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S2.2 Juliá, Memoria, Historia y Política
S2.2 Juliá, Memoria, Historia y Política
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Santos Juliá
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SANTOS JULIÁ
∗ Publicado en Santos Juliá, dir., Memoria de la guerra y del franquismo, Madrid, Taurus y
Fundación Pablo Iglesias, 2006, pp. 27-77.
1
“Una nota del general Franco”, ABC, 22 de julio de 1936, y del mismo Franco,
“Alocución radiada”, 18 de julio de 1936, publicada en ABC, 23 de julio de 1936. [La
edición de ABC citada para los años de guerra civil es siempre la de Sevilla].
Memoria, historia y política - 2
2
“Proclama del jefe del Ejército de Marruecos, general Franco, leída ayer por la radio”,
ABC, 22 de julio de 1936.
3
“La voz del jefe desde el calabozo”, en José Antonio Primo de Rivera, Obras Completas,
Madrid, 1945, p. 664. Para la eficacia de este miedo, Rafael Cruz, “¡Luzbel vuelve al
mundo! Las imágenes de la Rusia soviética y la acción colectiva en España”, en R. Cruz y
M. Pérez Ledesma, eds., Cultura y movilización en la España contemporánea, Madrid, 1997,
pp. 273-303
Memoria, historia y política - 3
4
Circular del obispo de Pamplona “Para la suscripción nacional”, cit. por Alfonso Alvarez
Bolado, Para ganar la guerra, para ganar la paz. Iglesia y Guerra civil, Madrid, 1995, pp. 40-42;
la del arzobispo de Santiago, en José Ramón Rodríguez Lago, La Iglesia en la Galicia del
franquismo, A Coruña, 2004, p. 473. También Giuliana di Febo, “Legitimación y
representación de la cruzada”, Ritos de guerra y de victoria, Bilbao, 2002, pp. 27-47.
5
“Las dos ciudades. Carta pastoral del obispo de Salamanca”, 30 de septiembre de 1936,
puede verse en Antonio Montero, La persecución religiosa en España, Madrid, 1961, pp. 688-
708. Para el pensamiento de este obispo catalán, Glicerio Sánchez-Recio, De las dos ciudades
a la resurrección de España. Magisterio pastoral y pensamiento político de Enrique Pla y Deniel,
Valladolid, 1994.
Memoria, historia y política - 4
al borde del abismo por una política en pugna con el sentir nacional y con nuestra
historia. En resumen, había que reconocer en la guerra un espíritu de verdadera
cruzada en pro de la religión católica. Era una guerra de civilizaciones puesta de
manifiesto en el sentido de religión y patria que habían levantado a España contra
la Anti-España6.
Todo animaba a que en muy poco tiempo el discurso militar --guerra de
independencia contra Rusia y sus secuaces-- y el eclesiástico --cruzada en defensa
de la religión y de la patria contra la anarquía y el comunismo-- se fundieran en un
único relato que encontrará en abril y mayo de 1937 su primera e inalterable
codificación en el discurso pronunciado por Franco el día de la unificación de
Falange Española y Comunión Tradicionalista y en la carta colectiva del
episcopado español a sus hermanos de todo el mundo pocas semanas después.
Por supuesto, el general Franco ya había utilizado en alguna ocasión el término de
cruzada, aunque dándole un significado genérico, patriótico, no específicamente
religioso, como cuando anunció que aviones estacionados en Madrid iban
patrióticamente a reunirse a “la cruzada general” o cuando se refería a los
“verdaderos españoles que nos siguen en la cruzada de defensa de España” y a
“esta cruzada, por una España grande, poderosa y respetada, [en la que] no ha de
faltar ninguno”7. Cruzada era término que venía de antes y que había sido muy
utilizado, no sólo por las publicaciones de la derecha, para armar el espíritu a la
vista de las confrontaciones futuras. Pero el día de la Unificación, cruzada adquirió
otro significado y Franco era consciente de ello al comenzar su discurso “en el
nombre sagrado de España y en el nombre de cuantos han muerto desde siglos
por una España grande, única, libre y universal”, para afirmar a renglón seguido
que la guerra revestía “cada día más el carácter de Cruzada, de grandiosidad
histórica y de lucha trascendental de pueblos y civilizaciones”. Se trataba, según
Franco, de “una guerra que ha elegido a España, otra vez en la Historia, como
campo de tragedia y de honor, para resolverse y traer la paz al mundo
enloquecido de hoy. Lo que empezó el 17 de julio como una contienda nuestra y
civil, es ahora una llamarada que iluminará el porvenir”8.
6
Isidro Gomá, “El caso de España”, 23 de noviembre de 1936, en Anastasio Granados, El
Cardenal Gomá, primado de España, Madrid, 1969 319-323. Para la transformación de
“alzamiento militar” y de “levantamiento cívico-militar” en “movimiento nacional” y
“guerra santa”, y de “guerra civil” en lucha entre “España y la anti-España, la religión y el
ateismo, la civilización cristiana y la barbarie” es fundamental el informe enviado por
Gomá a Eugenio Pacelli el 13 de agosto de 1936: Archivo Gomá. Documentos de la Guerra
Civil, vol. I, Madrid, 2001, pp. 80-92.
7
“Proclama del jefe del Ejército de Marruecos, general Franco, leída ayer por la radio”,
“El general Franco, jefe del Ejército de Africa, a la Guardia civil española” y “La patriótica
alocución del caudillo”, ABC, 22, 23 y 26 de julio de 1936, respectivamente. La voz
caudillo, todavía en minúscula, se aplicaba por aquellos días a varios generales con
mando en tropa.
8
“Texto del discurso del Generalísimo”, ABC, 20 de abril de 1937. Cuando se cumplía el
primer aniversario del “alzamiento”, en entrevista con Torcuato Luca de Tena, Franco le
explicará que “el Movimiento Nacional no ha sido nunca una sublevación: los sublevados
eran ellos, los rojos”, un axioma del que sacará una rápida conclusión: la guerra es “con el
extranjero”: “Una hora con el Generalísimo”, ABC, 18 de julio de 1937. Que los
Memoria, historia y política - 5
sublevados fueron los rojos sirvió para someterlos de inmediato a consejos de guerra
sumarísimos, acusarlos de rebelión militar, condenarlos a muerte y ejecutarlos.
9
Me sugiere esta pregunta el ensayo de Zira Box, “Secularizando el Apocalipsis.
Manufactura mítica y discurso nacional franquista: la narración de la Victoria”, Historia y
Política, 12 (2004/2) pp. 133-160.
10
Para este tema, Josep M. Margenat, El factor católico en la construcción del consenso del
Nuevo Estado franquista, 1936-1937, Madrid, 1991.
