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LA ACCIÓN VOLUNTARIA Y SU ESPECIFICACIÓN MORAL 197

Siempre será preciso, en primer lugar, que no exista otra posibilidad de obtener el
bien necesario sin dar lugar al efecto negativo. No sería lícito tomar un analgési-
co que priva completamente de la conciencia al enfermo si existe otro analgési-
co, adecuado al caso, que causa los mismos efectos buenos sin privar de la con-
ciencia. Si no hay otra posibilidad de acción, ha de haber una proporción entre la
importancia y la necesidad de ambos efectos: no sería lícito, por ejemplo, tomar
una medicina que, como efecto secundario no deseado, priva de la conciencia o
provoca el aborto, para eliminar un ligero dolor de cabeza, o un resfriado, u otro
tipo de molestias perfectamente soportables. En cambio, para evitar una muerte
segura del enfermo, se pueden tomar medicinas o realizar tratamientos que ten-
gan efectos secundarios negativos de notable entidad.
En algunos casos, no será fácil valorar si existe la proporción necesaria.
Evidentemente, si el efecto negativo produce un daño grave a otros haría falta
ser muy rigurosos a la hora de valorar si existe la debida proporción. En casos
menos graves, será más tolerable correr riesgos. Muchos bienes y progresos de
la humanidad se han alcanzado corriendo ciertos riesgos. Aceptar ciertos riesgos
es muchas veces razonable, y otras inevitable.

V. LA INTEGRIDAD PSICOLÓGICA DE LA ACCIÓN VOLUNTARIA


Y SU IMPUTABILIDAD MORAL

Imputar es atribuir una acción a un hombre, como a su autor. Imputación es


el juicio por el que atribuimos algo a alguien. Imputabilidad es la calidad de im-
putable de una acción o, quizá más exactamente, el estado del hombre en cuan-
to sujeto de la acción, en virtud del cual esa acción le puede ser atribuida como
a su autor. Si la acción puede ser atribuida como mérito o culpa moral, tenemos
la imputabilidad moral (existe también una imputabilidad jurídica, a la que a
veces puede no corresponder una imputabilidad moral: alguien puede estar obli-
gado, en virtud de la ley civil o de la sentencia de un juez, a resarcir un daño
causado por él de modo no voluntario y, por tanto, sin haber cometido una culpa
moral).
Según lo que ya sabemos, podemos decir directamente que sólo las accio-
nes voluntarias son moralmente imputables: el hombre sólo puede responder
(dar razón), ante sí mismo antes que ante los demás, de aquellas acciones y sólo
de aquellas que ha proyectado y organizado él mismo, es decir, sólo se siente
responsable y sólo pueden serle atribuidas las acciones de las que él mismo es
autor, y en la medida en que lo es. Ahora nos interesa estudiar algunas condicio-
nes y circunstancias del sujeto que modifican o pueden modificar la libertad de
la acción y, por consiguiente, su imputabilidad moral. Se trata de condiciones o
circunstancias de diverso origen que inciden directa o indirectamente sobre, al
menos, uno de los elementos esenciales del acto libre, que son el conocimiento
formal del fin y la voluntariedad, disminuyendo o incluso anulando la libertad y
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la imputabilidad. Lo que ahora estudiamos completa lo que ya se dijo en los su-


