precisas, las detalladas
descripciones clínicas y el esfuerzo por distinguir la jerarquía de los fenómenos
patológicos, resultan ejemplares del cuidado por la “envoltura formal del síntoma” que
caracteriza todo este período de la clínica psiquiátrica. Con estos trabajos
completamos nuestra visión de los distintos matices de esta variante de la psicosis,
ya iniciada en el primer cuatrimestre con el estudio de la contribución de Emil
Kraepelin, cuya descripción de la locura maníaco depresiva fue muestra fiel de su
búsqueda incansable por establecer “verdaderas enfermedades” en el marco de la
Escuela alemana de la época de oro de la psiquiatría. Por último, situaremos algunos
aspectos del trabajo del fenomenólogo Hubert Tellenbach quien, a partir del estudio
de un extenso conjunto de casos clínicos, en 1961 estableció los rasgos esenciales
de lo que denominaba el typus melancholicus. Como ustedes verán, su perspectiva
sobre el problema de las condiciones de desencadenamiento de los episodios
melancólicos y sobre aquello que puede tener una función estabilizadora como
“suplencia intercrítica”, constituyen un aporte interesante en lo que atañe al estudio
de la función de ciertos fenómenos de este particular modo de presentación del
malestar.

La melancolía en el paradigma de las “enfermedades mentales” Jules Séglas: la


melancolía con y sin delirio (1894)

Como ya hemos visto en clases pasadas, desde mediados del siglo XIX y bajo las
influencias de Falret, se fue consolidando en Francia y en Alemania el paradigma de
las enfermedades mentales, sustentado en el paralelismo psicofísico y organizado
en torno al criterio clínico evolutivo y la atención a los detalles de los diversos cuadros
clínicos. Siguiendo estos preceptos es que, en la Escuela francesa, se distingue Jules
Séglas con su preciosa caracterización de dos formas de la melancolía. La misma se
ve plasmada en dos lecciones clínicas, dictadas en el Hospital de La Salpétrière en
1894, en las que se ocupa de describir, con la sutileza propia de dicha escuela la
llamada melancolía sin delirio y la melancolía delirante. Veamos ahora en qué
consiste cada uno de estos cuadros.

En primer lugar, la melancolía sin delirio o melancolía simple. Al respecto, Séglas da


la definición siguiente, vertebrada por tres rasgos fundamentales: “La melancolía es
una psiconeurosis que -además de síntomas físicos de gran importancia- desde el
punto de vista psíquico se caracteriza:

1. por la producción de un estado cenestésico penoso;


2. por modificaciones en el ejercicio de las operaciones intelectuales;

192
3. por un trastorno mórbido de la sensibilidad moral que se expresa en un estado
de depresión dolorosa.

A estos síntomas fundamentales pueden agregarse trastornos delirantes que


resultan directamente de ellos y les son secundarios” (Séglas, 1894: 8). Analicemos
los diferentes elementos que componen esta definición. Hemos señalado, como
primer rasgo, lo que el autor denomina estado cenestésico penoso. Para saber en
qué consiste, primero tenemos que tener en claro a qué se llama cenestesia. Para
Séglas, alude “al sentido de la existencia, al sentimiento que tenemos de la existencia
de nuestro cuerpo, sentimiento que, en estado normal, se acompaña de cierto
bienestar. Por su parte, cada función vital contribuye a ello, y de ese aporte complejo
resulta esa noción confusa que, por una repetición incesante, devino el sí-mismo”
(Séglas, 1894: 11) Ese estado cenestésico normal, producido por el consenso
armónico de las sensaciones orgánicas, puede, no obstante ser quebrado en su
equilibrio y dar lugar, como ocurre en la melancolía, a un nuevo estado cenestésico,
penoso, de malestar general, caracterizado por una serie de trastornos físicos
iniciales. Como veremos, dichos trastornos, efecto de una causa que el autor
considera orgánica, tienen, a su vez, el lugar de un eslabón patogénico respecto de
los síntomas que le siguen. Pero detengámonos en la caracterización de ese estado
cenestésico penoso, que se resume en un sentimiento corporal doloroso. ¿Cuáles
son sus manifestaciones? Séglas describe la presencia de cansancio general,
debilidad en las piernas, fatiga ante el menor esfuerzo; dolores vagos, cefalea,
sensación de vacío en la cabeza, zumbidos en los oídos, latidos en las sienes. El
enfermo refiere que tiene palpitaciones, opresión en el pecho, malestar precordial.
Las funciones digestivas también están trastornadas: se advierte pérdida del apetito,
constipación, fenómenos de autointoxicación de origen gastrointestinal. Séglas
agrega que, en las mujeres, las reglas son irregulares o están interrumpidas,
aparecen perturbaciones en el sueño - insomnio o somnolencia- y trastornos en la
nutrición general -adelgazamiento, anormalidades en los análisis de sangre y orina
en los elementos normales de la orina, el examen de sangre, etc.-. Como dijimos, el
autor utiliza el criterio clínico evolutivo, y lo que acabamos de ver corresponde al
período prodrómico o de incubación de la enfermedad, que suele ser bastante largo
y precede -a la vez que determina- la aparición de ciertos trastornos intelectuales,
también considerados por él como “elementales”. Es así que “el efecto de un órgano
débil o enfermo perturba el tono psíquico y se expresa en el cerebro por una
irritabilidad excesiva, una disposición a la emoción; en resumen, por un estado de
malestar psíquico” (Séglas, 1984: 12). Lo que está marcando este psiquiatra es que
los trastornos cenestésicos mencionados dan lugar, por su conexión con las
operaciones del pensamiento, al segundo síntoma del que hablábamos en la
definición, que es la modificación de las operaciones intelectuales. Lo cito
nuevamente, ya que su descripción es muy clara: “estos primeros trastornos
intelectuales en el melancólico se traducen clínicamente en la depresión general, la

193
apatía, la irresolución, la lentitud de los movimientos, de la marcha, del habla, que es
de tono bajo, cansino, monótono; en la negligencia hacia las ocupaciones habituales,
en el aseo, la preparación de alimentos; en ciertos intervalos, en una necesidad de
movimiento sin objetivo, automático” (Séglas, 1894: 12). A esta especie de abulia
motriz, se suman otros fenómenos puramente intelectuales, como, por ejemplo, la
dificultad para fijar la atención, para agrupar las ideas, para seguir un razonamiento,
la lentitud en las percepciones y para comprender las preguntas o para responder a
ellas, la dificultad para recordar o para conservar los recuerdos, cierta tendencia al
automatismo de los pensamientos. Como bien lo señala Séglas, en este momento de
la evolución del cuadro clínico el contenido de las ideas no está todavía alterado -
esto quiere decir que no hay delirio-. La ideación se ve trastornada sólo en su forma.
Estos dos síntomas -estado cenestésico penoso, trastornos del ejercicio intelectual-
constituyen, a la vez, los dos orígenes del dolor moral del melancólico, es decir del
tercer rasgo formal, que según Séglas es el síntoma más evidente y más
característico de la melancolía. Vean ustedes cómo lo describe: se trata de un
sentimiento de impotencia, una depresión dolorosa, que “se manifiesta en la actitud,
la fisonomía, la mímica siempre muy expresiva y que traduce toda la gama de las
pasiones tristes, desde el abatimiento, la pena, hasta la angustia, el terror o el
estupor” y que poco a poco va invadiendo todo el campo de la conciencia, hasta que
ésta “no contiene más que la idea-dolor” (Séglas, 1894: Dicho fenómeno da lugar a
un estado de anestesia psíquica que vuelve al enfermo insensible a los excitantes
normales, aislado del mundo exterior, replegado sobre sí mismo. Como dice Séglas:
“Ya no toma parte en lo que sucede a su alrededor, todo le parece penoso, sus
impresiones se tornan adversas, ve todo negro. Su humor se vuelve negativo. Lo que
le interesaba anteriormente se le torna extraño, indiferente, le repugna o lo irrita. Sólo
vive concentrado en sí mismo” (Séglas, 1894: 15). Y como una especie de círculo
vicioso, este trastorno incide sobre los síntomas que le dieron nacimiento,
aumentándolos hasta llegar a la tensión muscular, los temblores, la angustia con su
cortejo de síntomas vasomotores, respiratorios, musculares, etc., la abulia, la
inhibición y la atención concentrada en una idea fija. Estos desórdenes, a su vez
vuelven a incidir sobre el dolor moral, empeorándolo. Por otra parte, el autor añade
que en la melancolía simple no hay alucinaciones, ni ideas delirantes. A lo sumo, se
pueden notar algunas preocupaciones, interrogaciones que se plantea el enfermo
sobre su estado, sobre el futuro, importantes a ser advertidas porque demuestran
bien cómo -en el caso de la melancolía delirante-, se desarrolla el delirio a título de
tentativa de explicación de los fenómenos dolorosos primitivos. Sí son frecuentes las
ideas de suicido, aunque la abulia en la que el enfermo está sumido muchas veces
le impide concretarlas. Pero si lo hace, en general, es de golpe, presa de un rapto de
ansiedad o un impulso súbito. Esta forma de la melancolía es en general curable;
pero no hay que olvidar que, para Séglas, cursa por accesos, es decir, de manera
intermitente, y que las recidivas son frecuentes.

194
Pasemos ahora a la segunda forma de la melancolía, llamada melancolía delirante.
Son aquellos casos en los que, a los síntomas fundamentales ya desarrollados, se
agrega, secundariamente, un trastorno en el contenido de las ideas, es decir, un
delirio, cuyas características clínicas veremos a continuación. Presten atención
porque los rasgos clínicos que especifican este delirio son varios: es secundario,
penoso, fijo, monótono, de inferioridad, de pasividad, de resignación, divergente o
centrífugo, de espera, retrospectivo. ¿A qué se refiere Séglas con cada uno de ellos?
Tomemos uno a uno esos elementos. El delirio es secundario, porque no está de
entrada. Como hemos visto, el fenómeno inicial más importante es el dolor moral.
Sobre esa base surge el delirio, a veces como un intento de interpretación de ese
estado de abatimiento en el que se encuentra el enfermo. Vean cómo lo expresa el
autor: “El sentimiento de dolor moral, análogo al que debe experimentar un criminal
luego de cometer un delito, conduce a un enfermo a la idea de que él es culpable,
que ha cometido un crimen. Otro, religioso en el pasado, en presencia del cambio
que siente en él, en sus sentimientos, se creerá condenado por Dios, abandonado a
los poderes infernales, como consecuencia de faltas, pecados imaginarios.
Sintiéndose incapaz de actuar. Otro temerá por el porvenir de los suyos, creyéndose
arruinado y viéndose a cargo de todo el mundo” (Séglas, 1894: 23). Es decir, si se
siente triste, la ley de causalidad exige que ese sentimiento tenga un motivo, y es
justamente la idea delirante, la que viene a darlo, como un intento del enfermo de
explicar su estado. Ahora bien, Séglas agrega que esas interpretaciones, estas
deducciones del alienado no son el resultado de un razonamiento tan claramente
consciente como se podría pensar, sino que a veces se pone en juego una suerte de
automatismo psicológico que hace que “antes de que el enfermo se interrogue, la
respuesta llegue” (Séglas, 1894: 24). Es en un segundo momento, cuando esas ideas
son retomadas por la conciencia para ser enunciadas. Pasemos al segundo rasgo.
Séglas dice que es un delirio de carácter penoso, lo que también se deriva del estado
previo de dolor moral. El mismo rasgo doloroso, negativo, adverso, que se constataba
en el dolor moral, tiñe ahora al delirio. Entonces, el enfermo “ya no es el que era
antes; ha perdido todo, es incapaz, miserable; no existen crímenes de los cuales no
se acuse, penas que pueda no tener. En él no hay otras ideas posibles que las
dolorosas” (Séglas, 1894: 25) Por otra parte, es un delirio monótono y fijo. El
melancólico gira siempre alrededor del mismo círculo de lamentaciones, limitándose
a algunas concepciones delirantes que repite sin cesar y de la misma manera. Su
discurso delirante se convierte en una especie de estribillo, una letanía bien diferente
del delirio rico y novelado del paranoico. También dijimos que es un delirio de
inferioridad, dado por el sentimiento de su incapacidad para pensar, querer y actuar.
“Él se cree culpable, indigno de relacionarse con sus semejantes; no es más que un
animal, una bestia de carga, un adoquín, una basura. No sirve para nada en esta
tierra; sería mejor que muriera. Otro se creerá disminuido en relación al resto de la
humanidad; ya no tiene sentimientos ni voluntad; ya no es como todo el mundo, está
arruinado, ya no tiene órganos, ya no existe...Y por una suerte de contraste, al mismo

195
tiempo que se rebaja exalta sin medida la superioridad de los otros” (Séglas, 1894:
26). Séglas añade que esa certeza de ser inferior se traduce también en la actitud, la
fisonomía y los actos. El enfermo presenta frecuentemente un aspecto tímido,
preocupado. Responde en voz baja, se niega a dar la mano o a hablar “porque no es
digno de las señales de estima que se le brindan, porque no vale la pena que nadie
se ocupe de él”. Si rechaza los alimentos, es o bien “porque no podrá pagarlos” o
bien “porque los encuentra demasiado suculentos para él”. Si trabaja, se impone las
tareas más repugnantes” (Séglas, 1894: 26). Asimismo, es un delirio de pasividad y
de resignación del delirio de los melancólicos. El enfermo no lucha contra su destino,
lo acepta pasivamente como algo merecido. Esperan el castigo, la condena. “Se
resignan con facilidad; se sienten incapaces de luchar, y el sentimiento profundo de
su indignidad se los impide. Si sufren, lo tienen bien merecido por sus faltas, no es
más que justicia. En consecuencia, lamentándose de todo, aceptan, e incluso a veces
desean los suplicios que les harán expiar sus crímenes o la muerte que librará al
mundo de individuos inútiles o perjudiciales como ellos creen que son” (Séglas, 1894:
27). También se trata de un delirio centrífugo o divergente, en el que enfermo como
un centro que se extiende a todo lo que lo rodea. El melancólico se auto acusa y
teme ser perjudicial para los demás. Fíjense ustedes la diferencia con la posición del
paranoico. Allí donde el paranoico se cree radicalmente inocente y culpa a los demás
de sus males, el melancólico “teme ser alguien perjudicial para todos, atraer, por sus
delitos, por sus crímenes, por su incapacidad, la ruina, el deshonor, la muerte sobre
su familia, sobre la sociedad, etc.” (Séglas, 1894: 29). Finalmente, es un delirio de
espera y retrospectivo. Estos dos rasgos tienen que ver con la localización de las
ideas en el tiempo. Es de espera, porque el melancólico está a la expectativa de la
desgracia, ya sea porque le teme o porque aguarda el castigo o la condena que cree
que merece: estos sujetos siempre están pensando en los suplicios que tendrán que
sufrir o en las tribulaciones que otros tendrán que padecer por su culpa. Pero es a la
vez retrospectivo, porque buscan la causa de sus males en hechos del pasado:
“vuelven sobre ellos mismos, haciendo una suerte de examen de conciencia de toda
su vida y encuentran la explicación de sus sufrimientos morales actuales, de sus
temores para el futuro, en un hecho pasado, frecuentemente muy antiguo, un
pecadillo de la juventud, cuyo alcance dicen no haber comprendido del todo” (Séglas,
1894: 30).

Jules Cotard y el “delirio de las negaciones” (1882)

Abordaremos ahora un cuadro clínico aislado por Jules Cotard, psiquiatra de la


escuela de La Salpetrière, discípulo de Charcot y colaborador de Falret,
perteneciente también al paradigma de las enfermedades mentales en la Escuela
francesa. Su principal aporte radica en la descripción de una variedad de melancolía
delirante, de tipo ansiosa, a la que llama “delirio de las negaciones”, cuidadosamente
distinguida del delirio de persecución, que tiene una evolución y una predisposición
particulares. Dicha disposición, sobre la que descansa el cuadro, consiste en una
196
tendencia a la negación, aspecto que está muy marcado en estos pacientes. Así
Cotard afirma que son negadores, esto es, irónicos, incrédulos, con una inclinación
muy acentuada a ver la realidad como extraña u hostil. Sobre ese terreno, y a partir
“del malestar moral profundo que constituye el trastorno esencial de la melancolía”
(Cotard, 1882: 86), el humor toma un carácter totalmente negativo que puede llegar
a un grado muy elevado. Cuando eso sucede, el enfermo cree que el mundo real se
ha desvanecido, que él mismo está muerto, y que sólo queda un mundo imaginario
en el cual se halla atormentado. Cuando estudiemos el caso Schreber, -que no es
una melancolía- verán que atraviesa por una fase de estas características, una
experiencia de sepultamiento del mundo que Freud va a pensar como correlativa del
retiro de las cargas libidinales de las personas y las cosas. Aunque Cotard estaba
lejos de concebir una hipótesis semejante, sus descripciones son valiosas.
Preocupado por situar los rasgos formales y el curso de esta particular expresión del
padecimiento psíquico, propone el nombre “delirio de las negaciones” para designar
el estado de aquellos enfermos en los que la disposición negativa es extrema: tanto
es así que, si se les pregunta por ejemplo su nombre, dicen no tenerlo, no tienen
edad, no nacieron, no tienen padres ni hijos, no tienen cabeza, estómago, etc. Esto
puede llegar al punto de una negación universal. Como el propio Schreber decía, “el
mundo había perecido, sólo quedaba yo” o, como contracara, la experiencia psicótica
de la propia muerte. Ahora bien, el cuadro clínico no se limita al desarrollo de esta
ideación delirante de negación, sino que se acompaña de una negativa a todo: se
oponen, se resisten a hacer todo lo que uno quiere que hagan (levantarse, cambiarse
de ropa, etc.), motivo por el cual el autor la llama locura de oposición.
Frecuentemente se asocia con mutismo, rechazo de los alimentos, retención de
heces y orina. Es frecuente el estupor, o la alternancia entre el estupor y la agitación.
Cotard describe el cuadro en contrapunto con el delirio de persecución, en el cual a
veces también aparecen componentes negativos. Sin embargo, destaca las
diferencias, al señalar que, si el perseguido se muestra negativo, lo hace “por
desconfianza, por temor a ser engañado” (Cotard, 1882: 87), y que siempre es más
severo con los demás que consigo mismo. No se advierte en ellos el componente de
sensibilidad moral, la depresión profunda típica del melancólico. Éste tiene, además,
un carácter más bien tímido, escrupuloso y es más severo consigo mismo que con
los demás. Esos caracteres diferentes redundan en posiciones delirantes también
diferentes: el perseguido se cree víctima de los demás, y los acusa; el melancólico
negador, se autoacusa y se condena a la pena máxima. Su ansiedad se expresa en
temores, terrores, ideas de culpabilidad y de condena. Se siente indigno, tiene
vergüenza de su propia persona, lamenta haber perdido su inteligencia, sus
sentimientos, sus facultades. A este estado, el autor lo llama hipocondría moral, y se
complementa, cuando el cuadro avanza, con una hipocondría física: no tienen
corazón, cerebro, cuerpo. En los perseguidos, en cambio, la evolución es inversa: la
hipocondría del comienzo es física y luego se vuelve moral, pero siempre con el sello
de que se les impide pensar, les quitan la inteligencia, etc. A diferencia de los

197
melancólicos, tienen buena opinión de sí mismos, acusan a los otros de sus males y
se consideran fuertes para resistir las ofensas que les infligen. Estas diferencias en
las posiciones de uno y otro, explican por qué en el melancólico es más frecuente el
pasaje al acto suicida y en el perseguido el homicida. En el melancólico, puede
suceder que el delirio se propague al mundo exterior. Entonces, creen que ya no
tienen familia, ni país, ni religión; se imaginan que lleva la desdicha a todos los que
lo rodean. Otras diferencias entre ambos cuadros tienen que ver con un conjunto de
síntomas asociados: las alucinaciones auditivas son más frecuentes en los
perseguidos que en los melancólicos. En los primeros tienen el carácter de un diálogo
con el perseguidor, en el segundo, es más bien un monólogo, una letanía, en la que
repiten las mismas palabras o frases dirigidas a personas reales que los rodean. Las
alucinaciones visuales son más frecuentes en los melancólicos que en los
perseguidos: ven el fuego en el que van a arder, la guillotina que les va a cortar el
cuello, la tierra que se abre a sus pies. A esto se suman alteraciones en la sensibilidad
(hiperestesia o anestesia), infrecuentes en los perseguidos, lo mismo que el estado
de estupor o de agitación melancólica. Finalmente, la evolución también es distinta:
mientras el delirio de persecución comienza muy temprano, se desarrolla lentamente
y puede remitir o presentar una marcha continua con paroxismos; el segundo
comienza bruscamente, en el período medio de la vida y presenta una evolución al
comienzo intermitente y luego continua. Si se cura (lo cual es raro, porque tiende a
la cronicidad), la cura también es brusca, como si de pronto se descorriera el velo y
despertara de un sueño.

