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ANDREA WULF LA INVENCION DE LA NATURALEZA EL NUEVO MUNDO DE ALEXANDER VON HUMBOLDT. Traduccién de Maria Luisa Rodriguez Tapia taurus T memorias y biografias Darante as primeras semanas en Cumané, Humboldt Bonpland des- cabricron que, mirasen donde mirasen, siempre habfa algo nuevo que ‘captaba su atencién. El paisaje le fascinaba, decia Humboldt. Las palme- sas estaban adomadas de magnificas flores rojas, las aves y los peces pa- recian rivalizar en colores caleidosc6picos, y hasta los cangrejos eran amules y amarillos*. Flamencos de color rosa se alzaban sobre una pata en ‘zorilla, y las hojas en abanico de las palmeras moteaban la arena blanca ‘con retazos de sol y sombra. Habfa mariposas, monos y tantas plantas que ‘catalogar que, como escribié Humboldta Wilhelm, «corremos de un lado otro como locos»*, Hasta el habitualmente impasible Bonpland dijo que iba a «enloquecer si no acaban pronto las maravillas»*, Aunque siempre se habia enorgullecido de su enfoque sistemtico, a Humboldt le cost6 dar con un método racional para estudiar su entorno*. Los batiles se llenaban tan deprisa que tuvieron que encargar mas resmas de papel para prensar las plantas, ya veces encontraban tantos especime- nes que apenas podian transportarlos hasta su casa’. A diferencia de otros naturalistas, Humboldt no estaba interesado en llenar vacios taxonémicos, estaba recopilando ideas, decia, mas que objetos de historia natural. Era la «impresién globalo’, escribid, lo que mas le cautivaba la mente. Humboldt comparaba todo lo que vefa con lo que habia observado y aprendido anteriormente en Europa. Gada vez que cogia una planta, una roca o un insecto, su mente volvia corriendo a lo que habia visto en su pais. ‘Los drboles que crecfan en las Hanuras alrededor de Gumané, cuyas ramas formaban cubiertas en forma de sombrillas, le recordaban a los pinos Humboldt en Sudamérica italianos*. Visto desde lejos, el mar de cactus creaba el mismo efecto que a hierba en los humedales de los climas septentrionales?. Habia un valle que le recordé a Derbyshire, en Inglaterra”, y cuevas similares a las de Franconia, en Alemania, y las de los montes Cérpatos, en el este de Euro- pal. Todo parecfa conectado en cierto sentido, una idea que ibaa inspirar sus reflexiones sobre el mundo natural durante el resto de su vida. Humboldt se sentfa mas sano y feliz que nunca". El calor le sentaba bien, y las fiebres y los trastornos nerviosos que habfa padecido en Euro- pa desaparecieron. Incluso engordé un poco. Durante el dia, Bonpland y élrecogian muestras, porla tarde, se sentaban juntos a escribir sus notas, y por la noche hacfan observaciones astronémicas. Una de esas noches estuvieron durante horas de pie, sobrecogidos, mientras una Iuvia de meteoritos Hlenaba el cielo de colas blancas". Las cartas de Humboldt estallaban de entusiasmo y Ilevaban aquel mundo maravilloso a los ele- gantes salones de Paris, Berlin y Roma. En ellas hablaba de araiias gigan- tes que comian colibries y de serpientes de nueve metros". Mientras tan- to, asombraba a los habitantes de Cumand con sus instrumentos: sus 80 Sumanwimnea tclescopios les acercaban la Luna y sus microscopios convertian los piojos de sus cabellos en bestias monstruosas'’, Haba algo que amargaba la alegria de Humboldt: el mercado de escla- Yos que estaba enfrente de su casa alquilada, en la plaza principal de ‘Cumand, Espafia habia empezado a importar esclavos para sus colonias de Sudamérica a principios del siglo xv1, y continuaba haciéndolo. Todas Jas mafianas ponian a la venta a jovenes africanos, hombres y mujeres. Les obligaban a frotarse con aceite de coco para que su piel negra rehu- "®, Aquellas escenas convirtieron a Humboldt en abo. licionista para toda su vida. E14 de noviembre de 1799, cuando no hacia ni cuatro meses que habfan Megado a Sudamérica, Humboldt sintié por primera vez que su Vida y sus planes podian estar en peligro, Era un dia caluroso y htimedo. ‘Amediodia el cielo se cubrié de nubes oscuras y hacia las cuatro empe- zaron a retumbar truenos por toda la ciudad. De pronto, la tierra empe- 76 temblar, estuvo a punto de arrojar al suelo a Bonpland, que