11
Carolyn P. Boyd, Historia Patria. Política, historia e identidad nacional en España: 1875-1975.
Barcelona, 2000, pp. 200 ss.
Memoria, historia y política - 6
ciudadanos, terminaba el primado, “no por medio de una masa amorfa, sino por
las instituciones naturales de la familia, profesión y Municipio”. Y, sobre todo, que
“se acuda pidiendo al Sacratísimo Corazón de Jesús y al purísimo Corazón de
María que sigan protegiendo a España, que iluminen al Jefe del Estado y a cuantos
tengan mayores responsabilidades en los futuros destinos de nuestra España”13.
Dos semanas después de conocerse esta exhortación pastoral, el general
Franco clausuró en Valladolid con un “importantísimo discurso” el Congreso
Agrario Regional del Duero. Dijo allí Franco que cuando el mundo vivía bajo el
imperio de los absolutismos, España, con Castilla, “y bajo el imperio de la moral
católica, practicaba los principios de una verdadera democracia”. La historia
enseñaba que cuando “por intromisiones extrañas peligra lo nacional”, Castilla da
siempre ejemplo de reciedumbre y de bravura y se levanta en santa rebeldía, como
ocurrió en “aquellos trágicos días republicanos de cobardía y de conformismos,
cuando España caminaba hacia su destrucción”. De Castilla salieron las fuerzas
que en el Alto de los Leones dieron “la primera batalla de nuestra guerra de
liberación” y se fundieron en sangre y heroísmo los hombres del Ejército y de
Falange, cuya unidad elevaba el orador al rango de lo sagrado. Frente a los
desdichados españoles, verdaderos criminales comunes de la guerra, el
Movimiento se había propuesto rescatar y liberar a España, redimirla de las causas
que desde hacía más de un siglo habían determinado su decadencia, volviendo
por “los fueros de nuestra doctrina católica y por el camino de nuestras gloriosas
tradiciones, oponiendo a la democracia formulista y gárrula aquella otra que
dimana del Evangelio y de nuestras tradiciones prácticas”. Se había puesto fin de
esta manera a un siglo de ficciones políticas que había desposeído al español de la
confianza en sí mismo. El Movimiento le había devuelto la moral de pueblo
independiente y victorioso, y si, por acaso, su ánimo dudase, deberá reconfortarse
ante “esa renovación innumerable de nuestros héroes y de nuestros mártires en
nuestra Cruzada, la justicia de nuestra causa y la forma pródiga en que Dios
ampara, ayuda y protege a España”14.
Dos piezas discursivas, pronunciadas con escasos días de distancia y con
idéntico propósito, por las más altas jerarquías de la Iglesia y del Estado; dos
miradas dirigidas desde el fin de la Guerra Mundial a los comienzos de una
guerra civil elevada al rango de cruzada nueve años antes; dos exigencias de
unidad para el presente, en momentos de incertidumbre sobre el destino que los
aliados preveían para el futuro de España; dos llamadas a fortalecer los
fundamentos del Estado; dos propuestas de institucionalización del régimen
basadas en la tradición católica; dos muestras de confianza en la especial
protección de Dios sobre la patria y su Caudillo, pero también: dos definiciones
del contenido último de la cruzada como lucha contra el comunismo, que no hará
sino reforzarse en posteriores discursos, cuando la verdad de España aparezca por
fin reconocida por el mundo: nada diferencia en el fondo ni en el propósito la
exhortación publicada por el eclesiástico del discurso pronunciado por el militar.
Nada diferencia tampoco a las autoridades eclesiásticas y civiles que todavía una
13
“Emocionada y vibrante pastoral del primado de España con motivo del final de la
guerra”, ABC, 9 de mayo de 1945.
14
“Los actos del domingo en Valladolid. El discurso”, ABC, 22 de mayo de 1945.
Memoria, historia y política - 8
15
“La festividad del Corpus Christi”, ABC, 1 de junio de 1945.
16
Para el significado de las polémicas entre “excluyentes” y “comprensivos”, o entre
España sin problema frente España como problema, y para la persistencia en los años
cincuenta de un proyecto de absorción de los vencidos en una síntesis nacional
administrada por los vencedores puede verse mi Historias de las dos Españas, Madrid, 2004.
Añadiré aquí que Pedro Laín escribía en 1955, citando a San Pablo y recordando su
política de 1940: “Non erubesco conatum, no me sonroja el intento”, en el prólogo al primer
volumen de la nueva edición de España como problema, Madrid, 1955, que incluía una serie
de artículos aparecidos en Arriba en 1941 y 1942. En uno de ellos, “Las izquierdas en la
polémica de la Ciencia española”, Arriba, 27 de enero de 1942, Pedro Laín intentaba
reconstruir la unidad cultural de la nación española desgarrada por un siglo que “no fue
nuestro”, el XIX, y presentaba a Nicolás Salmerón como “heredero consciente de los que
asesinaban frailes en 1834 e inconsciente abuelo de los forajidos de 1934 y 1936”. Este
Memoria, historia y política - 9
una cultura política que debía bien poco al pasado del que ellos mismos
procedían, del que eran hijos.
“Apenas hay escrito juvenil o confidencia válida que no comience por una
recusación de la herencia de la guerra civil”, escribía en 1962 Dionisio Ridruejo, en
un primer testimonio de la amplitud que la recusación de la guerra civil había
alcanzado entre las nuevas generaciones. Los jóvenes, añadía, “se resisten a la
fatalidad de tener que estar continuando o tener que reproducir la guerra civil y
difícilmente se identifican con una España o con otra, adivinando que […] las
Españas beligerantes son meros residuos. Preguntan por el porvenir”. Pues, en
efecto, a partir de esa nueva apropiación vital y afectiva del pasado --que es, al
cabo, en lo que consiste la memoria-- en un acto de rebeldía contra una dictadura,
no cabía más que inaugurar una política con un claro propósito: que los resultados
de la guerra civil no determinaran el futuro, que no fuera imposible a un
comunista hablar y entenderse con un católico, manteniéndose ambos en sus
posiciones, no buscando la absorción del contrario ni la síntesis superior en una
ilusoria unidad cultural de la nación. Por eso, siempre que un grupo de disidentes
del régimen encontraba en una mesa de negociación a un grupo de la oposición, el
primer punto de acuerdo consistía en mirar al pasado y decidir que no
determinaría el futuro; que sobre el pasado debía extenderse una amnistía general
o que, si se quiere decir con la afortunada expresión que el mismo Ridruejo había
oído a Enrique Tierno, que era preciso “convertir en historia nuestro pasado”, en
historia, esto es, en un saber crítico, objetivo, no en un recurso para la acción18.
