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UNGS Taller de Composición de Canciones de Juan Pablo Fernández

Apunte 2 - 24ago2021

UNGS Taller de Composición de Canciones

p r i m e r a pa r t e

3 Fotografías

3.1 Ejercicio de escritura Número 2


3.2 Lecturas: Niños, animales, trabajo
3.3 Lectura de fragmento de Para entender una fotografía, de John Berger

4. Poemas

4.1 Ejercicio de escritura 3. Listas


4.2 La utilidad de lo inútil. Fragmento del libro Leer poesía,
de Alicia Genovese
4.3 Leé Poesía, selección de poesía argentina contemporánea
4.4 Ejercicio Número 2. Musicalizar un poema de Daniel Durand

Anexo Funes el memorioso, cuento de Jorge Luis Borges

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3 Ejercicio de Escritura número 2.


Escribir en pocas líneas cuál es el contenido de la foto de
Sebastián Szyd, de la serie De la Tierra 1999-2002

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3.2 Lecturas: Niños, animales, trabajo

La fotografía es un arte evanescente. Algo ha ocurrido antes y después de la


verificación de un hecho fotográfico. Pero no lo sabemos. De ahí el misterio
anticinematográfico de la fotografía.
En estas fotos de Sebastián Szyd hay una narración que por momentos
pierde su hilo, porque parecen recostarse sobre el trasfondo de la relación
trabajo-naturaleza. Todo estaría preparado para ese objeto, las grandes
panorámicas paisajísticas, la atmósfera de ruralidad e indigenismo, el agobio
intuido de las labores diarias. Pero la fuerte presencia del tema pastoril, la
relación de la infancia con el mundo animal, en su trato espontáneo, no deja
de provocar una indefinible angustia.
Quizás sea una tensión entre lo que parece una construcción elaborada
de situaciones –niños y animales- y el sobrevuelo de un sentimiento de
precariedad de la vida, lo que la fotografía de Szyd traduce como inquietud
irresoluble.
Y más allá, está la línea del horizonte, que parte en dos el campo de la imagen.
Tenue línea de integración entre campo y cielo, entre aire y agua, entre la
vegetación y una mirada huidiza, profunda. No sabemos mucho sobre esa
línea. Lo que sospecha el fotógrafo puede haberlo escrito un poeta, y ese
poeta –un poeta de la intemperie sin fin- puede ser, es, Juan L. Ortiz.

Horacio González. Director Biblioteca Nacional

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3.3 Para entender una fotografía, de John Berger

Las fotografías testimonian una elección humana en una situación de-


terminada. Una fotografía es el resultado de la decisión del fotógrafo de
que merece la pena registrar que ese acontecimiento o ese objeto se han
visto. Si todo lo que existe se fotografiara continuamente, las fotografías
carecerían de sentido. Las fotografías no celebran ni el acontecimiento ni
la facultad de la visión en sí. Son un mensaje acerca del acontecimiento
que registran. La urgencia de este mensaje no depende enteramente de
la urgencia del acontecimiento, pero tampoco es completamente inde-
pendiente de éste. En su forma más sencilla, el mensaje decodificado
significa: He decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo.
Podemos aplicar esto por igual a la fotografía más memorable y al más
banal de las instantáneas. Lo que las distingue es el grado de explicación
del mensaje que aporta la fotografía, el grado en que la fotografía hace
transparente y comprensible la decisión del fotógrafo. Y aquí llegamos a
la paradoja de la fotografía, una paradoja que no suele entenderse. La
fotografía es un registro automático, realizado con la mediación de la luz,
de un acontecimiento dado; sin embargo, utiliza ese acontecimiento dado
para explicar el hecho de registrarlo. Denominamos así “fotografía” al
proceso de hacer consciente la observación.
Es necesario que nos libremos de la confusión producida por la perenne
comparación entre la fotografía y las bellas artes. Prácticamente todos
los manuales de la fotografía hablan de la composición. Una buena foto-
grafía es una fotografía con una buena composición. Pero sólo es cierto
si consideramos que las imágenes fotográficas imitan a las imágenes pin-
tadas. La pintura es el arte de la composición y, por consiguiente, parece
razonable esperar cierto orden en lo que se dispone ante nuestros ojos.
En una pintura, todas las relaciones entre las formas se adaptan hasta
cierto punto a la finalidad que tiene el pintor en mente. Éste no es el
caso de la fotografía (a no ser que consideremos como tal esas absurdas
obras de estudio en las que el fotógrafo dispone todos los detalles del
tema fotografiado antes de tomar la foto). La composición, en el sentido
más profundo y pedagógico de la palabra, no tiene lugar en la fotografía.
La disposición formal de una fotografía no explica nada. Los aconteci-
mientos retratados son misteriosos en sí mismos o explicables según el
conocimiento que el espectador tenga de ellos antes de ver la fotografía.
¿Qué es, entonces, lo que da sentido a una fotografía en cuanto que fo-
tografía? ¿Qué es lo que amplía y hace vibrar ese mínimo mensaje de He
decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo?
El verdadero contenido de una fotografía es invisible, porque no se deriva
de una relación con la forma, sino con el tiempo. Podría decirse que la
fotografía está tan cerca de la música como de la pintura. Acabo de decir
que las fotografías testimonian una elección humana. Esta elección no se
establece entre fotografiar x o fotografiar y, sino entre fotografiar en el
momento x o en el momento y. Los objetos registrados en cualquier foto-
grafía (desde el más impactante al más común) transmiten aproximada-
mente el mismo peso, la misma convicción. Lo que varía es la intensidad
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con la que se nos hace conscientes de los polos de ausencia y presencia.


