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BI dia en que io iban a matar, Santiago Nasar se levanto a las 5:30 de la mafiana para esperar el buque en que Ilegaba el obispo. Habfa sofiado que atravesaba un bosque de higuerones donde caia una Hovizna tiema, y por un instante fue feliz en el suefio, pero al desperiar se sintié por completo salpicado de cagada de pajaros." Siempre sofiaba con arboles" me dijo Placida Linero, su ‘madre, evocando veintisiete afios después los pormenores de aquel Lunes ingrato. "La semana anterior habfa sofiado que iba solo en un avién de papel de estafio que volaba sin tropezar por entre los almendros", me dijo. Tenia una reputacién muy bien ganada de interprete certera de los suefios ajenos, siempre que se los contaran ‘en ayunas, pero no habia advertido ningiin augurio aciago en esos dos suefios de su hijo, ni en los otros suefios con arboles que el le haba contado en las matlanas que precedieron a su muerte" WN Gabriel Garcia arquez Cronica de una muerte anunciada El dia en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levanté a las 5.30 de la manana para esperar el buque en que Hegaba el obispo. Habfa sofiado que atravesaba un bosque de higuerones donde cafa una Hovizna tierna, y por un instante fue feliz en el suet, pero al despertar se sintiG por completo salpicado de cagada de pajaros. «Siempre sohaba con Arboles», me dijo Placida Linero, su madres- evocando 27 afos después los pormenores de aquel lunes ingrato, «La semana anterior habia sofiado que iba solo en} un avién de papel de estano que volaba sin tropezar por centre los almendros», me dijo. Tenia una reputacién muy bien ganada de interprete certera de los suefos ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no habfa advertido ningdn augurio aciago en esos dos suerios de su hijo, ni en los otros suefios con drboles que él le habia contado en las mafianas que precedieron a su muerte. Tampoco Santiago Nasar reconocié el presagio. Habia dormido poco y mal, sin quitarst la ropa, y-desperté con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpreté como estragos naturales de la parranda de bodas que se habia prolongado hasta después de Ja media noche. Mas atin; las muchas personas que encontré desde que salié de su casa a'las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco sofioliento pero de buen humor, y a todos les comenté de un modo: casual que era un dia muy hermoso, Nadie estaba seguro de si se referia al estado del tiempo. Muchos coincidfan en el recuerdo de que era una majiana radiante con una brisa de mar que legaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoria estaba de acuerdo en que era un tiempo fiinebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna 3 menuda como Ia que habia visto Santiago Nasar en el bosque del suetio. Yo estaba reponiéndome de la parrarida de la boda en el regazo apostélico de Marfa Alejandrina Cervantes, y apenas si'desperté con: el aiboroto de las campanas tocando a rebato, porque pensé que las habjan soltado en honor dé! obispo. Santiago Nasat se puso in pantalén y una camisa de lino blanco, ambas pieaas sin almidén, iguales a las que se habia puesto el dia anterior para la boda, Era un atuendo de ocasién. De:no-baber sido por la llegada del obispo se habria puesto el'vestido, de caqui y.fas botas de montar con que se iba los lunes. El Divino Rostro, la hacienda de ganado que heredé de su padre, y que él administraba con muy buen juicio aunque sin mucha fortigna. En el monte llevaba al Cinto una 357 Magnum, cuyas.balas blindadas, segiin él decfa, podian partir un cabailo por la cintura. En Gpoca de perdices Hevate"tainbién sus aperos de cetreria. En el armario tenia ademas un rifle 30.06 Mannlicher- Schériauer, un riffe 300 Holland Magnum, un 22 Hornet con mira lelescépica de dos poderes, y una Winchester de repeticién. Siempre dormia.como durmié su padre, con el arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero antes de abandonar la casa aquel dia le sacé los prayectiles y la puso en la:gaveta-de la mesa de noche. «Nunca Ja dejaba cargada», me dijo su madre. Yo lo sabia, ysabfa ademas que guardaba las armas en un lugar ’ -escondia la municién en otro lugar muy apartado, de jnodo que nadie cediera ni. por casualidad a la tentacidiy dé cargarlas deniro de la casa. Era una costumbre sabia impuesta por su padre desde una mariana en que una sirvienta sacudié la almohada para quitarle la funda, y la pistola se disparé al chocar contra el suelo, y la bala. desbaraté el armario del cuarto, ‘atraves6 la pared dg la sala, * pas6 con un estruéndo de guerra por el comedor. de la casa vecina y convirtié en polvo de yeso a un santo de tamafo natural en el altar mayor de la iglesia, al otro extremo-de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era muy nifio, no olvidé nunca la leccién de aquel percance. 4 | La diltima imagen que su madre tenfa de él era la de su paso fugaz por el dormitorio. La habia despertado cuando trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquin del bari, y ella encendié la luz lo vio aparecer en la pert con el vaso de agua en Ja mano, como habia de recordar! para siempre. Santiago Nasar le cont6 entonces el suefi0, pero ella no les puso atencién a los arboles. dos los suefios con péjaros son de buena salud -dijo- Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posici6™ en que la enconiré postrada por las wiltimas luces de 14 vejez, cuando volvi a este pueblo olvidado tratando de yecomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de Ja memoria. Apenas si distingufa las formas a plena 1u2s y tenia hojas medicinales en las sienes para el dolor de cabeza eterno que le dejé su hijo la ultima vez que pas® por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas del cabezal de Ja hamaca para tratar de incorporarse, habfa en la penumbra el olor de bautisterio que me habia sorprendido la mafana del crimen. ‘Apenas apareci en el vano. de la puerta me confundié con el recuerdo de Santiago Nasar. «Ahi estaba», me dijo- ‘enia