BI dia en que io iban a matar, Santiago Nasar se levanto a las 5:30
de la mafiana para esperar el buque en que Ilegaba el obispo.
Habfa sofiado que atravesaba un bosque de higuerones donde
caia una Hovizna tiema, y por un instante fue feliz en el suefio,
pero al desperiar se sintié por completo salpicado de cagada de
pajaros." Siempre sofiaba con arboles" me dijo Placida Linero, su
‘madre, evocando veintisiete afios después los pormenores de aquel
Lunes ingrato. "La semana anterior habfa sofiado que iba solo en
un avién de papel de estafio que volaba sin tropezar por entre los
almendros", me dijo. Tenia una reputacién muy bien ganada de
interprete certera de los suefios ajenos, siempre que se los contaran
‘en ayunas, pero no habia advertido ningiin augurio aciago en esos
dos suefios de su hijo, ni en los otros suefios con arboles que el le
haba contado en las matlanas que precedieron a su muerte"
WN
Gabriel
Garcia
arquez
Cronica de una muerte
anunciadaEl dia en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levanté
a las 5.30 de la manana para esperar el buque en que
Hegaba el obispo. Habfa sofiado que atravesaba un bosque
de higuerones donde cafa una Hovizna tierna, y por un
instante fue feliz en el suet, pero al despertar se sintiG
por completo salpicado de cagada de pajaros. «Siempre
sohaba con Arboles», me dijo Placida Linero, su madres-
evocando 27 afos después los pormenores de aquel lunes
ingrato, «La semana anterior habia sofiado que iba solo en}
un avién de papel de estano que volaba sin tropezar por
centre los almendros», me dijo. Tenia una reputacién muy
bien ganada de interprete certera de los suefos ajenos,
siempre que se los contaran en ayunas, pero no habfa
advertido ningdn augurio aciago en esos dos suerios de
su hijo, ni en los otros suefios con drboles que él le habia
contado en las mafianas que precedieron a su muerte.
Tampoco Santiago Nasar reconocié el presagio. Habia
dormido poco y mal, sin quitarst la ropa, y-desperté con
dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en
el paladar, y los interpreté como estragos naturales de la
parranda de bodas que se habia prolongado hasta después
de Ja media noche. Mas atin; las muchas personas que
encontré desde que salié de su casa a'las 6.05 hasta
que fue destazado como un cerdo una hora después, lo
recordaban un poco sofioliento pero de buen humor, y a
todos les comenté de un modo: casual que era un dia muy
hermoso, Nadie estaba seguro de si se referia al estado
del tiempo. Muchos coincidfan en el recuerdo de que era
una majiana radiante con una brisa de mar que legaba a
través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en
un buen febrero de aquella época. Pero la mayoria estaba
de acuerdo en que era un tiempo fiinebre, con un cielo
turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que
en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna
3menuda como Ia que habia visto Santiago Nasar en el
bosque del suetio. Yo estaba reponiéndome de la parrarida
de la boda en el regazo apostélico de Marfa Alejandrina
Cervantes, y apenas si'desperté con: el aiboroto de las
campanas tocando a rebato, porque pensé que las habjan
soltado en honor dé! obispo.
Santiago Nasat se puso in pantalén y una camisa de
lino blanco, ambas pieaas sin almidén, iguales a las que se
habia puesto el dia anterior para la boda, Era un atuendo
de ocasién. De:no-baber sido por la llegada del obispo se
habria puesto el'vestido, de caqui y.fas botas de montar
con que se iba los lunes. El Divino Rostro, la hacienda de
ganado que heredé de su padre, y que él administraba con
muy buen juicio aunque sin mucha fortigna. En el monte
llevaba al Cinto una 357 Magnum, cuyas.balas blindadas,
segiin él decfa, podian partir un cabailo por la cintura. En
Gpoca de perdices Hevate"tainbién sus aperos de cetreria.
En el armario tenia ademas un rifle 30.06 Mannlicher-
Schériauer, un riffe 300 Holland Magnum, un 22 Hornet
con mira lelescépica de dos poderes, y una Winchester de
repeticién. Siempre dormia.como durmié su padre, con el
arma escondida dentro de la funda de la almohada, pero
antes de abandonar la casa aquel dia le sacé los prayectiles
y la puso en la:gaveta-de la mesa de noche.
«Nunca Ja dejaba cargada», me dijo su madre. Yo lo
sabia, ysabfa ademas que guardaba las armas en un lugar
’ -escondia la municién en otro lugar muy apartado, de
jnodo que nadie cediera ni. por casualidad a la tentacidiy
dé cargarlas deniro de la casa. Era una costumbre sabia
impuesta por su padre desde una mariana en que una
sirvienta sacudié la almohada para quitarle la funda, y
la pistola se disparé al chocar contra el suelo, y la bala.
desbaraté el armario del cuarto, ‘atraves6 la pared dg la
sala, * pas6 con un estruéndo de guerra por el comedor.
de la casa vecina y convirtié en polvo de yeso a un santo
de tamafo natural en el altar mayor de la iglesia, al otro
extremo-de la plaza. Santiago Nasar, que entonces era
muy nifio, no olvidé nunca la leccién de aquel percance.
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| La diltima imagen que su madre tenfa de él era la de su
paso fugaz por el dormitorio. La habia despertado cuando
trataba de encontrar a tientas una aspirina en el botiquin
del bari, y ella encendié la luz lo vio aparecer en la pert
con el vaso de agua en Ja mano, como habia de recordar!
para siempre. Santiago Nasar le cont6 entonces el suefi0,
pero ella no les puso atencién a los arboles.
dos los suefios con péjaros son de buena salud -dijo-
Lo vio desde la misma hamaca y en la misma posici6™
en que la enconiré postrada por las wiltimas luces de 14
vejez, cuando volvi a este pueblo olvidado tratando de
yecomponer con tantas astillas dispersas el espejo roto de
Ja memoria. Apenas si distingufa las formas a plena 1u2s
y tenia hojas medicinales en las sienes para el dolor de
cabeza eterno que le dejé su hijo la ultima vez que pas®
por el dormitorio. Estaba de costado, agarrada a las pitas
del cabezal de Ja hamaca para tratar de incorporarse,
habfa en la penumbra el olor de bautisterio que me habia
sorprendido la mafana del crimen.
‘Apenas apareci en el vano. de la puerta me confundié
con el recuerdo de Santiago Nasar. «Ahi estaba», me dijo-
‘enia el vestido de lino blanco lavade -con agua sola,
porque era de piel tan delicada que no soportaba el ruido
del almidén.» Estuvo un largo rato sentada en la hamac®>
masticando pepas de cardamina, hasta que se le pas6 14
ilusién de que el hijo habfa.vuelto. Entonces suspiré: «FUC
el hombre de mi vida».