Entre estos dos polos es donde la fotografía encuentra su significado (el
uso más popular de la fotografía es como recuerdo de lo ausente).
Al mismo tiempo que registra lo que se ha visto, una foto, por su pro-
pia naturaleza, se refiere siempre a lo que no se ve. Aísla, preserva y
presenta un momento tomado de un continuo. La fuerza de una pintura
depende de sus referencias internas. Su referencia al mundo natural más
allá de los límites de la superficie pintada nunca es directa; opera siempre
con equivalentes. O, para decirlo con otras palabras: la pintura interpreta
el mundo traduciéndolo a su propio lenguaje. Pero la fotografía no tiene
un lenguaje propio. Se aprende a leer las fotografías de la misma manera
que se aprende a leer las huellas o un electrocardiograma. El lenguaje
en el que opera la fotografía es el lenguaje de los acontecimientos. Todas
sus referencias son externas a sí misma. De ahí el continuo.

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4.1.1 Ejercicio de escritura 3. Listas

- 5 veces que te sentiste un esclavo


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- 5 cinco cosas que hiciste que te parecieron una locura


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4.1.2 Esclavo - Joaquín Mora


https://www.youtube.com/watch?v=kqnSQjEQ4g8
Esclavo - Elbi Olalla / Alejandro Guyot
https://www.youtube.com/watch?v=ux9AfOFZ7ac

No sé si es la tragedia de vivir así


con esta pena mía,
que ha dibujado esta mueca sombría
que nubla mis ojos y apaga mi voz.
Tal vez porque en el suelo deshojada está
mi pálida esperanza,
sólo me queda mi vieja añoranza
borracha de hastío lo mismo que yo.

Mil veces he tratado de olvidar


y busco distraer mi pobre vida,
quisiera demostrar que no es verdad
que en vez de corazón tengo una herida.
Mas ya no tengo fuerzas para ahogar
el lúgubre fantasma de mi pena
y vivo esclavo, así, de mi condena
sin poderme libertar.

Por eso cuando pienso que me vida es


un mar de desencantos,
donde las aguas revueltas del llanto
no fueron surcadas por barco, jamás.
Me oprime la nostalgia de otro cielo azul,
lejano y placentero,
y un sol brillante de amor tempranero,
de cálidos rayos y besos de luz.

Música: Joaquín Mora


Letra: José María Contursi

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4.1.3 Pan de mi locura


https://www.youtube.com/watch?v=uuBKBX9eODA

Están las calles de mi almohada


con un relámpago de luna,
goteando en carne viva tu ternura,
llenándome el dolor de sudestadas.

Seguís llagando en la distancia


donde hoy almuerza mi locura
la triste rosa fresca de la espuma
del barco sin orilla de tus aguas.

En vano reclamar tus tempestades,


si estás en la mitad de un sueño antiguo,
me miran con la fe de un espejismo
las lunas de tus ojos infernales.
¡Qué triste recorrer las cosas muertas!,
sentarse en las costillas del olvido,
comer del corazón de lo que fuimos,
¡tatuarse los zarpazos de un adiós!

Pintás por dentro de mis ruinas


este diluvio que no cesa,
después de madurar en mi tristeza
cruzás los arrabales de mi herida.

Tembló girando en la ceniza


que vos dejaste en mi comedia
el vuelo de tu pájaro de ausencia
que anuncia con las alas tu partida.

Música: Nehuén Martino


Letra: Mariano Pini

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Ignacio Corsini - La viajera perdida


https://www.youtube.com/watch?v=ZzrajuKbVZU

Vestida de blanco, sentada en el puente,


leía novelas y versos de amor
o, si no, miraba la espuma que hirviente
cantaba en la estela del viejo vapor.

En noches serenas, soñando a mi lado,


mareados de luna y ensueño los dos,
sus ojos miraban el cielo estrellado
pensando en el puerto del último adiós.

Pasajera rubia de un viaje lejano


que un día embarcaste en un puerto gris,
¿por qué nos quisimos, cruzando el océano?
¿Por qué te quedaste en aquel país?

Aún guardo la vieja novela que un día


dejaste olvidada sobre mi sillón.
Escrito en la tapa tu nombre, “María”,
después una fecha y un puerto, “Tolón”.

¿Aún vives y sueñas? Quizás hayas muerto,


pero en mi nostalgia romántica y gris,
espero encontrarte soñando, en un puerto,
bajo el claro cielo de un dulce país.

