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Ricardo Rodulfo El psicoanalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6én del psicoandlisis tradicional Bs, Ricardo Rodulfo El psicoandalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6n del psicoandlisis tradicional Rodulfo, Ricardo El psiconandlisis de nuevo. - 1a ed. 2a reimp. - Buenos Aires : Eudeba, 2008. | 288 p. ; 23x16 cm. - (Teoria e investigacién) ISBN 978-950-23-1814-6 | 1. Psicoandllisis. I. Titulo | CDD 150.195 | Eudeba Universidad de Buenos Aires ¥ edicién: julio de 2008. ¥* edicién, 2° reimpresién: agosto de 2008 © 2004 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economia Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires ‘Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar Disefio de tapa: Silvina Simondet Disefio de interior: Félix C. Lucas Correecién de estilo: Laura Gonzdlez Impreso en Argentina. Hecho el depésito que establece la ley 11.723 amrocor, NO Se permite la reproduccidn total o parcial de este libro, ni su SARAPGteS almacenamiento en un sistema informético, ni su transmisién en cualquier q forma porcualquier medio, electrénico, mecdnico, forocopia wotros métodos, sin el permiso previo del editor. Indice AAGRADECIMIENTOS ... PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO .. PRIMERA PARTE: CLINICA Y¥ TEORIA GENERAL Carituto T Serie y suplemento ... Cariruto IL Desadultorizaciones. Un pequefie estudio Capiruto II La bolsa de los gatos .. BL CapiruLo IV Algunos pasos en la cura psicoanalitica de nifos autistas. Un informe clinico . Capiruto V La escritura deshojada. (Tres piezas breves.)...= Cariruto VI . El juego del humor .. Carituo VIL Si todo significante lo es del superYo, entonces: (Proposiciones para la formacién del cardcter en la nifiez y adolescencia) .. Capituto VILL El psicoandlisis y los laberintos de lo real... SEGUNDA PARTE: DE ADOLESCENCIAS Capiruto IX Un nuevo acto psiquico: la inscripcién o la eseritura del nosotros en la adolescencia ... ~ 115 CapiruLo X Espejos en el agua (escenas para un estado actual de la cuestién)... 125. CapiruLo XT 7 La multiplicacin y multiplicidad de paradojas en la adolescencia .. Cariruvo XIT EI territorio de las fobias alimentarias Captruto XIII Del cuerpo espectral ... 147 Caviruto XIV El segundo deambulador ... 159 ‘TERCERA PARTE: DECONSTRUCCIONES ” Carituto XV Mitopoliticas HI: Se quema la comida... 115 * CapituLo XVI Mitopoliticas ILI: La linea y el cuerpo... Cariruto XVIL Andlisis pertinente e impertinente .. CapiruLo XVIII El duelo del padre. Proposiciones para una deconstruccién necesaria ... 223 CapiruLo XIX El segundo adulto.... CapiruLo XX Amor y transferencia de mujer .. ‘Tuto XXL La deconstruccién del (complejo de) Edi; CariruLo XXIL Psicoandlisis de nifios: un regreso al futuro... Cariruio XXII De vuelta por Winnicott. Para un estudio sobre la inercia’ de los principios del Psicoandlisis .... a 275, CapiruLo XXIV Espejos contaminados. Elementos para una deconstruccién necesaria . CapituLo XXV El estudio del juego del niio y el porvenir del psicoandlisis. Un ensayo de deconstruccién .... Cariru.o XXVI Los nifios del psicoandlisis y la necesidad de una revisidg de su estatuto ... Agradecimientos En estos tiltimos aiios, gracias a Cristina Lattari, el encuentro con la obra de Zeltjko Loparic, de Sao Paulo, proporcioné a mi trabejo con Winnicott el aliento de una confluencia original e independiente, en su caso ligado a la filosofia de Heidegger. Dentro de ese mismo campo, mi “hermano alemén”, el profesor Eckart Leiser, ha cumplido con la fun- cién, entre tantas otras, de obligarme a volver a mis textos concedién- doles un estatuto, precisamente, de tales. Su critica lectura me puso en serie con los Lefort, Sami-Ali y otros. Por su parte, Jessica Benjamin, la persona y la escritora, revolvié profundamente mis puntos de vista acerca de la constitueién de la vida sexual humana. También desde la ciudad de Sao Paulo, Lia Pitliuk me enriquecié con un intercambio profundo en los margenes del psicoandlisis tradicio- nal. En el trabajo de todos los dfas mis compaiieros de las catedras de Clinicas de Nifios y Adolescentes y de Psicopatologia Infanto-Juvenil, asi como del posgrado sobre la misma