La melancolía en la Fenomenología Tellenbach y el typus melancholicus.

El concepto de “suplencia intercrítica” (1961) Pasemos por último a otro autor, en


este caso perteneciente a la corriente fenomenológica alemana de mediados del siglo
XX. Se trata de Hubert Tellenbach, quien se ocupa de establecer los rasgos
tipológicos esenciales de la melancolía (a la que considera de etiología endógena) y
también de especificar las situaciones o constelaciones que amenazan y preparan el
hundimiento de la existencia en los dominios de la melancolía desencadenada. Así,
combina una causa endógena, base predisponente de lo que llamará el typus
melancholicus, con una patogenia vivencial, en donde determinadas “situaciones”
tienen valor desencadentante para la emergencia del acceso melancólico. Del mismo
modo, ubica los elementos que pueden hacer de “suplencia” entre las crisis,
estabilizando al enfermo. Con respecto al typus melancholicus, que Telellebach
desprende de la contemplación intuitiva y directa de un número importante de casos,
el autor afirma que uno de sus rasgos fundamentales es lo que llama el afán de orden,
que consiste en un sometimiento a reglas y normas que organizan la existencia. El
individuo es sobrio y limpio en su aspecto exterior, somete su relación con las cosas
a un plan, sus relaciones con los demás son escrupulosas, procura mantener su
ambiente libre de perturbaciones, roces, conflictos que puedan hacerlo sentir
culpable. Es fiel, voluntarioso y dispuesto a ayudar en el trabajo, apegado a su familia,
198
siempre respeta a rajatabla las jerarquías y a las figuras de autoridad. Debe
destacarse que dicho afán no es en sí mismo un rasgo de anormalidad, pero en la
melancolía se ve acentuado y firmemente fijado, y se completa con otro rasgo básico:
el planteamiento de exigencias superiores al término medio con respecto a la propia
capacidad de rendimiento, tanto en el aspecto cuantitativo como en el cualitativo. “El
melancólico quiere rendir mucho, bien y con regularidad” (Tellenbach, 1961: 92) pero
siempre dentro del ámbito de lo posible. El afán de orden se hace presente en el
mundo laboral, en donde los sujetos realizan sus tareas puntual y cuidadosamente,
sin escatimar esfuerzos jamás, de modo limpio y exacto. No pueden dejar algo sin
hacer, ni quedarse parados mucho tiempo, pues eso suscita en ellos el
remordimiento. Todo debe ser realizado correctamente, y hasta el último detalle, de
forma continua, sin descanso, asumiendo volúmenes de trabajo excesivamente
grandes. Ahora bien, cuando ambos elementos, el afán por el orden y el cumplimiento
de la exigencia, se mantienen equilibrados entre sí, todo parece “compensado”. Pero
cuando se produce, por alguna razón, un desequilibrio -por razones externas o
porque un elemento empieza a obstaculizar al otro, en una especie de círculo vicioso-
, tiene lugar la crisis melancólica. Tellenbach da el ejemplo de una paciente que sufre
una disminución visual a causa de una diabetes y no puede llevar a cabo su trabajo
con la eficiencia de antes, y entonces cae presa de un acceso melancólico
caracterizado por la certeza de “ya no ser nadie”. En otros casos, es el mismo afán
por la perfección lo que obstaculiza el trabajo: por querer hacerlo perfecto se demora
más de lo permitido, y eso genera un círculo vicioso desestabilizador. El afán de
orden también regula las relaciones humanas, ya que el melancólico se posiciona
como un ser-para-otro (el marido, la esposa, los hijos). Se constata, dice el autor, una
especie de “huida hacia el otro”, el cual se convierte en sostén de su existencia, al
modo de un vínculo “simbiótico”, en donde no se puede, literalmente, estar solo. Para
ilustrar esa posición Tellenbach relata el caso de una paciente que decía que sólo
empezaba a vivir cuando llegaban a la casa los hijos y el marido, y de otra que, tras
el casamiento de su hija experimentaba que “le habían arrancado un trozo de (sí)
misma” (Tellenbach, 1961: 100). Así, si el sujeto melancólico está solo, literalmente
la vida se vacía de contenido y se vuelve insoportable. De allí que cualquier
circunstancia que rompa con esas referencias que lo sostienen, o que las desordene,
pueda adquirir valor de desencadenamiento: el casamiento de un hijo, la viudez, la
ida de los hijos del hogar, una enfermedad, un viaje. En ocasiones, es una
enfermedad propia la que puede convertirse en amenaza: un posoperatorio o una
convalecencia prolongada que obstaculicen la rutina ordenada del mundo pueden
dar lugar a un episodio melancólico de culpa. Por otra parte, el melancólico presenta,
como hemos dicho, una escrupulosidad exagerada, una sensibilidad de conciencia
superior al término medio. Trata de impedir toda culpa, con un comportamiento
excesivamente apegado al “deber ser”. Entonces, esos sujetos evitan cometer faltas,
y si incurren en algún error o tienen alguna pequeña desavenencia con el otro, no
descansan hasta repararla, para así “tener la conciencia tranquila”. Por ello, toda la

199
conducta se organiza en base a prohibiciones y mandamientos, apegada a pautas
morales y éticas. De esta manera, cualquier situación que lo someta a una
sobrecarga o a un conflicto de conciencia, puede volverse amenazadora y
desencadenar un episodio melancólico con ideas de indignidad y ruina, donde
surgen, deformadas, las faltas cometidas. Para concluir, detengámonos en lo
interesante del planteo de Tellenbach desde el punto de vista del psicoanálisis.
Muchos psicoanalistas de la orientación lacaniana han recuperado sus elaboraciones
porque tienen valor a la hora de captar las coyunturas de desencadenamiento de los
episodios melancólicos y también los recursos subjetivos para estabilizar la posición
melancólica entre las crisis -de allí la expresión “suplencia inter-crítica”-. Desde esta
perspectiva, el afán de orden al que hace referencia Tellenbach, podría ser pensado,
desde el psicoanálisis, como un “autotratamiento”, en la juntura de lo real y lo
imaginario, de algo que está en defecto, como un modo de recubrir o enmascarar la
certeza de ser un desecho. Así lo entienden varios autores que han estudiado las
llamadas “psicosis ordinarias”: ante la imposibilidad de “ser persona” (lo que le está
vedado al sujeto psicótico en tanto es efecto de la función fálica) aparece un “querer
ser persona”, una sobreidentificación imaginaria a una serie de rasgos, que como
una colección de sentencias superyoicas dan cohesión imaginaria al sujeto pre-
melancólico. La adhesión inmediata (no mediada por lo simbólico) a una serie de
pautas normativas, ideales, no dialectizables, es decir, no relativizables en la
elaboración simbólica, hace las veces de una suplencia intercrítica, que brinda un
sostén, precario, al sujeto afectado por la forclusión del Nombre-del-Padre. Para
estos autores la diferencia entre una identificación y esta sobreidentificación radica
en que esta última no está sostenida por la función reguladora del ideal del yo. Por
ello funciona “al pie de la letra”, como un apego directo al rasgo significante que
asigna al sujeto un papel inmutable. En la identificación “el sujeto desempeña un
papel y sabe que lo desempeña, puede entonces distanciarse, borrarse respecto de
su papel. En la sobreidentificación, el sujeto es ese papel; si deja de serlo, si entra
en contradicción con se papel, ya no es nada y, efectivamente desencadena su
ataque” (Miller y otros, 200: 236)). De allí la inestabilidad del arreglo y su desmontaje
ante circunstancias menores o insignificantes.

Teórico N° 24

Teoría y clínica de la psicosis en Freud.

Nos vamos a ocupar de la distinción que Freud hace entre neurosis narcisista y
neurosis de transferencia, como consecuencia de su análisis del caso Schreber y que
decanta en el texto introducción de narcisismo que va a ser una de nuestras
principales referencias en la clase de hoy.

- Referencias bibliográficas: Int del narcisismo, apartado 1 y 2;


200
- Duelo y Melancolía;
- El yo y el Ello (sentimiento de culpa).

Problemas que habían quedado pendientes de la psicosis en Freud: Pregunta por el


mecanismo por el cual el yo se desase de la realidad (recuerden que es una pregunta
que aparece muy temprano en Freud, en los primeros artículos de 1894 y 1896 y se
mantiene).

Otras preguntas que tienen alguna tentativa de respuestas:

- ¿Cuál es el mecanismo de la formación de síntoma? (Que explicaría el tipo de


retorno en la paranoia).
- La pregunta sobre la elección del tipo de síntoma: ¿Por qué hace un tipo de
síntoma paranoico y no uno obsesivo?
- ¿Qué le permite aceptar la fantasía de deseo que habitualmente era
normalmente reprimida? (Caso Schreber).

Freud tenía una clínica de las neurosis transferenciales, particularmente de la histeria


en la cual lo que encontraba era que la posición ante las fantasías ICC de deseo era
de defenderlas, reprimirlas. En cambio en el caso Schreber se encuentra con un
progresivo proceso de transformación por el cual si bien inicialmente Schreber se
revuelve ante esa fantasía de transformarse en mujer, el decurso del proceso nos
lleva a que termina asumiéndola bajo una forma delirante que es ser la mujer de dios.
Entonces, persiste en Freud una pregunta por esa transformación.

Yo les decía al principio que a esta altura ya habíamos encontrado algunas


respuestas en el historial de Schreber, con respecto a la especificidad de la paranoia
por ejemplo, si había una especificidad a nivel de mecanismo de formación de
síntomas o de la modalidad de la represión. En el Caso Schreber Freud ya concluye
que el desasimiento libidinal y la proyección no son algo específico de la paranoia,
sino que encontraremos el desasimiento libidinal como una caracteristica de la
operatoria defensiva pero también del duelo, y que la proyección no es algo
patognomónico de la paranoia en la medida que la encontramos también en
conductas consideras para Freud normales, tanto en los pueblos primitivos como en
los niños. Así que así va a avanzar esa tesis que Lacan va a desarrollar mucho más,
que es aquella de “lo cancelado dentro retorna afuera”. Aquí ya habíamos destacado
la distinción que hay para Freud entre lo reprimido, que es operatoria de la
“verdrangun” de aquello que es rechazado o cancelado que es operatoria de la
“verwerfung”. Esta línea, este hilo va a llegar hasta acá, lo que Freud va a poder
especificar mucho más es que el proceso defensivo se daría en tres tiempos para el
caso de la paranoia. Esos tres tiempos involucran una primera fijación al estadío
del narcisismo, un segundo momento de represión por desasimiento libidinal
de los objetos y un tercer momento en el cual va a encontrar intentos de

201
restitución. Esos serían los tres tiempos que Freud logra distinguir para el proceso
defensivo en el caso de la paranoia y de alguna forma concluir en que la proyección
no sería aquello que la caracteriza.

Por otra parte la pregunta por el mecanismo o el proceso por el cual el yo se desase
de la realidad es una pregunta que persiste y que lo va a llevar a establecer diferencia
entre el Duelo y la Melancolía, que es también para Freud otra forma de la neurosis
narcisista.

La pregunta por la elección es una pregunta que queda abierta en la obra freudiana,
no puede descartarse por las personas que llevarían a una elección de ese tipo,
elección ICC.

Y recordamos esta pregunta por la transformación que Schreber asume aceptando


una fantasía que si se hubiese tratado de un proceso histérico hubiera debido
reprimir, al menos en lo que venía siendo la teoría freudiana.

Y por último subrayo el problema que aparecía con respecto a la versión del padre
que encontramos en el caso Schreber. No es la versión del padre que aparecía en
los historiales de las histerias que Freud había tratado, en la medida en que el padre
del caso Schreber es un padre que se presenta en una versión que exige una
satisfacción y no como una padre que prohíbe o interrumpe la satisfacción (como era
el padre de la versión edípica del caso Dora y el HdlR; un padre más bien a menos,
un padre de la impotencia, de las deudas, un padre del amor). En este caso la versión
del padre no es la misma y vamos a necesitar de otras herramientas conceptuales
que nos van a proporcionar otros autores para poder avanzar en la lectura de la
versión del padre que estaría en juego en la psicosis.

Diferencia entre neurosis narcisistas y neurosis de transferencia

Vamos a estar especialmente interesadxs en poder reconocer aquella distinción que


hoy en día sigue vigente tanto en la psiquiatría como en el psicoanálisis. Me refiero
a la distinción entre neurosis y psicosis, que no es algo que aparezca desde el inicio
de la obra Freudiana sino bien emerge en este momento de la obra, precisamente
en Int del narcisismo. De hecho ustedes recuerdan que los artículos de 1894 y 1896,
el término que Freud utiliza conjuga Neurosis y psicosis, ya que habla de
neuropsicosis o psiconeurosis de defensa. A esta altura de la obra de Freud vamos
a ver que ese término ya no lo va a utilizar más. Va a entender como neurosis a las
neurosis de transferencia y llamará a las psicosis, en principio, neurosis
narcisistas. Ahora bien, hay que tener en cuenta que esta división que se va a
producir en su organización de la clínica, en su gnoseología es en gran parte deudora
del análisis del caso Schreber y que lo lleva a la redacción de introducción del
narcisismo, que de alguna manera intenta introducir este concepto del narcisismo en
la teoría de a libido, en la teoría psicoanalítica, para dar cuenta justamente de las
202
presentaciones de la psicosis, más especialmente de la Esquizofrenia. En un
contexto en el cual Freud estaba en interlocución con Bleuler, también con Jung (es
quien le pide que lea el caso Schreber y le dé su opinión). Por lo tanto es un Freud
que está muy interesado si las principales premisas de su teoría pueden aplicarse a
la Esquizofrenia. Ahí surgirán diferencias con Jung y con Bleuler que van a llevar a
cambios en la institución. Por lo tanto, es un texto que van a encontrar muy
atravesado por esas polémicas.

Freud va a resaltar al principio de Int al narcisismo, que hay dos rasgos de la


Esquizofrenia de Bleuler o D.P de Kraepelin que a él le han llamado la atención. Esos
dos rasgos son dos rasgos clínicos: por una lado el delirio de grandeza y por otro el
extrañamiento del interés con respecto al mundo exterior. Eso que Bleuler
describía como autismo, esa suerte de replegamiento en el mundo de la fantasía para
Freud requiere una explicación de otra naturaleza, que no apele a una causalidad
primariamente orgánica. Por otra parte señala que esa cancelación del interés por el
mundo exterior, ese retiro de la libido entre las personas y las cosas, hace que los
sujetos sean inmunes al psicoanalisis, al menos en ese punto en el cual cancelan la
investidura del mundo exterior. Eso lo lleva a Freud a pensar la Esquizofrenia desde
la teoría de la libido. Como sabemos, la libido se distribuye en los objetos y en el yo,
pero cuanto más gasta una, más se empobrece la otra, por lo tanto si la libido está
en el yo se produce cierta estasis libidinal de la energía en el yo, en desmedro de
las inv de objeto de la libido de objeto. Esta es la lógica en la cual Freud va a intentar
pensar a la E, en términos de distribución libidinal y no de causalidad orgánica
como proponían Jung y Bleuler.

Él va a tener una tesis principal y es que ese delirio de grandeza y ese extrañamiento
de la realidad podrían explicarse por un retiro de la libido en el yo, sin que ese retiro
de la libido en el yo implique una introversión de la libido en la fantasía (que era lo
que él encontraba característico en la histeria). Acá va a aparecer esta primera
distinción entre las N de transferencia y las N narcisistas, porque para las N de
transferencia (H y N.O) Freud señala que hay algo del vínculo con la realidad que
está perturbado pero que no está cancelado, en la medida que se conserva ese
vínculo con los objetos en la fantasía ICC. Eso es lo que Freud llama la introversión
de la libido en la fantasía, vía por la cual se podría regresar a objetos resignados,
como por ejemplo los objetos parentales, porque si bien se resignaba la investidura
libidinal, se conservaban esos objetos en la fantasía ICC y para eso Freud postulaba
la necesidad de este mecanismo de la introversión de la libido en la fantasía.

Ahora bien, para el caso de la Esquizofrenia y de la Paranoia, Freud va a pensar que


es eso lo que justamente no ocurre, que el hecho de que se cancele de esa forma
radical el interés en personas y cosas del mundo exterior, requiere de otra hipótesis
que es el retiro de la libido en el yo. Entonces se cancela las inv de objeto y esa libido
se vuelve hacia el yo, ya no se introvierte en la fantasía ICC como en la neurosis.
203
Esta es la hipótesis que responde a la pregunta que van a encontrar en el artículo:
¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? La
respuesta va a ser que esa libido no se introvierte en la fantasía, los objetos no se
conservan en la fantasía, la libido sustraída de los objetos se retira sobre el yo. Esta
tentativa de rta lo va a llevar a una hipótesis que se vuelve necesaria que es la
hipótesis del narcisismo y que Freud va a entender como la investidura libidinal del
yo. No va a pensar que esto es algo patógeno en sí mismo, piensa que el narcisismo
es un momento de colocación libidinal, propio del desarrollo sexual regular pero que
como todo momento de este desarrollo, puede ser susceptible de fijaciones
libidinales, como en el caso de la paranoia una fijación al narcisismo.

Esta introducción del narcisismo va a poner en cuestión el primer dualismo pulsional


Freudiano (pulsiones yoicas y sexuales). Lo que va a pasar en la psicosis para Freud
es que el efecto de pérdida de realidad que se produce, esa cancelación de las inv
de objeto (que aparecía en Schreber como la fantasía de sepultamiento del mundo)
se explicaría por ese retiro de la libido en el yo que para Freud ya obedecería a un
narcisismo secundario que lo lleva a leer la existencia de un hipotético narcisismo
primario en el desarrollo sexual del ser humano. Ese retiro de la libido en el yo permite
explicar el delirio de grandeza, permitría explicar la cancelación del interés por el
mundo exterior y también la presencia de la angustia hipocondríaca. Va a dar esta
noción conceptual para la angustia hipocondríaca y dirá que se trata de una estasis
de la libido yoica, la piensa en función de la distribución de la libido.

Avanzaremos en la distinción entre neurosis (neurosis de transferencia) y psicosis


(neurosis narcisista). Para las primeras Freud dirá que el destino que tiene la libido
que se libera cuando se produce una frustración de la satisfacción en la realidad, es
el de la introversión en la fantasía. Y desde allí podrá tomar caminos regresivos para
tomar modalidades de satisfacción ya resignadas y objetos libidinales ya resignados.
Esto hace que clínicamente puedan establecer transferencia porque son esos objetos
conservados en la fantasía, los que luego serán reeditados en el vínculo
transferencial con el analista (en la medida en que justamente persisten en la
fantasía, el analista podrá pasar a ocupar algún lugar en esa serie). Va a pensar que
la angustia presentada será elaborada psíquicamente pero de distintas maneras, ya
sea por conversión, por formación reactiva o protectora. Tenemos allí los tres tipos
clínicos que podemos reconocer en las N de T: histeria de conversión, neurosis
obsesiva e histeria de angustia. Vemos, entonces, que el criterio de esta distinción
es terapéutico, responde a la capacidad o incapacidad de establecer transferencia,
que para Freud de alguna manera va a estar más asegurada en las N de T, que en
las Narcisistas.

En estas últimas la introversión no se va a producir, tampoco la conservación de los


objetos parentales, sino que el destino de la libido que se libera ante una frustración
en la realidad es retirarse al yo. Ese retiro hacia el yo produce varios fenómenos, uno
204
es el de la angustia hipocondríaca, y también lo que Freud va a llamar los intentos
de restitución de las investiduras. Es importante captar esto en una dinámica, por
eso se habla de distribución libidinal, por lo tanto habrá momentos donde la libido se
retire sobre el yo, en las neurosis narcisistas y otros momentos donde haya tentativas
de reinvestir los objetos. A eso Freud le va a llamar intento de restitución o proceso
de curación y ahí encontramos los fenómenos más llamativos como las alucinaciones
y los delirios. Por último el retiro de la libido sobre el yo tendrá como efecto la
cancelación de las inv de objeto y por lo tanto no habrá capacidad de establecer
transferencia en ese momento en el cual se cancelan las inv de objeto. Esto es
importante, porque no hay que extender la incapacidad de establecer transferencia a
todos los momentos que presentan las N.N.

Para Freud habría tres grupos de manifestaciones en las parafrenias (esquizofrenia):

1) Momentos de normalidad conservada o neurosis (en los cuales no están


presentes los síntomas de las NN).

