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Oe ees tea ee en Pe eee eee ees eer eninge test aay eget sick eects Cree e youre ee ea aclsioleekcaNe eek sere Pats caen cece heccnre reine CoE else oie Reel lua le so oR aD eee snr ote eect Si, porque Alejandro es un fantasma. Pero no Reece enna cear lector y contador de historias Tee Tet Mee eel i ae esto Oded kee Roce eer aoe Pelee Tele MCC rel ore) ole ke re ticle Ctra Noe Ned acolo | eeeeetenee esa rere meta, eaves ae MW an lee} Ears EL Erad = % MMA 0178958724552 Libros & Libros S. Exzonora Guerrero Quyjano ¥Coroma1a, Eleonora es Comunicadora Social y Periodista. ‘Trabajé en comunicaciones y relaciones puiblicas enfocadas en la promocién y dlifisién de las artes plisticas,y en la edicion independiente de libros de arte y publicaciones cultarales, Su pasién por los libros infantiles la lew a estudiar a Macstria de Literatura Infantil de Ia Universidad de Roehampton, en Londres, Reino Unido, ‘Tambitn es autora de otros libros de esta misma coleccidn: El sereto de Rup, La rebelén de Capult, Dos cabezasy Zamir ‘Actualmente, es docente universitaria y scribe en su blog Armadillovvoladores blogspot.com, especializado en literatura infantil y juvenl Cu ENTOS para INO dormir Eleonora Guerrero Quijano Indice Pueden Ilamarme A ..... La inundacién Limpieza profunda .. La consulta..... Adorada mascota «2.1... La sabana ... Dia de campo... 75 Tan solo un nombre. Pucden llamarme Al mM € llamo Alejandro 0, més bien, me llamaba Ale- jandro. Hace mucho que nadie me llama por mi verdadero nombre, ahora me llaman espanto, fantasma o espectro. En realidad me gustaria que me lamaran por mi apodo: “Al’, “Al Mortiférus”. Vivo en una casa en ruinas que estd a punto de caerse, Desde que la mitad del tejado se derrumbé, la Iluvia y el viento han ido debilitando su esqueleto. Las paredes se ven ennegrecidas por el hollin, y en donde uno pose la mirada, en los pisos, en las vigas, en Tos es- calones, en las lémparas rotas, hay una gruesa capa de polvo. Ya no quedan muebles porque algunos se los lle- varon los saqueadores y, el resto, se quemaron durante el incendio. Solo la cava, donde el profesor Edgar tenia su despacho y su biblioteca, permanece mds 0 menos intacta. El mayor problema de la cava son las filtraciones. Cuando Ilueve demasiado 0 cuando se desborda el rio, ° Ios libros se Henan de humedad y de hongos. Y aunque quisiera salvarlos, no puedo hacer nada para evitar que se mojen. Es que no tengo ningiin poder en el mun- do material. Aunque me lo propusiera con todas mis jfuerzas, no puedo levantar ni una hoja de papel. Todo aquello que lea en las historias sobre fantasmas que abrian puertas, arrojatan muebles 0 agarraban a sus victimas por el cuello es mentira porque yo no puedo ry leaner tact hacer ninguna de estas cosas. Solo puedo atravesar muros, puertas y paredes, pero nada més. He intentado irme de la casa, pero no puedo, me da mucha pena dejar estas terrorificas historias que alguna vez me hicieron sentir vivo, Ustedes dirdin que hay muchas bibliotecas, que po- dria encontrar libros en otro lugar, pero ninguna es como la del profesor Edgar. Esta biblioteca contiene la coleccién mds completa de literatura de terror y de mie- do que jamds se haya visto. Es una ldstima que se esté pudriendo y no pueda hacer nada al respecto Con cada libro que se dafia siento un dolor muy grande, tan grande como perder a un buen amigo. Mientras descansaba sobre el escritorio que perte- necié al profesor Edgar, escuché voces que venian del centro de la casa. Hacia tiempo que no teniamos visitas, asi que me apresuré por la puerta de la cava, que estd completamente bloqueada, y vi a un grupo de personas conversando, —Lo mejor es demolerla por completo —dijo una sefiora que llevaba un casco amarillo. —{No se podrian aprovechar los cimientos? Tengo entendido que son de roca sélida —comenté un hombre también con casco que tenia unos pliegos de papel en la ‘mano. —No vale la pena —respondi6 la mujer— limpia- remos todo y fundiremos nuestros propios cimientos, 2 Un edificio tan grande necesita de buenos cimientos y hay que cavar por lo menos dos pisos hacia abajo. Luego bajaron los escalones y se dirigieron a la puerta de la cava. Qué hay aqui dentro? —pregunté la mujer. —No hemos podido entrar, estd sellada desde aden- iro, tendremos que traer la maquina —contest6 otro hombre que estaba con ellos. —Esto ya deberia estar listo —repuso ella con en- fado—. Comenzamos las obras la proxima semana, no quiero mds retrasos! La mujer dio media vuelta y se marché. Pero los otros dos se quedaron en la puerta de la cava inten- tando abrirla a empellones. Nadie ha podido entrar en nuestra biblioteca. Esta bien sellada con un gran madero que es imposible mo- ver desde afuera. El profesor Edgar Ia dejé ast para proiegerla, y, hasta el momento, ha cumplido bien su_ propésito. Los hombres no siguieron insistiendo y por fortuna se fueron. Paso la mayor parte del tiempo leyendo y releyendo los libros de la cava. Me deslizo entre sus paginas sin tener que abrirlos y cruzo por sus hojas como si fuera niebla. Me sé muchos cuentos de memoria, ¢Quieren escucharlos? Les advierto que ponen la piel de gallina y tal vez les quiten el suefio. Empieza a lover afuera, Ojald que no sea muy fuerte para que las paredes no comiencen a escurrir agua, y que no se humedezcan més los libros. Esto me recuerda una historia lena de agua, al agua siempre hay que tenerle respeto. En los tltimos dias habia llovido demasiado. Podia decirse que el agua rehusaba abandonar la tegiOn. Ya casi no se vefa el sol porque siempre es- taba oculto tras un grueso manto de nubes plomi- zas, y aunque fueran las nueve de la mafiana daba laimpresion de que pronto iba a hacerse de noche, Aveces la Iluvia descendia con un suave tic, tic, sobre el techo de zinc de la humilde casa de Ade- laida. Parecfa el segundero de un reloj. Y cuando llovia més fuerte daba la impresién de que le estu- vieran dando bastonazos desde el cielo. En ese tilti- mo caso, el ruido era tan ensordecedor que, duran te la noche, Adelaida tenia que cubrirse la cabeza con la almohada, mientras en el dia, decidia salir al cobertizo y quedarse contemplando la Iluvia. Lo peor de todo era que el gran rio que pasaba enfrente a la casa de Adelaida, cada dia iba aumen- tando su caudal y subiendo de nivel. La situacin se habia puesto tan critica que algunos poblados, corriente arriba, habjan quedado por completo anegados, con el agua llegando hasta las ventanas de las casas, Una tarde oscura aparecié un grupo de perso- nas para hablar-con el padre de Adelaida. Se les notaba que no eran de la regién porque una nube de mosquitos asediaba sus brazos y piernas, tan blancos como harina. 