Yo lo vi en su memoria. Habfa cumplido 21 anos 14
ultima semana de enero, y.era esbelto y palido, y tenia Los
parpados drabes y los cabellos rizados de su padre. Era’ el
hijo Gnico de un matrimonio de conveniencia que no to
un solo instante de felicidad, pero él parecta feliz. con SU
padre hasta que éste murié de repente, tres afios antes. ¥
siguié pareciéndolo con la madre solitaria hasta el lur2€S
de su muerte. De ella heredé el instinto. De su padte
aprendié desde muy nifo el dominio de las armas de fue 0»
‘el amor por los caballos y la maestranza de las aves de
presas altas, pero de él aprendié también las buenas ar£e°S
5del valor y la prudencia. Hablaban en drabe entre, elios,
pero no delante de Plicida Linéro para que no se sintiera
+ excluida. Nunca se Jes vio armados en el pueblo, ya tinica
vez que trajeron sus halcones amaestrados fye para hacer
una demostracién de altanerfa en un bazar de caridad.
La muerte de si padre lo habia forzado a abandonar los
estucios ai término de la escuela secundaria, para hacerse
cargo de la hacienda familiar. Por sus méritos propios,
Santiago Nasar era alegre y pacifico, y de corazén fa
El dia en que lo iban a matar, su madre crey6 que él se
habia equivocado de fecha cuando lo vio vestido de blanco,
«Le recordé que era lunes», me dijo. Pero él le explicé
que, se habfa vestido de pontifical por si tenia ocasién de
besarle el anillo al obispo. Ella no dio ninguna muestra de
interés.
-Ni siquiera se bajaré del buque -le dijo-. Echaré una
bendicién de compromiso, como siempre, y se ira por
donde vino. Odia a este pueblo.
Santiago Nasar sabia que era cierto, pero los fastos
de la iglesia le causaban una fascinacién irresistible. «Es
como el cine», me habia dicho alguna vez. A su madre, en
cambio, lo tinico que le interesaba de la llegada del obispo
era que el hijo no se fuera a mojar en Ia Iluvia, pues lo
habfa ofdo estornudar mic;.tras dormia. Le aconsejé que
levara un paraguas, pero él le hizo un signo de adiés con
la mano y salié del cuarto. Fue la ditima vez que lo vio.
Victoria Guzmn, la cocinera, estaba segura de que
no habfa llovido aquel dia, ni en todo el mes de febrero.
“Al contrario», me dijo cuando vine a verla, poco antes de
su muerte. «El sol calenté mas temprano que en agosto.»
Estaba descuartizando tres conejos para el almuerzo,
rodeada de perros acezantes, cuando Santiago Nasar
entré-en la cocina. «Siempre se levantaba con cara de
mala noche», recordaba sin amor Victoria Guzmédn. Divina
Flor, su hija, que apenas empezaba a florecer, le ‘sirvié a
Santiago Nasar un taz6n de café cerrero con un chorro
de alcohol de caia, como todos Jos lunes, para ayudarlo a
sobrellevar la carga de la noche anterior. La cocina enorme,
6
rf
con el cuchicheo de Ia lumbre y las gallinas dormidas en
Jas perchas, tenfa una respiracién sigilosa. Santiago Nasar
masticé otra aspirina y se senté a beber a sorbos lentos el
tazén de café, pensando despacio, sin apartar Ja vista de
Jas dos mujeres que destripaban los conejos en la hornilla.
‘Apesar de la edad, Victoria Guzmdn se conservaba entera.
La nifia, todavia un poco montaraz, parecia sofocada por
el impetu de sus glandulas. Santiago Nasar la agarré por la
mufieca cuando ella iba a recibirle el taz6n vacto,
Ya estés en tiempo de desbravar -le dijo.
Victoria Guzman le mostré el cuchillo ensangrentado.
-Suéltala, blanco -le ordené en serio-. De esa agua no
beberds mientras yo esté viva. ;
Habfa sido seducida por Ibrahim Nasar en Ja plenitud
de la adolescencia. La habia amado en secreto varios afios
en los-establos de ia hacienda, y la Ilev6 a servir en su
casa cuando se le acabé el afecto. Divina Flor, que era
hija de un marido més reciente, se sabia destinada a la
cama furtiva de Santiago Nasar, y esa idea le causaba una
ansiedad prematura. «No ha vuelto a nacer otto hombre
‘como ésex, me dijo, gorda y mustia, y rodeada por los
hijos de otros amores. «Era idéntico a su padre -le replicé
Victoria Guzmén-. Un mierda. Pero no pudo eludit una
répida réfaga de espanto al recordar el horror de Santiago
Nasar cuando ella arrancé de cuajo las entrafias de un
conejo y les tiré a los perros el tripajo humeante.
“No seas barbara -le dijo él-. Imaginate que fuera un ser
humano. “
Victoria Guzman necesit6 casi 20 afios para entender
que un hombre acostumbrado a matar animales inermes
expresara de pronto semejante horror. «Dios Santo
-exclamé asustada-, de modo que todo aquello fue una
revelacién!» Sin embargo, tenfa tantas rabias atrasadas
la mafiana del crimen, que siguié cebando a los perros
con las visceras de los otros conejos, sélo por amargarle
el desayuno a Santiago Nasar. En ésas estaban cuando el
pueblo entero desperté con el bramido estremecedor del
buque de vapor en que llegaba el obispo.La casa era un antiguo depésito de dos pisos, con paredes
de tablones bastosy un techo de cinc de dos aguas, sobre el
cual velaban los gellinazos por los desperdicios del puerto.
