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Confesión

Saúl frunció el ceño cuando le pidieron interrogar a la recién llegada. La mujer desprendía cierta
vibra inquietante que impedía incluso mirarla a la cara; era como si un velo invisible la cubriera de
pies a cabeza. Daba nervios el siquiera tenerla cerca.

Armado con falso valor y mal disimulada indiferencia, el joven agente del ministerio público le
pidió que lo siguiera a uno de los diminutos cubículos.

La mujer acató la indicación sin oponer resistencia.

—¿Nombre?

—María Alejandra Beatriz De la Huerta y Valles.

—¿Lugar de Nacimiento?

—Hacienda del Valle, Texcoco.

—¿Edad?

—¿En verdad quieres saberlo?

Saúl pasó saliva tras escuchar la curiosa respuesta. Cualquier otro día habría puesto una mueca
tras la absurda respuesta, pero algo aquella noche no marchaba tan bien como debería. O al
menos eso le parecía.

—¿Motivo de la visita?

—Denunciar 32 crímenes.

—¿Es testigo?

—Algo así.

—Expliquese, por favor.

—Más bien soy la perpetradora.

—¿Está usted bromeando?

—No. ¿Por qué lo haría?

—Me cuesta creer que es una asesina.


—No lo soy.

—¿Entonces?

—Soy una bruja.

La lámpara que pendía sobre el cubículo hizo un pequeño cortocircuito y se apagó por un
momento. Saúl brincó en su asiento sin querer. La supuesta "bruja" soltó una risita.

—Señora, el Ministerio Público no es el lugar para este tipo de burlas. Le daré la opción de olvidar
todo esto e irse sin mayor problema. Si insiste en seguir mofándose de la autoridad no tendré
mayor remedio que arrestarla…

—¡Pero si eso es lo que yo quiero: ser arrestada! Es hora de pagar por las almas que he
cosechado…

—¿De qué está hablando?

La mujer aspiró muy hondo y luego dejó ver en su rostro una amplísima sonrisa; era hermosa sin
duda, pero también atemorizante. Más lo segundo que lo primero.

—Le daré algunos nombres y usted irá a buscarlos en su computadora. Todos son casos "sin
resolver". Seguro que dejará de ser tan incrédulo apenas lea sobre los tres primeros…

Saúl se mordió los labios y apretó los puños. Pensó en arrestar a la "bruja" en ese preciso instante
por el cargo de "burlas a la autoridad" y zanjar el asunto ahí mismo. Sin embargo, su curiosidad
pudo más y le acercó a la mujer un bloc de notas y un lápiz.

Apenas lo tuvo en las manos, la supuesta criminal comenzó a garabatear nombres. Su caligrafía,
cursiva y garigoleada, denotaba cierta educación clásica algo pasada de moda.

—Ahí tiene usted. Vaya e investigue; aquí lo espero.

Saúl asintió sin decir palabra y abandonó el cubículo tras decirle a uno de los policías que vigilara a
la "dama". La curiosidad le carcomía las entrañas.
***

Para sorpresa del joven agente, todos los nombres tenían una entrada en la base de datos;
algunos casos eran tan viejos que rebasaban los cien años. Antiquísimas notas hemerográficas
eran la única "evidencia" recabada que les daba sustento.

—Ciudad de México, 1 de Noviembre de 1920. Niño es secuestrado por supuesta bruja. Padres
ofrecen recompensa por su regreso…

Saúl meneó la cabeza, decepcionado por la ingenuidad presente en aquellos tiempos. Divertido,
leyó la siguiente captura del caso, un burdo reporte policial digitalizado:

—El infante José María Santana Ibargüen, fue encontrado sin vida en un predio baldío. Tenía
heridas en pies y manos, específicamente en las palmas de cada miembro. Las punciones
efectuadas drenaron gran parte de su sangre. Lo encontramos pálido, pero sin signos visibles de
descomposición…

Aquello carecía de sentido para el agente; literalmente estaban diciendo que alguien le había
"chupado" la sangre a un niño… y no solo eso, sino que el cadáver había sido hallado en una
especie de reposo biológico, ajeno a las leyes químicas de la descomposición de los cuerpos…

El siguiente par de casos eran incluso más inexplicables y aberrantes: una pequeña niña degollada
encontrada en el patio de su casa y un adolescente repartidor de periódicos colgado de un poste
de luz. Ambos en Ciudad de México. Y los dos con las extrañas heridas en pies y manos, muertos
con apenas una semana de diferencia.

Asqueado, pero intrigado, Saúl revisó los otros veintinueve casos. Todos ellos habían tomado lugar
en Ciudad de México y el área metropolitana. A veces con años separando a uno de otro, y en
ocasiones con tan solo unos días de diferencia. Carecían de patrón lógico y las únicas semejanzas
entre ellos eran las misteriosas punciones en las palmas de pies y manos. Ah, y claro, el detalle de
que las víctimas siempre eran adolescentes y niños.

