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El gran Bolívar

Autora: Valery Bohorquez


Descendiente de una familia de origen vasco establecida en Venezuela desde
fines del siglo XVI que ocupaba en la Provincia una destacada posición económica
y social.

Hijo del coronel Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios y


Blanco. Tuvo tres hermanos mayores, María Antonia, Juana y Juan Vicente,
además de otra niña, María del Carmen, que murió al nacer. Antes de cumplir tres
años, Simón perdió a su padre, fallecido en enero de 1786.

La educación de los niños corrió a cargo de la madre. Su crianza le fue confiada a


Luisa de Mijares y más tarde a la negra Hipólita.
Cursó estudios con maestros como Andrés Bello y Simón Rodríguez. A los
quince años Bolívar ya era huérfano de padre y madre. Su tío y tutor Don Carlos
Palacios, le hizo trasladar a Madrid para continuar con sus estudios.
Con tan solo diecinueve años, el 26 de mayo de 1802, contrajo matrimonio
con María Teresa del Toro y Alayza, regresando a Caracas para dedicarse a la
agricultura en las haciendas heredadas. El 22 de enero de 1803 su esposa falleció
de fiebre amarilla. Por entonces tuvo amoríos con Anita Lemoit.

Simón Bolívar regresó a España y amplió sus estudios con la orientación del
marqués Gerónimo de Ustáriz, quien le introdujo en la lectura de los clásicos
antiguos y modernos, de los filósofos y de los grandes pensadores. Recorre
España, Francia e Italia. En el Monte Sacro, en Roma, juró libertar a su patria (15
de agosto de 1805). En París tuvo como amante a Fanny de Villar.
El 19 de abril de 1810 los criollos destituyeron al gobernador y capitán
general Vicente Emparán, integrando
una Junta Conservadora de los Derechos
de Fernando VII, eufemismo tras el que se
ocultaban verdaderas intenciones de
independencia política. Con el grado de
coronel, fue en misión diplomática a Londres,
donde consiguió inclinar las simpatías del
gobierno británico hacia la revolución
venezolana. En la misma capital inglesa, se
entrevistó con Francisco de Miranda y lo
invitó a regresar a Venezuela.

La batalla de Boyacá se desarrolló el 7 de agosto de 1819 y es conocido como el


evento que concluyó la campaña independentista que empezó a finales del siglo
XVIII y tuvo como fecha
emblemática el 20 de julio de
1810.
Después del 7 de agosto de 1819,
los territorios que hoy se conocen
como
Colombia, Venezuela, Ecuador y
Panamá, constituyeron la nación
conocida como la Gran Colombia,
la cual existió hasta 1830.
Los nueve años que
transcurrieron desde el 20 de Julio fueron una etapa especial para la constitución
de Colombia como nación. Durante este periodo se establecieron los liderazgos de
la independencia y se unificó gran parte de la población bajo el sentimiento y el ideal
independentista.
Fue precisamente en este periodo que las figuras de Bolívar, Santander y los otros
llamados próceres de la independencia se hicieron importantes e inspiradores para
las personas que habitaban estos territorios, lo que permitió que la campaña
independentista fuera posible y que el sentimiento nacionalista empezara a
prosperar.
Sin embargo, este proceso de independencia no fue fácil. En 1814, con el retorno
del rey Fernando VII al trono, España envió una campaña de reconquista que logró
que durante tres años el imperio español tuviera de nuevo el control sobre estos
territorios. Durante este periodo, los independentistas organizaron una serie de
guerrillas que resistieron al régimen español y que más adelante se convirtieron en
la base del Ejército Libertador, el cual fue organizado por Francisco de Paula
Santander por orden del Simón Bolívar. Este ejercitó libertador fue el que
protagonizó la guerra de independencia, la cual obtuvo el triunfo militar el 7 de
agosto de 1819, el cual llevó a la independencia final de los territorios del norte de
Suramérica, incluido los que hoy se conocen como Colombia.

