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Mariana Monterroso Pérez Grupo: 408

Romanticismo:

 El romanticismo es un movimiento artístico y literario que surgió entre finales


del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX en Alemania e Inglaterra. Desde allí
se extendió a toda Europa y América.
 El movimiento romántico está basado en la expresión de la subjetividad y la
libertad creadora en oposición al academicismo y el racionalismo del arte
neoclásico.
 El romántico busca la autoexpresión, el reconocimiento de la individualidad,
la singularidad y la distinción personal.
 En música, por ejemplo, se expresó como un mensaje al público en la
improvisación artística.
 Se exaltaba la subjetividad, los sentimientos y los estados de ánimo frente a
la objetividad y el racionalismo del arte neoclásico. Se centraron en
sentimientos intensos como el miedo, la pasión, la locura y la soledad.

Los Dioses que podemos tocar

“En el espacio, inmenso, las enormes distancias y lapsos de tiempo casi eternos, fuera
de la imaginación de los humanos. Aquí, donde hace unos 8 minutos el sol brilló,

donde hace años luz de distancia, estuvieron los guerreros más fastuosos que hayan
pisado nuestro planeta, los Cuetlāchtli…”

Estaba comenzando a leer cuando de pronto mi madre me llamó para cenar-

¡Leonora! ¡Leonora! Los gatos se van a comer tus quesadillas- gritaba


incesantemente- Cielo, detesto llamarte más de una vez para que bajes a comer,

sabes que hay muchas personas que matarían por el plato que tienes en la mesa-

dijo mi madre mientras ahuyentaba a mis pequeños, bigotones y peludos


compañeros de habitación - al bajar con mi libro en mano solo la miré vagamente,

pues estaba tan sumergida en mi lectura que no le tomé importancia.

-Madre sé perfectamente bien que hay personas que matarían por ese plato o en
general por cualquier cosa, así funciona la avaricia humana - exclamé un poco

alterada debido a lo que estaba leyendo- mi madre denotó su interés en ese


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momento por el libro que traía en las manos, solo que se ahorró sus comentarios

y me ordenó ir a dormir después de la cena.

Una vez terminé mi cena no podía dejar de pensar en lo que estaba escrito en
aquel libro, me quedé tan perpleja…

Mi libro hablaba sobre unos guerreros llamados Cuetlāchtli, los cuales peleaban

entre ellos debido a que se encontraban en una búsqueda de lo más sagrado. Cada
uno de los guerreros tenía una función en su tribu, sin embargo, esa virtud estaba

acompañada de una maldad, que al no ser medida podría terminar con todo a su

paso.

Al recostarme y cerrar los ojos, solo podía pensar en la similitud que tenía la

humanidad con los guerreros Cuetlāchtli. Somos tan capaces, tan fuertes, que

siempre estamos en busca de más y más. Había un espectro en mi mente que me


presentaba imágenes caóticas y utópicas a la vez, esto mientras estaba semi-

dormida.

Estaba dando vueltas en la cama, enredándome con las sábanas; podía sentir como
el calor de mi sangre recorría mis venas hasta que de un momento a otro… Me

encontraba en lo que parecía ser el fondo de un volcán, el cual podía escalar para
finalmente emerger y sentir un dolor indescriptible, podía sentir como si un millón
de ampollas en mi espalda estuvieran reventadas y encima les hubieran echado el

jugo de limón más ácido jamás extraído. Intenté gritar pero ya no tenía una boca,

una nariz o en general, yo ya no tenía una forma humana.

Jamás me había sentido tan jindama en mi vida, cuando de pronto sentí algo, o
más bien, a alguien. Podía sentir como este ser desconocido estaba desconsolado

y herido, aparentemente él también sentía este ardor.

Yo ya no tenía boca, pero si tenía muchas preguntas. De algún modo este ser me
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respondía, solo que no sé explicar cómo es que entablamos una comunicación

clara y exacta, supuse yo que estaba hablando con Dios.

-¿Dios?- Intentaba preguntar

-No-me respondía este ser por medio de sensaciones- no soy Dios, solo soy yo-

continuó explicando.

-Bueno y ¿quién eres tú?-pregunté

-Soy algo que no pudiste respetar, algo que olvidaste porque creaste a una deidad
la cual persigues todos los días, todas las noches, para ella vives, para ella mueres-

Exclamó con lo que se sentía una corriente helada- Toda tu especie-Continuó- Oh!

sí, toda tu especie de forma sólida lo venera.

Para este punto yo no tenía idea de a qué se refería así que pregunté- ¿Y quién es

esta deidad?-en verdad estaba asustada al emitir mi pregunta.

-¡LEONORA! – Gritó el ser misterioso- LEONORA! Es tan obvio, lo tienes tan

presente que no lo notas. Aquel verde y liviano “papel” al que tanto valor le

atribuyen todos ustedes. Aquel que desde su invención, se han sentido con
derecho de pasar sobre mí, sobre mis demás hijos, sobre mi alma, me han

quebrado una y otra y otra y ¡OTRA! Vez, aun así yo resisto- Sentía como este ser

estaba inmerso en una gran decepción y un gran repudio, sin embargo, también
podía sentir una gran gentileza y paciencia, la cual me dio esperanza.

-Eres todo pero te tratamos como si no fueras nada, lo entiendo. No sé en qué

momento mandamos a nuestro Dios tan lejos, lo mandamos la cielo, un cielo


inexistente que nos llena de esperanza, pero que degradados estamos. Tú no estás

en el cielo, tú no eres el dinero, tú no nos proteges. Tú nos das la vida y al pasar el

tiempo, te la regresamos, solo que no es lo único que recibes. Te dañamos al existir


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y aun así estas dispuesto a resistir. Podemos tocarte y así venerarte, podemos

tocarte y así conservarte, podemos tocarte y así amarte…- Al transmitir eso a este

ser el ardor bajó gradualmente hasta desaparecer y ese ardor se convirtió en un


fulgor cálido, el cual finalmente desapareció cuando escuche la alarma de mi

despertador.

Lo primero que hice al despertar fue respirar profundo, tocar mi cara y prestar
atención a cómo se sentía mi pijama en cada centímetro de mi cuerpo. Una alegría

inundó mi alma y solté una carcajada ahogada al sentirme viva y llena de energía.

Esa mañana decidí que cuidaría a ese ser divino responsable de nuestra mera
existencia pues es lo único seguro que tenía. No necesitaba un nombre o una

imagen pues era simplemente el lugar en el que habitaba, desde la semilla angular,

hasta la orilla del mar.

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