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Gracia para los sedientos

Isaías 55.1-7
Hermanos, el texto que he escogido es un tesoro que en mi vida nunca podré terminar de meditar. Así, con
toda la Palabra, que es vida, siempre podemos extraer maravillosas verdades de un mismo pasaje en toda la
vida. Esto que meditaremos es apenas una pequeña y humilde aproximación a lo que este texto encierra.
Pido a Dios que abra nuestros corazones y nuestros ojos, y estemos atentos a Su Palabra.

El profeta Isaías emitió estas palabras 750 años antes de Cristo. Este profeta dedicó su ministerio a Judá, el
reino del sur, y ahí denunció el pecado del pueblo de Israel; les llamó al arrepentimiento y anunció la
bendición futura que tendrían al volverse a Jehová su Dios. Estas palabras que hemos leído se encuentran
muy cerca del famoso capítulo 53 de Isaías, en donde se describe cómo será el Cristo, el ungido de Dios.
Sería un varón de dolores, experimentado en quebranto, herido por nuestras rebeliones, castigado por
nuestra paz, como un cordero llevado al matadero, llevando las iniquidades de su pueblo. Isaías anunció la
venida del Mesías, y 750 años después, Jesucristo, el Hijo de Dios, fue tal cual lo había anunciado este
profeta.

El apóstol Pedro dijo que los profetas no hablaron por su cuenta, sino que el Espíritu Santo fue quien les
inspiró para hablar (2 Pe.1.20-21). También en otro lugar dice que el Espíritu de Cristo estaba en los profetas,
y les hacía inquirir y diligentemente indagar acerca de la salvación que traería ese Mesías. Por lo tanto,
cuando Isaías anunció lo que hemos leído, el Espíritu de Cristo, que estaba en él le hizo hablar en estos
términos. Y no es difícil darse cuenta de lo similares que son las palabras que leímos con las palabras de
Cristo. “A todos los sedientos: Venid a las aguas”, y Cristo dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”.
Venid a mí, se reitera en el texto, y Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar” (Mt.11.28). Dice el texto “por qué gastan en lo que no es pan y en lo que no sacia”,
mientras que Cristo dice “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna
permanece...” (Jn.6.27). Cuando leamos estas palabras de Isaías, veamos a Cristo Jesús diciéndolas.

Amigo mío, a través de este texto, Cristo mismo te está diciendo: Venid. Venid. Acércate en verdad. No ha
exigido nada a quienes se acercan. No les dice: Vengan una vez que se hayan limpiado o traigan una ofrenda
grata para ser aceptados. No, Él no es como los otros dioses de ese tiempo, que exigían costosas ofrendas
para ser beneficiados. No, Él dice todo lo contrario: “A los sedientos, vengan a las aguas, y los que no tienen
dinero, vengan y compren sin dinero”. Lleven lo que necesiten de forma gratuita, si en verdad necesitan lo
que estoy ofreciendo.

Quién podría considerar como valioso este llamado, sino aquellos que en verdad están sedientos. Quién más
que un pobre y miserable podrá ver en este llamado un tesoro incalculable. Como nuestro Señor dijo: “aquel
que se le perdona poco, poco ama” (Lc.7.47). Si te consideras un poco pecador, estas palabras significarán
poco para tí. Sólo aquellos que en verdad están sedientos y necesitados, son los que al escuchar estas
palabras encuentran verdadero y pleno consuelo.

“A todos los sedientos: Venid a las aguas”. ¿Alguna vez has tenido verdadera sed? No me refiero a aquella
sed que puedes decir “llegaré a casa y allá me tomo un vaso de agua”. No, me refiero a una sed agobiante,
que no puedes postergar. Una sed que parte tus labios, que hiere tu garganta, que apenas tu lengua tiene un
poco de saliva para contrarrestar; me refiero a una sed verdadera. Sólo el que tiene una sed real anhela
encontrar agua en algún lugar. Qué deliciosa se ve esa agua pura, helada y transparente, cuando caminamos
bajo un sol abrazador. O qué necesario se nos hace un café, un té o una sopa, un día de extremo frío. O qué
anhelado es un plato rebosante de comida cuando hemos pasado muchas horas sin comer. Sólo quienes en
verdad experimentan verdadera necesidad, verán con ojos agradecidos esta oferta de Dios.

