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Muguillo - Organizacion Societaria
Muguillo - Organizacion Societaria
A este centro diferenciado nuestra ley le asigna personalidad jurídica para ordenar la
imputación de las obligaciones que se generarán con y ante terceros en el desarrollo de la
actividad propuesta en el acto constitutivo del ente. Este sujeto operará en base a precisas y
determinadas pautas definidas en la misma normativa.
La actividad del sujeto se llevará a cabo a través de órganos del propio sujeto de derecho
que la ley ha previsto para los distintos tipos societarios, y que modelarán y exteriorizarán
la voluntad del sujeto de derecho. Se plasma así el llamado principio o sistema organicista, por
el cual existen —dentro del sujeto de derecho— determinadas estructuras con funcionalidad
y competencias propias, que llevan adelante el desenvolvimiento de la sociedad y
están legalmente autorizadas a manifestar su voluntad (art. 1° LGS).
A diferencia del derogado Código Civil y de las derogadas disposiciones del Código de
Comercio en que está ínsita la idea del "mandato" en la actuación del administrador o de los
órganos de la sociedad, la normativa de la ley 19.550 —adoptando la teoría organicista— hace
que se exprese la voluntad directa y propia de la persona jurídica societaria a través de dichos
órganos sociales.
La figura del órgano absorbe la del mandatario representante y las relaciones jurídicas
o el negocio se entenderá estipulado por la persona jurídica a nombre propio, a diferencia de lo
que ocurre cuando la persona jurídica se vale de un representante diverso investido del
respectivo poder, en cuyo caso el negocio lo estipula ese representante en nombre de otro, es
decir, la persona jurídica otorgante de la manda.
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b) Órgano de gobierno.
c) Órgano de fiscalización.
El tercero de los órganos vistos —el de fiscalización— puede no ser un órgano necesario,
pues puede no existir como tal según el tipo societario, ser facultativo (arts. 158 y 284 in fine
LGS) o puede ser necesario excepcionalmente (casos del art. 299 LGS). Sus funciones son las de
controlar la legitimidad de la actividad de la administración y representación societaria, con
deber de informar a la sociedad y socios en las reuniones respectivas. Para concluir debemos
expresar que las funciones de administración, gobierno y fiscalización no están delimitadas
estricta y excluyentemente, existiendo zonas grises y aun actuaciones de órganos en funciones
que pueden ser propias de otros (por ej., acto de administración decidido por el órgano de
gobierno, acto de fiscalización decidido por el órgano de administración, etc.).
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II. b) Colegiada, cuando la sociedad sólo queda obligada por la actuación colegiada de
dos o de la mayoría de los administradores
II. c) Conjunta, cuando la sociedad solo queda obligada por la actuación de todos los
administradores, gerentes o directores designados.
- actos o gestión de representación: que comprende los actos de gestión externa, ante
terceros, en nombre de la sociedad.
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desconectada del objeto. Esto tiene su sentido porque la noción de acto de administración es
mucho más amplia en la esfera societaria que en la civil o común, pues la gestión operativa es
una de las facetas mediante la cual se da cumplimiento al objeto social.
Ubicada la norma legal del art. 58 LGS en una línea intermedia entre ambas, como bien
dice Otaegui, debe tenerse en cuenta que el objeto social sólo indica actividades, no quedando
limitada la capacidad de derecho de la sociedad respecto de los 'actos' que ésta pueda realizar,
sino sólo cuando éstos fueren notoriamente extraños, pauta que necesariamente se adoptó en
protección de los terceros contratantes con la sociedad.
Por ello los actos ejecutados por los órganos de administración societarios en ejercicio
de sus funciones estatutarias son actos de la sociedad y obligan siempre a ésta y no a las
personas que los integran, quienes carecen de legitimación pasiva para ser reclamados por ellos.
Esto nos permite advertir a su vez que el problema atendido por la norma del art. 58 LGS no es
un problema de capacidad de la sociedad, sino de imputación de los actos realizados por ésta o
sus administradores.
La norma del art. 58 LGS no define lo que se entiende por "acto notoriamente extraño"
como tampoco es posible una casuística a priori, de allí que en principio deben considerarse
actos de esta índole —conforme adelantáramos— aquellos que alcanzan el límite de lo burdo,
torpe, grosero o una complicidad subjetiva del tercero o una verdadera mala fe de éste. En tal
sentido una donación o una sponsorización en áreas no directamente vinculadas con la
operatoria social, puede no ser notoriamente extraña al objeto social cuando es de uso,
corriente y razonable, calculada para promover objetivos sociales en forma indirecta o actuar
comunitariamente en pro del prestigio de la empresa.
