Il. La razén y la cultura
So instead of trying to arrange human
institutions in such @ way as to reduce human
selfishness, perhaps we should be arranging
them in such a way to bring out human virtue.
Matt Ridley
11. EL CORCEL DE LA RAZON
La raz6n siempre ha tenido sus defensores y sus detractores.
Platén dice que el alma es como un carro tirado por dos ca-
ballos alados y dirigidos por un auriga (un esclavo cochero)
que viaja por el cielo. Uno de los caballos es bello, bueno y de
pelo blanco; el otro es feo, malo y de pelo negro. Durante el
viaje celeste, el caballo negro se rebela, desbalancea el carro
y lo hace caer a tierra, con lo cual el alma queda atrapada en
un cuerpo. A partir de ese momento, el ser humano, con su
alma cautiva, trata de domesticar al caballo negro para que
vuelva a volar y regrese a la mansi6n celestial. David Hume,
en contra de Platén, dice, en su Tratado de la naturaleza huma-
na, que “la raz6n es y debe ser Ja esclava de las pasiones, nunca
puede pretender otra funcién que no sea servirlas y
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obedecerlas”. Los fines que buscamos estan definidos por las
pasiones, pensaba Hume, y la raz6n lo tinico que hace es re-
frendar esa eleccién,
Ninguno de estos dos filésofos tenia la raz6n. En primer
lugar, no hay tal dicotomia, salvo quiz4s cuando se trata de
psicépatas (que razonan, pero no sienten) 0 de bebés (que
sienten, pero no razonan, aunque de esto ya se empieza a du-
dar). Las emociones vienen atadas a valoraciones racionales
y estas a su turno producen emociones, de tal manera que
ambos procesos, el emocional y el racional, estan imbricados.
Lo que sf parece es que la parte emocional es mucho més
fuerte, mds presente, mas influyente, que la parte racional.
Esto le da créditos a Hume, aunque la metafora de la raz6n-
esclava parece una exageraci6n. Si la racionalidad obedece,
se trata de una sierva rebelde, que a veces se niega a seguir las
ordenes de su amo.
Jonathan Haidt, un psicélogo social muy reconocido por
estos afios, propone ilustrar la relacién entre las emociones y
Ja racionalidad con la metéfora del elefante guiado por un
jinete. El animal, que representa las emociones, es grande e
indomable y por eso, a diferencia de un caballo, el montador
solo consigue imponerle algunos movimientos. Esta metafora
no me termina de convencer. Nunca me he montado en un
elefante y por eso no sé apreciar la dificultad que tiene un j
nete para dominarlo, pero me parece que la relacién entre la
raz6n y las emociones es mis inestable e impredecible, no sé
si més dificil. Tal vez una metdfora més clara, se me ocurre,
es la de alguien que transita por un rio en una canoa, pasan-
do a veces por aguas corrientosas y a veces por remansos so-
segados. E] agua representa las emociones y cambia de manera
constante; el remero representa la racionalidad y debe hacer
un esfuerzo por superar las corriente:
veces la canoa se es-
trella contra las rocas que se interponen en el agua, a veces se
desliza en charcos apacibles; a veces el remero es intrépido y
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pasa veloz por las corrientes y a veces es torpe Y se embrolla
en las aguas turbulentas. Podra con mucho esfuerz0 remontar
la corriente de las emociones, pero en los rapidos, aunque s€
oponga, sera arrastrado, Tal vez esta imagen ilustre mejor Ja
inestabilidad emocional,
Sea lo que fuere, lo cierto es que, como lo dice Haidt, las
emociones vienen primero y a veces se imponen. En neuro-
ciencia cognitiva se habla de la teoria del doble proceso del
pensamiento (Dual Process Theory of Reasoning) para explicar
cémo, cuando tomamos una decision, ponemos en funciona-
miento dos sistemas cerebrales: el primero (sistema 1) es au-
tomatico, emocional e inconsciente; en él operan nuestras
intuiciones e instintos profundos (gut-thinking) y de ellas nos
valemos para entablar buena parte de nuestras relaciones so-
ciales y afectivas. El segundo (sistema 2) es lento, deliberativo
y lo utilizamos para calcular y hacer operaciones racionales.
En el cerebro existen zonas especializadas en cada sistema. La
corteza prefrontal ventromedial responde por las emociones
y la corteza prefrontal dorsolateral se ocupa del raciocinio.
