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Una aproximación a la cultura integracionista

Valentín Orccottoma

Resumen

El presente trabajo tiene como propósito exponer las líneas fundamentales de lo que se
denomina “cultura integracionista”. En ese sentido, expondremos de manera general algunas
consideraciones centrales, como la de cuál ha sido el recorrido histórico de la idea de cultura
integracionista propiamente latinoamericana. De ello se desprenderá que dicho recorrido
histórico ha sido una historia infinita de renovados intentos que, en tanto intentos, han recibido
la influencia tanto interna y externa de ciertos obstáculos que han impedido llevar a la
concretización de la utopía. Para finalizar, veremos como la educación ha de favorecer para
forjar una cultura integracionista.

Palabras clave: Integración, historia, obstáculo, Latinoamérica.

El camino hacia la integración latinoamericana

No existe -ni existirá- ningún ser vivo que pueda desarrollarse saludablemente a no ser
de relacionarse con otros de su misma especie. La leona recién nacida necesita de los
cuidados y la atención de su madre, para que, en el proceso de su crianza, aprenda lo
necesario para su supervivencia inmediata como individuo y como parte de un todo mayor,
como parte de la manada. El ejemplo anterior es solo un caso dentro de los miles que existen
dentro del reino animal que demuestra la necesidad del otro, de la interdependencia del todo
con la parte y la parte con el todo.

Lo anterior también aplica en el caso del hombre, aunque con algunas grandes
diferencias. No podemos olvidar, tal y como sentenciaba Sloterdijk, que el hombre “es el animal
que fracasó”. Tal fracasó constituyó un punto de quiebre y nos alejó de manera definitiva de
nuestros amigos animales. Por dicho fracaso, construimos y creamos grandes esferas que
habitamos, por dicho fracaso fuimos construyendo nuestra humanidad.

En el proceso de dicha construcción, el ser humano buscó formas de organización que


le faciliten la vida, que le permitan vivir “justamente”. Así, el ser humano fue inventando cada
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vez formas más complejas de organización: desde nuestros inicios como clanes, tribus, aldeas,
hasta formas mucho más complejas, como el surgimiento de las ciudad-estado con los antiguos
griegos y los estados-nación modernos. Dentro de ese proceso gradual de organización, el ser
humano -en tanto ser vivo- no pudo jamás desprenderse de la necesidad del otro para su
supervivencia, aunque ahora mucho más complejas. Se descubrió como interdependiente del
otro tanto material como espiritualmente: necesita de otro para vestirse, para educarse, para
desarrollar su potencial como ser humano. Pero la interdependencia no se agota solo en el
plano individual, sino que abarca también el plano macro, de interdependencia entre naciones.

En dicho plano, resalta sobre todo la interdependencia comercial: tecnologías, materias


primas, alimentos, etc. Pero no se reduce solo a lo comercial o económico, sino que, en ese
intercambio de mercaderías, se filtra también un componente cultural que a largo plazo
desemboca en un proceso de transculturación, en la que, por el proceso de globalización hoy
podemos sentir con más fuerza. Tal y como señala Guadarrama (2021):

“(…) acelerado en los tiempos actuales de globalización, se fue tomando conciencia de


que las identidades de los pueblos están permeadas tanto por los productos y tecnologías
provenientes de lugares distantes, como por valores y costumbres del pueblo de su
procedencia.” (p. 35).

Es quizá el caso español un ejemplo de lo que significa transculturación. Estos, movidos


por la necesidad de encontrar nuevas rutas comerciales para llegar a Asia, se lanzaron a una
aventura marítima que terminaría en el “descubrimiento” –conquista- de un “nuevo mundo”.
Aunque no con total propiedad, se puede hablar aquí relativamente de un proceso de
integración.

Lo anterior resulta así puesto que, para el europeo, el descubrimiento del indígena
supone un choque, un quiebre de todos sus marcos conceptuales respecto a la comprensión
de un mundo dentro del cual se sentía seguro por una rígida concepción del universo,
sostenida por los dogmas judeo-cristianos. Frente a ello, la geografía de los lugares, la
variedad de climas, la presencia de animales totalmente desconocidos y, un tipo de ser
humano que no les parecía humano, acarrea un choque de identidad, cabe recalcar, tanto para
el indio como para el europeo. Empero, en este choque más afectado quedaría el indio,
nosotros, puesto que quedaría ciertas heridas de dicha conquista y colonización, entre ellas, la
búsqueda de nuestra identidad.
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Sin embargo, ¿cuándo comienza el conflicto respecto a nuestra identidad? Respecto a


ello, Guadarrama (2021), sostiene que:

“(…) resulta difícil pensar que desde los primeros momentos -de la conquista- se haya
comenzado a conformar de manera rápida una identidad latinoamericana” (p. 36).