estaba inclinado sobre una mesa examinando unas plantas, y sacudié con vio- Jencia a Humboldt en su hamaca”. La gente gritaba y corria por las calles ‘mientras las casas se derrumbaban, pero Humboldt conserv6 la calma y se levant6 de Ta hamaca para preparar sus instrumentos. Ni siquiera un movimiento de tierra iba a impedirle evar a cabo sus observaciones. Midi6 las sacudidas, observ que la onda expansiva iba de norte a sure hizo varias mediciones eléctricas, Sin embargo, a pesar de su tranquilidad ‘exterior, Humboldt estaba en plena zozobra. Al moverse bajo sus pies, la tierra destruy6 la ilusién de toda una vida, escribi6. El elemento mévil era el agua, no la tierra. Fue como despertar, de pronto y de manera Gesagradable, de un suefio, Hasta ese instante habia tenido una fe inque- brantable en la estabilidad de la naturaleza, pero ahora se sentfa engaita- do. «Por primera vez debemos desconfiar de un suelo en el que durante tanto tiempo hemos plantado nuestros pies con confianza»", dijo, pero eso no afecté a su decisién de continuar sus viajes. Habfa esperado afios a ver el mundo y sabfa que estaba arriesgando su vida, pero queria ver mas. Dos semanas después, y ras una angustiosa espera para obtener dinero con su documento de crédito espaiiol (cuan- do no lo consiguié, el gobernador le dio dinero de sus fondos privados)”, La revecu6n pe La xara salieron de Cumand camino de Caracas. A mediados de noviembre, Hum- boldt y Bonpland —junto con un criado mestizo llamado José de la Gruz*—alquilaron una pequeiia embarcacién mercante local de nueve metros para dirigirse hacia el oeste#. Empacaron sus numerosos instru- ‘mentos y sus batiles, que ya contenian mas de 4.000 especimenes vegeta- les ademas de insectos, cuadernos y cuadros de medidas”, Situada a mds de 900 metros sobre el nivel del mar, Caracas tenia 40.000 habitantes. La habian fundado los espafioles en 1567 y eralaca pital de la capitania general de Venezuela. E1 95 por ciento de los resi- dentes blancos eran criollos, 0, como los llamaba Humboldt, «hispano- americanos», colonos blancos de ascendencia espafiola pero nacidos en Sudamérica. Aunque formaban la mayoria, los criollos sudamericanos Nevaban décadas sin poder acceder a los altos cargos administrativos y militares. La Corona enviaba a ditigir las colonias a espafioles, en muchos casos menos preparados que los criollos. A los ricos duefios de plantacio- nes les parecfa indignante tener que obedecer a unos comerciantes en- viados desde una madre patria tan lejana. Las autoridades espafiolas los trataban, se quejaban algunos criollos, «como si fueran viles esclavos»®, Caracas estaba asentada en un alto valle rodeado de montaiias y cerca de la costa. Humboldt volvi6 a alquilar una casa para tener una base desde Ja que emprender excursiones mas cortas, Desde alli, Humboldt y Bon- pland se dispusieron a escalar la Silla*, una montaiia de doble cima tan roxima que podian veria desde su casa y que, para sorpresa de Humboldt, nadie de los que conocié en Caracas habia intentado subir jamas. Otro ‘ia fueron hasta las colinas, en las que encontraron un manantial de agua cristalina que cafa por una pared de roca reluciente. Al ver aun grupo de chicas que habia alli, cogiendo agua, a Humboldt le asalt6 de pronto un recuerdo de su pais. Esa noche escribié en su diario: «Recuerdos de ‘Werther, Goethe y las hijas del rey», una referencia a Las penas del joven Werther en la que Goethe describfa uma escena similar. En otras ocasiones, la forma conereta de un arbol 0 una montafia le resultaba muy familiar, Un atisbo de las estrellas del cielo austral o la silueta de los cactus sobre el horizonte era prueba de Io lejos que estaba de su patria. Pero bastaba con el tintineo de un cencerro™ o el bramido de un toro para regresar a las praderas de Tegel. «La naturaleza, en todas partes —decfa Humboldt, se dirige al hom- bre con una vor. que ¢s familiar para su espititus®, Estos sonidos eran como 82 | eae teen eee ee ‘Sepaotémica Humboldt —en el extremo derecho, entre los érboles—, dibnjando la Silla yoces del otro lado del océano que le transportaban en un instante de un hemisferio a otro. Como las lineas tentativas hechas a lapiz en un