6 —jNi crean que me voy a ir de aqui! —Ies dijo don Reymondo, el padre de Adelaida, con un tono que ella le conocfa muy bien cuando estaba enojado. —Entienda que su casa y sus vidas estén en ries- go. Las Iluvias van a continuar y el rio est a punto de desbordarse —le advirtid uno de los hombres que llevaba puesto un impermeable amarillo y bo- tas pantaneras. —Si, don Reymondo —agregé otro—, ademas el gobierno se encargarfa de compensarlo. —jEl gobierno no tiene nada que ver en esto! —interrumpié groseramente Reymondo—. jAqui he vivido toda mi vida y no voy a abandonar mi casa! Me muero primero antes que dejar esta tierra. —¥ es que no le importa su hija? —pregunt6 una mujer que tenia el rostro muy colorado. Ade- laida no sabia si era por el calor que hacfa dentro de la casa 0 porque estaba indignada por la respuesta de su papa. Reymondo le lanz6 una larga mirada a Ade- laida, como intentando saber qué pensaba ella de todo esto. La nifia enderezé su cuerpo flacucho al sentir las miradas de todos los presentes encima. —Blla puede irse si quiere —contesté él con in- diferencia—, pero lo que es a mi, jno me mueven nicon una griial w Continuaron discutiendo hasta que anocheci6, Adelaida guardé silencio. Su papa hablaba con El grupo de personas se fue en medio de una con- seguridad, pero ella tenia el presentimiento de que tinua lovizna, que anunciaba que més tarde caeria algo espantoso podfa ocurritles. A sus ocho aftos el verdadero aguacero, nunca habfa visto que el rio cortiera tan répido Adelaida los vio alejarse con sus impermeables como en aquellos dias de plastico amarillo, dando torpes pasos entre las —Si te da miedo, puedes irte donde la tia Juana. piedras y el barro resbaladizo de la ribera. Cuando Blla no te negard el techo en memoria de tu madre. desaparecieron en la oscuridad, Adelaida entré a —No me quiero ir —respondié Adelaida con preparar la cena y luego le sirvié a su papd, como firmeza, y era cierto que preferia quedarse con su de costumbre, un vaso de ron con agua. papa. En la casa de la tia Juana habia cinco nifios El bombillo que iluminaba la casucha se fundié pequefios y otro que venfa en camino; por la noche en medio de la comida y tuvieron que encender el no la dejaban dormir y durante el dia no hacfan cabo de una vela. Afuera no se escuchaba més que més que lloriquear porque tenfan hambre 0 se pe- el discurrir del rio y una lluvia que arafiaba el techo leaban entre ellos. con insistencia. ‘Ademés, no iba a dejar a su papa solo. No era viejo, pero ella le lavaba la ropa de vez en cuando y también le preparaba la comida. En la casa de la tia hacer que le rindiera—. Todo lo que quieren es la pondrfan a fregar de la mafiana a la noche y sin que nos vayamos para quedarse con todas estas Harken las gracing. tierras. Como habia que ahorrar apagaron la vela des- pués de comer y don Reymondo se fue a dormir temprano. Adelaida salié al cobertizo y se puso a contemplar el rfo. Todo estaba muy oscuro, pero —Bsa gente esta exagerando, —dijo Reymon- do mientras daba un pequefio sorbo a su ron para —2 si el rio se desborda, papa? —pregunté Adelaida con timidez. Fol dee al nai visto peores pot momentos el cielo se iluminaba con los rayos ahom no Fa pase nada, La o s ioe y hasta blancos que cruzaban los nubarrones a lo lejos. La ottatla en Ja ti asa esta bien em- lluvia no era muy fuerte todavia, Adelaida estaba P la tierra, y no estamos tan a la orilla en segura de que més tarde comenzaria el verdadero todo caso. diluvio. De pronto un rayo cayé al otro lado del rio e iluminé por unos segundos las oscuras aguas, Adelaida pudo ver una masa negra en la mitad del rio, mas negra que el cielo y cuatro veces mas grande que su propia casa. —No puede ser un bote —se dijo en voz alta—, Nadie navegaria en la noche y menos con el rio. tan crecido, De nuevo el rio volvi6 a iluminarse con otto rayo y Adelaida aguz6 la vista para distinguir aquella cosa, pero ya no habia ninguna silueta en la mitad de Ia corriente. Habfa sido una vision momenta- nea. Tal vez fuera solo la copa de un arbol arrastra- da por el agua. En los tiltimos dias, se vefan troncos pesados y vegetacién empujada por la corriente. La Iluvia pronto se volvié més gruesa y las aguas azotaban la orilla cada vez con mayor in- tensidad. Adelaida sinti6 frio. Era extrafio porque nunca necesitaba mas que su camison sin mangas; ademés, no tenfa ningtin suéter que ponerse. Tener Poca ropa no era importante en un clima como ese. Los pies desnudos se le helaron de pronto y sin- tid como si le pusieran dos trozos de hielo sobre Jos hombros. Cuando se dio cuenta de que el agua estaba llegando a toda velocidad a los primeros escalones de la casa, fue a avisar a Reymondo: —iPapa, papa, el agua esta subiendo! —Ie grits Adelaida al pie de la cama. 20 El hombre emitié un fuerte ronquido por toda respuesta. Adelaida se acercé a tientas y sintié su amargo aliento. A veces, Reymondo solia servir- se otra copita de ron con agua antes de dormir y al parecer la dosis de esa noche lo habia dejado noqueado. La nifia lo zarandeé para que se des- pertara. —Eh, zqué pasa? {Por qué me despiertas? —El agua est que sube —repiti6 la nifia con paciencia. —No es nada —se gird y siguié durmiendo. Adelaida volvié a salir. Para su sorpresa habia dejado de lover y el agua en la escalera habia desa- parecido, Se acercé a la barandilla de madera y miré hacia el rio. Estaba oscuro y no se distingufa nada, pero lo cierto es que tampoco se escuchaba el discumrir del agua. Mas bien, le parecia estar frente a.una gran pradera ‘De pronto divisé una luz donde debfa ser la, mitad del rio. Era un bombillo en forma de gota, ovalado, y de un verde fluorescente. Adelaida se sintié atraida por su brillo, y sin pensar demasiado empezé a caminar hacia él. El bombillo ovalado se prendia y apagaba en la distancia, como un faro, llamandola. Adelaida marché embelesada, sin importarle que pudiera caer al agua. De todos modos no habia a agua donde caer, parecia que la hubieran succio- nado toda. Bajo sus pies solo habfa tierra mojada y babosa. Habia avanzado tanto que ya debia estar casi en la mitad del rio. Entonces el bombillo se volvié tan grande como una sandfa y su luz tan encegue- cedora como si estuviera viendo directamente al sol del mediodia. Adelaida se protegié de aquella luz con el brazo y aparté la vista en otra direccién. Fue cuando, a pocos metros, vio un ojo gigantes- co y salido, que la observaba con una voracidad salvaje. El bombillo verde, que tenia movimiento pro- pio, se alejé lo suficiente como para mostrarle que aquel ojo pertenecfa a un enorme pez hinchado, con decenas de lanzas que le salian de los costados y de la cabeza. Aquel bombillo incandescente no era otra cosa que la punta de la cola del pez, mo- viéndose como un latigo en el aire. Aquel pez te- nia las mandibulas salidas, con dientes tan grandes como estacas capaces de triturarla en segundos. El gigante se asemejaba a esos peces de las profun- didades del océano. Adelaida sintié como si estuviera clavada en el barro, incapaz de moverse o de correr. El monstruo que habia permanecido quieto hasta entonces, como si estuviera dormitando con los ojos abiertos, cuando vio a Adelaida abrié sus fauces y torrentes de agua barrosa y descompuesta le empezaron a brotar de su interior. Por fortuna, la nifia sabia na- dar y logré mantenerse a flote sobre la corriente