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ENTRE EL CIELO

Y EL INFIERNO
ENTRE EL CIELO
Y EL INFIERNO
APUNTES DE UN DIARIO SOBRE
APARICIONES DE LAS ALMAS
DEL PURGATORIO

Revisado por el
Rvdo. SIMON WEISS
Consejero espiritual episcopal

Traducido del alemán por


M. M. MUÑOZ JIMENEZ MILLAS

Este libro ha sido reeditado por un devoto de las benditas almas


Norte de Santander, Colombia
2015
ACLARACIÓN:
Hace como 6 años escuché acerca del libro de Bruno Gra-
binski, “Entre el Cielo y el Infierno”, que trataba de unos apuntes
sobre apariciones de difuntos. Me llamó mucho la atención por-
que, según escuché, las almas aparecidas a la vidente eran las
de los niveles más profundos del Purgatorio. Busqué y busqué y
no lo encontré en español. Luego, hace dos años, no recuerdo
como, pero supe que ese Diario había sido escrito por Eugenie
von der Leyen, una Princesa alemana (en el video que vi, daban
el dato erróneo de que había sido escrito por una Monja Fran-
ciscana). Finalmente hallé un libro que hablaba sobre el mismo
Diario: “Meine Gespräche mit Armen Seelen” (Mis Conversacio-
nes con las Pobres Alma), publicado por Arnold Guillet. Este libro
había sido traducido al italiano y al portugués. Me puse en la
tarea de traducirlo al español, al principio sólo para mí, pero
viendo que era de mucha enseñanza, quise compartirlo en in-
ternet. Hace unos cuatro meses decidí imprimirlo para regalarlo
a algunas personas devotas, pero justo ya cuando lo tenía listo
para mandar a imprimir, ¡oh sorpresa!, una chica me pasó el de
Grabinski (y aprovecho para agradecer a Mercedes A. por ha-
berme pasado el libro de manera tan desinteresada). Me puse a
leerlo y la verdad es que no me había quedado nada mal mi
traducción del Diario. Me di cuenta de que Grabinski había su-
primido algunos detalles del Diario y no habló nada de la vida
personal de la vidente, ni siquiera dio su nombre, pero sí hizo
un gran estudio acerca de las apariciones de difuntos.
Definitivamente era imposible descartar cualquiera de los
dos libros, así que para no perder nada, decidí combinarlos. Y
aquí está mi trabajo. Este libro está dividido en cuatro partes:
La Primera Parte corresponde al Prólogo y a la Introducción del
libro de Bruno Grabinski, la Segunda Parte corresponde al Pró-
logo y a la Introducción del libro de Arnold Guillet, en la Tercera
Parte se encuentran los apuntes del Diario, y en la Cuarta Parte
está ubicada la Evaluación que del Diario hace Bruno Grabinski.
También he recopilado algunos relatos de algunas experiencias
de algunas personas santas con las pobres almas: estas están al
final del libro, en “Anexos”.
A lo largo del libro he querido poner algunas notas al pie de
página para extender o ayudar a aclarar alguna idea. Todas las
notas que tengan la N. y la A. entre paréntesis (N. A.) al final del
párrafo, son mías. En algunas ocasiones agregué notas donde
ya había una nota de Grabinski o de Guillet, entonces, para di-
ferenciarlas, las notas de Grabinski tendrán al final del párrafo:
(N. de Gr.); y las notas de Guillet tendrán al final del párrafo:
(N. de Gu.)
Por último, quiero decir que mi única intención al compartir
mi trabajo (de transcribir, traducir, combinar y editar) con todo
el que lo quiera leer, es la de que se animen a socorrer al mayor
número de almas que se encuentran en el Purgatorio. Tengo que
decir que gracias a este Diario de Eugenia ahora rezo muchí-
simo más por las pobres almas, y en especial por las de los ni-
veles más profundos del Purgatorio. Todo el Diario es conmove-
dor, pero hay partes que me han estremecido de modo especial,
como cuando la Princesa le pregunta a una de ellas (la que se
aparece en forma de pequeño toro o carnero) qué es lo que ne-
cesita, y la pobre le contesta en medio de su tormento: “¡Haz
todo lo que puedas! ¡Sufro mucho!”; o como cuando la Princesa
le pregunta a otra: “¿No tienes a nadie que rece por ti?”, y el
alma le responde: “Todos pasan de largo”. Estas palabras dichas
por estas almas me han hecho fijar mi mirada en un único ob-
jetivo para mi vida: ayudar todo lo que pueda a las pobres al-
mas. Sentí tristeza que el pasado 2 de noviembre en la Santa
Misa nuestro Sacerdote no habló ni un poquito acerca del Pur-
gatorio y de las almas que en él son retenidas, muchas de ellas
durante largos años y con terribles tormentos; pero al siguiente
día me alegré al leer unas palabras de un Sacerdote exorcista
acerca de nuestros hermanos difuntos, que he querido transcri-
bir en este libro, pero aquí ya no me queda espacio, así que las
dejo para el final (después de los Anexos). Ojalá que si algún
Sacerdote lee este libro, se anime a hablar de las pobres almas
y ellas obtengan así muchos más bienhechores.

Que Dios y la Virgen nos ayude a amar más y más a todas


esas almas que tanto esperan nuestra ayuda.

Un devoto del Purgatorio


PRIMERA PARTE
(PRÓLOGO E INTRODUCCIÓN DEL LIBRO
“ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO”)
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

D e acuerdo con la idea católica, entre el Cielo y el Infierno se


encuentra un lugar de purificación denominado Purgatorio. Es
imposible definirlo exactamente, ya que para ello no disponemos de
ningún veredicto de la Iglesia. Pero de su efectiva existencia son
prueba inequívoca los innumerables casos, comprobados, de apari-
ciones de difuntos que pedían ayuda por encontrarse en situación
apurada. En todos los tiempos y todos los pueblos ha habido de estas
apariciones, e incluso la literatura religiosa, o sea, católica, actual, trata
de algunos casos de estos. También el libro que aquí presentamos,
escrito por una inspirada Princesa del sur de Alemania, nos ofrece su
testimonio inequívoco y, sobre todo, impresionante, que garantiza la
autenticidad de las apariciones de las almas de los difuntos que piden
ayuda. Estas anotaciones son tanto más dignas de crédito si se tiene
en cuenta que el Director Espiritual de la Princesa, Párroco Sebastián
Wieser (desde hace tiempo en Augsburgo), atestigua su autenticidad
y confirma por sí mismo muchos de los datos contenidos en el Diario.
El mismo Párroco Wieser, con el consentimiento de la Princesa, me
entregó este Diario para su publicación. Naturalmente que también
sostuvo con ella numerosas conversaciones.

Debido a que los católicos fervientes tendrían curiosidad por sa-


ber lo que piensan los teólogos respecto a los apuntes de este Diario,
sobre todo en lo que se refiere a algunos detalles, al parecer muy
característicos, que en él constan, he hecho que este Diario sea revi-
sado por un teólogo eminente en estas materias, el consejero ecle-
siástico Simon Weiss, quien ha revisado escrupulosamente y con todo

9
BRUNO GRABINSKI

detalle este escrito teológico; por todo ello le expresamos nuestro


agradecimiento.

También un gran número de teólogos diferentes, entre ellos mu-


chos Directores Espirituales de experiencia, una vez leído el libro en
cuestión, se han manifestado en todo conformes con estos apuntes.
No hace mucho que entre otras cartas recibí la del Párroco J. D., en
la que me decía lo siguiente: «Este libro es lo mejor que se ha escrito
sobre el Purgatorio; es un libro que mueve los ánimos, que reproduce
toda la doctrina dogmática, pero perfectamente explicada e interpre-
tada».

Después de llevar varias decenas de años dedicado a los fenóme-


nos sobrenaturales, y poseer, incluso, algunas experiencias propias,
creo estar en condiciones de poder formular un juicio crítico en lo
que al Diario y a su autora se refiere: éste es, en todos los aspectos,
positivo. (En relación con esto, he de recomendar asimismo el libro
transcrito por mí, que pronto publicará la Editorial Markus, Euper,
titulado: Visiones del Purgatorio, y comprende todas las visiones que
durante sesenta y ocho años tuvo la inspirada Margarete Schäffner,
de Gerlachsheim, Baden1.)

Espero que el libro que aquí presentamos, también con su nuevo


título (ya que hasta ahora se denominada Desde el abismo), adoptado
por la editorial y escritora por razones bien fundadas, encuentre nue-
vos adeptos y pueda colaborar en forma beneficiosa prestando a las
almas del Purgatorio la ayuda que tanto solicitan.

BRUNO GRABINSKI

1
Este libro que menciona Bruno Grabinski nunca salió en español. Su título
original es «Fegfeuer-Visionen der Margarete Schäffner von Gerlachsheim».

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

DEL PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Las apariciones de las pobres almas no tienen por objeto la satis-


facción de la curiosidad. Si Dios permite que sucedan, es porque con
ello busca siempre hacer el mayor bien a los hombres, y han de con-
siderarse y valorizarse de acuerdo con ello.

Este libro no pretende satisfacer la curiosidad ni el afán de sensa-


ciones, sólo quiere la mejora espiritual del lector y el consuelo de las
pobres almas al aumentar a éstas la ayuda que solicitan.

Esto es lo que escribe al editor un Párroco bávaro, una vez leídas


las páginas de este Diario: «Este libro me ha proporcionado un gran
consuelo y alegría, a mí que llevo doce años postrado en el lecho del
dolor».

Un Religioso: «... desde que lo leí ruego mucho más por las po-
bres almas».

Otro Sacerdote: «Ante nosotros se abre un mundo nuevo: La glo-


rificación de Dios y el deseo de poder aliviar y ayudar a la purifica-
ción de todas las almas creadas por Él; la lectura de este libro nos da
ánimo para ser mejores. ¿Qué otra crítica mejor puede hacerse del
mismo?»

Un Padre Benedictino: «Me siento inclinado a atribuir a este libro


una importancia providencial».

Por último, una persona, anteriormente profesor de la Universi-


dad: «Gracias a su lectura, ahora oro y me sacrifico en forma más
concreta por las pobres almas». Y en otra ocasión: «Si la lectura de
este libro da por resultado que una gran parte de los lectores, o al
menos algunos de ellos, se arrepientan de sus faltas y se decidan a

11
BRUNO GRABINSKI

prestar cuanta ayuda puedan a las pobres almas abandonadas, puede


decirse, sin temor a equivocarse, que ya ha conseguido su objetivo».

Que el Dios bondadoso y misericordioso nos conceda su gracia y


bendición.

Teniendo en cuenta el decreto del Papa Urbano VIII, manifesta-


mos aquí en forma categórica y terminante que a los informes refe-
rentes a apariciones sobrenaturales, dones y gracias, que figuran en
este libro, sólo ha de concederse una credibilidad puramente hu-
mana.

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INTRODUCCIÓN

¿Pueden aparecerse las almas de las personas que están en el otro


mundo?

Esta pregunta la contesta el competente profesor de la Universi-


dad de Wurzburgo, doctor José Zahn, en su libro sobre El otro
mundo, con perfección dogmática, haciendo la debida diferencia-
ción: «¿No es acaso una idea totalmente indigna, una suposición im-
posible, que se opone a la razón, pensar que un alma que se encuen-
tra ya en el otro mundo, por deseo explícito de una persona —que ha
pagado su entrada para asistir a la sesión espiritista—, y obedeciendo
al mandato del médium, se presente de nuevo en este mundo?» Pero
lo que sí puede suceder es que «en alguna ocasión determinada entre
dentro de los planes de la Providencia divina permitir que se aparezca
el alma de una persona fallecida para hacer una manifestación que
directa o indirectamente esté ordenada a la salvación»2.

De entre los escritores del antiguo cristianismo que consideraban


como engaño las conjuraciones de los muertos, pero que estaban con-
vencidos de la posibilidad de las apariciones de las almas de los di-
funtos, sólo mencionaremos a Tertuliano.

También Santo Tomás de Aquino contesta afirmativamente a la


cuestión referente a las apariciones de los espíritus. Con el beneplácito
de Dios, tanto las almas bienaventuradas del Cielo como las desventu-

2
DR. ZHAN, El otro mundo, Schöningh, Paderborn, 1916, pág. 198.

13
BRUNO GRABINSKI

radas del Infierno, así como las almas pobres del Purgatorio, podrían
aparecerse a los vivos. Las almas del Purgatorio suelen presentarse
para solicitar que se ruegue por ellas, como nos lo demuestran infini-
dad de ejemplos.

«De entre los pensadores desapasionados de todos los siglos, dice


el Obispo doctor Schneider, aún aquellos más desconfiados recono-
cen la posibilidad de las apariciones de los muertos»3. Y en otro lugar:
«La cuestión referente a la veracidad queda demostrada por el hecho
de que la fe en las apariciones de los muertos es tan antigua como la
fe en la inmortalidad y ha pasado por todos los tiempos y por todos
los pueblos, lo que demuestra que ha de tener un fundamento real»4.

Un conocido investigador, de buen pensamiento crítico, el cate-


drático del Instituto Rudolf Lambert, explica en su escrito Fenómenos
de fantasmas y aparecidos: «Puedo asegurar que yo mismo, hace aún
muy pocos años, al igual que todas esas personas libres de prejuicios,
sólo sonreía superficialmente cuando oía hablar de estas apariciones.
Pero después de haber comprobado la veracidad de los documentos
que hablan sobre esta cuestión, creo firmemente en la realidad de
dichas apariciones»5.

«Sólo la hipercrítica nefasta, dice el profesor doctor Gatterer,


puede negar en forma determinante todos estos acontecimientos»6.

El profesor de Historia y filósofo de Wurzburgo, Georg Daumer,


escribe en su obra El reino de Dios en la fe, la representación, la
tradición y la realidad: «Resulta un argumento sumamente trivial y

3
DR. SCHNEIDER, La nueva fe de los espíritus, Schöningh, , 1913, pág. 534.
4
DR. SCHNEIDER, La otra vida, Schöningh, Paderborn, 1919, pág. 283.
5 H. BERLÍN, Editorial Pyramiden, 1923, pág. 13.
6 DR. GATTERER, El ocultismo científico y su relación con la filosofía , Rauch,

Instruck.

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

hasta cierto punto absurdo que para rebatir todo un mundo de apari-
ciones y hechos extraordinarios, que pueden ocurrir y ocurren en
efecto, se hable de mentira y autoengaño...; en la naturaleza misma
existen tantas cosas maravillosas, místicas, mágicas, ajenas al sentido
común, incomprensibles e inexplicables incluso para el investigador
de la naturaleza, que sería terrible locura querer clasificar todo ello,
sin diferenciación alguna, como sospechoso y reprobado».

Muy lógicamente observa Daumer respecto al carácter a veces


horrible e incluso repugnante de algunos fenómenos ocultos: «Sólo lo
que es, debe reconocerse como existente, y de nada sirve ocultarlo o
dejar de hablar de ello si, a pesar de todo, se demuestra como real, o
sea, cuando de ellos hablan hechos patentes y justificativos».

«No es ciertamente un hecho casual que los representantes de la


fe en los espíritus sean siempre personalidades de elevado valor mo-
ral, y de buen formación científica, e incluso, a veces, de renombre
extraordinario, en las cuales existe de antemano, un buen espíritu crí-
tico. En la agudeza de su entendimiento no son, por tanto, inferiores
al adversario»7.

En su libro El alma humana y el ocultismo, el profesor de química


médica, doctor H. Maltaffi, dice: «No es preciso ser un profeta para
poder afirmar que nadie conseguirá despojar a las apariciones ocultas
de su motivo y fundamento, esencialmente espirituales. Y está bien
que así sea. Ya que de lo contrario serían contrarias a su objetivo, que
no es otro sino influir en la vida espiritual del hombre. Así como el
objeto del milagro no es hacer posible al hombre el conocimiento de
Dios, sino facilitarle este conocimiento y afianzarle en el mismo, tam-
bién las apariciones no tienen un carácter apremiante, sino invitatorio.
Quien no quiera reconocerlas como tales, de acuerdo con su sentido

7
DR. KLIMSCH-GRABINSKI, ¿Viven los muertos? ¿Han vuelto los difuntos?
Styrua, Graz, 1927, pág. 28 y sigs. Revisado y ampliado por el autor.

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BRUNO GRABINSKI

y objeto característico, no está obligado a ello; siempre encontrará


modo y manera de eludir su efecto. Pero lo mismo que en el caso del
milagro, también este eludir las apariciones ocultas no es señal de
buena voluntad, sino más bien terrible ingratitud respecto a un obse-
quio gracioso de Dios. Ya que como tal hemos de considerar todas
las ocultas apariciones, a pesar del mal uso que la mayoría de los
hombres hacen de las mismas»8.

La experiencia nos dice que no en casos excepcionales, sino en


innumerables casos, a veces durante largo tiempo, han tenido lugar
manifestaciones y apariciones de almas del otro mundo. Dichas apa-
riciones solemos encontrarlas en las biografías y actas de beatificación
de innumerables Santos. Claro que dichas apariciones, manifestadas
por la beatificación o canonización, no son reconocidas por la Iglesia
como hechos irrefutables, sino que sólo se les atribuye una autentici-
dad humana. Pero por el hecho mismo de que dichas personas, por
una parte llevaban una vida ejemplar, no es de suponer pretendiesen
engañar a nadie, y por otra, al tener una gran experiencia en lo que
a las cosas sobrenaturales se refiere, no eran fáciles de engañar, y
teniendo en cuenta asimismo que durante los procesos de beatifica-
ción la Iglesia busca siempre pruebas firmes y toma las medidas pre-
cisas, es lógico que se acepten dichas apariciones de la vida de los
Santos como hechos consumados.

Pero a pesar de lo que nos dicen los informes sobre las apariciones
que tuvieron lugar en los diferentes siglos, testimoniadas éstas por tes-
tigos oculares, continúa habiendo una «gran reserva y precaución» en
lo que a aparición de muertos se refiere. «Siempre se da la preferencia
a cualquier explicación natural posible, a condición de que ésta no
resulte absurda. Todos sabemos muy bien que es en este terreno
donde se han cometido los mayores errores»9.

8
DR. MALFATT, El alma humana y el ocultismo, Borgmeyer, pág. 139 y sigs.
9
DR. SCHNEIDER, La nueva fe en los espíritus, pág. 517.

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

San Agustín nos exhorta a este respecto: «No ha de creerse con


demasiada facilidad en las apariciones, pero tampoco han de recha-
zarse todas las no probadas, considerándolas imposibles, ya que es
cierto que Dios las permite en diferentes circunstancias»10.

Por tanto, dichas apariciones han de someterse a una prueba im-


parcial y minuciosa, de acuerdo con determinados puntos de vista
científicos. Pero si esta prueba demuestra la veracidad y realidad ob-
jetiva de las apariciones en cuestión, no queda otra solución que creer
o no creer en ellas. De acuerdo con el profesor de Universidad, doctor
Zahn, han de evitarse dos extremos: «temor de la crítica y temor de
los hechos, credulidad e incredulidad»11. «Es indudable que las ante-
riores generaciones eran demasiado crédulas en estas cosas; en cam-
bio, la generación actual es demasiado escéptica e incrédula»12. Sin
embargo, es de esperar que en tiempos no muy lejanos, gracias a la
investigación científica, tenga lugar una transformación.

¿Si las almas son espíritus, cómo es posible que se les pueda ver?

El profesor de la Universidad, consejero privado, en Múnich, doc-


tor Anton Seitz, hace la siguiente observación al comentar el libro que
transcribimos más adelante: Nosotras somos quienes estamos libres
del cuerpo, observa en los apuntes del Diario una pobre alma, ha-
ciendo referencia al estado en que se encuentran en el lugar de puri-
ficación, ya que las pobres almas dejaron en la tierra sus propios cuer-
pos, abandonando éstos, después de su muerte, al proceso natural de
descomposición hasta el día del Juicio final, en que tendrá lugar la
resurrección de la carne».

10
P. H. FAURE, Los consuelos del Purgatorio, Kirchheim, 1893, pág. 260.
11 DR. ZAHN, Introducción a la mística cristiana, Schöningh, Paderborn,
1918, pág. 442.
12 DR. SCHANZ. Publicación trimestral sobre Teología, 1901, pág. 40.

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BRUNO GRABINSKI

Esto es lo que explicó un alma que se apareció, durante catorce


días, en Döble, Francia: «Lo que aquí ves no es mi cuerpo, ya que
éste descansa en la fosa y permanecerá allí hasta el día de la resurrec-
ción, sino que es un cuerpo formado maravillosamente del aire y que
me capacita para hablar contigo y poder así solicitar tu intercesión»
(después de innumerables pruebas y comprobaciones, las autoridades
superiores consideraron como verdaderas estas apariciones)13.

Lo que no puede aceptarse es el denominado cuerpo astral. Según


la opinión de los teósofos, espiritistas, y otros, el hombre tendría un
doble cuerpo, uno basto y material, del que el alma se deshace por
la muerte, y otro más delicado, «etéreo», «sidéreo», «anímico», con el
que el alma queda revestida después de la muerte, mediante el cual
puede hacerse visible. Dicho «cuerpo espiritual» no es compatible con
la doctrina cristiana de la resurrección14.

Encontramos una cierta analogía en las apariciones de ángeles de


que se nos habla en la Sagrada Escritura. Basta con que pensemos en
el Arcángel San Gabriel, cuando se apareció a la Santísima Virgen
María. También estos ángeles tienen una figura corporal, o sea, dis-
ponen de algo que actúa sobre el sentido, propio a éste, y actuaban
de acuerdo a dicho cuerpo. Ciertamente que existe una diferencia
notable, ya que el ángel, debido a su elevada perfección, por su pro-
pia fuerza, puede adquirir una forma visible, aun cuando su unión
con dicha forma o figura sólo sea una cosa externa, mientras que las
pobres almas sólo pueden conseguir esto mediante la intervención de
Dios.

Como se dirá un poco más adelante, la figura visible de las apari-


ciones no sirve tan sólo al objeto de hacer visibles a éstas, ya que en
caso contrario no podrían apercibirse, sino que con frecuencia tienen

13
FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 260.
14
DR. SCHNEIDER, La nueva fe en los espíritus, pág. 277.

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

como objetivo especial demostrar de manera característica el estado


actual del alma en el lugar de purificación. Así es como la Beata Ana
María Lindmayr, Carmelita en Múnich, nos dice que las pobres almas
que en su vida terrena vigilaron poco sus ojos, se le aparecieron con
unos ojos saltones y llorosos; aquellas otras que durante su vida se
sentían orgullosas de su ciencia y saber y presumían de ella, se le
aparecieron con cabezas deformes; la vanidad en la vida, se le pre-
sentaba con el rostro comido por el cáncer; la pereza, con las manos
estropeadas y en estado lastimoso; aquellos que habían pecado con
la lengua, se le presentaban con la boca cerrada y atravesada por un
clavo; una de las apariciones tenía los ojos fuera de las órbitas, debido
esto a que fue en su vida terrena terriblemente colérica y envidiosa
de los demás, sobre todo en lo que a los pobres se refiere, etc15.

¿Cómo sufren las almas del Purgatorio?

El Santo Papa Gregorio el Grande dice: «Preferiría tener que so-


portar durante toda mi vida los sufrimientos de este mundo antes que
soportar un solo día los tormentos del Purgatorio».

Santo Tomás de Aquino escribe: «La pena más insignificante de


allí es muy superior a la mayor que hayamos de soportar en esta
vida».

San Agustín: «Aquel fuego purificador resulta mucho más terrible


que cuanto pueda sufrirse en esta tierra»16.

Santa Catalina de Génova: «No es posible encontrar palabras, re-


presentaciones o figuras para explicar los tormentos de las almas del

15
P. NOCK, Vida y obra de la bienaventurada Ana María Lindmayr, Pustet,
Regensburgo, págs. 159 y sigs.
16 El amigo de las pobres almas . De un Religioso de la Congregación de

San José. Klagenfurt, pág. 30.

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BRUNO GRABINSKI

Purgatorio. Su sufrimiento es tan extraordinario que no hay lengua


que pueda expresarlo, ni inteligencia capaz de comprenderlo, si Dios
no se lo manifestase con su inmensa bondad»17.

Santa María Magdalena de Pazzi dice, después de una visión del


Purgatorio: «Nunca hubiese podido creer que allí se sufriese de ma-
nera tan espantosa si el mismo Dios no me lo hubiese enseñado»18.

«Los teólogos distinguen también en el Purgatorio, lo mismo que


en el Infierno, una poena sensus, el castigo de los sentidos, y una
poena damni, el castigo privativo, que no es otra cosa que verse pri-
vado de la contemplación de Dios. El castigo privativo es el que se
aplica a los que se apartaron de Dios (por el pecado): Las almas, en
el Purgatorio, quedan apartadas de Dios de manera temporal y par-
cial: temporal, porque no han de permanecer allí para siempre; y par-
cial, porque continúan unidas a Dios por el amor. El castigo de los
sentidos, el dolor sensible (físico), es el que se aplica al apego desor-
denado a las criaturas, y a éste son acreedoras las almas del Purgato-
rio, ya que también cometieron estos pecados que sólo pueden ser
borrados y redimidos mediante los dolores de los castigos»19.

La Iglesia nunca ha dicho nada acerca de la naturaleza de los


castigos que atormentan y purifican a las almas. De acuerdo con las
enseñanzas de la Iglesia, San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio,
San Cipriano, el venerable Beda y otros, hablan del fuego purificador
del Purgatorio. San Ambrosio utiliza expresiones tales como ardere,
uri, exuri (es decir, arder). En Santo Tomás de Aquino encontramos

17
Obispo DR. KEPPLER, La predicación de las pobres almas, Herder, Fri-
burgo de Brisgovia, pág. 30
18 ABBÉ LOUVET, Descripción del Purgatorio de acuerdo con las manifesta-

ciones de los Santos. Imprenta de San Bonifacio, 1887, pág. 114. (N. de Gr.)
Puede verse la página 334. (N. A.)
19 DR. KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 64.

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

la expresión ignis purgatorius (fuego purificador), con la que suele


describir el lugar de purificación. Dice que allí las almas, ab igne
corporali puniuntur, esto es, son castigadas con un verdadero fuego
material. También San Buenaventura explica el fuego del lugar de
purificación como un ignis corporalis, un fuego real, y además añade:
«Las almas del Purgatorio son castigadas por medio de un fuego ma-
terial, por todas aquellas faltas que no expiaron suficientemente en la
tierra; fuego que las atormenta más o menos de acuerdo con lo que
les falte por expiar... Por ello la justicia divina exige que el espíritu
sea castigado por el fuego material, de manera que así como el alma
se une con el cuerpo para dar a éste la vida, según el orden de la
naturaleza, así el alma sea purificada por el fuego, según el orden de
la justicia»20.

San Agustín es de la misma opinión: «Aun cuando —dice— las


almas estén separadas de sus cuerpos, son, sin embargo, purificadas
por el fuego de manera maravillosa e imposible de expresar, no para
servirse del mismo a modo de sustento, sino para recibir del mismo
la pena o castigo que se merecen»21.

«De las palabras del Evangelio —dice el Santo Papa Gregorio el


Grande— hemos de deducir que el alma sufre por el fuego, no sólo
en cuanto que le conoce, sino más bien porque le siente...

Sucede, pues, que una cosa corporal quema aquello que es espi-
ritual; el fuego invisible produce un resplandor y dolor invisibles, y el
alma espiritual es atormentada por un fuego corporal»22.

Citaremos todavía a algunos teólogos; Jungmann escribe: «Entre


los latinos es creencia común que las almas del Purgatorio, en el lugar

20 San Buenaventura, Breviloquii, part. VII, cap. 2.


21
De civ. Dei. Liber. X, cap. 3.
22 Dial. IV, cap. XXIX.

21
BRUNO GRABINSKI

de purificación, son castigadas por un fuego real (igne reali)». Egger


dice: «Este fuego es verdadero y no simbólico (ignis verus, non me-
taphoricus)». Oswald sostiene: «Científicamente la idea de que al lu-
gar de purificación le corresponde el fuego, es, desde luego, la más
probable».

Se podría recurrir también a las manifestaciones particulares y a


las apariciones de las pobres almas, que encontramos en las biografías
de innumerables Santos y bienaventurados, pero esto nos llevaría de-
masiado lejos, y los que sostienen lo contrario no las reconocerían
como pruebas evidentes.

También podríamos recurrir a una serie de señales de fuego,


como manos quemadas, etc., que nos demuestran que las pobres al-
mas sufren realmente los tormentos de un fuego verdadero. El abo-
gado italiano Zingaropoli, después de someter a una minuciosa inves-
tigación el fenómeno de una mano quemada, así como otra serie de
cosas similares, pudo formar el siguiente juicio: «No es posible dudar
sobre la veracidad del fenómeno de la mano quemada. Este fenó-
meno nos induce a creer como reales todas las manifestaciones de las
almas con respecto a su estado en el otro mundo»23.

Pero ¿cómo es posible que un alma separada del cuerpo, o sea,


una esencia espiritual, pueda sufrir la poena sensus, pena del sentido,
y sobre todo la pena del fuego? «Esto —escribe el Santo Papa Grego-
rio el Grande— puede suceder de dos maneras. Se puede considerar

23 En el libro ¿Viven los muertos? ¿Han venido los difuntos?, del DR.
KLIMSCH-GRABINSKI, cita un gran número de dichos fenómenos. (Editorial Sty-
ria; la moderna 9ª edición, en la Editorial O. Walter, Olten, 1949). (N. de Gr.)
Puede verse el relato de un hecho ocurrido en un Convento de Foligno,
Italia, donde se habla de una Religiosa difunta que se apareció a una compañera
suya para pedirle sufragios, y como prueba de su aparición, y para instrucción
nuestra, dejó una marca de fuego sobre una tabla de madera. Pág. 341. (N. A.)

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

al fuego en sí y por sí como fuego natural; en dicho caso, naturalmente


que no puede obrar sobre las almas. Pero también se le puede consi-
derar como instrumento de la justicia punitiva de Dios, que exige que
las almas, que por el pecado se apegaron a objetos sensibles, estos
mismos les sirvan de pena y castigo. Así como un instrumento no
obra tan sólo por su propia fuerza, sino también por medio de la
misma fuerza impulsora, así no es contrario a la razón suponer que
este fuego material, al ser impulsado por un agente espiritual, actúe
efectivamente sobre las almas, lo mismo que el Santísimo Sacramento
por medio de signos, exteriormente comprobados, produce la santifi-
cación de las almas»24.

San Agustín dice: «Lo mismo que en este mundo el alma está
unida con el cuerpo, a quien transmite la vida, así el alma separada
del cuerpo es atacada por el fuego, en tanto que éste la someta al
merecido castigo. Al fuego material, de acuerdo con su misma natu-
raleza, se le proporciona todo lo preciso para que el espíritu incorpó-
reo sea con él purificado; y como instrumento de la justicia divina
dispone de suficiente poder para poder retener al espíritu, y así, de
manera especial, poder constituir su propio tormento. Esto sucede de
manera maravillosa e inexplicable, pero no por ello menos cierta y
real»25.

El Cardenal doctor Katschtaler, Príncipe Arzobispo de Saizburgo,


en una de sus predicaciones sobre el Purgatorio, y como respuesta a
esta pregunta, hace alusión al fuego del Infierno y dice: «¿Quieres
ahora negar el fuego del Infierno, debido a que no puedes explicarte
cómo un fuego puede atacar y atormentar a las almas? En dicho caso
se viene también por tierra la objeción referente al fuego en el lugar
de purificación. Este fuego es un fuego especial y característico, pre-
parado por el mismo Dios, como instrumento de su justicia; un fuego

24
Dial. IV, cap. XXIX.
25
De civ. Dei. Liber XX, cap. 3.

23
BRUNO GRABINSKI

que atormenta el alma, pero que no destruye en absoluto su sustancia


misma»26.

Naturalmente que el estado de todas las almas del Purgatorio no


es el mismo, ni tampoco son iguales sus sufrimientos. Santa Brígida
escribe en sus revelaciones (libro IV, cap. VII) que en el Purgatorio
hay tres grados. En el grado inferior es donde el sufrimiento es mayor,
muy similar al del Infierno. Reinan en él tinieblas profundas y la pena
del fuego es aplicada con todo rigor; claro que las almas que allí se
encuentran sufren con mayor o menor intensidad, según la medida
de sus culpas. Por encima de éste se encuentra el segundo grado,
donde los sufrimientos son menores, consistiendo, fundamental-
mente, en una carencia de fuerza y belleza, lo mismo que una persona
que después de una grave enfermedad se encuentra en un estado de
debilidad y agotamiento del que se va recuperando progresivamente.
Más arriba está situada la tercera región, que es, en cierto modo, la
antesala del Cielo. En ésta no existe ningún castigo sensible; las almas
sólo sufren debido a su anhelo, irresistible e imposible de expresar,
de contemplar a Dios27.

Igualmente otras Santas, como Santa Francisca Romana, Santa


Matilde, etc., contemplaron diversas zonas del lugar de purificación.
El venerable Tomás de Kempis nos cuenta que Santa Liduvina era
conducida, con frecuencia, en espíritu, por su ángel de la guarda, al
fuego del Purgatorio, donde veía cómo las pobres almas, distribuidas
por zonas distintas, de acuerdo con la diversidad de sus faltas, eran
atormentadas de diversas y terribles maneras28.

26
DR. KATSCHTHALTER, Predicaciones. Cuaderno cuarto. Mittermüller,
Salzburgo, 1893, pág. 27.
27 Puede verse la visión completa en la pág. 313.
28 JOSÉ ACKERMANN, Consuelo de las pobres almas, Seyfried y Co. Múnich,

1846, pág. 69.

24
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

La bienaventurada Catalina Emmerich dice que las almas van pa-


sando paulatinamente a castigos cada vez más suaves; por ejemplo,
de la soledad a la sociedad, de las tinieblas profundas a una ligera
niebla, y más tarde a una luz más intensa, hasta que llegue el mo-
mento de que los ángeles acudan para llevarse consigo a las pobres
almas29.

Debemos, pues, suponer que las pobres almas pasan por una pu-
rificación graduada, esto es, de las regiones inferiores, en el caso de
que estuviesen en las mismas, van subiendo progresivamente a las
superiores, hasta llegado el momento de que sean dignas de la con-
templación de Dios.

«En algunos escritos modernos, según observa Spirago, con toda


razón, «para no asustar demasiado» a los fieles, se intenta desfigurar
los horrores del Purgatorio, y presentar a éste, hasta cierto punto, bajo
un ligero tinte rosado... Pero no sin razón pone la Iglesia en boca de
las pobres almas aquellas palabras: «¡Apiadaos de mí, apiadaos de
mí, al menos vosotros, mis amigos, pues la ira del Señor ha descar-
gado sobre mí!» Además, en dichos escritos se llega incluso a negar
las revelaciones que tuvieron muchos Santos sobre los sufrimientos
del lugar de purificación, por pensar que de no hacerlo así a los hom-
bres podría sobrecogerles la angustia y el terror, como si fuese una
desgracia que los pecadores, llenos de un saludable temor, desperta-
sen del sueño del pecado. Con el objeto de desvalorizar estas revela-
ciones particulares, en estos escritos modernos se recurre hasta a la
calumnia y se afirma que los Santos que tuvieron visiones sobre el
Purgatorio eran seres histéricos y que sus visiones no eran sino aluci-
naciones de su imaginación enfermiza... A tales críticas pueden opo-
nerse muy bien los conceptos de la Sagrada Escritura, o ¿es que han
de considerarse también como histéricos a Moisés, ante la zarza en
llamas; los tres apóstoles en el Tabor; San Esteban en el momento de

29
SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 52.

25
BRUNO GRABINSKI

su muerte, y Saulo a la puerta de la ciudad de Damasco?... Son tantos


los Santos que están de acuerdo en que las penas del Purgatorio son
terribles, que la razón que a ello se opone pierde con ello toda su
fuerza»30.

Claro que no puede negarse que en el Purgatorio no todo es su-


frimiento, ya que también se experimentan alegrías. «Las alegrías de
las pobres almas, escribe el Obispo Keppler, son tan numerosas, tan
indescriptibles, tan inagotables, como sus sufrimientos...» «No creo,
dice Santa Catalina de Génova, que pueda encontrarse una alegría
que se pueda comparar con las de las almas del Purgatorio, a no ser
la de los bienaventurados en el Cielo. De la misma fuente brota el
agua dulce y el agua amarga. Aquello que proporciona el sufrimiento,
también, al mismo tiempo, trae consigo la alegría. No hay allí sufri-
miento alguno que no tenga el contrapeso de la alegría, pero tampoco
hay alegría que no sea amargada con el sufrimiento; el sufrimiento y
la alegría no se oponen entre sí, no se excluyen, no se neutralizan.
Están por completo uno en otro, se compenetran mutuamente, se
compensan. Justamente esta mezcla y aleación indefinida de ambos
proporciona la característica de la vida; por decirlo así, el clima del
Purgatorio»31.

En el Purgatorio mismo hay diversas regiones o grados. En algu-


nos de ellos, de acuerdo con la culpa contraída y según el grupo del
alma, el sufrimiento es mayor o menor; en otros, según el alma se va
purificando, su claridad es mayor, y de acuerdo con ella aumenta su
alegría, que es como un preámbulo de la bienaventuranza celestial.

Si Dios, en su misericordia infinita y en su amor a las pobres al-


mas, permite que en algunas ocasiones éstas se aparezcan en figura
visible o se manifiesten de alguna otra forma a fin de conseguir que

30
SPIRAGO, obra antes citada.
31
DR. KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 61.

26
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

sus sufrimientos se suavicen o acorten mediante la ayuda de los vivos,


nos recuerda las palabras de Tertuliano: Deus amat et punit, Dios
ama y castiga.

¿Almas con figura de animal?

Lo que muchos lectores de este Diario apenas pueden soportar es


el hecho de que algunas almas debieran aparecerse bajo el terrorífico
y repugnante aspecto de un animal, como aquellas dos en figura de
simio, o aquella otra en forma de serpiente.

La figura o forma en que se aparecen los difuntos no sirve tan sólo


para que el vidente los pueda ver, sino que sirven también, y de modo
especial, para demostrar de manera característica el estado en que esa
alma se encuentra en el lugar de purificación. Qué aterradora resulta
la figura de simio que surge por dos veces en los apuntes del Diario
para representar al pecador que se entrega a los placeres. De qué
manera tan drástica la obstinación en rechazar a Dios se representa
con la figura de un búfalo o carnero. Y la filiación del «Padre de la
mentira», con la figura de la falsa serpiente. Bajo estas y otras figuras
características de la esencia diabólica del pecado, se aparecen las po-
bres almas que cometieron los más graves pecados. Una de las almas
que se presenta con figura de simio, le dice a la Princesa que ellas se
aparecen «en formas diferentes por la autorización de Dios».

En cierta ocasión el Señor le dijo a Santa Brígida de Suecia: «No


ves lo que tienes delante de ti como en realidad es, sino con figura
corpórea; lo espiritual se te muestra a la manera humana, a fin de que
puedas entenderlo».

Las almas con figura de animal son almas «cuya pasión pecami-
nosa en la tierra les hace asemejarse más a los animales que a los

27
BRUNO GRABINSKI

espíritus puros». Dicha forma de aparición encierra el profundo sim-


bolismo de demostrar la pasión animal de estos hombres, y exterior-
mente se basa en el simbolismo animal, que suele emplearse justa-
mente en los santos escritos apocalípticos del Antiguo y del Nuevo
Testamento, en el Libro de Daniel y en la Misteriosa Revelación de
San Juan. Esta forma de aparición adoptada por las pobres almas no
ha de comprenderse como un simple adorno, sino como una grave
realidad que entra dentro de los sabios planes de Dios. Cuando el
mismo Espíritu Santo se apareció sobre la tierra en forma de animal,
en el Bautismo de Jesús en el Jordán, adoptó la figura de paloma para
simbolizar que su fruto principal era hacer reinar la paz en el alma de
los hombres.

En la vida de otras personas santas encontramos también diversas


apariciones en figura de animal. A Santa Gertrudis se le aparecían
almas del Purgatorio en figura de asquerosos sapos o animales salva-
jes32. A la bienaventurada Ana María Lindmayr se le apareció un
músico, que en vida había bebido mucho, en figura de sapo, debido
a que, como él mismo le dijo, «había permanecido con gusto en lu-
gares húmedos y pantanosos, haciéndose de este modo similar a di-
cho animal». La bienaventurada Catalina Emmerich, vio el alma de
una dama noble, que había llevado una vida disoluta, en figura de un
gran cerdo que se revolcaba en el fango33.

Joseph von Görres, el célebre especialista en tema de mística de


la Universidad de Múnich, escribe en su obra de 5 volúmenes Mística
Cristiana, acerca de la Hermana Francisca del Santísimo Sacramento,
de la Orden del Carmelo: «Los difuntos se le aparecían a veces con
apariencia aterradora, más como bestias que como hombres. Puesto
que cada vez que Francisca al verlos la invadía un tan terrible espanto

32 DR. SCHNEIDER, La otra vida, pág. 489.


33 SPIRAGO, Los
sufrimientos y las alegrías del Purgatorio, Anverer, Waldsas-
sen, 1938, pág. 68.

28
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

que con frecuencia se desmayaba, empezaron a aparecérsele no con


su verdadera imagen, sino como sombras flotantes, hasta que se hu-
biese acostumbrado a verlos»34.

Los fenómenos aquí descritos se produjeron con toda su particu-


laridad también en Eugenia von der Leyen.

Muchos piensan que estas apariciones en forma de animal tienen


que ser, necesariamente, malos espíritus. En los apuntes que leeremos
más adelante se rebate esta idea: Por regla general las apariciones se
presentan en forma humana; la oración les resulta grata, se tranquili-
zan con ella; anhelan contemplar a Dios; una figura de animal ansiaba
el agua bendita, otra pedía que la Princesa se azotase. Todas estas son
señales que se oponen a que sean esencias diabólicas, ya que a los
demonios les excita terriblemente la oración, y sobre todo el agua
bendita, según nos lo demuestra la experiencia con los poseídos.

***

34 Esta es una de esas ocasiones en que a Sor Francisca se le aparecen almas


en estado muy lamentable: «El 1 de enero se me apareció un difunto pregun-
tando: «¿Duermes?» Respondí: «No duermo». Dijo él: «No temas, que soy N.,
que hace poco morí y me encuentro en las penas del Purgatorio por haber
ofendido a Dios con deshonestidades y haber sido amigo de ser estimado con
el deseo de subir algunos rangos, y por poco me salvé. Di que hagan [todo lo
que puedan] por mi alma, y encomiéndame a Dios. Jesús quede contigo». Lo
dicho lo decía con grandes gemidos. Tan horrible y lleno de fuego estaba que
al verlo quedé casi sin sentido. Aunque he visto tantas apariciones, ninguna tan
extremadamente horrible como esta; y así quedé fuera de mí al ver tan espan-
toso espectáculo, el cual ya se me había aparecido tres veces todo blanco antes
de descubrirse. La primera vez fue el día de la Conversión de San Pablo». Pala-
fox dice que esta alma fue la de un soldado, y que por deshonestidades se en-
tienden faltas contra la castidad. (Obispo Juan de Palafox, Luz a los vivos y
escarmiento en los muertos, apunte LI). (N. A.)

29
BRUNO GRABINSKI

Durante los años de 1921 a 1928, en una pequeña ciudad del Sur
de Alemania, por autorización misericordiosa de Dios, a un alma bie-
naventurada se le presentaron una serie de pobres almas, tanto cono-
cidas suyas como extrañas, a fin de solicitar su intercesión. Esta per-
sona35, por deseo expreso de su Director Espiritual, transcribió en
forma de Diario todo cuanto vio y vivió.

Pero ahora surge la pregunta:

¿Qué hemos de pensar de estos apuntes y de todas las apariciones?

«A estos apuntes de Diario les concede una fuerza enorme el he-


cho evidente de que fuesen escritos no sólo con la autorización, sino
incluso por el consejo del Párroco, durante largo tiempo Director Es-
piritual de la vidente, quien con su declaración jurada atestigua que
son ciertamente apariciones reales y no fruto de una mente acalorada
e inconsciente, por ser la vidente una persona íntegra, muy clara en
sus concepciones y sin ideas confusas ni preconcebidas».

El Párroco escribe:

«El contenido de estos apuntes no ha de confundirse con los fe-


nómenos del ocultismo, ni tampoco querer compararlo con el con-
cepto «poético» que apreciamos en el «Purgatorio» de Dante. Estas
apariciones son hechos comprobados».

Nadie puede estar tan seguro como yo de que todo cuanto aquí
se narra ha ocurrido realmente. A la vidente la he tratado muy de
cerca durante los últimos doce años de su vida; día tras día me fue
informando de cuanto le sucedía. Siguiendo mi consejo, escribió este
Diario a fin de transcribir al mismo todo cuanto veía, claro que nunca
se le ocurrió la idea de publicarlo —cosa que yo tampoco pensaba

35
Eugenia von der Leyen. (N. A.)

30
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

hacer al principio—. Yo, como Director Espiritual suyo, quería con-


servar todo esto por escrito para más adelante, ya que me resultaba
imposible retenerlo en la memoria. Deseaba disponer de tiempo sufi-
ciente para madurar mi juicio tanto respecto a estos fenómenos como
sobre la personalidad de la vidente.

La vidente ha llevado una vida realmente santa. Su piedad era


muy sólida, humilde como un alma franciscana, celosa para el bien,
incansable en la práctica de la caridad, dispuesta siempre a ayudar a
los demás y a sacrificarse por todos hasta por encima de sus fuerzas,
preocupada tan sólo de la gloria de Dios y el bien de las almas. Todos
cuanto la conocían, la veneraban. Nada más lejos de ella que el desear
la gloria y la fama; por el contrario, esto le infundía pavor, ya que
tenía un temor enorme de poder caer en la tentación del afán de
sobresalir o de agradar. Lo único que deseaba era alegrar a los demás,
y en esto se ingeniaba cuanto podía. La personalidad de la vidente es
la mejor garantía para la perfecta credibilidad.

Cuando me autorizó publicar el Diario, únicamente lo hizo pen-


sando en el bien que podría resultar para las pobres almas abando-
nadas. Por ellas estaba dispuesta a aceptar todos los sacrificios, incluso
éste. Yo también sé lo que va a ocurrir, y también estoy dispuesto a
sacrificarme ante un mundo que no está dispuesto a creer cuanto aquí
está escrito.

No habrá nadie que pueda tacharnos, a la vidente o a mí, de lige-


reza y superficialidad, y estoy seguro de que todos se sentirán impre-
sionados por todo lo que aquí se encuentra.

Declaro, bajo juramento, que fui yo quien sugerí a la vidente


apuntar con toda claridad y detalle los hechos verídicos referentes a
sus visiones, pero en ningún modo por mi parte sugerí visión alguna.

31
BRUNO GRABINSKI

Respondo, en todos los aspectos, de la autenticidad del Diario y


ruego al lector dedique un respetuoso y agradecido recuerdo a la vi-
dente, quien descansa ya en el otro mundo y seguramente goza feliz
de la presencia de Dios».

Hasta aquí, el Párroco y largos años Director Espiritual de la vi-


dente.

El consejero privado y profesor de la Escuela Superior de Freising,


doctor Ludwig, escribió al Párroco W.36 lo siguiente: «He conocido a
la vidente y puedo asegurar que sus escritos son por completos verí-
dicos». Este juicio tiene un peso especial, ya que el consejero privado,
Dr. Ludwig, como especialista en cuestiones ocultistas, y conociendo
personalmente a la vidente, podía muy bien dar un juicio acertado
respecto a la veracidad tanto objetiva como personal.

El consejero privado, profesor de la Universidad de Múnich, doc-


tor en teología y filosofía, Antón Seitz, gran conocedor sobre la mate-
ria referente a «las apariciones de espíritus», a quien se presentó el
libro para su examen científico, ha dado sobre el mismo una opinión
clara y terminante37. Llega en ella hasta un resultado positivo, que
aquí sólo resumiremos:

«El ambiente sobrenatural moral de los apuntes del Diario de apa-


riciones, aparece asegurado de manera remota por el Párroco, muerto
el 11 de octubre de 1937, quien por sus largos años de Director Espi-
ritual de la vidente, así como por el constante trato con la misma, ha
podido conseguir una impresión directa respecto al carácter santo de

36
El Párroco Wieser, Sebastián Wieser, fue el Director Espiritual de la Prin-
cesa Eugenia, autora del Diario de que trata este libro. (N. A.)
37 El Prof. DR. SEITZ, entre otros muchos escritos, ha publicado la obra de

dos tomos Ocultismo, ciencia y religión (Editorial Dr. Franz A. Pfeiffer, Múnich).
Siendo, por tanto, el más indicado para dar una opinión de peso.

32
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

esta «alma franciscana» con su piedad sencilla, infantil, sincera y pro-


funda, su generoso amor al prójimo y, sobre todo, su extraordinaria
disponibilidad al sacrificio en favor de las pobres almas, pudiendo así
testimoniar la buena conducta de la misma.

De manera más próxima, la fuente sobrenatural de sus revelacio-


nes particulares, mediante mensajeros enviados por Dios desde el otro
mundo, no es sino teoría de conocimiento de causas como se des-
prende de toda aclaración natural de la predicción burlona y miste-
riosa de la fecha de su muerte, más de tres años antes de que ésta
tuviese lugar, por medio de una muy concreta indicación numérica
«3 x 9». Para pensar en autosugestión, falta aquí la condición indis-
pensable: una idea firme, determinada y preconcebida, un enérgico
acto de autoridad. La receptora ni siquiera comprende el enigma; no
puede, pues, deducir una indicación numérica determinada. La su-
gestión, sin idea preconcebida, carece de objeto. Tampoco existe la
menor huella de la existencia de un pronóstico natural, ya que éste se
habría expresado por una forma de expresión hasta cierto punto con-
creta. No hay, por tanto, motivo natural suficiente para poder relacio-
nar esto de manera definitiva como clara indicación de que el día de
su muerte había de acontecer tres años después; ha de buscarse, pues,
un motivo sobrenatural: la primera fuente no es otra sino la omnis-
ciencia divina que se sirvió como órgano de la divina revelación de
un Dominico, quien, al aparecérsele, le inspira la forma de interpretar
lo anterior. Con ella queda ya fijado un firme punto de partida para
comprender así la legitimidad de las nuevas revelaciones divinas den-
tro del marco de la voluntad de revelación divina.

No sólo exteriormente, debido a la maravillosa inspiración divina;


también en su interior se reconoce la certeza total de estas revelacio-
nes privadas, en que respiran siempre el verdadero espíritu de la sa-
lud que se encuentra en toda revelación divina. Son opuestas por
completo a las aparentes revelaciones de las supersticiones espiritistas,

33
BRUNO GRABINSKI

así como al entusiasmo de las sectas. Las almas se le presentan con la


autorización de Dios. El Señor les ha marcado el camino a seguir.
Además, la santa receptora de estas revelaciones no se resiste a la
voluntad de la Providencia divina impulsada por una presión externa,
sino movida, más bien, por su afán interior de renunciar a su propia
voluntad y practicar la virtud. Sólo el puro amor de Dios y del pró-
jimo es el que le impulsa hacia las pobres almas, haciéndola capaz de
aceptar todos los sacrificios que esto exige de su parte. Tampoco la
arrastran las pobres almas por su ruta misteriosa, tampoco deja que
éstas la empujen desde fuera, sino que todo nace de su interior; solo
moralmente se deja sacudir hasta llegar al esfuerzo máximo, sólo por
su amor desinteresado está siempre dispuesta a ayudar a los demás
aunque para ello haya de negarse a sí misma de manera heroica. Le
cuesta un gran sacrificio el tener que renunciar a su tranquilidad cor-
poral y espiritual, así como a todos los goces permitidos para, por
amor a Dios, actuar de samaritana con los más necesitados, con las
pobres almas abandonadas de todos los hombres; y esto lo lleva a
cabo con santa obediencia por cumplir así el cometido que Dios le
asignó en la vida.

Al igual que la voluntad, también la conciencia de la vidente, así


como la de las pobres almas que se le aparecen, están siempre con-
formes con la decisión inquebrantable de la revelación divina de la
salud. Siempre que la curiosidad humana quiere saber más de lo que
se le manifiesta acerca del otro mundo, la bondad y la sabiduría di-
vina suele no concederle a ello respuesta alguna, y sólo le hace saber
lo preciso para que se esfuerce prácticamente y con todas sus fuerzas
en acción, a fin de alcanzar la meta de la bienaventuranza eterna. No
se revela nada de aquello que la inteligencia humana no pueda com-
prender sobre el más allá.

También en el aspecto negativo las revelaciones particulares de la


vidente resultan fidedignas, ya que no se oponen en absoluto a las

34
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

definiciones de la fe dogmática ni a los pronósticos del magisterio


regular y común de la Iglesia, ni tampoco a toda la transmisión de la
ciencia teológica.

(El profesor de la Universidad de Múnich, doctor P. Alois Mager,


escribió también el 26 de julio de 1930: «Todo está de acuerdo con
la doctrina y revelación de la Iglesia, y tiene por objeto excitar a los
fieles a que ayuden a las pobres almas por medio de la oración, los
sacrificios y las buenas obras»). (El editor).

Una seria dificultad, aunque no absolutamente insuperable, surge


por el carácter aparentemente malévolo de ciertas pobres almas del
grado inferior, grado en el cual los dolores del castigo traen consigo
un estado sumamente malévolo. Con toda seriedad pregunta en cierta
ocasión la vidente a un alma: «¿Estás condenada?» No obstante, la
aparición sacude su cabeza indicando que no lo está. Naturalmente,
las almas de los hombres condenados al Infierno no pueden ser redi-
midas ni por las buenas obras ni por los mayores sacrificios. Por otra
parte, tampoco las pobres almas del Purgatorio pueden cargar sobre
sí nuevas culpas por continuar obrando el mal, y sólo pueden expiar
los castigos merecidos por las culpas contraídas durante su vida te-
rrena. De no ser así, ¿de qué serviría su estancia en el lugar de purifi-
cación?; en lugar de aproximarse cada vez más a Dios mediante una
purificación continuada, retrocederían y se alejarían constantemente
de Él.

Cierto que los pensamientos realmente malignos y al mismo


tiempo gravemente pecaminosos, incluso diabólicos, merecen una crí-
tica negativa que ya de antemano excluye infaliblemente la autentici-
dad de tales «apariciones de almas del Purgatorio». Pero si estas apa-
riciones se observan más detenidamente, se comprobará entonces
que su situación real es muy diferente de lo que parecía a primera
vista. Obligado a hablar, Egolf (el simio) responde: «En mí sólo hay

35
BRUNO GRABINSKI

maldad. La maldad está adherida a mí». En esta expresión de «la


maldad aún adherida», se aprecia claramente cómo ésta es conse-
cuencia de todos los pecados cometidos en la tierra, pero nunca
puede pensarse que se debe a faltas cometidas después de la muerte.

Pero ¿cómo puede comprenderse entonces la voluntad, expre-


sada claramente, de atormentar? Esto se debe no al motivo de ale-
grarse malévolamente del tormento de los otros, sino tan sólo es a
modo de penoso esfuerzo por tratar de liberarse del propio tormento,
aunque sea a costa de los demás y sacrificando terriblemente al alma
que generosamente se presta a toda mortificación con el fin de ayudar
a las pobres almas.

A su importante pregunta: «¿Por qué hay almas que lo único que


hacen es atormentarme?», el Dominico que se le apareció le dio la
respuesta aclaratoria: «Son las almas que están en los grados inferiores
—los pecados están aún adheridos a ellas—. Están salvadas, pero no
purificadas». Esta aclaración tiene tanta mayor fuerza cuanto que
brota de la misma alma que de manera misteriosa y como órgano de
la divina revelación pronosticó a la vidente el día de su muerte, o sea,
que queda palpablemente demostrado ser una aparición del otro
mundo. Ahora, este Padre Dominico, con respecto a un seglar, no se
ha expresado con precisión teológica. En lugar de haber usado la
expresión equívoca «pecado» al referirse a la «culpa del pecado», de-
bería haber escogido la designación «estado de pecado» o «conse-
cuencia del pecado», esto es, el impetuoso impulso natural de la pa-
sión no mortificada que hace a los hombres iguales a los animales,
unido a una terrible desgana para la oración. Si un alma pasa a la
eternidad con su pasión animal, no se despoja de ella inmediata-
mente, pues, del lado que el árbol caiga, en ese mismo lado se
queda38. No tiene lugar milagro alguno de la gracia que aparte al alma
de este impulso natural a que la somete su pasión no dominada. Esto

38
Eclesiastés 11, 4-6.

36
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

ha de suceder no sólo exterior y mecánicamente, sino más bien en


forma orgánica de dentro a afuera, por medio de una purificación
general, igual que se realiza en este mundo mediante la cooperación
voluntaria y activa con la gracia divina, así tiene lugar en el otro
mundo mediante la fuerza propiciatoria y purificadora de los sufri-
mientos involuntarios, por medio de los cuales las almas van paulati-
namente purificándose y subiendo. No es posible que desde el grado
inferior de la purificación se salte en forma repentina al superior, es
decir, se consiga el amor perfecto de éste; la purificación ha de ser
larga, ya que el alma ha de ir madurando poco a poco hasta estar a
punto para entrar en el Reino de Dios. En el primer grado (el grado
más bajo), el amor de Dios y del prójimo es aún muy imperfecto; allí
reina el amor propio y todavía se conserva allí la atracción o pasión
pecaminosa traída consigo de la vida terrena, la cual impulsa a exci-
taciones culpables, aunque totalmente involuntarias. De ahí viene
también la pasión de la envidia, el instinto egoísta que se aprecia en
Weiss el 1 de junio de 1924. Sucede exactamente lo mismo que aquí
en el mundo; por ello vemos cómo hasta el gran San Pablo, a pesar
de su arrobamiento hasta el tercer cielo, aún experimenta en sí el
«aguijón de la carne»39 (2 Cor., 12, 7).
39 En palabras más sencillas: la muerte no libra al alma de sus malas incli-
naciones, sino que el alma se lleva consigo la carga de pecado que no expió en
vida. En el libro Manuscrito del Purgatorio, una Religiosa fallecida se le aparece
durante algún tiempo a una Hermana suya pidiéndole ayuda, y además le en-
seña algunas cosas sobre el Purgatorio y la vida espiritual. Las siguientes pala-
bras, dichas por esta difunta, confirman que la muerte no hace desaparecer las
malas inclinaciones del alma, y de paso nos ayuda a comprender por qué hay
almas que deben pasar tanto tiempo en el Purgatorio: «En esta pasada Noche
de Navidad (de 1879) millares de almas han dejado el Purgatorio para subir al
Cielo; pero muchas otras se han quedado en él, y entre esas yo. Me has oído
decir varias veces que la expiación perfeccionadora o satisfactoria de las pobres
almas es muy lenta o de larga duración. Ciertamente esto ocurre. También sue-
les admirarte de que, a pesar de tantas oraciones ofrecidas en sufragio de mi
alma, permanezca yo todavía sin ver a Dios. Esto es debido a que el acerca-
miento de un alma del Purgatorio a la perfección expiatoria que la haga apta

37
BRUNO GRABINSKI

No por maldad contra Dios ni por desagradecimiento, sino por


instinto natural de conservación, es por lo que las almas, presas de
terribles dolores, se sienten irresistiblemente impulsadas a agarrarse a
la única áncora de salvación que les ha señalado la misericordia di-
vina, y, por ello, con el ímpetu de una persona que a causa del ardor
de sus horribles dolores ha perdido el dominio de los nervios, estas
almas se lanzan hacia la persona que está dispuesta a ayudarles. Es,
en realidad, «la lucha de un desesperado» con el ánimo y la furia de
aquel que combate por defender su existencia fuertemente amena-
zada.

En el lugar de purificación del otro mundo, las almas del grado


inferior (imperfecto) son totalmente opuestas a las del grado superior

para ir al Cielo, no se realiza ordinariamente más deprisa que sobre la tierra, en


la que, cuando un alma llena de vicios se convierte, tarda bastante tiempo en
desarraigar sus malas costumbres y llegar por fin a una santidad o perfección
estable. Por ejemplo, hay almas que pasaron su vida casi vanamente en la tierra,
ya que no hicieron nada o casi nada para merecer ir al Cielo, salvándose, sin
embargo, por verdadero milagro debido a las oraciones de otros o a otras razo-
nes justas conocidas por Dios. En casos como éstos, deben expiar mucho y por
largo tiempo no sólo por sus innumerables pecados veniales sino además por
los no pocos pecados mortales que todavía a tiempo se les perdonaron, logrando
así su salvación; pues, por decirlo de algún modo, han de iniciar su vida en el
lugar de expiación, en el sentido de ir haciéndose menos deudoras a la divina
Justicia, perfeccionándose ellas poco a poco con sus expiaciones hasta revestirse
de un amor a Dios y al prójimo que apenas tuvieron en la tierra y deseando
ardientemente ver y poseer a Aquel a quien no amamos lo suficiente durante
nuestra vida mortal. Comprende, por tanto, cómo por qué la liberación de al-
gunas almas se tarda a veces tan largo tiempo. El buen Dios me ha concedido
a mí un privilegio muy grande, que yo no merezco, que es éste de poder suplicar
oraciones, pues, de lo contrario, como la mayor parte de las almas de escasos
merecimientos, debería estar durante una muy larga y desconocida infinidad de
años en el Purgatorio como estas otras almas abandonadas». Puede también
verse otro ejemplo en la pág. 345.

38
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

(perfecto). Estas dos perspectivas, la de arriba y la de abajo, se com-


pletan entre sí para formar un solo conjunto». Hasta aquí, el profesor
Seitz.

(...)40

El histerismo, aún mucho más que las alucinaciones, ha de des-


cartarse como motivo productor de las apariciones de las pobres al-
mas, dado que como histerismo se entiende el deseo que siente una
persona de sobresalir y hacerse interesante a los demás; es una debi-
lidad de voluntad, una falta de carácter que no encaja con una per-
sona santa de piedad interior y sólida fundada en la base firme de la
humildad y el abnegado amor de la verdad.

«En aguda oposición con la personalidad histérica característica,


ser mediocre que sólo busca su propio interés y se coloca en el punto
central de todo, la vidente, de forma conmovedora y con toda justicia,
reconoce todas sus debilidades e imperfecciones humanas. Una y otra
vez, pide a las almas que se le aparecen: «¡Habladme mal de mí
misma!» Solamente escribe por obediencia. Le cuesta un terrible ven-
cimiento el tener que salir de sí misma para permitir a su Director
Espiritual entrar plenamente en su interior y poder así formular un
juicio exacto respecto a ella. Pero al mismo tiempo le da una cierta
seguridad el saber que alguien vela sobre ella» (Profesor doctor Seitz).

El Obispo Bonifacio Sauer O. S. B., de Corea (del Convento de


Münsterschwarzach), que conocía personalmente a la vidente, en un
encuentro personal con el editor, aseguró a éste que la vidente estaba
perfectamente sana y no era histérica en absoluto.

40
Por cuestión de espacio, he omitido los párrafos donde se excluye la po-
sibilidad de alucinaciones en la Princesa. Además creo que sobra.

39
BRUNO GRABINSKI

El doctor Spesz dice que el histerismo es «una palabra cómoda


que se cuelga a todo lo que los hombres no conocen. Los médicos se
han visto obligados a advertir seriamente ante el abuso que se ha he-
cho de esta palabra».

Muy bien podría decirse con el profesor doctor Seitz: «En resumi-
das cuentas, después de una crítica científica minuciosa, se puede sa-
car la conclusión de que estas apariciones de pobres almas pueden
considerarse, en su totalidad, como una revelación privada hecha a
una persona santa».

Este juicio ha de emitirse con toda precaución, como es práctica


común en la Iglesia, ya que muy raras veces suele dar crédito com-
pleto a los mortales en casos semejantes a éste.

También se llega a este resultado observando los juicios emitidos


con respecto a la autenticidad de las visiones, y a éstas pertenecen
también las apariciones de las pobres almas.

El Papa Benedicto XIV da algunas advertencias. Debido a que el


visionario es su propio testigo, su veracidad tiene que ir respaldada
en su perfecta personalidad moral. Por ello mismo, muy poca con-
fianza ofrecen las visiones de aquellos que mediante ejercicios piado-
sos y obras de penitencia exageradas, sólo siguen su propio capricho;
lo mismo que aquellos otros que no merecen en absoluto nuestra con-
fianza, puesto que en lugar de estar enraizados en la humildad, se
preocupan demasiado de buscar su propio provecho y quisieran lle-
gar al objetivo final por otros caminos que el del propio vencimiento,
la cruz y el dolor41.

El profesor doctor Zahn emite el siguiente juicio respecto a la au-


tenticidad de las visiones:

41
DR. ZAHN, Introducción a la mística cristiana, pág. 600.

40
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

«Cuanto más pura, humilde e ingenua es un alma,


tanto menos aspira a lo extraordinario,
tanto mejor se comporta en los caminos normales,
tanto más indiferente se muestra en lo que a la humildad y la
fidelidad se refiere, a la recepción de gracias extraordinarias, y
tanto más, sin embargo, aumenta su ánimo y heroísmo para actuar
y soportar...,
entonces tanto más seguro será el juicio particular que pueda emi-
tirse respecto a la causalidad sobrenatural de aquellos carismas».

Si se confronta con estas opiniones lo que el Párroco y Director


Espiritual de la vidente escribe de su vida santa, su humildad, su só-
lida piedad, su espíritu de sacrificio y su caridad, su temor a los ho-
nores, su obediencia incondicional, etc., entonces, de común acuerdo
con el resultado científico del examen, puede decirse: De acuerdo
con la medida humana, estas apariciones de pobres almas pueden
considerarse objetivos dignos de crédito sucedidos a un alma sacrifi-
cada, santa y bienaventurada.

41
SEGUNDA PARTE
(PRÓLOGO E INTRODUCCIÓN DEL LIBRO
“MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS”)
PRÓLOGO

C uando un editor presenta a los lectores un nuevo autor, le hace


una de las más humanas preguntas, como lo hicieron los prime-
ros discípulos con Jesús: «¿dónde vives?» (Juan 1, 38). Sólo llegaremos
a conocer a alguien a fondo si sabemos el país, la región, el ambiente
y la época que lo marcaron, donde están las raíces de su personalidad.

Mi proyecto de reimprimir el célebre Diario de la Princesa ale-


mana Eugenia von der Leyen, oriunda de Suabia, nació cuando el
Párroco Dr. Pietro Gehring, de Lindau, en 1978, vino a hacer una
visita a nuestra Editora. Por casualidad llegamos a hablar de Eugenia
von der Leyen y así vinimos a saber que el Dr. Gehring es natural de
Blonhofen, distante unos pocos kilómetros del castillo de Waal, y que
había conocido, aunque brevemente, a la Princesa en persona. Nos
pusimos muy contentos cuando el Dr. Gehring, que conocía muy bien
el ambiente, se declaró dispuesto a comentar la obra y acrecentarla
con algunas anotaciones.

El alto poder explosivo, contenido en este Diario extraordinario,


entró repentinamente en el campo visual de dos grandes exponentes
de la época: Hitler, que llegó a prohibir su publicación (no lo habría
hecho si el libro fuese inofensivo); y Pío XII, amigo íntimo de los von
der Leyen, que como nuncio apostólico en Alemania, se quedaba a
menudo en el castillo de Waal y de Unterdiessen, obteniendo como
regalo de esta familia el texto original del Diario.

45
ARNOLD GUILLET

Eugenia, descendiente de una vieja dinastía alemana

Hija de una antigua familia real alemana, la autora de nuestro


Diario, Eugenia von der Leyen und Hohengeroldseck, nace en Mú-
nich, Baviera, el 15 de Mayo de 1867.

Eugenia era la hija del tercer Príncipe von der Leyen, Fhilipp II
Franz Erwein, nacido el 14 de junio de 1819 en Waal, y muerto en
Waal el 24 de julio de 1882. La madre de Eugenia se llamaba
Adelheid von Thurn und Taxis, fallecida en 1888. Eugenia desciende,
por tanto, por línea materna, de la célebre familia real de los Thurn
und Taxis, que durante siglos estuvo a cargo de la administración de
la oficina de correos de Alemania.

El hermano de Eugenia era Erwein II Theodor, cuarto Príncipe


de los von der Leyen, muerto en 1938 a los 75 años. La esposa de él,
cuñada de Eugenia, era Marie Charlotte von Salm-Reifferscheidt-Dijk
(fallecida en 1944).

El sobrino de Eugenia, Erwein III Otto Philipp, quien se había


casado en Roma con Doña Nives Ruffo della Scaletta, de la estirpe
de los Borguese, fue el siguiente en la dinastía. Esta última, en con-
traste con los demás miembros de la familia, quienes eran de ideas
liberales, creyó firmemente en el carisma de Eugenia, y fue ella quien
entregó al Papa Pío XII los originales del Diario de Eugenia. La in-
fluencia de la familia de los Borguese fue bien decisiva para que los
von der Leyen aceptasen el carisma de Eugenia. Ellos fueron, por así
decirlo, sus asistentes espirituales. La Princesa Ludovica Borghese
(1859-1928), a través de su hija y su nieta, influye grandemente en la
misión de Eugenia. Su hija, Maria Nives, que se casó con un miembro
del Castillo de Waal, protegía a Eugenia von der Leyen de modo
extraordinario, pues estaba convencida de su carisma.

46
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

La Princesa Ludovica, que nos invitó tan amablemente y que con


mucha delicadeza nos mostró los dos castillos, debe su nombre a su
bien distinguida abuela de Roma, la Princesa Ludovica Borghese.

Después de la nueva división de los dominios por el Congreso de


Viena, el Príncipe von der Leyen adquirió las dos propiedades de
Waal y de Unterdiessen. En 1924 el castillo de Unterdiessen fue re-
modelado, y el 26 de junio de 1925 el Príncipe heredero se mudó
para allá, y con él también Eugenia, quien permaneció allí hasta su
muerte, ocurrida el 9 de enero de 1929.

Durante los trabajos de restauración, en 1925, fueron descubiertas


piedras del tiempo de los romanos, con lo que llegaron a la conclu-
sión de que los romanos habían tenido allí una fortaleza.

Visita al castillo de Unterdiessen

Eugenia pasó parte de su vida en el castillo de Waal, y, desde


1925, en el castillo de Unterdiessen, distante apenas unos kilómetros
del de Waal.

El 31 de enero de 1979, el Dr. Gehring y el suscrito editor fueron


invitados por la Princesa Ludovica von der Leyen a visitar los castillos.
Ambos castillos se encuentran situados en Suabia, entre Augsburgo y
Garmisch-Partenkirchen, 10 kilómetros al sur de Landsberg en el alto
valle del Lech, 12 km al este de Bad Wörishofen, 8 km de Buchloe
(que ahora es la estación ferroviaria de aquel lugar) y a 25 kilometros
de Kaufbeuren.

Landsberg es una antigua ciudad de Baviera, por encima de la


conocida Lechfeld, donde el rey Otón I en 955 derrotó a los húngaros
en una victoria que pasaría a la Historia. La ciudad es famosa por la
iglesia barroca de los jesuitas y el ayuntamiento renacentista. En la

47
ARNOLD GUILLET

cárcel de Landsberg, Hitler estuvo preso en 1924, y esa misma cárcel


alojó, desde 1945, a los condenados en los procesos de Nuremberg,
de los cuales cinco fueron ejecutados.

A nuestra llegada al castillo de Unterdiessen, nos encontramos


con el parque señorial totalmente cubierto de nieve, mas la ruta de
acceso y el parqueadero estaban perfectamente limpios. Fuertes ladri-
dos de perros indicaban que el castillo era bien custodiado. A lo largo
del vano de la escalera había muchos grabados antiguos y pinturas al
óleo, de propietarios de antaño. La Princesa Ludovica nos saludó ca-
lurosamente y nos llevó al salón que queda junto al gran comedor.
Había muchas preguntas por hacer, y así llegamos a conocer nuevos
episodios de la vida de Eugenia. Todos sus familiares, aunque tam-
bién algunos del pueblo, la llamaban «Eschi» (forma adapta en ale-
mán del nombre «Eugenie»). La Princesa Ludovica nos contó que
había oído muchas veces a su mamá decir: «Eschi era la bondad en
persona».

Admirábamos los muchos tesoros de arte, imágenes y recuerdos,


cuando de pronto un objeto semejante a una custodia llamó nuestra
atención. El Dr. Gehring lo identificó como el relicario de una partí-
cula de la Santa Cruz, mencionada algunas veces en el Diario. Encon-
tramos, al abrir la cápsula, residuos de un sello romano. Se trataba de
un trabajo de joyería barroca, adornado con piedras preciosas en
frente. Era costumbre, en aquellos tiempos, adornar objetos preciosos
de devoción de esa manera. En el centro de la custodia había una
crucecita blanca, a la que se encontraba pegada una partícula de la
Santa Cruz. Conforme informaciones del Dr. Gehring, se trata, gene-
ralmente, de partículas de madera que estuvieron en contacto con la
auténtica cruz de Nuestro Señor y que habían sido bendecidas por el
Santo Padre; tales objetos pasan por reliquias de mucho valor.

En el comedor admiramos un cuadro auténtico de un antiguo pin-


tor holandés y una gran pintura al óleo representando a la Condesa

48
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

María von Schönborn, en tamaño natural; también ella es mencio-


nada en el Diario. Durante el almuerzo, en el gran comedor, fue sim-
plemente inevitable recordar que Eugenia había pasado los últimos
tres años y medio de su vida entre aquellos salones, y que hacía exac-
tamente 50 años allí había muerto, el 9 de enero de 1929.

Pío XII, íntimo amigo de la familia von der Leyen

En la estantería de la sala de estar, en Unterdiessen, hay 24 volú-


menes de gran belleza: las obras completas de Pío XII, autografiadas;
su regalo para la familia real. La madre de la P. Ludovica, Maria Nives
Ruffo della Scaletta, nacida el 16 de agosto de 1898, aprenderá, en su
juventud, a estimar a Eugenio Pacelli como su profesor de religión,
quien, más tarde, gobernaría la Iglesia como el Papa Pío XII.

La primera familia por él recibida, como Sumo Pontífice, fue


aquella de su antigua alumna Maria Nives, y, desde entonces, él la
recibirá en audiencia particular. Maria Nives desciende de la famosa
estirpe romana de los Borguese, que dio a la Iglesia el Papa Paulo V.

Como ya mencionamos, fue Maria Nives, madre de la Princesa


Ludovica, quien entregó al Papa, personalmente, el Diario de la Prin-
cesa Eugenia, cuando, después de la S. Guerra Mundial, fue recibida
en audiencia particular. Ella murió el 6 de agosto de 1971, en Roma,
y fue sepultada en el mausoleo familiar de Waal. Su marido, sobrino
de Eugenia, el Príncipe Otto Philipp Erwein III von der Leyen, nació
el 31 de agosto de 1884 y murió el 13 de febrero de 1970 también en
Roma, e igualmente fue sepultado en el mausoleo familiar.

Hitler prohíbe la publicación del Diario

Ya dijimos que Adolf Hitler estuvo preso en 1924 en la fortaleza


de Landsberg y que, en diciembre del mismo año, fue puesto en li-

49
ARNOLD GUILLET

bertad antes de tiempo por la amnistía. En Landsberg, visiones apo-


calípticas de odio lo atormentaban e hicieron que, más tarde, fuesen
sacrificados 6 millones de judíos y que cayesen en los campos de ba-
talla millones de soldados.

En tanto el cabo Hitler escribía en la fortaleza de Landsberg su


libro programático Mein kampf, Eugenia von der Leyen, a 10 kilóme-
tros de distancia, llevaba una vida de mística inmersión en Dios y
escribía su Diario.

Más tarde, Hitler llegó a ser su vecino, con motivo de sus visitas a
su «Nido de Águila», en Berchtesgaden. Hitler prohibió que se editase
o se leyese el Diario. Después de doce años, el reino milenario de
Hitler desapareció. Su lucha terminó cuando se suicidó en el búnker
de la cancillería en Berlín. El Diario de Eugenia, por el contrario, nos
ofrece nuevas esperanzas por el Reino de Dios, que nunca perecerá.

La iglesia del pueblo de Waal

Por la tarde, acompañados de la Princesa Ludovica, pudimos vi-


sitar el castillo de Waal, donde Eugenia pasó la mayor parte de su
vida y en el cual también escribió su Diario. Fue este el escenario de
las apariciones de las almas del Purgatorio. El castillo de Waal, situado
en una pequeña colina, no dista mucho del castillo de Unterdiessen.
Aparcamos los coches frente a la cancillería, donde se encuentra la
administración de los bienes del castillo, al cual pertenece una amplia
cantidad de tierras y bosques. A un lado quedan las moradas de los
funcionarios y empleados.

Las tierras del castillo colindan con la iglesia de Waal, la cual po-
see un espléndido y alto campanario, siendo una de las más bellas
iglesias neogóticas, debido, principalmente, a su interior equilibrado

50
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

y obras de arte de un maestro ebanista, oriundo de esa región. Euge-


nia acostumbraba entrar en esta iglesia cada vez que salía del castillo,
y nosotros tomamos el mismo camino. Por un pequeño corredor lle-
gamos al Oratorio de la familia, tan a menudo mencionado en el Dia-
rio. El Oratorio es un pequeño lugar alejado y tranquilo para la ora-
ción, desde donde a través de una ventana se puede ver el altar ma-
yor. Aquí la familia podía recogerse en oración sin ser perturbada por
las miradas de los curiosos. Sobre el altar mayor cuelga un gran cua-
dro de la Nuestra Señora. Particular atención y especial interés para
nosotros merecía el altar lateral derecho, detrás del cual está situado
el mausoleo de la familia von der Leyen. Se encuentran allí también
los restos mortales de la Princesa Eugenia. Luego de cada entierro, el
mausoleo vuelve a ser cerrado.

Eugenia rezaba mucho en esta iglesia, en la que verá algunas apa-


riciones, como la del caballero, mencionado tantas veces en el Diario.

Visita al castillo de Waal

Subiendo una rampa, llegamos enseguida al castillo de Waal. A


la derecha hay una cervecería, que ya en la Primera Guerra Mundial
producía cerveza. El castillo, notable en muchos aspectos, especial-
mente por su amplia escalinata, era visitado después de la Segunda
Guerra Mundial por muchos americanos.

El interior del castillo impresiona por sus objetos y piezas históri-


cas. Destacan, entre otros aposentos, el gran y el pequeño comedor,
el salón de escritura y el de fumadores. Me llamó mucho la atención
la gran pintura al óleo del Príncipe elector Johann VI von der Leyen,
Arzobispo de Trier (1556-1567).

El cuarto de Eugenia quedaba al oeste, y tenía una medida de 5x5


metros. Según nos dijo la Princesa Ludovica, la habitación ya no se

51
ARNOLD GUILLET

conserva como entonces. Sólo la estufa de ladrillos y la posición de la


cama continúan como en aquel tiempo.

Quien haya leído el Diario, sabe que en aquella habitación Euge-


nia tuvo que ver, experimentar y soportar cosas terribles, y esto con
mucha frecuencia; a menudo llegaba hasta la pérdida de los sentidos.
Sin embargo, Dios siempre le daba nuevas fuerzas para aceptar el
sufrimiento reparador en favor de las pobres almas. Puede decirse sin
miedo a exagerar que en el castillo de Wall y en el de Unterdiessen
ella llegó a la santidad.

Cuando salimos de la habitación de Eugenia, se oyó un estruendo


ensordecedor que hizo temblar todo el castillo. La Princesa nos ex-
plicó que allí cerca había un aeropuerto de la OTAN, y que el castillo
sufría mucho con el ruido de los aviones, especialmente cuando so-
brepasaban la barrera del sonido.

La familia von der Leyen

La estirpe de los von der Leyen dio a la Iglesia muchos hombres


y mujeres que representarían un relevante papel en la vida eclesiás-
tica, entre los cuales mencionamos:

• Georg II, Obispo de Trier, † 1533,

• Simon, Abad de Maria Laach, † 1512,

• Bartholomäus II, Decano de Trier, † 1587,

• Margarethe, Abadesa, † después de 1553,

• Carl Caspar II, Arzobispo y Príncipe elector de Trier, † 1676,

52
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

• Damian Hartard, Arzobispo y Príncipe elector de Mainz, † 1670,

• Anna Eleonore, Priora de Engelpforten, † 1698,

• Damian Friedrich, Canónigo de Köln, Mainz, Würzburg, † 1817,

• Franz Erwein, Canónigo de Würzburg, Barmberg, † 1809.

La dificultad de tener que llevar una doble vida

Eugenia von der Leyen tuvo que llevar una vida opresiva entre
dos mundos, tan pesada para su espíritu, como se podrá constatar a
lo largo de su Diario. Sólo el pequeño Príncipe heredero Wolfram y
los animales (gallinas, perros y gatos) de la casa vieron las apariciones,
nadie más. Y ella no debía hablar con nadie más que con su Director
Espiritual acerca de este asunto. Todo esto debió haber sido oscuro y
confuso para esta mujer: una invasión de lo sobrenatural posible sólo
por especial permiso de Dios; algo tan espantoso, que no puede com-
pararse con banalidades, como, por ejemplo, un simple programa de
televisión que nos permite ver un país desconocido. Lo que nosotros
experimentamos en nuestra vida terrena, queda siempre, más o me-
nos, en un plano superficial. El contacto con el Más Allá es algo mu-
cho más complejo; aquí debe intervenir Dios directamente, o de lo
contrario el hombre no sería capaz de soportar algo semejante.

Recuerdos de una anciana del pueblo

Para terminar nuestra visita, que nos ocupó un día entero, la Prin-
cesa Ludovica nos llevó a ver a una anciana del lugar, la viuda del
profesor Josef Feistle, que conoció bien a la Princesa Eugenia. Nos
contó lo siguiente:

«La Princesa Eschi —todos la conocían por ese nombre— era una
mujer alta e imponente, muy piadosa y caritativa. Totalmente distinta

53
ARNOLD GUILLET

de los hombres de su familia, que eran liberales. Cristiana hasta el


final. Fue la mujer más simple; incluso ayudaba a los agricultores a
recoger el heno cuando el mal tiempo amenazaba. Tenía el don de
hacer siempre el regalo adecuado a cada persona, y siempre tenía
una sonrisa para todos. Trabajaba muy duro por las Misiones confec-
cionando vestidos y organizando colecciones. Como hermana soltera
del señor Príncipe, era muy amada y estimada por todos».

Fue muy significativo para nosotros el hecho de que la señora


Feistle pudiera recordar la fecha, e incluso la hora, de la muerte de
Eugenia. Murió el 9 de enero de 1929, a las cuatro de la madrugada.
Pregunté a la Sra. Feistle si Eugenia hacía viajes largos. Me respondió
que le parecía recordar que ella viajaba para visitar a sus hermanas:
la Baronesa Aretin, en Adeldorf, y la Baronesa Julie Frankenstein, en
Ulstatt, Franken.

En una carta, con fecha del 7 de febrero de 1979, la Sra. Feistle


nos comunicó algunos detalles más:

«La Princesa Eugenia quiso entrar en un Convento, pero no fue


aceptada debido a su no muy buen estado de salud. Intentó ingresar
en otros, pero tampoco le fue posible. En Waal había la costumbre
de que cada Princesa al morir obsequiaba su vestido de bodas a la
Parroquia. La madre de la Princesa Ludovica, Maria Nives Ruffo de-
lla Scaletta, nacida en Borguese, Roma, regaló a la Parroquia una
magnífica vestimenta azul claro, con flores, y bordes plateados. El Pa-
dre Pfersich solamente la usaba en las fiestas de Nuestra Señora.
Ahora estas piezas parecen haber pasado de moda...».

Santa Catalina de Génova

No hay nada de extraordinario en el hecho de que, justamente, la


hija de un Príncipe tuviera contacto con las ánimas del Purgatorio, ni

54
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

es novedad en la historia de la Iglesia. La muy conocida Santa Cata-


lina de Génova († 1510), de la noble familia genovesa de los Fieschi,
de la cual además descienden los Papas Inocencio IV y Adriano V,
vivió también muchas experiencias con las almas del Purgatorio.
También ella nos dejó un escrito, titulado Tratado del Purgatorio.

El notario genovés Ettore Vernazza describe su situación del


modo siguiente:

«Esta alma se encontraba (Santa Catalina de Génova), en tanto


vivía aún en este mundo, en el Purgatorio de amor abrasador de Dios.
Este amor la devoraba totalmente y la purificaba de todo lo que en
ella aún tuviese necesidad de purificación. Esto sucedía para que, tan
pronto como saliese de este mundo, pudiese presentarse a los ojos de
Dios, que era su dulce amor. Debido a este fuego de amor que ardía
en su propia alma, comprendía muy bien el estado en que se hallan
los fallecidos que están en el Purgatorio. Deben purificarse de toda
herrumbre y de toda mancha de pecado de que, en su vida, no se
libraron. Así como ella estaba unida al Amor divino —y por esto
mismo era feliz— aceptando todo lo que ese Amor le propiciaba, de
la misma manera también las pobres almas están contentas en el Pur-
gatorio».

Santa Catalina de Génova es considerada la «Teóloga del Purga-


torio», y San Francisco de Sales no se cansaba de recomendar su li-
bro: Tratado del Purgatorio.

Tres hermanas en el espíritu

Por aquellos alrededores vivieron dos mujeres que, al igual que


Eugenia, tuvieron contacto con el más allá, y quienes en Múnich, en
el año 1721, tuvieron un encuentro para tratar de temas espirituales:
hablamos de la Beata María Crescencia Höss, del cercano Kaufbeu-
ren, y de la Religiosa Carmelita Ana María Lindmayr.

55
ARNOLD GUILLET

Ana María L., al igual que Eugenia, por mandato de su Director


Espiritual escribió un Diario sobre los difuntos que se le aparecían.

Igualmente Crescencia tuvo visiones y contacto con las ánimas,


mas su apostolado no se limitó sólo a ellas; basta leer el libro de Art-
hur Maximilian Miller, Crescência von Kaufbeuren, Das Leben einer
schwäbischen Mystikerin.

La semejanza espiritual entre estas tres mujeres es sorprendente.


Eugenia von der Leyen, Crescencia de Kaufbeuren y Ana María Lind-
mayr forman como una constelación de tres estrellas, unidas no sola-
mente por la cercanía geográfica, sino, aún más, por su completo y
desinteresado amor al prójimo.

El Maestro del lago de Constanza

Para llegar a la residencia de Eugenia von der Leyen, tuvimos que


viajar a lo largo del lago de Constanza y fue, por tanto, imposible no
recordar al Beato Enrique Suso (1295-1366). No sabemos si Eugenia
habría leído los libros de Enrique Suso. Consciente o inconsciente-
mente, él fue para ella un gran maestro, porque el tema del Purgatorio
y de las pobres almas es largamente tratado en sus escritos, y sus en-
señanzas se convirtieron con el tiempo en un bien común de la Iglesia.
En el sexto capítulo de su Vida se lee:

«En aquella misma época le fueron manifestadas en visión muchas


cosas futuras y secretas, y Dios permitió que él sintiese y compren-
diese, en cuanto fuese posible a un ser humano, ciertas verdades re-
lacionadas con en el Cielo, con el Infierno y con el Purgatorio.

No era inusual para él que muchas almas después de partir de


este mundo se le aparecieran y le revelaran su suerte, su castigo, la
manera en que podía ayudarlas o lo que fue su vida ante Dios.

56
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

Entre muchos otros, se le aparecieron el bienaventurado Maestro


Eckhart, y Juan, de la familia Futerer Estrasburgo. El Maestro Eckhart
le reveló que se encontraba en una gloria desbordante en la que su
alma era inmersa en Dios. Entonces el siervo de Dios le pidió hacerle
saber dos cosas: cómo se hallarían en Dios las personas que trataron
con todo su corazón cumplir Su voluntad. Al instante comprendió
que nadie sería capaz de expresar con palabras la inmersión de dichas
personas en el abismo inefable de Dios. Y la otra pregunta: ¿Qué es
lo más indicado para alguien que desee llegar a aquella altísima
unión? Obtuvo esta respuesta: Olvidarse completamente de sí mismo
según su estado y renunciar a su propio querer y aceptar todas las
cosas como venidas de Dios y no de los hombres, y soportar con
paciencia a todos los hombres lobo (hipócritas).

El otro Hermano, Juan, se le apareció mostrándole también la in-


mensa felicidad de su alma glorificada. Igualmente a éste le pidió res-
puesta a una pregunta: ¿Qué es lo más doloroso para una persona y
al mismo tiempo provechoso para ella? El difunto contestó: Nada es
más doloroso y útil al hombre que entregarse completamente a Dios
ofreciendo con paciencia la propia voluntad, abandonándose así al
querer de Dios.

Su padre, que había llevado una vida completamente mundana,


se le apareció después de su muerte y con su rostro lleno de dolor le
hizo ver el espantoso castigo que padecía en el Purgatorio, haciéndole
entender, sobre todo, cómo se atrajo ese sufrimiento y especialmente
la manera en que mejor lo podría socorrer. Así lo hizo Enrique. Luego
se le volvió a aparecer mostrándole que, gracias a su ayuda, ya había
sido liberado de su castigo.

