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TEMA 17 Historia Del Mundo Contemporáneo LIBRO
TEMA 17 Historia Del Mundo Contemporáneo LIBRO
ESQUEMA
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (1936-1939)
- Inestabilidad internacional
_ Comité de no intervención en Londres 1- Propició la marginación de los países europeos
del conflicto español
- Alemania e Italia
- Ayuda al bando de Franco
1
- Pago prolongado en el tiempo
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Evolución de los dos bandos
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TEMA 17
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Francisco Franco en el alzamiento no estuvo muy clara hasta el final. Ni
por un momento se pensaba en la posibilidad de una guerra civil; se pre-
veía una actuación muy violenta y decidida para conseguir rápidamente el
triunfo en Madrid, capital del Estado y centro de las decisiones políticas, y
el establecimiento de un régimen dictatorial que, en principio, no debía ser
permanente ni conducir de forma necesaria al establecimiento de un régi-
men monárquico.
El gobierno republicano era consciente de que la conspiración estaba
en marcha, pero confiaba en derrotarla con facilidad. Quizá su error fue no
prever la magnitud de la sublevación y manifestar incapacidad para con-
trolar a sus propias masas, no atreviéndose a romper con la extrema iz-
quierda. La realidad es que el gobierno sí tomó disposiciones para evitar el
estallido de una sublevación contra el gobierno del Frente Popular. Para
ello los mandos militares superiores se habían confiado a personas de las
que no cabía esperar una conspiración en contra de la República y diver-
sos militares sospechosos habían sido trasladados a puestos desde los que
su actuación sería mucho menos peligrosa. Asimismo las fuerzas de orden
público en las grandes ciudades fueron puestas al mando de autoridades
adictas a la República. Los dirigentes políticos republicanos erraron en la
valoración de sus propias fuerzas: cuando se produjo la sublevación, algu-
nos grupos políticos iniciaron una revolución social que redujo a la nada el
poder del gobierno del Frente Popular.
La sublevación se inició en Marruecos el día 17 de julio de 1936, ade-
lantándose a la fecha prevista. Dos días más tarde asumió el mando el ge-
neral Francisco Franco, que se había sublevado sin dificultades en Cana-
rias de donde se había trasladado a Marruecos en un avión alquilado por
conspiradores monárquicos. A partir del 18 de julio el alzamiento se ex-
tendió a la península, dependiendo su resultado de la preparación de la
conjura, el ambiente político existente en la región, la decisión de los cons-
piradores y del gobierno, etc. En Navarra y Castilla la Vieja, regiones ca-
tólicas y conservadoras por excelencia, el general Mola desempeñó un
papel decisivo, y los sublevados obtuvieron fácilmente la victoria. En Ara-
gón la sublevación venció en las capitales de provincia merced a la postu-
ra del general Guillermo Cabanellas, antiguo diputado radical y ahora ali-
neado con los sublevados. Algo parecido sucedió en Oviedo, pero el resto
de Asturias siguió dominado de forma abrumadora por la izquierda. En Ga-
licia triunfó la sublevación pese a la resistencia de las organizaciones obre-
ras, dado el carácter conservador de la región.
En Andalucía la situación fue radicalmente distinta, pues el ambiente
era marcadamente izquierdista en esta región. La victoria del general Gon-
zalo Queipo de Llano en Sevilla fue una sorpresa, pero su situación fue
muy precaria al comienzo e igual sucedió en otras capitales andaluzas
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como Cádiz, Granada o Córdoba, ya que los barrios obreros ofrecieron una
resistencia que no desapareció hasta que llegó el apoyo del ejército de Áfri-
ca. La situación fue muy similar en Extremadura, aunque la ciudad de Cá-
ceres se sublevó, pero Badajoz no.
En Castilla la Nueva y Cataluña la suerte de la sublevación dependió
de lo que pudiera suceder en las dos grandes capitales, Madrid y Barcelo-
na: en ambas el ambiente político era izquierdista. En Madrid la conspira-
ción estuvo muy mal organizada y los sublevados quedaron encerrados en
sus cuarteles, sin decidirse a salir a la calle, con lo que acabaron bloquea-
dos por las fuerzas fieles al gobierno y las milicias populares. En Barcelo-
na salieron de ellos, pero las fuerzas de orden público les cerraron el paso.