Te amaba y te fuiste. Seguía el navío


por mares de brumas y puertos de sol.
Tu sombra lejana quedó al lado mío:
un sueño de Francia y un verso español.

Pasajera rubia, viajera perdida,


que un día en un puerto lejano se fue
dejando una extraña nostalgia en mi vida:
acaso ni sabes que yo te lloré.

Me da su perfume tu blanco pañuelo,


tu nombre, María, me da su canción;
reflejan tus ojos la luz de otro cielo.
Te llevo en el barco de mi corazón.

Música: Enrique Maciel / Letra: Héctor Blomberg

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4.2 La utilidad de lo inútil


Fragmento de Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco de Alicia Genovese

Lo cotidiano que se desfamiliariza, un instante ínfimo que se privilegia,


una escena que se vuelve a mirar desde otro lugar y se resignifica, un
detalle que se enfoca para decir y adquiere ambigüedad, espesor u otra
dimensión. Con actos perceptivos de este tipo se teje la escritura de
poesía, más allá de las diferencias que pone de manifiesto, en ese hacer,
cada autor o cada poética: cierta poesía puede permanecer pegada al
mundo de los objetos, casi sin adjetivación, generalmente un reaseguro
contra la sentimentalidad o la sentenciosidad; otro tipo de poesía puede
superponer un plano imaginario o un discurrir reflexivo como una nece-
sidad de transpolar lo observado a otro contexto, incluso al revés, par-
tir de una imagen fantástica u onírica, donde los referentes del mundo
material se distorsionan y aparecen apenas identificables. En cualquier
caso, el hacer poético, la escritura misma, va enhebrando como cristales
más o menos reconocibles, dentro de su composición, actos perceptivos
que remiten a una subjetividad. En sus múltiples y posibles escenas de
escritura, la poesía resiste el achatamiento de la percepción, la rutina de
ver lo mismo, y propone nuevos enfoques, nuevas versiones de lo real
activadas por la carga o la descarga subjetiva de quien escribe. La resis-
tencia del poema a un tipo de descripción, que más que ver, escuchar o
tocar parece repetir algo que ya fue escrito, es también la reacción frente
a un tipo de percepción automatizada que se reproduce sin el sentido crí-
tico de la propia experiencia, un tipo de percepción alisada y planchada,
en la línea de producción fordista.
La resistencia a esa percepción premoldeada puede resultar “inútil” para
una modernidad que precisa más el fluir hiperactivo, la transparencia
comunicacional y un reduccionismo transmisor de mensajes. Pero la con-
sideración sobre aquello que es inútil o útil es relativa. En un diálogo de
Chuang-Tzu, traducido por Octavio Paz, le objetaban al maestro chino
que sus enseñanzas no tuviesen ningún valor práctico. A lo que Chuang-
Tzu respondía: “Sólo los que conocen el valor de lo inútil pueden hablar
de lo que es útil. La tierra sobre la que marchamos es inmensa, pero esa
inmensidad no tiene un valor práctico” (p. 25).
Al analizar una cierta degradación de “la experiencia” en el mundo mo-
derno y contrastarla luego con el detenimiento en el lenguaje que exige
la poesía, Terry Eagleton decía: “en un mundo de percepciones huidizas
y eventos consumibles instantáneamente, nada permanece lo suficiente
como para dejar que se asienten esas huellas profundas de la memoria
de las que depende la experiencia genuina” (p. 17). En este sentido, en lo
que se refiere a la permanencia de lo experimentado en la memoria, po-
dría reconsiderarse el gesto de “Funes, el memorioso”. Nada más opuesto
a aquel achatamiento, a ese alisado de la percepción, que la memoria de
Funes, aunque muchas veces haya sido considerada inútil. El personaje
de Borges recuerda cada detalle de un objeto con una minuciosidad ex-
trema, diferencia cada momento en el que esa percepción se produce y
ubica cada objeto en su máxima individualidad. “Funes no sólo recordaba
cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que
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la había percibido o imaginado.” Lo mismo ocurría “con las aborrascadas