2) Un segundo tipo que son las manifestaciones del proceso patológico, ahí sí
apela a la hipótesis del desasimiento (siempre parcial) de la libido de los objetos.
Fenoménicamente vamos a encontrar en la angustia hipocondríaca, en la
perturbación afectiva o en esa fantasía de sepultamiento o de fin del mundo que
aparecía en Schreber. Lo que Freud considera propiamente patológico es esta etapa
de cancelación de las inv de objeto, desaserse de los lazos con los otros.

3) Luego están las manifestaciones restitutivas, en las cuales cambia la


distribución libidinal y hay una tentativa de que la libido vuelva a investir nuevamente
a los objetos del mundo. Entre esos intentos de restitución que para Freud son parte
del proceso de curación vamos a encontrar a las alucinaciones y los delirios. Por
ejemplo el delirio de persecución en el caso Schreber con respecto a “Flechsig” para
Freud es un intento de reestablecer una inv de objeto y por lo tanto lo va a leer como
un intento de curación y no como el proceso patológico propiamente. Esto es una
distinción clave en la concepción que puede tener la psiquiatría quien puede ver en
este momento una lectura de déficit, con la concepción del psicoanálisis, donde va a
encontrar en ese momento de restitución un intento de curación. Diferencia de lo que
se considera patológico.

Para terminar veremos como queda configurada la organización nosológica de la


clínica para Freud en este momento (1914-1924):

NEUROSIS ACTUALES (se mantienen y agrega a la hipocondría)

N.de angustia

Neurastenia

205
Hipocondría

NEUROPSICOSIS DE DEFENSA (ya no va a hablar de “neuropsicosis” sino que el


grupo se escinde entre Neurosis de transferencia y Neurosis Narcisista, utilizando un
criterio terapéutico por la capacidad de establecer o no transferencia)

Neurosis de transferencia:

Histeria de conversión

Histeria de angustia

Neurosis obsesiva

Neurosis narcisista:

Paranoia

Parafrenia (esquizo)

Melancolía y manía

A partir de 1924 habrá que hacer una nueva modificación en la nosología, sobre todo
en lo que refiere al lugar de la melancolía.

Nos abocaremos a Duelo y melancolía. En este momento para Freud la melancolía


es una neurosis narcisista y nos va a interesar especialmente porque en el caso del
duelo tenemos la cuestión del desasimiento también. Recuerden que nos había
quedado pendiente la pregunta Freudiana acerca de cuál es el proceso por el cual el
yo se desase de la realidad en la psicosis, y que Freud no encontraba que el
desasimiento en sí mismo fuera algo que caracterizara a la psicosis, dado que es un
proceso que se produce en la vida anímica en otra cantidad de aconteceres
psíquicos, como por ejemplo en el Duelo. Hay en el duelo una operación de

206
desasimiento, el trabajo de duelo consiste en desatar o retirar pieza por pieza aquello
que enlazaba al sujeto con ese objeto perdido. En la medida que se produce cierto
acatamiento al examen de realidad que de alguna forma viene a decir que ese objeto
ya no existe más, que ha muerto. Freud señala que eso no es inmediato, que la
ausencia del objeto sin embargo puede acompañarse por una continuación de la
existencia en lo psíquico y que para que ese objeto perdido pueda sustituirse por
otro, para que pueda recuperarse cierta disponibilidad libidinal, es necesario el
trabajo de desasimiento pieza por pieza muy doloroso en el que consiste el duelo.
Esta es una tesis Freudiana muy conocida que ha sido puesta en cuestión muchas
veces sobre todo en lo que hace a la sustitución (si pensamos en objetos amados
cuya pérdida no parece tan sustituible: padres, hijos), es criticada por él mismo por
experiencias personales, las cuales le hacían pensar que ciertas pérdidas no
permitían ese tratamiento. En 1917 piensa que sí puede producirse este trabajo y
que primaría en el yo en ese caso cierta satisfacción narcisista de continuar con vida
y de no acompañar el destino del objeto.

Para Freud hay una serie de elementos que Duelo y Melancolía tienen en común y
también aparece la pregunta de cómo diferenciarlos.

Lo que encontramos en común es que en ambos casos se trata de la reacción


frente a una pérdida, luego Freud va a decir que en el caso del duelo el objeto
perdido no existe más, pero en el caso de la melancolía, no es del todo claro el
estatuto de esa pérdida porque podría consistir en la pérdida del amor o algo del
orden del desengaño o incluso la pérdida de un ideal.

El talante de la desazón profundamente dolida es algo que comparten ambos,


vamos a ver que en la melancolía esa desazón adquiere un rasgo particular que le
va a permitir a Freud diferenciarla. La cancelación del interés por el mundo
exterior es otro rasgo que comparten, en el caso del duelo estará limitada al tiempo
que tome este trabajo, pero luego es esperable que la disponibilidad libidinal quede
liberada nuevamente. En el caso de la melancolía va a acudir a otro tipo de trabajo o
incluso a un vuelco maníaco que permitiría cierto retorno o interés en el mundo
exterior. La pérdida de la capacidad de amar, se va a dar en los dos casos, y por
último la inhibición de toda productividad, en la medida en que el yo está tomado
por ese trabajo de duelo o melancolía.

¿Qué especifica a la melancolía desde un punto de vista clínico?

Lo que va a decir es que a diferencia del duelo, en la melancolía la pérdida a la cual


se reacciona melancólicamente, es la de un objeto de amor, pero es una pérdida que
está sustraída de la conciencia, pérdida que queda en el registro de lo ICC, y Freud
aclara, sabe a quién perdió pero no lo que perdió en el. En el duelo la pérdida es
CC, en el caso de la Melancolía hay algo de esa pérdida, lo que se ha perdido de
eso, que es ICC, el yo no lo sabe.
207
Por otra parte, y esto es lo que más nos va a interesar porque constituye el eje de las
diferenciaciones que Freud va a ir estableciendo con el duelo, la histeria, etc. Este
segundo rasgo es la rebaja del sentimiento de sí, algo específico de la melancolía.
Eso puede cobrar distintas formas de presentación: puede aparecer por el lado de la
indignidad (ese yo no puede nada, es una basura); puede aparecer por el lado de la
ruina o el empobrecimiento yoico, (que ya ha perdido todo, no tiene nada para
ofrecer); puede ir por el lado de la culpa, de hacerle el mal a los demás; Puede
presentarse bajo esa expectativa delirante de castigo, en la medida que se
consideran merecedores de castigos espantosos. Distintas formas de presentación
de esto que Freud considera rebaja del sentimiento de sí y que clínicamente aparece
como un yo en ruina, indigno, empobrecido, estéril, incapaz, etc.

A Freud le llama la atención que el conocimiento que tienen los enfermos de sus
situación es muy franco, muy verídico y se pregunta cómo habría que llegar a
enfermar para adquirir de alguna forma esa lucidez.

Otra forma que tiene Freud de ubicar esta rebaja del sentimiento de sí, es plantear
que ante esa pérdida del objeto amado, la reacción es que algo se pierde en el yo,
se produce una pérdida en el yo. Esa es la sede de la pregunta Freudiana, cómo
es que se pierde un objeto y es el yo el que se termina perdiendo en el caso de la
melancolía, porque recuerden que en el duelo Freud decía que primaba la
satisfacción narcisista de continuar con vida, que el yo no elegía seguir el destino del
objeto aniquilado. En cambio en la melancolía este empobrecimiento yoico trae
consigo aparejado una serie de síntomas como el insomnio, repulsa del alimento y
otros síntomas que van en el sentido de cierto desfallecimiento de todo lo que podría
ligar a ese sujeto a aferrarse a la vida. Eso es un punto muy importante, hecho de
que muchas veces se abandonan, como si se dejaran a la muerte. Eso es algo que
Freud no encuentra en el duelo, y merece otro tipo de interpretación, esto es propio
de la melancolía, que va soltando amarras de todo lo que los une a la vida y Freud
empieza a pensar que es como si el complejo melancólico actuara como una especie
de herida abierta que atraería sobre sí todas las investiduras, al punto de dejar al yo
completamente vacío y empobrecido. El yo no es un yo paralizado, como el de la
histeria de angustia y la N.O, sino que es un yo que se experimenta como vacío y
empobrecido, esa es una diferenciación clínica importante para retener.

Vamos a pasar a lo que serían las hipótesis que Freud logra desprender para dar
cuenta de esta presentación clínica de la melancolía, entonces vamos a pasar más
bien al terreno de lo que es la explicación metapsicológica que Freud empieza a
construir y que tendrá una reformulación con la segunda tópica cuando Freud pueda
formular la instancia del Superyó.

Las primeras tesis de Freud en 1917:

208
Es importante tener en cuenta que a él le va a interesar esa rebaja en el
sentimiento de si, esos autoreproches, esas autodenigraciones, y lo que va a
sostener con respecto a ese síntoma en particular es que se ha producido una
reversión y que en verdad esos autoreproches han vuelto hacia la persona propia,
pero originalmente estaban dirigidos al objeto perdido, va a decir sus quejas “Klagen”
son querellas “AnKlagen” (juego de palabras en aleman).

El asunto es cómo se ha producido esta constelación anímica de la revuelta que sería


propia de la M y que no aparecería en el duelo. Para esto Freud va a recurrir a una
serie de hipótesis: una es que la elección de objeto, de ese objeto perdido, fue una
elección de base narcisista que se estaba muy fijado a ese objeto y que al mismo
tiempo esa investidura de objeto demostró ser escasamente resistente. Es decir, era
de alguna manera un lazo vital para este sujeto pero se produjo una afrenta, un
desengaño, una decepción que sacudió ese vínculo y la reacción fue directamente
cancelar ese lazo libidinal y la libido fue retirada directamente sobre el yo. En esa
operación ocurre un uso peculiar, propio de la melancolía y es que se produce una
identificación del yo con el objeto perdido. Esta será la manera de explicar los
autoreproches, como si ese conflicto o esos reproches que se dirigían al objeto
perdido pasara a trasladarse a un conflicto entre instancias, entre el yo y esa instancia
crítica, se reproduce intrapsíquicamente.

Ante esa pérdida la reacción del yo es la de identificarse con el objeto perdido, de


alguna manera utilizar esa libido que se retiró de la investidura objetal, no para un
trabajo de duelo sino para identificarse justamente con lo que se ha perdido
(recuerden que cuando opera una identificación lo que se produce es también una
alteración del yo en función de eso que se ha perdido).

Esta identificación con el objeto perdido va a ser característica de la melancolía, tiene


una expresión, una manera de decirlo que es que “la sombra del objeto cae sobre
el yo”, porque es un objeto que se ha perdido. Nos va a decir que el yo es juzgado
por la instancia crítica como si fuera el objeto abandonado. Esa pérdida que se
produjo en el mundo, se muda en una pérdida en el yo y nos da este cuadro de
empobrecimiento que lo llega a llamar “angustia de empobrecimiento” que habíamos
descrito hace unos instantes.

Freud va a concluir que ese amor de objeto que fue desengañado pasa a ser
sustituido no por otra investidura de objeto, como en el duelo, sino por la identificación
narcisista con ese objeto que se ha perdido. Esto le permitirá distinguir a la
melancolía del duelo. Hablará entonces de un conflicto de ambivalencia del vínculo
de amor, porque por una parte se produce el desengaño, pero por la otra, mediante
la identificación, ese objeto perdido pasa a formar parte del yo (lo pierde pero no lo
pierde, queda retenido por identificación ese objeto perdido, muerto). Eso pasa a
formar parte del yo y se instala ese conflicto de ambivalencia entre las instancias
anímicas y ya no con el objeto perdido.
209
Esta última parte la vamos a dedicar a establecer diferencias entre lo propio de la
melancolía que es esa identificación al objeto perdido y la identificación en la
formación de síntomas histéricos; el caso de los duelos patológicos en depresiones
de cuña obsesiva como les llama Freud y la forma en la cual se presenta el
sentimiento de culpa tanto en la N.O como en la melancolía. Es un apartado que
apunta más al diagnóstico diferencial.

Empezamos con algo que Freud plantea en duelo y melancolía que es la


diferenciación entre identificación narcisista e identificación en la histeria
(especialmente la identificación al rasgo).

Identificación Narcisista Identificación en la histeria

Resignación de la investidura de Pueden producirse


objeto y lo que produce es la identificaciones que tengan su
introyección del objeto perdido en papel en el síntoma, pero lo que la
el yo. Regresión desde la elección distingue es que en este caso la
narcisista de objeto hasta el investidura de objeto no se
narcisismo. cancela sino que persiste, no se
resigna. La identificación produce
Esto implica una cancelación de cierta regresión a eso y reemplaza
la investidura de objeto y esto se esa elección de objeto que se
acompaña de esta identificación volvió de alguna forma
narcisista a lo perdido. Por lo tantoinconciliable.
el yo se termina alterando por la
identificación con el objeto En la identificación se conserva
perdido. algún rasgo del objeto amado
como lo vimos en la formación de
síntoma de la tos en Dora, se
conserva algún rasgo. Por eso
Freud dice que la identificación
queda circunscrita a ciertas
acciones e inervaciones
singulares, esto es posible gracias
a que no se ha cancelado la
investidura de objeto, se ha
resignado por ser inconciliable
para el yo, pero el yo conserva vía
la identificación algún rasgo de
esa investidura libidinal.

210
Otra distinción que establece Freud en Duelo y Melancolía es entre Duelo patológico
y Melancolía:

Duelo Patológico Melancolía

Lo que puede dar lugar a un duelo Para Freud también existe un


patológico es que aparezca un conflicto de ambivalencia, este ya
conflicto de ambivalencia ante la no se produce por un deseo de
pérdida de objeto, conflicto entre muerte o sentimiento de odio que
un vínculo de amor y un vínculo convive con el amor, sino que es
de odio hacia el mismo objeto. Es un conflicto que se presenta
ese conflicto lo que le podría dar porque ese vínculo de objeto
cierta configuración patológica, sufrió alguna afrenta, recuerden el
que dure mucho más tiempo. factor de la decepción. Freud va a
ubicar la escasa resistencia de
Ejemplo HdlR entre el amor al ese lazo libidinal que llevaba a su
padre y el odio al padre cancelación. Este conflicto entre
perturbador, están ambas cosas. el yo y esa persona amada que
También aparece el deseo icc de resultó decepcionante, se termina
muerte del padre, que cuando se mudando en un conflicto entre el
consuma lo lleva a él a esa crisis yo crítico y el yo alterado por la
de su N.O. identificación.
Más vinculado a la N.O. Freud habla de pequeñas batallas
Va a hablar deduelo patológico en de ambivalencia entre las
depresiones de cuño obsesivo, instancias psíquicas.
donde también aparecerían En la melancolía estos
autorreproches pero que poseen autoreproches responden y se
la característica de rebaja de sí acompañan de esa rebaja del
mismo sino un sentimiento de sentimiento si.
culpa ante la muerte, que se
alimenta del deseo ICC de haber El yo se trata a sí mismo como un
querido esa muerte. Estas no objeto, como ese objeto perdido
obedecen a una identificación merecedor de todos los reproches
narcisista con el objeto perdido, a causa de esa decepción o
porque lo que no se constataría desengaño.
que se cancele esa investidura de
objeto y que eso sea sustituido Aquí también hay un automartirio,
por una identificación narcisista en la melancolía la inclinación al
con el objeto perdido.

211
Freud va a hablar de la suicidio es mucho más frecuente
martirización del objeto, que que en la N.O.
muestra como dos caras de ese
Aparece la pregunta acerca de a
conflicto de ambivalencia: por una
qué se debe esa inclinación tan
lado el automartirio por haber
marcada en el caso de la
querido su muerte y por otra parte
melancolía, siendo que suelen ser
la martirización del objeto que es
los casos en los cuales el suicidio
una suerte de descarga, una
suele ser logrado, planificado,
inclinación agresiva hacia ese
pensados como actos liberadores.
objeto también.

Esto lleva a Freud a preguntarse ¿cómo es que él puede llegar a su autodestrucción,


si el estado primordial del que parte la vida pulsional es un amor tan enorme del yo
por sí mismo?

Encuentra algunas respuestas en la segunda tópica, en relación a las instancias y los


vasallajes del yo, incluyendo también a la realidad. Trabajamos esta cuestión desde
el Yo y el Ello, capítulo 3, y ahí va a plantear una distinción entre cómo se presenta
el sentimiento de culpa en la N.O, la Melancolía y la Histeria.

212
Histeria Neurosis Obsesiva Melancolía

213
Aquí se En ambos se presenta un
dirime Sentimiento de culpa CC, muy
bastante notorio, hiperintenso.
fácil en la *En la melancolía la
medida en *Encuentra una posición
diferencial, en el caso de la N.O posición del yo es
que distinta porque este
sostiene el yo no asume de alguna
forma, no logra justificar ese se asume culpable, se
que el confiesa culpable y se
sentimiento sentimiento de culpa y por lo
tanto se revuelve contra esa somete al castigo.
de culpa es
ICC y que imputación de culpabilidad. *Freud va a plantear
tiene un *El fundamento del sentimiento que el proceso de
tratamiento de culpa habría que buscarlo en identificación al objeto
represivo. procesos que tienen lugar en el propio de la
ello, que están reprimidos melancolía,
(deseos de muerte, tópicamente no es un
agresividad). Este sentimiento proceso que se
de culpa está mas bien ligado a produzca en el ello
la regresión, que se produce en por regresión. Si bien
la N.O, que es una regresión hay una desmezcla
que se produce en el ello y da pulsional, esa
lugar a una desmezcla desmezcla es un
pulsional del amor en agresión. proceso de alteración
que se produce en el
Hay conservación del objeto, yo. La ident, al objeto
para Freud la agresión es una perdido es un proceso
forma de lazo, por eso habla de que se produce en el
la martirización del objeto, yo.
como una forma de conservar
esa investidura. Todo esto Por lo tanto
vuelve al obsesivo ciertamente tópicamente ubica el
casi inmune al suicidio. conflicto entre el yo y
el superyó, y va a
decir que el SY
adquiere cierta
particularidad en la
melancolía porque se
vuelve una especie de
cultivo puro de la
pulsión de muerte.
Esto también lo marca

214
propiamente para la
melancolía y es una
forma que encuentra
de por qué en la
melancolía se
presenta esa suerte
de desasimiento de
todo lazo que permite
al ser humano
aferrarse a la vida.

Va a decir que hay


una desmezcla
pulsional, eso vuelve
al sy una suerte de
cultivo puro de la
pulsión de muerte, el
yo se abate y el hecho
de que esto no sea un
proceso que se
produce al nivel del
ello, porque
justamente se
canceló la investidura
objetal, el hecho de
esa cancelación deja
al yo mucho más
propenso a
aniquilarse.

215
Esto es una distinción muy importante porque es lo que le permitía a Freud diferenciar
entre neurosis Transferenciales y Narcisistas, el hecho de que se conservaran o no
los objetos en la fantasía. En las neurosis transferenciales vemos que sí, se resignan
pero no se cancelan. En cambio en las N.N esas investiduras de objeto se cancelan,
no se conservan en la fantasía, la libido se retira sobre el yo y ahí surge una de las
razones por las cuales en el caso de la melancolía la inclinación al suicidio es tan
preponderante. Si lo pensamos tópicamente, en la neurosis obsesiva, el conflicto
sería entre el yo y el ello y lo que aparece como componente agresivo se debe a la
desmezcla pulsional. Y en el caso de la melancolía el conflicto se da entre el yo y el
Superyó, donde el proceso ya no es un proceso que se da en el ello sino a nivel del
yo y que es este proceso de identificación al objeto perdido que especifica a la
melancolía.

Teórico N° 25

La pérdida de la realidad en neurosis y en psicosis

Recordemos los problemas que se planteaba Freud…

· ¿Cuál es el mecanismo de formación de síntoma (tipo de retorno)? →


Problema de la proyección (ya dijo que aunque no sea algo específico de la
paranoia sí cumple un papel en el tipo defensivo)

· ¿Cuál es el mecanismo o proceso por el cual el yo se desase de la realidad?


→ Problema de desasimiento (tan enérgico y radical)

· ¿Por qué hace un síntoma paranoico y no uno obsesivo? → Problema de


la elección de las neurosis

· ¿Qué le permite aceptar la fantasía de deseo que debía reprimir? (Caso


Schreber). La defensa opera distinto que en el resto de las neurosis respecto de
la exigencia pulsional porque termina reconciliándose con esa fantasía que había
sido rechazada en un inicio.