El problema con la búsqueda de nuestra identidad se produce cuando el fenómeno del


mestizaje llega a materializarse: negros e indígenas se combinan con los españoles
peninsulares, apareciendo lo que por aquel entonces se denominará como “criollo”. Tal y como
lo afirma Guadarrama (2021), son con los criollos que, al tomar conciencia de la
heterogeneidad de intereses -quizá podríamos añadir aquí también diferencia de rasgos físicos-
con los españoles peninsulares, empieza el camino de la distinción y diferenciación entre
identidades.

En ese último sentido, se presentan numerosos testimonios documentales que


reclaman la pertenencia no ya a la metrópoli española, sino a Latinoamérica. Se exige un
reconocimiento en cuanto latinoamericano. Un caso de ello lo constituye el ecuatoriano
Eugenio Santa Cruz y Espejo, que, en 1789, presentaba un discurso el cual nos decía:

“(…) Desmentirá a los Hobbes, Grocios y Montesquieus, y hará ver que una nación
pulida, culta, siendo americana, esto es, dulce, suave, manejable y dócil, amigade ser
conducida por la mansedumbre, la justicia y la bondad, es el seno del rendimiento y de la
sujeción más fiel, esto es, de aquella obediencia nacida del conocimiento y la cordialidad.”1

El testimonio del ecuatoriano Espejo puede ser interpretado como la expresión del sentir
de una comunidad que poco a poco se va sintiendo cada vez menos súbditos y más
pertenecientes a la nación latinoamericana: “Yo no soy español, soy americano”.

Por otro lado, en el aspecto político también se verían ciertos cambios relacionados de
algún modo con el tema de la identidad. Así como cada vez el nacido en estas tierras
reclamaba que se le reconozca como latinoamericano, así también se produjo un movimiento
en el reconocimiento del soberano: ya no se trataba ni de Dios ni del rey, el único soberano ha
de ser el pueblo, la colectividad, en el contexto de la lucha ideológica pre-independendista del
siglo XVIII.

1
Eugenio de Santa Cruz y Espejo, «Discurso sobre el establecimiento de una Sociedad
Patriótica en Quito» (1789), en José Luis Romero (selección y prólogo), Pensamiento político de la
emancipación, 1790-1825, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988, t. I, p. 45.
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Una vez realizada la lucha por la independencia y lograda la victoria, asimismo, con los
discursos preexistentes acerca de una identidad y ciudadanía latinoamericana –tales como los
de José de la Luz y Caballero, Félix Valera, Camilo Henríquez, etc.- se concretizaron ciertos
intentos integracionistas. Así, para 1824 se formó la República Federal de Centroamérica, cuyo
tiempo de permanencia fue de apenas 15 años, a razón de las constantes conflictos y guerras.
Pero, aunque sea una República de Centroamérica, marca un factor positivo como rodeo para
una integración latinoamericana.

Ahora bien, debemos poner de relieve que, en el caso de nuestra Latinoamérica, el


proceso para nuestra integración fue mucho más pausado, ello no por alguna deficiencia o
aspecto negativo por parte de los líderes de las luchas independentistas, sino por una
convicción de aquellos: que, en nuestro proceso de integración, había que avanzar paso a
paso, de forma regionalista. En ese sentido, Guadarrama (2021), argumenta que, en la
propuesta integracionista realiza por Gervasio Artigas, que habría de crear una confederación
de provincias del sur:

“Era lógico, en primer lugar, considerasen más factible el establecimiento de nexos


federativos de forma regional, en este caso el Cono Sur, dado el conocimiento que poseían
sobre sus nexos e identidades más comunes, por lo que la ciudadanía sería concedida ante
todo a los habitantes de estos países una vez confederados”. (p.46)

De lo anterior se desprende una idea fundamental para todo proyecto integracionista, a


saber, que esta busca los elementos comunes entre un grupo de naciones, los elementos que
permitan, precisamente, integrarlas. De ello también se deriva que un fuerte enemigo o
obstáculo para los proyectos integracionistas son los nacionalismos radicales.