espesa que la empujaba casi hasta ahogarla. Entre los remolinos de agua alcanzé a ver el interior de las fauces del monstruo; en ella habia ensartados residuos de madera podrida de casas o embatcaciones, vegetacion y ramas de Arboles desechos por el agua. Y peor atin, Adelaida con- templé horrorizada, jirones de ropa y pedazos de zapatos enredados entre sus colmillos. El pez expuls6 agua por montones hasta llenar de nuevo el rio, Luego se quedé mirandola con sus ojos inmoviles y ya parecia que iba a ir su encuen- tro, cuando entonces cambié de rumbo. Algo lo es- taba atrayendo desde la orilla. Adelaida vio cémo giraba veloz hacia la izquierda, atin con la boca abierta y echando agua a borbotones. Reymondo habia salido a la puerta de la casa, sosteniendo la vela. Tenia una expresién esttipida, como si no entendiera lo que estaba pasando. De una mordida, el pez arrancé el techo de la casa, llevandose a Reymondo, y con las filudas aletas destroz6 el resto. Toneladas de agua espumeante taparon los pilotes de la vivienda. El rfo se habia vuelto més ancho y profundo y el pez se alej6 dando coletazos por la corriente hacia abajo, escupiendo agua y residuos por todos lados, intoxicado de tanto tragar. Por suerte, Adelaida se aferré a un tronco hasta que lograron rescatarla en una lancha, a la madrugada. La nifia estaba débil, con una fiebre que la hacia convulsionar, y en medio de su delirio hablaba de un monstruo acuatico con cola de bombillo, que se habia tragado su casa y a su papa. Por supues- to, nadie le crey6 la historia, Pensaron que la pobre nifia estaba trastocada por haberlo perdido todo en aquella nefasta inundacion. QD aS 4 pasé Ia Iluvia y gracias a Dios no hubo mayo- res estragos, Los libros de la estanteria que ob- servo en este momento contintian secos, pero los que se encuentran detrds del escritorio del profesor se estan deteriorando porque en ese lugar pareciera que las pa- redes estuviesen lorando. A algunos libros se les esté corriendo la tinta debido a la humedad. Intento secar- los pasando por entre sus paginas una y otra vez, aun- que esto no tieneningtin efecto porque no say viento y no produzco frio ni calor. Si tan solo pudiera evarlos a algtin otro lado. Bueno, seria una tarea muy pesada tener que mover uw todos esos libros. Ademds, necesitarfa ayuda porque debe haber mds de quinientos. El otro dia me puse a contarlos y legué a doscientos algo, pero luego perdi el hilo y me tocé volver a empezar; después, me confundi dejé de seguir contando, No he vuelto a intentarlo. ‘No vale la pena contar libros cuando tengo mayores preocupaciones. ¢Recuerdan a las personas que vinieron el otro dia, las que intentaron entrar a la cava? Pues empezaron a revolver la casa. Estdn levantando los pisos, rompiendo las escaleras a martillazos. Hacen tanto ruido que me sobresalto. Resulta cémico porque, aunque no lo crean, soy un fantasma sensible y asustadizo. Desde muy pequefio he sido ast. Solo el profesor Edgar entendia bien mi extrafio cardcter. Desde Ia prematura muerte de mis padres (tendria unos dos afios de edad cuando esto ocurri), el mundo me caus6 pavor. Mis primos gozaban asustindome casi a diario y pronto me converti en un nifio llorén, tmido y siempre nervioso, La llegada de la noche y sus ruidos me daban in- somnio: el viento golpeando en las ventanas o el cru- jir de la madera me hactan pensar en horribles seres y visiones, La mayor parte del tiempo dormia, si es que podia, esperando a que algo fatal me sucediera. Cuando cumplf seis afios mis parientes, con los que me habia quedado tras la muerte de mis padres, estaban en una mala situacién econémica y como no podian hacerse cargo de mf decidieron enviarme a un internado a pocos kil6metros de un pueblo, Io cual les resultaba mas barato, Se podrdn imaginar el miedo que ‘me daba abandonar el tinico hogar que habia conocido hasta entonces. Tos aftos que pasé en el internado no me ayuda- ron a superar mis temores. Todo lo contrario, estos au- ‘mentaron. Y mis compaiieros que conoctan mi esptritu nervioso gozaban torturdndome y diciéndome cobarde cada vez que podian. Fue al poco tiempo que entré al internado cuando escuché por primera vez hablar del profesor Mortiférus. Se decia que era un hombre extrafio, que vivfa en una casa antigua, a pocos metros del internado, muy cerca al rio, Los chicos decian que la casa estaba maldita, como su duefio. i%@ estan golpeando otra vez! jEstén martillando en las paredes! jNo me gusta que vengan a molestar nues- tra casa! Algunas cosas deberian quedarse tal y como estdin, Esto me recuerda otra historia... De nuevo Oscar estaba limpiando el piso de su cuarto. Era la tercera vez que pasaba el trapo por la baldosa. Desde que en la clase de biologia le ha- bian mostrado en el microscopio qué forma tenfan las bacterias, y desde que le hablaron de la canti- dad de gérmenes que habia por todas partes, sentia un permanente asco y deseos de limpiarlo todo. —(Sabias que en una toalla puede haber has- ta 700 millones de microbios y bacterias? —Ie dijo a Fabricio, su hermano mayor, que al contrario de Oscar le tenfan sin cuidado las colonias de microor- ganismos que podian existir en sus medias sucias. —Creo que en la toalla de nuestro bafio debe haber 1000 millones de los que dices porque me acabo de sonar con ella —contesté burlandose. Oscar se quejé de su mal gusto y en cuanto pudo, metié la toalla en Ia lavadora, con agua ca- liente y mucho jabén, por si acaso. —Esté bien que seas limpio, pero creo que es- tds exagerando —le dijo su mamé cuando vio que Oscar se lavaba las uanus con jabon antibacterial cada vez que utilizaba el teléfono, tocaba la neve- ra, el control remoto del televisor 0 cualquier otro objeto que hubiera pasado por las manos de varias personas. —Mamé, si supieras jcudntas enfermedades hay en todas partes! jEl mundo es una inmundicia! 28 —Pero en él hemos vivido siempre —contest6 su papé—. Ya deja tanta obsesiGn por la limpieza! Pero Oscar no podia sacarse de su cabeza las imAgenes que habia visto en el microsco- pio. Aquellos bichos diminutos eran asquerosos. Algunos se vefan como manchas de colores bri- llantes, con puntos en sus cuerpos sin forma y con centenares de patas méviles. Fue a partir de esta obsesién que Oscar se vol- vid fanatico a los productos de limpieza. Cada vez que iban al supermercado le rogaba a su mamé que compraran poderosos desinfectantes, capaces de eliminar hasta el 99% de las bacterias. Pero un dia, nadie supo cémo, se compré con sus ahorros una lémpara ultravioleta. El amigo de un amigo le habia dicho a Oscar que la luz ultravioleta servia para encontrar las co- lonias de microbios, y que su mamé la usaba para saber dénde redoblar Ia limpieza. Bajo la luz de la lémpara ultravioleta las bacteria aparecian como manchas brillantes y de esta manera resultaba més facil eliminarlas. Lo cierto es que en la noche, cuando estaba muy oscuro, era el mejor momento para que Os- car usara su l4mpara ultravioleta; se parecia a un bastén, pero la mitad de largo, y funcionaba con bateria. Parecia un