Texto: Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la


homosexualidad (1922)

Es un artículo muy importante, Freud presenta dos casos tratados por él de paranoia.
Cuestionamiento a la tesis acerca de “la inmunidad al psicoanálisis de los
paranoicos”, se refiere a un momento preciso del proceso psicótico que es el del
desasimiento/cancelación con el mundo. A veces se hace una extensión de esta
frase, y este artículo objeta esa lectura.
216
En la primera parte del artículo Freud distingue diferentes estratificaciones de los
celos (los casos que vamos a tratar son de paranoia de celos). La idea freudiana es
que pueden convivir en un mismo caso, el asunto es cuál es el tipo prevalente y el
origen de esos celos:

Celos de competencia o normales: duelo por el objeto de amor que se cree perdido
o que se cree que se va a perder (la inminencia de esa pérdida implica una afrenta
narcisista + hostilidad hacia el rival, quien sería la causa de esa pérdida: brotan del
C. de E.). Es del tipo de celos del complejo del hermano: la condición de “his majesty
the baby” se ve afectada por la llegada de un hermanito y eso implica una afrenta
narcisista que puede dar lugar a estos celos entre hermanos.

Celos proyectados: provienen de la propia infidelidad o de una impulsión a la


infidelidad reprimida → proyección en el otro de la fantasia icc de la propia
infidelidad (que se desconoce).

Celos delirantes: propios de la paranoia. Defensa contra una moción de deseo


homosexual. Esto es lo que ubicaba como etiológicamente operante en el caso de
la paranoia y en el análisis del caso de Schreber hay una parte en la que ubica
distintos tipos posibles de paranoia a través de ciertas transformaciones de una
fórmula que darían cuenta de esta defensa contra un deseo homosexual. En este
tipo de celos la fórmula sería: “Yo no soy quien lo ama, ella lo ama”.

Los casos que va a comentar corresponden a este tercer tipo, celos delirantes
paranoicos.

Caso de los ataques de celos (p. 219)

Freud se va interesar en el origen de esos ataques de celos que padecía este


paranoico y por los cuales consultaba, y va a encontrar que de alguna forma este
sujeto extraía el material de estos ataques de la observación de indicios que Freud
consideraba que eran mínimos. Concretamente señala que reprochaba a su mujer
su infidelidad (en los hechos la mujer le era fiel), estos mínimos indicios propios del
“coqueteo” social.

Lo que este paciente traía es que ella había dejado caer su mano demasiado cerca
de la pierna del caballero que estaba a su lado, había visto alguna mirada, algo que
para ella pasaba completamente inadvertido para él cobraba toda su atención.

Freud va a decir que quizá la interpretación que él hacía era precisa y justa, no estaba
viendo algo que no ocurría, había cierta escena de coqueteo social que estaba en
acción. Si había qué era lo anormal en él, no era la interpretación en sí, sino que él
estaba prestando una atención extraordinaria, a la manifestación de los deseos icc

217
de ella. “Él observaba lo Icc de su mujer con mayor agudeza, y luego la tasaba en
más de lo que a otro se le ocurriría hacerlo”.

Ubica lo anormal o lo patógeno en una cuestión económica, en esta observación


desmedida, eso lo va a llevar a decir que su concepción de la proyección hasta el
momento era insuficiente, porque no basta con decir que proyectan hacia afuera, en
los otros, lo que no quiere percibir de sí mismos, porque no proyectan “en el aire”,
hay que sumarle esta característica del conocimiento muy preciso que pueden llegar
a tener sobre los deseos icc del otro.

Es una interpretación que se utiliza con fines defensivos, porque toda esa atención
extraordinaria que el sujeto pone en la lectura de los deseos icc del otro, es una
atención que le está quitando a su propio icc: se dejan guiar por su conocimiento de
lo icc y desplazan sobre lo icc del otro la atención que sustraen del propio.

A esto Freud lo va a llamar “sobreinvestidura de las interpretaciones de lo icc del


otro”. Es una forma de redefinir la cuestión de la proyección, o al menos agregar esto:
hay en el paranoico un conocimiento, muy preciso del icc del otro, y eso el paranoico
lo interpreta, y lo interpreta rectamente.

Neurosis y Psicosis (1923)

Hay un interés freudiano de aplicar lo elaborado en la segunda tópica a las


distinciones que ya venía trabajando. Se propone hacer una diferencia genética entre
neurosis y psicosis, tiene una pregunta sobre todo por el origen de la psicosis.

Con la segunda tópica va a definir a las neurosis (de transferencia) como el


resultado de un conflicto entre el yo y el ello. El yo reprime una moción pulsional,
no le da trámite motor. Salud aparente. Lo reprimido retorna como compromiso en el
síntoma y la lucha contra la moción pulsional se continúa en la lucha contra el síntoma
(como en la N.O).

Lo que la segunda tópica viene a aportar entonces es nombrar este conflicto como
un conflicto entre el yo y ello, y donde la posición del yo es quedar en un lugar de
obediencia con respecto a la realidad y al superyó.

Por su parte, el origen de la psicosis estaría en un conflicto entre el yo y el mundo


exterior. Ya no entre el yo y ello. En este artículo justificará por qué lo piensa así.
Para eso va a revisar los tres tipos clínicos de psicosis que ha trabajado a lo largo de
su obra y vamos a ver cómo lee este conflicto en cada uno de ellos:

Confusión alucinatoria: ruptura con el mundo exterior debida a la frustración


insoportable de un deseo por la realidad. El mundo exterior no es percibido o su
percepción carece de eficacia, se crea un nuevo mundo en el sentido de las mociones
218
de deseo del ello. (Sra P: no se anoticia que el muchacho no llegó porque se crea
un nuevo mundo en el cual el muchacho ha llegado, un mundo nuevo que es el del
delirio alucinatorio que ella escucha que vino a verla y que la ama. Es una reacción
del yo que consciente de poder llegar a perder algo de la realidad llamada “mundo
exterior” para Freud, la sustituye por un nuevo mundo en el que ese deseo aparece
realizado. Ese nuevo mundo del delirio alucinatorio se construye en el sentido de las
mociones del ello).

Esquizofrenia: apatía afectiva, aparece en Int. Del Narcisismo como pérdida de


interés o participación en el mundo exterior.

Paranoia (formaciones delirantes): el delirio se presenta como un parche colocado


en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo
con el mundo exterior.

Etiología común en neurosis y psicosis: en ambos casos hay en el origen una


frustración, el no cumplimiento de un deseo infantil.

¿De qué depende el efecto patógeno? De lo que haga el yo en esa tensión


conflictiva. Pondrá el peso en lo que llama “la reacción del yo” que hoy pensamos
como “posición”, cómo se ubica el yo en ese conflicto instalado.

Neurosis: el yo permanece fiel a su vasallaje al mundo exterior, se defiende del ello.


No da lugar a la exigencia pulsional.

Psicosis: el yo es avasallado por ello y se deja arrancar de la realidad.

¿Y el superyó? Esta pregunta va a ser la ocasión para que proponga cierto cambio
en la nosología que venía trabajando: va a proponer reservar el término “neurosis
narcisista” para la melancolía, separar a la melancolía del resto de las psicosis
(esquizofrenia y paranoia) porque ésta sería el resultado de un conflicto entre el yo y
el superyó.

Neurosis narcisistas (melancolía): conflicto entre el yo y el superyó. Esto dejaría


entrever que la cuestión de la realidad no estaría tan afectada en este cuadro, o
habría que ver de qué manera lo está.

Nosología 1924

Seguimos teniendo las neurosis de transferencia (Histeria de conversión, histeria de


angustia, neurosis obsesiva → conflicto yo-ello). Pero dentro de aquellas posiciones
que tienen la incapacidad de establecer transferencia va a separar la psicosis
(paranoia, parafrenia → conflicto yo-realidad) y las neurosis narcisistas (melancolía
y manía → conflicto yo-superyó).
219
En la actualidad hay teorías (principalmente las lacanianas) que siguen entendiendo
a la melancolía como una psicosis, y hay otras que no (norteamericanas), que la ven
como una neurosis narcisista.

Pérdida de la realidad en neurosis y en psicosis (1924)

Algunos problemas nuevos para Freud:

● ¿Cuáles son las circunstancias y los medios con los que el yo logra salir airoso,
sin enfermar, de esos conflictos que indudablemente se presentan siempre?
● ¿Cuál será el mecanismo, análogo a una represión, por cuyo intermedio el yo
se desase del mundo exterior?

Situación inicial:

Neurosis de transferencia: el yo, en vasallaje a la realidad, sofoca (=reprime, se


defiende) un fragmento del ello. Lo hace al servicio de la realidad → hiperpotencia
del influjo objetivo. Yo obediente con la realidad.

Psicosis: el yo, al servicio del ello, se retira (cancela) de un fragmento de la realidad


→ hiperpotencia del ello.

¿La pérdida de la realidad sólo se daría en la psicosis? No. Porque además de esa
situación inicial hay que tener en cuenta un segundo paso, un intento de reparación
de esa reacción inicial, que en la neurosis implica también una pérdida de la realidad,
cierta huida del mundo real y un refugio en la fantasía.

Neurosis de transferencia

Paso 1: el yo al servicio de la realidad, reprime una exigencia pulsional → obediencia


inicial. Este primer paso se logra en el marco de la salud. (Lo que antes llamaba
defensa lograda o salud aparente.

Paso 2: resarcimiento del ello (formación de síntoma), al fracasar la represión. La


compensación se produce a expensas del vínculo con la realidad, y por el afán de
poder del ello que no se deja constreñir por la realidad, entonces hay una pérdida de
realidad que atañe al fragmento de esta a causa de cuyos reclamos se reprimió. La
neurosis evita, huye de un fragmento de la realidad. El acento recae en el segundo
paso: el fracaso de la represión.

Sustituto de la realidad en la fantasía (que se apuntala en un fragmento de la


realidad), queda limitada que la satisfacción se cumpla en la realidad objetiva. Aun
así, esa fantasía sigue apuntalada en un fragmento de la realidad, no se desprende
completamente de ella.
220
Por lo tanto, si bien también en la neurosis hay pérdida de la realidad, no es el mismo
tipo que el que se produce en la psicosis. Porque el primer paso, en la psicosis, es
desprenderse de la realidad, y en la neurosis el paso inicial persiste al servicio de la
realidad, y además porque la pérdida de la realidad se acompaña de cierto sustituto
de la realidad en la fantasia icc, pero que no deja de estar apuntalada en un fragmento
de la realidad. Por lo tanto, no puede ser entendida como una cancelación.

La neurosis no desmiente la realidad, no cancela los vínculos con el mundo


exterior, se limita a no querer saber nada de ella (a defenderse).

Psicosis

Paso 1: el yo se arranca de la realidad al servicio del ello (pérdida de realidad), hay


una huida inicial de la realidad. El acento recae sobre este paso que es en sí mismo
patológico y lleva a la enfermedad.

Paso 2: restablecimiento del vínculo con la realidad que compensa la pérdida de la


realidad (reparación), sin limitar al ello. Aparece la creación de una realidad nueva,
llamada fase de reconstrucción (alucinaciones que procuran nuevas percepciones
para la realidad remodelada).

La neoformación de la realidad pretende reemplazar a la realidad exterior. Esto es


importante tenerlo en cuenta porque se podría hacer esa lectura de que el delirio es
en cierta medida un intento de restablecimiento, de curación, y de ahí, entonces,
extraer la idea de que la cura en la psicosis se trataría de avanzar por la vía delirante.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que esa via delirante implica la creación de una
realidad nueva que sigue sin apoyarse en la realidad exterior, compartida, social. Y
ahí tendríamos un problema para pensar la cura acerca de si esa realidad nueva
puede convivir o no con la realidad exterior, compartida. En algunos casos podría ser
que sí, en otros no y esa creación nueva condena al sujeto a la segregación a
quedarse aislado, considerado loco, etc.

La psicosis desmiente la realidad, y procura sustituirla por una nueva, más


acorde al deseo.

Vamos ahora a la pregunta acerca de cómo el yo se las arreglaría para resolver esos
conflictos sin enfermar.

Ya vimos que para Freud la diferencia entre neurosis y psicosis está en la reacción
inicial.

En ambas hay pérdida de realidad y en ambas hay un intento de reparación.


“Llamamos “normal o sana” a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas
reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero, como la psicosis,
221
se empeña en modificarla. Esta conducta adecuada a fines, normal, lleva
naturalmente a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior, y no se
conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas; ya no es autoplástica,
sino aloplástica” (p.195).

Está diciendo que hay en la posición neurótica cierta limitación para producir
modificaciones efectivas en el mundo exterior. Y que en el caso de la psicosis esas
transformaciones pueden darse pero el asunto es que se transforma
autoplásticamente, en el sentido de que crea una nueva realidad. El asunto para
Freud es que se pueda producir una modificación en la realidad existente, no creando
una nueva. Porque para Freud la definición de salud está ligada a la capacidad de
disfrutar de la vida pero también del trabajo entendido como un aporte que el sujeto
puede hacer a su comunidad. Por lo tanto, no sería saludable que el mundo se
transforme por la creación de una realidad nueva (psicosis) pero tampoco sería
saludable que no se produzca ninguna modificación en el mundo exterior por esa
suerte de inhibición o posición defensiva que tiene el neurótico con los impulsos
pulsionales.

Por último, otra cita que nos da la pauta de cómo el problema del desasimiento de la
realidad persiste aún al final de este artículo y queda abierto: “un cometido de la
psiquiatría especial, no abordado aún, es elucidar los diversos mecanismos
destinados a llevar a cabo en la psicosis el extrañamiento de la realidad y la
reedificación de una nueva, así como el grado de éxito que pueden alcanzar” (p.196)

Teórico N°26

Clínica y teoría de la psicosis en Lacan

Vamos a hacer un recorrido por el trabajo que desarrolla en su seminario III de la


psicosis del 55 al 56 para posteriormente dedicarnos al escrito “de una cuestión
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” de 1958, contemporáneo al
Seminario V.

Recordemos algunos hitos en la obra de Lacan. Su tesis de doctorado de psiquiatría


se llama “relaciones de la psicosis paranoica con la personalidad” Y trabaja el caso
Aimée 1932. El seminario 3 originariamente se llamaba estructura freudiana de la
psicosis

Hay otros aportes de Lacan en la psicosis por ejemplo en un artículo del 1966 cuando
se presentan las memorias de Schreber y sobre todo, se considera un gran aporte el
seminario 23 sobre el “””santom”””(no entiendo que dice) donde Lacan propone cierta
lectura de un escritor genial, Joyce y en este propone una nueva perspectiva
topológica para que sea aplicado al abordaje de la psicosis.

222
Seminario 3:

visualicemos los puntos de partida para nuestra hoja de ruta: en este seminario Lacan
va a decir que la cuestión de la psicosis es una cuestión y que no es de entrada
asunto de tratamiento. Sostiene que hay algo preliminar a pensar el tratamiento de la
psicosis. Efectivamente el punto de mira es el tratamiento, pero que es necesario
poder repensar la estructura, la dinámica, la economía de la psicosis, al menos en el
punto en el cual estaba la clínica de la psicosis en el momento en que Lacan escribió,
a mediado de los años 50.

El otro punto que va a resaltar es el privilegio que tiene la paranoia en la teoría


freudiana. Aunque resalta que el campo de las psicosis es un campo al menos
bipartito: están las paranoias y las esquizofrenias, lo que Lacan va a resaltar, es la
importancia o el privilegio de la paranoia en los desarrollos de Freud. Esto es algo
que él va a retomar por su propia senda en el seminario 3.

Otra tesis fuerte que tiene más bien que ver con la causa es la que aparece anunciada
como: “no se vuelve loco quién quiere”. Esto es algo que él había escrito en la pared
del hospital donde hacía la guardia pero que tenía que ver con el debate acerca de
la causalidad de la psicosis en esa época, donde convivían las teorías más
organicistas, con aquellas que pensaban que se trataban de reacciones posibles de
la personalidad. La pregunta de la causa por la psicosis le interesa un montón a
Lacan, sobre todo porque él no va a sostener la idea de la hipótesis etiológicas
orgánica sino que se va a apoyar en citas como: “hay una locura necesaria y sería
una locura de otro estilo no tener la locura de todos”. Podemos extraer de esta cita
cómo, para Lacan, el asunto de la locura no es una cuestión de déficit orgánico sino
que en todo caso hay que poder pensar la locura que habita en cada quien y que
sería no tener la locura de todos. Admite algo delirante propio del ser humano. La
pregunta de la causa también es una pregunta en la cual se va a poner en cuestión
la tesis freudiana que había sido sostenida también por los posfreudianos que
intentaban explicar a la paranoia a partir de la defensa ante un avance del libido
homosexual. Lacan va a poner en cuestión esta causa y va a proponer una alternativa
que, no está planteada en estos términos. conserva la idea de la defensa pero relée
de otra forma que sea una defensa ante un avance de la libido homosexual. Va a
conservar esa pregunta freudiana que había quedado sin respuesta, quella acerca
de cuál es el mecanismo de formación de síntomas. recordemos brevemente que
Freud había avanzado por el lado de la proyección pero ubicando que eso no era
algo específico de la paranoia y le resultaba insuficiente, pero también había
formulado “lo cancelado o rechazado dentro retorna afuera”. Lacan toma esta idea
de rechazo, como la diferencia entre sofocado y rechazado también para proponer
una lectura novedosa de la causalidad de la psicosis.

223
Pasamos a los aportes que Lacan recupera de la psiquiatría clásica. En este
seminario reconoce a algunos autores contribuciones en este campo. (repasamos lo
de los teóricos de fenómenos elementales)

Séglas distinguió las alucinaciones psicosensoriales de otro tipo de alucinaciones:


psíquicas o pseudoalucinaciones verbales, distinguidas por la sensorialidad en juego.
en las psicosensoriales se plegaba a la hipótesis habitual de la psiquiatría clásica:
alucinación como percepción sin objeto, con cierto carácter de exterioridad y cierta
sensorialidad involucrada que permitía clasificar esas alucinaciones en elementales
comunes o verbales. Distingue de todo este conjunto otro grupo, las psíquicas/
pseudoalucinacions verbales, que tienen una objetividad psíquica en el plano del
pensamiento pero no tienen una objetividad exterior, y la sensorialidad no aparece
definida de acuerdo a los sentidos. Atrae la atención dentro de estas sobre un
fenómeno muy particular, el de las alucinaciones verbales motrices de articulación,
donde los pacientes articulaban aquello que decían escuchar. Lacan ve esto como
una pequeña revolución seglasiana, porque al reconocerlo y nombrarlo así de esa
forma, dice que no se trata meramente de un déficit orgánico, sino que hay una
participación desconocida del sujeto en el fenómeno mismo. el sujeto articula aquello
que dice escuchar, y podemos asistir a esa actividad de articulación. Si bien Séglas
no se rescata de estas consecuencias, Lacan dice que hay una pequeña revolución
en empezar a pensar que hay o puede haber una participación del sujeto en esa
alucinación que dice sufrir o padecer pasivamente.

También vuelve a reconocer como indispensable la enseñanza de su único maestro


en psiquiatría, de Clerambault. La distinción del automatismo mental, aporte a las
alucinaciones psíquicas. Para el clerambault ese automatismo mental es basal en la
psicosis. tiene carácter anideico, es decir que se impone al acontecer psíquico no es
algo deducido o razonado; atemático, neutros, sin estar teñidos afectivamente en un
inicio, y por último no involucraba ninguna sensorialidad definida.

A lacan le interesa todo esto porque hay una hipótesis propia de la clínica de la
psiquiatría clásica: estos fenómenos propios de las psicosis, tendrían que ver con la
posición del sujeto en la estructura del lenguaje. Si algo tienen en común el
automatismo mental, las alucinaciones tan ricas y detalladas de los psiquiatras
clásicos es que están en una materialidad de lenguaje, como si el lenguaje de
repente comenzara a funcionar solo, se emancipara y, el sujeto no pudiera tener
control sobre lo que piensa, dice o escucha. Este es un punto central, son
fenómenos que tienen materialidad del lenguaje sobre la que lacan va a
construir una teoría propia de la posición del sujeto psicótico en el lenguaje
que va a diferenciarla de la neurótica.

La interpretación paranoica

224
Es para Lacan un fenómeno elemental, en los primeros capítulos del seminario 3
resaltaba como para Freud había considerado privilegiada la situación de la paranoia.
Lacan va a criticar la definición que da Kraepelin sobre la paranoia, el va a ir
desmenuzando y va a ir ubicando lo que él le critica. Para kraepelin se trataba del
desarrollo insidioso de un sistema delirante duradero imposible de quebrantar, de
causas endógenas. Para Lacan el desarrollo no es insidioso, hay brotes, rupturas,
crisis, momentos fecundos. Tampoco la causa es endógena, sino que se debe pensar
más allá de los términos constitucionales, si bien puede haber alguna predisposición,
él le da mucha importancia a las crisis constitucionales vitales, las situaciones, los
factores que pueden desencadenar algo de la paranoia y que marcan cierto carácter
disruptivo o momentos fecundos (que es la denominación que lacan propone y eso
aparece en su tesis doctoral). El sistema delirante no es tan inquebrantable, porque
puede incorporar elementos externos a lo que se presentaba inicialmente, entonces
puede ir variando. También remarca la importancia de distinguir los delirios
interpretativos de los reivindicativos (tomando a Serieux y capgras) y de alguna forma
crítica la reducción que se opera en la nosografía de Kraepelin con respecto a la
paranoia que queda reducida sólo a los delirios interpretativos. Conviene ubicar
dentro de la psicosis paranoica la distinción entre los delirios interpretativos y los
reivindicativos Y por otra parte distinguir también la psicosis paranoicas de las
psicosis pasionales tal y como lo había propuesto de clerambault.