Podríamos afirmar que, la historia de la cultura integracionista es la historia de sus


intentos por hacerla realidad. Desde nuestros libertadores, con Bolívar -con su Pacto
americano-, Don José de San Martín, y otros personajes intelectuales, se evidencia el anhelo
por parte de una élite de forjar el sueño de nuestra utopía latinoamericana; hasta más
recientemente, la esperanza de llevar a cabo una Unión de Naciones Suramericanas,
UNASUR, que en su acta se escribe:

“Afirman su determinación de construir una identidad y ciudadanía suramericanas y


desarrollar un espacio regional integrado en lo político, económico, social, cultural, ambiental,
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energético y de infraestructura, para contribuir al fortalecimiento de la unidad de América Latina


y el caribe”.2

La Idea de una Cultura Integracionista

La idea de una cultura integracionista ha de ser considerada como aquella cultura que,
busca los elementos comunes que identifiquen a ciertos colectivos. En nuestro caso, ha de ser
considerada como un proyecto que busca los elementos comunes a los países
latinoamericanos, para así identificarlos en una ciudadanía latinoamericana. De ello se
desprende que busca, también, mayores grados de libertad en términos de autonomía, así
como nexos de colaboración. Esto último no debe de ser reducido a meros acuerdos
institucionales entre naciones a un nivel de beneficio mutuo económico. En tanto proyecto,
aspira a mucho más: busca forjar un ensamble desde las diferentes dimensiones humanas,
tanto las culturales, artísticas, literarias, económicas, políticas. filosóficas entre los pueblos de
América Latina.

Por todo lo dicho, resulta claro que la cultura integracionista es ante todo un proyecto
político que en el movimiento de su desarrollo fue proponiéndose grados de integración cada
vez mayor entre los países latinoamericanos y que, su historia y es la historia de sus intentos
hasta ahora fallidos. De ello se desprende un papel activo del sujeto latinoamericano para la
invención de su historia. Esto nos recuerda a O’ Gorman (1978), el cual sostenía que:

“Esa antigua manera de sustancialista de concebir la realidad es insostenible, porque se


ha llegado a comprender que el ser -no la existencia- de las cosas no es sino el sentido o
significación que se les atribuye dentro del amplio marco de la imagen de la realidad vigente en
un momento dado” (p. 18).

En ese mismo sentido, O’ Gorman nos llama a que meditemos reflexivamente y dar por
sentado que cualquier acto, considerado en sí mismo, no tiene sentido. Interpretar es también
un acto. Al interpretar algo, le dotamos de un sentido. Pero la interpretación de un hecho, tanto
pasado como futuro, no se agota solo como dadora de sentido, sino que abarca también un fin,
un propósito, una meta de antemano. Y lo mismo ocurre en el terreno histórico: al interpretar un
acontecimiento histórico, lo que hacemos es otorgarle un sentido y una finalidad. Y al
proyectarnos un futuro histórico, lo que hacemos es apuntar hacía cierto fin.

2
Tratado constitutivo de la UNASUR, Brasilia, 23 de mayo de 2008.
http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/UNASUR_Tratrado_Constitutivo_de_la_Uni
%C3%B3n_de_Naciones_Suramericanas_10_p._.pdf?sequence=3
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En ese sentido, el proyecto para una cultura integracionista apunta a cierto fin: lograr
una ciudadanía latinoamericana, a un ciudadano continental al que le sean garantizadas los
más altos estándares de calidad de vida, así como para resguardarlo del siempre patente
asecho imperialista -en sus nuevas formas- que suponen un peligro para nuestra realidad
inmediata.

Ahora bien, hemos señalado que el integracionismo es la historia de sus intentos.


Dentro de dichos intentos, se puede reconocer ciertos periodos. Como ya hemos visto, el
primer momento de esa historia aparece con los movimientos de independencia. Allí, en las
conciencias de los libertadores e intelectuales nace una fuerte tendencia hacia el
integracionismo, puesto que para ellos América Latina aparecía como un todo en sus aspectos
cultural, geográfico e histórico. Es importante recalcar que, en este periodo incipiente, se
carece -como es de esperar- de una estrategia adecuada para llevar a cabo dicho proyecto. El
segundo, que abarca el periodo post libertador de Latinoamérica hasta finalizada la I Guerra
Mundial, momento corresponde a una crisis dentro del proyecto integracionista, puesto que los
nacionalismos poco a poco van forjándose. La tercera se irá desarrollando entre los años de
1920 hasta 1970. Lo característico de este periodo está dado porque el resurgimiento de los
proyectos integracionistas se da en tanto se perciben “amenazas externas” de cepa
imperialista. En la cuarta etapa, se habla ya en términos económicos de integración que habría
de darse gradualmente. Por último, la quinta etapa, que comprendió los años de 1960 a 1970,
cuyos años están marcados por una idea de alto grado de integración, no solo reducido a un
plano económico, sino que también político, cultural e intelectual. Esta última etapa contiene
todas las virtudes de los programas precedentes, siendo pues una síntesis superadora.