esbozo, empezaba a asomar su nueva comprensién de la naturaleza basada en observaciones cientificas eimplicacién emocional. Los recuerdos y las re- acciones instintivas, advirtié Humboldt, siempre formarian parte de la experiencia y la interpretacién humana de la naturaleza. La imaginacién era como «un bilsamo de milagrosas propiedades curativas»™, asegur, Pronto llegé el momento de seguir, inspirados en las historias que habia ofdo contar Humboldt sobre el mistetioso rio Casiquiare. Mas de medio siglo antes, un jesuita habia informado de que el Casiquiare co- nectaba las dos grandes cuencas fluviales de Sudamérica: la del Orinoco yla del Amazonas. El Orinoco forma un gran arco desde sus fuentes en cl sur, junto a lo que hoy es la frontera entre Venezuela y Brasil, hasta su delta en la costa nororiental venezolana, donde desemboca en el océano Atlintico. En esa misma costa, 1.600 kilémetros més al sur, esti la boca del caudaloso Amazonas, el rio que atraviesa casi por completo el conti- nente desde su fuente en los Andes peruanos, a 150 kilémetros de la costa del Pacifico, hasta la costa atlintica de Brasil. En las profundidades de la selva, a 1.600 kil6metros al sur de Caracas, se decia que el Casiquiare enlazaba la red de afluentes de estos dos gran- des rios. Nadie habia sido capaz de probar su existencia y pocos crefan que unos rios tan importantes como el Orinoco y el Amazonas pudieran verdaderamente estar conectados. Todos los conocimientos cientificos de 1a €poca hacian pensar que las dos cuencas debfan estar separadas por algtin tipo de linea divisoria, porque la idea de que una via fluvial natural ‘uniese dos rfos tan grandes iba en contra de todos los datos empiricos. Los geégrafos no habian encontrado un solo caso en el que fuera asi en 83, Lamivencios ea xxronasszs todo el resto del mundo, De hecho, el mapa mas reciente de la regién ‘mostraba una cadena montafiosa —el supuesto parteaguas— exactamen- te en el lugar en el que, segiin los rumores que habia oido Humboldt, debia de estar el Casiquiare™. ‘Habia mucho que preparar. Tenfan que escoger unos instrumentos que fueran lo bastante pequeiios como para caber en las estrechas canoas que iban a utilizar para viajar. Necesitaban organizar el dinero y los articu- los para pagar a cambio de guias y alimentos, incluso en el coraz6n de la Jjungla™. Antes de partir, Humboldt envié cartasa Europa y Nortcamérica, con la peticién de que se publicaran en los periédicos®. Era consciente de la importancia de la publicidad. Por ejemplo, desde La Corufia, antes de zarpar, habfa escrito cuarenta y tres cartas™. Si moria durante el viaje, al menos no caerfa en el olvido. E17 de febrero de 1800, Humboldt, Bonpland y José, su criado de Cuma- ni, salieron de Caracas sobre cuatro mulas, después de dejar atras la mayor parte de su equipaje y sus colecciones™. Para llegar al Orinoco tenjan que ir hacia el sur casi en Ifnea recta, a través del inmenso vacio de los Llanos, unas planicies tan grandes como Francia. El plan era iral rio Apure, un afluente del Orinoco a unos 320 kilémetros al sur de Cara- cas. Una vez alli, conseguirfan un barco y provisiones para su expedici en San Fernando de Apure, una misi6n de capuchinos. Pero antes iban aiir hacia el oeste, un desvio de 160 kilémetros para ver los exuberantes valles de Aragua, una de las zonas agricolas més ricas de las colonias. La estacién de las lluvias ya habia pasado, hacia calor y gran parte de las tierras por las que pasaron eran dridas. Cruzaron montaiias y valles y, tras siete dfas agotadores, vieron por fin los «valles sonrientes de Aragua>™. Hacia el oeste se extendian filas infinitas de maiz, cafia de azicar e indi- go. Entre ellas habia pequefias arboledas, aldeas, granjas y huertos. Las granjas estaban unidas por senderos bordeados de arbustos en flor, y la casas recibjan la sombra de grandes érboles, altas ceibas cubiertas de su densa floraci6n amarilla, con las ramas entrelazadas con las Hamativas flores anaranjadas de los arboles del coral®. En medio del valle, y rodeado de montaiias, estaba el lago Valencia. En él habfa alrededor de una docena de islotes rocosos, algunos lo bas- tante grandes como para que pastaran las