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RESEÑAS

Anales del Seminario de Historia de la Filosofía


ISSN: 0211-2337
http://dx.doi.org/10.5209/ASHF.63371

La libreta como forma-de-vida. Sobre Autorretrato en el estudio de


Giorgio Agamben
Agamben, Giorgio, Autorretrato en el estudio, (trad. de Rodrigo Molina-Zavalía y
María Teresa D´Meza), Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2018, 140 pp.

“Quien pretende escribir sobre filosofía


sin plantearse el problema poético de su forma
–no importa si explícita o implícitamente–
no es un filósofo”1

Cuando las palabras no alcanzan para indicar aquello que se desea decir, se recurre
a las imágenes. Pero no para colocar a éstas en el lugar de aquellas, porque tampoco
son suficientes. Se trata de generar una tensión entre lo legible y lo visible, que
en su derrotero comience a afectar el propio proceso de la escritura, generando
como resultado un texto híbrido, sin género, poblado de imágenes sin autonomía.
Pero ambas partes unidas en el rectángulo del libro logran captar, por un instante
–el de la lectura, cuando se mira una imagen, y el de la visión, cuando se leen los
enunciados–, el recorte de una vida. Así, el texto no es el resultado de una praxis,
sino de una poiesis, es decir, no de una voluntad que se expresa de modo inmediato
en una acción, sino en las mediaciones que implican el pasaje de la sombra a la luz2.
Esto es lo que sucede en Autorretrato en el estudio, el último libro publicado de
Giorgio Agamben. Quienes estén habituados a su pluma, no dejarán de sentir cierta
extrañeza al leerlo, a pesar de que allí reconocerán no sólo los temas en los que,
de modo recurrente, ha estado trabajando a lo largo de toda su obra, sino incluso
su estilo, entre poético y erudito, que se puede percibir desde su clásico prólogo
intitulado Umbral hasta la última página. Ello sucede porque hay algo en su tono,
que baña su retórica de una franqueza inédita en todos sus libros anteriores. Y no
se trata solamente de los temas que aborda, ni tampoco del aire a despedida, que
impregna algunos de los pasajes en los que se refiere a la vejez, la muerte, el recuerdo
y el olvido. Lo que extraña en este texto, por el contrario, es la frescura con la que
está escrito, una virginidad que lo lleva a presentar las complejas problemáticas con
las que se enfrentó en su profesión en su dimensión original. Pero ya no se trata
de rastrear, genealógicamente, un concepto desde sus fuentes griegas, romanas o
indoeuropeas, como lo ha hecho en sus textos más conocidos3. Si hay una genealogía
filosófica aquí, el destino al que se remite se encuentra en la propia vida del filósofo.
Como cuando menciona la influencia de Yan Thomas para formular la problemática


1
Agamben, G., Autorretrato en el estudio, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2018, p. 72.

2
El concepto de poiesis y su contraposición con el de praxis es desarrollado en profundidad en Agamben, G., El
hombre sin contenido, Madrid, Altera, 2005.

3
El modo en el que ha desplegado su método en sus investigaciones filosóficas lo explica en Agamben, G.,
Signatura rerum. Sobre el método, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009.

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central de Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida4. O cuando se refiere a los
libros infantiles que lo estimularon a escribir Infancia e historia. Destrucción de la
experiencia y el origen de la historia5. A no confundirse, sin embargo, ésta no es una
biografía, si bien se mencionan las amistades que lo rodearon, desde las resonantes,
como Guy Debord o Pier Paolo Pasolini, hasta las más ignotas, que aparecen
para el lector como nombres cuya relevancia sólo se mide por la importancia que
el propio autor le da a su carácter o palabras. E, incluso, cuando se refiere a sus
más importantes influencias filosóficas, además del modo en el que afectaron su
pensamiento, destaca otra dimensión, casi física, del vínculo con ellos, aun cuando
no los hubiera conocido. Martin Heidegger, entonces, no es tanto el creador del
complejo concepto de dasein, sino unos ojos que no dejaron de sorprenderlo, y el
encuentro decisivo con él no puede desligarse del lugar donde ocurrió, Provenza, del
que aparecen fotos que, si bien registran instantes, adquieren significación sólo por
el modo en el que las describe. Walter Benjamin, por su parte, es un filósofo presente
en todos sus estudios, pero también el fantasma que persiguió obsesivamente,
llegando a fotografiar las distintas casas en las que vivió. De Claudio Rugafiori, su
gran maestro, resalta tanto el modo en el que su saber se conecta a su necesidad vital,
renegando del academicismo, como el hecho, no desvinculado de lo anterior, de que
vistiera siempre la misma ropa de colores oscuros. Cuando la escritura, no obstante,
avanza hacia la dimensión de la vida privada, se detiene, como cuando menciona un
distanciamiento con Jean-Luc Nancy, cuyo motivo no considera importante detallar.
Así, logra desactivar el dispositivo teológico que postula la desnudez y el vestido
como oposiciones insalvables, alcanzando, por el contrario, una exposición en la
que la desnudez no tiene lugar6. De este modo, más que el objeto central de sus
indagaciones, Agamben se convierte en un testigo7 de su propia vida, un epígono que
define como “un ser que se genera sólo a partir de otros”8.
Si Agamben expone en este texto su vida –y no desligada de ella, su muerte, que
anuncia, que espera, para seguir siendo lo que siempre fue, una brizna de hierba–, es
porque el concepto de forma-de-vida, es decir, de una vida que no puede disociarse
de su forma9, es el más importante que ha creado. Y lo que se propone aquí es,
justamente, dar cuenta del modo en el que su propia vida concierne a una forma
que le es indisociable, dando cuenta de cómo, por ello, expresa una potencia10. Y,
en la medida en que ésta es definida, no como algo que se posee, sino que “sólo
se la puede habitar”11, la potencia de un filósofo es su estudio. Por eso nos ofrece
diversas imágenes de sus distintos estudios, que, junto con otras –pinturas, postales,
retratos de fotógrafos profesionales, fotos de su álbum personal, tapas de libros,
ilustraciones, mapas–, son los disparadores de sus reflexiones. Pero no se trata tanto


