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I Coloquio Nacional de Retórica “Retórica y Política”

I J ornadas Latinoamericanas de Investigación en Estudios Retóricos


17 al 19 de marzo de 2010 - Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires, Argentina

LIBRO DE ACTAS
María Alejandra Vitale y María Cecilia Schamun (C ompiladoras)

Asociación Argentina de R etórica

Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras


Actas del I Coloquio Nacional de Retórica : Retórica y Política y las I Jornadas Latinoa-
mericanas de Investigación en Estudios Retóricos / compilado por Maria Alejandra Vitale
y María Cecilia Schamun. - 1a ed. - Buenos Aires : Asociación Argentina de Retórica
(AAR); Universidad de Buenos Aires, 2010. Internet.

ISBN 978-987-26346-0-5

1. Retórica. 2. Actas de Congresos. I. Vitale, Maria Alejandra, comp. II. Schamun, Ma-
ría Cecilia, comp.
CDD 808

Fecha de catalogación: 03/11/2010


ISBN: 978-987-26346-0-5
© Asociación Argentina de R etórica - Universidad de Buenos Aires
COMPILADORAS
María Alejandra Vitale y María C ecilia S chamun

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723


Libro de edición argentina
ICOLOQUIO NACIONAL DE RETÓRICA
“RETÓRICA Y POLÍTICA”
IJ ORNADAS LATINOAMERICANAS DE INVESTIGACIÓN EN ESTUDIOS RETÓRICOS
Buenos Aires, Argentina | 17, 18 y 19 de marzo de 2010

ÁREA TEMÁTICA | Retórica, literatura y crítica

EL CUERPO EN EL CIELO: METÁFORAS ASTRONÓMICAS EN MANILIO

Martín POZZI
Universidad de Buenos Aires | Argentina
marpozzi@ gmail.com

Uno de los presupuestos fundamentales de la filosofía estoica es la interdependencia


entre los individuos y el cosmos que los contiene (Long, 1977: 111-204; Volk, 2009:
229). Así, los conceptos de simpatía universal y la estrecha vinculación entre el micro y
macrocosmo se vuelven lugares comunes en los autores latinos que responden, aunque
no orgánicamente, a esta doctrina. Además de Séneca, Cicerón y Lucano, por citar a los
más conspicuos, se destaca Marco Manilio, 1 autor del siglo I quien nos ha legado un
abstruso tratado de astrología en hexámetros, como es de rigor en el género didáctico
latino. 2
A pesar del poco interés que ha suscitado tradicionalmente, la obra de Manilio conci-
ta no pocos puntos de interés: ya por ser el primer tratado de astrología que se conserva
de la antigüedad latina, ya como fuente para el conocimiento de dicha disciplina, ya por
los múltiples abordajes que ofrece desde un punto de vista literario, campo que comien-
za a ser estudiado en la actualidad con cada vez mayor énfasis. Dentro de esta última
opción, un lugar privilegiado tiene el análisis de los recursos retóricos y estilísticos
puestos en juego por el autor para llevar adelante una tarea de semejante envergadura:
poetizar en hexámetros –una forma métrica bastante rígida donde un buen porcentaje de
las palabras latinas no halla lugar– una serie de contenidos complejos a partir de una
base matemática y geométrica que apenas logra entenderse (Hübner, 1984: 126-320).
Más allá de discutir si este propósito se ha logrado en la obra, lo interesante es analizar
estos problemas a la luz de una tensión fundamental, explícita e inherente a la poesía
didáctica, como es la tensión entre el lenguaje referencial y el poético, o, en términos
tradicionales, entre forma y contenido.
En este sentido y desde una visión positivista, este texto ha sido rechazado –además
de por tratar de una disciplina tan vergonzante como la astrología– por su falta de preci-
sión, su abigarrado uso del lenguaje, sus constantes juegos retóricos que conspiran con-

1
Para una introducción general a la obra de Manilio pueden consultarse con provecho: Goold (1977: xi-
cxxiii); Salemme (1983), Steele (1932: 320-343) y, más recientemente, Volk (2009: 1-13). En Internet
puede consultarse el sitio Electronic M@nilius (http://manilius.webng.com) el cual presenta una lista de
bibliografía actualizada sobre este poeta.
2
El condicionamiento impuesto por el género no sólo abarca los recursos formales sino también una
constelación muy amplia de implícitos ideológicos y estrategias discursivas que implican, la mayor parte
de las veces, el control de los enunciados y el “disciplinamiento” del receptor/alumno. Es fundamental
para lograr desentrañar el complejo entramado de este género la consulta de las diversas posturas y opi-
niones sobre el mismo: Calcante (2002), Dalzell (1996), Effe (1977), Perutelli (1989), Volk (2002); un
resumen crítico en Pozzi (en prensa).