Su piadosa madre, a través de la cual Dios había obrado milagros


estando aún viva, también se le apareció en una visión y le hizo ver
el gran premio que había recibido de Dios.

57
ARNOLD GUILLET

Cosas similares le fueron comunicadas por otras muchas almas, y


desde entonces comenzó a sentir gusto en esto y frecuentemente reci-
bía grandes consuelos, en la medida en que él se había ocupado en
ayudarlas».

Estas cuatro apariciones que el Beato recuerda de manera especial


no fueron las únicas que le fueron concedidas. Esto ocurrió al princi-
pio de su entrega a Dios, cuando dejó todo para dedicarse exclusiva-
mente a la oración y a aquellas penitencias realizadas de manera casi
sobrehumana. Estas apariciones lo hicieron fuerte en su buen propó-
sito, y lo confortaban cuando era tomado del desánimo y la tristeza.
Su corazón se llenaba de gozo y alegría al ver un alma entrar en el
Cielo. Animado de sus habituales encuentros con las pobres almas,
el Beato Enrique Suso hacía frecuentes meditaciones acerca del Pur-
gatorio. Estas no sólo le servían para orar con mayor celo y expiar
por las pobres almas, también sacó enseñanzas para su propia vida.

Opinión del Cardenal Luciani sobre las revelaciones privadas

El futuro Papa Juan Pablo I dio una espléndida respuesta a todos


aquellos que creen que pueden echar a menos o negar las apariciones
de la Virgen, de las almas de los difuntos u otras semejantes sólo por-
que son revelaciones particulares.

Siendo Albino Luciani aún Patriarca de Venecia, concelebró el


10 de julio de 1977 una Misa con el Obispo J. Venancio de Leiría en
Fátima; al día siguiente fue a buscar a Sor Lucía, la vidente de Fátima,
quien se encontraba en el Convento de Coimbra. Comentando su
entrevista con Sor Lucía, el Cardenal Luciani escribió:

«Alguno podría decir: ¿Se interesa un Cardenal en revelaciones


privadas? ¿No sabe acaso que el Evangelio ya contiene todo? ¿Y no

58
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

sabe que incluso las apariciones aprobadas por la Iglesia no son ar-
tículo de fe? Desde luego que lo sé. Pero, al respecto, en un artículo
de fe contenido en la Sagrada Escritura, se lee: «Aquellos que creen
serán acompañados de milagros» (Marcos 16, 17). Para los cristianos
es menester también escrutar los signos de los tiempos. Detrás del
signo, es oportuno poner atención en las cosas que subraya ese signo».

Incluso el Concilio Vaticano II advierte sobre la poca estima o


minimización de estos carismas:

«Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos


y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las
necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y
consuelo... El juicio acerca de su autenticidad (de los carismas) y la
regulación de su ejercicio pertenece a los que dirigen la Iglesia. A
ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo
y quedarse con lo bueno». (Constitución Dogmática sobre la Iglesia:
Lumen Gentium, 12).

El Diario tiene una tarea y misión que cumplir

El Diario de Eugenia es una providencia para nuestro tiempo; es


un libro que ha hecho pasar horas de insomnio a muchas personas,
pero también ha consolado a muchas otras porque nos muestra cómo
incluso mujeres que han asesinado a sus hijos, y otros grandes peca-
dores, pueden ser salvados por la misericordia de Dios. No se trata
de historias de terror ofrecidas a bajo precio para calmar nervios de
aburridos lectores; es el relato de acontecimientos vividos realmente
sobre apariciones de difuntos, lo cual nos permite echar un pequeño
vistazo al mundo del más allá, que algún día, tarde o temprano, será
también nuestro mundo.

Muchos católicos hoy en día ya no están en la plena posesión de


la verdad. Existen muchas Parroquias en las cuales casi no se predica

59
ARNOLD GUILLET

sobre ciertas verdades de la fe, como los mandamientos, el pecado


mortal, el Purgatorio, el Infierno, los ángeles, el demonio, la Virgen;
con lo que estas verdades de fe de mucha importancia vienen a ser
sepultadas o infravaloradas. Es así como se crea en la Iglesia un terri-
ble vacío; ahora sólo nos queda una Iglesia terrena, el pueblo de Dios
que peregrina en la tierra, sólo esto se tiene ante los ojos; poco se
habla de la Iglesia Triunfante, de los Santos del Cielo y de la Iglesia
Purgante. Por eso este Diario, a mi parecer, tiene una misión y un
papel providencial: con la fuerza de un verdadero carisma puede ha-
cernos nuevamente sensibles al mundo del más allá, puede abrirnos
los ojos a las cosas nuevas que hoy en día están tan olvidadas.

Cuán pobres somos cuando no sabemos nada sobre la bendita


comunión con nuestros poderosos amigos del Cielo y con nuestros
compañeros sufrientes del Purgatorio, que tanto esperan nuestra
ayuda.

Las pobres almas no pueden orar en favor de sí mismas, pero sí


pueden pedir a Dios por nosotros, siempre y cuando, por supuesto,
hagamos algo por ellas.

La enorme ganancia de la salvación de parte de Dios

El célebre Jesuita Cornelio Lapide Steen (1567-1637), que enseñó


en Lovaina y Roma exégesis bíblica, habló muy bien acerca de este
tema al explicar el pasaje bíblico de los Macabeos 12, 43, de la si-
guiente manera:

«Por tanto, santo y saludable es el sacrificio por los difuntos,


cuando es ofrecido con pensamientos puros al Dios Bendito. Es santo
en consideración a que libra a las almas de los terribles tormentos de
las llamas del Purgatorio; en consideración también a los Santos y
Beatos, de los cuales aumenta el número, y de allí la alegría y gloria

60
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

de la Iglesia; después es santo en consideración a la Iglesia, la cual


obtiene nuevos defensores e intercesores ante Dios; y finalmente tam-
bién en consideración al celebrante, para quien ellas implorarán mu-
chos auxilios por haberles ayudado».

En este libro no vamos a encontrar hermosas palabras; lo que ve-


remos será (desde el inicio hasta el final del Diario) la miseria y el
sufrimiento de las pobres almas. Ana Catalina Emmerich, sin lugar a
dudas una de las más grandes místicas del mundo, escribió:

«Oh, es triste que se ayude tan poco a las pobres almas; cada
acción ofrecida por ellas, limosnas o actos de caridad, les aprovecha
inmediatamente; las hace muy felices, y es para ellas una gran bendi-
ción, como cuando una persona exhausta recibe un vaso de agua
fresca».

¡Nótese la palabra «inmediatamente»! ¿Por qué Dios hace que


nuestras acciones ayuden inmediatamente a las pobres almas? Quien
reflexione un poco acerca de esto, lo comprenderá por sí mismo, por-
que también Dios (humanamente hablando) espera con impaciencia
que las almas creadas a su imagen y semejanza sean del todo puras
para poderlas estrechar a su corazón de Padre! Y aquí está también
la explicación de por qué las pobres almas tienen un tan enorme po-
der. Al ayudarlas a llegar más pronto a la meta, no sólo recibimos
ayuda de ellas por sus ruegos, sino que recibimos además la ayuda
del mismo Dios, pues Él también está interesado en tenerlas pronto
consigo. He aquí la explicación del hecho de que las pobres almas
son tan poderosas ante Dios: ni una jota para ellas, sino todo el poder
para nosotros. Somos tan tontos al no querer entender esto. Y si nues-
tros predicadores, en vez de hablar tanto de psicología y altruismo,
supiesen hablar más a los hombres de la verdad que concierne a las
almas del Purgatorio y de las grandes verdades de nuestra fe, entonces
nuestras iglesias estarían llenas.

61
ARNOLD GUILLET

Y tú, querido amigo, si no crees en la verdad de la que se habla


en todo este libro, entonces haz una prueba: Si necesitas ayuda en
algo que te resulte muy difícil, prométele a las pobres almas un sacri-
ficio que te cueste de manera particular. Ruega con todo tu corazón
a Dios para que se cumpla Su voluntad y verás que las almas del
Purgatorio no te dejarán defraudado. Ellas son los mejores y más fie-
les amigos que Dios te habría podido dar en este mundo.

ARNOLD GUILLET, EDITOR

62
PREÁMBULO

Para Eugenia von der Leyen no existían muros

La Princesa Eugenia von der Leyen jugó un papel muy importante


en la suerte de muchas pobres almas, que durante su vida terrena no
vivieron en el verdadero amor de Dios. Para ella el muro que separa
a la Iglesia Purgante de la Iglesia Militante se había caído de tal ma-
nera, que se hizo visible a sus sentidos la espantosa gravedad del pe-
cado, convirtiéndose en un tremendo peso para su alma llena de
amor. Se comprobó que ella veía a los difuntos porque ellos manifes-
taron sus nombres, incluso algunos de ellos desconocidos, cuya vida
terrena le fue revelada.

La persona de la vidente fue conocida, y debería ser un motivo


de credibilidad para el lector de esta extraordinaria obra el saber la
personalidad que está detrás de este Diario. La Princesa, a quien pre-
ferimos llamar «esa cristiana», por su naturaleza humilde y amorosa,
no hablaba con nadie acerca de estos fenómenos, de los cuales era
objeto y sujeto al mismo tiempo, excepto, claro, con su Párroco; ni
siquiera con su familia; tuvo la fortuna de tener como Director Espi-
ritual a un hombre muy sabio y culto, quien le aconsejó escribir un
Diario. Antes de morir, el 9 de enero de 1929, a la edad de 62 años,
ella entregó el Diario a su Director Espiritual, el cual se lo llevó con-
sigo cuando se fue de su Parroquia. Así mismo él lo entrego antes de
morir al escritor Bruno Grabinski, experto en temas de mística, a
quien debemos la publicación. A los dos les damos nuestros más sin-
ceros agradecimientos.

63
ARNOLD GUILLET

El Director Espiritual de Eugenia, hombre ciertamente dotado de


gran prudencia y espíritu crítico, nos ha dejado una declaración y una
opinión juramentada sobre la Princesa:

«Conocí a la vidente los últimos 12 años de su vida, y estuve al


tanto día a día de sus experiencias y encuentros con las apariciones.
Siguiendo mi consejo, anotó en un cuaderno aquello que vivía a dia-
rio, y esto, por supuesto, sin el fin de hacerlo público, ni siquiera yo
tuve esta idea al principio.

La vidente llevó una vida santa. Era profundamente piadosa, y


humilde como San Francisco; muy atenta en hacer el bien; su caridad
no conocía límites; lista para ayudar en cualquier momento y pronta
a cualquier sacrificio. Todos los que la conocieron le tuvieron un gran
respeto y veneración. Nada estaba más lejos de ella que la búsqueda
de honores y reconocimiento; sólo quería hacer felices a los demás, y
en eso sí que era experta. La personalidad de la Princesa es el mejor
fundamento de absoluta credibilidad. Querida de Dios y los hombres.

Yo declaro bajo juramento haber exhortado a la Princesa anotar


de manera clara y precisa los hechos reales vividos y, al mismo
tiempo, de nunca haberle sugerido de ninguna manera mi propia vi-
sión personal de las cosas. Me declaro garante, en todas las formas,
de la credibilidad de que es digno el Diario, y ruego al lector conser-
var de la Princesa, quien ahora también descansa en la otra vida, y
desde luego en la visión de Dios, un agradecido y venerado re-
cuerdo».

Su primo, el Príncipe C. L., confirma lo dicho por el P. Sebastián


con estas palabras:

«Estoy totalmente de acuerdo con la opinión sobre su personali-


dad tal y como lo expresa el Sr. Párroco Wieser. Es absolutamente

64
MIS CONVERSACIONES CON LAS POBRES ALMAS

conforme. Su vida consistía en el ofrecimiento de sí misma en favor


de los demás. Esto lo hizo siempre de buena gana y con alegría. Fue
una persona absolutamente sincera y espontánea, nunca preocupada
de ella misma. Además, era sabia, vivaz, bien alegre, muy fácil de
aceptar una broma y llena de ingenio. Por esto, todo el mundo la
quería y buscaba su compañía. Los niños se volvían locos a su lado».

Una sirvienta escribió a Bruno Grabinski:

«Yo conocí a la Princesa como una persona amable, tranquila y


olvidada de sí, lo que llevaba a todo el mundo a quererla. Siempre la
misma, alegre y simpática. Tengo la impresión de que en ese enton-
ces, cuando empecé a conocerla, su idea de ofrecerse y expiar por
los pecados de los demás era ya una particularidad suya».

Un gozo inimaginable me arrebata...

Las experiencias vividas por la Princesa no fueron cosa extraña;


así lo prueban las frases por ella escritas en su Diario en la fecha del
4 de mayo de 1924 y el 18 de marzo de 1925, respectivamente. Son
conmovedoras, pues demuestran que ella experimentó una íntima
unión con el Espíritu Santo, completamente perpleja y sin entender
la felicidad íntima de que gozaba su alma. Con toda humildad pedía,
en su abandono, explicación de aquello que sucedía con su alma. No
se trata de visiones ni de éxtasis: es la vivencia íntima de unión con
Dios, el más alto grado de aquel que ama, de aquel que carga la cruz.

«Lo único que puedo hacer es adorar y amar... es como estar in-
mersa en lo celestial. Yo no quiero aquello; sin embargo mi alma es
invadida y arrebatada hacia un gozo inimaginable», escribe Eugenia.

Esta experiencia con el Amor Divino, sin colaboración alguna por


parte de ella, y sin que ella consiguiera formular alguna palabra, por

65
ARNOLD GUILLET

supuesto, no es natural. El alma es tomada e invadida por el calor y


el esplendor de Dios. El Amor de Dios arde en lo más íntimo del
alma, después de ella haber hecho cruz su vivencia y su forma de
pensar.

Podemos llegar a conocer esta dicha en los escritos de Santa Te-


resa de Ávila, Doctora de la Iglesia, y otros místicos, mientras con
dolor y espanto debemos observar de cuánto somos deudores en este
campo nosotros los teólogos modernos. «¿Cómo podrán escuchar y
creer si no hay quién enseñe?» (Rom. 10, 14).

DR. PIETRO GEHRING

66
TERCERA PARTE
(APUNTES DE UN DIARIO SOBRE APARICIONES
DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO)

Los titulares de las diferentes secciones del Diario, así como la com-
posición espaciada, provienen del editor que lo ha hecho así para
mayor claridad.
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

1921

La Religiosa

El 9 de agosto de 1921, a las cinco de la tarde, estando en el jardín,


vi una Religiosa de pie entre dos árboles. Como parecía esperarme y
creí tratarse de una Religiosa conocida mía, me apresuré a su encuen-
tro. Pero de repente desapareció sin dejar huellas. Retrocedí de nuevo
al lugar donde antes me encontraba para comprobar si podría haber
sido un efecto producido por las sombras de los árboles, pero en el
espacio situado entre los árboles nada se veía ahora.

El 13 de agosto vi cómo salía a mi encuentro al dirigirme a la


Capilla.

El 19 de agosto pasó en el jardín tan cerca de mí, que pude com-


probar con plena certeza que llevaba el hábito de las Mallersdorfer42.

El día 25 de agosto la encontré en las escaleras del Oratorio.

El 30 de agosto, esperándome en la puerta de la casa.

El 11 de septiembre, en el jardín.

42
Las Hermanas de Mallersdorfer (Franciscanas Pobres de la Sagrada Fa-
milia) son una Orden femenina extendida en toda Baviera.

69
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El 14 de septiembre, en el Oratorio. Antes de comenzar la Santa


Misa, me pareció que algo se reflejaba en la ventana que se encon-
traba frente a mí; creí que esto sería debido a alguna corriente de aire
por no estar bien cerrada la ventana de atrás; me volví para compro-
barlo y me la encontré a mi lado, y pude contemplar perfectamente
sus rasgos: ojos grandes y negros, iguales a los de una persona viva,
pero muy tristes; estaba pálida; desconocida por completo para mí.
Me pareció que no tenía brazos. Sentí una sensación horrible al verla
tan cerca.

El día 17 de septiembre, pasó rápidamente ante mí en el jardín.

El día 19 de septiembre, estaba jugando a la pelota con un niño


cuando ella pasó por en medio. Debí poner tal cara de espanto, que
el niño me preguntó qué había visto.

El 22 de septiembre, la vi en la escalera del Oratorio.

El día 2 de octubre, estando cortando flores, apareció ante mí con


un tamaño superior a lo normal. Nunca me decidía a hablar con ella,
pero esta vez, cuando me resolví a hacerlo, desapareció.

El 7 de octubre, con gran disgusto por mi parte, se me apareció


en mi cuarto; me desperté con una sensación desagradable, encendí
la luz y me la encontré al lado de mi lecho. Tuve tal terror, que me
resultó imposible articular una palabra. Me defendí de ella con agua
bendita, hasta que desapareció a través de la pared. Fue una sensa-
ción horrible.

El día 11 de octubre, cuando a las diez de la noche me retiraba a


descansar con un humor excelente y sin pensar para nada en ella, al
encender la luz de mi dormitorio, allí estaba. Pasé por su lado para
acercarme a la pila del agua bendita, la rocié y le pregunté: «¿Qué

70
1921

quieres de mí?» Me miró fijamente y, sin mover los labios, dijo: «No
envié veinte marcos para las misiones». No podría decir si le hice
señas con la cabeza de que yo lo haría o si de palabra le prometí
hacerlo; el momento era tan impresionante, que me encontraba fuera
de mí, pero lo que sí sé es que se alegró, pues de inmediato se acercó
a mí como si quisiera decirme algo. Pero al verla tan cerca experi-
menté un miedo tan terrible que de nuevo la rocié con agua bendita,
con lo cual ella desapareció por la ventana. A pesar de la conmoción
que esto me generó, dormí perfectamente. Los veinte marcos fueron
remitidos a las misiones y también se ofrecieron Misas por las pobres
almas.

A partir de dicho día disfruté de tranquilidad hasta el 3 de no-


viembre, en que experimenté una enorme alegría. Cuando a las once
de la noche me retiraba a descansar, encontré iluminado mi cuarto.
Pensé que alguien había dejado la luz encendida y entré sin preocu-
parme. Allí me encontré a la Religiosa en el mismo lugar de la vez
anterior, pero ¡con qué aspecto tan diferente! Salía de ella una luz
resplandeciente; su negro hábito brillaba como iluminado por el sol,
pero lo que más me maravilló fue la expresión de su rostro: era todo
radiante; sus ojos, indudablemente, ya habían contemplado a Dios,
pues miraban de modo indescriptible. Sonreía llena de felicidad. Sus
manos, que por primera vez vi, estaban cruzadas sobre su pecho. Su
rostro sólo podía compararse con un ópalo; no puedo encontrar una
comparación mejor. Mi asombro y alegría fueron tan grandes que me
quedé como petrificada, y sólo se me ocurrió preguntarle: «¿Cómo te
llamas?» Se limitó a hacerse la señal de la cruz, y desapareció, que-
dando todo oscuro. O sea, que la luz no estaba encendida. Por tanto,
no podía haber sido una alucinación, pues nada es capaz de producir
lo que yo sentí. En aquella ocasión la aparición me pareció mucho
mayor que otras veces; por vez primera no la vi con los pies sobre el
suelo, sino como suspendida en el aire. Esta fue la última aparición
de la Religiosa, que me sirvió como preparación para otras muchas.

71
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El Párroco Schmuttermeier

El día 27 de diciembre, estando en el jardín, vi al Párroco Sch-


muttermeier que se dirigía a mi encuentro; su figura estaba muy difu-
minada, pero, a pesar de ello, lo reconocí perfectamente.

1922

El 9 de enero me estaba esperando en el Oratorio; su aspecto no


era nada agradable. Le pregunté: «Señor Párroco, ¿puedo ayudarle
en algo?» Me pidió una Misa, que le ofrecí inmediatamente. La tarde
de ese mismo día lo vi de nuevo.

El 25 de enero lo vi por cuarta y última vez. Cuando por la tarde


entré en la iglesia, vi cómo del confesionario sobresalía una manga
blanca. Me extrañó, ya que la iglesia estaba desierta por completo,
pero pensé que quizás esperaba a alguien. Con cierta curiosidad me
senté en un banco y pensé si debería aprovechar la ocasión que se
me presentaba para confesarme. Transcurridos unos cinco minutos,
vi abrirse el confesionario, saliendo de éste el Párroco Schmutter-
meier, quien, pasando por delante de mí, me sonrió amistosamente y
continuó por el pasillo central, para ir a arrodillarse debajo de la lám-
para, frente al altar. Al cabo de unos minutos llegó el sacristán a tocar
el Ángelus. Debería haber tropezado con el Párroco, ya que lo atra-
vesó. Encendió la luz eléctrica, lo cual me facilitó el poder apreciarle
con mayor claridad. Resultaba sumamente extraño ver cómo el sa-
cristán pasaba a través del Párroco, como si de una sombra se tratase.

La condesa María Schönborn

El 4 de febrero, a las nueve de la mañana, salió a mi encuentro


una señora con vestido de color marrón, cuello de encaje blanco,
sombrero del mismo color, de figura alta y esbelta, y por completo
desconocida para mí; iba ataviada según la moda del año cincuenta.

72
1922

El 17 de febrero la vi en la escalera.

El 1 de marzo, de nuevo en la escalera.

Estuve ausente hasta el 20 de mayo; ese mismo día la vi entrar en


la biblioteca; lo mismo el día 26.

El 28 de mayo, domingo, cuando volvía de Misa se me adelantó


en la escalera e ingresó de nuevo en la biblioteca; como acababa de
comulgar me sentí con valor suficiente para seguirla. Al abrir la puerta
me la encontré allí de pie, como esperándome. Le pregunté: «¿Quién
eres?» Me contesta: «María Schönborn»43. Una tía abuela mía a quien
no llegué a conocer. Le pregunté: «¿Qué quieres de mí? ¿Por qué no
puedes descansar en paz?» Me contestó: «¡Aquí pequé!» Y desapare-
ció. Se ofrecieron sufragios por ella y no volví a verla más.

Como acabo de decir, durante los meses de marzo y abril estuve


ausente. Me encontraba en O..., donde había muerto una familiar
mía, por quien yo sentía un gran afecto; dormí en su mismo cuarto,
pero jamás se me apareció allí. En cierta ocasión, mientras daba un
paseo, vi cómo se acercaba a mí, atravesando el prado. Llevaba un
rastrillo al hombro; parecía muy sofocada y no cesaba de sonreírme.
No me lo podía creer; su aspecto era el de siempre; de no haber sido
porque me encontraba acompañada, habría lanzado gritos de alegría.
Sentí una gran pena al verla desaparecer. Nada dije sobre lo que ha-
bía visto. Al regresar a casa conté que había estado de paseo y dije
por dónde había paseado. Entonces me dijeron: «Justo por allí es
donde Hortensia solía ayudar a una pobre mujer a recoger el heno».
No me pareció que necesitaba de mis oraciones; por el contrario,
consideré esta aparición como una señal, pues yo siempre había te-
nido una gran confianza con ella, y por eso le escribí contándole lo

43
Como ya dijimos, la Princesa dejó escrito en su Diario los nombres de
todas las apariciones, motivo por el cual el libro alcanza gran veracidad.

73
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

que me había sucedido con la Religiosa, añadiendo la observación


de que le dejaba en libertad de creerlo o no. Me contestó que no
podría creerlo sin antes haber hablado conmigo.

Los once

El 4 de junio vi por primera vez las once sombras que a partir de


entonces se me aparecen con tanta frecuencia. Son columnas de nie-
bla clara, de diferentes tamaños. Las veo siempre en la parte delantera
de la casa y al pie de la montaña próxima a la cervecería. A veces se
me aproximan mucho. No me es posible distinguir figura alguna; pa-
recen espárragos gigantes, envueltos en niebla. Los veo con tanta fre-
cuencia que no escribo fechas, ni casi me preocupo de ellos.

En la fiesta de Navidad, después de la misa de la mañana, se me


acercaron; entonces les dije: «Si sois almas del Purgatorio, adoren al
Niño Jesús». Al instante, como fulminadas por un rayo, cayeron rostro
en tierra, y luego desaparecieron. ¡Fue extraño!, pues hasta ese mo-
mento nunca habían reaccionado a nada de lo que yo les había dicho.

Vi diecisiete veces a nuestro antiguo criado Benedicto en el hos-


pital, pero nunca hablé con él.

Durante el verano que pasé en A..., por tres veces vi a una mujer
que, con una expresión de infinita tristeza, iba de un lado para otro
en frente del hotel. Cuando la interrogué, sólo respondió: «¡Nadie
reza por mí!» No conseguí sacarle una palabra más. Hasta ese mo-
mento nadie me había hablado de la conveniencia de rezar con las
almas44. Por eso las apariciones duraban siempre poco. La oración
me ayuda también a mí, ya que entonces suelo experimentar menos
miedo.

44
Ella podía, y debía, rezar con las almas porque ella tenía el carisma de
verlas.

74
1923

1923

Bárbara y Tomás

El 31 de enero subí a dormir durante unos días a una habitación


del tercer piso. Estando durante el día mirándome al espejo, vi apa-
recer en él un rostro de mujer. Me volví; a mi lado, de pie, se encon-
traba una señora vestida de rosa; pero desapareció inmediatamente.
Su vestido era como del siglo XVI. Me llamó la atención que su pei-
nado no estaba tan arreglado como su vestido.

Por la noche me retiraba a descansar con una sensación bastante


desagradable debido a que en el cuarto vecino al mío, en que nadie
habitaba, había oído aquella voz que una vez que se oye ya no puede
olvidarse jamás. A pesar de ello, me dormí profundamente hasta las
tres de la madrugada, hora en que desperté con una sensación horri-
ble. Supe que no estaba sola. Encendí la luz y, en efecto, en la puerta
se encontraba la señora de rosa acompañada de un caballero. Les
rocié de agua bendita, preguntándole: «¿Quién eres?» Ella: «Bárbara»
Yo: «¿Qué quieres?» Nada respondió; se puso el dedo en los labios y
salió por la puerta, indicándome que la siguiese. Todo parecía tan
natural que sentí vergüenza de saltar de la cama delante del caballero.
Salieron ambos por la puerta, y entonces pude observar una herida
en la nuca de Bárbara; a eso se debía su alborotado cabello. No fui
con ellos; esperé a que salieran, y luego salí a mi vez para observarles
y vi que entraron en el dormitorio deshabitado. Aunque hubiese que-
rido, me habría sido imposible seguirles, ya que ese dormitorio estaba
cerrado con llave.

El día 5 de febrero me encontré de nuevo a Bárbara en el pasillo,


que ingresó de nuevo en el dormitorio. Al ver esto, bajo corriendo,
cojo la llave y la sigo. Entro en el dormitorio: allí estaba ella, apoyada
en la pared y en actitud de espera. Pregunté: «¿Eres Bárbara von L...?»

75
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Ella: «Sí». Yo: «¿Quieres que oremos juntas?» Asintió con la cabeza,
aun cuando en sus ojos reflejaba maldad. Empecé a rezar: «Alma de
Cristo...»; y al pronunciar las palabras «Agua del costado de Cristo,
purifícame», comenzó a llorar amargamente, y ocultando su rostro
entre las manos exhalaba terribles sollozos. Luego volvió a mirarme
con aquellos terribles ojos y se escapó por la torre.

No la he vuelto a ver, pues no he vuelto a subir a ese piso. Por allí


se instaló una pintora, a la que visitamos con frecuencia, pero no la
he visto.

El 21 de febrero, hacia la una de la madrugada, desperté con una


sensación extraña. Allí estaban Bárbara y su compañero. Fui un poco
dura, pues abajo me sentía más segura y no les temía tanto; por ello
les dije: «¿Por qué no os quedáis arriba?» Ella: «Porque ellos no nos
pueden ver». Pregunté al caballero: «¿Cómo te llamas?» «Tomás»,
respondió Bárbara. Yo: «¿Qué quieres de mí?» «Una misa», de nuevo
Bárbara. Rezo con ellos y a continuación les digo: «No vengáis más;
os prometo que oraré por vosotros». Se fueron, y no volví a verlos.

Me maravilla extraordinariamente la fuerza que brota de las almas


para despertarme de un sueño profundo. El despertarse es algo del
todo particular: al instante uno se da cuenta de que algo le espera. Es
como un ver en la oscuridad.

La antigua cocinera y la mamá que mató a su bebé

En la misma época en que se me aparecía Bárbara tuve también


otra visita. Cuando, el 1 de febrero, me encontraba en la despensa
con la cocinera, de repente aparecieron entre nosotras dos mujeres.
En la primera de ellas inmediatamente reconocí a nuestra antigua co-
cinera K..., que estuvo en casa cuarenta y dos años y murió en 1888;
la otra persona me resultó por completo desconocida; su aspecto no

76
1923

era nada simpático. K... estaba igual que en vida; su rostro era muy
agradable. Dos días más tarde volví a encontrarlas en el pasillo; como
de nuevo me encontraba acompañada, nada pude decirles.

El 24 de febrero me despierto hacia las cuatro de la madrugada,


enciendo la luz y veo a ella y a la desconocida al pie de la cama. Le
pregunté: «Querida K..., ¿de dónde vienes?» Ella: «Del espacio inter-
medio»45. Yo: «¿Y cómo me has encontrado?» Hizo un movimiento
en el aire con la mano. Le dije: «No vengas más. Te prometo que se
orará por ti. ¡Alabado sea Jesucristo!», y desapareció. La desconocida
se fue con ella.

El 28 de febrero, a las cuatro y media de la madrugada, se pre-


senta la desconocida, totalmente horrible; se queda unos diez minu-
tos; le echo agua bendita, rezo, no se mueve, sólo me mira con mal-
dad. Tengo mucho miedo, sin saber por qué. No contesta nada. Por
fin se va. Está mal vestida; trae un pañuelo en la cabeza y un delantal,
como si fuese una obrera; no me gusta. Me recuerda a la mujer que
vi en A...; de ésta hablaré más adelante. Tengo miedo de su aspecto
de mujer depravada; no encuentro otras palabras para describirla.

El 3 de marzo, a las dos de la madruga, me despierto con la ex-


traña sensación de saber que algo me espera. Sé lo que me aguarda,
y soy tan cobarde que tardo un rato en decidirme a encender la luz;
por fin, con la ayuda de Dios, lo hago. Me encuentro a aquella asque-
rosa figura inclinada sobre mí. Se aleja un poco. Yo: «¿En nombre de

45
Esta respuesta no se opone en absoluto al dogma. No quiere indicarse
con ella que exista un cuarto espacio intermedio entre el Cielo y el Infierno,
opuesto al Purgatorio, parecido a aquel otro destinado a los niños inocentes
muertos sin el bautismo, pero que no puede considerarse apto para los adultos,
el limbus puerorum. Se trata aquí del período intermedio del paso del Purgato-
rio al Cielo. (Más adelante un alma explica lo que es el «espacio intermedio».
Véase el 10 de junio de 1925; consúltense¸ asimismo, las revelaciones de Santa
Brígida, pág. 313.

77
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Jesús, te ordeno me contestes: ¿Por qué vienes aquí?» Ella: «¡He ase-
sinado a mi hijo!» Yo: «¿Cómo te llamas?» Ella: «Margarita». Yo: «En-
cargaré una misa por ti y no te olvidaré. No es necesario que vengas
más». Rezamos juntas, y, por fin, se marchó. Me costó muchísimo
soportarla, pero sea como el buen Dios quiera. Sin embargo, si las
almas vinieran durante el día, sería más fácil de sobrellevar.

¡Sacrílego!

El 11 de marzo me acosté hacia las once; al poco tiempo sentí que


alguien entraba en mi cuarto. Creí que se trataba de mi hermana y
no encendí la luz; pero no tardé mucho en imaginarme lo que podría
ser. En la puerta se encontraba Miguel, nuestro antiguo carpintero y
sacristán; no sabía que hubiese muerto. Inmediatamente me dirigí a
él: «Dime, Miguel, ¿qué quieres de mí?» Lanzó unos terribles gritos y
desapareció. Me preocupo de él, ya que ahora viene todas las noches:
es horroroso y no puedo hacer nada con él. En esta ocasión estuvo
conmigo como una media hora, desde las cuatro hasta las cuatro y
media de la madrugada; corría de un lado para otro por el cuarto
lanzando terribles quejidos; su aspecto es repugnante. Dios me ayu-
dará.

El día 15 de marzo, a las once y media de la noche, se me aparece


de nuevo. Le digo: «El sábado se ofrecerá una misa por ti, y ahora
déjame en paz: ¿qué fue lo que hiciste? ¡Contéstame de una vez!»
«¡Sacrilegio!», responde gritando, y se pone a llorar. Yo: «¿Te puedo
ayudar?» Hace un signo afirmativo con la cabeza y desaparece.

Tenemos que venir

El 21 de marzo Víctor B. se me presentó durante la noche; me


miró tristemente, sin contestar a nada de lo que le pregunté, y se mar-
chó de nuevo.

78
1923

El 22 de marzo me desperté a la una y oí que me decían: «¿Te


gustaría ayudar a éstos como me ayudaste a mí?» Encendí la luz y vi
al lado de mi cama al Párroco S...: no estoy segura de si se marchó
inmediatamente. Sólo me di cuenta de todo lo demás que allí había.
Vi un montón de hombres y mujeres. Entre ellos se encontraba Víc-
tor; ¡fue una visión horrible!; menos mal que pronto desaparecieron;
no pude contar cuántos eran.

El 23 de marzo por la noche: otra vez los mismos; esta vez perma-
necieron por más tiempo; eran dieciséis. Reconocí a cinco de ellos:
Víctor B., María M., Perpetua R., H. Schuster (aquel zapatero que
vivía diciendo «¡Ay Dios mío!»), y Bautista B. Les pregunto: «¿Qué
queréis?» Ninguno responde. Yo: «Se ofrecerán sufragios por voso-
tros: No necesitáis venir más». Entonces dice Víctor: «¡Tenemos que
hacerlo!» Yo: «¿Quién lo quiere?» Nadie responde. Estuvieron un
rato más; se quedaron mirándome y, sin pronunciar palabra, se mar-
charon. Ahora vienen todas las noches; no puedo hacer nada con
ellos: rezamos juntos y algunos minutos después se van.

El 26 de marzo sólo vinieron nueve, los desconocidos. Pregunto:


«¿Dónde están los demás?» No recibo respuesta46. Ahora me visitan
todas las noches estos nueve. No me resulta demasiado desagradable,
pues rezamos juntos y al cabo de un rato se marchan.

El 29 de marzo volvieron nuevamente los dieciséis. Una de ellos,


desconocida, se me acerca bastante y me dice: «Mucho te lo agrade-
cemos». No tuve valor suficiente para alargarle la mano; ella, en cam-
bio, me alargó las dos. Le pregunté: «¿Para la Pascua ya estaréis en el
Cielo?» «¡Hacia la luz!», respondió claramente. Todos me rodean;

46 A las preguntas formuladas por mera curiosidad o por un deseo de lo


sensacional, no hay respuesta. El lector constatará esto en el transcurso del Dia-
rio.

79
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

siento una sensación desagradable; les rocío con agua bendita y en-
tonces desaparecen. Me resultó muy extraño que, aunque eran dieci-
séis, ocupaban muy poco lugar. El espacio que había delante de mí
era muy pequeño, y, sin embargo, allí cabían todos, figuras más o
menos grandes. La que habló conmigo era muy joven y de expresión
agradable; llevaba traje negro y delantal blanco; todos llevaban ropa
de trabajo.

¡Tenemos que sufrir; hemos calumniado!

Hace ya largo tiempo que veo a Nicolás, quien por muchos años
había sido criado de mi abuelo; lo encuentro siempre paseando de
arriba para abajo por las habitaciones del primer piso del castillo.
Parece buscar algo. No he podido hablar con él, ya que siempre he
estado acompañada.

De noche, sin embargo, sufro terriblemente. Siempre el mismo


horror, todas las noches desde Pascua. Tengo la sensación de que hay
muchos junto a mí, pero nada veo; escucho pasos y respiración agi-
tada cerca de mí, enseguida un ruido extraño, como si alguien gol-
pease la pared. Sólo escucho esas cosas, pero sinceramente preferiría
ver lo que causa todo eso. Cierta noche el ruido comenzó como a las
once de la noche y no terminó sino hacia las cinco de la mañana. Me
levanté y fui a sentarme en el pasillo, pero vinieron tras de mí. Pre-
gunté: «No pueden hablarme?» Al instante algo tocó mi hombro y
sentí mucho miedo.

El 21 de abril me encontré en la iglesia, por segunda vez, a dos


mujeres arrodilladas, y así permanecieron durante todo el rezo del
Rosario; cuando éste terminó desaparecieron, pero luego regresaron.
Avancé hacia donde ellas estaban con la esperanza de que también
pudiese verlas el Párroco47, pero al intentar hablarles, desaparecieron.

47
Lo cual no sucedió.

80
1923

Me encontré cuatro veces a Nicolás; pasaba corriendo por mi


lado.

Estuve unos cuantos días con fiebre y sin poder dormir. No vi ni


oí nada. Ahora que estoy bien, parece que han vuelto.

El 26 de abril, a la una de la madrugada, se me apareció la Ama


de llaves, muerta hace un año; no sé su nombre. Su aspecto era de
profunda tristeza; estuvo poco tiempo, durante el cual no cesó de an-
dar de aquí para allá.

El 27 de abril vino de nuevo; esta vez estuvo más tiempo, pero no


contestó a nada de lo que le pregunté: sólo me miró fijamente. Por
dos veces vi a Nicolás; continúa buscando algo.

El 29 de abril la Ama de llaves permaneció conmigo desde las


tres hasta las cuatro y media de la madrugada; se veía sumamente
triste. Quiso hablar, pero no le fue posible. No me agrada; su mirada
me inquieta bastante.

He visto dos veces las once columnas de niebla.

El 1 de mayo, cuando me retiré a dormir, la encontré ya en mi


cuarto; le alargué un pañuelo para que imprimiese en él las huellas
de sus manos; se me acercó mucho, pero no lo tomó.

El 4 de mayo se me apareció dos veces durante la noche; se me


acercó mucho y se inclinó sobre mí; esto me provocó un miedo atroz.
Le pregunté su nombre; ya lo había hecho varias veces sin obtener
respuesta. Emitió entonces un terrible gemido; sonaba algo así como
«Ba…e». Su tristeza era cada vez mayor. La rocié con agua bendita,
cosa que al parecer le agradó, pues se tranquilizó bastante.

Vi también a Nicolás.

81
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El 5 de mayo volvió de nuevo a mi cuarto; ahora sé que se llama


Babette48. Me cansa terriblemente, porque sus visitas son demasiado
largas. Su traje está totalmente desgarrado. En su boca tiene algo que
la hace sufrir, pero no puedo ver bien qué es.

El 9 de mayo de nuevo se me apareció dos veces durante la no-


che. Vi también a aquellos once.

El 12 de mayo me encontré a Nicolás en el pasillo; se veía muy


contento.

El 13 de mayo volví a ver a la Ama de llaves; se inclinó sobre mí,


cosa que me resulta sumamente desagradable. Su abominable boca
parecía una gran úlcera; el labio inferior estaba totalmente negro49.
También sus ojos eran horribles. ¡Cuánto quisiera ayudarla, pero no
consigo que me diga algo! Ella intenta hablar, pero no puede.

El 14 de mayo abrió la puerta que yo, a propósito, acababa de


cerrar para ver su reacción.

El 15 de mayo otra vez vi a Nicolás.

El 18 de mayo la Ama de llaves permaneció conmigo desde la


una hasta las tres y media de la madrugada sin dejar de andar por el
cuarto. Es repugnante. No sé cómo ayudarla. Estuve un rato rezando,
pero me cansé. Su boca es horrible.

El 19 de mayo volvió otra vez, pero por muy poco tiempo.

48
Babette, según explica el Párroco, era una mujer soltera, aparentemente
piadosa, pero histérica y sensual. Escribía largas cartas a los Sacerdotes calum-
niando a uno de ellos de manera muy refinada. Su final fue terrible, tuvo una
niña y murió del parto.
49 Señal de los grandes pecados de calumnia durante la vida.

82
1923

El 21 de mayo se me presentó a las cuatro y media; comenzaba a


amanecer; me despertó con un tremendo ruido. Tal y como me lo
habían aconsejado, presenté ante ella el trocito de la cruz y le pre-
gunté: «¿Estás condenada?» A lo cual negó sacudiendo enérgica-
mente la cabeza. Dije entonces: «Te conjuro me digas lo que quieres.
¡No quiero verte más!» Al oír esto dejó escapar unos sonidos difíciles
de comprender; tan sólo entendí: «Al Párroco... siempre le mentí». Le
pedí que me repitiese para entender mejor, pero no dijo nada y se
marchó, dejando la puerta abierta.

El 22 de mayo llegó muy perturbada y jadeante, como si huyese


de algo o de alguien; su aspecto era repugnante. Le dije: «Te ordeno
que me digas por qué continúas viniendo a mí». Al instante se me
acercó más y me señaló su boca. Sentí mucho espanto. Desapareció.

23 de mayo. Me acababa apenas de dormir cuando se presentó


de nuevo. Le dije: «Si hoy no me dices lo que quieres, no volveré a
rezar por ti». Estuvo largo tiempo sin responderme; luego un murmu-
llo incomprensible. Yo: «Repíteme de nuevo aquello de las mentiras
que dijiste». Se me acercó mucho y me dijo claramente: «Tengo que
sufrir. He calumniado y he mentido mucho. Díselo al Párroco». Yo:
«¿Por qué no se lo dices tú misma?» Ninguna respuesta.

El 24 de mayo se me presentó junto con un bulto, que no pude


reconocer. Me dio tanto miedo que puse ante ella el trocito de la cruz,
diciendo: «Os ruego que no volváis a venir. Se aplicará una misa por
vosotros».

De nuevo vi aquellas dos mujeres en la iglesia.

La mujer en el gallinero

El 28 de mayo vi a una mujer rebuscando algo en un montón de


leña que había en el gallinero. Creí que se trataba de un mendigo y

83
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

me adelanté hacia ella. Avanzó algunos pasos hacia mí, y de repente


desapareció sin dejar rastro. Por la tarde, mientras rezaba la Corona
de las Cinco Llagas, vino a mi encuentro un hombre con una mochila
en la espalda. Parecía un mendigo. Cuando ya estaba muy cerca de
mí, desapareció.

He vuelto a ver en la iglesia a las dos mujeres arrodilladas. Des-


pués, en el mismo banco que ellas, se sentó una mujer de carne y
hueso; había muy poco espacio, pero entonces pude comprobar que
las dos figuras eran como humo, pues no ocupaban espacio alguno.

El 29 de mayo volvió a aparecer la mujer en el gallinero, pero se


fue casi de inmediato.

Cerca de la liberación

El 30 de mayo estaba ayudando a las Hermanas del hospital a


colocar las flores (era víspera del Corpus Cristi); en un momento en
que quedé sola, apareció Benedicto y se puso a mi lado50. Le dije:
«Benedicto, ¿tienes que sufrir mucho?» Negó con la cabeza. Yo: «¿Es-
tarás pronto en el Cielo?» Una señal afirmativa con la cabeza. Yo:
«¿Estás siempre por aquí?» De nuevo un movimiento afirmativo con
la cabeza. Su aspecto era tan agradable como en vida, con el mismo
delantal azul y camisa de mangas. Me miró, se dirigió a la puerta y
salió.

Gracias a Dios la Ama de llaves no viene y así puedo dormir tran-


quila.

El 31 de mayo, cuando en la procesión del Corpus nos arrodilla-


mos ante el altar de la casa del carpintero Fischerhaus, vi cómo de la

50
En vida, sirviente del castillo.

84
1923

puerta de esa casa salía el carpintero Miguel. ¡Su aspecto era por com-
pleto diferente al de la última vez que le vi! Estaba resplandeciente y
su mirada era sumamente agradable; parecía como si estuviera en-
vuelto en un pañuelo blanco. Durante el Evangelio se mantuvo de pie
justo delante de mí; no podía comprender que los demás no lo viesen.
Se quedó casi hasta el final, y luego desapareció entre la multitud,
haciendo una seña con la cabeza.

El 4 de junio, de nuevo la mujer del gallinero. Parece estar muy


triste.

El 7 de junio volví a verla; se me quedó mirando fijamente con


unos ojos ardientes. Nunca la vi con tal claridad, pero no se puede
hablar con ella.

Continúa el ruido por las noches, pero no es continuo, sino inter-


mitente.

Fritz, el pastor asesinado

Al despertarme el 11 de junio vi cómo una figura, envuelta en


niebla, se inclinaba sobre mí51; no puedo decir si era hombre o mujer;
lo único que sé es que era sumamente desagradable; tengo mucho
miedo.

Cesó el ruido.

El 14 de junio, cuando me retiré a dormir, me la encontré ya en


el dormitorio. Recité mis oraciones de la noche con ella a mi lado.
De no haber sido porque tenía brazos, hubiese pensado que se trataba

51 También a la venerada Francisca del Santísimo Sacramento, muchas de


las almas que se le aparecían se asemejaban a sombras y le costó acostumbrarse
a ellas.

85
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

del tronco de un árbol con movimiento. Permaneció en su sitio du-


rante unos veinte minutos; luego se marchó, pero a las cuatro regresó.

El 16 de junio fue algo terrible. Aquella aparición me sacudió por


los hombros. ¡Qué horrible! Le di un empujón, diciéndole: «¡No de-
bes tocarme!» Al instante se retiró a un rincón. Cuando lo empujé no
sentí nada corpóreo: me pareció sentir más bien como un paño hú-
medo y caliente. Creo que no podría soportar por mucho tiempo una
cosa tan horrible.

18 de junio. Aquello es simplemente un horror. Intentó estrangu-


larme. Casi paralizada del miedo recé aferrada al trocito de la cruz.
Permaneció largo tiempo parado frente a mí. No respondió a ninguna
de las preguntas que le hice. Finalmente salió por la puerta, dejándola
abierta.

19 de junio. Se trata de un hombre. Sólo estuvo unos segundos.

He vuelto a ver a aquellas dos mujeres de la iglesia; parecen ser


del siglo pasado. Les pregunté si quizás habían robado velas.

21 de junio. La espantosa figura de hombre estuvo conmigo poco


más de una hora. Corría sin parar por el cuarto. Tiene pelo negro y
desgreñado, y unos ojos horribles.

Vi aquella mujer sentada en el gallinero. Su rostro es cada vez


menos desagradable; sin embargo, no responde a mis preguntas. En
cierto momento, mientras la contemplaba, ocurrió algo extraño: un
gato se dirigía hacia donde ella estaba; de repente, como espantado,
dio un salto hacia un lado. O sea, que también vio a la mujer. Me
siento feliz de que al menos un gato vea lo mismo que yo52.

52
Melanchthon, lo mismo que Justiniano Kerner, advierten que los anima-
les, sobre todo los perros, ven a los fantasmas. También Lavater dice en su

86
1923

22 de junio. La aparición masculina estuvo conmigo desde la una


hasta las cinco; fue muy difícil de soportar. Yo estaba sentada en mi
cama y a cada instante se inclinaba sobre mí. Lloré de miedo. Para
no verlo más recé todas las Horas del Oficio Divino. En algunos mo-
mentos se alejaba de mí y se ponía a correr por todo el cuarto, gi-
miendo de un modo terrible. Ahora me parece conocerlo, pero no
puedo recordar bien. Me he vuelto demasiado cobarde, y debido a
esto ahora me cuesta un tremendo esfuerzo retirarme por las noches
a mi cuarto. No obstante, a pesar de todo suelo dormir muy bien.

El 24 de junio se me presentó de nuevo; me agarró por los hom-


bros. Exclamé: «¡Dime de una vez lo que quieres y no vuelvas más!»
No respondió nada. Corrió unos minutos por el cuarto y luego salió.
No fui capaz de calmarme. A las seis de la mañana regresó. Con la

escrito «Los fantasmas y los espíritus nocturnos», que los perros ven los fantas-
mas (Doctor Feld-mann, Filosofía oculta, Schöningh, Paderborn, 1927, págs. 190,
215 y 176). (N. de Gr.)
El Padre Gabriel Amorth, exorcista de Roma, dice que en un lugar con
presunta manifestación de espíritus «es importante el comportamiento de los
animales domésticos. Sucede a menudo que, cuando se tiene la impresión de
que alguien se encuentra en nuestra propia estancia, el gato o el perro mantienen
fija la mirada hacia un cierto punto; y puede que tal vez huyan aterrorizados,
como si aquel ser misterioso se acercara a ellos. Podría narrar muchos casos
interesantes... Por el momento me basta decir que, en mi opinión, los animales
no ven nada en concreto, sino que poseen una mayor sensibilidad que el hom-
bre para notar una eventual presencia». (Padre Gabriele Amorth¸ Habla un
Exorcista. Editorial Planeta, 1998). (N. A.)
La Biblia, por cierto, narra el caso de una burra que pudo ver una presencia
espiritual, pero no terrorífica, sino de un ángel; se narra en el libro de los Nú-
meros. «A Balaam le había encomendado el rey de Moab la tarea de maldecir
a los israelitas. Balaam montó su burra para hacer el encargo, pero un ángel se
interpuso en el camino para estorbarle y el animal no avanzaba o se salía del
camino a pesar de los golpes que le daba su amo. Finalmente, la burra habla a
Balaam, reclamándole, y Dios abre los ojos de Balaam permitiéndole ver al án-
gel». (Nm. 22, 22-23). (N. A.)

87
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

luz del día resulta aún más horrible, más repugnante; este es uno de
los espíritus más asquerosos de los que hasta ahora se me han presen-
tado. Le dije: «No me molestes; tengo que prepararme para recibir la
Sagrada Comunión». De inmediato se me acercó aún más con sus
manos levantadas como suplicando. Me causó tanta pena que le pro-
metí toda la ayuda posible. Luego le pregunté: «¿No puedes hablar?»
A lo cual sacudió la cabeza negativamente. Yo: «¿Sufres mucho?» Al
oír esto comenzó a gemir de forma espantosa. Lo rocié con abundante
agua bendita y desapareció.

27 de junio. Nuevamente se presentó durante la noche. Estoy se-


gura de que lo conozco; me rompo la cabeza tratando de recordar,
pero no lo consigo. Es sumamente desagradable.

El 28 de junio también vino el hombre.

Volví a ver aquellas dos mujeres en la iglesia.

El 29 de junio, cuando me retiré a dormir, me lo encontré en el


cuarto esperándome. Podría tratarse de Fritz Sch..., aquel pastor ase-
sinado. Se lo pregunté de inmediato, pero nada respondió. Me puse
a rezar con él, pero luego se quedó mirándome de una manera tan
siniestra que sentí mucho miedo. Le rogué que se marchase, y en
verdad lo hizo.

El 30 de junio vino sólo unos breves instantes; sus lastimeros ge-


midos me despertaron.

El 1 de julio se me apareció de nuevo. Estoy segura de que es


Fritz Sch... Pero su rostro está tan oscuro que resulta muy difícil reco-
nocerlo. Sin embargo la figura, la nariz y los ojos, son realmente los
de Fritz; lo vi tantas veces en vida.

88
1923

El 2 de julio vino nuevamente; esta vez no estaba tan desaliñado.


No permaneció mucho tiempo. Me dirigí a él como «Fritz Sch...»,
cosa que pareció encontrar muy natural.

El 3 de julio sólo estuvo unos instantes. Le pregunté: «¿Eres Fritz


Sch..., el pastor que fue asesinado?» Respondió claramente: «Soy».

El 4 de julio se me presentó por la mañana. Me miró tristemente


y volvió a marcharse sin responder a mis preguntas.

5 de julio. Tengo la impresión de que se ve como un poco lumi-


noso. Durante la oración hizo la señal de la cruz.

6 de julio. Estoy muy feliz porque ahora puede hablar. Le pre-


gunté: «¿Por qué me buscas precisamente a mí?» Él: «Porque siempre
has rezado por mí». (Es cierto, pues siempre sentí compasión de ese
pobre. De pequeño ya era de muy mal carácter). Yo: «¿Cómo pudiste
salvarte?» Él: «Reconocimiento y arrepentimiento». Yo: «¿Entonces
no moriste al instante?» Él: «¡No!» Qué extraño resulta que un hom-
bre que durante toda su vida fue un ser grosero e inculto pueda ahora
hablar de este modo al estar su alma separada del cuerpo. Ahora ya
no me produce miedo; lo único que deseo es ayudarle todo lo que
pueda. ¡Qué misericordioso es el buen Dios!53

53
Dice Santa Teresa: «La misericordia de Dios persigue el alma de los hom-
bres hasta su último aliento». Algunos teólogos enseñan que Dios se manifiesta
de un modo especial y concede algunos segundos más de vida a aquellas per-
sonas que morirán de forma repentina, para que puedan alcanzar la salvación.
En el Diario de Santa Faustina se puede encontrar: «La Divina Misericordia
alcanza al pecador a veces en el último momento, de modo particular y miste-
rioso. Por fuera parece como si todo estuviera perdido, pero no es así; el alma,
iluminada por un rayo de la fuerte, y última, gracia divina, se dirige a Dios en
el último momento con tanta fuerza de amor que en ese último momento ob-
tiene de Dios el perdón de las culpas y de las penas, sin darnos, por fuera, alguna
señal de arrepentimiento o de contrición, porque ya no reacciona a las cosas

89
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El 8 de junio estuvo conmigo sólo algunos instantes.

El 9 de junio vino a las seis y me despertó dándome un fuerte


empujón por la espalda. De no ser por él, habría perdido la misa. Yo:
«¿Tanto te interesa que yo vaya a misa?» Él: «Con ella me ayudas
mucho».

11 de julio. Unos minutos apenas.

El 12 de julio rezamos juntos. Luego le pregunté: «¿En qué con-


siste tu sufrimiento?» Él: «Me abraso». Dichas estas palabras se me
acercó, y antes de que yo pudiera evitarlo puso su dedo sobre mi
mano, causándome tal dolor que me fue imposible no gritar. Ahora
tengo una mancha roja, que espero desaparezca pronto. Es algo del
todo particular el llevar impreso en sí un signo visible del otro
mundo54.

exteriores. Oh, qué insondable es la Divina Misericordia». Aunque por otra


parte, puede darse el caso de que una persona se encuentre tan apegada al
pecado que termine rechazando ese último esfuerzo de Dios por salvarle. Con-
tinúa Santa Faustina: «Pero, ¡qué horror! También hay almas que rechazan vo-
luntaria y conscientemente esta gracia y la desprecian. Aún ya en la agonía
misma Dios misericordioso da al alma un momento de lucidez interior, y, si el
alma quiere, tiene la posibilidad de volver a Dios. Pero, a veces, en las almas
hay una dureza tan grande que conscientemente eligen el Infierno; frustran todas
las oraciones que otras almas elevan a Dios por ellas e incluso los mismos es-
fuerzos de Dios...». (Diario de Santa Faustina, numeral 1698). (N. A.)
54 El Parroco Sebastián Wieser observa: «La conducta de esta aparición es

como el eco de su vida terrena. Yo conocí muy bien a Fritz Sch.: era la «oveja
negra» de la Parroquia. No es necesario que describa mucho la vida de él. En
su vida se confirma una vez más la verdad de aquellas palabras de la Sagrada
Escritura: «del lado que cae el árbol, allí se queda» (Eclesiastés 11,3). También
se demuestra en él la grandeza de la misericordia divina. En muy raras ocasiones
se presentaba en la iglesia. Tenía un solo hijo, que pronto se destacó en la es-
cuela por sus mentiras y acciones pecaminosas, ocasionando grandes disgustos
a su profesor. Si éste se veía obligado a castigarle, entonces el padre se enojaba

90
1923

En el abandono

15 de julio. Después de una breve y agradable pausa, esta noche


volvió de nuevo. Le dije que no volviera a molestarme más, ya que
de lo contrario no volvería a rezar más por él. También le dije que
sería mejor que se apareciese al Párroco.

18 de julio. Cuando entré en mi dormitorio allí estaba él. Me pa-


reció que había una figura a su lado, pero no estoy segura. Ahora
siempre reza conmigo, o mejor dicho, murmura algo. Ahora no me
contesta a las preguntas que le hago.

21 de julio. En efecto, son dos los que vienen; no tengo la menor


idea de quién es el otro. Es horrible, sucio y desgreñado. No habla.

He visto aquellas dos mujeres en la iglesia. Me arrodillé a su lado,


aunque a simple vista parecía que no había sitio para mí. No dejaban

e insultaba de mala manera a su profesor y al Párroco. Le advertí que de conti-


nuar así, algún día recibiría una paliza de este mismo chico. Cuando su hijo
alcanzó la edad de diecisiete años y era fuerte y grande, al volver una noche a
casa y reprenderle su padre, se volvió contra él y le mató a palos; fue condenado
como asesino. Fritz Sch. entró, pues, en el otro mundo víctima de una tragedia
familiar. Nunca se supo si murió en el acto o si llegó a recobrar el sentido. Debió
suceder esto último. El asesino le dejó tirado en el suelo y abandonado a su
suerte. El cadáver no se descubrió hasta el amanecer. Ahora se aparece, después
de muerto, «desgreñado y con ojos saltones», imposible de reconocer hasta el
27 de junio. A partir de dicha fecha su imagen es cada vez más clara, y el 6 de
julio cuenta que no murió instantáneamente, y que lo que le salvó de la conde-
nación eterna fue el «reconocimiento de los pecados y el arrepentimiento». El
12 de julio dice: «Me abraso»; pone su dedo sobre la mano de la Princesa,
dejándole como señal una roja quemadura, que yo mismo vi». Debido al santo
carácter de la vidente, queda excluida por completo la posibilidad de un engaño
consciente o un efecto histérico. (N. de Gr. y Gu.)
Al igual que Fritz, también una Religiosa en Italia dejó una muestra del
tormento de fuego que padecía en el más allá. Ver pág. 341. (N. A.)

91
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

de mirarme. No pude hablar con ellas porque estábamos rezando el


Rosario.

Vi aquella mujer en el gallinero. Por fin conseguí que hablara. Se


llama Edelgunda. Es muy agradable y me mira con bondad. Va ves-
tida con el traje típico de Suabia. Cuando le pregunté qué quería, sólo
me contestó: «¡Rezar!»

El 24 de julio Fritz Sch... y su acompañante me visitaron dos veces


durante la noche. No dicen nada, pero resultan desagradables.

29 de julio. No hay nada nuevo que anotar. Ahora ambos me


visitan todas las noches. El aspecto del nuevo es repugnante. Fritz
cada vez se irradia más claridad.

Cuando le pregunté a Edelgunda cuánto tiempo tendría que se-


guir merodeando por los alrededores, contestó: «Tres veces ochenta».

1 de agosto. Ahora reconozco al segundo visitante. Se trata de


G...55, quien murió de viruela hace unos años. Cuando pregunté a
Fritz Sch... acerca de él, me respondió: «Pregúntaselo tú misma». En-
tonces se me acercó y yo, inmediatamente, escondí las manos.

4 de agosto. Ambos permanecieron largo rato conmigo. Al pre-


guntar por qué también G... recurría a mí, la respuesta que obtuve
fue: «Él te buscó».

9 de agosto. No pude descansar en toda la noche. Se aparecían a


cada instante. G... me asusta terriblemente. Les pedí que me dejasen
tranquila, a lo cual Fritz Sch... respondió: «¡Sacrifícate por nosotros!»
Ahora siento vergüenza de haber sido tan dura de corazón.

55
G... recibió los últimos sacramentos de manos del Párroco Sebastián
Wieser.

92
1923

10 de agosto. Fritz se me acercó de nuevo; su aspecto era muy


agradable, tanto que le pregunté: «¿Ya no tienes que sufrir tanto?» Él:
«No». Yo: «¿Ahora puedes pedir por mí?» Él: «No». Yo: «¿Dónde
estás ahora?» Él: «En el abandono». Yo: «¿Continuarás viniendo a
mí?» Él: «No». Yo: «¿Por qué no?» Él: «No puedo más». Yo: «¿Te
serví de ayuda?» Él: «Sí». Dicho esto desapareció, pero G... se quedó.
Fue una sensación siniestra. Lanzaba gemidos espantosos. Su fisiono-
mía exhala maldad... Pero si puedo ayudarle, lo haré con gusto.

Olvidaba anotar que también en el hospital vi por dos veces a una


antigua Superiora; se veía muy triste.

11 de agosto. G... vino cuatro veces durante la noche. A nada


contesta. No puede estarse quieto y corre de un lado para otro sin
parar. Realmente me causa pena que ya no venga Fritz Sch..., ya que
últimamente me sentía muy segura con él. G... me inquieta terrible-
mente; no obstante quiero ayudarle.

Siento que mis nervios están mejor que antes. Me he acostum-


brado a recibir estos visitantes inesperados. Luego de que se han ido
puedo dormir perfectamente.

¡Soy feliz!
13 de agosto. ¡Qué bonita experiencia! Mientras recogía grosellas
me encontré de repente a mi lado a la anciana H... Yo: «Muy bien
H..., veo que no te has olvidado de mí, ¿cómo te encuentras?» Ella:
«¡Soy feliz!» Y desapareció. Esta fue una aparición encantadora. Con
frecuencia hacíamos juntas la recolección, y en una ocasión me dijo:
«Aún daré un paseíto por este huerto». Reímos juntas, y yo añadí:
«Espero que vengas una vez más a visitarme». Y en verdad lo hizo56

56Según observa el Párroco Sebastián, H... estuvo largos años enferma, que-
dando purificada por medio de los sufrimientos. Un dulce consuelo para tantas
personas sencillas que, además de sus preocupaciones por causa de su humilde

93
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Un caballero con su armadura

El 14 de agosto vi dentro de la iglesia, y arrodillado ante el altar,


a un caballero con su armadura. Al principio creí sería una alucina-
ción mía. Para cerciorarme, antes de salir del Oratorio me acerqué a
él. Se dejó ver unos poquitos instantes y luego desapareció57.

G... estuvo largo rato conmigo. Terriblemente inquieto.

17 de agosto. G... volvió. Estuvo atento a la oración.

19 de agosto. Vino dos veces durante la noche. Estando en el


Oratorio oí que golpearon la puerta, fui a ver pero no vi a nadie.

20 de agosto. Vi aquel caballero junto al altar. Es de gran tamaño.


Quizás se trata del alma de aquel hombre cuyo esqueleto fue encon-
trado en el coro de la iglesia cuando se hacía el nuevo pavimento.

condición de vida, también tienen que sufrir mucho por enfermedades. El amor
de Dios las rodea. Ella era quien proveía de madera el castillo.
57 El Padre Paul de Moll dice que a muchas almas del Purgatorio se les

permite, en el tiempo inmediato a su completa purificación, presentarse en la


iglesia y orar ante el Santísimo Sacramento.
También Marina de Escobar afirma que muchas almas, ya a punto de entrar
en el Cielo, pueden permanecer largos ratos en la Casa de Dios. También en la
historia de la vida de la venerable Clara Moes leemos que ésta vio en la Casa
de Dios dos filas de espíritus, ya muy prontos a su completa aparición (Spirago,
Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 51).
Desde Londres se comunicó que en octubre de 1933, en la iglesia de los
Dominicos de Leicester, unas 18 personas vieron repetidas veces a un Sacerdote
arrodillado ante el altar, en quien el Superior del Convento creyó reconocer a
su Hermano, Padre Norberto, muerto unos dos años antes. Casualmente en di-
cha época se hizo una fotografía artística de dicho altar para publicarla en una
revista, y al revelar la placa pudo apreciarse en la misma el contorno de una
figura, muy parecida al citado Padre fallecido (Del libro de Reiterer, Puente al
otro mundo, Styrua, Graz., 1938, pág. 104).

94
1923

El 23 de agosto pasé una noche sumamente desagradable. Sabía


que allí estaba G..., pero no había luz eléctrica. Le oía y sentía, pero
no podía verle. La situación era aterradora. No tuve el valor suficiente
para levantarme a buscar las cerillas. Transcurrida aproximadamente
una hora, me di cuenta de que se había marchado. No fue el oído el
que me dio esa certeza, sino más bien por intuición; esto es algo to-
talmente nuevo para mí.

24 de agosto. El golpeteo en el Oratorio va en aumento. Cuando


salgo a ver quién es, no veo a nadie. Si entro de nuevo, vuelve a
comenzar; es terriblemente molesto y me hace perder la paz.

26 de agosto. G... vino de nuevo. Permaneció largo rato conmigo.


Rezó conmigo las Letanías Lauretanas. Su apariencia ha mejorado;
ya no está tan oscuro.

30 de agosto. Siempre lo mismo. El ruido del Oratorio es, con


frecuencia, insoportable: llamadas y golpeteos. Al caballero le veo
casi a diario. En la Capilla del hospital vi a la Hermana Hedwig58.

2 de septiembre. Al volver del jardín vi a G... de pie mirándome


fijamente desde la ventana de mi cuarto. Esto me perturbó; sentí
miedo de entrar en mi cuarto. Afortunadamente cuando abrí la puerta
él ya no estaba.

6 de septiembre. Por fin, G... habló. Yo: «¡Por favor, dime qué es
lo que quieres!» Él: «¡Ayuda!» Yo: «¿Por qué tienes que sufrir?» Él:
«¡Pecados no expiados!» Yo: «¿Por qué vienes a mí?» Él: «Porque el
camino hacia ti está libre». Yo: «¿Cómo libre?» Por desgracia no ob-
tuve respuesta, pues de lo contrario podría obstruir ese camino.

58
Waal tiene un pequeño hospital, donde la Hermana Hedwig Ostertag
ejerció el cargo de Superiora.

95
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

7 de septiembre. Vi a G... en frente de su casa. Su aspecto ya no


es tan repugnante; cada vez resulta más agradable. No me explico
por qué, pero me parece que lo que hago por él es muy poco. Me
retracto de lo que escribí ayer, ya que, aunque pudiese, no cerraría
ese camino que conduce las almas hacia mí. Sería terriblemente
egoísta si lo hiciese, y más bien he de considerarme feliz de poder
ayudarlas de alguna forma.

Dos hermanas que dieron escándalo

8 de septiembre. Fue un día agitadísimo. Después de tanto tiempo


vi de nuevo a los once; ahora tienen un aspecto más humano. Luego
vi al caballero y a las dos mujeres en la iglesia, y por fin conseguí que
éstas hablaran. Les pregunté: «¿Por qué estáis siempre aquí?» Ellas:
«Dimos escándalo». Yo: «¿Quiénes erais?» Ellas: «Éramos hermanas».
Luego desaparecieron. La expresión de sus rostros demostraba mal-
dad; sus miradas parecían penetrar como puñales. En el gallinero es-
taba Edelgunda; las gallinas debieron verlas, ya que salieron despa-
voridas. Como la pude ver más de cerca, comprobé que no era tan
vieja como en un principio me había parecido. En la mano llevaba
algo que me pareció ser un cuchillo, pero no estoy del todo segura.

Cuando durante el día veo tantas almas, tan distintas unas de


otras, vivo más con ellas que con la gente que me rodea. No me re-
sulta nada fácil disimular a cada instante con las demás personas, y a
veces esto exige de mí un autodominio superior a mis fuerzas.

9 de septiembre. Al pie de la cerca que rodea la plaza de armas59


me encontré al anciano Heinz; quedé casi paralizada del miedo por-
que de un momento a otro se puso a mi lado. Tenía un horrible as-
pecto; parecía un alma condenada. Rezo para que no se me acerque.

59
Pedimos a la Princesa Ludovica que nos mostrase la plaza de armas que
en un tiempo sirviera para ejercicios de tiro. Ésta se encuentra al lado de los

96
1923

G... pasó gran parte de la noche conmigo. Estaba realmente pací-


fico. Estuvimos rezando un rato juntos y luego charlamos. Yo: «¿Qué
es lo que más necesitas de mí?» Él: «Que asistas a la misa». Yo: «¿Ya
viste al buen Dios?» Él. «Sí». Yo: «¿Continúas viéndole?» Él: «No».
Yo: «¿Por qué no?» Él: «Impuro» Yo: «¿En qué consisten tus sufri-
mientos?» Él: «Fuego». (Creo que fue esto lo que dijo, pero no puedo
asegurarlo, ya que fue una palabra balbuceante). Yo: «¿Sabes dónde
se encuentra ahora Fritz Sch..., que no ha vuelto a venir?» Él: «No».
Y diciendo esto, desapareció.

El 13 de septiembre permaneció sólo unos breves momentos.


Volví a ver al caballero en la iglesia.

15 de septiembre. Los once anduvieron por largo rato a mi lado.


Me parece que se trata de figuras femeninas, pero aún siguen envuel-
tas en esa niebla.

Tía María Sch...

16 de septiembre. Al entrar por la tarde en la biblioteca a buscar


un libro, se me presentó repentinamente a mi lado la tía María Sch...,
quien me sonreía alegremente. Yo: «¿Te encuentras bien?» Ella: «Te
lo agradezco mucho». Luego me guiñó el ojo y desapareció. Su visita
me dejó muy feliz. Qué maravilloso es ver de nuevo a los antiguos
conocidos. Como había estado muy ocupada en cuestiones persona-
les y me sentía muy alegre, no me había vuelto a acordar de aquello
que anteriormente había ocurrido en la biblioteca.

El ruido ha continuado con más intensidad en el Oratorio. A cada


instante escucho voces que llaman: «¡Tú! ¡Tú!», pero no veo a nadie.

predios de horticultura del castillo de Waal. Ahora está toda plantada de árboles
frutales. (N. de Gu.)

97
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

19 de septiembre. G... estuvo largo tiempo conmigo. Se veía res-


plandeciente. Yo: «Explícame de qué modo está libre el camino que
conduce a mí». Él: «Tú nos atraes». Yo: «¿Cómo?» Él: «Con tu alma».
Yo: «¿Puedes verla?» Él: «Sí». Yo: «Verdaderamente no me agrada
que vengáis a mí. Dirigíos más bien a otras personas mejores que yo».
Él: «Yo ya no vendré más, porque hay otros que están esperando».
Yo: «¿Estás mejor?» Él: «Sí». Después me miró con una bella sonrisa
y desapareció. ¿Qué vendrá ahora? Confieso que siento miedo, ya
que siempre se necesita un buen tiempo antes de que la apariencia
de las almas cambie y ya no se vean horribles. Pero veo que tiene que
ser así.

Edelgunda, la madre asesina

21 de septiembre. Edelgunda subió a mi cuarto; efectivamente, lo


que lleva en la mano es un cuchillo; oramos juntas; luego le pregunté:
«¿Por qué tienes ese cuchillo?» Ella: «¡He asesinado!» Yo: «¿A quién?»
Ella: «¡A mi hijo!» Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?» Ella: «¡Dame tu
mano!» Sentí un miedo tan espantoso que no fui capaz de hacerlo60;
soy tan cobarde..., ahora me arrepiento. Desapareció de inmediato.
Procuraré tener más fuerza cuando vuelva, pero en verdad me resulta
algo terrible, ya que ahora sé muy bien cómo quema.

Vi a los once y al caballero. Cuando los veo siento que mis nervios
se tranquilizan. A veces encuentro la puerta y los escalones del Ora-
torio cubiertos de una niebla tan espesa, que no puedo ver nada. No
puedo decir si esto está relacionado con el ruido. Éste ha continuado
con la misma fuerza, pero lo malo es que nadie lo oye sino yo.

Volví a ver a Nicolás andando por los cuartos mientras estábamos


todos reunidos. Se veía muy contento.

60
No es la mano en sí lo que sirve de ayuda para las pobres almas, sino el
vencimiento propio que cuesta a la Princesa esta acción de alargar su mano.

98
1923

23 de septiembre. Edelgunda volvió. Crece en mí la repugnancia


hacia ella. Sus ojos me persiguen todo el tiempo.

27 de septiembre. De nuevo se presentó Edelgunda. Intenta tomar


mi mano, pero no puedo dársela. Esto es superior a mis fuerzas. Todo
dentro de mí se rebela contra eso.

El 30 de septiembre estuvo casi dos horas conmigo. Fue terrible.


Durante la santa misa en la iglesia vi arrodillado al caballero junto al
altar, en medio de los acólitos.

2 de octubre. Edelgunda continúa atormentándome. Corre furiosa


de un lado para otro por el cuarto y me mira con unos ojos que echan
fuego. Todo el tiempo intenta agarrar mi mano, pero no soy capaz
aún de vencerme.

4 de octubre. Le pregunté qué quería de mí. Respondió: «¡Tu


mano!» No pude alargársela. Es indescriptible el terror tan espantoso
que me produce. Recé con ella, pero siguió igual. Entre otras cosas,
le pregunté dónde se encontraba enterrado su hijo y si había podido
confesar su pecado, pero no obtuve respuesta.

El 5 de octubre al despertarme la encontré sentada en mi cama.


Sólo permaneció unos instantes.

El 6 y 7 de octubre me sentí mal durante la noche. Ella no vino,


aunque yo realmente la esperaba.

8 de octubre. Gracias a Dios conseguí por fin vencerme. Se pre-


sentó en mi cuarto y le pregunté: «¿Cómo puedo ayudarte?» Ella:
«¡Dame tu mano!» Entonces le extendí las dos manos. Imposible des-
cribir lo que me costó este sencillo movimiento; me resultó un es-
fuerzo sobrehumano. No me quemó; sin embargo, pude sentir sus

99
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

huesos. Me mantuvo agarrada un momento, pero para mí fue una


eternidad. Finalmente dijo: «No vendré más», y desapareció.

Las apariciones de mujeres me resultan más horrorosas que las de


hombres. Una de las cosas que más me llamó la atención en Edel-
gunda es que parecía como si su vestido estuviese cortado en tiras, y,
sin embargo, era un vestido completo; nunca había visto algo seme-
jante.

Me gustaría poder gozar de un poco de tranquilidad; me siento


tan cansada, que a cada momento me voy quedando dormida.

El ruido en el Oratorio ha disminuido; ahora sólo se escucha de


vez en cuando.

Fui demasiado mundana

12 de octubre. Me encontraba sentada en mi escritorio en pleno


día, cuando de repente me vi rodeada de una espesa niebla o humo
inodoro; no podía ya ni ver los cuadros en las paredes. Pregunté si
eran los once, pero no obtuve respuesta. Rocié el cuarto con agua
bendita y todo se hizo nuevamente claro.

Vi al caballero en la iglesia. Salí del Oratorio y le pregunté:


«¿Puedo hacer algo por ti?» Continuó rezando sin siquiera mirarme.
De cerca su aspecto resulta aún más agradable, y con esa hermosa
armadura parece como salido de un museo. No soy lo suficiente-
mente competente como para deducir de qué siglo sea.

Tengo mucho miedo de que vuelvan a ocurrir cosas graves. Para


que mis apuntes correspondan a la verdad, he de escribir todo cuanto
observo y siento; por tanto, debo decir también que sin la santa co-
munión no hubiese podido soportar todo esto.

100
1923

El 13 de octubre tuve una noche muy agitada: mucho ruido en la


niebla. En la escalera del hospital volví a encontrarme a la Hermana
Hedwig, y hablé con ella. Yo: «¿Por qué siempre estás por aquí?»
Ella: «Fui demasiado mundana». Luego entró en la despensa. Ya no
se ve tan triste.

15 de octubre. Los once pasaban como volando frente a mí. No


contestaron a nada de lo que les pregunté. Durante la noche escuché
un espantoso ruido a mi lado. Aparecieron tres figuras irreconocibles.

17 de octubre. De nuevo aquella niebla alrededor de mí y la sen-


sación inequívoca de que allí hay algo.

19 de octubre. Un grito estridente a mi lado me despertó; ense-


guida una confusión de sonido y de nuevo la niebla.

20 de octubre. Una figura indefinible.

21 de octubre. Las figuras envueltas en niebla andan de un lado


para otro por el cuarto; no puedo hacer nada con ellas; se ponen a
saltar alrededor de mí cuando rezo. Me es imposible describirlas. La
palabra «niebla» no es la correcta: son más bien como hechas de un
vapor muy denso. Por el momento no siento miedo, sólo que son
desagradables. Tienen una cierta similitud con los once, pero son dis-
tintas, más densas, más espesas.

Volví a ver al caballero. Es totalmente distinto de todo lo que he


visto hasta ahora. Parece estar muy feliz y reza sin parar.

24 de octubre. Aquella figura indefinible se ha hecho más nítida;


parece ser una mujer. Las tres figuras nebulosas no han vuelto.

25 de octubre. Un ruido terrible; cada vez es más desagradable.

101
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Catalina

27 de octubre. Ahora, aunque un poco nebulosa, ya puedo distin-


guir una figura de mujer; parece estar muy intranquila.

28 de octubre. La mujer es horrible; sobre todo su boca, que está


completamente hinchada y resulta repugnante. Se ve como si estu-
viese furiosa. Lleva por vestido unos harapos de color gris.

29 de octubre. Al anochecer la encontré en mi cuarto; sus ojos me


perseguían; no puede hablar.

30 de octubre. Acababa de levantarme cuando ella llegó. Le dije:


«Vete, que me desagradas». Ni se movió. Recé con ella mis oraciones
de la mañana y, apenas terminamos, se marchó. Me produce terror,
me repugna. Creo que fui dura con ella. Pero, ¿dónde está mi amor
al prójimo? Esta situación me agobia, porque durante el resto del día
debo estar con gente y entonces no me queda tiempo para mí misma.
Me siento como dividida: las pobres almas me atraen, me preocupan;
sin embargo, tengo que demostrar interés también por las cosas de
este mundo. Esto me cansa y me siento cada vez con menos fuerzas.

31 de octubre. ¡Una noche horrible! Vino dos veces; siempre largo


tiempo. Se apoyaba en la pared y me miraba con insolencia. La ex-
presión de su rostro era repulsiva. No reaccionó a nada; sólo parecía
tranquilizarse un poco cuando se acercaba a la cama. Su boca era
repugnante: una gran llaga roja; y su cabello negro y alborotado. Su
aspecto era simplemente siniestro.

1 de noviembre. Pasé mitad de la noche defendiéndome de ella


tratando de evitar que se me acercara, pero, por supuesto, para ella
no hay impedimento alguno. La amenacé con no volver a rezar por
ella si me molestaba de nuevo, y entonces se marchó.

102
1923

2 de noviembre. Esta ha sido la peor noche que jamás he pasado:


parecía estar poseída; corría furiosa por el cuarto; no sabía cómo li-
brarme de ella y no encontré otra solución mejor que salir corriendo
del cuarto. Pero no me queda otro remedio que soportarla, ya que no
quiero despertar a nadie. Ella salió corriendo tras de mí por el pasillo,
así que me tocó devolverme. Yo intentaba rezar, pero lo hacía muy
mal; el miedo me tenía como petrificada. A cada instante en que se
me acercaba tenía que hacer un terrible esfuerzo para no gritar; casi
no consigo soportarlo. Hay algo en ella que me produce un horror
tal, que no encuentro palabras para describirlo, por más que lo in-
tente. Estuvo conmigo desde las once hasta las cinco. Fui muy co-
barde.

3 de noviembre. No vino sino hasta las cinco, por lo que pasé una
mejor noche. Estuve rezando con ella, pero sin mirarla; su cabeza
estaba casi pegada a la mí y la oía murmurar algo que no entendía.
Le dije: «Si quieres que continúe rezando por ti, aléjate; no soy capaz
de soportar tu presencia». Al instante lanzó un fuerte grito y desapa-
reció. Ahora me arrepiento de mi falta de comprensión, pues induda-
blemente la he hecho sufrir.

4 de noviembre. Estoy muy contenta de que me haya perdonado,


ya que vino de nuevo. Movió su horrible boca intentando hablar,
pero no entendí nada. Le dije: «Si realmente te puedo ayudar, dame
una señal y ven a despertarme a las cinco. Después de eso haré todo
lo que pueda por ti». Dormí perfectamente. A las cinco en punto oí
un terrible grito y la encontré junto a mí. Eso me puso muy contenta.
Ahora estoy dispuesta a soportarlo todo.

Mis once antiguos amigos volvieron a presentarse en la montaña;


ya no siento miedo de ellos.

El caballero de la iglesia se deja ver casi a diario.

103
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

5 de noviembre. Una noche siniestra; aquella mujer se me pre-


sentó varias veces, y cada vez más intranquila. Le pregunté varias co-
sas sin obtener la más mínima respuesta. En una de esas preguntas se
precipitó sobre mí para susurrarme algo al oído, pero me fue imposi-
ble entender. Cuando le dije que no había entendido nada, prorrum-
pió en sollozos tan fuertes que sentía que se me iba a partir el corazón;
le prometí hacer muchas cosas, y se marchó.

El 6 de noviembre por la tarde entró en mi cuarto mientras sonaba


la campana para las oraciones; se dirigió a la pililla del agua bendita
y allí me esperó. Le rocié con agua bendita y enseguida desapareció,
pero por la noche se presentó de nuevo. Ahora la veo cada vez mejor
y he perdido el miedo que antes me infundía. He descubierto que
cuanto más sacrifico mi voluntad, más ayuda recibe ella y tanto más
se vuelve mi amiga.

Hasta ahora he evitado entrar en detalles, pero ya que mi Director


Espiritual lo desea, debo hacerlo. Por eso voy a hablar acerca de algo.

Últimamente, en medio de mis labores, e incluso mientras me en-


cuentro con gente, algo se apodera de mí, algo inexplicable. Es una
sensación de profunda felicidad, es como sumergirse en algo jamás
sentido; es sentir la cercanía de Dios; una cosa simplemente indescrip-
tible. A veces esa sensación me sorprende incluso en momentos en
que ni siquiera pienso en Dios. Lo extravagante siempre me ha cau-
sado antipatía, pero ahora tengo que soportar lo que supera toda ima-
ginación y experiencia humana, pues aquello simplemente se apo-
dera de mí. Mi vida de oración ha cambiado; no sé si ahora es mejor
o peor. Me siento como sumergida en lo infinito sin poder formular
oración alguna, y al mismo tiempo me veo tan miserable ante Dios.

7 de noviembre. La desconocida volvió a acercarse mucho a mí


y me dijo algo al oído, pero no entendí nada. Ahora puedo distinguir

104
1923

muy claramente sus trajes, que son de finales del siglo XVI. He per-
dido aquel horrible pavor que en un principio me inspiraba. Es una
cosa incomprensible el que tan pronto como un espíritu se encuentra
a mi lado me dé cuenta de ello. Aun si me acabo me despertar o si
me encuentro sumida en la oscuridad, sin oír nada, sin ver nada, me
siento consciente de que no estoy sola. Nunca me he equivocado.

El 8 de noviembre estuvo casi toda la noche conmigo, pero muy


tranquila. Recité una oración que le fue de mucho agrado. Su mirada
se ha vuelto más suave, pero aún no me atrevo a dormir en presencia
de ella.

10 de noviembre. Volvió a susurrarme algo al oído. Sonó algo así


como «sin paz», pero no lo puedo afirmar. Se lo pregunté, pero se
limitó a sacudir tristemente la cabeza.

11 de noviembre. El caballero estuvo presente durante toda la


misa mayor. Es el segundo domingo de este mes que esto ocurre.
¿Tendrá algo que ver con la reliquia de la santa cruz que se ha ex-
puesto para la veneración en estos días?

Ella vino durante el día.

12 de noviembre. Por fin pudo hablar. Se llama Catalina. Fue lo


único que le pude sacar. Volvió a correr muy intranquila por el
cuarto, casi como una loca y repitiendo sin parar: «¡Sin paz! ¡Sin paz!»

Volví a ver a los once.

13 de noviembre. Catalina estuvo conmigo largo rato; comencé


diversas oraciones, para saber cuál le gustaba más, pero no cesaba de
sacudir negativamente la cabeza, hasta que comencé aquella oración
que le agradó la vez anterior. Se arrodilló a mi lado. Fue la primera

105
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

vez que un espíritu hacía eso. Tuve una sensación muy especial. En-
seguida le pregunté: «¿Viviste aquí?» Ella: «Sí». Yo: «¿Estás sepultada
aquí?» Ella: «No». A las demás preguntas se mantuvo en silencio.

El 14 de noviembre experimenté algo completamente nuevo. Me


sentía tan cansada que había resuelto quedarme durmiendo y no asis-
tir a misa. Entonces soñé con una pobre mujer que me pedía e im-
ploraba que le diese algo. Desperté sobresaltada. Frente a mi cama
estaba Catalina con las manos extendidas en actitud de súplica. Le
dije: «Te agradezco mucho el haberme despertado, pero, ¿cómo su-
piste de mi intención?» Ella: «Estoy unida a ti». Yo: «¿De qué ma-
nera?» Ninguna respuesta. Ella: «¿Quieres sacrificarte aún más por
mí?» Yo: «Sí; ¿qué más es lo que debo hacer por ti?» Ella: «¡Dame la
paz!» Yo: «¿Cómo puedo hacerlo?» Ella: «¡Por medio del amor!» Me
conmovió mucho. De ahora en adelante haré mucho más por ella.
Soy todavía demasiado egoísta y me preocupo mucho de mi propia
comodidad; de no ser por esto podría hacer mucho más. Si pudiese
vivir sólo para las almas, esto me resultaría más fácil, pero he de vivir
también con las personas y a veces para ello me faltan las fuerzas
físicas. El escribir todo esto supone un gran consuelo para mí, ya que
aún no soy tan fuerte como para prescindir por completo del apoyo
humano. También me tranquiliza mucho saber que hay alguien que
vela por mí.

Trataré de continuar callando todo cuanto a mí misma se refiere,


en cambio no omitiré detalle alguno para describir a los espíritus que
se me aparecen. Y que conste que sólo lo hago por obediencia. A
veces, mientras estoy escribiendo, siento la tentación de complacerme
en mí misma; es decir, me parece ser mejor de lo que en realidad soy,
y entonces me pregunto a mí misma: ¿por qué los demás no tienen
estas apariciones? ¡Procuraré ser cada vez mejor! Me retiraré con más
frecuencia a meditar sobre mí misma. Éste será el medio de compen-
sar todo esto que ahora siento.

106
1923

15 de noviembre. Estuvo conmigo largo tiempo sin pronunciar


una palabra. Si su boca no fuese tan repugnante, su aspecto no resul-
taría tan desagradable. Espero que se vuelva más comunicativa.

Vi a los once y al caballero.

Me encontré por segunda vez al anciano Heinz en el jardín. Su


aspecto era horrible. ¡Cómo podré ayudar a tantos!

Al mediodía, mientras me encontraba con mis familiares, se me


presentó Catalina; se puso frente a mí haciéndome una señal con la
mano para que me acercase, pero no pude hacerlo. El haber visto el
día de hoy tantas almas me ha alegrado mucho, ya que en la Santa
Misa había pedido a Dios que si esto era de su agrado me las enviase
con abundancia. Ha sido un bonito regalo para el día de mi Santo61.

Yo hacía que las personas se pelearan

16 de noviembre. A la una de la madrugada se me presentó Ca-


talina. Rezamos largo rato juntas y luego le pregunté: «¿Puedes de-
cirme qué es lo que tienes en la boca?» Ella: «¿Ves esto?» Yo: «Sí;
dime, ¿por qué estás así?» Ella: «Yo hacía que las personas se pelea-
ran». Y al instante comenzó a llorar amargamente. Yo: «¡Siento mu-
cha pena por ti! ¿Aún tienes que sufrir mucho?» Ella: «¡Tengo!» Yo.
«Encuentras alivio cuando vienes a mí?» Ella: «Encuentro». Yo: «¿De
qué modo?» Ella: «¡Paz!» Yo: «Explícate mejor». Ella: «¡Tú me das
paz!» Yo: «¿Pero, ¿cómo puede ser eso?» Entonces se me acercó mu-
cho para decirme algo al oído, que desgraciadamente no pude enten-
der, y se marchó. Me maravilla comprobar lo veloz que pasa el
tiempo cuando se charla con las almas. Cuando se presentó en mi
cuarto mi reloj marcaba un poco más de la una, y cuando se fue ya

61
El 15 de noviembre se celebra el día de San Eugenio, Obispo.

107
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

eran las cuatro y media. Yo creí que como máximo había permane-
cido una media hora. Siempre se me presenta bien vestida y con una
larga cadena de oro. ¡Si supiese dibujar! No es vieja, quizás unos cua-
renta años. Espero que vuelva, ya que casi he empezado a tenerle
cariño.

17 de noviembre. Ahora viene a buscarme también a otras habi-


taciones; hoy la he visto nueve veces.

19 de noviembre. Dos días de completa paz; esto me resulta muy


confortable.

20 de noviembre. Catalina pasó casi toda la noche conmigo; ahora


siempre está muy tranquila. También me visitó Heinz; su aspecto es
horrible, pero, no obstante, lo reconozco muy bien. Está sumamente
intranquilo y gime con mucho dolor. Pregunté a Catalina: «¿Tú ves a
las demás almas que están junto a mí y junto a ti?» Ella: «No». Yo:
«¿Y por qué no?» Ella: «Porque yo sólo estoy unida a ti». Luego dijo
algo que no comprendí. Yo: «¿Seguirás viniendo a verme con fre-
cuencia?» Ella: «Si se me permite» Yo: «¿Quién puede permitírtelo?»
Ella: «La misericordia». Y desapareció.