bapartados I, 5 y I, 6 de este mismo capítulo.
Por parte del conocimiento formal del fin hay que considerar la falta de
advertencia y la ignorancia. La advertencia es el acto mental por el que la per-
sona se da cuenta de lo que va a hacer o de lo que está haciendo y de la morali-
dad de su acción. La persona puede advertir perfectamente lo que hace (adver-
tencia plena), puede no advertirlo en absoluto (ausencia de advertencia) o puede
advertirlo de un modo imperfecto (advertencia semiplena), y entonces tenemos
una acción imperfectamente voluntaria, cuya imputabilidad moral es también
imperfecta. Las causas que pueden dar lugar a la advertencia semiplena han sido
ya mencionadas unas páginas más arriba al estudiar las acciones imperfecta-
mente voluntarias.
Distinto es el problema de la ignorancia. Aquí no se trata de la existencia
de un obstáculo que impide la aplicación al acto del conocimiento que normal-
mente se posee, sino de que el conocimiento de las circunstancias de la acción y
—sobre todo— de su moralidad es erróneo, es decir, que se considera buena la
acción que en realidad es mala, o viceversa. La ignorancia puede versar sobre la
norma (ignorantia iuris), por ejemplo, el que no sabe que existe una ley que
manda denunciar a los que cometen ciertos crímenes; o sobre el hecho (ignoran-
tia facti), por ejemplo, quien no se da cuenta de que la acción que ha visto es un
crimen de ese tipo.
Para valorar el modo en que la ignorancia puede modificar la imputabilidad
moral es preciso distinguir las diversas clases de ignorancia. La ignorancia in-
vencible es aquella que domina la conciencia tan plenamente, que no deja posi-
bilidad alguna de reconocerla y de apartarla. La ignorancia vencible es aque-
lla que, atendiendo a las circunstancias del sujeto que obra, se puede advertir y
superar, pero permanece porque no ha habido interés por superarla o porque no
se ha empleado la debida diligencia. La ignorancia es invencible: a) cuando la
persona ni siquiera sospecha que su opinión es equivocada y que, por tanto,
debe ser abandonada; b) cuando, a pesar de haber reflexionado, estudiado o pre-
guntado a personas prudentes y experimentadas sobre un determinado proble-
ma, se llega sinceramente a una solución que objetivamente es errónea, aunque
el sujeto no es en absoluto consciente de ello. La ignorancia es vencible cuando
surgen dudas sobre la verdad de la propia opinión (porque existe cierta intran-
quilidad de conciencia o porque nuestra opinión es contraria a la de personas
que gozan de reconocido prestigio moral), y, disponiendo de medios para descu-
brir la verdad, no se emplea la debida diligencia por pereza, malicia, etc. Cabe
decir también que la ignorancia es invencible en la medida en que es antece-
dente, es decir, no es causada ni directa ni indirectamente por nuestra voluntad;
y que es vencible en la medida en que es consecuente, esto es, procede de uno o
varios actos de nuestra voluntad: no haber querido comprender o informarse so-
bre una determinada cuestión, desprecio habitual de los aspectos morales del
propio trabajo profesional, actitud cerrada ante las exigencias éticas, etc. La ig-
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norancia invencible y antecedente se llama también inculpable, porque no pre-


