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Introducción
En los Juegos Olímpicos de 1968 se introducen por primera vez las pruebas de verificación
de género, con el fin de evitar que deportistas masculinos intenten competir como mujeres
o que mujeres con condición intersexual obtengan ventajas injustas. Este recurso fue,
durante mucho tiempo, el medio principal que tuvieron las organizaciones deportivas
mundiales para mantener a raya la división de género en el deporte de Alto Rendimiento.
Los dos casos que presentaré a continuación están estrechamente relacionados y serán
analizados desde la temática del deporte y género (área de inclusión social) y desde la ética
del deporte (área de alto rendimiento deportivo). Ambos casos se destacan por presentar un
cuadro conflictivo en el que se pone en tensión el derecho legítimo de las mujeres
transgénero, el derecho de las mujeres cisgénero a una competencia justa y el espíritu
deportivo al que atenta la sombra del doping.
Una persona transgénero es justamente aquella persona que tiene una identidad o expresión
de género que difiere del sexo que se le asigno al nacer. En el deporte la comunidad
transgénero fue tomada en cuenta recién a partir del siglo XXI.
Si bien el COI se promulgó como ente regulador del tema dentro del olimpismo, algunas
federaciones internacionales como la de atletismo, tenis y ciclismo han decidido restringir
aún más los niveles de testosterona hasta llevarlos a valores inferiores a 5 nmol/L. Incluso
otras federaciones, como la internacional de rugby, prohíben taxativamente a las mujeres
transgénero integrar equipos femeninos.
Para algunos sectores la mujer transgénero representa una amenaza concreta a los logros
conseguidos por las mujeres en materia de igualdad de género. Temen que al hacer uso de
sus supuestas ventajas biológicas conquisten los espacios ganados a lo largo de la historia
del deporte femenino. Esta visión reduccionista pone a la mujer en un lugar de inferioridad
y al mismo tiempo desconoce a los géneros no binarios.
Desde el año 2004 el COI permite a las personas transgénero participar en los Juegos
Olímpicos, A pesar de ello, recién en la edición de Tokio 2021 se concreta su participación
dentro del calendario olímpico. Fue la neozelandesa Laurel Hubbard quien se convirtió en
la primera atleta transgénero en participar en una cita olímpica.
Nacida bajo el nombre de Gavin en el año 1978, Laurel compitió en la rama masculina de
la halterofilia destacándose a nivel nacional. Se alejó de las competencias en 2001 debido a
la enorme presión que sentía al tratar de encajar en un mundo que no estaba preparado para
ella y comenzó su transición como mujer en el año 2012. Ese mismo año retornó a los
entrenamientos de halterofilia y posteriormente a las competencias; esta vez como mujer.
Laurel obtuvo destacados logros a nivel internacional destacándose entre ellos: primer
puesto en el Campeonato Mundial Master de 2017, Commonwealth Games 2017 y 2019, y
los Campeonatos Continentales de Oceanía 2017 y 2019; en el Campeonato Mundial de
2017 obtuvo el segundo puesto. Después de su participación en los Juegos Olímpicos de
2021, en los que falló en levantar el peso inicial, Laurel decidió retirarse de las
competiciones deportivas a los 43 años.
Alana McLaughlin nacida en el año 1983 en Estados Unidos de América pelea dentro de la
famosa franquicia Ultimate Fight Championship (UFC) y se convirtió en la segunda
luchadora profesional transgénero en la historia de las Artes Marciales Mixtas. Criada en el
seno de una familia católica, desde muy pequeña supo quien realmente quería ser, pero se
vio enfrentada a una vida de abusos que la forzaron a esconderse bajo una identidad que no
era la suya. Como hombre, en 2003 se alistó en las Fuerzas Especiales del Ejército de los
Estados Unidos, integrándose en un grupo de élite con el que combatió en Afganistán
durante seis años Alcanzó el grado de sargento y recibió ocho condecoraciones En 2010,
fue diagnosticada de trastorno por estrés postraumático. En 2012 con 30 años y tras
abandonar su carrera militar comenzó su transición como mujer, un año después se acercó a
la práctica de boxeo hasta que finalmente encontró su deporte en las AMM. Su debut en la
cartelera de la UFC se concretó en septiembre de 2021 donde enfrentó a la experimentada
Celine Provost a quien venció en el primer round por estrangulamiento.