Al mediodía vi al caballero en la iglesia. Me acerqué para pregun-


tarle quién es y qué hacía allí; continuó orando como si no hubiese
oído nada. He tocado su armadura: es muy dura. No es viejo. Su
cabello es largo y rubio.

21 de noviembre. Heinz estuvo largo tiempo conmigo; no puede


estarse quieto; su intranquilidad es enorme. Tiene aspecto de malo.
No deja de lamentarse. Cuando rezo se pone más intranquilo, o, por
así decirlo, más malvado. Al amanecer vino Catalina. Esto me alivió
mucho, ya que no me sentía nada cómoda estando sola con Heinz.
Estaba tan cansada que tardé un rato en ponerme a rezar con ella.

108
1923

Entonces comenzó por sí misma a recitar su oración preferida; quedé


tan conmovida que se me saltaron las lágrimas. ¡Cuándo dejaré de
pensar sólo en mí misma! Mientras tanto Heinz permanecía de pie.
La diferencia entre ambas almas es enorme; como la que existe entre
las sombras y la luz, o entre la ira y la dulzura. Le dije: «¿Estás mejor?»
Ella: «Veo la claridad». Yo: «¿Puedo ahora dedicarme por completo
a las demás?» Ella: «¡No me abandones todavía!» Y desaparecieron.

Si pudiese hacer más para socorrerlas... Podría ayunar más, pero


aun así nunca podré satisfacer a todas; ya no tengo fuerzas para pasar
el día disimulando y ocultando lo que sufro durante la noche.

Catalina, muerta en 1680

22 de noviembre. He sentido deseos de borrar todo cuanto escribí


ayer, pero no lo haré para que todos puedan comprobar lo egoísta y
cobarde que soy. ¿Cómo habré sido capaz de dudar que Dios me
dará la fuerza necesaria?

Vinieron de nuevo los dos. Heinz siente verdadera repugnancia


hacia la oración, cosa que veo en su rostro. No le presto mucha aten-
ción a eso y continúo rezando. He notado un gran cambio en la boca
de Catalina; ahora hasta sonríe a veces. Le dije: «Dime, ¿cuándo mo-
riste?» Ella: «En febrero de 1680». Yo: «¿Dónde estás sepultada?» Ella:
«En Kempten»62. Yo: «¿Por qué está aquí tu alma?» Ella: «Aquí sem-
bré la discordia». Yo: «¿Conoces quizás a Bárbara?» Ella: «Co-
nozco»63. Yo: «Dime algo más, por favor». Pero desapareció. Heinz
debió verla, ya que mientras ella hablaba, él se le iba acercando.

62
Kempten es una ciudad de Alemania, situada en la región de Suabia, al
suroeste del estado federado de Baviera. Es famosa por la Basílica de San Lo-
renzo, construida por el bien conocido arquitecto barroco, Michael Beer.
63 Bárbara ya se apareció anteriormente; tenía una herida en la parte poste-

rior de la cabeza; véase 31 de enero de 1923.

109
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El 24 de noviembre ambos estuvieron largo rato conmigo, pero


no reaccionaron a ninguna de mis preguntas ni a mi invitación a rezar.
Me alegra mucho cuando Catalina se me presenta estando Heinz, ya
que él me infunde pavor.

25 de noviembre. Sólo vino Heinz. Se comportó de un modo tan


arrebatado que creí que yo terminaría tirada en la bañera. Le dije:
«¿Tienes algo que decirme?» Al oír esto se enfureció; corrió de un
lado para otro y se marchó, para regresar lanzando gritos lastimeros
y aterradores. Fue sumamente desagradable.

26 de noviembre. De nuevo los dos. Dije a Catalina: «Como ayer


no viniste, pensé que tu Santa Patrona te había redimido». «Catalina
de Siena», respondió ella; y lo dijo tan rápido que casi me echo a reír.

27 de noviembre. No me sentía bien y no conseguí dormir. Estuve


esperando a mis amigos toda la noche, pero no vino ninguno, como
siempre que sufro mucho. Me conmueve en gran manera ese bonito
detalle de las almas.

28 de noviembre. Nuevamente dolores, y de nuevo ninguna apa-


rición.

29 de noviembre. Se presentó sólo Heinz. Las oraciones y pregun-


tas le irritaban sobremanera.

30 de noviembre. Cuando me retiré a mi cuarto a dormir, hallé a


Catalina esperándome. Rezamos juntas las oraciones de la noche, y
luego le dije: «¿Por qué no viniste en todo este tiempo?» Ella: «Yo
estaba contigo». Yo: «¿Por qué no te vi?» Ella: «Tú me diste mucho,
¡mira!» Al decir esto me señaló su boca, de la cual había desaparecido
ya todo aquel aspecto repugnante. Imposible describir la alegría tan
grande que experimenté. Yo: «¿Ya no tienes que sufrir tanto?» Ella:

110
1923

«No». Yo: «¿De qué modo podría ayudarte más?» Ella: «No pe-
cando». Yo: «Esto aún no soy capaz de evitarlo totalmente». Me su-
surró algo al oído, que no pude entender. Fue algo así como «purifi-
cación» o «intención». Luego desapareció. No cometer pecado al-
guno. ¡Oh, si lo consiguiese! Yo no muestro lo que en realidad soy,
porque a veces siento mucho enojo, pero lo disimulo para que los
demás no lo noten.

Heinz se pone violento

1 de diciembre. Una terrible noche. El anciano Heinz estuvo largo


rato conmigo y se comportó de un modo abominable. Le pregunté si
había sido él quien había disparado contra mi abuelo. Al escuchar
esto se puso furioso. En un abrir y cerrar de ojos se abalanzó sobre
mí y me agarró del cuello con tanta fuerza que creí morir estrangu-
lada. Esto no duró más de unos segundos, pero fue tan horrible que
aún tiemblo al recordarlo64. Jamás olvidaré aquellos ojos llenos de
furia. En cada una de las ocasiones en que he tocado un espíritu (hasta
ahora tres) he experimentado más asco que dolor, como si tocara a
un sapo o a una serpiente. Es una cosa imposible de describir.

2 de diciembre. Estuvo conmigo desde las dos hasta las seis. Se


mostró tan agresivo que casi no podía defenderme de él. Al mostrarle
el trocito de la cruz comenzó a dar fuertes gritos y se retiró a un rin-
cón, donde permaneció acurrucado y gruñendo como un perro ra-
bioso. Fue horrible. Deseaba que llegara Catalina.

Vi nuevamente al caballero durante la celebración de la S. Misa.


También vi a los once, quienes continúan siendo un misterio para mí.

64
Esta actitud violenta es un misterio de la malicia que el hombre se lleva
consigo al lugar de la purificación. Como en vida amó el mal, ahora debe arras-
trarlo consigo, aunque no quiera; entonces reconocerá la fealdad abominable
de sus actos.

111
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

3 de diciembre. Primero vino Heinz; luego Catalina. Le pregunté:


«¿No puedes ver aún a la otra alma que está conmigo?» Ella: «No».
Yo: «¿Por qué no?» Ella: «Yo sólo estoy involucrada contigo». Yo:
«Por favor, dime si es un espíritu condenado». Ella: «¡Sálvalo!» Recé
largo rato con ella. Heinz se mantuvo más tranquilo, pero igual de
repugnante.

4 de diciembre. Durante el día vi una sombra que me precedía;


subió la escalera delante de mí y entró en mi cuarto; la seguí, pero no
la vi más.

Heinz estuvo por la noche conmigo; rezamos juntos, aun cuando


esto le resulta completamente indiferente. Siempre me ha llamado la
atención lo oscuro que suele ser en un principio el rostro de las apa-
riciones, y cómo éste se va aclarando poco a poco según éstas co-
mienzan a hablar.

5 de diciembre. Sólo vino Catalina. Yo: «¿Puedes rezar por mí?»


Ella: «Puedo». Yo: «¿Podrías pedir por mí para que ya no se me pre-
senten las almas y pueda así recuperar la paz?» Ella: «¡No!» Yo: «¿Por
qué no?» Ella: «¡Es voluntad de Dios!»65. (Sus palabras me dejaron
completamente perpleja. Ahora veía bien claro que todo esto era
mandato expreso de Dios. Ahora sí que no puedo pedir explicación
alguna ni detenerme a pensar en mí misma). A continuación le enseñé
el trocito de la cruz y le pregunté: «¿Conoces esto?» Ella: «Conozco».
Yo: «¿Qué es?» Ella: «Santo».

65
La voluntad de Dios es que la Princesa, por medio de su amor sacrificado,
ayude a las pobres almas del Purgatorio; por ello Catalina no puede pedir a
Dios que no se le aparezcan más almas. Santa Catalina de Génova enseña: «Las
almas del Purgatorio viven en íntima unión con la voluntad de Dios… No tienen
ningún querer ni desear propio; sólo pueden querer y desear lo que Dios quiere
y desea».

112
1923

6 de noviembre. De nuevo la sombra en la escalera. Tiene una


cierta semejanza con los once; quizás sea uno de ellos.

Heinz pasó casi toda la noche conmigo. El trozo de la cruz me


sirve de escudo; ahora ya no se me acerca tanto.

7 de diciembre. Mi querida Catalina estuvo conmigo largo


tiempo. Yo: «¿Por qué has debido permanecer tanto tiempo en el
Purgatorio? ¿Causaste mucho daño con tu lengua?» Ella: «¡Dema-
siado; sin arrepentimiento, sin confesión!» Yo: «¿Y entonces cómo
pudiste salvarte?» Ella: «¡Por las limosnas!»66 Yo: «¿Por qué moriste
sin confesión?» Ella: «Morí ahogada». Yo: «¿Qué más puedo hacer
por ti?» Ella (volvió a susurrarme algo al oído): «Participación en el
Cuerpo de Cristo». Pero no puedo asegurar que fue esto lo que me
dijo; solamente comprendí claramente «participación» y «Cristo»;
luego desapareció. Inmediatamente después vino Heinz; éste conti-
núa los mismo que siempre. Claro que es tan poco lo que puedo
hacer por él; aún estoy dividida, y lo poquísimo que puedo aportar
no es suficiente para los dos.

Me doy cuenta de que ahora ya no me asusto cuando las almas


se me presentan. Puedo verlas incluso en la oscuridad, pero prefiero
encender la luz encendida.

8 de diciembre. Heinz volvió hecho una furia; parecía un de-


mente. Se arrojó al suelo y comenzó a revolcarse. Recé a la Santísima
Virgen, lo cual lo tranquilizó un poco. Sin embargo mis oraciones

66
Ya el anciano Tobías dijo a su hijo: «La limosna libra de la muerte y
preserva de caer en las tinieblas» (Tob. 4, 10). El arcángel San Rafael reafirmó
esto al hablar a Tobías y a su hijo: «La limosna libra de la muerte y limpia de
todo pecado» (Tob. 12, 9). (N. de Gr.)
Puede verse la visión de Santa Brígida, en donde la Virgen salva un hombre
gracias a las limosnas que dio en su vida; pág. 321. (N. A.)

113
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

eran sólo de labios para fuera; rezaba mecánicamente, ya que mi pen-


samiento se dirigía hacia la aparición que tenía ante mí, la cual, por
miedo, no me atrevía a perder de vista.

A las tres de la madrugada se marchó, para volver a las cinco. Le


dije: «Vete. Ahora mismo voy para la iglesia y allí podré rezar mejor
por ti». Comenzó a lanzar terribles gritos. Me sobresaltó de tal forma
que de inmediato me puse a rezar por él; entonces empezó a sollozar
con tal fuerza que me conmovió y tuve que decirle una palabra de
afecto. De inmediato recordé que de pequeña solía alargarme ciruelas
por detrás de la tapia. Le dije: «Te agradezco mucho por todas esas
alegrías que me dabas. No lo he olvidado. Dime qué debo hacer para
ayudarte, que lo haré con todo gusto». Entonces dejó escapar un so-
nido gutural y me alargó su mano, que de inmediato tomé. Su mano
estaba muy caliente. Su rostro se hizo un poco más humano, y tam-
bién algo más amable, si así se puede decir; no obstante no deja de
ser horrible. Le dije: «Ahora vete. Tengo que ir a la iglesia», y se fue.
Creo que ahora ya somos amigos de verdad. Cuando logro cambiar
mi miedo por amor, la situación mejora.

En la montaña me esperaban los once; al verlos junto a la nieve


resultan aún más oscuros.

¿Podrías contarme algo del más allá?

El 9 de diciembre vino Catalina. Me encontraba despierta y pude


comprobar cómo dentro de mí tenía lugar algo que me hizo pensar
en la luz eléctrica. En el momento en que un espíritu se me aparece,
quedo como desconectada de todo lo demás; oigo como una especie
de «chasquido» en mi cabeza y como por encanto desaparecen todos
los demás pensamientos y ésta queda vacía del todo. Lo sobrenatural
tiene una fuerza enorme. ¡Lástima no haber tenido en ese momento
algún dolor, para ver si éstos también desaparecían! Se me acercó y

114
1923

puso su mano en mi frente, como si quisiera acariciarme. Yo: «¿Por


qué estás hoy así de cariñosa?» Ella: «Todo claro». Yo: «¿Dónde?»
Ella: «En mí y en ti». Yo: «¿Qué otra cosa ves en mí?» Ella: «Deseo».
Y desapareció. En efecto, deseaba vivamente la Sagrada Comunión,
que no tardaba en recibir. Al escribir estas cosas siento miedo de ser
extravagante.

Estuvo Heinz; no sucedió nada especial.

10 de diciembre. Lo mismo.

11 de diciembre. Durante el día la sombra estuvo en mi cuarto.


Por la noche vino Catalina; estaba muy amable. Yo: «¿Podrías con-
tarme algo del más allá?» Ella: «No». Yo: «¿No puedes hacerlo?» Ella:
«¡Cree!»67 Yo: «¿Es tal y como tú creíste?» Ella: «Sí». Yo: «¿Por qué
nunca os veo cuanto estoy enferma?» Ella: «Porque entonces te faltan
fuerzas y no podrías soportarnos». Dicho esto llegó Heinz, quien con-
tinúa como siempre.

12 de diciembre. Se me apareció de nuevo la sombra; permaneció


largo rato a mi lado sin que nadie lo notase. Heinz también estuvo a
mi lado bastante tiempo; su aspecto ha mejorado un poco; ya no se
muestra tan enemigo de la oración. Junto a él había alguien más; qui-
zás era la sombra; no pude distinguirle, pero allí estuvo toda la noche.
Me sentía tan cansada que le pedí que me dejase sola; entonces de
nuevo comenzaron los terribles lamentos y sollozos; retiré mis ante-
riores palabras y me puse a orar de nuevo. He consentido un pensa-
miento horrible, pues he sentido envidia por aquellas personas que
pueden dormir tranquilamente.

67 Se suprime todo cuanto se refiere a la esencia y la obra divina, incom-


prensible al entendimiento humano, así como todo lo que pueda ser un medio
para satisfacer a la humana curiosidad.

115
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

14 de diciembre. Hoy vi a todos: los once, el caballero, la sombra,


Catalina y Heinz, pero no pude hablar con ninguno.

15 de diciembre. Una noche horrible: parecía como si una in-


mensa ave golpease continuamente mi ventana. Creyendo que la con-
traventana no se encontraba bien cerrada, me levanté a verificar. Ésta
estaba bien cerrada, y la noche muy tranquila; sin embargo, vi una
gran sombra o figura negra que me llenó de terror; parecía más un
animal que un hombre. Sentí un miedo indecible y de inmediato me
retiré de la ventana. Qué alivio sentí cuando llegó Catalina. Yo:
«¿Viste esa cosa tan horrible?» Ella: «No, pero sí tu espanto». Yo: «¿Es
que siempre estás junto a mí?» Ella: «Siempre». Yo: «¿Y cómo es que
no te puedo ver?» No contestó y se marchó. ¡Que Dios me proteja de
estas horribles apariciones!

16 de diciembre. Otra vez el ruido en la ventana. No vi nada.


Catalina estuvo largo rato conmigo. Al recitar su oración preferida, se
arrodilló a mi lado y dijo: «¡Cuánto te lo agradezco!» Yo: «Tu aspecto
es muy diferente. ¿Ya no tienes que sufrir?» Ella: «Ahora comienza el
gozo para mí». Yo: «Ya no vendrás más?» Ella: «No». Se me acercó
y me dijo algo incomprensible, como en un idioma diferente, y desa-
pareció. Me siento un poco triste porque no volveré a verla. Me con-
solaba tenerla a mi lado, sobre todo ahora que tanto me espanta lo
que veo por la ventana; es algo totalmente distinto de lo que he visto
hasta el momento. Yo le había hecho muchas más preguntas a Cata-
lina, pero tan sólo tengo apuntado aquello a lo que me dio respuesta.

Vi el caballero, los once y la sombra, la cual era como una nube


grisácea; ella se quedó conmigo durante unos diez minutos.

17 de diciembre. Heinz, el caballero y la sombra. Aquel horror


estuvo de nuevo en la ventana; como había una tormenta no pude
detallarlo bien.

116
1923

18 de diciembre. En la Capilla del hospital vi a la Hermana Hed-


wig; parece sentirse feliz. Cuando regresé, Heinz me esperaba en mi
cuarto. Yo: «Acabo de rezar bastante por ti; ahora dime qué más
quieres». Él: «¡Perdón!» Yo: «Fuiste tú quien disparó contra mi
abuelo?» Él: «¡Yo provoqué y calumnié!» Yo: «Te perdono de todo
corazón. ¿Tienes mucho que sufrir aún?» Él: «¡Sí!». Yo: «¿Puedo pre-
guntarte si en aquel momento te encontrabas loco o poseído?» Él:
«¡Poseído!». Yo: «¿Por quién?» Él: «¡Por el espíritu de la mentira!»68.
Todo esto lo dijo llorando y temblando; fue realmente conmovedor
verlo. Estoy tan contenta de que por fin haya hablado... (Me parece
una terrible injusticia descubrir aquí las faltas cometidas en vida por
las pobres almas. Es como si yo faltase a la confianza que tienen para
conmigo. La obediencia y el amor al prójimo luchan continuamente
dentro de mí).

Todo el aspecto y el comportamiento de las pobres almas me de-


jan ver claramente el sufrimiento que padecen. ¡Lástima no poder
dibujarlas ni describirlas con exactitud!

El Monstruo

19 de diciembre. Justo a mi lado se puso un ser repugnante, un


verdadero Monstruo. Pude verlo claramente: Es de un tamaño supe-
rior a lo normal, negro y desgreñado; respiraba de un modo asque-
roso, con dificultad. Qué horrible es contemplar algo así. Me protegí
con agua bendita y con la partícula de la cruz. Me miró fijamente por
unos momentos y al final se fue por la ventana. En ningún zoológico
68 El Párroco Sebastián Wieser observa: «El anciano Heinz era tan conocido
mío como Fritz Sch. y otros. Vivió frente a mi casa, y le visité con frecuencia en
los días de su locura. Se sospechaba que había sido Heinz quien había disparado
contra la casa vecina. Aún hoy puede verse el orificio del tiro. Ahora él mismo
reconoce haber sido el autor del funesto disparo, y, a la pregunta que, por indi-
cación mía le hizo la vidente, sobre si estaba loco o poseído, contestó que se
encontraba poseído por el espíritu de la mentira».

117
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

he visto jamás una cosa tan asquerosa, ¡y esa cosa asquerosa y nau-
seabunda estuvo en mi habitación! Hacia el amanecer vino Heinz.
Yo: «¿Quieres rezar conmigo?» Él: «Quiero». Yo: «¿Sientes alivio con
la oración?» Él: «Sí». Yo: «¿Pero, entonces, por qué trataste de asfi-
xiarme?» Él: «Mi tormento es horrible». Yo: «¿No lo volverás a ha-
cer?» Él: «No». Yo: «¿Por qué no vas a tus parientes?» Él: «No hay
camino». ¡Qué diferente resulta ahora rezar con él!

20 de diciembre. El «Monstruo» estuvo casi toda la noche en mi


cuarto. Me encontraba despierta y con la luz encendida, cuando, de
repente, y con un horrible estruendo, vi cómo entraba por la ventana.
Afortunadamente se mantuvo alejado de mí, pero ¡qué ojos! Creo que
no podría soportar muchas noches como esta. Me sentí como aban-
donada por completo de Dios. Heinz vino por dos veces; yo creo que
pudo ver al «Monstruo», porque en cierto momento se volvió hacia
él; no contestó a nada de lo que le pregunté.

21 de diciembre. Vi la sombra en mi cuarto. Heinz estuvo largo


tiempo conmigo. Yo: «¿Viste al «Monstruo» que estuvo ayer aquí?»
Él: «Sí». Yo: «¿Sabes quién es?» Él: «No». Yo: «¿De qué manera te
podré ayudar mejor?» Él: «Sacramentos». Yo: «Percibes algo cuando
recibo los Sacramentos?» Él: «Percibo». Yo: «¿De qué modo?» Él:
«Atraes». Entonces comenzó el estruendo y Heinz desapareció. In-
tenté rezar también con él, pero al ver cómo se me acercaba, me llené
de terror y dejé de rezar. Parecía un enorme simio.

23 de diciembre. El día más horrible que he vivido hasta ahora.


El «Monstruo» llegó haciendo mucho ruido y se acurrucó en un rin-
cón sin dejarme de mirarme un solo instante. Para compensar mi co-
bardía de ayer, de inmediato me puse a rezar. Apenas había pronun-
ciado un par de palabras cuando, en un abrir y cerrar de ojos, el
«Monstruo» se precipitó con gran fuerza sobre mí. No experimenté

118
1923

dolor alguno, pero el momento fue tan siniestro que perdí el conoci-
miento. No supe qué más pasó. Pronto me recuperé; la luz seguía
encendida, pero el «Monstruo» ya se había ido. A pesar de lo mal
que lo pasé, pude conciliar el sueño. Luego vino un rato Heinz.

He visto al caballero y a los once. La sombra me siguió por la


escalera y estuvo conmigo mientras preparaba el árbol de Navidad.
Esto me parece ya demasiado, pues me resulta sumamente difícil di-
simular ante los demás todas las impresiones que me causan estas
visitas indeseadas, y comportarme como una persona normal mien-
tras vivo en medio de espíritus.

24 de diciembre. Heinz permaneció largo rato conmigo; su as-


pecto ha mejorado bastante. Yo: «¿Estás mejor?» Él: «Sí». Yo: «¿Ya
pronto estarás del todo purificado?» Él: «18 x 7». Yo: «Dime: ¿Hay
más almas alrededor mío que aún yo no pueda ver?». Él: «Hay». Yo:
«¿Por qué no las puedo ver?» Él: «No pueden mostrarse». Y desapa-
reció.

La sombra se me mostró de nuevo durante la cena, y los once


bajaron conmigo a la Misa de Nochebuena. De vuelta a mi cuarto,
momentos antes de acostarme, llegó el «Monstruo». Como yo me en-
contraba de pie pude ver que su tamaño era el doble del mío. Me
espanté tanto que quise salir corriendo al pasillo, pero él se puso de-
lante de mí para impedírmelo. Yo: «No puedes hacerme nada, ¡es
Nochebuena!» Al instante lanzó un terrible grito y comenzó a correr
por todo el cuarto. Me arrodillé junto a mi cama, sin rezar ni pensar;
el pavor que sentía por lo que pudiese suceder me tenía como petri-
ficada. No dejaba de escuchar a mi lado esa horrible respiración. Fi-
nalmente le dije: «Si no puedes hablar, hazme al menos señas de
cómo puedo ayudarte». Al oír esto se tiró al suelo y se puso a aullar
como un animal. Lo rocié con agua bendita y lo acaricié un poco, ya
que era Nochebuena; pero en verdad fue una sensación horrible.
Recé en voz alta, lo cual le tranquilizó un poco. Imposible describirlo.

119
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

No llevaba ropa, sólo piel, ¡y esos ojos! A pesar de todo siento un


cierto consuelo, ya que si fuese un espíritu malo no lo hubiera podido
ayudar.

Heinz me despertó para la primera misa; escuché que alguien me


llamaba, me desperté y dije: «¿Quién está ahí?» Respuesta: «Ge-
rard»69. La voz que escuché fue la de Heinz. Cada vez me convenzo
más de que las pobres almas son quienes desde hace años me han
despertado para que nunca pierda la misa.

La sombra se me presentó de nuevo en el comedor y me fue casi


imposible disimular la sorpresa, tanto así que los demás comensales
me preguntaron qué me sucedía que no había probado bocado. Traté
de justificarme del mejor modo posible, pues de todos modos no
comprenderían.

Nosotros vagamos en la oscuridad

26 de diciembre. El «Pobrecito», como de ahora en adelante lla-


maré al «Monstruo», estuvo un breve rato conmigo. Vi a los once
ante la puerta de la casa; siguen igual que siempre, nada que hacer
con ellos; sin embargo, se comportan amigablemente conmigo. La
sombra permaneció largo rato a mi lado durante el día.

27 de diciembre. El «Pobrecito» estuvo conmigo en mi cuarto bas-


tante tiempo. Quise rezar e inmediatamente se puso a mi lado. Me
fue imposible continuar, pues quedé enmudecida con lo que vi: todo
su cuerpo estaba repleto de horribles hinchazones que sangraban. Su
aspecto era sumamente asqueroso. ¡Dios quiera que nunca me toque!
Cuán débil es mi amor por esa alma miserable, pues desde el princi-
pio me ha causado mucha repugnancia. Luego sucedió algo extraor-
dinario. Mientras experimentaba esta repugnancia hacia él, he aquí

69
Él tenía dos nombres: Gerard Heinz.

120
1923

que súbitamente se aparece Catalina frente a mí y me señala su boca,


hasta hace poco tan repugnante como el cuerpo del «Pobrecito», la
cual ahora estaba toda resplandeciente. Estaba muy hermosa y me
sonreía. Me alegré mucho de verla así. Yo: «¿Sigues estando siempre
a mi lado?» Ella: «No». Yo: «¿Y por qué vienes ahora?» Ella: «Porque
eres débil». Yo: «Sí, es cierto; pero míralo, ¿no es lógico que sienta
miedo? ¿No lo ves?» Ella: «No». Y desapareció. Esta fue una bella
visita. Estoy muy agradecida porque las almas me ayudan a mejorar.

Al poco tiempo el «Pobrecito» se marchó. Fui capaz de vencerme


y le dije: «¡Vuelve pronto!» (Es una pena que a mi edad aún no haya
llegado a comprender lo que es el sacrificio. En teoría lo sé, pero no
soy capaz de llevarlo a la práctica).

28 de diciembre. Vino Heinz. Al verlo tan triste le pregunté la


razón. Él: «No me has dado nada». Yo: «Discúlpame, lo sé, pero es
que los otros me dan también tanta pena; de ahora en adelante me
ocuparé primero de ti. ¿Sabes quiénes son los otros que me procu-
ran?» Él: «Nosotros vagamos en la oscuridad». Más tarde vino el «Po-
brecito». Lo observé bien: una piel de color marrón llena de heridas
e hinchazones que sangraban sin cesar, tanto, que pensé que el suelo
quedaría cubierto de sangre. No fue así. Su aspecto era sencillamente
horrible. Permaneció a mi lado sin dejar de mirarme. Le dije con
tristeza: «Aún no podré ayudarte mucho, ya que por ahora debo ayu-
dar a otro». Entonces comenzó a gritar y a correr por todo el cuarto.
Luego se me acercó con un brazo levantado. Me apresuré a poner
delante de él la partícula de la cruz, lo cual le hizo detenerse. Entonces
se puso a gruñir como un perro rabioso, pero no se marchó. Su pre-
sencia me hace palpitar tremendamente el corazón porque me mira
tan descaradamente que me produce mucho espanto. Me impresiona
no por su tristeza, sino por su agresividad. Ahora se entabla de nuevo
esa lucha que tantas veces tiene lugar en mi interior: debo amar a esos
pobres desdichados, pero no soy capaz. Sólo cuando demuestro
amor, a pesar del terror, hago un verdadero sacrificio.

121
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

La sombra se me presentó por tres veces; tengo gran curiosidad


por saber quién es, sin embargo, no me inquieta en absoluto; es como
ver un pedazo de pared que se mueve en el aire.

Es muy singular lo que me ocurre, pues a menudo las cosas más


pequeñas e insignificantes me inquietan y me preocupan mucho más
que lo realmente horrible. Me inquietan los crujidos y chasquidos en
el cuarto; también me asustan las apariciones cuando éstas entran por
la ventana en vez de por la puerta; tampoco me gusta sentir esa res-
piración jadeante a mi lado, ni los estruendos de la pared.

29 de diciembre. Heinz estuvo conmigo. Le pregunté muchas co-


sas sin obtener respuesta a nada. Rezó de buena gana, y se tranquilizó
con el agua bendita.

El «Pobrecito» vino más tarde; se acurrucó en un rincón y allí


permaneció observándome. Le dije: «Acércate, vamos a rezar juntos.
¿Por qué tienes ese aspecto de animal?» De un salto se puso junto a
mi cama. Apenas había dicho unas palabras cuando de pronto se
puso a gritar de forma muy horrible; enseguida se tiró al suelo y em-
pezó a convulsionar. Por desgracia la reliquia de la cruz no se encon-
traba a mi alcance, así que le rocié con agua bendita. Poco a poco sus
espasmos fueron cesando y, por último, quedó tendido en el suelo.
Entonces pude ver perfectamente su enorme tamaño y cuán cubierto
de terribles llagas estaba. Su rostro no es más que una masa con ojos.
Al ver semejante deformidad no pude evitar conmoverme. Me le-
vanté, me arrodillé a su lado, y le dije: «¿Por qué no me dejas rezar?
Yo sólo quiero ayudarte. Recemos juntos. Verás cómo la oración te
ayudará». Comencé a recitar el Padrenuestro; lo escuchó con tranqui-
lidad, pero luego me abrazó con sus horribles brazos. ¡Fue algo es-
pantoso! Dejé que lo hiciera; sólo le dije: «Yo te ayudaría mejor si no
me tocaras». Continuó en la misma posición, así que debí rezar sin
dejar de escuchar su respiración jadeante junto a mí. Viendo que co-
menzaba a llorar, decidí rezar el acto de contrición. Al contemplar su

122
1923

terrible miseria me fue imposible evitar llorar yo también. Entonces


ocurrió algo extraordinario. Me soltó y se arrodilló a mi lado, lo cual
aproveché para hablarle de la Navidad. Pobre desgraciado, ¡cuánto
debe sufrir! Le dije: «¿No puedes hablar?» Sacudió negativamente la
cabeza. Yo: «¿Entiendes lo que te digo?» Asintió. Parece que nos he-
mos vuelto amigos. Luego desapareció.

Fue espantoso, pero ahora me siento feliz. Hacer felices a las al-
mas es mucho más bello que hacer felices a las personas vivas. ¡Qué
bueno es Dios! Sentí su presencia como nunca antes. Sin su gracia no
sería capaz de nada. Lamentablemente debo decir que es muy poco
lo que trabajo en mí misma; estoy siempre en lo mismo, sin avanzar
en mi vida espiritual, y cuando examino mi conciencia antes de acos-
tarme, nada bueno encuentro en ella.

La sombra estuvo de nuevo presente durante la cena; después me


la encontré en el pasillo. También vi a los once.

30 de diciembre. Heinz estuvo conmigo largo tiempo. Comencé


a recitar varias oraciones, una tras otras, pero con cada una de ellas
se mostraba descontento e intranquilo; no dejaba de gemir. Final-
mente, cuando recité la oración «Acordaos, oh piadosísima Virgen...,
etc.», se puso tranquilo. Entonces me vino a la mente la idea de que
quizás la Virgen Santísima fue quien lo salvó antes de morir. Le pre-
gunté: «¿Cómo conseguiste salvarte?» Ninguna respuesta. Insistí:
«Quiero saberlo». Él: «La Madre de la mis......dia». (Me pareció en-
tender la palabra «misericordia», pero no estoy segura). Yo: «¿Sentías
cariño por ella?» Él: «Siempre». Mi corazón se inflamó de amor al
escuchar sus palabras. ¡Cuántas de estas mismas preguntas ya había
hecho sin obtener respuesta!

31 de diciembre. El «Pobrecito» estuvo largo rato conmigo; conti-


núa muy intranquilo.

123
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Durante la cena volvió a presentarse la sombra; me quedé impá-


vida en medio de la conversación, y todos dijeron: «¿Por qué pones
esa cara de tonta?», lo cual me hizo sentirme más tonta todavía. Es
sumamente difícil querer mantenerse natural en medio de lo sobre-
natural.

1924

1 de enero. Vinieron Heinz y el «Pobrecito»; no ocurrió nada es-


pecial. Vuelvo a repetir que la tristeza que el «Pobrecito» refleja me
conmueve enormemente. Una persona viva jamás sería capaz de ex-
presar una tristeza semejante. Al ver sus brazos caídos pienso en una
flor cuyo tallo se ha quebrado. Me es completamente imposible ex-
presar la infinita aflicción que veo en el «Pobrecito».

2 de enero. El «Pobrecito» cada vez me resulta más desagradable;


en repetidas ocasiones llegó muy cerca de mí, sin dejar de gemir:
imposible rezar así. Sentí un terrible miedo al pensar que me tocaría.
Esto es lo más espantoso para mí, toda mi naturaleza se rebela contra
ello. Qué alivio cuando vi llegar a Heinz, ya que con él puedo rezar.
El «Pobrecito» no tardó en marcharse. Como estaba cansadísima, le
dije: «Por favor, déjame dormir; te aseguro que rezaré por ti». Él:
«¿Qué me habías prometido?», y se fue. Me sentía pequeña a causa
de mi pereza.

3 de enero. Me desperté espantada. El «Pobrecito» apoyaba sus


manos sobre mí. ¡Qué horror! Le pedí que se alejara un poco, y recé
con él. Estaba muy intranquilo; se fue al cuarto de al lado, donde lo
escuché durante un buen rato refunfuñando y haciendo estruendo.
Heinz llegó llorando. Yo: «¿Por qué estás tan triste?» Él: «Hay algo
entre tú y yo». Yo: «Sí, lo sé, pero tengo que rezar también por los
demás». Él: «¡No debes! ¡No!» Yo: «Pero siento mucho miedo de que
el «Pobrecito» me atormente al ver que no le ayudo». Él: «¡Aguanta!»

124
1924

Y de inmediato desapareció. Esto me parece muy difícil; ¿qué haré


con el «Pobrecito»?

4 de enero. Vino el «Pobrecito». Le dije que aún no podría ayu-


darle, pues había otra alma que necesitaba de mí. Al instante co-
menzó a gritar de forma terrible y luego se arrojó sobre mí. Fue ho-
rrible. Más tarde vino Heinz. Yo: «¿Estás ahora contento conmigo?»
Él: «Estoy». Yo: «¿Tengo que hacer todo por ti y nada por los de-
más?» Él: «¡Da más!» Me dio la impresión de que podía ver en lo
íntimo de mi alma. Lo que dijo es cierto: yo podría dar mucho más
si no siguiese pensando tanto en mí misma.

5 de enero. El «Pobrecito» se me presentó durante el día. Pude


ver con mucho detalle su repugnante aspecto. No alcanzo a expli-
carme qué es aquello que envuelve su cuerpo, quizás no sea piel,
pero, en todo caso, estaba repleto de hinchazones y úlceras sanguino-
lentas. Comparándolo con la estufa, puedo decir que es de gran ta-
maño. Se adelantó hacia mí con los brazos extendidos. Corrí a hacia
la torre; no me siguió; desapareció.

6 de enero. Tuve dolores durante toda la noche; ninguno me vi-


sitó; ¡qué extraño me resulta esto, pero al mismo tiempo qué agrada-
ble! De nuevo el caballero en la iglesia (era domingo).

¡El tormento cesa, el castigo no!

7 de enero. El «Pobrecito» ingresó de nuevo por la ventana; el


estruendo que hizo me despertó de inmediato. Yo: «Si no puedes
hablar, dame al menos una señal de que eres un alma del Purgatorio».
Asintió con la cabeza. Yo: «¿Realmente puedo ayudarte?» Asintió de
nuevo, y se me acercó. Yo: «¿Conoces aquella otra alma que debo
ayudar antes que a ti?» Sacudió la cabeza e intentó tomar mi mano.
No fui capaz de dársela. Sus manos son horribles. Yo: «¿Por qué siem-
pre quieres tocarme?» Entonces me mostró todos sus tumores y llagas

125
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

mientras gritaba de un modo aterrador. Recé con él; se calmó y co-


locó su mano sobre mi cama. Llegó Heinz; creo que no se veían el
uno al otro. Le pregunté: «¿Sabes que hay otra alma aquí conmigo?»
Él: «Sí». Yo: «¿Puedes verla?» Él: «No». Yo: «¿Entonces cómo lo sa-
bes?» Él: «Tú ya le diste». Yo: «¿Qué le di?» Él: «¡Luz!» Yo: «¿A qué
te refieres con luz?» Él: «¡El camino!» Yo: «¿También te lo doy a ti?»
Él: «Sí». El «Pobrecito» se fue. Heinz continuó aún largo rato; rezamos
bastante. Le pregunté varias cosas más, pero no respondió a nada.
Todo esto me resulta incomprensible, pues, ¿cómo puedo yo dar luz
a las almas? Pero de una cosa sí estoy segura, y es que el «Pobrecito»
necesita mucha ayuda todavía.

9 de enero. El «Pobrecito» estuvo conmigo desde las diez y media


hasta las cuatro; no reaccionaba a nada. Su rostro se ha vuelto un
poco más humano. No me quitó ni por un instante la mirada de en-
cima, lo cual me tenía bastante cansada. En cierto momento dio un
salto e intentó precipitarse sobre mí. Le grité: «¡No puedes hacerlo!»
Se puso muy furioso, pero se retiró a un rincón. Sentí muchísimo
espanto. Apenas se fue, escuché una música que venía de muy lejos.
Fue algo totalmente nuevo para mí. Abrí la ventana, pero la música
no venía de afuera.

10 de enero. Heinz vino en pleno día; parecía estar alegre y satis-


fecho. Yo: «Te ves contento, ¿estás mejor?» Él: «Sí». Yo: «Pero dime,
¿cómo es que aún tienes que expiar? He ofrecido tantas veces la in-
dulgencia plenaria por ti...» Él: «Sí». Yo: «¿Lo has notado?» Él: «¡Sí,
Dios es justo; el tormento cesa, el castigo no!» Y desapareció.

De nuevo la sombra; ha tomado rasgos de mujer, pero aún no se


ve claramente.

El «Pobrecito» llegó gritando; yo no me había acostado aún. En-


seguida me puse a rezar con él. Apoyó su mano sobre mi cabeza; no

126
1924

fui capaz de aguantar, así que me sacudí. Entonces dijo: «¡Dame!» Yo:
«¿Qué debo darte?» Él: «¡Sacrificios!» Yo: «¿De qué?» Él: «¡De tu
voluntad!» De inmediato entendí a qué se refería: él quería tocarme,
pero yo no se lo permitía. Me alargó sus brazos, le di la mano, pero
esto no por amor, sino más bien como obligada. Tomó también la
otra. Sentí sus manos pegajosas en las mías; tuve ganas de llorar. Le
dije: «¿Para qué te sirven mis manos?» Él: «¡Alivio!» Me mantuve
quieta, pero me sentía muy desgraciada; no pude descansar hasta que
sus manos me soltaron. No sabía de qué hablar con él. Permaneció
todavía un rato, y luego desapareció. ¡Qué suplicio!

11 de enero. Heinz estuvo casi toda la noche conmigo. Ahora pa-


rece verdaderamente feliz. Yo: «Dime, ¿por qué quedaste poseído?»
Él: «Di escándalo». Yo: «¿Dónde te encuentras ahora?» Él: «En las
sombras». Yo: «¿Aún lejos de Dios?» Él: «Sí». Yo: «¿Continuarás visi-
tándome con frecuencia?» Él: «No». Yo: «¿Por qué no?» Él: «Ya no
puedes darme más nada». Yo: «¡Pero con todo gusto te seguiré ayu-
dando!» Él: «Ahora estaré lejos de ti». Yo: «¿Qué es lo que debes
sufrir aún?» Él: «La privación de Dios». Dicho esto, desapareció. ¡Qué
extraño resulta todo esto! Tengo escrito apenas aquello que he enten-
dido bien. Con frecuencia me ha tocado preguntarles nuevamente,
pues la mayoría de veces sólo responden entre los dientes.

El «Pobrecito» se da a conocer

12 de enero. Vino de nuevo el «Pobrecito». Nada nuevo. He visto


la sombra y los once.

13 de enero. Desperté con una sensación de opresión en mi brazo


derecho: el «Pobrecito» estaba inclinado sobre mí. Su cabeza estaba
tan cerca de la mía, que creí morir de horror. Imposible describir lo
que sufrí. ¡Fue tan espantoso! Sin embargo, no quiero lamentarme.
Dios no me enviará más de cuanto pueda soportar. Su rostro estaba

127
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

repleto de tumores y heridas, y como cubierto de una masa pegajosa.


Finalmente se colocó a mi lado; comencé a rezar y luego se marchó.

He visto al caballero en la iglesia.

14 de enero. Me encontraba muy contenta, ya que mi familia ha-


bía regresado de Roma; al atardecer charlaba aún con L... Estando
las dos sentadas, vi de repente al «Pobrecito» detrás de ella. Me mi-
raba fijamente, como de costumbre. Traté de no mostrar sorpresa,
pero al final esto siempre se me sale de las manos, pues supone un
terrible dominio de uno mismo. Me vi obligada a enviar a L... a dor-
mir. En el momento en que me disponía a abrazarla, la sombra se
apareció en medio de las dos; yo podía ver a L... a través de la som-
bra. La aparición estaba justo en frente de L..., pero ella no percibía
nada. Se extrañó de mi actitud; quizás le parecí gruñona por haberla
mandado a dormir tan rápido. Apenas se había marchado, cuando el
«Pobrecito» se abalanzó sobre mí. Me mantuve lo más tranquila que
pude, pues no quería desmayarme, aunque la situación era realmente
dura. No puedo decir si recé en aquel momento; me sentía como un
objeto sin voluntad. Me apretujaba tanto, que me era ya casi imposi-
ble respirar. Por fin me liberó. Yo: «¿Por qué me torturas de esta
manera?» Él: «Porque me libras de mis tormentos». Yo: «¿Quién eres,
pues?» Él: «Alguien que busca». Yo: «¿Y qué es lo que buscas?» Él:
«El descanso». Yo: «Quiero saber cómo te llamas». Él: «Enrique», y
se marchó. Esta vez me sentí totalmente deshecha, pero al mismo
tiempo me alegraba que ya pudiese hablar el pobre Enrique.

Oí de nuevo aquella extraña música. Sin embargo, podría tratarse


sólo de mi imaginación y provenir ese sonido de los cables telefónicos
que pasan bajo mi ventana.

15 de enero. Enrique estuvo largo tiempo; no sucedió nada de


particular. Ha comenzado a sentir gusto por la oración; también en

128
1924

su cara noté un gran cambio. Sus ojos me resultan conocidos, pero


no recuerdo a nadie. La sombra estuvo en mi cuarto. No puedo ase-
gurar que se trate de una mujer.

16 de enero. Enrique me despertó con un grito y comenzó a gemir


de forma atroz. Me puse a rezar con él, pero viendo que continuaba
lamentándose, agarré la botella del agua bendita y la derramé sobre
él. Quedó completamente tranquilo y acompañó mi oración en voz
baja; luego desapareció. Sobre el suelo no quedó el menor rastro de
agua; sin embargo, yo había derramado una botella entera70.

17 de enero. Algo extraño. Tuve terribles dolores durante la no-


che y no vino ninguno. Hacia las cuatro me quedé dormida. Como a
las seis llegó Enrique. Yo: «¿Por qué viniste hoy tan tarde?» Él: «No
te encontraba». Yo: «¿Por qué no? No me he movido de aquí». Él:
«No estabas clara». Yo: «Dime, ¿por qué tu aspecto es tan espantoso?»
Él: «Los pecados». Yo: «¿Te conocí en vida?» Él: «No». Yo: «¿Viviste
en este castillo?» Él: «Sí». Yo: «¿Cuándo?» Se marchó sin contestarme.

La sombra subió la escalera delante de mí. Vi al caballero en la


iglesia.

18 de enero. De nuevo el «Pobrecito». Se abalanzó sobre mí; le


rogué que me dejase en paz, pero en vano. Por último se colocó a mi
lado. Sentí tanta repugnancia que estuve a punto de echarme a llorar.
Yo: «¿Por qué has vuelto a hacerlo?» Él: «Para quedar libre». Yo:
«¿Libre de qué?» Él: «¿No estás viendo?» Yo: «No». Él: «¡Mírame
bien!» Luego desapareció. ¿Debo ayudarle a liberarse de sus heridas?
No lo entiendo. ¿Cómo puede servirle de ayuda un sacrificio ofrecido
a la fuerza? Voluntariamente jamás lo tocaría.

70 De esta evaporación del agua en tan poco espacio de tiempo puede de-
ducirse que el alma sufría el tormento del fuego, cuyo calor también se reflejaba
y se hacía sentir en el exterior.

129
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

19 de enero. Debo confesar que ahora siento un miedo terrible


cuando se acerca la noche. No obstante, siempre consigo dormirme.
Hacia la una entró Enrique dando un grito. Yo: «¿De qué manera
puedo ayudarte mejor?» Él: «¡Véncete a ti misma!» Y al instante se
arrojó de nuevo sobre mí. Fue espantoso. Me esforcé por ofrecer esta
agonía por él. Finalmente me dejó. En ocasiones como estas siempre
pienso que acabaré cubierta de sangre y suciedad, pero lo cierto es
que esto nunca ha ocurrido. Yo: «¿Debes seguir atormentándome de
este modo?» Él: «Debo». Yo: «¿Quién lo quiere?» Él: «Yo». Yo: «¿Eso
quiere decir que aún tienes libre voluntad?» Él: «No». Yo: «Entonces
por qué dices que tú lo quieres?» Él: «Me siento obligado, pues sólo
tú...». No pude comprender el resto. Luego desapareció. Más tarde
aquella extraña melodía me despertó de nuevo; no entiendo lo que
es; parece como si cantasen desde dentro de la pared.

20 de enero. Enrique irrumpió en mi habitación como un hura-


cán; me encontraba aún despierta; por ello le dije de inmediato: «¡Te
ruego que hoy te mantengas alejado de mí!» Él: «¿Por qué?» Yo: «Por-
que no puedo soportarte». Él: «¿Entonces ya no quieres ayudarme?»
Se me aproximó más. Guardé silencio y me contenté con cerrar los
ojos. Puso entonces su horrible mano sobre mi hombro y apretó su
cabeza contra la mía. No sé qué ocurrió después; fue más de lo que
podía resistir. Al cabo de un rato recuperé el sentido. El pensamiento
de la santa comunión me hace olvidar rápido estas cosas; tanto me
alegra que Jesús venga a mi alma.

21 de enero. Igual de horrible, pero esta vez no me desmayé. Soy


muy cobarde, pues me aterro al pensar en la llegada de Enrique.

22 de enero. Un poco mejor. No conseguí hacerlo hablar, pero


rezamos juntos.

Volví a ver a la sombra. Vi también al caballero en la iglesia.

130
1924

23 de enero. El aspecto de Enrique es ahora muy diferente. No


puedo decir exactamente en qué ha cambiado, pero ya no me inspira
tanta repugnancia. Me siento feliz, ya que no ha vuelto a intentar to-
carme. Aproveché para preguntarle: «Dime, ¿eres tú Enrique von
M...?» Él: «Soy». Yo: «¿Por qué tienes que sufrir tanto?» Él: «El pe-
cado más horrible». Yo: «¿Has estado todo este tiempo en este casti-
llo?» Él: «Sí». Yo: «¿Y por qué no te había visto antes?» Él: «No era
permitido». Yo: «Debo preguntarte si te has dado cuenta de que las
misas instituidas no se te aplican ya». Él: «La Sangre de Cristo fluye
para todos nosotros». Y al instante comenzó a llorar. Yo: «¿Por qué
lloras?» Él: «¡Porque no puedo aprovecharme de ella!». Yo: «¿Por qué
no?» Él: «¡El castigo!» Yo: «¿Te sirvo de ayuda?» Él: «Sí». Luego recé
un rato con él. Le hice muchas más preguntas, pero ya no me contestó
más. Sin embargo, aún permaneció largo rato conmigo71. Al atarde-
cer vi al caballero en la iglesia arrodillado en el banco de los mona-
guillos. Su rostro estaba vuelto hacia mí: era bello y transmitía mucha
paz. No tuve el valor para hablarle. Es un espíritu totalmente distinto
de los demás que me buscan; no puedo acercarme demasiado a este.

24 de enero. Ya que tengo confiado en estas páginas todo lo que


me sucede, debo también confesar que mi estado de salud es pésimo,
y para tener las fuerzas físicas necesarias, no he tenido más remedio
que sacrificar mi espíritu. No he tenido ni siquiera las fuerzas suficien-

71
El Párroco Sebastián W. observa: «Enrique von M. es un personaje histó-
rico. Su nombre figura en el historial de la Parroquia junto con el de Egolf y el
de Bárbara. Debió llevar una vida bastante violenta. Se aparece durante más de
un año. Dejó donaciones para misas anuales que, sin embargo, debido a la in-
flación, no todas se pudieron aplicar. Por eso quise que la Princesa le preguntase
si notaba que las misas ya no se le aplicaban (quiero decir, como antes). «La
Sangre de Cristo fluye para todos nosotros», fue su respuesta». (Esto significa
que, aun cuando no puedan aplicarse las misas que alguna persona deje insti-
tuidas para después de su muerte, el alma participa de todas las misas restantes,
siempre y cuando la persona lo merezca.) (N. del E. del libro de Gr.)

131
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

tes para asistir a la santa misa, lo cual resulta un remedio contradicto-


rio: me privo de auxilios espirituales, y al hacerlo así sale a relucir
todo lo malo que hay en un ser tan impaciente y de corazón tan duro
como yo.

Enrique se me apareció tres veces durante la noche; su aspecto es


ahora mucho más humano; ya no se parece tanto a un simio; incluso
aquellos tumores desaparecieron. Rezamos mucho juntos; parece gus-
tar mucho del De profudis72. En cierto momento se me aproximó
bastante, pero sin llegar a tocarme (gracias a Dios). Él: «¿Te diste
cuenta?» Yo: «Sí, te ves distinto. ¿A qué se debe?» Él: «Te flagelaste».
Luego desapareció. Efectivamente lo había hecho, ya que me persi-
guió una especie de idea obsesiva de que esto le ayudaría. ¡Es tan
poco lo que puedo hacer por las almas!

De nuevo la sombra en la escalera. También oí la música: es como


una mezcla de sonidos que nunca antes había escuchado.

25 de enero. Enrique estuvo largo tiempo conmigo. Se veía muy


triste; no pude sacarle el porqué. Efectivamente, las heridas y erup-
ciones han desaparecido por completo de su rostro. Ahora viene
vestido con un abrigo marrón. El modo en que tiene sus brazos de-
muestra una tristeza enorme; ¡si fuese capaz de describirlo!

El 26 de enero, Enrique se me presentó durante el día; su aspecto


resulta peor que durante la noche. Al verlo, me parecía contemplar
un mosaico de muchos colores y tonos entremezclados; su cabeza era
transparente; este aspecto suyo me impresionó de un modo particular.
Yo: «¿Por qué estabas tan triste ayer?» Él: «No podía llegar a ti». Yo:
«¿Por qué no? Tú estuviste aquí conmigo». Él: «Habían demasiados
alrededor de ti». Yo: «Yo no vi nada. ¿Quiénes estuvieron aquí?» Él:
«Almas». Yo: «Pero yo recé contigo». Él: «Tú estabas dividida». Yo:

72
Salmo 129: Desde las profundidades clamo a ti... (N. A.)

132
1924

«¿Por eso hoy viniste tan temprano?» Él: «Sí». Durante la noche pude
disfrutar de gran paz, cosa que me resulta sumamente agradable. Pero
me preocupa la idea de que todavía hay muchas almas esperándome.
¿Tendré fuerzas para continuar resistiendo? ¿Pero, entonces, dónde
está mi confianza en Dios y mi espíritu de sacrificio?

La sombra me persiguió durante todo el día; realmente es una


figura femenina, pero aún no la reconozco.

Enrique me hizo una corta visita durante la noche.

Nuevamente aquella música. En el fondo, no me hace muy feliz;


es tan imprecisa. Si es una imaginación mía o no, no lo sé; sin em-
bargo lo apunto. Lo que sí no volveré a anotar aquí es aquello que
hago por las almas, pues es normal que haga algo por ellas y es mucho
más lo que debería hacer.

El 28 y el 29 de enero sufrí grandes dolores, por lo cual disfruté


de tranquilidad. Por la noche hice una prueba: en repetidas ocasiones
llamé a Enrique, pero no vino.

30 de enero. Algo extraordinario. Se me presentó Enrique y me


hizo señas para que le siguiese. Hice como que no lo había visto;
entonces se me acercó mucho y me dijo: «¡Ven conmigo!» La invita-
ción no resultaba nada agradable, así que no me moví. Se puso tan
intranquilo que reuní el poco valor que tenía y le seguí. En ese mo-
mento daban las tres. Él iba delante de mí; me llevó hasta una puerta
que se encuentra en la cocina, por la cual se llega a la bodega. La abrí
y descendimos. El momento era siniestro. Una vez abajo, me indicó
un rincón y desapareció. Lo único que veía era una pared desnuda.
Gracias a Dios yo había podido encender las luces, pues en la oscuri-
dad la situación habría sido insoportable. Es imposible describir el

133
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

pánico que se siente en una situación como estas, pero afortunada-


mente pude resistirlo y no me desmayé. Desgraciadamente continúo
sin desprenderme de mí misma, de todas mis miserias.

1 de febrero. Por la noche vino Enrique; se hizo el sordo a cuanto


le pregunté. Rezamos largo rato juntos.

La sombra es ahora reconocible. Se trata de la vieja criada Janette,


que estuvo durante cuarenta años al servicio de mi abuela. La vi pasar
muy cerca de mí.

Cuando al volver de misa quise entrar en mi cuarto, vi cómo el


picaporte giraba por sí mismo y la puerta se abría: era Enrique quien
me esperaba allí. Mi espanto fue enorme; le dije: «¡Justamente vengo
de rezar por ti!, ¿lo notaste?» Él: «Sí». Yo: «Dime, ¿hay algo enterrado
en la bodega?» Él: «¡No!» Yo: «¿Y entonces por qué me condujiste
allí?» Él: «¡Fue allí donde pequé!» Yo: «¿Te ayuda el que yo lo sepa?»
Él: «Sí». Yo: «¿Mataste a alguien?» Él: «¡No; continúa preguntando!»
Yo: «¿Se trata de un pecado contra el sexto mandamiento?» Él: «¡Sí!».
Yo: «No deseo saber más. ¿Cómo puedo ayudarte?» Él: «¡Reza hoy!»
Yo: «¿Por qué justamente hoy?» Él: «Estás toda pura» Yo: «¿Lo dices
porque recibí los sacramentos?» Él: «Sí». Y desapareció. (Escribo esto
sólo por obediencia; no quiero omitir nada. Lo único que deseo es
que no venga la vanagloria, pues de inmediato perdería la pureza).

2 de febrero. Aquella música me despertó de nuevo. Más tarde


llegó Enrique. Le dije: «¿Cómo es que continúas aún merodeando
por aquí? ¿No te pudiste confesar?» Él: «Fui perdonado, pero no pude
expiar»73. Yo: «¿Puedes decirme por qué tu cuñada Bárbara tenía una

73
El Señor Jesús enseña que se debe «obrar mientras es de día», porque
después «viene la noche, cuando nadie puede trabajar» (Juan 9, 4). Hay perso-
nas que esperan hasta el último momento de su vida para volver a Dios, y, por
lo mismo, les resulta imposible hacer penitencia por las faltas cometidas. En el

134
1924

herida en la cabeza?» Él: «No». Yo: «¿Ves más almas rondando en


este castillo?» Él: «Yo sólo puedo ver los de mi g....do» (no entendí
bien, pero quizás dijo «grado»). Yo: «Durante unos días no me en-
contrarás aquí, pues tengo que viajar; pero continuaré rezando por
ti». Él: «Para nosotros no hay espacios». Yo: «¿No estás atado a este
lugar?» Él: «Sólo estoy atado a ti». Yo: «¿De qué modo?» Él: «Por la
misericordia de Dios». Dicho esto, desapareció.

Realmente Dios lo quiere; siento muchos deseos de hacer cuanto


pueda por esa alma desdichada. ¡Qué miserable soy! Siempre pen-
sando en mí y sólo en mí. El buen Dios me ha mandado un trabajo
muy hermoso. El pensar en que Dios me ha tenido en cuenta para
esto, me hace olvidar todos los sufrimientos y miedos que he debido
pasar. Me encuentro en un estado muy extraño; me siento como di-
vidida. Este gozo que experimento es tan inmenso, que me resulta
casi imposible actuar con naturalidad, ¡pero he podido comportarme
de un modo tan artificioso! Nadie podría sospechar lo que me su-
cede. Esto que siento en lo íntimo de mi alma parece que fuese a
estallar; por eso estoy contenta de confiar en este Diario lo que me

libro «Venidos del más allá», del Sacerdote italiano Guiseppe Pasquali, se lee
un ejemplo acerca de esto, el cual a su vez fue extraído de la biografía de la
señorita Eduviges Carboni: «Mientras yo oraba delante del Crucifijo, de repente
se me presentó una persona envuelta en llamas. Yo quedé horrorizada al ver
cómo esas llamas ardían en los hábitos de la persona que se me había aparecido.
Lloré mucho. Desde el interior del fuego escuché una voz, llena de pena pero
clara: «Soy N.N.; el Señor me ha permitido venir hasta ti para que encuentre un
poco de alivio para las penas que sufro en el Purgatorio. Te pido, por caridad,
que apliques en favor de mi alma todas tus oraciones, padecimientos, humilla-
ciones y abandonos, lo cual harás durante dos años, si tu Director Espiritual te
concede el permiso. La misericordia de Dios es infinita, e igualmente lo es su
justicia; y en la gloria del Paraíso no se puede entrar si no se ha pagado hasta el
último céntimo la deuda contraída con la justicia divina. El Purgatorio para mí
es pesado, porque he esperado hasta el último instante para escuchar la voz de
Dios que me llamaba a la conversión». (N. A.)

135
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

ocurre, aunque a veces este hecho no me agrada del todo, ya que mi


alma finalmente es propiedad privada.

Durante el Rosario vi al caballero en la iglesia.

Me encontré a los once al pie de la montaña. Quizás Enrique sepa


algo de ellos. Le preguntaré.

3 de febrero. El caballero estuvo presente durante la celebración


del Santo Sacrificio; creí que los monaguillos tropezarían con él. A
Enrique lo vi sólo por un momento.

El 4 de febrero Enrique pasó casi toda la conmigo. Le dije que


me iba de viaje y que estaba segura de que no sabría encontrarme.
Entonces replicó: «¡El camino es claro!»74.

¿Cuándo moriré?

7 de febrero. Me encuentro en Sch..., y, efectivamente, Enrique


me encontró también aquí. Vino durante la noche. No habló nada.
Deben haber más almas dentro de mi cuarto, porque he estado escu-
chando muchos susurros a mi alrededor; esto no resulta nada acoge-
dor.

8 de febrero. Enrique estuvo largo rato conmigo. Su aspecto es


agradable. Yo: «¿Vendrás aún muchas veces?» Él: «¡Debes darme
más!» Yo: «¿Qué?» Él: «¡Mortificación!» Debo confesar que última-
mente la había descuidado un poco creyendo que él ya casi no nece-
sitaba de ella. Cuando se hubo marchado, vi una sombra que se mo-
vía de un lado a otro; también oí mucho ruido.

74El viaje tuvo lugar entre los días 4 y 7 de febrero. Los acontecimientos
que siguen a esta fecha tuvieron lugar en Sch…, a unos cien kilómetros del cas-
tillo de Waal.

136
1924

9 de febrero. Enrique vino dos veces durante el día; durante la


noche se quedó más tiempo. Yo: «¿Puedes decirme cuándo moriré?»
Él: «Debes estar preparada». Yo: «¿Entonces pronto?» Él: «Cuando
estés madura». Yo: «¿Puedes indicarme mis defectos?» Él: «No».

Mientras él hablaba conmigo, oí dentro del cuarto un murmullo


y susurro como nunca antes había oído; luego todo quedó de nuevo
en silencio. Durante el día también escuché ruidos extraños en torno
mío. ¿Qué podrá ser?

11 de febrero. Mientras rezaba mis oraciones de la mañana, de


repente Enrique apareció de pie junto a mí. Yo: «Acércate, te daré
agua bendita. ¿Te sirve?» Él: «Sí». Yo: «¿Qué más quieres?» Él. «Tu
mano». Se la di. Tomó también la otra, y así estuvimos un rato. Me
pareció como que se me iban las fuerzas, como si se extinguiese mi
propia voluntad. Entonces le dije: «Te ruego que me sueltes». Él:
«Aguanta un poco, entonces estaré libre». Me sostenía con mucha
fuerza; parecía como si en vez de manos tuviese pinzas. Le dije: «Ya
suéltame, o perderé la comunión; es muy tarde». Por fin me soltó. Por
primera vez vi una sonrisa en sus labios. Dijo: «¡Cuánto te lo agra-
dezco; ya estoy en la luz!» Y desapareció.

Reinaldo

El 16 de febrero me encontré en el pasillo con un anciano; entró


en mi cuarto y desapareció. En el cuarto sigo escuchando los mismos
ruidos.

El 18 de febrero me encontré en el jardín con una mujer; me


acompañó durante un buen rato. Su aspecto era muy triste. Cuando
quise hablarle, desapareció.

19 de febrero. En el pasillo vi nuevamente aquel anciano. No me


inspira el menor sentimiento de miedo.

137
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

El 21 de febrero se me presentó el anciano por la noche; parecía


muy contento. Estuvo un largo rato y rezamos juntos; luego abrió un
cajón de la cómoda como si buscase algo.

El 22 y el 23 de febrero tuve dolores; por tanto, no vi ni oí nada.

El 24 de febrero se me presentó el hombre. Como me habían


aconsejado hacer la prueba de tratar de no reaccionar a nada, así lo
hice. Ocurrió algo extraño. El anciano se quedó inmóvil frente a mí
sin quitarme la mirada de encima. Me dio la impresión de que me
dejaba sin fuerzas; me empecé a sentir supremamente débil. Luego
se inclinó sobre mí y sopló su aliento en mi rostro; fue algo abomina-
ble. Quise continuar la prueba y no me moví. Entonces lanzó un gritó
tan fuerte que pensé que la casa se derrumbaría, y luego desapareció.
Me sentía toda pobre y miserable, como si me hubiese quitado algo,
¿pero qué? Quizás sólo fue debido al esfuerzo que hice por resistirle.
A pesar de todo, estoy decidida a realizar de nuevo la prueba. El grito
lo oyó mi sobrina, que creyó que había sido yo gritando por alguna
pesadilla.

El 25 de enero, al retirarme a dormir, me encontré al anciano en


mi cuarto. Hice como si no lo hubiese visto. Mientras rezaba mis ora-
ciones de la noche, se me acercó y me dio un fuerte golpe, como
cuando alguien está furioso con otra persona. No hice caso. Apagué
la luz y me acosté. Lo sentía muy cerca de mí; en toda la habitación
escuchaba mucho ruido, así que decidí encender de nuevo la luz.
Entonces vi cómo corría por todo el cuarto; por último, se me acercó
y me dijo: «¿Por qué me resistes?» No contesté nada. Entonces se
abalanzó con todas sus fuerzas sobre mí y me agarró fuertemente por
el cuello, luego lanzó un terrible grito y desapareció. Creo que ya fue
suficiente con la prueba. Volveré a reaccionar.

Oí de nuevo aquella extraña música.

138
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26 de enero. El anciano llegó gritando. Yo: «¿Qué quieres? Estoy


dispuesta a ayudarte» Él: «¿¡Por qué no me escuchabas!?» Yo: «Por-
que no quería; ¡ve a otros!» Él: «¡Yo sólo puedo venir a ti!» Yo:
«¿Quién eres?» Él: «Reinaldo». Yo: «¿Por qué no tienes paz?» Él: «He
engañado». Yo: «¿Por qué abriste el cajón?» Él: «Dinero». Yo:
«¿Cómo puedo ayudarte?» Él: «Santa misa; yo he robado». Dicho
esto, desapareció.

El 27 de febrero, Reinaldo estuvo un largo rato conmigo; no pro-


nunció ni una sola palabra.

El 28 de febrero, vino de nuevo Reinaldo. Realmente no me in-


funde temor. Yo: «¿Viviste en este castillo?» Él: «No». Yo: «¿Dónde
estás enterrado?» Él: «En Heidelberg». Yo: «¿Entonces por qué estás
aquí?» Él: «Aquí fue donde hurté el dinero». Yo: «Quédate tranquilo,
que mandaré celebrar la santa misa por ti». Y desapareció. Nadie sabe
nada de este Reinaldo; pienso que quizás trabajó aquí como sirviente.

1 de marzo. Mucho estruendo. En el pasillo vi una figura de mu-


jer. De nuevo la música.

2 de marzo. Durante el día vi muchas sombras en mi cuarto; tam-


bién hubo mucho estruendo.

Los días 3, 4 y 5, estuve enferma; no vino nadie.

El 6 de marzo se me apareció una mujer por la noche; no me fue


posible reconocerla; se veía bastante intranquila.

7 de marzo. Me encontré a la mujer en el pasillo. Toda la noche


hubo un ruido insoportable en mi cuarto, por todas partes, en el baúl,
debajo de la cama; tuve muchísimo miedo. Siento más nervios
cuando no puedo ver nada.

139
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

8 de marzo. De nuevo el estruendo insoportable. Repentinamente


se me presentó la mujer, cuyo rostro se encuentra todavía envuelto
en niebla.

9 de marzo. Me encontraba leyendo en mi cuarto; de un momento


a otro fui envuelta por una especie de vendaval y la habitación quedó
totalmente llena de un denso humo. La puerta y las ventanas estaban
cerradas. Fue una situación siniestra.

Me oprime la idea de que estas cosas se tornen más graves. Sin


embargo me siento contenta, pues la sensación de la presencia de
Dios me arrebata, y a veces con tanta fuerza que me gustaría huir de
todo y permanecer en esta presencia. Desgraciadamente me es impo-
sible describir lo que siento; es algo que sólo puede ser comprendido
por alguien que también lo haya experimentado. A veces, mientras
me encuentro en alegre compañía, esta presencia de Dios se adueña
de mí y lo único que puedo hacer es adorar. Esto no dura más de
unos segundos, pero el gozo que siento en estos pocos segundos me
dura para varios días. Apunto estas cosas muy en contra de mi volun-
tad, pues suena tan fantasioso; escribo, sin embargo, para sentirme
más segura, pues así usted75 me avisará si hay algo errado en mis
vivencias.

11 de marzo. Se me presentó la mujer por tres veces durante la


noche. Ahora es fácil reconocerla. El sufrimiento está como impreso
en la pobrecita. Su boca está muy hinchada. Es cosa notable que mi
sobrina la haya oído entrar en mi cuarto. Pude comprobarlo por el
reloj.

El 12 de marzo me la encontré cinco veces durante el día; siempre


como borrosa.

75
Aquí la Princesa se está dirigiendo al Padre Sebastián Wieser, su Director
Espiritual.

140
1924

14 de marzo. Se me apareció envuelta en llamas. Yo: «¡Dime de


una vez quién eres!» Ella: «Hermengarda Montfort». Y al instante se
arrojó al suelo y comenzó a llorar desesperadamente. Me conmovió
tanto, que me arrodillé a su lado y le dije: «Haré cuanto pueda por ti,
¿tienes algún deseo especial?» Ella: «¡Mortificación!» Yo: «¿En qué?»
Ella: «¡En tu cuerpo!» Y desapareció. Si no fuese como soy, ¡cuánto
mejor podría ayudarla! Gracias a Dios que los espíritus me enseñan.

El 15 de marzo permaneció largo rato a mi lado. Ella no es de


aquellos espíritus que causan terror. Sólo inspira compasión. Debió
ser muy bella. Solamente tiene deformada la boca. No habla nada,
pero reza con gusto.

El 16 de marzo unos Sacerdotes pasaron la noche en el castillo.


Cuando vino Hermengarda, le dije: «Acude a los Padres, que ellos
podrán rezar mucho mejor por ti». Ella: «Estuve junto a ellos, pero no
me ven». Yo: «¿Es necesario verte para poder ayudarte?» Ella:
«¿Acaso tú das algo a los pobres si ellos no te extienden la mano?»
Yo: «¿Viviste en este castillo?» Ella: «No, pero aquí pequé». La tristeza
que reflejaba era enorme; nunca vi cosa semejante. Oí de nuevo aque-
lla música por largo rato.

El 17 de marzo Hermengarda llegó llorando. Le alargué mi cruci-


fijo, el cual besó, pero sin consolarle. Yo: «¿Tanto es lo que sufres?»
Ella: «¡Mírame!» Entonces la vi toda como envuelta en llamas, y des-
apareció. Por la mañana regresó. Yo: «¿Por qué tienes que sufrir
tanto?» Ella: «Por los pecados de la lengua; he creado divisiones, dis-
cordias...» Añadió otras cosas más que no pude entender. Yo: «¿De
veras puedo ayudarte?» Ella: «Puedes». Yo: «Pero dime, ¿es que no
hay nadie más que pueda ayudarte?» Ella: «Todos pasan de largo».
Yo: «¿Cómo me encontraste?» Ella: «Vi a otros acudir a ti». Se me
acercó y se quedó mirándome con ojos llenos de súplica. ¡Me sentí
tan impotente! Luego desapareció. No sé realmente qué hacer por

141
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

ella, ya que de momento también los vivos exigen mucho de mí, y es


tan poco lo que puedo dar...

19 de marzo. Me encontré cuatro veces con Hermengarda du-


rante el día.

Del 20 al 27 de marzo, estuve con gripe. No vi ni oí nada. ¡Vaca-


ciones!

El 28 de marzo sentía perfectamente que había algo en mi cuarto,


pero no veía nada. Yo: «Hermengarda, ¿estás ahí?» Ella: «Sí». Yo:
«¿Dónde has estado todo este tiempo?» Ella: «Junto a ti». Yo: «¿Por
qué no podía verte?» Ella: «No podías dar nada». Yo: «¿He pensado
demasiado en mí misma?» Ella: «Sí». Entonces apareció. Verdadera-
mente soy tan miserable que sólo sigo deseando tener paz.

El 29 de marzo estuvo sentada en mi cama. No sentí nada de


temor. Rezamos largo rato.

30 de marzo. Estuvo casi todo el día conmigo; le pregunté varias


cosas, sin obtener respuesta.

31 de marzo. Vino nuevamente llorando. Yo: «¿Qué puedo hacer


para ayudarte de una buena vez?» Ella: «Con el amor». Yo: «Pero si
te demuestro mucho amor». Ella: «No es suficiente». Estuvimos mu-
cho tiempo rezando juntas. No sé cómo demostrarle más amor. Hago
lo que puedo.

Los días 1, 2 y 3 de abril estuve enferma; por tanto, disfruté de


descanso.

El 4 de abril se me apareció repetidas veces en las escaleras, el


pasillo y las habitaciones.

142
1924

5 de abril. Se acercó a mi cama con los brazos extendidos. Le di


mis manos diciendo: «¿Hasta cuándo continuarás viniendo?» Ella:
«Dame más». Yo: «¿Qué cosa?» Ella: «La sagrada comunión». Luego
desapareció. Esto me resulta extraño, pues de hecho yo había estado
ofreciendo la sagrada comunión por mi sobrina, que se encontraba
gravemente enferma.

El 7 de abril me persiguió todo el día; se me aparecía en todos


lados y a cada instante.

El 8 de abril se me presentó durante la noche, se arrojó sobre mi


cama y me abrazó. Aunque no sé realmente qué es lo que ella me
hace, no me asusta en absoluto; sin embargo, me da la impresión de
que ella me debilita mucho más que las demás almas. Puede que sea
también debido a mi cansancio por el trabajo que realizo ayudando
a varios enfermos.

El 9 de abril permaneció tres horas conmigo. Yo: «Te di lo que


me pediste». Ella: «Sí». Yo: «¿Estás mejor ahora?» Al instante su rostro
se iluminó de felicidad e hizo una señal afirmativa. Yo: «Ahora dime,
¿soy de tu descendencia?» (Se lo pregunté porque en mi árbol genea-
lógico se encuentran los Montfort) Ella: «Sí». Yo: «¿Entonces por eso
viniste a mí?» Ella: «No». Yo: «¿Cómo sabes que soy de tu descen-
dencia?» Ella: «La sangre». Es del todo particular el cómo llegué a
preguntarle todas estas cosas; quizás haya sido porque ella es total-
mente distinta a las demás almas que me buscan.

El 11 de abril la vi repetidas veces. Durante la noche tuve tranqui-


lidad.

12 de abril. Llegó como volando. Yo: «¿Quieres que recemos jun-


tas?» Ella: «Quiero». Después de haber rezado un rato, me susurró
algo al oído, que por desgracia no pude entender. Me pareció que

143
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

era latín, y sonó algo así como «Ex usuris», pero no estoy del todo
segura. La frase que susurró fue larga, así que bien podría haberse
tratado de un versículo de algún Salmo76.

El 13 de abril, mientras me encontraba en la Capilla arreglando


los ramos para el día siguiente, de pronto se me apareció. Le alargué
un ramo, el cual tomó con una sonrisa.

Hermengarda ayuda a rezar

El 15 de abril mi sobrina se puso muy grave. Cuando por la noche


me llamaron para que fuera a verla, vi que Hermengarda me espe-
raba. Me siguió hasta su cuarto. Yo: «¿Puedes ayudarme a rezar?»
Ella: «Sí». Yo: «¿Sabes si la niña vivirá?» Ella: «No». Yo: «Reza enton-
ces para que al menos alcance a recibir el bautismo». Movió la cabeza
afirmativamente.

16 de abril. Hermengarda estuvo todo el tiempo conmigo en el


cuarto de la niña, la cual alcanzó a recibir el bautismo. Cuando ex-
piró, Hermangarda se puso muy contenta. No es posible explicar lo
que cuesta en dichos momentos continuar con las personas. Hace falta
una terrible fuerza de voluntad para no dejar traslucir nada. Pero no
quiero enorgullecerme de nada, ya que es Dios quien me concede la
fuerza necesaria.

17 de abril. Se me presentó mientras preparaba a la niña para la


sepultura; me observaba con tanta naturalidad, que parecía una per-
sona viva. Yo: «¿Cuándo estarás donde ahora se encuentra esta
alma?» Nada respondió, pero se me acercó y me dio un beso, si así
se le puede llamar, pues lo que sentí fue como si me hubiesen presio-
nado el rostro con un paño frío.

76
Ex usuris puede ser el comienzo del versículo 14 del Salmo 71, el cual
dice en español: «Libera sus almas de la usura y de la opresión».

144
1924

El 19 de abril se pasó toda la noche conmigo. Ahora puedo verla


incluso en la oscuridad, aunque prefiero encender la luz.

21 de abril. La vi cuatro veces.

22 de abril. Estuvo largo tiempo conmigo; rezamos juntas el Pa-


drenuestro.

23 de abril. Estuvo casi toda la noche a mi lado. Yo: «¿Dónde


estás sepultada?» Ella: «En Tettnang»77. Yo: «¿Cuándo viviste?» Ella:
«En el pasado».

El 25 de abril me pareció que había una segunda figura en mi


cuarto. Pregunté a Hermengarda acerca de esto, pero no contestó
nada.

26 de abril. Ella parece estar alegre. Sin duda hay alguien más en
mi cuarto. Creo que se trata de una figura masculina.

27 de abril. Hermengarda llegó con un rostro lleno de felicidad y


me dijo claramente: «Usque ad domum Dei»78. Yo: «¿Ya estás libre?»
Me sonrió, se me acercó con los brazos abiertos y desapareció.

29 de abril. La figura estuvo largo rato conmigo. Es un hombre


con barba rubia; sólo le puedo ver claramente la cabeza. Está muy
intranquilo, pero hasta ahora no me produce temor.

El 30 de abril desperté con una sensación de miedo, pero no vi


nada. De repente estalló una gran tempestad alrededor de mí. Pensé

77
El viejo castillo en Tettnang, hoy municipio de Bodenseekreis, perteneció
a los condes de Montfort; el último conde murió sin dejar herederos, en 1780.
Tettnang se encuentra ubicado al noroeste del lago de Constanza.
78 En español: «Hacia la casa del Señor».

145
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

que la puerta y la ventana estaban abiertas, pero no. Finalmente vi a


la figura correr por todo el cuarto. Me puse a rezar y entonces se me
acercó.

3 de mayo. Después de tanto tiempo volví a ver a los once. El


hombre que vi en Sch..., quizás se quedó allí79.

4 de mayo. Nuevamente la música dentro de la pared junto a mi


cama. Para descubrir el origen de esos sonidos, me levanté y salí del
cuarto. Los sonidos se escuchaban alrededor de mí. Es muy hermoso,
pero me es imposible explicarlo.

Aquella sensación de la presencia de Dios, de la que he escrito ya


varias veces, es ahora tan grande, que de esto debo hablar. Ahora me
es mucho más imposible describir lo que experimento, pues ya no es
como al principio. De repente todo alrededor de mí se ilumina, como
si delante de un gran incendio me hallase. Después algo se apodera
totalmente de mi capacidad de pensar. Olvido todo lo que es humano
y entonces mi alma gusta lo indecible. Cuando vuelvo en mí, siento
como si despertase de un hermosísimo sueño, con la única diferencia
de que algo permanece dentro de mí y me permite seguir gustando
lo indescriptible. Me parece como si algo creciese o aumentase dentro
de mí. Antes yo sentía esto sólo por algunos instantes, y después vol-
vía a mi estado normal; ahora, sin embargo, este «contacto espiritual»
o deseo permanente, no sé ni cómo llamarle, permanece conmigo. A
veces me pregunto: ¿cómo es posible que yo experimente algo seme-
jante? Surgen también las dudas de si quizás no es todo esto producto
de mi fantasía. Pero luego de reflexionar y de pensarlo bien, debo
reconocer que todo esto me sucede en realidad. Además, también
pienso que sería imposible que alguien pueda sólo imaginarse algo
como lo que me ocurre.

79
La Princesa ha vuelto a su casa en Waal.

146
1924

En la iglesia vi al caballero delante de la cruz.

Aparece el consejero Fridolino Weiss80

5 de mayo. Ha venido el hombre de Sch...; tengo miedo de que


la situación se torne difícil. Se veía muy intranquilo, y su aspecto era
sumamente horrible.

6 de mayo. El hombre permaneció casi toda la noche conmigo;


su comportamiento era feroz y estaba todo sucio. La oración le era
indiferente.

7 de mayo. Cuando al anochecer me retiré a mi cuarto, lo encon-


tré allí tirado en el suelo. Sentí tanto horror que de inmediato corrí al
pasillo; pero ¿de qué serviría esto? Me armé valor y volví a entrar. Se
encontraba en la misma posición. Lo rocié con agua bendita y me
arrodillé a su lado; comenzó a gemir de un modo increíble. Creo
conocerlo, pero no estoy segura.

8 de mayo. Fue algo horrible. El hombre estuvo casi toda la noche


conmigo, demasiado intranquilo. ¡Qué boba soy yo al sentir miedo,
sabiendo que nada malo podrá sucederme!

El 9 de mayo entró delante de mí en mi cuarto. Me puse a rezar


y al instante se me acercó. Estoy casi segura de que él es Fridolino

80
Fridolino Weiss trabajó durante muchos años como administrador en el
castillo. El Párroco Sebastián Wieser observa: «Conocí muy bien a Weiss. Fui
yo quien lo preparé a bien morir y le di sepultura. Estuvo largo tiempo enfermo;
recibió los últimos sacramentos con mucho arrepentimiento. Me asombró mu-
cho que se apareciese a la Princesa, y sobre todo en semejante estado. Pertene-
ció a aquella clase de espíritus malignos, y tuvo una gran similitud con Enrique
y Egolf. Para darse cuenta de ello conviene tener en cuenta lo que dijo en su
aparición del 1 de junio de 1924».

147
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Weiss. Su aspecto es indeciblemente repugnante; está como cubierto


de una masa pegajosa. No reaccionó a nada. Escuché la música.

10 de mayo. El hombre es extremadamente desagradable. No


para de gemir. Se me apareció cuatro veces durante la noche. He
visto también a los once.

11 de mayo. Por la noche me encontraba parada frente a la ven-


tana mirando las estrellas, cuando de repente vi aquel hombre que
venía como volando por el aire. ¡Qué terror experimenté! Me asusté
como hacía mucho tiempo no me había asustado; me sentí incapaz
de permanecer en el cuarto, así que de inmediato salí y me senté en
el pasillo. No me siguió. Cuando me hube recuperado un poco, re-
gresé y allí lo encontré esperándome. Recé las oraciones de mayo con
él; se mantuvo todo el tiempo de pie justo detrás de mí. Desapareció
por un momento, para después volver hecho una furia. Fue horrible.
Efectivamente, él es Fridolino Weiss.

12 de mayo. Vi a los once en la escalera; me encontré a Janette,


la criada de mi abuela.

Weiss vino dos veces y se inclinó sobre mí; es repugnante: su ros-


tro está lleno de agujeros y no tiene ojos, pero sí una barba rojiza.
Hasta ahora ningún alma había venido con apariencia de calavera.

13 de mayo. Vi nuevamente a la criada.

Weiss permaneció bastante tiempo; estuvo un poco más tranquilo.


Parecía gustar del agua bendita. Oí la música.

14 de mayo. Weiss sigue igual; su actitud es muy salvaje y cada


vez es más repugnante. Escuché de nuevo aquella música. Qué dolor
me da el no saber nada de música para poder describirla; sin embargo
es muy hermosa y me hace muy feliz.

148
1924

15 de mayo. Vi bastante: tres veces a Weiss, cinco veces a Janette


y dos veces a los once; pero nada que temer.

16 de mayo. Durante el día se me presentó Weiss deshecho en


lágrimas. Su apariencia es aún más espantosa a la luz del día. Me
parece que él intentaba hablar. La oración lo calmó un poco.

17 de mayo. Vi a Weiss en las escaleras y también en el saloncito


de fumar, estando I... y el niño presentes; me resultó muy espantoso.
También estuvo conmigo durante la noche.

18 de mayo. Se arrojó sobre mí y me tomó por el cuello. Reac-


cioné con fuerza y cayó al suelo. Se quedó allí largo rato; sentí un
miedo terrible, pues de las aberturas de sus ojos parecía salir fuego.
De repente dio un salto e intentó abalanzarse de nuevo sobre mí. Le
presenté la cruz y desapareció. Vi al caballero en la iglesia.

19 de mayo. Una noche tremenda. He pasado un pánico horrible.


Weiss se precipitó sobre mí. Fue como con Enrique, sino que esta vez
no me desmayé, aunque quizás así hubiese sido mejor para mí. Re-
sultaría imposible intentar describir lo ocurrido; por nada del mundo
quisiera volver a vivir algo semejante, claro, a menos de que Dios lo
quiera. Weiss continuó aún largo tiempo conmigo; recé mucho, pero
parecía no notarlo.

20 de mayo. Muy bello... Nada de Weiss. Sólo la hermosa música


y un sueño reparador.

Viene el Dr. G...

21 de mayo. Una noche muy agitada; Weiss permaneció largo


tiempo conmigo. Quiere hablar, pero no puede; sin embargo, parece
entender lo que le digo.

149
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Por el camino que lleva al castillo me encontré al Dr. G..., quien


a la edad de ochenta años, mientras iba de caza, recibió un disparo
en la estación y murió al instante. Lo reconocí de inmediato. Se me
acercó y me alargó su mano. Se veía muy natural, como una persona
viva. Por desgracia no iba sola, así que no pude decirle nada. Me
acompañó largo rato. De nuevo me resultó sumamente difícil disimu-
lar con los demás, pero nada notaron. Esperaba verlo al regreso; por
ello procuré quedarme atrás de los demás, pero, desafortunadamente,
no lo vi. En cambio, me recibieron los once.

22 de mayo. Música. Luego vino Weiss; igual que siempre, pero


menos desagradable.

23 de mayo. Por fin Weiss ha conseguido hablar. Yo: «¿Eres tú


Fridolino Weiss?» Él: «Soy». Yo: «¿Sufres mucho?» Él: «Sufro». Yo:
«¿Cómo puedo ayudarte?» Él: «Sacrificios». Yo: «¿Qué clase de sacri-
ficios?» Él: «De ti misma». Yo: «Así lo hago». Él: «No es suficiente».
Yo: «¿Qué más debo hacer?» Él: «Debes desprenderte». Yo: «No de-
bes exigir tanto de mí, ya que soy aún demasiado imperfecta; ¡ve a
otras personas mejores que yo!» Entonces se me acercó, apoyó su
mano sobre mi brazo, me miró y desapareció. Sé que estoy aún muy
apegada a mí misma. ¿Tendré fuerzas suficientes para desprenderme
por completo? Si quiero ser sincera, diré que de momento no.

24 de mayo. Vino dos veces, pero no habló nada.

25 de mayo. Oí un estruendo horrible en mi cuarto, lamentos y


gemidos, pero nada veía. Yo: «¿Quién está ahí?» Respuesta: «Mu-
chos». Yo: «¿Es la voz de Fridolino?» Él: «Sí». Yo: «¿Por qué no puedo
verte?» Él: «Porque estás enferma». (Era verdad). Continué: «¿A quié-
nes traes contigo?» Él: «No los conozco». Yo: «Dime, ¿por qué no
puedo verte cuando me encuentro enferma?» Él: «No serías capaz de
soportar ambas cosas». Yo: «¿Podrías ayudarme?» Él: «¡No!» Yo:

150
1924

«¿Cómo sabes que sufro?» Él: «No nos atraes». Yo: «¿Entonces por
qué continúas aquí?» Él: «Es nuestro camino». El estruendo alrededor
de mí continuó durante un largo rato, pero no obtuve más respuestas.
Por mucho tiempo tuve la sensación de no estar sola, cosa que me
resulta verdaderamente desagradable. Estoy muy descontenta con-
migo misma; no pienso en más que en mí misma; soy muy cobarde
y me siento tan cansada...

Viví inútilmente

27 de mayo. La situación se hace insoportable. Además de Weiss,


había en mi cuarto una espesa niebla y se oían terribles lamentos que
desgarraban el corazón. Yo: «Soportad vuestro castigo; ¿por qué te-
néis que atormentarme a mí? No quiero oíros más». Él: «¿¡Dónde está
tu misericordia!?», y desapareció; sin embargo, los lamentos continua-
ron. Ahora mi conciencia me acusa de que fui dura.

28 y 29 de mayo. No he visto nada. Creo que mi maldad los ha


alejado.

30 de mayo. Weiss se me presentó sumido en amarga tristeza, lo


que me llevó a decirle que continuaría ayudándolo. En un instante se
me acercó y me agarró por el cuello con tanta fuerza que creí morir
estrangulada. Fue espantoso. Yo: «¿Por qué haces esto si ves que
quiero ayudarte?» Él: «Quiero obligarte». Yo: «No permito que se me
obligue, y mucho menos de este modo». Entonces comenzó a acer-
carse con tal expresión de odio y de maldad que perdí la consciencia.
Cuando me recuperé, ya no estaba.

Escuché la música.

31 de mayo. Vi al caballero. Weiss vino durante el día; inspira


mucho terror. Había alguien en el cuarto, pero no vi nada. ¿Hasta
dónde llegará esto?

151
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

1 de junio. Se me presentó Weiss. Le pregunté: «¿Es voluntad de


Dios que acudas a mí?» Él: «Él lo permite». Yo: «¿Pero por qué me
atormentas?» Él: «Dentro de mí está la envidia». Yo: «¿Por qué me
envidias?; tú ya no puedes perderte, y yo en cambio sí» Él: «Me dejé
llevar siempre de la sensualidad; viví inútilmente». Yo: «¿Y cómo te
salvaste?» Él: «Por el Sacerdote». Yo: «¿De qué puedes sentir envidia?
Además tú ya no puedes pecar». Él: «El mal está aún dentro de mí».
Mientras decía esto último, su aspecto se hacía más repugnante que
nunca. Vino cuatro veces más.

Los días 2, 3, 4 y 5 de junio vino todas las noches, con apariencia


cada vez más repugnante; se veía tremendamente espantoso. Además
escuché muchas voces y terribles lamentos dentro de la niebla. En la
escalera me encontré con la anciana Janette.

6 de junio. Vi al caballero en la iglesia, igual de inmóvil y devoto


como siempre. Weiss estuvo largo tiempo conmigo; su aspecto no
deja de ser desagradable; no respondió a nada de lo que le pregunté,
y me costó mucho soportarlo, pues a cada instante intentaba acer-
carse. He sentido un poco de consuelo al recordar que es Dios quien
me envía estas almas para compensar el poco amor que demuestro a
los que me rodean. Pero ahora ya no tengo las mis fuerzas que antes
para trabajar; me siento débil y cansada todo el tiempo, ¡y es tanto lo
que pierdo con ello!

