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La naranja mecánica 

(Stanley Kubrick, 1971) toma como punto de partida la novela, del


mismo nombre, que Anthony Burgess consigue publicar en 1962. La adaptación
cinematográfica sorprende por su fidelidad extrema a un texto no exento de polémica. Pese a
todo, el mensaje cinematográfico y la "moraleja" literaria difieren diametralmente. En una
edición reciente (Barcelona, Ediciones Minotauro, 2008), prologada por el autor, Burgess
señala la lectura inadecuada que finalmente ha pervivido en el imaginario colectivo. La novela
se estructuraba en veintiún capítulos, y así vio la luz en Europa. La edición norteamericana
prescindía del último capítulo, donde se manifestaba un giro radical en la conducta de Alex,
una llamada a la integración social y al rechazo a la violencia. Años después, el proyecto
encabezado por Kubrick adapta el texto publicado en los EE.UU., omitiendo el happy-end que
originariamente concibió Burgess. En cualquier caso, la obra cinematográfica es un claro
exponente distópico, como lo es 1984 (Orwell), inmune a la esperanza. La novela transita con
exceso de velocidad hacia la utopía.

En La naranja mecánica se reabre un debate sobre la condición humana que Rousseau, uno de
los máximos exponentes de la Ilustración, sintetizó al decir que el hombre es bueno por
naturaleza y la sociedad es quien lo corrompe. En cualquier caso, film y novela coinciden en
retratar la condición humana como una libertad ética de elección. "Cuando un hombre no
puede elegir, deja de ser hombre" . Las nuevas técnicas de condicionamiento conductual que se
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aplican al protagonista no hacen sino incidir en la paradoja: deshumanizan al hombre para


hacerlo sociable. Por enésima vez (cuestión común en la literatura distópica), el individuo se
diluye y confunde en la masa, como los siniestros uniformados que abandonan la fábrica
en Metrópolis (Fritz Lang, 1927).

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