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tra el “normal desenvolvimiento” de un texto científico. Allí reside justamente el pro-


blema: la obra que nos ocupa no es un texto científico –por lo pronto, una construcción
muy posterior, reglada recién en el siglo XIX– sino esencialmente un texto poético que
se autoinpone como desafío la transmisión de un contenido casi imposible en una forma
poética. A partir de allí, rigen las “reglas” de la poesía y no las del lenguaje referencial,
como he mostrado en otra oportunidad (Pozzi, 2004: 61-80). Dentro de este marco, y
como en toda obra humana, no están tampoco ausentes rastros de las opciones políticas
e ideológicas que atraviesan a su autor, puesto que no es ocioso recordar, con Habinek
(2001: 9) que toda elección estética, toda selección de procedimientos literarios es tam-
bién una elección ideológica; en definitiva, una politización de la estética.
Como decíamos, uno de los cimientos ideológicos más fuertes del poema es el desa-
rrollo, poco sistemático y con notables trazos gruesos, de la doctrina estoica. No olvi-
demos que, de la misma manera que Manilio no es un astrólogo, sino un simple poeta,
tampoco es un pensador o un filósofo, sino más bien alguien informado que toma de
distintas fuentes lo que le sirve (Volk, 2009: 12 y capítulo VI). No por esto vamos a
negar el sustrato estoico del poema, sino en todo caso, no buscar la precisión o los deta-
lles y matices que encontraríamos en un filósofo. Dentro del amplio marco del estoicis-
mo, Manilio ha rescatado las nociones que tradicionalmente justifican la práctica astro-
lógica, es decir, el concepto de la “simpatía universal” que engloba la interdependencia
solidaria entre el individuo y el cosmos que lo rodea. 3 En forma somera, tal como lo
explica el propio Manilio, al ser formados nosotros a imagen y semejanza del universo,
está en nosotros mismos la capacidad para conocerlo y para interpretar los signos que
están dispersos en él. 4 Indudablemente la argumentación no es muy precisa ni explicati-
va, pero, como antes dije, es un poeta y no un filósofo. Bástenos decir, entonces, que
este marco fundamental de interdependencia entre el cielo y la tierra, entre el cosmos y
el hombre, va a verse reflejado no solo explícitamente en diversas secciones del poe-
ma, 5 sino también, de manera implícita, en ciertos recursos poéticos que analizaremos.
Concretamente, me centraré de forma inicial en el estudio de la aplicación de ciertas
metáforas relacionadas con el cuerpo –utilizado este como illustrans y como illustran-
dum– tanto para los fenómenos celestes como para la naturaleza terrestre. Intentaré
mostrar, si bien en forma parcial y en un esbozo, cómo estas metáforas corporales actú-
an como una ilustración implícita del principio rector astrológico del micro y macro-
cosmo mediante la apelación a una realidad tangible como el cuerpo humano. La “cor-
porización” del cielo y del mundo inanimado ilustran implícitamente entonces las rela-
ciones existentes entre el cosmos y sus integrantes.
Los ojos son parte importante del cuerpo –quién podría negarlo– y, dotados de múl-
tiples significados y simbolismos provenientes de ser el órgano privilegiado de la per-

3
Una valoración objetiva del contenido astrológico del poema –sin caer en la alabanza acrítica de muchos
astrólogos ni en la condena de los racionalistas y positivistas puede encontrarse en la obra de Tester
(1989).
4
Cf. Manilio 4. 893-895: “quid mirum, noscere mundum / si possunt homines, quibus est et mundus in
ipsis / exemplumque dei quisque est in imagine parva?” “¿Qué hay de asombroso en que los hombres
puedan conocer el cielo, si el cielo está en ellos mismos y cada uno es una imagen de la divinidad en
pequeño”). Cito por la edición de Goold (1998), las traducciones son propias.
5
La formulación más elaborada se encuentra en 4.866–935, otras ocurrencias: 4.390-395, 2.105-116, etc.