A esa nueva política, sostenida en una memoria que quiere romper con un
presente de dictadura determinado por un pasado de guerra, se debe la
proliferación de encuentros entre gentes procedentes de los únicos ámbitos de
socialización política de los años cuarenta y cincuenta, todos católicos y/o
falangistas, con otras procedentes de las diversas oposiciones comunistas,
socialistas o sindicales. En cine-clubs, ciclos de conferencias, asociaciones
vecinales, plataformas, convocatorias de huelgas o manifestaciones, asambleas,
sindicatos clandestinos, a nadie se le pedía cuentas de su pasado: sobre los
reunidos actuaba una memoria de la guerra que recusaba el gran relato inventado
y codificado por los vencedores sin poner en su lugar la memoria de los vencidos,
no sólo porque se hubiera perdido, “suprimida por los vencedores después de la
guerra civil”19, sino porque aparecía dividida, fragmentada o enfrentada por las
disensiones y luchas internas en las que acabó la vida de la República, una
memoria que en muchas ocasiones se expresaba como sentimiento de culpa
colectiva por las divisiones internas que habían posibilitado el golpe militar y,
18
Dionisio Ridruejo, Escrito en España [1962], Madrid, 1976, p. 287.
19
Como escribe Ángela Cenarro, "Memory beyond the public sphere: the francoist
repression remembered in Aragon", History and Memory, 14: 1/2 (otoño 2002) p. 172; en
idéntico sentido, y en la misma publicación, Michael Richards, “From war culture to civil
society: Fracoism, social change and memories of the Spanish civil war”, señala que al
esfuerzo de guerra republicano se le negó “expresión, representación y ritualización
pública”, p. 102. Pero en la división y enfrentamiento de los mismos republicanos habría
que buscar también otras posibles causas de la debilidad e inoperancia de la memoria de
la República tanto en el exilio como en el interior.
Memoria, historia y política - 11
20
“Unión de Fuerzas Democráticas”, 16 de agosto de 1959, Fundación Pablo Iglesias,
Archivo del Exilio, 617 – 21.
21
Javier Pradera, “Los hijos de los vencidos”, El País, 20 de enero de 1977. Frente Unido
Socialista Español, "El Partido Socialista y la política española actual: análisis de una
Memoria, historia y política - 12
situación", 1 junio de 1964, reproducido en Raúl Morodo, Atando cabos, Madrid, 2000, pp.
459-460
22
“Decreto 2940/1975, de 25 de noviembre, por el que se concede indulto general con
motivo de la proclamación de Su Majestad Don Juan Carlos de Borbón como Rey de
España”, BOE, 26 de noviembre. Cito por la recopilación de Mariano Baena del Alcázar y
José María García Madaria, Normas políticas y administrativas de la transición, 1975-1978,
Madrid, 1982, pp. 312.
Memoria, historia y política - 13
23
Manuel Fraga se ufana de las detenciones: En busca del tiempo servido, Barcelona, 1987, p.
42. Para las detenciones del año siguiente, El País, 3 de mayo de 1997. Un buen estudio
sobre acción colectiva en la transición es Rafael Durán Muñoz, Contención y transgresión.
Las movilizaciones sociales y el Estado en las transiciones española y portuguesa. Madrid, 2000.
24
Un testimonio coetáneo del alcance de esta movilización puede encontrarse en Ángel
Suárez [Luciano Rincón] y Colectivo 36 [José Martínez y Alfonso Colodrón], Libro blanco
sobre las cárceles franquistas 1939-1976, París, 1976, pp. 303-307.
25
Recuerda los debates en torno al alcance de esta amnistía Miguel Herrero de Miñón,
Memoria de estío, Madrid, 1993, pp. 74-78.
Memoria, historia y política - 14
26
Decreto-ley 10/1976, de 30 de julio, sobre amnistía, en Baena del Alcázar y García
Madaria, Normas políticas, pp. 317-318.
27
Para los abogados, “Esta no es la amnistía de la reconciliación”, en El País, 1 de agosto
de 1976. Los editoriales “Amnistía para la reconciliación”, ABC, 31 de julio de 1976 y “La
amnistía” y "La superación del pasado", El País, 31 de julio y 5 de agosto de 1976. José
Luis L. Aranguren, “La amnistía pendiente y la declaración de paz”, El País, 1 de agosto
de 1976. José María Ruiz-Gallardón no podía comprender que Reguera dijera: “Hay que
olvidar la guerra civil”. La guerra se podrá superar pero no olvidar porque “un pueblo
sin memoria está llamado a desaparecer como pueblo”: “Amnistía y olvido”, ABC, 1 de
agosto de 1976.
Memoria, historia y política - 15
28
Peru Erroteta, “Euskadi: la amnistía que no llega”, Triunfo, 8 de enero de 1977, pp. 10
y 11.
29
Julio de Jáuregui, “La amnistía y la violencia”, El País, 18 de mayo de 1977.
30
Según informaba El País, 7 de enero de 1977, al dar cuenta de la entrevista.
Memoria, historia y política - 16
pero no podía. Ésta era, como no se le escapaba a las gestoras pro amnistía, la
situación ideal para forzar la máquina y seguir convocando manifestaciones de las
que pudieran derivarse, dada la contundencia represiva de la policía,
enfrentamientos que añadirían más tensión y facilitarían nuevas convocatorias,
como así ocurrió en la semana pro amnistía que las gestoras convocaron para el 8
de mayo de 1977.
Fue entonces, y como respuesta a los incidentes que se saldaron con
decenas de heridos y cinco muertos, cuando el Gobierno, que tenía difícil conceder
una amnistía general después de haber legalizado, contra la manifiesta oposición y
la explícita protesta de los jefes de las Fuerzas Armadas, al Partido Comunista y
exactamente en el momento en que había sido secuestrado por ETA el industrial y
financiero Javier de Ybarra, tomó de nuevo una decisión audaz: tal vez no podía
decretar la amnistía, pero sí podía extrañar a los presos vascos “con condenas a
muerte sobre sus espaldas y sentenciados en procesos tristemente célebres que aún
pesan en el ánimo de muchos españoles”. El mismo día en que ETA secuestraba a
Javier de Ybarra, 20 de mayo de 1977, Mario Onaindia, Teo Uriarte, Francisco J.
Izko de la Iglesia y Unai Dorronsoro recibían en la cárcel de Córdoba la visita del
abogado Juan María Bandrés, portador de un sorprendente mensaje: no serían
amnistiados pero podían aceptar la “sofisticada” figura del extrañamiento que el
Gobierno ofrecía a los presos vascos excluidos de la amnistía decretada en julio de
1976 y de su ampliación en marzo de 197731. La posibilidad de ese “gesto” se la
había manifestado diez días antes Adolfo Suárez a los representantes de la
“Cumbre vasca” reunida en Chiberta, para decidir si los partidos vascos debían o
no presentarse a las elecciones sin la previa concesión de una amnistía total.