En uno y otro caso las masas proletarias jugaron un papel decisivo en la
derrota de la sublevación.
En otras regiones hubo titubeos hasta el final. El País Vasco se escin-
dió ante la rebelión: Álava estuvo a favor de ella y Guipúzcoa y Vizcaya
en contra, gracias a la postura de los nacionalistas vascos ante la promesa
gubernamental de la inminente concesión del estatuto autonómico. En
cuanto a las islas Baleares, Mallorca e Ibiza se sublevaron, pero no Me-
norca. En Valencia los sublevados dudaron mucho para, al final, ser derro-
tados.
El balance de aquellos tres días de julio fue que España quedó divi-
dida en dos, entre una serie de regiones y provincias que se habían pro-
nunciado contra el gobierno y otras que le eran fieles. El general Mola
había intentado un golpe de fuerza muy violento pero de corta duración. Su
fracaso implicó el estallido de la guerra civil, pues fue imposible lograr la
aceptación por unos y otros de un gobierno de centro.
Para comprender la primera fase de la guerra es preciso tener en cuen-
ta el balance de las fuerzas. Originariamente a la República no le faltaron
recursos militares, aunque los generales desempeñaron un papel más im-
portante en el bando adversario y la oficialidad joven militara con ellos en
su mayoría. En realidad, las fuerzas estaban equilibradas. Si los subleva-
dos contaban con el ejército de África, que era la porción más valiosa, el
gobierno republicano tenía clara ventaja en aviación y en la flota. Además,
el Frente Popular disponía de las capitales más importantes, la industria y
las reservas de oro del Banco de España.
Por lo tanto un factor decisivo en el desarrollo de la guerra fue el pro-
ceso revolucionario que estalló en la zona controlada por el Frente Popu-
lar. Consistió en la pulverización del poder político hasta el extremo de que
resultaba muy dificil, por no decir imposible, descubrir a quién le corres-
pondía tomar las decisiones e, incluso, hubo tres organismos públicos de
decisión en más de una provincia como, por ejemplo, Guipúzcoa. La re-
volución tuvo también consecuencias de carácter militar, al no existir un
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mando unificado. Un tercer aspecto del proceso revolucionario fue el eco-
nómico-social. Los anarquistas, pero también los comunistas y socialistas
pusieron en marcha una colectivización que fue mayoritaria en el campo
andaluz y en la industria catalana. Como es natural, esta revolución impi-
dió la necesaria unidad durante el período bélico.
Fases de la guerra
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más tarde se emplearían en la Segunda Guerra Mundial. En cambio, la
toma de Santander resultó un «paseo militar» por la ayuda de las tro-
pas italianas y la escasa organización de la resistencia. Sin embargo la
conquista de Asturias, por la tradición izquierdista de la región y lo ás-
pern del terreno, füe muy dura. Durante el verano de 193 7 el Frente
Popular lanzó ataques en otras zonas a fin de distraer a las tropas de
Franco, pero fracasó en ellos debido a su falta de coordinación y por-
que el ejército republicano parecía más capacitado para la defensa a ul-
tranza que para sacar provecho de una gran ofensiva. Si las batallas de
Brunete y Belchite se hubieran producido a la vez, se habría detenido
la caída del frente Norte.
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4.- Teruel y la marcha hacia el Mediterráneo (de diciembre de
193 7 a junio de 193 8). El Frente Popular, con el fin de evitar el ataque
a Madrid, tomó la iniciativa y conquistó Teruel. Pero inmediatamente
las tropas de Franco se lanzaron a una contraofensiva de desgaste y
consiguieron recuperarla, produciéndose un amplio derrumbamiento
del frente que les permitió llegar hasta el Mediterráneo. En menos de
dos semanas llegaron a Vinaroz, para proseguir el avance hacia Valen-
cia en lugar de hacia Cataluña, pero ante la dura resistencia defensiva,
se quedaron atascadas en el Maestrazgo. En el mar la flota republica-
na consiguió una sonada victoria al hundir el crucero Baleares.