Y por si alguien aún se siente satisfecho y quiere rehusar este llamado, Dios les dice: “¿Por qué gastáis el
dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia?”. ¿Por qué gastan su vida en lo que no
aprovecha, por qué destinan su tiempo, sus pensamientos, sus anhelos, sus temores y ansiedades, en este
mundo y sus pecados? Jesús mismo dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha...”
(Jn.6.63). ¿Por qué has invertido tus sentimientos, tus pensamientos, tus deseos más profundos, no en la
gloria de Dios ni en lo eterno, sino en satisfacer los deseos de tu carne? Así dice la Palabra: “...los que son
de la carne piensan en las cosas de la carne… el ocuparse de la carne es muerte... Por cuanto los designios
de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que
viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro.8.5-8).

Y quiero en esta hora que seas honesto con Dios y contigo mismo, y respondas las siguientes preguntas:
Jesús dijo que “...cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”
(Mt.5.28). ¿Has deseado a alguna mujer en tus pensamientos? ¿Has fantaseado con alguien en tu mente?
Porque si es así, Dios dice que eso que pensabas ficticio, en verdad ocurrió, y ese mero pensamiento fue una
realidad en la que cometiste un grave pecado contra el Señor de todas las cosas. Y quiero que pienses en
esto, mientras recreabas tu mente en el adulterio, estabas ocupando la vida misma que Dios te daba, para
pecar contra Él. En ese momento en que tu corazón latía más fuerte y tu respiración se agitaba por causa de
la excitación, en ese momento, el Dios del cielo estaba sosteniendo tu vida. ¿Por qué acaso no moriste en el
instante en que esos pensamientos se atravesaron en tu corazón? Sólo por la abundante misericordia de
Dios no fuiste consumido. Tus ojos, tu cuerpo, tu mente, fueron creados con el propósito de glorificar y amar
a Dios, sin embargo, decidiste ocupar estos recursos que ni siquiera son tuyos, para rebelarte contra Él por
unos segundos de placer.

Te haré otra pregunta: ¿Conociste hombre o mujer antes de casarte? ¿O aún no estás casado y ardes por
completo para obtener placer, ya sea sólo o mancillando a otra persona? ¿Ocupaste el cuerpo que Dios
destinó para ser templo de su Espíritu y lo has ofrecido como miembros para el pecado? “...Cualquier otro
pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1
Co.6.18). Nuevamente, tu cuerpo debe ser presentado como sacrificio santo, agradable a Dios, sin embargo,
lo has manchado con toda clase de inmoralidad.

¿Alguna vez has idolatrado alguna cosa? ¿Has soñado con ser como aquellos hombres que reciben la honra,
los aplausos, la pompa de este mundo? ¿Te ha gustado ser amado por el mundo, que los demás te idolatren
y reconozcan tus talentos, que queden capturados por tu belleza, tu arte, tu forma de expresarte, de liderar,
de trabajar? En otras palabras, ¿has ocupado las propias fuerzas que Dios te ha dado cada día para pensar
de ti mismo algo que no eres, y desear que los demás te glorifiquen, cuando la gloria sólo debe ser de Dios?
Amigo mío, usted es demasiado honesto como para negar que ha querido ser amado y aclamado en algún
área de su vida, y obtener la gloria de eso.