el vestido de lino blanco lavade -con agua sola, porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido del almidén.» Estuvo un largo rato sentada en la hamac®> masticando pepas de cardamina, hasta que se le pas6 14 ilusién de que el hijo habfa.vuelto. Entonces suspiré: «FUC el hombre de mi vida». Yo lo vi en su memoria. Habfa cumplido 21 anos 14 ultima semana de enero, y.era esbelto y palido, y tenia Los parpados drabes y los cabellos rizados de su padre. Era’ el hijo Gnico de un matrimonio de conveniencia que no to un solo instante de felicidad, pero él parecta feliz. con SU padre hasta que éste murié de repente, tres afios antes. ¥ siguié pareciéndolo con la madre solitaria hasta el lur2€S de su muerte. De ella heredé el instinto. De su padte aprendié desde muy nifo el dominio de las armas de fue 0» ‘el amor por los caballos y la maestranza de las aves de presas altas, pero de él aprendié también las buenas ar£e°S 5 del valor y la prudencia. Hablaban en drabe entre, elios, pero no delante de Plicida Linéro para que no se sintiera + excluida. Nunca se Jes vio armados en el pueblo, ya tinica vez que trajeron sus halcones amaestrados fye para hacer una demostracién de altanerfa en un bazar de caridad. La muerte de si padre lo habia forzado a abandonar los estucios ai término de la escuela secundaria, para hacerse cargo de la hacienda familiar. Por sus méritos propios, Santiago Nasar era alegre y pacifico, y de corazén fa El dia en que lo iban a matar, su madre crey6 que él se habia equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco, «Le recordé que era lunes», me dijo. Pero él le explicé que, se habfa vestido de pontifical por si tenia ocasién de besarle el anillo al obispo. Ella no dio ninguna muestra de interés. -Ni siquiera se bajaré del buque -le dijo-. Echaré una bendicién de compromiso, como siempre, y se ira por donde vino. Odia a este pueblo. Santiago Nasar sabia que era cierto, pero los fastos de la iglesia le causaban una fascinacién irresistible. «Es como el cine», me habia dicho alguna vez. A su madre, en cambio, lo tinico que le interesaba de la llegada del obispo era que el hijo no se fuera a mojar en Ia Iluvia, pues lo habfa ofdo estornudar mic;.tras dormia. Le aconsejé que levara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiés con la mano y salié del cuarto. Fue la ditima vez que lo vio. Victoria Guzmn, la cocinera, estaba segura de que no habfa llovido aquel dia, ni en todo el mes de febrero. “Al contrario», me dijo cuando vine a verla, poco antes de su muerte. «El sol calenté mas temprano que en agosto.» Estaba descuartizando tres conejos para el almuerzo, rodeada de perros acezantes, cuando Santiago Nasar entré-en la cocina. «Siempre se levantaba con cara de mala noche», recordaba sin amor Victoria Guzmédn. Divina Flor, su hija, que apenas empezaba a florecer, le ‘sirvié a Santiago Nasar un taz6n de café cerrero con un chorro de alcohol de caia, como todos Jos lunes, para ayudarlo a sobrellevar la carga de la noche anterior. La cocina enorme, 6 rf con el cuchicheo de Ia lumbre y las gallinas dormidas en Jas perchas, tenfa una respiracién sigilosa. Santiago Nasar masticé otra aspirina y se senté a beber a sorbos lentos el tazén de café, pensando despacio, sin apartar Ja vista de Jas dos mujeres que destripaban los conejos en la hornilla. ‘Apesar de la edad, Victoria Guzmdn se conservaba entera. La nifia, todavia un poco montaraz, parecia sofocada por el impetu de sus glandulas. Santiago Nasar la agarré por la mufieca cuando ella iba a recibirle el taz6n vacto, Ya estés en tiempo de desbravar -le dijo. Victoria Guzman le mostré el cuchillo ensangrentado. -Suéltala, blanco -le ordené en serio-. De esa agua no beberds mientras yo esté viva. ; Habfa sido seducida por Ibrahim Nasar en Ja plenitud de la adolescencia. La habia amado en secreto varios afios en los-establos de ia hacienda, y la Ilev6 a servir en su casa cuando se le acabé el afecto. Divina Flor, que era hija de un marido més reciente, se sabia destinada a la cama furtiva de Santiago Nasar, y esa idea le causaba una ansiedad prematura. «No ha vuelto a nacer otto hombre ‘como ésex, me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los hijos de otros amores. «Era idéntico a su padre -le replicé Victoria Guzmén-. Un mierda. Pero no pudo eludit una répida réfaga de espanto al recordar el horror de Santiago Nasar cuando ella arrancé de cuajo las entrafias de un conejo y les tiré a los perros el tripajo humeante. “No seas barbara -le dijo él-. Imaginate que fuera un ser humano. “ Victoria Guzman necesit6 casi 20 afios para entender que un hombre acostumbrado a matar animales inermes expresara de pronto semejante horror. «Dios Santo -exclamé asustada-, de modo que todo aquello fue una revelacién!» Sin embargo, tenfa tantas rabias atrasadas la mafiana del crimen, que siguié cebando a los perros con las visceras de los otros conejos, sélo por amargarle el desayuno a Santiago Nasar. En ésas estaban cuando el pueblo entero desperté con el bramido estremecedor del buque de vapor en que llegaba el obispo. La casa era un antiguo depésito de dos pisos, con paredes de tablones bastosy un techo de cinc de dos aguas, sobre el cual velaban los gellinazos por los desperdicios del puerto. Habfa sido construido en Jos tiempos en que el vfo cra tan servicial que muchas barcazas de mar, e inclusive algunos barcos de altura, se aventuraban hasta aqui a través de Jas ciénagas del estuario, Cuando vino Ibrahim Nasar con los tiltimos arabes, al (érmino de las guerras civiles, ya no Megaban los barcos de mar debido a las mudanzas del rfo, y el depésito estaba en desuso. Ibrahim Nasar lo compré a cualquier precio para poner una tienda de importacién que nunca puso, y s6lo cuando se iba a casar lo convirtié en una casa para vivir, En la planta baja abrié un salén que servia para todo, y construyé en el fondo una caballeriza para cuatro animales, los cuartos de servicio, y tina cocina de hacienda con ventanas hacia el puerto por donde entraba a toda hora la