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TODOS SOMOS NECESARIOS

Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí: Romanos 14:7

La luz roja del semáforo me obligó a parar en la esquina de la avenida.


Hacía un calor terrible. Mi compañero esperaba impaciente que cambiara la luz.
Miraba distraído por la ventanilla del automóvil. De repente se acercó al auto un
muchachito con una bolsa de manzanas en la mano.
Seis por uno veinte -dijo con ojos suplicantes. Era un niño de la calle, de esos que andan
por las esquinas limpiando los parabrisas, vendiendo cualquier cosa, o simplemente
pidiendo una limosna. De esos que, de tanto pedir, un día deciden "robar y correr". Y
después viven corriendo, y no paran de correr en toda su vida. Era un muchacho
sencillo, de esos que sin saber se transforman en discursos inflamados y reflexiones
como ésta.
Mi compañero lo miró y, a pesar del calor sofocante, se dio el trabajo de buscar dinero
en su bolsillo y comprar una bolsa de manzanas.

-¿Vas a comer eso aquí, en el auto? -preguntó el hijo, con aire de experto-. ¡Esas
manzanas están casi podridas!
No las compre para comer yo. Las compre para que El comiera.

¿Entendiste el mensaje?

Compromiso sería la palabra correcta en este caso. Todos tenemos que ver con todos.
No somos islas. De alguna manera somos responsables por los que sufren, aunque
vivamos en un mundo cada vez más egoísta, donde todos están contra todo el mundo, y
donde todo el mundo trata sólo de protegerse y preocuparse por lo propio.
La dependencia es una ley de la vida. Dependencia, no en el sentido de falta de
iniciativa propia, esperando que los demás hagan las cosas, sino dependencia en el
sentido de saber que nuestras realizaciones, conquistas y victorias no son fruto apenas
de nuestro propio esfuerzo, ya que otros también tuvieron que ver con eso. La tierra
necesita de la lluvia para producir, pero la lluvia necesita primero ser nube, y para ser
nube precisa del Sol; y el Sol, para calentar las aguas y producir la nube, necesita de la
rotación de la Tierra.

Nadie es una isla. Todos precisamos de todos. Tal vez algunos precisen más que otros,
y, si la vida nos hizo fuertes y nos colocó en un lugar privilegiado, es bueno preguntar:
"¿Qué puedo hacer por mi prójimo?"
¿Soy capaz de levantar los ojos más arriba de mis intereses y comodidades y mirar
hacia el hermano que está alado? ¿Pienso que el infortunio, el hambre, la necesidad, la
enfermedad y a veces la muerte, son patrimonio exclusivo de los demás? ¿Seré capaz
de extender la mano, mientras tengo mano? ¿Seré capaz de mirar con simpatía,
mientras tengo ojos? Ojalá que sí, porque un día la tristeza puede golpear también a
mi puerta y entonces tal vez sea demasiado tarde.

Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí: Romanos 14:7.

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