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Foto 2. Alana McLaughlin en una foto comparativa de su tiempo como sargento en
Afganistán y luego de su transición en una foto promocional de UFC.
Estas atletas comparten una historia en común: desde pequeñas sabían quienes querían ser,
pero tuvieron que enfrentarse a un mundo en el que no se sintieron libres de decidir cómo
vivir. Butler (1988) sostiene que en la sociedad moderna se ha instituido el sistema de la
heterosexualidad obligatoria, un modelo en el que debe existir una concordancia entre el
sexo biológico, género y deseo. Como describe Butler y en particular en la época de los 90,
que coincide con la infancia y adolescencia de estas atletas, el paradigma de la heterosexual
como normalidad marcaba la forma de comportamiento de un sujeto dentro de la sociedad.
Después de haber atravesado una vida de dificultades, bajo una identidad que no era la que
auto-percibían, lograron a una edad adulta encontrarse en un mundo acorde a como se
sentían.
Laregina (2013) toma la idea formulada por Merleau-Ponty, y afirma que el esquema
corporal es una forma de manifestar que el cuerpo existe en el mundo. Resalta el rol de la
experiencia y la entiende como una vivencia que perdura en la conciencia del individuo.
Serrano de Haro (2007) toma como modelo fenomenológico a los actos de hacer puntería y
sostiene que el atleta es depositario de una capacidad adquirida en el pasado que queda en
todo momento disponible para el ejercicio presente.
Cada deporte demanda de diferentes habilidades físicas que le son particulares y que dan
lugar a su identidad y sus estándares de excelencia. El caso de Laurel genera polémicas por
ser la Halterofilia un deporte en el que la fuerza muscular cumple un rol determinante.
Dicha diferencia queda en evidencia con la comparación de categorías de peso corporal
similares en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021. Al tomar la categoría masculina de hasta
73 kg se observa que el mejor atleta levantó un total de 364 kg; en la rama femenina de la
categoría de hasta 76 kg la mejor mujer levantó 263 kg de total. De ello se desprende que
incluso con una diferencia de 3 kg de peso corporal los hombres levantan en promedio un
28% más de kilos que sus pares femeninos.
En una investigación llevada a cabo por Hilton y Lundberg (2021) se encontró que los
parámetros antropométricos, de masa muscular y de fuerza superiores alcanzados por los
hombres en la pubertad, y que sustentan una parte considerable de la ventaja de
rendimiento masculino sobre las mujeres, no son eliminados por el régimen de supresión
de testosterona al que se someten las mujeres transgénero para participar en deportes
olímpicos.
El caso de Alana genera aún mayores polémicas debido a su experiencia como integrante de
un cuerpo de elite de las Fuerzas Armadas. Los opositores a la participación de Alana
dentro de la categoría de UFC aluden que su experiencia como sargento en la guerra puede,
de alguna manera, poner en riesgo la integridad física de sus oponentes. Esta posición deja
en claro que el factor que prima en la búsqueda de su exclusión como competidora esta
basado en la experiencia vivida como hombre más que en las características físicas como
mujer transgénero. Al mismo tiempo podría plantearse que las mujeres también tienen la
posibilidad de formar parte de cuerpos de elite en las fuerzas armadas, recibiendo el mismo
entrenamiento y sometiéndose a las mismas exigencias físicas y mentales que los hombres.