pestilencia de las aguas, Lo tinico que dejé intacto en el salén fue la escalera en espiral rescatada de algim naufragio. En la planta alta, donde antes estuvieron las oficinas de aduana, hizo dos dormitorios ampllos y cinco camarotes para los muchos hijos que pensaba tener, y construyé un balcén de madera sobre los almendros de la plaza, donde Plicida Linero se-sentaba en las tardes de marzo a consolarse de su soledad. En la fachada conservé la puerta principal y le hizo dos ventanas de cuerpo entero con boliilos torneados. Conservé también la puerta posterior, slo que un poco més alzada para pasara caballo, y mantuvo en servicio una parte del antiguo muelle. Esa fue siempre la puerta de mas uso, no sélo porque era el acceso natural a las pesebreras y la cocina, sino porque daba a la calle del puerto nuevo sin pasar por la plaza. La puerta del frente, salvo en ocasiones festivas, permanecta cerrada y con tranca. Sin embargo, fue por allf, y no por la puerta posterior, por donde esperaban a Santiago Nasar los hombres que Jo iban a matar, y fue por allf por donde 81 salié a recibir al obispo, a pesar de que debia darle una vuelta completa ala casa para llegar al puerto. Nadie podia eatender tantas coincidencias funestas. bi juez instructor que vino de Riohacha debié sentirtas in atreverse a admitirlas, pues su interés de darles una explicacién racional era evidente en el sumario. La puerta de la plaza estaba citada varias veces con,un nombre de folletin: La puerta fatal. En realidad, la tnica explicacién vélida parecia ser la de Placida Linero, que contest6 a la pregunta con su raz6n de madre: «Mi hijo no salia nunca por la puerta de atrés cuando estaba bien vestido». Parecia una verdad tan fécil, que el instructor la registré en una nota marginal, pero no Ia sent6 en el sumario. Victoria Guzmén, por su parte, fue terminante en la respuesta de que ni ella ni su hija sabfan que a Santiago Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero en el curso de sus anos admitié que ambas lo sabfan cuando él entré en la cocina a tomar el café, Se lo habia dicho una mujer que pas6 después de las cinco a pedir un poco de leche por caridad, y les revelé ademas los motivos y el lugar donde lo estaban esperando. «No la previne porque pensé que eran habladas de borracho», me dijo. No obstante, Divina Flor me confes6 en una visita posterior, cuando ya su madre habfa mierto, que ésta no le habia dicho-nada a Santiago Nasar porque en el fondo de su alma queria que lo mataran. En cambio ella no lo previno porque entonces noera mas que una nifia asustada, incapaz de.una decision propia, y se habfa asustado mucho més cuando él la agarré por ta mufieca con una mano que sintié helada y pétrea, como una mano de muerto. : Santiago Nasar atraves6 a pasos largos la casa en penumbra, perseguido por los bramidos de jitbilo del buque del obispo. Divina Flor se le adelanté para abrirle Ia puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las jaulas de pdjaros dormmidos del comedor, por entre los muebles de mimbre y las macetas de helechos colgados de la sala, pero cuando quité la tranca de la puerta no pudo evitar otra vez la mano de gavildn carnicero. «Me agarré toda la panocha -me dijo Divina Flor-. Era lo que hacia siempre cuando me encontraba sola por los rincones de la casa, pero aquel dia no senti el susto de 9 siempre sino unas ganas horribles de Morar.» Se aparté para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio Jos almendros de ia plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada més, «Entonces se acabé el pito del buque y empezaron a cantar los gailos -me dijo-, Era unalboroto tan grande, que no podfa creerse que hubiera tantos gallos en el puchlo, y pensé que venfan en el buque del obispo.» Lo tinico que ella pudo hacer por ¢l hombre que nunca habia de ser suyo, fue dejar la puerta sin tranca, contra las 6rdenes de Pldcida Linero, para que él pudiera entrar otra vez, en caso de urgencia. Alguien que nunca {ue identificado habia metido por debajo de la puerta un papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y le revelaban ademas el lugar y los motivos, y otros detalles muy precisos de la confabulacién. El mensaje estaba en el suelo cuando Santiago Nasar salié de su casa, pero é1 no lo vio, ni le vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta mucho después de que el crimen fue consumado. Habian dado les seis y atin seguian encendidas las luces ptiblicas. En las ramas de los almendros, y en algunos halcones, estaban todavia las guirnaldas de colores de la boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas en honor del obispo. Pero la plaza cubierta de baldosas hasta el atrio de la iglesia, donde estaba el tablado de los mtisicos, parecia un muladar de botellas vactas y toda clase de desperdicios de la parranda publica. Cuando Santiago Nasar salié de su casa, varias personas corrfan hacia el puerto, apremiadas por los bramidos del buque. El tnico lugar abierto en la plaza era una’ tienda de leche a un costado de Ia iglesia, donde estaban los dos hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo. Clotilde Armenta, la duena del negocio, fue la primera que o vio en ei resplandor del alba, y_tuvo la impresién de que estaba vestido de aluminio, «a parecia un fantasma», me dijo. Los hombres que lo iban a matar se habfan dormido en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos envueltos en periédicos, y Clotilde Armenta reprimié el 10 aliento para no despertarlos. Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenian 24 atios, se parecian tanto que costaba trabajo distinguirlos. Jgran de catadura espesa’pero de buena indole», decia el Sumario. Yo, que los conocia desde la escuela primaria, hubiera escrito lo mismo, Esa mafiana Hevaban todavia Jos vestidos dle patio oscuro de la boda, demasiado gruesos formales para el Caribe, y tenfan el aspecto devastado rr tantas horas de mala vida, pero habfan cumplido con el deber de afeitarse. Aunque no habian dejado de beber desde la vispera de Ja parranda, ya no estaban borrachos al cabo de tres dias, sino que parecfan sondmbulos desvelados, Se habfan dormido con las primeras auras del amanecer, después de casi tres horas de espera en la tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer suenio desde el viernes, Apenas si habfan despertado con el primer bramido del buque, pero cl instinto los despert6 por completo cuando Santiago Nasar salié de su casa. ‘Ambos agariaron entonces el rollo de periédicos, y Pedro Vicario empez6 a levantarse, “Por el amor de Dios -murmuré Clotilde Armenta. Déjenlo para después, aunque sea por respeto al sefior obispo. «Fue un soplo del Espiritu Santo», repetia ella a menudo, En efecto, habfa sido una ocurrencia providencial, pero de una virtud momentinea. Al oftla, los gemelos Vicario teflexionaron, y el que se habia levantado volvié a sentarse. Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando empez6 a cruzar la plaza. «Lo miraban mas bien con listimas, decfa Clotilde Armenta. Las nifias de la escuela de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando en desorden con sus uniformes de huérfanas. Plicida Linero tuvo raz6n: el obispo no se bajé del buque. Habfa mucha gente en el puerto ademas de las autoridades y los nifios de las escuelas, y por todas partes se vefan los huacales de gallos bien cebados que le Hevaban de regalo al obispo, porque la sopa de crestas era su plato predilecto. nH En el muelle de carga habia tanta lena arrumada, que el buque habria necesitado por lo menos dos horas para cargarla, Pero no se detuvo, Aparecié en la vuelta del rio, rezongando como un dragén, y entonces la banda de mtisicos empezé a tocar el hirano del obispo, y los gallos se pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros gallos del pueblo. Por aquella época, los legendarios buques de rueda alimentados con lefia estaban a punto de acabarse, y los pocos que quedaban en servicio ya no tenian_ pianola ni camarotes para la luna de miel, y apenas si Jograban navegar contra la corriente. Pero éste era nuevo, y tenia dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como un brazal, y la rueda de tablones de la popa te daba un impetu de barco de mar. En la baranda superior, junto al camarote del capitdn, iba el obispo de sotana blanca con su séquito de espafioles. «Estaba haciendo un tiempo de Navidad», ha dicho mi hermana Margot. Lo que paso, segtin ella, fue que el silbato del buque solté un chorro de vapor a presién al pasar frente al puerto, y dejé ensopados a los que estaban més cerca de la orilla. Fue una ilusion fugaz: el obispo empezé a hacer Ja sefial de la cruz en el aire frente ala muchedumbre del muelie, y después siguié haciéndola de memoria, sisi malicia ni inspiracién, hasta que el buque se perdié de vista y sélo queds el alboroto de los gallos, Santiago Nasar tenfa motivos para sentirse defraudado. Habia contribuido con varias cargas de lena alas solicitudes publicas del padre Carmen Amador, y ademds habia escogido 61 mismo los gallos de erestas més apetitosas. Pero fue una contrariedad momenténea. Mi hermana Margot, que estaba con él en el muelle, lo encontré de muy buen humor y con 4nimos de seguir la fiesta, a pesar de que las aspirinas no le habjan causado ningtin alivio. «No parecia resfriado, y sélo estaba pensando en lo que habia costado la boda», me dijo. Cristo Bedoya, que estaba con ellos, revelé cifras que aumentaron el asombro. Habfa estado de parranda con Santiago Nasar y conmigo 12 asta un poco antes de Jas cuatro, pero no habia ido a dormir donde sus padres, sino que se quedé conversando fen casa de sus abuelos. Allf obtuvo muchos datos que le faltaban para calcular los costos de la parranda, Conté que se habjan sacrificado cuarenta payos y once cerdos wra Jos invitados, y cuatro terneras que el novio puso Masa para cl pueblo en la plaza publica, Conté que se consumieron 205 cajas de alcoholes de contrabando y casi 9.000 botellas de ron de cafia que fueron repartidas entre ja muchedumbre. No hubo una sola persona, ni pobre nirica, que no hubiera participado de aigtin modo en la rranda de mayor escandalo que se habfa visto jamas en el pueblo, Santiago Nasar sofié en voz alta. Asi serd mi matrimonio -dijo-. No les aicanzaré la vida para contarlo, Mi hermana sintié pasar el Angel. Pensé una vez més en la buena suerte de Flora Miguel, que tenfa tantas cosas en la vida, y que iba a tener ademds a Santiago Nasar en Ja Navidad de ese afio, «Me di cuenta de pronto de que no podfa haber un partido mejor que él», me dijo. «Imaginate: bello, formal, y con una fortuna propia a los veintitin afios.» Fila solfa invitarlo a desayunar en nuestra casa cuando habia caribafiolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo aquella mafiana, Santiago Nasar acept6 entusiasmado, “Me cambio de ropa y te alcanzo -dijo, y cayé en la cuenta de que habia olvidado el reloj en la mesa de noche-. 6Qué hora es? Eran las 6.25. Santiago Nasar tomé del brazo a Cristo Bedoya y se Io lievé hacia la plaza. -Dentro de un cuarto de hora estoy en tu casa -le dijo a mi hermana. Ella insistié en que se fueran juntos de inmediato porque el desayuno estaba servido. «Bra una insistencia rara -me dijo Cristo Bedoya-. Tanto, que a veces he pensado que Margot ya sabfa que lo iban a matar y queria esconderlo en tu casa.» Sin embargo, Santiago Nasar la convencid de que se adelantara mientras él se ponia la ropa de montar, pues tenfa que 13 estar emprano en El Divino Rostro para castrar terneros, Se despidié de ella con Ja misma seftal de la mano con que se habia despedido de su madre, y se alejé hacia la plaza Hevando del braze a Cristo Bedoya. Fue la tiltima vez que Jo vio. Muchos de les que estaban en el puerto sabian que a Santiago Nasar lo.iban a matar. Don Lazaro Aponte, coronel de academia en uso de buen retire y alcalde municipal desde hacia once afios, le hizo un saludo con los dedos. «Yo tenia mis razones muy reales para creer que ya no corria ningin peligro», me dijo. BE] padre Carmen Amador tampoco se preocupé. «Cuando lo vi sano y salvo