Habfa sido construido en Jos tiempos en que el vfo cra tan
servicial que muchas barcazas de mar, e inclusive algunos
barcos de altura, se aventuraban hasta aqui a través de
Jas ciénagas del estuario, Cuando vino Ibrahim Nasar con
los tiltimos arabes, al (érmino de las guerras civiles, ya no
Megaban los barcos de mar debido a las mudanzas del rfo,
y el depésito estaba en desuso. Ibrahim Nasar lo compré a
cualquier precio para poner una tienda de importacién que
nunca puso, y s6lo cuando se iba a casar lo convirtié en una
casa para vivir, En la planta baja abrié un salén que servia
para todo, y construyé en el fondo una caballeriza para
cuatro animales, los cuartos de servicio, y tina cocina de
hacienda con ventanas hacia el puerto por donde entraba
a toda hora la pestilencia de las aguas, Lo tinico que dejé
intacto en el salén fue la escalera en espiral rescatada de
algim naufragio. En la planta alta, donde antes estuvieron
las oficinas de aduana, hizo dos dormitorios ampllos y
cinco camarotes para los muchos hijos que pensaba tener,
y construyé un balcén de madera sobre los almendros de
la plaza, donde Plicida Linero se-sentaba en las tardes de
marzo a consolarse de su soledad. En la fachada conservé
la puerta principal y le hizo dos ventanas de cuerpo
entero con boliilos torneados. Conservé también la puerta
posterior, slo que un poco més alzada para pasara caballo,
y mantuvo en servicio una parte del antiguo muelle. Esa
fue siempre la puerta de mas uso, no sélo porque era el
acceso natural a las pesebreras y la cocina, sino porque
daba a la calle del puerto nuevo sin pasar por la plaza. La
puerta del frente, salvo en ocasiones festivas, permanecta
cerrada y con tranca. Sin embargo, fue por allf, y no por la
puerta posterior, por donde esperaban a Santiago Nasar
los hombres que Jo iban a matar, y fue por allf por donde
81 salié a recibir al obispo, a pesar de que debia darle una
vuelta completa ala casa para llegar al puerto.
Nadie podia eatender tantas coincidencias funestas.
bi juez instructor que vino de Riohacha debié sentirtas
in atreverse a admitirlas, pues su interés de darles una
explicacién racional era evidente en el sumario. La puerta
de la plaza estaba citada varias veces con,un nombre de
folletin: La puerta fatal. En realidad, la tnica explicacién
vélida parecia ser la de Placida Linero, que contest6 a la
pregunta con su raz6n de madre: «Mi hijo no salia nunca
por la puerta de atrés cuando estaba bien vestido». Parecia
una verdad tan fécil, que el instructor la registré en una
nota marginal, pero no Ia sent6 en el sumario.
Victoria Guzmén, por su parte, fue terminante en la
respuesta de que ni ella ni su hija sabfan que a Santiago
Nasar lo estaban esperando para matarlo. Pero en el curso
de sus anos admitié que ambas lo sabfan cuando él entré
en la cocina a tomar el café, Se lo habia dicho una mujer
que pas6 después de las cinco a pedir un poco de leche por
caridad, y les revelé ademas los motivos y el lugar donde lo
estaban esperando. «No la previne porque pensé que eran
habladas de borracho», me dijo. No obstante, Divina Flor
me confes6 en una visita posterior, cuando ya su madre
habfa mierto, que ésta no le habia dicho-nada a Santiago
Nasar porque en el fondo de su alma queria que lo mataran.
En cambio ella no lo previno porque entonces noera mas
que una nifia asustada, incapaz de.una decision propia, y
se habfa asustado mucho més cuando él la agarré por ta
mufieca con una mano que sintié helada y pétrea, como
una mano de muerto. :
Santiago Nasar atraves6 a pasos largos la casa en
penumbra, perseguido por los bramidos de jitbilo del
buque del obispo. Divina Flor se le adelanté para abrirle
Ia puerta, tratando de no dejarse alcanzar por entre las
jaulas de pdjaros dormmidos del comedor, por entre los
muebles de mimbre y las macetas de helechos colgados de
la sala, pero cuando quité la tranca de la puerta no pudo
evitar otra vez la mano de gavildn carnicero.
«Me agarré toda la panocha -me dijo Divina Flor-. Era
lo que hacia siempre cuando me encontraba sola por los
rincones de la casa, pero aquel dia no senti el susto de
9siempre sino unas ganas horribles de Morar.» Se aparté
para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio
Jos almendros de ia plaza, nevados por el resplandor del
amanecer, pero no tuvo valor para ver nada més, «Entonces
se acabé el pito del buque y empezaron a cantar los gailos
-me dijo-, Era unalboroto tan grande, que no podfa creerse
que hubiera tantos gallos en el puchlo, y pensé que venfan
en el buque del obispo.» Lo tinico que ella pudo hacer por
¢l hombre que nunca habia de ser suyo, fue dejar la puerta
sin tranca, contra las 6rdenes de Pldcida Linero, para que
él pudiera entrar otra vez, en caso de urgencia. Alguien
que nunca {ue identificado habia metido por debajo de la
puerta un papel dentro de un sobre, en el cual le avisaban
a Santiago Nasar que lo estaban esperando para matarlo, y
le revelaban ademas el lugar y los motivos, y otros detalles
muy precisos de la confabulacién. El mensaje estaba en
el suelo cuando Santiago Nasar salié de su casa, pero é1
no lo vio, ni le vio Divina Flor ni lo vio nadie hasta mucho
después de que el crimen fue consumado.
Habian dado les seis y atin seguian encendidas las luces
ptiblicas. En las ramas de los almendros, y en algunos
halcones, estaban todavia las guirnaldas de colores de la
boda, y hubiera podido pensarse que acababan de colgarlas
en honor del obispo. Pero la plaza cubierta de baldosas
hasta el atrio de la iglesia, donde estaba el tablado de los
mtisicos, parecia un muladar de botellas vactas y toda clase
de desperdicios de la parranda publica. Cuando Santiago
Nasar salié de su casa, varias personas corrfan hacia el
puerto, apremiadas por los bramidos del buque.
El tnico lugar abierto en la plaza era una’ tienda de
leche a un costado de Ia iglesia, donde estaban los dos
hombres que esperaban a Santiago Nasar para matarlo.
Clotilde Armenta, la duena del negocio, fue la primera que
o vio en ei resplandor del alba, y_tuvo la impresién de que
estaba vestido de aluminio, «a parecia un fantasma», me
dijo. Los hombres que lo iban a matar se habfan dormido
en los asientos, apretando en el regazo los cuchillos
envueltos en periédicos, y Clotilde Armenta reprimié el
10
aliento para no despertarlos.
Eran gemelos: Pedro y Pablo Vicario. Tenian 24 atios,
se parecian tanto que costaba trabajo distinguirlos.
Jgran de catadura espesa’pero de buena indole», decia el
Sumario. Yo, que los conocia desde la escuela primaria,
hubiera escrito lo mismo, Esa mafiana Hevaban todavia
Jos vestidos dle patio oscuro de la boda, demasiado gruesos
formales para el Caribe, y tenfan el aspecto devastado
rr tantas horas de mala vida, pero habfan cumplido con
el deber de afeitarse. Aunque no habian dejado de beber
desde la vispera de Ja parranda, ya no estaban borrachos
al cabo de tres dias, sino que parecfan sondmbulos
desvelados, Se habfan dormido con las primeras auras
del amanecer, después de casi tres horas de espera en la
tienda de Clotilde Armenta, y aquél era su primer suenio
desde el viernes, Apenas si habfan despertado con el
primer bramido del buque, pero cl instinto los despert6
por completo cuando Santiago Nasar salié de su casa.
