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¿Por qué dar a luz un compendio de la historia económica del Perú, en los
albores del siglo veintiuno? Al iniciar, con la aparición de este tomo sobre la
Economía prehispánica, una obra de varios tomos dedicada a dar cuenta del
pasado material y financiero del país, quisiéramos reflexionar sobre el papel
de la historia económica en el debate nacional, dar cuenta de los esfuerzos
anteriores en recopilar de una forma panorámica nuestro pasado económico
y, finalmente, proponer lo que serían las claves o consideraciones básicas
sobre el período prehispánico, o de autonomía (como alguna vez le llamó
Pablo Macera), de nuestra historia, que es sobre el que versa este tomo.
Retomando la pregunta inicial, creemos que por lo menos tres razones
justifican esta empresa académica y editorial en este momento. La primera
sería que un buen conocimiento de los antecedentes de un proceso, hace que
las personas, tanto como las sociedades, puedan tomar mejores decisiones
para el futuro. La sociedad y economía presentes son el producto de la so-
ciedad y economía del pasado, que de forma incesante, e imperceptible para
la mayoría de las personas, va moldeando las transformaciones que vivimos.
En Economía suele hablarse de “la prisión de las condiciones previas”, para
referirse a la manera, a veces efectivamente férrea, como una sociedad queda
condicionada para su toma de decisiones, por las que en el pasado asumieron
sus ancestros. Aunque la expresión pueda resultar exagerada, trasunta bien
la idea de que, al menos en cierta forma, el pasado de una sociedad pone
límites a las opciones de política que ella pueda adoptar para su evolución
futura. Este planteamiento sobre la importancia del pasado, que en general
es válido para cualquier dimensión de una sociedad o nación, adquiere
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(el salitre, el guano, el azúcar, la minería), a los que el autor añadía algunas
consideraciones históricas. Más incisivo resultó el libro de José M. Rodríguez,
de algunos años después: Estudios económico financieros y ojeada sobre la
hacienda pública del Perú y la necesidad de su reforma (Lima: 1895), en el que
su autor realizó un recorrido del tema de las finanzas públicas desde la época
colonial, con un especial detenimiento en el lapso transcurrido desde la In-
dependencia.3 Ambos libros correspondieron a lo que podríamos llamar la
literatura crítica sobre el guano, que fue una tendencia muy acusada durante
los años de la guerra con Chile y el tiempo inmediato posterior.
El libro que verdaderamente funcionaría como el primer manual o
libro de texto de la historia económica del Perú, apareció ya en el siglo
veinte: Bosquejo de la historia económica del Perú, de César Antonio Ugar-
te.4 Pocos años atrás se había creado el curso de “Historia Económica y
Financiera del Perú”, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas
de la Universidad de San Marcos, ocupando Ugarte el cargo de Profesor
Titular de la materia. Su libro se preparó s obre la base de sus apuntes de
clase. Sigue un ordenamiento cronológico, dedicando a los períodos pre-
hispánico y colonial un espacio mucho menor que el correspondiente a la
vida republicana. La presentación de este último período va subdividida, a
su vez, en el tema de la política seguida para el fomento de las actividades
económicas y en el tema estrictamente financiero. El análisis del autor
concluye en 1895, con el inicio del gobierno de Piérola.
Cuando César A. Ugarte fue nombrado primer Superintendente de
Banca y Seguros, en 1931, lo sucedió en la cátedra de Historia Económica,
don Emilio Romero. Sería este quien desarrollaría de forma más extensa y
rigurosa el conocimiento que se tenía del pasado económico de la nación en
la primera mitad del siglo veinte. En 1937 dio a luz una Historia económica y
financiera, suerte de borrador o anticipo de su magnífica Historia económica
del Perú, en dos volúmenes, de 1949.5 La Historia económica de Romero fue el
libro de texto en el que se educaron las generaciones de los años cincuenta al
setenta. A diferencia de los libros anteriores, las épocas prehispánica y colo-
nial cobraron en su obra una personalidad propia, destacando especialmente
la revaloración que Romero hizo de la organización financiera del virreinato,
3. Después de ello, Rodríguez colaboró con Pedro Emilio Dancuart, en la edición de los
Anales de la hacienda pública del Perú (Lima: Ministerio de Hacienda, 1902-1926, 24
ts.) que vienen a ser una historia de nuestras finanzas públicas, acompañadas con piezas
documentales seleccionadas, desde finales de la época virreinal, hasta 1895.