En los dos lébulos del cerebro se procesan emociones y pen-
samientos. La idea comtn que pone el pensamiento a la iz-
quierda y las emociones a la derecha no es cierta, pero el lado
derecho tiende a activarse mas con las emociones negativas
mientras que el lado izquierdo lo hace mas con las emociones
positivas. Lo que llaman resiliencia es, por lo general, la capa-
cidad para imponer las segundas sobre las primeras.
Daniel Kahneman, premio nobel de economia, en Pen-
sar rapido, pensar despacio, un libro muy comentado en los
Uiltimos afios, hace un recuento detallado de las innumera-
bles situaciones en las cuales el sistema 1, es decir, las emo-
ciones, se imponen sobre el sistema 2, es decir, laracionalidad.
Mientras el primero siempre esta activo, enviando sefales y
no requiere de ningtin esfuerzo, el segundo suele ser pere-
zoso y solo controla al sistema 1 cuando nos concentramos
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y hacemos un esfuerzo, Tenemos, dice Kahneman, una in-
capacidad para ser criticos
mos; para reconocer nuc
lO que vemos, oimos y senti-
ra propia ignorancia y la
incertidumbre del mundo en el que vivimos. “Podemos estar
ciegos para lo evidente y ciegos ademas para reconocer nues-
tra propia ceguera”, dice, Nuestro sistema emocional se las
arregla para que veamos coherencia y sentido donde en rea-
lidad existe contradicci6n ¢ incertidumbre, para que las pri-
meras impresiones se impongan sobre lo que viene después,
para que las preguntas dificiles sean reemplazadas por pre-
guntas faciles, para que las simpattas y las antipatias deter-
minen las creencias, etc.
Una persona equilibrada pone a trabajar ambos sistemas.
Cuando la racionalidad acompaiia las intuiciones y los impul-
sos emocionales son controlados por la mente reflexiva, las
decisiones que se toman son acertadas. El remero evolucioné
para transitar por el rio segiin el querer de las aguas, pero con
el paso del tiempo fue adquiriendo confianza y destreza para
imponerse y desviar el curso. Las emociones no son tontas,
dice Haidt, y por eso se dejan convencer con buenas razones.
El problema es que las buenas razones no aparecen de mane-
ra inmediata, como las emociones, sino que requieren esfuer-
z0, comparaciones, valoraciones, operaciones mentales que
toman tiempo y gastan energia cerebral. Por eso, con mucha
frecuencia, las razones no nos salvan, mas bien asisten indife-
rentes a nuestra caida; peor atin, a veces nos empujan hacia
el desfiladero, Pero este resultado no es ineluctable; a veces,
gracias a un momento de reflexion en el que sopesamos las
cosas de la vida con buen juicio, un par de ideas salvadoras
nos dan la mano, justo antes de dar el paso fatal. En las ulti-
mas décadas, dice Michael McCullough, tal vez hemos subes-
timado la racionalidad,
de la mente, en las dis:
Ya es hora,
puesto demasiado énfasis en los sesgos
onancias, en las trampas emocionales.
dice, de recuperar su valor.
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Powered by 8 CamScannerTIT, La razén ya cultura
ntamos Ja solucion a Jos dilemas
las emociones. Supongamos
ue, de seguir por su camino,
re los rieles.
La manera como enfre:
morales tiene mucho que ver con
que estamos cerca de un tranvia q
arrollaré a cinco personas que estan sentadas sob:
Pero tenemos la posibilidad de mover Ia palanca que hace
cambiar de rieles al tranvia, con lo cual salvamos a las cinco
personas, aunque, por desgracia, sobre la otra linea se en-
Pientra una persona que inevitablemente sera arrollada y
morira. Este es el famoso dilema del tranvia (trolley problem)
muy debatido en los textos de filosofia moral Qué haria us-
ted si tiene la posibilidad de mover Ja palanca?