5.- Batalla del Ebro y colapso de Cataluña (de julio de 193 8 a fe-
brero de 1939). Estabilizado el frente, el ejército popular tomó de
nuevo la iniciativa atravesando el río Ebro, que formaba la divisoria
entre los dos bandos frente a Gandesa. Fue una batalla muy dura y
decisiva. Tras tres meses y medio de lucha y siete ofensivas sucesi-
vas, el ejército popular hubo de retroceder a sus posiciones de ori-
gen. La batalla del Ebro acabó por decidir la guerra. En el mes de
febrero de 193 9 las tropas del general Franco en su avance ocupa-
ron Cataluña sin encontrar resistencia. Para muchos republicanos la
caída de Cataluña significaba el final definitivo de la guerra. El pro-
pio presidente, Manuel Azaña, ya exiliado en Francia, presentó su
dimisión en ese momento. Algo más de medio millón de personas
cruzaron la frontera francesa hacia el exilio. Buena parte de ellas
jamás regresarían.
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LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, B) 1938-1939
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nacionales; estas últimas, organizadas directamente por Rusia, aunque
no todos sus componentes eran comunistas sino de muy diversas proce-
dencias, estaban unidas por un marcado sentimiento antifascista. El
bando capitaneado por el general Franco tuvo el apoyo de la Italia de
Benito Mussolini y la Alemania de Adolf Hitler. La ayuda extranjera a
cada uno de los dos bandos fue muy importante y decisiva para el des-
arrollo de la guerra. En Londres se creó un Comité de no intervención
que, en teoría, propició la marginación de los países europeos del con-
flicto español, pero sus recomendaciones solo fueron seguidas por Gran
Bretaña.
El inconveniente de la ayuda recibida por los republicanos fue depen-
der mucho de las circunstancias, de acuerdo con las características del go-
bierno existente en Francia (si este era más izquierdista colaboraba más
con la República) y, sobre todo, la exigencia del pago de la ayuda de ma-
nera inmediata y poco generosa. Rusia envió material de guerra pero pocos
hombres, y el gobierno republicano hubo de trasladar a la URSS una parte
del oro depositado en el Banco de España, de modo que las compras de
material se hicieron contra ese depósito.
En cambio la ayuda recibida por el bando de Franco fue tardíamente
pagada y consistió en el envío de unidades militares voluntarias (Italia) o
fue reducida en número y técnicamente importante (Alemania). Es posible
que la ayuda a cada uno de los dos bandos en guerra fuera muy semejan-
te, pero en los momentos en que fue resolutiva benefició ante todo a Jos su-
blevados.
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conflicto y que inicialmente tuvo un carácter espontáneo. La dureza de la
represión fue mayor en aquellas zonas donde el temor al adversario tam-
bién lo era. El poeta Federico García Lorca fue asesinado en la Granada de
comienzos de la guerra civil, y en las mismas semanas en el Madrid de iz-
quierdas aterrorizado por la proximidad del enemigo tuvo lugar el asesina-
to de un buen número de oficiales en las cercanías de Paracuellos del Ja-
rama.
Una de las consecuencias de la represión fue la adopción por parte de
la Iglesia católica de una postura netamente favorable a los sublevados.
Gran parte de la jerarquía eclesiástica consideró la guerra civil como una
lucha religiosa, aunque el Vaticano nunca se refirió a ella como una cru-
zada. La Carta colectiva de los obispos españoles del verano de 1937 es-
taba destinada, fundamentalmente, a lograr la comprensión de los católi-
cos de todo el mundo. En líneas generales se puede afirmar que el cato-
licismo apoyó al general Franco, a pesar de que en la propia España
existía una división entre los mismos católicos, al haber optado los na-
cionalistas vascos y parte de los catalanes, que eran católicos, por la
causa republicana.