Para Lacan la interpretación es el fenómeno elemental fundamental de la


paranoia. En el caso Aimée hay varias interpretaciones de ese tipo por parte de ella,
son interpretaciones delirantes que va haciendo de su entorno, y que forman parte
fundamental de la lectura que Lacan va a dar del caso.

Para aproximarnos a cómo Lacan va a entender este fenómeno de la interpretación


delirante leeremos un párrafo “Para penetrar en el mecanismo de la psicosis.
Analizaremos en principio cierto número de fenómenos llamados primitivos o
elementales. Bajo este nombre, en efecto, se transmite frecuentemente en
psicopatología se designan los síntomas en los que se expresarían primitivamente
los factores determinantes de la psicosis y a partir de los cuales el delirio se
construiría según reacciones afectivas secundarias y deducciones racionales(..)” esto
es algo que lacan va a críticar: la idea de que habría una suerte de reacción
secundaria a la aparición de algo primitivo o elemental (pero en el seminario 3). En
este momento de la tesis atrae su atención la cuestión de los fenómenos elementales.
Esta noción (de fenómeno elemental) se funda en el dato clínico de un elemento
nuevo, heterogéneo introducido por la X mórbida en la personalidad. Es sobre
este dato que nos guiaremos para discernir el valor primitivo de los fenómenos que
vamos a estudiar” Lacan 1932. Hay algo que aparece como un elemento novedoso
y heterogéneo que lo llama una X mórbida, en cierta disonancia con la
personalidad previa. Cuando dice que es un dato clínico es porque efectivamente
el fenómeno se presenta de esa manera. Tenemos el ejemplo del auto rojo que da
225
en el seminario III: para alguien el auto rojo de repente cobra una significación nueva,
ya no es “no importa cuál auto rojo” sino que, ese auto rojo está ahí por algo, le quiere
decir algo a él; Nada es casualidad que ese auto rojo haya pasado en ese momento.
Esto lo ubica como la aparición de ruptura de la x mórbida que no se deduce de
lo anterior y que están al plano de una significación que inicialmente puede ser
enigmática, es decir, que ese auto rojo cobra un valor un peso una densidad que
antes no tenía.

En Jaspers vimos esa aparición de algo que irrumpe qué es incomprensible y escapa
la cadena de sentido que metodológicamente los abordaba de esa manera lo que era
comprensible y lo que no. La aparición de esta x mórbida para él se daba en el plano
de la conciencia de significación de la vivencia es decir que para él estas
emergencias no se deducen tampoco de un razonamiento, es algo que no es
deducido, no se presenta como un encadenamiento de sentido. y tiene Carácter de
emergencia de irrupción de una nueva significación que puede tener Aparecer ya sea
en el plano de lo perceptivo Como por ejemplo el auto rojo o también de las
representaciones delirantes Qué es muy similar a lo de las ilusiones de la memoria,
de repente el sujeto se da cuenta que algo que ha visto tiene esa misma significación
enigmática retrospectivamente. Puede ser algún elemento del pasado o alguna
memoria. O pueden aparecer bajo la forma de cogniciones delirantes, en Ese caso
hablamos de eventos que han tenido cierta repercusión en determinada sociedad,
conocidos por todos (algún evento deportivo, la visita de alguien importante, la
asunción de algún presidente) que forma parte del acervo cultural de una comunidad
pero que para esa persona puede cobrar esta significación enigmática y personal de
la cual les hablaba.

Ya sea que se trate de percepciones, representaciones o cogniciones delirantes


según Jaspers estas son tres formas en las cuales puede darse la vivencia
delirante primaria: de una significación que se impone de modo incorregible,
con certeza subjetiva y que no es influible por la experiencia. Es decir, que se
haga el intento que se haga por tratar que la persona cambie de opinión sobre ese
punto que ha vivido como enigmático no se lograra hacerlo, no sobre el punto de la
certeza de haber vivenciado esa significación nueva, esa x mórbida enigmática. Ese
es punto incorregible de certeza subjetiva que no es influible por la experiencia, y que
para Jaspers en su pensamiento metodológico se trata de algo incomprensible.

Podría ser que a estas vivencias delirantes primarias se le añadan juicios


patológicamente falseados, y en este plano, Jaspers habla de ideas delirantes. Pero
lo que estaría a la base de una elaboración delirante, serían estas vivencias
delirantes primarias donde algo de la significación se ha transformado de un modo
incorregible. Y para el autor esta elaboración delirante sí podría ser
metodológicamente comprensible, el desencadenamiento delirante que se produce

226
a partir de estas vivencias en donde la significación aparece trastornada, como algo
enigmático.

Pasamos ahora a las críticas que hace Lacan en el Seminario 3. Le critica la cuestión
de la comprensión, y da una indicación clínica: no comprender. Querer “comprender
a los pacientes: es un espejismo inconsistente, es inasible, es una referencia ideal
en torno a una comprensibilidad supuesta”(psicogénesis) Lacan. Aquí se pregunta
cuál es la referencia para la comprensión? desde donde es que comprendemos? la
referencia a esa comprensibilidad es ideal, ya que habría reacciones supuestamente
más comprensibles que otras. Es una crítica bastante profunda, lo que ataca es la
idea de que habría una relación de sentido entre un suceso psíquico y otro. Un
ejemplo es “alguien puede estar triste porque no tiene lo que su alma desea” pero
desde aquí quizás no se pueda escuchar por qué ante la muerte de algún ser querido
ciertas personas no reaccionan con tristeza sino resolviendo algunas situaciones. Es
decir las reacciones no tienen por qué ser necesariamente acordes a ese ideal, si
tomaremos la referencia ideal no podríamos escuchar otras reacciones. Según Lacan
comprender ya significa cierta referencia ideal de fondo y que la experiencia no puede
estar desprovista de eso. Recomendará partir de la premisa de no comprender
“comiencen por creer que no comprenden” “En la formación que damos a los alumnos
observamos que en este punto (el de la comprensión) siempre conviene detenerlos.
en el momento en que han comprendido, en que se han precipitado a tapar el caso
con una comprensión, siempre es el momento en que han dejado pasar la
interpretación que convenía hacer o no hacer. En general, esto lo expresa con toda
ingenuidad la fórmula “el sujeto quiso decir tal cosa” Lacan p 37. También “el sujeto
debería haber reaccionado o actuado de esta otra manera” son formas mediantes las
cuales aparecen en el decir esta cuestión de la comprensión, donde el problema es
que hay alguna referencia ideal, desde la cual se comprende, que impide la escucha
de lo que escape esa referencia ideal que es justamente lo que nos va a interesar.

Fíjense que ya hablamos de las alucinaciones, del automatismo mental y de la


interpretación en la paranoia, la parte que sigue recuperaremos las características
que lacan atribuye a los fenómenos elementales y vamos a avanzar en la explicación
de una diferencia estructural entre neurosis y psicosis, propuesta de Lacan que difiere
del planteo freudiano que le resultaba insuficiente.

Es importante destacar que el fenómeno elemental es un término que ya existía en


la psiquiatría y lo toma de Gatean de Clerambault. También toma del mismo autor
ciertas características del automatismo mental para adjudicarlas a los fenómenos
elementales:

- lo anideico, no responde a una sucesión de ideas, que entre en un


encadenamiento de sentido, sino que es un fenómeno parasitario que irrumpe
y aparece incluso sin estar motivado subjetivamente;

227
- es un fenómeno cerrado a toda composición dialéctica, es importante
distinguirlo de las inversiones dialécticas por ejemplo del caso Dora, donde ese
síntoma abría a otras escenas icc. No es este caso, porque aquí decimos que
permanece irreductible, no es analizable. Es inaccesible, inerte, está
estancado en relación a toda dialéctica. No está compuesto. Queda
repitiéndose esa significación enigmática o, es algo del automatismo mental.
Más bien Lacan va a leer en esa suerte de densidad que adquiere el lenguaje
que lo vuelve inerte, cierta erotización del significante del lenguaje. Como si
hubiera una carga libidinal extra en el significante mismo en el caso de la
psicosis. Esto va a ser importante porque empieza a delinear lo que va a ser su
hipótesis acerca de una posición subjetiva diferencial de la psicosis en la
estructura del lenguaje. (que lo va a intentar plasmar en “de una cuestión
preliminar”)
- Presenta un sentimiento de realidad: característica fundamental del FE.
- Certeza radical e inquebrantable de concernimiento personal.
- El delirio y el FE guardan una relación de estructura análoga. Lacan no es
partidario de que primero estaría el FE y luego se anexaría el delirio, como en
un principio sostuvo de Clerambault. Lo que tienen en común es la fuerza
estructurante que opera en ambos (más adelante profundizaremos esta idea).

Para Lacan no es que per sé las alucinaciones, las interpretaciones o el automatismo


mental sean FFEE, habrá que ver si esos fenómenos (alucinatorios, de automatismo
mental o de interpretación) tienen las características recién mencionadas.

También va a tomar en el seminario 3 el caso del neologismo. Plantea dos formas


posibles de eso: la intuición (forma plena) aparece el colmo de la significación, que
hemos trabajado como interpretación delirante. Y la otra forma es la fórmula, donde
puede aparecer un estribillo o frase interrumpida, vacía que se repite
estereotipadamente. Otra cosa que resalta del neologismo es que se produce en
esas palabras una plomada en la red del discurso como si algunas palabras
tuvieran una carga libidinal diferencial, como si se detuviera allí una
significación. Un ejemplo de esto es la palabra almicidio en Schreber. Sin embargo
no implica una creación de una nueva palabra sino también puede ser un uso
neológico de alguna palabra en el código, pero debe presentar esta característica
de la inercia, de plomada en la significación que marcará la presencia del
delirio.

Profundizaremos ahora sobre la analogía entre fenómenos elementales y el delirio


con una cita de Lacan en su seminario III: “los FFEE no son más elementales que lo
que subyace al conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales como lo
es, en relación a una planta, la hoja en la que se imbrican e insertan las nervaduras:
hay algo común a toda planta que se reproduce en ciertas formas que componen su
228
totalidad. Asimismo, encontramos estructuras análogas a nivel de la composición, de
la motivación de la tematización del delirio, y a nivel del FE. Dicho de otro modo,
siempre la misma fuerza estructurante está en obra en el delirio, ya lo
consideramos en una de sus partes o en su totalidad (...). El delirio no es deducido,
reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. La
noción de elemento no debe ser entendida de modo distinto que la de estructura.”

El FE no debe ser leído de modo aislado nunca, no es un signo de, sino que hay que
leerlo en una concepción estructural. Respecto de la misma forma estructurante
Lacan está hablando de una forma de estructuración peculiar de la psicosis.
Podemos pensar diferencias en torno a la función del FE y el delirio, pero nos debe
quedar claro que están estructurados por la misma fuerza. La pregunta de Lacan es
una pregunta por la estructura y no por el elemento, del tipo índice o signo.

Lacan retoma la distinción que había logrado establecer Freud entre neurosis y
psicosis en 1924 en el artículo sobre la pérdida de la realidad, donde decía que en
ambas hay un trastorno en las relaciones del sujeto con la realidad. Del lado de la
neurosis está el sacrificio de algún sector de su realidad psíquica: en esa pulsión que
entra en conflicto con la realidad y de la cual el neurótico se defiende reprimiéndola
que es lo que luego se resarce en un segundo momento. En palabras de lacan, se
hace oír simbólicamente en el síntoma. Del lado de la psicosis se produce una ruptura
con la realidad exterior. Para Lacan esto es insuficiente.

En parte, porque hay una pregunta acerca de ¿qué es la realidad? ¿Cómo se


constituye? entendiendo que no podemos homologar la realidad meramente a la
realidad exterior. Esta pregunta va a encontrar una respuesta en el artículo sobre la
cuestión preliminar, pero lo que ya adelanta en el seminario III, es que Freud en el
análisis del caso Schreber deja a la neurosis y a la psicosis en el mismo plano. En
ese plano en que las deja es el punto en el cual Freud descifra e interpreta el delirio
de Schreber como si se tratara de un jeroglífico, lo interpreta simbólicamente, como
si el delirio estuviera en lugar de otra cosa. Aquí es donde lacan se diferencia de
Freud, porque no va a sostener la interpretación simbólica del delirio y va a introducir
su lectura de los tres registros: imaginario, simbólico y real para entender al fenómeno
elemental. Y va a avanzar en la propuesta de una diferencia estructural entre la
neurosis y la psicosis dejando del lado de la neurosis cierta mediación simbólica.
En el caso de la psicosis esta mediación simbólica estaría perturbada y
sustituida por una proliferación imaginaria. Al estilo del delirio de Schreber
cuando los perseguidores se iban duplicando.

¿Cuál sería esa mediación simbólica? La va a pensar como una ley que va a quedar
anudada a la operatoria del Edipo y que llama Nombre Del Padre. (En seminario
III lo nombra así pero lo profundizará más adelante). Cuando se refiere a esta
mediación simbólica va a estar pensando en cierto significante primordial del
registro de lo simbólico que tiene un destino peculiar en la psicosis.
229
Para articular este problema de la distinción estructural va a empezar a construir una
hipótesis apoyándose en esa idea de la verwerfung que señaló Freud en el artículo
de 1894 intentando explicar la psicosis alucinatoria. Freud recurrió a este término
para referirse a una defensa que resultó más exitosa y más radical. Lacan retoma
esto y propone leer a este rechazo esa verwerfung como “el sujeto rehúsa el acceso
a su mundo simbólico de algo que sin embargo experimento”. El rechazo es leído
como una suerte de exclusión que el sujeto que experimenta y ha rechazado. La idea
es que algo primordial del ser del sujeto no entra en la simbolización y es
rechazado.

Habría en eso primordial dos operaciones posibles: Bejahung primordial= admisión


en lo simbólico (terreno de la neurosis) y su contracara la verwerfung= exclusión de
algo de lo simbólico (terreno de la psicosis). es decir hay algo del significante
primordial que queda excluido en lo simbólico.

Ahora bien, ¿cuál es el destino de lo que cae bajo la acción de la verwerfung?


sabemos que el destino de lo reprimido es retornar… entonces en la psicosis lo que
ha sido rechazado en lo simbólico retorna o reaparece en lo real, retorna del exterior.
Acá hay una diferencia central porque en la neurosis lo que ha sido reprimido retorna
en lo simbólico. Para Lacan esta va a ser una forma de entender el fenómeno
privilegiado de la alucinación: reaparición en lo real de lo rehusado por el sujeto.
Es otra forma de retorno.

Nos queda ahora la pregunta ¿qué es lo excluido? Les decía no es que todo el
registro de lo simbólico lo rechazado en la psicosis. Esa verwerfung recae sobre
un significante primordial en nuestra cultura y es el de “ser padre” (así lo llama
en el seminario III, posteriormente lo llama el SIGNIFICANTE DEL NOMBRE DEL
PADRE). Para aproximarnos a este SNP que estaría excluido en la psicosis Lacan
va a hablar de la carretera principal o nosotres le llamaremos la autopista. Este es
un significante indiscutible de la experiencia humana, el trazado de vías de
comunicación entre poblaciones que faciliten el acceso, son las vías que todos toman
para llegar a un lugar tiene una efecto inmediatamente accesible. Pero tienen otras
opciones que no son tan accesibles ni rápidas. Esta carretera principal polariza,
aferra, agrupa un haz de significaciones, crea un campo de significaciones pero ¿qué
sucede cuando no hay carretera principal? hay que optar por caminos
secundarios, esta sería la posición del psicótico. La idea de lacan es que el
psicótico no es alguien que va por la carretera principal. En nuestra cultura la cuestión
de la paternidad es un significante de peso. En Schreber es un significante que ha
quedado en suspenso, la procreación, que es lo que aparece en el delirio en la
medida en que él se vuelve un creador de una nueva raza de criaturas Schreberianas.

El desarrollo en el seminario III va a llegar hasta este punto de poder deslindar que
esa verwerfung o exclusión en el registro de lo simbólico que opera en la
psicosis es la exclusión, no de todo lo simbólico sino de un significante
230
primordial de ese registro que es el significante de “ser padre”. Y que es una
suerte de carretera principal en nuestra cultura en este estado de nuestra civilización.
Habría posiciones subjetivas que se estructuran de otra manera, y que no va por la
carretera principal, sino que van abriendo caminos distintos a aquellos que abrieron
las generaciones precedentes. Lacan no considera estas posiciones subjetivas
como deficitarias sino como diferentes estructuralmente en la medida en que esa
estructura se organiza por la verwerfung de este significante primordial “ser padre”.

Teórico N°27

Lacan: “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (1958)

Articulo dividido en 5 apartados.

Apartado I: Hacia Freud. Crítica a la alucinación como percepción sin objeto.

Va a comenzar con una cita: “medio siglo de freudianismo aplicado a la psicosis deja
su problema por pensarse de nuevo, en el statu quo ante”. Dice que los posfreudianos
piensan a la psicosis de una manera prefreudiana, como si no hubieron podido
incorporar aportes fundamentales de freud, que es lo que lacan va a recuperar en la
propuesta de este artículo.

Es un apartado critico acerca de alguna posición de la psiquiatría respecto de la


alucinación, también va a criticar el abordaje de la psicosis y como en este se
pensaban las cuestiones del padre.

Va a decir que en esa concepción se pide razones al sujeto (percepciens) de lo que


percibe (perceptum) en ausencia de un sensorium, razones de por qué percibe algo
que no está incitando sus sentidos. Esta concepción está fundada en la psiquiatría
de las facultades que supone un sujeto que unifica lo que percibe, que el sujeto es
univoco y que lo que se percibe o el perceptum es obejtivo. Y la idea de lacan en la
medida en que piensa al sujeto desde la función del significante, más que un sujeto
unificado es un sujeto dividido, está atravesado por el hecho de ser hablante por lo
tanto no tiene la idea de una subjetividad unida sino más bien de un sujeto dividido y
que además hay diferencias en la constitución de esos sujetos, hay posiciones
subjetivas diferentes. Y por otra parte tampoco sostiene que lo que se percibe, el
perceptum, tenga una objetividad, va a sostener que hay cierta equivocidad en lo que
se percibe en la medida en que lo percibido está organizado por la función del
significante.

Esta es una tesis que ya venía trabajando desde que hace su entrada en el PA,
conocida como la idea de que el icc está estructurado como un lenguaje y que esa
estructura responde a una cadena significante. Los significantes no son signos, no
tienen un valor en sí mismos sino que adquieren un valor por su oposición con otro
significante, es decir en una relación de presencia ausencia con el resto de los
231
significantes de la cadena. Lacan está pensando la estructura del lenguaje en
términos de cadena significante y la propuesta para la psicosis va a pensarla desde
aquí, desde esta relación entre el sujeto y el significante, dado que para él la psicosis
es una posible posición subjetiva que se diferencia de la neurosis. En este sentido,
le va a dar a la alucinación verbal el valor de constituirse en una suerte de cadena
rota (un significante que queda suelto, desprendido de la cadena significante).

Vamos a pasar ahora algo muy importante por cómo impacta en la escucha de la
psicosis, es una posición ética que lacan subraya en varias partes del artículo, que
es la de considerar que en algunas concepciones de la psiquiatría se toma al loco
como un objeto de estudio, no como sujeto. Él no está de acuerdo con esos abordajes
que objetivan al loco y no le conceden su condición de sujeto. Incluso dará
indicaciones clínicas muy precisas, una de ellas es lo que llama una “sumisión
completa a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”: se trataría de
escuchar al pie de la letra la posición propiamente subjetiva del loco, queda afuera
de la discusión que para lacan en la psicosis hay sujeto y se trata de escucharlo en
su singularidad.

“Forzar la posición y reducirla al proceso mórbido provoca la reticencia del sujeto”


está diciendo que esa reticencia que en general es vista como algo propio de la
enfermedad, muchas veces ha sido provocada por quien escucha al sujeto psicótico.