‘Ambos agariaron entonces el rollo de periédicos, y Pedro
Vicario empez6 a levantarse,
“Por el amor de Dios -murmuré Clotilde Armenta.
Déjenlo para después, aunque sea por respeto al sefior
obispo.
«Fue un soplo del Espiritu Santo», repetia ella a menudo,
En efecto, habfa sido una ocurrencia providencial, pero
de una virtud momentinea. Al oftla, los gemelos Vicario
teflexionaron, y el que se habia levantado volvié a sentarse.
Ambos siguieron con la mirada a Santiago Nasar cuando
empez6 a cruzar la plaza. «Lo miraban mas bien con
listimas, decfa Clotilde Armenta. Las nifias de la escuela
de monjas atravesaron la plaza en ese momento trotando
en desorden con sus uniformes de huérfanas.
Plicida Linero tuvo raz6n: el obispo no se bajé del
buque. Habfa mucha gente en el puerto ademas de las
autoridades y los nifios de las escuelas, y por todas partes
se vefan los huacales de gallos bien cebados que le Hevaban
de regalo al obispo, porque la sopa de crestas era su plato
predilecto.
nHEn el muelle de carga habia tanta lena arrumada, que
el buque habria necesitado por lo menos dos horas para
cargarla, Pero no se detuvo, Aparecié en la vuelta del
rio, rezongando como un dragén, y entonces la banda de
mtisicos empezé a tocar el hirano del obispo, y los gallos se
pusieron a cantar en los huacales y alborotaron a los otros
gallos del pueblo.
Por aquella época, los legendarios buques de rueda
alimentados con lefia estaban a punto de acabarse, y los
pocos que quedaban en servicio ya no tenian_ pianola
ni camarotes para la luna de miel, y apenas si Jograban
navegar contra la corriente. Pero éste era nuevo, y tenia
dos chimeneas en vez de una con la bandera pintada como
un brazal, y la rueda de tablones de la popa te daba un
impetu de barco de mar. En la baranda superior, junto
al camarote del capitdn, iba el obispo de sotana blanca
con su séquito de espafioles. «Estaba haciendo un tiempo
de Navidad», ha dicho mi hermana Margot. Lo que paso,
segtin ella, fue que el silbato del buque solté un chorro de
vapor a presién al pasar frente al puerto, y dejé ensopados
a los que estaban més cerca de la orilla. Fue una ilusion
fugaz: el obispo empezé a hacer Ja sefial de la cruz en el
aire frente ala muchedumbre del muelie, y después siguié
haciéndola de memoria, sisi malicia ni inspiracién, hasta
que el buque se perdié de vista y sélo queds el alboroto de
los gallos,
Santiago Nasar tenfa motivos para sentirse defraudado.
Habia contribuido con varias cargas de lena alas solicitudes
publicas del padre Carmen Amador, y ademds habia
escogido 61 mismo los gallos de erestas més apetitosas.
Pero fue una contrariedad momenténea. Mi hermana
Margot, que estaba con él en el muelle, lo encontré de
muy buen humor y con 4nimos de seguir la fiesta, a pesar
de que las aspirinas no le habjan causado ningtin alivio.
«No parecia resfriado, y sélo estaba pensando en lo que
habia costado la boda», me dijo. Cristo Bedoya, que estaba
con ellos, revelé cifras que aumentaron el asombro.
Habfa estado de parranda con Santiago Nasar y conmigo
12
asta un poco antes de Jas cuatro, pero no habia ido a
dormir donde sus padres, sino que se quedé conversando
fen casa de sus abuelos. Allf obtuvo muchos datos que le
faltaban para calcular los costos de la parranda, Conté
que se habjan sacrificado cuarenta payos y once cerdos
wra Jos invitados, y cuatro terneras que el novio puso
Masa para cl pueblo en la plaza publica, Conté que se
consumieron 205 cajas de alcoholes de contrabando y casi
9.000 botellas de ron de cafia que fueron repartidas entre
ja muchedumbre. No hubo una sola persona, ni pobre
nirica, que no hubiera participado de aigtin modo en la
rranda de mayor escandalo que se habfa visto jamas en
el pueblo, Santiago Nasar sofié en voz alta.
Asi serd mi matrimonio -dijo-. No les aicanzaré la vida
para contarlo,
Mi hermana sintié pasar el Angel. Pensé una vez més
en la buena suerte de Flora Miguel, que tenfa tantas cosas
en la vida, y que iba a tener ademds a Santiago Nasar en
Ja Navidad de ese afio, «Me di cuenta de pronto de que no
podfa haber un partido mejor que él», me dijo. «Imaginate:
bello, formal, y con una fortuna propia a los veintitin afios.»
Fila solfa invitarlo a desayunar en nuestra casa cuando
habia caribafiolas de yuca, y mi madre las estaba haciendo
aquella mafiana, Santiago Nasar acept6 entusiasmado,
“Me cambio de ropa y te alcanzo -dijo, y cayé en la cuenta
de que habia olvidado el reloj en la mesa de noche-. 6Qué
hora es?
Eran las 6.25. Santiago Nasar tomé del brazo a Cristo
Bedoya y se Io lievé hacia la plaza.
-Dentro de un cuarto de hora estoy en tu casa -le dijo a
mi hermana.
Ella insistié en que se fueran juntos de inmediato
porque el desayuno estaba servido.
«Bra una insistencia rara -me dijo Cristo Bedoya-. Tanto,
que a veces he pensado que Margot ya sabfa que lo iban
a matar y queria esconderlo en tu casa.» Sin embargo,
Santiago Nasar la convencid de que se adelantara
mientras él se ponia la ropa de montar, pues tenfa que
13estar emprano en El Divino Rostro para castrar terneros,
Se despidié de ella con Ja misma seftal de la mano con que
se habia despedido de su madre, y se alejé hacia la plaza
Hevando del braze a Cristo Bedoya. Fue la tiltima vez que
Jo vio.
Muchos de les que estaban en el puerto sabian que
a Santiago Nasar lo.iban a matar. Don Lazaro Aponte,
coronel de academia en uso de buen retire y alcalde
municipal desde hacia once afios, le hizo un saludo con
los dedos. «Yo tenia mis razones muy reales para creer que
ya no corria ningin peligro», me dijo. BE] padre Carmen
Amador tampoco se preocupé. «Cuando lo vi sano y salvo
pensé que todo habia sido un infundio», me dijo. Nadie
se pregunté siquiera si Santiago Nasar estaba prevenido,
Porque a todos les parecié imposible que no lo estuviera.