Por todo lo dicho, el concepto de “integración” resulta clave para comprender la


dinámica política de nuestro continente, aún con sus desaciertos. Los últimos dos siglos han
estado marcados por el intento de hacer posible dicha utopía, aunque todavía espera la
iniciativa y voluntad tanto del pueblo en general y de los intelectuales en particular, que haga
posible la concretización de dicho ideal. En ese sentido, compartimos lo que afirman Gonzáles
y Miranda (2008):

“Efectivamente, la integración latinoamericana ha sido como el mito de Sísifo, un eterno


comenzar en busca de la cima de una montaña inalcanzable” (p. 266)

Sin embargo, creemos que es posible que aquella “montaña inalcanzable” puede ser
conquistada, en un futuro que, probablemente, nosotros ya no alcanzaremos a ver. Como decía
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el gran Víctor Hugo en su obra Los Miserables (1862): "Nada mejor que el sueño para
engendrar el porvenir. La utopía de hoy es carne y hueso mañana”.

Resulta de todo ello una interrogante, a saber, ¿por qué tras doscientos años de
intentos por lograr una cultura integracionista está no ha sido posible?, ¿por qué dicha utopía
no se constituye aún como la carne y el hueso de nuestro presente? De estas dos se deriva,
pues, la siguiente pregunta: ¿cuál han sido los obstáculos para lograr una cultura integrada?

Los obstáculos para la realización de una integración latinoamericana


Han existido y existen todavía aporías que han impedido la realización del proyecto
integracionista. Entre ellos, encontramos los siguientes: el papel central de nuestras
oligarquías, que siempre han preferido apoyar a las grandes transnacionales -en la medida que
ello significa una ganancia o beneficio más cuantioso para ellos- que a lo propio de nuestro
continente en general y países en particular.

Por otro lado, tenemos también que la actividad de nuestros ambientes académicos e
intelectuales no han favorecido de manera activa a la realización de dicho proyecto, en tanto
que han estado inclinados hacía cierto eurocentrismo y, posteriormente, hacía la cultura
norteamericana. Tal y como sentenciaba Augusto Salazar Bondy (2006):

“ (…) cuando la filosofía se construye como un pensamiento imitado, como una


transferencia superficial y episódica de ideas y principios, de contenidos teóricos motivados por
los proyectos teóricos de otros hombres (…) Quien asume este pensamiento calcado cree ver
expresado en él o se esfuerza en vivirlo como suyo (…), en lugar de producir propias
categorías interpretativas, adopta ideas y valores ajenos, sí resulta imposible para ellos darles
una vida nueva y potenciarlos como fuente de proyectos adecuados a su salvación histórica”.
(p. 82)

Quiero hacer aquí un pequeño paréntesis para ilustrar hacía donde quiero llegar,
tomando como guía la idea de hacer filosofía en el Perú. Recordemos pues, que la filosofía -en
sentido estricto- no puede ser realizada por todos los hombres. Son poquísimos los que tienen
dicha inclinación hacía la meditación reflexiva, pocos los que pueden poner en marcha el
filosofar en la totalidad de su ser. De manera general, no son las mayorías las que están
llamadas a la filosofía, sino la minoría: una élite intelectual. En ese sentido, nos parece correcta
la afirmación del profesor Ballón al señalar que el factor principal de la causa de este no debate
filosófico en el Perú es responsabilidad de una élite intelectual que, desde sus comienzos,
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recibió acríticamente aquellos logros que el espíritu europeo consiguió en el terreno filosófico,
incapaces de discutir con ellos, de dialogar sobre lo que dicen, incapaces de iniciar el debate
filosófico con los extranjeros. Siendo esta la situación, mucho menos podríamos esperar que
ellos mismos inicien un debate filosófico auténticamente peruano. Simplemente esperaban el
producto europeo, acabado, insuperable, para intentar una aplicación con leves modificaciones.

En ese sentido, siempre se otorgaba más peso a lo extranjero que a lo propio. En la


labor educativa -la más fundamental para la creación de un hombre nuevo- también se ve
reflejada dicha actitud, en tanto que, los cursos de formación humanística tienden
mayoritariamente a poner énfasis en la Historia Universal -europea- que, en nuestra misma
historia, que en nuestro mismo desarrollo histórico latinoamericano. Lo mismo que en otras
áreas tales como la literatura, la filosofía, etc.