Contrariado, el muchacho decidió regresar al cubículo de interrogatorios para hablar con la mujer.
Sabía que mentía, sí, pero de cualquier forma, algo no marchaba bien.
***

—¿Y bien? —preguntó la mujer, exudando macabra confianza.

—Los nombres aparecen en la base de datos, sí…

—¿Y bien? ¿Ahora me cree?

—Creo que solo es una especie de "fanática" con gustos poco saludables. Si me lo pregunta, creo
que usted es de esa clase de personas que guarda viejos recortes de periódicos de nota roja en su
armario. Nada más que eso.

—¿Eso piensa?

—Sí.

—Pues tiene razón. En parte, al menos…

Saúl pasó saliva. La última aseveración hecha por la supuesta "bruja" le había causado escalofríos.

—Sí guardo cosas en mi armario, pero NO son recortes…

—¿Fotos quizá? —preguntó el joven agente, intentando ser irónico.

La interrogada sonrió con palpable cinismo y añadió como si hablara de cualquier cosa:

—Conservo mechones de pelo y piel de mis víctimas. ¡Incluso del primero! ¡Sí usted hubiera visto
que bonito cabello tenía "Chema" Santana! Sé que no me va a creer, pero sí sentí feo cuando le
corté un par de sus hermosos rizos…

Saúl sintió un nudo en el estómago. El interrogatorio estaba tomando un rumbo que no le


agradaba y tampoco le convenía; la mujer se había hecho del control de la conversación en apenas
un instante.

—Aún duda de mí, ¿verdad, agente? ¿Qué clase de prueba está esperando para terminar de
creer?

—Ninguna. Lo que habla son solo desvaríos y mentiras. Ni siquiera puedo considerar el que usted
tenga más de 100 años de edad. Es sencillamente ridículo… Haga el favor de retirarse; tengo casos
reales de los que debo ocuparme…
La mujer sonrió y luego preguntó, maliciosa:

—¿Quiere que me vaya porque no me cree o es más bien que ha comenzado a temerme?

El contrariado agente frunció los labios e inquirió con tono burlón:

—Nunca me han atemorizado las personas necesitadas de atención y no pienso comenzar con tan
mala costumbre hoy… Dígame, entonces ¿Cómo "mataba" a sus víctimas? ¿Con qué clase de
instrumento les drenaba la sangre?

Aunque la autonombrada bruja había entornado los ojos al ver a Saúl haciendo las señas de
comillas con ambas manos al hablar de los asesinatos, mantuvo la compostura y se inclinó sobre la
mesa del cubículo para hacer notar que se disponía a hablar. El agente se encogió de hombros en
un vano intento de simular indiferencia.

—La uña de mi dedo índice es tan filosa como la punta de una daga…

—¿Izquierda o derecha? —preguntó Saúl, mofandose.

—Izquierda… basta un simple piquete con mi dedo para hacer correr la sangre. A veces la bebo
directo del "envase"; así hice con Chema, Isaura y el "Pecas". Me los bebí hasta dejarlos secos…
luego me encargué de los cadáveres. Soy más creativa después de una buena comida…

Saúl se sujetó el abdomen para no vomitar: la sensación de náuseas comenzaba en la boca del
estómago y terminaba en su garganta.

—Me tomó años volver a matar. Y no crea que fue por remordimiento, sino porque alguien
anduvo siguiéndome la pista… tuve que esperar a que ese viejo detective muriera para comer otra
vez… la verdad es que nunca me ha gustado pelear con adultos; si me lo pregunta, es una tarea
absurda y desagradable…

El sorprendido agente se frotó los brazos en un intento de frenar las incontenibles olas de
escalofríos que le recorrían todo el cuerpo. La curiosa maniobra no resultó.
—Quince años tuvieron que pasar para disfrutar de otro bocadillo: el día en que murió el inspector
Valdivia me robé un niño de los asistentes a su funeral. Era solo un huérfano al que él le tenía
cariño, pero aún así me supo delicioso… La sangre siempre es roja; yo jamás discrimino…

Saúl hizo amago de pararse. La bruja confesa no se lo permitió: le tomó con fuerza la muñeca
derecha y dijo, entre dientes:

—No eres muy curioso ¿Verdad? Ni siquiera has preguntado por qué lo hacía…

—Es porque no le creo…

—¡No! Es porque tienes miedo, puedo olerlo… no eres más que un gendarme cobarde…

—¿Eso cree, señora?

—¿Estoy segura?

Saúl aspiró una bocanada grande de aire y luego sacó un crucifijo de debajo de su camisa. La bruja
rió por lo bajo.