crines de un potro, con la punta de ganado en una cuchilla, con el fue-
go cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un
muerto en un largo velorio” (p. 489). La percepción de Funes puede ser
vista como la percepción poética en su work in progress.
Umberto Eco, en muchas ocasiones, ha comparado a Funes con internet.
Dice en un artículo: “Hoy día internet es como Funes, como una totalidad
de contenido, no filtrada ni organizada”. En esa comparación, el perso-
naje de Borges se lleva la peor parte: “Funes es un idiota completo, un
hombre inmovilizado por su incapacidad de seleccionar y descartar”. Sin
embargo, aunque la argumentación contra internet sea inobjetable, el
mundo de la información, de los contenidos mediatizados por el lenguaje,
por sus canales de transmisión y sus soportes mediáticos, al que hace
referencia Eco, no es el mismo que el mundo de la percepción directa de
Funes, un mundo material en el que se halla inmerso. En ese mundo todo
es verdadero y, en todo caso, lo que se pone en cuestión es por qué una
hoja a las seis de la tarde y la misma hoja a las doce de la noche tienen
que ser subsumidas en la misma hoja. Esa diversidad que en el plano del
arte tantas veces se remarca para ampliar la mirada del concepto. Con la
misma lógica se podría objetar que Monet haya pintado tantas veces la
misma fachada de la catedral de Rouen y que no haya podido descartar
y seleccionar la mejor de esas pinturas, o bien que uno de los persona-
jes de Paul Auster en Smoke saque todos los días una foto de la misma
esquina donde se encuentra la tabaquería y las coleccione en un álbum o
que Stevens haya propuesto en un poema trece maneras de mirar a un
mirlo.
La visión de Funes sobre las cosas, en su exceso, tiende a abrirlas y a
expandirlas en su singularidad, nada más lejos de encasillarlas; su pre-
sente puede ser intolerable en su riqueza y detenimiento. Hacia el final
del cuento, el propio Borges, a través del narrador, le reprocha a Funes
su incapacidad para olvidar diferencias y generalizar. Este desdén final
del narrador, que sólo mal oculta la atracción de Borges por su personaje,
sumado al de ciertos críticos que le han reprochado a Funes su incapaci-
dad para pensar, no consigue, sin embargo, opacar el asombro que pro-
duce su registro: esa mirada que es la más radicalmente opuesta a la de
quien percibe la realidad anestesiado, a la de quien mira sin ver, oye sin
oír o bien se dispersa y olvida inmediatamente lo percibido para colocarlo
en un casillero dentro de un sistema. en cuanto a su incapacidad para
el olvido, habría que considerar que no siempre el olvido es saludable,
sobre todo si se concibe en términos de rápido descarte y tábula rasa,
algo que podría analizarse desde muchas perspectivas, tanto en términos
psicológicos, en relación con situaciones traumáticas que se niegan, o
en términos políticos, donde la historia reciente en Argentina y el cues-
tionamiento al olvido por parte de las organizaciones de defensa de los
derechos humanos pueden servir de ejemplo. También podría analizarse
en términos filosóficos: bastaría mencionar los trabajos sobre tiempo y
memoria de Henri Bergson o, más recientemente, de Paolo Virno.
Como la de Funes, la percepción poética tiende a detenerse más en los
detalles, en el fragmento; percibe con una sensorialidad directa, como si
acercase un zoom constante sobre el mundo. El pensamiento abstracto,
en cambio, aleja los objetos, suele tranquilizarse al permanecer dentro
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de límites que le permiten actuar pragmática y utilitariamente. La me-


moria de Funes es tan amplia como la acumulación vivencial; es, como
en otro cuento de Borges, un mapa tan detallado y preciso que resulta
igualable en su extensión al propio territorio que el mapa intenta grafi-
car.* Se podrá reprochar que ese mapa no sirve para orientarse en una
autopista, y es cierto. Su utilidad es más bien la de recordar que los ma-
pas son abstracciones y no la realidad, que permiten ver en cierta escala
e invisibilizan en otra. El mapa de Borges plantea la imposibilidad de se-
lección y jerarquización del espacio físico, la imposibilidad de un esquema
riguroso que, sin pérdida, pueda crear una geografía; en ese mapa, todos
los lugares son igualmente importantes. Acaso sea este tipo de infinitud
la que necesita la poesía para crearse.
La memoria de Funes quizá carezca de lo que Ezra Pound definía como
logopeia: esa danza del intelecto entre las imágenes, esas asociaciones
intelectuales que permiten sintetizar y aglutinar experiencias o, en otras
palabras, conceptualizar. Pero la sobreabundancia de su memoria, esa
desmesura, es lo que a través de la ficción consigue perturbar. Su me-
moria es lo contrario de todo aquello en lo que nuestra cultura nos ejer-
cita: la especulación, la generalización, la abstracción; operaciones que
pueden conducir también a una reproducción mecánica de lo percibido, a
un olvido del mundo físico. “Pensar es”, ya lo dice el narrador de Borges,
“olvidar diferencias”; y el mundo material, en cambio, es la diversidad y
la constante diferencia en la percepción actualizada. Funes abre una he-
rida en la transmisión del conocimiento, que es más profunda a medida
que avanza la modernidad y los mapas se hacen más abstractos y todo
se desconecta de los matices de la presencia y del cuerpo. Sin embargo,
sin renunciar a la proyección abstracta, a la reflexión, a la logopeia, la
memoria de Funes (o la percepción poética) podrían terciar, quizás, en
esa herida. En su experiencia límite, Funes podría acercarse a la poesía
de Francis Ponge e incluso a la de William Carlos Williams cuando pedía
“no ideas sino en las cosas”. Ambos poetas, con escrituras diferentes,
coinciden en el enfoque poético del objeto individual, omnipresente, que
conforma la carnadura de los textos; es como si el poema sucediera con
los objetos y el lector tuviese que rehacer la experiencia de su percep-
ción.
Diferenciado de esa presión del objeto, pero en el mismo sentido en que
Funes sigue acumulando lo múltiple o aquello que el sentido práctico
suele a veces tornar innecesario, puede leerse este fragmento de Edgar
Bayley:
otros saben olvidar los hechos innecesarios
y levantan su pulgar han olvidado
tú has de volver no importa tu fracaso
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada (p. 39)

