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Reflexiones Sobre El Urbanismo Del Sigl
Reflexiones Sobre El Urbanismo Del Sigl
Cidades do novo
mundo. Ensaio de urbanizaçao. Río de Janeiro. Garamon Universitaria FAPERJ. Río de
Janeiro. 2007. Pág. 139-162
Arquitecto Ramón Gutiérrez. CONICET – CEDODAL.
Es que el pensamiento ilustrado de fines del siglo XVIII entendía que podía
ordenar la propia naturaleza sobre la base de un supuesto ejercicio de la razón. Una
cierta falta de imaginación impuso entonces la base geométrica de la parcelación del
territorio como único requisito “científico” y llegó a una cuadriculación indiferenciada
de llanuras, cerros, riachos y lagunas, en un ejercicio de soberbia cuyas secuelas
ambientales padecerían, hasta hoy, algunas de nuestras ciudades.
Quizás una de las innovaciones más importantes en esta manera de hacer ciudad
de los Departamentos Topográficos radique en la tipología de las “Colonias Agrícolas”
estatales que darán origen a ciudades como Resistencia (1878) y Formosa (1879). Se
trata en realidad de una ocupación territorial que privilegia el uso del suelo agrícola y
ganadero, motivo que inducía este proceso migratorio. La “ciudad” o “colonia” es en
realidad un mero centro de servicios para una población rural. El parcelamiento
territorial de las chacras, generará así un pequeño núcleo destinado a “Ciudad- Colonia”
que en realidad es un módulo de aquel parcelamiento mayor. Se invierte de esta manera
el principio de “ciudad-territorio” que se ejercía desde la época hispánica, en la cual la
ciudad, a través de su Cabildo, conducía el proceso de distribución de la tierra rural y
definía los alcances de estos derechos tutelares en su amplia jurisdicción.
Las utopías urbanas acompañaron el pensamiento del XIX. Desde la ciudad que
soñaba Bolívar y podría ser la capital de la reconstruida Nación Latinoamericana cuya
visión geométrica la ubicaría en el baricentro de Panamá, hasta la “Argirópolis” (1850)
de Sarmiento localizada en la Isla Martín García para reunificar los territorios
“progresistas”, aquellos que tenían puerto y posibilidad de comercio pues, como se
sabía, el “mal de la Argentina era su extensión”. También en el Canal de Panamá se
plantearía una ciudad ideal mediante la idea fuerza de la “Canalización por la
colonización” planteada por el francés Airiau en 1860.
Con menos rigidez dogmática en las normas geométricas, y siguiendo los
dictados de la topografía se habría de estructurar el interesante trazado abierto de las
urbanizaciones del esparcimiento en los balnearios. Tal el caso de Barrancos en Lima
con su ascensor hidraúlico para bajar a la zona de baños, el esquema pintoresquista y
casi lineal sobre la costa (aunque con cuadrícula) en Mar del Plata (Argentina) o en
Piriápolis (Uruguay) o el más próximo a la “ciudad jardín” de Carrasco cercano a
Montevideo y trazado por el paisajista francés Carlos Thays.
Los ensanches internos fueron marcados por las “colonias” residenciales que
desde mediados del XIX señalaban el crecimiento de los barrios mexicanos. El centro
histórico de las ciudades fue dando paso a una extensa área de ensanches con el
englobamiento de antiguos enclaves coloniales (Coyoacán o Xochimilco en México,
Baruta o Petare en Caracas, Caima y Yanahuara en Arequipa). Una periferia de "casas
quintas" marcaban el paulatino éxodo, primero temporario y luego definitivo, de
sectores de altos ingresos desde el centro hacia áreas menos densificadas y de mayor
potencialidad paisajística. El transporte posibilitó esta mudanza pero a la vez facilitó el
afincamiento de sectores obreros en torno a las incipientes industrias urbanas. la
aristocracia en un primer anillo, los sectores de menores recursos en un cinturón
periférico y la burguesía urbana en el centro pareció definir el perfil de las grandes
ciudades americanas a comienzos del siglo XX.
Las crisis de las epidemias con altos índices de mortalidad, como la fiebre
amarilla en Buenos Aires (1871), obligaron a urgentes obras de saneamiento y, a la vez,
signaron la suerte de antiguos barrios coloniales, forzando la relocalización urbana de
sectores de altos ingresos y el surgimiento del barrio "norte" porteño.
El cambio del paisaje urbano vino acompañado también por el cambio de escala de
la edificación circundante, ya que los amplios espacios de las plazas mayores tenían un
contorno de edificios achaparrados que en la mayoría de los casos no superaba los dos
pisos de altura y donde solamente los templos con sus torres marcaban hitos en el perfil
homogéneo de la ciudad.
Pero a la vez comenzaban los habitantes a requerir otro tipo de servicios. El
ayuntamiento o las torres de estas iglesias colocaban los relojes que daban un nuevo ritmo
al tradicional repique de campanas. El abastecimiento de agua definió puntos de toma para
la circulación de carros de aguateros y las plazoletas actuaron como centros de reparto.