9 de junio. No tengo nada nuevo que contar. Weiss ha seguido


viniendo todas las noches, muy intranquilo y sin pronunciar palabra.
El estruendo ha aumentado.

La vieja trapera

11 de junio. Además de Weiss, se me ha presentado una horrible


figura femenina, un verdadero monstruo. Siento mucho miedo.

152
1924

14 de junio. He visto dos figuras masculinas en el primer banco


del altar de la cripta; se veían tan normales que me senté detrás de
ellos para ver quiénes eran. Sólo entonces me di cuenta de lo que
eran. Llevaban largas túnicas negras; parecían ser de otro siglo. Les
di agua bendita de la gran pililla que se encontraba ante ellos; luego
desaparecieron. Oí la música. Weiss estuvo unos momentos conmigo.

16 de junio. La horrible mujer ha vuelto a presentarse; me parece


conocerla, pero no puedo asegurarlo; lo único que sé es que es supre-
mamente antipática. Vi al caballero en la iglesia.

17 de junio. La mujer estuvo largo tiempo aquí; la he reconocido.


Se trata de la vieja trapera81, llamada Blochem Nandl. Fue el terror
de mi infancia, y muy temida por todos. Murió como en 1893.

18 de junio. Parece que Weiss no vendrá más. Sin embargo, con


la anciana Nandl la cosa se pone difícil. He oído la música.

19 de junio. Corpus Cristi; imposible que no sucediera algo bello


en este día. Yo llegaba de la montaña justo en el momento en que se
impartía la bendición con el Santísimo en frente del hospital. Los once
aparecieron delante de mí y de inmediato se postraron en tierra (igual
que aquel día de Navidad). Fue tan conmovedor que tuve que llorar.
¡Oh, si los incrédulos hubiesen visto eso! ¿Por qué estos once conti-
núan siendo como columnas de niebla? Con el esplendor del sol, su
aspecto resulta aún más extraño.

¡Sé generosa!

20 de junio. Estando apunto de flagelarme por Weiss, éste se me


apareció radiante de alegría y me dijo: «¡Me has liberado!» Yo: «No

81
Observación: Se le llama trapero (a) a la persona que se dedica a recoger
o comprar y vender trapos, ropas u otros objetos para volverlos a vender.

153
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

he sido yo, sino la misericordia de Dios». Él: «¡Por medio de ti!» Yo:
«¿A dónde vas ahora?» Él: «¡A un estado superior!» Yo: «¿Me dirás
al menos qué tengo que hacer para evitar que se me aparezcan las
pobres almas?» Él: «¡Sé generosa!» Una vez dicho esto se marchó,
dejándome envuelta como en una nube de luz. Al poco tiempo llegó
Nandl, pero me sentía tan feliz que no me impresionó lo más mínimo.
Escuché aquella música.

21 de junio. En la iglesia vi al caballero. Nandl es simplemente


horrible y repugnante.

22 de junio. Escuché un ruido tan fuerte en el cuarto que creí


morir del susto.

23 de junio. Nandl vino cuatro veces durante el día; sus espantosos


ojos me persiguen todo el tiempo; temo que esto se pondrá peor.

24 de junio a 14 de julio. Todo continúa igual; horrible de sopor-


tar y aburridísimo de transcribir. Nandl ha hablado por fin. Yo:
«¿Cómo puedo ayudarte?» Ella: «Mira lo que me falta». Se me acercó
bastante, y entonces pude comprobar en su rostro una expresión de
dolor que hasta ahora nunca había visto. Yo: «¿Sientes anhelo de
Dios?» Ella: «Siento». Yo: «¿No puedes verlo todavía?» Ella: «Aún no
estoy pura». Yo: «¿Puedo a ayudarte a alcanzar la pureza?» Ella: «Re-
gálame el Sacramento». Yo: «¿Debo ofrecer por ti la Sagrada Comu-
nión?» Ella: «Sí». Yo: «¿Cuántas veces?» Ella: «Siete». Yo: «¿Y por
qué justamente siete?» Ella: «¡Siete veces indignamente!» Y al instante
comenzó a llorar como nadie en este mundo podría hacerlo; parecía
como si fuese a deshacerse en llanto82. No pude hacer otra cosa que

82
Santa Catalina de Génova escribe en su Tratado sobre el Purgatorio: «Si
las almas del purgatorio pudieran purificarse por la sola contrición, en un ins-
tante pagarían la totalidad de su deuda. Así de fuerte es su arrepentimiento».

154
1924

abrazarla. Cuando volvió su rostro hacia mí, de éste había desapare-


cido toda aquella expresión de horror y maldad; pero esto no duró
mucho, pues al día siguiente volvió más horrorosa que nunca, tanto
así que me resultaba insoportable dirigir la vista hacia ella. Ni siquiera
L... en sus peores días tuvo una apariencia tan siniestra. Me es abso-
lutamente imposible describir todo el espanto que produce en mí, ya
que no es comparable a nada en este mundo. Hasta ahora, cuando
sentía dolores, las almas solían dejarme en paz; sin embargo, ya no es
así. Me encuentro al límite de mis fuerzas; no puedo resistir más; me
siento muy miserable: siento como si Dios me hubiese abandonado.

18 de julio. Un día horrible. Se veía peor que nunca. Yo: «¿Por


qué me atormentas si sabes que quiero hacer cuanto pueda por ti?»
Ella: «¡Tú prefieres dormir!» Y al instante me dio un golpe tan vio-
lento que casi me desmayo del espanto. No obstante, comprendí que
tenía la razón, ya que no era mucho el esfuerzo que yo hacía por
vencer mi cansancio.

19 de junio. Por la noche me encontraba sentada en la cama. De


pronto comencé a sentir que me presionaban por todos lados, estaba
como inmovilizada, pero no podía ver nada. Esto duró apenas unos
minutos, pero después quedé con la sensación de no estar sola. Final-
mente hacia el amanecer pude acostarme y dormir.

20 de julio. Tanto estruendo que no pude ni pensar en el sueño.


Nandl ha vuelto a enmudecer. Sus ojos son muy impresionantes; es
como si de ellos brotase una fuerza que te obliga a mirarlos. Me pa-
rece como si me debilitasen. Con ninguna otra aparición había expe-
rimentado algo semejante.

Desde el día 27 no he vuelto a ver a Nandl; esto me produce cierto


alivio. Todo el tiempo siento muchas cosas en torno mío. Puedo dis-
tinguir siete figuras que me resultan del todo desconocidas; me ro-
dean por todas partes y siento el contacto de sus horribles manos, lo

155
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

que me produce verdadera repugnancia y espanto. Mientras escribía


el renglón anterior, una figura de mujer me arrojó algo por detrás.
Parece que nunca estoy sola. Me causa tristeza lo descuidada que
tengo mi alma; no hago un esfuerzo mayor por adquirir virtudes; no
trabajo debidamente por mi santificación como antes; sin embargo,
hago lo que puedo.

4 de agosto. Una noche extremadamente horrorosa. No veía


nada, pero sí oía y sentía. Me golpearon repetidas veces, pero me era
absolutamente imposible defenderme. ¿Serán espíritus malignos?

6 de agosto. Parecía como si alguien trancase la puerta de mi


cuarto desde dentro. Finalmente, con mucho esfuerzo, pude entrar.
Dentro había una espesa niebla y de su interior salían lastimosos ge-
midos. Rocié abundante agua bendita y la niebla se despejó un poco.
Vi entonces cómo desde la niebla salían cuatro figuras para volver
luego a sumergirse en ella.

Últimamente he visto cuatro veces a Bárbara en el tercer piso; se


veía muy contenta y no paraba de sonreír. Como nunca me encon-
traba sola, no le pude hablar.

7 de agosto. Las siete figuras ahora se distinguen con toda clari-


dad; estuvieron conmigo desde las diez hasta la una. No me han ator-
mentado, pero me aterra ver tantas al mismo tiempo. Como consuelo,
he oído aquella misteriosa música. Muy extraño fue lo que observé
durante la terrible tormenta que tuvimos: yo veía cómo los rayos res-
plandecían a través de las figuras. No obstante, la vista de esto me
produjo tanto espanto que tuve que encender la luz.

El 9 de agosto pasé por una situación indescriptiblemente espan-


tosa. Dormía y un gran estruendo me despertó; encendí la luz y en-
tonces vi algo infinitamente repugnante inclinado sobre mí; me estre-
mezco de sólo recordarlo. Era una cabeza gigantesca con unos ojos

156
1924

tan siniestros como jamás nadie podría imaginar; o mejor dicho, la


cabeza era un solo ojo. Todos esos ojos me miraban fijamente. De
inmediato exclamé: «¡Vete!, ¿qué buscas aquí?» Él: «La paz». Yo: «Yo
no puedo dártela». Él: «¡Tú debes!» Yo: «¿Qué me obliga a eso?» Él:
«¡Amarás al prójimo como a ti mismo!» Yo: «¿Y si me faltan las fuer-
zas?» Él: «¡Entonces reza!» Dicho esto, desapareció. ¡Cómo es posible
que tales palabras puedan provenir de algo tan monstruoso! Siento
nuevamente deseos de ayudar con todo mi corazón a las almas.
¡Cuánto me enseñan los espíritus!

Ahora quiero contar algo que me ha parecido como un saludo


del buen Dios. Tal vez suene ridículo; sin embargo, me ha hecho muy
feliz. Me encontraba muy deprimida, muy angustiada. A cada instante
pensaba si sí era voluntad de Dios todo esto que me ocurre. Pedí al
buen Dios que me diera una señal, como ya alguna vez lo había he-
cho. Me encontraba caminando por el jardín, y he aquí que una pa-
loma cae en suelo frente a mí. La levanto, la acaricio, y, de repente,
se echa a volar. Para mí, esta era la señal que había pedido a Dios:
así que ya no quiero lamentarme más.

10 de agosto. La cabeza ha venido nuevamente; esta vez con un


cuerpo. Yo: «¿Quién eres?» Él: «Wolfgang». Yo: «¿Cómo es que ya
puedes hablar?» Él: «Hace mucho tiempo que estoy a tu lado». Yo:
«¿Y por qué no te había visto?» Él: «Tu ayuda se dirigía a otros». Yo:
«¿Querrías ayudarme tú a mí?» Él: «Quiero». Yo: «Entonces dime
qué hay de errado en mí». Él: «Estás dividida». Yo: «¿Qué quieres
decir con eso?» Él: «Cuerpo—alma». Yo: «Sí, lo sé, debo preocuparme
sólo de mi alma, pero es que aún no lo consigo. ¿Qué otra cosa mala
ves en mí?» Él: «Orgullo». Y desapareció. Qué bellas enseñanzas. Me
esforzaré por incomodar mi cuerpo en favor de las almas. Escuché la
música. Vi al caballero. En la iglesia algo me sacudió por los hombros.

Desde el 16 de agosto ignoré mis visitas por consejo de alguien.


¡Cuántos tormentos me trajo eso! Imposible describirlo. Basta decir

157
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

que Wolfgang y las siete figuras se me aparecieron todas las noches.


Es mucho mejor aceptarlas de buena gana, pues así los nervios no se
tensan tanto y no se percibe cómo van desapareciendo las fuerzas
físicas.

¡Cumplió su promesa!
El 24 de agosto por la tarde se me presentó Alfredo S... en mi
cuarto, sonriendo y extendiéndome sus manos. Yo: «¿Alfredo, real-
mente eres tú?» Él: «¡Mi promesa!» Yo: «¿Dónde te encuentras?» Él:
«¡En la visión!» Luego me guiñó el ojo y desapareció. Su visita me
produjo una enorme alegría, pero al mismo tiempo una profunda im-
presión. El año pasado, precisamente por este tiempo, mientras ha-
blábamos acerca de estas cosas, me prometió sonriendo que si se le
permitía, vendría después de su muerte. Estaba igual que en vida.
Con los demás no había vuelto a hablar hasta hoy, 11 de septiembre83.

Cuando se me presentó Wolfgang le dije: «¿Por qué continúas


viniendo? No te he vuelto ni a mirar para que así me dejes en paz».
Él: «¡No has tenido misericordia!» Yo: «¿Qué es lo que quieres?» Él:
«Una Santa Misa». Yo: «¿Dónde estás sepultado?» Él: «Augsburgo».
Yo: «¿Cómo me hallaste?» Él: «Basta con que reces», y desapareció.

Las siete figuras continúan envueltas en densa niebla. Lo único


que me desagrada de ellas es tener que escuchar sus insoportables
gemidos.

Al anochecer vi al caballero en la iglesia. Como me encontraba


sola, me atreví a preguntarle si tenía algo que ver con la partícula de

83
El Párroco Sebastián Wieser observa: «Alfredo S… fue una persona de
alta clase social. Lo conocí muy bien. Esta aparición es una justificación y con-
firmación en contra de aquellos que dicen que «no es cierto que los muertos
regresan».

158
1924

la cruz. Continuó rezando sin siquiera mirarme. Su mirada es suma-


mente bondadosa y encantadora, completamente distinta de la de los
demás.

17 de septiembre. Una noche sumamente horrible: primero los


siete, enseguida Wolfgang y luego algo de lo cual no sabría dar razón.
Era como una especie de nube que se encontraba sobre mi cama y
se me acercaba poco a poco. Experimenté una sensación realmente
espantosa, una pesadilla en el peor sentido de la palabra. Llegó un
momento en que era tal la cercanía de esa nube, que me resultó ya
imposible ver la luz de mi cuarto. Finalmente escuché algo así como
«Tormentum malit...»84; el resto de la segunda palabra no lo entendí.
Derramé bastante agua bendita y la niebla se desapareció, haciéndose
de nuevo todo claro alrededor de mí. Fue una situación siniestra.

En los últimos quince días no ha ocurrido nada nuevo. La horrible


nube se ha transformado en una figura. Parece ser una mujer; no in-
funde terror alguno, ya que en cuanto comienzo a rezar se tranquiliza
y hasta se pone feliz. También he vuelto a escuchar, repetidas veces,
la música dentro de la pared.

9 de octubre. En el castillo de D... vi una anciana. Permaneció


largo tiempo a mi lado.

11 de octubre. He visto muchas cosas extrañas. Me encontraba en


la huerta y he aquí que vino a mi encuentro algo muy bello: colores
y luces imposibles de describir; y también escuché la música de siem-
pre. Si para los ojos resultaba infinitamente hermoso de ver, no lo era
menos para el alma de sentir. Simplemente no existen palabras o imá-
genes para poder transmitir al menos una idea de lo que experimenté.

84
Muy bien podría ser malitiae; tormentum malitiae; es decir, «dolor (dolor
o tormento a causa de la maldad)».

159
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Me encantaría volver a vivirlo. Siento como si hubiese sido colmada


de nuevas fuerzas, lo cual me ha hecho muy feliz también.

14 de octubre. Un fuerte estruendo me despertó. Mi cama estaba


siendo golpeada por todos lados; fue una sensación bien desagrada-
ble, pero no veía nada. Esto duró cerca de media hora; enseguida
todo cesó. Mi cama terminó al revés. Más tarde vino aquella figura
de mujer.

17 de octubre. Volví a experimentar aquella situación inefable,


pero esta vez, no obstante, dentro de mi cuarto; por lo tanto, no puede
provenir de un fenómeno natural de las luces de otoño. Era como si
me encontrase dentro de una gran esfera de luz de muchos colores y
de infinita belleza, inmersa en un gozo maravilloso para los ojos y en
una alegría indescriptible para el alma: parecía el Cielo. Esto que es-
cribo suena ciertamente extraño, pero de todos modos lo escribo por-
que hace parte de las cosas inexplicables que me suceden.

19 de octubre. La figura de mujer estuvo largo rato conmigo; tiene


un rostro tan joven como no he visto en ninguna aparición hasta
ahora. He probado algo nuevo: nos pusimos a rezar el Rosario; puse
uno en su mano para que lo sostuviera mientras lo rezábamos: cuando
desapareció, éste quedó tirado en el suelo. En esta aparición lo que
más me ha llamado la atención es su continuo cambio de tamaño:
cuando llega es pequeña; sin embargo, al marcharse, es tan alta como
la puerta. Es un espíritu de una clase diferente; no infunde temor, e
incluso siento cierto agrado al verla llegar.

20 de octubre. Nuevamente los empujones a mi cama; enseguida


vino la mujer.

21 de octubre. La mujer habla; se llama Eva; no pude sacarle nada


más. Continuó moviendo sus labios, pero nada pude entender.

160
1924

29 de octubre. Eva estuvo largo rato conmigo. Yo: «¿Por qué vie-
nes? ¿Puedo ayudarte?» Eva: «Ya me has ayudado». Yo: «¿De qué
modo? Yo aún no he hecho nada por ti». Eva: «Soy aquella alma
abandonada por la cual tú...» (No entendí el resto). Yo: «¿Tú eres el
alma por la que he rezado desde niña?» Eva: «Soy». Yo: «¿Por qué
no viniste antes?» Eva: «No estaba libre». Yo: «¿Qué cosa mala hi-
ciste?» Entonces se me acercó y me susurró algo al oído, lo cual no
pude entender; luego me sonrió y desapareció.

30 de octubre. Después de la misa vi a mi abuelo en nuestro Ora-


torio. Estaba igual que en vida; su presencia me hizo enormemente
feliz. Su aspecto era muy agradable y no cesaba de sonreír; sus cabe-
llos blancos resplandecían. Qué pena que por no encontrarme sola
no pudiese hablar con él. Fue algo muy bello. El ver de nuevo a
alguien a quien mucho se ha amado es motivo de indecible alegría.
Quizás quiso mostrarme que con esta misa ofrecida por él, ya había
sido liberado.

1 de noviembre. Vi muchas cosas: los once, el caballero y los dos


hombres del banco ante el altar de la cripta.

El día de los difuntos nada vi. Los días siguientes fueron tranqui-
los. Sobre la aparición de Hermengarda en Sch..., puedo decir que
ella realmente existió: era la hermana de la condesa von Geroldseck,
descendiente de los Montfort; falleció en 1642. Su castillo quedaba
cerca de Spremberg. Está sepultada en el Monasterio de Wittich85.

11 de noviembre. El ruido en torno mío es siempre el mismo. Eva


no ha vuelto. Las figuras se mueven alrededor de mí sollozando, e
incluso a veces gritan. No puedo reconocer a ninguna.

85Es evidente que se trata del Monasterio de las Clarisas, el cual existió
alguna vez en Wittichen, en la Selva Negra. Este Monasterio había sido fundado
por Santa Lutgarda von Wittichen.

161
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

¡Ni en Múnich hay descanso!

16 de diciembre. Ni siquiera durante las tres semanas que perma-


necí en Múnich pude disfrutar de tranquilidad. Ya al segundo día vi
venir a mi encuentro una figura femenina; el tormento que sufría la
hacía retorcer sus manos de dolor. Continuó visitándome todas las
noches, lo cual fue realmente insoportable. Parecía ser una muchacha
de servicio, pues llevaba delantal e iba pobremente vestida. Final-
mente pudo hablar. Su nombre era «Ana» y había calumniado mu-
cho. Al preguntarle cuánto tiempo tendría que seguir rondando por
allí, me respondió: «Tres veces Adviento».

En Múnich vi algo interesante. Había ido a visitar a unos conoci-


dos a la casa del célebre pintor Franz von Lenbach86. De repente,
durante el almuerzo, él se me apareció frente a mí, repugnante, como
un animal, pero claramente reconocible, pues lo había visto muchas
veces en vida. Me asusté tanto que los demás lo notaron y pregunta-
ron si me sentía bien. Retiré la vista de él, pero no por eso dejé de
sentir su presencia. Permaneció allí visible hasta el final del almuerzo.
En las demás habitaciones no lo vi.

Cuando regresé al castillo de Waal, me encontré con Ana. Le


pregunté: «¿Cómo es que has venido también para acá?» Ella: «Siem-
pre estoy contigo». Yo: «Pero no siempre te veo». Ella: «No podrías
soportarlo». Yo: «¿Por qué no?» Ella: «Tu alma no está libre todavía».

El 22 de diciembre pasó casi toda la noche conmigo; también vi-


nieron otras. Yo: «Ya está por terminar el Adviento, ¿continuarás vi-
niendo?» Ana: «Piensas de manera humana». Yo: «Mientras viva no

86
Francisco von Lenbach fue uno de los más célebres retratistas de su
época, amigo de Böcklin y de Bismarck, de quienes pintó cerca de 80 retratos.
Falleció en 1904. Se encuentra sepultado en el cementerio Westfriedhof de Mú-
nich.

162
1924

podré pensar de otra forma» Ana: «Puedes liberarte». Dicho esto des-
apareció.

24 de diciembre. Yo: «Dime, ¿cómo puedo liberarme?» Ella: «Si


siguieses aquello que te atrae». Me espanté mucho, pues no deseo
saberlo, o al menos no de parte de ella. Creo entender, sin embargo,
que sus palabras tienen algo que ver con aquella sensación maravi-
llosa, la cual ahora me absorbe de tal modo que me siento como
sacada de mí misma, me siento como en un mundo completamente
distinto. He notado que cuando aquello viene sobre mí, mi cuerpo
pierde la capacidad de movimiento. Cuando advertí que esta sensa-
ción se acercaba, traté de correr para cerrar la puerta, pero me resultó
completamente imposible; entonces vino la luz y ya todo era indife-
rente para mí: ¡sólo quería gozar de aquel indescriptible estado!

Aparece el Padre O..., el profesor de religión

27 de diciembre. Ha comenzado a venir el Padre O..., en un es-


tado lamentable. Él fue mi profesor de religión durante mucho
tiempo. Aún no puede hablar. Su tristeza me conmueve, ya que siem-
pre le tuve un gran afecto. Al bajar del monte me encuentro siempre
a los once; se han vuelto pequeños: ahora son como niños.

30 de diciembre. Una noche realmente espantosa. Mi cuarto se


encontraba repleto de figuras desconocidas. Quedé envuelta en un
olor tan abominable como nunca en mi vida había percibido. Las
figuras se lanzaban contra mi cama; pude distinguir siete, pero había
más. No cesaban de entrar y salir por la ventana. Me sentía muy des-
graciada, y si la cosa sigue así, no creo que pueda soportarlo.

163
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

1925

5 de enero. Se me presentó Z...; su aspecto me produjo una


enorme tristeza. Cuando rezo, para demostrarme su agrado, se me
acerca mucho, e incluso me acaricia, cosa que me desagrada87.

7 de enero. Ya habla. Yo: «¿Qué quieres de mí?» Ella: «Una


misa». Yo: «¿Tienes que sufrir mucho?» Ella: «Estoy en la purifica-
ción». Yo: «¿Te refieres a lo que nosotros llamamos Purgatorio?» Ella:
«Sí». Yo: «¿Qué sufres allí?» Ella: «El deseo de Dios me devora». Yo:
«¿Por qué tienes que sufrir?» Ella: «Blasfemias». Yo: «Te ayudaré con
gusto. ¿Te sirve que rece por ti?» Ella: «Sí». Yo: «¿En el estado en que
te encuentras no puedes rezar?» Ella: «Adorar sí, pero no pedir». Yo:
«¿Y entonces?» Ella: «Entonces reza tú por mí».

8 de enero. Estuvo largo rato conmigo hasta que el cansancio se


apoderó de mí; entonces le dije: «Déjame, por favor; ya tengo muchí-
simo sueño». Ella: «¡Sé misericordiosa!» Yo: «Pero una oración dicha
así, de labios para afuera, no te serviría de nada; y estoy tan cansada
que no lo puedo hacer mejor». Ella: «¡Tu presencia nos refresca!» Yo:
«¿Por qué?» Ella: «Tú alivias nuestro dolor»88. Yo: «Ya que yo os
ayudo, ayudadme también a mí. Seguramente tú ves todo lo malo

87El Párroco Wieser observa: «Conocí muy bien a Z..., a quien visité repe-
tidas veces durante su enfermedad. Era muy pobre. Resultan muy impresionan-
tes las respuestas de esta mujer, que durante su vida ignoró todo esto».
88 En la vida de la Beata Inés de Benigánim se lee que ella pidió a Dios

permitir que muchas almas pasaran su Purgatorio en su celda, en la cual, junto


a la querida Religiosa, se aliviaban sus tormentos. Según dijo ella a su confesor,
llegó a tener hasta 200 almas en su celda. Así como con esta Beata, las pobres
almas al lado de Eugenia no sufrían, o, al menos, sus penas se veían disminuidas.
En la cuarta parte de este libro he incluido casi por entero los dos capítulos del
libro del Padre Ángel Peña, Viviendo con los ángeles, vida de la Beata Inés de
Benigánim, donde se habla de la relación que esta santa mujer tuvo con las
pobres almas. Ver pág. 360. (N. A.)

164
1925

que hay en mí». Ella: «No eres del todo mortificada». Yo: «Sí, es muy
cierto; pero dime algo más». Ella: «Cuanto más renuncies a ti misma,
tanto más podrás dar». Dijo algo más, pero no pude entender.

9 de enero. Sucedió algo singular. Me encontraba hablando con


la hija de Z...; de repente ésta se me presentó, me hizo una seña y
luego miró fijamente a su hija. Casi perdí el habla. Cuando la hija se
marchó, la aparición se quedó conmigo. Yo: «¿Por qué no te mos-
traste a tu hija?» Ella: «Ella no está libre». Yo: «Pero yo tampoco estoy
libre, y a pesar de eso te puedo ver». Ella: «Tú te has liberado». Esto
demuestra que las almas no lo saben todo. Decir que yo estoy des-
prendida, cuando estoy en medio del mundo y tan apegada a mí
misma... Me preocupo demasiado de mi cuerpo enfermo, desaten-
diendo a mi alma, lo cual no es nada bueno. A veces me siento su-
premamente débil, supremamente oprimida, y es entonces cuando
viene aquella felicidad única, maravillosa y consoladora que me hace
olvidarlo todo, completamente todo.

El orgullo espiritual me ha alejado de los demás

15 de enero. No he vuelto a escribir, pues nada nuevo ha suce-


dido: cada noche el mismo ruido, pero no nada veo.

El Padre O... continúa viniendo, a veces incluso durante el día.

Esta noche fue insoportable, así que debo anotarlo. Mi cama era
arrastrada de un lado para otro; me espantaba en tal forma que no
sabía qué hacer. La niebla que me rodeaba era tan densa, que veía la
luz de mi cuarto como si se encontrase muy lejos. Me refugié en el
cuarto de al lado, donde encontré tranquilidad; allí sólo llegaba el
ruido. Hacia las cinco pude acostarme.

17 de enero. En D... me encontré de nuevo con aquella mujer que


ya había visto.

165
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

23 de enero. Sigue el horrible estruendo en mi cuarto. Me cuesta


mucho retirarme a descansar. Deben ser muchas almas. Todo se
calma cuando llega el Padre O...; él no me inspira temor. Me encuen-
tro muy débil y sé muy bien por qué: mi alma no puede reunir las
fuerzas precisas, y el cuerpo, al sentirse enfermo, la inclina a la pereza.

25 de enero. Se me presentaron cinco figuras. Me atormentaron


terriblemente, pues a cada instante querían tocarme, y esto es lo más
espantoso para mí.

29 de enero. El Padre O... ya puede hablar. Yo: «¿Qué puedo


hacer para ayudarle?» Él: «Continúa rezando». Yo: «No puedo enten-
der cómo es que todavía no está en el Cielo». Él: «El orgullo espiritual
me hizo aislarme de los demás». Yo: «Pero, ¿y todo el bien que hizo?»
Él: «Eso fue lo que me salvó». Yo: «Se aparece también a alguno de
sus otros alumnos?» Él: «No; tú tienes que rezar por mí».

30 de enero. ¡Qué angustia que pasé! Llamé al Padre O... para


que acudiese en mi ayuda, pero no se presentó sino hasta el amane-
cer. Yo: «¿No me oyó llamarle cuando los otros estaban aquí?» Él:
«Sí; yo estaba aquí». Yo: «¿Y por qué no podía verle?» Él: «Estabas
llena de miedo y no de amor». Yo: «Pero yo quiero ayudarlos a ellos
también». Él: «Sólo podrás ayudar cuando te olvides de ti misma».
Yo: «Me resulta realmente difícil mantenerme tranquila ante estas co-
sas tan horrendas».

1 de febrero. El Padre O... estuvo toda la mañana conmigo. Per-


maneció inmóvil todo el tiempo, aun cuando entraron en mi cuarto
algunas personas; se veía tan normal como una persona viva. Por la
noche las otras almas volvieron a atormentarme horriblemente.

4 de febrero. Ya puedo distinguir las cinco figuras: son cinco mu-


jeres, con las que no se puede hacer nada. El Padre O... me acom-
pañó largo rato.

166
1925

Tengo que apuntar ahora un asunto que nada tiene que ver con
las pobres almas. Lo escribo para que mi Director Espiritual esté al
tanto de todo lo que sucede conmigo: aquella sensación de bienestar
indecible crece de tal modo que me asusta. Hoy estuve media hora
fuera de mí misma. ¿Dónde? No lo sé. Algo se apodera poco a poco
de mí y de inmediato me resulta imposible realizar el menor movi-
miento; una presencia invisible me atrae. Una gran claridad me en-
vuelve y enseguida no sé más nada de mí misma. Estoy inmersa en la
felicidad. Quedo como desligada de todo lo que es humano, y enton-
ces gozo lo que es imposible de explicar. Esto me causa un cierto
temor, pues ciertamente no es normal perder la consciencia de uno
mismo. Es imposible que alguien como yo pueda caer en éxtasis. Y
entonces vienen los escrúpulos: ¿Serán imaginaciones mías? ¿Podrán
ser acaso alucinaciones? Sin embargo, esto me sucede en realidad.
Por eso, pongo todas mis preocupaciones en las manos de mi Direc-
tor; él me advertirá si hay en mí alguna cosa errada.

11 de febrero. He sufrido mucho. El Padre O... permaneció largo


rato a mi lado. Yo: «¿Continuará viniendo largo tiempo?» Él: «No».
Yo: «¿Ya ha sido liberado?» Él: «Aún no; sin embargo, veo más claro
y voy hacia allá, de donde no podré volver más». Yo: «¿Puede de-
cirme si todo es tal y como me enseñó?» Él: «Sí; no obstante, el len-
guaje humano jamás será capaz de expresar la grandeza de lo divino».
Después de esto llegaron las cinco, de las cuales dos tienen un rostro
repugnante. Una de ellas me dijo algo al oído, que me resultó impo-
sible entender.

15 de febrero. Estando en el piso superior con Wolfram se me


presentó aquel hombre que había visto dos veces en compañía de
Bárbara. Permaneció inmóvil a mi lado. Se veía muy infeliz.

La noche estuvo llena de espantos: las cinco me atormentaron de


manera horrible.

167
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

7 de febrero. El Padre O... estuvo aquí un breve momento, me


sonrió y desapareció; creo que no vendrá más.

19 de febrero. Me encontraba con Wolfram en brazos; de repente


el hombre se inclinó sobre nosotros y exclamó de forma lastimera:
«¡Me has olvidado!» Tenía razón, ya que desde que dejé de verlo no
volví a rezar por él.

El asesino de un niño visto por un niño

El 25 de febrero me encontré en el tercer piso con el hombre a


quien anteriormente vi con Bárbara. Me extendió sus manos, las cua-
les estaban manchadas de sangre. Yo: «¿Eres un asesino?» Él: «Soy».
Yo: «¿Golpeaste a Bárbara en la cabeza?» Él: «No». Yo: «¿A quién
mataste?» Él: «A su hijo». Yo: «¿Por qué?» Él: «La herencia». Yo:
«¿Era hijo tuyo?» Él: «No». Y desapareció. Lleva uniforme de caba-
llero del siglo XVI; es más bien joven; no infunde temor. Sus ojos
suplicantes me conmueven enormemente. Las cinco mujeres conti-
núan viniendo por las noches; una de ellas es de extraordinaria be-
lleza; todas son de otro siglo.

El 1 de marzo me hallaba yo con Wolfram cuando de improviso


se me presentó el hombre. El niño debió verle también, pues se le
quedó mirando fijamente y lleno de espanto. ¡Qué lástima que mis
testigos sólo sean niños de pecho, gatos y gallinas! Yo: «¿Por qué asus-
tas al niño? No quiero que hagas eso». Él: «¡Él ve más que tú!» Dicho
esto, entró al cuarto de N...; yo le seguí para ver si ella percibía algo.
Él se paró frente a ella, pero ella no notó nada. Estos son los momen-
tos en que puedo notar bien la diferencia entre las personas vivas y
las apariciones. Siempre me ha llamado la atención los ojos de los
espíritus, los cuales son completamente distintos de los de una per-
sona viva: sus ojos reflejan un dolor infinito. También la boca es dife-
rente de la de los vivos, pues ningún ser sobre la tierra jamás será

168
1925

capaz de expresar la amargura de su dolor como lo hacen de manera


tan intensa e indescriptible las almas. De día, naturalmente, me es
posible hacer mejores observaciones sobre las apariciones; he podido
ver, por ejemplo, que los vestidos son siempre impecables: los ador-
nos, los bordados, todo es como debe ser; las espuelas y las cadenas
golpean y suenan según se mueven; sin embargo, nade de esto es
visto ni oído por los demás.

7 de marzo. Las cinco continúan visitándome; nada se puede ha-


cer con ellas. Por fin vi de nuevo a mis queridos once. Cosa notable:
son mucho más pequeños; eran más altos que yo y ahora son tan
pequeños como niños.

9 de marzo. Estando en el tercer piso se me apareció nuevamente


el caballero. Yo: «Dime, ¿cómo te llamas?» Él: «El pobre». Yo: «¿Por
qué pobre?» Él: «¡Mírame!» Yo: «No veo nada». Al instante se me
acercó más, pero no noté nada de extraordinario; sólo veía sus manos
ensangrentadas. Yo: «¿Qué puedo hacer por ti?» Él: «¡Lávame!» Y
aquí viene lo bello: Corrí a buscar agua bendita; él se quedó allí com-
pletamente tranquilo esperándome. Derramé el agua bendita sobre
sus manos. ¡Ah, jamás olvidaré esa mirada suya llena de agradeci-
miento! No quedaron limpias del todo; sin embargo, la expresión de
su rostro cambió totalmente. Yo: «¿Así está bien?» «¡Reza!», respon-
dió él. Recité entonces el De profundis; una vez terminado, desapa-
reció. Ahora me siento nuevamente alegre. Sólo hay una cosa que me
sigue intrigando, y es que, después de haber derramado sobre sus
manos una botella entera de agua bendita, que, como es lógico, debía
derramarse en el suelo, sobre éste no quedó el menor rastro89.

11 de marzo. Hubo mucho ruido en mi cuarto; se escuchaba


como si infinidad de personas calzadas con grandes botas corrieran
de un lado para otro, y a veces sonaba también como si se tropezaran.

89
Véase 16 de febrero de 1924.

169
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

13 de marzo. Ocurrió algo extraño. Me encontraba envolviendo


vasos, para lo cual tenía frente a mí un papel viejo y arrugado. De
repente, éste comenzó a elevarse; sin embargo, en el cuarto no había
la menor corriente de aire. Dirigí mi mano hacia el papel para aga-
rrarlo, y fue entonces cuando mi manó sintió el contacto de otra
mano; ¡fue algo horrible! El terrible pánico me hizo salir corriendo.
Lo invisible me resulta mucho más difícil de soportar. ¿Será acaso
que todo el tiempo estoy rodeada de lo sobrenatural? No hay palabras
para describir cuánto me hace sufrir todo esto; creo que nunca con-
seguiré acostumbrarme a estas cosas.

16 de marzo. En D... me encontré dos veces con una señora por


completo desconocida; sus vestidos parecían ser del año 1850.

Aparece el Párroco Natterer

El 18 de marzo escuché violentos sollozos. Estuve largo tiempo sin


poder ver nada, pero, finalmente, vi cómo de la niebla salía la figura
del Párroco Natterer. No sabía que hubiese muerto. Su estado es real-
mente repugnante, pero estoy segura de que es él. Siempre me resultó
antipático; por ello su rostro se me quedó grabado y de manera im-
posible de olvidar. Me aterra la idea de que continúe visitándome.
Está como envuelto en aquella masa pegajosa que vi en algunas otras
apariciones. El pobre me causa mucha pena. Debo confesar también
que el espanto que sentí fue tan intenso que rompí a llorar. No puedo
más. No sé qué será de mí si la situación sigue así. Reconozco que
soy terriblemente cobarde y egoísta.

Ah, Padre, ¿qué sucede conmigo? Lo sobrenatural amenaza con


aplastar mi débil inteligencia. No puedo hablar nada de esto con na-
die, pues siento temor de decir alguna cosa inoportuna que vaya en
contra de la verdad; sin embargo, en esto cuaderno debo contarlo
todo, pues sola no encontraré una explicación. Soy como arrancada

170
1925

del mundo y no lo puedo resistir. Al principio siento un gran dolor


de mis pecados. Estos sentimientos me alertan de que aquello va a
venir nuevamente sobre mí, ya que normalmente soy bastante rela-
jada. De repente me encuentro rodeada de luz. Escucho un sonido
como venido de muy lejos y siento que algo me atrae de forma irre-
sistible. Entonces no veo nada más que claridad. Me siento como
atrapada por algo. No se trata tanto de ver, sino más bien de pensar;
nunca habría imaginado algo semejante. En esos instantes lo único
que puedo hacer es adorar y amar, y esto sin necesidad de palabras;
es como estar inmersa en lo celestial. Yo no pido esto, pero continua-
mente mi alma es invadida y arrebatada hacia el encuentro de una
felicidad inimaginable. Todo esto me asusta mucho.

Tengo que confesar que me he descuidado un poco con la medi-


tación: me he limitado a rezar sólo mis oraciones obligatorias; en po-
cas palabras, he pensado menos en el buen Dios. Y ahora todo ha
empeorado; «empeorado», dice mi parte humana, pero, por el con-
trario, mi alma dice que todo ha «embellecido». Sin embargo, ¿cómo
disimular esta situación si todo continúa del mismo modo?

15 de abril. Hace tiempo que dejé de hacer anotaciones, pues


quería saber qué ocurriría si no volvía a pensar en las almas, pero la
cosa ha seguido igual. El Párroco Natterer ha venido catorce veces;
sólo me dijo: «Te pido una misa». Su intranquilidad es tan grande
como nunca había visto en otras apariciones. No puede estar quieto
ni por un momento. La masa pegajosa comenzó a caérsele como a
pedazos desde la novena aparición; esto hacía que su rostro se viera
muy extraño. Diversas veces derramé agua bendita sobre él; entonces
me miraba con tanta gratitud que eso ha sido para mí el más hermoso
regalo de Pascua. No debo seguir lamentándome, ya que yo también
gozo de alegrías indescriptibles.

171
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Juan

24 de abril. Hace tres días que me visita durante la noche un ani-


mal, lo cual no es nada agradable; parece un pequeño búfalo o car-
nero, muy negro; me produce mucho terror. En cierto momento saltó
sobre mi cama; esto me espantó tanto que de inmediato lo rocié con
agua bendita y al instante desapareció.

25 de abril. El animal se me presentó tres veces durante la noche.


No tiene nada de humano.

26 de abril. Vino de día. Ahora tiene un rostro humano, pero


completamente negro. Su apariencia me provoca escalofríos. Incluso
podría tratarse del demonio, ¡pero no, ni pensarlo!

27 de abril. Cuando me retiré a dormir, lo hallé esperándome.


Me puse a rezar mis oraciones de la noche; entonces comenzó a co-
rrer alrededor de mí y me dio un empujón tan fuerte que casi me tira;
resolví no acostarme y salí al pasillo. Él se quedó en mi cuarto. Al
cabo de un rato regresé y no lo vi. Sin embargo, apenas suspiraba
aliviada cuando de repente se abalanzó contra mí y me tiró al suelo.
Creí morir de terror. Su rostro estaba pegado al mío. Yo: «¡Vete! ¡Te
ayudaré, pero no me toques!» Al oír estas palabras comenzó a gritar
de un modo terrible y retrocedió. Yo: «¡Sólo dime si eres un alma del
Purgatorio!» Él: «¡Soy Juan!» Yo: «¿Por qué te ves como un animal?»
Él: «¡Mi pasión!» Esta respuesta la acompañó de un horrible aullido.
Yo: «¿Qué debo hacer por ti?» Él: «¡Todo lo que puedas! ¡Sufro mu-
cho!» Entonces comenzó a saltar como un desesperado, o, mejor di-
cho, como una bestia enfurecida.

12 de mayo. Juan se me ha presentado muchas veces; siempre


viene a cuatro patas, igual que un animal; no obstante su rostro se ha
hecho más humano todavía. Su piel está húmeda, como si acabase de
salir del agua.

172
1925

17 de mayo. He sufrido cosas horrorosas; los miedos que paso me


debilitan mucho.

22 de mayo. El siniestro visitante ha venido todas estas noches.


Ahora reconozco muy bien su rostro: se trata del Dr. G..., quien siem-
pre me pareció una muy respetable persona. No ha respondido a mis
preguntas.

25 de mayo. Se ha vuelto aún más espantoso, lo que hace que


ahora yo experimente muchísimo más pavor. Exclamó: «¿Por qué no
me das nada?» Yo: «Pero si yo te doy todo lo que puedo». Entonces
se enfureció y se arrojó sobre mi cama. No sé qué ocurrió luego.
Cuando recuperé el conocimiento lo hallé acurrucado en un rincón.
Me levanté y me puse a rezar a su lado; pronto desapareció.

El 27 de mayo se me presentó durante el día. Yo: «¿Dime, ¿te


suicidaste?» Él: «No». Yo: «¿Entonces por qué no puedes hallar la
paz?» Él: «¡Los pecados ocultos...!» (No pude entender lo demás). Yo:
«¿Qué más puedo hacer para ayudarte?» Él: «¡Flagélate!» Yo: «Me
exiges demasiado; ¡el sólo hecho de tener que verte ya es un tormento
enorme para mí!» Él: «Si lo hicieras, ambos quedaríamos libres»90.

30 de mayo. Estuvo largo tiempo conmigo. Ahora ya anda en dos


pies, pero todavía tiene esa piel de animal. Anduvo por el cuarto
como si buscase algo; finalmente se sentó en el suelo y se quedó mi-
rándome fijamente. La cosa no resultaba nada agradable, pero así
pude observar que ya había desaparecido de sus ojos aquella expre-
sión de maldad. Le pregunté: «¿Te estoy ayudando más?» Él: «Sí».
Él: «¿Por qué no acudiste antes a mí?» Él: «No me estaba permitido».
Yo: «¿Por qué vienes a mí cuando hay tantos otros que podrían ayu-
darte mejor?» Él: «Tú estás más próxima a nosotros». Yo: «¿A qué te

90
Esto es: cuanto más fuerte y eficaz sea tu ayuda, tanto más pronto me
liberas, y por lo mismo más rápido descansas de mí.

173
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

refieres?» Él: «Tu alma». Yo: «No entiendo». Él: «¡Vives como si no
vivieras!»91 Una vez dicho esto, desapareció. Qué lástima, me hubiese
gustado preguntarle más cosas.

4 de junio. Juan me visita a diario, pero sin pronunciar palabra.


En vez de la piel de animal, ahora viene vestido con algo grisáceo.

Dos días de paz completa; cómo los agradezco. Vuelvo a decir


que no me gusta anotar lo que a mí misma se refiere; sin embargo lo
hago porque no debo omitir nada.

8 de junio. Se me presentó con una apariencia completamente


humana. Yo: «Ahora sí te ves igual que en vida; pero dime, ¿por qué
tuviste que venir con apariencia de animal?» Él: «Representaba mi
vida». Yo: «Pero si tú llevaste una vida normal y nunca diste escán-
dalo». Él: «La justicia de Dios ve todo muy diferente de como lo ven
los hombres. Mi alma sentía hambre; buscaba, pero no encontraba».
Yo: «¿Cómo pudiste salvarte?» Él: «En el último instante creí». Yo:
«Dime alguna cosa del otro mundo». Él: «Es la claridad y el conoci-
miento. El que siembra, podrá recoger». Yo: «¿Qué es lo que más te
atormenta?» Él: «El deseo». Yo: «¿El deseo de Dios?» Él: «Sí». Yo:
«¿Aún te encuentras completamente separado de Él?» Él: «Me en-
cuentro en el espacio intermedio». Yo: «¿En el Purgatorio?» Él: «No».
Añadió algo más que me fue imposible entender; me pareció escu-
char «por encima», pero no puedo asegurarlo.

10 de junio. Yo: «Dime nuevamente dónde te encuentras en estos


momentos». Él: «En el espacio intermedio». Yo: «¿Qué es lo que quie-
res decir?» Él: «Entre la oscuridad y el resplandor»92. Yo: «¿Eso signi-
fica que dentro de poco serás liberado?» Él: «Sí». Yo: «¿Y en todo

91
Esto es: tú no vives para ti, sino que te sacrificas por nosotros.
92
Como ya se dijo al principio del libro, a Santa Brígida de Suecia se le
habló de una parte del Purgatorio donde no se sufre sino el deseo de Dios. A

174
1925

este tiempo nadie ha pedido por ti?» Él: «Sí; el torrente del Sacrificio
fluye sin cesar. Salvación para quienes han creído». Yo: «¿Te refieres
a la santa misa?» Él: «Sí».

12 de junio. Juan vino todo contento y resplandeciente. Yo:


«¡Cuán radiante de felicidad estás hoy!» Él: «¡Me has ayudado mu-
cho!» Yo: «¿Puedes decirme por qué al principio venías tan repug-
nante? ¿Sabías que venías con figura de búfalo?» Él: «Sí». Yo: «¿Era
parte del castigo?» Él: «Mi pecado». Yo: «¿Qué podría hacer para que
las almas no continúen viniendo a mí?» Él: «No puedes detener un
torrente». Yo: «Entonces dame al menos una señal para que la gente
crea que estuviste aquí». Al instante se me acercó y me susurró al
oído: «Ofrece también este sacrificio por nosotros». Dicho esto se mar-
chó; creo que para siempre.

El pobre Martín

4 de julio. El Dr. G... no vino más. En cambio, ahora, acompaña-


das de un estruendo ensordecedor, se me presentan dos figuras im-
posibles de reconocer.

7 de julio. Un hombre salió a mi encuentro mientras subía las


escaleras. Pensé que se trataba de un mendigo, por lo que le dije:
«Espéreme un momento que enseguida le traeré algo». Entonces se
me acercó y, de repente, desapareció entre niebla. Su aspecto era tan
natural que ni por un instante pensé que fuese una aparición. En D...
me encontré por siete veces a la misma señora de la vez pasada; su
nombre es «Isabela»; no pude preguntarle más cosas porque nunca
me encontraba sola.

este lugar también se le conoce como la antesala del Cielo. Ver pág. 313, des-
cripción del Purgatorio.

175
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

9 de julio. Un horrible estruendo me despertó. Durante un cierto


tiempo mi habitación estuvo como envuelta en llamas. No vi nada;
únicamente el terrible ruido y como llamadas lejanas. El oír sin ver
me amedranta muchísimo, pues me lleno de intensa angustia por no
saber qué podrá venir a continuación. He de decir que mis nervios
han estado tan tensos, que apenas si he podido conciliar el sueño.

11 de julio. El hombre de las escaleras se me presentó en el Ora-


torio; abrió la puerta como una persona viva. Me asusté bastante, pero
continué arrodillada. Primero se paró a mi lado; después se arrodilló
también. No pude soportar mucho; salí del Oratorio y él me siguió.
Le pregunté: «¿Qué quieres de mí?» Él: «Amor». Yo: «Te lo daré si
me dice quién eres». Él: «Tú me ayudaste en vida. ¡Mírame!» Enton-
ces caí en la cuenta de que llevaba puesta una chaqueta de punto que
yo misma tejí hace años. Yo: «No te recuerdo a ti, pero sí a la cha-
queta. ¿Te la regalé yo?» Él: «Sí». Yo: «¿Viviste aquí?» Él: «No». Yo:
«¿Y por qué vienes aquí?» Él: «¡Porque tú tienes que ayudarme!» Yo:
«¿Por qué dices que tengo que...? Nadie puede obligarme». Él: «¡El
amor!» Yo: «Sí, te ayudaré, pero dime tu nombre». Él: «¡El pobre
Martín!» Y desapareció. No tengo la menor idea de quién pueda ser.
Su aspecto es bondadoso; es un hombre anciano, con barba larga;
parece un mendigo. Muy extraño lo de la chaqueta. ¿Quién podrá
ser? Recuerdo muy bien que mientras la tejía, leía a Sven Hedin.

Estuve quince días en Múnich, que resultaron francamente inso-


portables. Al principio sólo escuchaba ruido; luego, pasados cinco
días, se me presentó una figura masculina que permaneció largo rato
conmigo; no cesó ni por un instante de hacer gestos suplicantes; no
pude reconocerlo. Recé mucho con él, pero le resultaba indiferente;
lo único que hizo, y esto sólo una vez, fue posar su mano sobre mi
cabeza. ¡Oh, esa mano! Fue horrible. A mi pregunta acerca de quién
era, me contestó: «Anima»93. Fue todo lo que pude sacarle.

93
En español: Un alma.

176
1925

También en una tienda vi una señora junto al vendedor. Cuando


le pregunté algo a la señora, el vendedor me miró sorprendido y ella
desapareció.

Había ido a visitar a mi hermana en la clínica; me encontré en el


pasillo con dos señoras con una expresión tan triste en sus rostros que
no pude evitar preguntarles acerca de su salud. Una enfermera que
en ese momento pasaba se quedó mirándome como asustada; segu-
ramente pensaría que estoy loca. Las mujeres desaparecieron.

Al poco tiempo de haber llegado a Waal se me presentó el pobre


Martín. Vino a mi encuentro en el jardín. Yo: «¿Te has dado cuenta
de que he rezado por ti?» Él: «Sí; pero dame aún más». Yo: «Te agra-
dezco mucho que no te me aparezcas por las noches». Él: «Los otros
no me dejan». Yo: «¿Cuáles otros?» Él: «Los que están contigo». Yo:
«¿Son muchos? ¿Son ellos los que provocan todo ese estruendo?» Él:
«Sí». Yo: «¿Por qué aún no puedo verles?» Él: «Ellos no gozan todavía
de la posibilidad de mostrarse». Yo: «¿Y cuándo podrán?» Él: «En un
nivel superior». Yo: «¿Tú ya estás en él?» Él: «Yo estoy en el espacio
intermedio». Yo: «¿Pueden venir a mí sólo desde el espacio interme-
dio?» Él: «No todos encuentran el camino». Yo: «¿Y cómo es ese ca-
mino que los conduce hacia mí?» Él: «Es penoso, pero tú nos atraes».
Yo: «¿Dónde te encuentras sepultado?» Él: «Erlangen». Luego desa-
pareció. Cuando me controlo y contemplo sin miedo a las figuras que
se me aparecen, éstas se vuelven más comunicativas, me parece. El
ruido por la noche a veces se hace insoportable; el estruendo siempre
anuncia que algo va a suceder.

En U... vi dieciséis veces a Isabela. Yo: «¿De dónde vienes?» Ella:


«Del tormento». Yo: «¿Eres pariente mía?» Ella: «No». Yo: «¿Cuándo
moriste?» Ella: «1846». Yo: «¿Dónde estás sepultada?» Ella: «En Pa-
rís». Yo: «¿Por qué no logras hallar la paz?» Ella: «Nunca pensé en mi
alma». Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?» Ella: «Una misa». Yo: «¿No

177
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

tienes familiares?» Ella: «Ellos han perdido la fe». Yo: «¿Has estado
todo este tiempo en este castillo?» Ella: «No». Yo: «¿Y por qué ahora
sí?» Ella: «Porque estás tú». Yo: «¿Pero en vida estuviste alguna vez
aquí?» Ella: «Sí; fui la amiga de muchos». Ella me resulta sumamente
agradable. Ahora hay algo que me tiene muy inquieta: con frecuen-
cia, incluso en pleno día, mi cuarto aparece ardiendo en llamas.

11 de agosto. El pobre Martín vino de nuevo a mí en el jardín.


Yo: «¿Qué otra cosa quieres? Hago lo que puedo por ti» Él: «Podrías
hacer mucho más, pero piensas demasiado en ti misma». Yo: «No me
dices nada nuevo, lamentablemente. Dime qué otras cosas malas ves
en mí». Él: «Rezas muy poco, y gastas mucho de tu tiempo yendo de
una parte a otra con la gente»94. Yo: «Lo sé, pero no puedo vivir sólo
para vosotros. ¿Qué otra cosa ves en mí?, ¿tal vez pecados por los
que tú padeces ahora?» Él: «No, pues de lo contrario no nos podrías
ver ni ayudar». Yo: «Dime algo más». Él: «No olvides que soy sólo
un alma»95. Me miró entonces con tanta dulzura que me sentí muy
feliz. Sin embargo me hubiese gustado que me contase más cosas.
Sería muy hermoso si pudiese dedicarme únicamente a las pobres
almas; pero... ¡los hombres!

94He aquí una gran enseñanza de las almas a Santa Faustina acerca de no
malgastar el tiempo en cosas vanas y sí aprovecharlo en favor de nosotros y de
los demás: «Cierta ocasión, al anochecer, cuando paseaba por la huerta rezando
el rosario, llegué hasta el cementerio, entreabrí la puerta y me puse a rezar un
momento y les pregunté a ellas dentro de mí: ¿Seguramente sois felices? De
repente oí estas palabras: Somos felices en la medida en que hemos cumplido
la voluntad de Dios... y después, el silencio como antes. Me ensimismé y pensé
mucho tiempo cómo yo cumplo la voluntad de Dios y cómo aprovecho el
tiempo que Dios me concede». (Diario de Santa Faustina, numeral 516. Otros
numerales que hablan acerca de lo mismo: 62 y 351) (N. A.)
95 Las almas del Purgatorio, al contrario de los bienaventurados en el Cielo,

no participan de la ciencia y la visión de Dios. Por tanto, tan sólo pueden cono-
cer el estado del alma de una persona viva en la medida en que Dios les pro-
porciona dicho conocimiento.

178
1925

¡Soy la culpa no expiada!

14 de agosto. Isabela supo encontrarme también aquí. Vino du-


rante el día. Yo: «¿Por qué no te quedaste en U...?» Ella: «Yo estoy
siempre contigo». Yo: «¿Continuarás viniendo largo tiempo?» Ella:
«Depende de tu misericordia». Yo: «Debes entender que debo ayu-
dar también a otros y no puedo darte todo a ti». Ella: «¡Exprime tu
amor y así podrás ayudar más!» Yo: «¿Es voluntad de Dios que voso-
tros vengáis a mí?» Ella: «Sí». ¡Qué alegría me da el saber que el buen
Dios pensó en mí para esta obra!

23 de agosto. Sólo una de las sombras ha tomado forma: es un


anciano. Su continuo movimiento e intranquilidad se asemeja a la
sombra de un árbol movido por el viento en un día soleado sobre un
suelo pedregoso.

25 de agosto. El hombre llegó furioso y se comportaba de modo


abominable. Durante la oración se calmó.

27 de agosto. Ya puede hablar. Me gritó: «¡Ayúdame!» Yo: «Con


gusto, ¿pero quién eres?» Él: «¡Soy la culpa no expiada!» Yo: «¿Qué
cosa debes expiar?» Él: «¡Fui un calumniador!» Yo: «¿Puedo hacer
algo por ti?» Él: «¡Mi palabra continúa en el escrito, y así la mentira
no muere!» Yo: «¿Y entonces cómo podré ayudarte?» Él: «¡Sacrificán-
dote!» Al instante se me acercó y presionó su horrorosa cabeza contra
mi rostro. ¡La sensación fue indeciblemente espantosa! No obstante,
no llegué a perder los sentidos, pero todo mi cuerpo fue sacudido por
un terrible escalofrío.

28 de agosto. Le pregunté: «¿Estás mejor ahora? ¿Te has dado


cuenta de que he ofrecido por ti la Comunión?» Él: «Sí; de ese modo
expías mis pecados de lengua». Yo: «¿No puedes decirme quién
eres?» Él: «Mi nombre ya no debe ser mencionado». Yo: «¿Dónde
estás sepultado?» Él: «En Leipzig». Yo: «No logro entender cómo es

179
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

que vosotros conseguís encontrarme». Él: «Se nos indica el camino a


seguir». Yo: «¿Pero existe más de un camino?» Él: «Siete». Yo: «¿Po-
drías darme noticia de otras almas?» Él: «No». Yo: «¿Quién más está
aquí dentro de mi cuarto? Veo dos sombras». Él: «Estamos aislados».
Yo: «¿Eso quiere decir que no ves a otras almas?» Él: «Sí». Se quedó
toda la noche conmigo, siempre moviéndose de un lado para otro.

29 de agosto. Me persiguió todo el día. Yo: «¿Por qué estás siem-


pre a mi lado? Te ruego que te vayas al menos cuando me encuentre
con personas, ya que en esos momentos no podré darte nada». Al oír
esto me dio un empujón tan fuerte que casi caigo por las escaleras.
Le dije: «¡Tú no puedes hacer eso!» Él: «¿¡Dónde están tus sacrifi-
cios¡?» Yo: «Perdóname; no dejo de pensar en mí misma». No me
dejó hasta las siete de la tarde. Fue un día horrible. Busqué refugio
en la iglesia; allí permaneció de pie como una estatua frente a mí,
pero al menos no me molestó. Yo: «¿Ves a Cristo en el sacramento,
o de forma real?» Él: «El sacramento es para los vivos; sin embrago,
sólo podré verlo cuando me encuentre totalmente limpio»96.

30 de agosto. El hombre no cesa de atormentarme, me empuja y


me golpea. Al preguntarle el porqué de ese trato hacia mí, me gritó:
«¡Tú me has olvidado!» Yo: «¡Pero no puedo hacer por ti más de lo
que hago!» Él: «¡Tú debes hacerlo!» Yo: «¡Dime entonces qué es exac-
tamente lo que necesitas!» Él: «¡No rezas lo suficiente!» Yo: «Sí, es
cierto; pero me siento tan cansada que a veces no soy capaz de hacer
más nada». Al oír esto, se llenó de ira, me dio un golpe y se marchó.

96
Santa Catalina de Génova (Tratado sobre el Purgatorio, parte 14): «Si se
obligase a un alma a ponerse en presencia de Dios no estando purificada por
completo, se le haría con ello una gran injuria y representaría para ella un sufri-
miento mucho mayor que el fuego de diez Purgatorios, ya que la bondad y
justicia suma no podrían soportarla (en ese estado) y sería querer cometer una
terrible injusticia contra Dios». «El Purgatorio nos hace comprender lo maravi-
lloso que ha de ser el Cielo, ya que de no ser así, Dios no se preocuparía de
purificarnos tanto para entrar en él» (El misterio del Purgatorio).

180
1925

A las cinco de la madrugada volvió gritándome: «¡Levántate!» Perma-


neció conmigo hasta que salí para la iglesia. De regreso lo encontré
de nuevo en el cuarto. Le dije: «Hazme el favor de marcharte». Al
instante se abalanzó sobre mí, y lo que esto me hizo sufrir me es im-
posible describirlo. Fue más de lo que pude soportar. Sin embargo,
no quiero volver a quejarme, ¡pero siento tanto miedo!

3 de septiembre. En estos últimos días sufrí mucho más que en


todo el tiempo anterior. Fue la lucha de un desesperado. Pero parece
que todo finalmente ha terminado. Hoy se veía muy tranquilo y con-
tento, pero no habló nada.

4 de septiembre. Se me presentó sonriendo. Yo: «Hoy me agra-


das». Él: «¡Voy al esplendor!» Yo: «¡No te olvides de mí!» Él: «Los
vivos piensan y olvidan; los muertos no pueden olvidar a quien les
dio el Amor». Y desapareció. Esas palabras fueron muy consoladoras.
¿Quién sería él? Se lo pregunté muchas veces, sin obtener respuesta.

Mis familiares se ríen de mí, pues con frecuencia me escuchan


hablando sola. Yo les digo que eso es por mi vejez.

Un Sacerdote Dominico

5 de septiembre. Las demás sombras han comenzado a adquirir


forma. Se me ha presentado un Dominico. Su rostro es irreconocible;
sólo una masa grisácea. Está bastante tranquilo, pero murmura pala-
bras inentendibles; parece latín.

6 de septiembre. Estuvo toda la noche conmigo. Tenía tanto


sueño que continué durmiendo y así perdí lo más sagrado: la Comu-
nión. Así soy yo: siempre pendiente del cuerpo, inmortificada y pere-
zosa en cuanto al espíritu.

181
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

10 de septiembre. Nada especial. El Dominico no me inspira


miedo, sólo que permanece mucho tiempo y eso me cansa.

En el camino hacia el molino me encontré una mujer que no tenía


en sí nada de especial. Al pasar junto a ella, escuché un grito: «¡Mise-
ricordia!» De inmediato me di la vuelta, y sólo entonces caí en la
cuenta de que se trataba de un alma del Purgatorio. Efectivamente,
sus ojos eran totalmente distintos de los de una persona viva. Como
habían obreros cerca, fingí perder algo y le pregunté en voz baja:
«¿Qué puedo hacer por ti?» Ella: «Rezar mucho». Al verla de cerca,
pude comprobar que era la madre de Rosa B... Yo: «¿Eres realmente
Teresa B...?» Ella: «Soy». Yo: «Pero si tú llevaste una vida tan buena».
Ella: «Todo era pura apariencia; sólo fui sincera a la hora de la
muerte». Yo: «¿Debo decírselo a tus hijas?» Ella: «No; tú puedes ayu-
darme». Yo: «Pero debo ayudar a tantos con mis pobres oraciones, y
así es muy poco lo que recibe cada uno». Ella: «Cuando es el amor
quien da, las cosas pequeñas se hacen grandes». Dicho esto, desapa-
reció.

13 de septiembre. El Dominico es un Sacerdote a quien conocí


muy bien en vida. Es francés. Se inclinó al yo comenzar a rezar.

17 de septiembre. Por la tarde me sentía sumamente triste y hasta


lloraba. Entonces una mano se posó sobre mi cabeza. Levanté el ros-
tro y vi que era el Dominico. Dijo: «¿Por qué lloras?» Yo: «Porque no
estoy satisfecha de mí». Él: «¿Por qué no me cuentas todo?» Yo: «¿Tú
podrías ayudarme?» Él: «Me gustaría hacerlo». Yo: «Temo mucho
por mi alma... No basta con tener la buena voluntad de no pecar, y
no sé qué hacer». Él: «Si no pecas, no puedes perderte». Yo: «Pero
yo peco, ¿no ves mi alma?» Él: «No; sin embargo, el camino que
conduce a ti es muy claro; de lo contrario, no podríamos venir. Ten,
pues, confianza y sé humilde». Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?» Él:
«Por medio de la mortificación». Permaneció aún largo rato conmigo.

182
1925

Es la primera aparición que comienza a hablar sin que yo preguntase


primero.

Los momentos inmediatamente después de la muerte

27 de septiembre. Permaneció largo tiempo conmigo. Yo: «Dime,


por favor, ¿vemos a Dios inmediatamente después de la muerte?» Él:
«Sí; el alma se estremece en adoración, y luego se entrega a la purifi-
cación». Yo: «¿No puedes decirme nada más?» Él: «Solamente que
cuanto más ames a Dios, tanto más serás feliz en la eternidad». Yo:
«¿Falta mucho todavía para que estés del todo purificado?» Él: «No».

29 de septiembre. En la iglesia vi a una mujer desconocida frente


al altar de la Santísima Virgen.

El Dominico estuvo largo rato conmigo. Yo: «Dime, ¿cómo puede


uno salvar su alma?» Él: «Con fe y humildad». Yo: «¿Puedo hacer
algo para evitar que se me aparezcan las pobres almas?» Él: «No».
Yo: «Pero, ¿y si me negase a ayudarlas?» Él: «Ellas te obligarían». Yo:
«¿Puedo llamar a un alma de la que quisiera saber algo?» Él: «Tú no
tienes poder alguno sobre ellas»97.

No puedes comprender lo que es la Justicia divina

1 de octubre. Ha venido de nuevo algo horrible. Parecía un ani-


mal. Yo sé que esto también pasará, pero no puedo dejar de sentir
miedo.

97
Los espiritistas afirman que podemos invocar a los difuntos. Si a esta santa
Princesa, que veía a las almas en formas diversas y convivía con ellas, le era
imposible llamar algún alma de la que quisiera saber algo, ¿cómo podrán ha-
cerlo entonces los curiosos espiritistas? Más bien preguntémonos: ¿Quién es el
que se manifiesta en dichas sesiones espiritistas?

183
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

3 de octubre. Después de aquel horror, se me presentó el Domi-


nico. Yo: «Cuánto me alegro de que hayas venido, ¡tenía tanto miedo!
¿Sabes quién era ese?» Él: «No; nosotros seguimos cada cual nuestro
camino». Yo: «Era un animal. ¿Por qué vino con forma de animal?»
Él: «Tú ves el pecado. Olvídate de ti misma y ayúdalo». Yo: «¿Cuál
sería la ayuda más rápida?» Él: «El sacrificio de tu propia voluntad».
Yo: «¿Y por qué no la santa misa?» Él: «Porque no creyó en ella». Yo:
«¿Y por qué a los demás sí les sirvió?» Él: «Tú no puedes comprender
lo que es la Justicia divina». El Dominico no me asusta para nada; su
presencia incluso me agrada.

7 de octubre. El horrible animal ha venido todas estas noches. Es


un simio inmenso, semejante al de la vez pasada. ¿Por qué sigo sin-
tiendo este pánico tan espantoso? ¿No llegaré a acostumbrarme
nunca?

9 de octubre. Desgraciadamente el Dominico no viene ya; en cam-


bio, continúa visitándome aquel repugnante animal.

10 de octubre. Una noche espantosa; quizás esto sirva para que


yo mortifique mi voluntad. Por tanto, me limitaré a relatar los hechos
sin lamentarme. La oración le resulta indiferente. El simio es tan alto
como la puerta. Saltaba por todos lados como un demente. Suele en-
trar por la ventana, cosa que me espanta de un modo particular. Me
golpea y hasta me olfatea como un animal salvaje. Una vez intentó
estrangularme, pero de inmediato me coloqué la cruz en mi cuello y
desapareció.

14 de octubre. El simio se me presenta todos los días, o, mejor


dicho, todas las noches. Algo interesante: su piel está siempre mojada,
como si hubiese estado bajo la lluvia. Me estrujó con sus grandes
brazos; me alegro, sin embargo, de que sea un mono y no una ser-
piente, ya que estas son para mí lo más insoportable.

184
1925

17 de octubre. El simio es desesperante; sus ojos, que no aparta


de mí ni por un segundo, parecen carbones encendidos. Tengo que
confesar que ahora soy más valiente. Hace un año no hubiese podido
soportar algo semejante. Estando así toda miserable, vino el Domi-
nico, con lo que aquel monstruo se fue. Yo: «¿Por qué no viniste an-
tes?» Él: «Estabas envuelta» Yo: «¿De qué?» Él: «Del más grande te-
rror». Yo: «Sí; ayúdame a socorrerlo». Él: «No estoy libre todavía».
Yo: «Dime al menos qué dedo hacer por él». Él: «Demuéstrale tu
amor». Yo: «Pero si no siento el menor amor por él; a lo sumo me
inspira compasión». Él: «Has aquello que más te parezca difícil». Yo:
«¿Flagelarme?» Él: «Sí».

18 de octubre. El Dominico se me presentó por la mañana. Yo:


«Me dijiste que aún no te encontrabas libre. ¿Cómo podré liberarte?»
Él: «Ofrece siete comuniones por mí». Yo: «¿Por qué no me lo dijiste
antes?» Él: «Porque las ofrecías por otros». Yo: «¿Cómo lo sabes?» Él:
«Vi cómo se alejaban de ti con las manos llenas». Yo: «Otra alma me
dijo que no podía ver a las demás almas que venían a mí. ¿Cómo es
que tú sí puedes?» Él: «Somos diferentes».

El mono pasó la mitad de la noche conmigo; estuvo muy agitado


y permaneció la mayor parte del tiempo acurrucado en un rincón. De
repente se arrojó sobre mí como un perro furioso. Le grité: «¡No pue-
des hacer eso!» Al oír esto cayó al suelo, se levantó de un brinco y de
nuevo se abalanzó sobre mí. Entonces le di una terrible bofetada.
¡Dios mío!, nunca jamás volveré a hacer algo así. Gritó de dolor y
muchas lágrimas comenzaron a brotar de aquellos ojos salvajes. Fi-
nalmente, sollozando, se acurrucó en su rincón. ¡Cuánta pena me
causó! Me arrepiento de haber sido tan cruel con él. Traté de conso-
larlo lo mejor que pude y le dije que hiciese lo que mejor le pareciese.
Y pensar que ayer había escrito que ahora yo era más valiente; mejor
hubiese escrito que ahora tenía menos corazón.

185
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

19 de octubre. Estando jugando con Wolfram, se me presentó el


Dominico. Yo: «¡No asustes al niño!» Él: «Su inocencia me atrae». En
efecto, el niño se veía alegre y miraba al Sacerdote con mucho
agrado; la escena era increíble, y muy linda y real también. Yo: «Vete,
por favor, que viene gente». Él: «No pueden verme» Yo: «¿Y por
qué?» Él: «Porque están vivos». Yo: «También yo lo estoy». Él: «¡Tú
nos perteneces!» Se inclinó sobre Wolfram y desapareció. ¿Por qué
les pertenezco? Esto me resulta muy inquietante.

¿Sabes cuándo moriré?

20 de octubre. El simio estuvo casi toda la noche conmigo. Su


rostro es algo más humano, pero extremadamente repugnante. Estu-
vimos mucho tiempo rezando juntos. Le gusta mucho que le dé agua
bendita. Lo vi también sobre el césped del jardín. Vi las mujeres en
la iglesia; llevan vestidos antiguos.

24 de octubre. Me volvió a visitar mi querido Dominico. Yo: «¿Po-


drías decirme por qué hay almas que lo único que hacen es atormen-
tarme?» Él: «Son las del grado inferior. El pecado se encuentra aún
adherido a ellas. Están salvadas, pero no purificadas». Yo: «¿Tú nunca
estuviste en ese grado?» Él: «No, por la misericordia de Dios». Yo:
«¿Cuándo moriste? No tenía la menor idea de que habías muerto»
Él: «Hace cuatro meses». Yo: «Explícame, por favor: si las almas no
tienen cuerpo, ¿cómo es posible entonces que yo pueda verlas como
si lo tuviesen?» Él: «Por un permiso especial de Dios, pues, de lo con-
trario, no podrías vernos». Yo: «Pero, ¿cómo es que aun teniendo los
ojos cerrados, me doy perfecta cuenta de vuestra presencia?» Él: «Es-
tamos unidos a ti». Yo: «Vosotros os molestáis que a veces me sienta
alegre a pesar de mi compasión hacia vosotros?» Él: «No, ya que así
tú adquieres ánimos»98.

98
El Señor sabe lo débiles que somos, y así, cuando mucho exige, mucha
da. Por eso siempre dejaba que las almas la alegraran con su visita antes de subir

186
1925

24, 25 y 26 de octubre. Horribles noches con el simio a mi lado.


Me fue imposible dormir. Creo que necesita mucha ayuda, pues no
veo ningún cambio todavía. ¡Señal también de lo miserable de mi
oración!

El Dominico me visitó un momento. Yo: «Estoy muy triste; a veces


me siento impotente». Él: «¿Ya no quieres sacrificarte?» Yo: «Sí,
quiero, pero mi voluntad es tan débil». Él: «Cuanto más pequeña seas,
tanto mayor será la ayuda». Luego añadió algo incomprensible y des-
apareció.

28 de octubre. Nada nuevo. El simio continúa atormentándome.

30, 31 de octubre y 1 de noviembre. No sucedió nada especial.


Me conmovieron mucho las almas, ya que me encontraba enferma y
me dejaron descansar.

2 de noviembre. Día de las ánimas. Se me presentó el Dominico.


Yo: «Hoy es un bonito día». Él: «La Sangre de Cristo fluye en torren-
tes». Yo: «¿Te refieres al gran número de misas que se celebran?» Él:

al Cielo, para animarla. (Y eso sin contar que Dios mismo a menudo la envolvía
con su presencia). También a Sor Francisca del Santísimo Sacramento la ale-
graba el Señor con visitas del Cielo. Ella escribe: «El 19 de julio, a la una de la
noche, escuché una voz diciendo: «Francisca», y vi una gran luz en la celda.
Respondí: «¿Qué es esto?», y conocí que era nuestra Venerable Madre N., con
capa y velo, como solemos ir a comulgar, muy resplandeciente. La difunta se
asemejaba a una fuente manando perlas. Me dijo: «El tiempo es breve, anímate».
Pensé que moriría pronto, y pregunté: «¿Madre, cuándo?». Respondió la di-
funta: «No tardará». Dije: «Madre, soy su hija, téngame presente ante Dios», y
desapareció». A propósito de esta aparición, el Obispo Palafox señala: «Bien le
era necesario a esta santa Religiosa, que entre tantas aflicciones que padecía con
las apariciones de las ánimas del Purgatorio, la consolase con alguna del Cielo».
(Obispo Juan de Palafox, Luz a los vivos y escarmiento en los muertos , apunte
XCVIII). (N. A.)

187
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

«Sí; esta sangre nos conduce a la verdadera vida». Yo: «¿Entrarás tam-
bién tú hoy en ella?» Él: «Estoy mejor». Yo: «¿Ya no volverás a visi-
tarme con frecuencia?» Él: «No». Yo: «¿Puedes decirme al menos qué
necesita mi alma para ser más perfecta?» Él: «Lo mismo que te dije
en vida: recibe a diario la sagrada comunión y así te irás purificando».
Yo: «¡Me falta tanto todavía! ¡Ruega por mí! ¿Sabes cuándo moriré?»
Él: «3 x 9». Yo: «No lo entiendo». Él: «No es necesario que lo entien-
das»99. Luego llegó el simio y mi buen amigo desapareció. De inme-
diato me puse a recitar el Dies irae; entonces se me acercó y me miró
de un modo tan enternecedor que me sentí movida a acariciarlo. Su
piel se sentía grasosa. Yo: «¿Aún no puedes hablar?» Como respuesta
lanzó un fuerte sollozo y se abalanzó sobre mí. Yo: «Te ordeno que
te levantes y me digas quién eres». Él: «¡El impuro!» Yo: «Te ayudaré
con gusto. ¿Qué es lo que necesitas?» Él: «¡Que te sacrifiques!» Yo:
«¿Has percibido cuánto se ha rezado hoy por vosotros?» Él: «Gracias
a ello es que puedo hablar». Yo: «¿Por qué estás en ese estado?» Él:
«¡No hay pecado que no haya cometido!» Yo: «Sin embargo tuviste
fe». Él: «Hasta el último momento desprecié al Altísimo». Yo: «¿Y
entonces?» Él: «Vino la comprensión, y así escapé del Infierno». Yo:
«¿Deseas misas?» Él: «No puedo beneficiarme de aquello en lo cual
no creí». Yo: «¿Este es tu castigo?» Él: «¡Uno de muchos!» Después
de esto se marchó por la ventana. ¡Cuánto desearía poder ayudarlo
rápido! Él es la viva imagen del dolor. Ahora me inspira más repug-
nancia que temor.

El 3 de noviembre el simio se pasó el día persiguiéndome. Tuve


que disimular de continuo mientras me encontraba con otras perso-
nas. Interiormente me siento sobrecogida de temor, en tanto que por
fuera río y charlo con los demás; esto me resulta dificilísimo y agota
mis fuerzas. Sin embargo, cuando me sentía ya desfallecer, fui inva-
dida nuevamente por aquella sensación de indecible felicidad. Por la

99
La Princesa murió el 9 de enero de 1929, fecha en la cual figura tres veces
el número «9».

188
1925

noche se me presentó de nuevo. Lo mismo sucedió los días 4, 5 y 6,


pero nada nuevo pude sacarle.

El 7 de noviembre el aspecto del mono era más repugnante que


nunca. Yo: «¿Qué fue lo que hiciste para que tengas que presentarte
con semejante aspecto tan repulsivo?» Él: «Tienes que conocer toda
mi vida». Yo: «Eso no es importante; sea como sea yo te ayudaré».
Él: «¿Sabes quién soy?» Yo: «Un alma miserable». Él: «¿Qué ves en
mí?» Yo: «En tus ojos percibo culpas graves y una desgracia indes-
criptible. No deseo oír nada de lo que hiciste». Él: «¿Pero sí te gustaría
expiar por mí?» Yo: «Sí». Él: «Te ayudaré a hacerlo». Dicho esto, me
dio una terrible bofetada y después se marchó. No comprendo por
qué me tratan de este modo si saben que yo estoy dispuesta a ayudar-
les. Tengo que preguntárselo.

8 de noviembre. Estuvo casi todo el día conmigo. Yo: «¿Por qué


me volviste a golpear?» Él: «Porque quiero atormentarte». Yo: «Pero
si yo trato de ayudarte; eso es una terrible ingratitud de tu parte». Él:
«¡En mi estado sólo hay maldad!» Yo: «Pero si estás salvado, ¿cómo
es posible que puedas seguir siendo malo?» Él: «¡La maldad aún está
unida a mí!, ¿acaso no ves?» Yo: «Lo único que veo es un asqueroso
animal». Entonces se me acercó más todavía. ¡Dios míos! Lo que vi
es simplemente indescriptible. Su cuerpo era la cueva de millares de
gusanos que hervían por cada uno de sus miembros. Todo su cuerpo
estaba siendo roído por gusanos y más gusanos. Jamás en mi vida
había visto algo tan repugnante. ¡Ay Dios mío, que nunca más tenga
que volver a ver algo tan horrendo! Yo: «Por favor, te suplico que te
vayas, ¡no puedo soportar más! ¿Acaso eso es por los pecados no
expiados?» Él: «¡Sí; Dios es justo; mis pecados claman al Cielo»!100

100
Según el Catecismo, los pecados que claman al Cielo son cuatro: 1º, el
homicidio voluntario; 2º, el pecado impuro contra el orden de la naturaleza
(sodomía); 3º, la opresión de los pobres, de las viudas, y de los huérfanos; 4º, la
defraudación o retención injusta del salario del trabajador.

189
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Yo: «¿Te refieres a los cuatro pecados que claman al Cielo?» Él: «¡Tú
lo has dicho!» Yo: «¡Qué lamentable! Dime: ¿el arrepentimiento que
sentiste a última hora fue lo que te dio la fuerza suficiente para sal-
varte?» Él: «¡El arrepentimiento y el sacramento!»101 Luego se me
acercó más y puso su repugnante mano sobre mí. Lo único que hice
fue cerrar los ojos y esperar a que acabase pronto. No fui capaz de
rezar ni de sacrificarme, y así nada pude ofrecer. ¡Sigo en lo mismo,
pensando sólo en mí misma y terriblemente dura con estas almas tan
miserables! Finalmente me dejó libre. Yo: «¿Tenías que hacer eso?»
Él: «¡Tú me refrescas!» Le rocié con agua bendita y se marchó.

101
Aquí no vendría mal recordar que el Señor pide a Santa Faustina rezar
la Coronilla de la Divina Misericordia por los agonizantes, y, además, como dice
la Virgen en Fátima, pedir especialmente por aquellos más necesitados. (Claro
que en el Rosario de Avemarías también se puede pedir por los moribundos).
El Señor Jesús le dijo a Faustina: «Cuando recen esta Coronilla junto a los mo-
ribundos, Me pondré entre el Padre y el alma agonizante no como el Juez justo
sino como el Salvador misericordioso». Como es natural, no es absolutamente
necesario, y además no siempre será posible, que estemos junto a los moribun-
dos por los cuales queramos pedir, ya que para Dios no hay distancias: «Al
sumergirme en la oración y unirme a todas las misas que en ese momento se
estaban celebrando en el mundo entero, rogué a Dios, a través de todas esas
santas misas, la misericordia para el mundo y especialmente para los pobres
pecadores que en ese momento estaban en agonía. Y en aquel momento dentro
de mí recibí la respuesta de Dios de que mil almas habían recibido la gracia a
través de la oración que yo había elevado a Dios. No sabemos el número de
almas que podemos salvar con nuestras oraciones y nuestros sacrificios, por eso
oremos siempre por los pecadores». En una ocasión Jesús le dice: «Hija Mía,
ayúdame a salvar a un pecador agonizante; reza por él esta Coronilla que te he
enseñado. Al empezar a rezar la Coronilla, vi aquel moribundo entre terribles
tormentos y luchas. Su ángel custodio lo defendía, pero era como impotente
ante la gran miseria de aquella alma (...) Mientras rezaba la Coronilla, vi a Jesús
tal y como está pintado en la imagen. Los rayos que salieron del Corazón de
Jesús envolvieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron de pánico. El
enfermo expiró sereno». (Diario de Santa Faustina, numerales 1541, 1783 y 1565,
respectivamente).

190
1925

Cuando se marchan me siento como liberada. Sólo luego puedo tra-


bajar por ellos. Creo que tendré que sufrir mucho todavía por este
simio. Esta idea me angustia, me infunde un temor indescriptible; los
incontables gusanos de su cuerpo me han dejado espantada. Es ver-
dad que siempre digo ¡que se haga la voluntad de Dios!, pero qué
descanso experimentaría si tuviese la convicción de que esto no se
volverá a repetir más.

Del 10 al 26 de noviembre. Sufrí muchos tormentos. El simio no


volvió a hablar. No vale la pena describir lo sucedido en estos días;
¡realmente prefiero no recordarlo!

El simio es Egolf von R...

27 de noviembre. Se abalanzó furioso sobre mí. No pude defen-


derme, ya que no quería volver a abofetearlo. Yo sentía sobre mí
todos aquellos gusanos. Fue un horror. Por fin me soltó. Yo: «¿Por
qué has vuelto a hacerlo?» Él: «¡Estoy ardiendo!» Yo: «¿Qué puedo
hacer por ti?» Él: «¡Agua santa!» De inmediato derramé agua bendita
sobre él y, lo mismo que en otras ocasiones, en el suelo no quedó ni
una sola gota. Me miró agradecido y comenzó a llorar. Yo: «Dime de
una vez quién eres». Él: «Egolf von R...». Yo: «¿Entonces viviste
aquí?» Él: «Aquí viví y pequé». Yo: «¿A quién asesinaste?» Él: «¡A
Susana!». Yo: «¿Aquí?» Él: «No». Yo: «¿Y no fue aquí donde pe-
caste?» Él: «Aquí cometí horribles pecados». Yo: «¿Tu arrepenti-
miento actual ya no te aprovecha?» Él: «No». Yo: «¿Aparte de mí, no
tienes a alguien que te ayude?» Él: «No». Yo: «¿Has permanecido
todo este tiempo en este castillo y en ese estado en el que te encuen-
tras en estos momentos?» Él: «No; sólo después de las tinieblas». Yo:
«¿Qué quieres decir con «las tinieblas»?» Él: «El alejamiento de Dios».
Yo: «¿Estás ahora más cerca de Él?» Él: «Sí». Yo: «¿Dónde fuiste ape-
nas moriste?» Él: «Primero al juicio y luego al castigo». Yo: «¿Enton-
ces estuviste en la presencia de Dios?» Él: «Lo adoré y me entregué».

191
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Yo: «¿Sabes si yo puedo ayudarte?» Él: «Sí». Yo: «¿Cómo?» Él: «¡Re-
nuncia a toda alegría!» Yo: «¿Si así lo hiciera, no vendrías más como
un simio?» Al oír esto me dio un golpe en la cabeza y desapareció.
No me resulta nada fácil renunciar a toda alegría, ya que, normal-
mente, todo es alegría para mí. Tendría que dejar, por así decirlo, mi
propia naturaleza.

28 de noviembre. La mano de Egolf parecía estar ensangrentada.


Yo: «¿Por qué sangras?» Él: «Por mis pecados». Yo: «Nunca se supo
que asesinaste a Susana?» Él: «No; pero a ti te lo debo decir». Yo:
«¿Quién era Susana?» Él: «Una niña inocente». Yo: «¡No deseo saber
nada más de tus otros pecados!» Al instante comenzó a gritar, me
agarró por los brazos, me sacudió violentamente y dijo entonces una
palabra que no comprendí. Sólo estoy segura de haber escuchado
«...domítico»102. Debió costarle mucho el pronunciar esta palabra,
pues tan pronto terminó de decirla cayó al suelo y comenzó a suspirar
y a gemir con mucha angustia. Le di agua bendita y se calmó un poco.
Se quedó toda la noche conmigo. Puesto que el sueño es una verda-
dera alegría para mí, quizás por eso él ha querido obligarme a sacri-
ficarlo; así he tenido que darle lo que voluntariamente no le habría
ofrecido.

18 de diciembre. No había vuelto a escribir nada porque no ha


sido posible ninguna conversación. El simio se convirtió en una fu-
riosa bestia, y si algo bueno hice por él, fue más por temor que por
amor. Experimenté cosas horribles, como, por ejemplo, cuando él
vació su piel sacudiéndose y haciendo caer los gusanos sobre mi
cama. ¡Creí morir de espanto y asco! Al irse, se fueron también con
él los gusanos, lo cual fue para mí un verdadero consuelo. Hoy, por
fin, se me ha presentado en figura humana. Es un hombre joven.

102
Se trata del pecado sodomítico.

192
1925

Hasta el momento no ha hablado. ¡Agradezco a Dios que haya lle-


gado así de cambiado!

21 de diciembre. Estuvo largo rato conmigo. Yo: «¿Por qué me


has atormentado tanto?» Él: «Para aumentar tu sacrificio». Yo:
«¿Ahora te encuentras mejor?» Él: «Estoy en la claridad». Yo: «¿Lle-
garás pronto a la contemplación de Dios?» Él: «Cuando esté total-
mente puro». Yo: «¿Qué puedo hacer para que alcances más pronto
la pureza total?» Él: «Dame aquello que más te gusta». Yo: «¿La sa-
grada comunión?» Él: «Sí». Yo: «¿Pero acaso no me dijiste que ella
no te serviría de nada? Sin embargo, realmente deseo ayudarte». Él:
«Tú me ayudas, pues conoces y te acuerdas de mis sufrimientos»103.

103 El verdadero amor al prójimo puede “obligar” a Dios a revocar una


sentencia dada contra algún alma (por supuesto, me refiero sólo a las almas que
se encuentran en el Purgatorio, no a las del Infierno). Santa Faustina cuenta:
«Una noche vino a visitarme una de nuestras hermanas que había muerto dos
meses atrás. Era una de las hermanas del primer coro. La vi en un estado terri-
ble. Toda en llamas y la cara dolorosamente torcida. La visión duró un breve
instante y desapareció. Un escalofrío traspasó mi alma, y aunque no sabía dónde
sufría, si en el Infierno o en el Purgatorio, no obstante, redoblé mis plegarias por
ella. La noche siguiente vino de nuevo, pero la vi en un estado aún más espan-
toso, entre llamas más terribles; en su cara se notaba la desesperación. Me sor-
prendió mucho que después de las plegarias que había ofrecido por ella la viera
ahora en un estado más espantoso, y pregunté: ¿No te han ayudado nada mis
oraciones? Me contestó que no le ayudaron nada mis oraciones y que no le iban
a ayudar. Pregunté: ¿Y las oraciones que toda la Congregación ofreció por ti,
tampoco te han ayudado? Me contestó que nada. Aquellas oraciones fueron en
provecho de otras almas. Entonces le dije: Si mis plegarias no te ayudan nada,
hermana, te ruego que no vengas a verme. Y desapareció inmediatamente. Sin
embargo yo no dejé de rezar por ella. Después de algún tiempo volvió a visi-
tarme de noche, pero en un estado distinto. No estaba entre llamas como antes
y su rostro estaba radiante; sus ojos brillaban de alegría y me dijo que yo tenía
el verdadero amor al prójimo, que muchas almas se aprovecharon de mis ple-
garias y me animó a no dejar de rogar por las almas que sufrían en el Purgatorio
y me dijo que ella no iba a permanecer ya por mucho tiempo en el Purgatorio.

193
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

23 de diciembre. Permaneció largo rato conmigo. Ya no infunde


temor alguno; tan sólo su mirada continúa siendo muy penetrante, y
él bastante intranquilo. Yo: «Me gustaría saber cómo es posible que
os presentéis a mí bajo tantas figuras distintas». Él: «Por permiso de
Dios. Tú no puedes ver las almas». Yo: «Si estuviste tanto tiempo
junto a mí, ¿por qué tardaste tanto en mostrarte?» Él: «No me era
posible; el camino que conduce a ti es muy largo». Yo: «¿Cómo me
encontraste?» Él: «Eres tú quien nos busca y encuentra». Yo: «Eso no
es cierto, pues soy infeliz cuando vosotras vienen a mí». Él: «Tu alma
no dice lo mismo».