supone una culpa del sujeto; la vencible y consecuente se llama también culpa-
ble, porque presupone una culpa del sujeto, o al menos una negligencia.
La ignorancia invencible (antecedente) suprime la voluntariedad y la im-
putabilidad moral de la acción en la misma medida en que se extiende esa igno-
rancia (quien dispara a una persona que está lejos sin saber que se trataba de su
padre, es culpable de homicidio, pero no de parricidio). La acción causada com-
pletamente por la ignorancia antecedente es no voluntaria o incluso involuntaria.
La ignorancia vencible (consecuente) no suprime la voluntariedad y la impu-
tabilidad moral de la acción (en último término el sujeto no quiere la acción por-
que ignora, sino que ignora porque quiere), aunque a veces puede atenuarla.
Habrá que valorar si esa ignorancia presupone en el sujeto una culpa grave o una
culpa leve, si responde a una voluntad expresa de ignorar para poder satisfacer
los propios deseos sin trabas, si responde a una leve negligencia cometida hace
mucho tiempo, por lo que en el momento actual esa ignorancia es muy parecida
a la invencible; en este último caso, la ignorancia atenuará la responsabilidad. Al
estudiar la norma moral y la conciencia habrá que valorar hasta qué punto cabe
ignorancia inculpable de materias morales de mucha importancia (por ejemplo,
una persona mentalmente sana no puede ignorar inculpablemente que privar de la
vida a un inocente es una culpa moral grave).
También las pasiones pueden modificar la voluntariedad y la imputabilidad
moral. El influjo dispositivo de las pasiones sobre la voluntad 25 sólo tiene lugar,
ordinariamente, si la persona lo consiente o no lo obstaculiza, por lo que casi
siempre la pasión es consecuente a la voluntad, bien porque es directamente
querida (y entonces aumenta la imputabilidad), bien porque se ha descuidado la
educación de la afectividad. Es decir, normalmente la afectividad constituye un
factor motivacional que la persona secunda voluntariamente. No obstante, en al-
gunos casos pueden desencadenarse con gran rapidez pasiones muy violentas
(terror ante un incendio, reacción inmediata ante una ofensa muy grave, etc.),
que impiden completamente o parcialmente el uso de razón y el ejercicio de la
libertad, por lo cual anulan o reducen también la imputabilidad moral. Las
pasiones que, sin impedir ni atenuar el uso de razón, fuesen verdaderamente an-
tecedentes a la voluntad, atenúan la responsabilidad moral, pero no hasta el pun-
to de impedir la culpa grave; de hecho, muchas culpas graves son cometidas por
debilidad, aunque esas mismas culpas serían más graves si hubiesen sido reali-
zadas por pura malicia, odio al prójimo, etc.
Un poco más complicado es el influjo de los hábitos morales, que hemos
de estudiar todavía. Ahora basta considerar que el hábito moral es un hábito
electivo adquirido por la repetición de actos libres. El hábito moral —sea virtud
o vicio— es de suyo el principio de una elección propiamente dicha, por eso

25. Cfr. capítulo V, subapartado IV, 1.


200 EL SUJETO MORAL

Sto. Tomás de Aquino considera que el pecado cometido por hábito es un peca-
do de malicia 26. Consideramos, por tanto, que el hábito moral, en cuanto tal, no
atenúa la imputabilidad moral de la acción a la que el hábito inclina. En algu-
nos casos una componente de habituación física, fisiológica o psicopatológica
(alcoholismo, uso de drogas, etc.) ligada a ciertos vicios puede atenuar, en di-
versa medida según las circunstancias, la imputabilidad de las acciones malas
(recaídas) de quien tiene el firme propósito moral de superar tal vicio y está ha-
ciendo lo posible por superarlo.
Es claro que no son moralmente imputables las acciones imperadas exter-
nas debidas completamente a la coacción o violencia física. Siempre se ha pen-
sado que los actos elícitos de la voluntad no pueden ser directamente producidos
por una causa violenta exterior. Las técnicas actuales de tortura psicológica o
psiquiátrica obligan quizá a matizar esta tesis. Sin embargo, sigue siendo verdad
que, aun en el caso de que sea posible modificar desde fuera el querer, lo que no
puede conseguirse con la tortura es que tal querer modificado sea autónomo, ex-
presión auténtica, espontánea y sincera del centro más íntimo de la persona-
lidad.
Ciertas enfermedades mentales pueden anular, o atenuar en diversos gra-
dos, la voluntariedad y la imputabilidad moral. Es ésta una cuestión técnica que
debe resolver el médico. Al filósofo sólo le corresponde advertir que entre una
libertad disminuida o fragmentaria y la completa ausencia de libertad existe una
notable distancia. Ello es importante si aplicamos a la enfermedad mental lo que
suele decirse de la enfermedad en general: «un hombre completamente sano es
un hombre insuficientemente explorado». Existe una «psicopatología de la vida
cotidiana», compuesta de síntomas neuróticos, histéricos, etc. de diversa magni-
tud, que no pueden considerarse incompatibles con la imputabilidad moral de
las acciones (plena o atenuada).

26. Cfr. S. Th., I-II, q. 78, a. 2.

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