pensé que todo habia sido un infundio», me dijo. Nadie se pregunté siquiera si Santiago Nasar estaba prevenido, Porque a todos les parecié imposible que no lo estuviera. En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas personas que todavia ignoraban que lo iban a matar. «De haberlo sabido, me lo hubiera Nevado para la casa aunque fuera amarrado», declaré al instructor, Era extrafio que no Jo supiera, pero lo era mucho mas que tampoco lo supiera mi madre, pues se enteraba de todo antes que nadie en la casa, a pesar de que hacia arios que no salfa a la calle, ni siquiera para ir a misa. Yo apreciaba esa virtud suya desde que empecé a levantarme temprano para ir ala escuela. La encontraba como era en aquellos tiempos, Iivida y sigilosa, barriendo el patio con una escoba de ramas en él resplandor ceniciento del amanecer, y entre cada sorbo de café me iba contando Io que habia ocurrido en el mundo mientras nosotros dormfamos. Parecfa tener hilos de comunicacién secreta con la otra gente del pueblo, sobre todo con la de su edad, y a veces nos sorprendia con noticias anticipadas que no hubiera podido conocer sino por artes de adivinacién. Aquella mariana, sin embargo, no sintié el palpito de la tragedia que se estaba gestando desde las tres de la madrugada. Habfa terminado de barrer el patio, y cuando mi hermana Margot salia a recibir al obispo la encontré moliendo !a yuca para las caribariolas. «Se ofan gallos», suele decir mi madre recordando aquel dfa, Pero id punca relacioné el alboroto distante con ta Hegada del obispo, sino con los tiltimos rezagos de Ia boda. Nuestra casa estaba lejos de Ja plaza grande, en un posque de mangos frente al rfo, Mi hermana Margot habia ido hasta el puerto caminando por la orilla, y la gente estaba demasiado excitada con la visita del obispo para ocuparse de otras novedades. Habian puesto a los enfermos acostados en los portales para que recibieran Ja medicina de Dios, y las mujeres salian corriendo de los atios con pavos y lechones y toda clase de cosas de comer, y desde la orilla opuesta liegaban canoas adornadas de flores. Pero después de que el obispo pasé. sin dejar su huella en la tierra, la otra noticia reprimida alcanz6 su tamatio de escdndelo. Entonces fue cuando mi hermana Margot la conocié completa y de un modo brutal: Angela Vicario, la hermosa muchacha que se habia casado cl dia anterior, habia sido devuelta a la casa de sus padres, porque cl esposo encontré que no era virgen. «Sentt que era yo la que me iba a morir», dijo mi hermana. «Pero por més que yolteaban el cuento al derecho y al revés, nadie podia explicarme cémo fue que el pobre Santiago Nasar terminé comprometido en semejante enredo.» Lo vinico que sabfan con seguridad era que los hermanos de Angela Vicario lo estaban esperando para matarlo. Mi hermana volvié a casa mordiéndose por deniro para no llorar, Encontré a mi madre en el comedor, con un traje dominical de flores azules que se habia puesto por si cl obispo pasaba a saludarnos, y estaba cantando el fado del amor invisible mientras arreglaba la mesa. Mi Wermaana 6 que habia un puesto mas que de costumbre. othe para Santiago Nasar le dijo mi madre-. Me dijeron que lo habjas invitado a desayunar. -Quitalo dijo mi hermana. | Entonces le conté. «Pero fue como si ya lo supiera -me dijo-. Fue lo mismo de siempre, que uno empieza a contarle algo, y antes de que el cuento liegue a la mitad ya ella sabe cémo termina.» Aquella mala noticia era un nudo cifrado para mi madre. A Santiago Nasar le habfan 15 puesto ese nombre por el nombre de ella, y era ademas su madtina de bautismo, pero también tenia un parentesco de sangre con Pura Vicario, la madre de la novia devuelta. Sin embargo, no habia acabado de escuchar la noti cuando ya se habia puesto los zapatos de tacones y la mantilla de iglesia que s6lo usaba entonces para las visitas de pésame. Mi padre, que habfa ofdo todo desde la cama, aparecié en piyama en el comedor y le pregunté alarmado para dénde iba. -A prevenir a mi comadre Placida -contesté ella-. No es Justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la tinica que no lo sabe. “Tenernos tantos vinculos con ella como con los Vicario -dijo mi padre. -Hay que estar siempre de parte del muerto -dijo ella. Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros cuartos. Los mas pequefios, tocados por el soplo de la tragedia, rompieron a Horar. Mi madre no les hizo caso, por una vez en Ia vida, ni le presté atencién a su esposo, -Espérate y me visto -le dijo é Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que entonces no tenfa mas de siete afios, era el tinico que estaba vestido para la escuela. -Acompaiiala tt -ordené mi padre. Jaime corrié detrds de ella sin saber qué pasaba ni para dénde iban, y se agarré de su mano. «Iba hablando sola -me dijo Jaime-. Hombres de mala ley, decfa en voz muy baja, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias» No se daba cuenta ni siquiera de que levaba al nifo de Ja mano, «Debieron pensar que me habia vuelto loca -me dijo-. Lo tinico que recuerdo es que se ofa a lo lejos un ruido de mucha gente, como si hubiera yuelto a empezar la fiesta de la boda, y que todo el mundo corrfa en direcci6n de la plaza.» Apresuré el paso, con Ia determinacién de que era capaz cuando estaba una vida de por medio, hasta que alguien que corria en sentido contrario se compadecié de su desvario. -No se moleste, Luisa Santiaga -le grité al pasar-. Ya lo 16 mataron. Bayardo San Romén, el hombre que devolvié a Ja esposa, hab(a venido por primera vez en agosto del aito anterior: seis meses antes de la boda. Llegé en el buque gemanal con unas alforjas guarnecidas de plata que hhacfan juego con las hebillas de la correa y las argollas de Jos botines. Andaba por los treinta anos, pero muy bien escondidos, pues tenia una cintura angosta de novillero, Jos ojos dorados, y Ja piel cocinada a fuego lento por el salitre. Llegé con una chaqueta corta y un pantalén muy estrecho, ambos de becerro natural, y unos guantes de cabritilla del mismo color. Magdalena