Acción bélica librada cerca de la ciudad de Valencia, el 24 de junio de 1821, entre


el ejército realista a cargo del mariscal de campo Miguel de la Torre y el republicano
comandado por el general en jefe Simón Bolívar. La victoria lograda por este último,
resultó decisiva para la liberación de Caracas y el territorio venezolano, hecho que
se logrará de manera definitiva en 1823 con la Batalla Naval del Lago de Maracaibo
y la toma de las fortalezas de Puerto Cabello.

Previo al combate, Miguel de la Torre distribuyó sus fuerzas de manera tal que
cubrieran por el oeste el camino de San Carlos, y por sur el de El Pao. La primera
línea defensiva fue confiada a la Primera División dirigida por el teniente coronel
Tomás García, la cual se organizó en tres batallones principales. El batallón del
Valencey a cargo del teniente coronel Andrés Riesco, ocupó la parte sur del camino;
a su derecha se situó el batallón ligero del Hostalrich comandado por el teniente
coronel Francisco Illas, en columna de marcha detrás de las anteriores. Además de
esto, dos piezas de artillería fueron colocadas en una pequeña altura, delante de la
línea formada por Valancey y Barbastro. La Posición correspondiente a la vía de El
Pao fue ocupada por la
División de Vanguardia
liderada por el brigadier
Francisco Tomás Morales,
quien contaba con dos
batallones principales y uno
de reserva. Primero tomó
posiciones el batallón ligero
del Infante, a cargo del
teniente coronel Simón
Sicilia; e inmediatamente detrás de esta unidad se situó el batallón ligero del
Príncipe. La reserva quedó integrada por el segundo batallón del Burgos, bajo la
jefatura del teniente coronel Joaquín Dalmar, quien disponía de cuatro regimientos
de caballería. En cuanto al cuartel general, el mismo quedó establecido cerca del
batallón Burgos.

El 15 de junio de 1821, el Libertador reorganizó el ejército republicano en tres


divisiones. La primera a cargo de José Antonio Páez, y formada por los batallones
Bravos de Apure (liderada por el teniente coronel Francisco Torres) y los Cazadores
Británicos (al mando del coronel Thomas Ildeston Ferriar); además de 7 regimientos
de caballería. La segunda,
comandada por el general
de división Manuel
Cedeño, y constituida por
los batallones Tiradores
(dirigida por el teniente
coronel Ludwig Flegel), y
Vargas (teniente coronel
Antonio Gravete), a lo que
se sumaba un escuadrón
de caballería. La tercera, bajo las órdenes del coronel Ambrosio Plaza y constituida
por 4 batallones. El de Rifles a cargo del teniente coronel Arturo Sandes,
Granaderos al mando del coronel Francisco Paula Vélez, Vencedor de Boyacá
dirigida por el coronel Juan Uslar y Anzoátegui, comandada por el coronel José M.
Arguidegui; completado todo esto por un regimiento de caballería. Las fuerzas
republicanas sumaban en total 6500 hombres.
A tempranas horas del 24 de junio, desde las alturas de Buenavista, elLibertador
hizo un reconocimiento de la posición realista y llegó a la conclusión de que ésta
era inexpugnable por el frente y por el sur. En consecuencia, ordenó que las
divisiones modificaran su marcha por la izquierda y se dirigieran al flanco derecho
realista, el cual estaba descubierto; es decir, Bolívar concibió una maniobra
tendiente a desbordar el ala derecha enemiga, operación ejecutada por las
divisiones de Páez y Cedeño, en tanto que la división Plaza seguía por el camino
hacia el centro de la posición defensiva. Al darse cuenta la Torre de la maniobra de
los republicanos, ordenó al batallón Burgos que marchase al norte a ocupar la altura
hacia la cual se dirigían las divisiones de Bolívar. Al llegar el Burgos al área indicada,
abrió fuego contra el batallón Bravos de Apure, cabeza de la primera división, el
cual después de cruzar el riachuelo de Carabobo, trataba de escalar la pendiente
que lo llevaría a la parte plana de la sabana. Tan violento fue el contraataque del
Burgos, que el Bravos de Apure tuvo que replegarse por dos veces. La situación
cambió cuando una unidad que lo seguía, el batallón Cazadores Británicos, se
enfrentó al Burgos y lo obligó a retroceder. Por su parte, los batallones Infante y
Hostalrich, entraron en auxilio del Burgos, pero reorganizado el Bravos de Apure,
se unió al Cazadores Británicos para reanudar el ataque, ayudado por dos
compañías del batallón Tiradores. Para detener el repliegue de las unidades
realistas que había producido la operación patriota, Torre envió los batallones
Príncipe, Barbastro e Infante, los que lograron sostener la línea de combate, pero
sólo por breve tiempo, pues el grueso de la caballería de la primera división del
ejército republicano entró por el norte de la sabana. Con el fin de hacer frente a este
nuevo ataque, la Torre ordenó al regimiento Húsares de Fernando VII que cargase
contra la caballería patriota, pero esta unidad se retiró después de disparar sus
carabinas.