En realidad, mi hermana Margot era una de las pocas
personas que todavia ignoraban que lo iban a matar. «De
haberlo sabido, me lo hubiera Nevado para la casa aunque
fuera amarrado», declaré al instructor, Era extrafio que no
Jo supiera, pero lo era mucho mas que tampoco lo supiera
mi madre, pues se enteraba de todo antes que nadie en la
casa, a pesar de que hacia arios que no salfa a la calle, ni
siquiera para ir a misa. Yo apreciaba esa virtud suya desde
que empecé a levantarme temprano para ir ala escuela.
La encontraba como era en aquellos tiempos, Iivida y
sigilosa, barriendo el patio con una escoba de ramas en él
resplandor ceniciento del amanecer, y entre cada sorbo de
café me iba contando Io que habia ocurrido en el mundo
mientras nosotros dormfamos. Parecfa tener hilos de
comunicacién secreta con la otra gente del pueblo, sobre
todo con la de su edad, y a veces nos sorprendia con noticias
anticipadas que no hubiera podido conocer sino por artes
de adivinacién. Aquella mariana, sin embargo, no sintié
el palpito de la tragedia que se estaba gestando desde las
tres de la madrugada. Habfa terminado de barrer el patio,
y cuando mi hermana Margot salia a recibir al obispo la
encontré moliendo !a yuca para las caribariolas. «Se ofan
gallos», suele decir mi madre recordando aquel dfa, Pero
id
punca relacioné el alboroto distante con ta Hegada del
obispo, sino con los tiltimos rezagos de Ia boda.
Nuestra casa estaba lejos de Ja plaza grande, en un
posque de mangos frente al rfo, Mi hermana Margot
habia ido hasta el puerto caminando por la orilla, y la
gente estaba demasiado excitada con la visita del obispo
para ocuparse de otras novedades. Habian puesto a los
enfermos acostados en los portales para que recibieran
Ja medicina de Dios, y las mujeres salian corriendo de los
atios con pavos y lechones y toda clase de cosas de comer,
y desde la orilla opuesta liegaban canoas adornadas de
flores. Pero después de que el obispo pasé. sin dejar su
huella en la tierra, la otra noticia reprimida alcanz6 su
tamatio de escdndelo. Entonces fue cuando mi hermana
Margot la conocié completa y de un modo brutal: Angela
Vicario, la hermosa muchacha que se habia casado cl
dia anterior, habia sido devuelta a la casa de sus padres,
porque cl esposo encontré que no era virgen. «Sentt que
era yo la que me iba a morir», dijo mi hermana. «Pero por
més que yolteaban el cuento al derecho y al revés, nadie
podia explicarme cémo fue que el pobre Santiago Nasar
terminé comprometido en semejante enredo.» Lo vinico
que sabfan con seguridad era que los hermanos de Angela
Vicario lo estaban esperando para matarlo.
Mi hermana volvié a casa mordiéndose por deniro para
no llorar, Encontré a mi madre en el comedor, con un traje
dominical de flores azules que se habia puesto por si cl
obispo pasaba a saludarnos, y estaba cantando el fado del
amor invisible mientras arreglaba la mesa. Mi Wermaana
6 que habia un puesto mas que de costumbre.
othe para Santiago Nasar le dijo mi madre-. Me dijeron
que lo habjas invitado a desayunar.
-Quitalo dijo mi hermana. |
Entonces le conté. «Pero fue como si ya lo supiera
-me dijo-. Fue lo mismo de siempre, que uno empieza a
contarle algo, y antes de que el cuento liegue a la mitad
ya ella sabe cémo termina.» Aquella mala noticia era un
nudo cifrado para mi madre. A Santiago Nasar le habfan
15puesto ese nombre por el nombre de ella, y era ademas su
madtina de bautismo, pero también tenia un parentesco
de sangre con Pura Vicario, la madre de la novia devuelta.
Sin embargo, no habia acabado de escuchar la noti
cuando ya se habia puesto los zapatos de tacones y la
mantilla de iglesia que s6lo usaba entonces para las visitas
de pésame. Mi padre, que habfa ofdo todo desde la cama,
aparecié en piyama en el comedor y le pregunté alarmado
para dénde iba.
-A prevenir a mi comadre Placida -contesté ella-. No es
Justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y
que ella sea la tinica que no lo sabe.
“Tenernos tantos vinculos con ella como con los Vicario
-dijo mi padre.
-Hay que estar siempre de parte del muerto -dijo ella.
Mis hermanos menores empezaron a salir de los otros
cuartos. Los mas pequefios, tocados por el soplo de la
tragedia, rompieron a Horar. Mi madre no les hizo caso,
por una vez en Ia vida, ni le presté atencién a su esposo,
-Espérate y me visto -le dijo é
Ella estaba ya en la calle. Mi hermano Jaime, que
entonces no tenfa mas de siete afios, era el tinico que
estaba vestido para la escuela.
-Acompaiiala tt -ordené mi padre.
Jaime corrié detrds de ella sin saber qué pasaba ni para
dénde iban, y se agarré de su mano. «Iba hablando sola -me
dijo Jaime-. Hombres de mala ley, decfa en voz muy baja,
animales de mierda que no son capaces de hacer nada
que no sean desgracias» No se daba cuenta ni siquiera
de que levaba al nifo de Ja mano, «Debieron pensar que
me habia vuelto loca -me dijo-. Lo tinico que recuerdo es
que se ofa a lo lejos un ruido de mucha gente, como si
hubiera yuelto a empezar la fiesta de la boda, y que todo el
mundo corrfa en direcci6n de la plaza.» Apresuré el paso,
con Ia determinacién de que era capaz cuando estaba una
vida de por medio, hasta que alguien que corria en sentido
contrario se compadecié de su desvario.
-No se moleste, Luisa Santiaga -le grité al pasar-. Ya lo
16
mataron.
Bayardo San Romén, el hombre que devolvié a Ja
esposa, hab(a venido por primera vez en agosto del aito
anterior: seis meses antes de la boda. Llegé en el buque
gemanal con unas alforjas guarnecidas de plata que
hhacfan juego con las hebillas de la correa y las argollas de
Jos botines. Andaba por los treinta anos, pero muy bien
escondidos, pues tenia una cintura angosta de novillero,
Jos ojos dorados, y Ja piel cocinada a fuego lento por el
salitre. Llegé con una chaqueta corta y un pantalén muy
estrecho, ambos de becerro natural, y unos guantes de
cabritilla del mismo color. Magdalena Oliver habfa venido
gon élen el buque y no pudo quitarle la vista de
encima durante el viaje.