Lo inmenso y lo olvidado pueden no ser útiles desde una perspectiva


demasiado pragmática. el discurso poético con su detenimiento en la
captación, con su necesidad de enunciar siguiendo una pulsión que no se
detiene fácilmente en los límites de la utilidad inmediata, tiende a am-
pliar la mirada, a abrir el mundo con la percepción olvidada. Volviendo de
algún modo a Chuang-Tzu, sería apresurado decir que ese detenimiento
es inútil.
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4.3 Leé poesía


Selección de autorxs de poesía argentina contemporánea

Poema de Sonia Scarabelli


de Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras, Bajo la luna, 2008

Los comedores de papas

Yo no recuerdo estar
frente a la lámpara
ni tampoco la mesa de madera,
pero los rostros sí, los ojos
con aquel paño de tristeza enormes
y el olor a la leña
llenando todo de un humo que apenaba,
no el humo celebrante
de las fogatas de San Juan, no el humo
de las hojas ardiendo en la vereda
sino más bien un humo
en el que parecía fueran a quemarse
todos los sueños de la vida

¿En qué pensó mi padre ante ese único


alimento rodando entero
el mediodía?

Sólo un plato de papas y todo


el tiempo por delante,
el largo día entre los hijos

Lujosas me parecían a mí
que aún sin dolor miraba
el vaso medio lleno
y no la pérdida
el hondo plato de la pérdida
servido
tan blanca, blandamente

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Poema de Irene Gruss poco? ¿Acaso el viaje mismo


no te consuela,
Diana? ¿No es como el tacto
de otra mano, no lo es, verdad?
El jardín ¿Comerías conmigo para
contarme?
¿Estás cansada del viaje, Diana? ¿Ya floreció la rosa
¿Dejaste las valijas y te asomaste a ver el en tu jardín? ¿Es tan bella?
sol ¿Los pétalos reventaron
en tu jardín, fuiste allí plenos de vida, la vida es
rápidamente, pausadamente? púrpura después de un viaje,
¿Echaste una ojeada a las plantas Diana,
o mirás cada una, sabiéndola, es así?
descubriéndola, cuidás
tu jardín, hablás, cantás con ---
la regadera en la mano?
¿Estás cansada de vuelta del viaje,
Diana? ¿Estás contenta?
¿Alguien te acarició, jugó otra vez
con tu melena de fénix,
te besó los párpados
como quien desea tocar
una mirada así de azul, de gris
según el tiempo? ¿Fuiste feliz,
Diana? ¿Intenso y duro, el viaje?
¿Acomodaste la cabeza en el asiento del
avión?,
¿descansaste?
¿Estás repleta de memoria, de sentidos
por el viaje, Diana?
¿Comerías conmigo para contarme?
¿Pasaste hambre en la estadía,
Diana, pasaste hambre?
¿Te embriagaste? ¿En algún momento
llegaste a marearte por el viaje?
¿En algún momento, sentiste
esa nada en la boca
del estómago, ahí donde dicen que
está el alma? ¿Llenaste
con qué esa nada, con la gente,
con las cosas, tuviste
necesidad? ¿Observaste
la vida tranquila? ¿Así, como te veo
ahora, calma
y sabihonda? ¿Conociste
la muerte en el viaje,
Diana? ¿Te asustó, la asustaste?
¿Trajiste fotos, postales,
documentos?, ¿abrazaste a
muchos, te abrazaron?
¿Gozaste, tradujiste el amor
loca de deseo? ¿Hablaste demasiado,
callaste
demasiado? ¿Por qué
estás diciéndome
que escribir es lo único
que tenemos? ¿Estás
cansada, es por eso, porque
estás cansada del viaje? ¿Querés
dormir, recostarte en un hombro,
querés reír, llorar un
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Poema de Diana Bellessi

Pétalos del durazno y del ciruelo

Al aro rosado del durazno


el primer colibrí atraviesa ¿Recuerdas?,
¿la mágica marea
que pulsaba en tu cuerpo, llevándote?
También te lleva ahora, mas otros son los ríos.
Como entonces tiemblas, con la dicha de los cuerpos
o el secreto fluir de la conciencia
¿Cuál es el enigma que los días rozan?,
¿la vida, misma? La brisa
del norte deshoja, no las hojas,
los pétalos del durazno y del
ciruelo, flotar en su llovizna
es de pronto mi único anhelo
Dejar de ser siendo esta belleza
tan frágil como el humo. Marea
de los pájaros que ocultos, silban gregorianos o en solo rasgando
la piel del mundo en la tarde, esa manera delicada de cruzar
el aro rosado del durazno

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Poemas de Claudia Prado

Manzana

Al gato le gusta esa manzana mordida,


pero no sabe si comerla o pedirle unos mimos.
Ronronea y ofrece la cabeza y el lomo
esperando caricias de una fruta.
Si tu gato que es sabio confunde
dos gustos tan dispares, por qué yo
con esta cabeza menos clara
no voy a confunfir lo dulce en el sexo
con lo dulce en el amor, y por que
no voy a sacar conclusiones
extrañas de esa equivocación.