Finalmente, atacados de frente por la infantería y por la derecha por la caballería,


los batallones realistas optaron por la retirada. Como último recurso, la Torre le
ordenó al regimiento de los Lanceros del Rey que atacara a la caballería patriota,
pero esta unidad no sólo desobedeció la orden, sino que huyó ante la embestida
de las fuerzas republicanas. Al entrar la batalla en su fase final, los patriotas
iniciaron una tenaz
persecución del ejército
español, la cual fue llevada
a cabo hasta Valencia. De
los 4.279 efectivos que
participaron en la batalla de
Carabobo, los realistas
perdieron dos oficiales
superiores, 120 subalternos
y 2.786 soldados. Por su
parte, las bajas de los republicanos también fueron cuantiosas. El resto del ejército
realista terminó refugiándose en Puerto Cabello.
Hace 200 años las laderas del volcán
Pichincha, fue testigo de un hecho
histórico que marcó un antes y un
después en la lucha por la emancipación
liderada por el Libertador Simón Bolívar
en América.
El 24 de mayo de 1822, el ejército patriota
comandado por el General Antonio José
de Sucre, derrotó a las fuerzas españolas
y se escuchó por primera vez el grito de
libertad en el territorio del Ecuador.
Con el triunfo de la Batalla de Pichincha los patriotas entraron victoriosos a Quito y
en forma definitiva declararon la independencia del Imperio Español, y aseguraron
la independencia de Colombia como la naciente nación de la América Meridional.
La batalla se libró con la suma de voluntades de un ejército de aproximadamente
tres mil hombres, comandados por el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de
Sucre. Era un ejército de diferentes nacionalidades, pero unido por el amor a la
libertad. La lucha era de todos, la victoria por primera vez, era de todos.
En Pichincha se unificaron todos los sectores para lograr la libertad e Independencia
de Quito. Los hombres engrosaban las columnas del ejército patriota y las mujeres
eran las generalas de la logística y atendían a los heridos. Con esa convicción de
libertad le mostraron a Sucre los caminos antiguos que los españoles desconocían,
y así la sorpresa y el arresto militar condujeron a los patriotas a la victoria, el 24 de
mayo de 1822.
«La lucha por la independencia de Ecuador fue un proceso que unificó diferentes
sectores sociales en un solo ideal, crear una Gran Patria Latinoamericana. En
Pichincha se demuestra esa gran capacidad militar del ejército liberador donde se
unieron dos grandes figuras de la independencia latinoamericana, pero también
hubo un componente esencial que es la participación popular. Un proceso de
liberación no puede darse si no se vincula al pueblo como protagonista, y en
Pichincha el pueblo fue protagonista», afirmó en una entrevista concedida a VTV la
historiadora y licenciada en Ciencia Sociales, Petronila Dotel Matos, en el coloquio
Internacional del Bicentenario de la Batalla de Pichincha.
Los personajes más sobresalientes de esta batalla determinante fueron: Antonio
José de Sucre, Simón
Bolívar, capitán Niño
Abdón Calderón, quien
con apenas 18 años
dirigió los soldados a su
mando con el espíritu
de los grandes hombres
que inspiran la victoria
aún en las condiciones
más adversas, Andrés de Santa Cruz, Daniel Florencio O’Leary, John Mac Kintosh,
Félix Olazábal, Francisco Villa, además de alrededor de 2.900 soldados de los
batallones Paya, Magdalena, Yaguchi, Trujillo y Piura, así como, las valientes
mujeres Nicolasa Jurado, Inés Jiménez y Gertrudis Espalza, quienes desde 1809
junto con miles de héroes sacrificaron su vida e integridad por un Estado libre y