cabras y hubiera algiin cultivo. Alatardecer, miles de garzas, flamencos y patos salvajes hacfan que el Suoawtinics cielo cobrara vida cuando volaban a través del lago para posarse en las islas. Parecia idilico, pero los habitantes locales le dijeron a Humboldt que el nivel de las aguas estaba bajando a toda velocidad”. Vastas franjas de tierra que solo veinte afios antes estaban sumergidas podian ya culti- varse. Lo que antes fueron isias eran ahora lomas en tierra firme, a me- dida que la orilla seguia retrocediendo. El lago Valencia tenia un ecosis- tema propio: sin salida al mar y alimentado por solo unos cuantos riachuclos, su nivel de agua se regulaba por la evaporaci6n. Los lugarefios pensaban que el lago se vaciaba a través de un rio subterraneo, pero ‘Humboldt tenia otras ideas. Etlago Valencia, en et valle de Araga Midi6, examin6 y pregunt6. Cuando encontré arena fina en los pun- ms altos de las istas, se dio cuenta de que también ellas habian estado . También comparé la evaporacién media anual de los rios fs tagos en todo el mundo, desde el sur de Francia hasta las Indias dentales®, Con sus investigaciones llegé a la conclusién de que la de los bosques circundantes" y el desvio de las aguas para regar® hecho descender los niveles. A medida que la agricultura florecia La nvpeeiox ne La xaruRauiza en el valle, los cultivadores habfan vaciado y desviado varios de los ria- chuclos que alimentaban el lago para regar sus campos. Habfan talado Arboles para despejar sus tierras, y eso habia hecho que el sotobosque —tusgo, arbustos y rafces— desapareciera, de forma que los suclos que estaban tapados habfan quedado a merced de los elementos y sin poder retener el agua®. Justo a las afuueras de Cumang, varias personas ya |e habfan dicho a Humboldt que la sequedad de la tierra habia aumen- tado en paralelo a la limpieza de las viejas arboledas“. Y en el camino de Caracas al valle de Aragua, él habfa notado los terrenos secos y habia la- mentado que los primeros colonos hubieran «destruido imprudentemen- te el bosque>®, A medida que la tierra se agotaba y producfa menos, los cultivadores se habfan trasladado més al oeste, dejando un camino de destruccién. «Bosque muy diezmado»*, escribié Humboldt en su diario. Solo unas décadas antes, las montafias y colinas que rodeaban el valle de Aragua y el lago Valencia estaban cubiertas de selva. Ahora, con los Arboles cortados, las fuertes lluvias habfan barrido el suelo. Todo estaba sestrechamente relacionado»", dedujo Humboldt, porque en el pasado los arboles protegian el suelo del sol y, por tanto, disminnian la evapora: cién de la humedad®. Fue alli, en el lago Valencia, donde Humboldt desarroli6 su idea del cambio climético /provocado por el ser humano®. Cuando publicé sus notas, no dejé duda alguna sobre lo que pensaba: Cuando los bosques se destruyen, como han hecho los cultivadores euro- peos en toda América, con una precipitacién imprudente, los manantiales se secan por completo o se vuelven menos abundantes. Los lechos de los rios, ‘que permanecen secos durante parte del ato, se convierten en torrentes cada ver que caen fuertes luvias en las cumbres. La hierba y el musgo desaparecen de las laderas de las montaias con la maleza, y entonces el agua de Tuva ya no encuentra ningiin obstaculo en su camino: y en vez de aumentar poco a poco el nivel de los rfos mediante filtraciones graduales, durante las Iuvias abundantes forma surcos en las laderas, arrastra la tierra suelta y forma esas inundaciones repentinas que destruyen el pais" Unos aiios antes, cuando trabajaba de inspector de minas, Humboldt ya habia sefialado la limpieza excesiva de los bosques para obtener madera y combustible en los Montes Fichtel, cerca de Bayreuth. Sus cartas e informes 86 Suoaaucs, de aquella época estaban Henos de sugerencias sobre cémo reducir la necesidad de madera en las minas y las plantas siderdirgicas*'. No habia sido el primero en observarlo, pero hasta entonces los motivos de preo- cupacién habian sido mas econémicos que medioambientales. Los bos- ques suministraban el combustible para las fabricas, y la madera era un material importante para construir no solo casas sino también barcos, que a