Razones de aseo trasladaron los mataderos y rastros para el abasto de carne hacia la
periferia. La sanidad ambiental empezó a actuar sobre los mercados populares al aire libre,
tratando de concentrarlos en recintos barriales que atendieran a los vecinos en otras
condiciones, lo que sucedería sistemáticamente a partir de la segunda mitad del XIX. En
La Habana, aun bajo tutela española, se construirían a comienzos del XIX, los mercados
del Vapor, de Cristo, el de Fernando VII (luego de Cristina), la Pescadería y el Matadero.
En La Habana, la ciudad que en 1846 tenía dieciseis barrios dentro del recinto,
había desbordado las murallas donde ya tenía otros seis barrios. A la vez, se había visto
dotada de la Alameda del Prado, del Paseo Extramural y del Campo de Marte, convertido
en Paseo Militar o del Príncipe y conocido luego como Alameda Tacón. Antes del derribo
de las murallas en 1863, la ciudad ya tendría el equipamiento de fuentes y ornatos del
Paseo de Isabel II (1844) con las nuevas calzadas de la Infanta Luisa Fernanda y de la
Reina que se convertirían posteriormente en un Plan de Paseos y Calzadas, lo que señala la
voluntad de diversificar las actividades sociales de la ciudad en expansión.
A ello debemos sumar el abandono del uso lúdico más complejo, como era la
transformación de la plaza para la corrida de toros. La formación de las estructuras
arquitectónicas especificas desde el XVIII en México, Lima, Buenos Aires y
posteriormente en Bogotá o Cartagena de Indias, son ilustrativas de este proceso. Ello
no significó que no se mantuvieran alternativas lúdicas y festivas en algunas Plazas
hasta avanzado el siglo XIX, como sucedía en el Cuzco o Arequipa, pero ellas aparecían
circunscriptas pues en no pocas ciudades los festivales taurinos fueron prohibidos.
También la pila de agua dejó de tener aquella función convocante pues el servicio
de aguateros a caballo primero y el abasto de agua potable en las últimas décadas del
XIX, marcó el fin del ritual matinal y el rumoroso encuentro del personal de servicio.
La fuente se integró, según sus méritos y estado, al nuevo ornato afrancesado o
simplemente fue erradicada. En otros casos, Santiago de Chile, Montevideo o Cuzco, se
colocaron nuevas fuentes, algunas de ellas de hierro de procedencia francesa.
En 1886 el Intendente Alvear demolía la antigua recova de Buenos Aires para formular un
proyecto unificador de la antigua Plaza Mayor con la Plaza del Fuerte y trazaba una serie
de parterres que, sumados a las palmeras y árboles que se colocaron convirtieron aquel
espacio en una "promenade" donde lo importante era pasear (ver y exhibir) y no
permanecer. Un espacio de exhibición y espectáculo antes que un lugar de integración y
socialización.
El espacio público del paseo era ordenado según normativas precisas siguiendo los
criterios de una jardinería geométrica francesa o con una suerte de controlada
"espontaneidad" a la inglesa, pero iba siempre acompañado de un equipamiento concreto
de bancas, fuentes, esculturas y monumentos, además de los variados solados, adornos
florales y vegetales. Desaparecería en esta época la plaza mayor seca de la cual quedan
muy pocas muestras en América y hasta el imponente Zócalo de México fue por entonces
cubierto de ajardinados paseos habiendo recuperado luego su calidad inicial. En algunos
casos el tratamiento forestal de las plazas les dio tal carácter y potencialidad funcional a los
espacios que los renovó como sitios de “estar” y de “encuentro” que las calificó
definitivamente. Tal sin dudas sería el caso de Oaxaca en México.
Sin embargo desde la década del 20 y sobre todo en los treinta se plantearían
notorias transformaciones de los espacios de la plaza mayor cuando las ideas estructurales
urbanísticas programan la descentralización, la desagregación de centros cívicos y el
esbozo de zonificaciones más rígidas.
Poco importa que, como sucede en Montevideo, México, Buenos Aires, Santiago
de Chile o Quito, que en torno a ella ya no resida casi nadie o que los usos terciarios de las
"cities" financieras y bancarias tiñan el contexto urbano inmediato. Las plazas mayores
mantienen la capacidad de convocatoria, los usos representativos de la ciudad, el punto
culminante del encuentro de la procesión, de la manifestación, del acto político, del
aplauso y la protesta.
Los procesos de apertura comercial, que se habían iniciado bajo los españoles en
1778, multiplicaron, por la dinámica política económica inglesa, la accesibilidad a los
productos industrializados. Cuando en 1857 se colocaba la cubierta de hierro del Teatro
Colón de Buenos Aires el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini declaraba que a partir de
ese momento “el progreso de los países se mediría por el consumo de hierro”
definiendo el carácter de la nueva era.
Este fenómeno marca otra de las líneas de ruptura que viene unida a la ideología
del “progreso indefinido” que aseguraban estas inversiones tecnológicas: la visión de la
ciudad en competencia. La individualidad de la obra era considerada como un valor
excepcional y muestra de la originalidad, paradigmático concepto decimonónico que, en
el fondo, entraría en contradicción con las normativas clasicistas.
Cuando Clemenceau visitó la ciudad y dijo que Buenos Aires era “una gran ciudad de
Europa” venía a reconocer el éxito de una estrategia ideológica, política y urbana que
había definido no solamente una nueva ciudad, sino también un nuevo país. En 1914
vivían en Buenos Aires más extranjeros que argentinos y muchos de esos argentinos
eran hijos de aquellos extranjeros.