Es decir, desde pequeños recibimos una imagen de lo que deberíamos llegar a ser,
pero nunca de qué es lo que somos. Frente a ello, Rigoberta Menchú (2003) señala que una
verdadera educación para nuestros pueblos debería considerar:

“La acción educativa debería estar orientada a tres áreas que son: la memoria histórica
(la problemática de la identidad), el civismo (la lucha por el efectivo reconocimiento de los
derechos), y los valores (lo particular de cada cultura) y debe partir de tres principios básicos: el
de la ciudadanía, el del derecho a la diferencia y el de la unidad en la diversidad”.

Otro factor que consideramos importante – y quizá el más el factor más determinante-
es la puesta en escena de los nacionalismos extremos, radicales. Así pues, ya en los inicios de
nuestra historia “independiente” del yugo de la corona española, se torna en un escenario
caótico las relaciones entre las vecinas naciones, marcadas por guerras y rumores de guerras.
Ello, además de traer perdidas que afectaron de manera directa la realidad material inmediata
de nuestros pueblos, dejaron también ciertas heridas y resentimiento entre las naciones. Un
caso de ello lo constituye nuestro país, el Perú. Después de la guerra del Pacífico, nuestro
“patriotismo” se forjó en base a dos elementos: la figura de los grandes héroes que lo dieron
todo por la lucha de su país, así como el odio común hacía el país chileno. De alguna forma,
estos dos elementos han configurado nuestro sentido nacionalista.

No podemos dejar de mencionar aquí algunos otros obstáculos que continúan aún hoy
continúan constituyéndose como factores negativos a la hora de realizar nuestro proyecto: el
eurocentrismo y lo que ello conlleva, el desprecio por el verdadero valor de nuestras
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civilizaciones autóctonas, originarias; la existencia de una diversidad de idiomas de los pueblos


originarios, supone una dificultad en la medida de qué ¿cómo conservar su riqueza lingüística
en un continente donde mayoritariamente se habla el español y portugués?

Asimismo, dentro de una época como la nuestra, en la que la globalización empieza a


ganar terreno surgen aporías novedosas que no pudieron aparecer en etapa precedentes a la
cultura integracionista: la aparición de grandes centros comerciales de poder transnacional y
los medios de comunicación de masas, con mayor fuerza el internet, parecen aparecer hoy
como los grandes hacedores de síntesis de las sociedades de los países. Ello conlleva un
peligro, en tanto la pérdida de la identidad propia por una común, marcada por intereses
empresariales.

Frente a tales aporías, el reto para lograr una cultura integracionista latinoamericana es,
en primer lugar, encontrar o inventar de una vez por todas las salidas a tales nudos. Un factor
favorable para ello, aunque resulte paradigmático, es la pertenencia mayoritaria al idioma
español y portugués. Asimismo, no hay cambio posible sin personas que no apuesten, que no
crean que el cambio es posible. Estos, de hecho, no constituye la mayoría, sino unos pocos
elementos que son muy valiosos. Tal y como lo indica Guadarrama (2021):

“la labor de promoción de conciencia integracionista entre artistas, intelectuales y


líderes políticos a partir de la vida republicana”. (p. 112)

Cada vez existen más intelectuales, artistas, escritores, pensadores, profesores,


filósofos, etc., comprometidos para actuar a favor del desarrollo de la población en general y de
la juventud en particular de una sólida conciencia que no agota en lo nacional, sino que sus
esfuerzos se orientan también por el lado del integracionismo.

El camino es aún largo, pero no debemos olvidar la frase que más arriba menciónanos:
“la utopía del presente se constituye como la carne y el hueso del mañana”. No olvidemos que
nosotros somos los que construimos nuestra historia. Hagámosla, pues.

REFERENCIAS
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 Gonzáles y Ovando (2008). Hacia un nuevo pensamiento integracionista


latinoamericano: aproximación a una lectura de segundo orden, en Revista de la
Universidad Bolivariana. Vol. 7, N° 21.
 Guadarrama, P. (2021). Cultura Integracionista en el pensamiento
latinoamericano. Colombia: Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.S
 Menchú, R. (2003) El sueño de una sociedad intercultural, en Francisco
Imbernón (coord.), Cinco ciudadanías para una nueva educación. Madrid: Graó
 O’ Gorman, E. (1976). La invención de América. México-Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica.
 Salazar Bondy, A. (2006). ¿Existe una filosofía en Nuestra América? México:
Siglo XXI Editores.

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