su ver eran esenciales para los imperios y las potencias navales. En Jos siglos xv y xvnr la madera era como hoy el petréleo, y su escasez despertaba las mismas inquietudes relacionadas con ¢l combustible, la industria y el transporte que despiertan hoy las amenazas a la produccién de crudo. Ya en 1664, el paisajista y escritor inglés John Evelyn habia es- crito un libro de gran éxito sobre silvicultura —Sylva, a Discourse of Forest ‘Frees—en el que trataba la escasez de madera como una crisis nacional. «Estarfamos mejor sin oro que sin madera»", decfa, porque sin arboles no habria fabricacién de hierro ni cristal, ni fuegos que calentaran los hogares durante las frias noches de invierno, ni una armada que prote- giera las costas de Inglaterra. Cinco afios después, en 1669, el ministro francés de Finanzas, Jean- Baptiste Colbert, habia prohibido en gran parte el derecho comunitario ‘usar los bosques en los pueblos y habia plantado arboles para futura utilizaci6n de la armada, «Francia morird por falta de madera», habia dicho al presentar sus drésticas medidas. Incluso en las vastas tierras de las colonias norteamericanas se habian ofdo algunas voces solitarias. En 1749, el agricultor y recolector de plantas John Bartram se habfa lamen- tado de que la madera estard pronto casi totalmente destruida»", una preocupacién compartida por su amigo Benjamin Franklin, que también temia «la pérdida de la madera»*. Como soluci6n, Franklin habia pro- puesto una chimenea que ahorraba combustible. Ahora, en el lago Valencia, Humboldt empez6 a entender la defores- tacién en un contexto més amplio y extrapol6 sus andlisis locales para advertir de que las técnicas agricolas de su tiempo podian tener conse- cuencias devastadoras. La acci6n de la humanidad en todo el planeta, advirtié, podfa repercutir en las generaciones futuras*, Lo que vio en el Jago Valencia iba a volver a verlo una y otra vez, en Lombardia, Italia, en elsur de Peri”, y, muchas décadas después, en Rusia. Con su descripeién de cémo la humanidad estaba cambiando el clima, Humboldt se convir- ti6 sin saberlo en el padre del movimiento ecologista. 87 Lamivewead eta earunatazs Humboldt fue el primero en explicar las funciones fundamentales del bosque en el ccosistema y el clima®: la capacidad de los arboles de alma- ‘cenar agua y enriquecer la atmésfera con su humedad, la proteccién que daban al suelo y su efecto de enfriamiento®™. También hablé de la influen- cia de los drboles en el clima mediante su emisi6n de oxfgeno®. Las con- seeuencias de la intervencién de la especie humana eran ya «incalculables», insistia, y podfan ser catastréficas si seguia perturbando el mundo de for ma tan «brutals", Humboldt verfa mas veces los desequilibrios provocados por los seres humanos en la naturaleza, Solo unas semanas después, en el coraz6n de Ja selva del Orinoco, veria a los monjes de una remota misi6n iluminar sus iglesias desvencijadas con aceite extraido de huevos de tortuga. Como ‘consecuencia, la poblacién local de tortugas ya se habia reducido mucho®. (Cada afio las tortugas ponfan sus huevos en la playa del rio, pero los mi- sioneros, en vez de dejar unos cuantos para que naciera la siguiente gene- racién, cogian tantos que los animales estaban disminuyendo de afio en aio, segtin contaron los nativos a Humboldt. Antes, en la costa de Vene- zuela, él ya habia advertido que la pesca de perlas descontrolada habia agotado los bancos de ostras®. Todo era una reaccién ecolégica en cade- na. «Todo —dirfa mas tarde— es interaccién y reciprocidad>" Humboldt estaba alejéndose de 1a perspectiva antropocéntrica que habia regido la relaci6n del ser humano con la naturaleza durante mile- nios: desde Arist6teles, que habfa escrito que «la naturaleza ha hecho todas las cosas especificamente al servicio del hombre», hasta el botni- co Carl Linneo, que repetia el mismo sentimiento més de dos mil afios después, en 1749, cuando insistié en que «todas las cosas estan hechas al servicio del hombre», Durante mucho tiempo se habfa crefdo que Dios habfa dado a los scres humanos el dominio de la naturaleza. Al fin y al cabo, no decia la Biblia que el hombre debia ser fecundo y «repoblar la tierra y