detective buscando pistas en la oscuridad. Cuando encontraba manchas brillantes 29 le advertia a su mama dénde tenfa que desinfectar al dia siguiente. Una noche estaba haciendo una inspecci6n en el piso de la entrada de su casa cuando encontré una mancha grande y viscosa. Parecia que hubie- ran regado un liquido espeso alli. Oscar no podia asegurar que fueran bacterias o moho, pero debian serlo porque aquella mancha tenia todo el aspec- to de un hongo gigante, de esos que salen en las paredes donde hay excesiva humedad, formando capas negras y grumosas. Al dia siguiente le aplicaron los liquidos de ri- gor, pero la mancha se mantenia alli, seguia siendo visible con la luz ultravioleta y parecfa inmune a los tratamientos de limpieza. Cada vez que Oscar llegaba del colegio 0 entra- ba a la casa, sabia que aquella mancha estaba ahi, aunque no pudiera verla a simple vista. Conocfa su exacta ubicacién, casi tocando el guardaescobas, y pasaba dandole un rodeo, evitando cualquier con- tacto con ella. Se sentfa amenazado por esa man- cha y no le quitaba los ojos de encima hasta que se alejaba. Ademés, todos los dias se quejaba con su mamé de la mancha. —No empieces otra vez con lo mismo, Oscar. iYa he limpiado varias veces la entrada! —Ie re- proché ella una tarde. 30 Al principio le habia gustado la idea de que su hijo le ayudara con la lampara ultravioleta a identi- ficar los lugares ms sucios, pero ahora que sentia que el trabajo se le doblaba, estaba cansada. —Pero se sigue viendo con la luz ultravioleta, mami, jest ahi! ;Td misma la has visto! —respon- dié indignado—. Deberiamos cambiarnos de casa, este lugar es insalubre. —jYa no més! —lo regafié su papa. La cuestién habia Ilegado al limite de su paciencia. Agarré la lampara ultravioleta de las manos de Oscar y la estrellé contra el piso. Todos quedaron perplejos, excepto Fabricio que trataba de contener la risa. —No quiero escuchar una palabra més de esa mancha ni de ninguna otra, zesta claro? —agregd el papé furioso Oscar junt6 sus pobladas cejas y guardé silen- cio. Si nadie hacia nada, él se encargaria... Esa noche, cuando ya todos estaban acostados, fue a inspeccionar de nuevo la entrada. Descu- brié con sorpresa que la mancha se habia vuclto del todo visible, y que ademas, habia aumentado considerablemente su tamafio, extendiéndose en buena parte del piso, casi hasta la pared. A Oscar le recordé un charco infecto, que lle- vaba dias pudriéndose y formando capas de nata negra en su interior. No pudo evitar hacer una 3 mueca de repugnancia. Aquella cosa tenia todo el aspecto de que iba a seguir propagandose por el resto de la entrada, Entonces se le ocurrid una idea tonta: fue a la cocina y buscé entre los implementos de reposte- ria de su mama. Habja visto muchas veces cémo ella utilizaba un pequefio soplete para derretir el aziicar. No pesaba nada y era facil de manejar, solo habia que apretar un botén y la llama se hacia tan grande como la de una vela, pero con la fuerza de un chorto. Oscar empuiié el soplete frente a la viscosa mancha del piso. Estaba seguro de que no iba a incendiar nada, tan solo lograria calentar la baldo- sa y aquel foco de virus seguro que se evaporaria. Pero tan pronto como le acercé la llama, escuchd un quejido que le hizo temblar la mano. Parecia que alguien se estuviera muriendo de un intenso dolor. Oscar retiré el soplete y miré hacia el interior de la mancha; ahora se percibian voces en su interior: susurros adoloridos que se elevaban como humo. Ademés, habia comenzado a percibirse un in- feccioso olor en el ambiente, a azufre y descompo- sicién, que mareaba a Oscar y le impedfa moverse. Aquellos vapores le Ilenaban la nariz, haciéndolo llorar del malestar; en la boca sentia un sabor a pescado podrido que le revolvia el estémago. 32 En la mancha negra vio surgir rostros de un verde enfermizo que abrian y cerraban sus bocas deformes. Entonces una mano huesuda, con jiro- nes de care agusanada colgndole por los costa~ dos, atravesé la mancha desde el fondo y agarré a Oscar por el cuello, cortandole la respiracién y jalindolo con fuerza hacia ella. Fue como si lo arrojaran a una piscina de agua pestilente, entre los quejidos y vapores que removian el suelo. Al dia siguiente, encontraron el soplete aban- donado en la entrada, pero ninguna sefial de Oscar ni de la mancha nauseabunda. QD ae uando cayé la noche los hombres de los cascos al /fin se fueron. Si estuviera vivo me doleria la ca- beza con tanto martilleo, pero como no lo estoy, todo este alboroto me causa solo incomodidad, como cuando und mosca gorda entra en la habitacién y no deja de zumbar. {Por qué serd que hay personas que se empefian en molestar a otros? En el internado tenia mi torturador personal, se llamaba René. ;Cémo lo detestaba! Aunque también, en el fondo, le estoy agradecido. Si no hubiese sido por él nunca hubiera conocido al profesor Edgar. Les contaré cémo sucedié. Un dia en que todos nos moriamos de aburrimiento, mis compafieros me retaron 33 a que fuera a la casa embrujada del profesor Mortiférus para que averiguara como era por dentro. —Si no lo haces, te encerraremos en la alacena —1me amenaz6 René con una sonrisa malévola. Hacta muy poco René me habia encerrado en la ala- cena y yo sabia muy bien lo que me esperaba. Era un lugar completamente oscuro, estrecho y de aire pesado, donde se guardaban los granos, el queso maduro y los encurtidos, Pero eso no era lo peor: cuando uno estaba ahi podia sentir una fria respiracién en la nuca y agu- dos chillidos. Tal vez solo fueran ratas, pero yo pensaba que podian ser fantasmas. Fue tal el pdnico que sentt aquella vez, cuando René me encerré en la alacena, que perdi el conocimiento. Enionces comprenderdn por qué prefert ir a tocar a la puerta del profesor Mortiférus, nuestro tétrico vecino, a quedarme cinco minutos en ese horrible lugar. Cuando nos acercdbamos a la desvencijada casa del profesor Mortiférus, me faltaron las fuerzas y le supliqué a René y al resto del grupo: —Prometo hacerles las tareas por un mes, ;pero, por favor, nome obliguen a ir alld! —Buena ide’ lo de las tareas, pero de todos modos tienes que ir. Ademds, ga quién le importaria si te pasa algo? No tienes a nadie —respondié René mientras carcajeaba. Atravesamos el campo del internado, llegamos al rio, ¥y pasamos por un puentecito de madera, muy endeble, que habia para legar al huerto de la casa del profesor Mortiférus. René y los otros esperaron a que yo llamara a la puerta para que no me escapara, y luego corrieron @ ocultarse entre los arbustos, sin dejar de espiarme. En la puerta de la casa habia una aldaba en forma de hombre, pero con boca y melena de leén. No queria ni tocarla, pero como no habia timbre, agarré el anillo y -golpeé tres veces sobre la reseca madera. Las manos, la frente, la espalda, me sudaban del miedo. Se demoraban en abrir y creéa que me iba a librar ficilmente del asunto, cuando un hombre alto, con ves- tido de patio gris, me abrié la puerta. Me lanzé una mirada severa, parecia que era de esas personas que no toleran las bromas infantiles. —zQué deseas? —me preguntd con una voz ca- vernosa que me hizo temblar de pies a cabeza “Por firvor, puedo usar su bafio? —fue lo tinico que se me ocurrié decir para poder entrar en la casa. El hombre me observé fijamente, eché un vistazo a mis espaldas, hacia los drboles donde estaban ocultos René y los otros nifios, y luego me hizo entrar cerrando la puerta de un golpe. Las rodillas me fallaban, sentia que me iba a desmayar. —ZA qué vienes, nifio? —me pregunté en el vesti- bulo—. No tienes necesidad de decirme mentiras. 