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Poema, puesta del sol

En el horizonte se desvanece el día, y el sol, majestuoso, se retira


lentamente. El cielo se tiñe de colores encendidos, mientras la noche
despliega su manto brillante.
El sol, como un fuego celestial, se sumerge en el mar con gracia y serenidad.
Sus rayos dorados acarician las olas, que bailan al compás de su despedida.
El cielo se viste de tonos anaranjados, como un lienzo pintado por el artista
divino. El rosa y el violeta se entrelazan en el aire, tejiendo un espectáculo de
belleza sin igual.
Las nubes se tiñen de tonos dorados y plateados, como si fueran joyas
suspendidas en el firmamento. Y mientras el sol se oculta tras el horizonte,
las estrellas empiezan a iluminar el universo.
La tranquilidad se apodera del paisaje, y el susurro del viento acaricia mi
rostro. En este instante mágico, me siento pequeño, testigo privilegiado de la
puesta del sol.
Es un momento de paz y contemplación, cuando el día se despide y la noche
se alza. La naturaleza nos regala este regalo etéreo, una puesta del sol que
nos llena el corazón.
Así, entre colores y luces celestiales, la puesta del sol nos envuelve con su
encanto. Y en cada atardecer, renace la esperanza, de que cada nuevo día
será un regalo fascinante.

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