--

Lejos

De pronto en ese lugar de la siesta


allá por el tendal o el lavadero
donde a esta hora se mueve solo ella
canta. No habrán sido tantas veces.
Las palabras antiguas e infantiles
y la voz de mujer grande
un hilito casi hablado
que con la música apenas se sostiene.
Siempre nos dijo: Sordos
como una tapia.
En esta casa no sabemos cantar.
Trabaja
cuando la casa está en silencio
sacude una sábana
dobla, marca el pliegue
los gestos que repite son más viejos
que ese pedacito de canción.
No se podría decir que está contenta.
Es otra cosa.

Yo en medio de la noche en la que leo


pienso en ella –la voz pobre de tan tímida-.
Nunca oyó cantar a su madre, dice el libro.
Pero tiene una boca dulce.
Y siento un golpe, un hueco
el tiempo yéndose.
Estoy lejos.
Mi mamá a veces canta.

Del libro, Viajar de noche. 2007

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Poemas de Yaki Setton

Del libro, Lej leja. 2016

53. Rezamos en hebreo, en ese antiguo


tono de oriente, Adonai sos mi pastor,
no se quiebra tu voz ni el pulso
y la monótona melodía atraviesa
la mascarilla transparente que cubre
tus labios y libera oxígeno. Adonai
sos mi pastor, repito encabalgado
a tu canto mientras la ambulancia
corre entre el tránsito, lenta e inexorable,
porque los dos sabemos de qué se trata
aún si anduviera por los valles
de la muerte no temeré mal alguno
porque vos estás conmigo, recitás
ese salmo como si ya estuvieras
a la espera de lo que vendrá. Aquí
nos encontramos los dos bajo abrigo,
la camilla es el lecho que te abraza
y solo yo soy el testigo de tu fe; rogás,
padre, pedís, suplicás solo el bien
y la compasión me acompañarán
toda mi vida y en tu casa, Adonai,
viviré por largos días. Amén.

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Poemas de Eduardo Mileo


De Poemas del sin trabajo (Ediciones en Danza, 2007).

Lengua a la vinagreta
Cantan los fieles una fe que se apaga.
San Cayetano tiene la espiga marchita.
Cuando la tarde se inclina
el sin trabajo agacha la cabeza
Pero bailan como alambres
y vuelve sollozando
las filas de fidedignos,
al occidente.
las columnas encendidas de la grey.
Morón.
Todas las bocas miran al cielo
Es un día de fuego
pero llueve solo agua.
porque hay fuego en los ojos
Nadie ha visto nada similar a un bocado
porque es de fuego el rostro que confía.
porque miran con la boca.
En la ceguera de la hambruna
Es de fuego y tiene hambre.
los ojos titilan como luciérnagas.
La sombra no se come.
Parecen de perro las miradas
que padecen el brillo gástrico del crimen.
Ya no se bendice el agua.
Dios no tiene perdón.
“Qué se le va a hacer”
—piensa el sin trabajo—
El que está sin amor
y el huracán de la humedad le venda el rostro
o el que está sin trabajo
no más abrir la puerta.
abandona la fila de creyentes
De tanto no oler asado
y camina junto a las paredes
se le atrofia la pituitaria
escritas por los herejes.
y él vacila entre quedarse y salir
que es quedarse afuera.

“Como todas las bocas miran al cielo


En la ruta
llueve solo agua” —dice—.
Nadie en el cielo ve cómo
El sin trabajo huele a quemado.
también la lengua se atrofia
Su aspecto de sí mismo
con el hambre.
lo descubre ante el mundo.
Como el amor se come con champán,
-- el sin trabajo no piensa enamorarse.
Pero vivaces
Con la vista en el horizonte sus ojos se despiertan
cuando huele en el aire.
El sin trabajo se quedó sin luz: El sin trabajo cree en el humo
se lo tragó la verdad. de las gomas encendidas.
Ni acomodarse pudo: vacío
como silueta forense.
¿Por qué esperar del mundo una respuesta?
¿Qué sabe de uno la noche?
No hay fuera de las manos una acción.

Sólo lo inmóvil persevera:


lo demás es del viento.

--

San Cayetano

Es un día de fuego.
Estalla en los ojos
el sol de la cúpula
y es un incendio de odio la campana.