“El psiquiatra o el psicoanalista no debe creerse en posesión de una idea adecuada


de la realidad ante la cual su paciente se mostraría desigual”. Esto también es un
punto clave, la psiquiatría supone que el loco escucha algo que no está ahí, que los
demás no escuchan, y que por eso sería loco, y detrás de eso está la idea de que la
concepción del psiquiatra es la adecuada porque no escucha voces por ej. Y lacan
intenta conducirnos por otra perspectiva, que podamos escuchar cuál es la realidad
que ese sujeto vive, que quizá no sea una realidad compartida pero requiere para su
escucha poner entre paréntesis que haya una idea “adecuada de la realidad” que
tendría el psiquiatra.

Apartado II: después de Freud. Critica a los posfreudianos.

Pasa revista a todos los puntos en los cuales posfreudianos han quedado en una
escucha de las psicosis que es prefreudiana. Han dejado el asunto en esto que lacan
llama el statu quo a, por ej. era habitual recurrir a la cuestión de la proyección para
pensar el mecanismo operante en la psicosis, aun cuando ya vimos que freud señala
que la hipóteisis de la proyección era insuficiente como especificidad de la psicosis.

Otro punto es la critica a que neurosis y psicosis se distingan por la responsabilidad


del yo para con la realidad, es una distinción que se basa en la idea de que en la
psicosis habría pérdida de la realidad y en la neurosis no. Nuevamente lacan señala
que 1924 para freud el problema de la psicosis no es la pérdida de la realidad y no
232
es esto tampoco lo que la distingue de la neurosis, ya que para freud en ambas se
produce una pérdida de realidad. Por lo tanto no es eso lo que especifique a la
psicosis sino ese juego entre el primer paso y el segundo paso en el que se produce
la pérdida de la realidad y lo que se sustituye a ella.

Otra crítica (a freud y a los posfreudianos) es a pensar la defensa contra el avance


de libido homosexual como aquello que causaría o determinaría la psicosis. Lacan
dice que eso es un clishé y que en todo caso la homosexualidad que puede aparecer
en la psicosis no es lo determinante, va a decir que es un síntoma articulado en el
proceso de la psicosis pero no es lo que la causa. Va a proponer otra hipótesis acerca
de la causalidad en la psicosis que es la de la forclusión del nombre del padre.

Apartado III: con Freud

Lacan va a replantear la importancia de la articulación simbólica, del significante, para


poder pensar el icc al que llama el Otro y lo define en este momento en tanto está
estructurado como un lenguaje pero también como el discurso del Otro. En este
artículo va a decir que la condición del sujeto depende de lo que tiene lugar en el
Otro, este Otro que acaba de definir como el icc, como ese discurso del Otro que se
constituye como una articulación simbolica, significante. Aquí ya va a avanzando en
su propuesta de definir la posición neurótica o psicótica en relación a la posición del
sujeto con el significante, la posición del sujeto en la estructura del lenguaje.

No hay que despojar esa noción de los otros reales en los cuales estas funciones se
encarnan, no son otros sin cuerpos, sin deseos, sin erótica. Son funciones animadas
por quienes por ejemplo reciben al recién nacido en el mundo. “La condición del
sujeto (N. o P) depende de lo que tiene lugar en el Otro”.

“Ese juego de significantes no es inerte, puesto que está animado en cada partida
particular por toda la historia de la ascendencia de los otros reales que la
denominación de los Otros significantes implica en la contemporaneidad del sujeto”.
Lacan tiene la idea de que para que se produzca esa instancia de posición subjetiva
que llama psicosis, tenemos que poder ubicar cómo el deseo se ha compuesto en
tres generaciones anteriores a ese niño psicótico (habría que remontarse hasta la
gracion de abuelos). Hay algo que no se elige, lo que se viene gestando en las
generaciones. Mas adelante esto lo va a llevar a decir que no hay elección en la N. o
P, porque no hay elección en lo que ha pasado en las generaciones anteriores (igual,
no hay determinación, hay margen a cierta elección subjetiva).

233
Vamos a tratar de desentrañar que quiere decir que la condición del sujeto (N o P)
depende de lo que tiene lugar en el Otro. Ese Otro es el Otro del icc, y que lacan ha
distinguido de ese otro con minúscula de la relación imaginaria. Este es un esquema
que ya trabajamos: la dimensión de lo que constituye al yo en el eje imaginario,
alienado en ese desconocimiento propio de la relación especular, como el yo es una
función de desconocimiento que desconoce que el sujeto está constituido por el
significante, está dividido porque habla, porque es hablante, y esos significantes más
bien tiene una estructura de cadena significante, de ahí a que en este eje, el de lo
simbólico, el del Otro, ubique al sujeto del icc. Ahora nos está agregando que la
condición N o P depende de lo que tenga lugar en el otro, y en este apartado introduce
una modificación del esquema Z que se conoce popularmente como esquema R.

Es el esquema de cómo la realidad se constituye para el sujeto neurótico (no sirve


para pensar una realidad habitable para el psicótico) porque lo que lacan va a decir
es que la realidad es una construcción que involucra el registro de lo simbólico, que
es el triángulo en el cual se apoya la estructura (triangulo inferior derecho). La S que
se ve ahí adentro, es la S de lo simbólico, el cuadrángulo del centro es el cuadrángulo
de la realidad y el triángulo de la parte superior apoyado en el triángulo de lo
simbólico, es el triángulo de lo imaginario. Por lo tanto la idea de lacan es que la
realidad es una construcción simbólico-imaginaria, en eso se distingue de lo Real
como registro de la experiencia humana y en esa construcción de la realidad, el
hecho de que el Padre (significante primordial) haya sido admitido en el icc, en ese
Otro, producirá un tipo de organización que es la neurótica, un tipo de realidad
enmarcada por estos términos y que si el padre como significante primordial, o el N.
234
del P. ha sido admitido en el icc, funciona en lo simbólico, eso va a tener para lacan
un efecto en lo imaginario, y ese es que ese sujeto dividido contará con la
significación fálica. Es el símbolo que aparece escrito arriba a la izquierda, es la letra
griega phi (φ) escrita con minúscula, y eso inscribe para Lacan la significación fálica.
Entonces en la constitución de la realidad neurótica tenemos que tener en cuenta
que hay un significante primordial que es el N. del P. que ha sido admitido y que
organiza este gran Otro de lo simbólico. Es decir que el significante del N del P no es
un significante como los demás, es un significante privilegiado que actúa como una
suerte de plomada de las significaciones, y si ha sido incorporado en lo simbólico,
tendrá un efecto de significación fálica para ese sujeto. Por lo tanto la idea es que
a eso que habitualmente conocemos como realidad compartida, lo que la vuelve
compartida es esta operatoria, que organiza unas coordenadas de la realidad que
tiene como referencia al padre y al falo.

Tenemos en el eje imaginario la M que es el significante de la Madre, la a´ que es la


constitución especular, la m que es el yo, la i que es la imagen en la cual el yo se
constituye alienándose y por lo tanto desconociendo(se), desconociendo esa
alienación fundamental, y tenemos por otra parte ahí abajo la I (i mayúscula) del Ideal.

Así piensa lacan la constitución de la realidad, que para él no es algo que está dado,
que esté ahí, es una construcción que posteriormente va a diferencia de lo Real. La
construcción fantasmática soporta cierto mundo con estas coordenadas para el
sujeto neurótico.

Aquí las letras que lacan ubica en el esquema:

I: Ideal del yo

M: significante del objeto primordial (Madre)

P: Posición en A, en el gran Otro del NDP.

m: yo

i: imagen especular

R: realidad

S: simbólico

I: Imaginario

Posteriormente va a incluir un apartado para explicar la función que tendría el objeto


A en la construcción de la realidad.

235
Ahora daremos un paso más, veremos lo que lacan va a llamar “Metáfora paterna”
que veíamos en el esquema anterior como la incorporación de ese ste primordial del
padre en el icc, en el Otro. Eso es efecto de lo que considera una metáfora, una
metáfora es una sustitución significante, si el N del P es admitido en el icc, va a
sustituir al ste del deseo de la madre y eso como operatoria metafórica produce un
plus con respecto al significado que va a tener el sujeto para el deseo de la madre.
Si el N del P simboliza ese deseo de la madre, tendremos como resultado un icc, un
discurso del Otro, en el cual el N del P funciona y eso tendrá como efecto que en el
deseo de la madre (si ese N. del P. ha sido incorporado) el sujeto vendrá al lugar de
falo, es decir, contará como falo que le falta a la madre.

Esta es la idea que lacan tiene de la metáfora paterna, la significación fálica entonces
se produce como un efecto de esta metáfora, de esta sustitución en los significantes,
pero podría efectivamente no producirse. Si se produce es lo que distingue a la
neurosis, serían las coordenadas que rigen su estructura.

Apartado IV: Por el lado de Schreber

Lacan va a releer el caso Schreber y va a proponer que en la psicosis se produce, lo


que va a llamar una circunstancia de la posición subjetiva, y que va a nombrar con el
término freudiano de la Verwerfung, rechazo radical. Es un término que lacan toma
en alemán pero que encontraremos en los escritos traducidos como “Forclusión del
ste del N del P”. la idea de la forclusión es que ese significante si no fue admitido
originariamente en el icc de ese sujeto no podrá ser admitido después. Por lo tanto
el hecho de que no haya ste del N del P, produce ya una estructuración que es distinta
a la de la neurosis. Para Lacan no sería posible que esa situación se revirtiera, no
podrá ser incorporada luego. No lo piensa como déficit sino que pensará en una
función del icc distinta de lo reprimido, va a pensar que la Verwerfung es en todo caso
una posición del sujeto que difiere de la posición neurótica caracterizada por la
represión. También va a decir que es una circunstancia de la posición subjetiva en
que al llamado del N. del P. responde la carencia del significante, un agujero (que
el significante no está inscrito, no ha sido admitido en lo simbólico de ese sujeto), el
cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente
en la significación fálica. En este momento de la obra, lo simbólico como registro
tiene cierta prevalencia por sobre lo imaginario. La idea de lacan en este momento
es que la forclusión en lo simbólico producirá un agujero en la significación
fálica. Clínicamente, ese desorden provocado en la juntura más íntima del

236
sentimiento de la vida en el sujeto, esa suerte de pérdida del sentimiento de la vida
de la cual hablaba la psiquiatría clásica, se podría explicar de esta manera.

Schreber se define a sí mismo como un “cadáver leproso que conduce a otro cadáver
leproso”, esa idea de experimentarse cadáver pone en evidencia que hay algo del
sentirse vivo que está profundamente afectado en la psicosis. Y para lacan esa
afectación en el sentimiento de la vida refiere a cierta disolución de lo imaginario, o a
cierta regresión tópica del sujeto al Estadio del Espejo, que se produce por la
carencia de este sgte del N del P.

A lacan le interesa cómo se restaura alguna realidad habitable para el sujeto


psicótico, aun no siendo una realidad habitada por el ste del N. del P. y la significacion
fálica. En el caso Schreber hay cierta restauración de una realidad posible para
él tanto desde el lado de lo simbólico como desde la estructura imaginaria, y va a
volcar los elementos de esa solución en otro esquema que crea especialmente para
ubicar la solución de Schreber. Se conoce como el esquema I:

Ya no es una realidad que quede completamente enmarcada, encuadrada, como


habíamos visto en el esquema R. Sino que, en este caso, la restauración lleva la
marca de estos dos agujeros: un agujero de lo simbólico, en el registro de lo simbólico
(a la derecha) que es lo que nombra P₀ (P sub-cero/padre sub cero), es una manera
de describir que el Padre ha sido forcluido y que esa forclusión produce un agujero
en lo simbólico, en torno del cual podrá reconstruirse algún mundo (habla de las
palabras donde se mantiene lo creado, las criaturas de la palabra, las alucinaciones,
dejado de la mano de su creador, vertiente alucinatoria y delirante). Y por otra parte,
del lado de lo imaginario vamos a encontrar otro agujero, que para Lacan en este
momento es efecto del agujero provocado en lo simbólico por la F del N del P, y esta
vez lo va a escribir con la letra Φ₀ (Phi mayúscula sub cero). Esto es un agujero en
torno al cual se puede producir también cierta restauración de lo imaginario, y esa
restauración se juega para lacan entre cierto goce transexualisata de la imagen
(práctica de vestirse en mujer y observarse en el espejo, dibujar su trasero femenino),
y por otra parte subraya también la cuestión del futuro de la criatura, lo que se conoce

237
como la vertiente asintótica del delirio, dado que Schreber sostenía que en el futuro
siendo la mujer de Dios daría a luz una nueva raza de criaturas schreberianas. Esto
forma para lacan parte de la solución. Veamos que donde aparece Φ₀ está también
la I (i mayúscula) del Ideal, a la cual Lacan le supone cierto efecto de organización
alternativo al cual le podría producir la inscripción del N del P, y que en la solución de
Schreber encontramos el testimonio, la escritura de su libro (lacan pone “se dirige a
nosotros”). Y otro punto que es clave, justamente por su estabilidad, es el amor por
su mujer.

Entonces veamos cómo esto que para Lacan es el esquema I y que dice “son las
condiciones bajo las cuales la realidad se ha restaurado para el sujeto, y se ha vuelto
habitable, aun cuando la distorsiona (desfasaje)”. En todo caso habrá que ver cuáles
son los elementos, para cada caso (no es generalizable) que forman parte de esa
solución, que no se trata de un solo aspecto sino de una configuración.

Apartado V: Post-Scriptum. Escritura del desencadenamiento y coyuntura dramática

Lacan expone su idea acerca del desencadenamiento y las posibles coyunturas


dramáticas. Va a concluir que esa condición esencial que separa a la N de la P es
una condición estructural. Lo característico de la psicosis es que se produce esa F.
del N del P. por lo tanto, la metáfora paterna fracasa y no opera. Antes de pensar en
un tratamiento posible de la psicosis hay que tener en cuenta como una cuestión
preliminar esta condición estructural.

Son términos estructurales que se van a poner en juego en el desencadenamiento


de la psicosis. La idea de lacan es que la P es una posición subjetiva, que puede
tener un momento crítico como se puede ver en el caso Schreber (momento de
desencadenamiento en el cual se pone de manifiesto que esa cadena no está
organizada por el N del P sino que algunos significantes pueden quedar sueltos y
aparecer en lo real, retornar en lo real bajo la forma de una cadena rota, bajo la forma
de un significante aislado). “Es necesario que el N del p, verworfen, forcluído, es
decir, sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición
simbólica al sujeto”. La falta del N del P abre un agujero en el significado, inicia una
cascada de los retoques del significante, de donde procede el desastre creciente de
lo imaginario.

Estructura del desencadenamiento: se va a preguntar cómo puede ser llamado si el


N. del P. ha sido rechazado, y va a decir que es llamado por Un-padre (así con
mayúscula y guión) una situación en posición tercera en alguna relación que
estuviera sostenida en el eje a-a´. Para esto se va a avalar en la coyuntura dramática,
las situaciones (en el sentido novelesco del término) en las cuales ese Un-padre, esa
exigencia de simbolización, se ha manifestado para ese sujeto y se ha revelado en
esa situación que el significante del N del P ha sido rechazado. Esas coyunturas
dramáticas pueden ser muy variadas y no son siempre localizables, pero podrían
238
reducirse a esa estructura del desencadenamiento en la cual hay cierto llamado al N
del P por Un-padre que aparece en posición tercera, para un sujeto que estaba
sostenido en alguna relación a-a´.

En el caso Schreber ese Un-padre es, para lacan, la asunción de un cargo que
implicaba convertirse en “padre de otros colegas mayores que él”, un cargo que lo
llamaba a cierta función paterna. La coyuntura dramática implica una exigencia que
no puede resolver con los significantes que dispone, o con el tipo de solución
imaginaria en la cual se sostiene. De ahí que aparecerá el desencadenamiento.

La metáfora delirante cumplirá una función de estabilización de la relación


significante-significado.

Para finalizar hay que tener en claro que lo que Lacan piensa como especifico de la
psicosis es la Forclusion de un significante que considera primordial que es el N del
P, pero que eso no implica que lo simbólico no funcione en la psicosis, sino que fue
rechazado ese ste primordial que haría de una suerte de carretera principal para las
significaciones.

De ahí que en este artículo el N del P es una suerte de ley del significante, por eso
la llama también Otro del Otro. Es decir, que el N del P es el ste que en el Otro -como
lugar del ste- es el ste del Otro, en cuanto lugar de la ley. Es decir que es el
significante que hace ley en el Otro del significante. Otra forma de decirlo es que el
deseo del Otro es lo que hace la ley (y habrá que ver si ese deseo está simbolizado
por el N del P o no).

Entonces, no es tanto una idea de Lacan si el N del P está o no está, lo piensa en


términos estructurales, en la relación que la madre tiene con el padre, en relación al
lugar que la madre reserva al N del P en la promoción de la ley y eso es algo que se
gesta en la relación de la madre con su propio padre. Ahí entra la tercera generación,
la relación que la madre tiene con su padre va a influir en la relación que tiene con
su pareja y que esa transmisión o promoción de la ley impactará en el hijo de esa
pareja. Entonces el lugar que la madre reserva al nombre del padre en la promoción
de la ley, y que lacan aclara, “el caso que hace de su palabra” o sea que es algo que
está presente o no lo está, en el decir materno.

Para cerrar, rescatamos la importancia de no quedar en una lectura deficitaria de la


Verwerfug, para él tiene algo de electivo, de hecho en el seminario XIX la va a definir
como “un juicio que en la elección rechaza, que condena” y eso que se rechaza es lo
que llama la impostura paterna. Después habrá distitnas versiones de la impostura
paterna, en el caso Schreber lo que es destacable es la impostura de su padre que
se creía hacedor de la ley, la postura de un padre legista, pero no es la única posible.

Esta es entonces la postura de Lacan, que implica un cuestionamiento a la postura


freudiana. Recordemos la hipótesis de Freud con respecto al desencadenamiento en
239
la cual sostenía que era la transferencia con Fleschig lo que había precipitado al
sujeto en la psicosis, el famoso avance de la libido homosexual. En cambio, para
Lacan lo que produce el desencadenamiento de la psicosis es este Un-padre
(en Schreber: la asunción de un cargo) que aparece como una exigencia de
simbolización en oposición simbólica a un sujeto que estaba sostenido en una
relación a-a´ (en schreber pensable en relación al amor por su mujer y x la
importancia que tenía su madre) y que no le permite responder a ese llamado.
Esa es la tesis fuerte de este escrito.

