No me abandones al capricho de mis labios, No permitas que caiga por culpa de mis palabras. ¿Quién domará con el látigo mis pensamientos, E impondrá a mi entendimiento la disciplina, De la sabiduría sin perdonar mis extravarios Ni dejar pasar mis pecados? Señor, Padre y Dios de mi vida, No permitas que mi mirada sea altanera, Y persevérame de la codicia. Que no se apoderen de mí los placeres ni el sexo; ¡No me entregues a mis pasiones impuras!