Un factor de la mayor importancia para comprender el resultado de la
guerra civil reside en la evolución política de los dos bandos. En el bando
franquista el sentimiento católico y antirrevolucionario constituyó un fac-
tor decisivo de aglutinamiento de los distintos partidos y opiniones, mien-
tras que el ejército desempeñó un papel hegemónico indudable también en
el terreno político. Estos factores permitieron a los sublevados llegar a la
unidad sin excesivos inconvenientes. La sublevación se justificó como un
acto preventivo frente a una revolución que se consideraba inminente, aun-
que la realidad fue precisamente la contraria: la sublevación militar provo-
có la revolución social en el bando republicano.
Sin embargo la jefatura del general Franco no pudo considerarse como
indisputada desde el primer momento. La facilitó la muerte del general
Sanjurjo en accidente aéreo en Portugal, el mismo día 18 de julio, y la con-
ciencia de que mediante un gobierno colectivo como el que se pensó en un
primer momento las posibilidades de obtener la victoria eran limitadas. De
esta manera, en el mes de septiembre de 1936 Francisco Franco fue pro-
clamado Jefe del Gobierno del Estado, una magistratura imprecisa que él
llegaría a convertir en una verdadera Jefatura del Estado para sorpresa de
algunos de sus compañeros de generalato. Además, la guerra civil le con-
vertiría en caudillo, es decir, líder indisputado.
En la primavera de 1937 se produjeron tanto en este bando, como en
el adversario, graves disidencias internas, que concluyeron en el mes de
abril de ese mismo año con el decreto de Unificación en un partido único
de los dos más importantes en la España sublevada, carlistas y falangistas.
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Este proceso era predecible desde antes. Los falangistas que tenían una
fuerza muy reducida en el año 1936 vieron aumentar sus efectivos en
forma de una verdadera avalancha de adhesiones, pero sus dirigentes eran
de escasa talla, ya que su fundador, José Antonio Primo de Rivera, había
sido ejecutado en la cárcel de Alicante y su partido estaba formado por jó-
venes estudiantes sin experiencia profesional. Por otro lado, los carlistas ya
con anterioridad habían tenido que renunciar a disponer de una academia
militar propia, que fue prohibida por el general Franco. Ambos grupos po-
líticos estaban divididos y los otros que habían tenido una mayor impor-
tancia durante la etapa republicana, como la CEDA, ahora habían desapa-
recido prácticamente.
Junto a Francisco Franco la figura más destacada en la primera etapa
de su régimen fue su cuñado Ramón Serrano Súñer, procedente de la de-
recha de la CEDA, quien logró introducir algún orden en una administra-
ción puramente militar y circunstancial como era la de la España vencedo-
ra en la guerra civil.
Aparte de propiciar una posición reaccionaria en materias educativas y
religiosas, el régimen franquista distó mucho de configurarse de una ma-
nera clara en esta primera etapa de su existencia. El único texto constitu-
cional aprobado fue un Fuero del Trabajo, que no pasaba de ser tan solo
una declaración de principios de carácter social. Cuando a comienzos del
año 1938 se produjo la formación de un Gobierno, su composición hetero-
génea vino a demostrar la pluralidad de componentes que existía en el
bando sublevado.
Así como el propósito fundamentalmente negativo del bando subleva-
do facilitó su unificación, en el bando del Frente Popular hubo actitudes
antitéticas que se manifestaron hasta el final. Los temas que motivaron las
divergencias fueron precisamente los relativos a la revolución y a la cons-
titución del ejército. Había quienes querían el puro mantenimiento de las
instituciones republicanas y quienes se manifestaban partidarios de una re-
volución, incluso proponiéndola con matices muy diversos.
En el mes de septiembre de 1936, cuando la situación militar era
muy difícil, el Presidente de la República, Manuel Azaña, nombró jefe
de gobierno al socialista Francisco Largo Caballero, que fue recibido
por los anarquistas con «tolerancia y comprensión» y a quienes muy
poco después incorporó a su gabinete. En realidad su política resultó
bastante menos revolucionaria de lo que cabía prever, pero tuvo una
menor capacidad para unir a los diversos sectores que componían el
Frente Popular.