«Parecia marica -me dijo-. Y era una ldstima, porque
estaba como para embadurnarlo de mantequilla y
comérselo vivo.» No fue la tnica que lo pensé, ni tampoco
Ja tiltima cn darse cuenta de que Bayardo San Romén no
era un hombre de conocer a primera vista.
Mi madre me escribié al colegio a fines de agosto
yme decfa en una nota casual: «Ha venido un hombre
muy raro», En la carta siguiente me decia: «El hombre
raro se Hama Bayardo San Romén, y todo el inundo dice
que es encantador, pero yo no lo he visto». Nadie supo
nunca a qué vino. A alguien que no resistié la tentacion
de preguntérselo, un poco antes de la boda, le contesté:
wAndaba de pueblo en pueblo buscando con quien
‘casarme». Podia haber sido verdad, pero lo mismo hubiera
contestado cualquier otra cosa, pues tenia una manera de
hablar que mas bien le servia para ocultar que para decir.
La noche en que Ilegé dio a entender en el cine que era
ingeniero de trenes, y hablé de la.urgencia de construir
un ferrocarril hasta el interior para anticiparnos a las
yeleidades del rio. Al dia siguiente tuvo que mandar un
telegrama, y él mismo lo transmitié con el manipulador,
yademés le ensefié al telegrafista una f6rmula suya para
seguir usando las pilas agotadas. Con la misma propiedad
habfa hablado de exfermedades fronterizas con un médico
7militar que pas6 por aquellos meses haciendo Ia leva: Le
gustaban las fiestas ruidosas y largas, pero era de buen
beber, separador de pleitos y enemigo de juegos de manos.
Un domingo después de misa desafié a los nadadores mas
diestros, que eran muchos, y dejé rezagados a los mejores
con veinte brazadas de ida y vuelta a través del rio. Mi
madre me lo conté en una carta, y al final me hizo un
comentario muy suyo: «Parece que también est4 nadando
en oro». Esto respondia a Ja leyenda prematura de que
Bayardo San Roman no sélo era capaz, de hacer todo, y de
hacerlo muy bien, sino que ademas disponia de recursos
interminables.
Mi madre le dio la bendicién final en una carta de
octubre. «La gente io quiere mucho
-me decia-, porque es honrado y de buen corazén, y el
domingo pasado comulgé de rodillas y ayudé a Ja misa en
latin.» En ese tiempo no estaba permitido comulgar de pie
y sélo se oficiaba en latin, pero mi madre suele hacer esa
clase de precisiones superfiuas cuando quiere llegar al
fondo de las cosas. Sin embargo, después de ese veredicto
consagratorio me escribié dos cartas mas en las que nada
me decia sobre Bayardo San Romén, ni siquiera cuando
fue demasiado sabido que querfa casarse’con Angela
Vicario. S6lo mucho después de la boda desgraciada me
confes6 que lo habia conocido cuando ya era muy tarde
para corregir la carta de octubre, y que sus ojos de oro ie
habfan causado un estremecimiento de espanto.
-Se me parecié al diablo -me dijo-, pero ti mismo me
habfas dicho que esas cosas no se deben decir por escrito.
_ Lo conoct poco después que ella, cuando vine a las
vacaciones de Navidad, y no lo encontré tan raro como
decfan. Me parecié atractivo, en-efecto, pero muy lejos de
Ia vision idflica de Magdalena Oliver. Me parecié més serio
de lo que hacian creer sus travesuras, y de una tension
rec6ndita apenas disimulada por sus gracias excesivas.
Pero sobre todo, me parecié un hombre muy triste. Ya para
entonces habia formalizado su compromiso de amores con
Angela Vicario.
18.
Nunea se establecié muy bien cémo se conocieron. La
propietaria de-la pensién de hombres solos. donde vivia
Bayardo San Roman, contaba que éste estaba haciendo
la siesta en un mecedor de la sala, a fines de setiembre,
cuando Angela Vicario y su. madre, atravesaron la plaza
fon dos canastas de flores artificiales. Bayardo San
Romén despert6 a medias, vio las dos mujeres vestidas de
negro inclemente que parecian los Gnicos seres vivos en
el marasmo de las dos de la tarde, y pregunt6 quién era
la joven. La propietaria le contesté que era la hija menor
de la mujer que la acompaiiaba, y que se Ilamaba Angela
Vicario. Bayardo San Roman las siguié con ia mirada hasta
el otro extremo de la plaza.
“Fiene el nombre bien puesto -dijo.
Luego recosté !a cabeza en el espaldar de! mecedor, y
yolvié a cerrar los ojos.
-Cuando despierte -dijo-, recuérdame que me voy &
casar con ella. .
Angela Vicario me conté que la propietaria de la
pension le habia hablado de este episodio desde antes de
que Bayardo San Romédn la requiriera en amores. «Me
asusté mucho», me dijo. Tres personas que estaban en
la pensién confirmaron que el episodio habfa ocurrido,
pero otras cuatro no lo creyeron cierto, En cambio, todas
Jas versiones coincidian en que Angela Vicario y Bayardo
San Romén se habian visto por primera vez en las fiestas
patriag de octubre, durante una verbena de caridad on
Ja que ella estuvo encargada de cantar las rifas. Bayardo
San Romén llegé a la verbena y fue derecho al mostrador
atendido por la rifera languida cerrada de luto hasta la
empufiadura, y le pregunt6 cuanto costabe la ortofénica
con incrustaciones de nécar que habfa de ser el atractivo
mayor de la feria, Ella le contest6 que no estaba para la
venta sino para rifar, .
“Mejor -dijo él-, asi ser mAs fécil, y ademés, més barata.
Ella me confesé que habfa logrado impresionarla,
pero por razones contrarias del amor. «Yo detestaba los
hombres altaneros, y nunca habfa visto uno con tantas
19infulas
“me dijo, evocando aquel dia-. Ademas, pensé que era
un polaco.» Su conirariedad fue mayor cuando canté la
rifa de la ortofénica, en medio de la ansiedad de todos,
yen efecto se la gané Bayardo San Romén. No podfa
imaginarse que él, s6lo por impresionarla, habia comprado
todo los niimeros de Ja rifa.
Esa noche, cuando volvié a su casa, Angela Vicario
encontré alli la ortofénica envuelta en papel de regalo
y adornada con un lazo de organza. «Nunca pude saber
cémo supo que era mi cumplearios, me dijo. Le costé
trabajo convencer a sus padres de que no le habia dado
ningun motivo a Bayardo San Romén para que le mandara
semejante regalo, y menos de una manera tan visible
que no. pasé inadvertido para nadie. De modo que sus
hermanos mayores, Pedro y Pablo, levaron la ortofénica
al hotel para devolvérsela a su duefo, y lo hicieron con
tanto vevuelo que no hubo nadie que la viera venir y no
a viera regresar. Con lo tinico que no conté la familia
fue con los encantos irresistibles de Bayardo San Romén.