35 No podia ni hablar. No solo porque estar en aque- —Si esos nifios que estén afuera no son tus amigos, Ha casa y con ese personaje me aterraba, sino porque “por qué quieres irte tan répido? ;Te gustaria tomar no sabia qué mds podia decirle. La respiracién se me un chocolate caliente? Eso siempre ayuda a recobrar el iba y estuve a punto de caerme, pero él alcanz6 a aga- rrarme en el aire y luego me hizo sentar en Ia silla més cercana. Este gesto amable no solo me sorprendié bastante, sino que me hizo sentir mejor. Fue extrafio, pero de pronto ya no le tenia tanto miedo. animo. Al cabo de un rato estdbamos sentados en el co- medor con dos tazas humeantes de chocolate y una bandeja de bizcochuelos. Tan pronto como degusté el dulce sabor en mi boca me senti reconfortado, Aquel Es cierto que la casa era vieja, 0 asf se veia por fue- hombre no podia ser tan malo después de todo. Alguien "1, pero era muy acogedora por dentro. Haba varias realmente malo no se preocupa por el bienestar de uno. lamparitas que le daban calidez a los rincones y ricos tapices bordados con animales y flores recubrian las paredes, revistiéndolas de un aspecto alegre y a la vez Pronto me sentf en confianza y comenzamos a ha- blar del internado, de que me gustaba leer en mis ratos libres, El también me conté que vivia metido entre sus erga libros y sus escritos, que viajaba con frecuencia a dictar —Disculpe, sefior —confesé tartamudeando, des- conferencias y por eso la casa lucia un poco abando- pués de tomar un vaso de agua que me ofrecis— los nada, no habia podado el jardin en meses. Aunque su nnifios dicen que su casa estd... apellido era Mortiférus me pidié el favor de que lo lla- —Maldita —completé. Se daba cuenta de lo mucho mara Edgar. que me costaba hablar—. Ah —dijo con una sonrisa Debo confesar que nunca habia tenido un amigo que le ilumind el rostro— eso es lo que dice la gente, verdadero y menos un amigo adulto, Los adultos no me solo habladurias. ;Ya te sientes mejor? Si quieres te duban confianza hasta entonces, Sin padres y sit fa- daré un recorrido y asi podrds contarles a tus amigos miliares que se interesaran por mt, no es extrafio que To que has visto. fuera tan esquivo. —No quiero molestarlo, —dije con timidez— y Ah, los adultos, por mis experiencias y por mis lec~ ellos no son mis amigos. turas sé que los adultos no siempre son de fiar. Acabo Miré hacia a puerta dispuesto a salir corriendo, de acordarme de otro cuento que les pondrd los nervios pero él adiviné mi intencién de punta. 36 El ascensor marcé el piso quince y Dani salié de él con paso resuelto, buscando por todos lados. «Quince cero cinco, quince cero cinco, quince cero cinco...» Repitié varias veces el ntimero del con sultorio que le habia hecho aprender su mamé cuando lo dejé a la entrada del edificio. Al fin encontré la puerta de vidrio, marcada con el ntimero y tuvo que empujarla con las dos manos porque le resultaba demasiado pesada para sus es- casas fuerzas. La secretaria, que estaba sentada detrds de un alto mostrador, observé a Dani por encima de sus gafas y siguié mascando chicle con actitud de desprecio. —Tengo cita con el doctor —le dijo Dani con seguridad. Como la mayor parte del tiempo se la pasaba entre adultos, sabfa comportarse con desenvoltura. —{Vienes solo? —pregunté ella con un tono de desconfianza. —Mi mam est parqueando, ya viene —aclaré Dani. —Toma asierito. El doctor te llamaré en un mo- mento. Dani buscé el sitio més alejado de la recepci6n, distante de aquella desagradable secretaria. 40 Era una sala bastante grande aunque fria, con las paredes pintadas de un verde griséceo. En una sa liente, junto a una planta ornamental, Dani vio a un nifio sentado en un sofa. Decidié hacerse a su lado, asi no se sentiria solo mientras esperaba la consulta. El nifio aquel era mucho menor que Dani, debia tener alrededor de unos seis afios. Su semblante era bastante pilido y enfermizo. Al sentarse, Dani not6 que el sofa de cuero sintético estaba helado y en seguida, cambié la temperatura de todo su cuerpo. Esa era una de las cosas que no le gustaban de ir al médico: los con- sultorios, en general, le parecfan frios, poco aco- gedores, y aunque se esforzaran por decorarlos con exuberantes plantas ornamentales, las blan- cas luces de neén solo ayudaban a empeorar el ambiente. Dani se removié incémodo en su asiento. De- testaba estar ahi, pero no tenia mds opcién. Ulti- mamente elapetito le habia desaparecidoy le daban frecuientes mareos. Para pasar el tiempo empezé a hacerlelacharlaal nifio que permanecfaasulado,en silencio. —{Es tu primera vez? —le pregunté. —No.Ya habia estado antes —respondi¢ el nifio en voz baja. Por su aspecto se notaba que estaba més enfermo que Dani. 4 —tY dénde estan tus padres? —No tengo padres —contesté con un tono las- timero. Dani se ruboriz6. Siempre olvidaba que no de- bia hacerles preguntas indiscretas a los extrafios. Su mamé, més de una vez, lo habia regafiado por ser tan imprudente. —No conozco al doctor Salazar. ¢Serd buena persona? —pregunté de forma alegre, como para enmendar su torpeza anterior. —No le recibas ningiin remedio. —2Y por qué no? —No es un buen médico —susurré el nifio. —Entonces, gpor qué estas aqui? —pregunté Dani alarmado. —Solo estoy esperando. —;Esperando qué? EI nifio no respondi6, Se limité a mirarlo con sus enormes ojos, lo més sobresaliente de su cara. Aquellos ojos no tenian brillo y parecfan cubiertos por una ligera veladura. —Pregiintale —dijo al cabo de unos segun- dos— por la calavera que tiene en el consultorio. —{Qué pasa con la calavera? —Es de alguien que td conoces. cy —jEso es una estupidez! jNo conozco a nadie que haya muerto! —exclam6é Dani indignado. {Qué podia saber aquel nifiito extrafio sobre a quién conocia Dani y a quién no? —Pregtintale por la calavera —insistié el nifio— pregiintale de quién era. —No voy a preguntarle nada al doctor, creerd que estoy tocado. —Entonces solo dile que hablaste con Federico. Una puerta se abrié al fondo y al momento se escuché una voz masculina: —Daniel Arturo Ramirez. Danise levanté de un salto. Cuando se giré para decirle una tiltima palabra a Federico, vio que este se habia marchado. «Qué nifio mas raro», pens6, «debid ir al baito» y sin perder tiempo se dirigié al consultorio. Silvia, la mamé de Dani, entré pocos segundos después de que su hijo se sentara. Dio mil excusas al doctor por el trafico, la congestién, porque no encontraba un lugar donde parqueat... El doctor Salazar le dirigié una sonrisa