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cepción, no están ausentes tanto como illustrans y como illustrandum en una serie de
metáforas que vinculan al cielo y a los humanos. En primer lugar, veremos un caso
donde los ojos, a partir de su carácter brillante y luminoso (recordemos que en la poesía
latina estos órganos son denominados frecuentemente como lumina, “luces”) funcionan
como illustrans en una metáfora que tiene como referente a las estrellas:

sive ignis fabricavit opus flammaeque micantes,


quae mundi fecere oculos habitantque per omne
corpus et in caelo vibrantia fulmina fingunt; (Manilio, Astr. 1.132-134)

ya sea que el fuego y las llamas brillantes han fabricado la obra, que crearon los ojos del cielo y
habitan por todo el cuerpo y que forman los rayos centelleantes en el cielo.

En el pasaje, donde el autor pasa revista a las distintas teorías sobre el origen del
mundo y al hacer mención a la teoría heraclitea del origen cósmico a partir del fuego, se
incluye sorpresivamente estos “ojos del cielo”. Indudablemente el punto de identifica-
ción se encuentra en el carácter brillante de ambos objetos, a su vez reforzado por el
fuego que actúa como principio original. Es decir, esta isotopía de brillos y fuegos tiene
su clímax en la irrupción de un elemento discordante como los ojos para remitir a las
estrellas. Al mismo tiempo, estos ojos que se trasladan del hombre hacia el cielo, son
también una forma de recalcar este principio que ya hemos mencionado: la identifica-
ción entre el micro y macrocosmos. Es indudable que nadie pensaría que las estrellas
son efectivamente ojos, pero cualquier persona versada en las convenciones poéticas
podría decodificar que los ojos en tanto lumina y en el contexto de las llamas brillantes
(micantes, un término habitual para los ojos) son una metáfora que remite a las estrellas.
Hay algo común, aunque sea por medio de la metáfora, entre los humanos y el cosmos,
algo que no necesita ser nombrado con términos concretos: con una metáfora alcanza
para insinuar toda una serie de vinculaciones. Es cierto, podría haber dicho que el fuego
formó las estrellas, pero se perdería entonces la vinculación entre el principio original
cósmico y el hombre. No olvidemos que la mayor parte de las metáforas son reversibles,
entonces los ojos serían también estrellas. En esta bivalencia y en esta vinculación tras-
laticia, el poeta busca enfatizar que tanto hombres como objetos celestes somos parte de
un mismo cuerpo, y lo hace mediante una metáfora, un método de conocimiento mucho
más elaborado y complejo de lo que habitualmente pensamos.
Sin embargo, Manilio no nos deja nada librado al azar, pues encontraremos otra me-
táfora que es, en cierta forma, el efecto reversible de la anterior. En un largo excursus
sobre la historia de la humanidad y la evolución cognitiva y social del hombre leemos
que

imposuitque viam ponto, stetit unus in arcem


erectus capitis victorque ad sidera mittit
sidereos oculos [...]. (Manilio, Astr. 4.905-907)

[el hombre] impuso un camino en el mar, se erigió único levantando la fortaleza de su cabeza y
victorioso dirigió sus sidéreos ojos hacia las estrellas.

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Tras dominar el mar y caminar erguido el punto culminante de la evolución física se


marca con un juego de palabras intraducible que vincula nuevamente a estrellas y ojos,
solo que esta vez el énfasis está puesto en lo sideral. Como queda claro a partir de estos
ejemplos, la doble vinculación ojo / estrella y estrella / ojo exceden la simple categoría
de juegos verbales o meros recursos de ornato literario, son una pequeña y difusa prueba
del sustrato ideológico y epistemológico que sostiene a la astrología. Hay ojos en el
cielo (estrellas) y hay estrellas en la tierra (ojos): estos puntos de contacto son como
vasos comunicantes que vinculan entidades que creíamos heterogéneas.
Es importante insistir una vez más con las condiciones de producción del texto. Sería
muy fácil burlarnos o despreciar estos argumentos: lo importante es notar que precisa-
mente no construyen un andamiaje perfecto de razonamientos, sino más bien un con-
glomerado difuso de ideas sueltas regido por una isotopía dominante que le da unidad.
Estas ideas sueltas no siempre están presentadas de forma referencial, rigurosa o concre-
ta; según hemos visto, la metáfora bien puede funcionar como estrategia de conocimien-
to y de aprehensión de una realidad dentro de una matriz didáctica. No interesa tanto, a
pesar de lo que podría parecer en primera instancia, lograr un desarrollo coherente y
sistemático sino más bien fortalecer los cimientos y las bases epistemológicas sobre las
que descansan las nociones esenciales del conocimiento del destino, su fijación y las
justificaciones que de este se desprenden. No olvidemos que este texto colabora en úl-
tima instancia con el sostenimiento del gobierno imperial y con el statu quo social y
político: cada uno ha nacido en un lugar definido y de allí no debe moverse. Para que
esto se entienda, hay que “machacar” una y otra vez, de forma explícita pero también
implícitamente con las metáforas, los símiles y otros procedimientos de traslación que
esconden bajo sus pliegues el velado propósito normalizador.
En este sentido, no podría ser más clara la noción de que somos “hijos” del cielo que
utilizando la metáfora del parto:

perspicimus caelum, cur non et munera caeli?


inque ipsos penitus mundi descendere census
seminibusque suis tantam componere molem
et partum caeli sua per nutricia ferre. (Manilio, Astr. 4.876-879)

contemplamos el cielo, ¿por qué no también los dones del cielo, descender hacia las más pro-
fundas riquezas del universo y componer una inmensa mole a partir de sus propias semillas y
llevar el parto del cielo a través de sus propios nutrientes.

En este caso, es el mismo contexto el que subraya la idea rectora astrológica, es de-
cir, la capacidad ilimitada del hombre para conocer el universo y sus dones (munera) y
también, dicho de forma bastante críptica, para que el hombre (parto del cielo) pueda
viajar por el mismo universo (entendido este como una madre nutricia). La saturación
de términos vinculados al engendramiento (seminibus, partum, nutricia) coronados con
la metáfora del parto celestial refuerzan la idea esencial de que, si bien no hemos nacido
directamente del cielo, la vinculación entre él y nosotros es la misma que entre una ma-
dre y sus hijos, la idea de continuidad y el bienestar de una relación nutricia de la cual
somos receptores. Aquí la presentación no es tan sutil como en el caso de los ojos, la
imagen del parto celestial deja poco librado a la imaginación, pero su contundencia tie-

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ne un rasgo notablemente conductual: somos hijos del cielo, y al padre hay que obede-
cerlo, obedezcamos entonces a lo que nos dice el cielo.
En otros casos la metaforización adquiere ribetes ridículos, aunque no por eso aleja-
dos del propósito delineado anteriormente. Por ejemplo, al intentar demostrar la redon-
dez de la tierra, apela al movimiento de la luna y describe su órbita de forma ridícula:

his modo, post illis apparet Delia terris


exoriens simul atque cadens, quia fertur in orbem
ventris [...]. (Manilio, Astr. 1.231-233)

primero en unas tierras, luego en otras, Delia se muestra naciendo y muriendo al mismo tiem-
po, puesto que es llevada hacia un círculo ventral.

Aquí se dice lisa y llanamente que la órbita de la luna es un círculo “panzal”. Es de-
cir, para connotar que la órbita es redonda se ha buscado la identificación con una pan-
za, realidad bastante común a los romanos tan afectos a los banquetes. Más allá de la
poca fortuna de la imagen, opera nuevamente en sintonía con los ojos y el parto vistos
antes: son muestras de que tanto el cielo, en este caso la luna, y los hombres tienen algo
en común, algo que carece de un nombre específico pero que se transmite en metáforas
y en imágenes: hay una vinculación ineludible entre ambos polos, aunque más no sea
porque ambos tienen “panza”.
Un ejemplo más elaborado y en una tónica distinta engloba la salida simultánea de
las constelaciones de Leo y el Can Mayor:

Cum vero in vastos surget Nemeaeus hiatus,


exoritur candens latratque Canicula flammas
et rabit igne suo geminatque incendia solis. (Manilio, Astr. 5.206-208)

Pero cuando el Nemeo abre su gran boca, sale la brillante Canícula y ladra llamas, se enfurece
con su propio fuego y duplica el incendio del sol.