Para Lacan la relación con Fleschig no tiene un papel en el desencadenamiento sino


que viene a suplir algo del vacío abierto por la forclusión. O sea que lo que ha
producido el desencadenamiento es que el N del P fue llamado en posición tercera y
se abre el agujero, se comprueba que el sujeto no cuenta con ese N del P para
responder.
Teórico Nº 28

Clínica de las perversiones: de la Psiquiatría a Freud

Prof. Nora Carbone

Introducción

¡Buenos días a todos! Hoy vamos a comenzar a trabajar la unidad de nuestro


programa destinada al estudio de las perversiones. Les propongo abrir el tema con
una pregunta: ¿a qué nos referimos cuando decimos “perversión”? Como ocurre con
todo significante, se desliza debajo de él una multiplicidad de significados que hay
que precisar. Tal como veremos, no es lo mismo pensar la perversión desde la
referencia semántica de la psiquiatría que hacerlo desde el psicoanálisis. Y aun
dentro de este último, el término tiene diferentes acepciones si lo pensamos con
Freud o si lo hacemos con Lacan. Podemos ir incluso más allá, y decir que dentro de
la obra misma de Freud y de Lacan, dicho término tampoco tiene un significado
unívoco. De allí que sea necesario revisar el significado que adquiere en cada
contexto particular. Nuestro punto de partida será el abordaje del concepto de
perversión en el marco de la psiquiatría y psicología de fines del siglo XIX ya que,
como veremos, es allí donde surgió el primer impulso para el estudio de la sexualidad
humana y sus “perturbaciones” desde un punto de vista científico. Es en ese contexto
empirista, descriptivo y normativo donde encontraremos una primera definición de las
perversiones como patologías de la sexualidad. Conocer aquellas descripciones y los
criterios que las organizan es un paso necesario para ver cuál fue la novedad de
Freud en ese campo. Novedad que reconoce un hito fundamental en sus “Tres
ensayos”, cuando plantea la perversión como una característica universal de la
sexualidad humana, y se continúa años más tarde con sus estudios metapsicológicos
sobre el fetichismo y el masoquismo. He allí, entonces, nuestro recorrido. Las
240
perversiones en la Psiquiatría clásica: la “Psychopathia sexualis” de Richard von
Krafft-Ebing Vamos a empezar situando algunos aspectos de la obra de un autor
pionero de los estudios científicos sobre las perversiones a fines del siglo XIX, que
constituye un antecedente insoslayable de las elaboraciones freudianas sobre el
tema. Me refiero a Richard von KrafftEbing, psiquiatra alemán inscripto en el
paradigma de las enfermedades mentales, quien desde 1886 escribió y re-escribió
varias veces un texto llamado Psychopathia sexualis, en el que se aborda, como les
anunciaba anteriormente, el problema de las desviaciones de la vida sexual. Es
importante señalar que, antes de que este tema pasara por el tamiz de la ciencia
médica, predominaba el uso vulgar y moralista de términos como depravación,
degeneración, pederastía para nombrar ciertas conductas sexuales consideradas
pecados o delitos. Como señala el psicoanalista y docente Roberto Mazzuca,
KrafftEbing “estabilizó el concepto de perversión para referirse a distintas formas de
desviaciones sexuales (…) con el método descriptivo empirista de la psiquiatría”
(Mazzuca, 2003: 11). Ahora bien, no debe perderse de vista que para poder hablar
de una “desviación” sexual, había que compararla con un modelo ideal de sexualidad
considerada como “normal”, razón por la cual el concepto de perversión de este
psiquiatra “conserva un núcleo irreductible de juicio moral” (Mazzuca, 2003: 11). Esto
suponía pensar a la sexualidad humana según el paradigma de la sexualidad animal,
es decir, aquella que conduce a la reproducción, tiene como objeto un individuo del
sexo puesto, y consiste en una actividad genital, -el acto del coito-. Es con ese
modelo, entonces, que Kraff-Ebing clasifica, por primera vez en la historia de la
psiquiatría, una serie de conductas sexuales concebidas como “patológicas”: el
sadismo, el masoquismo, el fetichismo, el voyeurismo, el exhibicionismo, la inversión
sexual. Vamos a detenernos en dos de ellas, el fetichismo y el masoquismo, que son
aquellas sobre las que Freud y Lacan hicieron luego particular hincapié. Tomemos
primero el masoquismo. Krafft-Ebing lo define como “una perversión de la vida sexual
psíquica que consiste en el hecho de que el individuo está en sus sentimientos y en
sus pensamientos sexuales obsesionado por la idea de ser absolutamente sometido
y sin condiciones a una persona del otro sexo, y ser tratado por ella de una manera
altanera, al punto de sufrir humillaciones, y torturas” (Mazzuca, 2003: 65). Como
subraya Mazzuca, hay que destacar en esta definición el acento que pone el autor
en las fantasías más que en el dolor físico, en donde pasa a primer plano la posición
subjetiva de sumisión al otro y a su goce de dominio: antes que las heridas o el dolor,
interesa aquí la satisfacción que el sujeto masoquista obtiene haciéndose humillar
por otra persona. Krafft-Ebing agrega dos señalamientos más: esas ideas están
acompañadas de una sensación de voluptuosidad, es decir que tienen una función
predominantemente masturbatoria y, si llegan a trasponerse en actos, se lo hace
dentro de límites muy definidos. Fíjense en lo que refiere un sujeto observado por el
autor, que alcanzaba un placer masturbatorio con la siguiente fantasía: “me
imaginaba que estaba en prisión librado al poder absoluto de una mujer, y que esa
mujer utilizaba su poder para infligirme penas y torturas de todas clases. Con esta

241
finalidad, los golpes, y las flagelaciones jugaban un gran papel en mi imaginación,
así como otras situaciones que marcaban mi condición de servidumbre y de
sumisión” (Mazzuca, 2003: 66).Cuando estudiemos los distintos aspectos de la
elaboración freudiana con respecto a las perversiones, van a ver que esta
caracterización que hace Krafft-Ebing correspondería, clínicamente, más a lo que
Freud delimitó como las fantasías perversas neuróticas que a la perversión como una
categoría distintiva. Con respecto al fetichismo, muchas de las ideas de Krafft-Ebing
son retomadas de otro autor que veremos a continuación, llamado Alfred Binet. A
partir de ellas describe, en primer lugar, lo que llama fetichismo fisiológico, expresión
que utiliza para dar cuenta de los “procesos psicológicos que unen a un hombre con
una mujer, que los vuelven deseables”. Se interroga aquí por las razones que
determinan la elección del objeto amoroso. En ese contexto, el fetichismo fisiológico
se relaciona con ciertas cualidades físicas o morales por medio de las cuales la
persona amada ejerce su atracción. Para el autor, ese fetichismo fisiológico, cuyos
determinantes obedecen a la historia individual -razón por la cual son fortuitos-,
explica las simpatías individuales entre un hombre y una mujer, y forma parte de la
normalidad. En el fetichismo patológico, en cambio, el fetiche se vuelve exclusivo y
se independiza de la otra persona. Entonces, por ejemplo, un individuo puede
volverse adorador de los zapatos o de los pañuelos, y sólo obtener satisfacción
sexual con esos objetos. Retengan esos criterios que utiliza Krafft-Ebing, porque van
a ver cómo Freud los hace suyos al comienzo de los “Tres ensayos de teoría sexual”
(1905), para distinguir la normalidad de la patología perversa. En cuanto a las causas,
el psiquiatra alemán destaca la participación de factores accidentales, relativos a
impresiones sexuales infantiles que quedaron fijadas como condiciones eróticas,
aspecto que también Freud va a retomar. Alfred Binet y “El fetichismo en el amor”
(1887) Voy ahora a situar algunos elementos del trabajo de otro autor de la época:
se trata de Alfred Binet y su texto “El fetichismo en el amor”, publicado en 1887. Al
igual que la obra de Krafft-Ebing, ésta es considerada un antecedente fundamental
de las diversas elaboraciones psicopatológicas del siglo XX -incluida la freudiana-
sobre el problema de las llamadas desviaciones sexuales. Para comenzar, algunas
palabras sobre la trayectoria de este psicólogo francés, a quien ustedes quizá
conozcan de otras materias: su reconocida labor en el campo de la psicometría hizo
que fuera considerado como uno de los pilares de la psicología diferencial, cuyo
objeto -el estudio de las diferencias psicológicas entre los individuoscontribuyó a
delimitar. Es precisamente en este ámbito -el psicológico- donde se inscribe el trabajo
sobre el fetichismo que quiero comentarles. En efecto, Binet se separa de sus
contemporáneos alienistas ya que no concibe el fetichismo simplemente como una
enfermedad degenerativa cuyos síntomas, estigmas y estadios de evolución habría
que delimitar. Si bien no invalida la importancia otorgada en su época a la constitución
patológica en el condicionamiento de la perversión, para explicar la elección del
fetiche recurre a una causalidad psíquica cuya articulación resulta, como veremos,
un tanto problemática. A diferencia de los psiquiatras, su punto de vista es el de un

242
psicólogo. Así, dirige su atención hacia la historia individual de los fetichistas y no
hacia el desarrollo temporal de su perversión, insiste en el rol de los accidentes en el
origen de las preferencias sexuales, en la dimensión del placer más que en la del
sufrimiento y en la subjetividad de los fetichistas más que en sus comportamientos.
Pero lo que, según él, otorga a este tema "un interés excepcional" es la luz que arroja
el estudio del fetichismo sobre ciertas modalidades de la elección de objeto sexual
que tienen lugar dentro de la sexualidad normal. De este modo, sostiene que, "en el
amor todo el mundo es más o menos fetichista" y que "existe una dosis constante de
fetichismo en el amor más regular" (Binet, 1887: 30). El fetichismo sólo se distingue
del amor normal por el grado, concepción que conduce a Binet a distinguir un
pequeño y un gran fetichismo, así como existe una pequeña y una gran histeria. El
empleo de los términos "grado", "dosis", "grande" y "pequeño" revela la perspectiva
continuista y sintética del autor, que agrupa en un mismo conjunto conductas
heterogéneas. Pasemos ahora a la descripción de las manifestaciones propias del
llamado gran fetichismo, que como dijimos, es el patológico. Según el autor, puede
considerarse que presenta un fetichismo perverso aquel sujeto que, “para excitarse
sexualmente debe mirar, oler, escuchar o imaginar, en forma absoluta y exclusiva,
su fetiche” (Binet, 1887: 22). Éste, que constituye el centro de atracción de su deseo,
puede ser una parte o una emanación del cuerpo, una cualidad psíquica o un objeto
inerte. Binet destaca la tendencia a la abstracción como un rasgo propio del gran
fetichista, quien considera a su fetiche como "un todo independiente” de las personas
reales. En este sentido, el sujeto fetichista tiene una inclinación a separar, a aislar
completamente el objeto de su culto de todo lo que lo rodea, y cuando ese objeto es
una parte de una persona viviente, intenta hacer de esa parte una totalidad
emancipada. Es necesario señalar que, en la evolución de esta perversión sexual, la
abstracción conduce a la generalización. El enfermo no se limita a amar una persona
en particular, sino que ama un género. De este modo, el fetichista de los ojos, por
ejemplo, ama los ojos en general, no los de tal o cual persona. Finalmente, Binet
indica, como efecto accesorio de la proclividad a la abstracción, el gusto por la
exageración de las particularidades del fetiche: en general, los fetichistas prefieren
que el objeto de su adoración tenga un volumen considerable, por ejemplo, los ojos
grandes o los labios gruesos y carnosos. Resulta significativo que, a la hora de
comparar el gran fetichismo con el pequeño, supuestamente separados sólo por una
cuestión de grado, el autor establezca una relación de oposición, en la que parecen
reconocerse características cualitativamente distintas. Allí donde el primero tiende a
la abstracción, tomando la parte por el todo, el segundo se dirige a la totalidad de la
persona; allí donde la perversión sexual tiene un carácter generalizador, el amor
normal conduce siempre a la individualización. Esta oscilación de Binet entre una
concepción teórica gradualista y una descripción clínica que parece más bien apuntar
a rasgos discontinuos, redunda en una dificultad para responder al interrogante que
él mismo se plantea: "¿dónde comienza la patología?", ¿cómo es que el [pequeño]
fetichismo se vuelve una enfermedad del amor? (Binet, 1887: 48) Tales cuestiones

243
nos orientan hacia el problema de la génesis del fetichismo, de la que nos
ocuparemos a continuación. Para abordar la cuestión de los resortes que determinan
la elección del fetiche, Binet se pregunta inicialmente por las condiciones que
presiden la elección de un objeto de amor a partir de un rasgo específico. Se trata,
como vimos, del "pequeño fetichismo", aquel que permite decir que "en el amor, cada
uno tiene sus gustos particulares". ¿Qué es lo que determina tales preferencias?,
¿Cuáles son los requisitos para que determinado rasgo de una persona adquiera un
valor sobresaliente y despierte el amor? Binet responde estas preguntas recurriendo
a la teoría asociacionista, que sostiene que los lazos de ideas influyen infinitamente
en la determinación de la conducta, lazos de ideas que tienen la peculiaridad de
haberse producido en épocas tempranas de la vida. Binet utiliza dichos conceptos
para dar una explicación de la génesis de las elecciones amorosas a partir de la
importancia otorgada a una experiencia pasada que determina, en virtud de una
causalidad estrictamente psicológica, una asociación de ideas por contigüidad o
semejanza. Situación que a la vez pone de manifiesto cómo, en la elección de objeto
sexual, la imaginación es superior a la realidad. Ahora bien, ¿cómo diferenciar este
pequeño fetichismo, en el que la persona es amada por la posesión de un rasgo, de
aquél en el que se trata de un objeto que se independiza de la persona y constituye
por sí mismo el objeto sexual?; ¿cuál es su origen, su mecanismo de formación?,
¿qué es lo que permite explicarlo en el campo de la patología? Aquí Binet, en una
suerte de solución de compromiso, busca integrar las ideas hegemónicas de la época
con lo que considera novedoso de su teoría. En esta perspectiva, reconoce a la
herencia como la causa de las causas, imposible de soslayar como terreno
preparatorio necesario, pero incapaz de explicar el valor y la elección específica del
fetiche. De allí que asevere que el contenido de estas perversiones es, hasta cierto
punto, adquirido y fortuito: un accidente que resulta determinante, pero que sólo juega
un papel capital, sostiene, "porque ha impresionado a un degenerado" (Binet, 1887:
50). Nos detendremos en la concepción de cada uno de estos elementos causales y
en el modo en que se encadenan para dar lugar al fetiche. Encontramos, en primer
lugar, un "accidente", formalizado por Binet como la coincidencia, producida en la
infancia, entre una imagen y una excitación genital. Tal coincidencia, "se transforma
en una asociación de ideas y la asociación, establecida sobre el terreno predispuesto
de un degenerado, se vuelve tiránica, obsesiva, determinando toda la historia sexual
subsiguiente del enfermo" (Binet, 1887: 52). Nótese que la asociación de ideas, que
adquiere una fortaleza comparable a la inducción hipnótica por el momento evolutivo
en que se produce, sólo cuenta para decidir cuál será el fetiche elegido -una trenza
de mujer o una tachuela de zapato, por ejemplo-, pero nada nos dice sobre por qué
se lo extrae con exclusividad. La tendencia a la abstracción no puede ser explicada
apelando a una mera causalidad psicológica, situación que lleva a Binet a echar
mano de la disposición degenerada: se trata, en todas las observaciones reunidas,
de "degenerados que presentan fenómenos neuropáticos muy claros y una herencia
mórbida muy cargada" (Binet, 1887: 52). Sin este factor etiológico no hay perversión;

244
el suceso fortuito germina solamente en un terreno fértil; de hecho, un hombre sano
sufre a diario influencias análogas, “sin transformarse por ello en un amante de las
tachuelas de botas" (Binet: 1887: 50). Debe subrayarse que el carácter insatisfactorio
de esta hipótesis a la hora de fundamentar la naturaleza de la perversión no pasó
desapercibido para Freud. En efecto, como vamos a ver más adelante, éste se acercó
inicialmente a las ideas de Binet por su interés en el valor de la historia individual
infantil para la génesis del fetiche y de la elección sexual en general. Sin embargo,
no dejó de formularle algunas críticas un tiempo después: según su parecer, el poder
atribuido a la conexión azarosa seguía siendo “enigmático” y el supuesto de una
predisposición patológica del sujeto -"la desconcertante constitución sexual"- se
convertía en una "roca" que detenía toda investigación. En tal sentido, los “Tres
ensayos” resultarán reveladores: si hay algo innato en las perversiones, “es algo
innato para todos los hombres” (Freud, 1905: 156), y eso no es otra cosa que la
sexualidad infantil. Para concluir, creo necesario remarcar que las oscilaciones y
puntos ciegos que hemos indicado en la obra de Binet, no impiden que reconozcamos
en su figura al responsable de la construcción del concepto de fetichismo amoroso,
luego estabilizado por Krafft-Ebing. Su visión sintética del mismo como un campo
unificado, el papel de los acontecimientos contingentes y el comienzo temprano se
convirtieron en una referencia constante en los trabajos de sus contemporáneos y de
los autores que lo sucedieron en el abordaje de este fenómeno. De la Psiquiatría y la
Psicología al psicoanálisis freudiano: el hito de los “Tres ensayos de teoría sexual”
Como lo indico en el título de este apartado, el primer trabajo de Freud en relación
con el tema que nos ocupa es “Tres ensayos de teoría sexual”, publicado en 1905,
texto donde retoma los estudios y las clasificaciones de los autores que acabamos
de ver. Así, siguiendo en principio la lógica imperante basada en la idea de una
supuesta sexualidad “normal”, en el capítulo I, denominado “Las aberraciones
sexuales”, sitúa dos tipos de “desviaciones”: las desviaciones en relación con el
objeto de donde parte la atracción sexual (homosexualidad, paidofilia, animalismo) y
las desviaciones con respecto al fin o meta sexual, es decir, la acción hacia la cual
se esfuerza la pulsión (transgresiones anatómicas, fetichismo, fijaciones a fines
sexuales preliminares). No puede dejar de notarse, en esta primera reflexión de
Freud, la marca de su época. Hoy en día nadie ubicaría a la homosexualidad como
una perversión, sino que la consideramos simplemente una orientación sexual entre
otras. Por eso insisto en que no debemos perder de vista el contexto en que cada
concepto se desarrolla. No obstante, también vamos a ver cómo Freud intenta
quebrar, un poco más adelante, los prejuicios del tiempo que le tocó vivir. Con
respecto al fetichismo, se observa que lo ubica en el grupo de las desviaciones en
relación a la meta y no al objeto, ya que considera que se trata de un caso de
sobreestimación sexual de un sustituto del objeto, que conlleva al abandono de la
meta sexual. Allí el sustituto del objeto sexual es generalmente una parte del cuerpo
u otro objeto completamente inapropiados para servir al fin sexual (por ejemplo, el
pie, los cabellos, las bombachas). Retomando las nociones de Binet, admite

245
transiciones con la normalidad - “cierto grado de fetichismo pertenece regularmente
al amor normal” (Freud, 1905: 140)-, y ubica como criterios para considerarlo
patológico el hecho de que el fetiche se fije y reemplace la meta sexual, y que se
desprenda de una persona determinada y pase a ser un objeto sexual por sí mismo.
En cuanto a la elección del objeto fetiche, concuerda con Binet en la influencia
persistente de una impresión sexual recibida en la primera infancia, aunque en una
nota agregada en 1920 le hace una crítica: en las observaciones de aquél, dichas
impresiones son tardías respecto de lo descubierto por el psicoanálisis, y deben ser
concebidas como un “recuerdo encubridor” -cuyo resto y decantación es el fetiche-
de una fase anterior sepultada y olvidada del desarrollo sexual. Más allá de algunos
párrafos en donde admite la “vasta contribución psíquica a la transmudación de la
pulsión sexual” y “la obra del trabajo anímico”, lo cierto es que, hasta aquí, Freud
plantea una noción de las perversiones que no parece alejarse mucho de la
establecida por sus colegas. Pero lo que no debe pasar inadvertido es que lo
realmente original de este texto con respecto a nuestro tema hay que situarlo en otro
plano: la concepción de la perversión no como una forma patológica, sino como una
característica general de la sexualidad humana. Como señala Roberto Mazzuca, esa
transformación se obtiene a través de varios pasos y queda señalada por el pasaje
del término “aberraciones” que da nombre al primer capítulo, al de “perversiones”,
que da cuenta de la construcción de su propia noción generalizada. El primer paso
consiste en destacar que la sexualidad normal tiene como elementos los mismos
componentes que la sexualidad perversa: esto lo conduce a postular que la pulsión
sexual no es homogénea, sino que está conformada por un conjunto de pulsiones
fragmentadas, parciales, autoeróticas, ligadas a ciertas zonas del cuerpo, llamadas
también perversas. El fundamento de lo anterior queda subsumido en el concepto de
sexualidad infantil, lo que implica una noción ampliada de la noción de sexualidad,
como perversa polimorfa. Esa sexualidad está tanto a la base de la neurosis, como
de la supuesta “normalidad” y de la perversión. Es en este contexto donde se inscribe
su famosa frase “la neurosis es el negativo de la perversión” (Freud, 1905: 150).
Como vimos cuando estudiábamos el caso Dora, la fantasía perversa -en ese caso
oral- está a la base de los síntomas neuróticos, que la expresan de manera
desfigurada. En suma, puede decirse que “la operación de Freud consistió en dar
vuelta totalmente el problema, tal como había quedado planteado por la psiquiatría”
(Mazzuca, 2003: 43): ésta afirmaba que había una sexualidad “normal” y que las
perversiones eran sus desviaciones; Freud, en cambio, termina diciendo que lo
natural -estructural, diríamos con Lacan- es la perversión, y hay que explicar cómo a
partir de allí se plantean las diferentes formas de asunción del sexo. Para dar cuenta
de los procesos de la sexuación, contará con un dispositivo simbólico, “el del Edipo,
con su sistema de relaciones objetales, identificaciones, ideal del yo, etc.,” (Mazzuca,
2003: 42). Como podrán darse cuenta, la posición sexuada no es, para Freud, natural
ni innata, sino que está sometida a un proceso de simbolización. Para terminar con
la clase de hoy, es menester destacar que, aun habiendo generalizado el concepto

246
de perversión, Freud no abandona como objeto de estudio lo que la psiquiatría
llamaba “perversiones”, como es el caso del masoquismo y el fetichismo. De allí su
preocupación por cernir sus mecanismos y la génesis de su formación. Esto sucede
más adelante en su obra, y es lo que trabajaremos la próxima clase con los textos
“El problema económico del masoquismo” (1924) y “El fetichismo”, de 1927.