comprensiva. Luego, le pidié a Dani que se pusiera en la camilla para examinarlo. El médico era un sefior mayor que su madre. Lucfa un tupido bigote, similar a las cerdas de un 6 cepillo de lustrar zapatos, y el cabello grisdceo es- taba bien peinado hacia atras con gel brillante. Mientras lo examinaba con el fonendoscopio, Dani reparé en la calavera que descansaba sobre un viejo archivador metélico. Le molest que la tuvieran para sostener una pila de papeles blancos, como si se tratara de una artesania, un cenicero 0 cualquier otra cosa. — {Esa calavera es de verdad o de plastico? le pregunté al doctor que acababa de quitarse el fo- nendoscopio. Dani tuvo la impresién de que su pregunta lo tom por sorpresa; sin embargo, contest6 con la mayor naturalidad, —Es de verdad, jte gustaria verla? Dani negé rapidamente con la cabeza. No le tenfa miedo a primera vista, pero solo de saber que habfa sido de una persona real, sintié una corriente subiéndole por la columna. «Es de alguien que ti conoces», se acordé. —gDe quién era? —pregunté antes de bajarse de la camilla. Dani vio que el doctor durante unos segundos se puso palido, y la temperatura del lugar bajé de repente, como si hubieran elevado al méximo el aire acondicionado. —Era de un nifio —explicé el médico sin darle mayor importancia a su pregunta. Era obvio que la calavera habia sido de un nifio, porque no solo era mas pequefia que la de un adulto, sino porque sus dientes ain no estaban bien formados. El craneo, de un color amarillen- to, los observaba desde el archivador con sus dos grandes cuencas opacas. Dani volvié a sentarse junto a su madre y el doctor ocupé su sitio del otro lado del escritorio. Luego, sacé una libretica de formulas y empezé a escribir a toda velocidad. Cuando termin6 le estiré la hoja a Silvia y se agach6 para buscar algo en el iltimo cajén de su archivador. —Quiero que tome esto cuatro veces al dia —dijo entregandole a la madre un frasquito de color café que tenfa en su interior un liquido es- peso y amarillento. De solo verlo, a Dani le entré desconfianza. —Bien, doctor, muchas gracias —dijo Silvia. —No pienso tomarme esa cosa —irrumpié Dani con resolucién, al tiempo que cruzaba los brazos, El médico se quedé con la boca abierta, asom- brado. —Es para que te alivies, mi amor —intervino la mama con una dulzura forzada—. Debes hacerle caso al doctor. | ' —A los grandes tampoco nos gustan los medi- camentos, pero te aseguro que este no tiene mal sabor —dijo el hombre intentando ser amable. —jNo! —contesté Dani—. Ademds, me han dicho que usted no es un buen médico. —(Daniel!, por favor, no seas grosero. —Quién te dijo eso? —pregunté el doctor Salazar alarmado. —Un paciente suyo que se llama Federico. El doctor se levanté de golpe. —Dices que Federico? —Asi es. —Cuando hablaste con él? ;Dénde lo viste? —Aqui mismo. Estaba en la sala de espera, an- tes de que usted me Ilamara. Me dijo que usted no es buen médico y que le preguntara por la cala- vera —contest6 Dani mirando hacia el archivador donde estaba el créneo. Le parecié que su color amarillo empezaba a volverse blanco. Al escuchar esta explicacién el doctor se puso tan nervioso que el bigote de cepillo le temblaba sobre los labios. Silvia miré al uno y al otro sin en- tender nada. —Disculpe, doctor, las tonterfas que dice este nifio! Debe haber un error —se excus6 ella. 46 El doctor empez6 a caminar por la habitacién, sumergido en sus pensamientos y hablando para si mismo. Después se detuvo de golpe y le dirigié una mirada severa a Dani: —Todo lo que te haya dicho es mentira. —Doctor, no deberfa permitir que un nifio ande por ahi diciendo esas barbaridades. Nadie duda de su enorme prestigio, jtodos saben que usted es un gran médico! —Sejiora, —contesté el doctor con voz tem- blorosa— Federico estaba muy enfermo, se estaba muriendo y no tenia a nadie quien lo cuidara... El doctor Salazar se acercé a la calavera. La tomé entre sus dos manos y confronté las enormes cuencas vacias. Dani vio que aquel craneo se volvia cada vez més blanco. Lentamente fue apareciendo el con- torno transparente de una frente, de una cabelle- ra, de unas orejas y unas palidas mejillas. Con una piel translticida la calavera se rellené con todo lo que Ie faltaba, y sus facciones se hacfan ahora in- confundibles. Dani estaba tan asustado que podia escuchar su propia respiracién, y se froté los ojos para conven- cerse de que todo era una pesadilla. Vio a su madre, boquiabierta, incapaz de pronunciar palabra, y con Jas ujias bien clavadas a las correas de su bolso. a El doctor lanzé un grito de angustia e inten- t6 arrojar la calavera al suelo, pero una fuerza in- visible le impidié desprenderla de sus enormes manos. —%o solo querfa ayudarte! —suplicé el médi- co—, jEra lo mejor para ti! En respuesta, la calavera desvanecié sus faccio- nes trasparentes y se volvié de un rojo incandes- cente que abrasé las manos y brazos del doctor. El hombre lanzé un agudo grito de dolor y cayé tras el escritorio. Cuando Silvia y Dani pudieron moverse de nuevo, corrieron hasta el doctor, en un intento por atxiliarlo, pero tanto el doctor Salazar, como la calavera del nifio habfan desaparecido. aD ae j Les dio miedo este cuentico? No es del todo malo sentir miedo. El miedo hace brincar el corazén, sudar el cuerpo, agudizar el ofdo y también nos aler- ta. Todo esto es una sefial saludable de que tengamos cuidado, que nos protejamos. Pero cuando el miedo se vuelve incontrolable es otro asunto muy distinto. Antes de conocer al profesor Edgar tenia miedo la ‘mayor parte del tiempo. Mis compaiieros se aprovecha- ban de mi debilidad. Hubiera podido vivir encerrado en ‘mi cuarto, solo pensando en el miedo que le tena a todo. 48 Recuerdo bien aquella tarde en que entré en la casa del profesor Edgar por primera vez: —jA qué le tienes tanto miedo? —me pregunt6. —A casi todo —respondi con una sonrisa nerviosa. —Temerle a todo es como no temerle a nada. Por favor, dime a qué. —Le temo a la oscuridad, a los fantasmas, a los monstruos, a la sangre, a...