Lo que dificultó su gestión de manera especial fueron los continuos
roces de los anarquistas con todos los demás grupos, que propiciaban, aun-
que en diverso grado, la unificación de esfuerzos en pro del triunfo militar.
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Así se demostró en mayo del año 193 7, en que estalló un enfrentamiento
en Barcelona entre anarquistas y comunistas que fue mucho más grave que
cualquier otro conflicto parecido en el bando adversario (este suceso pro-
dujo más de 400 muertos). Estos sucesos de mayo provocaron la caída de
Largo Caballero al concitarse contra él los comunistas y algunos socialis-
tas de derechas e incluso de los grupos republicanos, coincidentes con
ellos.
El sucesor de Francisco Largo Caballero al frente del gobierno fue
Juan Negrín, socialista moderado que trató de proceder lo más rápidamen-
te posible por la senda de la unificación e insistió de manera prioritaria en
el esfuerzo militar. Sin duda su principal adversario fue el anarquismo,
pero muy pronto le acusaron de una dependencia excesiva de los comu-
nistas. En realidad estos y el Gobierno se utilizaban mutuamente, pero la
derrota en el campo militar fue acumulando motivos de repudio en contra
de ambos. Al final el propio Negrín estaba enfrentado con la mayor parte
de los dirigentes del Frente Popular y su actuación estaba cada vez más ais-
lada del propio Manuel Azaña y de sus ministros. Es significativo que la
guerra civil concluyera con una lucha interna en el seno del bando repu-
blicano.
Al final de la guerra civil los comunistas controlaban la mayor parte
de las jefaturas de los ejércitos de tierra, mar y aire, así como las direccio-
nes generales de Seguridad y Carabineros. Pero si los comunistas habían
alcanzado una influencia tan grande, aunque nunca decisiva, en parte fue
también porque los demás no estuvieron a la altura de las circunstancias
creadas por la guerra ni supieron darse cuenta de sus exigencias.
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El ejército del general Franco tuvo una mayor capacidad de manio-
bra, pero las virtudes de quien lo dirigía fueron más la prudencia, la cons-
tancia y la capacidad logística, que la audacia o la brillantez de concepción.
Por tanto, los aspectos técnico-militares no son los que explican el resulta-
do final de la guerra ni tampoco resultó tan decisiva la ayuda exterior re-
cibida por uno y otro bando. Aunque la ayuda exterior resultó en definiti-
va más beneficiosa para el bando sublevado, el factor político interno jugó
un papel quizá más decisivo.
Aunque la guerra contó con un fuerte apoyo popular en ambos bandos,
el vencedor supo poner mucho mejor los medios para ganarla que el perde-
dor. La principal razón de ello estriba en buena parte en que, aunque los pro-
pósitos de unos y otros eran negativos (anticomunismo en el bando fran-
quista y antifascismo en el bando republicano), lo eran mucho más los del
vencedor, que se sublevó por un reflejo de defensa ante la revolución, mien-
tras que los frentepopulistas se lanzaron a toda suerte de experimentos revo-
lucionarios. En suma, la realidad es que si el Frente Popular fue derrotado,
la causa estuvo, en gran medida, en él mismo: como escribió el general Rojo,
«fuimos cobardes por inacción política antes de la guerra y durante ella».
Los perdedores, en efecto, no pusieron los medios para lograr la victoria.
La guerra civil española, como cualquier otra de su clase, mezcló de
manera confusa la barbarie y el heroísmo, la intemperancia y la lucidez.
Quienes mejor parados quedaron de ella fueron quienes hicieron todo lo
posible por evitar el mayor derramamiento de sangre. De ellos, el que ex-
presó esa voluntad de una forma literariamente más bella fue Manuel
Azaña, cuando en un discurso pronunciado en el año 1938 aseguró que los
cuerpos de los caídos llevarían un mensaje de «paz, piedad y perdón» a las
generaciones posteriores .
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