Si bien de carácter animal, la representación de la idea de que el Can Mayor produce


mucho calor –es la señal tradicional en la poesía latina para indicar la llegada del vera-
no– por medio de un ladrido de llamas ilustra un doble procedimiento. En primer lugar,
y en consonancia con lo que hemos visto, la utilización de un rasgo metafórico que uni-
fica los dos polos, en este caso no es un humano, sino un perro terrenal y la constelación
del Can Mayor: ladran los perros y ladra también la constelación al traer el verano y el
calor abrasador. En segundo lugar, y esto no es un invento de Manilio sino una realidad
que se pierde en la noche de los tiempos, la identificación de las constelaciones con fi-
guras zoomórficas o antropomórficas. Si bien no es un invento estoico, Manilio apela en
reiteradas ocasiones a la atribución de rasgos y acciones humanas a las constelaciones,
con lo cual se refuerza nuevamente el procedimiento isotópico que ya hemos visto: los
hombres y el universo tienen acciones y rasgos comunes.
Hasta aquí hemos visto ejemplos donde las metáforas se aplicaban a objetos celestes;
ahora, con el objeto de completar el panorama, veremos algunos ejemplos donde la
identificación corporal se atribuye a realidades terrenales. En estos casos, el objetivo es

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el mismo, sólo cambian los destinatarios. Así tendremos por ejemplo a la savia vegetal
presentada como “sangre verde” (“et viridis nemori sanguis decedit et herbis”, “la san-
gre verde se aparta del bosque y las hierbas”, Manilio, Astr. 5.212), apelando a su carác-
ter nutricio; también encontramos ejemplos donde se la utiliza por su color rojo para
connotar el color de las rosas (“vernantisque rosae rubicundo sanguine florem / conseret
et veris depinget prata figuris”, “Plantará una rosa que florece con roja sangre”, Manilio,
Astr. 5.256-261). Aquí, el fluido vital nuevamente conecta realidades –vegetales, en este
caso– distintas al hombre, pero con el cual están asociadas precisamente por el desarro-
llo de la metáfora.
Para terminar, veremos un ejemplo donde se desarrolla una metáfora que engloba a
la canicie y al corte de cabello con la sal marina: otra vez más rasgos propios del cuerpo
humano atribuidos a una realidad extrahumana:

congeritur siccum pelagus mensisque profundi


canities detonsa maris, [...]. (Manilio, Astr. 5.688-689)

Se junta la sequedad del mar y la canicie del mar profundo es rasurada para las mesas

La blancura de las canas vehiculiza la sal marina, que es secada y molida (“rasura-
da”) para el consumo. Metáfora infrecuente pero de notable eficacia, sobre todo por la
continuidad del proceso metafórico, pues no se queda con la identificación de la canicie
con la sal sino que se adiciona la molienda de la misma con el corte de cabello. A su
vez, al encontrarse en el mar, la metáfora es subsidiaria de la imagen del oleaje y la es-
puma, blancos también. Ya sal, ya espuma del mar, estas canas refuerzan doblemente la
ejemplificación de la simpatía universal estoica. Tanto la sal como el mar comparten
una realidad velada que el poeta elige nombrar mediante una metáfora.
Concientemente me he detenido es esta serie de ejemplos que, si bien monótonos,
ilustran el concepto fundamental que ha regido mi exposición: ilustrar cómo el lenguaje
poético y los recursos que este presupone ponen a disposición del poeta una estrategia
de conocimiento que permite poner a trasluz una dinámica de intercambio simbólico.
Como antes dijimos, no se trata de una exposición sistemática ni ordenada, el poeta bus-
ca transmitir conceptos esenciales con sus propias armas. En definitiva, siempre se pue-
de decir que son “simples metáforas”. Yo espero haber mostrado que no son tan sim-
ples. La presencia del cuerpo hace de ellas una construcción compleja y multifacética.
El cuerpo está atravesado por diversos discursos y por el devenir histórico. No es lo
mismo nuestro cuerpo que el de los romanos. Lo único estable, por el momento, es que
lo tenemos cerca, es quizás lo más apegado a nosotros. No es difícil entonces que sea
vehículo de metáforas, sobre todo cuando queremos mostrar que nuestro débil cuerpo es
parte de un cuerpo mucho mayor que nos engloba, pero dentro del cual debemos apren-
der a estar seguros y confiados. Hemos visto que allí están nuestros ojos, nuestro estó-
mago en el curso de la luna, nuestra sangre en las flores rojas y en la savia de los árbo-
les, nuestro alimento en tanto hijitos del cielo. De todos modos, por más seguridad que
nos brinde este cosmos que nos contiene, las propias metáforas –sabemos que nunca son
inocuas ni están desprovistas de huellas ideológicas– que surgen de nuestro cuerpo casi
pareciera que se nos vuelven en contra. Nuestros ojos están en el cielo, nuestro útero

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nos abraza para darnos nacimiento. Se dan vuelta y ya no somos el centro: alguien nos
mira, alguien nos nace.

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