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Poema de Pedro Mairal


De Consumidor Final, 2003

Un durazno

Morder el verano,
morder el sol entero
por 1,80 el kilo.
Este durazno recién llegado a casa
fue apenas sueño de árbol escondido
alentado por el fertilizante,
después fue flor y fruto verde solo
protegido de plagas y de heladas
por cinco pesticidas,
engordado por lluvias y riego por goteo,
cosechado por Pablo Luis Ojeda
oriundo de Río Negro
que tumba en un colchón de gomaespuma
su cuerpo dolorido cada noche.
Cargado en un camión que avanza bajo el cielo
maduró este durazno con el viaje,
después llegó al mercado,
atravesó las mafias,
fue a parar a una cámara de frío
que le fijó el color
y lo detuvo durante cuatro meses
cerca de San Cristóbal
hasta que lo compró Supermercados Disco,
y lo llevó a la sucursal 14
sector verdulería de autoservice
donde yo lo elegí, lo embolsé, lo hice pesar
lo tiré en el carrito
al lado del pan Fargo, las pechugas,
junto al Skip Intelligent y el queso,
lo llevé hasta la caja, le leyeron
su código de barras,
lo pagué, lo reembolsé con nailon,
lo traje caminando hasta mi casa
cruzando la avenida,
bordeando el hospital,
entre ciegos, cirujas, policías,
lo subí en ascensor
y llegó a la mesada de mármol sin golpearse.
Entonces lo libré de las dos bolsas,
le lavé el pesticida en la canilla,
le lavé todo el cansancio del camión, el humo,
la noche de las manos de Pablo Luis Ojeda,
le saqué la etiqueta de la marca
y lo mordí con ganas de matarlo,
lo asesiné con dientes, mandíbulas y lengua
y a pesar de la química, de la distancia muerta,
a pesar de la larga cadena intermediaria,
me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo
con esa flor primera que perfumaba el viento.

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UNGS Taller de Composición de Canciones de Juan Pablo Fernández Apunte 2 - 24ago2021

Poema de Maximiliano Spreaf

¿no somos acaso esclavos de vientres secos?


¿no es la soledad odio y nada más?
¿un golpe de aquél que no esperábamos?
la humanidad es niebla
y los demás un monstruo de mil cabezas
y cientos de miles de mujeres huyen a Lesbos
y muchos más hombres veneran a Dioniso
la locura ritual arrastra al silencio
solo queda eternizado el golpe

la libertad no sos vos ni el barrilete


la libertad es el hilo que te quema las manos

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Poemas de Paula Jiménez España

la mala vida

Una noche queríamos comprar


merca y entré a un conventillo
de tres o cuatro pisos,
las escaleras circulares daban
a los palieres anchos y en las puertas
de las habitaciones había mesas
donde atendían los punteros. ¿Qué pasa
si no vuelvo? pensé, nadie se entera.
Una mujer sacudía su vestido
apoyada en la baranda y un pendejo
paseaba en un triciclo. Trancé, después me fui
y como si fuera
a convertirme en la estatua de sal
del Evangelio o en la chica
de piedra del Abasto, no miré atrás
al descender, a diferencia
de los colectivos. Pura superstición
o miedo de andar
mostrando el miedo. No sé, fijé la vista
y sin chistar
bajé. Me acompañaba un eco que era mezcla
de risas, voces, cacerolas, una vida
de esas donde nadie
está solo. Podía imaginarme un patiecito
con piso de baldosas, el interior roído
de un living comedor, la tele
prendida, una familia.
Yo a veces siento
envidia de esas cosas.

Del libro, La mala vida. 2007

--

La inquietud

Dice
cuando rebalsa el corazón
también estallan
palabras en la boca.
Un corazón inquieto
busca siempre
allá donde no encuentra.
Que las pasiones enturbian la razón
y el corazón
se pierde en pensamientos.
Es uno
y no intentes amaestrarlo,
conformar su apariencia.
Afuera es como adentro.
Que no lo calmes, dice,
ni lo ensucies
creyendo que es de otro.

Del libro, El corazón de los otros. 2015

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Poema de María Teresa Andruetto

Peras

Había una rosca cubierta


de azúcar, una mesa con el hule
verde y una frutera de vidrio
(por la loneta de las cortinas, el sol sacaba tornasolados color de ajenjo),
y había peras. Recuerdo los cabos rotos
y el punto negro que, en una de ellas, hace el gusano.
Sé que las dos teníamos el pelo corto y unos vestidos almidonados.
Después algo (quizás el viento) sonó allá afuera
y mi madre dijo que acababan de pasar
Los Reyes.