Estimado, Jesús dijo que “Cualquiera que llame fatuo o necio a su hermano será culpado ante el concilio”
(Mt.5.22-23), y ¿quiénes iban al concilio o tribunal? Aquellos que eran culpables de homicidio. Cualquiera que
tan sólo albergue en sus pensamientos cierto odio, resentimiento, rencor o falta de amor a su prójimo, es
visto delante de Dios como un homicida. ¿Te ha caído mal un hermano? ¿Has proferido con tu boca insultos
hacia tu prójimo? ¿Te ha parecido bien que un hermano no haya venido porque no querías verlo? ¿O hay
alguno de los presentes que simplemente no soportas? ¿Tienes enemigos, personas que odias y que
preferirías ver muertas? ¿Ardes de deseo por ver a otro fracasar, por demostrar que está equivocado y que
estabas en la razón? Pues, todas estas enemistades y pleitos los has cometido con la vida que Dios mismo te
ha dado para que ames a tu prójimo como a ti mismo, para que ames a tus enemigos y ores por quienes te
desean la muerte. Sin embargo, has preferido proveer para los deseos de la carne, que nada aprovecha.

Hermano, ¿alguna vez has deseado los bienes, la esposa, el esposo, el automóvil, los talentos, los dones o
cualquier otra cosa de tu prójimo? ¿Alguna vez has pensado, “ojalá mi esposo fuese como ese hombre”? ¿O
has dicho, “qué distinto sería si mi esposa fuera como aquella mujer? ¿Has mirado tu hogar y has querido
remodelarlo mil veces, porque nunca te conformas con lo que tienes, ni te sientes contento con lo que Dios
te ha dado, sino que deseas que los demás admiren tus posesiones, como tú has admirado las de los
demás? ¿Has querido tener el trabajo que tiene tu prójimo, el dinero de su cuenta corriente, las vacaciones
que se gasta, la casa en la que duerme, o la familia que le rodea? ¿Podrías mirar a los ojos a Cristo y decirle:
“jamás me he deleitado en desear tener lo de otros”? ¿Por qué has gastado tu vida en envidiar al resto, si tu
vida te ha sido dada para glorificar a Dios y sólo en Él encontrar todo lo que necesitas?

Luego de hacerte todas estas preguntas, ¿podrías decir que en verdad te sientes satisfecho contigo mismo?
¿Podrías ir delante del trono de Dios con tus ropas limpias? ¿O más bien te das cuenta que en realidad estás
desnudo, miserable y eres un deudor eterno de Dios por cada uno de tus pecados? Porque las preguntas que
te he hecho las he planteado desde el mismo orden que nos dice Gálatas, cuando enseña que, “...manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías,
enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los
que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá.5.19-21). Así también nos dice: “¿No sabéis que
los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni
los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Co.6.9-10). El mismo apóstol nos dice que por
“...fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría… la ira de Dios
viene sobre los hijos de desobediencia” (Col.3.5-6).

Amigo, hermano, que me escuchas, ¿dónde situarás tu vida? ¿En dónde puedes reconocerte? ¿Dónde has
gastado, invertido y entregado tu vida? ¿La has puesto para Dios, o para tus pecados? ¿La has invertido
para la gloria de Cristo, o para tu placer fugaz? Si Dios te mirara en verdad (y Él te conoce incluso más de lo
que tú te conoces), ¿vería a un justo, o a un pecador? ¿Comienzas a sentir esa sed? ¿Comienzan tus labios a
agrietarse, tu boca a secarse, tu lengua a desfallecer? ¿Has visto acaso la precaria casa de tu propia justicia,
construida sobre la arena de tus obras, siendo embestida por la tempestad de la justicia de Dios, y ahora ahí
está en el suelo, reducida a escombros? ¿Comienzas a sentirte necesitado, desprovisto, desnudo, miserable
e injusto? Pues si es así, que maravilloso es escuchar estas palabras: “A todos los sedientos: Venid a las
aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed”.

Jesús mismo dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”
(Mt.5.6). Felices, dichosos, bienaventurados, siéntanse aquellos que reconocen que son injustos, que no
tienen justicia, que no tienen rectitud alguna. Que cuando se ven a sí mismos sólo ven impureza, maldad y
tinieblas. Dichosos sean éstos porque esa necesidad será saciada, ese vacío será completo, esa falta será
suplida. Aunque hayas gastado toda tu vida hasta hoy en lo que no satisface, en lo que no sacia, Jesús dice
que serás saciado. Y no serás saciado con cualquier cosa, no quedarás satisfecho con un deleite temporal,
no serás satisfecho con una que otra bendición material que después quedarán en esta tierra y
desaparecerán. No, el texto nos dice en el versículo 3: “Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará
vuestra alma con grosura”. Otra traducción dice: “se deleitará vuestra alma en la abundancia” (NBL).