sojuzgarla, ejercer dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra>En el siglo xvu, el fl6sofo briténico Francis Bacon habia proclamado: «El mun- do esti hecho al servicio del hombre», y René Descartes habia alegado “Humboldt o explicé de forma sucinta: «La regién boscosa contribuye de tres formas a bajar Ia temperatura: con su sombra refrescante, con la evaporacién y con la radi- aciéne, ‘Sumani que los animales eran autématas, complejos, quiz4, pero incapaces de raciocinio y por tanto inferiores a los humanos. Los humanos, habia es- rito Descartes, eran «los duefios y sefiores de la naturaleza®, En el siglo xvmr, las ideas de que la naturaleza podia perfeccionarse dominaban el pensamiento occidental. Se crefa que la humanidad mejo- «aria la naturaleza con el cultivo de tierras, y el lema era «mejorar». Cam- pos ordenados, bosques clareados y limpios pueblos convertian una na- nuraleza salvaje cn un paisaje agradable y productivo. Por el contrario, la selva primitiva del Nuevo Mundo era una ® que hhabfa que conquistar. Habfa que poner orden en el caos y transformar el mal en bien. En 1748, el pensador francés Montesquieu habia escrito que fa humanidad habia «hecho la tierra més apta para vivir en ella», la habia wuelto habitable con manos y herramientas. Vergeles Henos de fru- ‘2, pulcros huertos y praderas en las que pastaba el ganado eran la natu- raleza ideal”, un modelo que predominarfa durante mucho tiempo en Occidente. Casi un siglo después de la afirmacin de Montesquieu, en 1833, el historiador francés Alexis de Tocqueville, durante una visita a Estados Unidos, pens6 que era «la idea de la destraccién»” —del hacha del hombre en las zonas salvajes de América— la que conferia al paisaje "su «conmovedora belleza». _ __ Algunos pensadores norteamericanos Hegaron a decir que el clima habia mejorado desde la llegada de los primeros colonos. Con cada drbol que se cortaba en los bosques virgenes, aseguraban, el aire se habia vuel- to més suave y mas sano. La falta de pruebas no les impedia predicar sus teorfas. Uno de ellos fue Hugh Williamson, un médico y politico de Ca- rolina del Norte, que publicé en 1770 un articulo en el que elogiaba la limpieza de grandes franjas de bosques porque, en su opinién, era bene- ficiosa para el cima”, Otros creian que despejar los bosques intensificaria Jos vientos, lo cual, a su vez, levaria un aire mas sano a todos los rincones. Solo seis aiios antes de la visita de Humboldt al lago Valencia, un nortea- mericano habia sugerido que talar arboles en el interior del continente podfa ser una forma titil de «secar los pantanos»® de la costa. Las escasas voces que expresaban preocupacién lo hacfan solo en cartas y conversa- ciones privadas. En general, la mayoria estaba de acuerdo en que el «do- minio de la naturaleza»™ era la «base para obtener beneficios futuros». El hombre que mas habia contribuido seguramente a difundir esta opinién era el naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon. La nivencioy oe La nrromanzs A mediados del siglo xvirr, Buffon habia presentado una imagen del bosque primitivo como un horrible lugar leno de Arboles putrefactos, hojas en descomposicién, plantas pardsitas, aguas estancadas e insectos venenosos. La naturaleza, decia, era deforme”. Aunque Buffon habia muerto el afio anterior a la Revolucién francesa, sus ideas sobre el Nuevo ‘Mundo seguian influyendo en la opinién publica. La belleza era lo mismo que la utilidad, y cada hectérea arrancada al monte era una victoria del hombre civilizado sobre la naturaleza sin civilizar. {Lo «hermoso» —habia escrito Buffon” — era la snaturaleza cultivada»!Humboldt, en cambio, advirti6 de que la humanidad tenfa que comprender cémo funcionaban las fuerzas de la naturaleza, cémo se conectaban todos esos diferentes hilos. Los seres humanos no podfan alterar el mundo natural a voluntad yen su propio beneficio, «El hombre puede actuar sobre la naturaleza y apoderarse de sus fuerzas para utilizarlas —escribirfa Humboldt més tar- ‘de— solo si comprende sus leyes=”. La humanidad, avis6, tenfa el poder de destruir el entorno, y las consecuencias serian catastréficas™.

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