soberano. Recoge un artículo del Parlamento Andino en su página web titulado «199
aniversario de la Batalla de Pichincha».
Con el triunfo de la Batalla de Pichincha se logró las capitulaciones en las que las
fuerzas españolas entregaron las armas al ejército de la Gran Colombia, se anexó
el departamento de Quito a la República de Colombia y se avanzó triunfante hasta
la gesta de la Independencia del Perú.
La Batalla de Junín, también conocida como
la “batalla silenciosa”, se desarrolló el 6 de
agosto de 1824 en una elevación del terreno
ubicada a orillas del lago Chinchaycocha,
inmediaciones de la pampa peruana de
Junín, y constituyó el penúltimo gran
combate antes del crucial en Ayacucho.
Conozca la trascendencia de esa gesta.
La batalla de Junín enfrentó a las caballerías de las tropas patriotas al mando de
Simón Bolívar (unos 900 jinetes), quienes pretendían aislar a las
fuerzas españolas al mando de José Canterac, aproximadamente 7.000 infantes y
1.200 efectivos de caballería.
Los escuadrones patriotas Húsares de Colombia y Granaderos a Caballo fueron
arrollados por el enemigo, en tanto resistieron con sus largas lanzas los
Granaderos de Colombia. Tras lo cual los Húsares del Perú, al mando del mayor
José Andrés Rázuri, atacaron, el grueso de la caballería patriota se reagrupó y
envolvió al enemigo, que se vio obligado a huir y dispersarse.
La victoria en la Batalla de Junín puso fin a una serie de derrotas consecutivas del
ejército rebelde como las acontecidas en Torata y Moquegua o Zepita, las cuales
conllevaron a la ocupación de La Paz en el Alto Perú, y de Arequipa, además de
haber provocado dispersión en las fuerzas independentistas.
Ese triunfo significó una inyección de moral para las fuerzas patriotas, y un revés,
fundamentalmente de posteriores efectos psicológicos, para los realistas que
además cedieron sus posiciones y dominio estratégico en la Sierra Central
peruana.
La victoria de las tropas patriotas en Junín tuvo notorias consecuencias en el
curso posterior de la independencia, la primera en el plano militar, causando la
muerte de más de 350 realistas y tomando casi un centenar de prisioneros.
También sucumbieron 45 patriotas y otros 100 resultaron heridos.
El reconocimiento de Bolívar a la acción heroica de los escuadrones de la
caballería peruana, capaces de desarticular a la caballería realista y hacerla
perder a sus mejores hombres. Desde entonces, ese regimiento fue bautizado
como Húsares de Junín.
El retroceso desordenado del ejército de Canterac provocó el abandono de armas,
pertrechos y municiones que cayeron en manos de los patriotas, además de la
pérdida posterior de unos 3.000 efectivos del ejército español por enfermedad o
deserción, en su trayecto hacia el Cuzco.
El revés de Canterac en Junín le restó prestigio como estratega, forzó al virrey la
Serna a tomar personalmente el mando del ejército, y obligó a las fuerzas
españolas a detener su campaña ofensiva dirigida por el general Gerónimo Valdés
en Alto Perú, y reagruparse bajo las órdenes de la Serna.
El triunfo en Junín allanó el camino para la victoria posterior de los
independentistas en la batalla de Ayacucho, la cual el 9 de diciembre de 1824
consolidó la independencia definitiva del Perú y de la América del Sur.
Al punto de que la Asamblea Deliberante de Chuquisaca y la redacción del acta de
independencia por los representantes de Charcas, Potosí, La Paz, Cochabamba y
Santa Cruz, tuvieron lugar
el propio 6 de agosto, pero
de 1925 en honor a Junín.
En Chuquisaca, las
antiguas provincias del Alto
Perú se proclaman como
un Estado libre.