El alma que ha sido golpeada por el pecado, y reducida a la esclavitud de la maldad, ahora puede deleitarse
en la abundancia. ¿Cómo nuestra alma podría estar quieta si no es cuando descansa solamente en Dios? Así
dijo el salmista: “En Dios solamente está acallada mi alma...” (Sal.62.1). Si sólo Dios es justo, si sólo Él es
verdadera justicia y rectitud, sólo puedes saciar esa sed en Dios mismo y en nadie más. Así lo dicen los
salmos: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios el alma mía. Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo...” (Sal.42.1-2). También nos dice el Salmo 107: “Alaben la misericordia de
Jehová, Y sus maravillas para con los hijos de los hombres. Porque sacia al alma menesterosa, Y llena de
bien al alma hambrienta” (Sal.107.8-9). Y ¿cómo Dios ha acercado aquellas aguas para que seamos
saciados? Las ha traído mediante su Hijo Jesús: “...Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn.6.35). En otro lugar dijo: “más el que bebiere del agua
que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna” (Jn.4.14).

500 años antes de Cristo, el profeta Ezequiel, en el capítulo 47, tuvo una visión en la que vio que salían aguas
de debajo de la casa de Dios, hacia los distintos puntos de la tierra (Ez.47.1). Por el mismo tiempo también lo
anunció el profeta Joel diciendo: “Sucederá en aquel tiempo, que los montes destilarán mosto, y los collados
fluirán leche, y por todos los arroyos de Judá correrán aguas; y saldrá una fuente de la casa de Jehová...”
(Jl.3.18). El profeta Zacarías dijo también: “Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas
vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno”
(Zac.14.8). Todas las visiones de estos profetas tenían algo en común: desde el trono, la ciudad o el lugar
donde Dios estaba, fluían ríos de agua viva hacia toda la tierra.

Y una vez cumplido el tiempo, el Hijo de Dios en la tierra dijo: “...Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El
que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn.7.37-38). Jesucristo es,
por tanto, la fuente de agua de vida eterna anunciada por los santos antiguos. Pero no sólo se presentó como
esa fuente, Él es la fuente y será siempre esa fuente, así lo dice Juan en Apocalipsis: “Después me mostró un
río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero” (Ap.22.1).
Cuando Moisés y el pueblo de Israel transitaban por el desierto, tuvieron sed y Dios les dio agua desde una
roca, la peña de Horeb. Muchos siglos después, el apóstol Pablo les dijo a los Corintios que esa roca era
Cristo (1 Co.10.4), la roca desde donde todos bebemos una sola agua espiritual. Recuerdo una bella canción
dedicada a Cristo sobre esto, que decía:

Cristo es la peña de Horeb que está brotando

Agua de vida saludable para mí.

Ven a beber que es más dulce que la miel

Refresca el alma satisface nuestro ser

Cristo es la peña de Horeb que está brotando

Agua de vida saludable para mí.

Por todo lo anterior, es imposible no ver a Cristo en el texto que leímos, es imposible no escuchar su voz
diciendo: "A los sedientos: Venid a las aguas". Hermano, tan sólo recordemos hasta dónde nos ha llevado el
pecado. Cuando pensábamos que podíamos dominarlo, hemos sido dominados por él. Es como la adicción a
los juegos de azar, todos dicen que saben cuándo retirarse, hasta que se ven en la ruina. Así nuestra carne,
por más que nos esmeremos en mantenerla hostigada y hastiada de pecado, siempre nos pedirá más, nunca
estará saciada. Es como cuando los niños intentan hacer una piscina en la arena de la playa, primero cavan
un hoyo, luego llevan baldes al mar para buscar agua, uno y otro cubetazo que nunca logran llenar el
agujero. Una y otra vez se esmeran en mantener el agua en la piscina, sin darse cuenta que la arena absorbe
el agua que recibe. Así, el que estructure su vida en pos del pecado, pide prestado para pagar otros
préstamos, y su deuda es cada vez más pesada y gravosa.