24 de diciembre. Durante el día se me presentó repetidas veces;


rezamos juntos, pero no habló nada.

25 de diciembre. Estuvo conmigo más de la mitad de la noche.


Yo: «¿Sabes que hoy es Navidad?» Él: «Ya puedo adorar». Yo: «¿En-
tonces ya no vendrás más?» Él: «No». Yo: «Ya que esta es tu última
visita, debo confesarte que te mentí cuando te dije que me sentía des-
dichada estando con vosotras. Lo que sucede es que con frecuencia
mi temor es tan grande que mi amor es sofocado, pero en verdad yo
sí deseo ayudaros». Él: «Tú ya no puedes desear nada, tú debes ha-
cerlo». Me sonrió y se marchó. Apenas había desaparecido cuando
de nuevo vi delante de mí a la vieja trapera. ¡Su estado es realmente
lamentable!

¡Los juicios de Dios son verdaderamente misteriosos!». (Diario de Santa Faus-


tina, numeral 58). Con Dios a veces toca hacer como aquella viuda necia: insistir,
insistir e insistir (Luc. 18, 1-18). Esta clase de ejemplos me hacen pensar con
seguridad de que el buen Padre al final no podrá negarse a ayudar a las personas
por quienes rogamos su gracia, sean vivos o difuntos. (N. A.)

194
1926

1926

Gisela G...

17 de enero. Z... no ha vuelto a venir. Ahora, en cambio, se me


presenta una figura envuelta en niebla; es muy tranquila, no me da
miedo, e incluso soy capaz dormir en su presencia.

20 de enero. La figura parece ser una mujer, pero es muy distinta


a todas las demás que he visto hasta la fecha; es una especie de figura
nebulosa que no toca el suelo. Su rostro es agradable y joven. Vuela
suavemente en mi cuarto con una gracia imposible de describir.

27 de enero. Mi amiga me visita todas las noches; no he conse-


guido que pronuncie una sola palabra. También me acompañó a
D...104, donde, en presencia suya, sucedieron unas cosas muy extra-
ñas. En cierto momento escuché dentro de mi habitación un ruido
semejante a como si alguien hubiese lanzado con fuerza un cesto lleno
de copas de cristal contra el suelo. El estrépito resultó indescriptible.
Luego mi habitación apareció envuelta en llamas. Me invadió un te-
rrible miedo porque pensé que realmente mi cuarto se estaba incen-
diando. Corrí al pasillo, todo estaba tranquilo. Cuando regresé al
cuarto no encontré nada extraño. Momentos después le pregunté a
mi querida amiga qué había sido aquello, entonces señaló por la ven-
tana hacia la pradera, pero nada vi.

1 de febrero. Últimamente la aparición ha estado más cerca de


mí. Me dijo algo en voz tan baja que me fue imposible entenderle.

3 de febrero. Ahora incluso disfruto estar con ella. Yo: «Ya dime:
¿quién eres?» Ella: «Gisela G...». Yo: «¿Por qué eres tan diferente de

104
D... se encuentra aproximadamente a una hora de distancia de la resi-
dencia de la vidente.

195
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

las demás?» Ella: «Porque muy pronto adoraré». Yo: «¿Y entonces
para qué viniste?» Ella: «Porque debo seguir la voz». Yo: «¿Qué voz?»
Ella: «La de quien reza por mí». Yo: «Pero si yo nunca he rezado por
ti, ni siquiera te conozco». Ella: «Dile que estoy salvada. Lo hice con
la mano, no con la voluntad». Entonces se me ocurrió que podría
tratarse de Gisela G..., por quien S. L. no cesa de rezar. Yo: «¿Te
quitaste la vida?» Ella: «Sí; me encontraba trastornada»105. Yo: «Dirí-
gete, pues, a esa voz». Ella: «No la encuentro». Yo: «¿Qué quieres
que le diga? ¿Rezas por ella?» Ella: «¡Oro y agradezco!»

6 de febrero. Gisela continúa viniendo. Yo: «¿Cómo es que sigues


visitándome estando tan próxima a la liberación?» Ella: «Para darte
alegría». Yo: «¡Cuánto te lo agradezco! ¿Podrías decirme qué fueron
aquel terrible estruendo y aquellas llamas?» Ella: «¡Prepárate y sé va-
liente!» Yo: «¿Eso significa que aquello volverá?» Ella: «Sí; tienes que
aceptarlo». Yo: «¿No puedes rezar por mí para que aquello no
venga?» Ella: «¡Hablas muy humanamente!» Ella: «Mírame, sigo es-
tando viva. Te pido ahora que me des el gusto de saber todo lo de-
fectuoso que hay en mí». Ella: «Alrededor de ti hay claridad, ¡no per-
mitas que se oscurezca!» Yo: «No me digas cosas agradables; quiero
que seas muy severa conmigo». Ella: «Sacrifica más tu propia volun-
tad; así te ayudas a ti y al mismo tiempo ayudas a las almas». Dicho
esto, puso su mano sobre mi cabeza y desapareció. Esta fue una apa-
rición realmente consoladora. Creo que no volverá.

Una Religiosa con figura de serpiente

8 de febrero. Durante la noche se me presenta ahora algo verda-


deramente espantoso. Jamás pude imaginarme espectáculo tan horri-
ble: tormenta, aullidos, un ruido como de muebles siendo arrastrados;

105
Gisela G... murió unos dos años antes. Corrieron rumores de que alguien
había disparado contra ella. Su mejor amiga era S. L., quien nunca la olvido en
sus oraciones.

196
1926

realmente ruidos en exceso desagradables. Quiero ser valiente. No


me fue posible ver nada.

9 de febrero. Hubo tal tempestad dentro de mi habitación que


creí que puerta y ventana serían derribadas. De nuevo siento un terror
espantoso que aumenta cada vez más. ¿Cómo podré ayudar a otros,
siendo que yo misma tengo necesidad de ser socorrida?

12 de febrero. Fue tan amargo y espeluznante, que del pánico


comencé a sudar. Me sentía sumida en terrible miseria y más aban-
donada que nunca. Una fuerza invisible parecía descargar su furia
sobre mí. Al ver cómo hasta la cama era levantada, no pude hacer
otra cosa que huir a otro cuarto. Se armó nuevamente un tremendo
huracán; abrí la ventana, pero afuera todo estaba tranquilo.

13, 14 y 15 de febrero. Sucedió lo mismo: estruendo y pánico.

18 de febrero. Fue tan espantoso que creí morir del susto. Me


puse a rezar con devoción el Salmo 90, que es el que más se adapta
a mí, pues a veces siento que en la oscuridad el mal se desliza hacia
mí y parece que me falta la confianza necesaria en Dios.

19 de febrero. En medio del fuego ha aparecido una masa de-


forme y oscura, de la que proviene todo el estrépito. Las llamas no
despiden calor alguno. La tempestad parece haberse calmado. Es-
parzo agua bendita en abundancia.

Para no faltar a la justicia de Dios, he de confesar que de momento


mi estado espiritual es muy lamentable; me siento egoísta y nada dis-
puesta a dar. Compruebo cómo al fallarme las fuerzas físicas también
mi alma languidece. Sólo en el Tabernáculo encuentro las fuerzas
para seguir.

197
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

21 de febrero. Es lo más espantoso que podía sucederme. ¡La


masa oscura es nada más y nada menos que una horrible serpiente!
Apenas la vi me sentí paralizada por el temor. Es un gran tormento
para mí, que tiemblo de miedo hasta con una lagartija. El animal es
muy grande: mide como unos tres metros. Siento mucha angustia de
sólo pensar en las noches que vendrán; no me siento capaz de ofrecer
este sacrificio. Las llamas han desaparecido, al igual que el estruendo.
La serpiente de momento está tranquila. Cuando mis parientes me
desean las «buenas noches», pienso dentro de mí: ¡Si supieran lo que
me espera!

Otra vez me estoy lamentando; tengo que dejar de hacerlo. Dios


nunca me enviará más de lo que pueda soportar. El hecho de apuntar
estas cosas, hace que me sienta un poco mejor106.

23 de febrero. La serpiente se me presentó hacia la una de la ma-


drugada. Se hizo sentir con un fuerte ruido, como cuando algo pesado
cae desde muy alto. Permaneció largo rato estirada frente a mí; me
equivoqué acerca de su tamaño, pues sólo mide un poco más de dos
metros: esto pude saberlo por el largo de la pared junto a la que ella
se encontraba. Estuvo tranquila. Le prometí hacer por ella cuanto pu-
diera con la condición de que no se me acercara, ¡eso no podría so-
portarlo! Hacia las tres, deslizándose por el suelo, atravesó la pared
junto a mi cama, ingresando así a la habitación de Wolfram, quien,
en ese mismo momento, lanzó un grito y comenzó a llorar. Cuando
al amanecer le pregunté a la niñera qué tal noche había pasado el
niño, me respondió: «No sé lo que pudo sucederle; hacia las tres se
despertó como asustado y estuvo un rato llorando y mirando como
horrorizado hacia un punto fijo». ¡Qué pena tengo de que el pobre
niño tenga que sufrir sólo por el hecho de dormir cerca de mi cuarto!

106
Esta es también una de las razones por las que su Director Espiritual la
exhortó a llevar un Diario. El Padre Sebastián pensó que le resultaría muy pro-
vechoso hacer dichos apuntes, los cuales ahora hoy poseemos.

198
1926

24 de febrero. Los ojos del pobre animal parecen echar chispas;


en ellos se nota de manera muy clara su enorme sufrimiento y deses-
peración. Resulta muy extraño, en verdad, rezar con un animal. No
suelto el trocito de la cruz ni por un instante, ya que esto me infunde
algo de tranquilidad. Hoy la serpiente se mantuvo enroscada, como
normalmente lo hacen estos animales; ¡sinceramente no sé qué me
tranquiliza más! A pesar del terrible deseo que tenía de acostarme, no
fui capaz de hacerlo. Me aterraba lo que pudiera suceder. Le prohibí
entrar en la habitación del pequeño, amenazándola con no volver a
ayudarla si intentaba hacerlo. Me parece tener un cierto poder sobre
ella, cosa que me consuela. Se arrastró hacia el pasillo.

25 de febrero. La he contemplado detenidamente. Es de color


gris-oscuro con rayas blancas. Es absolutamente imposible pensar que
la serpiente no tenga un cuerpo real y tangible, y que sea sólo pro-
ducto de mi imaginación. Quienes eso piensan, es porque jamás han
tenido que enfrentarse a algo semejante. La toqué con mi bastón y de
inmediato se desenroscó. No fue nada fácil, pero lo hice apenas para
confirmar lo que acabo de escribir.

26 de febrero. Cuando hube terminado de rezar se arrastró tan


cerca de mí que sentí un horror indescriptible. Creo que eso le hace
bien a ella, pero todo lo contrario para mí, tanto así que me subí a la
silla. No respondió a ninguna de mis preguntas.

2 de marzo. Mi soberbia ha sido castigada: no tengo el menor


poder sobre la serpiente. Mientras le repetía que se estuviese quieta,
se me acercó arrastrándose y silbó de un modo terrible. ¡Mi pánico
fue indescriptible!

3 de marzo. Un día espantoso. Estando sentada en mi escritorio


vi cómo la serpiente colgaba del árbol que tenía frente a mí. De in-
mediato salí del cuarto y busqué la compañía de otras personas, con
el fin de librarme de ella. Al cabo de una hora retorné a mi cuarto.

199
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

La encontré dentro. De día resulta aún más repulsiva. Salí corriendo,


pero ella, arrastrándose a través de la puerta, me siguió. De repente
desapareció. Por la noche ocurrió lo peor: ella estaba en el techo y
empezó a descender. No supe qué sucedió después, ya que el pavor
me fulminó y perdí los sentidos. Debe ser algo así lo que se siente al
ser mordido por una serpiente.

4 de marzo. La serpiente habla. Yo: «Hazme el favor de presen-


tarte como una persona. No puedo soportarte más en esa forma».
Ella: «¡Tuya es la culpa!» Yo: «¿Te he dado demasiado poco?» Ella:
«Sí». Yo: «Mis fuerzas están agotadas; ¡el miedo que me inspiras me
consume!» Ella: «Tú no estás totalmente pura». Yo: «Es cierto, por
desgracia. ¿Cómo lo sabes?» Ella: «Alrededor de ti la claridad no es
total». Yo: «¡Te lo agradezco, pues yo deseo mejorar!» Entonces su-
cedió lo más espantoso: se enroscó totalmente y se lanzó contra mi
cama. Sólo recuerdo que grité... luego ya no estaba. El espanto, sin
embargo, permaneció el resto del día en cada miembro de mi cuerpo.

5 de marzo. Fui a comulgar. Cuando de regreso a casa quise ini-


ciar mis labores, no me fue posible levantar la tela de la mesa; parecía
como si algo la sujetase. No pensé de momento en nada sobrenatural,
y creí que alguien me estaba jugando una broma. Luego vi de repente
una mano pálida con un anillo de plata, semejante a esos que llevan
las Religiosas; esa mano era la que sujetaba la tela. Después vi cómo
poco a poco se iba formando una figura nebulosa; sólo podía distin-
guir la mano. Pregunté: «¿Eres tú la serpiente?» Ella: «Sí». Yo: «Dime
quién eres». Ella: «Tú me conociste y despreciaste». Yo: «Dime tu
nombre». Ella: «¡Me reconocerás; por ahora ayúdame!» Rezamos jun-
tas; luego vi cómo también a mí me envolvía una espesa niebla; me
susurró: «Odiaste mis mentiras». No tengo la menor idea de quién
pueda ser. Pero me considero feliz de pensar que no volveré a ver a
la serpiente. ¡Agradezco a Dios que me haya liberado de ese horror!

200
1926

6 de marzo. La aparición estuvo largo rato conmigo; una nube


alargada con manos. Estuvo tan tranquila que pude incluso dormirme
en su presencia. No reaccionó a nada.

8 de marzo. La nube ha tomado forma de mujer. No tengo la más


remota idea de quién sea ella. No recuerdo haber odiado a nadie.

La figura de serpiente, imagen de vida

9 de marzo. Permaneció largo rato a mi lado; rezamos mucho.


Ahora está muy pacífica. Ya no se me aparece el terrible reptil; por
tanto, estoy en condiciones de dar más.

10 de marzo. Es una Religiosa; se puede reconocer su velo; la cara


todavía no. Yo: «Dime de una vez quién eres». Ella: «Un alma se-
dienta». Yo: «¿Por qué viniste a mí en figura de serpiente?» Ella: «Aún
no estaba en condiciones de mostrarme de otra forma». Yo: «¿Por
qué tenías ese aspecto tan repugnante?» Ella: «La imagen de mi vida».
Yo: «¿Eres una Religiosa?» Ella: «Sí». Yo: «¿Por qué no acudes donde
tus Hermanas para que ellas te ayuden?» Ella: «Estuve donde ellas,
pero no me vieron». Yo: «¿Te conocí en vida?» Ella: «¡Sí, y despre-
ciaste mi pecado!» Dicho esto, desapareció. No sé quién pueda ser.

11 de marzo. En pleno día se me presentó el Párroco W...; se veía


igual que en vida. Yo: «¿Se encuentra bien? ¡Cuánto me alegro de
verlo!» Él: «El largo sufrimiento me purificó. Estoy salvado. Ahora sé
que realmente las almas pueden aparecerse a ti. ¡Aprovecha el ca-
risma que tienes! ¡Quien da todo, mucho recibirá!» Esta aparición me
hizo muy feliz por dos razones: 1ª Pude comprobar cómo a los buenos
les va bien. 2ª Porque no quiso creerme cuando le conté la historia
de la Religiosa107. Ya es la tercera vez que las personas que no creye-
ron en ello se me aparecen después de su muerte: antes de él ya se

107
Véase la primera aparición, pág. 69.

201
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

me habían aparecido dos personas: F. S. y K. T. Mi satisfacción no


procede del orgullo; esto lo encuentro más bien como un descanso,
una seguridad de saber que estoy en el camino correcto, pues estas
almas no tenían necesidad de venir. Mucho de lo que escribo puede
parecer salido de mi orgullo, mas no es así; con gusto omitiría algunas
cosas, pero entonces la verdad no estaría completa.

17 de marzo. En Múnich fui recibida por la Religiosa. ¡Adiós va-


caciones! Vi también tres sombras y un hombre anciano.

19 de marzo. Se pasó toda la noche conmigo. Ahora sé que es


María R..., una Religiosa Franciscana de Pie. Murió en Marsella hace
cinco años. Yo: «¿Por qué no te apareces en tu Convento?» Ella: «He
estado varias veces allí, pero nadie me ve». Yo: «¿Puedes explicarme
por qué yo te veo y ellas, que son tan santas, no te ven?» Ella: «Su
espíritu aún se encuentra prisionero; en cambio tú has conseguido
liberarte». Yo: «¿Liberarme de qué?» Ella: «De ti misma». Yo: «¿Por
qué te presentaste a mí como serpiente?» Ella: «Era la imagen de mi
vida. No cumplí mis promesas. Todo en mí fue mentira y fingi-
miento». Yo: «Sin embargo, no te condenaste». Ella: «Antes de morir
recibí dignamente los Sacramentos». Yo: «¿Qué puedo hacer por ti?»
Ella: «Orar conmigo y flagelarte; sólo así la luz vendrá sobre mí».

25 de marzo. Me ha visitado todas estas noches, sin responder a


nada. Su rostro se ha vuelto más nítido, justo como cuando vivía, sólo
que todavía muy triste.

30 de marzo. Yo: «¿Quieres que escriba a Pie acerca de ti?» Ella:


«¡No; allí ya rezan por mí!» Yo: «¿Cuál es tu mayor sufrimiento?» Ella:
«¡El deseo insaciable!» Yo: «¡Pobrecilla! Me da tanta pena haber sido
en vida tan cruel contigo...; quiero repararlo haciendo cuanto pueda
por ti y con el máximo amor». Ella: «¡Tú no me juzgaste por la apa-
riencia, sino conforme a lo que yo era en verdad!» Yo: «Así como yo

202
1926

fui tan severa contigo, selo tú ahora conmigo y dime todo lo malo que
ves en mí». Ella: «Todavía no has comprendido bien tu vocación».
Yo: «¿Qué vocación?» Ella: «La de la misericordia». Yo: «Es que aún
soy demasiado débil, egoísta; un ser demasiado miserable... Dime
más cosas». Ella: «¡Ahonda en ti misma y podrás ver!» Yo: «No com-
prendo». Ella: «Si de verdad quisieras, podrías atravesar la niebla más
densa». Yo: «Sólo quiero aquello que Dios quiera para mí. ¿Cómo
puedo saber si es bueno lo que me aconsejas?» Ella: «¿Ves a tu án-
gel?» Yo: «No; ¿tú lo ves?» Ella: «Perfectamente; está a tu lado». Me
alegró escuchar eso, pero prefiero no verlo; no me conviene ver tantas
cosas sobrenaturales; si veo algo hermoso, después tengo que experi-
mentar cosas horribles. En A... vi a tres mujeres y cuatro figuras en-
vueltas en niebla. El ayuno me hace más libre, pero sólo es un ayuno
miserable, cobarde como todo lo mío.

¡Eternidad de lo eterno!

31 de marzo. Al entrar en la iglesia de A..., se me acercaron dos


señoras desconocidas. Yo: «¿Quiénes sois vosotras?» Ellas: «¡Las olvi-
dadas!» Y desaparecieron. Estando sentada en mi cuarto de repente
me vi envuelta como en un torbellino de niebla densa; afuera el sol
brillaba. Dije: «¡Si sois almas del Purgatorio, dadme una señal!» Al
instante cayó un cuadro de la pared y la niebla desapareció. Luego
salí al jardín. Allí vi venir a mi encuentro un caballero de trajes mo-
dernos montado a caballo, y, justo antes de llegar a mí, cambió de
dirección, adentrándose en el bosque. Un perro que estaba a mi lado
le ladró. ¡Demasiadas cosas para un sólo día!108

108
Lo mismo que los avisos de un moribundo se consideran un poco como
consejos del otro mundo, así también el aviso real de un alma del Purgatorio
tiene un fundamento muy lógico si se tiene en cuenta que lo que ella busca es
que le ayuden para poder salir del mismo lo antes posible (profesor doctor
Seitz).

203
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

1 de abril. Me encontraba sola en un vagón del tren cuando re-


pentinamente se me presentó la Religiosa. Yo: «¿Es que puedes en-
contrarme en cualquier lado?» Ella: «Siempre estoy contigo». Yo: «¿Y
cómo es que no siempre te veo?» Ella: «Tu efluvio varía». Yo: «¿Qué
es eso?» Ella: «Tú no lo comprendes». Yo: «¿Cuánto tiempo conti-
nuarás viniendo a mí?» Ella: «Hasta que cantéis el Aleluya». Yo: «¿O
sea, pasado mañana?» Ella: «Sí». Yo: «¡Cuéntame algo del otro
mundo!» Ella: «¡No lo comprenderías! ¡Es la eternidad de lo eterno!»
Enseguida comenzó a cantar algo que no comprendí; parecía ser latín.
Y así llegamos a Múnich.

El Viernes Santo no vi ni oí nada.

El Sábado Santo sólo vi dos sombras.

El Domingo de Pascua fue hermosísimo; jamás podré olvidarlo.


Al momento del «vidi Aquam» la Religiosa se apareció en las gradas
del altar toda revestida de luz. ¡Qué resplandeciente estaba! ¡Y pensar
que era la misma que al principio venía en figura de serpiente! ¡Gra-
cias, Dios mío! Me propongo soportar todo con paciencia y no volver
a escribir más nada de lo que me sucede. Tengo mucho miedo de
que en lo que escribo pueda infiltrarse la vanagloria...; sin embargo,
todo lo dejo al criterio del señor Párroco.

Un conocido en el abismo

24 de abril. Mi resolución de no escribir nada ha sido de corta


duración. La cosa no iba bien; la escritura es un consuelo para mí.

Hace más de catorce días que se me viene apareciendo un hom-


bre de aspecto muy triste. Es una cosa insoportable. No le conozco.

27 de abril. Se mostró sumamente intranquilo y finalmente se puso


a llorar.

204
1926

El 30 de abril, en pleno día, entró corriendo a mi habitación como


si alguien lo persiguiera; su cabeza y sus manos estaban llenas de san-
gre. Le pregunté: «¿Cómo puedo ayudarte?» Él: «¡Dame tu mano!»
Se la di con terrible repugnancia, pensando que me mancharía de
sangre. Nada de eso ocurrió. Su mano estaba caliente. Yo: «¿Esto te
sirve de ayuda?» Él: «Sí; me alivia». Yo: «¿Quién eres tú?» Él: «¡Tienes
que conocerme!» Yo: «¡No te conozco!» Él: «¡Estoy sepultado en el
abismo!» Yo: «¿Tu alma o tu cuerpo?» Él: «Mi envoltura». Yo:
«¿Cómo te llamas?» Él: «Alois». No tengo la menor idea de quién
pueda ser.

1 de mayo. De nuevo durante el día. Vi muy claramente que su


cabeza estaba destrozada. Yo: «¿Por qué estás tan lleno de sangre?»
Él: «¡Porque no tengo quien me limpie!» Yo: «¿Quieres que yo lo
haga?» Él: «No comprendes mi manera de hablar». Yo: «¿Estás ha-
blando de forma simbólica? ¿La sangre significa tu sufrimiento?» Él:
«¡Sí; estoy olvidado en el abismo!» Dicho esto, se marchó llorando.

2 de mayo. Al intentar entrar en mi habitación, sentí que alguien


hacía fuerza en el picaporte de la puerta. Es curioso que estas cosas
pequeñas me espanten mucho más que las mismas apariciones. Era
él. Yo: «¿Por qué hablas siempre del abismo?» Él: «Porque allí es
donde estoy» Yo: «¿Es una manera de referirse a un castigo?» Él:
«¡No!» Entonces dio un salto hacia mí, como si quisiese hacerme
daño. Yo: «¡Quédate quieto! ¿Al fin qué es lo que quieres?» Él: «¡Tie-
nes que conocerme!» Por mucho que intento recordar, no lo consigo.

3 y 4 de mayo. Estuvo largo rato conmigo, pero sin pronunciar


una sola palabra.

5 de mayo. Se me ha ocurrido que quizás pueda tratarse de Alois


Z..., reconocido alpinista que vivió en... hacia el año 1879 y creo que
murió en un accidente mientras escalaba en Tödi. ¡Justamente hoy no
vino!

205
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

6 de mayo. Efectivamente, es él. Yo: «¿Eres el señor Z..., que mu-


rió en Tödi?» Él: «¡Tú me liberas!» Yo: «¿De qué te puede servir el
que yo te reconozca?» Él: «¡Así me darás más!» Yo: «Eso no cambia
nada; siempre hago lo que puedo. ¿Tus huesos continúan en el
abismo?» Él: «Sí». Yo: «¿Pero eso en qué perjudica a tu alma si está
salvada?» Él: «¡Salvada, pero aún en el abismo! ¡Desde lo profundo
clamo a ti!» Yo: «¿Aún tienes mucho que expiar?» Él: «¡Sí! ¡Toda mi
vida careció de sentido! ¡Qué miserable soy! ¡Reza por mí!»109 Yo:
«Así lo he hecho todo este tiempo. Ni yo misma entiendo cómo he
sido capaz de rezar tanto. Ahora ya no soy el ser tan distraído y su-
perficial que era en un principio». Se tranquilizó y se quedó mirán-
dome con infinita gratitud. Le pregunté: «Te sientes mejor ahora?» Él:
«Sí». Yo: «¿Por qué no rezas tú también?» Él: «El alma se siente como
acobardada después de haber visto la Majestad de Dios». Yo: «¿Po-
drías describírmelo?» Él: «No; sin embargo, el desgarrador deseo de
volverle a ver es nuestro mayor tormento». Yo: «¿Estás con otras al-
mas?» Él: «Sí, pero cada una está sola». Yo: «¿Cómo me encontraste?»
Él: «Tú te hallabas en mi camino». Yo: «¿Cómo puedo ayudarte me-
jor?» Él: «Mortificándote y no cometiendo pecado alguno». Yo: «Me
exiges demasiado. Lo primero, bien; pero lo segundo, mucho qui-
siera, mas no lo consigo. Desgraciadamente aún soy una criatura muy
miserable expuesta a demasiados peligros». Él: «¡Cuánto más pura
seas, tanto mejor podrás ayudarnos!» Yo: «¿Cómo lo sabes?» Él: «Al
estar a tu lado no sufrimos tanto». Yo: «Acudid, pues, a alguien más
perfecto». Él: «¡El camino nos es señalado!» Yo: «¿De qué nivel del
Purgatorio pueden venir las almas a mí?» Él: «Del más bajo». Yo: «¿Y
luego?» No me respondió, pero se quedó aún largo rato.

109
El deporte y el turismo no son el fin ni el sentido de nuestra vida. Al
contrario, vacían y empobrecen el espíritu. Pocos se acuerdan y se benefician
de las fiestas del Señor, pues se entregan a las insignificancias del día a día y
viven alejados del Creador.

206
1926

7 de mayo. Alois se me presentó mientras desayunábamos; dio


vueltas entre... y yo. Fue casi imposible disimular. Finalmente pude
retirarme, y casi en el mismo instante él estaba de nuevo a mi lado.
Yo: «Te ruego que no vuelvas a presentarte cuando me encuentre
con otras personas». Él: «¡Pero si yo sólo te veo a ti!» Yo: «¿Recuerdas
aún la habitación en que has estado tantas veces?» Él: «Sí». Se me
acercó más y puso su mano sobre mi hombro. En vida me resultaba
antipático; ahora, sin embargo, me resulta mucho peor. Yo: «¡Déjame
en paz, no quiero que me toques!» Él: «¡Ahora estás muy limpia!» Yo:
«¿Te diste cuenta de que hoy recibí la Sagrada Comunión?» Él: «¡Eso
es justamente lo que me atrae!» Estuvimos largo rato rezando juntos;
ahora tiene una expresión mucho más alegre. En verdad no me
agrada nada escribir acerca de esto.

9 de mayo. La visita de Z... duró bastante; no paraba de llorar.


Yo: «¿Por qué estás hoy tan triste? ¿No te encontrabas mejor?» Él:
«¡Ahora veo todo tan claro!» Yo: «¿Qué?» Él: «¡Mi vida perdida!» Yo:
«¿El arrepentimiento que sientes ahora, te sirve de algo?» Él: «¡Es de-
masiado tarde!» Yo: «Este arrepentimiento lo empezaste a sentir in-
mediatamente después de tu muerte?» Él: «¡No!» Yo: «¿Podéis de-
cirme cómo es posible que vosotros podáis presentaros exactamente
igual a como cuando vivíais?» Él: «Por la Voluntad (de Dios)».

10 de mayo. Se me ha presentado una figura nueva. Tengo miedo.

13 de mayo. Z... llegó muy agitado. Yo: «¿Cuándo podrás estar


finalmente tranquilo?» Él: «¡Tú estás dividida!» Yo: «¿Entonces ya te
diste cuenta de que hay otra alma buscándome?» Él: «Sí». Yo: «¿Pue-
des alejarla de mí?» Él: «No». Yo: «¿Qué es lo que quieres?» Él:
«Dame todo, entonces quedaré libre». Yo: «Bien, te ayudaré exclusi-
vamente a ti». Al instante desapareció. A decir verdad, no es nada
fácil lo que le he prometido. Intentaré ahuyentar a la otra alma que
empieza a atormentarme. No puedo satisfacer dos al mismo tiempo.

207
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Tengo que confesar algo: me sentí tan sola e impotente que lloré
como un niño. Sigo teniendo tan poca voluntad para hacer grandes
sacrificios.

15 de mayo. Yo: «¿Estás contento ahora?» Él: «¡Finalmente la


paz!» Yo: «¿Ella viene sobre ti?» Él: «¡Sí; voy hacia la luz deslum-
brante!» Durante el día vino tres veces, siempre más contento. Fue
una verdadera despedida.

16 de mayo. Un espantoso ruido me despertó; dentro de mi cuarto


se había desencadenado una verdadera tormenta. Me levanté y miré
por la ventana; afuera todo estaba tranquilo. Y he aquí que pasó ro-
dando una gran bola o barril deforme por mi cuarto; no puedo afir-
mar qué era exactamente; sentí muchísimo miedo. Enseguida escuché
muy claramente que me llamaban por mi nombre. El espanto me
tenía como paralizada; luego un golpe fuerte y todo quedó nueva-
mente en silencio. Después pude seguir durmiendo.

17 de mayo. Algo parecido a lo de ayer, pero no tan terrible.

En el jardín vi dos mujeres venir hacia mí; de repente desapare-


cieron.

Eleonor

25 de mayo. Me encuentro en H...110 Aquella cosa me encontró


también aquí. Su aspecto es ahora muy humano, pero horroroso. Su
cabeza me recuerda a Medusa, el personaje mitológico.

27 de mayo. Yo estaba sentada al lado de N..., mi sobrina; de


repente algo me agarró por los hombros y comenzó a sacudirme con
fuerza. Los que se encontraban junto a mí notaron mi movimiento y

110
H... está situado a un día de viaje de la residencia de la vidente.

208
1926

me preguntaron: «¿Estás temblando?» Casi temblaba, pero de miedo.


Es una mujer horrible, realmente repugnante.

29 de mayo. Estando en el bosque, vi venir una figura volando


suavemente hacia mí.

2 de junio. La monstruosa mujer continúa visitándome y perma-


nece largo rato conmigo. No habló. La figura que vi el sábado volvió
de nuevo volando y se puso justo sobre mí; parecía estar envuelta en
una nube luminosa. Comencé a sentir una sensación extraña, no de
miedo, sino de paz y felicidad. Al mismo tiempo me vi a mí misma y
no vi otra cosa que culpas y más culpas. En esa luz pude ver toda mi
miseria. También por primera vez pude sentir un auténtico arrepen-
timiento. Yo me hallaba en el bosque, pero en esos momentos ya no
veía árboles; me encontraba como rodeada por una nube blanca y
liberada del cuerpo; me es imposible describir lo que ocurría con-
migo. ¿Qué podrá ser esto que me envuelve y me hace tan feliz?
Tengo, sin embargo, la plena certeza de que esto no tiene nada que
ver con las pobres almas. La exaltación me repugna bastante, pero
aun así siento verdadero miedo de volverme orgullosa. Yo sentía mu-
chos deseos de recibir la Sagrada Comunión (es muy difícil poder
recibirla aquí), y mientras pensaba en ella, fue cuando me sobrevino
esto que acabo de mencionar.

¿A quién más puedo abrir mi corazón si no es a mi Director Es-


piritual? Quizás me fuese posible defenderme de aquella cosa si él lo
juzgase conveniente, pero, para ser sincera, eso sería un verdadero
sacrificio para mí, porque aquello me hace indeciblemente feliz. ¿Pero
qué es aquello? ¿Será acaso una trampa del demonio para apoderarse
de mí? ¿Por qué Dios me mandaría estas muestras de benevolencia
que sólo da a los buenos? Yo no soy nada, no poseo ni una sola
virtud; apenas arrastro conmigo un saco repleto de buenos propósitos.
Esto me perturba. Bien, ahora el señor Párroco está enterado de todo.
La escritura es siempre un gran tranquilizante.

209
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

11 de julio. La mujer se me presenta todas las noches. No se puede


hacer nada con ella. Lo único que la calma es la oración.

17 de julio. Por fin ha balbuceado algo. Es de Possau y se llama


Eleonor.

22 de junio. Estuvo a punto de hacerme perder la serenidad antes


de la Sagrada Comunión. Me sacudió por los hombros de manera
terrible y se quedó a mi lado; su tamaño era gigantesco; creí que todos
la verían. ¿Podrá leer también los pensamientos? Porque tan pronto
como ofrecí mentalmente la S. Comunión por ella, desapareció. Por
la noche apoyó su cabeza sobre mi mano; sentí el cosquilleo de sus
pestañas. Tomé el agua bendita y la rocié sobre ella. Ella: «¡Eres mi-
sericordiosa!» Yo: «¡Ha sido tan difícil ayudarte! ¿Por qué has venido
tantas veces?» Ella: «¡Si supieses cuánto pequé!» Yo: «Prefiero no sa-
berlo. Sólo quiero ayudarte». Ella: «Escribe a Possau que...». Me fue
imposible entender lo demás. Sentí pena, pero fue apenas un susurro.
Me gustaría saber lo que desea.

24 de junio. Yo: «Dime qué es lo que debo escribir a Possau».


Ella: «¡Que fui yo quien mató al niño!» Yo: «¿A quién tengo que es-
cribir eso?» Ella: «A Gr...». Yo: «¿Cuándo mataste al niño?» Ella: «En
el verano de 1823». Yo: «Pero seguramente Gr... ya no estará viva».
Ella: «¡La he calumniado!» Yo: «Bien, veré qué puedo hacer, pero
quizás puedas tener paz ahora que me lo has dicho». Ella: «¡Infeliz de
mí, infeliz de mí!» Dicho esto, desapareció.

Dos días de completa tranquilidad. Sueño reparador.

El 27 de junio se me apareció algo nuevo, con mucho estruendo


y lamentos; irreconocible; parecía una enorme caja.

También se me presentó Eleonor; se me acercó y me dio un beso,


lo cual no me agradó para nada. Después rezamos un rato juntas,

210
1926

cosa que pareció agradarle. Yo: «¿Puedo hacer algo más por ti?» Ella:
«¡No me alejes de tu compañía!» Yo: «¡Pero si yo nunca hago eso!»
Ella: «Tú te apartas cada vez que yo intento tocarte». Yo: «Lo que
pasa es que me cuesta soportarte, me produces mucho miedo». Ella:
«¡Permíteme hacerlo!» Entonces me abrazó. Me aguanté; es posible
que el sacrificio de mi voluntad le aproveche si lo ofrezco por ella.

29 de junio. Aquella horrible aparición estuvo de nuevo aquí. Pa-


recía alguien cargado con algo terriblemente pesado a sus espaldas.
Después vino Eleonor. Yo: «¡Acércate, dame tu mano!» De inmediato
se me acercó riendo. Yo: «¿Tan bien te encuentras que hasta te ríes?»
Ella: «¡He superado!» Yo: «¿Qué has superado?» Ella: «¡El amargo
desconsuelo!» Yo: «¿Cómo lo hiciste?» Ella: «¡Gracias a lo que tú me
has dado!» Yo: «Justamente hoy que te he dado tan poco; apenas si
tenía tiempo para pensar en ti». Ella: «¡Tu voluntad estuvo sacrificada
y eso me ha servido!» Yo: «Ya que sabes todo de mí, ¿por qué no me
dices mis defectos?» Ella: «¡Aún vacilas en dar; no debes guardarte
nada para ti!» Entonces se presentó el nuevo, y el Eleonor desapare-
ció. Ah, si fuese capaz de alcanzar la generosidad total que las almas
desean de mí... Pero ¡es tanto lo que me falta todavía!

30 de junio. Se me presentó en las escaleras; me sonrió y con la


mano me señaló a la lejanía. Quizás haya sido su despedida.

4 de julio. Eleonor ha continuado visitándome, pero sin pronun-


ciar palabra. Parece estar feliz. El hombre que carga la caja pesada
me angustia mucho con su inquietud. Ya puedo distinguir su cara;
tiene una gran barba gris; no lo conozco.

7 de julio. En el día oí un gran ruido en mi habitación. La puerta


y el baúl se abrieron solos; no vi nada. Esto se repitió cuatro veces.

El 9 de julio mi sueño se completó en la realidad. Soñaba que un


hombre cargado con una pesada caja venía hacia mí y depositaba su

211
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

carga a mis pies. Me desperté y vi que el hombre se encontraba real-


mente ante mí, y de su encorvada espalda dejó caer una masa oscura
en el suelo. Me resultó tan extraño que me levanté para convencerme
de que estaba despierta. Apunto esto porque nunca me había suce-
dido algo semejante.

Parece que Eleonor ya no vendrá más.

Oigo mucho ruido y llamadas, pero no por mi nombre. Sólo es-


cucho: «¡Óyenos! ¡Ayúdanos!», y a continuación lamentos desgarra-
dores.

11 de julio. Me examino a fondo para convencerme de si las cosas


que escribo corresponden a la verdad, y puedo responder con un
sincero sí. Tengo la costumbre de leerlas una vez y otra vez antes de
ponerlas en limpio, y muchas veces me he dado cuenta de que había
omitido algunas cosas por parecerme exageradas. Con respecto a
aquello particular que me ocurre, me dejo llevar tal vez por un cierto
sentimentalismo...111

Nicolás

20 de julio. El bulto informe y la caja negra se han transformado


en un hombre anciano; lleva un traje del siglo pasado. Yo: «Te de-
moraste bastante para mostrarte en forma humana». Él: «Tú tienes la
culpa». Yo: «¿No te he dado suficiente?» Él: «Tus fuerzas han dismi-
nuido». Yo: «Sí, lo sé; ya no tengo tantas fuerzas para ayudaros a
todos vosotros como quisiera». Él: «Debes liberarte». Yo: «Pero debo
111
Se trata de aquella sensación que envuelve a la vidente en una felicidad
celestial y que no tiene nada que ver con las almas del Purgatorio. La vidente
entrelaza en la descripción una autocrítica —dirigida únicamente a su Director
Espiritual—, la cual es como una confesión por escrito. Ella escribe: «Debo pre-
pararme para la muerte y debo hacer finalmente un esfuerzo serio…» y ense-
guida viene el texto que parece una confesión. (Párroco Wieser).

212
1926

también practicar la misericordia con los vivos; no puedo vivir única-


mente para vosotros». Él: «¡Debes rezar más!» Se marchó, para volver
dos horas después. Me había dormido; estaba tan cansada que me
sentía morir. ¡En todo el día no tuve ni un momento libre para mí
misma! Le dije: «Ven, quiero rezar contigo». Pareció alegrarse; se me
acercó mucho. Es un hombre anciano, con chaleco castaño y una
cadenita de oro. Yo: «¿Quién eres?» Él: «Nicolás». Yo: «¿Por qué no
tienes paz?» Él: «Fui un opresor de los pobres, y ellos me maldijeron».
Yo: «¿Viviste aquí?» Él: «No». Yo: «¿Dónde?» Él: «En Maguncia».
Yo: «¿Eres familiar mío?» Él: «No». Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?»
Él: «Con el sacrificio». Yo: «¿Qué entiendes por sacrificio?» Él:
«Ofrece por mí todo lo que más te cuesta». Yo: «¿La oración no te
ayuda?» Él: «Sí; cuando te cuesta hacerla». Yo: «¿Debo ofrecer siem-
pre el sacrificio de mi voluntad?» Él: «Sí». Aún permaneció largo rato.

22 de julio. Tan pronto llegué a Rottweil, me lo encontré. Yo:


«¿Cómo hiciste para encontrarme tan rápido?» Él: «Nunca te aban-
dono». Yo: «¿Por qué no te veo siempre?» Él: «Porque estás dividida».
Yo: «Eso ya me lo han dicho otras almas. Dime algo nuevo». Él: «Tú
estás desprendida, pero no del todo». Yo: «¿Por qué no vas a otras
almas que estén plenamente desprendidas?» Él: «No las encuentro».

23 de julio. Una noche espantosa. Vi tal cantidad de figuras en mi


habitación como nunca antes. Me acorralaban y lanzaban desgarra-
dores lamentos. Sin embargo, estas eran distintas a las otras aparicio-
nes, ya que éstas no tenían cuerpo. Sentí tal miedo que rompí a llorar.
Estuvieron flotando alrededor de mí cerca de unas tres horas. Al ama-
necer se me presentó Nicolás. Yo: «¿Sabes quiénes eras los que me
rodeaban?» Él: «No, pero sí sé que me has olvidado». Yo: «No te he
olvidado; tenía que ayudar también a esos otros; no debéis atormen-
tarme tanto». Nicolás: «Nosotros seguimos una voluntad superior».

Dos días de completa tranquilidad; ¡cuánto bien me ha hecho!

213
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

26 de julio. Cuatro figuras; después vino Nicolás. Yo: «¿Cómo es


que en tanto tiempo no has encontrado a nadie que te ayude?» Nico-
lás: «Me hallaba aún en las tinieblas». Yo: «¿Y por qué acudes justa-
mente a mí?» Él: «El camino nos es indicado». Yo: «Pero sería mucho
mejor para ti ser ayudado por el sacrificio de la Santa Misa, en la cual
se hace siempre mención de vosotros». Él: «Los castigos son diversos;
no todos podemos beneficiarnos de ella; Dios es justo».

28 de julio. Fui atormentada de forma casi insoportable por figuras


que giraban a mi alrededor. Me seguían a donde quiera que iba; creí
volverme loca, y lo peor es que debía disimular para que nadie notara
nada. Y he aquí que, ya casi al borde del desespero, fui arrebatada
por aquella sensación de felicidad y de paz total, y ya no veía ni oía
nada de lo que me torturaba. Pero he resuelto no volver a hablar más
de este asunto.

29 de julio. Nicolás puso su mano sobre mi cabeza y me miró con


tanta simpatía, que dije: «Te ves muy contento, ¿te vas ya para donde
el buen Dios?» Él: «Tu sufrimiento me ha liberado». Yo: «¿Te has
dado cuenta de todo lo que he tenido que sufrir estos días? Sin em-
bargo pensé que nada de esto te ayudaría, ya que no fui capaz de
soportarlo con alegría». Nicolás: «Tu voluntad se encontraba doble-
gada por completo». Yo: «¿No volverás más?» Él: «No». Yo: «¿Dónde
estás sepultado?» Él: «En el Neckar». Yo: «¿Pero no viviste en Magun-
cia?» Él: «Caí en el campo de batalla». Se me acercó de nuevo y puso
su mano sobre mi cabeza. No sentí miedo; o tal vez yo ya soy insen-
sible.

4 de agosto. Nada nuevo. Las figuras han continuado apare-


ciendo, pero no me atormentan. Estoy percibiendo que las aparicio-
nes ahora tardan mucho más tiempo para alcanzar la purificación to-
tal. La única explicación que encuentro es que me he vuelto más mi-
serable en dar.

214
1926-1927

La Sra. W...

7 de agosto. Ahora me visita con frecuencia una figura que no


para de llorar; sus movimientos dejan ver que ella sufre de un modo
terrible.

11 de agosto. Desde hace dos días su intranquilidad ha aumen-


tado; es una mujer.

15 de agosto. La pobre y triste mujer es la señora W...112 Su as-


pecto es igual que en vida. No consigo consolarla.

18 de agosto. Siempre lo mismo; aún no puede hablar. Se arrojó


sobre mi cama llorando amargamente.

El 20 de agosto me visitó siete veces; no infunde terror, sólo me


entristece enormemente113.

1927

25 de febrero. Ahora vuelvo a escribir nuevamente; por fin se han


ido esos tontos escrúpulo; la señora W... se me presentó en total 37
veces; nunca sentí miedo de ella, pero su tristeza me conmovía pro-
fundamente; fue muy poco lo que habló. Yo: «¿Por qué tienes que
sufrir de esta manera? ¡Fuiste tan buena!» Ella: «El juicio de Dios es
muy diferente al de los hombres; en mí todo era apariencia». Yo:
«Pero si tú sufriste tanto a causa de disgustos y preocupaciones». Ella:
«No los soporté con amor». No conseguí sacarle ni una palabra más.
Después no vino más.

112
La Princesa conocía muy bien a la señora W... Su marido ya se le había
aparecido en mayo de 1924.
113 En el Diario se aprecia aquí un gran hueco: de agosto de 1926 a febrero

de 1927. La Princesa interrumpió las anotaciones siguiendo el consejo de un


Sacerdote, ya que se sentía presa de terribles escrúpulos.

215
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Betty

Ahora me visita la anterior cocinera, Betty, quien estuvo tanto


tiempo en el hospital. No sabía que hubiese muerto; no me enteré
hasta después. Llora y suspira con muchísima angustia. Después de
varias visitas conseguí hacerla hablar. Yo: «¿De dónde vienes?» Ella:
«De la niebla más profunda». Yo: «¿Cómo pudiste encontrarme?»
Ella: «La claridad me atrajo». Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?» Ella:
«Mortifícate». Yo: «Me sorprende que me digas esto. Tantas veces
hablé contigo sobre la mortificación y siempre sostuviste que no servía
para nada». Ella: «Ahora lo veo todo con una luz diferente». Yo:
«¿Tienes que sufrir mucho?» Ella: «El deseo me consume». Dicho
esto, se echó a llorar de una forma conmovedora; luego desapareció.

Algunas noches después se me presentó de nuevo. Yo: «¿Puedes


obrar según tu propio querer?» Ella: «No». Yo: «¿Cómo haces para
venir justamente a mí?» Ella: «Seguimos una dirección superior; la
voluntad propia muere junto con el cuerpo». Yo: «¿Puedes contarme
algo del otro mundo?» Ella: «No; cree». Yo: «¿Qué debo creer?» Ella:
«Lo que dice la Iglesia». Yo: «¿Puedo hacer alguna cosa para que las
almas no sigan acudiendo a mí?» Ella: «No; déjalas venir».

Volvió otras cuatro veces, pero sin hablar; luego no vino más.

Ahora todo es diferente. Ya no me asusto; siento mucho menos


miedo cuando veo una aparición ante mí. Esto demuestra que a todo
se puede acostumbrar uno; únicamente siento un cansancio terrible,
no un cansancio corporal, como después de una larga jornada de
trabajo, sino un agotamiento espiritual que incluso se apodera de mi
voluntad. Lo que antes no me costaba nada, me supone ahora una
lucha terrible. Quiero hacer, y sin embargo, muchas veces no hago lo
que quiero.

216
1927

Estuve de nuevo ocho días en D... Allí vi cinco figuras; dos de


ellas bailaron frente a mí. Un niño que estaba conmigo también las
vio. Nos encontrábamos jugando, cuando, de repente, una señora se
paró en medio de los dos. El niño se echó a reír y dijo: «¡Ahí hay otra
señora!» De hecho, no inspiraban miedo.

N..., el jardinero

En G... me encontré a un viejo jardinero muerto hace mucho


tiempo. Se me fue acercando poco a poco, y al encontrarse ante mí,
inclinó su cabeza con simpatía. Yo: «¿Eres N...?» Él: «Sí». Yo: «¿Cómo
es que nunca te vi antes?» Él: «Aún estaba atado». Yo: «¿Atado
cómo?» Él: «No me era permitido». Yo: «Explícate mejor». Él: «¡Cuán
humana eres!» ¡Siempre me reprochan lo mismo!

Ahora, apenas abro una puerta, la mayoría de veces tengo la im-


presión de que alguien se me acerca. Algo pasa rápidamente por mi
lado. También oigo que me llaman por mi nombre...

En el jardín se estaban podando los árboles; de repente vi al jar-


dinero N... en medio de los trabajadores, laborando como ellos.
Quise hacer una prueba, entonces pregunté a..., quien se encontraba
a mi lado: «¿Cuántos hombres ves trabajando?» ¡Desgraciadamente
ella sólo veía a los vivos!

Vi a N... once veces más, pero no pude hacerlo hablar.

«¿Qué necesitas?» «¿Qué quieres que haga por ti?» Esto es lo que
pregunto una y otra vez a las almas, y en la mayoría de las veces lo
único que consigo como respuesta es un silencio total. Durante un
tiempo fingí no verlas, no les presté atención; pero empeoraron, se
volvieron como agresivas: me empujaban y me golpeaban, e incluso
intentaban sofocarme. De ahora en adelante me dedicaré a orar más
y a preguntar menos.

217
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

Cecilia

9 de abril. Siete figuras flotan alrededor de mí; sólo reconozco una


figura de mujer; no hay nada que temer, pero es imposible dormir.

12 de abril. La mujer se llama Cecilia y ha calumniado. Yo:


«¿Quién más está contigo?» Ella: «Seis almas». Yo: «¿Por qué puedo
distinguirte sólo a ti?» Ella: «He estado a tu lado desde hace algunos
meses; tú cuidabas de otras almas». Yo: «¿Se encuentran en este mo-
mento aquí?» Ella: «Sí; pero yo soy lo más próxima a ti». Yo: «¿Por
qué?» Nada respondió.

14 de abril. Observándola detenidamente, pude ver que su boca


estaba llena de heridas; su apariencia se ha vuelto más clara, pero no
por eso agradable. Yo: «Cuando rezo por ti, y tú no te encuentras
presente, ¿lo notas de inmediato?» Ella: «Sí; yo nunca te dejo». Yo:
«Explícame entonces: ¿por qué no te veo siempre?» Ella: «Porque tú
no podrías soportarlo».

16 de abril. Las siete figuras formaron como un muro entorno mío


y comenzaron a apretujarme más y más. Yo: «¡Dejadme en paz! ¡No
me atormentéis!» Ellas: «¡Queremos ayudarte!» Yo: «¿No os dais
cuenta de que tengo preocupaciones?»114 Ellas: «Sí». Yo: «¿Podéis pe-
dir por mis intenciones?» Ellas: «Por vosotros podemos orar; mas por
nosotras, pobres desdichadas, nada podemos». Yo: «¿Cómo podéis
daros cuenta de mis preocupaciones?» Ellas: «Estás dividida». Yo:
«Pero, sin embargo, no dejo de pensar siempre en vosotras». Ellas:
«Tus fuerzas nos pertenecen, pero tú las gastas en otros».

El 17 de abril, tan pronto como llegó, la rocié con el agua bendita


de Pascua. Se puso contenta. Yo: «Esta agua te servirá mucho más
que cualquier otra cosa que yo haga por ti». Ella: «Solo tú me la das;

114
La hermana de la Princesa se encontraba enferma.

218
1927

esta agua nos sana, pero eres tú quien nos libera». Ya puedo distinguir
una de las seis figuras: es un hombre; no lo conozco; se ve muy triste.

Durante el día veo muchas sombras; tal vez se trate de las cinco
figuras nebulosas restantes. A veces siento una especie de soplo frío,
pero, ¡gracias a Dios!, no han vuelto a venir animales.

23 de abril. La apariencia de Cecilia ha mejorado. Yo: «Te ves


distinta, ¿estás mejor?» Ella: «La niebla se ha disipado; ya adoro».
Luego acarició mi rostro con su mano y desapareció.

¡Una amiga en espera de la recompensa!

Se me presentó una buena amiga, G... de M..., quien murió en


enero. La reconocí de inmediato. Yo: «¡Pareces muy feliz! ¿Dónde te
encuentras?» Ella: «En el salón más hermoso». Dicho esto, se marchó.
Su respuesta me dejó con cierto desagrado, ¡me pareció una expre-
sión tan mundana!

A los tres días se me presentó de nuevo. Yo: «¿Por qué me ha-


blaste en una forma tan terrena al hablarme de un salón?» Ella: «Te
hablé con el lenguaje de este mundo para que pudieras compren-
derme». Yo: «Estás en el Cielo?» Ella: «No; estoy en espera de la
recompensa». Yo: «¿Recompensa? ¿De qué? ¡Dímelo, para que yo
también pueda conseguir una recompensa!» Ella: «Del cumplimiento
del deber y del espíritu de sacrificio». Yo: «¿Sabes que tu esposo te
extraña mucho?» Ella: «Nosotras vemos con otros ojos; todo cuanto
sucede es siempre para mayor bien». Yo: «Dime: ¿Qué cosa es ese
lugar de la espera en donde tú te encuentras?» Ella: «Es el último
grado de deseo». Yo: «¿Por qué has venido a mí si ya no necesitas de
mis oraciones?» Ella: «Para alegrarte; ¡tuve conocimiento de tus pro-
blemas!» Yo: «¿Ves mi alma o mi cuerpo?» Ella: «Veo tu alma. No-
sotras somos quienes estamos libres del cuerpo». Yo: «No obstante yo
te veo tal y como eras. ¿Cómo puede ser esto?» Ella: «Esto es así

219
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

porque tú aún no estás en condiciones de ver el alma». Yo: «¿Enton-


ces es posible ver el alma?» Ella: «¿Acaso existe alguna luz que no
ilumine?» Yo: «Dime todo lo malo que hay en mí». Ella: «Aún gustas
de ser querida por las criaturas; debes desapegarte completamente».
Dicho esto, desapareció. ¡Cuánto bien me hizo el hablar con ella! ¡Ah,
sí! ¡Ojalá consiguiese desapegarme ya de una vez de las criaturas para
amar sólo a Dios! Yo sé muy bien que esto es lo que debo hacer,
pero...

Millares de almas

Me visitan con mucha frecuencia dos hombres desconocidos; se


empujan el uno al otro, como queriendo cada uno recibir ayuda de
primero; se ven muy tristes. Yo: «¿Quiénes sois?» Ellos: «¡Los olvida-
dos!» Yo: «Ninguno es olvidado, pues en la Santa Misa se pide por
todos». Al instante uno de ellos se me acercó y me susurró algo al
oído que no pude entender; creo que dijo «millar», pero no puedo
asegurarlo115. Luego desaparecieron en medio de una nube de fuego.

115
Para darle una idea del número de almas retenidas en el Purgatorio, el
Señor hizo pensar a Ana María Lindmayr en los hormigueros: «Cuando pre-
gunté por qué se me presentaban las almas del Purgatorio, me fue dicho que
pensara en los hormigueros, los cuales están completamente cubiertos y sella-
dos, especialmente en invierno; sin embargo, si se les golpea con un bastón o si
se les llena de humo, de inmediato las hormigas comienzan a salir por millares.
Del mismo modo yo debía considerar que en el Purgatorio, al igual que las
hormigas en los hormigueros sellados, se encuentran muchísimas más almas de
las que yo había visto con mis ojos. Se me dijo que el Señor se aflige mucho
porque son demasiado pocos los que se acuerdan de socorrerlas. Él me ha usado
como bastón para golpear el hormiguero del Purgatorio y así poder darme
cuenta de que en medio de todas aquellas almas se hallan todavía muchas de
las que nosotros pensábamos que ya se encontraban en el Cielo. También se
me hizo comparar el Purgatorio con una colmena de abejas. Me fue dicho que
no debía sorprenderme ante tal cantidad, porque en el Cielo no puede entrar
nada que no esté del todo puro». (Ana María Lindmayr, Il mio rapporto con le
anime del Purgatorio, Ediciones Segno). (N. A.)

220
1927

En una ocasión, estando aún despierta, mi cama comenzó a ele-


varse por el aire, para después caer al suelo con gran estruendo. No
alcancé a encender la luz, pues algo me tomó por el cuello con tanta
fuerza como si quisiese ahogarme. Experimenté un pánico tremendo;
yo lanzaba manotazos a mi alrededor, pero era como si no hubiese
nadie junto a mí. Fue horrible. Tuve que sufrir esto siete veces, al final
de las cuales apareció una mujer, cuya apariencia era realmente re-
pugnante. Yo: «¿Por qué me has atormentado de semejante manera?»
Ella: «Porque te odio»116. Yo: «¿Por qué, si yo no te he hecho nada?»
Ella: «¡Tú me ciegas!» Yo: «¡Pero si yo sólo quiero ayudarte!» No ha-
bía terminado de decir esto cuando enfurecida se abalanzó sobre mí.
De inmediato le grité: «¡En nombre de Jesús, te ordeno que te vayas!»
Entonces se marchó. Esta debió ser muy mala; el horror que me pro-
dujo fue mucho más grande que cualquier otra aparición anterior. Me
dejó una impresión indescriptible; jamás podré olvidarla.

Volvieron a presentarse los dos hombres. Yo: «¿Dónde vivisteis?»


Ellos: «Aquí». Yo: «¿Cuándo?» Ellos: «Hace 57.000 días»117. Yo:
«¿Quiénes erais?» Ellos: «Sirvientes». Yo: «¿Cómo puedo ayudaros?»
Ellos: «Danos una santa misa». Así lo hice; no volvieron a presentarse.

El 9 de agosto

3 de julio. Me sucedió algo en extremo extraño. Me encontraba


recogiendo fresas en el jardín, cuando, de un momento a otro, estalló
un terrible ventarrón. Miré para todas partes, pero lo único que se
sacudió fue el matorral del que agarraba las fresas. Esto me sorpren-
dió tanto que decidí entrar a la casa; desde allí no se apreciaba el
menor vestigio de viento. Volví a salir y todo estaba en completa
calma. Apenas comenzaba a recoger fresas cuando de nuevo el

116 Esta mujer parece haber tenido sólo un sentimiento en vida: envidia;
todo en ella fue envidia.
117 Esto equivale a 156 años.

221
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

mismo huracán. Entonces pregunté: «¿Hay algún alma por aquí?» Al


instante vi cuatro figuras formando un círculo entorno mío que repe-
tían sin cesar: «9 de agosto». Luego todo quedó en paz. Nueve de
agosto, ¡qué extraño! Ya el 5 de mayo se me dijo o soñé algo relacio-
nado con esta misma fecha. Creo que ya hablé de ello en alguna
ocasión. La primera vez que oí esta fecha fue en el año 1898; entonces
me produjo una gran impresión. Pensé que iba a morir. La última
vez, en el mes de diciembre, soñé que sobre mi escritorio había una
gran hoja de papel en la que estaba escrito «9 de agosto». Todo esto
me parece tan extraño... Pero no es miedo lo que siento, sino más
bien una gran curiosidad118.

Ahora por lo general suelo tener mucha paz durante la noche.

Tengo apuntado tan sólo las ocasiones donde he hablado con las
almas. Ha habido muchísimos más encuentros, los cuales han sido
difíciles, pero no insoportables. También a esto se acostumbra uno.

Juan

Desde agosto estuvieron visitándome almas muy diferentes a to-


das las venidas hasta ahora; es muy poco lo que he podido darles. En
total se me aparecieron 27 espíritus, de los cuales 11 eran espantosos.

Hace ocho días que todo ha cambiado. Sólo me visita un cono-


cido mío, Juan H..., el padre de...; a cada instante trata de tocarme.
El agua bendita lo tranquiliza un poco. Me hace sufrir mucho; sin
embargo, me siento contenta. Cada vez que aparece irradia luz, como
si una linterna muy fuerte fuese encendida de repente apuntando a
mis ojos; no obstante, poco a poco esa luz se va apagando. Durante

118
Lo único que vi de especial en todo el Diario acerca del 9 de agosto, fue
que en esa misma fecha, en 1921, tuvo la primera visita de un alma. (La visita
de la Religiosa). (N. A.)

222
1927

el día suelo verlo subido en un árbol que se encuentra en frente de


mi ventana. Es mitad animal y mitad hombre. En cierta ocasión, trans-
curridos algunos días, se abalanzó gritando sobre mí. Yo: «Juan, ¿qué
es lo que quieres?» Él: «¡Tu paz!» Yo: «Acude a tu esposa, que no
cesa de rezar por ti». Él: «¡No la encuentro!» Yo: «Está supremamente
afligida a causa de... Quizás fuese mejor que acudieses a ella». Él:
«¡No puedo abandonar mi camino!» Él: «¿Sabes lo que sucedió
con...?» Él: «No; las preocupaciones humanas permanecen distantes».
Yo: «¿Cómo puedo ayudarte?» Él: «¡Déjame estar a tu lado mientras
me sea permitido y no hable más!» Creo que mi habladera lo entris-
teció, cosa que me conmovió mucho. Estuvo todavía largo rato con-
migo, pero sin hablar. Se ve muy triste.

Todavía viene una mujer, y con ella un gran estruendo a mi habi-


tación. En la iglesia vi siete figuras esperándome en la entrada.

7 de noviembre. Al anochecer salí a dar un paseo por la calle; de


repente veo venir hacia mí dos mujeres desconocidas; cuando quise
hablarles, desaparecieron. Un escalofrío corrió por todo mi cuerpo y
regresé rápidamente a casa. Realmente, cuanto más naturales son las
apariciones, tanto más me asustan. Esto me ocurre con frecuencia.

Una anciana sentada en mi escritorio

Entrando en mi cuarto, veo sentada en mi escritorio una señora


de avanzada edad, sacudiendo su cabeza con ansiedad. Yo: «¿Qué
haces ahí?» Ella: «Busco». Yo: «¿Qué buscas?» Ella: «Mi promesa».
Para darle gusto, le abrí el escritorio. En un instante revolvió todas las
cosas. Miraba todo con ojos que echaban chispas. Jamás vi a nadie
buscar algo con semejante angustia. En la mano tenía sus cartas119.
Finalmente exclamó entre sollozos: «¡Perdido!», y se marchó. No
tengo ni idea de quién era. Por su ropa, parecía ser de nuestra época.

119
Se trata de las cartas que el Párroco Wieser había escrito a la Princesa.

223
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

8 de noviembre. Juan estuvo casi toda la noche conmigo. Yo: «Te


ves contento». Él: «He avanzado». Yo: «¿En qué?» Él: «En el conoci-
miento». Yo: «¿Te refieres a que te sientes ahora arrepentido?» Él:
«No; ¡eso ya pasó! ¡El conocimiento de la luz!» Yo: «¡Dime algo de
esa luz! ¿Estás hablándome de Dios?» Él: «¡Sólo quienes no tienen
cuerpo pueden comprender esto!»

11 de noviembre. La mujer que busca volvió durante el día. Yo:


«¿Puedo ayudarte a buscar?» Me miró y rompió a llorar.

Me encontré de nuevo a la mujer parada frente a mi escritorio.


Había sucedido algo inexplicable: los cajones, que mantengo siempre
con llave, estaban abiertos. Me estremecí de horror. ¡Imposible que
fuese una ilusión de mi mente! Sonreía. Se me acercó y apoyó su
cabeza en mi hombro. Luego desapareció. En los cajones todo estaba
en orden.

Algo que nunca me había pasado: desperté con una sensación


desagradable, y vi entonces la pared repleta de cabezas, todas juntas
la una de la otra. El momento fue siniestro. Cada una tenía una ex-
presión diferente, pero el rostro de todas reflejaba un infinito dolor.

27 de noviembre. Juan H... se me presentó resplandeciente y feliz.


Rezamos juntos. Yo: «Qué más puedo hacer por ti?» Él: «¡Sacrifica tu
voluntad!» Yo: «Quisiera hacerlo, ¡pero me resulta tan difícil!» Él: «Se
te dará la fuerza necesaria». Yo: «¿Por qué no acudes a tu mujer?» Él:
«Me es señalado el camino a seguir». Yo: «¡Dime algo más acerca de
la eternidad!» Él: «¡Cree y confía!» Y desapareció.

4 de diciembre. No he vuelto a verlo; tampoco a la mujer. Única-


mente gran ruido y figuras en mi cuarto, incluso durante el día.

224
1928

1928

Un testimonio

11 de enero. Dije a Wolfram que fuese a mi cuarto a buscarme


un libro. Regresó corriendo y dijo: «En tu habitación hay un men-
digo». De inmediato me dirigí allí y me encontré con un hombre,
cuyo aspecto era realmente el de un mendigo. Parecía estar muy triste.
Yo: «¿De dónde vienes?» Él: «¡De la tribulación!» Yo: «¿Quién eres?»
Él: «José H...». (Hace años vivió en este castillo una familia H...; pero
no sé si alguno de sus miembros se llamaba José). Yo: «¿Qué puedo
hacer por ti?» Él: «¡Reza junto con Wolfram por mí!» Yo: «¿Cuándo
moriste?» Él: «En 1874». Yo: «¿Por qué has tenido que sufrir tanto
tiempo?» Él: «¡Calumnias!» Yo: «¿Puedo hacer algo por ti?» Él: «Sí;
aquella historia de D... M...». Yo: «¿Qué ocurrió?» Entonces entró
alguien y él se marchó. Ahora que lo pienso bien, me parece recordar
la historia del Padre D... M...; siempre me mandaban salir cuando
iban a hablar de aquello.

La madre del Párroco Sebastián Wieser

17 de diciembre. Qué situación tan particular: ahora tengo que


hacer el papel de mediadora entre usted y el otro mundo. ¡Imagínese!
La mujer que estuvo viniendo a visitarme casi durante tres semanas y
que me decía: «La madre de él», ¡es vuestra señora madre!

***

Sigue un diálogo que por razones personales no puedo transcribir


aquí. Con éste apunte termina el Diario. Desgraciadamente lo único
que pude saber es que mi madre se había salvado. Quiero recalcar
que la Princesa no conoció en vida a mi madre.

225
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN

La comunicación del 17 de diciembre fue la última que pude con-


seguir. Ella, que tanto se sacrificó por las pobres almas durante los
últimos diez años de su vida, se encuentra ahora en presencia de Dios,
cosa que no se me ocurre dudar.

Murió, como ya se dijo antes, el 9 de enero de 1929.

PÁRROCO SEBASTIÁN WIESER120

120
El Párroco Sebastián Wieser, Director Espiritual de Eugenia von der Le-
yen, murió el 11 de octubre de 1938, en Oberhausen.

226
CUARTA PARTE
(EVALUACIÓN DE BRUNO GRABINSKI
ACERCA DEL DIARIO)
EVALUACIÓN

P uede que a muchos de los que hayan leído este Diario les hubiese
sucedido lo mismo que al director de una misión, quien escribió
al editor: «Puedo decirle que a pesar de hallarme postrado en cama
con fiebre y gripe, lo leí de un tirón». «Es un mundo nuevo el que se
abre ante nosotros —escribe un Párroco—; la glorificación de Dios y el
deseo de conseguir la purificación de todas las almas creadas». Uno
se siente interiormente conmovido al ver su insignificancia en compa-
ración con la heroica vida de sacrificio de esta alma bienaventurada
dedicada al servicio de las pobres almas abandonadas. «En este libro
—observa otro Párroco—, en el que nosotros los teólogos tanto pode-
mos aprender, lo mejor que hay, a mi modo de ver, es su perfecta
veracidad, ya que no contiene el menor rastro de ilusión o búsqueda
de sí mismo».

Lo que dicen las pobres almas no sólo está plenamente de


acuerdo con la doctrina de la Iglesia, sino que contiene al mismo
tiempo muchas frases que pueden sernos de gran provecho para nues-
tra vida religiosa. Por ello, creemos conveniente que en esta cuarta
parte se consideren de nuevo dichas frases, a fin de poder hacer algu-
nas observaciones respecto de las mismas y presentar ejemplos opor-
tunos. Puede decirse, con toda razón, que en estas sentencias se en-
cuentra realmente toda la doctrina del Purgatorio.

Claro, que dichas sentencias no constituyen dogma alguno. Pero,


por una parte, el carácter santo y sincero de la vidente, su transcrip-
ción atenta y consciente de los hechos, así como la falta de toda suge-

229
BRUNO GRABINSKI

rencia extraña, da seguridad respecto a la efectividad de estas senten-


cias.

Por otra parte, podemos sacar la conclusión de que si Dios per-


mite estas apariciones para un fin moral, no puede consentir jamás
que las mismas expongan un error o una falsedad. Por lo tanto, se
deduce que no hay razón alguna para dudar sobre el contenido de
las sentencias transcritas formuladas por las almas aparecidas.

La entrada en la eternidad

En el momento mismo de la muerte, el alma se presenta ante Dios


para ser juzgada: una adoración—una contemplación para el propio
conocimiento—recompensa o castigo.

«En primer lugar, el juicio, y luego el castigo. Lo adoré y me en-


tregué», dice Egolf (27-11-25). «Una adoración y contemplación del
alma que luego se entrega a la purificación», observa el P. Dominico
(27-9-25). También G... contesta afirmativamente a la pregunta que se
le formula respecto a «si ya ha visto a Dios» (9-9-23).

El profesor de la Universidad, doctor Seitz, observa a este res-


pecto: «Esto recuerda la teodicea de la caída del alma pecadora en el
abismo de las tinieblas; inmediatamente después de su muerte se en-
cuentra cara a cara ante la majestad de Dios, siendo a continuación
devorada por esta boca de fuego —en el Infierno para siempre, en el
Purgatorio mientras tiene lugar su purificación—. Esto no es en abso-
luto contrario a la bondad inagotable de Dios. Puesto que ya en la
antigüedad cristiana el escritor más erudito, el Orígenes alejandrino,
ha manifestado que está de acuerdo con lo que dice Isaías, 50, 11:
«Arrojaos a las llamas de vuestro fuego sobre las saetas que encen-
déis». Esto es, que el fuego del Purgatorio no es encendido por Dios,

230
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

sino por las mismas almas avergonzadas y arrepentidas de sus culpas


y faltas cometidas contra la bondad de Dios. No es Dios, son ellas
mismas las que se precipitan en el profundo abismo, lo más lejos po-
sible de Dios, ya que su impureza y las manchas de los pecados no
les permiten soportar la inmediata proximidad de la santidad y pureza
divinas, lo mismo que nosotros no podríamos soportar en la tierra,
con nuestros ojos humanos, la inmediata proximidad de la claridad
resplandeciente del sol. No es crueldad, sino misericordia infinita de
Dios, el permitir a estas almas, mancilladas por la culpa, esconderse
de la luz demasiado resplandeciente de la majestad divina y hundirse
en el abismo de las tinieblas. Por ello, después de contemplar la ma-
jestad infinita de Dios y ver el estado tan ignominioso en que ellas se
encuentran, el mismo horror al pecado que experimentan las hace
sumergirse en el lugar de castigo del otro mundo».

El Obispo doctor Keppel, escribe: «Hemos de figurarnos que las


almas al entrar en el otro mundo se encuentran frente a frente con el
Salvador. Esta es una visión beatífica. El amor se enciende en el amor.
El alma ve resplandecer en los ojos del Salvador una llama amorosa
que le hace comprender que no es rechazada, y esto la llena de un
sentimiento de inefable alegría, pues se da cuenta de que ha conse-
guido la salvación, ha alcanzado su objetivo. Momento inefable que
hace resonar de júbilo todas las cuerdas del alma. Pero esta alegría
sólo dura un instante; de súbito todo cambia, cesa el júbilo, enmude-
cen las cuerdas, que ya sólo saben lanzar gemidos. La gloriosa luz que
ilumina al alma hace que aparezcan en ella de manera manifiesta to-
das sus faltas y defectos; al mismo tiempo comprueba el severo gesto
que adquiere el rostro del Juez a la vista de estas feas manchas; ya no
hay en Él complacencia, sino más bien reproche, disgusto y tristeza.
Esto humilla, agita y desagrada al alma en forma tal, que no precisa
se pronuncie contra ella sentencia alguna, no hace falta que venga un
serafín con espada de fuego para indicarle el camino a seguir. Su
único deseo es desaparecer lo antes posible, huir de este círculo de

231
BRUNO GRABINSKI

luz para sumergirse en las llamas del Purgatorio, a fin de purificarse


y quitar aquello que impide su unión eterna con el Salvador»121.

El venerable M. Fidelis Keiss († 1923), dice: «Apenas el alma se


ha separado del cuerpo, cuando ya ve a Dios en toda su gloria y
majestad122. Esto dura tan sólo un instante. Luego el mismo Dios le
señala el Purgatorio donde comienza su martirio».

«Muerte, juicio, pleno gozo del amor, dolores acerbísimos, terri-


bles llamas, todo esto que no tarda en transcurrir más tiempo del que
emplea el rayo del sol en atravesar de oriente a occidente con su
velocidad, claridad y penetración, es lo que constituye el paso de la
muerte a la vida característica del Purgatorio; esto es el comienzo del
Purgatorio»123.

Muchos teólogos modernos se oponen a la idea de que el alma


contemple a Dios, en el juicio, inmediatamente después de su muerte.
El hombre, dicen, reconoce y experimenta la proximidad de Dios,
del Salvador, de manera más intensa que nunca en la vida, y es en
este sentido en el que se encuentra ante Dios para escuchar su sen-
tencia124. «Tampoco faltan, no obstante, teólogos de peso quienes en
forma decisiva defienden la idea de que el Salvador se muestra a to-
dos y cada uno con su cuerpo llagado y glorificado. Es evidente, como
dicen, que Cristo humanado y por la fuerza de su pasión y muerte,
tiene derecho a juzgar a todos los hombres125. De lo cual se deduce

121
La predicación de las pobres almas, pág. 72.
122Esta visión de Dios no parece ser, sin embargo, la contemplación intui-
tiva, inmediata y celestial de Dios.
123 DR. BERREMBERG, El sufrimiento en el plan del mundo, Kerle, Múnich,

1941, pág. 152.


124 DR. SCHMAUS, Dogmática católica, Hueber, 1941, tomo III, pág. 152.
125 Esto se deduce de Juan 5, 22 y 2ª Cor. 5, 10, no sólo respecto al juicio

general, sino también al particular.

232
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

que las almas, por lo menos, le contemplan en su humanidad glorifi-


cada y pueden comprobar el horror de las llagas causadas por sus
pecados»126.

Aún podemos añadir que debido a ello el anhelo de contemplar


a Dios que experimentan las almas del Purgatorio es aún mucho más
intenso y doloroso, como dijo una aparición (Alois Z...): «El alma se
siente como acobardada después de haber visto la Majestad de Dios.
El desgarrador deseo de volverle a ver es nuestro mayor tormento»
(6-5-26). Es un sufrimiento mucho mayor verse privado de algo cuya
grandiosidad y belleza se conoce, que de algo que aún no se ha visto.
Esto es también un tormento terrible para los condenados, ya que por
la belleza de la humanidad glorificada pueden deducir lo que supone
la pérdida de la contemplación de la esencia divina.

Lo que el alma contempla en este momento de adoración de su


Dios, supera todos los conceptos humanos.

«No hay lengua humana que sea capaz de expresar la grandeza


de lo divino» (11-2-25). «No lo comprenderíais: eternidad de lo
eterno» (1-4-26). «Es la claridad y el conocimiento. El que siembra
recogerá» (8-6-25). «Esto sólo pueden comprenderlo aquellos que no
tienen cuerpo» (8-11-27).

Cuando muchas apariciones atormentaban a la Princesa que-


riendo agarrarla de la mano, poniendo su mano sobre su cabeza, apo-
yándose en ella o de otra forma cualquiera, sólo lo hacían para con-
seguir que este sacrificio de ella les sirviese de ayuda.

Santa Catalina de Génova escribe: «Así, pues..., las almas ven a


Dios en el grado de conocimiento que les corresponde, con claridad

126
LOUVET, El Purgatorio, págs. 8 y sigs.

233
BRUNO GRABINSKI

completa, y ven, al mismo tiempo, el goce que supone la contempla-


ción de Dios y cómo las almas han sido creadas para este fin»127.

«En este momento crítico se perfecciona el conocimiento de Dios


de las pobres almas, y cada chispita de este conocimiento las hiere
más que todo el ardor del fuego»128.

En el juicio el alma reconoce la infinita justicia de Dios.

«Dios es justo» (10-1-24). «La justicia de Dios es muy diferente a


la de los hombres» (8-6-25). «No puedes comprender lo que es la jus-
ticia de Dios» (3-10-25). «Dios no juzga como los hombres» (25-2-27).

«Los juicios de Dios no son como los de los hombres», se lee en


la Imitación de Cristo129.

«En el juicio el alma recibe la sentencia inapelable sobre su eterna


suerte, y el conocimiento del estado en que se encuentra es tan per-
fecto, que comprende inmediatamente la justicia de la sentencia del
Juez»130.

«Por el saber infinito de Dios, resulta que el juicio formulado so-


bre cada alma es perfectamente infalible, ya que penetra hasta sus
más ocultos rincones, conoce sus movimientos más secretos, no se le
escapa ni la más ligera acción u omisión. Toda acción del hombre se
representa ante el Juez en toda su relación con la vida del alma, con

127
Tratado sobre el Purgatorio, Misión de Marianhiller, Reim-lingen, 1929,
cap. 5.
128 DR. SCHNEIDER, La otra vida, pág. 497.
129
Libro I, cap. 7.
130 DR. SCHNEIDER, obra antes citada, pág. 470.

234
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

sus razones justificativas más profundas, con todo su fondo y sus re-
percusiones en el corazón del hombre, y todo esto con una claridad
perfecta y transparente»131.

«En el juicio divino no se trata de deducir si hay o no falta, tam-


poco de comprobar los grados de culpabilidad o atenuación, ni de
preparación o disposición de la sentencia de juicio, sino de dar a co-
nocer y poner en ejecución dicha sentencia... Con una rapidez y cla-
ridad, como sólo es posible a la luz divina, con mayor claridad y ra-
pidez de aquella con que en el ojo humano penetra el rayo del sol,
llega al alma la noticia de la sentencia divina; en el momento mismo
en que la justicia divina de Dios formula la sentencia, es ejecutada
ésta por la santa y justa omnipotencia»132.

Puede, pues, suceder que un alma después de una vida de pe-


cado, por el amor misericordioso de Dios se salve a última hora.

Teresa B... dice que en su vida «todo fue simulación; sólo actué
con franqueza a la hora de la muerte» (10-9-25). Lo mismo confiesa
María R...: «Fui todo mentira y fingimiento. Antes de mi muerte tuve
ocasión de recibir dignamente la sagrada comunión» (19-3-26). A Fritz
Sch... le salvó en el último momento «la confesión y el arrepenti-
miento» (6-7-23). Egolf, dice: «Hasta la hora de la muerte odié al Altí-
simo. Tuve ocasión de confesarme y así pude escapar del Infierno»
(2-11-25). Serán también muchos los que, como el anciano Heinz,
sean salvados por María, el refugio de los pecadores, la «Madre de la
misericordia», como recompensa a haberla venerado durante su
vida» (30-12-23).

La Iglesia ora en la Misa de acción de gracias: «Tu misericordia,


oh Dios, no tiene límite y la riqueza de tu bondad es inagotable». Y

131
DR. JOSEF STAUDINGER, El otro mundo. Benziger, 1939, pág. 138.
132
DR. ZAHN, El otro mundo, pág. 119.

235
BRUNO GRABINSKI

en la Letanía de todos los Santos: «Oh Dios, de quien es propio per-


donar y ejercer siempre la misericordia»133.

«Pero son muchos también los que son arrebatados de repente y


no tienen tiempo para despegarse interiormente del mundo y de sus
pompas. Realmente nunca sabremos cómo la bondad de Dios actúa
en estos hombres, ni si se les concede un momento para que con
todas sus fuerzas se aferren a Dios: los caminos de Dios son maravi-
llosos; siempre puede ayudarnos, aún incluso allí donde ningún hom-
bre puede ya hacer nada»134.

«Los teólogos más sabios opinan que Dios, en la hora de la


muerte, concede gracias especiales y extraordinarias a los pecadores,
para moverles al arrepentimiento, y esto antes de que se presenten a
juicio»135.

Santa Teresa de Jesús dice: «La misericordia de Dios persigue el


alma de los hombres hasta su último aliento».

El P. Ravignan opina que muchos pecadores se convierten en el


último momento, y entregan su alma reconciliados con Dios136.

Por eso San Francisco de Sales no quería nunca que se desespe-


rase de la conversión del pecador hasta que éste no exhalase su último
aliento. E Iba más lejos aún, ya que ni siquiera permitía que se for-
mulase un juicio desfavorable contra aquellos que habían llevado una
mala vida y que, al parecer, habían muerto sin arrepentirse de ella137.

133
San Pablo llama a Dios «El Padre de la Misericordia» (2 Cor. 1, 3).
134
LUCAS, Los que esperan a la puerta del Cielo, Editorial Pelottiner, Lum-
burgo, 1938, pág. 31.
135 FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 50.
136 Idem., obra citada, pág. 52.
137 Idem., obra citada, pág. 41.

236
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

El alma, al separarse del cuerpo, ve todo a la luz de la eternidad.

«Todo lo veo claro... Mi vida perdida» (19-5-26).

«Ahora lo veo todo claro de modo muy diferente» (marzo de


1927).

«Vemos con otros ojos» (mayo de 1927).

«El recuerdo, si se quiere conservar esta expresión, tendrá com-


pleta claridad, una claridad tal como no conocimos jamás en esta
vida... El alma todo lo contemplará como presente... Las almas des-
pegadas conocerán entonces cómo son en realidad las relaciones de
la vida»138.

«Lo que el hombre se lleva consigo de este mundo, el recuerdo


de todo cuanto hizo, pensó y fue, lo contempla ahora a la entrada en
el otro mundo de una manera mucho más clara y diáfana... Es enton-
ces cuando el interior del hombre mismo se hace transparente al igual
que un ardiente sol, descubriendo tanto lo bueno como lo malo que
en sí hay, que queda así manifiesto con una claridad inimaginable»139.

«En el Purgatorio el alma se despierta como de un sueño. Pasan


antes sus ojos todas las horas perdidas y malgastadas; las empleadas
en juegos y charlas inútiles; se encuentra presa de indecible arrepen-
timiento, que le llena de amargura y penetra hasta la raíz más pro-
funda de su ser; querría poder vivir de nuevo. Son muchos los hom-
bres que hasta que no están en el Purgatorio no se dan cuenta de lo
vacía e inútil que fue su vida»140.

138
DR. FRITZ DE BONSEN, ¿Nos veremos de nuevo en el otro mundo?, págs.
6, 64 y sigs.
139 FECHNER, El librito de la vida después de la muerte .
140 LUCAS, Los que esperan a la puerta del Cielo, págs. 75 y siguientes.

237
BRUNO GRABINSKI

«Después de la muerte el alma adquiere un conocimiento tan per-


fecto de sí misma, que queda asombrada y maravillada al comprobar
la riqueza insospechada existente en su interior»141.

El alma ya no se cuida ni se preocupa de las cosas terrenas.

«Las preocupaciones humanas están muy lejos» (noviembre de


1927). «Vemos con otros ojos. Todo es para el mayor bien» (mayo de
1927).

Las pobres almas, tanto en cuanto sea conveniente para ellas, pue-
den entrar en conocimiento de los acontecimientos de la tierra, bien
por medio de comunicación directa de Dios, o por autorización suya,
o también por medio de su ángel de la guarda, o por las almas que
llegan después al Purgatorio; esto es lo que opinan San Agustín, Santo
Tomás de Aquino y otros teólogos eminentes.

El Obispo Keppler escribe: «Cierto que no participan de la con-


templación y ciencia divina en el mismo grado que los bienaventura-
dos en el Cielo, pero son, por un lado, esencias espirituales libres de
cuerpo cuya mirada y fuerza espirituales tienen un gran poder de pe-
netración y que no hemos de considerar como aisladas y encerradas
herméticamente. Por otro lado, podemos muy bien suponer y decir,
con San Agustín: «Las almas de los muertos pueden saber algo de lo
que en este mundo suceda en tanto sea necesario para ellas, no sólo
lo presente, sino también lo pasado y lo futuro, y esto por medio de
la divina revelación. Asimismo, pueden enterarse de ello lo mismo
por los Santos del Cielo con quienes están en relación, como por las
almas recién llegadas al Purgatorio, así como por su ángel de la
guarda. Puede considerarse como seguro que a éstos también se les
permite la entrada en el Purgatorio»142.

141
DR. SCHNEIDER, La otra vida, pág. 284.
142
La predicación de las pobres almas, pág. 90.

238
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Todo lo que las pobres almas saben de sus seres queridos que
quedan aún sobre la tierra, así como de todos los acontecimientos
humanos, lo ven ahora con ojos muy diferentes, libres de egoístas
preocupaciones. Han conocido, en su propia vida, la previsión y go-
bierno de Dios, y saben que Él sólo quiere la verdadera felicidad y
perfección de los hijos de los hombres y que sólo aquellos que teman
a Dios conseguirán la salvación. «Los sufrimientos y preocupaciones
de este mundo los ven ahora iluminados por una luz muy diferente,
sus juicios están ahora en la esfera de la santa imparcialidad, su alma
ya no se conmueve y excita por las pequeñeces de este mundo, han
aprendido a medir con la medida eterna. Ya nunca podrán olvidar
que toda nuestra vida ha de estar orientada hacia el amor infinito de
la majestad divina»143.

II

En el Purgatorio

En el Purgatorio hay diferentes grados o niveles.

Por eso dice Enrique: «Sólo puedo ver los de mi propio nivel» (2-
2-24). Weiss observa con gran alegría reflejada en su semblante que
pasa a «un grado más elevado» (20-6-24). Acerca de las almas violen-
tas, dice el Dominico: «Son las de los grados más bajos. Los pecados
aún están adheridos a ellas. Están salvadas, pero no purificadas» (20-
10-25).

Alois Z... aclara que las almas pueden salir «de los niveles más
bajos» para presentarse a la Princesa (6-5-26); y el pobre Martín dice
también que «de los niveles más elevados se les permite mostrarse»
(julio de 1925).

143
LUCAS, Los que esperan a la puerta del cielo, pág. 99.

239
BRUNO GRABINSKI

«Se sabe que las pobres almas suelen pasar, regularmente, por un
proceso de purificación fijo, esto es, de las regiones inferiores del Pur-
gatorio suben a la región central y luego a la superior, todo esto antes
de ser admitidas en las moradas del Paraíso»144.

El Señor dijo a Santa Margarita de Cortona: «Has de saber que


así como las moradas de los Monjes son diferentes unas de otras, así
lo son también los lugares del Purgatorio, en los cuales los seres aisla-
dos han de sufrir sus castigos y expiar sus culpas»145.

La «vidente de Prevorst» explicó que los espíritus que acudían a


ella se encontraban «en el grado inferior del reino de los espíritus».
«Muchos hombres —dijo en otra ocasión— vienen a este reino espiri-
tual en grados muy diferentes, con frecuencia más elevados, de
acuerdo con la pureza de su espíritu. Algunos de los espíritus que a
ella se aparecen hablaron de un «lugar mejor» en el que ahora se
encuentran, o sea, al que llegaron»146.

En el grado inferior reina el mayor sufrimiento; aquí todo es no-


che y tinieblas.

«Nosotros vagamos en la oscuridad», explica el anciano Heinz (28-


12-23). «Aún estaba en las tinieblas», dice Nicolás. Egolf explica que
estuvo en la casa «después de las tinieblas» (27-11-25), (26-7-26).

«El Obispo Keppler, escribe: «Para ellos ha llegado la noche, de


la que Jesucristo habla con misterioso horror, en la que nadie puede

144
LOUVET, El Purgatorio, pág. 116.
145
DR. JOSEPH ANTON KELLER, Ciento cincuenta historias de pobres almas,
Kirchheim, Maguncia, 1891, pág. 43.
146 JUSTINUS KERNER, La vidente de Prevorst. Editorial alemana Bong &

Co., Berlín, 2ª parte, págs. 22, 23 y sigs.

240
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

trabajar (Juan 9, 4). La incapacidad para obrar, la inactividad y pasi-


vidad completas son, en realidad, lo que caracterizan a la noche del
Purgatorio. Le convierten en una tierra de tinieblas y cubierta de som-
bras de muerte, en una tierra de dolor y oscuridad donde reina un
inmenso terror... Esto son las penas de las tinieblas de que habla la
liturgia (Resp. de la 9ª lección)»147.

A Santa Margarita de Cortona, dijo el Señor: «Algunas almas son


purificadas en profundas tinieblas»148.

La Beata Catalina Emmerich habla igualmente de unas tinieblas


en las que las almas se encuentran como envueltas en densa niebla,
pero que se va disipando paulatinamente y las almas adquieren una
luz cada vez mayor149.

Las expresiones de «fuego», «tinieblas» o «noche», no se excluyen


entre sí. Santa Brígida de Suecia vio cómo en el grado más inferior
del Purgatorio reinaba un ardiente fuego, al mismo tiempo que densas
tinieblas. Esto tiene una cierta analogía con el Infierno, en el que,
según las palabras expresas de Cristo, el fuego no se extingue jamás
y, sin embargo, reinan tinieblas exteriores.