—y me callé de pronto, vol- via a sentir que el cuerpo se me tensaba de solo pensar en todo eso, —:A la muerte? —pregunt6 con desenvoltura, como quien habla del mal clima o de cualquier cosa insignificante. Yo asenti. —Creo que puedo ayudarte, EL profesor Edgar me llev6 por unas escaleras que descendian y entramos a un cuarto abovedado. Habia estanterias con centenares de libros cubriendo las pa- redes hasta el techo. Jamés habia visto tantos libros y ‘me quedé asombrado. —Esta es la mayor coleccién de obras de suspenso xy de terror que se conozea, 0 de la que se tenga noticia Aver... —el profesor buseé algo en una estanterfa cer- cana—... puedes comenzar con este —me alargé un librito forrado con tela roja. 49 Abri su tapa y le: “Narraciones Extraordinarias” y volvt a cerrarlo de golpe. El saber que era de terror ‘me secé al instante la boca y me puso ansioso de nue- vo. Se lo devolut inmediatamente al profesor como si estuviera quemando. —No, no, lévatelo, te lo presto, y si quieres puedes venir por otro cuando lo hayas terminado. Te garantizo que te gustard mucho. Ya era de noche cuando salt de la casa del profesor Mortiférus con el librito rojo bajo el brazo. René y sus secuaces hacia rato se habian marchado. A la hora de Ta cena, cuando me vieron entrar al comedor, murmu- raron entre sf, pero no me dijeron nada. Habta pasa- do un rato agradable en la supuesta “casa maldita” del profesor, ellos no tenian por qué saberlo. Aquella misma noche lei el libro, 0 deberia decir que me lo devoré en unas cuantas horas. Era aterrador hasta los huesos, pero, cosa extrafia, no podfa parar de leerlo. Cuanto mds tétrico se ponia, mas me emociona- ba con cada historia. Alotro dia regresé a la casa del profesor Mortiférus por mds libros como ese y él no tuvo ningiin inconve- niente en prestérmelos. Estaba muy satisfecho de ver cémo me habia aficionado a este tipo de historias. Al cabo de unos dias un cambio fue produciéndose en mi. Aunque muchas de las historias que lefa eran es- peluznantes y a veces me quitaban el suefio, en la vida diaria me habia ouelto mds sereno, menos nervioso. 50 No me malinterpreten, no es que dejara de sentir miedo, nada de eso, sino que aprendi a convivir con él. Si escuchaba o presentia cosas raras, en lugar de ten- sarme y sufrir, dejaba que el miedo existiera dentro de mi. Cuando el miedo se terminaba (porque, créanme, siempre se termina), quedaba en un estado de profunda tranquilidad. Debi cambiar bastante porque mis compafieros lo notaron. Desde el dia en que entré ala casa del profe- sor Mortiférus me guardaron mds respeto, pero no se atrevian a preguntarme qué habfa ocurrido allf den- tro. Hasta mi torturador, René, me miraba a distancia, con recelo, Cierto dia amenazé con meterme en Ia alacena. Tranquilamente, le respondt que bien podia hacerlo. En realidad, no fue capaz de cumplirlo. Ahora que yo andaba deambulando en las noches por el edificio del internando y lefa bajo las oscuras escaleras, con la ayu- da de una linterna, René perdié todo el poder que tenia sobre mi y dejé de molestarme. fi Hace poco amanecié y ya comenzaron los obreros sus trabajos, Estd cayendo arenilla del techo; las pa- redes y el piso tiemblan como si un gigante estuviera caminando sobre nosotros. Se darn cuenta de que digo “nosotros” porque ahora no estoy solo. Desde que comenzaron las obras algunas ratas se instalaron en la biblioteca, No tengo idea por donde se st metieron, pero vienen huyendo de los cuartos de arri- ba. Aunque no son muchas no me gustan las ratas, prefiero los gatos. Hay personas que gustan de los roe- dores, como Alicia, ahora mismo me estoy acordando de su historia. A YAM i qt) El cuarto estaba en total oscuridad cuando el sefior Oliverio entré. Buscé el interruptor mas cercano, lo pulsé varias veces pero no funcioné. —jAlicia! —llamé en la oscuridad—. Alicia! Nadie le respondi6. Entonces Oliverio fue hasta el cuarto de al lado y encendié una luz que traz6 un recuadro sobre la alfombra. —iAlicia! —volvié a gritar. Una sombra se movié detras del sofa. Luego, una silueta avanz6 despacio hacia Oliverio. Alicia tenia el largo y abundante cabello negro muy des- peinado, como sia propésito se lo hubiera enreda- do con un peine; andaba con los pies desnudos y con una mirada embrutecida, parecfa que hubiera pasado toda la tarde viendo televisién. —Hola, papi, no te sentf llegar —dijo con des- gano. —iNo me gusta que quites los bombillos! —res- pondié Oliverio controlando su irritacién. Ahora habia trafdo una silla y estaba instalando un nuevo bombillo en la sala. Cuando por fin se iluminé la estancia, se dio cuenta de que Alicia se vefa muy palida, con la mirada vaga y extrafia, —Tengo una mala noticia —dijo la nifia con los ojos llenos de lagrimas. — {Qué pas6? —Oliverio se acercé hasta ella. —Rocky desapareci6. 54 —jNo puede ser! —contesté con fingida preo- cupacién. En el fondo sentfa un gran alivio con esta noticia. —Ocurrié mientras dorm(a la siesta —continud Alicia con un hilo de voz—, ya lo busqué por todas partes y creo que se escapé mientras Isadora fue a sacar la basura. Isadora era la sefiora que arreglaba el apartamento durante el dia y le daba de comer a Alicia. Se marchaba siempre una hora antes de que llegara Oliverio. —jAy, mi cielo!... Esas cosas pasan —dijo el papa déndole un largo abrazo de consuelo. Noté que Alicia estaba un poco més caliente de lo normal. Le pregunté si se sentfa mal y le miré la garganta, por si acaso. —Fstoy bien —respondié ella—. Me da tristeza lo de Rocky. Oliveri se sentia aliviado, Desde que trajo a Rocky a casa, Alicia no queria desprenderse de él, niun segundo. Practicamente, dormfa con ese ani- mal. En lugar de dejarlo en su jaula, lo llevaba con ella a todas partes sobre su hombro, 0 a veces se lo ponia en la cabeza como si fuera un adorno. A Oli- verio aquello le parecia repulsivo, gpero cémo pro- hibirselo? La mamé de Alicia se habia marchado hacfa poco y queria ahorrarle disgustos a la nifia, no era necesario regafiarla todo el tiempo. 55 Es mas, unas semanas antes, a Oliverio se le ocurrié que tener una mascota le ayudaria mu- cho a Alicia. Por eso, le habfa regalado un hamster blanco, para que no se sintiera sola y tuviera algo distinto en qué pensar. —Y si Rocky no est, gpor qué te empefias en seguir a oscuras? —pregunté él. Alicia lo miré con un leve brillito rojo en las pupilas. —A Rocky le fastidia la luz —contesté ella con resolucién. De pronto, su voz ya no sonaba triste, sino més bien un poco grave y seria —Bien lo has dicho: a Rocky”, pero nosotros no tenemos por qué andar a oscuras. Alicia no le contest6 nada. Se senté en la co- cina mientras su papa calentaba la cena. Parecia ausente. De hecho, casi no comié nada. No tocé su filete de pescado, ni las papas fritas que tanto le gustaban. Oliverio pens6 que era porque estaba deprimida. Como cosa rara comié unas pocas za- nahorias y lechugas, haciendo un molesto crujido mientras masticaba. A la hora de dormir, Alicia estaba mas activa que antes. Iba de un lado para otro, moviendo y removiendo cosas en su alcoba. Oliverio insistié en que debia descansar, pero ella no queria. Tavo que prometerle, muy a su pesar, que le compraria otro ratén y solo de esta manera Alicia accedié a me- terse ala cama. Mientras cerraba la puerta del cuarto de su hija, Oliverio pensé que aunque le desagradaran aque- llos animales, serfa facil hacerse a otro rat6n blanco. Tenia un buen amigo en los Laboratorios Far- macéuticos CH, precisamente el que le consiguié a Rocky. Oliverio pensaba pagarle, pero su amigo no se lo permitio: —No te preocupes que hay cientos de estos en el laboratorio —dijo mientras le entregaba a Rocky en una estrecha jaulita—. No lo echardn de menos, puedes estar seguro. Para agradecerle, Oliverio lo invité a almorzar aquel dia. Apreciaba mucho que le hubiera ayu- dado porque él no tenfa tiempo de ir a una tienda de mascotas y comprar un hamster. Trabajaba en la oficina desde el amanecer hasta muy entrada la noche, y cuando sala ya los almacenes habian cerrado. Oliverio se metié en la cama e intenté conciliar