La fisiología del hombre y la mujer son indiscutiblemente diferentes; dejando a un lado las
diferencias en los órganos reproductores, existen otras características físicas que son
propias de cada sexo y que a la hora de la práctica deportiva pueden resultar beneficiosas
para uno u otro atleta.
Según Harper et al. (2021) después de 12 meses de terapia hormonal la mujer transgénero
puede llegar a igualar en niveles hormonales a la mujer cisgénero. En las medidas de
fuerza, masa corporal magra y área muscular presentan disminuciones significativas, pero
que a pesar de ello permanecen por encima de las observadas en mujeres cisgénero, incluso
después de 36 meses. Estos hallazgos sugieren que la fuerza puede estar bien conservada
en mujeres transgénero durante los primeros 3 años de terapia hormonal.
Aquellos que defiende la diversidad en la fisiología de los atletas toman como argumento
que en todos los deportes existen diferencias físicas manifiestas que son propias de cada
atleta y que son tomadas como algo natural a la competencia deportiva. Un ejemplo de ello
es que se permite a mujeres muy altas competir contra mujeres muy bajas en deportes como
el basquetbol o el voleibol donde esta característica natural representa una gran ventaja
deportiva. Por lo tanto, se argumenta que las diferencias de altura, peso o masa muscular
respetarían el concepto de diferencias naturales entre atletas.
A pesar del paradigma prohibicionista fijado por la AMA la brecha entre lo prohibido y lo
permitido es ambigua en algunos puntos. El desarrollo de nuevas tecnologías y los métodos
de entrenamientos cada vez más avanzados representan un desafío constante en la búsqueda
del espíritu deportivo que promueve el deporte olímpico.
En este punto los atletas transgénero representan una potencial violación a las reglas
antidoping al recurrir al uso de terapias hormonales exógenas. Con el fin de regular esta
situación la AMA reconoce que la testosterona es un factor que influye en el rendimiento
deportivo y establece unos criterios en la concesión de permisos especiales a los atletas
transgénero para la utilización de tratamientos hormonales con sustancias prohibidas. El
objetivo de estos permisos es asegurar que los atletas transgénero tengan una exposición
fisiológica a andrógenos dentro del rango de los hombres y mujeres cisgénero.
Según Tamburrini (2002) la trampa es la violación intencional de las reglas con el fin de
obtener una ventaja injusta sobre los competidores. La intencionalidad no es una condición
necesaria ni suficiente para que exista trampa, y la ventaja conseguida tampoco tiene
porque ser injusta. Es decir que si todos tienen posibilidad de hacerla y es parte habitual del
juego, la trampa claramente es una opción justa. Para este autor cuando la trampa introduce
condiciones desiguales en la competencia, arruina el juego y/o expone a los participantes a
lesiones físicas innecesarias, entonces merece condena y debe ser desalentada.
Es entonces que corresponde plantearse si la concesión que otorga la AMA para utilizar
hormonas prohibidas es o no una desventaja para las atletas cisgénero. Al respecto dichas
atletas podrían plantear utilizar hormonas masculinas dentro de los límites permitidos por
el COI alegando de esta forma el derecho de igualdad. Los opositores a la participación de
atletas como Laurel o Alana toman como carta fundamental la desigualdad de competencia
y como consecuencia una predictibilidad de los resultados deportivos que atentan contra la
esencia del deporte mismo.
Otro argumento opositor es que el aparato de control de los gobiernos podría utilizar a los
atletas transgénero para fines políticos poniendo en juego su integridad física. O incluso
que atletas con ambiciones desmedidas por conseguir una victoria decidan transicionar solo
con fines de obtener la preciada medalla olímpica. Estas posibilidades surgen de la
injerencia que tiene el deporte de Alto Rendimiento en la sociedad actual y de los valores
tanto físicos como sociales que representa el obtener una medalla de oro.