Sin embargo, Cristo dice que aquel que bebe del agua que brota de su presencia no volverá a tener sed
jamás. Quien ponga su fe en Cristo no tendrá vacío ni deuda alguna. Si crees en Cristo, serás saciado con su
propia justicia, de tal modo que, si vuelvo a preguntarte, ¿cómo crees que te verá Dios? Tú puedes decir: Si
soy visto a través de Cristo, entonces Dios me ama. Si somos vistos a través de Cristo, Dios ya no nos ve
como pecadores, impíos, injustos y miserables, sino como perfectos, puros y justos, porque Cristo fue
perfecto, puro y justo. Él nos ha arropado con sus vestidos de justicia, somos cubiertos con su perfección; el
que se ha vestido de Cristo, ha tomado gracia sobre gracia, de su plenitud se ha llenado, y ya nada le faltará.

Dice el versículo 3: “Inclinen su oído y vengan a mí; oigan y vivirá vuestra alma”. Oigan la Palabra de Dios y
vivirá su alma. Esto queda completamente cumplido en Cristo cuando dijo: “De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de
muerte a vida” (Jn.5.24). El que oye la Palabra de Dios, y cree a su Hijo, vivirá, porque la Palabra de Dios es
vida. “...las palabras que yo os he hablado – dijo Cristo – son espíritu y son vida” (Jn.6.63). Por ello, si deseas
que tu alma viva, si deseas experimentar el gozo de ser salvo, de tener vida eterna, será mejor que prestes
oído a la Palabra de Dios: “oíd y vivirá vuestra alma”. Será mejor que de una vez por todas dejes la pereza, y
comiences a escudriñar la Palabra de Dios. Ya es hora que apagues la televisión, dejes a un lado tu celular
(que ya parece una extensión de tu mano) y comiences a dedicar tiempos de calidad en orar y leer las
Escrituras.

En el texto se nos habla acerca del pacto que Dios hará con aquellos que oyen su Palabra, con aquellos que
inclinan su oído ante Él. Es un pacto que hará conforme a las misericordias que mostró al rey David. El
profeta Jeremías también habló de lo mismo cuando dijo: “Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré
atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí” (Jer.32.40).
Este Nuevo Pacto tendría como base lo que nos dicen los versículos 4 y 5: “He aquí que yo lo di por testigo a
los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que
no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tu Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado”.

Aunque David fue un rey admirado por muchas naciones, el ser testigo, jefe y maestro de las naciones, son
títulos que sólo podemos adjudicar a Cristo. Jesús fue el testigo de Dios, así lo dijo en Jn.3.11: “De cierto, de
cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos...”. Nos dice la Palabra que
Jesucristo: “...lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio” (Jn.3.32). Jesús es el único jefe o
capitán de las naciones. Él es el Rey de Gloria que ha subido al monte de Sión, el único limpio de manos y de
corazón puro (Sal.24). Jesús es el maestro de las naciones, así lo dice el Evangelio de Mateo: “Pero vosotros
no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos”
(Mt.23.8). Jesús es ese testigo, ese jefe, ese maestro de las naciones.

Se nos dice que llamará a gente desconocida y esa gente desconocida correrá a Cristo. No debemos
despreciar que Isaías dijo estas palabras inicialmente al pueblo de Israel, sin embargo, Dios ya estaba
prometiendo que las naciones, personas desconocidas de todo lugar, correrían hacia ese testigo, jefe y
maestro. Cuando Dios llamó al padre Abraham, le dijo que en su descendencia vendría una bendición para
todas las familias de la tierra (Gn.12.3). Desde siempre la promesa de salvación de nuestro Dios estaba
pensada para personas de todo lugar, pueblo, raza, género y cultura. Dios no sólo llamaría de los Israelitas a
una Iglesia, sino que esa Iglesia se compondría también de personas gentiles que desconocían al Dios
verdadero. Isaías mismo lo dijo: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de
la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las
naciones” (Is.2.2). Por esto, cuando nuestro Señor encargó a los discípulos anunciar las buenas nuevas, les
dijo que serían testigos “...en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch.1.8). Y
¿dónde precisamente crees que estás, sino en uno de los lugares más alejados del mundo, llamado Chile?
Hasta aquí, el Evangelio ha llegado por ti.