El último año de vida de


Simón Bolívar estuvo atravesado por las guerras intestinas de los países de
América, que tanto él buscó evitar. En Bogotá, donde residía, había resistido el
intento de asesinato de algunos sectores de la Gran Colombia, al grito de “tirano” y
“dictador”. Estaba a la defensiva, en medio de una marea conspirativa. Cuando
había respetado las libertades de palabra, reunión
y prensa, no había podido evitar que éstas se
volvieran contra él, pregonando los opositores el
llamado al “Suicidio de Catón”. Frente a estos
peligros, Bolívar había decidido quizás el único
camino posible, seguramente el más difícil, a fin de
mantener el sueño de una América unida. Frente a
estos peligros, Bolívar enfrentó los desafíos abiertos que le habían presentado sus
opositores. Declaró la ley marcial en toda Colombia, sustituyó a las autoridades
civiles por militares; suspendió las garantías de libertad personal; dio orden de
detener a todos los sospechosos de participar en la conspiración; condenó a
muerte a catorce de ellos, incluidos hombres de importancia, como su
vicepresidente Francisco de Paula Santander, a quien finalmente conmutaron la
pena por el destierro.

A su vez, Bolívar debía enfrentar la hostilidad del nuevo presidente del Perú, el
general José de La Mar, quien reivindicaba para su país algunos territorios del
actual Ecuador, especialmente la prometedora ciudad costera de Guayaquil, y
desató una guerra en 1829, en la que el general Antonio José de Sucre
colaboraría con Bolívar.

Tampoco estaban derrotadas las fuerzas españolas, que esperaban el clima


propicio para reconquistar sus territorios coloniales, al tiempo que a Gran Bretaña
poco le interesaba una gran unidad política, desde Perú hasta Panamá.

En mayo de 1830, agobiado por el desorden y visiblemente enfermo, Bolívar logró


que el Congreso de Bogotá aceptara su renuncia. Los retos separatistas no se
habían calmado, especialmente de los venezolanos, que se resistían a seguir
haciendo costosas ofrendas a la unión colombiana.

Ni Bolívar, muy enfermo, ni Sucre, el único


con capacidad de hacer valer su legado,
estaban con fuerza para seguir luchando.
Difamado en América y en Europa,
habiendo vendido y rechazado toda su
riqueza, el Libertador había perdido la
batalla de la gran Unión. Retirado a las
afueras de las murallas de Cartagena, se
enteró de la muerte de su amigo Sucre.
Entonces, aceptó la invitación de su
seguidor Rafael Urdaneta, entonces presidente de Colombia, de “salir del retiro
para emplear los servicios como ciudadano y como soldado”, según manifestara
en Carta Abierta a los colombianos, pero su propuesta fue ambigua, pues no se
consideraba capaz de enfrentar nuevos desafíos.

Con fuerza apenas para caminar, con dolores por reumas y ataques de hígado,
aceptó la invitación de un adinerado español para aposentarse en su finca del
pequeño poblado colombiano de Santa Marta. En reposo total, Bolívar dictó varias
cartas, su testamento y la última proclama a los colombianos, donde aseguró: “Si
mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo
bajaré tranquilo al sepulcro”.

El 17 de diciembre de 1830, con apenas 47 años, se cerraba el ciclo de su vida.


Antes de morir,
había susurrado a
sus amigos:
“Hemos arado en
el mar”. Para
conmemorar la
fecha de su
muerte,
recordamos las
palabras de su
última proclama.

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