El caso de los deportes de contacto, como por ejemplo la lucha olímpica donde los atletas
se entrelazan en tomas complejas y donde el contacto físico es máximo, representa un
verdadero desafío para las organizaciones deportivas. Una situación conflictiva que podría
presentarse sería por ejemplo un enfrentamiento entre una atleta transgénero que no ha
atravesado operación de asignación de sexo alguna contra una atleta musulmana que luego
de muchos años de ser segregada en su país ha conseguido participar en este deporte
tradicionalmente masculino. La luchadora musulmana se niega a enfrentarse con la
luchadora transgénero alegando que va contra sus creencias tocar un hombre, o al menos
sus partes genitales. Ante esta situación cabria plantearse a quien se discrimina realmente y
en donde los derechos de una atleta coartan los derechos de la otra.
Foto 3. Foto de una de las frecuentes tomas de lucha olímpica que permite observar el
grado de contacto existente entre las competidoras durante un combate.
Algunos opositores aluden que el problema del atleta transgénero reside en la edad en que
este realiza la transición, es decir que cuanto más joven es el atleta menos experiencia
como hombre tiene. Retomando el caso de Laurel en la Halterofilia, durante la fase
sensible de su desarrollo deportivo entrenó como y con los implementos propios de un
hombre. De esta manera por citar un ejemplo, toda su vida deportiva entrenó con una barra
olímpica 3mm más grande que la utilizada por las mujeres, suponiendo una potencial
ventaja deportiva a la hora de utilizar la barra femenina. En el caso de Alana la experiencia
de haber combatido durante todo su entrenamiento como hombre con atletas más grandes y
pesados también puede representar una ventaja, en particular en cuanto a la circunferencia
de la espalda y la cintura de sus oponentes para lo que es tomas, agarres y lances.
A pesar de las diferentes posiciones sobre esta problemática tanto opositores como
defensores de las mujeres transgénero están de acuerdo en que las capacidades que hacen a
una persona resaltar en un deporte no están claras y guardan gran relación con la disciplina
en particular. Cada deporte exige habilidades distintas y dependiendo de ello las mujeres
están en mayor o menor desigualdad con los hombres. Un dato curioso que se presenta con
mayor frecuencia es la inclusión por parte de las federaciones internacionales de categorías
mixtas como es el caso del nado sincronizado mixto. Es posible que en un futuro la
separación por género binario deba ser replanteada por las federaciones internacionales y el
mismo COI.
A modo de resumen
A lo largo de este trabajo ha quedado expuesto como el deporte puede favorecer en igual
medida a la inclusión de unos y a la exclusión de otros. Es generador de polémicas que
ponen en tensión aquellos debates existentes en la sociedad misma. Una problemática se va
superponiendo a otra y en el transcurso del tiempo van amalgamándose hasta encontrar, de
alguna forma, una suerte de equilibrio que permite que la sociedad siga evolucionando.
Se puede observar que la situación que genera más polémica en las deportistas transgénero
tiene que ver con la experiencia deportiva como hombre más que con las diferencias
hormonales o físicas. Pareciera que el verdadero problema es el desafío que representa
enfrentarse contra un atleta que lleva una década de trayectoria como deportista masculino
de Alto Rendimiento.
Por lo tanto, es necesario que cada federación deportiva evalúe sus propias condiciones de
inclusión, equidad y seguridad respetando al mismo tiempo las legislaciones mundiales
vigentes y los derechos de los atletas transgénero, cisgénero y del público que cumple, en el
deporte de Alto Rendimiento, un rol fundamental.
Bibliografía
Guariglia, O., Vidiella, G.(2011). Breviario de ética, Buenos Aires, Editorial Edhasa,
pp. 97-116, 159-196.
Serrano de Haro, A. (2007) La precisión del cuerpo, Madrid, Ed. Trotta, pp. 9-46.
Tamburrini, C (2002) “¿La mano de Dios? Una visión distinta del deporte” Buenos
Aires: Ediciones Continente.