Aquí se somete a las almas al castigo de los sentidos por medio


de la pena del fuego.

«¡Me abraso!», exclama Fritz Sch., y pone su dedo sobre la mano


de la Princesa, en la que queda impresa una mancha roja (12-7-23).
Algo similar exclama Egolf, rociándole la Princesa con abundante
cantidad de agua bendita, sin que quedase una sola gota en el suelo
(27-11-25). También sobre Enrique vertió ella una botella entera, sin

147 La predicación de las pobres almas, págs. 79 y 82.


148
KELLER, Historias de pobres almas, pág. 43.
149 SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 52.

241
BRUNO GRABINSKI

que luego pudiese verse en el suelo ni una gota (16-1-24). Lo mismo


sucedió con el caballero (9-3-25). A la pregunta «¿En qué consiste tu
sufrimiento?», contesta G...: «Fuego» (9-9-23). Enrique, Egolf y Alois
Z..., aseguran que la mano de la Princesa les alivia (10-1-24, 8-11-25 y
30-4-26). Hermengarda llegó «como envuelta en llamas» (14-3-24); pa-
recía «como rodeada de fuego» (17-3-24). El anciano Heinz alargó la
mano a la Princesa, «estaba caliente» (8-12-23).

En su catecismo popular, el Santo Cardenal Belarmino explica


que las almas que se encuentran en los lugares de purificación sufren
tormentos de fuego. Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y
otros, dicen que el fuego del Purgatorio es realmente fuego material,
claro que nada comparado con nuestro fuego terrenal.

San Agustín escribe: «Este fuego purificador es mucho más ar-


diente de todo lo que uno puede representarse o sentir en este
mundo». Según San Gregorio Magno, San Agustín y Santo Tomás de
Aquino, este fuego es tan intenso como el del Infierno; la única dife-
rencia es lo que se refiere a la duración150. (Para más amplios detalles,
véase la «Introducción»).

Aquí las almas se ven atormentadas por el desconsuelo y la tribu-


lación.

José H... dice que viene «de la tribulación» (1-11-28). Eleonor ase-
gura que el «desconsuelo» ha pasado (29-6-26).

El Obispo Keppler, escribe: «Una existencia triste y una vida mi-


serable. El ritmo de la péndula del reloj del Purgatorio es siempre el
mismo: sufrir, esperar, sufrir, esperar; una desconsoladora monotonía
que resultaría adormecedora si las almas pudieran dormir y si los do-
lores se lo permitiesen... Las almas están activas, sin descansar nunca;

150
LOUVET, El Purgatorio, pág. 63.

242
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

pero su actividad es infecunda, se esfuerzan de continuo por adelantar


y subir, pero todo es inútil, los barrotes de la prisión son infranquea-
bles, el muro es de bronce, sólo les queda esperar y sufrir. Pero este
sufrimiento no está desprovisto de consuelo y alegría. Los pensamien-
tos de estas almas son santos, elevados y eternos; por medio de la
oración están en constante comunicación con Dios; aceptan sumisas
sus sufrimientos por ver en ellos la voluntad de Dios, la esperanza se
agita y vibra en ellas y enlazan entre sí los recuerdos del pasado y las
glorias perspectivas del futuro. Sí; esta ocupación o actividad espiri-
tual carece de mérito y es árida y seca como trabajo de castigo, pero,
al mismo tiempo, también es rica en alegrías y consolaciones, como
si por sí misma floreciese151 en nobles pensamientos e ideas».

Con frecuencia se ha formulado la pregunta de si las pobres almas


son felices o desgraciadas. «Son lo uno y lo otro. Se sienten felices por
verse fuera de este miserable mundo y tener asegurada la salvación;
felices, también, porque el Espíritu Santo habita en ellas por la gracia;
felices porque aman a Dios sobre todas las cosas y se sienten amadas
por Él. Su felicidad es, por tanto, la mayor que puede existir después
de la de los bienaventurados en el Cielo. Pero al mismo tiempo son
también desgraciadas, pues arden en las furiosas llamas que no dejan
sin castigo pecado alguno, ni el más insignificante; desgraciadas por-
que no pueden aliviar lo más mínimo sus sufrimientos; desgraciadas
porque aun cuando aman a Dios sobre todas las cosas y se sienten
amadas por Él, están aún muy alejadas de la contemplación de su
divina majestad»152.

Si una de las almas que se aparece dice que viene de la tribula-


ción, y otra, que unos días antes había exclamado que era muy des-
graciada, ahora se presenta glorificada, habiendo superado el descon-
suelo, bien puede deducirse de todo esto que en los grados inferiores

151
La predicación de las pobres almas, págs. 82 y sigs.
152
BINET, El amigo de las pobres almas, Herder, Friburgo, 1941, pág. 14.

243
BRUNO GRABINSKI

es donde más domina el desconsuelo y el sentimiento de angustia,


pero que éstos van desapareciendo paulatinamente a medida que
tiene lugar la purificación para dejar sitio a pensamientos más animo-
sos, como también escribe el Obispo Keppler: «Por regla general, el
proceso de purificación se realiza de tal forma, que en cada alma el
dolor disminuye progresivamente aumentando la alegría con el
mismo ritmo, de modo que, de manera ligera y desapercibida, la ale-
gría va consumiendo y desbancando al dolor»153.

Al ritmo en que progresa la purificación, disminuyen los sufri-


mientos.

«Dios es justo», dice el anciano Heinz. «El tormento cesa, pero el


castigo no» (10-1-24). Fritz Sch... asegura que ya no tiene que sufrir
tanto (10-8-23). Tampoco Hedwig «tiene ya un aspecto tan triste» (13-
10-23).

Las palabras del Obispo Keppler, antes citadas, también tienen


aquí su aplicación.

«En lo que se refiere a la privación de la contemplación de Dios,


este castigo disminuye poco a poco en el sentido de que las almas ven
aproximarse el instante de su liberación, y al igual que Santa Teresa,
podrían ellas decir también, al escuchar dar la hora en el reloj: «¡Oh
hora amada, qué alegría me produces, ya que me adviertes que me
falta una hora menos para poder gozar de la presencia de Dios!» En
lo que a la pena de sentido se refiere, los maestros de la Iglesia no
han conseguido ponerse de acuerdo. Unos dicen que por las oracio-
nes e indulgencias de los vivos únicamente puede reducirse la dura-
ción del castigo, pero que, sin embargo, el sufrimiento es exactamente
lo mismo el primero que el último día. En cambio, otros sostienen
que no sólo la duración, sino también el ardor del sufrimiento van

153
KEPPLER, obra antes citada, pág. 63.

244
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

disminuyendo paulatinamente en la medida en que se pide por las


almas. No se puede, pues, considerar el fuego como un elemento que
obra siempre de igual forma, sino más bien como instrumento de la
justicia divina que concede al mismo una mayor o menor intensidad
de acuerdo con las leyes de esta justicia»154.

Pero el alma aún se encuentra solitaria y abandonada.

El Dominico que aclaró que por la gracia de Dios no había pasado


por el grado inferior, dice: «Nosotros seguimos cada cual nuestro ca-
mino» (3-10-25). El Padre O... se ve obligado a confesar: «El orgullo
espiritual me aisló de todos» (29-1-25). El hombre anciano que se de-
nomina a sí mismo como «la culpa no expiada», dice: «Estamos aisla-
dos» (28-8-25). También lo repite Alois Z...: «Cada alma está sola» (6-
5-26). Fritz Sch... explica que se encuentra «en el abandono».

El P. Tyläus, profesor de la Universidad de Würzburg, escribe


que: «Muy bien podría suceder que los espíritus nos importunasen
con sus visitas, ya que, debido a la pena de la soledad en que viven,
encuentran en ello un cierto alivio»155.

El Obispo Keppler denomina al Purgatorio el «reino del silencio


y de la soledad»156.

Pero al mismo tiempo, habla también de una vida en común de


las pobres almas: «No hay motivo alguno para considerar la convi-
vencia y los sufrimientos en común de las pobres almas sólo como
refinamiento del castigo y no también como una especie de consuelo
y alivio. Tampoco puede saberse si se encuentran en condiciones de
rezar y sacrificarse unas por otras; así podrían consolarse, animarse,

154 BINET, El camino de las pobres almas, págs. 73 y sigs.


155
KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 18.
156 La predicación de las pobres almas, pág. 65.

245
BRUNO GRABINSKI

alegrarse recíprocamente con una benevolencia de la que sólo son


capaces almas nobles»157.

Podemos armonizar ambas cosas si, apoyándonos en las palabras


del Padre O... suponemos que la soledad puede ser bien un castigo
por determinados pecados o faltas de la vida, o también que sea una
propiedad de los grados inferiores que vaya disminuyendo de
acuerdo con la mayor purificación.

El mayor sufrimiento de las almas es su vehemente anhelo de


Dios.

«El deseo de Dios me devora», explica Z... (7-1-25) y Betty (marzo


de 1927), al decir algo semejante, rompe a llorar con terrible descon-
suelo. También el Dr. G... reconoce que «el anhelo de Dios es el
mayor tormento» (8-6-25). María R... dice que su mayor sufrimiento
es «el deseo insaciable» (30-3-26). «El anhelo de volver a contemplarle
constituye nuestro mayor dolor» (6-5-26).

San Alfonso de Ligorio escribe: «En el Purgatorio, mucho mayor


que la pena del sentido, es el sufrimiento que experimentan las almas,
casi santas, de verse privadas de la contemplación de Dios. El amor
que sienten hacia Él no es natural, sino sobrenatural; la atracción que
ejerce sobre ellas, el ansia de estar unidas con su sumo bien y el com-
probar que su propia culpa es la culpable de su privación, les produce
un dolor tan intenso que éste sería suficiente para arrebatarles la vida,
si morir pudiesen»158.

A la Religiosa María Lasaste, dijo Cristo: «El dolor que las almas
que se encuentran en el lugar de purificación experimentan por verse

157
ACKERMANN, El consuelo de las pobres almas, pág. 21.
158
ACKERMANN, El consuelo de las pobres almas, pág. 21.

246
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

privadas de la presencia de Dios, sobrepasa todo lo que puedes ima-


ginarte, ya que en este lugar las almas se dan perfecta cuenta de lo
que vale la posesión de Dios»159.

«Cuanto mayor es la intensidad con que se anhela una cosa —dice


San Bernardino de Siena—, tanto mayor sufrimiento produce el verse
privado de la misma. Pero el anhelo con el que las pobres almas
desean estar unidas con el Bien Sumo, es incomparablemente mayor
que el anhelo más vehemente que puede sentir nadie por un bien
terrenal. El motivo se encuentra, por una parte, en el superior cono-
cimiento que poseen aquellas almas del Bien Sumo, y, por otra, en el
desapego perfecto de todo aquello que se encuentra fuera de Dios.
Separada del cuerpo mortal, así como de todo lo terreno, el alma no
tiene nada que pueda retenerla. Por ello, aspira con todo su anhelo
hacia su objetivo sumo y se esforzaría por todos los medios por subir
lo antes posible si Dios no la retuviese lejos de Él, obligándola a per-
manecer el tiempo preciso para que, mediante la purificación, se quite
todo impedimento que se opone a esta unión; en esto es en lo que
consiste la pena de la expulsión»160.

«Gracias al estado de gracia y amistad con Dios, en que estas al-


mas entraron en el otro mundo, gracias a que su inteligencia se en-
cuentra ahora libre de todos los impedimentos de este mundo, pue-
den ver ahora con claridad perfecta y con todo detalle cómo Dios es
el único y exclusivo Señor de su alma, patria y tranquilidad, la luz y
el goce pleno y eterno del alma, y comprenden también cómo por
causa de su culpa cometida con conocimiento de causa, así como por
su omisión pecaminosa, se ven ahora privadas de este sumo bien,
hacia el cual aspiran con toda su fuerza y anhelo más profundo»161.

159 SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 74.


160
KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 707.
161 DR. ZAHN, El otro mundo, pág. 200.

247
BRUNO GRABINSKI

El grado más alto del Purgatorio es el «espacio intermedio», una


especie de antesala del Cielo.

La anciana K... dice que viene «del espacio intermedio» (24-2-23);


lo mismo repite el pobre Martín (julio de 1925). El Dr. G... explica
que éste se encuentra «entre la oscuridad y el resplandor, y que
pronto sería liberado» (10-6-25).

Esta es la «espera de la recompensa» al «cumplimiento del deber


y al espíritu de sacrificio», «el último grado del anhelo» (mayo de
1927).

Santa Brígida escribe en sus Revelaciones (libro IV, capítulo


VI)162:
«El Purgatorio más elevado, o antesala del Cielo, se encuentra
en una alta región; allí no hay castigo sensible y el alma sólo es ator-
mentada por un anhelo insaciable e irresistible de llegar a Dios y to-
mar parte en su bienaventurada contemplación. Algunas almas han
de permanecer largo tiempo en dicho lugar»163.

«No se puede dudar en absoluto de que hay un lugar en el Pur-


gatorio donde las almas no son castigadas con la pena de sentido,
lugar que Santa Francisca Romana designa como la región superior
del Purgatorio, ya que, aparte de los Santos citados, hay otros muchos
Santos y personas iluminadas por Dios que hablan claramente del
mismo»164.

En este grado superior hay luz y claridad.

Catalina dice: «Veo la claridad» (21-11-23). Es evidente que esta


«claridad» a la que se refiere no es aún el Cielo, ya que esta alma pide

162 Puede verse la página 313. (N. A.)


163
FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 91.
164 LOUVET, El Purgatorio, pág. 111.

248
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

a Eugenia: «¡No me abandones todavía!» Esto lo demuestra también


las palabras del Padre O... que aún no está liberado, pero, no obs-
tante, repite: «Veo más claro y voy hacia allá, de donde no podré
volver» (11-2-25).

«Ya estoy en la luz», dice Enrique (11-2-24). «Estoy en la claridad»


(Egolf, 21-12-25). «He avanzado... en el conocimiento de la luz» (Juan
H..., 8-11-27). Alois Z... va «hacia la luz deslumbrante» (15-5-26). Las
dieciséis apariciones de hombres y mujeres dicen también que en
Pascua irán «hacia la luz» (29-3-23).

La Iglesia de los primeros tiempos suplica: que se conceda a las


almas «la luz», «la plenitud de la luz resplandeciente», «la luz eterna»,
«la luz infinita e ilimitada». También en la actualidad, dentro del es-
píritu de la Iglesia pidiendo por los moribundos, les deseamos: «Que
la luz eterna les alumbre», que «disfruten de la bienaventuranza de la
luz eterna»... Que Dios, que «habita en la luz inaccesible», nos haga
participar de su luz y participemos en forma tal que podamos con-
templar aquello que antes no estaríamos en condiciones de contem-
plar. Si Él, la plenitud de la luz eterna, hace iguales a Sí las almas de
los suyos, así lo hace para que podamos contemplarle tal y como es,
pues que de otro modo no podríamos contemplar su luz si no es «en
su luz misma...» «La contemplación de Dios no está separada del
amor de Dios, lo mismo que la contemplación y el amor no están
separados de la unión beatífica»165.

Dice Dante (Paraíso, 30, 38-41): «Escapando del cuerpo, vamos al


Cielo llenos de la luz más pura: de luz espiritual en que aparecen
llenos de amor; de amor del verdadero bien, lleno de delicia; de de-
licia que supera toda suavidad»

165
DR. ZAHN, El otro mundo, págs. 251 y sigs.

249
BRUNO GRABINSKI

Ahora es cuando las almas pueden y deben adorar a Dios.

«Han desaparecido las tinieblas, ya puedo adorar», dice Cecilia


con simpatía (23-4-27). Egolf explica: «Ya puedo adorar» (25-12-25);
el 21-12-25 había dicho que estaba en la claridad. Gisela contestó a la
pregunta de por qué era distinta a las demás, diciendo: «Porque
pronto podré adorar» (3-2-26). Que esta adoración tiene lugar no to-
davía en el Cielo, sino en el Purgatorio, en el espacio intermedio, lo
demuestran las palabras de Z...: ella podía «adorar, pero no pedir»,
esto es, no podía hacerlo por sí misma (7-1-25). Los bienaventurados
del Cielo ya no necesitan pedir para sí.

Santa Catalina de Génova dice: «La más insignificante contempla-


ción de Dios, sobrepasa todo el dolor y toda la alegría de que el hom-
bre es capaz»166.

La Beata Catalina Emmerich explica: «Descubrí en sus rostros una


alegría indescriptible, que me pareció ser una señal de su cercana
liberación»167.

Que en este nivel superior, lo mismo que en el Cielo, no hay ya


lugar a arrepentimiento alguno por los anteriores pecados y omisio-
nes, se deduce del diálogo de la vidente con Juan H...: «Ahora pare-
ces más feliz». «He avanzado». «¿En qué?» «En el conocimiento». «¿O
sea, en el arrepentimiento?» «No, eso ya pasó. En el conocimiento de
la luz» (8-11-27).

166
Tratado del Purgatorio, cap. 16.
167
KEPPLER, Predicación de las pobres almas, pág. 61.

250
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

En los grados superiores las pobres almas comparten entre sí los


sufrimientos y las alegrías, y piden unas por otras (lo contrario de lo
que sucede en los grados inferiores).

«¡Sálvalo!», dice Catalina, refiriéndose al anciano Heinz (3-12-23).


El Dominico anima a la Princesa a dominarse y ayudar a Egolf: «¡Ol-
vídate de ti misma y ayúdalo!» (3-10-25).

En otra ocasión responde a la pregunta que ésta le hace sobre


cómo podría evitar que las almas continuasen acudiendo a ella: «¡Sé
generosa!» (20-6-24). También Betty contesta a la misma pregunta:
«¡Déjalas venir!» (marzo de 1927). Cuando «quería ser cruel» respecto
al «Monstruo», se le apareció Catalina indicándole el vencimiento y
la ayuda (27-12-23).

De acuerdo con las comunicaciones de la Beata Catalina Emme-


rich, las pobres almas se preocupan mucho por la situación de las
demás, y experimentan un gran consuelo y alegría cuando las almas
cercanas a ellas consiguen la redención168.

También Santo Tomás afirma que el amor al prójimo de las po-


bres almas es tan perfecto que se alegran sobremanera cuando una
de ellas es ayudada y ve acercarse el punto y hora de su liberación169.

El Obispo doctor Schneider escribe: «No se entristecen cuando


otra alma es liberada antes que ellas... Dante escuchaba el sonido
atronador de las ocasiones de júbilo que brotaban del monte de la
purificación, siempre que un alma era admitida en el Cielo... Entona-
ban cánticos de alabanza a la misericordia ejercida con ellos, al amor
que santifica mediante el castigo, sana por medio de golpes y consuela
por la aflicción».

168
KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 216.
169
BINET, El amigo de las pobres almas, pág. 206.

251
BRUNO GRABINSKI

El castigo del Purgatorio lo mismo puede durar breves instantes


que prolongarse durante años, décadas e incluso siglos.

El Dominico, al parecer, estuvo cuatro meses. La amiga Gr..., apa-


recida a fines de abril, había muerto en enero. María R..., cinco años
antes de su aparición. Bl. Nandl, que se apareció en junio de 1924,
había muerto en 1893. José H..., en 1874 (se apareció el 11 de enero
de 1918); Isabela, en 1846 (apareció en agosto de 1925); Catalina, en
febrero de 1680 (apareció en noviembre de 1923), y los dos hombres
que se denominan a sí mismos como los «olvidados» murieron 57.000
días antes (aparecieron en junio de 1927).

Fritz Sch... tardará «aún mucho tiempo» en ser redimido; «tres


veces Adviento» ha de continuar Ana rondando por los alrededores;
Edelgunda andará por el gallinero «tres veces ochenta».

«No sabemos la medida que emplea Dios para medir la culpa del
pecado; o sea, el castigo del pecado en el Purgatorio»170.

«Considerando objetivamente en sí, la duración del Purgatorio es


diferente, en tanto que algunas almas sólo son retenidas en él unas
cuantas horas, mientras que otras tienen que expiar allí durante años.
Sin embargo, es muy reducido el número de aquellas que sólo han
de permanecer pocas horas o días en la prisión del Purgatorio. Una
tan breve expiación en el Purgatorio es sólo para casos excepcionales
y para almas muy santas. Lo regular es que las almas tengan que per-
manecer largo tiempo en el Purgatorio, durante años y no pocas veces
durante siglos»171.

170
PROF. DR. BERNHARD BARTMANN, Manual de Dogmática, Herder, Fri-
burgo, 1921, 2º tomo, pág. 507.
171 LOUVET, El Purgatorio, pág. 165.

252
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

El Santo Cardenal Belarmino explica: «Es evidente que los sufri-


mientos del Purgatorio pueden durar más de diez o veinte años; me
atrevo, incluso, a afirmar que más de cien y más de mil años»172.

La bienaventurada Ana María Lindmayr escribe: «Con frecuencia


la estancia en el mismo suele durar siglos. Muy muy difícil resulta la
liberación para aquellos que han sido duros con el prójimo... Los que
están allí menos tiempo son los misericordiosos, los mansos y los que
aceptan gustosos la muerte... También se me manifestó que para las
pobres almas una hora pasada en el Purgatorio les resultaba más larga
y penosa que veinte años aquí en la tierra llenos de sufrimientos y
angustias»173. Esto mismo dicen infinidad de almas aparecidas. Así se
lo explica a San Francisco Jerónimo, de la Compañía de Jesús, el
Hermano lego Constantino, al aparecerse a éste después de su
muerte: «Sólo estuve tres días en el Purgatorio; sin embargo, los sufri-
mientos fueron tan intensos que me parecieron durar más de tres mil
años»174.

La práctica de la Iglesia en lo que se refiere a las fundaciones de


Misas «para la eternidad», da a entender que la duración del tiempo
que haya de pasarse en el Purgatorio puede ser muy largo.

El Papa Alejandro VII rechazó la opinión que sostenía que ningún


alma podía estar más de diez años en el Purgatorio.

172
El amigo de las pobres almas, pág. 36. (N. de Gr.)
María Simma tuvo que ayudar almas que llevaban muchos años en el Pur-
gatorio. Ella cuenta el caso de un oficial que murió en 1660, e incluso el de un
Sacerdote que falleció en el año 555. Y dice que si no hubiese sido por la mise-
ricordia de Dios que se dignó hacerle saber a ella sobre la pena de este Sacer-
dote, él habría tenido que permanecer hasta el fin del mundo en el Purgatorio.
(Nicky Eltz, “¡Sáquennos de aquí!”, Editorial Didacboook, pág 62). (N. A.)
173 P. NOCK, Vida y obras de Ana María Lindmayr, pág. 145.
174 El amigo de las pobres almas, pág. 35.

253
BRUNO GRABINSKI

El profesor doctor Zahn escribe: «A pesar de toda la oscuridad


que rodea esta cuestión, la opinión preponderante, y hasta cierto
punto lógica y natural, es la que, según la medida de aquello que
haya de expiarse y de acuerdo con el grado de amor, algunas almas
han de permanecer largo tiempo y otras un tiempo muy reducido en
el Purgatorio; o sea, que unas se purifican casi inmediatamente de
entrar en dicho lugar, mientras que otras necesitan largo tiempo para
conseguirlo y poder entrar en la bienaventuranza eterna. Ha de aña-
dirse, para confirmar la doctrina eclesiástica, que las oraciones y bue-
nas obras de la Iglesia Militante, sobre todo el ofrecimiento del santo
sacrificio, obtienen de Dios la reducción o terminación de los sufri-
mientos del Purgatorio»175.

Esto lo prueban innumerables apariciones que leemos en la vida


de los Santos y bienaventurados.

Citaremos todavía otro ejemplo. A la denominada «vidente de


Prevorst» en el año 1828 se le aparecieron varios espíritus, uno de los
cuales le dijo haber muerto «en el año 1700»; otro, sin embargo, «en
el año 1529».

Muchas almas tienen que sufrir su Purgatorio allí donde cometie-


ron el pecado.

María Schönborn explica: «Aquí pequé» (28-5-23). Lo mismo hace


Hermengarda (16-3-24). Eugenia vio a G... «frente a su casa» (7-9-23).
La Hermana Hedwig confiesa que su manera de pensar fue dema-
siado terrena y se mete decidida en la despensa (13-10-23). Enrique
conduce a la Princesa hasta la bodega, «porque allí fue donde pecó»
(30-1-24). Reinaldo se apareció en el lugar mismo en «que había hur-
tado el dinero» (28-2-24). «Los olvidados vivieron aquí» (junio de
1927). Egolf «vivió y pecó aquí» (27-11-25). Catalina «vivió y trajo la

175
El otro mundo, págs. 208 y sigs.

254
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

discordia» (13-11-23); Isabela estuvo «mucho aquí», siendo «la amiga


de muchos» (agosto de 1925).

«Son varios los teólogos que opinan que cada alma sufre en el
lugar mismo donde cometió el pecado»176. El Padre jesuita Tyräus,
profesor de la Universidad de Würzburgo, escribe que la experiencia
demuestra que con frecuencia los pecados han de expiarse en el lugar
mismo donde se cometieron177.

Esto está de acuerdo con la opinión que se deduce de lo expuesto


por varios videntes respecto a que muchas almas están ligadas a cier-
tos lugares de la tierra, por regla general a los lugares que están en
relación directa con sus pecados. Así es como la honorable servidora
de Dios, Clara Moes, dice que las almas de aquellos cristianos tibios
que no se preocupan de asistir a Misa los domingos, con frecuencia,
después de su muerte, se pasan años y años ante la puerta de su iglesia
parroquial por ser allí donde han de sufrir su Purgatorio y expiar sus
culpas. La honorable Francisca del Santísimo Sacramento vio a un
abogado que por haber condenado a un inocente a la cárcel, hubo
de permanecer él, después de morir, en aquella misma cárcel, pa-
sando allí su Purgatorio. Una de las Hermanas de su Convento se le
apareció diciéndole que había de expiar en su celda y en el coro178.
El venerable Bernardo Colnago, S. J., estando en Roma vio un alma
que llevaba más de cuarenta y tres años sufriendo su Purgatorio en

176
BINET, El amigo de las pobres almas, pág. 50.
177
KLIMSCH, ¿Viven los muertos?
178 También en el apunte XI de su Diario, se lee que un día se le apareció

un difunto diciéndole, entre otras cosas, que sus penas las padecía dentro de su
misma sepultura. Y Palafox, en relación con este apunte, relata que a un Reli-
gioso de Madrid se le apareció un compañero suyo en el confesionario comuni-
cándole que sufría allí mismo «por algunas preguntas que hacía a los penitentes,
las cuales no pertenecían a la confesión». (Obispo Juan de Palafox, Luz a los
vivos y escarmiento en los muertos ). (N. A.)

255
BRUNO GRABINSKI

una de las calles de dicha ciudad179. Estos son solo algunos ejemplos
entresacados de entre los innumerables que podríamos citar.

III

Ayuda para las pobres almas

Las pobres almas no pueden valerse a sí mismas. No pueden pro-


porcionarse alivio alguno ni reducir sus sufrimientos ni por medio de
actos de arrepentimiento ni con oraciones.

«¿Tu arrepentimiento actual ya no te aprovecha?» «No» (27-11-


25).

«¿El arrepentimiento que sientes ahora, te sirve de algo?» «¡Es de-


masiado tarde!» (9-5-25). «¿En el estado en que te encuentras no pue-
des rezar?» «Adorar sí, pero no pedir» (7-1-25). «Por vosotros pode-
mos orar; mas por nosotras, pobres desdichadas, nada podemos» (16-
4-27).

«Que a las pobres almas... no les es posible la expiación de los


castigos impuestos por sus pecados, mediante otras satisfacciones li-
bremente escogidas, por ejemplo: mediante actos de contrición, de
humildad, etc., se deduce del hecho de la sentencia especial. En ésta
se fija y determina expresamente tanto la recompensa por el servicio
prestado como el castigo por la omisión. Esto sólo puede tener lugar
una vez cerrada la cuenta; es decir, cuando el culpable no está ya en
condiciones de escoger libremente otras satisfacciones que sustituyan
a los castigos del Purgatorio; ya que de ser así, en tiempo muy breve
quedaría éste vacío; pues sin duda alguna el anhelo del Cielo les im-
pulsaría a realizar actos de contrición tan perfectos, de humildad y de

179
Según SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio.

256
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

amor, que en tiempo muy reducido quedarían purificados de todas


sus culpas»180.

La opinión de los teólogos no es unánime en lo que se refiere a la


cuestión de si las pobres almas pueden pedir por sí mismas. Muchos,
como por ejemplo San Buenaventura, lo niegan; otros, como San Al-
fonso María de Ligorio, lo afirman; otros, en cambio, como el Obispo
Keppler, lo consideran como dudoso. Aquellos que se oponen al he-
cho de que las pobres almas pueden pedir por sí mismas, de manera
efectiva, algo referente a la mitigación o reducción del tiempo de su
castigo, fundamentan su opinión en la imposibilidad de merecer u
obrar el bien después de la muerte, faltando, incluso, la posibilidad
de conseguirlo mediante oraciones por sí mismas.

Las pobres almas están, pues, pendientes de la ayuda de los vivos.


El misericordioso amor al prójimo tiene que impulsarnos a ayudar
todo lo posible a estas pobres almas que en nosotros confían.

¡Qué hermoso es lo que escribe la Princesa!: «Hacer felices a las


almas es mucho más bello que hacer felices a las personas vivas. ¡Qué
bueno es Dios!» (29-12-23). «¡Ayuda!», pide G... (6-9-23). «¡Misericor-
dia!», oye pedir a una mujer (10-9-25). «¡Sé misericordiosa!», le dice
Z... (8-1-25). «¿¡Dónde está tu misericordia!?», le reprende Weiss (27-
5-24). «Ahora ¡ayúdame!», la exhorta María R... (5-3-26). «¡Dame la
paz!», le dice Catalina (14-11-23). «¡Aún vacilas en dar; no debes guar-
darte nada para ti!», le explica Eleonor (29-6-26).

Aun cuando con los sentidos corporales no podamos ver ni oír a


estas almas, no obstante están siempre ante nosotros, aunque en forma
invisible, «en actitud de súplica» (14-11-23), «con ojos suplicantes» (17-
3-24).

180
WILMERS, Texto de Religión, Aschendorff, Münster, 1902, 2º tomo, pág.
322.

257
BRUNO GRABINSKI

El Concilio de Trento nos enseña que las almas «retenidas en el


Purgatorio son ayudadas eficazmente por la intercesión de los fieles,
pero sobre todo por el sacrificio del altar, siempre agradable a Dios»
(Sesión XXII). «Sus hermanos y hermanas que aún están en este
mundo pueden ayudarles con sus oraciones y su caridad. También el
amor que los que viven en Cristo sienten por los muertos, obra a
modo de oración por ellos. Todo lo que los hombres, en estado de
gracia, sufren y ofrecen sobre la tierra, puede presentarse ante la faz
de Dios a modo de petición. Los vivos pueden (per modum sufragii)
satisfacer con sus obras por las pobres almas del Purgatorio. Si todos
los seres en gracia, unidos con Cristo formasen con Él una sociedad
de reparación, podrían muy bien obtener de Dios que les permitiese
reparar por sí mismos todo cuanto haya de reparar otro miembro
cualquiera de la sociedad. Así, pues, todos pueden y deben ayudar a
los otros en su obra reparadora. Esta ayuda consigue la máxima efi-
cacia unida al sacrificio de la Misa. Sólo por la fuerza de Cristo es
posible la propia satisfacción por las almas del Purgatorio. También
en la humana satisfacción se efectúa la satisfacción de Cristo. Tiene
su plena realización en la expiación humana. Por medio de nuestra
oración y reparación no podemos suprimir a las almas el eventual
proceso de transformación que les hace maduras para el Cielo. Para
ello hace falta su sufrimiento. Pero sí podemos ayudarles, en cuanto
que por medio del sacrificio de la Misa, por nuestra oración y nuestra
mortificación personal, les manifestemos nuestro amor y participación
e imploremos de Dios les conceda la fuerza que precisan para ingre-
sar del todo en el resplandor de su amor»181.

Muy bien dice el Catecismo Romano: «Hemos de alabar la bon-


dad y misericordia de Dios y manifestar nuestro agradecimiento, por
haber permitido a la debilidad humana que puedan satisfacer unos
por otros la deuda contraída con Él; de tal modo que uno puede muy

181
SCHMAUS, Dogmática católica, tomo III, 2, pág. 513.

258
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

bien cargar sobre sí la carga que al otro corresponde, puesto que to-
dos somos miembros de un mismo cuerpo; por tanto, la obra de la
satisfacción hemos de considerarla como propiedad común»182.

«No puede dudarse —dice San Agustín— que los muertos son ayu-
dados por las oraciones de la Santa Iglesia, por el sacrificio de la santa
misa y por las limosnas que contribuyen por sus almas. Esta tradición
de nuestros Padres continúa en vigor en toda la Iglesia»183.

Con toda razón en la Edad Media, las santas misas, indulgencias,


limosnas, etc., ofrecidas en sufragio de las pobres almas, eran deno-
minadas «instrumentos de las almas»; esto es, medios con los que se
ayuda a las almas aún no purificadas del todo para que puedan llegar
más rápidamente a la contemplación de Dios184.

Estando en Malaca, San Francisco Javier encargó a un hombre


recorrer todos los días, a media noche, la ciudad entera con un farol
encendido y una campana en la mano, exclamando: «¡Orad por las
almas de los fieles difuntos que sufren en el Purgatorio!»185.

La bienaventurada Crescencia de Kaufbeuren, estando en el le-


cho de muerte, dejó por herederas universales suyas a las almas del
Purgatorio, traspasando a las mismas todas las misas, oraciones e in-
dulgencias que se ofreciesen por ella después de su muerte186.

«¡Quién podría!», así exclama San Juan Damasceno, «¡Quién po-


dría enumerar los testimonios contenidos en las vidas y revelaciones
de los Santos, testimonios que manifiestan con toda exactitud el gran

182
KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 85.
183
Sermón 172, núm. 2.
184 SCHNEIDER, La otra vida, pág. 60.
185 KELLER, Historias de pobres almas, pág. 32.
186 KELLER, obra citada, pág. 33.

259
BRUNO GRABINSKI

provecho que reporta a las pobres almas las oraciones, santas misas,
indulgencias y limosnas ofrecidas por ellas!»187.

La Beata Catalina Emmerich se lamentaba: «¡Qué pena da com-


probar cuán poco es lo que se ayuda a las pobres almas; toda buena
obra, limosna o sacrificio ofrecido por ellas, las beneficia instantánea-
mente; se sienten, entonces, tan alegres y bienaventuradas como una
persona que se muere de sed, a quien se ofrece una bebida refres-
cante!»188.

Desde el año cincuenta existe en París una Orden Religiosa feme-


nina bajo el nombre de «Las Auxiliadoras de las Pobres Almas». El
lema de estas mujeres consagradas a Dios es: «Orar, sacrificarse y
trabajar por las pobres almas del Purgatorio»189.

Podemos y debemos ayudar eficazmente a las pobres almas.

1. Por medio de la oración.

«¡Ora!» (9-3-25). «¡Reza por mí!» (6-5-26). «¡Debes orar!» (29-2-25).


«¿Qué puedo hacer por ti?» «¡Rezar mucho!» (10-9-25). En otra oca-
sión: «¡Ora por mí junto con Wolfram!» (11-1-28). «¡Tienes que orar
más!» (20-7-26). «Rezas demasiado poco» (30-8-25). «¿Te das cuenta
de que rezo por ti?» «¡Sí; pero dame aún más!» (julio de 1925).
«Cuando rezo por ti, ¿lo notas enseguida?» «Sí» (14-4-27). «¿Te bene-
ficia el que pida por ti? ¿Te alivia?» «Sí» (19-12-23). «¿Has notado lo
mucho que se ha rezado?» «Sí; eso me ha dado el habla» (2-11-25).

187 FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 153.


188
KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 217.
189 KELLER, obra citada, pág. 101.

260
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

En diferentes ocasiones las pobres almas se tranquilizaban por me-


dio de la oración; esto sucedió en el caso de Weiss (16-5-24), el an-
ciano Heinz (8-12-23) y «la culpa no expiada» (25-8-25).

Otras se sienten felices cuando la Princesa ora con ellas y por ellas:
el Dominico se inclina cuando ésta empieza a orar (13-9-25), la «ser-
piente» se arrastra más cerca de ella, parece que eso le agrada (26-2-
26). Eleonor y Nicolás parecen «estar muy felices» (11-6-26 y 20-7-26).

«Es indudable que desde los primeros tiempos del cristianismo se


ha considerado siempre la oración como el medio de continuar en
relación con los difuntos, y como el medio del cual siempre se dis-
pone para hacerles el bien», dijo el Obispo Keppler190.

«De continuo —escribe el Santo Papa Clemente, discípulo y suce-


sor de San Pedro—, recomendaba San Pedro preocuparse de enterrar
a los muertos y orar y hacer orar por el alivio de sus almas; tenía en
gran aprecio esta obra amorosa y era mucho lo que le preocupaba
que se acudiese en auxilio de las pobres almas que se consumen en
las llamas»191.

San Efrén el Sirio escribe: «En lugar de verter inútiles lágrimas


sobre su tumba, mejor fuera derramar éstas orando en la iglesia, ya
que de este modo se viene en ayuda de los muertos y los vivos». San
Juan Crisóstomo: «Siempre has de ayudar a los muertos cuando pue-
das, no mediante lágrimas, sino por medio de oraciones, limosnas y
sacrificios»192.

En una ocasión dijo el Señor a Santa Gertrudis: «Me complacen


de manera especial las oraciones que se me dirigen en favor de los

190 La predicación de las pobres almas, pág. 105.


191
FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 139.
192
KEPPLER, obra antes citada, pág. 28.

261
BRUNO GRABINSKI

muertos. Las oraciones de los fieles caen de continuo sobre las pobres
almas a modo de rocío refrigerador y de bálsamo que sana, suaviza y
alivia sus dolores»193.

La «vidente de Prevorst», dice que un espíritu le susurró: «A tu


lado encuentro la paz; ¡ora conmigo!» A veces se pasaba largas horas
rezando con un espíritu; durante dicho tiempo éste permanecía de
rodillas. Dice que siempre notaba en sus rasgos cómo la oración les
proporcionaba un gran alivio. Un espíritu exclamó después de la ora-
ción: «¡Ahora en mí ha salido el sol!»194

2. Por medio del santo sacrificio de la misa.

En diferentes ocasiones las almas piden una santa misa: «¿Qué


quieres de mí?» «Una santa misa» (21-2-23; 11-9-24; 7-1-25). «Pido una
santa misa» (15-4-25). «Ofrécenos una santa misa» (junio de 1927).
«¿Cómo puedo ayudarte?» «Con la santa misa» (26-2-24; agosto de
1925).

«¡La Sangre de Cristo fluye con abundancia!» «¿Te refieres al gran


número de misas?» «Sí; esta Sangre nos conduce a la vida» (2-11-25).

«La corriente del sacrificio fluye de continuo. Significa la reden-


ción para quienes creen en ella». «¿Te refieres a la santa misa?» «Sí»
(10-6-25).

En múltiples ocasiones un alma ya no vuelve a aparecerse una vez


ofrecido por ella el santo sacrificio de la misa, señal de que éste le ha
proporcionado la liberación del lugar de purificación; así sucedió en
el caso del Párroco S..., Margarita y Z... (25-1-22; 21-2-23 y 3-3-23).

193 Su vida, libro V, cap. 29.


194 JUSTINUS
KERNER, La vidente de Prevorst, 2ª parte, págs. 131, 74, 113,
76 y otras.

262
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

«¿Qué es lo que más te aprovecha?» «La asistencia a la santa misa»


(9-9-23).

«¿Te importa tanto que yo asista a la santa misa?» «Así podrás


ayudarme mucho» (9-7-23).

No sólo debemos mandarla celebrar, sino también asistir a ella.


En la S. Misa ofrecemos al Padre celestial los méritos y sufrimientos
de su divino Hijo, sus santas Llagas, su preciosa Sangre y su tormen-
tosa expiación. En su amor misericordioso por las almas, Él nos per-
mite transferir este infinito y precioso tesoro a favor de ellas; claro
está, todo siempre por medio de nuestra Santísima Madre. Ana María
Lindmayr enseña: «Todas las buenas obras deben confiarse a nuestra
Madre para que ella la aplique a quien mejor le parezca».

«El santo sacrificio de la misa es —dice el Obispo Keppler—, según


su esencia y la disposición de Cristo, un sacrificio de expiación y sa-
tisfacción; borra, directamente, las faltas veniales y las penas tempo-
rales del pecado, por medio de una ratificación válida, pero según las
disposiciones del que lo recibe. Su fuerza expiatoria no se limita a los
vivos. En la ordenación, el Sacerdote recibe poder de «missas cele-
brare tam pro vivis quam prom defunctis» (esto es, ofrecer misas tanto
por los vivos como por los difuntos). Ya desde el principio pensaba
la Iglesia en hacer participar a las pobres almas de los frutos y efectos
del sacrificio de la misa»195.

El Santo Papa Gregorio el Grande, dice: «Son muchas las almas


que salen del Purgatorio al terminar la celebración de la santa
misa»196.

195
La predicación de las pobres almas, pág. 102.
196
KELLER, Historias de pobres almas, pág. 96.

263
BRUNO GRABINSKI

San Jerónimo asegura que si se ofrece la santa misa por un alma


del Purgatorio, ésta deja de sufrir durante toda la celebración de la
misma. También asegura que por cada santa misa son muchas las
almas que salen del Purgatorio para subir al Cielo197.

La madre de San Agustín, ya a punto de morir, pidió a su hijo


ofreciese por ella el sacrificio de la santa misa.

El Padre Martín de Kochen escribe en su explicación de la misa:


«Si con nuestros ojos corporales pudiésemos ver la corriente de gra-
cias que durante el santo sacrificio de la misa sale del altar para de-
rramarse sobre el Purgatorio, nos maravillaríamos de la fuerza y efi-
cacia del sacrificio de la misa. Si pudiésemos ver el consuelo que ésta
produce en las pobres almas, cómo las redime y alivia, nos apresura-
ríamos, llenos del cristiano amor al prójimo, a celebrar u ofrecer por
ellas el santo sacrificio».

Al Beato Enrique Susón se le apareció su difunto hermano y le


dijo: «Hermano mío, la sangre tuya, que corre en mis venas, exige
que extingáis el fuego que me consume. Has de saber que tu oración
no es suficiente para mi liberación: para mi redención es necesaria la
sangre de Cristo, que se ofrece en sacrificio durante la santa misa»198.

Dios lleva a cabo la aplicación de los frutos del santo sacrificio de


la misa a las pobres almas, en forma perfectamente justa y de acuerdo
con sus merecimientos.

«No puedo aprovecharme porque no creí en ello», tiene que con-


fesar amargamente Egolf (2-11-25). «Los castigos son diferentes; no
todos participan; Dios es justo» (Nicolás, 26-7-26). Enrique llora por-

197
FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 162.
198
FAURE, obra citada, pág. 287.

264
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

que tampoco «puede aprovecharse», y esto por castigo (23-1-24). Tam-


bién el Dominico dice que muchos no pueden beneficiarse de la santa
misa «por no haber creído en ella» (3-10-25).

«En lo que al sacrificio de la santa misa se refiere, ha de tenerse


en cuenta que la eficacia es tanto mayor cuanto mejor dispuesto se
encuentra el que lo recibe: mejor dispuesto está aquel que siente ma-
yor anhelo por conseguir los frutos del santo sacrificio o, si acaba de
morir, el que más lo anheló en vida. Esto tiene una aplicación especial
en lo que se refiere al efecto propio del santo sacrificio de la misa
para borrar las penas temporales de los pecados. Así como es con-
forme con la voluntad de Dios que los pecados sean condonados si
se ofrece por ellos una correspondiente satisfacción; así los teólogos
suelen suponer, que, en caso de existir las disposiciones necesarias, la
remisión de las penas del pecado tiene lugar irremisiblemente por el
sacrificio de la misa o según una regla incontestable»199.

Santo Tomás enseña: El valor satisfactorio de la misa no puede


aplicarse directamente a los muertos ni por la Iglesia ni por el Sacer-
dote celebrante. Por el contrario, tenemos que poner en las manos de
Dios todo y cada cosa que hagamos por los muertos, a fin de que Él
disponga de ello según la medida de su misericordia y de acuerdo
con nuestros ruegos, siempre que los difuntos y los intercesores se lo
merezcan200.

San Agustín exige con toda insistencia de todos a quienes debe-


mos y queremos ayudar: en esta vida las almas deben haber merecido
beneficiarse de las intercesiones de los que quedan en este mundo.
De no existir dicha condición, de nada les sirven los sufragios que por
ellas se apliquen201.

199 WILMERS, Texto de Religión, 4º tomo, pág. 558.


200
BARTMANN, El Purgatorio, pág. 137.
201 BARTMANN, obra citada, pág. 136. (N. de Gr.)

265
BRUNO GRABINSKI

De igual forma insiste el Papa Gregorio el Grande: Se tiene que


haber merecido en vida que en la muerte nos sea útil el sacrificio de
la misa.

3. Por medio de la Sagrada Comunión.

«¿Cómo puedo ayudarte mejor?» «Por medio del sacramento»


(21-12-23). «¡Dame más!» «¿Qué?» «¡La sagrada comunión!» (5-4-24).
«¡Regálame el sacramento!» «¡Debo ofrecer por ti la sagrada comu-
nión?» «Sí» (24-6-24). «¿Cómo podré liberarte?» «Ofrece siete comu-
niones por mí» (18-10-25). «¿Te has dado cuenta de que he ofrecido
por ti la sagrada comunión?» «Sí; así expías mis pecados de la lengua»
(28-8-25). Respecto a la sagrada comunión, dice el Dominico: «Vi
cómo las almas se alejaban de ti con las manos llenas» (18-10-25).

El Obispo Keppler escribe: «El amor ingenioso aún ha encon-


trado otro medio para que las pobres almas puedan participar mejor
de los frutos de la santa misa: el ofrecimiento de la Sagrada Comunión
por ellas. Este ejercicio es altamente recomendable»202.

Debemos merecer ser ayudados después de nuestra muerte, ayudando no-


sotros mientras vivamos a los difuntos que en el Purgatorio padecen. En el libro
Léeme o laméntalo, se lee lo siguiente: «San Antonino, el ilustre Arzobispo de
Florencia, relata que un piadoso caballero había muerto, el cual tenía un amigo
en un Convento Dominicano en el cual el Santo residía. Varias Misas fueron
ofrecidas por su alma. El Santo se afligió mucho cuando, después de mucho
tiempo, el alma del fallecido se le apareció sufriendo muchísimo. «¡Oh mi que-
rido amigo!», exclamó el Arzobispo, «¿estás todavía en el Purgatorio, tú, que
llevaste tal piadosa y devota vida?» «Así es, y tendré que permanecer aquí por
un largo tiempo», replicó el pobre sufriente, «pues en mi vida fui negligente en
ofrecer sufragios por las almas de Purgatorio. Ahora Dios, por su justo juicio,
aplica los sufragios que debían ser aplicados por mí, en favor de aquellos por
los cuales debí haber rezado». Tan ciertas son las palabras de Nuestro Señor:
«Con la vara con que mides serás medido». (N. A.)
202 La predicación de las pobres almas, pág. 105.

266
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

San Buenaventura dice: «Que el amor y la compasión por tus pró-


jimos te impulse de continuo a la sagrada mesa; no hay nada tan eficaz
como esto para conseguir la paz de las almas»203.

«Verdaderamente que la Eucaristía, no como alimento, sino como


sacrificio, tiene por fin borrar el castigo, ya que la sagrada comunión,
al unirnos con el Salvador, aumenta en nosotros la llama del amor
que obra la remisión del castigo, o sea, que por medio de ella, al
menos indirectamente, se borra también la pena del pecado»204.

«Los teólogos enseñan que uno de los efectos de la comunión es


el de cancelar el castigo. Algunos le atribuyen incluso una acción di-
recta (ex opere operato). Pero Santo Tomás hace dependiente su me-
dida del recogimiento de quien la recibe».

Pero también aquí puede decirse lo mismo que para la santa misa:
no tienen parte, en modo alguno, aquellos que en vida no hicieron
caso de ella.

4. Por medio de las indulgencias.

«He ofrecido tantas veces la indulgencia plenaria por ti. ¿Lo has
notado?» «El tormento cesa» (10-1-24).

Santo Tomás observa: «No hay motivo alguno por el cual las in-
dulgencias, de acuerdo con su fundamento, pueden aplicarse sólo a
los vivos y no también a los difuntos»205.

«No es el ser vivo —dice el Obispo Keppler— el que transfiere sus


indulgencias a las pobres almas; a éste tan sólo se le exige que reúna

203 ACKERMANN, Consuelo de las pobres almas, pág. 90.


204
WILMERS, Texto de Religión, 4º tomo, pág. 607.
205 Suppl., q. 25, a. 2.

267
BRUNO GRABINSKI

las condiciones necesarias para que la Iglesia pueda aplicar su inten-


ción por las pobres almas. Esta intención regularmente suele ser aten-
dida por Dios. Pero que la indulgencia plenaria consiga inmediata-
mente la libertad del Purgatorio, o que la indulgencia parcial alcance
justamente la medida determinada para la cancelación del castigo, o
que siempre beneficie al alma por quien se ofrece, esto es cosa de
Dios, y depende, por una parte, de la libre valoración de la justicia,
la misericordia y la sabidurías divinas, y, por otra, de las disposiciones
de las pobres almas»206.

En la vida de Santa María Magdalena de Pazzi, se lee que en un


éxtasis conoció que una Hermana, debido al poder de las indulgen-
cias había sido liberada del Purgatorio, pasando tan sólo quince horas
en el mismo.

206
La predicación de las pobres almas, pág. 110. (N. de Gr.)
Lo mencionado por el Obispo Keppler concuerda maravillosamente con lo
que le dice una Religiosa difunta aparecida a su compañera: «En cuanto a las
indulgencias plenarias, puedo decirte que pocas, muy pocas son las personas
que la aprovechan enteramente. Se necesita una tan gran disposición de corazón
y de voluntad que es raro, más raro de lo que se piensa; debe haber toda la
disposición requerida para obtener así la remisión total de los propios pecados.
En el Purgatorio, recibimos las indulgencias, que se nos aplican, sólo a modo de
sufragio y como el buen Dios lo permite, según nuestra disposición. Es cierto
que no tenemos más afición al pecado, pero nosotros no estamos bajo el reino
de la misericordia, sino más bien bajo el de la justicia divina; por tanto, recibi-
mos sólo aquello que el buen Dios quiere que nos sea aplicado. Cuándo el alma
está próxima al fin de todos sus deseos, es decir, próxima al Cielo, ella puede
ser liberada y admitida en el gozo eterno por la eficacia de una indulgencia
plenaria bien adquirida o aunque adquirida a medias según su intención; pero
en cuanto a las otras almas no es así. Durante su vida, con frecuencia ellas han
despreciado o, si no, han hecho poco caso de las indulgencias que el buen Dios,
siempre justo, da según las propias obras. Ellas pueden aprovechar algo según
la divina voluntad, pero raramente la indulgencia en su integridad». (Manuscrito
del Purgatorio, Publicado por la asociación de Notre Dame de la Buena Muerte,
en 1962). (N. A.)

268
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

5. Por medio del agua bendita.

«¿Qué puedo hacer por ti?» «¡Agua santa!» (27-11-25). «Tomé el


agua bendita y la rocié sobre ella». Ella: «¡Eres misericordiosa!» (22-
6-26). «Acércate, te daré agua bendita ¿Te sirve?» «Sí» (11-2-24).
«¿Qué puedo hacer por ti?» «¡Lávame!» «Derramé el agua bendita
sobre sus manos. ¡Ah, jamás olvidaré esa mirada suya llena de agra-
decimiento!» (9-3-25). «Catalina se acercó a la pila del agua bendita y
allí me esperó. Se la di y al instante desapareció» (6-11-23). «Era mu-
cho lo que le gustaba a Egolf el agua bendita» (20-10-25); «el agua
bendita le tranquilizaba» (28-11-25). Cecilia fue rociada con agua ben-
dita. «¿Te alivia esto más que todo lo demás?» «Sólo tú me das esta
agua que sana y libera» (17-4-27).

Las apariciones intranquilas y brutales se tranquilizaban de conti-


nuo por medio del agua bendita; así, después de rociarle con agua
bendita, cesaron las convulsiones del «Monstruo» (29-12-23). El 16 de
enero de 1924, ésta le sirvió para «tranquilizarle del todo»; a Juan H...
el «agua bendita le tranquiliza un poco» (octubre de 1927). El Párroco
Natterer «se mostró muy agradecido» cuando se le roció con agua
bendita (15-4-25); Weiss «parece alegrarse con el agua bendita» (13-5-
24); lo mismo sucede con Babette: «parece que le agrada el agua ben-
dita, pues se tranquiliza bastante» (4-5-23). En una ocasión, la espesa
niebla del cuarto se disipó por medio del agua bendita (6-8-24). Otra
vez desapareció una nube que había sobre la cama (17-9-24).

«Doctos teólogos son de opinión que el agua bendita propor-


ciona ayuda a las pobres almas ex opere operato, esto es, infalible-
mente, y por sí misma por la eficacia concedida a esta agua por la
bendición de la Iglesia»207.

207
BINET, El amigo de las pobres almas, pág. 217.

269
BRUNO GRABINSKI

Por ello el Sacerdote, al rociar el cadáver con agua bendita, dice:


«Que Dios conforte tu alma con el rocío del Cielo».

El Santo Deodato dice en La vida de los padres antiguos: «Lo


mismo que una lluvia suave refresca las flores marchitas por el calor
del sol, así el agua bendita conforta las flores celestiales de las pobres
almas que arden en el Purgatorio»208.

La venerable Francisca del Santísimo Sacramento escribe en sus


apuntes sobre las pobres almas que se le aparecieron, que éstas, por
regla general, se colocaban lo más cerca posible de la pililla del agua
bendita; con frecuencia pedían a Francisca agua bendita, demos-
trando una alegría indecible cuando las rociaba con ella209.

Algo parecido escribe la bienaventurada Ana María Lindmayr:


«Con frecuencia he experimentado cómo el agua bendita es la mejor
agua de gracias para lavar con ella las manchas del pecado. Una vez
me olvidé de ello (de dársela por la noche a las pobres almas) y me
eché a dormir; pero las pobres almas no me dejaron tranquila. Me
rodearon la cama moviendo ésta sin cesar, hasta que me levanté y les
di el agua bendita; luego ya me dejaron dormir en paz»210.

6. Por medio de la mortificación y las obras de penitencia.

«¡Debes darme más!» «¿Qué?» «¡Mortificación!» (8-2-24). «¿Tienes


algún deseo especial?» «¡Mortificación!» «¿En qué?» «En tu cuerpo»

208
Obra antes citada, pág. 218.
209
KELLER, Historias de pobres almas, pág. 71. (N. de Gr.)
En una ocasión una Religiosa difunta se le aparece a Sor Francisca y le dice:
«No temas, soy N., que me hallo en las penas del Purgatorio (…); encomiéndame
a Dios, y avisa que es muy necesario echar agua bendita sobre las sepulturas,
que al presente me encuentro allí». (Obispo Juan de Palafox, Luz a los vivos y
escarmiento en los muertos, apunte LXVII). (N. A.)
210 P. NOCK, Vida y obras de la bienaventurada A. M. Lindmayr, pág. 183.

270
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

(14-3-24). «¿Cómo puedo ayudarte?» «Por medio de la mortificación»


(17-9-25). En otra ocasión: «¡Mortifícate!» (marzo de 1927). «¿Cómo
puedo ayudarte mejor?» «Mortificándote y no cometiendo pecado al-
guno» (6-5-26).

La flagelación es, entre las mortificaciones, la que ocupa el primer


lugar, sobre todo en ciertos casos.

«¿Qué más puedo hacer para ayudarte?» «¡Flagélate! Si lo hicie-


ras, ambos quedaríamos libres» (27-5-25). «Haz justamente aquello
que más te cuesta». «¿Flagelarme?» «Sí» (17-10-25). «¿Qué más puedo
hacer por ti?» «Orar conmigo y flagelarte; sólo así la luz vendrá sobre
mí» (19-3-26). «Te ves distinto. ¿A qué se debe?» «Te flagelaste» (24-
1-24).

En el libro 1º de los Reyes (31, 11-13), leemos que los habitantes


de Jabes Galard, al enterarse de la noticia de que había caído Saúl
con sus tres hijos, enterraron sus cadáveres y ayunaron durante siete
días.

El Obispo Keppler escribe: «Además de las limosnas, también el


ayuno y todas las obras de penitencia, todos los actos de vencimiento
y propia renuncia, de paciencia para soportar los sufrimientos y aflic-
ciones y, en general, todas las buenas obras, sirven para, por medio
del amor, ser convertidas en dinero celestial que se utilice para la
redención de las pobres almas»211.

San Nicolás de Tolentino ayunaba con frecuencia a pan y agua,


se flagelaba muy a menudo hasta derramar sangre y llevaba siempre
sobre sí una cadena de hierro que le rodeaba la cintura; y todo esto

211
La predicación de las pobres almas, pág. 107.

271
BRUNO GRABINSKI

para el consuelo de las pobres almas, las cuales se le aparecieron re-


petidas veces para darle las gracias por su ayuda212.

El bienaventurado Francisco de Fabriano, de la Orden Francis-


cana, ofreció todas sus mortificaciones y rigores, así los prescritos por
las reglas de la Orden, como los tomados voluntariamente, sin excep-
ción alguna, por las pobres almas, sin retener para sí ni el mérito más
insignificante de los mismos213.

De la bienaventurada Ana María Lindmayr sabemos que ejerci-


taba muy duras obras de penitencia en favor de las almas; que su
comida consistía tan sólo en pan y agua, etc. Según ella misma refiere,
en los tres primeros meses del año 1691, ayudó a más de cuatrocientas
pobres almas a subir rápidamente al Cielo214.

La bienaventurada Cristina ofrecía todas sus obras de penitencia


solo y exclusivamente para el consuelo de las pobres almas. Nos es-
tremecemos, involuntariamente, al leer los tormentos tan terribles que
se aplicaba por su libre voluntad, y sólo para ayudar a las pobres
almas; consiguió liberar del Purgatorio a millares de ellas. Cuando
después de su muerte se presentó su alma ante el Juez eterno, éste
dejó a su elección el comenzar a gozar inmediatamente de las eternas
alegrías o volver de nuevo a la tierra para continuar viviendo algunos
años más haciendo penitencia por las pobres almas. Sin titubear un
momento, y sin detenerse a reflexionar, eligió esto último y empezó
su vida de penitencia con un rigor todavía mayor215.

212
LOUVET, El Purgatorio, pág. 277.
213 LOUVET, obra citada.
214 KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 214.
215 LOUVET, obra antes citada, pág. 260.

272
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

7. Por medio del sacrificio y el vencimiento.

«¡Sacrifícate por nosotros!» (9-8-23). «¿Quieres sacrificarte aún más


por mí?» (14-11-23). «¿Pero qué es lo que necesitas?» «¡Que te sacrifi-
ques!» (2-11-25). «¿De qué manera puedo ayudarte mejor?» «¡Véncete
a ti misma!» (19-1-24). «¿Cómo puedo ayudarte?» «Con el sacrificio».
«¿Qué entiendes por sacrificio?» «Ofrece por mí todo lo que más te
cuesta» «¿La oración no te ayuda?» «Sí; cuando te cuesta hacerla» (20-
7-26). «¿Cómo puedo ayudarte?» «Sacrificios» «¿Qué clase de sacrifi-
cios?» «De ti misma» (23-5-24). Lo mismo el 27-8-25. «¿¡Dónde están
tus sacrificios!?» (29-8-25).

Cuando muchas apariciones atormentaban a la Princesa que-


riendo agarrarle la mano, poniendo su mano sobre su cabeza, apo-
yándose en ella o de otra forma cualquiera, sólo lo hacían para con-
seguir que este sacrificio de la Princesa les sirviese de ayuda. Así lo
vemos, entre otros casos, en los siguientes: «¿Por qué me atormentas
de ese modo?» «Para aumentar tu sacrificio» (21-12-25). «¿Qué más
quieres?» «Tu mano...» «Te ruego que me sueltes». «Aguanta un
poco, entonces estaré libre». «Por fin me soltó. Por primera vez vi una
sonrisa en sus labios». Dijo: «¡Cuánto te lo agradezco; ya estoy en la
luz!» (11-2-24).

Lo que más ayuda a las pobres almas es el sacrificio de la propia


voluntad, ya que fue con su voluntad pervertida con la cual pecaron
y se atrajeron el castigo que ahora padecen.

«¿Qué debo darte?» «¡Sacrificios!» «¿De qué?» «De tu voluntad»


(10-1-24). «¿Cuál sería la ayuda más rápida?» «El sacrificio de tu pro-
pia voluntad» (3-10-25). «Sacrifica más tu propia voluntad; así te ayu-
das a ti y al mismo tiempo ayudas a las almas» (6-2-26). «¿Debo ofre-
cer siempre el sacrificio de mi voluntad?» «Sí» (20-7-26). «¿Qué más

273
BRUNO GRABINSKI

puedo hacer por ti?» «¡Sacrifica tu voluntad!» (27-11-27). «Tu sufri-


miento me ha liberado... Tu voluntad se encontraba doblegada por
completo» (29-7-26). «¡El desconsuelo... ha pasado!... Tu voluntad es-
tuvo sacrificada y eso me ha servido» (29-6-26). «He descubierto —
escribe Eugenia, refiriéndose a Catalina— que cuanto más sacrifico mi
voluntad, más ayuda recibe ella y tanto más se vuelve mi amiga» (6-
11-23).

Este sacrificio llega hasta el propio desprendimiento de sí mismo.

«Podrás ayudarlo cuando te olvidas de ti misma» (30-1-25). «Po-


drías hacer mucho más, pero piensas demasiado en ti misma» (11-8-
25). «¡Aún vacilas en dar; no debes guardarte nada para ti!» (29-6-26).
«Cuanto más renuncies a ti misma, tanto más podrás dar» (8-1-25).
«¡Renuncia a toda alegría!» (27-11-25). «¡Quien todo da, mucho es lo
que recibirá!» (11-3-26).

Catalina Emmerich dice: «No hay palabras para expresar el gran


consuelo que reciben las pobres almas por nuestro vencimiento y
nuestros pequeños sacrificios»216.

«En tu voluntad está tu salvación; en tu querer y obrar, tu conde-


nación», dice el P. A. M. Weiss217. «El pecado se encuentra en la
voluntad, en contraposición a la voluntad humana. Es, por su propia
naturaleza, una rebelión contra la santa voluntad de Dios»218. La ex-
piación de los pecados ha de realizarse también en la voluntad. Según
explican tanto Santa Catalina como los teólogos, en el lugar de puri-
ficación la libre voluntad del alma se conforma por completo con la
voluntad divina, se «transforma íntimamente en la voluntad divina».

216 SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 46.


217
Apología, pág. 180.
218 PESCH, Filosofía de la vida cristiana, pág. 229.

274
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

También aquí, en la tierra, el sacrificio de la voluntad es un poderoso


medio de expiación, una ayuda eficaz para las pobres almas.

8. Por medio de una vida libre de pecado.

«¿De qué modo podría ayudarte más?» «No pecando» (30-11-23).


«¡Cuánto más pura seas, tanto mejor podrás ayudarnos!» (6-5-2). «¡Ora
hoy!» «¿Por qué justamente hoy?» «Porque estás muy pura» (1-2-24).
«¿Qué más ves en mí, quizás pecados?» «No, pues de lo contrario no
nos podrías ver ni ayudar» (11-8-25). «¿Te he dado demasiado poco?»
«No estás totalmente pura» (4-3-26).

De acuerdo con la doctrina de Santo Tomás y de los demás teó-


logos, la eficacia de nuestra ayuda no depende sólo de la disposición
de las pobres almas, sino también de la nuestra. Cuanto más limpios
de pecado estemos, tanto mayor es nuestro amor a Dios y nuestro
estado de gracia, y también, por consiguiente, el mérito de nuestras
buenas obras y el poder de nuestras oraciones, y tanto más inclinado
está Dios a escucharnos. No quiere decir esto que el hombre que tuvo
la desgracia de cometer un pecado grave no pueda ni deba pedir por
las pobres almas. «No puede afirmarse —escribe el Obispo Keppler—
que el pecador no justificado no pueda hacer nada en absoluto por
las pobres almas; lo único que realmente queda infructuoso es la ora-
ción que haga por sí mismo, o quizás dicha oración pueda incluso
llegar a ser un nuevo pecado. Esto es, teológicamente, injusto. Los
sufragios que actúan ex opere operato, tienen su valor satisfactorio
propio. El pecador que por encargo del difunto o de otra persona
cualquiera da limosnas u ofrece el santo sacrificio, no priva a estos
sufragios de su valor, debido a encontrarse en pecado, puesto que él
sólo es el mediador. La intercesión del pecador no tiene realmente
ninguna fuerza satisfactoria, pero sí puede tener una fuerza impetra-
toria y puede ser atendida no por su mérito, sino por la divina mise-
ricordia».

275
BRUNO GRABINSKI

9. En ciertos casos, también por medio de la restitución.

La redención se acelera si se reparan, en la medida de lo posible,


los daños causados por un difunto durante su vida, sea por medio del
engaño, el robo, la calumnia, etc., si se cumple la promesa dada y se
cumplen obligaciones aún en vigor.

«No envié veinte marcos para las misiones» (11-10-21). José H...
desea retractarse de la calumnia formulada contra un Sacerdote (11-
1-28). Eleonor pide se escriba a Passau con razón de una calumnia
(24-6-26).

El Papa Benedicto XIII cuenta: «El padre de un Hermano de la


Orden de Santo Domingo, en el momento de su muerte debía aún,
desde hacía años, una cierta suma de dinero al herrero por haber
herrado éste a su caballo. Después de su muerte se apareció a uno de
sus fieles servidores con un martillo y una tenaza en la mano, así como
también un clavo resplandeciente. Le dijo: «Vete y dile a mi esposa
que tenga la bondad de saldar mi cuenta, debido a la cual sufro en el
Purgatorio». De esto no ha de deducirse, como observa el Papa, que
las almas deben sufrir en el Purgatorio hasta que se pague la deuda,
sino solamente que, por medio de dichas restituciones llevadas a cabo
por amor, pueden ellas ser redimidas más rápidamente, incluso en el
momento mismo de la restitución»219.

Todo lo que hacemos por las pobres almas ha de ir impulsado


por el más puro amor al prójimo.

«¡Demuéstrale tu amor!» (17-10-25). «¡Exprime tu amor y así po-


drás ayudar más!» (14-8-25). «Cuando es el amor quien da, las cosas
pequeñas se hacen grandes» (10-9-25). «¿Qué puedo hacer para ayu-
darte de una buena vez?» «Con el amor» (31-3-24). «¿Qué quieres de

219
La predicación de las pobres almas, pág. 86.

276
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

mí?» «¡El amor!» (11-7-25). «¡Dame la paz... por medio del amor!» (14-
11-23). «¿Cómo llegaste aquí?» «¡Porque tienes que ayudarme!» «¿Por
qué dices que tengo que...? Nadie puede obligarme». «¡El amor!» (11-
7-25). «¿Por qué no podía verle?» «Estabas llena de miedo y no de
amor» (30-1-25). El Dr. G... dice a la Princesa: «¡Vives como si no
vivieras!» (30-5-25). Ella misma escribe: «Cuando logro cambiar mi
miedo por amor, la situación mejora» (8-12-23).

«Lo más excelente es la caridad», escribe San Pablo220 y San Juan:


«quien ama a Dios, ama también a su hermano»221. Santo Tomás nos
enseña: «La caridad tiene más valor ante Dios que ante los hombres.
Entre nosotros los hombres también puede haber quien por amor
pague las deudas de otros. Pero esto tiene mucho mayor valor ante el
divino Juez»222.

Dios en las obras de los hombres busca ante todo el motivo que
les impulsó a ejecutarlas. Cuanto más pura y desinteresada sea la in-
tención, tanto mayor valor adquiere la obra ante Dios. Cuanto más se
lleve a cabo por puro y generoso amor a Dios y al prójimo, tanto más
valiosa y agradable resulta a Dios y tanto mayor es su mérito.

«Lo que se realiza por amor es grande, y produce mucho fruto,


por insignificante y despreciable que aparezca a los ojos humanos, ya
que en la balanza de Dios el motivo que impulsa a obrar pesa mucho
más que la acción misma»223.

220
1 Cor. 13, 13.
221 1 Juan 4, 21.
222 BARTMANN, El Purgatorio, pág. 138.
223 Imitación de Cristo, libro 1º, cap. 15.

277
BRUNO GRABINSKI

Las pobres almas agradecen mucho la ayuda que se les presta y


no olvidan jamás a sus benefactores.

«Los vivos piensan y olvidan; los muertos no pueden olvidar a


quien les dio el Amor» (4-9-25).

Gisela contesta afirmativamente cuando le pregunta si pide por la


Religiosa que tanto pidió por ella: «¡Oro y agradezco!» (3-2-26).
«¡Cuánto te lo agradezco!», dice Enrique (11-2-24). «Mucho te lo agra-
decemos», dice otra alma y alarga ambas manos a la Princesa (29-3-
23).

El Obispo Keppler escribe: «Las pobres almas están en condicio-


nes de devolvernos lo que de nosotros recibieron, no sólo al llegar al
Cielo, sino incluso mientras permanecen en el Purgatorio. Su poder
corresponde a una voluntad libre y agradecida. No existe el menor
peligro de que puedan olvidar a sus benefactores. Para el olvido y el
desagradecimiento no hay sitio en el Purgatorio, menos aún en el
Cielo224. Aquí tienen verdadera aplicación las palabras del Señor:

224
Esta idea del Obispo Keppler me hizo recordar las últimas palabras di-
chas por dos difuntas a Santa Margarita María de Alacoque; he encontrado el
texto y aquí lo transcribo: «Esta mañana, domingo del Buen pastor (2 de mayo
de 1683), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el
momento de despertarme y que éste era el día en el que el soberano pastor las
recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya com-
pañía marchaban con cánticos de alegría inexplicable. Una es la buena Madre
Monthoux y la otra mi Hermana Juana Catalina Gascon, que me repetía sin
cesar estas palabras: «El amor triunfa, el amor goza. El amor en Dios se rego-
cija». La otra decía: «Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el
Señor y las Religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Re-
gla…» Como yo les rogara que se acordasen de mí, me han dicho, al despedirse,
que la ingratitud jamás ha entrado en el Cielo». (Carta XXIII a Madre Saumaise
del 2 de mayo de 1683). (N. A.)

278
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

«Nos proporcionamos amigos que nos conducen a las moradas eter-


nas que ya desde el Purgatorio nos acompañan y cubren con sus ora-
ciones y que una vez en el Cielo sean nuestros poderosos protectores
e intercesores»225.

Santa Brígida afirma, según dice el Papa Benedicto XIII, haber


escuchado desde lo profundo del Purgatorio la exclamación siguiente:
«Quien nos procure alivio en nuestros sufrimientos, será muy bien
recompensado». En otra ocasión oyó con toda claridad una voz que
desde allí decía: «Oh Dios, de acuerdo con tu omnipotencia, da el
ciento por uno a aquellos que con su intercesión nos vienen en ayuda
y nos elevan hasta la claridad de tu luz divina». La misma Santa dice
que oyó decir también a un ángel: «Bienaventurado es ya sobre la
tierra el que con sus oraciones, sus buenas obras y sus sufrimientos,
se apresura a ayudar a estas pobres almas»226.

La bienaventurada Ana María Lindmayr escribe: «Una vez que


las pobres almas han sido liberadas de la prisión, no olvidan jamás a
sus benefactores: son agradecidas en extremo»227.

A San Fidel de Sigmaringa se le apareció un alma redimida por


él y por sus Hermanos, y le dijo: «He sido liberada, y ahora entraré
en el Cielo, donde incesantemente pediré por mis intercesores»228.

Se dice de Santa Francisca de Neapel que muchas de las almas


liberadas por ella, se le aparecieron antes de subir al Cielo, a fin de
darle las gracias tanto a ella como a todos los que les prestaron ayuda
y consuelo; demostraron un agradecimiento especial por las santas

225
La predicación de las pobres almas, pág. 100.
226 KELLER, Historias de pobres almas, pág. 203.
227 KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 214.
228
KELLER, obra antes citada, pág. 41.

279
BRUNO GRABINSKI

misas por ellas ofrecidas, así como por los sufrimientos por ellas so-
portados, y le prometieron prestarle verdaderos servicios recíprocos
desde el Cielo229.

También la «vidente de Prevorst» dice que en repetidas ocasiones


los espíritus le dieron las gracias por lo que por ellos había hecho230.

Oran por sus bienhechores y les ayudan ya durante su estancia en


el Purgatorio.

«¿Puedes pedir por mí?» «Sí» (5-12-23). «¿Puedes ayudarme a pe-


dir?» «Sí» (15-4-24). «¿Podéis pedir por mis intenciones?» «Por voso-
tros podemos orar; mas por nosotras, pobres desdichadas, nada po-
demos» (16-4-27). «Queremos ayudarte» (16-4-27).

Por las antiguas inscripciones que figuran en los sepulcros, sabe-


mos que los primeros cristianos no sólo pedían por los difuntos, sino
que se encomendaban a sus oraciones.

Al tratar sobre las pobres almas en el Concilio provincial de


Viena, se explicó que éstas «nos ayudan mediante su intercesión».

«El amor al prójimo —escribe el Obispo Keppler— no puede ex-


tinguirse en estas almas al entrar en el Purgatorio; tampoco este amor
puede ser condenado al silencio y a la completa inactividad. La pro-
pia ansia de ser ayudado no excluye, necesariamente, el servicio de
ayuda a otros. La propia culpabilidad no hace inefectivas las interce-
siones por los demás, ni aquí en la tierra ni tampoco en el Purgatorio.
Las pobres almas están en gracia de Dios y son amigas de Dios; por
tanto, sus intercesiones son agradables a Dios y están seguras de ser

229
KLIMSCH, obra antes citada, pág. 226.
230
KERNER, La vidente de Prevorst, págs. 74 y 80.

280
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

atendidas, en tanto en cuanto estén de acuerdo con la voluntad de


Dios»231.

Algo semejante expresa el sabio P. Suárez al decir: «Estas almas


son santas y, como tales, muy amadas de Dios; también nos aman a
nosotros con amor perfecto, conocen los peligros que nos amenazan
y saben hasta qué punto necesitamos la ayuda de Dios. No existe la
menor duda de que pedirán por nosotros, aun cuando todavía hayan
de expiar sus propias culpas. También en este mundo podemos pedir
por otros aun cuando nosotros seamos pecadores ante Dios». El Car-
denal Belarmino viene a decir poco más o menos lo mismo, casi con
iguales palabras232.

En la actualidad los teólogos opinan que las almas del Purgatorio


piden por los vivos y que nunca son invocadas por éstos en vano233.

231 La predicación de las pobres almas, pág. 90.


232 ACKERMANN, El consuelo de las pobres almas, pág. 136.
233 En su libro El Purgatorio, el Padre Dolindo Ruotolo también afirma que

las pobres almas no pueden dejar de ayudar a aquellos que las llaman en mo-
mentos de extrema necesidad, y mucho menos si de sus bienhechores se trata.
En ese libro el Padre cuenta el siguiente hecho ocurrido a un pariente suyo: «Él
volvía a casa de noche, llevando consigo las joyas más preciosas, por temor de
una “visita” de los ladrones en su negocio. Un día volvió a su casa muy tarde, y
temiendo ser agredido se encomendó en el camino a las almas del Purgatorio,
rezando por ellas un Rosario. Era medianoche cuando tomó el cruce que lo
llevaba a su hogar y con temor vio a unos hombres con mala cara que lo espe-
raban. Con mayor intensidad invocó la protección y defensa de las almas del
Purgatorio. Había una iglesia al principio del cruce y ésta improvisadamente se
abrió y salió un cortejo de Frailes con sacos y capuchones blancos que parecían
acompañantes de un funeral. El capuchón era de aquellos antiguos, que hoy ya
no se usan: les cubría toda la cabeza y tenía sólo tres aberturas: dos para los ojos
y uno para la boca. El joyero no encontró nada mejor que unirse a aquel cortejo
que era visible a los ladrones camuflados en la sombra. La esposa impaciente
por lo avanzado de la hora, estaba en la ventana aguardando la llegada de su
marido. Este, de hecho, regresó junto al cortejo, deshecho por el temor de los

281
BRUNO GRABINSKI

Esto escribe, entre otros, el Cardenal Billot, largos años profesor de la


Universidad Pontificia de Roma, añadiendo que la idea de la interce-
sión de las pobres almas «corresponde al sentido común de los fieles».
El Cardenal Gasparri, secretario de Estado de San Pío X, enseña en
su catecismo de la unidad mundial la intercesión de las pobres al-
mas234.

Que las pobres almas piden de manera especial por sus parientes,
amigos y bienhechores, es cosa admitida por casi todos los teólogos.
La oración no es otra cosa que un afluente de amor. El que las pobres
almas sientan un amor especial por los que les están más unidos, jus-
tifica la suposición de que por ellos piden de manera especial. Esto
corresponde al sentimiento natural, de acuerdo con el cual, con los
que nos están más estrechamente unidos por amor especial: parientes,
amigos y bienhechores, se permanece en constante y fructífera socie-
dad amorosa, en un intercambio de dar y recibir235.

De todo ello deducen los teólogos, según dice el Obispo Dr. Sch-
neider, que no sólo está permitido, sino que es incluso aconsejable el
implorar la ayuda de las pobres almas236. También el Obispo Dr.
Keppler escribe: «La confianza en las pobres almas, sobre todo en
necesidades especiales, está profundamente arraigada en el pueblo
católico. Esto no debe reprimirse, sino alentarse»237.

ladrones, y a la vez consolado por el providencial cortejo que lo había salvado.


Contó lo ocurrido a su esposa, y fue mayor la sorpresa de ella, porque le había
visto regresar solo a casa. Y ya que el marido insistía en afirmar la realidad del
cortejo, ella le hizo ver que a medianoche ningún funeral podía hacerse. Enton-
ces ambos comprendieron que aquellos Frailes del cortejo fúnebre habían sido
ánimas del Purgatorio que habían acudido en su defensa». (N. A.)
234 DR. JOH. BAPT. WALZ, La intercesión de las pobres almas y su invocación

por los fieles de la tierra. Editado por él (Würzburgo), 1932, págs. 25-29.
235 WALZ, obra citada, pág. 165.
236 La otra vida, pág. 503.
237 La predicación de las pobres almas, pág. 92.

282
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

El Santo Cura de Ars dijo: «Si se supiese el poder que esas pobres
almas tienen sobre el corazón de Dios y si se supiese las gracias que
pueden conseguirse por su intercesión, no estarían tan abandonadas:
ha de pedirse mucho por ellas a fin de que, a su vez, ellas pidan
mucho por nosotros. Las pobres almas del Purgatorio nada pueden
hacer en favor suyo; en cambio, tienen un gran poder para interceder
por nosotros. La experiencia nos enseña que casi no hay nadie que
haya invocado a las almas del Purgatorio sin conseguir por su medio
la gracia solicitada»238.

«Las almas fallecidas en gracia —escribe el Cardenal Faulhaber—


no son ajenas a ti ni a tu dolor. Lo mismo que en otro tiempo puedes
acudir a ellas en las horas de desconsuelo y desahogarte con ellas,
también en los casos de dudas puedes pedirles te aconsejen»239.

Santa Catalina de Bologna escribe: «Cuando tengo verdadera ne-


cesidad de conseguir una gracia, acudo siempre a las almas del Pur-
gatorio a fin de que ellas presenten mi petición a nuestro Padre co-
mún, y siento, por regla general, que a su intercesión debo agradecer
el haber sido atendido mi ruego». Catalina Emmerich: «Cuando
ofrezco por ellas mis sufrimientos, ellas piden por mí»240.

El Papa Pío IX tenía en sus años juveniles una memoria muy frá-
gil. Al ser elegido Papa, con frecuencia causaba asombro y admira-
ción por su memoria prodigiosa. Él mismo explicó que esto lo debía
a las pobres almas. En cierta ocasión un Sacerdote se rehusó ser con-
sagrado Obispo alegando tener una memoria muy frágil. El Papa le
intercaló: «Oh, basta con que honres a las pobres almas, éstas siempre
me ayudaron a mí». El Papa Benedicto XIII habla en su libro de ora-

238 La misma obra.


239
PROF. DE BONSEN, ¿Volveremos a vernos en el otro mundo?, pág. 79.
240 DE BONSEN, obra citada.

283
BRUNO GRABINSKI

ciones de un Jesuita que era atormentado por las más horribles tenta-
ciones. Después de haber probado inútilmente todos los medios para
liberarse de ellas, recurrió a María, quien se apareció ordenándole
orase con gran celo por las pobres almas. Así lo hizo, viéndose libre
de la tentación241.

Tolstoi cuenta que «con frecuencia era presa de horribles tenta-


ciones, pero que en ellas recurría al alma de su difunta madre implo-
rando su asistencia, sin que su oración fuese jamás desatendida»242.

Cuando las pobres almas manifiestan a la Princesa sus faltas e im-


perfecciones, esto la ayuda a avanzar por el camino de la perfección.

Así, por ejemplo: «No eres del todo mortificada» (8-1-25). «No
estás totalmente pura» (4-3-26). «Estás dividida... cuerpo—alma» (10-8-
24). «Aún gustas de ser querida por las criaturas; debes desapegarte
completamente» (mayo de 1927).

La bienaventurada Ana María Lindmayr escribe del primer se-


mestre de 1691, en el que intercedió por las pobres almas de manera
tan especial: «En este semestre mi alma se perfeccionó en un grado
tal, que de no ser por este medio no lo hubiese conseguido en largos
años. Por el camino de la ayuda a las pobres almas es por el que se
llega más rápidamente a la perfección y a la virtud verdadera»243.

La Beata Margarita Ebner dice: «Si Dios quisiera que todos los
hombres que se encuentran en el camino de la perfección considera-
sen a las pobres almas como intercesoras y auxiliares suyas, entonces
comprobarían los grandes progresos que realizan en el camino de la
virtud».

241 SCHERER, Expli. Lex., pág. 986.


242
DE BONSEN, ¿Volveremos a vernos en el otro mundo?, pág. 79.
243 P. NOCK, Vida de la bienaventurada María Ana Lindmayr, pág. 189.

284
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Dios recompensa con abundancia la ayuda que se presta a las


pobres almas.

«¡Quien da todo, mucho es lo que recibirá!» (11-3-26).

«La asistencia a las pobres almas no es sólo una obra de amor al


prójimo, sino también una obra de amor de Dios. No se trata aquí
tan sólo de la necesidad de nuestros hermanos, sino de los más altos
intereses, del honor de Dios, del reino de Dios, de la voluntad de
Dios. Por ello nuestros ruegos se convierten en una acto religioso, en
un servicio de Dios en todo el sentido de la palabra, y nos aseguran
su benevolencia; impulsamos su honra y cooperamos en la perfección
de su reino cuando hacemos uso del poder que nos concedió con la
gracia, intercediendo en nombre de las pobres almas»244.

En San Dionisio de Kartäuser se lee que el divino Salvador dijo


en una ocasión a Santa Gertrudis: «Que cuando sacaba un alma del
Purgatorio realizaba un acto tal del agradecimiento del Señor como
si a Él mismo le liberase de la prisión, y que no dejaría de recompen-
sar esta buena acción, de acuerdo con su caridad omnipotente». Santo
Tomás enseña que las buenas obras realizadas en favor de los muertos
son, incluso, más agradables a Dios que las llevadas a cabo por los
vivos, ya que aquéllos las necesitan más, puesto que no pueden como
éstos valerse por sí mismos245.

San Ambrosio escribe: «Todo lo que hacemos por amor a los fie-
les difuntos se convierte en gracia para nosotros: y después de nuestra
muerte encontraremos su mérito cien veces duplicado»246.

244
KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 97.
245
ACKERMANN, El consuelo de las pobres almas, pág. 36. (N. de Gr.)
Ya lo dice la misma Princesa en el Diario: «Hacer felices a las almas es
mucho más bello que hacer felices a las personas vivas» (29-12-24). (N. A.)
246 BINET, El amigo de las pobres almas, pág. 193.

285
BRUNO GRABINSKI

San Agustín: «Si quieres que Dios tenga misericordia de ti, tenla
tú de tus prójimos que se encuentran en el Purgatorio»247.

IV

Las apariciones de almas del Purgatorio

Las pobres almas sólo pueden aparecerse a los vivos si Dios se lo


autoriza y permite.

«¿Seguirás viniendo a verme con frecuencia?» «Si se me permite».


«¿Quién puede permitírtelo?» «La misericordia» (20-11-23). «¿Es vo-
luntad de Dios que acudas a mí?» «Él lo permite» (1-6-24). «¿Es vo-
luntad de Dios que vosotros vengáis a mí?» «Sí» (14-8-25). «¿Por qué
no acudiste antes a mí?» «No me estaba permitido» (30-5-25). «¿Cómo
es que nunca te vi antes?» «No me era permitido» (marzo de 1927).
«¿Por qué no puedo verlas (a las otras almas que también están pre-
sentes)?» «No pueden mostrarse» (24-12-23). «¿Continuarás viniendo
a mí?» «No» «¿Por qué no?» «No puedo más» (10-8-23). «¿Podrías
pedir por mí para que ya no se me presenten las almas?» «¡No!» «¿Por
qué no?». «¡Es voluntad de Dios!» (5-12-23). «No necesitáis venir más».
«¡Tenemos que hacerlo!» (23-3-23).

«No nos queda otro remedio que admitir la posibilidad de que


por autorización especial de Dios, las almas de los difuntos pueden
manifestarse a nosotros», dice el Obispo Dr. Schneider248.

Santo Tomás aclara que los muertos, con la autorización de Dios,


pueden aparecerse a los vivos bajo una figura visible249. Y en otro

247 SPIRAGO, Los sufrimientos y alegrías del Purgatorio, pág. 43.


248
La nueva fe en los espíritus, pág. 540.
249 Summa Theol., p. I, q. 89, a. 8.

286
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

lugar dice: «Entre los bienaventurados del Cielo y las almas del Pur-
gatorio existe la diferencia de que aquéllos pueden aparecerse cuando
así lo desean, mientras que las almas del Purgatorio sólo pueden ha-
cerlo con un permiso especial de Dios»250. «O sea, que las almas de
los muertos sólo pueden manifestarse por autorización de Dios, nunca
por su propio poder», dice el profesor Dr. Fr. De Bonsen251.

Justinus Kerner dice que en una ocasión dio a la «vidente» un


trocito de papel para que se lo entregase a un espíritu, en el cual había
escrito que debía aparecerse a él; éste lo leyó y contestó: «Esto no está
en mi poder»252.

Las almas reciben de Dios la facultad de hacerse visibles.

«¿Por qué no puedo ver todavía a las otras almas?» «No gozan
todavía de la posibilidad de mostrarse» (julio de 1925). «¿Por qué
tardaste tanto en mostrarte?» «No me era posible; el camino que con-
duce a ti es muy largo» (23-12-25). «¿Por qué viniste a mí en figura de
serpiente?» «Aún no estaba en condiciones de mostrarme de otra
forma» (10-3-26).

Por diferentes particularidades puede deducirse que las almas no


tienen el mismo cuerpo que tuvieron en vida, sino un cuerpo no ma-
terial que Dios les concede para que puedan aparecerse con él.

Así la Hermana Mallersdorfer habla sin mover la boca; su tamaño


es sobrehumano; desaparece por la ventana (19-10-24). Dieciséis hom-
bres y mujeres ocupan «muy poco espacio; era muy reducido el sitio
que ante mí había y, no obstante, eran figuras grandes y pequeñas»
(29-3-23). La Princesa se arrodilló en la iglesia al lado de dos mujeres

250 Suppl., q. 69, a. 9.


251
¿Volveremos a vernos en el otro mundo?, pág. 47.
252
La vidente de Prevorst, pág. 136.

287
BRUNO GRABINSKI

(difuntas) aunque a simple vista no había el menor espacio libre (21-


7-23). Durante una tormenta pudo ver cómo la luz del relámpago
atravesaba a las figuras (7-8-24). «El Párroco S... se arrodilló en la igle-
sia debajo de la lámpara; al pasar el sacristán «pasó a través del
mismo» (25-1-22). «El caballero se arrodilló en el altar; al verle ella
pensó que los celebrantes tropezarían con él» (3-2-24). «Pude observar
perfectamente que las dos figuras eran como velos y no ocupaban
sitio alguno» (28-5-23). «El «Monstruo» entró por la ventana» (7-1-24).
«Weiss vino «como volando por el aire» (11-5-24). «La serpiente se
deslizó por el suelo y atravesó la pared al cuarto contiguo; en otra
ocasión bajó del techo» (23-2-26 y 3-3-26). Una aparición «se esfumó
en la niebla» (7-7-25). Otra desapareció de repente (7-11-27).