delimitacién tematica, me apor- iaron esa trama imperceptible que a veces preferimos reprimir en nom- bre de la autoridad del autor. “Arbitrariamente”, tendria que seleccio- nar los nombres de Ménica Rodriguez, Fabiana Tomei, Juan Carlos Fernandez, Tencha de Sagastiz4bal, Adriana Franco y Paul Yorston, por diversos encuentros, lealtades, persistencias-y-efectos-de-disemina- cin. También Marili Pelento y Vicente Galli, en distintos momentos y formas, me transmitieron confianza en el sentido del camino que -sin saber adénde va~ vengo siguiendo. Silvia Goicoa y Georgina Redulfo lidiaron, no sin paciencia, con mi apego a seguir escribiendo a mano; Ursula Rodulfo, por su parte, estu- vo a mi lado trabajando en la reconstruccién de textos un poco abando- nados en el tiempo. Y a Marisa Rodulfo, esposa y copine 0 copine y esposa. {Quién sabe? Preludio sobre lo efimero Dicese que, pasado un tiempo, papers diversos, articulos publicados en revistas estables o fugaces (sin contar las exposiciones escritas inédi- tas, que no encontraron esa oportunidad) se pierden o se olvidan, segin la ley del fulminante envejecimiento de los productos medidticos. Es cierto, claro, pero no basta para legitimar un acto de publicacién, que podria ser sdlo un rejunde, la unidad engafiosa de una pura dispersion. El que firma, entonces, debe poder comprobar que un libro se forma mas alld de sus intenciones. La sinuosidad de una trayectoria es otra cosa que la yuxtaposicién temitica 0 cronolégica: pone en juego insis- tencias de repeticién, dbsesiones personales, Ia persecucién de un mo- tivo que ronda y asedia espectralmente, la demolicién deliberada de careasas teéricas que vegetan gracias a la inercia de las instituciones humanas (las psicoanaliticas, en este caso), todo lo que a fin de cuentas cuando uno se detiene a sacar las cuentas— urde una trama de hilos cuyo anudamiento no es arbitrario. Entonces vemos los articulos con- vertirse en capitulos, se reescriben péginas enteras més allé de les “correceiones” formales o “literarias”, espontaneamente -con ese cal- culo del_azar— se delimitan territorios tematicos componiendo partes o secciones del libro. Ultimo en aparecer, el titulo inscribe la existencia de este nuevo singular viviente. Que el nombre de Derrida circule por estas paginas con notoria habitualidad no es, por cierto, una mere referencia bibliografica. Las habita en la medida en que, desde hace muchos afios, “mi” practica como psiconalista se desarrolla en el seno de un cruce de su obra con la del psicoandlisis, y con la de Freud muy en particular. Este encuentro se produce en el mismo pensamiento de Derrida; yo lo tomé como pun- to de partida. Quiza sea util, entonces, que precise con algtin detalle qué me inspi- 16, en qué me ayud6, injertar —término caro a Derrida y, por otra parte, no menos capital para la comprensién del modo psicoanalitico de pen- sar: el psicoandlisis es mucho menos un sistema tedrico homogéneo y li icoandlisis de nuevo ado que un montaje de injertos, un collage o un bricolage heterécli- la subjetividac que describe funciona de esa misma manera- Derrida | psicoandlisis. Después de todo, soy un profesor, ¥ mi trato con diantes v colegas jévenes me predispone a creerlo asi. Cuando sé a frecuentar sus textos, a fines de la década del setenta (vale +, cuando aquéllos Hevaban un curse de poco mas de diez afios), el vandilisis local, en lo que podria llamarse su vanguardia —su traba- : acabar con cierta ingenuidad tedrica propia de la entonces tnica tucién oficial legitima su derecho a ese nombre-, se habia endure- tras una década de confrontacién con una nueva “ortodoxia” cturalista 0 con una ortodoxia “estructuralista” no me animo a pre- lo-; todos y cada uno de cuyos motives dominantes yo encontrar‘ spésito de los mas diversos temas y no sélo referido al psicoandlisis © también-, desmontados, desensamblados, disueltos, janalizados!" 