La ley general de sociedades atiende con adecuado equilibrio a las pautas indispensables
de todo negocio: la exigencia de una adecuada seguridad jurídica y la preservación de la
celeridad mercantil. La norma del art. 58 LGS va a sostener que la organización plural y su
eventual infracción no será oponible a terceros de buena fe en determinados supuestos. Es así
que ante la particularidad de ciertas formas negociables, la propia ley permite que en caso de
tratarse de una administración pluripersonal; la violación a la misma no afecte al tercero (de
buena fe, como veremos) y se mantenga la imputación del acto a la sociedad (sin perjuicio de la
responsabilidad personal interno-societaria respecto de quien realizó el acto), en los siguientes
supuestos:
I) Cuando se trate de obligaciones contraídas mediante títulos valores (por ej., firma de
un pagaré por un gerente cuando se trataba de una gerencia conjunta de dos socios de la SRL),
pues los derechos del portador no pueden resultar enervados si recibió el instrumento con una
firma auténtica, emanada de persona idónea para obligar a la sociedad, pues aun cuando se
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II) Cuando se trate de contratos entre ausentes, contratos celebrados a distancia (por
ej., por correspondencia, télex, etc.), por obvia razón de la imposibilidad de control o de
adecuado conocimiento por el tercero a la distancia, de la sociedad, de sus actuales estatutos y
de la administración social.
III) Contratos por adhesión o concluidos mediante formularios (conf. art. 984 y ss.
CCyCN).
Es ésta una sana aplicación del principio de buena fe y de lealtad contractual, que
fundada en la teoría del acto propio impide al tercero accionar contra el sujeto de derecho
cuando conocía las limitaciones o la carencia de facultades de aquel con quien contrataba. No
obstante será a cargo de la sociedad excepcionante que desee liberarse de su responsabilidad o
alegar la inoponibilidad de lo actuado, quien deberá probar el conocimiento previo o
contemporáneo del tercero, de la infracción a la representación. Es así que tercero de mala fe
será aquel que conocía o debía conocer (conf. arts. 1724 y 1725 CCyCN) el defecto de
representación o aún mismo la naturaleza del acto como "notoriamente extraño al objeto de
la sociedad" y no obstante ello, igual contrató.
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La ley societaria en este art. 59 lleva un doble contenido: por un lado, un principio
general regulador de la conducta del administrador —el principio de buena fe-lealtad— y, por
otro, un standard jurídico como es el de actuar como un buen hombre de negocios.
Los administradores societarios deberán por ello actuar sujetándose a tales pautas, caso
contrario se les podrá responsabilizar —solidaria e ilimitadamente— por todos los daños y
perjuicios que resultaren a la sociedad y aun a terceros en virtud de tal acción u omisión.
Sin perjuicio de analizar ambas pautas, podemos advertir lo estricto de los requisitos de
actuación y las pautas de ese deber de lealtad y de la diligencia de un buen hombre de negocios
que se imponen a los administradores, al observar otras normas de la ley 19.550, como la del
art. 72 (que establece que la aprobación de los estados contables no implica la aprobación de la
gestión del administrador), del art. 99 (que en caso de disolución por vencimiento del plazo
limita su continuidad a lo urgente) y del art. 275 (que determina que la aprobación de su gestión
no extingue su responsabilidad si hubiere mediado oposición de un cinco por ciento del capital).
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Por su parte, Mascheroni expresa que el obrar con lealtad y con la diligencia de un buen
hombre de negocios implica ser leal con el administrado, honesto con los fondos a su cargo,
diligente en el tiempo y las cosas y prudente en el manejo de la cosa común, sin que ello importe
prescindir del normal manejo del riesgo que lleva implícita la actividad empresaria y que debe
constituir el contrapeso del análisis del obrar del administrador.
En tal sentido Diez Picazo y Borda expresan que el principio general y el concepto de
buena fe-lealtad es uno de los más polémicos por su incómoda falta de precisión, pues no existe
una noción única y constante del mismo. Si bien la buena fe-lealtad se presume, este principio
tiene una doble modalidad.
Por un lado en su faz objetiva (buena fe-obrar) impone al sujeto el deber de actuar
acorde a la situación externa, sin contradecir esa realidad o la verdad material percibida.