4. Lima: 1926. Existe una reedición del libro de Ugarte, por Delva Editores, de 1977.
5. La edición de 1949 fue publicada en Buenos Aires.
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6. El libro de Romero fue reeditado en 1968 y ha vuelto a serlo recientemente (2006) dentro
de la serie Clásicos Sanmarquinos de la Universidad de San Marcos.
Introducción | 17
de grupos vecinos que luchaban por el acceso a los recursos. Se trataba de or-
dinario de Estados militaristas, ávidos captadores de excedentes, que dejaban
poco espacio a la libertad individual o civil, según la entenderíamos ahora. Esta
característica no debe sorprendernos, en la medida que era la consecuencia
de condiciones materiales que exigían la presencia de una organización capaz
de movilizar con rapidez y eficacia el esfuerzo de una parte importante de la
población hacia obras de infraestructura hidráulica o militar.
De otro lado, las posibilidades para la actividad comercial eran muy redu-
cidas. La falta de ríos navegables y la imposibilidad del uso de la rueda, por la
fragosidad del territorio andino o la falta de firmeza del suelo de los desiertos en
las regiones costeras, volvían el transporte una actividad limitada a muy cortas
distancias. Esto era todavía más cierto, porque no existían animales como los de
Europa y Asia, que pudiesen conducir grandes cargas. Unicamente se contaba
con la llama, cuya capacidad porteadora no supe raba a la de un hombre. En
consecuencia, las cosas debían consumirse “in situ”, prácticamente en el lugar
donde eran recogidas o producidas. Por ello, la organización económica era
básicamente de autoconsumo, lo que no excluía por cierto la especialización
de ciertos miembros de las aldeas o grupos étnicos, en las tareas de gobierno
o administración religiosa; así como también, conforme el excedente fue
acreciendo, en los oficios de ceramista, curandero u orfebre.
Esta falta de comercio se compensaba con la estrategia que el extinto
antropólogo rumano, John V. Murra, llamó “el control vertical de pisos eco-
lógicos”, que implicaba una organización destinada a que la comunidad o
“etnia” dispusiese de tierras en diferentes zonas ecológicas, a fin de conseguir
la autosuficiencia en los bienes que le eran vitales.7 A partir de un núcleo o
“piso central” se mantenían así “colonias” en otros pisos, desde donde podía
traerse productos ganaderos, marítimos o de tierra caliente. Caravanas de
hombres o de llamas trasladando productos de una región a otra debieron ser
así parte del paisaje andino prehispánico, y aún en tiempos más recientes.
Que no hubiese comercio como una actividad privada o cotidiana, no
significaba, empero, que no existiesen intercambios importantes. En su tra-
bajo dentro de este tomo, Waldemar Espinoza señala los trueques o permutas
que se hacían, tanto dentro de las comunidades aldeanas, o incluso entre
las regiones de sierra y selva alta o “montaña”. El océano Pacífico permitía
también un comercio de más larga distancia, que vinculaba la actual costa
ecuatoriana con la costa central peruana.
7. Puede verse el estudio de Murra en la compilación más reciente de sus trabajos: John V.
Murra, El mundo andino. Población, medioambiente y economía. Lima: IEP-PUCP, 2002.
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Carlos Contreras
Lima, octubre 2008
Introducción
América es uno de los últimos espacios del planeta ocupados por la especie
Homo sapiens, hace quizá veinte mil o más años. Veremos a continuación
cómo ocurrió la ocupación del territorio peruano por los seres humanos; las
condiciones del medio y el territorio que debieron enfrentar los migrantes,
así como quiénes eran y cómo vivían los primeros habitantes.
Ya no hay duda razonable de que el ser humano llegó aquí —a Améri-
ca— plenamente formado: con sus cualidades biológicas plenamente desa-
rrolladas. Era como nosotros: Homo sapiens. Pero esos primeros habitantes,
al igual que los pobladores de los demás continentes en ese tiempo, no
disponían de las condiciones particulares que los hacen diferentes a otros.
Esas diferencias surgieron aquí y acullá, como resultado de la experiencia
peculiar que cada cual tuvo con su historia.
Gracias a los descubrimientos científicos, sabemos que el ser humano
es producto de una larga evolución biológica y social, que se inició hace
varios millones de años en el África. El incremento de la especie condujo
a su progresiva expansión por el mundo. Avanzó primero hacia el Asia y
Europa, luego migró y ocupó todos los espacios de la Tierra hasta donde
le fue posible llegar. En realidad, continúa haciéndolo hasta nuestros días.
Muchas islas del Pacífico fueron recién visitadas, y a veces ocupadas, en el
siglo XIX o el XX. Según sabemos, las islas Galápagos, frente al Ecuador,
fueron visitadas por primera vez hace apenas mil años por gente que procedía