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La delgada línea

Por: Alejandra Rodríguez


Hay una línea tenue entre la vida virtual y la real. La cotidianidad vive en un vaivén
constante entre este espacio y el mundo digital y a veces estos dos estadios se pueden
confundir o perjudicar entre sí. Interactuar, enterarse, experimentar, entre otras sensaciones
que antes solo pertenecían al tacto y los sentidos que se desarrollan en vivo, ahora son
compartidas y posibles en la era digital.
¿Malo o bueno? Depende, de muchos factores. Complementario, tal vez. Y en este universo
nos envuelve una serie como Black Mirror, que se adelanta a lo que puede ser el futuro si
continua ese ritmo acelerado de entregarle a la tecnología gran parte de nuestra vida. La
serie que nos ha enfrentado a un espejo que no queríamos observar, plantea un universo de
posibilidades donde la era digital se toma un espacio imprescindible en nuestras vidas.
En ese futuro que pinta la serie, el sexo puede ser más placentero en la mitad de un video
juego; un robot puede cargar gran parte del alma y la esencia de una persona. Los “Me
gusta” de una red social, son el parámetro de aceptación total en la vida diaria y el amor y
la soledad son solucionados por figuras programadas. Parecen teorías descabelladas y
lejanas, pero lo cierto es que la integración tecnología – vida, toma cada vez más fuerza y
pareciera no poder desligarse en algún punto.
Karl, el protagonista de uno de los capítulos de la serie nos muestra como la intimidad se
puede reemplazar exacerbando los sentidos. Él se instala un chip en la cabeza y después
que muchas terminales de su cuerpo lo lleven a un mundo virtual dónde todo parece real, él
puede tener relaciones sexuales con su mejor amigo, pensando que es una mujer. Sintiendo
y deseando cosas que tal vez no había experimentado y solo dejándose llevar por lo que sus
ojos ven.
Este escenario plantea una mirada que puede parecer exagerada, pero realmente resulta una
metáfora del alcance de los medios digitales en la vida diaria. No estamos lejos de esa
realidad virtual dónde todo parece mágicamente salido de la nada; tampoco de tener esa
segunda vida reflejada solo en plataformas digitales y que, para muchos, es el fiel reflejo de
lo que somos. Nos estamos proyectando en ese otro mundo, y eso nadie lo puede detener.
El tema es que la transición sea por el camino y los objetivos correctos.
“Esta civilidad tiene su propia estética: basta con recordar que lo sublime siempre se ha
dividido entre lo infinito y lo infinitamente pequeño. Pero, más allá del perfil estético de los
entornos en red, me gustaría concluir estas observaciones preliminares analizando lo que
muchas veces se ha llamado, en distintas partes, lo “poshumano” que resultaría de la era
digital, pues representa la mayor expresión de la nueva civilización inaugurada por lo
digital. Normalmente, la palabra “poshumano” remite a la convergencia de la máquina y el
hombre, a la posibilidad de una intersección, dentro del propio cuerpo, entre la mente y la
computadora. Designa el híbrido en potencia que puede emerger del potencial de las
nanotecnologías desplegado en el cuerpo humano” 1 plantea Milad Doueihi en su ensayo
sobre la cultura digital y la nueva alfabetización que ésta supone.
Aprender a integrar la era digital en la vida diaria sin que se convierta en un caos, es un reto
importante. Sobre todo, porque esa convergencia puede resultar provechosa. Es un proceso
cultural e histórico que implica dar un paso a la vez y saber hasta dónde está permitido
llegar. No se trata solo de regresar a lo básico, porque esta evolución no se puede frenar.
“Si queremos hacernos una idea de los robots del futuro, una metáfora apropiada tal vez los
pondría en relación con un concepto mitológico inmemorial, el de los ángeles. Casi todas
las culturas han imaginado seres permanentes que ayudarían a los humanos a lo largo de
sus vidas. Se atribuye a esos seres poderes cognitivos, con frecuencia superiores a los de los
humanos, y se los supone capaces de percibir y actuar en el mundo real revistiendo
voluntariamente. Una apariencia corporal. [...] En efecto, en las mitologías no sólo hay
ángeles, también hay demonios. ¡Debemos asegurarnos de que nuestro mundo esté poblado
de ángeles!2
Integrar esas nuevas tecnologías a la vida es una tarea que merece todo el respeto y
escepticismo posible, pero también la confianza de abrir caminos hacia nuevas formas de
interactuar sin que eso necesariamente reemplace la comunicación cara a cara. Que sea un
complemento y no un sustituto. La verdad y la realidad no deben estar sujetos al espacio
desde dónde se muestre. Ya sea en el mundo digital o en el mundo real, debe permanecer