—Ni el profeta ni su padre han conseguido ponerme nerviosa nunca… Revisa el caso #23: maté a
esa niña obesa justo frente a la puerta de una iglesia en Coyoacán…

Saúl hojeó el expediente con aparente desgano; la mujer tenía razón… Bianca, de 11 años, había
sido encontrada a las puertas de la parroquia de San Juan Bautista.

—Señora, debo reconocer que, en efecto, ha hecho su "tarea" y ha investigado con ahínco una
gran cantidad de casos raros ocurridos en la ciudad y sus alrededores; pero, de ahí a siquiera
considerar que usted es la artífice de treinta y dos asesinatos de adolescentes e infantes en un
amplísimo periodo de más de cien años,bueno, hay un largo —larguísimo— trecho…

—Otra vez anda errado, agente…

—¿Por?

—No maté a treinta y dos escuincles; acabé con treinta y tres…

—¿Qué dice?

—¿Eso que suena es su teléfono? Creo que alguien le llama…


***

El rostro de Saúl palideció de un momento a otro. La sorpresiva llamada lo había dejado sin habla.

—¿Estás segura?

Un profundo y largo silencio invadió la habitación.

—¿Ya le hablaste al doctor? ¿En serio te dijo que no había nada qué hacer?

Una risita nerviosa sacó al funcionario de su ensimismamiento. La supuesta bruja lo miraba con
creciente curiosidad y atención. Sus puños, posados bajo la barbilla, intentaban darle un aire de
coqueta ingenuidad, aunque lo cierto era que solo denotaban cinismo y burla.

—¿Pasó algo malo, agente? ¿Problemas en casa?

Saúl sacó su arma de cargo y apuntó a la cabeza de la mujer. Esta se limitó a reír.

—Ponga el altavoz; seguro que a su esposa le dará gusto saber que acabó con la asesina de su
hijo…

El interpelado accedió sin saber por qué; colocó el teléfono sobre la mesa y pulsó el ícono de la
bocina:

—Amor ¿Qué sucede ahí? ¿Por qué te quedaste callado? ¿Ya vas a venir? Quiero que veas al bebé
antes de…

—¿De que lo entierren? — inquirió la "bruja", risueña.

Saúl dio un puñetazo en la mesa y cortó cartucho; el sonido puso feliz a la interrogada, quien
incluso extendió los brazos en ademán de recibir una lluvia de balas.
—¿Quién está ahí? ¿Estás trabajando? Perdón, no quise interrumpirte, es solo que…

—Es solo una loca…

—Corrección: una "loca" que mató a tu bebé de seis meses mientras tú buscabas viejos crímenes
en una lentísima computadora…

—Imposible; dejé a alguien vigilándote.

—¿Te refieres al buen Chucho? Apenas te fuiste, salió a comprar una torta de tamal allá afuera…

El joven agente tragó saliva y pegó el revólver a la frente de la mujer. La amenaza solo consiguió
sacarle una nueva sonrisa.

—¿Saúl, estás ahí? ¿Por qué dice eso? ¿No lo entiendo?

—Bety, revisa el talón del niño…

—¿Por qué?

—Hazme caso, por favor; revísalo…

Algunos segundos de angustiante silencio siguieron a la indicación. Luego, una voz llorosa y
confundida manó del teléfono:

—Tiene como un piquetito… más bien parece una mordida; le limpié una gotita de sangre…

—¡Sorpresa! —exclamó la autoproclamada "bruja" con los brazos extendidos.

El cañón de la pistola pasó de su frente al ojo izquierdo. A pesar de que el arma le había cerrado el
párpado, la misteriosa mujer no mostraba miedo, solo reía.

—¡Máteme, agente! ¡Vengue a su hijo! ¡Haga la justicia que la ley no conseguirá!

—¡Cállate! ¡No me digas qué hacer!

—¡Hazlo! ¡Soy la asesina de tu bebé! ¡Acaba conmigo en nombre de él y todos los demás! ¡Estoy
lista!

Saúl amartilló el arma. Estaba listo para disparar. La bruja tenía razón: no podía confiar en la ley
mexicana, solo él podía hacer justicia…
—Amor, espera…

La voz de su mujer al teléfono consiguió frenar al agente por un momento.

—Yo sé que tú no eres creyente, pero, yo sí, y… no quiero que nuestro hijo se vaya de este mundo
bañado en sangre…

—No será así, se marchará satisfecho porque su muerte habrá sido vengada…

—No, partirá al cielo envuelto por una nube negra creada por su padre asesino; no encontrará paz
en mucho tiempo… El padre que conoció no será el mismo que le dirá adiós…

—Pero, podemos hacer justicia, acabaré con esta bruja infeliz ahora mismo, nadie se daría
cuenta…

—Tú, yo y el bebé lo sabríamos. Su muerte nos perseguiría siempre..