Antes podías haber sido considerado un perfecto desconocido, pero ahora, por causa de Cristo, tú que
estabas lejos, has sido acercado hacia el pueblo de Dios (Ef.2.13). Pero, quiero hacerte una pregunta, ¿has
corrido hacia Cristo? ¿Has corrido hacia este jefe y maestro de las naciones? ¿Has sido como aquel niño que
corre a recibir a su padre cuando llega de un largo viaje? ¿Te has arrojado a los pies de Cristo luego de haber
corrido a toda velocidad? Porque las naciones correrán ante el ungido de Dios, ¿y tú te sumarás? Hermano,
Jesucristo es digno de que corras por Él. ¿Cómo correrás si tuvieses algo tan valioso delante de ti? Sin duda
no caminarás, no trotarás, por el contrario, correrás a una velocidad que nunca antes alcanzaste, porque
Cristo te será valioso. Si vas cargado con bolsos y mochilas, y alguien de manera imprevista te quita algo
que te es valioso y sale corriendo, ¿correrás detrás de él con todo ese peso? ¿No es natural, acaso, que nos
quitemos ese peso y corramos con más soltura? Así dice la Escritura, "... despojémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe...” (He.12.1-2).

¡Qué descanso más grande para el alma es saber que Cristo ha sido el único que ha honrado a Dios! Ha sido
Jesús el único que ha glorificado por entero a su Padre. No lo he honrado yo, no lo has honrado tú, sólo
Cristo ha honrado por completo al Padre. Y sobre esta gran roca descansa nuestra alma, sabiendo que, si
Cristo ha glorificado al Padre por nosotros, podemos estar seguros. Podemos venir, como dice la Escritura,
“...confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”
(He.4.16). No podrías correr hacia Cristo si no fuera por Cristo mismo. Nos dice el texto que “Las naciones
correrán hacia el Mesías… por causa de Jehová y del Santo de Israel”. Amigo, no podrías dar un solo paso
hacia Cristo si Él no hubiese muerto por ti. No podrías correr a sus plantas si no fuese porque te representó
en la cruz.

“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”(Is.55.6) Es interesante
que la Palabra diga esto, porque en otro lugar nos dice que “...No hay justo, ni aun uno... No hay quien
busque a Dios” (Ro.3.10-11). El hombre natural no busca a Dios, como hombres no nos inclinamos a esta
tarea de intentar encontrar a Cristo. Por el contrario, nos caracterizamos por no buscarlo, por no anhelarlo,
por no sentir interés por Él. Sin embargo, aquí nos dice la Palabra: "Buscad a Jehová mientras puede ser
hallado". Otras traducciones dicen: “Busquen al Señor mientras se deje encontrar”. ¿Cómo es que Dios nos
llama entonces a buscarle, si no tenemos cómo hacerlo, si en verdad no hay quien busque a Dios? La
respuesta nuevamente está en el versículo anterior; todo esto ha ocurrido por causa del Santo de Israel, todo
esto es por causa de Cristo. Así dijo Cristo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le
trajere...” (Jn.6.44). Si hoy estás buscando a Dios con la intención diaria de encontrarlo, ha sido porque
Cristo te ha abierto esa puerta.