Después de responderles que él se encontraba siempre “en la cuerda floja” y de
hacer “hincapié en su debilidad”, Suárez les anunció la posibilidad de que presos
importantes, como Onaindia y Uriarte, saldrían de la cárcel, dejándoles entrever
que después de las elecciones saldrían los pocos que aún quedaban. Era lo mismo
que, en negociaciones directas, había manifestado también a ETA: su disposición
de liberar a los presos a cambio de una tregua de tres o cuatro meses, una
propuesta que ETA rechazó exigiendo, por una parte, la amnistía total e inmediata
y manteniendo, por otra, su política de secuestros y atentados32. En todo caso,
Mario Onaindia y sus compañeros aceptaron el gesto de Suárez y las elecciones se
celebraron también en Euskadi sin boicot de los ayuntamientos y con una alta
participación ciudadana. Por unos momentos se creyó que de esta forma la espiral
violencia-represión-más violencia se había roto gracias a lo que El País calificó de
31
Mario Onaindía, El precio de la libertad. Memorias (1948-1977), Madrid, 2001, pp. 609-
614
32
Para la cumbre de Chiberta –en la que participaron representantes de todos los partidos
vascos y ETA-m, las dos ramas de ETApm y el Grupo de Alcaldes- y para la reunión de
sus representantes con Suárez: Santiago de Pablo, Ludger Mees y José A. Rodríguez Ranz,
El péndulo patriotico. Historia del Partido Nacionalista Vasco, II: 1936-1979, Barcelona, 2001,
pp. 340-345, donde se citan las actas de las reuniones.
Memoria, historia y política - 17
33
Editorial, “Las excarcelaciones”, El País, 22 de mayo de 1977. Secuestro de Ybarra: Javier
de Ybarra e Ybarra, Nosotros, los Ybarra, Barcelona, 2002, pp. 15-18.
34
Joaquín Ruiz-Giménez, “Al día siguiente”, El País, 18 de mayo de 1977.
35
Tal fue el argumento utilizado por el PNV en las conversaciones de Chiberta para
justificar que de todos modos, con o sin amnistía general previa, ellos acudirían a las
elecciones: De Pablo, Mees y Rodríguez Ranz, El péndulo, p. 342.
36
Julio de Jáuregui, “La amnistía y la violencia”, El País, 18 de mayo de 1977.
Memoria, historia y política - 18
en el que todos podamos vivir”; nobles palabras, aplaudidas el día siguiente por
toda la prensa. No de otra manera se expresó en la misma sesión Santiago Carrillo
cuando señaló para aquellas Cortes la tarea de culminar “el proceso de
reconciliación de los españoles con una amnistía para todos los delitos de
intencionalidad política”. La razón era idéntica a la aducida por Arzalluz: “Bien
sabemos que ciertos sectores pueden estar dolidos por acontecimientos recientes;
también nosotros lo estamos por atentados que están en la memoria de todos. Mas
el resentimiento no es buen consejero a la hora de iniciar la andadura
democrática”37.
De manera que el proceso de transición había reafirmado y ampliado una
convicción muy extendida desde que comenzaron a menudear los encuentros
entre disidentes del régimen y militantes de la oposición: que un proceso
constituyente destinado a instaurar una democracia en España exigía como punto
de partida la amnistía general de todos los delitos de intencionalidad política,
cualquiera que fuese su resultado, cometidos desde el principio de la guerra civil
hasta el día de las primeras elecciones generales. Esa expectativa y el alto valor
simbólico que se atribuía a la amnistía como clausura de la guerra civil, sumados a
la negativa del Gobierno presidido por Adolfo Suárez a proclamarla sin
excepciones ni distingos de ningún tipo antes de las elecciones, es lo que está en la
base de la proposición de Ley de Amnistía presentada en el Congreso en octubre
de ese mismo año por todos los grupos parlamentarios, excepto Alianza Popular.
La Ley 46/1977 de 15 de octubre estaba expresamente dirigida a amnistiar lo que
el decreto de julio de 1976 no se había atrevido a tocar: los actos de intencionalidad
política “cualquiera que fuese su resultado, tipificados como delitos y faltas con
anterioridad al día 15 de diciembre de 1976 [y] todos los actos de la misma
naturaleza realizados entre el 15 de diciembre de 1976 y el 15 de junio de 1977”. Es
sorprendente que estos actos quedaran amnistiados “cuando en la intencionalidad
política se aprecie además un móvil de reivindicación de las libertades públicas o
de reivindicación de autonomías de los pueblos de España”. No sólo eso: la
amnistía se extendía también a todos los actos de idéntica intencionalidad y móvil
realizados hasta el 6 de octubre de 1977, siempre que no hubieran “supuesto
violencia grave contra la vida o la integridad de las personas”. Todos estos
distingos tenían una finalidad: amnistiar a los presos de ETA, y de rebote, como
así fue, también a los del FRAP, GRAPO o MPAIAC, es decir, a todos los grupos
de extrema izquierda o nacionalistas que hubieran recurrido al terror como arma
de la política. A los que no se amnistiaba, aunque algunos salieron también
beneficiados en el clima de confusión que presidió la aplicación de la Ley, era a los
terroristas de la extrema derecha causantes de la matanza de Atocha, en cuya
acción resultaba imposible apreciar el móvil de la reivindicación de libertades
públicas o de autonomía de los pueblos de España38.
37
Xavier Arzalluz y Santiago Carrillo, “Declaraciones políticas de carácter general por
parte de los grupos parlamentarios”, Diario de Sesiones. Congreso de los Diputados, 5, 27 de
julio de 1977, pp. 73 y 68-69.
38
Fueron también amnistiados, entre otros, los presuntos asesinos del industrial
barcelonés José María Bultó y dos presuntos implicados en la matanza de Atocha. El
Gobierno, aunque opuesto a estas medidas de la Audiencia Nacional, anunció que no
Memoria, historia y política - 19
recurriría contra ellas. Un mes después de la aprobación de la Ley, El País elevaba a 138 el
número de personas amnistiadas, entre los que es preciso contar 53 objetores de
conciencia. En general, la aplicación de la Ley se llevó a cabo en un clima de extrema
confusión e inseguridad jurídica.
39
"Proposición de Ley de Amnistía", Diario de Sesiones del Congreso de Diputados, 14 de
octubre de 1977, pp. 954-956. Este proyecto de Ley, después de un debate en el que sólo
Alianza Popular anunció su abstención, fue aprobado por 296 votos afirmativos, 2
negativos –uno de ellos el del ex miembro de la UMD, Julio Busquets-, 18 abstenciones y 1
nulo.