4
Agamben, G., Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos, 2006.

5
Agamben, G., Infancia e historia. Destrucción de la experiencia y el origen de la historia, Buenos Aires,
Adriana Hidalgo, 2007.
6
El despliegue de esos conceptos se encuentra en su ensayo “Desnudez”, publicado en Agamben, G., Desnudez,
Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2011.
7
Si bien desarrollado en torno a otra problemática, el concepto de testigo es analizado en detalle en Agamben, G.,
Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo, Valencia, Pre-Textos, 2002.
8
Agamben, G, Autorretrato en el estudio, op. cit., p. 35.
9
Este concepto, que ha trabajado en diversos texto, es el que cierra su proyecto filosófico-político titulado “Homo
sacer”, en Agamben, G., El uso de los cuerpos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2017.
10
El concepto de potencia lo despliega sistemáticamente recuperando la noción aristotélica. Una de sus
formulaciones más claras se encuentra en “La potencia del pensamiento”, uno de los ensayos de Agamben, G.,
La potencia del pensamiento, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2007.
11
Agamben, G., Autorretrato en el estudio, op. cit., p. 13.
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del ámbito físico como de la experiencia de habitar en el sentido amplio del término.
Es decir, un modo de usar sin poseer12, quedando así a merced del lugar en el que
vive, en el que trabaja, que es su escritorio, su biblioteca, sus fotos, pero también sus
maestros, sus amigos y sus recuerdos.
De entre los objetos en los que el pensador habita, se destacan sus libretas de
anotaciones. Allí registra sus pensamientos, notas, citas y sueños que gestaron los
libros que ha publicado. Por eso las define como la imagen de su potencia, llegando
a decir que esas libretas son su estudio. Tal vez Agamben haya decidido publicar
éste, su último libro, del modo más fiel posible a su libreta, invitando al lector a
zambullirse en esa potencia, cuyo despliegue es el conjunto de su obra. Así, en este
texto, Agamben alcanza la dimensión performativa de los enunciados13, realizando la
definición de la verdad de Simone Weil, cuya referencia aparece de modo recurrente
en el texto, como un movimiento que exige salir de la situación en la que se está e
impide llegar a ella. Es como si Agamben tomara distancia del propio acto de escribir
–llegando a preguntarse “¿Qué estoy haciendo en este libro?”14– pero para convertir
ese mismo acto en algo indiscernible de su propia vida.
En las primeras páginas, se pregunta si es posible lograr con la escritura algo
semejante a lo que observa en el autorretrato de Paul Gauguin, en el que desvía su
mirada, porque ha visto demasiado. Cuando el escritor ha dicho demasiado, su pluma
se desvía hacia la imagen, entendida como un plexo cargado de tiempo15. Pero no
tanto para encontrar allí lo esencial, sino para plantear, en relación a ella, el problema
poético de la forma de su filosofía, que no es otra cosa que la forma inescindible
de su vida, contra el dispositivo de la máquina antropológica de Occidente16. El
resultado de ello es un libro acabado y perfecto, cuya definición oscila, según sus
propias palabras, entre dos modelos: uno ilustrado para niños y otro completamente
ilegible desde el punto de vista del sentido, volviéndose puro gesto17.
Autorretrato en el estudio, entonces, es una excepción en su largo despliegue
bibliográfico, pero que se vuelve regla18 al exigir una relectura de toda su producción
en una nueva clave. Así como en todos sus libros anteriores es el final rotundo el que
obliga a la relectura de sus iniciales conceptos, este texto, más que una despedida, es
una invitación a volver a enfrentarse a la vastedad de una obra, cuyo reflejo, siempre
oculto hasta ahora, se nos ofrece en su singularidad cualquiera, como una imagen de
su forma-de-vida.

Diego Ezequiel Litvinoff


diegolitvinoff@yahoo.com.ar

12
Como desarrolla, a propósito de las prácticas realizadas por los franciscanos en Agamben, G., Altísima pobreza.
Reglas monásticas y forma de vida, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013.
13
Tal como él mismo define la performatividad del lenguaje, en Agamben, G., El sacramento del lenguaje.
Arqueología del juramento, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2010.
14
Agamben, G., Autorretrato en el estudio, op. cit., p. 35.
15
El desarrollo de su concepto de tiempo, influenciado por la teoría de Aby Warburg, se encuentra en Agamben,
G., Ninfas, Valencia, Pre-Textos, 2010.
16
La noción de máquina antropológica occidental de los modernos, en oposición a la de los antiguos, se encuentra
en el ensayo “Máquina antropológica”, en Agamben, G., Lo abierto. El hombre y el animal, Buenos Aires,
Adriana Hidalgo, 2006.
17
Concepto especialmente desarrollado en “Notas sobre el gesto”, en Agamben, G., Medios sin fin. Notas sobre la
política, Valencia, Pre-Textos, 2001.
18
El desarrollo de este concepto, que se nutre tanto de la obra de Carl Schmitt como de Walter Benjamin, se
encuentra en Agamben, G., Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004.

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