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La Acción Voluntaria Y Su Especificación Moral
La Acción Voluntaria Y Su Especificación Moral
Siempre será preciso, en primer lugar, que no exista otra posibilidad de obtener el
bien necesario sin dar lugar al efecto negativo. No sería lícito tomar un analgési-
co que priva completamente de la conciencia al enfermo si existe otro analgési-
co, adecuado al caso, que causa los mismos efectos buenos sin privar de la con-
ciencia. Si no hay otra posibilidad de acción, ha de haber una proporción entre la
importancia y la necesidad de ambos efectos: no sería lícito, por ejemplo, tomar
una medicina que, como efecto secundario no deseado, priva de la conciencia o
provoca el aborto, para eliminar un ligero dolor de cabeza, o un resfriado, u otro
tipo de molestias perfectamente soportables. En cambio, para evitar una muerte
segura del enfermo, se pueden tomar medicinas o realizar tratamientos que ten-
gan efectos secundarios negativos de notable entidad.
En algunos casos, no será fácil valorar si existe la proporción necesaria.
Evidentemente, si el efecto negativo produce un daño grave a otros haría falta
ser muy rigurosos a la hora de valorar si existe la debida proporción. En casos
menos graves, será más tolerable correr riesgos. Muchos bienes y progresos de
la humanidad se han alcanzado corriendo ciertos riesgos. Aceptar ciertos riesgos
es muchas veces razonable, y otras inevitable.
Sto. Tomás de Aquino considera que el pecado cometido por hábito es un peca-
do de malicia 26. Consideramos, por tanto, que el hábito moral, en cuanto tal, no
atenúa la imputabilidad moral de la acción a la que el hábito inclina. En algu-
nos casos una componente de habituación física, fisiológica o psicopatológica
(alcoholismo, uso de drogas, etc.) ligada a ciertos vicios puede atenuar, en di-
versa medida según las circunstancias, la imputabilidad de las acciones malas
(recaídas) de quien tiene el firme propósito moral de superar tal vicio y está ha-
ciendo lo posible por superarlo.
Es claro que no son moralmente imputables las acciones imperadas exter-
nas debidas completamente a la coacción o violencia física. Siempre se ha pen-
sado que los actos elícitos de la voluntad no pueden ser directamente producidos
por una causa violenta exterior. Las técnicas actuales de tortura psicológica o
psiquiátrica obligan quizá a matizar esta tesis. Sin embargo, sigue siendo verdad
que, aun en el caso de que sea posible modificar desde fuera el querer, lo que no
puede conseguirse con la tortura es que tal querer modificado sea autónomo, ex-
presión auténtica, espontánea y sincera del centro más íntimo de la persona-
lidad.
Ciertas enfermedades mentales pueden anular, o atenuar en diversos gra-
dos, la voluntariedad y la imputabilidad moral. Es ésta una cuestión técnica que
debe resolver el médico. Al filósofo sólo le corresponde advertir que entre una
libertad disminuida o fragmentaria y la completa ausencia de libertad existe una
notable distancia. Ello es importante si aplicamos a la enfermedad mental lo que
suele decirse de la enfermedad en general: «un hombre completamente sano es
un hombre insuficientemente explorado». Existe una «psicopatología de la vida
cotidiana», compuesta de síntomas neuróticos, histéricos, etc. de diversa magni-
tud, que no pueden considerarse incompatibles con la imputabilidad moral de
las acciones (plena o atenuada).