Teórico Nº 29

La clínica de las perversiones según Freud (II parte) Prof. Nora Carbone Introducción
Les doy la bienvenida a este nuevo teórico, en el que seguiremos trabajando el
abordaje freudiano de las llamadas perversiones. La clase anterior situamos el pasaje
de la concepción psiquiátrica sobre el tema de lo que entonces se consideraban
“patologías” o “desviaciones” de la sexualidad, a la subversión que introduce Freud
en sus “Tres ensayos” con la tesis de la perversión como característica universal de
la sexualidad humana. Hoy vamos a continuar con la elaboración freudiana de las
perversiones, en particular, con el abordaje del fetichismo y del masoquismo en el
llamado “giro de los años ‘20”. ¿Lo vemos? Sobre “El fetichismo” (1927) Además del
texto iniciático de 1905 que ya hemos comentado y de alguna intervención al respecto
en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y en ciertos escritos, Freud vuelve cabalmente
sobre el tema del fetichismo en 1927, en un artículo con ese nombre, que se destaca,
fundamentalmente, por el desarrollo metapsicológico que introduce. Para ponerlo en
contexto, en necesario señalar que para ese entonces Freud ya había desarrollado
su teoría de las relaciones entre el Edipo y la castración, especialmente, lo que se
refiere a la primacía del falo y a los efectos del descubrimiento de la falta de pene en
la madre. Es entonces en esa lógica, la de la tríada madre-niño-falo/castración, que
debemos pensar el texto que nos ocupa. Tal como veremos, el fetichismo aparece
aquí como un avatar del atravesamiento del Edipo. Esta es la misma perspectiva que
utiliza para conceptualizar el caso Juanito. No en vano, en su relectura de Freud del
Seminario IV, Lacan va a hacer un contrapunto entre ambas posiciones, diciendo que
tanto el objeto fóbico como el objeto fetiche son soluciones al problema de la
castración materna. Como hemos referido, ya en una época temprana de su recorrido
Freud había establecido que las diferentes salidas con respecto a la asunción del
sexo se anudan a la sexualidad infantil y a las vicisitudes del pasaje por el Edipo, con
su sistema de relaciones de objeto, identificaciones, ideales. Eso es lo que nos llevó
a afirmar, la clase anterior, que no hay nada innato en la elección de la posición
sexuada, sino que ésta sometida a un proceso de simbolización. Como saben, Lacan
también insistió mucho en ello. Tal es el trasfondo, entonces, para pensar la
concepción freudiana del fetichismo. Dicho esto, un aspecto clínico-práctico que hay
que destacar es que Freud basa su estudio en el análisis de “cierto número de
varones cuya elección de objeto estaba regida por un fetiche” (Freud, 1927: 147). Y
fíjense qué interesante: aclara que ninguno de ellos consultó a causa de ese fetiche,
247
ya que, si bien lo consideraban “anormal”, no lo sentían “como un síntoma que
provocara padecimiento” (Freud, 1927: 147). Lamentablemente, nada nos dice de lo
que llevó a estos sujetos a la consulta. Pero su comentario permite extraer algunas
enseñanzas teórico-prácticas importantes: a diferencia del neurótico, que tiene un
saber no sabido sobre su sexualidad que retorna irreconocible en los síntomas como
un sufrimiento, el perverso -en este caso el fetichista- sabe sobre un goce que no lo
divide y no hace de eso un asunto para ir a hablar al psicoanalista. Como dice Freud,
estos sujetos “las más de las veces están muy contentos con (el fetiche) y hasta
alaban las facilidades que les brinda en su vida amorosa” (Freud, 1927: 147). Eso no
quiere decir que no consulten, pero si lo hacen, no es lo más frecuente que sea por
su perversión sino por otros temas, como, por ejemplo, el amor. La pregunta que se
hace Freud en este artículo es acerca del valor de ese objeto - unos zapatos, un pie,
unas bombachas- que concentra toda la atención sexual de un individuo: “¿de dónde
proviene ese valor? ¿de qué manera el fetiche llega a constituirse en “condición
absoluta del goce”?” (Napolitano, 1995: 17). Desde el punto de vista metapsicológico,
nos brinda una explicación unívoca para el sentido y el propósito del fetiche -es decir,
válida para todos los casos-, cuya génesis se remonta a la infancia. Lo cito: “el fetiche
es un sustituto del pene, (pero) no de uno cualquiera, sino de un pene determinado,
muy particular, que ha tenido gran significatividad en la primera infancia, pero se
perdió más tarde” (Freud, 1927, 147). Se trata, como se imaginarán, del falo de la
madre, “en cuya existencia el niño creyó y al que no quiere renunciar” (Freud, 1927:
148). Justamente el fetiche está destinado a preservarlo. Esta idea del fetiche como
sustituto de algo que en realidad no existe -como se habrán dado cuenta, el fetiche
reemplaza no a un objeto sino a una falta-, ya había sido planteada por Freud en un
texto anterior, titulado “Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci” (1910), aunque sin
la correspondiente fundamentación. Fue necesario que desarrollara su teoría del
complejo de castración para que pudiera establecerla: “He aquí, pues, el proceso: el
varoncito rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción, a saber, que la
mujer no posee pene. No, eso no puede ser cierto, pues si la mujer está castrada, su
propia posesión corre peligro (…)” (Freud, 1927: 148). Los resortes son, pueden
verlo, los mismos que planteaba para Juanito: es la preservación de esa parte del
cuerpo, narcisísticamente investida, la que mueve a la defensa. Pero a diferencia de
lo que sucede en las zoofobias y en el resto de las neurosis, en el caso del fetichismo
interviene un mecanismo distinto. Freud lo va a llamar desmentida (en alemán,
verleugnung). Enseguida veremos cómo funciona, pero antes, les aclaro que ese
mecanismo no excluye a la represión. Retengan esta aclaración, porque se relaciona
con las dificultades de Freud para plantear a la perversión como una categoría
diferente de la neurosis. Tal como piensa la metapsicología del fetichismo en este
texto, entonces, la represión se haría cargo del destino del afecto en juego, mientras
que la desmentida (verleugnung) “sería la designación alemana para el destino de la
representación” (Freud, 1927: 148). ¿En qué consiste? Es la operación mediante la
cual se registra una percepción (la falta de pene de la madre) y, simultáneamente

248
reniega de ella. Por eso Freud rechaza el término “escotomización” -propuesto por
un colega-, que supone que la percepción se borra de plano, como si cayera en un
punto ciego. Aquí la percepción se conserva, aunque de modo muy particular, pues
a la vez se la abandona. Esa actitud bi-escindida del fetichista frente al problema de
la castración femenina se vuelve muy patente en un ejemplo clínico que nos aporta
el autor. Lo reproduzco: “así, en un hombre cuyo fetiche consistía en unas bragas
íntimas, como las que pueden usarse a modo de malla de baño (…) esa vestimenta
ocultaba por completo los genitales y la diferencia de los genitales. Según lo que
demostró el análisis, significaba tanto que la mujer está castrada cuanto que no está
castrada, y además permitía la hipótesis de la castración del varón, pues todas esas
posibilidades podían esconderse tras las bragas, cuyo primer esbozo en la infancia
había sido la hoja de una higuera de una estatua” (Freud, 1927: 151). Pero insisto,
todo el proceso implica la participación de dos mecanismos: la represión, que actúa
separando la representación penosa del afecto y se hace cargo de este último; y la
desmentida, que mantiene la creencia en el falo de la madre, pero a la vez la resigna.
La intervención de ambos mecanismos deja su saldo: como estigma indeleble de la
represión, permanece la aversión respecto de los genitales femeninos que no falta
en ningún fetichista; como resultado de la desmentida, se erige un objeto que hereda
el interés que originalmente se había tenido por el pene materno. Y aún más, “ese
interés experimenta un extraordinario aumento, porque el horror a la castración se ha
levantado un monumento recordatorio con la creación del sustituto” (Freud, 1927:
149). Así, el fetiche perdura como signo del triunfo sobre la amenaza de castración y
de la protección contra ella. Hasta aquí, la génesis de la conformación del objeto
fetiche, es decir, su estructura. Pero es importante situar también lo que tiene que
ver con su función. Con respecto a esto, Freud subraya que el fetiche tiene, para el
sujeto, dos ventajas: en primer lugar, vuelve a la mujer soportable como objeto
sexual, ahorrándole al fetichista el devenir homosexual. Como podrán apreciar, la
homosexualidad masculina es pensada por Freud, siguiendo la lógica falo/castración,
como una salida al problema de la castración materna. Pero el fetiche tiene otra
ventaja: “es accesible con facilidad, y resulta cómodo obtener la satisfacción ligada
con él” (Freud, 1927: 149). De una manera graciosa Freud dice que lo que a otros
varones les cuesta mucho trabajo conquistar -una mujer-, no supone para el fetichista
un problema ni le demanda ningún esfuerzo. Ahora bien, debemos agregar que las
razones por las cuales, ante el hecho universal de la castración materna, algunos
sujetos se vuelven homosexuales, otros fetichistas y otros “la superan” (Freud, 1927:
149), no resultan fáciles de explicar para Freud, y él lo admite con mucha honestidad.
Pero, como señala Roberto Mazzuca, “es importante indicar que la castración
materna puede aceptarse o rechazarse, y que esas son variantes subjetivas que
dependen de una elección” (Mazzuca, 2003:103). Elección inconsciente, por
supuesto. Interesa aquí que ustedes retengan que el fetichismo, como paradigma de
la perversión, es pensado como una vicisitud del atravesamiento del Edipo. Y es esa
la línea que va a seguir Lacan cuando lo analiza en el Seminario IV. Otro punto a

249
tener en cuenta es cómo piensa Freud los resortes de la elección del fetiche. Con
respecto a esto, señala que, acaso como en otras situaciones traumáticas, opere “la
suspensión de un proceso (…) y se retenga como fetiche la última impresión anterior
a la ominosa: el pie o el zapato, por ejemplo, deben así su preferencia como objetos
fetiche a la circunstancia de que el varoncito fisgoneó los genitales femeninos desde
abajo (…)” (Freud, 1927: 150). La comparación con las amnesias de las neurosis
traumáticas es elocuente: en ambos casos el recuerdo se detiene en el instante que
precede al momento traumático. De allí que Lacan, cuando hace su reformulación
del fetichismo en el Seminario mencionado, le otorgue al fetiche el estatuto de un
“recuerdo-pantalla”, que cumple la función de velar la falta, proyectándola allí como
si fuera una cortina. En el fetichismo, lo que constituye el fetiche, el elemento
simbólico (en tanto sustituto) que fija el fetiche y lo proyecta sobre ese velo, se toma
prestado de la dimensión histórica. Lacan dice que es el momento de la historia en el
cual la imagen se detiene, como si fuera una película, antes del momento en que se
busca en la madre eso que tiene y no tiene. Pero agrega: la historia se detiene y se
fija allí, pero continúa su movimiento más allá del velo. Por eso, para él, el objeto
fetiche es metonímico, ya que la historia, por naturaleza, prosigue en su
encadenamiento significante, aunque ahora velada. Pero volvamos a Freud. Lo
último que quiero rescatar del texto es un señalamiento que él hace sobre la cuestión
del mecanismo, y que resulta interesante en cuanto a la diferenciación estructural.
Ya hemos dicho que el fetichismo no excluye a la represión, y que esto es un
problema a la hora de pensar la perversión como una categoría distintiva, separada
de la neurosis. Pero hacia el final del escrito agrega otro elemento al problema, esta
vez en relación con la psicosis: refiriéndose a su artículo “Pérdida de la realidad…”
admite ahora que no puede pensarse en la desmentida como un mecanismo que
necesariamente conduce a la psicosis, pues, como viene de afirmar, interviene
también en el fetichismo. Entonces, si el fetichismo comparte con la neurosis la
participación de la represión -y de las leyes de funcionamiento del inconsciente-, y
comparte con la psicosis el mecanismo de la desmentida de la realidad -o de una
parte de ella- ¿puede hablarse de una tripartición estructural -neurosis, psicosis,
perversión- en la obra de Freud? La hipótesis del psicoanalista y profesor de la UBA
Roberto Mazzuca es que no, y que esa distinción se produce recién en la enseñanza
de Lacan (Mazzuca, 2003: 26). El masoquismo La elaboración freudiana respecto del
masoquismo puede dividirse en dos partes: por un lado, la que realiza en su texto
metapsicológico “Pulsiones y sus destinos” de 1915; por otra, la que lleva a cabo en
el artículo “El problema económico del masoquismo”, de 1924. La diferencia entre
ambas radica, principalmente, en el cambio en la teoría de las pulsiones que
introduce el giro de los años ’20 que, como veremos, resultará fundamental para
dilucidar este tema. Por razones de tiempo, voy a centrarme en esta última. El texto
que vamos a trabajar es “El problema económico del masoquismo” de 1924, en
donde Freud examina el tema a la luz de sus elaboraciones del más allá del principio
del placer y del segundo dualismo pulsional. En efecto, si el masoquismo plantea un

250
problema económico, como lo indica el título, es porque resulta incomprensible desde
el punto del principio del placer. Como lo expresa Mazzuca, el masoquismo “genera
este interrogante: si el principio del placer debe seguir siendo considerado o no el
guardián de los intereses vitales” (Mazzuca, 2003: 134). En otras palabras, encontrar
placer en el dolor -lo que podría entenderse como contrario a los intereses vitales-
pone en cuestión seriamente la égida del principio del placer como guardián de la
vida. Freud dice que cuando el dolor y el displacer se constituyen en metas, el
principio del placer queda “narcotizado” o “paralizado”. Entonces, agrega, es
necesario investigar las relaciones entre el principio del placer y las dos variedades
de pulsión, la de vida y la de muerte. Paro les aviso que Freud no renuncia a la idea
de que el principio del placer es el guardián de la vida. Entonces, ¿cómo entender el
masoquismo? Luego de esta breve introducción que hace de marco al problema que
nos ocupa, subrayo que, en realidad, es necesario pluralizar el término masoquismo.
Esto es así porque Freud va a describir y explicar tres variedades del mismo: el
masoquismo erógeno, el masoquismo femenino y el masoquismo moral.
Detengámonos en cada uno de ellos. Con respecto al primero, el masoquismo
erógeno, Freud señala que es el fundamento de los otros dos, y que corresponde al
experimentar placer en el dolor, algo propio de la función sexual. Esto es algo que ya
había planteado en los “Tres ensayos”, en donde afirmaba que la excitación sexual
podía surgir a partir del dolor. Pero ahora, para dar cuenta de esto recurre a su
concepto de pulsión de muerte, una de cuyas partes es dirigida hacia el exterior,
mientras que otra queda en el organismo asociada con la libido. Es esta última la que
da nacimiento del masoquismo erógeno que, a diferencia de lo referido en el texto
anterior, ahora es originario y ya no secundario. Es decir que existe una pulsión de
muerte actuante en el interior del organismo viviente. Freud la llama “sadismo
primordial” y dice que es idéntica al masoquismo. Su parte principal es trasladada
hacia afuera y depositada en los objetos, pero en el interior del aparato permanece
un residuo, “el genuino masoquismo erógeno, que por una parte ha devenido un
componente de la libido y por la otra sigue teniendo como objeto el ser propio” (Freud,
1924: 170). De esta manera, ese masoquismo “sería un testigo y un relicto de aquella
fase de formación en que aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y
pulsión de muerte” (Freud, 1924: 17). El segundo tipo de masoquismo, el femenino,
corresponde a un conjunto de fantasías que se observan en el varón, y que
desembocan en el acto onanista o figuran por sí solas la satisfacción sexual. Se trata
de la realización escénica de fantasías que procuran una excitación, que tienen como
contenido manifiesto el ser amordazado, atado, golpeado, sometido, y que sólo
excepcionalmente incluyen heridas graves o mutilaciones (quiere decir que por lo
general están dentro de los límites del principio del placer). La interpretación
psicoanalítica de dichas fantasías es que el sujeto quiere ser tratado como un niño
pequeño, pero sobre todo ponen a la persona en una situación característica de la
femineidad: significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. De allí su
nombre de “femenino”. O sea que son fantasías que se presentan en hombres, pero

251
cuyo significado inconsciente, al que se accede por la interpretación, es femenino.
Esto es importante que lo tengan en cuenta; de lo contrario, se cae en la falsa idea
de identificar a la posición femenina con el masoquismo, lo cual es un error grave.
Otra cosa que destaca Freud, es que esas fantasías van asociadas a un sentimiento
de culpa, referido a haber hecho algo malo -generalmente indeterminado- que
debería castigarse mediante tales procedimientos dolorosos y martirizadores. Aclara
que eso no es otra cosa que una racionalización superficial, detrás de la cual se
esconde un nexo con la masturbación infantil. Y es por la vía de este elemento, la
culpa, que llega a la tercera de las formas del masoquismo. Esa tercera forma, el
masoquismo moral, coincide con lo que hemos trabajado en la primera parte de la
cursada. Se trata de la conciencia de culpa o, mejor dicho, del sentimiento
inconsciente de culpa, y debe leerse, en la lógica de la segunda tópica, como la
necesidad de castigo en la que convergen el sadismo del superyó y el masoquismo
del yo. Es lo que ya hemos conceptualizado como la satisfacción en la renuncia que
caracteriza al funcionamiento del aparato psíquico a consecuencia de su división en
instancias, y que da cuenta de fenómenos tales como la reacción terapéutica
negativa. También es la que se encuentra en el corazón de los síntomas neuróticos
y actúa como el rubro más fuerte de la enfermedad, favoreciendo la resistencia a la
cura. Aquí, “el padecer como tal es lo que importa; no interesa que lo inflija la persona
amada o una indiferente; así sea causado por poderes o circunstancias impersonales
(…) se ofrece la mejilla toda vez que se presenta la oportunidad de recibir una
bofetada” (Freud, 1924: 171). La determinación psíquica de este masoquismo nos es
conocida: el superyó, residuo del Edipo, lleva la marca de la renuncia a las mociones
eróticas incestuosas y se convierte, por obra de la desmezcla pulsional, en el
reservorio de la pulsión de muerte. De allí extrae su sesgo duro y cruel para con el
yo, sobre quien se abate con su imperativo categórico. En suma, la pluralización del
masoquismo en Freud, vuelve compleja su consideración de la perversión como una
entidad autónoma: está presente en la actividad sexual en general (masoquismo
erógeno) y en el fundamento del sentimiento de culpa, que también es general
(masoquismo moral). En cuanto a la segunda forma (el masoquismo femenino),
podría considerarse perversa si reemplaza o figura por sí solo la satisfacción sexual,
pero también es un componente de las neurosis, ya sea que se trate de fantasías
concientes que acompañan a la relación sexual o de fantasías inconscientes cifradas
en los síntomas -como podría ser el caso de la neuralgia de Dora-. A modo de cierre
les adelanto que fue Lacan quien superó estos puntos de impasse freudianos con
respecto a la perversión. Como lo expresa Mazzuca, es él quien “reconoce y distingue
tres categorías que denomina estructuras freudianas: neurosis, psicosis, perversión
(como) distintas modalidades de la constitución de la subjetividad” (Mazzuca, 2003:
16). Luego de un extenso recorrido, llega a resumir la especificidad de la posición
subjetiva perversa -a partir del paradigma del masoquismo- en la siguiente fórmula:
el perverso es aquel que se identifica con el objeto a para servir, de esa manera como
instrumento del goce del Otro. A diferencia del neurótico, que se defiende del deseo

252
y del goce del Otro, el perverso no les opone resistencia; por el contrario, se pone en
contacto con ese deseo y ese goce, “lo registra, lo manipula para conducirlo a su
cumplimiento (y para ello) requiere de la presencia y de la intervención del otro, el
partenaire real, por medio del cual se cumple la relación con el Otro” (Mazzuca, 2003:
169). Esto quiere decir que el perverso sólo se satisface si encuentra una señal de
que el otro ha sido implicado en su goce o en su deseo. Por eso apunta a dividirlo, a
barrarlo como sujeto, a conmoverlo de alguna manera. En el masoquismo, el
perverso se ofrece como objeto a para ser gozado por el otro, renunciando a sus
derechos de sujeto. Y termino con un pasaje de “La venus de las pieles” de Sacher-
Masoch, quien, como decíamos la vez pasada, inspiró la creación del término
masoquismo. Allí se ve claramente la posición de objeto del masoquista, y cómo se
pone a disposición del goce de su partenaire. El personaje de la novela hace un
contrato con su supuesta victimaria, Wanda, en el que ésta se ve obligada tratarlo
como un esclavo, y le hace decir: “Mi poder sobre ti no ha de tener límites. Piensa
que no vas a ser más que un perro, una cosa inerte, un juguete que puedo romper
cuando me divierta. Tú eres nada y yo soy todo” (Sacher Masoch, 1870). Pero agrego
un dato más: Wanda es extorsionada para que cumpla el pacto, se encuentra turbada
y contrariada; situación que invierte los papeles respecto de quién es el amo y quién
es el esclavo y demuestra, como lo indica Lacan, que es un mito que la pareja del
masoquista sea un sádico. Bueno, dejamos acá. ¡Los saludo!

253

También podría gustarte