Los gemelos no reaparecieron hasta el amanecer del dia
siguiente, turbios de la borrachera, Hevando otra vez la
orlofénica y levando ademas a Bayardo San Roman para
seguir la parranda en la casa.
‘Angela Vicario era la hija menor’ de una familia de
recursos escasos. Su padre, Poncio Vicario, era orfebre
de pobres, y la vista se le acabé de tanto hacer primores
de oro para mantener el honor de la casa. Purfsima del
Carmen, su madre, habfa sido maestra de escucla hasta
que se cas6 para siempre. Su aspecto manso y un tanto
afligido disimulaba muy bien el rigor de su cardcter,
«Parecia una monja», recuerda Mercedes. Se consagré
con tal espfritu de sacrificio a la atencién del esposo y ala
crianza de los hijos, que a uno se le olvidaba a veces que
seguia existiendo. Las dos hijas mayores se habfan .casado
muy tarde, Ademas de.los gemelos, tuvieron una hija
intermedia que habia nuerto de flebres crepusculares,
y dos afios después seguian guardandole un luto aliviado
20
dentro de la casa, pero riguroso en Ia calle. Los hermanos
fueron criados para ser hombres. Ellas habfan sido
educadas para casarse. Sabfan bordar con bastidor, coser
‘a maquina, tejer encaje de bolillo, lavar y planchar, hacer
flores artificiales y dulces de fantasia, y redactar esquelas
de compromiso. A diferencia de las muchachas de la
época, que habfan descuidado el culto de a muerte, las
cuatro eran maestras en la ciencia antigua de velar a los
fenfermos, confortar a los moribundos y amortajar a los
muertos. Lo tinico que mi madre les reprochaba era la
costumbre de peinarse antes de dormir.
“Muchachas -les decfa-; no se peinen de noche que
se retrasan los navegantes.» Salvo por eso, pensaba que
no habia hijas mejor ecucadas. «Son perfectas -le ofa
decir con frecuencia-. Cualquier hombre serd feliz con
ellas, porque han sido criadas para sufrix» Sin embargo,
alos que se casaron con las dos mayores les fue dificil
romper el cerco, porque siempre iban juntas a todas
partes, y organizaban bailes de mujeres solas y estaban
predispucstas a encontrar segundas intenciones en los
designios de los hombres.
‘Angela Vicario era la més bella de las cuatro, y mi
madre decia que habia nacido como las grandes reinas
de la historia con el cordén umbilical enrollado en el
cuello. Pero tenfa un aire desamparado y una pobreza de
espfritt: que le auguraban un porvenir incierto. Yo volvia
averla ano tras aio, durante mis vacaciones de Navidad,
ycada vez parecia mas desvalida en la ventana de su casa,
donde se sentaba por Ia tarde a hacer flores de trapo y
a cantar valses de solteras con sus vecinas. “Ya esti de
colgar en un alambre -me decfa Santiago Nasar-: tu prima
la boba De pronto, poco antes del luto de la hermana,
la encontré en la calle por primera vez, vestida de mujer
y cone cabello rizado, y apenas si pude creer que fuera
Ja misma. Pero fue una visién momenténea: su penuria
de espiritu se agravaba con los afios. Tanto, que cuando
se supo que Bayardo San Roman queria casarse con ella,
muchos pensaron que eta una perfidia de forastefo.
aLa familia no sélo lo tomé en serié, sino con un grande
alborozo, Salvo Pura Vicario, quien puso como condicién
que Bayardo San Romin acreditara su identidad. Hasta
entonces nadie sabfa quién era. Su pasado no iba més alla
de la tarde en que desembarcé con su atuendo de artista,
y era tan reservado sobre su origen que hasta el engendro
mds demente podia ser cierto. Se llegé a decir que habia
arrasado pueblos y sembrado el terror en.Casanare como
comandante de tropa, que era préfugo de Cayena, que
lo habjan visto en Pernambuco tratando de medrar con
una pareja de sos amaestrados, y que habfa rescatado los
restos de un galedn espariol cargado de oro en el canal de
los Vientos. Bayardo San Romén le puso término a tantas
conjeturas con un recurso simple: trajo a su familia en
pleno.
Eran cuatro: el padre, la madre y dos hermanas
perturbadoras. Llegaron en un Ford T con placas oficiales
cuya bocina de pato alborot6 las calles a las once de la
mafana. La madre, Alberta Simonds, una mulata grande
de Curazao que hablaba et castellano todavia atravesado
de papiamento, habia sido proclamada en su juventud
como la mas bella entre las 200 mas bellas de las Antillas.
Las hermanas, acabadas de florecer, parecian dos
potrancas sin sosiego. Pero la carta grande er el padre:
el general Petronio San Roman, héroe de las guerras
civiles del siglo anterior, y una de las glorias mayores del
.régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel
Aureliano Buend{a en el desastre de Tucurinca, Mi madre
fue la tinica que no fue a saludarlo cuando supo quién era.
«Me parecia muy bien que se casaran -me dijo-. Pero una
cosa era eso, y otra muy distinta era darle la mano a un
hombre que ordené dispararle por ,la espalda a Gerineldo
Marquez,» Desde que asomé por la ventana del automévil
saludando con el sombrero blanco, todos lo reconocieron
por la fama de sus retratos. Llevaba un traje de lienzo color
de trigo, botines de cordohn con los cordones cruzados,
y unos espejuelos de oro prendidos con-pinzas en la cruz
de la nariz y sostenidos con una leontina en el ojal del
22
eco. Llevaba la medalla del valor en
past6n co}
jmero que s'
el polvo ar
que aparecer en
se diera cuenta de qu
fon quien quisiera, .
Rayardo San Romén no habfa intenta
‘ella, sino que
a Vicario no olvidé nunca el horror
jue sus
seunidos en la sala de la casa,
fle casarse con un hombre que a
smelos se Mantuvieron al margen.
nas de mujeres», a
Necisivo de los padres fue que una familia
fl inconveniente de la falta de amor,
dlemolié con una sola frase:
“También el amor se aprende.