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Poema de Mariano Blatt Por un momento


no sé bien dónde estamos
ni a dónde queremos ir.
No me di cuenta No me acuerdo si Brian me
agarra de la muñeca
Estoy con Brian o yo lo hago por mi cuenta
en Arata. pero al rato
Son las seis tengo la mano
las siete metida adentro de su pantalón.
algo así. Entonces
Venimos de tomar md vemos cómo
con la punta de los dedos. dando la vueltita por arriba del
Va saliendo el sol viaducto
por atrás del globo de Malvinas. Constituyentes-Chorroarín
Estuvimos toda la noche van viniendo
en la terraza de la casa de Juanjo. dos cuatris de la Metropolitana.
En un momento
yo entré al baño
pensando que no había nadie
pero estaba Brian.
Le dije perdón
él me dijo no importa
quedate.
Tenía md en la punta del dedo.
Se lo chupé.
Ahora
Brian tiene las manos en los
bolsillos.
Le pregunto si le quedó algo.
Saca una bolsita
sucia pero vacía.
Saca el Motorola.
Brillan la pantalla del touch
y el piercing plateado de arriba de
la boquita.
Creo que se escuchan unos teros.
Siento que me voy quedando
dormido
de parado
y empiezo a ver algo turquesa
verde agua
una forma
violeta
que gira
y hay como unos delfines
que van saltando
adentro de...
adentro de...
adentro de unas gorras
adentro de unas gorras de
baseball.
Digo la palabra “submundo” en
voz alta.
Brian dice ¿eh?
Todo pasa muy lento
y liviano.
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4.4 Ejercicio Número 2


Musicalizar un poema de Héctor VIEL TEMPERLEY

Héctor Viel Temperley fue un poeta nacido en Buenos Aires, Argentina, en


1933 y fallecido en 1987. Considerado como un autor de culto, reivindicado
por muchos autores jóvenes de habla hispana, entre sus libros destacan: El
Nadador (1967), Plaza Batallón 40 (1971), Carta de marear (1976), Legión
Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986), construido en
forma de un único poema largo y cuyo título hace referencia a la institución
de salud donde realizó su tratamiento por la enfermedad que sufría. Su
biografía está poco documentada y solo concedió una entrevista en vida, el
mismo año de su fallecimiento. La misma fue realizada por Sergio Bizzio
https://www.eternacadencia.com.ar/blog/contenidos-originales/entrevistas/
item/la-unica-entrevista-a-viel-temperley.html
Sus poemas han sido traducidos a varias lenguas y en 2003 se publicó su
obra completa bajo el sello Ediciones del Dock. (zendalibros.com)

--

Batman

Yo soy el que hace guardia


a medianoche
junto a una pileta.
Llanura helada,
alas,
luna nueva.

Yo soy el que no pudo


quedarse haciendo guardia
-sin inviernos, sin alas-
junto a otras piletas
más altas, más azules.

Yo soy el que algún día


va a hacer guardia mil años
junto al mar.

Voy a buscar de nuevo


mil años
a mis hijos.

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Anexo Funes el memorioso


Cuento de Jorge Luis Borges

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un


hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura
pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara
desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo
recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del
cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca
de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en
la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre.
Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero
antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la
última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos
que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve
y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que
editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir
en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un
uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras,
pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas
desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor
de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto,
pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con
ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de
marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear
a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San
Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia
de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color
pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían
los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en
un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con
la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas
altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos
pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha
y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha,
las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya
sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"".
Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos
para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo
soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado
la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo)
cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita
del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por
algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la
hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo,
María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico
del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del
departamento del Salto.
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UNGS Taller de Composición de Canciones de Juan Pablo Fernández Apunte 2 - 24ago2021

Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86


veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté,
como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico
Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia
de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la
impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo
lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el
hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con
elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos
en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo
sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era
benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja,
que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil,
con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación
de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado
en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris
illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio
César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y
sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un
pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del
arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa,
en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7
de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio
Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la
valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera
de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia
del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en
buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la
ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio,
temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran
cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la
idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario;
para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de
Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente,
porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser
el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray
Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio
adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo,
tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que
me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno"
zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me
encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada
que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo
que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla
a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la
vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio.
Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y
burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la
tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación.
Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía

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indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche,


supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la
Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras
últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre,
fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar
el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad.
Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre.
Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa
el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo.
No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir
con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es
remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores
se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria
prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que
sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates
Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio;
Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte
de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena
fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa
tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos
los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté
de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres
propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña:
miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió
el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan
rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco
después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó
(sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su
memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los
vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las
nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en
el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado
una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro
la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada
imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera.
Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca,
pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más
recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde
que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de
ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero
de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un
rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a
Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado
en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las
muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía
en el cielo.

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Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel


tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil
y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto
es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos
profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre
hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad,
seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original
de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil.
No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales
requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo
signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar
de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil
catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre,
los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En
lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una
especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle
que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un
sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis
decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro
Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme.
Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada
cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre
propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por
parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo
recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las
veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus
jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por
cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea
era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la
muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie
natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del
recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan
vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era
casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender
que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos
tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto
de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto
de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían
cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento
del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la
corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de
la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme,
instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York
han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie,
en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la
presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía
sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil
dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en
la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas
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UNGS Taller de Composición de Canciones de Juan Pablo Fernández Apunte 2 - 24ago2021

que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era


más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un
tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas
nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de
tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También
solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín.
Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar
diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no
había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada
entró por el patio de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía
diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el
bronce, más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides.
Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría
en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes
inútiles.
Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

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