Oliver habfa venido gon élen el buque y no pudo quitarle la vista de encima durante el viaje. «Parecia marica -me dijo-. Y era una ldstima, porque estaba como para embadurnarlo de mantequilla y comérselo vivo.» No fue la tnica que lo pensé, ni tampoco Ja tiltima cn darse cuenta de que Bayardo San Romén no era un hombre de conocer a primera vista. Mi madre me escribié al colegio a fines de agosto yme decfa en una nota casual: «Ha venido un hombre muy raro», En la carta siguiente me decia: «El hombre raro se Hama Bayardo San Romén, y todo el inundo dice que es encantador, pero yo no lo he visto». Nadie supo nunca a qué vino. A alguien que no resistié la tentacion de preguntérselo, un poco antes de la boda, le contesté: wAndaba de pueblo en pueblo buscando con quien ‘casarme». Podia haber sido verdad, pero lo mismo hubiera contestado cualquier otra cosa, pues tenia una manera de hablar que mas bien le servia para ocultar que para decir. La noche en que Ilegé dio a entender en el cine que era ingeniero de trenes, y hablé de la.urgencia de construir un ferrocarril hasta el interior para anticiparnos a las yeleidades del rio. Al dia siguiente tuvo que mandar un telegrama, y él mismo lo transmitié con el manipulador, yademés le ensefié al telegrafista una f6rmula suya para seguir usando las pilas agotadas. Con la misma propiedad habfa hablado de exfermedades fronterizas con un médico 7 militar que pas6 por aquellos meses haciendo Ia leva: Le gustaban las fiestas ruidosas y largas, pero era de buen beber, separador de pleitos y enemigo de juegos de manos. Un domingo después de misa desafié a los nadadores mas diestros, que eran muchos, y dejé rezagados a los mejores con veinte brazadas de ida y vuelta a través del rio. Mi madre me lo conté en una carta, y al final me hizo un comentario muy suyo: «Parece que también est4 nadando en oro». Esto respondia a Ja leyenda prematura de que Bayardo San Roman no sélo era capaz, de hacer todo, y de hacerlo muy bien, sino que ademas disponia de recursos interminables. Mi madre le dio la bendicién final en una carta de octubre. «La gente io quiere mucho -me decia-, porque es honrado y de buen corazén, y el domingo pasado comulgé de rodillas y ayudé a Ja misa en latin.» En ese tiempo no estaba permitido comulgar de pie y sélo se oficiaba en latin, pero mi madre suele hacer esa clase de precisiones superfiuas cuando quiere llegar al fondo de las cosas. Sin embargo, después de ese veredicto consagratorio me escribié dos cartas mas en las que nada me decia sobre Bayardo San Romén, ni siquiera cuando fue demasiado sabido que querfa casarse’con Angela Vicario. S6lo mucho después de la boda desgraciada me confes6 que lo habia conocido cuando ya era muy tarde para corregir la carta de octubre, y que sus ojos de oro ie habfan causado un estremecimiento de espanto. -Se me parecié al diablo -me dijo-, pero ti mismo me habfas dicho que esas cosas no se deben decir por escrito. _ Lo conoct poco después que ella, cuando vine a las vacaciones de Navidad, y no lo encontré tan raro como decfan. Me parecié atractivo, en-efecto, pero muy lejos de Ia vision idflica de Magdalena Oliver. Me parecié més serio de lo que hacian creer sus travesuras, y de una tension rec6ndita apenas disimulada por sus gracias excesivas. Pero sobre todo, me parecié un hombre muy triste. Ya para entonces habia formalizado su compromiso de amores con Angela Vicario. 18. Nunea se establecié muy bien cémo se conocieron. La propietaria de-la pensién de hombres solos. donde vivia Bayardo San Roman, contaba que éste estaba haciendo la siesta en un mecedor de la sala, a fines de setiembre, cuando Angela Vicario y su. madre, atravesaron la plaza fon dos canastas de flores artificiales. Bayardo San Romén despert6 a medias, vio las dos mujeres vestidas de negro inclemente que parecian los Gnicos seres vivos en el marasmo de las dos de la tarde, y pregunt6 quién era la joven. La propietaria le contesté que era la hija menor de la mujer que la acompaiiaba, y que se Ilamaba Angela Vicario. Bayardo San Roman las siguié con ia mirada hasta el otro extremo de la plaza. “Fiene el nombre bien puesto -dijo. Luego recosté !a cabeza en el espaldar de! mecedor, y yolvié a cerrar los ojos. -Cuando despierte -dijo-, recuérdame que me voy & casar con ella. . Angela Vicario me conté que la propietaria de la pension le habia hablado de este episodio desde antes de que Bayardo San Romédn la requiriera en amores. «Me asusté mucho», me dijo. Tres personas que estaban en la pensién confirmaron que el episodio habfa ocurrido, pero otras cuatro no lo creyeron cierto, En cambio, todas Jas versiones coincidian en que Angela Vicario y Bayardo San Romén se habian visto por primera vez en las fiestas patriag de octubre, durante una verbena de caridad on Ja que ella estuvo encargada de cantar las rifas. Bayardo San Romén llegé a la verbena y fue derecho al mostrador atendido por la rifera languida cerrada de luto hasta la empufiadura, y le pregunt6 cuanto costabe la ortofénica con incrustaciones de nécar que habfa de ser el atractivo mayor de la feria, Ella le contest6 que no estaba para la venta sino para rifar, . “Mejor -dijo él-, asi ser mAs fécil, y ademés, més barata. Ella me confesé que habfa logrado impresionarla, pero por razones contrarias del amor. «Yo detestaba los hombres altaneros, y nunca habfa visto uno con tantas 19 infulas “me dijo, evocando aquel dia-. Ademas, pensé que era un polaco.» Su conirariedad fue mayor cuando canté la rifa de la ortofénica, en medio de la ansiedad de todos, yen efecto se la gané Bayardo San Romén. No podfa imaginarse que él, s6lo por impresionarla, habia comprado todo los niimeros de Ja rifa. Esa noche, cuando volvié a su casa, Angela Vicario encontré alli la ortofénica envuelta en papel de regalo y adornada con un lazo de organza. «Nunca pude saber cémo supo que era mi cumplearios, me dijo. Le costé trabajo convencer a sus padres de que no le habia dado ningun motivo a Bayardo San Romén para que le mandara semejante regalo, y menos de