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Entrevista a Alejandro Michelena sobre


Viejo Cafe Tortoni por Silvana Silveira
10-13 minutos

-¿Cómo definiría el ambiente del Café Tortoni de principios del


siglo pasado y cómo fue cambiando a través de las décadas?

En los comienzos del siglo XX el Tortoni era uno más entre los
grandes cafés de tertulias de una ciudad que había dejado ya de
ser la “gran aldea” y crecía vertiginosamente. Era la época en que
brillaban lugares como el Café de los Inmortales y el Politeama, en
la calle Corrientes, escenarios de reunión de figuras brillantes de la
cultura como el poeta Rubén Darío, el dramaturgo Florencio
Sánchez, el pensador José Ingenieros y el escritor Ricardo Rojas.
En aquellos tiempos la parroquia del Tortoni resultaba algo más
modesta, menos rutilante diríamos; habría que esperar a la década
del veinte para que se constituyera en el subsuelo -en la había sido
la bodega del café- la legendaria Peña que durante quince años
fue uno de los motores de la vida cultural de Buenos Aires. En
cuanto a su ambiente: en el 900 era el típico café frecuentado por
los entonces llamados bohemios; jóvenes con ambiciones literarias
y poco dinero en los bolsillos. Pero veinte años después sus
habitués ya eran más variados: escritores, periodistas, actores y
músicos; pero también políticos, empresarios, profesionales y
simples empleados. Fue a partir de ese momento un café
cosmopolita, donde convivían el potentado y el desempleado, el
culto y el analfabeto, y donde todas las ideas y posturas ante la
vida se confrontaban y armonizaban.

-Por allí desfilaron personajes clave de la cultura y la sociedad


argentina, uruguaya y europea, ¿quienes eran sus habitués?
La lista de quienes frecuentaron el café es interminable, por lo que
vamos a mencionar sólo algunas de las personalidades más
conocidas. A la Peña –fundada el 24 de mayo de 1926 por el gran
pintor de La Boca, Benito Quinquela Martín y el músico Juan de
Dios Filiberto- asistieron con regularidad los hermanos Raúl y
Enrique González Tuñón (ambos poetas), el narrador Roberto Arlt,
el extraño pintor Xul Solar, el poeta sencillista Baldomero
Fernández Moreno, la actriz Milagros de la Vega y la gran poeta
Alfonsina Storni. Y también figuras menos clasificables como el
Malevo Muñoz (Carlos de la Púa); el múltiple escritor Ulises Petit
de Murat; el autor de Don Segundo Sombra , Ricardo Güiraldes; el
gran cuentista uruguayo Horacio Quiroga. Pero además participaba
de esas reuniones Jorge Luis Borges, cuando todavía era apenas
un joven poeta. Lo hacían por su parte el crítico teatral Nicolás
Coronado, el músico de vanguardia Juan Carlos Paz, el actor Elías
Alippi, el autor de la famosa La pulpera de Santa Lucía, Héctor
Pedro Blomberg, el escritor Leopoldo Marechal y el poeta nativista
uruguayo Fernán Silva Valdés. Tuvo su mesa en el café, y actuó
dos veces en la Peña, nada menos que Carlos Gardel, cuando su
carrera como cantor comenzaba a brillar con fuerza.

Años más tarde se pudo ver en las mesas del café a dos
intelectuales preocupados por el destino argentino y
latinoamericano: Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz. Y en la
misma época a una de las figuras políticas más limpias y
coherentes: Lisandro de la Torre. Y a Juan Domingo Perón, cuando
todavía estaba lejos del lugar central que ocuparía después en la
política argentina.

Entre los extranjeros famosos que llegaron al Tortoni vale destacar


al dramaturgo italiano Luigi Pirandello y al gran poeta español
Federico García Lorca (a quien le gustó tanto el lugar que lo
frecuentaba a diario). Pero también a la cantante lírica Lilí Pons, a
los tenores Beniamino Gigli y Tito Schipa, al gran director de
orquesta Arturo Toscanini. Allí llegaron el pensador hispánico José
Ortega y Gasset, y el dramaturgo de la misma nacionalidad Jacinto
Benavente.

Y en años más cercanos, ya en los setenta, tuvieron su mesa en el


Tortoni queridas figuras de la cultura uruguaya como el escritor
Mario Benedetti, la actriz China Zorrilla, el poeta Horacio Arturo
Ferrer y el actor Santiago Gomez Cou. Y a la mesa de Wilson iban
con frecuencia Zelmar Michelini y Héctor Gutierrez Ruiz; pero
además se acercaban allí algunas tardes el cantor Alfredo
Zitarrosa y el poeta Rolando Faget.

-De todas las anécdotas y conversaciones que reseña en su


libro, ¿cuáles le resultaron más entrañables como para
compartir con los lectores de la diaria?

Me pedís algo realmente difícil... Pero vamos a ver si podemos


satisfacer a los lectores con una anécdota, inédita hasta la
publicación de este libro, que involucra a tres uruguayos. Cierta
mágica noche –de esas en que el café vibraba en clave de tango-
el gran letrista Enrique Cadícamo le dice a Enrique Estrázulas:
Venga. Le quiero mostrar la mesa de Carlitos. Y lo lleva al fondo, al
costado de la entrada por Rivadavia, hacia una mesa escondida.
Allí se reunía Carlos Gardel con sus amigos, a salvo de las
miradas y la excesiva admiración; allí podía tener un poco de
intimidad cuando ya era un artista famoso.