40
Javier de Ybarra fue asesinado, por tanto, después de la fecha límite para la aplicación
de la amnistía, que excluía los actos de intencionalidad política cometidos entre el 15 de
junio y el 6 de octubre que hubieran supuesto violencia grave contra la vida o la
integridad de las personas. Pero como, según lo establecido en la ley, “se entenderá por
momento de realización del acto aquel en que se inició la actividad criminal” y el
secuestro había tenido lugar el 20 de mayo, la Audiencia Nacional decidió poner a Apala
en libertad: El País, 3 de noviembre de 1977.
41
J. I. Lacasta-Zabalza supone que fue esta Ley la que amnistió a los presos políticos que
habían luchado pacíficamente por las libertades: "La idea de responsabilidad en la actual
cultura constitucional española", Derechos y Libertades, Revista del Instituto Bartolomé Casas,
enero-diciembre 2001, pp. 134-135.
Memoria, historia y política - 20
liberar a todos los presos políticos, legalizar al Partido Comunista y celebrar unas
elecciones auténticamente democráticas en junio de 1977”42. Pues esta ley no fue
una medida de Gobierno, sino resultado de una iniciativa parlamentaria: está
firmada por el Rey y por el presidente de las Cortes; no, como los anteriores
decretos y leyes, por el presidente del Gobierno o por el ministro de la Presidencia.
Y los “presos políticos” que habían luchado por los derechos fundamentales --
incluidos la gran mayoría de los 400 presos de ETA que poblaban las cárceles a la
muerte de Franco-- llevaban ya varios meses en la calle; el Partido Comunista
gozaba de legalidad desde hacía medio año, sus dirigentes históricos habían
regresado del exilio, se había presentado con sus siglas, su nombre y sus símbolos
propios a unas elecciones generales y su grupo parlamentario no sólo se había
sumado a la proposición de ley sino que la defendió de manera muy convincente;
y por lo que respecta a las elecciones, se habían celebrado ya en un ambiente de
libertad y transparencia. Precisamente porque se habían celebrado, y no para que
se celebraran, y porque el partido del Gobierno no había conseguido la mayoría
absoluta, los grupos de oposición reclamaron con éxito en el Congreso la
aprobación de la amnistía de los presos que habían quedado sin amnistiar por las
leyes y decretos anteriores --o sea los acusados de, o condenados por, actos de
violencia contra las personas, la mayoría de ellos liberados ya por indultos y otras
medidas de gracia-- como primer paso para la apertura de un proceso
constituyente.
El Gobierno accedió a esta exigencia y permitió que todos los presos de
ETA y de otros grupos terroristas que quedaban en la cárcel salieran a la calle a
cambio de obtener idéntica amnistía para todos los funcionarios que pudieran ser
hallados culpables de haber cometido actos de “violencia institucional”43. Que
quedaban quiere decir que la Ley de Amnistía afectó a una cantidad insignificante
de presos si se compara con los que habían sido beneficiados por los indultos y los
decretos aprobados antes de las elecciones. Citando fuentes del Ministerio de
Justicia, El País daba la cifra de 89 “presos políticos”, 85 preventivos y cuatro
penados, entre los que se contaban tres miembros del FRAP condenados a muerte
en los consejos de Guerra de El Goloso, como únicos posibles afectados por la
amnistía. Hasta ese momento, las sucesivas medidas de gracia tomadas, ésas sí,
por el Gobierno sin negociar ni pactar sus términos con la oposición, habían
beneficiado a varias decenas de miles de presos o procesados, políticos y comunes,
por aplicación del indulto de 25 de noviembre de 1975, del Real Decreto-Ley de
Amnistía de 30 de julio de 1976 y de los Reales Decretos-ley sobre medidas de
gracia y sobre indulto general de 14 de marzo de 1977, más varias órdenes y
decretos complementarios. De modo que puede afirmarse con toda certeza que a
nadie se le hubiera ocurrido proponer en el Congreso la aprobación de una nueva
ley de amnistía después de celebradas las primeras elecciones generales si no se
hubiera tratado de miembros de ETA y, de rechazo, de otros grupos terroristas. Es
menester remacharlo, dado lo extendido de la confusión: lo que la Ley de
42
Como sostiene Paloma Aguilar: “Justicia, política y memoria: los legados del
franquismo en la transición española”, en Alexandra Barahona, Paloma Aguilar y Carmen
González, eds., Las políticas hacia el pasado, Madrid, 2002, p. 144 y 157.
43
El País, 15 y 18 de octubre de 1977.
Memoria, historia y política - 21
44
“Denegada la amnistía al último preso político vasco”, El País, 19 de noviembre de 1977.
Para lo relacionado con ETA, hay una excelente reconstrucción del proceso de amnistía en
Patxo Unzueta, “Euskadi: amnistía y vuelta a empezar”, en S. Juliá, J. Pradera y J. Prieto,
coords., Memoria de la transición, Madrid, 1996, pp. 275-283. En ningún momento del largo
proceso ETA dejó de matar: el 4 de octubre de 1976 morían acribillados Juan María
Araluce, presidente de la Diputación de Guipúzcoa y cuatro policías; un año después, y
muy pocos días antes de que el Congreso aprobara la ley de Amnistia, ETA asesinó en
Gernika a Augusto Unceta, presidente de la Diputación de Vizcaya y a dos guardias
civiles.
Memoria, historia y política - 22
45
Como tituló el periodista José María Portell –que había actuado como intermediario de
una posible negociación entre ETA y el Gobierno de Suárez- un libro que habría de ser
póstumo: ETA Militar lo mató el 28 de junio de 1978 en Portugalete: Patxo Unzueta,
“Euskadi”, cit., p. 277-278.
Memoria, historia y política - 23
y todo lo que se refería a las huellas del pasado --estatuas, callejero, nombres de
centros sanitarios o docentes, museos, coloquios, ciclos de conferencias,
subvenciones para investigación, archivos-- se dejó a la competencia de
ayuntamientos y gobiernos de comunidades autónomas46. Por lo demás, al socaire
del cincuenta aniversario del comienzo de tantas cosas, los años ochenta
contemplaron un sustancial incremento de estudios, series coleccionables,
congresos y debates sobre la República, la revolución de octubre, la guerra y el
franquismo.