Supongamos ahora que el espectador (usted) no se en-
cuentra al lado de la via, sino parado sobre un puente peato-
nal que atraviesa la carrilera. A su lado hay un extrafio que
también observa pasar el tranvia. Si usted empuja a ese sujeto,
caer sobre los rieles y su cuerpo movera la palanca que los
divide, con lo cual el tren se desviaré y solo morird el sujeto
lazado desde el puente. Este dilema se conoce como el del
puente peatonal. ;Qué haria usted? La mayoria de las personas
aceptan mover la palanca en el primer dilema y no estan dis-
puestas a lanzar al extrafio en el segundo. Sin embargo, en
ambos casos el resultado es el mismo: se salvan cinco vidas y
se pierde una. ¢Por qué entonces deciden distinto? Las per-
sonas que responden afirmativamente, en el primer caso y
negativamente en el segundo se apoyan en Ja parte intuitiva
y emocional (no soportan empujar a alguien), mientras que
los que responden afirmativamente en los dos casos tienden
a adoptar un punto de vista de costo-beneficio, es decir, mas
utilitarista y racional. Nuestros juicios morales dependen mu-
cho de nuestros sentidos. Cuando no vemos a las victimas, ni
tenemos signos de sus sufrimientos, adoptamos una actitud
de indiferencia e insensibilidad. Si hubiese un gran terremoto
en China, dice Adam Smith, y cientos de miles de personas
murieran, yo lo lamentaria, claro, pero si el dia de mafiana
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perdiera el dedo mefiique me pareceria una gran tragedia.
Los dramas de la existencia que padecen los demés nos con-
mueven menos cuando no vemos a las victimas, cuando estan
lejos de nosotros y nunca las hemos visto. Su sufrimiento es
simplemente un dato.
Los médicos y las enfermeras de las unidades de cuidados
intensivos, en estos tiempos de la pandemia, enfrentan dile-
mas tremendos. A falta de respiradores, se ven obligados a
decidir quiénes pueden usarlos y quiénes no, lo cual puede
ser tanto como sentenciar quién vive y quién muere. No solo
deciden, también ejecutan la decisién con sus propias manos,
desconectando el aparato y viendo cémo, minutos més tarde,
el paciente muere. A veces tienen que decidir a quién salvan
entre, por ejemplo, una madre embarazada y un nifio, o entre
un industrial y un obrero, o entre un joven y un anciano. Es-
tar mas o menos cerca del paciente, haber hablado con él,
percibir un parecido con un familiar, su nombre, su edad, su
condicién social, su simpatia o antipatia al momento de in-
gresar, todas esas cosas pueden influir en la decision, sin duda
dramiatica, de un médico de salvar a un enfermo o de dejarlo
morir en un caso extremo de escasez de ventiladores.
Hay pues mucho de emocional en la racionalidad. Elliot,
un paciente de Antonio Damasio, perdié su capacidad para
sentir emociones por causa de un tumor que destruyé una
parte de Ja corteza prefrontal del cerebro. Era incapaz, por
ejemplo, de valorar situaciones de riesgo, de preocuparse por
sus hijos o de alegrarse con una buena noticia. Cuando elegi-
mos entre dos opciones similares, los célculos que hacemos
son, por lo general, insuficientes. Son las emociones las que
nos ayudan a escoger. Pero Elliot era incapaz de hacer tal cosa
y por eso perdié su empleo, dilapidé todo su dinero y se di-
vorci6. Para él fue una tragedia que, por lo demis, no lamen-
t6. Era una especie de doctor Spock, el vulcano de Viaje a las
estrellas, pero sin talento. Lo que nos enseiia el caso de Elliot
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es que la ilusién del doctor Spock, al menos en Ja eee hu-
mana, es inalcanzable y que un talento puro, racional, sin los
sesgos de las emociones, no existe. .
Algunos neurocientificos sostienen que estos descubri-
mientos cambian radicalmente la comprensién de nuestros
juicios morales. Puede ser, gpero en qué sentido lo cambian?;
gacaso nos ayudan a tomar la decisién correcta?; gse acaba la
eterna polémica entre quienes deciden basados en principios,
como lo proponia Kant y aquellos que deciden segin las con-
secuencias, como decia Bentham? No parece. Esta discusién
seguira en pie por mucho tiempo mas, quizds por siempre. La
implicacién es mas bien la siguiente: si los juicios morales son
mas complejos de lo que creemos; si con frecuencia tomamos
malas decisiones impulsados por emociones que no controla-
mos, que no confrontamos, que no pasamos por el tamiz de la
racionalizaci6n; si nuestra reflexividad suele ser perezosa mien-
tras nuestra emocionalidad nunca descansa; si buena parte del
debate ptblico esta determinado por emociones primarias, no
por el analisis de las consecuencias de las decisiones que se to-
man, si estamos predispuestos para consolarnos, mas que para
desafiarnos, si todo eso ocurre, entonces tal vez debemos ana-
lizar mas los primeros impulsos, dialogar mas, argumentar me-
jor, confrontar mas, dudar mas, no contentarse con las primeras
impresiones, etc. Cuando se observan todas las aristas del pro-
blema, en contra del impulso inicial de la intuicién (el rio, el
elefante), se toman mejores decisiones.
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