Jal y vigilados, el de ellos fue de s6lo cl
fav urgencias de Bayardo San Romén. Ni
Ke la familia. Pero el tiempo alcanzé sin
manera irresistible con que Bayar
las cosas. -
«Una noche me pregunt6.cudl era la ¢:
istaba -me cont6 Angela
eiVicario., Y yo le contesté, sin saber par
més bonita del pueblo era Ia qt
hubiera dicho lo mismo. Estaba en una ct
os vientos, y desde la terraza se
de las ciénagas cubiertas de ané
dias claros dlel verano se alcanzaba a ver el
fa modestia no tenfa derecho a despreciar aqu
ino. Angela Vicario se atrevié apenas a insinuar
inconvenience pero su madre fo
porque Pura Vicario exigié esperar a gue tern
ja solapa y un
wn el escudo nacional esculpido en el pomo. Fue el
@ bajé del automévil, cubierto por completo
ddiente de nuestros malos camiinos, y no tuvo
‘el pescante para que todo el mundo
¢ Bayardo San Roman se iba a.casar
cari asars . «Me
7; Angela Vicario quien no queria casarse con él. «Me
Era Mjcmasiado hombre para mi», me dijo. Ademés,
\do siquiera seducirla
hechiz6 a la familia con sus encantos.
de la noche en
‘sus hermanas mayores con sus maridos,
Pale ie impusicron Ia obligacion
ypenas habfa visto. Los
«Nos parecié que eran
‘me dijo Pablo Vicario. El argumento
dignifica da por
el premio
A diferencia de los noviazgos de Ia época, que eran
tuatro meses Por
fo fue mas corto
ninara el luto
angustias’ por la
rdo San Roman arreglaba
asa que mas me
a qué era, que la
juinta del viudo de Xius.» Yo
olina barrida por
vefa el paraiso sin limite
monas moradas, y en los
J horizonte nitido
23del Caribe, y los trasatlinticos de turistas de Cartagena de
Indias. Bayardo San Romén fue esa misma noche al Club
Social y st sent6 a la mesa del viudo de Xius a jugar una
partida de dominé.
Viudo -le dijo-: le compro su casa.
-No esta a la venta -dijo el viudo.
“Se la compro con todo lo que tiene dentro.
EI viudo de Xius le explicé con ura buena educacién a
ta antigna que los objetos de la casa habian sido comprados
por la esposa en toda una vida de saevificios, y que para él
seguian siendo como parte de ella. *Hablaba con et alma
en la mano -me dijo el doctor Dionisio Iguarén, que estaba
jugando con ellos-. Yo estaba seguro que preferia morirse
antes que vender una casa donde habia sido feliz durante
més de teinta afios.» ‘También Bayardo San Romén
comprendié sus razones.
-De acuerdo -dijo-. Entonces véndame Ja casa vacia.
Pero el viudo se defendié hasta el final de la partida.
Al cabo de tres noches, ya mejor preparado, Bayardo San
Romén ,Volvié a la mesa de domind.
‘Vindo -empez6 de nuevo-: {Cudnto cuesta la casa?
-No tiene precio.
-Diga uno cualquiera.
“Lo siento, Bayardo dijo el viudo-, pero ustedes los
jovenes no entienden los motivos del corazén.
Bayardo San Roman no hizo una pausa para pensar.
-Digamos cinco mil pesos -dijo.
Juega limpio -le replic6 el vinde con la dignidad alerta-.
Psa casa no vale tanto,
“Diez mil -dijo Bayard San Romén-. Ahora mismo, ¥
con un billete encima del otro.
El viudo lo mir6 con los ojos lenas de lagrimas. «Lloraba
de rabia -me dijo el doctor Dionisio Iguardn, que ademas
de médico era hombre de tetras-. Imaginate: semejante
cantidad al alcance de la'mano, y tener que decir que no
por una simple flaqueza del espiritu.» Al viudo de Xius no
le salié la voz, pero negé sin vacilacién con la cabeza,
“Entonces hdgame un tiltimo favor -dijo Bayardo San
4
Romén-. Espéreme aqui cinco minutos.
‘Cinco minutos después, en efecto, volvié at Club Social
con las alforjas enchapadas de plata, y puso sobre la mesa
diez gavillas de billetes de a mil todavia con las bandas
impresas del Banco del Estado, El viudo de Xius murié dos
anos después. «Se murié de eso -decia el doctor Dionisio
jardn-. Estaba mas sane que nosotros, pero cuando unc
Jo auscultaba se le sentian borboritar las lagrimas dentro
del coraz6n.» Pues no sélo habia vendido la casa con todo
Jo que tenia dentro, sino que le pidié a Bayardo San Roman
que le fuera pagando poco a poco porque no le quedaba ni
tun bail de consolacién para guardar tanto diner
Nadie hubiera pensad, ui lo dijo nadie, que Angela
Vicario no fuera virgen. No se le habfa conocie ningiin
novio anterior y habia crecido junto con sus hermanas
bajo el rigor de una madre de hierro. Aun cuando le
faltaban menos de dos meses para casarse, Pura Vicario
no permitié que fuera sola con Bayardo San Roman a
conocer la casa en que iban a vivir, sino que ella y el padre
ciego la acompanaron para custodiarle la honva.
« Lo tinico que le rogaba a Dios es que me diera valor
a matarme -me dijo Angela Vicario-. Pero no me lo dio.»
Tan aturdida estaba que habfa resuelto contarle la verdad
su madre para librarse de aquel martirio, cuando sus dos
tinieas confidentes, que ta ayudaban a hacer flores de trapo
junto a ia ventana, la disuadicron de su buena intencién.
“Les obedeci a ciegas -me dijo- porque me habjan hecho
“creer que eran expertas en chanchullos de hombres.» Le
aseguraron que casi todas las mujeres perdian la virginidad
en accidentes de la infancia, Le insistieron en que aun
Jos maridos més dificiles se resignaban a cualquier cosa
siempre que nadie lo supiera, La convencieron, en fin, de
que la mayoria de los hombres legaban tan asustados a
lanoche de bodas, que eran incapaces de hacer nada sin
Ja ayuda de la mujer, y ala hora de la verdad no podian
responder de sus propios actos. «Lo tinico que creen es
Jo que vean en la sébana», le dijeron. De modo aue le
ensefiaron artimatias de comadronas para fingir sus
25completo con macetas de flores, y un patio grande con
jiinas sueltas y drboles frutales. En el fondo del patio,
os gemelos tenfan un criadero de cerdos, con su piedra
de sacrificios y su mesa de destazar, que fue una buena
fuente de recursos domésticos desde que a Poncio Vicario
se le acabé la vista. El negocio lo habia empezado Pedro
Vicario, pero cuando éste se fue al servicio militar, su
hermano gemelo aprendié también el oficio de matarife.
El interior de la casa alcanzaba apenas para vivir. Por
eso las hermanas mayores trataron de pedir una casa
ada cuando se dicron cuenta del tamafio de la fiesta.