el suefio. Fue cuando entonces escuché un ruidi- to. Parecia que estaban arafiando algo. Venia del cuarto de su hija. Se levanté a mirar. Abrié la puerta despacio y encontré a Alicia encogida en un rincén, ocupada en algo. — Qué ests haciendo? Deberias estar dormida. La nifia no le contest6. Arafiaba el piso de la esquina. Oliverio fue hasta ella. 7 | —jAllicia, métete a la cama ahora mismo! —dijo saliéndose de casillas. Pero Alicia continuaba dandole la espalda, sin dejar de raspar. Oliverio vio que habia logrado desprender un pedazo de la alfombra y estaba arafiando la ma- dera que habia debajo. —Alicia... —la llam6 de nuevo, con la voz un poco entrecortada— si no te comportas, no tendras un nuevo ratén. Entonces Alicia se volte6 hacia él, Tenfa un as- pecto salvaje: el cabello mas revuelto que antes, los hombros recogidos y se frotaba las manos con an- siedad, al frente. Oliverio noté que sus ufias esta- ban sangrando, tal parecia que se habia lastimado de tanto raspar en aquella esquina. Oliverio se precipité hacia el cuarto de bafio y bused agua oxigenada y gasa, pero entonces se dio cuenta de que faltaban todas las medicinas. No habia ni un solo frasco de analgésicos, ni de antidcidos, ni de nada de lo que sola guardar en la gaveta. El hombre se asusté mucho, qué tal que Alicia se-hubiera tomado todas las pastillas? Regres6 al cuarto visiblemente alarmado. — Te tomaste las pastillas, nena? Dime, por favor, jtenemos que ir al hospital ya mismo! 58 Alicia, que habfa estado otra vez araftando la esquina se detuvo, y, sin mirarlo, le respondié con una voz dspera, que no sonaba como la suya: —jNO VOY A IR AL HOSPITAL! Tiré todas las pastillas. En esta casa no deberia haber de esas cosas... —y siguié raspando el piso con safia. Oliverio se qued6 de una pieza con semejante respuesta. No sabia qué hacer, siempre se le habia dificultado manejar a Alicia. Lo mejor era llamar a su hermana y consultarle. —Se est portando muy rara —le conté por teléfono, —Deben ser los nervios. Hazle un agua de ci- dron, con un poco de miel. Seguro que se calma y se le pasa la carraspera. Cuando el papa colgé, se dio cuenta de que Alicia habia dejado de escarbar el piso. Entré de nuevo en la habitacién y comprobé que se habia qtiedado dormida en el rincén, enroscada sobre st misma. —jAl fin se cansé! —dijo aliviado, Se acercé sigiloso para meterla en la cama. En- tonces le parecié ver que algo se movié entre su abundante cabellera negra. Oliverio le examiné con cuidado la cabeza y descubrié que en la parte posterior del craneo el cabello estaba muy arremolinado, formando una 59 especie de nido de pajaro profundo. Algo blanco y peludo se removié ahi dentro. Con la mano temblorosa aparté los gruesos cabellos y encontré a Rocky instalado en lo mas profundo del nido. Tenia las pequefias patas y los filudos dientes teftidos de rojo. Le lanz6 a Oliverio una mirada endemoniada y furiosa. Luego, desa- parecié por entre un hueco que habfa excavado en el cuero cabelludo. Aquel hueco se veia tan pro- fundo, que posiblemente llegaria hasta el cerebro. Alicia se desperté de pronto Oliverio supo que ya no era su hija. Sus dientes castafieaban, sus ojos lo miraban con odio. Oliverio la solt6, pero ya no habia nada que hacer: ella se le arrojé al hombro clavandole los dientes con una fuerza sobrehumana. Entre aullidos de dolor, Oliverio trat6 indtil- mente de separarse de Alicia, pero era imposible: Ie habian salido unos filudos dientes que lo aga- rraban como tenazas y las ufias le habjan crecido como garras. El rostro de Alicia se estaba empe- zando a cubrir de un pelo corto, blanco y brillante. Lo iiltimo que vio Oliverio fue a Rocky aso- mandose por entre los ojos de la nifia, como si fueran ventanas. Le parecia que estaba burlandose de él. Entonces perdié las esperanzas de ayudarla y dejé de luchar. Qs AS ob" no he podido salir de la cava ni por un ins- tante, ;Acabo de descubrir que las ratas se en- safiaron con los libros mds viejos y les estan echando diente! Las ratas mds grandes rasgan el papel que est seco para formar sus nidos con él. Ya han destrozado una decena de libros, y mientras tanto yo, cruzado de ‘manos, viendo cémo se tragan todo, Por mds de que intento espantarlas, no funciona, no me ven. Tampoco puedo coger un palo para defender los libros, cualquier objeto se me escurre como arena entre las manos, No soporto ver cémo acaban con la biblioteca. Le tengo demasiado afecto. Cuando terminaba mis tareas y obligaciones en el internado, venta corriendo a esta casa y me quedaba hasta que cata la tarde. Nos sen- tdbamos con el profesor ante su escritorio y nos ponia- mos a hablar sobre las historias que habfamos letdo y a inventar variaciones. El me dijo que podia escribirlas si queria y me regalé un cuaderno muy bello, de papel blanquisimo, forrado en tela negra con arabescos do- rados, junto con una pluma de tinta violeta. Cuando terminé la primera historia se la lef y a él le gusté mucho. —No olvides poner tu firma —me recomend6. —Quiero firmar con “Al”, no me gusta Alejandro, ni Alejo. Pero me hace falta un buen apellido, el mio no cuadra, —Pérez era el apellido de tus padres, deberias estar orgulloso de él. —Si, lo estoy, pero quiero algo mas misterioso, como si fuera un autor oscuro, alguien de otro mundo, como el suyo: Mortiférus. EL profesor se eché a retr. —En realidad no es mi verdadero apellido —me explicé—. Asi se llamaba el anterior duerio de la bi- blioteca, lo mismo el que estuvo antes y el que lo pre- cedia. Quien tenga los libros hereda el apellido. —2Y qué significa Mortiférus? —Mortiférus, viene del latin “mortiferus”, es lo mismo que” mortifero’, es decir, que ocasiona la muerte. —Uy!, aunque suene malvado, me gusta —Ie dije. —No es malvado, La muerte no es buena ni mala, simplemente es. Todas las historias que hay en esta bi- blioteca son mortiferas porque cada vez que las leemos nos escapamos de morir un poco, pero del miedo (no de verdad, claro). Pero luego, cuando las terminamos de leer, sentimos renacer. Aunque suene raro las historias de miedo nos hacen sentir mds vivos. Me gusté todo lo que podia significar Mortiférus y por eso ahorame llamo “Al Mortiférus”, ya que soy el tinico duefto y protector de estos libros Esta biblioteca me cost6 la vida y estoy seguro de que al profesor Edgar también. Yo me converti en fan- tasma, y él tampoco sobrevivid a la tragedia porque 6 jamds lo volvia a ver. Por qué él no se convirtié en ifantasma y yo st? Es un misterio. En la mayoria de historias de miedo los fantasmas siempre tienen algo pendiente por resolver. Con fre- cuencia pienso que el profesor ya no tenfa nada que ver con este mundo, pero en cambio yo sé. Mi labor ahora es cuidar de estos libros, ast como lo hizo el profesor Edgar alguna vez. A propésito de fantasmas, en la esquina de la cava hay una rata que se esté comiendo un cuento que trata de ciertos espectros.... jSi! ;Ya me acuerdo de esa histo- ria! Mejor se las cuento antes de que deje de existir en el papel.

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