una manera tan visible que no. pasé inadvertido para nadie. De modo que sus hermanos mayores, Pedro y Pablo, levaron la ortofénica al hotel para devolvérsela a su duefo, y lo hicieron con tanto vevuelo que no hubo nadie que la viera venir y no a viera regresar. Con lo tinico que no conté la familia fue con los encantos irresistibles de Bayardo San Romén. Los gemelos no reaparecieron hasta el amanecer del dia siguiente, turbios de la borrachera, Hevando otra vez la orlofénica y levando ademas a Bayardo San Roman para seguir la parranda en la casa. ‘Angela Vicario era la hija menor’ de una familia de recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era orfebre de pobres, y la vista se le acabé de tanto hacer primores de oro para mantener el honor de la casa. Purfsima del Carmen, su madre, habfa sido maestra de escucla hasta que se cas6 para siempre. Su aspecto manso y un tanto afligido disimulaba muy bien el rigor de su cardcter, «Parecia una monja», recuerda Mercedes. Se consagré con tal espfritu de sacrificio a la atencién del esposo y ala crianza de los hijos, que a uno se le olvidaba a veces que seguia existiendo. Las dos hijas mayores se habfan .casado muy tarde, Ademas de.los gemelos, tuvieron una hija intermedia que habia nuerto de flebres crepusculares, y dos afios después seguian guardandole un luto aliviado 20 dentro de la casa, pero riguroso en Ia calle. Los hermanos fueron criados para ser hombres. Ellas habfan sido educadas para casarse. Sabfan bordar con bastidor, coser ‘a maquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer flores artificiales y dulces de fantasia, y redactar esquelas de compromiso. A diferencia de las muchachas de la época, que habfan descuidado el culto de a muerte, las cuatro eran maestras en la ciencia antigua de velar a los fenfermos, confortar a los moribundos y amortajar a los muertos. Lo tinico que mi madre les reprochaba era la costumbre de peinarse antes de dormir. “Muchachas -les decfa-; no se peinen de noche que se retrasan los navegantes.» Salvo por eso, pensaba que no habia hijas mejor ecucadas. «Son perfectas -le ofa decir con frecuencia-. Cualquier hombre serd feliz con ellas, porque han sido criadas para sufrix» Sin embargo, alos que se casaron con las dos mayores les fue dificil romper el cerco, porque siempre iban juntas a todas partes, y organizaban bailes de mujeres solas y estaban predispucstas a encontrar segundas intenciones en los designios de los hombres. ‘Angela Vicario era la més bella de las cuatro, y mi madre decia que habia nacido como las grandes reinas de la historia con el cordén umbilical enrollado en el cuello. Pero tenfa un aire desamparado y una pobreza de espfritt: que le auguraban un porvenir incierto. Yo volvia averla ano tras aio, durante mis vacaciones de Navidad, ycada vez parecia mas desvalida en la ventana de su casa, donde se sentaba por Ia tarde a hacer flores de trapo y a cantar valses de solteras con sus vecinas. “Ya esti de colgar en un alambre -me decfa Santiago Nasar-: tu prima la boba De pronto, poco antes del luto de la hermana, la encontré en la calle por primera vez, vestida de mujer y cone cabello rizado, y apenas si pude creer que fuera Ja misma. Pero fue una visién momenténea: su penuria de espiritu se agravaba con los afios. Tanto, que cuando se supo que Bayardo San Roman queria casarse con ella, muchos pensaron que eta una perfidia de forastefo. a La familia no sélo lo tomé en serié, sino con un grande alborozo, Salvo Pura Vicario, quien puso como condicién que Bayardo San Romin acreditara su identidad. Hasta entonces nadie sabfa quién era. Su pasado no iba més alla de la tarde en que desembarcé con su atuendo de artista, y era tan reservado sobre su origen que hasta el engendro mds demente podia ser cierto. Se llegé a decir que habia arrasado pueblos y sembrado el terror en.Casanare como comandante de tropa, que era préfugo de Cayena, que lo habjan visto en Pernambuco tratando de medrar con una pareja de sos amaestrados, y que habfa rescatado los restos de un galedn espariol cargado de oro en el canal de los Vientos. Bayardo San Romén le puso término a tantas conjeturas con un recurso simple: trajo a su familia en pleno. Eran cuatro: el padre, la madre y dos hermanas perturbadoras. Llegaron en un Ford T con placas oficiales cuya bocina de pato alborot6 las calles a las once de la mafana. La madre, Alberta Simonds, una mulata grande de Curazao que hablaba et castellano todavia atravesado de papiamento, habia sido proclamada en su juventud como la mas bella entre las 200 mas bellas de las Antillas. Las hermanas, acabadas de florecer, parecian dos potrancas sin sosiego. Pero la carta grande er el padre: el general Petronio San Roman, héroe de las guerras civiles del siglo anterior, y una de las glorias mayores del .régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buend{a en el desastre de Tucurinca, Mi madre fue la tinica que no fue a saludarlo cuando supo quién era. «Me parecia muy bien que se casaran -me dijo-. Pero una cosa era eso, y otra muy distinta era darle la mano a un hombre que ordené dispararle por ,la espalda a Gerineldo Marquez,» Desde que asomé por la ventana del automévil saludando con el sombrero blanco, todos lo reconocieron por la fama de sus retratos. Llevaba un traje de lienzo color de trigo, botines de cordohn con los cordones cruzados, y unos espejuelos de oro prendidos con-pinzas en la cruz de la nariz y sostenidos con una leontina en el ojal del 22 eco. Llevaba la medalla del valor en past6n co} jmero que s' el polvo ar que aparecer en se diera cuenta de qu fon quien quisiera, . Rayardo San Romén no habfa intenta ‘ella, sino que a Vicario no olvidé nunca el horror jue sus seunidos en la sala de la casa, fle casarse con un hombre que a smelos se Mantuvieron al margen. nas de mujeres», a Necisivo de los padres fue que una familia fl inconveniente de la falta de amor, dlemolié con una sola frase: “También el amor se aprende. Jal y vigilados, el de ellos fue de s6lo cl fav urgencias de Bayardo San