Busca a Dios mientras puede ser hallado, llámalo en tanto que está cercano. Estas solas palabras nos dan a
entender que llegará un momento en que Dios no podrá ser hallado, y no contestará la puerta jamás. El
hecho de que se nos diga “mientras puede ser hallado” o “en tanto que está cercano”, es como decirnos de
forma muy sutil: Búscalo hoy, y asegúrate de encontrarlo, porque mañana esa puerta puede estar cerrada. No
querrás sentir la completa desesperanza en aquel día del Juicio, cuando mires tu vida y digas: “No acudí a
Cristo mientras su puerta estuvo abierta”. No querrás vivir en aquel día, cuando quieras correr al Salvador,
pero Él ya no estará disponible. Si Dios cerró la puerta del arca de Noé, un día cerrará la puerta del redil, y
aquellos que no se encuentren en Cristo, estarán expuestos a su ira. Busca a Dios hoy, porque su puerta aún
no se cierra. No esperes hacerlo después, no digas como aquellos: “...déjame que primero vaya y entierre a
mi padre..." (Lc.9.59) ... y luego te seguiré. No, es hoy, no mañana, ahora, y no después; busca a Dios
entretanto que la puerta franca está.

Sin embargo, hay personas que pueden sentirse un tanto desilusionadas de buscar a Dios. Luego de haber
escuchado del Evangelio, se sienten animadas de correr hacia Cristo, se arrepienten de sus pecados, no ven
méritos en ellos, sino que saben, y nadie más que él tiene esto más claro, que merecen la condenación, pero
que Cristo es el Salvador. Sin embargo, al intentar encontrar a Dios, con oraciones y mediante su Palabra,
ven como el pecado comienza a florecer una y otra vez. Donde han sembrado una buena semilla de la
Palabra, ha crecido por el lado una cizaña. En lugar de avanzar hacia Dios, sienten que van en la dirección
opuesta, y caen en tristes pecados. Y una vez que nuevamente se ven en el fango de su inmundicia, dicen:
“¿Por qué Señor, por qué? ¿Acaso no te he buscado? ¿Por qué has escondido tu rostro de mí?”. Incluso
algunos de ellos piensan que no son salvos, que no fueron elegidos antes de la fundación del mundo o que
en realidad Dios es el que no desea revelarse a ellos.

Y si bien es cierto, que esto no depende de quién quiere, ni de quien corre, sino de Dios que tiene
misericordia (Ro.9.16), ninguno de nosotros podría sentir un mínimo de anhelo por Cristo, si no es por Cristo
mismo. ¿Has sido atraído a la gracia, aunque sea un poco? Ha sido Cristo quien ha puesto eso en ti. Si has
buscado a Dios, ha sido Él quien te ha movido a buscarle. No ha sido por tu cuenta, no tendrías esa iniciativa,
ha sido porque Él ha producido en tí el buscarlo. Y, por otro lado, si sientes que le has buscado y has fallado,
Dios dice en su Palabra: “...me invocarás y vendrás y orarás a mí, y yo te oiré; y me buscarás y me hallarás,
porque me buscarás de todo corazón” (Jer.29.12-13). Dice en otro lugar, que, si el pueblo se desviara tras
otros dioses, y Dios los enviara en cautiverio a una nación extranjera, si desde esa nación buscaran a
Jehová, lo hallarán, si en verdad lo buscan de todo corazón (Dt.5.29).

Tú, que dices que buscas a Dios sin resultado, ¿en verdad lo has buscado de todo corazón? ¿Podrías decir
que todos los sentidos de tu ser se han inclinado a buscar a Dios, o acaso alguno ha quedado en rebeldía?
Piensa en esto unos momentos, Dios dijo que quienes le buscan lo encontrarán, que el que llama se le abrirá,
que quienes pidan recibirán, que quienes vengan a Cristo no serán echados fuera, ¿y serás tú el primero de
los hombres en demostrar que eso no es tan así? Amigo mío, Dios es celoso de sus palabras, Él no permitirá
que ningún alma en el infierno diga: “Busqué a Cristo de todo corazón, y Él cerró su puerta”. No, el cielo está
lleno de aquellos que buscaron a Dios y lo encontraron. Examínate a ti mismo y observa si tu corazón se ha
entregado por entero a buscar a Dios y confía en que Él se dejará encontrar.

Jesús dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide,
recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt.7.7-8). ¿Has buscado en verdad a Cristo? Porque
Cristo dijo que si le buscas le hallas. “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o
si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si
vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc.11.11-13). Dios no es como los padres malos, que aún
siendo malos son dadivosos con sus hijos. Dios dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan. No ha existido
el hombre que pueda decirle a Dios: “Pedí ser lleno de ese Espíritu, pero me lo dio por medida”. No; el Señor
ha prometido llenarnos con su Espíritu Santo, si tan sólo lo pedimos.