Esto, que le contó Cadícamo, me lo contó a su vez Enrique,


sentados justamente en la que fuera la mesa de Gardel...

-¿A qué se debe su interés por el antiguo Café Tortoni?

A que me deslumbró desde que llegué a vivir a Buenos Aires, en el


año 1974. Yo era habitué –en Montevideo- del viejo Sorocabana de
la plaza Cagancha. Pero el Tortoni me atrapó, y me interesé por su
historia que me pareció extraordinaria.

A estos dos cafés, los únicos que en realidad he frecuentado


alguna vez como parroquiano, les dediqué sendos libros: Gran
Café del Centro, crónica del Sorocabana , publicado por Cal y
Canto en el; y éste, editado por Corregidor.

-¿Qué va a encontrar el lector en Viejo Café Tortoni. Historia


de las Horas?

En primer lugar una historia muy interesante, apasionante por


momentos, que en realidad encierra muchas pequeñas historias.
Pero también podrá seguir –a través de la peripecia de ese
micricosmos que es el café- fragmentos de los avatares políticos,
sociales y culturales del Río de la Plata.

-El libro recoge varias anécdotas y testimonios contenidos en


Cuadernos del Tortoni, ¿a qué otras fuentes, materiales y
documentos recurrió para contar su historia?

Los Cuadernos del Tortoni fueron una de mis fuentes. También


tuve en cuenta diversas notas aparecidas en la prensa porteña
(sobre todo los informes periodísticos publicados cuando el café
cumplió 140 años, en 1998), que me aportaron datos
complementarios y significativos. Y un número especial de la
revista Todo es Historia dedicado a Buenos Aires, donde apareció
una larga crónica sobre el papel de los cafés en su historia social y
cultural. Y naturalmente: tuve muy en cuenta el libro anterior, que
escribiera años atrás el poeta Alberto Mosquera Montaña.

Pero lo realmente sustancial, lo novedoso de este libro, fueron los


testimonios de varias decenas de habitués del Tortoni de variadas
épocas: desde Ben Molar, el legendario representante de artistas y
autor de tangos y boleros inolvidables, a los excelentes narradores
que conformaron el grupo de la revista El Escarabajo de Oro –que
se reunieron allí durante más de una década- como Liliana Heker,
Vicente Battista y Abelardo Castillo.

-¿Qué tanto registro hay del viejo Café, en qué estado se


encuentra y si es de fácil acceso?

No hay mucho más de lo consignado en mi libro, en la bibliografía


y en la citas en el texto. Parece raro, pero esto se explica porque el
interés por rescatar la historia y la peripecia de este lugar comenzó
recién en los años setenta. En parte fue iniciativa del propio
gerente del Tortoni, de ayer y de hoy, Roberto Fanego, y de
personalidades como el historiador José María Peña, pionero en la
revaloración de la Avenida de Mayo y su contexto desde aquellos
años.

-Un fragmento que usted cita en su libro: "sobre las sillas se


apilaban revistas literarias latinoamericanas, libros de Borges,
de Sartre, de Camus, de Kafka. Teníamos alrededor de veinte
años y éramos pedantes" (de Horacio Salas) retrata
perfectamente la atmósfera del lugar, qué otras frases
pronunciadas en esa época nos dan una idea de cómo era el
ambiente?

Ese testimonio pertenece al poeta y ensayista Horacio Salas, uno


de los integrantes de la peña de El Escarabajo de Oro , y
corresponde a la etapa sesentista del café. Pero hay otras frases
significativas, que hacen el retrato del recinto en épocas más
antiguas, como cuando Ulises Petit de Murat confiesa a la revista
Gente: La Peña del Tortoni fue el anticambalache. En ella, al revés
de lo que sucede en el tango de Discepolín, la mezcolanza fue
estupenda (en una evocación del escritor en el 73, que rescatamos
en el libro).

-¿Qué tan vigente está el espíritu del Tortoni, qué queda de


toda aquella movida?

A mi ver, el espíritu del Tortoni mantiene su vigencia. Aunque ya ha


pasado la época de aquellas peñas y tertulias. Las últimas tuvieron
lugar antes de la Dictadura de Videla, y cesaron a causa del riesgo
que significaba desde 1976 reunirse en un lugar público...

Ese espíritu sigue vivo en la relación siempre intensa del lugar con
el tango, a través de espectáculos pero también mediante los
encuentros en sus mesas de la Academia del Lunfardo y hasta no
hace mucho de la Academia del Tango. Y durante algunos años,
hasta no hace tanto, las trasmisiones de Alejandro Dolina desde la
vieja bodega atrajeron a las nuevas generaciones y renovaron la
vida social y cultural al Tortoni.

Pero el milagro de este café prosigue. A pesar de que ahora es


muy visitado por turistas de todo el mundo, y que mucha gente que
lo percibe casi como un museo, a ciertas horas –a la mañana y a la
media tarde- es posible ver a los parroquianos de siempre,
conversando sobre política y sobre fútbol, sobre tango y literatura.
Y se renuevan sus fieles, aparecen los jóvenes: dos estudiantes de
filosofía discuten en un rincón, y allá una estudiante de Letras lee
muy concentrada.

Silvana Silveira
Reportaje publicado en La Diaria, el 7 de abril de 2009.

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