Romén. Ni Ke la familia. Pero el tiempo alcanzé sin manera irresistible con que Bayar las cosas. - «Una noche me pregunt6.cudl era la ¢: istaba -me cont6 Angela eiVicario., Y yo le contesté, sin saber par més bonita del pueblo era Ia qt hubiera dicho lo mismo. Estaba en una ct os vientos, y desde la terraza se de las ciénagas cubiertas de ané dias claros dlel verano se alcanzaba a ver el fa modestia no tenfa derecho a despreciar aqu ino. Angela Vicario se atrevié apenas a insinuar inconvenience pero su madre fo porque Pura Vicario exigié esperar a gue tern ja solapa y un wn el escudo nacional esculpido en el pomo. Fue el @ bajé del automévil, cubierto por completo ddiente de nuestros malos camiinos, y no tuvo ‘el pescante para que todo el mundo ¢ Bayardo San Roman se iba a.casar cari asars . «Me 7; Angela Vicario quien no queria casarse con él. «Me Era Mjcmasiado hombre para mi», me dijo. Ademés, \do siquiera seducirla hechiz6 a la familia con sus encantos. de la noche en ‘sus hermanas mayores con sus maridos, Pale ie impusicron Ia obligacion ypenas habfa visto. Los «Nos parecié que eran ‘me dijo Pablo Vicario. El argumento dignifica da por el premio A diferencia de los noviazgos de Ia época, que eran tuatro meses Por fo fue mas corto ninara el luto angustias’ por la rdo San Roman arreglaba asa que mas me a qué era, que la juinta del viudo de Xius.» Yo olina barrida por vefa el paraiso sin limite monas moradas, y en los J horizonte nitido 23 del Caribe, y los trasatlinticos de turistas de Cartagena de Indias. Bayardo San Romén fue esa misma noche al Club Social y st sent6 a la mesa del viudo de Xius a jugar una partida de dominé. Viudo -le dijo-: le compro su casa. -No esta a la venta -dijo el viudo. “Se la compro con todo lo que tiene dentro. EI viudo de Xius le explicé con ura buena educacién a ta antigna que los objetos de la casa habian sido comprados por la esposa en toda una vida de saevificios, y que para él seguian siendo como parte de ella. *Hablaba con et alma en la mano -me dijo el doctor Dionisio Iguarén, que estaba jugando con ellos-. Yo estaba seguro que preferia morirse antes que vender una casa donde habia sido feliz durante més de teinta afios.» ‘También Bayardo San Romén comprendié sus razones. -De acuerdo -dijo-. Entonces véndame Ja casa vacia. Pero el viudo se defendié hasta el final de la partida. Al cabo de tres noches, ya mejor preparado, Bayardo San Romén ,Volvié a la mesa de domind. ‘Vindo -empez6 de nuevo-: {Cudnto cuesta la casa? -No tiene precio. -Diga uno cualquiera. “Lo siento, Bayardo dijo el viudo-, pero ustedes los jovenes no entienden los motivos del corazén. Bayardo San Roman no hizo una pausa para pensar. -Digamos cinco mil pesos -dijo. Juega limpio -le replic6 el vinde con la dignidad alerta-. Psa casa no vale tanto, “Diez mil -dijo Bayard San Romén-. Ahora mismo, ¥ con un billete encima del otro. El viudo lo mir6 con los ojos lenas de lagrimas. «Lloraba de rabia -me dijo el doctor Dionisio Iguardn, que ademas de médico era hombre de tetras-. Imaginate: semejante cantidad al alcance de la'mano, y tener que decir que no por una simple flaqueza del espiritu.» Al viudo de Xius no le salié la voz, pero negé sin vacilacién con la cabeza, “Entonces hdgame un tiltimo favor -dijo Bayardo San 4 Romén-. Espéreme aqui cinco minutos. ‘Cinco minutos después, en efecto, volvié at Club Social con las alforjas enchapadas de plata, y puso sobre la mesa diez gavillas de billetes de a mil todavia con las bandas impresas del Banco del Estado, El viudo de Xius murié dos anos después. «Se murié de eso -decia el doctor Dionisio jardn-. Estaba mas sane que nosotros, pero cuando unc Jo auscultaba se le sentian borboritar las lagrimas dentro del coraz6n.» Pues no sélo habia vendido la casa con todo Jo que tenia dentro, sino que le pidié a Bayardo San Roman que le fuera pagando poco a poco porque no le quedaba ni tun bail de consolacién para guardar tanto diner Nadie hubiera pensad, ui lo dijo nadie, que Angela Vicario no fuera virgen. No se le habfa conocie ningiin novio anterior y habia crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro. Aun cuando le faltaban menos de dos meses para casarse, Pura Vicario no permitié que fuera sola con Bayardo San Roman a conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre ciego la acompanaron para custodiarle la honva. « Lo tinico que le rogaba a Dios es que me diera valor a matarme -me dijo Angela Vicario-. Pero no me lo dio.» Tan aturdida estaba que habfa resuelto contarle la verdad su madre para librarse de aquel martirio, cuando sus dos tinieas confidentes, que ta ayudaban a hacer flores de trapo junto a ia ventana, la disuadicron de su buena intencién. “Les obedeci a ciegas -me dijo- porque me habjan hecho “creer que eran expertas en chanchullos de hombres.» Le aseguraron que casi todas las mujeres perdian la virginidad en accidentes de la infancia, Le insistieron en que aun Jos maridos més dificiles se resignaban a cualquier cosa siempre que nadie lo supiera, La convencieron, en fin, de que la mayoria de los hombres legaban tan asustados a lanoche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin Ja ayuda de la mujer, y ala hora de la verdad no podian responder de sus propios actos. «Lo tinico que creen es Jo que vean en la sébana», le dijeron. De modo aue le ensefiaron artimatias de comadronas para fingir sus 25 completo con macetas de flores, y un patio grande con jiinas sueltas y drboles frutales. En el fondo del patio, os gemelos tenfan un criadero de cerdos, con su piedra de sacrificios y su mesa de destazar, que fue una buena fuente de recursos domésticos desde que a Poncio Vicario se le acabé la vista. El negocio lo habia empezado Pedro Vicario, pero cuando éste se fue al servicio militar, su hermano gemelo aprendié también el oficio de matarife. El interior de la casa alcanzaba apenas para vivir. Por eso las hermanas mayores trataron de pedir una casa ada cuando se dicron cuenta del tamafio de la fiesta.

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