¿Has pedido ser salvo de tus pecados con verdadero denuedo? ¿Ha sido tu petición como un náufrago que
clama por ayuda en medio del embravecido mar? El pastor John Bunyan escribió, junto con el progreso del
peregrino, un libro titulado “La Peregrina”, en donde se mostraba a la mujer y los hijos del cristiano que ya
había llegado a la gloria de Dios, ahora ellos determinándose en el camino hacia la Ciudad Celestial. Cristiana
se acompañó de una mujer llamada Misericordia, y juntas se acercaron a la puerta estrecha; sin embargo,
Misericordia no tenía una invitación. Al ver que sólo cristiana y sus hijos lograron pasar, Misericordia, desde
afuera, se encontraba tan abatida de ánimo y desesperada, que comenzó a tocar tan fuerte la puerta que se
desmayó. ¿Has tocado la puerta de Cristo de esta forma? ¿Has desmayado de tanto buscarle y no
encontrarle? ¿O más bien le has buscado sin mucho ánimo, como quien espera que en verdad no le abran?

Jesús habló en parábola sobre una viuda que iba día tras día donde un juez injusto (Lc.18.1-8), el cual jamás
accedía a su petición, y fue tal la insistencia, que finalmente accedió a hacerle justicia. A lo cual Jesús dijo:
“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?
Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lc.18.7-
8). ¿Encontrará Cristo a hombres que le buscan de día y de noche? Cuando en verdad deseas que alguien te
atienda, golpeas la puerta de esa persona una y otra vez. No golpeas una vez y dices: “Bah, creo que no
está”. No, si sabes que está detrás de esa puerta, y en verdad quieres hablar con esa persona, golpeas e
insistes hasta que abra. Asimismo, será mejor que busques a Dios de esta forma, si no lo has encontrado
aún.

Y la porción del texto escogido, finaliza con estas palabras (v.7): “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo
sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será
amplio en perdonar”. Abandona tu mal camino y deja tus malos pensamientos. Vuélvete a Dios y Él te
perdonará. ¿Acaso habrá un mensaje más sencillo que este? ¿Acaso habrá un llamado más poderoso? Deja
ya tu mal camino, el contrato que has hecho con tu pecado te está llevando a la ruina, vives para satisfacer
los deseos de tu carne, ¿y qué has ganado sino acumular más ira para el día de la ira y de la revelación del
justo juicio de Dios? Abandona ya tus malos pensamientos, porque, aunque nadie más los conozca, Dios los
ve y está al tanto de ellos. Cuando has cerrado las cortinas de tu habitación y te has entregado a tus pecados
secretos, no has podido dejar a Dios afuera. Qué maravillosa gracia es esta, porque pudo habernos dejado
secar en nuestros males, pero el Buen Dios nos llama y nos dice: “Vuélvanse a mí, porque tendré
misericordia y seré grande en perdonar”. “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del
remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Mi.7.18).

¿No te parece digno de adorar este Dios grandioso? ¿Te sientes resuelto por Cristo? ¿Deseas abandonar tu
mal camino y tus malos pensamientos? Hoy es el día en que tu corazón no debe ser endurecido. Hoy es el
día en que debes venir a Cristo y ser perdonado. La fuente de la vida eterna está produciendo ríos de agua
viva, las aguas están disponibles para los sedientos; vengan a Dios, búsquenlo de todo corazón, lo
encontrarán. Serán perdonados de su mal camino, de su mal pensar, y sus transgresiones serán borradas. Y
todo esto gracias al único que ha honrado al Padre Celestial, todo a causa de Cristo Jesús, que pagó
nuestras deudas en la cruz.

Y me gustaría que podamos leer juntos la última página de su Biblia, el último capítulo de la Biblia, y finalizar
este llamado. Apocalipsis 22.16-17: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en
las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la
Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la
vida gratuitamente” (Ap.22.16-17).

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