Sin embargo, algunas apariciones parecen poseer verdaderos


cuerpos253; por ejemplo, la mano del anciano Heinz estaba caliente
(8-12-23); Eleonor apoyó «la cabeza sobre mi mano y sentí el cosqui-
lleo de sus párpados» (22-6-26); cuando la Princesa dio la mano a
Edelgunda, palpó huesos (8-10-23); sintió la «pegajosa» del «Mons-
truo» (10-1-24).

«Orígenes nos dice que las almas, al ser autorizadas a unirse con
una sustancia material, pueden muy bien tomar un cuerpo más deli-
cado del que antes tuvieron, aun cuando exteriormente se asemeje al
antiguo. Este nuevo cuerpo, que las envuelve a modo de túnica, es el
que se deja ver de los ojos mortales»254.

«Dios puede, ciertamente —dice Bergier (Dictionaire theologi-


que)—, una vez que el alma de un hombre está separada del cuerpo,
dejarle aparecer de nuevo dándole para ello otra vez el mismo cuerpo

253
Se les pasó por alto el apunte del 25 de febrero de 1926: «Es absoluta-
mente imposible pensar que la serpiente no tenga un cuerpo real y tangible, y
que sea sólo producto de mi imaginación». (N. A.)
254 FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 259.

288
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

que perdió255 o revistiéndola con otro, poniéndola en condiciones de


realizar actos semejantes a los que ejecutaba antes de su muerte. Este
es uno de los medios más eficaces que Dios emplea para instruir a los
hombres y moverles a la obediencia»256.

En el año 1629 a una cierta persona se le apareció en Döle, du-


rante catorce días consecutivos, el alma de una tía suya muerta a edad
muy avanzada hacía diecisiete años; su aspecto era sumamente juve-
nil, y al ser preguntada sobre ello, contestó: «Lo que aquí ves no es
mi cuerpo, que descansa en el sepulcro y ha de permanecer allí hasta
el día de la resurrección, sino que es otro cuerpo formado maravillo-
samente del aire y que me proporciona la ocasión de hablar contigo
e implorar tu intercesión». La veracidad de estas apariciones fue ates-
tiguada, después de diversas pruebas, por el Vicario General de Be-
sançon257.

Los hombres no pueden llamar a las almas que deseen para saber
algo de ellas.

«¿Puedo llamar a un alma de la que quisiera saber algo?» «Tú no


tienes poder alguno sobre ellas» (29-9-25).

«Estas palabras —dice el profesor Dr. Seitz en sus aclaraciones—


son una prueba evidente en contra del espiritismo. Es un error funda-
mental sostener que un «Médium» tiene fuerza suficiente para obligar
a los espíritus a presentarse de acuerdo con su gusto y capricho. El
mismo Dios no violenta jamás la voluntad humana, sino que inclina
a ésta, sin hacerle perder su libertad, hacia la voluntad divina, abso-
lutamente autónoma y perfecta, y esto siempre de acuerdo con su

255
Por ejemplo, los que en Jerusalén salieron de sus sepulcros a la muerte
de Jesús.
256 FAURE, obra antes citada, pág. 255.
257 La misma obra, pág. 267.

289
BRUNO GRABINSKI

eterna bondad, previsora, santa y sabia, y así el hombre obedece sin


condiciones a la voluntad divina por amor a Dios sobre todas las cosas
y al prójimo por voluntad de Dios».

El profesor doctor De Bonsen escribe: «Sería absurdo suponer


que los muertos sometidos al «Médium» con obediencia de esclavos
apareciesen aquí a su voluntad, para servir de entretenimiento y satis-
facer la curiosidad de muchos, y esto, como es natural, con aproba-
ción de la Providencia... El otro mundo no sería un mundo elevado
si pudiésemos obligar a sus espíritus a someterse a nuestros caprichos
y deseos terrenales; no puede ni pensarse en ello. Puede ser muy bien
que en las apariciones del espiritismo, igual que en las del ocultismo,
que abarca todos los procesos «ocultos» no acostumbrados de la vida
del alma, se trate de algo sobre los sentidos, pero no de algo sobrena-
tural, aun cuando pueda encontrarse del otro lado de la concien-
cia»258.

Tampoco se deja al arbitrio de las pobres almas el decidir a quién


quieren aparecerse: sólo pueden y tienen que presentarse a aquella
persona que Dios les señale.

«Seguimos una voluntad superior» (23-7-26). «Seguimos una direc-


ción superior; la voluntad propia muere junto con el cuerpo» (marzo
1927). «Se nos indica el camino» (6-5-26; 26-7-26; 27-11-27). «No puedo
comprender cómo pudiste llegar a mí». «Se nos indica el camino a
seguir» (28-8-25). «¿Por qué no vas a tus parientes?» «No hay camino»
(19-12-23). «Acude a tu esposa, que no cesa de rezar por ti». «¡No la
encuentro... no puedo abandonar el camino!» (octubre 1927). «¡Ve a
otros!» «¡Yo sólo puedo acudir a ti!» (26-1-24).

Cuando la infinita bondad y misericordia de Dios acoge y faculta


a un alma para aparecerse a una persona viva y conseguir de la misma

258
¿Volveremos a vernos en el otro mundo?, págs. 48 y 51.

290
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

una ayuda más rápida y eficaz, entonces corresponde también a su


bondad y sabiduría el mostrar a esta alma el camino mejor y más
seguro para llegar al objetivo, señalándole una determinada persona
que con un heroico y sacrificado amor al prójimo esté dispuesta a
prestar la ayuda más eficaz al alma que se le aparece. De no ser así,
podría ocurrir muy bien que el alma solicitase inútilmente la ayuda
precisa o no consiguiese ésta en la medida precisa, ya que ni siquiera
los parientes y conocidos están siempre dispuestos a prestar las ayudas
necesarias.

Una vez que Dios ha mostrado al alma el camino a seguir, ésta no


tiene otra cosa que hacer sino marchar alegremente por él; por una
parte con la esperanza del alivio y la liberación, y por otra porque,
como dice Santa Catalina de Génova, la voluntad de las almas del
Purgatorio «está en todo conforme con la de Dios. Ni siquiera les
queda ya el poder de libre elección».

También la «vidente de Prevorst» dice que a un espíritu a quien


preguntó: «¿Por qué acudes a mí?», le dio como respuesta: «Porque
sólo de ti puedo conseguir la completa redención»259.

El alma aparecida está siempre ligada a la persona que Dios le


indicó. No se aparta nunca de ella, aun cuando ésta no siempre le
vea; y no importa el lugar donde se halle ni al que vaya.

«Estoy unida a ti» (14-11-23; 24-10-25). «Estoy atado a ti». «¿De


qué modo?» «Por la misericordia de Dios» (2-2-24). «Yo estoy siempre
contigo» (14-8-25). «Nunca te abandono» (22-7-26). «Siempre estoy
contigo». «Pero no siempre te veo». «No podrías resistirlo» «¿Por qué
no» «Tu alma no es aún libre» (16-12-24; 14-4-27).

259
KERNER, La vidente de Prevorst, pág. 124.

291
BRUNO GRABINSKI

En el momento en que a un alma se le ha señalado una determi-


nada persona, nada importa el lugar donde ésta se encuentre. Para
una esencia espiritual, como el alma, no hay la menor limitación de
espacio, y el cuerpo de la aparición no está sujeto a la ley de la mate-
ria. Un alma le dijo a la «vidente de Prevorst»: «Allí donde tú estás,
estoy yo también». Cuando, en cierta ocasión, se trasladó desde Kü-
rnbach a Löwenstein, el espíritu la acompañó en este viaje260.

La piedad y la ausencia de pecado atraen a las pobres almas.

«¡No asustes al niño!» «Su inocencia me atrae» (19-10-25). «¿Cómo


pudiste encontrarme?» «La claridad me atrajo» (marzo de 1927). «El
camino que a ti conduce es claro; de no ser así no podríamos venir»
(17-9-25). «¿Cómo me encontraste?» «Basta con que reces» (24-8-24).
El anciano Heinz dice que siente su atracción cuando ha recibido la
Eucaristía (21-12-23). Alois Z... puso su mano sobre su hombro, por-
que le atraía cuando estaba limpia; es decir, cuando había recibido la
sagrada comunión (7-5-26).

Las almas del Purgatorio están en gracia de Dios, son amigas de


Dios, ¿no es, pues, natural que se sientan atraídas hacia los hombres
que, por su inocencia infantil o por su estado de gracia, por la virtud
o la piedad, son amigos especiales y predilectos de Dios? El camino
señalado por Dios, que a ellos conduce, es fácil de encontrar, ya que
es un camino claro que, al mismo tiempo, está iluminado por la virtud
que esparcen estos hombres.

260
KERNER, La vidente de Prevorst, 2ª parte, págs. 78 y 80.

292
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Algunas apariciones no tienen al principio ninguna figura deter-


minada. Tampoco son visibles del todo; la persona sólo siente su pre-
sencia u oye voces, ruidos, sollozos, etc.; la aparición se presenta
como una sombra o figura nebulosa.

La Princesa escribe, entre otras cosas, «Sentía que había algo en


mi habitación; pero nada veía» (28-3-24). «Me desperté con una sen-
sación de terror, pero no pude ver nada. Sin embargo, me rodeaba
una especie de tempestad» (30-4-24). El 24-10-25 preguntó al Domi-
nico: «¿Cómo es que aun teniendo los ojos cerrados, me doy perfecta
cuenta de vuestra presencia?» «Estamos unidos a ti». «Durante algu-
nas semanas siempre que entraba en el Oratorio se oían golpes en su
interior: más adelante se amortiguó el ruido de los golpes y llamadas»
(19-8-23 y 21-9-23). «Una noche muy agitada; mucho ruido en medio
de una espesa niebla» (13-10-23). «Escuché ruidos diferentes» (8-2-24).
«De repente oí en el cuarto una especie de crujido y susurro; luego
todo cesó. También durante el día escuché ruidos extraños a mi alre-
dedor» (9-2-24). «Toda la noche hubo un ruido insoportable en mi
cuarto, por todas partes, en el baúl, debajo de la cama» (7-3-24). «Oí
un estruendo horrible en mi cuarto, lamentos y gemidos, pero nada
veía» (25-5-24). «Hubo mucho ruido en mi cuarto; se escuchaba como
si infinidad de personas calzadas con grandes botas corrieran de un
lado para otro» (11-3-25). «Me despertó un ruido horrible; mi habita-
ción estuvo un rato envuelta en llamas» (9-7-25). «En cierto momento
escuché dentro de mi habitación un ruido semejante a como si al-
guien hubiese lanzado con fuerza un cesto lleno de copas de cristal
contra el suelo. El estrépito resultó indescriptible. Luego mi habita-
ción apareció envuelta en llamas» (27-1-26).

«Una figura sumamente desagradable se inclinó sobre mí envuelta


en niebla» (11-6-23). «Las siete figuras continúan envueltas en densa
niebla» (11-9-24). «Sobre mi lecho había algo que se asemejaba a una

293
BRUNO GRABINSKI

nube y que cada vez bajaba más. La nube se transformó en una fi-
gura» (17-9-24). «Las figuras se mueven alrededor de mí sollozando.
No me es posible reconocerlas» (11-11-24). «Las demás sombras han
comenzado a adquirir forma. Se me ha presentado un Dominico. Su
rostro es irreconocible; sólo una masa grisácea» (5-9-25). «Después vi
cómo poco a poco se iba formando una figura nebulosa; sólo podía
distinguir la mano» (5-3-26). «Aparece algo nuevo e imposible de re-
conocer; parece un gran cajón. Se transformó en un hombre anciano»
(27-6-26 y 20-7-26).

«Vi por primera vez las once sombras que a partir de entonces se
me aparecen con tanta frecuencia. Son columnas de niebla clara, de
diferentes tamaños» (4-6-22). «De repente me vi rodeada de una es-
pesa niebla o humo inodoro» (12-10-23). «Las figuras envueltas en
niebla andan de un lado para otro por el cuarto. Me es imposible
describirlas. La palabra «niebla» no es la correcta: son más bien como
hechas de un vapor muy denso» (21-10-23). «Durante el día una som-
bra me precedió en la escalera e ingresó en mi habitación (4-12-23)».
«Mi habitación estaba envuelta en espesa niebla y de su interior salían
lastimosos gemidos» (6-8-24). «De repente me vi envuelta como en un
torbellino de niebla densa» (31-3-26), etc...

Esto puede explicarse, por ejemplo, considerando que la Princesa


debería preparase así para las apariciones, sobre todo cuando se tra-
taba de figuras que producían horror. Así, del «gran pájaro» surgió
después el «Monstruo»; estando su habitación envuelta en llamas le
advirtió Gisela que debería armarse de valor y luego de ese fuego
salió lo más terrible para ella: una serpiente.

Görres escribe en su Mística de la Carmelita Francisca del Santí-


simo Sacramento: «Como en dichos casos (debido a las apariciones
de horribles figuras) Francisca era acometida por terribles terrores que

294
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

con frecuencia le hicieron perder el sentido, comenzaron a presen-


tarse éstas al principio, no con su verdadera figura, sino como som-
bras vacilantes, a fin de que se fuese acostumbrando a su vista»261.

También puede ser que a medida que van purificándose las al-
mas, Dios les permite presentarse en figuras más fáciles de reconocer.
Esto puede deducirse de las palabras de una aparición: «No estaba
aún en condiciones de presentarme de otra forma». También con cla-
ridad progresiva va apareciendo en las almas la figura humana, esto
es: los rasgos característicos de dicha persona en su vida terrena, re-
sultan cada vez más fáciles de reconocer.

La «vidente de Prevorst» dice también algo parecido: «De repente


avanzó a mí como una gran sombra; se inclinó sobre mí y por tres
veces me echó el aliento de forma por completo sensible»262. En otra
ocasión: «Su aspecto es similar al de una oscura nube, que parece
fácil de atravesar con la mirada» (pág. 20). «Por la ventana ingresó
una nube» (pág. 169). «Con frecuencia se me presentaba un espíritu
en forma de negra columna. Poco a poco fue transformándose en una
figura de hombre» (pág. 157). «Los espíritus producían toda clase de
sonidos; éstos consistían principalmente en golpes, sonidos como los
que se producen al arrojar guijarros o arena, al arrugar papel o rodar
una bola; arrastrar los pies descalzos o en zapatillas; suspiros, etc.»
(pág. 21). Su médico, doctor Justinus Kerner, escribe de sí mismo:
«Entonces vi una figura parecida a una nube (una horrible columna
de nube con una especie de cabeza) sin rasgos determinados» (pág.
204). En otra ocasión también vio él un espíritu «en forma de horrible
columna de niebla del tamaño de un hombre» (pág. 36). El doctor
Kerner dice también que otras personas vieron espíritus en forma de
nubes grises. En una ocasión, durante la cena, todos los miembros de

261
Mística cristiana, tomo 3º, pág. 476.
262
KERNER, La vidente de Prevorst, 2ª parte, pág. 230.

295
BRUNO GRABINSKI

su familia vieron una figura parecida a una blanca nube que pasaba
por la ventana (pág. 143).

Al principio algunas apariciones no pueden hablar.

Así, entre otras, Gisela y el «Monstruo» no pudieron pronunciar


palabra hasta después de dos semanas; Catalina y Egolf hasta después
de cuatro semanas; Eva después de cinco semanas. Eleonor comenzó
a la sexta semana. También otras, como Miguel Sch..., Víctor B...,
Babette Z..., Fritz Sch..., Edelgunda, Enrique, etc., no consiguieron
hablar en las primeras apariciones.

Esto también puede explicarse si se comprende que se necesita


una cierta purificación para que estas almas consigan la facultad de
poder hablar. Así dice Egolf (2-11-25) que las muchas oraciones (del
Día de los Fieles Difuntos) le concedieron el habla.

También la «vidente de Prevorst», al preguntar una vez el nombre


a una aparición, vio cómo ésta se «limitó a suspirar profundamente
sin pronunciar una sola palabra»263.

El sufrimiento de muchas almas se hace aparente por una gran


tristeza.

«Su aspecto era de profunda tristeza», es lo que se dice de Babette


Z... (26-4-23), la Hermana Hedwig y otras. La Hermana Mallersdorfer
tenía unos ojos «muy tristes» (14-9-21); igualmente una mujer tenía
una «expresión de infinita tristeza» (verano de 1922). Víctor B... (21-
3-23) y Fritz Sch... (4-7-23) «me miraban tristemente». De Hermen-
garda dice: «La tristeza que reflejaba era enorme; nunca vi cosa se-
mejante» (16-3-24). También B. Nandl tenía «una expresión de dolor

263
KERNER, La vidente de Prevorst, 2ª parte, pág. 213.

296
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

que hasta ahora nunca había visto» (24-6-24). La señora W... tenía una
«tristeza que me conmovía profundamente» (25-2-27).

«Me es completamente imposible expresar la infinita aflicción que


veo en el Pobrecito. Una persona viva jamás sería capaz de expresar
una tristeza semejante» (1-1-24).

En la crónica de los Hermanos Menores se lee lo siguiente: «Al


Padre Conrado de Offida se le apareció un Hermano fallecido poco
tiempo antes, pidiéndole rezase por él. El Padre rezó cien Padrenues-
tros, añadiendo la invocación: «Señor, concédele el descanso eterno»,
y pudo comprobar cómo poco a poco la tristeza del difunto se fue
transformando en alegría»264.

La «vidente de Prevorst» dice de algunos espíritus: «Su rostro era


como el de los vivos, aunque generalmente más triste»; en otra oca-
sión dice: «El aspecto de ambos era en extremo triste»265.

Diversas apariciones quieren demostrar la falta de paz y el tor-


mento que padecen por medio de una gran intranquilidad.

Así, Fritz Sch... corre «sin cesar de un lado a otro» (21-6-23); G...
«es incapaz de estarse quieto; su intranquilidad es horrible» (11-8-23);
Edelgunda «corre furiosa de un lado para otro por el cuarto» (2-10-
23). Weiss, Alois Z..., el anciano Heinz y Juan H... están «muy intran-
quilos»; igualmente Catalina sólo sabe repetir: «¡Sin paz! ¡Sin paz!»
(27-10-23). El Párroco N... «no podía estarse quieto; su intranquilidad
era terrible» (4-7-26). «La intranquilidad de la Sra. W... era cada vez
más espantosa» (11-8-26). Al preguntar a Enrique lo que buscaba, sólo
supo contestar: «El descanso» (14-1-24).

264
Según ACKERMANN, El consuelo de las pobres almas, pág. 50.
265
KERNER, obra antes citada, págs. 20 y 211.

297
BRUNO GRABINSKI

«Cuando el alma se encuentra aislada, su anhelo de la bienaven-


turanza sube en ardorosas llamas y crece de manera inconmensura-
ble. No hay fuego alguno cuyo ardor pueda compararse al de éste, o
sea, al ansia de las almas inmortales por conseguir la paz»266.

También la «vidente de Prevorst» cuenta de un espíritu que «no


cesaba de revolcarse en el cuarto de un lado para otro»; otros también
«corrían en la habitación de aquí para allá»; otro «corría sin cesar
haciendo mucho ruido y demostrando una intranquilidad terrible»267.

Las pobres almas también manifiestan su tormento de otras dife-


rentes formas.

Algunas «sollozan horriblemente», como Fritz Sch..., el anciano


Heinz, Egolf, etc.; otras «suspiran y lloran angustiosamente», como
Enrique, Hermengarda y alguna otra. B. Nandl «comenzó a llorar
como nadie en este mundo podría hacerlo; parecía como si fuese a
deshacerse en llanto» (24-6-24). Weiss «exhalaba terribles lamentos»
(7-5-4). Se presentó una figura de mujer «con las manos retorcidas por
el dolor» (16-12-24). Los movimientos de la señora W... «manifestaban
un dolor terrible» (7-8-26), etc.

Refiriéndose a las penas que tienen que soportar las almas del
Purgatorio, en especial las del grado inferior, dice, entre otros, San
Cirilo de Alejandría: «Si todos los castigos y penas más terribles de
este mundo pudiesen compararse con el sufrimiento que ha de sopor-
tarse en el Purgatorio, entonces, en comparación con éstos, aquéllos
nos parecerían consolaciones». También San Francisco de Sales es-
cribe que los dolores exteriores de esta vida no son nada en compa-
ración con los de allá268.

266 LERCHER, Patria eterna.


267
KERNER, obra antes citada, págs. 170-177.
268 KEPPLER, La predicación de las pobres almas, pág. 58.

298
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Según expresión del venerable Tomás de Kempis, resulta más in-


soportable pasar una hora en el Purgatorio que aguantar los más du-
ros rigores penitenciales de la tierra durante cien años269.

El Beato Enrique Susón solía pensar muy a la ligera en las penas


del Purgatorio; el Señor le advirtió que no estaba en lo cierto270.

«En este reino de silencio y de soledad parece ser que la capaci-


dad de sufrimiento es mucho mayor, ya que los espíritus sufren con
mucha mayor intensidad y concentración que los seres vivos, puesto
que allí no hay sueño, descanso, interrupción ni distracción o espar-
cimiento alguno como sucede en esta vida»271.

Para más detalles léase la «Introducción».

Con frecuencia los pecados salen al exterior con características


especiales.

La boca de Babette «es horrible; una úlcera repugnante; el labio


inferior está negro por completo» (13-5-23); «ha calumniado y men-
tido mucho». Hermengarda «ha sembrado la discordia»; también «su
boca está hinchada, desfigurada» (11-3-24). Lo mismo le sucede a Ca-
talina; también «su boca está muy hinchada y repugnante»; «es horri-
ble; una gran protuberancia roja»; siempre «sembró la desunión entre
los hombres» (28-10-23). Lo mismo sucede con Cecilia, que ha calum-
niado; «tiene la boca llena de úlceras» (14-4-27). Margarita, la asesina
del niño, tiene un «aspecto repugnante» (18-2-23). El hombre que se
presentó con Bárbara y que asesinó a su hijo, tenía «un cuchillo en la
mano» (21-9-23).

269 La misma obra, pág. 15.


270
La misma obra, pág. 7.
271 La misma obra, pág. 67.

299
BRUNO GRABINSKI

Fritz Sch... tenía «el cabello desgreñado y los ojos saltones»; «su
rostro era negro»: su Párroco lo señala como la «oveja negra» de la
Parroquia. El «Monstruo» está «todo cubierto de tumores»; «su rostro
se encuentra lleno de úlceras»: «su aspecto era tan horrible a causa
del pecado» (27-12-23 y siguientes). El cuerpo de Egolf «era la guarida
de millares de gusanos; todo en él estaba siendo roído por los gusa-
nos. Creo que jamás vi nada tan repugnante». «No había pecado que
no hubiese cometido» (2-11-25).

Dichas señales características se encuentran, con frecuencia, en los


escritos referentes a apariciones de pobres almas. Así, por ejemplo,
en la vida de la bienaventurada Ana María Lindmayr se lee: «Las
pobres almas que durante su vida no refrenaron su vista, se le presen-
taban siempre con los ojos fuera de sus órbitas. Las almas que se
habían sentido demasiado engreídas por su ciencia, aparecían con
una cabeza deforme. La vanidad en la vida se presentaba con el rostro
carcomido por el cáncer. El horror al trabajo, con unas manos en
aspecto lastimoso. Las que habían pecado con la lengua aparecían
con la boca atravesada por un clavo. Una Religiosa se le apareció con
el rostro desfigurado, como si le hubiese devorado un ave de rapiña;
durante su vida había sido terriblemente vanidosa, sintiéndose muy
orgullosa de su belleza», etc.272

La venerable Francisca del Santísimo Sacramento escribe que en


las almas aparecía siempre en forma característica el motivo de sus
sufrimientos; los blasfemos solían presentarse con la boca desfigurada
y abultada; las mujeres que pecaron por su vanidad en el vestir, se
aparecían con vestidos andrajosos y desgarrados, etc.273

272
P. NOCK, Vida de A. M. Lindmayr, pág. 159.
273
KELLER, Historias de pobres almas, pág. 71.

300
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

En cierta ocasión dijo el Salvador a Santa Brígida: «Los espíritus


no se presentan tal cual son, sino que toman una figura corporal con-
veniente para demostrarte su estado». De todo esto se deduce que
cuando las pobres almas adoptan estas formas especiales no hacen
otra cosa que demostrar el estado en que se encuentran; es decir,
tratan de presentar visiblemente los pecados que han de expiar de
manera especial, ya que, según escribe la bienaventurada Ana María
Lindmayr: «Ha de expiarse aquello en que se pecó».

Las almas suelen presentarse también en figura de animal cuando


en su vida han cometido muy graves pecados.

Así, Enrique se presenta en forma de simio, recubierto de bultos


sanguinolentos, todo lleno de úlceras y tumores; motivo: «¡Los peca-
dos!» (15-12-23). Egolf aparece en forma de enorme simio, «tan alto
como la puerta», «echando chispas por los ojos»; motivo: «No hay
pecado que no haya cometido. Hasta el momento de mi muerte des-
precié al Altísimo» (1-10-25). María R... tuvo que aparecerse en forma
de serpiente. Esto «es la imagen de mi vida; promesas no cumplidas;
todo mentira y falsedad» (27-1-26). El doctor G... se presentó en forma
de pequeño búfalo o carnero con «rostro humano», pero «muy negro
y repugnante», a causa de «los pecados ocultos» (24-4-25).

Un espíritu dijo a la «vidente de Prevorst»: «Tú nos ves de acuerdo


con nuestro modo de obrar. Si hubiese vivido como un animal, como
tal me aparecería a ti». En cierta ocasión divisó un gran animal, casi
tan grande como un perro, con hocico largo y grandes ojos saltones.
Una hora más tarde, hallándose sola en el cuarto, se le apareció de
nuevo un animal; su figura parecía la de un oso, sus ojos infundían
miedo; se quedó mirándola fijamente. Una mañana vio cómo un
monstruo, parecido a un gigantesco escorpión, avanzaba hacia ella;
once días después se le apareció por la tarde el mismo animal. El
doctor Kerner habla también de otra mujer a quien solían aparecerse

301
BRUNO GRABINSKI

espíritus «bajo apariencia de diferentes animales horribles; por ejem-


plo, lechuzas, gatos repugnantes, caballos», etc.274

Platón relata en el capítulo 31 de su Fedón cómo las almas de los


malos «es muy probable que queden encerradas en figuras de anima-
les, de acuerdo con su actuación en la vida». Así, quienes se entrega-
ron sin vergüenza alguna al placer de la comida, a la arrogancia y al
vicio de la bebida, tomarán la figura de asnos y otros animales seme-
jantes; aquellos que cometieron injusticias y ejercieron la tiranía y el
latrocinio, tomarán la figura de lobos, cernícalos y buitres275. Es posi-
ble que Platón llegase a esta conclusión después de haber visto apari-
ciones en figura de animal. Véase también la «Introducción».

La maldad continúa aún adherida a las almas del grado inferior.

«Son del grado inferior. Los pecados están aún adheridos a ellas.
Están salvadas, pero no purificadas» (24-10-25). «La maldad aún está
en mí» (1-6-24). «En mi estado sólo hay maldad. Está aún adherida a
mí» (8-11-25).

El profesor doctor Bartmann explica: «No puede negarse que en


el Purgatorio tiene también lugar una mejora moral de las almas. Las
malas inclinaciones psíquicas no pueden suprimirse mecánicamente;
tienen que irse eliminando poco a poco del alma en que estuvieron
arraigadas. Esto sólo puede conseguirse por medio de actos morales
sobrenaturales, igual que en este mundo»276.

El profesor de Universidad, doctor Zahn, escribe: «No hay nada


que pueda asegurarnos que en el mismo momento de la muerte, o a
renglón seguido del juicio especial que precede inmediatamente a la

274 KERNER, La vidente de Prevorst, págs. 179, 142-151, 220.


275
FELDMANN, Filosofía oculta, pág. 186.
276 Manual de dogmática, 2º tomo, pág. 507.

302
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

misma, cada una de las almas (caídas en el Purgatorio) ha de quedar


libre de todo pecado venial y de toda inclinación desordenada»277.

La pasión no dominada y la maldad aún adherida a ellas, por un


lado; y por otro, el gran tormento que sufren y el impulso natural a
procurarse lo antes posible una ayuda eficaz, hacen que muchas al-
mas de los grados inferiores sean violentas e inoportunas.

Citaremos algunos de los casos que presenta la Princesa: «El an-


ciano Heinz se abalanzó sobre mí, agarrándome por el cuello con tal
fuerza que creí ahogarme». Lo hizo «en medio del tormento» (1-12-
23). Enrique «se arrojó con fuerza sobre mí»; «se abalanzó sobre mí»,
«para liberarse» (23-12-23). Weiss «se precipitó sobre mí y me agarró
por el cuello»; «quiso arrojarse de nuevo sobre mí» (18-5-24); y esto
repetidas veces; «¿Por qué?» «Quiero obligarte»; «La maldad está aún
en mí» (1-6-24). El Dr. G... «se arrojó sobre mí, tirándome al suelo»
(27-4-25); me increpó con violencia: «¿¡Por qué no me das nada!?»
(25-5-25). El hombre anciano me gritó: «¡Ayúdame!» Me atormenta
de un modo horrible; gime y me golpea. A la pregunta de por qué,
exclamó: «¡Me has olvidado!» «No puedo hacer más nada por ti»
«¡Tienes que hacerlo!» Era la lucha de un desesperado (27-8-25, 3-9-
25), etc.

En cierta ocasión «la Princesa trató de ignorar a las apariciones»;


«no necesito describir los tormentos que esto me trajo». Una vez pre-
gunta al Dominico: «¿Puedo hacer algo para que las pobres almas no
continúen acudiendo a mí?» «No». «¿Pero, ¿y si no quisiera pedir ya
por ellas?» «Te obligarían» (29-9-25).

Estas cuestiones, teológicamente difíciles, las trata con todo detalle


el profesor doctor Seitz (véase «Introducción»).

277
El otro mundo, pág. 08.

303
BRUNO GRABINSKI

A Santa Margarita María de Alacoque en cierta ocasión se le apa-


reció un difunto para hacerle un encargo; la Superiora no le permitió
hacerlo. Volvió a aparecerse una segunda vez, sin que tampoco con-
siguiese su objetivo. A la noche siguiente en la celda de la Superiora
se dejó oír un estruendo tan terrible, que ésta creyó morir del susto.
Permitió que Santa Margarita llevase a cabo lo que la aparición le
había encargado, y de este modo reinó de nuevo la paz.

El Prior de la Colegiata, doctor Walter de Inichen, cuenta que no


hace mucho que una señorita le relató que un espíritu le había gol-
peado por tres veces, una tras otra, al negarse a cumplir sus deseos.
También se cuenta de una aparición en China que agarró a la señorita
María Hu por la espalda, diciéndole: «¿Por qué eres tan perezosa e
indolente en estas cosas? ¿Acaso no sabes que los sufrimientos del
Purgatorio son terribles?»278.

A medida que avanza la purificación y limpieza, las figuras de


animales van humanizándose. También las señales malas y repugnan-
tes van progresivamente desapareciendo: todo el aspecto general,
pero principalmente la expresión del rostro, es cada vez más agrada-
ble.

Puede comprobarse esto leyendo lo que dice el Diario respecto a


muchas apariciones. Así, por ejemplo, G... el 21-7-23 era «horrible,
sucio y desgreñado»; el 7-9-23 «su aspecto ya no es tan horrible; cada
vez mejora más»; el 19-9-23 «mira a la Princesa con una bella sonrisa».
Catalina el 28-10-23 era «horrible; su boca estaba terriblemente hin-
chada y repugnante; su aspecto era de maldad; iba vestida con unos
harapos cenicientos»; el 30-11-23 «de su boca había desaparecido todo
lo horrible»; el 11-12-23 era «sumamente agradable»; el 27-12-23 es-
taba «resplandeciente»; etcétera.

278
KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, págs. 157 y sigs.

304
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

«No será así como si un hombre ligado a la pasión, a quien el


mundo y sus amigos consideran cosa perdida, al morir quede de bue-
nas a primeras convertido en un ángel de luz. El alma tiene que ir
liberándose poco a poco de todo lo oscuro, bajo y feo, y esto bajo el
influjo de la gracia y la proximidad del objetivo eterno, que la hace
sentirse distinta que en el mundo. En la medida en que crece el amor
de Dios, tiene lugar la purificación interior. Desaparecen las huellas y
feas señales que las malas costumbres imprimieron en el alma, lo
mismo que la ira, el encarnizamiento y la sexualidad ponen su sello
en el rostro del hombre. El proceso de la purificación y del creci-
miento del amor no se realiza de igual manera en cada alma. Algunas
almas se encuentran ya tan próximas a Dios que su belleza les arre-
bata, lo mismo que le ocurre al Santo en su arrobamiento. Sin em-
bargo, un alma embriagada por los placeres del mundo que llega
justamente al Purgatorio muy ligada a lo terreno, se encuentra aún
llena de ideas y deseos terrenales y ha de transcurrir un cierto tiempo
hasta que, iluminada por la luz de la gracia, sepa apreciar los valores
eternos»279.

El profesor de Universidad, el doctor Schmaus, escribe: «De


acuerdo con las enseñanzas de la Sagrada Escritura (Mat. 13, 22), de
los Santos Padres, de los principales teólogos de la Edad Media, y
según las oraciones de la Iglesia, y teniendo en cuenta la dignidad
personal del hombre, parece cosa lógica y natural que en el Purgato-
rio tenga lugar, mediante la remisión de la culpa y la purificación del
hombre, la completa transformación de éste, que no puede limitarse
nunca a soportar los castigos impuestos por Dios. En sus oraciones
por los difuntos, la Iglesia pide la remisión de sus pecados (peccata).
La palabra peccata no indica sólo la pena de la culpa, sino más bien
el pecado en sí. Al poder de la santidad divina le va mucho mejor el
que Dios actúe como transformador y perfeccionador del ser hu-
mano, preparándole así para su entrada en el Cielo, pero no que al

279
LUCAS, Los que esperan a la puerta del Cielo, pág. 79.

305
BRUNO GRABINSKI

ser ya purificado le imponga el castigo de no poder entrar en el Cielo.


En la Sagrada Escritura nos presentan siempre a un Dios amoroso,
santo y justiciero; por tanto, de acuerdo con ello, es lógico suponer
que cuando se ve obligado a castigar al hombre, bendecido por Él,
aprovecha la ocasión para purificarle y transformarle. También, te-
niendo en cuenta la dignidad espiritual del hombre, se comprende
que éste, al verse apartado de la eterna contemplación del amor
eterno y de la verdad y perfección que tanto anhela, no sea capaz de
mantenerse inmóvil e inactivo como una piedra o un trozo de madera,
sino que, en amorosa entrega a Dios, vaya purificándose de todos los
residuos de este mundo hasta estar en condiciones de ponerse en la
presencia de Dios. Esta transformación se refiere a los pecados y a las
malas inclinaciones nacidas del pecado»280. Esta transformación espi-
ritual produce el cambio en la apariencia exterior.

Al irse aproximando el momento de entrar en el Cielo, el aspecto


de las apariciones es cada vez más agradable, feliz y dichoso.

El aspecto de la mujer del gallinero es «cada vez más agradable»


(21-6-23). El Dr. G... «se presentó muy simpático y agradable» (12-6-
25). Alois Z... se presentó «por tres veces, cada vez más agradable»,
iba «a la luz resplandeciente» (29-7-26). Nicolás «parece muy compla-
cido» (21-9-23); la Hermana Hedwig, «muy feliz» (18-12-23). Miguel
Sch... «tenía algo resplandeciente en sí, y ojos muy agradables» (21-5-
23).

La «vidente de Prevorst» dice de un espíritu «que su figura era


cada vez más clara y la nube más ligera». Otro espíritu se le presen-
taba «cada vez más ligero, hasta el punto de que casi no podía distin-
guirle». Dice de los espíritus en general: «Al mejorar interiormente,
mejora su aspecto y su luz»281.

280
Dogmática católica, tomo III, págs. 509 y sigs.
281
KERNER, La vidente de Prevorst, 2ª parte, págs. 137, 151 y 22.

306
ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Una vez que las apariciones, terminada su estancia en el lugar de


purificación, están dispuestas para la contemplación de Dios, se vis-
lumbra en ellas el reflejo de la gloria celestial282.

De la Hermana Mallersdorfer «salía una luz resplandeciente; su


negro hábito brillaba como iluminado por el sol, pero lo que más me
maravilló fue la expresión de su rostro: era todo radiante. Sonreía
llena de felicidad. Su rostro no podía compararse sino con un ópalo»
(3-11-21). Catalina «se veía resplandeciente» (27-12-23). La Religiosa
apareció «resplandeciente en las gradas del altar» (1-4-26).

San Luis Beltrán vio cómo un alma piadosa liberada por él del
Purgatorio entraba en el Cielo rodeada de luz resplandeciente283.
Algo parecido cuenta Santa Teresa en su libro de Las Fundaciones;
dice que vio el alma de un bienhechor de su Orden, liberado por
ella, ingresar en el Cielo con las manos juntas y el rostro resplande-
ciente284. Luis de Blois cuenta en sus obras que a un servidor de Dios
se le apareció una de estas almas liberadas del Purgatorio resplande-
ciente como el sol y rodeada de una gloria indescriptible285.

282
También la Sra. de Brault vio una vez el rostro de una difunta iluminado
por ese maravilloso y ya próximo resplandor del Cielo. Puede verse la página
349. (N. A.)
283 LOUVET, El Purgatorio, pág. 124.
284 KLIMSCH, ¿Viven los muertos?, pág. 154.
285 FAURE, Las consolaciones del Purgatorio, pág. 160.

307
EPÍLOGO

E l Obispo Keppler escribe: «Todo lo que hacemos por las pobres


almas lleva en sí su recompensa: ennoblece el corazón, le dispone
para la más noble compasión, perfecciona la conciencia y el sentido
moral, afina el sentido para comprender lo sobrenatural y eterno, nos
acrisola en la virtud y es la mejor garantía para librarnos a nosotros
mismos del Purgatorio y poder conseguir, ya en este mundo, una re-
ducción del tiempo de expiación y sufrimiento en el otro».

San Jerónimo asegura: «Tanto más nos aproximaremos a la bie-


naventuranza eterna cuanto más compasivos y bondadosos seamos
para con las pobres almas».

El Señor se apareció a Santa Gertrudis antes de su muerte y le


dijo: «Por medio de tu amor a los difuntos has aumentado tus méritos
satisfactorios; éstos no sólo son suficientes para borrar tus pecados
veniales, sino que te sirven incluso para conseguir un grado más ele-
vado de gloria celestial. Así es como mi bondad sabe recompensarte
con creces tu generosa entrega a favor de los difuntos».

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán mi-


sericordia». «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo. En verdad os
digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos me-
nores, a Mí me lo hicisteis».286

¡Dios quiera que estas frases encuentren gran aplicación!

286
Mat. 5, 7.; Mat. 25, 34-40.
ANEXOS
(EXPERIENCIAS DE ALGUNAS PERSONAS CON
LAS ALMAS DEL PURGATORIO)
Admirable revelación acerca del Purgatorio y sus diferentes grados.
Muy digna de leerse

(Extraído de Revelaciones de Santa Brígida, libro 4º, cap. 6 y 7)

Velando en oración Santa Brígida, vio en una visión espiritual un


palacio muy grande lleno de innumerable gente, todos con vestidos
blancos y resplandecientes, y cada uno en su asiento y trono aparte.
Pero había un trono judicial superior a los otros, que estaba ocupado
por uno como el sol; y la luz y resplandor que de él salía era incom-
prensible en longitud, latitud y profundidad. Estaba una Virgen cerca
del trono con una preciosa corona en la cabeza, y todos los del palacio
servían al que brillando como el sol estaba sentado en el trono, dán-
dole mil alabanzas con himnos y cánticos.

Tras esto, Brígida vio un negro como etíope, feo y abominable,


lleno de inmundicia y encendido en fuego, que comenzó a dar voces
diciendo: «¡Oh Juez justo, juzga esta alma y oye sus obras, ya que
poco le resta de estar en el cuerpo, y dame licencia para que ator-
mente su alma y su cuerpo en lo que fuera justo!»

Después vio la Santa un soldado armado junto al trono, modesto


en el aspecto, sabio en las palabras y dulce en sus ademanes, el cual
dijo: «Oh Juez, ves aquí las buenas obras que ha hecho esta alma
hasta este momento». Y luego se oyó una voz del trono que dijo: «Más
son, pues, los vicios en esta alma que las virtudes. No es justicia que
tenga parte el vicio con la suma virtud, ni se junte con ella».

Enseguida dijo el negro: «A mí es de justicia que se me entregue


esta alma; que si ella tiene vicios, yo estoy lleno de maldad, y estará
bien conmigo».

313
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

«La misericordia de Dios», dijo el soldado, «hasta la muerte acom-


paña a todos, y hasta que no haya salido el alma del cuerpo no se
puede dar sentencia; y esta alma sobre la cual pleiteamos, aún está en
el cuerpo, y tiene discreción para escoger lo bueno».

«La Escritura», replicó el negro, «que no puede mentir, dice:


«Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo».
Y todo cuanto éste ha hecho, ha sido por temor, no por amor, y todos
los pecados que ha confesado, han sido con poca contrición y dolor.
Y pues no mereció el Cielo, justo es que se me dé para el Infierno,
pues sus pecados están aquí manifiestos ante la divina justicia, y nunca
de ellos ha tenido verdadera contrición y dolor».

«Este infeliz», dijo el soldado, «esperó y creyó que asistido de la


gracia tendría esa verdadera contrición». A lo cual respondió el ne-
gro: «Has traído aquí todo cuanto bien ha hecho ese, todas sus pala-
bras y obras que pueden servirle para salvarse; pero todo ello no llega
ni con mucho a lo que vale un acto de verdadera contrición y dolor,
nacido de la caridad divina con fe y esperanza; y por consiguiente,
no puede servir para borrar todos sus pecados. Porque justicia es de
Dios, determinada en su eternidad, que nadie se salve sin contrición;
y ya que es imposible que vaya Dios contra este su decreto eterno,
resulta, que con razón pido se me dé esta alma para ser atormentada
con pena eterna en el Infierno».

No replicó nada el soldado, y luego aparecieron innumerables


demonios, semejantes a las centellas que salen de un fuego abrasador,
y a una voz clamaban diciendo al que estaba sentado en el trono, que
brillaba como el sol: «Bien sabemos que eres un Dios en tres perso-
nas, que eres sin principio y no tienes fin, ni hay otro Dios sino tú,
que eres la verdadera caridad, en quien se juntan misericordia y jus-
ticia. Tú estuviste en ti mismo desde el principio, no tienes en ti cosa

314
ANEXOS

pequeña ni mudable, todo está en ti cumplidísimo como conviene a


Dios; fuera de ti no hay nadie, y sin ti no hay contento ni alegría.

Tu amor sólo hizo los ángeles, de ninguna otra materia, sino del
poder de tu divinidad, y lo hiciste según lo dictaba tu misericordia.
Pero después que interiormente nos encendimos con la soberbia, en-
vidia y avaricia, tu caridad, que ama la justicia, nos echó del Cielo
con el fuego de nuestra malicia al incomprensible y tenebroso abismo
que se llama Infierno. Así obró entonces tu caridad, que tampoco se
apartará ahora de tu justo juicio, ya se haga según tu misericordia, o
según tu justicia. Y aún nos atrevemos a decir, que si lo que amas con
preferencia a todas las cosas, que es la Virgen que te engendró, y la
cual nunca pecó, hubiese pecado mortalmente y muerto sin contri-
ción divina, amas tanto la justicia, que su alma nunca hubiera subido
al Cielo. Luego, oh Juez, ¿por qué no declaras ser nuestra esta alma,
para que la atormentemos según sus obras?»

Se oyó después el sonido de una trompeta, al cual todos quedaron


silenciosos, y al punto dijo una voz: «Callad y oíd vosotros todos,
ángeles, almas y demonios, lo que va a hablar la Madre de Dios». Y
en un instante apareció ante el trono del Juez la misma Virgen María,
trayendo mucho bulto de cosas como escondidas debajo del manto,
y dijo a los demonios: «Vosotros, enemigos, perseguís la misericordia,
y sin ninguna caridad pregonáis la justicia. Aunque es verdad que
esta alma se halla falta de buenas obras, y por ellas no pudiera ir al
Cielo, mirad lo que traigo debajo de mi manto». Y alzándolo por
ambos lados, se veía por el uno una pequeña iglesia y en ella algunos
Religiosos; y por el otro lado se veían hombres y mujeres, amigos de
Dios, todos los cuales clamaban a una voz, diciendo: «¡Señor, ten mi-
sericordia de él!»

Reinó después un gran silencio y prosiguió la Virgen: «La Sagrada


Escritura dice, que el que tiene verdadera fe en el mundo, puede

315
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

mover los montes de un lado a otro. ¿Qué no pueden y deben hacer


entonces los clamores de todos estos que tuvieron fe y sirvieron a Dios
con fervoroso amor? ¿Qué no han de alcanzar los amigos de Dios, a
quienes éste rogó que pidiesen por él, para que pudiera apartarse del
Infierno y conseguir el Cielo, y mucho más cuando por sus buenas
obras no buscó otra remuneración que los bienes celestiales? ¿Por
ventura, no podrán las lágrimas y oraciones de todos estos bienaven-
turados ayudar esta alma y levantarla, para que antes de su muerte
tenga verdadera contrición con amor de Dios? Yo también uniré mis
ruegos a las oraciones de todos los Santos que están en el Cielo, a
quienes éste honraba con particular veneración.

Y a vosotros, demonios, os mando de parte del Juez y de su poder,


que atendáis a lo que veréis ahora en su justicia». Y respondieron
todos, como una sola voz: «Vemos, que como en el mundo las lágri-
mas y la contrición aplacan la ira de Dios, así tus peticiones le inclinan
a misericordia con amor».

Después de esto, se oyó una voz que salió del que estaba sentado
en el solio resplandeciente, y dijo: «Por los ruegos de mis amigos ten-
drá este contrición antes de la muerte, y no irá al Infierno, sino al
Purgatorio con los que allí padecen mayores tormentos; y acabados
de purgar sus pecados, recibirá su premio en el Cielo, con aquellos
que tuvieron fe y esperanza, pero con mínima caridad». Y al terminar
de oír esto, huyeron los demonios.

Vio después Santa Brígida que se abrió una profundidad terrible


y tenebrosa, en la que había un horno ardiendo interiormente, y el
fuego no tenía otro combustible que demonios y almas vivas que es-
taban abrasándose. Sobre aquel horno estaba esta afligidísima alma.
Se encontraba aquella alma parada allí con los pies fijos en el horno;
y no estaba en lo más alto ni en lo más bajo del horno. Su aspecto
era horrible y espantoso. El fuego parecía salir de debajo de los pies

316
ANEXOS

del alma, y venir subiendo por dentro de ella como cuando el agua
sube por un caño; y comprimiéndose violentamente, le pasaba por
encima de la cabeza, de modo que por todos sus poros y venas corría
fuego abrasador.

Las orejas echaban fuego como de fragua, que con el continuo


soplo le atormentaba todo el cerebro. Los ojos los tenía torcidos y
hundidos, como si estuviesen fijos en la nuca. La boca la tenía abierta
y la lengua sacada por las aberturas de la nariz, y colgando hasta los
labios. Los dientes eran agudos como clavos de hierro, fijos en el pa-
ladar. Los brazos tan largos que llegaban hasta los pies. Las manos las
tenía llenas de sebo y brea ardiendo. El cutis que cubría el alma era
una sucia y asquerosísima piel, tan fría, que sólo de verla causaba
temblor, y de ella salía materia como de una úlcera con sangre co-
rrompida, y con un hedor tan malo que no puede compararse con
nada asqueroso del mundo.

Después de ver este tormento, oyó la Santa una voz que salía de
lo íntimo de aquella alma, que dijo cinco veces: «¡Ay de mí! ¡Ay de
mí!», clamando con toda su fuerza y vertiendo abundantes lágrimas.
«¡Ay de mí, que tan poco amé a Dios por sus supremas virtudes y por
la gracia que me concedió! ¡Ay de mí, que no temí como debía a la
justicia de Dios! ¡Ay de mí, que amé el deleite de mi cuerpo y de mi
carne pecadora! ¡Ay de mí, que me dejé llevar por las riquezas del
mundo y por la vanidad y soberbia! ¡Ay de mí, por haberlos conocido
Luis y Juana!»

Y luego el Ángel dijo a Santa Brígida: «Te voy a explicar esta


visión. Aquel palacio que viste, es la semejanza del Cielo. La muche-
dumbre de los que estaban en los asientos y tronos vestidos de blanco
y resplandecientes, son los ángeles y las almas de los Santos. El sol
que estaba en el trono más alto, significa a Jesucristo en su divinidad.
La mujer es la Virgen Madre de Dios. El negro es el diablo que acusa

317
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

al alma, y el soldado, el ángel de la guarda, que dice las obras buenas


de ella. El horno encendido es el Infierno, que siempre está ardiendo
con tanta fuerza, que si el mundo con todo lo que tiene se encendiese,
no podría compararse con la violencia de aquel fuego. Se oyen en él
infinidad de voces, todas contra Dios, y todas principian y acaban con
un «¡Ay!» Y las almas parecen personas, cuyos miembros extienden
y atormentan los demonios, sin descanso alguno. Ten entendido ade-
más que aunque el fuego que en el horno viste arde siempre en las
tinieblas eternas, las almas que en él se están abrasando no tienen
todas la misma pena.

Sobre las tinieblas del Infierno está la mayor pena del Purgatorio
que las almas pueden sufrir. Más allá de este lugar hay otro, donde
se sufre la pena menor, que solamente consiste en falta de fuerzas, de
hermosura, y de otras cosas semejantes, como si alguien después de
una grave enfermedad estuviera convaleciente con falta de fuerzas, y
de todo lo que suele acompañar a este estado de debilidad, hasta que
poco a poco va volviendo en sí. Hay otro lugar superior a esos dos,
donde no se padece otra pena que la del deseo de ver a Dios y go-
zarle.

Y para que mejor lo entiendas, te voy a poner el ejemplo de un


poco de metal, que ardiese y se mezclase con oro en un fuego muy
encendido, hasta que se viniese a consumir todo el metal y quedara
el oro puro. Cuanto más fuerte y denso fuera el metal, tanto más recio
debería ser el fuego que se necesitase para apartar el oro y consumir
el metal. Viendo el artífice el oro purificado y derretido como agua,
lo echa en otra parte donde toma su verdadera forma a la vista y al
tacto, y luego lo saca de allí y lo pone en otro lugar para darlo a su
dueño.

Lo mismo sucede en esta purificación espiritual. En el primer lu-


gar, situado sobre las tinieblas del Infierno, es donde se sufre la mayor

318
ANEXOS

pena del Purgatorio, y en el cual viste padecer a aquella alma. Allí


hay demonios al modo de venenosas sabandijas y animales feroces;
hay calor y frío; hay confusión y tinieblas provenientes del Infierno, y
unas almas tienen allí mayor pena y tormento que otras, dependiendo
de cuánta satisfacción de sus pecados habían hecho antes de salir del
cuerpo. Luego la justicia de Dios saca al alma a otros lugares, donde
no hay sino falta de fuerzas.

Desde allí el alma va al tercer lugar, donde no hay más pena que
el deseo de llegar a la presencia de Dios, y de gozar de su visión
beatífica. En este lugar residen otros muchos y por bastante tiempo,
entre los que se encuentran aquellos que, mientras vivieron en el
mundo, no tuvieron perfecto deseo de llegar a la presencia de Dios y
gozar de su vista.

Advierte también que muchos mueren en el mundo tan justos y


tan inocentes, que al instante llegan a la presencia de Dios y le gozan;
y otros mueren también después de haber satisfecho sus pecados, de
modo que sus almas no sienten pena alguna. Pero son pocos los que
vienen al lugar donde sólo se padece la pena del deseo de ir a Dios.

Las almas que están en estos tres lugares participan de las oracio-
nes y buenas obras de la Santa Iglesia, que se hacen en el mundo;
principalmente de las que ellas hicieron mientras vivieron, y de las
que sus amigos hacen por ellos después de muertos. Y como los pe-
cados son de muchas clases y diversos, así también son diferentes las
penas; y como el hambriento descansa con la comida, y el sediento
con la bebida, el desnudo con el vestido y el enfermo con la cama,
así las almas descansan y participan de lo que por ellas se hace en el
mundo. El alma que mayores auxilios tiene, más pronto se limpia y
se libra del Purgatorio».

«¡Bendito sea de Dios», prosiguió el ángel, «el que en el mundo


ayuda a las almas con sus oraciones y con el trabajo de su cuerpo!

319
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Pues no puede mentir la justicia de Dios que dice que las almas, o
han de purificarse después de la muerte con la pena del Purgatorio,
o han de ser ayudadas con las obras buenas de sus amigos y de la
Iglesia, para que salgan más pronto».

Después de esto, se oyeron muchas voces desde el Purgatorio que


decían: «Señor mío Jesucristo, justo Juez, envía tu amor a los que tie-
nen potestad espiritual en el mundo, y entonces podremos participar
más que ahora de su canto, lección y oblación».

Encima de donde salían estos clamores había como una casa, en


la cual se oían muchas voces que decían: «¡Dios se lo pague a aquellos
que nos ayudan y suplen nuestras faltas!» En la misma casa parecía
nacer la aurora, y debajo de ésta apareció una nube que no partici-
paba de la claridad de la aurora, de la cual salió una gran voz que
dijo: «Oh Señor Dios, da de tu incomprensible poder ciento por uno
a todos los que en el mundo nos ayudan y nos elevan con sus buenas
obras para que veamos la luz de tu Divinidad y gocemos de tu pre-
sencia y divino rostro».

***

«Aquella alma», dice el ángel a Santa Brígida, «que viste y oíste


sentenciar, está en la más grave pena del Purgatorio. Y esto lo ha
ordenado Dios así, porque presumía mucho de discreto e inteligente
en cosas de mundo y de su cuerpo; pero de las cosas espirituales y de
su alma no hacía caso, porque estaba muy olvidado de lo que debía
a Dios y lo menospreciaba. Por eso su alma padece al ardor del fuego
y al mismo tiempo tiembla de frío; las tinieblas la tienen como ciega,
y la horrible vista de los demonios la hace temblar de espanto, y ade-
más sus gritos y clamoreos la tienen sorda; interiormente padece ham-
bre y sed, y exteriormente se halla vestida de confusión y vergüenza.
Pero después de morir, Dios le ha concedido a aquella alma una gra-
cia, y es la gracia de que no la toquen los demonios, porque sólo la

320
ANEXOS

honra de Dios perdonó graves injurias a sus mayores enemigos, e hizo


amistades con uno cuya enemistad era de muerte.

Todo el bien que hizo y todo lo que prometió de los bienes bien
adquiridos, y principalmente las oraciones de los amigos de Dios, dis-
minuyen y alivian su pena, según está determinado por la justicia de
Dios. Pero en cuanto a lo que dio de los otros bienes no bien adqui-
ridos aprovecha sólo a los que justamente los poseían antes, o les
aprovecha en su cuerpo, si son dignos de ello, según la disposición
de Dios.

Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone graví-


simas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole alcan-
zado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva pero
con gravísima pena en el Purgatorio. Léase con detención, que es
de mucha doctrina y de grande enseñanza.

(Del mismo libro, libro 6, cap. 29)

Vio Santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un de-


monio, el cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba
temblando como un corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez:
«Aquí está la presa. Tu ángel y yo estábamos siguiendo esta alma
desde su principio hasta el fin; él para defenderla, y yo para hacerle
daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Mas al fin cayó en
mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el to-
rrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte es-
tribo, esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio,
y, por tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo
con tanto afán, como el animal que se halla tan consumido por la
abstinencia, que de hambre se comería hasta sus propios miembros.
Y así, puesto que eres justo Juez, da tocante a ella justa sentencia».

321
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Y respondió el Juez: «¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por
qué te acercaste a ella más que mi ángel?» Y contestó el demonio:
«Porque sus pecados fueron más que sus buenas obras». Y dijo el
Juez: «Muestra cuáles son». Respondió el demonio: «Un libro tengo
lleno con sus pecados». Y dijo el Juez: «¿Qué nombre tiene ese libro?»
«Su nombre es inobediencia», respondió el demonio, «y en ese libro
hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada co-
lumna tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algu-
nas muchas más de mil». Respondió el Juez: «Dime los nombres de
esos libros, pues aunque yo todo lo sé, quiero, no obstante que hables,
para que conozcan otros tu malicia y mi bondad».

«El nombre del primer libro», dijo el demonio, «es soberbia, y en


él hay tres columnas. La primera, es la soberbia espiritual en su con-
ciencia, porque estaba ensoberbecido con la buena vida que creía
tener mejor que la de los otros; y se ensoberbecía también por su
inteligencia y conciencia que creía más prudente que la de los demás.
La segunda columna es, porque estaba soberbio con los bienes que
se le habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás
cosas. La tercera columna es, porque se ensoberbecía con la hermo-
sura de los miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En
estas tres columnas hay infinitas palabras, según muy bien sabes.

El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La pri-


mera es espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves
como se decía, e indignamente deseó el reino de los cielos, que no se
da sino al que está perfectamente limpio. La segunda es, porque
deseó del mundo más de lo necesario, y su deseo se encaminó única-
mente a exaltar su nombre y su descendencia, a fin de criar y ensalzar
sus herederos, no a honra tuya, sino según la honra del mundo. La
tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo
y con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes,

322
ANEXOS

hay innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolen-


cia, y adquiría bienes temporales.

El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue


mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían
más que él, y prosperaban más. La segunda columna es, porque por
envidia recibió cosas de aquellos que tenían menos que él, y más lo
necesitaban. La tercera, porque por envidia perjudicó a su prójimo
ocultamente con sus consejos, y aun públicamente, tanto de palabra
como de obra, tanto por sí como por los suyos, y hasta incitó a otros
a que lo hicieren.

El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera


es la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con
lo cual hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba con-
sigo de esta manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a
este o al otro? ¿Qué recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese con-
sejo o palabra? Y así, cualquiera se apartaba de él muy afligido, no
edificado ni instruido, como hubiera podido ser, si hubiese él querido.
La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes,
no quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó
de ello. La tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos,
que si debía dar un maravedí287 en tu nombre, se angustiaba y se le
hacía penoso; pero, en cambio, por honra del mundo, daba ciento de
buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como muy bien
te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder
me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a
otros.

El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque


fue perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cum-
plir tus mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su

287
«Maravedí» es una antigua moneda española.

323
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

tiempo, y le eran muy deleitables el provecho y placer de su cuerpo.


La segunda columna es porque fue perezoso en pensar, pues siempre
que tu buen espíritu infundía en su corazón el arrepentimiento, o al-
guna buena idea espiritual, le parecía aquello demasiado difuso, y
apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y
suave todo gozo del mundo. La tercera columna es porque fue pere-
zoso de boca, esto es, en orar y en hablar lo que era de provecho a
los otros y en honra tuya; pero era muy aficionado a palabras que no
servían para nada. Cuántas palabras hay en estas columnas, y cuán
innumerables son, tú sólo lo sabes.

El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque


se irritaba con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda
columna es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces
por ira destrozaba sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba
a su prójimo.

El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas.


La primera es, porque de una manera indebida y desordenada se
deleitaba carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con
otras mujeres, con todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con
ademanes, con palabras y obras inconvenientes. La segunda columna
es, porque era demasiado atrevido en hablar, y no sólo estimulaba a
su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces con sus pala-
bras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen liviandades.
La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva de-
licadeza, haciendo preparar para sí en abundancia los más exquisitos
manjares para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo
alabasen y lo apellidasen espléndido. Más de mil palabras hay en
estas columnas, porque se sentaba a la mesa más despacio de lo justo,
sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas cosas inoportu-
nas, y comía más de lo que pedía la naturaleza.

324
ANEXOS

Aquí tienes, oh Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma».

Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que


estaba más lejos, dijo: «Yo quiero disputar con ese demonio sobre la
justicia». Y respondió el Hijo: «Amadísima Madre, cuando al demo-
nio no se le niega la justicia, ¿cómo se te podrá negar a ti, que eres
mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo lo puedes y todo lo
sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan el amor
que te tengo».

Enseguida dijo la Virgen al demonio: «Te mando, diablo, que me


respondas a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la
fuerza, estás obligado por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿co-
noces tú, por ventura, todos los pensamientos del hombre?» Y res-
pondió el demonio: «No, sino solamente aquellos que puedo juzgar
por las acciones exteriores del hombre y por su disposición, y los que
yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi dignidad,
sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta penetra-
ción, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de
su mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos».

Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen,


y le dijo: «Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que
puede borrar lo escrito en tu libro?» «Nada puede borrarlo», respon-
dió el demonio, «sino una cosa, que es el amor de Dios; y el que lo
tuviere en su corazón, por pecador que sea, al punto se borra lo que
acerca de él estaba escrito en mi libro». «Dime, diablo», le preguntó
por tercera vez la Virgen: «¿Hay, por ventura, algún pecador tan in-
mundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón
mientras vive? » Y respondió el demonio: «Nadie hay tan pecador
que, si quisiere, no pueda volver a la gracia mientras vive. Siempre
que cualquiera, por gran pecador que sea, mude su voluntad mala en
buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos los de-
monios no son bastantes para arrancarlo».

325
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Enseguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes:


«Al final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: «Vos sois la
Madre de la misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno
de suplicar a vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísi-
mos, y en gran manera lo he provocado a ira, porque he amado más
mi placer y el mundo que a Dios mi Creador. Os ruego, pues, tengáis
misericordia de mí, Vos, que no la negáis a ninguno que os la pide,
y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si viviere, quiero
enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar ninguna
otra cosa sino a él. Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho
nada para honra de vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis
misericordia de mí, piadosísima Señora, porque a nadie sino a vos
tengo a quien acudir». Con tales palabras y con este propósito vino a
mí esta alma al final de su vida. ¿Y no debía yo oírla? ¿Quién hay,
que si de todo corazón y con propósito de la enmienda hace una
súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuánto más yo, que soy la
Madre de la misericordia, no debo oír a todos los que me claman?»

Y respondió el demonio: «Nada sé acerca de ese propósito; pero


si es según dices, pruébalo con razones manifiestas». «Eres indigno de
que yo te responda», dijo la Virgen; «sin embargo, porque esto se
hace para provecho de otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes
ya dicho, que nada de lo escrito en tu libro puede borrarse sino por
amor de Dios». Y volviéndose entonces la Virgen al Juez, dijo: «Hijo
mío, haz que abra el diablo ese libro y lea, y vea si todo está allí
escrito por completo, o si se ha borrado algo».

Entonces dijo el Juez al demonio: «¿Dónde está tu libro?» «En mi


vientre», respondió el demonio. Y le dijo el Juez: «¿Cuál es tu vien-
tre?» «Mi memoria», respondió el diablo; «porque como en el vientre
está toda inmundicia y hedor, así en mi memoria está toda perversi-
dad y malicia, que como pésimo hedor huelen en tu presencia. Pues
cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz, entonces hallé en

326
ANEXOS

mí toda malicia, y se oscureció mi memoria respecto a las cosas bue-


nas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los
pecados». Le dijo entonces el Juez al demonio: «Te mando, que veas
con esmero y busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué
borrado respecto a los pecados de esta alma, y dilo públicamente». Y
respondió el demonio: «Miro mi libro, y veo escritas cosas diferentes
de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos siete catálogos,
y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías».

Enseguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente:


«¿Dónde están las buenas obras de esta alma?» Y respondió el ángel:
«Señor, todas las cosas están en vuestra presciencia y conocimiento,
las presentes, las pasadas y las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos
en Vos, y Vos en nosotros, ni necesitamos hablaros, porque todo lo
sabéis. Pero porque queréis mostrar vuestro amor, manifestáis vuestra
voluntad a quienes os place. Desde que en un principio se unió esta
alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también escrito
un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en
vuestro poder».

Y dijo el Juez: «No conviene juzgar sino después de oír y entender


lo bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces senten-
ciarse con arreglo a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte».
«Mi libro», respondió el ángel, «es la obediencia, con que os obede-
ció, y en él hay siete columnas. La primera, es el bautismo; la segunda,
es su abstinencia ayunando, y el contenerse en las obras ilícitas, en
los pecados, y hasta en el placer y tentaciones de la carne; la tercera
columna es la oración y el buen propósito que respecto a Vos tuvo;
la cuarta columna son sus buenas acciones en limosnas y otras obras
de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la sexta,
es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios».
Oyendo esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: «¿Dónde está tu

327
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

libro?» Y él respondió: «En vuestra visión y amor, Señor mío». Enton-


ces en tono de amonestación, dijo la Virgen al diablo: «¿Cómo custo-
diaste tu libro, y cómo se borró lo que en él estaba escrito?» Y res-
pondió el demonio: «¡Ay! ¡ay!, porque tú me engañaste».

Enseguida dijo el juez a su piadosísima Madre: «En este caso te


ha sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa
alma». Después daba voces el demonio, y decía: «Perdí, y he sido
vencido; pero dime, Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por
sus excesos y demasías?» «Yo te lo manifestaré», respondió el Juez;
«abiertos y leídos están los libros. Pero dime, diablo, aunque yo todo
lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma entrar o no en el
Cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la justicia». Y
respondió el demonio: «Es justicia en ti, que si alguien muriere sin
pecado mortal, no entrará en las penas del Infierno, y todo el que
tiene amor de Dios, de derecho puede entrar en el Cielo. Y como
esta alma no murió en pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna
de entrar en el Cielo, después que purgue lo que deba».

Y dijo el Juez: «Ya que te he abierto el entendimiento y te he


permitido ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan
quienes yo quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma?» Respon-
dió el demonio: «Que se purifique de tal modo, que no quede en ella
una sola mancha; porque aun cuando por justicia se te ha adjudicado,
con todo, está todavía inmunda, y no puede llegar a ti, sino después
de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me preguntaste, ahora también
pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha de estar en mis
manos?» Respondió el Juez: «Te mando, diablo, que no entres en
ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia
y sin mancha, pues según su culpa padecerá su pena.

De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de


otros tres modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de

328
ANEXOS

tres modos. En la vista: primero, debe ver personalmente sus pecados


y abominaciones; segundo, debe verte en tu malicia; tercero, debe
ver las miserias y terribles penas de las demás almas.

Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá


un horrible «¡Ay!», porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable
del mundo; segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los
demonios; tercero, oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó
más y con más gusto el amor y el favor del mundo, que el de Dios, y
sirvió con más empeño al mundo que a su Dios.

De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de


arder en abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que
en ella no quede ni la menor mancha; segundo, ha de padecer gran-
dísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor; tercero,
estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pen-
samiento ni la más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga
como el oro, que se purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de
su dueño».

Entonces preguntó el demonio: «¿Hasta cuándo estará esa alma


en esta pena?» Y respondió el Juez: «Puesto que su voluntad fue vivir
en el mundo, y era tal esta voluntad, que de buena gana hubiera
vivido en el cuerpo hasta el fin del mundo, esta pena ha de durar
hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que todo el que me tiene amor
divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar conmigo y
separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el Cielo, porque la
prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la
muerte por causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más
tiempo para enmendarse, éste debe tener una pena leve en el Purga-
torio. Pero el que olvidándose de mí, desea vivir hasta el día del juicio,

329
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

aunque no peque mortalmente, sin embargo, por el perpetuo deseo


de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día del juicio»288.

Entonces dijo la piadosísima Virgen María: «Bendito seas, Hijo


mío, por tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros
lo veamos y sepamos todo en ti, di, no obstante, para inteligencia de
los demás, qué remedio deba tomarse que disminuya tan largo
tiempo de pena, y cuál otro para que se apague un fuego tan cruel, y
cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los demo-
nios». Y respondió el Hijo: «Nada se te puede negar, porque eres la
Madre de la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo
y misericordia.

Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y
que se apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los
demonios. La primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente
tomó o arrancó de otros, o está obligado a devolverles en justicia;
pues el alma debe purgarse, o por los ruegos de los Santos, o por
limosnas y buenas obras de los amigos, o por una suficiente purifica-
ción. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella se borra el
pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda
de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos.
Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas».

Entonces dijo la Madre de la misericordia: «¿Y de qué le sirven


ahora las buenas obras que por ti hizo?» Y respondió el Hijo: «No
preguntas porque lo ignores, pues todo lo sabes y ves en mí, sino que
lo investigas para mostrar a los otros mi amor. A la verdad, no que-
dará sin remuneración la más insignificante palabra, ni el más leve

288
¿Recuerdan a Amelia, la joven por cuya suerte Lucía preguntó a Nuestra
Señora en Fátima? La Virgen dijo a Lucía que ella estaría en el Purgatorio hasta
el fin del mundo. Al final de este libro he transcrito un pequeño artículo que
habla acerca de esta muchacha. Ver pág. 371.

330
ANEXOS

pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por mí hizo,
está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de
refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría
de otro modo». Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: «¿Por qué esa
alma está inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su
enemigo y no obstante vive?»

Y respondió el Juez: «De mí escribió el Profeta, que fui como un


cordero que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad,
yo enmudecí delante de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por
no haberse tomado interés por mi muerte esa alma y por haberla
considerado de poca importancia, esté ahora como el niño que en las
manos de los homicidas no puede dar voces». «Bendito seas, dulcí-
simo Hijo mío, que nada haces sin justicia», dijo la Madre; «Tú dijiste
antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien
sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia,
pues ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en
mi nombre; segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque can-
taba por honra mía. Y así, Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos
que te dan voces en la Tierra, te ruego, que también te dignes oírme
a mí».

Y respondió el Hijo: «Siempre se oyen con mayor benevolencia


las súplicas de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres
lo que yo más amo sobre todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te
dará». «Esta alma», dijo la Madre, «padece tres penas en la vista, tres
en el oído, y otras tres en el tacto. Te ruego, pues, amadísimo Hijo
mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es que no vea los
horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu justi-
cia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo
oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas
una pena, y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por
último, que en el tacto le quites una pena, y es que no sienta ese frío
mayor que el hielo, el cual merece tener, porque era frío en tu amor».

331
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Y respondió el Hijo: «Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada


se te puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido».
«Bendito seas tú, dulcísimo Hijo mío», dijo la Madre, «por todo tu
amor y misericordia».

En aquel instante apareció un Santo con gran acompañamiento,


y dijo: «Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y Juez de todos.
Esta alma fue en su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó
haciéndome súplicas, de la misma manera que a estos amigos vues-
tros que se hallan presentes. Así, pues, os ruego de parte de ellos y
mía, que tengáis compasión de esta alma, y por nuestras súplicas le
deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan poder
para oscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la oscurece-
rán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de
su desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla
especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo
otro. Por tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas,
que en cualquiera pena en que estuviere, sepa positivamente que ha
de acabar aquella pena, y que ha de alcanzar la gloria perpetua».

Y respondió el Juez: «Así lo exige la verdadera justicia, porque


esa alma apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos es-
pirituales y de la inteligencia de las cosas eternas, y quiso oscurecer
su conciencia, sin temer obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito,
que los demonios oscurezcan su conciencia. Mas porque vosotros,
amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y las pusisteis por obra,
no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís». Entonces respon-
dieron todos los Santos: «Bendito seáis, Dios, en toda vuestra justicia,
que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo».

Enseguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: «Desde


el principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con
ella, y la acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces

332
ANEXOS

hacía mi voluntad. Os ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis


misericordia de ella». Y respondió el Señor: «Sí, bien está; pero acerca
de esto, queremos deliberar. Entonces desapareció la visión».

Declaración

Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por


él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo
tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de Santa Brígida, a la
que dijo: «Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero
no morirá allí». Y así fue, porque por segunda vez volvió a Roma,
donde murió y fue enterrada.

Continúa la admirable revelación precedente. Dios glorifica el alma


que se le había presentado en juicio, y se da una idea breve pero al-
tísima de la inmensa gloria de los Santos.

(Del mismo libro, libro 6, cap. 30)

Cuatro años después de lo dicho en la revelación anterior, vio


Santa Brígida a un joven muy resplandeciente con el alma mencio-
nada, la cual estaba ya vestida, aunque no del todo. Y el joven dijo al
Juez, que estaba sentado en el trono, al cual acompañaban millares
de millares de ángeles, y todos lo adoraban por su paciencia y amor:
«Oh Juez, esta es el alma por quien yo pedía, y vos me respondisteis
que queríais deliberar, mas ahora, todos los presentes, volvemos a
implorar vuestra misericordia en favor de ella. Y aunque todo lo se-
pamos en vuestro amor, no obstante, por esta vuestra esposa que oye
y ve todo esto, hablamos a estilo de los hombres, aunque las cosas
humanas no tengan ninguna conexión con nosotros».

Y respondió el Juez: «Si de un carro lleno de espigas de trigo


cogieran muchos hombres unos tras otros cada cual una espiga, se

333
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

iría disminuyendo el número de éstas; igualmente sucede ahora, por-


que han venido a mí en favor de esa alma muchas lágrimas y obras
de amor; y por tanto, debe venir a tu poder, y llévala al descanso, que
ni los ojos pueden ver, ni los oídos oír, ni podía pensar esa misma
alma cuando estaba en el cuerpo; descanso donde no hay cielo arriba
ni tierra abajo, cuya altura no se puede calcular, y cuya longitud es
indecible; donde es admirable la anchura, e incomprensible la pro-
fundidad; donde está Dios sobre todas las cosas, fuera y dentro, todo
lo rige y todo lo contiene, y no está contenido en nada».

Se vio enseguida subir al Cielo aquella alma, tan brillante como


una muy resplandeciente estrella en todo el lleno de su esplendor. Y
entonces dijo el Juez: «Pronto llegará el tiempo en que pronuncie yo
mi sentencia y haga justicia contra los descendientes del difunto de
quien es esta alma, pues esta generación sube con soberbia, y bajará
con el pago de la misma soberbia».

S. María Magdalena de Pazzi visita el Purgatorio

Durante un éxtasis previo a su muerte, Santa Magdalena de Pazzi


tuvo la gracia de ver y visitar el Purgatorio. Recorriendo las diversas
estancias preparadas por la Misericordia y Justicia divinas, la Santa de
la pureza comprendió la Santidad de Dios, la maldad del pecado y
también por qué Dios le revelaba los sufrimientos del Purgatorio.

He aquí cómo describe este santo lugar289:

289
Cuando el Padre Confesor del Monasterio supo que S. María Magdalena
recibía tantos favores del Cielo, dio orden a las Religiosas de que anotasen
cuanta palabra dijese ella en aquellos éxtasis. Algunas veces hablaba tan rápido
y por tanto tiempo, que eran necesarias varias Religiosas. Una primera Religiosa
escuchaba una parte de lo que la Santa hablaba y luego lo dictaba a otra que
era la encargada de escribir, y otra segunda Religiosa empezaba a escuchar
desde donde la primera había terminado, y luego también lo dictaba a la que
escribía, y así seguían las demás Religiosas prestando atención a lo que María

334
ANEXOS

Un tiempo antes de su muerte, que tuvo lugar en 1607, la sierva


de Dios, Magdalena de Pazzi, se encontraba una noche con varias
Religiosas en el jardín del Convento, cuando entró en éxtasis y vio el
Purgatorio abierto ante ella. Al mismo tiempo, como ella contó des-
pués, una voz la invitó a visitar todas las prisiones de la Justicia Divina,
y a ver cuán merecedoras de compasión son esas almas allí detenidas.

En ese momento se la oyó decir: «Si, iré». Consintió así a llevar a


cabo el penoso viaje. De hecho, a partir de entonces caminó durante
dos horas alrededor del jardín, que era muy grande, parando de
tiempo en tiempo. Cada vez que interrumpía su caminata, contem-
plaba atentamente los sufrimientos que le mostraban. Las Religiosas
vieron entonces que, compadecida, retorcía sus manos, su rostro se
volvió pálido y su cuerpo se arqueó bajo el peso del sufrimiento, en
presencia del terrible espectáculo al que se hallaba confrontada.

Entonces comenzó a lamentarse en voz alta: «¡Misericordia, Dios


mío, misericordia! Desciende, oh Preciosa Sangre y libera a estas al-
mas de su prisión. ¡Pobres almas! Sufren tan cruelmente, y aún así
están contentas y alegres. Los calabozos de los mártires en compara-
ción con esto eran jardines de delicias. Aunque hay otras en mayores
profundidades. Cuán feliz debo estimarme al no estar obligada a bajar
hasta allí».

Sin embargo descendió después, porque se vio forzada a conti-


nuar su camino. Cuando hubo dado algunos pasos, paró aterrorizada,
y suspirando profundamente, exclamó: «¿¡Qué!? ¡Religiosos también
en esta horrenda morada! ¡Buen Dios! ¡Cuán atormentados son! ¡Oh,
Señor!» Ella no explicó la naturaleza de sus sufrimientos, pero el ho-
rror que manifestó el contemplarles le causaba suspiros a cada paso.

Magdalena iba diciendo. Es así como se conservan tantas enseñanzas de esta


Santa. Esta es una de las Santas que más quiero.

335
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Pasó de allí a lugares menos tristes. Eran calabozos de las almas sim-
ples y de los niños290 que habían caído en muchas faltas por ignoran-
cia. Sus tormentos le parecieron a la Santa mucho más soportables
que los anteriores. Allí sólo había hielo y fuego. Notó que las almas
tenían a sus ángeles guardianes con ellas, pero vio también demonios
de horribles formas que acrecentaban los sufrimientos de algunas.

Avanzando unos pocos pasos, vio almas todavía más desafortuna-


das que las pasadas, y entonces se oyó su lamento: «¡Oh! ¡Cuán ho-
rrible es este lugar; está lleno de espantosos demonios y horribles tor-
mentos! ¿Quiénes, oh Dios mío, son las víctimas de estas torturas?
¡Están siendo atravesadas por afiladas espadas, y son cortadas en pe-
dazos!» A esto se le respondió que eran almas cuya conducta había
estado manchada por la hipocresía.

Avanzando un poquito más, vio una gran multitud de almas que


eran golpeadas y aplastadas bajo una gran presión, y entendió que
eran aquellas almas que habían sido impacientes y desobedientes en
sus vidas. Mientras las contemplaba, su mirada, sus suspiros, todo en
su actitud estaba cargado de compasión y terror.

Un momento después su agitación aumentó, y pronunció una do-


lorosa exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría
ante ella. Después de haberlo considerado atentamente, dijo: «Los
mentirosos están confinados a este lugar junto al Infierno, y sus sufri-
mientos son excesivamente grandes. Plomo fundido es vertido en sus
bocas, los veo quemarse, y al mismo tiempo, temblar de frío».

290
Una vez Doña Marina de Escobar, mujer española muy favorecida de
Dios, vio nueve almas del Purgatorio que le pedían ayuda, y entre esas había
un niño, el cual le dijo: «Ruega por mí, que como morí niño, pensando los vivos
que no tendría yo necesidad de sufragios, me han dejado en penas». (Padre Luis
de la Puente, Vida maravillosa de la Venerable virgen Doña Marina de Escobar,
libro 5º, cap. 3º).

336
ANEXOS

Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por


debilidad, y se le oyó decir: «Había pensado encontrarlas entre aque-
llas que pecaron por ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se
queman en un fuego más intenso».

Más adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado


apegadas a los bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.

«¡Qué ceguera», exclamó, «la de aquellos que buscan ansiosa-


mente la fortuna perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no po-
dían saciarlos suficientemente, están ahora atracados en los tormen-
tos. Son derretidos como un metal en un horno».

De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que
se habían manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente
calabozo, que la visión le produjo náuseas. Se volvió rápidamente
para no ver tan horrible espectáculo.

Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo: «Contemplo a


aquellos que deseaban brillar ante los hombres; ahora están condena-
dos a vivir en esta espantosa oscuridad».

Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de


ingratitud hacia Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y
se encontraban ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber
secado con su ingratitud la fuente de la piedad.

Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se ha-


bían dado a un vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia
apropiada sobre sí mismos, habían cometido faltas triviales. Allí ob-
servó que estas almas tenían que compartir el castigo de todos los
vicios, en un grado moderado, porque esas faltas cometidas sólo al-
guna vez, las hacen menos culpables que aquellas que se cometen por
hábito.

337
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Después de esta última estación, la Santa dejó el jardín, rogando


a Dios nunca tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo.
Ella sentía que no tendría fuerza para soportarlo. Su éxtasis continuó
un poco más y conversando con Jesús, se le oyó decir: «Dime, Señor,
el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de
las cuales sabía tan poco y comprendía aún menos»... «¡Ah!, ahora
entiendo; deseaste darme el conocimiento de Tu infinita Santidad,
para hacerme detestar más y más la menor mancha de pecado, que
es tan abominable ante tus ojos».

Santa Liduvina y las almas del Purgatorio

(Abad Coudurier, Vida de la Bienav. virgen Liduvina, cap. 19)

No hay necesidad de decir que Liduvina, que amaba tan ardien-


temente a los pobres, a los enfermos y a todos los que padecen, qué
amor no tendría para con las almas del Purgatorio: ¡esas pobres almas
cautivas, encadenadas con tantos dolores a la vez que coronadas de
santidad y devoradas por aquel suplicio inaudito de la privación de
Dios, el cual nuestra virgen comprendía tan bien! Sobre todo, amaba
a Dios con un celo y unos ímpetus tan inflamados, que hubiera que-
rido extender su reino, y dar mil veces su vida, no sólo por hacerle
bendecir por todas las inteligencias, sino aún por conquistarle aunque
fuese un sólo pecador: ¿cómo no habría tenido un celo de fuego para
libertar y darle al Cielo, es decir, a Dios, unas almas ya santas, y por
consiguiente tan dignas de su Majestad y tan capaces de glorificarle?

Muchas veces repetía las amorosas palabras de San Bernardo:


«¡Yo descenderé al lugar de las expiaciones para compadecerme de
esas pobres almas a quienes hiere la justicia, puesto que ya esperan la
gloria!» Y en efecto, descendía orando sin cesar y haciendo orar a
otros, multiplicando sus buenas obras y descendiendo muchas veces
en sus éxtasis al Purgatorio.

338
ANEXOS

Por ella misma se ha sabido que cuando su ángel venía a llevarla


al Calvario, o a las regiones del Cielo, casi siempre la hacía pasar
también por las sombrías regiones del Purgatorio.

Su ángel, al mostrarle aquellos calabozos llenos de llamas, de tor-


mentos y de gritos de dolor, le indicaba casi siempre alguna de las
almas más abandonadas y le decía: «Liduvina, ¿quieres aliviar esta
alma desgraciada?» «Ah! con toda mi voluntad!», decía la virgen con
trasporte. «Pues bien, hermana mía», continuaba el guía celestial,
«prepárate a padecer...». Y en el mismo instante, a la indicación del
ángel, padecía algún dolor misterioso en su cuerpo o en su alma; que
siempre era una cosa muy terrible, porque a su vuelta del éxtasis, los
que rodeaban su lecho notaban muchas veces horrorosas señales de
aquel padecimiento.

Una vez, al principio de sus arrobamientos, encontrándose en esas


tristes regiones, oyó una voz como hasta entonces no la había oído, y
preguntando a su ángel quién era esta alma, le dijo: «Es la de un
hombre que te es muy conocido, y que vivió muchos años en los
fangos de la lujuria, y habiéndose convertido seriamente, le sorpren-
dió la muerte al acabar de confesarse, sin darle tiempo de expiar sus
crímenes. Se trata del alma de N. N.». «¡Oh Dios mío!», exclamó
Liduvina, espantada, «¿es él? ¡Pero hace doce años que murió, y todo
ese tiempo he orado tanto por él, y todavía está en ese lugar!» «Sí,
Liduvina, mas tú podrías librarle, si lo quieres». «¡Ah, qué decís, mi
dulce ángel, amado hermano mío! ¡Sí, sí, yo lo quiero; decidme lo
que debo sufrir!» Entonces la santa padeció, y a medida que aumen-
taban sus padecimientos veía que los verdugos huían con cólera y que
poco a poco se iba calmando la violencia de las llamas. Muy pronto
se hicieron tan dulces para su víctima, que sólo parecían casi acari-
ciarla, y luego, adornada de una blancura que eclipsaba el esplendor
de la nieve, radiante y sonriendo a la virgen, el alma purificada subía
a los Cielos.

339
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

En otra ocasión tuvo una visión aún más conmovedora. Siguiendo


a su ángel por aquellas sombrías moradas, le pregunto si tal pecador,
a quien ella había tenido la dicha de atraer a Dios y que hacía algunos
meses había muerto, se encontraba aún en las llamas expiatorias. «Sí»,
le dijo el ángel, «y está padeciendo incomparables tormentos; de
modo que unos sufrimientos aceptados por él, serían una excelente
obra de misericordia...» Sin pensarlo un instante, Liduvina contestó:
«¡Entonces hermano mío, hablad, mandad, padeceré todo lo que qui-
siereis, todo lo que me permita la voluntad de Dios y mi salud!» «Pues
bien, hermana mía, seguidme». Y el ángel la condujo por lugares más
y más horrorosos, y bien pronto, helada de terror, exclamó: «¿En
dónde estoy? ¿Es acaso aquí el Infierno?» «No», respondió el ángel,
«aunque ya no está lejos». En efecto, la Santa vio una prisión inmensa,
horrible, con negras murallas que se levantaban a una altura horro-
rosa, y a medida que avanzaban se oía un ruido espantoso de cadenas
e instrumentos de tortura, mezclados con blasfemias y gritos de rabia.
«Este es el Infierno», le dijo el ángel, «¿deseas tú verle?» «No, no»,
dijo la Santa, que temblaba de horror, «ya he visto demasiado: huya-
mos de aquí».

Apenas habían dado algunos pasos, cuando llegó cerca de un


abismo en cuyo borde estaba sentado un ángel que parecía llorar;
tenía el rostro cubierto con las manos, y había en toda su actitud una
expresión de dolor indecible. «Hermano mío», preguntó la virgen in-
clinándose hacia su guía, «¿quién es este ángel tan desolado?» «Este
es el ángel guardián de aquel cuya salvación te interesa, porque el
pecador que buscas se encuentra allá dentro de ese abismo, a las
puertas del Infierno, y padece allí un purgatorio especial. Escucha...
¿reconoces esa voz?» En efecto, tristísimos gemidos salían del fondo
de aquel tenebroso calabozo. «¡Ay Dios mío!», dijo Liduvina, «¡esa es
su voz, es él!» Y en el mismo instante, a una orden del ángel, el alma
apareció sobre el abismo, cubierta de fuego.

340
ANEXOS

La virgen la veía y la oía. «¡Oh, cuánto padezco!» exclamaba,


«¡Liduvina, cuándo me será concedido contemplar en el Cielo el ado-
rable rostro de mi Dios y Señor!» Liduvina, al ver esta alma ardiendo
en tales llamas, quedó tan espantada, que su éxtasis cesó repentina-
mente.

No obstante, poco tiempo después fue consolada por un ángel


que se le apareció, y era el mismo que había visto tan triste sentado
al borde del abismo. ¡Ahora venía lleno de gozo! «Hermana mía», le
dijo, «vengo a nombre de aquel cuya salvación era tan amada a tu
corazón. Tú has orado y padecido mucho por él, ¡regocíjate, pues ya
gusta al presente los gozos del Cielo!»

Una señal del Purgatorio

(Tomado de la página web de las Siervas de los Corazones Traspasa-


dos de Jesús y María, www.corazones.org. Esto ocurrió en el Con-
vento de las Terciarias Franciscanas, Foligno, Italia)

El día 4 de noviembre de 1859 murió de apoplejía fulminante, en


el Convento de las Terciarias Franciscanas de Foligno, una buena
Hermana llamada Teresa Margarita Gesta, que era desde hacía mu-
chos años Maestra de Novicias y a la vez encargada de la pobre ro-
pería del Monasterio. Había nacido en Córcega, en Bastia, en 1797 y
había entrado en el Monasterio en febrero de 1826.

Doce días después de la muerte de Sor Teresa, el 17 de noviem-


bre, la Hermana Ana Felicia, que la había ayudado en su empleo y
que la reemplazó después de su muerte, iba a entrar en la ropería,
cuando oye gemidos que parecían salir del interior del aposento. Un
poco sobresaltada, se apresuró a abrir la puerta: no había nadie. Mas
dejándose oír nuevos gemidos acentuados, ella, a pesar de su ordina-
rio valor, sintió miedo.

341
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

—¡Jesús, María! —exclamó—, ¿qué es esto?.

Aún no había concluido, cuando oyó una voz lastimera, acompa-


ñada de este doloroso suspiro:

—¡Oh, Dios mío! ¡Cuánto sufro! Oh Dios! ¡Sufro tanto!.

La Hermana, estupefacta, reconoció pronto la voz de la pobre Sor


Teresa. Se repone como puede, y le pregunta:

—¿Y por qué?

—A causa de la pobreza —responde Sor Teresa.