Y por lo que respecta al debate público --público en el sentido ahora de
social, no de político/institucional--, hablar de la transición como de un tiempo en
que el silencio sobre la guerra y el franquismo fue más absoluto es, sencillamente,
disparatado. Sin pretender que la mayoría de la sociedad se volcara en la
rememoración del pasado --o quedara presa de sus redes--, es lo cierto que
abundaron en diarios, revistas, libros, cines, exposiciones, homenajes, series
periodísticas o coloquios y ciclos de conferencias, incontables ocasiones para
traerlo a la memoria de un amplio sector de ciudadanos menos amnésicos de lo
que tantas veces se da por supuesto. Sin duda, no todo el mundo participó en esos
debates ni mostró un interés prioritario por sumergirse en el pasado; más aún,
muchas iniciativas culturales se caracterizaron precisamente por no querer saber
nada de él, dando por supuesta su liquidación y experimentando con nuevas
formas de cultura, mofándose de su zafiedad o tomándolo como objeto de
comedia o farsa. Pero tomar esas manifestaciones culturales por la totalidad de la
cultura y a esos sectores sociales por la totalidad de la sociedad es un error que, no
por lo evidente, deja de sorprender a quien se asome sobre todo lo que del pasado
de guerra y dictadura se debatió en aquellos años. Limitando estas notas al
periodo que va de 1975, muerte del dictador, a 1979, primer año constitucional,
resulta que la presencia de la guerra civil y del franquismo --por no hablar de la
República, que conoció un verdadero aluvión de títulos-- en el debate público fue
permanente, como cualquiera puede comprobar con sólo darse un paseo por
bibliotecas, hemerotecas y filmotecas. Lo he señalado ya en alguna ocasión pero no
me parece inútil recordarlo con más detalle de nuevo.
En octubre de 1977, en la misma semana en que el Congreso de los
Diputados aprobaba la Ley de Amnistía, la revista Interviú publicaba un reportaje
titulado “Otro Valle de los Caídos sin cruz. La Barranca, fosa común para 2.000
riojanos”. Interviú no era una revista académica ni de divulgación histórica, sino
un semanario muy popular que alcanzó en 1978 una difusión de 706.745
ejemplares, la revista de información general más leída y difundida en España
durante los años de transición. Y ese artículo no fue una pieza aislada: formaba
parte de una serie que se prolongaría año y medio, hasta febrero de 1979, con
títulos como: “Matanza de rojos en Canarias”, “Granada, las matanzas no se
olvidan”, “Matanzas franquistas en Sevilla. Los 100.000 (sic) fusilados del 18 de
46
Lo cual no quiere decir que no se adoptaran varias decenas de medidas legislativas,
entre otras, la Ley 37/1984 de octubre de 1984 que tenía por objeto reconocer los derechos
y servicios prestados a quienes durante la guerra civil formaron parte de las Fuerzas
Armadas, Fuerzas de Orden Público y Cuerpo de Carabineros de la República, como ha
recordado Paloma Aguilar, “Justicia política y memoria”, cit., p. 182.
Memoria, historia y política - 24
julio”, “El pueblo desentierra a sus muertos. Casas de Don Pedro, 39 años después
de la matanza”. Eran reportajes acompañados de fotografías, de testimonios de
miembros de comisiones gestoras formadas para vallar y adecentar las fosas, de
declaraciones de algunos familiares y vecinos de las víctimas; eran, por sus
titulares y el espacio que se les dedicaba, reportajes que pretendían llamar la
atención del gran público sobre las matanzas perpetradas por los rebeldes a
medida que conquistaban nuevos territorios y mantener la memoria de sus
víctimas.
Mientras Interviú escribía de matanzas y fosas o denunciaba, en reportajes
escritos por aquel combativo periodista que fue Ricardo Cid Cañaveral, casos de
corrupción en ayuntamientos que venían de la dictadura, las revistas de
divulgación histórica conocían el mejor momento de toda su existencia: Historia 16
--que reunió a su consejo asesor para ofrecer en agosto de 1976 un primer balance
del régimen de Franco respondiendo a cuestiones como ¿quiénes se alzaron contra
la República? o ¿ha sido fascista el régimen de Franco?--, Historia y Vida, Tiempo de
Historia, Historia Internacional, Nueva Historia, algunas con ventas que en 1977
llegaron a 55.000 ejemplares, la cifra más alta nunca alcanzada, antes o después,
por la difusión histórica en España. Todas ellas volcadas en temas relacionados
con la República, la guerra, la represión, el franquismo, la guerrilla, sobre los que
mantenían permanentes correos con sus lectores: en el número de abril de 1978 de
Tiempo de Historia --por sólo citar un ejemplo entre mil-- publicó Eduardo de
Guzmán “Después del 1º de abril. Un millón de presos y doscientos mil muertos”,
fijando unas magnitudes de la represión luego muy repetidas a pesar de que aún
faltaban investigaciones en las que basar tales afirmaciones. Fue, en fin, la época
en que las revistas culturales y de información general, como Triunfo, Cuadernos
para el diálogo, Cambio 16, La Calle, por no hablar de la ya mencionada Interviú, más
espacio destinaron a la República, la guerra y el franquismo, abordándolos desde
todos los ángulos posibles y dedicando especial atención a temas como la
represión, la censura, la cultura47.
En el mundo editorial, nunca se asistió a una plétora tan notable de
iniciativas para recuperar, como ya entonces comenzaba a decirse, el pasado y su
memoria. La editorial del exilio que más importancia tuvo para una generación de
españoles, Ruedo Ibérico, conoció entonces el momento de mayor esplendor, que
le permitió superar por unos años sus inveterados problemas económicos: sus
libros, que pudieron entrar en España desde mayo de 1976, eran buscados por una
legión de lectores48. Y mientras nos acercábamos libremente a las publicaciones de
Ruedo, iban apareciendo recopilaciones de escritos sobre la revolución española
de dirigentes de la época como, entre otros, Andreu Nin, Joaquín Maurín,
Grandizo Munis o Julián Gorkín en editoriales como Fontamara, Zero/ZYX o
47
Para la atención dedicada por Triunfo a la guerra y al franquismo, Marie-Claude
Chaput, “Histoire et mémoire dans Triunfo (1975-1982)”, en Marie-Claude Chaput y
Jacques Maurice, eds., Espagne XXe siècle. Histoire et mémoire, Regards/4, Paris, 2001, pp.
49-73.
48
“Boyante situación económica” de Ruedo Ibérico a finales de 1976: Albert Forment, José
Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, Barcelona, 2000, p. 492
Memoria, historia y política - 25
49
Lapsus en la sintaxis, Ofelia Ferrán, “Memory and forgetting: resistance and noise in the
Spanish transition: Semprún and Vázquez Montalbán”, en Joan Ramón Resina, ed.,
Disremembering the dictatorship, Amsterdam, 2000, pp.195 y 198. Teresa Vilaró, El mono del
desencanto. Una crítica cultural de la transición española (1973-1993), Madrid, 1998, presenta
la transición como “quiste canceroso e invasivo” instalado en el cuerpo español y a los
españoles con “La Cosa” atragantada, sin poder expulsarla ni deglutirla, afanosamente
empeñados en “borrar” el pasado. Lucubraciones sobre la movida como muestra de la
impotencia de los españoles para enfrentarse con su pasado pueden encontrarse también
Memoria, historia y política - 26
entre 1939 y 1942 y dieran por buenas las cuentas de Ciano durante su visita a
España: 6.000 fusilamientos por mes sólo en Madrid, un número tan impresionista
como el de 200.000 fusilados después del fin de la guerra, pero que pasó o pasaron
la criba de multitud de historias y que todavía hoy se repiten.