—Ha matado a muchos…

—Encierrala entonces, pero no le quites la vida. Perdónala; yo lo haré también. No por ella, sino
por el bebé. Permite que nuestro pequeño se vaya en paz. Lo espera Dios.

Saúl sintió comezón en el cuello. Se rascó por instinto y descubrió que lo que escocía su piel era el
collar con crucifijo que Bety le había regalado. Confundido, apretó el diminuto dije plateado en sus
manos.

La supuesta "bruja" ya no sonreía, ahora lucía inexplicablemente molesta.

—¡Tonto! ¿Qué le importan tú o tu vástago al profeta? ¡Ni él ni su padre se preocupan por ti o por
los demás! Entiéndelo: ¡para ellos ustedes solo son estorbos!

El agente tragó saliva. La duda carcomía sus entrañas. Las palabras de su esposa tenían cierta
lógica, pero también la tenía la justa venganza… solo tenía que jalar del gatillo y el dolor por la
pérdida de su hijo se iría para siempre…

—Perdonala, Saúl. El bebé nos esperará allá con Dios…


—¡Imbéciles! ¡El padre del profeta siempre les será indiferente! ¡A él jamás le ha importado este
mundo!

El joven y angustiado funcionario cayó de rodillas al suelo. Su arma escapó de sus manos y se
estrelló en el suelo. Para su suerte, no salió ningún disparo.

—Lárgate, "bruja"; en nombre de mi niño, te perdono… vete, y no vuelvas nunca más…

La interrogada comenzó a sudar copiosamente; su impecable maquillaje se desvaneció en apenas


unos segundos. Gruesos mechones de cabello cayeron uno tras otro al piso. Sus formas, otrora
agradables, se descompusieron al instante. Un inexplicable temblor se apoderó de su cuerpo…

—¡Maldito "policleto"! ¡Mira lo que me has hecho, gendarme idiota!

—¿De… de qué… hablas? Solo te perdoné…

—¡Me humillaste, "tira" idiota! ¡Me avergonzaste frente al Maestro!

La piel de la mujer se envejeció de pronto: enormes manchas de color marrón brotaron por todo
su cuerpo. Acto seguido, un grupo de dientes saltó de su boca y cayeron sobre la mesa del
cubículo de interrogatorio.

Resultaba increíble, pero en apenas un par de minutos, la autoproclamada hechicera había pasado
de aparentar treinta años a lucir como una anciana de noventa y tantos…

—¡Mil veces maldito, cobarde Saúl! ¡Arruinaste una vida de trabajo! ¡Tantas muertes para nada!

—No comprendo…

—El Maestro nos permite la entrada a su reino cuando acumulamos treinta y tres muertes… para
llegar con él, el progenitor de la última criatura asesinada debe matarnos con sus propias manos…
¡Todo marchaba perfectamente! ¡Tú tendrías tu venganza y yo podría vivir feliz para siempre en el
Averno! Ahora me desprecia ¡POR TU CULPA!

Saúl estaba perplejo; no comprendía qué pasaba con exactitud. El teléfono seguía en altavoz.
—¿Por qué treinta y tres? —inquirió Bety desde el otro lado de la línea.

—Porque esos son los años que pasó el profeta en esta tierra… Mi Maestro tiene un gran sentido
del humor…

—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Saúl, todavía aturdido…

—Por causa de ustedes, par de idiotas santurrones, tendré que pasar treinta y tres años
mendigando en este mundo… luego desapareceré y nadie hablará de mis proezas otra vez…

Chucho, el guardia que se suponía había vigilado a la interrogada hacía un rato llegó al lugar sin
previo aviso. Su rostro quedó desencajado al ver a la anciana mujer que temblaba bajo la mesa del
cubículo.

—¿Y esta viejita? ¿No estaba interrogando a una señora guapetona, agente?

Saúl no respondió. Solo hizo un ademán para que se la llevaran de ahí. El policía se encogió de
hombros y arrastró a la nonagenaria que intentaba oponer resistencia.

—¡Ni con esto recuperarás a ti hijo, Saúl! ¡Recuerda que ustedes jamás le han interesado al
profeta ni a su padre! ¡Estúpidos! ¡Rezar no sirve de nada!

Todavía con el crucifijo de plata en la mano, el agente dejó al fin fluir el llanto por la pérdida de su
primogénito; lloró sin detenerse por al menos un par de minutos.

De pronto, el altavoz de teléfono dejó escapar un sonido muy peculiar: una risita. No una
escabrosa ni burlona, sino una apenas audible, lejana, pero agradable.

—Amor ¿Sí escuchaste? ¡Se rió! ¡El bebé se rió!

#JDAbrego2022

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