—¡Cómo!... —replica la Hermana—, ¡vos que erais tan pobre!

—No es por mí misma, sino por las Hermanas, a quienes he dejado


demasiada libertad en este punto. Y tú ten cuidado de ti misma.

Y al mismo instante la sala se llenó de un espeso humo, y la som-


bra de Sor Teresa apareció dirigiéndose hacia la puerta, deslizándose
a lo largo de la pared. Llegando cerca de la puerta, exclamó con
fuerza:

—¡He aquí un testimonio de la misericordia de Dios!

Y diciendo esto, tocó el tablero superior de la puerta, dejando


perfectamente estampada en la madera calcinada su mano derecha,
y desapareciendo enseguida.

La pobre Sor Ana Felicia se había quedado casi muerta de miedo.


Se puso a gritar y pedir auxilio. Llega una de sus compañeras, luego
otra y después toda la Comunidad; la rodean y se admiran todas de

342
ANEXOS

percibir un olor a madera quemada. Buscan, miran y observan en la


puerta la terrible marca, reconociendo pronto la forma de la mano de
Sor Teresa, que era notablemente pequeña. Espantadas, huyen, co-
rren al coro, se ponen en oración, y olvidando las necesidades de su
cuerpo, se pasan toda la noche orando y haciendo penitencia por la
pobre difunta, y comulgando todas por ella al día siguiente.

Espárcese por fuera la noticia; los


Religiosos Menores, los buenos Sacer-
dotes amigos del Monasterio y todas
las Comunidades de la población
unen sus oraciones y súplicas a las de
las Franciscanas. Este rasgo de caridad
tenía algo de sobrenatural y de todo
punto insólito.

Sin embargo, la Hermana Ana Fe-


licia, aún no repuesta de tantas emo-
ciones, recibió la orden formal de ir a
descansar. Obedece, decidida a hacer
desaparecer a toda costa en la mañana siguiente la marca carbonizada
que había causado el espanto de todo Foligno. Pero, he aquí que Sor
Teresa Margarita se le aparece de nuevo.

—Sé lo que quieres hacer —le dice con severidad—; quieres borrar
la señal que he dejado impresa. Has de saber que no está en tu mano
hacerlo, siendo ordenado por Dios este prodigio para enseñanza y
enmienda de todos. Por su justo y tremendo juicio he sido condenada
a sufrir durante cuarenta años las espantosas llamas del Purgatorio, a
causa de las debilidades que he tenido a menudo con algunas de
nuestras Religiosas. Te agradezco a ti y a tus compañeras tantas ora-
ciones, que en su bondad el Señor se ha dignado aplicar exclusiva-
mente a mi pobre alma; y en particular los siete Salmos penitenciales,
que me han sido de un gran alivio.

343
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Después, con apacible rostro, añadió:

—¡Oh, dichosa pobreza, que proporciona tan gran alegría a todos


los que verdaderamente la observan!

Y desapareció.

Por fin, al siguiente día, 19, Sor Ana Felicia, habiéndose acostado
y dormido, a la hora acostumbrada, oye que la llaman de nuevo por
su nombre, despiértase sobresaltada, y queda clavada en su postura
sin poder articular una palabra. Esta vez reconoció también la voz de
Sor Teresa, y al mismo instante se le apareció un globo de luz muy
resplandeciente al pie de su cama, iluminando la celda como en pleno
día, y oyó que Sor Teresa con voz alegre y de triunfo, decía estas
palabras:

—Fallecí un viernes, día de la Pasión, y otro viernes me voy a la


Gloria... ¡Llevad con fortaleza la cruz!... ¡Sufrid con valor!

Y añadió con dulzura: «¡Adiós! ¡adiós! ¡adiós!...»

Se transfigura en una nube ligera, blanca, deslumbrante, y vo-


lando al Cielo desaparece.

Abrióse enseguida una información canónica por el Obispo de


Foligno y los magistrados de la población. El 23 de noviembre, en
presencia de un gran número de testigos, se abrió la tumba de Sor
Teresa Margarita, y la marca calcinada de la pared se halló exacta-
mente conforme a la mano de la difunta.

El resultado de la información fue un juicio oficial que consignaba


la certeza y la autenticidad de lo que acabamos de referir. En el Con-
vento se conserva con veneración la puerta con la señal calcinada. La
Madre abadesa, testigo del hecho, se ha dignado enseñármela (dice

344
ANEXOS

Mons. de Ségur), y mis compañeros de peregrinación y yo hemos


visto y tocado la madera que atestigua de modo tan temible que las
almas que, ya sea temporal, ya sea eternamente, sufren en la otra vida
la pena del fuego, están compenetradas y quemadas por el fuego.

Cuando, por motivos que sólo Dios conoce, les es dado aparecer
en este mundo, lo que ellas tocan lleva la señal del fuego que les
atormenta; parece que el fuego y ellas no forman más que uno; es
como el carbón cuando está encendido

Muchos al leer estas cosas las desprecian como puros cuentos. No


quieren reconocer la realidad del Purgatorio, que es enseñanza de la
Iglesia y ha sido confirmada por numerosos testimonios. Pero el Señor
no deja de advertirnos por el bien de los pocos que abren su corazón
a la conversión.

No solamente escucha el Señor los ruegos de los que le temen, sino


que también se acomoda a la voluntad de ellos

(Carlos Rosignoli S. J., Maravillas de Dios con las almas del Purgato-
rio, Maravilla 1ª de la Segunda Parte, pág. 168-172)

Grande promesa es ésta, y grande sobremanera el porvenir del


que ama y teme a Dios, pues para él se hizo una promesa tan magní-
fica: Hará la voluntad de los que le temen. Llenas están la Sagrada
Escritura y la historia de la Iglesia de casos que confirman esta verdad
en la práctica; pero yo, ateniéndome a mi argumento, citaré una sola
prueba: y quiera el Señor que al mismo tiempo sirva de estímulo para
obrar de tal modo que alcancemos del Cielo el inconmensurable pri-
vilegio de poder disponer de la voluntad de Dios en favor de las po-
bres almas del Purgatorio. ¡Dichosa el alma que por su nunca des-
mentida fidelidad llega a tener con Dios una familiaridad como la que
consiguió la incomparable virgen Santa Gertrudis, y de la que pre-
sento aquí una pequeña muestra!

345
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Habiendo recibido una persona la noticia de la muerte de un pa-


riente suyo, se afligió en gran manera, porque temió por su salvación.
Santa Gertrudis, que se hallaba presente, procuró consolarla, y le ofre-
ció que rogaría a Dios por el difunto, pues en efecto sintió ella misma
grande compasión del caso; y entendiendo haber sido disposición de
Dios que se diera la noticia en su presencia, dirigiéndose desde luego
a su divino Esposo, le dijo: «Señor, ¿no podrías haberme dado la
inspiración y gracia para rogar por ésta alma sin que sintiese por ella
tanta compasión y ternura?» A lo que contestó el Señor: «Me es su-
mamente grato que el que ruega por los difuntos combine la natural
compasión con la buena voluntad de aliviarlos, lo cual es lo que hace
meritoria la obra, pues las dos cosas juntas le dan la perfección de
que es capaz».

Durante todo el tiempo que la Santa rogó por esa alma, vio el
estado en que se hallaba, a saber: negra como un carbón, deforme
hasta causarle horror, y haciendo siempre violentas contorsiones. No
viendo quién que la atormentaba, conoció bien que sus propios pe-
cados hacían oficio de verdugos, causándole vehementísimos dolores,
principalmente en los miembros que más habían servido al pecado.
Tal espectáculo afligió el sensible corazón de la Santa, y apartando
de él los ojos, los volvió dulcemente al Salvador, diciéndole: «Señor,
¿queréis complaceros en perdonar por mí a esta pobre alma?» El Se-
ñor, con indecible bondad, contestó: «Quiero por amor tuyo tener
compasión de ella y de un millón más. ¿Quieres que le perdone todas
las penas que merece?» «¿Y si esto no es conforme», replicó Gertru-
dis, «a lo que ordena vuestra divina justicia?» «No será contrario»,
dijo el Señor, «si me lo pides con confianza, porque previendo yo que
habrías de rogar por ella, puse en su alma, mientras agonizaba, tales
disposiciones, que la hiciesen apta de percibir el fruto de tu caridad».
«Pues bien», contestó, «yo os suplico, ¡oh Dios mío, principio y causa
de nuestra salud!, que ya que vuestra gracia me da en vos tanta con-
fianza, acabéis esta obra de vuestra misericordia del modo que más
os agradare».

346
ANEXOS

Al acabar estas palabras, el alma, libre de la horrible forma en


que se dejaba ver, apareció en figura humana. Sus carnes, de un
blanco pálido, estaban además manchadas con un cierto inmundo
sarro, y no obstante se mostraba extraordinariamente contenta del
nuevo estado en comparación al anterior. La Santa continuaba
orando por ella, porque no sólo conocía que para entrar en el Cielo
debía estar más blanca que la nieve, sino también porque lo exigía
poderosamente la naturaleza de las manchas, pues le parecían tan
tenaces como si sólo pudieran quitarse a fuerza de hierro (¡tan fatales
son los efectos del hábito del pecado!) Le parecía entender que, a
falta de tan duro remedio, sólo se le quitarían mediante una pena
igual a la que sufriría quien por espacio de un año estuviese expuesto
a la no ininterrumpida acción de un sol ardiente. Entretanto, como
no acababa de maravillarse del gozo que el ánima manifestaba en
medios de sus padecimientos, el Señor se dignó iluminarla haciéndole
entender que «el que ha cometido muchos pecados, y por gracia es-
pecial muere arrepentido de ellos, no puede ser aliviado con los su-
fragios comunes de la Iglesia hasta que, pasado un tiempo, Dios por
su misericordia la libra de la gran carga con que entra en el Purgato-
rio, símbolo de la penitencia que debió haber hecho y no hizo; y que
esta carga o peso, en el cual está significada la deuda restante de todos
sus pecados, es un obstáculo para que a tales almas alcancen las ora-
ciones de la universalidad de los fieles, las cuales incesantemente ali-
vian a las que no tienen tal impedimento (que son las que vivieron
con temor de Dios), porque sin interrupción descienden al Purgatorio
como un rocío que refresca, y como un bálsamo que mitiga los pade-
cimientos de aquel lugar de dolor».

La Santa, después de dar gracias a Nuestro Señor por esta ense-


ñanza, exclamó: «¡Oh amabilísimo Señor mío!, yo os suplico me ha-
gáis conocer las oraciones y penitencias aptas para conseguir de vues-
tra misericordia el alivio de tal carga de aquellos que, aunque grandes
pecadores, no obstante murieron en vuestra gracia. Importa mucho,
en verdad, el que se vean libres de ella, pues cuando esta alma salió

347
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

como de debajo de una gran peso, fue tal su regocijo como si de


repente hubiese sido trasladada de lo más profundo del Infierno a los
umbrales del Paraíso. Que a esto y al no ininterrumpido alivio que,
según estoy viendo, recibe de los sufragios de la Iglesia, debo atribuir
el gozo que manifiesta en medio de lo mucho que todavía padece».

«Un bien tan grande como éste», contestó Nuestro Señor, «no se
puede procurar a las ánimas (como el que tú deseas) por medio de
oraciones y penitencias, aunque éstas sean muchas. No hay más que
un medio: el santo amor. Un amor igual al que tú tienes ahora por
mí. Pero así como nadie puede tener por sí mismo este amor, porque
sólo le tienen aquellos de quienes quiero yo ser especialmente amado,
así tampoco puede un ánima recibir este especialísimo auxilio si,
mientras vivía, no fue preparada por mí de un modo particular. Sin
embargo, las oraciones y penitencias hechas por los amigos en sufra-
gio de tales ánimas las alivian, aunque muy poco a poco; pero al fin,
más pronto o más tarde, llegan a verse libres de tal peso, según la
devoción con que se ruega por ellas, la naturaleza de la carga y las
buenas obras que hicieron en vida».

Entonces, volviendo la Santa los ojos al alma, vio que llena de


consuelo y de gratitud por el alivio que le proporcionaban las oracio-
nes de la Iglesia, dirigiéndose a Nuestro Señor, y dándole gracias de
infinito reconocimiento, le rogaba recibiese sus afectos en unión de
aquel amor que, trayéndole del Cielo a padecer muerte de cruz en la
Tierra, era la verdadera fuente del alivio que experimentaba. Supli-
caba asimismo y con igual fervor asistiese en sus necesidades a las
personas que, acordándose de ella, le aplicaban con su caridad su
santísima Pasión y muerte, fruto inefable del mismo amor. Y Nuestro
Señor, para manifestar que la escuchaba, alargando su divina mano,
mostraba recibir de la del ánima una especie de moneda, la cual con-
servaba para recompensar con ella en la ocasión a los que la socorrían
con sus oraciones.

348
ANEXOS

Lo dicho hasta aquí está tomado del cap. 19, lib. 5 de la vida de
esta admirable Santa, y lo he trasladado casi por entero, porque por
su doctrina, no sólo se ve como sensibilizado el efecto que hacen las
oraciones en las santas ánimas, sino también (y es lo que más interesa)
cuánto importa vivir bien para no hacerse incapaz ni un solo instante
de recibir en el Purgatorio el beneficio de las oraciones de la Iglesia;
pues si el que ha vivido en el pecado consigue, por especialísima mi-
sericordia de Dios, librarse de la muerte eterna, no por esto se libra
del lugar de purificación, cuya primera época, según acabamos de
escuchar, por ser de larga duración y sin alivio, es un verdadero In-
fierno.

La Sra. de Brault ve a la señorita L. en el Purgatorio. Participa de


sus sufrimientos.

(Este escrito y los cinco siguientes están tomados del libro Una Mís-
tica Canadiense: La Sra. de Brault. Carta N° 21)

26 de abril de 1900

Padre:

El 16 de abril, hacia las tres y treinta de la mañana, vi a la señorita


L. Acababa de morir; parecía sufrir mucho. Me dijo: «Estoy en el
Purgatorio; acordaos de la promesa que me habéis hecho de que me
ayudaríais a salir de esta prisión, en la que sufro tormentos tan gran-
des». Le contesté: «Con la gracia de Dios, la cumpliré». Ni siquiera
tuve la idea de que fuese una imaginación o una ilusión del enemigo;
un sólo pensamiento me absorbía: ver a mi Amado glorificado por el
rescate de esta pobre alma. Me ofrecí entonces a Nuestro Señor como
una víctima muy indigna, es verdad, pero que deseaba con toda sin-
ceridad cumplir su santa voluntad, por el alivio del alma de aquella a
quien había yo amado.

349
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Comprendí que mi Amado era el autor de ese deseo que se tor-


naba cada vez más ardiente; pues al punto se apoderó de todo mi ser
un dolor extraño y agudo; yo estaba como en una prisión de fuego y
hielo.

Más tarde, hacia las cinco, pedí a Nuestro Señor que me conce-
diera la gracia de tener la fuerza de ir a recibir la Sagrada Comunión.
Me la concedió. Durante el resto del día, hasta las tres de la tarde,
sentí una fuerza extraordinaria, al propio tiempo que sufría los mis-
mos dolores. Hacia ese momento desaparecieron las fuerzas y caí ago-
tada. Me puse en cama. Me había colocado alrededor del cuerpo el
cordón de San Francisco perteneciente a la señorita L. Era como un
cinturón de fuego y me costaba extremadamente soportarlo.

Vos me habíais dicho por la mañana, a la hora de la Misa, que


me permitíais aceptar todos los sufrimientos que me enviaría el buen
Jesús, pero a condición de que me diera la fuerza de ir cada mañana
a recibir la Sagrada Comunión. Hice conocer a mi Amado vuestro
deseo, Padre, y, para hacerme conocer el precio de la obediencia, me
presta fuerzas por la mañana para que reciba la Sagrada Comunión.
Durante varios días, la debilidad desaparecía hacia las cinco, y, de
vuelta a casa, volvía a caer en el mismo estado.

El 17, la señorita L. me dijo: «He sido privada de la Sagrada Co-


munión antes de morir, porque he sido demasiado negligente y fría
para con la Sagrada Eucaristía. Me he privado de muchas gracias no
acercándome a menudo a la Sagrada Mesa; he privado de gracias a
otras almas a las que mi ejemplo habría atraído a la comunión fre-
cuente. Sufro por haber usado demasiadas comodidades, por no ha-
ber sido mortificada».

La veía continuamente a mi alrededor; oía sus quejas. El 19, me


dijo: «¡Qué reconocida estoy de que hayas recibido la Sagrada Co-
munión del jueves por mí! ¡Cuánto lamento el poco amor con que

350
ANEXOS

recibía mis comuniones! ¡Tengo prisa por ver a Dios!» Y yo veía a la


pobre alma lanzarse como para alcanzar un objeto invisible.

La siguiente noche, sentí que se apoderaba de mi alma el des-


aliento; tenía miedo: ¡los demonios me torturaban con tanta malicia!
De improviso, se mostró mi Amado. ¡Oh, qué hermoso estaba! Me
dijo: «Hija mía, ten valor, yo te sostendré; y todo lo que hagas, para
ayudar a las santas almas del Purgatorio te será devuelto; cada mérito
que adquieres es inmediatamente aplicado al alivio del alma por la
cual imploras mi misericordia, por los méritos de mi Pasión, pero tú
misma recibirás el beneficio. Más tarde comprenderás ese secreto de
mi amor y de mi justicia. ¡Cuán glorificado y consolado soy cuando
llevas almas a la comunión frecuente!»

El viernes 20, la señorita L. me dijo: «¿Por qué me dejáis tanto


tiempo en el Purgatorio? ¿Me habéis, pues, olvidado? ¡Hace tantos,
tantos años que sufro!» Parecía ella creer que hacía muchos años que
se encontraba en el Purgatorio, y me reprochaba que no cumplía mi
promesa. ¡Ah, Padre, cuánto sufría yo al verla así atormentada por el
pensamiento de que estaba abandonada!291

291 Estos reproches son muy semejantes a muchos de los que le hicieron la
mayoría de las almas a la Princesa Eugenia: «¡Me has olvidado!», «¡Me has aban-
donado!», «¡No me has dado nada!», etc. Los tormentos que padecen las pobres
almas, hacen que su estancia en el Purgatorio se les haga eterna. Alguna vez leí
que un Santo decía: «Si una noche con dolor de muela o con fiebre se hace
eterna, ¿te imaginas años o siglos entre tormentos y fuego?» Realmente estas
lecturas son las que me han ayudado a desear hacer todo lo que pueda para
ayudar a las almas a salir del Purgatorio, o al menos ayudarlas a salir de los
niveles más bajos a los más altos. Definitivamente Dios es muy misericordioso.
Yo antes no era consciente de todas estas realidades, y no era que nunca hubiera
escuchado nada de esto, sino que simplemente estaba como ciego, pero gracias
al Señor ahora conozco y deseo vivir y ofrecer toda mi vida por los difuntos.

351
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

La noche del 23 al 24 y la del 24 al 25, la querida alma me ator-


mentó más aún; me hizo oír la misma queja y el mismo reproche:
«¿Por qué me dejáis tantos años en el Purgatorio?» Me pidió comu-
niones: «¡Comuniones!», decía, «¡Comuniones!» Su rostro parecía ilu-
minado por el reflejo de una luz que yo no veía. El 25 por la mañana,
hacia las tres, me dijo: «Entreveo el hermoso Cielo, está cerca; pero
no puedo alcanzarlo por mí misma. Por el amor de Dios, ayúdame.
Ardo en deseos de ver a mi Dios». Y se lanzaba con ardor como para
alcanzar el Cielo que ya veía ante ella. Al mismo tiempo yo, Padre,
sentía una gran inclinación que me atraía hacia la Patria Celestial; el
amor me hacía desear morir para ir a glorificar a mi Amado con los
bienaventurados.

Hoy, 26, veo a la pobre alma; pero ya no está tan cerca de mí. La
tristeza desaparece de su fisonomía. La oído dar gracias a la Justicia
divina que se cumple en ella. Parece presa de un amor violento que
la hace arrojarse por sí misma en las llamas purificadoras. Se vuelve
menos visible, porque una luz muy viva oscurece mi vista.

Ve a una Religiosa en el Purgatorio

(Carta N° 44)

30 de agosto de 1902

Padre:

Para obedeceros, rechazo la repugnancia que experimento en es-


cribir. Esta mañana, la Santísima Virgen, que siente un afecto muy
particular por las hijas de su fiel sierva Margarita Bourgeoys, me ha
dicho que no temiera nada y que escribiera por obediencia, pues Ella
impediría que el demonio me atormente.

352
ANEXOS

El 6 de julio por la noche, me encontraba yo sobre la galería;


estaba rezando el Rosario, cuando vi una gran luz en el Convento.
En medio de la luz vi a una Religiosa que acababa de morir. Eran
entonces las once y cuarto de la noche. Vi abrirse el Purgatorio, y el
alma se arrojó espontáneamente en las llamas purificadoras. La pro-
funda mirada que me dirigió, me hizo comprender el inmenso dolor
que sentía al verse privada de la visión de Dios que acaba de juzgarla
indigna del Cielo. Durante más de una hora vi a la Religiosa lamen-
tándose y suplicándome que intercediera por ella.

Por la mañana me sigue por toda la iglesia; golpea a mi alrededor


para llamar mi atención. Repetidas veces me dice: «Dile a mis Her-
manas que rueguen por mí. Diles que sufro sobre todo por haberme
descuidado en adquirir el espíritu de meditación al hacer este ejerci-
cio sin atención y sin ningún deseo de sacar provecho de él. Diles que
aprovechen este aviso. ¡Si supieran lo que sufro por haber perdido
tantos méritos durante más de veintiocho años que he sido Religiosa!»

El 28 de agosto, después de haberos hablado, Padre, del tormento


que sufría yo a causa de esta alma (todavía no sabía su nombre), la vi
de nuevo. Parecía tener cincuenta a cincuenta y dos años. Ella me
dijo: «¡Pero tú no avisas a mis Hermanas! Diles que soy Sor San ***;
he obtenido la gracia de pedir el auxilio de tus sufrimientos y de las
oraciones de ellas, en recompensa a las oraciones que siempre ofrecía
yo por mis Hermanas Religiosas que se encontraban en el Purgato-
rio».

La querida alma me persigue día y noche. Sus sufrimientos han


llegado a ser los míos; y yo me arrojaría alegremente en el Purgatorio,
si fuera posible, para ayudarla más eficazmente a satisfacer a la Justicia
divina. Padre, orad con todas vuestras fuerzas, ofreced pequeñas mor-
tificaciones y tened a bien pedir a las Hermanas que ofrezcan sus
meditaciones para expiar las faltas cometidas por esa alma en este
ejercicio.

353
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Extraña aparición de una Religiosa en el Purgatorio

(Carta N° 64)

Padre:

Anoche, después de haber pasado con las Hermanas unas horas


en el Convento, antes de volver a casa entré en la Capilla para rezar
la oración de la noche y saludar a Nuestro Señor. Eran un poco más
de las nueve. Las Religiosas estaban en el departamento contiguo a
la Capilla. Yo estaba arrodillada ante la barandilla del presbiterio re-
zando la oración de la noche. Cerca de mí escuché muy claramente
unos golpes como de grilletes; oí al mismo tiempo una voz lastimera.
De pronto fui sacudida con violencia y vi a mi lado una Religiosa alta,
de rostro distinguido y delicado; sufría un espantoso tormento; se in-
clinó hacia mí con mirada suplicante, y me dijo en tono brusco: «Her-
mana mí, ¿por qué me olvidas? ¿No me prometiste que te ocuparías
de mí? Ruega por mí, te lo suplico, y libra mi alma de los tormentos
que sufre. ¡Hermana mía! ¡Hermana mía! Ofrece por mi alma las lla-
gas de nuestro Salvador a la Justicia de Dios; reza, te lo suplico, el
acto de contrición que yo debía rezar para obtener el perdón de mis
confesiones tibias y sin contrición».

La vista de esta alma tan atormentada me llenó de una compasión


tan grande que todos mis miembros temblaban. Yo me encontraba
bañada en sudor. Toda la Capilla estaba iluminada por el fuego que
envolvía a la pobre Religiosa. Fui presa de un espanto tan grande que
no sabía ya en dónde me hallaba ni lo que hacía; miraba ese fuego
que me rodeaba y que tanto torturaba al alma de la Religiosa, la cual
permaneció todo el tiempo a mi lado. La Religiosa repitió su súplica.
Inmediatamente me arrodillé para ofrecer cinco actos de contrición
en honor de las cinco llagas de Nuestro Señor. También se arrodilló
ella; con cada acto besaba el suelo junto conmigo, y, cada vez que

354
ANEXOS

esto hacía, los aros de hierro que sujetaban sus manos, golpeaban con
fuerza el suelo.

Terminada mi oración, me levanté para salir de la Capilla. Al lle-


gar yo junto a la puerta, la Religiosa me tomó del brazo, diciéndome:
«Hermana mía, no me abandones; un acto más de contrición, te lo
suplico en nombre de Dios». Yo me arrodillé de nuevo para satisfacer
su pedido; luego salí de la Capilla, pues Juana y Calixta me esperaban
para irnos. Me sentía más muerta que viva: tan trastornada estaba; el
sudor era tan abundante, que mis vestidos estaban húmedos; mis ca-
bellos estaban tan mojados, que tenía frío en la cabeza. Hubiera que-
rido ocultar mi pena y mi espanto; pero las buenas Religiosas salieron
a mi encuentro y vieron mi estado. Me dijeron: «Hemos oído; sabe-
mos lo que sufres; nada temas: te ayudaremos a rezar». Oramos juntas
unos instantes; después me fui.

Toda la noche estuve perseguida por esa pobre alma, por la cual
os ruego que ofrezcáis una parte de vuestras oraciones, Padre. Es la
primera vez que la visión de un alma me causa tanto espanto.

Tormentos de un Sacerdote en el Purgatorio. El amor de la Sra. de


Brault a Nuestro Señor.

(Carta N°. 72)

26 de noviembre de 1907

Padre:

Como me lo habéis permitido, he comenzado la novena que el


pobre Padre X. me pedía que hiciera, al que veo, desde el 21 del
presente mes, en el Purgatorio. Me sentía aterrada a la vista de sus
sufrimientos. Está él revestido de ornamentos sacerdotales, que pare-
cen planchas de hierro al rojo vivo; su estola es como una cadena de

355
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

anillos de fuego que roe su cuello; sus manos, en las que veo un cáliz,
están roídas, también ellas, por úlceras que dejan ver hasta los huesos.

A la vista de tantos tormentos, sentí que se me destrozaba el cora-


zón y, si no me hubierais fijado la medida de lo que debía hacer por
esa pobre alma, habría desgarrado mi propio cuerpo con una disci-
plina para disminuir, por la gracia de Dios, su espantoso martirio. Lo
que sufrí por mi imposibilidad de ayudarlo de una mejor manera, es
mucho más doloroso que los dolores que me causan las penitencias
que me permitís...

Besando el crucifijo con amor, decía a Jesús: «Oh, Amado mío,


¿por qué ponéis en mi alma tan gran deseo de sufrir? ¿Por qué dais a
mi corazón este amor inmenso, puesto que no podré satisfacerlo ja-
más?... ¡Ay! Sé que soy indigna de compartir vuestra cruz, de crucifi-
car mi cuerpo con las penitencias que sólo las almas generosas mere-
cen gustar; pero, Amado mío, lavad pronto mi alma en vuestra sangre
preciosa, purificadla y hacedla menos indigna de los deseos de expia-
ción de que la llenáis. Ved, Jesús mío, a esta pobre alma atormentada
(y le mostraba a mi Amado el alma del Pbro. X.). ¿Me dejaréis en la
impotencia de aliviarlo? Oh, Jesús mío, dad a mi cuerpo todos los
tormentos que queráis; con vuestra gracia los soportaré, pero librad a
esta pobre alma: os lo pido en nombre de la preciosa sangre que
habéis derramado por nuestra salvación, en nombre de los dolores
que vuestra Madre sufrió en la tierra, y en nombre de los dolores que
todos los mártires han sufrido por vuestro amor».

Luego, elevando mis manos hacia mi Amado, le dije: «Vos sabéis


cuánto os amo, Señor. ¡Oh! En el inmenso deseo que tengo de ama-
ros, y para calmar el ardor de mi corazón, me atrevo a deciros, porque
esta certidumbre sola puede satisfacer mi amor: Señor Jesús, Amado
mío, ninguna alma os ama con un amor más ardiente y más verda-
dero que mi alma; os amo y, porque os amo, os ruego que escuchéis
la plegaria que os hago por el rescate del alma del Pbro. X.»

356
ANEXOS

Y mi amado se inclinó hacia mí y, poniendo su mano divina sobre


el manto de oro con que estaba envuelto, lo entreabrió y me dejó ver
su Corazón abierto. Su Corazón estaba traspasado y de la herida ma-
naba una sangre clara y abundante. Jesús me hizo señal de que diera
la mano al Sacerdote, que estaba a mi lado; le tendí la mano y él me
tendió la suya; sentí como un pedazo de hierro. Jesús me dijo que me
acercara; así lo hice y, cuando el Sacerdote estuvo cerca de la llaga
del Corazón de Jesús, vi que la sangre divina corría por su cabeza y
de ahí por su cuerpo; al mismo tiempo veía cicatrizarse las llagas y
caer las cadenas.

Durante esta escena, había como una espesa nube que lo envolvía
y le impedía ver lo que sucedía; sus quejas disminuían a medida que
lo cubría la preciosa sangre. Pronto la cara del Sacerdote quedó puri-
ficada de las úlceras que la cubrían, y la estola me pareció como una
hermosa estola violeta que adornaba su cuello; los otros ornamentos
guardaron la misma apariencia de planchas al rojo vivo. Luego mi
Amado desapareció, después de haberme dicho que escuchaba la
plegaria que yo le hacía, y que Él libraría a esta querida alma.

La heroica caridad de la Sra. de Brault. Rescate del Sacerdote

(Carta N° 73)

5 de diciembre de 1907

Padre:

Anoche estaba haciendo el último ejercicio de mi novena de pe-


nitencia en favor del alma del Pbro. X. Estaba tan agotada, que me
costaba trabajo encontrar la fuerza para hacer la disciplina; como un
dolor muy fuerte, acompañado de debilidad en el brazo derecho, hi-
ciera imposible ese ejercicio, no osando pedir a mi Señor que me

357
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

diera la fuerza (porque no quería faltar a mi voto de no pedir nada


para mí misma), me encontraba allí, arrodillada junto a mi cama; cre-
yendo que Nuestro Señor permitía esa debilidad porque era indigna
de la dicha de hacer sufrir mi carne con la flagelación, ofrecí mi sa-
crificio, diciendo humildemente a mi Amado que me perdonara los
pecados de que yo era culpable y que eran la causa de mi indignidad;
luego, queriendo hacer callar a mi naturaleza que me hacía casi la-
mentar mi incapacidad de sufrir más, dije a Jesús: «Oh Amado mío,
puesto que soy indigna de satisfacer a vuestra justicia en favor del
alma por la cual os imploro, os suplico por la sangre que habéis de-
rramado por nuestra salvación y por los dolores que vuestra Madre
Inmaculada sufrió por amor vuestro, que no tengáis por más tiempo
cautiva a esa alma que os desea; añadid, más bien, años a los que yo
merezco por mis numerosos pecados y dejadme satisfacer por esa
alma del Purgatorio».

Y a pesar del deseo ardiente de mi alma de poseer a su Amado,


apenas quede libre de la prisión de mi cuerpo, si Nuestro Señor me
pidiera que pasara cien años en el Purgatorio para que Él preserve
una sola alma de ir a ese lugar, de buena gana yo consentiría: de tal
modo comprendo cuánto agrada a mi Amado librar y aliviar a las
pobres almas.

Apenas hube terminado mi oración, vi al Pbro. X. inclinarse sobre


mí y sostener mi brazo. No bien había dado unos golpes (en la se-
gunda estrofa del Miserere, estaba rendida) cuando volvieron las fuer-
zas a mi brazo; di golpes con el valor dado por el placer de aliviar al
prójimo, sobre todo cuando ese prójimo es un alma atormentada por
los incomparables tormentos del Purgatorio. ¡Oh, Padre! No me cas-
tiguéis por haber sido despiadada con mi carne: si hubierais visto a
esa pobre alma, si hubierais oído sus quejas, hubierais hecho lo
mismo. Con los últimos golpes quedé tendida en el suelo, no pu-
diendo hacer ningún movimiento: ¡tanto sufría! Pero mi alma estaba

358
ANEXOS

sumergida en el más dulce de los goces: el alma del Pbro. X. había


sido liberada.

La Santísima Virgen me la hizo ver cubierta de gloria; yo oía el


canto de los Santos que salían a su encuentro. ¡Oh, qué arrobadora
hermosura la de un alma completamente purificada!... El alma del
Pbro. X. tenía esa hermosura. Antes de subir al Cielo, vino a agrade-
cerme lo que había hecho por él; me prometió ser mi protector y el
de mi familia desde el Cielo292. Me animó a perseverar en la práctica
de la oración y la expiación en favor de las almas sacerdotales.

Sentí que me volvían las fuerzas; y pasé el resto de la noche ben-


diciendo a Nuestro Señor y dándole gracias por tener tanta misericor-
dia con la pobre pequeña sierva que soy.

El Rosario es una ayuda eficaz para las pobres almas

(Carta N° 31)

Padre:

No he podido satisfacer antes vuestro deseo, pues me encontraba


demasiado débil para escribir.

Habiéndome quedado sola con mis tres varoncitos, rezamos el


Rosario por las almas del Purgatorio; los queridos niños oraban con
fervor. Mientras orábamos, se me apareció la Santísima Virgen. Es-
taba hermosísima; tenía un Rosario en las manos; su vestido era
blanco; con un gran manto de un tejido de oro y plata. A sus pies
había un ángel. A cada Avemaría, el ángel se inclinaba hacia nosotros

292 Las almas no sólo ruegan por aquella persona que les ayuda, sino tam-
bién por sus familiares. Esto es una muy buena noticia especialmente para aque-
llos padres que tienen hijos estudiando o trabajando lejos.

359
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

y luego daba una rosa blanca a la Santísima Virgen; cuando hubimos


terminado nuestra oración, el manto de la Virgen Santísima se encon-
traba lleno de rosas. Ella presentó las rosas a Nuestro Señor levan-
tando la punta de su manto; unas gotas de sangre cayeron del Cora-
zón de Jesús sobre las rosas, las cuales se volvieron de carne. La San-
tísima Virgen bajó hacia el Purgatorio, el cual veía yo entreabierto, y
arrojó en él las rosas. Yo seguí rezando por las queridas almas: luego
vi salir dos almas del Purgatorio: estaban coronadas de rosas. Al día
siguiente, fiesta de la Purificación, vi la misma cosa mientras rezába-
mos el Rosario; vi el alma del señor V. subir al Cielo, llevando una
corona de rosas. Volvió su rostro hacia mí y dijo: «Me acordaré de ti
en el Cielo». La Santísima Virgen volvió a subir al Cielo, en donde
los ángeles y los Santos la recibieron con cantos de alegría.

El gran amor de Inés de Benigánim para con las pobres almas

(Del libro del Padre Ángel Peña, Viviendo con los ángeles, vida de
la Beata Inés de Benigánim)

Dios constituyó a la Beata Inés madre de las almas del Purgatorio


y, por eso, le pedía al Señor que muchas de ellas fueran a pasar el
Purgatorio a su celda. En alguna ocasión dijo tener más de doscientas.
Por ellas hacía muchos cargamientos, es decir, padecía muchos sufri-
mientos en su lugar, para librarlas cuanto antes de los tormentos del
Purgatorio. Veamos algunos de los casos que se cuentan en los testi-
monios del Proceso.

Un día se le apareció Jesús y le dijo: «Inés, está decretado en la


mente de mi Padre, del Espíritu Santo y mía, que has de ser madre
de las almas del Purgatorio». Ella misma las llamaba sus hijitas.

Algunas veces el Señor le concedía la gracia de ir personalmente


al Purgatorio. Allí sentía los dolores y penas que sufrían las benditas

360
ANEXOS

almas, y el Señor le concedía que con ellas llegase un rayo de luz y


pudiera sacar el alma sobre la cual se proyectaba el rayo luminoso. Y
así sacaba muchas almas para el Cielo.

Refiere sor Francisca que un día estaban ambas, ella y la venera-


ble Madre Inés, hablando con el confesor, cuando de repente la sierva
de Dios, volviéndose al confesor, le dijo: «Padre, en el límite llamado
Barqueta han dado muerte estos días a un pobre pastor, el cual pocos
días antes había prometido dar a esta Comunidad una cantidad de
leche; el Señor quiere que su alma pase el Purgatorio en nuestra celda
y que roguemos por ella». Hecha averiguación sobre el caso trágico,
resultó ser cierto y que había acontecido tal y como lo refería la Ma-
dre Inés.

La misma Madre Francisca relataba el siguiente caso: «La sierva


de Dios asistió en la hora de la muerte a la condesa de Paredes. Rogó
a Nuestro Señor que enviara aquella alma a su celda a tener allí el
Purgatorio. Conseguido esto, la sierva de Dios se ejercitó en muchas
y graves penitencias a fin de darle sufragios, y a la misma Madre Fran-
cisca le suplicó que se le asociara en esta santa obra. Fue en la víspera
de San Agustín, cuando, al cantar el Te Deum del Oficio divino, vio
la sierva de Dios que aquella alma subía al Cielo, no sin antes haber
dado gracias a la venerable Madre por todo lo que le había socorrido
y diciéndole que, si en vida hubiera sabido lo que era esta Comuni-
dad, hubiera venido a visitarla de rodillas».

«Sor Inés buscaba ocasiones de ejercer actos humildes con el fin


de sacar algún alma de sus terribles penas. Así pues, como afirma una
Religiosa, se la pasaba buscando los vasos más inmundos de la Co-
munidad para hacer la limpieza y aseo; se marchaba a la cocina y se
ponía a fregar las vasijas, cazuelas, platos, pucheros y se daba prisa
en limpiarlos; y cuando esto hacía, se convenía con el Señor acerca
del número de almas que habían de salir del Purgatorio por cada una
de las piezas que lavase o limpiara, diciendo en voz alta y en aquel

361
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

su lenguaje valenciano: «¡Vida mía! ¿Cuántas almas queréis librar por


este barreño? ¿Y por esta cazuela? ¿Y por estos platos?» Y, efectiva-
mente, la sierva de Dios alcanzaba con este trabajo y modo de supli-
car, tan confiado y puro, que el Señor mandase libres del Purgatorio
a algunas almas, como muchas veces la venerable Madre lo manifestó
a la que esto refiere».

«Las almas de sus hermanas Religiosas eran sus favoritas en la


distribución de socorros y alivios, y atendía a consolarlas con el mayor
amor y con todos los medios puestos a su alcance. La venerable Ma-
dre, desde el momento en que una Religiosa expiraba, hasta que por
concesión especial divina no la veía subir al Cielo, no cesaba jamás
de hacer penitencias y de pedir, tanto a la que esto declara como a
las demás Religiosas, que hicieran ejercicios y obras espirituales, di-
ciéndoles: «Nuestra hermana está sufriendo; ayudémosle todo cuanto
podamos». En muchas de estas ocasiones, la venerable Madre mani-
festaba a las demás la clase de Purgatorio que la Religiosa difunta
padecía, y los defectos por los cuales padecía; y era ya cosa acostum-
brada y como regla ordinaria el que fuesen a pasar el tiempo de pu-
rificación en su celda, o también en el mismo lugar del Convento
donde habían cometido las faltas e imperfecciones. Así que la sierva
de Dios no cesaba de exhortar a todas las Religiosas a que procurasen
la mayor perfección en todo, asegurándoles al mismo tiempo que el
más leve pecado o imperfección se debía pagar o en esta vida o en la
otra. Todo esto lo observaba la que aquí habla siempre que moría
alguna Religiosa del Convento.

Sor Catalina de San Agustín dice: «Lo que hacía que se le creyera
era que daba señales individuales y puntualísimas no sólo de las per-
sonas, sino también de los lugares lejanos, donde acaecían los casos
referidos por la misma sierva de Dios, los cuales fueron comprobados
y se halló ser ciertos y de conformidad exactísima con el relato dado
por la venerable Madre. Como sucedió una vez con cierto Juan Grau,
natural de la villa de Cullera, que vino a consolarse con la sierva de

362
ANEXOS

Dios, porque estaba espantado de ciertos ruidos que se sentían en su


casa después del fallecimiento de su hermana. La Madre Inés le dijo
que aquellos ruidos los hacía el alma de una hermana suya. Le dio
señales individuales de la persona de su hermana, tales que corres-
pondían con toda exactitud a la verdad, según lo confesó el mismo
Grau. Le ordenó que mandase celebrar cierto número de misas, con
lo que cesaron los ruidos. Esto se cumplió exactamente; se dijeron las
misas, cesaron las molestias y el dicho Grau tornó a Benigánim a dar
las gracias a la venerable Madre. La declarante presenció todo».

«Era la vigilia de San Carlos Borromeo y la sierva de Dios se ejer-


citaba en oraciones y mortificaciones por las benditas almas del Pur-
gatorio. De pronto fue elevada en éxtasis, en el cual el Señor le mostró
un alma, que padecía terribles penas en el lugar de purificación y
pedía sufragios. Inmediatamente Sor Inés hizo uno de sus cargamien-
tos para aliviar a aquella alma, la cual desde aquel mismo instante fue
enviada por el Señor a su celda, a fin de que allí pagase su deuda y
se purificara. Habiendo la sierva de Dios preguntado al ángel custodio
de aquella alma ¿de quién era?, el santo ángel le respondió que era
el alma de un hombre de Alicante, llamado Carlos Borromeo, el cual
había conseguido que fuese a purgar a la celda de la sierva de Dios».

«El Padre José Ramírez refirió a la que esto declara que, cuando
se le murió su padre, recurrió a la venerable Madre Inés a fin de que
rogase por el alma del difunto. Habiéndolo hecho así la venerable
Madre, alcanzó de su divina Majestad que le fuese enviada a su celda
dicha alma para que allí pasara el Purgatorio. Viniendo después a esta
villa el Padre Ramírez y diciendo la misa en la iglesia del Convento
nuestro, tan pronto como terminó la misa, lo llamó la venerable Ma-
dre y le dijo en su valenciano: «Apenas has consumido el Santísimo
Sacramento, he visto el alma de tu padre que, acompañada de San
Antonio de Padua, subía al Cielo». El Padre quedó muy admirado y
consolado, porque sabía certísimamente que su padre era muy devoto
de San Antonio de Padua».

363
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

«En el año de 1688, bajando cierto día la Madre Inés del palomar
del Convento, llevaba en la mano cogido por el ala un pichón muerto,
y lo iba a tirar al montón de la basura. Se encontró por la escalera
con la Madre Mariana de la Asunción, con la Madre María de Santa
Rosa y con la Hermana Ana María de San Roque. Le preguntaron
estas Madres: «Madre Inés, ¿qué?, ¿se ha helado ese pichón?» «Ma-
dres, casi todos se hielan», respondió ella. Tan pronto dijo esto se
transportó y quedó suspensa en éxtasis y, mirando al cielo, dijo en
valenciano: «Señor, tengo duda de si esta alma está en estado de sal-
vación; si está, resucitadme este animalito como señal». Y vuelta en sí
inmediatamente, se llevó el pichón a la boca, soplo sobre él y de
repente comenzó a piar el pichoncito; de modo que la venerable Ma-
dre en presencia de las tres Religiosas subió al palomar el pichón y,
cuando llenas de asombro, las Religiosas le preguntaron ¿qué duda
era aquella sobre la cual había hablado a Nuestro Señor?, les dijo la
sierva de Dios, que varias veces se le había aparecido el alma de una
persona devota de la Comunidad, pero en figura tan horrible y pade-
ciendo tales tormentos que, aunque aquella alma le pedía sufragios,
con todo no llegaba a creer que en verdad estuviese en el Purgatorio,
duda que la traía muy afligida, y por eso ahora, ofreciéndosele la oca-
sión, había deseado saber la verdad con el testimonio de la resurrec-
ción del pichoncito, y así, efectivamente, había conocido claramente
que aquella alma estaba en el Purgatorio y que en el momento de
volver el pichón a la vida, otra vez se le había aparecido la misma
alma, pidiéndole que le aplicara sufragios, porque sufría gravísimas
penas en el Purgatorio. Desde aquel mismo instante, la sierva de Dios
comenzó ásperas penitencias y penosos ejercicios por aquella alma,
pidiendo asimismo sufragios a las Religiosas. Aquel mismo día oyó la
testigo referir el caso a las tres Religiosas presentes; y vio el pichón
vivo, al que llamaba después el resucitado».

Sor Francisca de los Ángeles manifestó en el Proceso: «Muchas


veces oí referir a Sor María de San Miguel el caso siguiente: «Murió
en Benigánim una mujer que tenía de apellido Llobregat; y como el

364
ANEXOS

Señor le había concedido que pasara el Purgatorio en la celda de la


venerable Madre, estaba dicha alma bajo el especial cuidado de la
Madre. Con frecuencia la sierva de Dios rogaba insistentemente a las
Religiosas que aplicasen sufragios y oraciones en alivio de las grandes
y dilatadas penas de esta pobre alma Llobregat, de donde provenía
el que también las Monjas le preguntasen con frecuencia: «¿Qué hace
el alma de Llobregat?». Oído esto por la mencionada Sor María de
San Miguel, que era entonces Novicia, le vino al pensamiento que
todo esto del alma de la Llobregat era una pura ilusión de la venera-
ble Madre Inés. Sin haber manifestado a nadie este pensamiento de
duda, dicha Sor María de San Miguel tuvo que subir una noche en
compañía de la venerable Madre a un desván del Convento. La ve-
nerable Madre Inés llevaba en la mano una candela encendida; pero,
llegando a cierto punto, apagó la candela y quedaron completamente
a oscuras. Entonces la Novicia María de San Miguel vio aterrada que
del desván salía una gran llama de fuego que la rodeaba a ella desde
los pies hasta la cintura, por lo cual, llena de espanto, dijo a la vene-
rable Madre: «Madre Inés, ¿qué es esto?» Y la venerable Madre res-
pondió: «Es Llobregat; sólo viendo, has podido creer». Ya no dudó
la dicha Novicia de que la Llobregat estaba pasando el Purgatorio en
la celda de la sierva de Dios y de que ésta penetraba el fondo más
oculto de las almas.

«El 29 de mayo de 1673 por la mañana, entre seis y siete, estaba


Sor Inés barriendo y limpiando un porche o azotea, que está en lo
más alto de la casa; y considerando que se empleaba en lo que le
había mandado la santa obediencia, ponía todo cuidado en hacerlo
bien, atendiendo a que el Señor le había de pedir cuenta si dejaba
mal hecho el trabajo. Estando pues en este ejercicio, vio a su lado un
Padre de la Compañía de Jesús, vestido con sus hábitos. Se quedó
por poco tiempo suspensa, pensando lo que podría ser aquello; pero
advirtiendo que era de su obligación hacer lo que la obediencia le
tenía ordenado, dijo: «Lo que me toca hacer, es limpiar y barrer esta
pieza; lo demás el Señor dispondrá lo que sea más de su agrado».

365
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Continuó su tarea; y volvió a ver a su lado al mismo Padre Jesuita


como la primera vez; pero rodeado de llamas de fuego. Recurrió a
Dios diciendo: «Mi esposo y Señor, ¿qué me queréis dar a entender
con esta visión?» Le respondió: «Toma a tu cargo esta alma, que es
de un hijo de San Ignacio, y hace tiempo que padece en el Purgatorio.
Haz por ella un cargamiento». Prometió obedecer lo que el Señor le
mandaba; y desapareciendo la visión, acabó de barrer y limpiar la
azotea.

No se descuidó de cumplir lo ofrecido. Favorecía a la dicha alma


aplicando para su sufragio, aparte de las penas con que el Señor la
mortificaba, ayunos a pan y agua, sangrientas disciplinas, oraciones y
otras obras de penitencia y devoción, continuando estos ejercicios
hasta el martes, infraoctava del Corpus, 6 de junio del mismo año. En
este día, estando en presencia del Señor sacramentado, que estaba
expuesto, haciendo fervorosas oraciones por las benditas almas, y
muy en particular por la del Padre Jesuita, le manifestó su divina Ma-
jestad, que salieron muchas almas del Purgatorio, entre las cuales salió
también la del dicho Padre Jesuita, y todas, acompañadas de sus án-
geles custodios, subieron al Cielo».

«Una mañana, estando en oración en el coro, se le aparecieron


los tres ángeles de la guarda de tres almas del Purgatorio, que lleva-
ban ya 50 años detenidas en aquellos tormentos. Hizo por ellas uno
de sus acostumbrados cargamientos y vio que San José, San Agustín,
Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa de Jesús y los dichos tres
ángeles, bajaron al Purgatorio, sacaron aquellas tres almas y las lleva-
ron al coro, donde estaba la sierva de Dios. Llegada la hora de la
comunión, le dijo a la Priora que pidiese a las Religiosas la comunión
por ciertas almas del Purgatorio a intención suya. Se lo concedieron,
y perseveraron en el mismo lugar las tres almas con el acompaña-
miento de los Santos y ángeles; y fue tanto y tan continuo el suave
olor y fragancia que en ese día se sintió en el Convento, que todas las
Religiosas estaban maravilladas. Al llegar la oración de las cinco de

366
ANEXOS

la tarde, vio que las tres almas hicieron una profunda reverencia a
todas las Religiosas en señal de agradecimiento, como para despe-
dirse, y subieron al descanso eterno».

Como la sierva de Dios estaba enferma de epilepsia y, a veces, se


quedaba como muerta por los ataques, la Superiora determinó que
siempre estuviera con ella en la celda la Hermana Francisca de Santa
Ana. «En una ocasión estaba en la celda pasando su Purgatorio un
hombre que en vida había prometido dar una limosna a cierto Con-
vento y no había cumplido. Cada noche daba algunos golpes fuertes
y Sor Francisca se estremecía y dijo: «Niña, yo no me atrevo a estar
en tu compañía, porque estos golpes tan recios y tan continuos de
cada noche me tienen atemorizada». Respondió: «Madre, no tema,
encomiéndela al Señor, que aún oiremos más, pues ha de dar tantos
golpes cuantos dineros caben en la cantidad que ofreció dar a cierto
Convento». Y fue así, pues acabados los golpes, subió a gozar de la
bienaventuranza eterna».

A veces, algunas almas se ponían sobre la cama de sor Francisca


y le tocaban la cara; y ella sentía mucho miedo. La Madre Inés le
decía: «No tenga miedo, que no le harán nada». Pero volviéndose a
las almas, les decía: «Hijitas, venid a mí; dejad a Sor Francisca que
duerma».

El Padre Pascual Tudela, en la Oración fúnebre, manifestó con


las mismas palabras de sor Inés: «Fui a Onteniente a consolar al Padre
de la Hermana Gertrudis de la Santísima Trinidad, que se estaba mu-
riendo. Lo asistían Nuestro Señor, la Purísima Virgen María, el Pa-
triarca san José, los Santos Apóstoles y nuestra Madre Santa Teresa.
Hice rogativas por aquella alma y, acompañada de mi ángel, del se-
ráfico San Francisco y de Santa Clara, nos retiramos al Convento.

Tuve ocasión de verme con dicha Hermana Gertrudis y le dije,


entre otras cosas, que procurara tener presente en el Señor a su padre,

367
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

porque tenía algunas noticias de que estaba muy enfermo. Me dijo la


referida Hermana que, ¿cómo era eso? Le volví a decir: «Hermana,
lo que le digo y lo que debe hacer es encomendarlo muy de veras al
Señor»...

Ese día volví a la casa del agonizante, acompañada de mi santo


ángel de la guarda, de San Francisco y de Santa Clara; y le hallé con
la misma asistencia, pero ya en los últimos instantes de su vida. Pro-
curé continuar con todo mi corazón las rogativas.

Murió al fin y su alma fue enviada al Purgatorio. Volví en mí y a


nuestra casa (había quedado en éxtasis), acompañada de los Santos
mis compañeros, cuidando de acordarme de ofrecerle algunas oracio-
nes y ejercicios para alivio de tan penosos tormentos... El domingo 23
tuvo la Hermana aviso de cómo había muerto su padre el jueves an-
tecedente. Ese domingo, entre diez y once de la noche, vino a nuestra
celda la referida alma, en donde está purgando; y así como vino se
pasó a la celda de su hija, la cual me ha dicho hoy mismo, 24, que no
se atreve a estar en su celda porque anoche, cerca de las once, estando
en su celda rezando el Oficio de difuntos por su padre, sintió tal ruido
que se atemorizó. Yo le respondí: «Sufre y reza».

Las almas la ayudaban visiblemente en sus labores del Convento

Experimentando las benditas almas del Purgatorio los muchos su-


fragios con que las socorría Sor Inés, agradecidas, iban a ayudarle a
hacer sus obediencias.

Hasta tal punto era esto notorio en su Convento, que cuando se


ofrecía mover, o pasar alguna cosa de un lugar a otro, y, por pesar
mucho, no lo podían hacer las Religiosas, recurrían éstas a ella para
que la moviese, o mudare de una parte a otra, lo que hacía con mucha
facilidad con la asistencia y ayuda de las benditas almas.

368
ANEXOS

En una ocasión trajeron al Convento unos atunes frescos, y mandó


la Superiora a sor Inés y a otra Religiosa que los salasen y acomoda-
sen bien. Cuando tuvieron lleno de atún, con la sal que era necesaria,
un barril muy grande, dijo la compañera: «Niña, ¿y ahora quién ha
de llevar este barril tan pesado a la oficina, que está tan apartada de
aquí?» Le respondió con su santa sencillez: «Tome vuestra caridad de
esa parte del barril, que yo tomaré de esta otra, a ver si le podemos
llevar». Probaron y la Religiosa dijo: «Nina, ¿lo dices de veras? Pues
aunque vengan las Religiosas todas, ¿cómo es posible poder llevar
este barril tan grande lleno de atún y sal, pesando tanto y teniendo
tan poco de donde poder agarrarle?» Dijo entonces Sor Inés: «Her-
mana, pierda cuidado y no se inquiete que ya vienen las benditas
almas a ayudarnos». Y diciendo y haciendo, tomando la Hermana
Inés de una parte el barril, lo levantó y lo llevó hasta ponerlo en la
oficina. Admirada la otra Religiosa la iba siguiendo, haciéndose cru-
ces y diciendo: «Hermana, ¿cómo es posible hacer lo que hace?» Y
ella respondió: «Porque me ayudan mis amadas hijas, las almas del
Purgatorio. Ya gracias al Señor tenemos este barril en su lugar. Ro-
guemos por ellas y vamos a concluir nuestra obediencia».

Sor Ana María de San Agustín certificó: «Siendo tornera de la


Comunidad la Madre Teresa María de la Concepción, perdió la llave
de un armario, donde guardaba los huevos para servicio de la Comu-
nidad, y como apurase ya la hora, pues estaba la Comunidad para
venir al comedor, era grande la angustia de dicha Religiosa al no
poder abrir el armario. Recurrió a la venerable Madre y le comunicó
los afanes en que se encontraba; que trajese en ayuda a las almas del
Purgatorio para que le abriesen el armario. La sierva de Dios se puso
en oración y en presencia de la suplicante quedó en éxtasis, y no
había todavía vuelto del éxtasis que ya el armario se había abierto sin
tocarlo nadie. Preguntándole Sor Teresa, apenas la venerable Madre
volvió en sí, quién había abierto el armario, ella respondió que lo
había abierto el alma de un herrero, que estaba en el Purgatorio, por

369
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

cuyo alivio había ofrecido ella hacer algunos actos y ejercicios espiri-
tuales. La Madre tornera mencionada ayudó a la sierva de Dios en el
cumplimiento de las obras espirituales prometidas, como agradeci-
miento por el beneficio recibido. Apenas el hecho tuvo lugar, la
misma Madre tornera expuso el caso a la que esto refiere».

El Padre Bernardo Moscardó declaró: «En los últimos días del


mes de febrero del año 1692, pocos días después de la muerte de Don
Vicente Moscardó, padre del que esto refiere, se encontraba el decla-
rante en la huerta del Convento (de las Monjas de Benigánim), donde
existe un estanque, en el que se recoge agua para regar el huerto. En
aquel día el estanque estaba lleno de agua y habían dispuesto las Re-
ligiosas que se regase la huerta, por lo cual Juan Vaya, que era el
labrador, quiso levantar el tapón que cierra el paso del agua en la
parte inferior del estanque, y al tirar de la cuerda que estaba sujeta al
tapón, se rompió la cuerda por la parte que tocaba al mismo tapón,
de manera que era ya imposible destapar el tubo de salida sin que en
ello se perdiese mucho tiempo. Presente estaba allí la Madre Priora,
que era Sor Ana María del Santísimo Sacramento, y también estaba
con ella la venerable Madre.

Dirigiéndose a la venerable Madre, la M. Priora le dijo que mirase


cómo se podía sacar el tapón, pues ella mandaría decir una misa por
el alma que viniera en ayuda. La sierva de Dios, que se encontraba
al lado del declarante, se puso en oración y, en presencia de todos,
quedó extática por un rato, y estando así en éxtasis, saltó por sí mismo
el tapón con tal fuerza que salió fuera del estanque con grande mara-
villa y asombro mío y de todos los circunstantes. Al volver del arro-
bamiento la sierva de Dios, le preguntó la Madre Priora qué alma
había hecho saltar el tapón. La venerable Madre, señalando al que
esto refiere, dijo: «El alma del padre de Bernardo, la cual ya ha ido
al Cielo». Esto produjo extraordinario asombro en todos, pero espe-
cialmente en el declarante y en las MM. María de las Vírgenes y Fran-

370
ANEXOS

cisca de Jesús María, al escuchar que el padre del declarante, y her-


mano de las dos citadas Religiosas, estaba ya gozando de la gloria
después de un breve Purgatorio».

Amelia, la joven de Fátima

El siguiente artículo está publicado en la página web www.fa-


tima.pe, y en él se habla de aquella joven de la cual dijo la Virgen
que estaría hasta el fin del mundo.

Primero transcribo lo ocurrido el día de la primera aparición, y


enseguida el artículo.

Primera aparición. Domingo 13 de mayo del año 1917:

Estando jugando con Jacinta y Francisco en lo alto junto a


Cova de Iría, haciendo una pared de piedras alrededor de una
mata de retamas, de repente vimos una luz como de un relám-
pago.

—Está relampagueando —dije—. Puede venir una tormenta.


Es mejor que nos vayamos a casa.

—¡Oh, sí, está bien! —contestaron mis primos.

Comenzamos a bajar del cerro llevando las ovejas hacia el


camino. Cuando llegamos a menos de la mitad de la pendiente,
cerca de una encina que aún existe, vimos otro relámpago; ha-
biendo dado algunos pasos más, vimos sobre una encina una
Señora vestida de blanco, más brillante que el sol, esparciendo
luz más clara e intensa que un vaso lleno de agua cristalina atra-
vesado por los rayos más ardientes del sol.

371
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Nos paramos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan


cerca que quedamos dentro de la luz que la rodeaba o que ella
irradiaba; tal vez a metro y medio de distancia.

Entonces la Señora nos dijo:

—No tengáis miedo. No os hago daño.

Yo le pregunté:

—¿De dónde es usted?

—Soy del Cielo.

—¿Qué es lo que me quiere decir?

—He venido para pediros que vengáis aquí seis meses segui-
dos el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que
quiero. Volveré aquí una séptima vez.

Pregunté entonces:

—¿Yo iré al Cielo?

—Sí, irás.

—¿Y Jacinta?

—Irá también.

—¿Y Francisco?

—También irá, pero tiene que rezar antes muchos Rosarios.

372
ANEXOS

Entonces me acordé de preguntar por dos niñas que habían


muerto hacía poco. Eran amigas mías y solían venir a casa para
aprender a tejer con mi hermana mayor.

—¿Está María de las Nieves en el Cielo?

—Sí, está.

Tenía cerca de dieciséis años.

—¿Y Amelia?

—Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo.


Me parece que tenía entre dieciocho y veinte años.

Y el artículo:

Gravedad del pecado, necesidad de la oración y misericordia divina

Un atento lector del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Es-


peranza?, escribió a su autor, Antonio Borelli Machado, con un pe-
dido de esclarecimiento sobre ciertos pormenores de las apariciones
de la Santísima Virgen en 1917 a los tres pastorcitos. Juzgándolo de
interés para nuestros lectores, reproducimos a continuación la mate-
ria.

1. En la primera aparición, Lucía le pregunta a Nuestra Señora


acerca del destino eterno de Amelia. La Virgen le responde diciendo
que Amelia estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. ¿Quién
era esa Amelia?

La tal Amelia, a respecto de la cual Nuestra Señora dijo que «es-


tará en el Purgatorio hasta el fin del mundo», era una joven de Aljus-
trel (aldea donde vivían los videntes), y que quedó conocida por una

373
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

«irremediable deshonra en materia de castidad», según afirma el his-


toriógrafo de Fátima, el Canónigo Sebastião Martins dos Reis (Síntesis
crítica de Fátima, 1967, p. 64, nota 40).

2. ¿Por qué tanto rigor con un alma? ¿Por qué dejar a alguien
sufriendo hasta el fin del mundo en el Purgatorio?

En primer lugar, cabe ponderar que los juicios de Dios son infali-
bles, porque Él tiene un conocimiento perfecto de lo que cada alma
hizo. Siendo infinitamente justo no castiga a nadie más allá de la me-
dida, y siendo infinitamente misericordioso, hasta mitiga algún tanto
su castigo. No siempre aquello que parece más razonable a nuestra
mente limitada y falible corresponde al conocimiento infinito que
Dios tiene de las almas. Puesta la cuestión en estos términos debemos
proceder según la lógica ignaciana de los Ejercicios Espirituales, y no
concluir que Dios es excesivamente severo, sino que el pecado es un
acto tan grave que merece un castigo tan severo... Y aún más, ¡mode-
rado por la misericordia infinita de Dios!

En el caso concreto de Amelia, bien se ve cómo Dios abomina la


pérdida de la virginidad fuera del Sacramento del Matrimonio, lo que
debe estremecer a un número incontable de fieles que fueron forma-
dos en la escuela permisivista que se difundió en ciertos ambientes
católicos. Además, ¿cómo podemos saber nosotros qué otros pecados
graves habrá cometido esa persona? Dios, sin embargo, lo sabe.

Si algo en nosotros no está en sintonía con esa evaluación de la


extrema gravedad del pecado en general, y del pecado contra la cas-
tidad en particular, debemos reformar nuestros criterios a la luz de la
doctrina católica y de la lógica ignaciana anteriormente recordada.

Todo pecado mortal es un acto extremadamente serio, pues es


una ofensa a Dios, un acto de rebeldía contra Dios, que nos hace
enemigos de Dios y reos del Infierno. Si la persona se arrepiente, Dios

374
ANEXOS

le devuelve su amistad, pero no deja de cobrar la pena debida a ese


pecado, en la Tierra o en el Purgatorio.

En fin, cabe observar que mucha gente debe haberse conmovido


de esa joven Amelia, y rezado por ella, que la sentencia inicial dada
por Dios puede haber sido conmutada, y quizás ya esté hasta en el
Cielo. Pues, como es sabido, nuestras oraciones y sacrificios —sobre
todo el Santo Sacrificio de la Misa— alivian las penas de las almas del
Purgatorio. Tal es la consoladora doctrina católica, severa en sus aus-
teridades, y suave en sus perdones. Queda aquí una invitación a nues-
tro lector, que se interesó por Amelia, a rezar por ella.

3. ¿Por qué Nuestra Señora habría sido rigurosa con Francisco, al


decirle que sólo iría al Cielo si rezase muchos rosarios? Para las otras
dos videntes la Virgen no puso esa condición.

En cuanto a Francisco, aunque no tuviese sino nueve años, algo


no andaba bien en la rectitud de su alma con relación a Dios, razón
por la cual Nuestra Señora dijo que él tendría que rezar muchos ro-
sarios, antes de entrar al Cielo. Por eso, entre los videntes de Fátima,
como señalaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, al comentar las apa-
riciones, Francisco es el modelo de las almas penitentes. Tal vez haya
sido, de los tres videntes, el que mejor discernió el sentido profundo
del Mensaje de Fátima. Corrobora esa impresión el libro del Rev. P.
Joaquín María Alonso, Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fá-
tima (Arias Montano Editores, Madrid, 1990), que realza mucho la
figura del ya hoy Beato Francisco.

Jacinta, por lo que todo indica, no perdió la inocencia de su alma,


y de ahí el que Nuestra Señora no tuviera para ella ninguna exigencia
especial.

375
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

En cuanto a la Hermana Lucía, era la vidente principal, y sobre


ella Nuestra Señora tenía designios especiales. Lo cual no nos impide
de recordar que ella fue un tanto floja en enfrentar las dificultades
que las apariciones le acarreaban, a punto de ser amonestada por la
propia Jacinta. ¡No es fácil la vida de una vidente auténtica!

376
ANEXOS

Y para terminar con este trabajo, que ya está bastante extenso,


quiero poner un último ejemplo que encontré en el libro El Mes de
Noviembre en Sufragio de las Benditas almas del Purgatorio, de Fran-
cisco Vitali, acerca del dichoso fin de una persona que pasó su vida
sufragando por las pobres almas. Bueno, me despido y les recuerdo
que Dios acepta todo lo que con amor se ofrece en favor de todos sus
hijos, y en especial por aquellos encerrados en la cárcel del Purgato-
rio. Asistamos a Misas en favor de ellas, ofrezcámosles la Sagrada
Comunión, el Santo Rosario, La Coronilla de la Misericordia, El Via-
crucis, las indulgencias, obras de caridad, etc... Y también mortifica-
ciones y el vencimiento de nuestra voluntad. Y todo esto por medio
de nuestra Madre Santísima. Ahora sí... me despido, y que el Señor
y Nuestra Madre les bendiga.

Enorme dicha a la hora de la muerte

El último trance de la muerte es el tiempo más peligroso para


el cristiano, porque en aquel momento los enemigos infernales
concurren para perderlo. Un personaje que había pasado sus
años en la práctica de las virtudes, especialmente en la de la ca-
ridad para con las almas del Purgatorio, se vio horriblemente
asaltado a la hora de la muerte por el monstruo infernal, pues el
demonio sabía muy bien que ya no tendría más oportunidades
de llevarse su alma. Parecía que todo el abismo se había desen-
cadenado contra aquel pobre, y lo asaltaba y estrechaba por to-
das partes. Fuerte resistencia oponía el moribundo, que sudaba
y se afligía más por las angustias del ánimo que por la muerte
del cuerpo. Lo que tenía a su favor era que con los muchos su-
fragios hechos en vida había enviado del Purgatorio al Cielo un
crecido número de almas, las cuales, viendo a su bienhechor en
tanto apuro, no sólo pidieron al Altísimo que le concediese una
muy abundante lluvia de gracias para hacerlo triunfar, sino que
alcanzaron también el poderle socorrer y asistir con su presencia

377
EXPERIENCIAS CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

y eficacia en aquel decisivo momento. Y descendiendo al ins-


tante desde el Cielo como valerosos guerreros, algunas se arro-
jaron contra aquel infernal enemigo para ahuyentarlo, otras ro-
dearon el lecho del moribundo para defenderlo, y otras, final-
mente, se dirigieron a él de la misma manera para confortarlo.
Entonces, exhalando él del pecho un profundo suspiro, y lleno
de una inexplicable confianza: «¿Quiénes sois vosotras», les dijo,
«que así me socorren?» «Nosotras somos», respondieron ellas,
«moradoras del Cielo hechas felices por tus sufragios, y hemos
venido aquí para pagarte por tu piedad y conducirte de la
muerte a la vida, del combate al triunfo, de este lugar de angus-
tias a la posesión de la eterna felicidad». Sonrió el enfermo a tan
dichoso anuncio y, más sobresaltado de alegría que de abati-
miento, cerró los ojos a la luz del día respirando su semblante
un aire suavísimo y celestial.

Su alma, cándida como una paloma, presentándose al Divino


Juez, halló tantos protectores y abogados cuantos eran aquellos
celestiales espíritus que lo acompañaban; de modo que decla-
rada digna de la gloria eterna, entró a ella como en triunfo en
medio de las bendiciones de aquellas agradecidas almas, que no
sabían saciarse de ensalzar su piedad. Una cosa semejante suce-
derá con nosotros, si la perseverancia y el empeño de sufragar a
las almas del Purgatorio duran en nosotros hasta la muerte.

Fin

378
TABLA DE CONTENIDO

PRIMERA PARTE ...................................................................................... 7


PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN .................................................... 9
DEL PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN ............................................ 11
INTRODUCCIÓN ................................................................................ 13
¿Pueden aparecerse las almas de las personas que están en el
otro mundo? ................................................................................. 13
¿Si las almas son espíritus, cómo es posible que se les pueda ver?
...................................................................................................... 17
¿Cómo sufren las almas del Purgatorio? ...................................... 19
¿Almas con figura de animal? ....................................................... 27
¿Qué hemos de pensar de estos apuntes y de todas las
apariciones? .................................................................................. 30
SEGUNDA PARTE................................................................................... 43
PRÓLOGO .......................................................................................... 45
Eugenia, descendiente de una vieja dinastía alemana ................. 46
Visita al castillo de Unterdiessen .................................................. 47
Pío XII, íntimo amigo de la familia von der Leyen......................... 49
Hitler prohíbe la publicación del Diario ........................................ 49
La iglesia del pueblo de Waal ....................................................... 50
Visita al castillo de Waal ............................................................... 51
La familia von der Leyen ............................................................... 52

381
La dificultad de tener que llevar una doble vida .......................... 53
Recuerdos de una anciana del pueblo .......................................... 53
Santa Catalina de Génova ............................................................. 54
Tres hermanas en el espíritu ........................................................ 55
El Maestro del lago de Constanza................................................. 56
Opinión del Cardenal Luciani sobre las revelaciones privadas ..... 58
El Diario tiene una tarea y misión que cumplir ............................ 59
La enorme ganancia de la salvación de parte de Dios .................. 60
PREÁMBULO ..................................................................................... 63
Para Eugenia von der Leyen no existían muros ............................ 63
Un gozo inimaginable me arrebata... ........................................... 65
TERCERA PARTE .................................................................................... 67
DIARIO DE EUGENIA VON DER LEYEN ............................................... 69
1921 .............................................................................................. 69
La Religiosa ................................................................................... 69
El Párroco Schmuttermeier .......................................................... 72
1922 .............................................................................................. 72
La condesa María Schönborn ....................................................... 72
Los once ........................................................................................ 74
1923 .............................................................................................. 75
Bárbara y Tomás ........................................................................... 75
La antigua cocinera y la mamá que mató a su bebé .................... 76
¡Sacrílego! ..................................................................................... 78
Tenemos que venir ....................................................................... 78
¡Tenemos que sufrir; hemos calumniado!.................................... 80

382
La mujer en el gallinero ................................................................ 83
Cerca de la liberación ................................................................... 84
Fritz, el pastor asesinado .............................................................. 85
En el abandono ............................................................................. 91
¡Soy feliz! ...................................................................................... 93
Un caballero con su armadura...................................................... 94
Dos hermanas que dieron escándalo ........................................... 96
Tía María Sch... ............................................................................. 97
Edelgunda, la madre asesina ........................................................ 98
Fui demasiado mundana ............................................................ 100
Catalina ....................................................................................... 102
Yo hacía que las personas se pelearan ....................................... 107
Catalina, muerta en 1680 ........................................................... 109
Heinz se pone violento ............................................................... 111
¿Podrías contarme algo del más allá? ........................................ 114
El Monstruo ................................................................................ 117
Nosotros vagamos en la oscuridad ............................................. 120
1924 ............................................................................................ 124
¡El tormento cesa, el castigo no! ................................................ 125
El «Pobrecito» se da a conocer................................................... 127
¿Cuándo moriré? ........................................................................ 136
Reinaldo ...................................................................................... 137
Hermengarda ayuda a rezar ....................................................... 144
Aparece el consejero Fridolino Weiss......................................... 147
Viene el Dr. G... ........................................................................... 149

383
Viví inútilmente........................................................................... 151
La vieja trapera ........................................................................... 152
¡Sé generosa! .............................................................................. 153
¡Cumplió su promesa! ................................................................ 158
¡Ni en Múnich hay descanso! ..................................................... 162
Aparece el Padre O..., el profesor de religión............................. 163
1925 ............................................................................................ 164
El orgullo espiritual me ha alejado de los demás ....................... 165
El asesino de un niño visto por un niño ...................................... 168
Aparece el Párroco Natterer ....................................................... 170
Juan ............................................................................................. 172
El pobre Martín ........................................................................... 175
¡Soy la culpa no expiada! ............................................................ 179
Un Sacerdote Dominico .............................................................. 181
Los momentos inmediatamente después de la muerte ............. 183
No puedes comprender lo que es la Justicia divina.................... 183
¿Sabes cuándo moriré? .............................................................. 186
El simio es Egolf von R... ............................................................. 191
1926 ............................................................................................ 195
Gisela G... .................................................................................... 195
Una Religiosa con figura de serpiente ........................................ 196
La figura de serpiente, imagen de vida....................................... 201
¡Eternidad de lo eterno! ............................................................. 203
Un conocido en el abismo .......................................................... 204
Eleonor........................................................................................ 208

384
Nicolás......................................................................................... 212
La Sra. W... .................................................................................. 215
1927 ............................................................................................ 215
Betty............................................................................................ 216
N..., el jardinero .......................................................................... 217
Cecilia .......................................................................................... 218
¡Una amiga en espera de la recompensa! .................................. 219
Millares de almas ........................................................................ 220
El 9 de agosto.............................................................................. 221
Juan ............................................................................................. 222
Una anciana sentada en mi escritorio ........................................ 223
1928 ............................................................................................ 225
Un testimonio ............................................................................. 225
La madre del Párroco Sebastián Wieser ..................................... 225
CUARTA PARTE ................................................................................... 227
EVALUACIÓN ................................................................................... 229
La entrada en la eternidad.......................................................... 230
En el Purgatorio .......................................................................... 239
Ayuda para las pobres almas ...................................................... 256
Las apariciones de almas del Purgatorio .................................... 286
EPÍLOGO.......................................................................................... 309
ANEXOS ............................................................................................... 311
Admirable revelación acerca del Purgatorio y sus diferentes
grados. Muy digna de leerse....................................................... 313

385
Visión del juicio de un alma contra la que el demonio opone
gravísimas acusaciones; la Virgen María la defiende, y habiéndole
alcanzado amor de Dios en el último instante de la vida, la salva
pero con gravísima pena en el Purgatorio. Léase con detención,
que es de mucha doctrina y de grande enseñanza. ................... 321
Continúa la admirable revelación precedente. Dios glorifica el
alma que se le había presentado en juicio, y se da una idea breve
pero altísima de la inmensa gloria de los Santos........................ 333
S. María Magdalena de Pazzi visita el Purgatorio ....................... 334
Santa Liduvina y las almas del Purgatorio .................................. 338
Una señal del Purgatorio ............................................................ 341
No solamente escucha el Señor los ruegos de los que le temen,
sino que también se acomoda a la voluntad de ellos................. 345
La Sra. de Brault ve a la señorita L. en el Purgatorio. Participa de
sus sufrimientos. ......................................................................... 349
Ve a una Religiosa en el Purgatorio ............................................ 352
Extraña aparición de una Religiosa en el Purgatorio .................. 354
Tormentos de un Sacerdote en el Purgatorio. El amor de la Sra. de
Brault a Nuestro Señor. .............................................................. 355
La heroica caridad de la Sra. de Brault. Rescate del Sacerdote .. 357
El Rosario es una ayuda eficaz para las pobres almas ................ 359
El gran amor de Inés de Benigánim para con las pobres almas . 360
Las almas la ayudaban visiblemente en sus labores del Convento
.................................................................................................... 368
Amelia, la joven de Fátima ......................................................... 371
Gravedad del pecado, necesidad de la oración y misericordia
divina .......................................................................................... 373
Enorme dicha a la hora de la muerte ......................................... 377

386
Palabras del Padre Sergio Ochomogo en el Día de los Difuntos 391
Otras enseñanzas del Padre Sergio Hernández Ochomogo ....... 393

387
Eugenia: «¿No hay nadie más que pueda ayudarte?»
Hermengarda: «Todos pasan de largo»

Eugenia: «¿Qué debo hacer por ti?»


Él: «¡Todo lo que puedas! ¡Sufro mucho!»
Palabras del Padre Sergio Ochomogo en el Día de los Difuntos

LUNES 2 DE NOVIEMBRE DEL 2015. DÍA DE LAS BENDI-


TAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO. Feliz día mis queridos herma-
nos. Volvamos los ojos hacia nuestros hermanos difuntos quienes go-
zarán hoy del fervor de nuestras oraciones. Muchísimos de ellos ten-
drán la dicha de salir del Purgatorio para contemplar el rostro del
Señor cara a cara. El Purgatorio es un misterio que es difícil de captar.
En mi experiencia de exorcista muchísimas veces me he encontrado
con almas del Purgatorio que hablan a través de las personas por las
que he tenido que orar. Dan su nombre y piden ayuda. Piden sobre
todos misas, ayunos, obras de caridad hechas en su nombre, Rosarios,
Viacrucis. Nos conviene orar por ellos ya que la familia somos todos:
los ancestros y los presentes. Mientras más ayudemos a los difuntos,
especialmente a los de nuestra familia, más gracias recibiremos por la
intercesión de ellos. Las almas del Purgatorio no pueden pedir nada
para ellas pero sí para nosotros. De todas maneras cuando muramos
lo más probable es que pasemos un tiempo de purificación para libe-
rarnos de todo lo que nos impide ver a Dios cara a cara.

MARTES 3 DE NOVIEMBRE DEL 2015. Queridos hermanos.


Feliz día y grandes bendiciones. Ayer varios de Uds. quedaron muy
interesados en el tema de las benditas ánimas del Purgatorio. Voy a
tratar de completar lo que dijimos ayer. Nos hemos olvidado de orar
por las almas de los difuntos. En el ministerio que estoy ejerciendo,
la gran queja de las almas es que: las hemos olvidado. No oramos por
ellas. Ya no se ora por los difuntos. Se ora poco. Un alma decía: “me
han olvidado, mis hijos no oran por mí”. Debemos renovarnos y dejar
de lado las ideas protestantes de que el Purgatorio no existe. Es una
gran falta de amor olvidar a los difuntos. A veces pregunto: ¿Cuánto
tiempo tienes en el Purgatorio? —Morí hace trescientos años. Una
Monjita: —Morí en 1882. Un Sacerdote: —Morí en 1847. Un Obispo:
morí en 1480. Muchas gentes cometen un error al decir: se murió

391
fulanito. ¡Qué dichoso, ya está gozando de Dios! Y así se justifica la
inercia en la oración por los difuntos y el olvido de las almas de los
muertos. Conozco una persona que tiene el don de ver a los difuntos.
Cada noche llegan a su cuarto. La despiertan y le dicen sus nombres.
Piden oración. Tengo una lista de muchísimos nombres de esas al-
mas. Entre esas almas un buen número son parientes míos. Esa per-
sona no conoce nada de mi familia, sin embargo me dice exactamente
los nombres y apellidos y hasta la fecha en que murieron. El amor de
Dios llega a los difuntos cuando oramos por ellos y continúa con esos
hermanos su obra de iluminación y sanación. El Purgatorio es eso:
sanación espiritual, liberación del pecado, iluminación de las almas,
purificación de las manchas de los pecados. La Virgen pide ayuno
por las almas del Purgatorio. Pide que los lunes ayunemos a pan y
agua por ellas y promete responder a nuestro sacrificio liberándolas.
Nuestra Señora dice que se puede comer todo el pan que se quiera y
el agua; tomar vitaminas, si es necesario. Se puede terminar a las seis
de la tarde. En Medjugorje la Virgen pide que el ayuno sea todo el
día, las 24 horas a pan y agua. Cada uno debe ser libre al escoger el
modo de ayunar porque lo más importante es la entrega de nuestro
corazón. No ayunamos por ayunar. Ayunamos porque amamos y sa-
bemos que esa penitencia es agradable al Señor y repara los pecados
de los difuntos. La Virgen pide "reparación" por los pecados nuestros
y de nuestros antepasados. El pecado se purifica en esta vida o en la
otra. Por eso debemos hacer ya desde ahora penitencia y aceptar las
que Dios nos envía para no tener que pasar largo tiempo en el Purga-
torio. Lo que más anhelas las almas es la Misa, el Rosario, las obras
de misericordia hechas en su nombre, el Viacrucis. Seamos caritativos
con nuestros difuntos.

392
Otras enseñanzas del Padre Sergio Hernández Ochomogo

12 DE FEBRERO DEL 2015 ¡Hola! Muy buenos días mis queri-


dos hermanos, reciban Uds. mis cordiales saludos y abundantes ben-
diciones del Señor. Continúo compartiendo con Uds. mis reflexiones
sobre el Diario Espiritual de Isabel Kindelmann. Estoy en el párrafo
del 10 de abril de 1962 en el acápite titulado ORDEN DEL DÍA.
Jesús, como Director Espiritual de Isabel va a darle unos puntos de
referencia muy importantes que le ayuden a centrar su oración y ac-
tividad espiritual diaria. A cada día de la semana le dará un motivo
particular de oración. Lunes: DÍA DE LAS ÁNIMAS. Martes: LA
FAMILIA. Miércoles: LAS VOCACIONES SACERDOTALES. Jue-
ves: REPARACIÓN Al SANTÍSIMO SACRAMENTO. Viernes: LA
PASIÓN. Sábado: DÍA DE NUESTRA MADRE. El Domingo Jesús
no pone ningún programa. Lo que el Señor hace con Isabel es muy
importante. Le ayuda a evitar la dispersión en la vida espiritual. Le
señala temas de gran importancia para que se centre en ellos y dirija
hacia un objetivo concreto su oración. Primeramente las ALMAS
DEL PURGATORIO. "Cada movimiento tuyo esté marcado con el
deseo de querer ayudarlas". La preocupación de Jesús es que las al-
mas puedan llegar cuanto antes a contemplar su Rostro. Pide que
Isabel ayune de manera estricta (a pan y agua todo el día) y que ore
intensamente por ellas una parte de la noche. "Quien ayuna a pan y
agua el lunes, librará cada vez un alma sacerdotal del lugar del sufri-
miento". Además, quien practica ese ayuno recibirá la gracia de ser
liberado del lugar de las penas antes de los ocho días de su muerte".
“Eso mismo lo pide Nuestra Madre. Ella apelando a su Llama de
Amor me obliga a esto". Se trata de palabras muy importantes para
todos. El Purgatorio existe. Es un lugar o un misterioso estado de
purificación y sufrimiento. Jesús quiere que las almas puedan salir lo
más pronto posible del lugar de purificación para que vayan a gozar
de su intimidad contemplando su Santísimo Rostro. Tanto el Infierno
como el Purgatorio son consecuencia del pecado y de la infinita mi-
sericordia de Dios. El Purgatorio es fruto de la misericordia del Padre

393
Celestial. En mi experiencia de exorcista he tenido mucho contacto
con las almas del Purgatorio. Créanme que es impresionantísimo.
Desde entonces oro constantemente por ellas. Lo que les comunico
lo hago con toda sencillez y humildad porque creo que es importante
que nosotros renovemos nuestro amor por ellas. Me dirán: ¿Y Ud. ve
a las almas del Purgatorio? No, nunca he visto con mis ojos a las almas
del Purgatorio durante los exorcismos. Solamente las oigo hablar
cuando emergen de las personas afectadas por entes maléficos o du-
rante las oraciones que hacemos por personas que sufren. En el
equipo de liberación con el que trabajo hay personas a quienes el
Señor les ha dado el carisma de ver y escuchar a las almas del Purga-
torio. Todo esto es muy misterioso. Yo no logro comprender muchas
cosas. Mi interés es transmitirles a Uds. varias ideas que puedan ayu-
darles a mejorar su percepción sobre lo que está más allá de la muerte
y sobre todo a AMAR GRANDEMENTE A LOS DIFUNTOS. A mi
manera de ver hay que erradicar la creencia de que las almas cuando
mueren "ya están gozando de Dios". Se les hace su novenario de mi-
sas y "ya cumplimos"; al año su otra misa, y santas pascuas. Ya está
en el Cielo. Todo eso es falso. Cuantas veces oigo decir: "pobrecito,
sufrió tanto antes de morir; ahora ya está descansando, contemplando
a Dios". No y No y No. Muy pocas almas van directamente al Cielo.
La inmensa mayoría entra en un estado de purificación propio que se
caracteriza por grandes sufrimientos. Oscuridad, soledad, tristeza, do-
lor infinito en el alma. Y pasan largos años, muchos años en ese es-
tado. Piden oraciones: Misas, Rosarios, Viacrucis. Yo tengo una larga
lista de personas que han dado su nombre, apellido, año en que mu-
rieron, han dicho sus pecados, han pedido cosas, han pedido que les
perdone sus pecados. La inmensa mayoría de los que vienen a mí son
mis parientes difuntos, porque yo los llamo y les digo vengan donde
mí para ayudarles. La inmensa mayoría yo no los conocía. He tenido
que ir a buscarlos a los árboles genealógicos y allí los he encontrado.
Exactamente como ellos lo dicen. Nombres y apellidos exactos. Edad,
fecha de muerte, circunstancias de la muerte exactas. Yo me quedo

394
"helado". Todos se presentan llorando, llorando, llorando. Ellos sola-
mente hablan lo que Dios les permite decir. Yo no les pregunto más
que lo mínimo para verificar si no se trata de un engaño diabólico. El
demonio no pide perdón, no se confiesa, no reconoce sus pecados,
no ora, no es humilde, no reconoce a Jesucristo como a su Señor y su
Dios. Otra cosa que he descubierto y que no comprendo es que las
almas se meten en nuestro cuerpo. Las personas que tienen el carisma
de ver almas, me dicen: El Sr. fulano de tal, dice que se llama así, lo
tiene Ud. en su espalda y lo está abrazando. Fulano de tal lo veo en
su pecho. Necesita tres misas y un rosario. Mengana de tal está en su
cabeza, etc. etc. Veo a un esposo difunto que tiene abrazada a su
esposa por la espalda y sus brazos apretaban el pecho de ella. Yo le
dije: fulano, es bueno que te vayas hacia Jesús y dejes a tu mujer. Me
respondió: Yo no me quiero ir. Yo quiero quedarme aquí con ella
para protegerla. A ese anciano yo lo había confesado antes de que
muriera hace como veinticinco años. Le había dado la absolución y
los últimos sacramentos. Y estaba en su esposa y no se quería ir. Al
irse me pidió que protegiera a su ancianita esposa. Tuve que emplear
un largo razonamiento con él para ayudarlo a desprenderse de su
mujer. Dijo que estaba en el Purgatorio por haber sido infiel a su
esposa. Tuve que ponerlo en tres y dos: "¿Con quién vas a estar me-
jor, con Jesús o con tu esposa". Y dijo: "Con Jesús". Lo tomé de la
mano y le dije una vez más: "Te perdono tus pecados. Ahora vete,
vete, vete en paz". Y fue saliendo suavemente por la boca de la per-
sona instrumento. Yo creo que Dios permite a estas almas manifes-
tarse así para que oremos intensamente por ellas. Las almas del Pur-
gatorio son prioridad para la Iglesia. Deben ser prioridad para todos
nosotros. El ayuno estricto, los sacrificios, las limosnas, las buenas
obras, las oraciones y sobre todo las misas y comuniones ofrecidas
por los difuntos les ayudan enormemente. Siempre piden misas. El
protestantismo ha hecho un daño inmenso a las almas del Purgatorio.
Los pastores evangélicos enseñan que no hay Purgatorio. Eso es un

395
gravísimo error. Han echado a la basura las indulgencias, cuando és-
tas son un inmenso auxilio para los difuntos. Hay almas de pastores
evangélicos que aparecen durante las oraciones de exorcismos y siem-
pre lloran y piden perdón por haber enseñado errores. Recordemos
que esas almas por las que oramos nos ayudan. Ellas no pueden ob-
tener nada para ellas mismas, pero sí pueden interceder por nosotros.
En consecuencia debemos evitar hasta el más mínimo pecado para
no manchar el alma y no "ganar" Purgatorio. Debemos hacer muchas
obras de caridad para disminuir nuestra deuda para la otra vida.
Aprovechemos para ganar el mayor número de indulgencias, parcia-
les y plenarias.

(Estas palabras del Padre Sergio Hernández las he transcrito a úl-


tima hora, cuando ya estoy a punto de imprimir el libro, y lo hago
para que no se pierdan, porque me parecen de mucha enseñanza)

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Soy, igualmente, la Madre de todos los que están en el Purgatorio,
porque siempre estoy mitigando, en cierto modo, todas las penas
que aquellas almas padecen para purgar sus pecados; pues es vo-
luntad de Dios, que por mis ruegos se disminuyan varias de aquellas
penas, que se deben en rigor de justicia divina.

(Animadoras palabras de Nuestra Señora a S. Brígida)

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