Hubo también un magnífico nivel de divulgación en colecciones como la
lanzada por La Gaya Ciencia bajo el título genérico “Qué fue”, en la que publicó
Juan Benet su breve ensayo sobre la guerra civil y José Luis L. Aranguren el suyo
sobre los fascismos. Y en ese nivel de divulgación hay que contar la primera
Historia del franquismo, publicada en 1976 por dos periodistas de los que
investigaban de verdad, Daniel Sueiro y Bernardo Díaz Nosty, el primero de ellos
autor además de un libro muy madrugador y documentado sobre La verdadera
historia del Valle de los Caídos (1976), y el segundo autor también de La irresistible
ascensión de Juan March (1977), una de las primeras biografías dedicadas a quien
fuera famoso contrabandista y luego hombre de negocios. Aunque salga de los
límites cronológicos que aquí me he impuesto, es digna de notarse la Crónica del
antifranquismo (1983), de otros dos periodistas, Fernando Jáuregui y Pedro Vega,
concebida como “homenaje a los hombres y mujeres que lucharon para que
nuestro país fuese lo que es hoy”. No es necesario insistir en que estos libros
concedían una especial atención a las actividades de la oposición antifranquista y a
la represión que se abatió sobre ella, de la que comenzaron a dar cuenta las
memorias de algunas represaliadas, como en 1977 Desde la noche y la niebla: las
mujeres en las cárceles franquistas, de Juana Doña, y En el infierno. Ser mujer en las
cárceles de Franco, de Lidia Falcón, que publicó además Viernes y 13 en la calle del
Correo, también de 1977, y Los hijos de los vencidos en 1979, el mismo año en que
aparecía Dona de pres, de Teresa Pàmies. Pronto, pero ya en los ochenta, comenzará
a publicar Tomasa Cuevas su trilogía con testimonios de mujeres encarceladas.
Como no es posible presentar aquí una relación exhaustiva de libros sobre
guerra civil y franquismo editados en España durante la transición --y aun antes--,
me limitaré a recordar, frente a quienes hablan de “silencio más absoluto” 50, que
no quedó en esos años terreno alguno sin explorar: de las fuentes ideológicas del
franquismo (Pastor, Ramírez) al papel de la Iglesia católica (Álvarez Bolado,
Raguer, Chao, Ruiz Rico, Urbina); del personal político del régimen (Viver Pi-
Sunyer) a las brigadas internacionales o a los “voluntarios” italianos (Cruells,
Coverdale); de las instituciones republicanas y de revistas e intelectuales en el
exilio (Ferrer, Borrás, Caudet, Abellán) a la prensa clandestina (Oliver, Pages); de
las guerrillas (Pons Prades, Gros) a la resistencia y los movimientos de mujeres
(Alcalde, Di Febo, aparte de las ya citadas Pàmies, Falcón, Doña); de la oposición a
la dictadura (González Casanova) y de Cataluña bajo el régimen franquista (Josep
Benet) a los “topos” que vivieron como sepultados en vida y a los mutilados del
ejército republicano (Torbado y Leguineche, Bravo-Tellado); del sindicalismo y del
movimiento obrero (Aparicio, Almendros, Maravall, Picó, Sartorius) a la
represión, las cárceles y los campos de concentración (De Guzmán, Llarch,
Colectivo 36); de la política exterior (Schwartz, Armero) a los movimientos de
51
En 1987, Gregorio Cámara pudo escribir, con razón, que el franquismo no era ya un
páramo científico: “Analizar el franquismo: interpretaciones sobre su naturaleza”, en
Política y sociedad. Estudios en homenaje a Francisco Murillo Ferrol, Madrid, 1987, vol. II, p.
712.
52
Es conocida la orden de destruir los archivos del Movimiento Nacional el mismo día en
que se comunicó su disolución, 1 de abril de 1977. El gobernador civil de Barcelona
decidió cumplirla porque aquellos papeles “le olían a un pasado remoto” -¿pues qué
habría que hacer entonces con el Archivo de Indias?-. Confiesa con total ingenuidad este
devastador principio Salvador Sánchez-Terán, De Franco a la Generalitat, Barcelona, 1988,
p. 261.
Memoria, historia y política - 30
53
A la coincidencia de estos dos fenómenos ya me referí en “Acuerdo sobre el pasado”,
El País, 24 de noviembre de 2002.
54
Con memoria de los nietos me refiero genéricamente a lo mucho publicado sobre
represión por jóvenes investigadores y a las docenas de asociaciones por la recuperación
de la memoria histórica creadas en la última década. En todo caso, tampoco aquí se
puede generalizar: de acuerdo con un estudio publicado por el CIS, a la pregunta: ¿cree
usted que la forma en que se llevó a cabo la transición a la democracia constituye un
motivo de orgullo para los españoles?, el 86 por 100 de los encuestados contestaba en
2000 afirmativamente –diez puntos por encima de 1985- y sólo el 8 por 100 optaba por la
negativa. Esta “minoría disidente” –como la denomina el autor del trabajo, Félix Moral-
alcanzaba sus más altas cotas en ambos extremos de la escala de ideología, de izquierda o
de derecha; entre quienes votaban a IU o se abstenían; y entre quienes tenían estudios
universitarios superiores y quienes no tenían ninguno, sin que la edad tuviera especial
relevancia: Veinticinco años después. La memoria del franquismo y de la transición a la
democracia en los españoles del año 2000, Madrid, 2001.pp. 20-21.
55 Diario de Sesiones del Congreso de Diputados, Comisión Constitucional, 20 de
noviembre de 2002, pp. 20 de noviembre de 2002.
56 Joan Tardà I Coma, “ERC y la memoria histórica”, La Vanguardia, 20 de julio de 2005.
Memoria, historia y política - 32
57
Henri-Irenée Marrou, De la connaissance historique, Paris, 1954, pp. 30-31, aun si reconoce
el carácter ambiguo de la noción de ciencia.
58
La repressió franquista a Catalunya (1938-1953), de Josep Maria Solé i Sabaté, es de
1985.