intacta.
La información, por ejemplo, debe mantenerse ajena a las transformaciones y permanecer
en un estadio dónde signifique la raíz de la verdad y la transparencia. Esto quiere decir que
sucesos como las fake news no deben ser el reflejo de esta evolución digital que nos
abruma.
“La historia nos enseña que los viejos medios nunca mueren y ni siquiera se desvanecen.
Lo que muere son simplemente las herramientas que utilizamos para acceder al contenido
de los medios”, 3
Los filtros, las salas de redacción, la reportería pura, el contraste de las fuentes, esa
estructura jamás será cambiado por la información a diestra y siniestra revelada, por
ejemplo, en las redes sociales. Lo que sí puede es convertirse en nueva fuente de
información y las herramientas tecnológicas en una forma más de verificación.
Las tecnologías pueden moldear el comportamiento humano hasta un punto, pero los seres
estamos en la capacidad de escoger qué queremos y en qué contexto lo desarrollamos. No
es una computadora lo que acaba con la unidad familiar, sino una comunicación deficiente
que encuentra en estos nuevos espacios lugares de escape. Bien describen este temor en el
1
Doueihi, Milad, La gran conversión digital, Fondo de cultura económica, México 2010.
2
16 Luc Steels, “Digital Angels”, op. cit., p. 13
3
Jenkins, Henry (2008) “Introducción: Adoración en el altar de la convergencia: un
nuevo paradigma para comprender el cambio mediático”. En Convergence Culture. La
cultura de la convergencia de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós.
libro Tecnologías de la información: de la comunicación y la economía moral de la familia
“Y para todos aquellos que están preocupados por la familia y su futuro en un mundo
tecnológicamente mediado, quizá podemos decir que aquí es también esencial una
comprensión del proceso, la variación y el límite. Las familias y los hogares manejan estas
tecnologías igual que otros aspectos de sus vidas cotidianas, con un grado mayor o menor
de éxito, control, competencia y serenidad, dependiendo de los recursos de que disponen
para sostener su propia economía moral”.4
Ahora bien, desligarse de esta preocupación también implica que las nuevas tecnologías no
cumplen un papel de educadores. No son quienes deben determinar las directrices de una
sociedad. Por ejemplo, no podemos pretender endilgarles la culpa a las redes de la presión
social de no ser como determinado parámetro o estándar lo ha definido.
Tampoco, de reemplazar la interacción normal por mensajes de texto o chats. La pregunta
sería entonces ¿Cómo llegamos a eso?¿hasta qué punto cuestionamos la manera de integrar
tecnología y vida? Es allí donde se empiezan a aclarar las dinámicas que permitimos y
otras, que nos tomaron por sorpresa.
“Con frecuencia se dice que la televisión ha alterado el mundo en que vivimos. Del mismo
modo, la gente a menudo habla de que tal o cual nueva tecnología ha creado (…) La
mayoría de nosotros sabe qué implican esas expresiones. Pero probablemente allí estribe la
dificultad mayor: estamos tan acostumbrados a hacer esas declaraciones de índole tan
general en nuestras conversaciones cotidianas que a veces se nos escapan sus
significaciones específicas. Detrás de todas esas expresiones subyacen algunos de los
interrogantes históricos y filosóficos más difíciles y más irresolutos. Sin embargo, esas
afirmaciones no plantean aquellos interrogantes, sino que habitualmente los enmascaran.
Por eso, con frecuencia discutimos con animosidad este o aquel "efecto" de la televisión o
los tipos de conducta social, las condiciones culturales y psicológicas a los que "ha llevado"
la televisión sin sentirnos obligados a preguntarnos si es razonable describir cualquier
tecnología como una causa ni, si la concebimos como una causa, qué clase de causa y en
relación con qué otros tipos de causas”,5
El efecto la era digital en nuestras vidas va ligado al poder que se le otorgue y a la manera
más viable de integrarlo a la cotidianidad. El mundo cambió, como lo vaticinó Marshall
McLuhan al bautizar a las tecnologías como las nuevas extensiones de nuestros cuerpos. El
reto es convertir esa línea delgada en un trazo fuerte y definido, que no dé lugar a
confusiones.

4
Silverstone, R., Morley, David y Hirsch, E. (1996) Tecnologías de la información y la
comunicación y economía moral de la familia. En Silverstone, R. y Hirsch, E. (Eds.)
Los efectos de la nueva comunicación. El consumo de la moderna tecnología en el
hogar y en la familia. Barcelona: Bosch. Pp.45.
5
Williams, Raymond (2011) (1973) “La tecnología y la sociedad”. En Televisión.
Tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós.

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