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ya que conforma la base de ese deber de diligencia en el tiempo y las cosas, de prudencia en el
manejo de la cosa común, de una actuación tendiente a la consecución del objetivo social y la
obtención de un mayor valor empresario, todo lo cual debe a su vez apreciarse a través del
análisis y valoración del interés social; lo que impone también una adecuada evaluación del
alcance del objeto social y la naturaleza de los bienes o actos involucrados en la gestión.
Este standard jurídico clásico, variante empresaria del bonus pater familiae, de alto
contenido moral, establece un criterio pragmático y objetivo de comparación (pero no crea una
responsabilidad objetiva) creando en cabeza del administrador una auténtica responsabilidad
profesional que implica capacidad técnica, experiencia y conocimientos que imponen apreciarla
como una obligación de medios, tomando en cuenta la dimensión de la sociedad, su objeto, las
funciones del administrador, las circunstancias en que debió actuar y también como actuó,
precisándose así la obligación que el art. 1725 del Código Civil y Comercial impone al obrar.
No obstante como también expone Roitman, el cartabón del buen hombre de negocios
establece una suerte de responsabilidad profesional, ya que ello implica una cierta capacidad
técnica o habilidad, experiencia y conocimiento (limitado a aquel disponible al momento de
tomar decisiones) y que se deben establecer en función de la dimensiones de la empresa y el
negocio, de las circunstancias de tiempo y lugar que rodean al acto o al negocio y la actitud que
otra persona hubiera tomado en el caso, sin olvidar que no debe juzgarse la conducta del
administrador por un acto sino integralmente, en su conjunto.
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económicos a la sociedad, nudo definitorio del buen hombre de negocios. Entendemos que
aplicando tal pauta habría una presunción de negligencia del administrador de no lograrse tal
efectividad operativa, olvidando el riesgo propio de los negocios empresarios y la conducta del
mercado que no queda al control del administrador, pues de no entenderse con este límite, ello
importaría llevar la actuación del administrador a ser juzgada casi como una obligación de
resultado, cuando no es sino una obligación de medios.
b.4) Responsabilidad
El incumplimiento de los administradores a las pautas de lealtad y de "buen hombre de
negocios" del art. 59 de la LGS los hará responsables ilimitada y solidariamente por todos los
daños y perjuicios que resultaren de su acción u omisión, sea que beneficien o terceros o a sí
mismos, desde que el daño generador de una disminución del patrimonio de la sociedad
motivado por el incumplimiento de los administradores da nacimiento a una responsabilidad
plena, aunque de carácter subjetivo, como establece el art. 274, LGS y los arts. 160 y 1724
CCyCN.
Vale resaltar que habiendo sido nuestra ley un modelo para la Ley Societaria de Uruguay,
ésta en su art. 83 (ley 16.060) si bien sanciona con igual responsabilidad a los administradores
que violen las pautas de lealtad y buen hombre de negocios, habilita al juez a determinar la parte
contributiva de cada responsable en la reparación del daño.
Así la praxis judicial ha entendido que la pérdida de los activos o el ignorado destino de
éstos conforma un evidente deterioro o disminución del patrimonio de la sociedad y en tanto
esa pérdida halle causa en la falta de prudencia o diligencia en el manejo de los bienes o fondos
sociales, o cuando se advierte una desaparición del ente omitiéndose los trámites legales de
disolución y liquidación, se produce un incumplimiento de los deberes de custodia del activo (y
de información sobre su destino) que determina la clara e indubitable responsabilidad de los
administradores. Esta misma pauta de responsabilidad se aplica a directores, administradores,
síndicos y a consejeros de vigilancia de las sociedades emisoras de obligaciones negociables por
las violaciones a las disposiciones legales que afectaren a los obligacionistas (conf. art. 34, ley
23.576).
b.5) Conclusión
En conclusión y resumiendo ambas pautas de conducta —conforme expresa la doctrina
unánimemente y resaltaba Mascheroni—, se exige al administrador ser leal con el administrado,
honesto en el uso de los fondos y la caja social, prudente en el manejo de la cosa común y
diligente en el tiempo y en los negocios.
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Sin embargo debe también resaltarse que ello no puede habilitar al tercero a que tome
ventajas procesales por la falta de inscripción del administrador social, sin que se agravie el
principio de buena fe (por ej., pedir la rebeldía ante esa presentación).
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