Memoria, historia y política - 33
franquismo”, se pasa a veces por alto que en la guerra actuaron dos Estados y en el
franquismo sólo uno, lo que ha llevado en no pocas ocasiones a la completa
absorción de la primera en la problemática del segundo, relegando a un plano
secundario lo que la guerra civil tiene de específico en relación con la dictadura.
Dicho de otro modo, como la reparación de los vencidos y el reconocimiento a los
perseguidos se ha convertido en único objetivo de esta memoria de los nietos,
están cayendo en progresivo olvido o se está dejando su recuerdo al cuidado
exclusivo de los epígonos del franquismo --expertos en buscar legitimidades para
aquella rebelión militar que Azaña definió como horrenda culpa y crimen de lesa
patria-- las víctimas de la represión en la zona republicana, bien porque se
presentan acríticamente como si se tratara de muertos por casualidad, por una
especie de ira espontánea o incontrolada, bien porque se minimiza la magnitud de
su persecución o se falsean sus circunstancias, bien sencillamente porque nadie se
ocupa de ellas59.
Es significativo, por ejemplo, que libros titulados o subtitulados “Campos
de concentración y prisiones durante la guerra civil y el franquismo” no incluyan
ni una sola línea dedicada a las cárceles existentes en zona republicana, como si no
hubieran sido varias decenas de miles los encarcelados, sacados de las cárceles y
fusilados en territorio de la República durante la guerra civil. En resoluciones y
acuerdos de parlamentos autonómicos, los encarcelados y ejecutados en la zona
republicana se han vuelto de pronto invisibles60. Se dice --incluso por jóvenes
diputados desde las tribunas del Congreso-- que de esos muertos ya se ha hablado
bastante, que a ellos se dedicó la causa general y que ya obtuvieron su reparación.
Pero eso, que no pasa de ser un arma para la lucha política, para el trabajo del
historiador no puede ser una excusa: cuando se habla de “guerra civil”, no
podemos pasar de la exclusiva visibilidad de los muertos en “zona roja”, propia de
los años de la dictadura, a la exclusiva visibilidad de los muertos en “zona
nacional”, como si una supuesta memoria democrática consistiera en volver del
revés la memoria impuesta durante la dictadura: la democracia acepta mal el
singular porque es incompatible con la existencia de un centro creador y difusor
de memoria.
Esta invisibilidad guarda una estrecha relación con otro resultado de la
absorción de la problemática propia de la “guerra civil” en la de “franquismo” o
“dictadura”. Como, durante la dictadura, los militantes en partidos o sindicatos de
oposición siempre luchaban por la democracia, se ha atribuido también ese mismo
carácter a todos los que respondieron con las armas a los militares rebeldes y se
59
Por ejemplo, Montse Armengou y Ricard Belis escriben en Las fosas del silencio. ¿Hay un
holocausto español?, Barcelona, 2004, p. 92, que las autoridades republicanas decidieron
“trasladar” desde la cárcel Modelo a “un numeroso grupo, [que] podría llegar a superar
el millar”, de “destacados presos de derechas que podrían colaborar con los golpistas”. Y
añaden: “Nunca llegaron a su destino”, como si su destino no hubiera sido desde el
principio ser fusilados en el lugar adonde les conducían los autobuses y como si todavía
hoy cupiera alguna duda de que los fusilados superaron con creces “el millar”.
60 Puede verse Decreto 334/2003, 2 diciembre para coordinación de actuaciones en
torno a la recuperación de la memoria histórica. Boletín Oficial de la Junta de Andalucía,
236, 9 diciembre 2003.
Memoria, historia y política - 34
han reducido las complejas luchas y los cruces de conflictos que caracterizaron a la
República a una defensa de la democracia contra un ataque del fascismo. Se está
abriendo así un foso entre una memoria de la República en guerra que exalta el
ideal democrático de la República pero elimina la complejidad y los conflictos
entre sus defensores y una historiografía que ha identificado cada vez con más
rigor los enfrentamientos no ya entre las distintas fuerzas que combatieron en su
defensa sino dentro de cada partido o sindicato. En el lado de la República
lucharon anarquistas, sindicalistas, comunistas, socialistas, republicanos,
nacionalistas catalanes y vascos (para colmo, católicos), militares y hasta guardias
civiles leales. Los conflictos entre estas organizaciones fueron abundantes y dieron
lugar, como es bien sabido, a guerras dentro de la guerra en las que lo que se
dilucidaba estaba lejos de ser una defensa de la democracia. Pretender la
construcción de una “memoria democrática” --una expresión contradictoria, pues
inevitablemente la democracia habrá de dar curso libre a múltiples memorias--
como si todo lo que en el lado de la República se oponía a los militares rebeldes
fuera una lucha por la democracia es un anacronismo sin relación con la historia
aunque pueda tenerla, y muy íntima, con la memoria, con una memoria
transformada por el posterior desarrollo de los hechos.
Desde el golpe de Estado militar contra la República y desde la revolución
obrera y campesina que fue su inmediata secuela, decenas de miles de españoles
fueron “víctimas de la guerra civil” aunque su compromiso estuviera lejos de ser
por la democracia e incluso aunque no tuvieran compromiso alguno: miles de
pacíficos ciudadanos fueron liquidados en aquellos macabros “paseos”, en zona
rebelde como en zona republicana, sin procesamiento, sin juicio alguno, por la más
nimia sospecha de simpatía hacia el otro bando, por cubrirse con sombrero o por
calzar alpargatas, por unas políticas implacables de limpieza o de depuración, de
venganza y exterminio, como las llamó el presidente de la República, de las que
ninguna de las dos zonas en guerra se vio libre, aunque fueran distintas su
naturaleza, amplitud y duración. Más tarde, una vez la guerra terminada, decenas
de miles de españoles fueron depurados, encarcelados, torturados y ejecutados,
condenados por consejos de guerra sumarísimos bajo la acusación de rebelión o
adhesión a la rebelión militar, o pasaron largos años de prisión en aplicación de
leyes inicuas que tipificaban como delito el ejercicio de derechos fundamentales:
fue un aparato burocrático de Estado puesto al servicio de una política que ya no
podía buscar el triunfo sobre el adversario sino simplemente su erradicación. Un
Estado y una sociedad democráticos tienen que asumir, si emprenden una política
de la historia, la carga de todo ese pasado de guerra y dictadura y no pueden
hacer con ellos distinciones, por más que las hiciera la misma dictadura, que sólo
honró la memoria de sus muertos. Ésta es tal vez la única vía posible para que la
memoria de los nietos, complementando más que negando la de los hijos, sirva
para rehabilitar a los muertos y honrar a todas las víctimas a la par que colabora a
la nunca acabada búsqueda de la verdad histórica sobre nuestro pasado.