21 filésofo no exactamente fildsofo francés, no exactamente francés. en yo habia tenido la buena fortuna de familiarizarme con el pensa- ito estructural con la lectura de Claude Lévi-Strauss y no con la de livulgaciones psicoanaliticas —en cuya notable superficialidad y arismo el riguroso andlisis estructural de aquél se volvia -ucturalismo”, recitado de consignas-, el primer punto de apoyo en ‘ida fue, para mf, tomar cierta distancia, guardar cierta reserva ecto a todo lo que girara en derredor de ese significante, la estruc- (que, como tal, generara tantos recelos en Lévi-Strauss, mismo). como en el ABC del pensamiento de Derrida se encuentra ense- a una deconstruccién de las oposiciones binarias, un trabajo de des- siasmo con su gracia mecdnica, pude hacerlo sin perder mi rela- personal con la obra de Jacques Lacan. Con menos suerte que la otros colegas, tanto de mi generacién como mas jévenes, se hicie- no sin virulencia=“antilacanianos”, izando-el significante “histo- para contraponerlo a “estructura” (Derrida ensefia a ver en ambas itricas opciones metafisicas en una complicidad de fondo demostra- sor el mismo juego de su alternancia): mas all de esto, aprendi a der a ese punto del psicoandlisis en el que las oposiciones binarias conforman el armazén de las teorfas (con la excepeién de Winnicott) ?reud, en Klein, en Lacan y en tantos otros dejan de gobernar el o psicoanalitico de pensar y de leer los fenémenos que caen dentro ora primera parte del volumen de Jacques Derrida, Resistencias del psicoandili- 3uenos Aires, Paidés, 1997. PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO de su campo. Nunca se podria agradecer lo bastante, ni exagerar los efectos, lo que significa, para el que trabaja con los pensamientos, libe- rarse -esta palabra debe recuperarse aqui en teda su frescura, en todo su alivio— de las oposiciones binarias, atravesarlas en lugar de tenerlas como estacién ultima de Negada. Me parece de capital importancia el tener en cuenta que estos proce- sos no se desarrollaron en alguna remota galaxia te6rica (en el sentido tradicional, pre-psicoanalitico, pre-existencial y pre-devonstructivo de “teoria”); inmediatamente, comenzaron a incidir en mi trabajo elinico, mordiendo el lugar donde un analista amasa y cocina sus interpretacio- nes, sus construcciones, sus hipétesis diagnésticas. Ni qué hablar de la perspectiva psicopatolégica: la seguridad de una oposicién como la que se estructura entre “neurosis” y “psicosis”, para ir a un cliché tipico, no encontrarfa condiciones présperas en un pensamiento que confia muy poco en’ él orden binario, en su ldgica falica. Precisamente, todo el minucioso desarmado que Derrida hace de lo que “freudianamente” llama falogocentrismo —coalescencia del logocentrismo de la cultura occidental, logocentrismo que le es muy propio, muy especifico de ella,” con el falocentrismo que esta cultura comparte con {todas? las otras, “armonia preestablecida”, dirfase, en- tre estas dos corrientes predestinadas a conjuntarse y cuyo paradigma psicoanalitico Derrida ve en Lacan— gqué efectos y suseitaciones y nue- vos empujes de pensamiento no podia menos que acarrear en un psi- coanalista que, ademds, acostumbra trabajar con nities, debiendo en- tonces familiarizarse con juegos y dibujos y con niiios de condicién tal (“grave” en el campo semiolégico un poco esquematico de nuestra psicopatologia) que no puede uno esperar mucho de lo que digan, y menos atin de asociaciones verbales? A cada paso que traté de dar, la obra de Derrida-me fue abriendo puertas. (Otro tanto-cabe decir-deta concepcién psicoanalitica dominante respecto a la sexualidad femeni- na: como varios otros colegas, ilustres colegas a veces, en la historia del psicoandlisis, yo no me sentia conforme con ella ni bregaba por una subjetividad acorde a ella, pero fue la textualidad deconstructiva la que me procuré elementos para desmarcarme irreversiblemente de la im- pronta fiilica freudiana sin que eso supusiera —éste es otro gran alcance del pensamiento deconstructivo— arrojarla por la ventana, declararla 2. Ver Clande Lévi-Strauss, Antropologia estructural, Tomo I, Buenos Aires, Eudeba, 1967. 13 icoandlisis de nuevo illamente falsa procediendo a alguna nueva inversién metafisica- te acuiada.) i con Lacan aprendi que respiramos mito, si con Winnicott aprendi otar esos temblores imperceptibles con que un ser humano crece 0 que el manoteo de un jugar emerge,’ con Derrida la ensefianza més sal ha sido —pues atin no estoy seguro de cual habré sido- la de que nuestro pensar, desde el mas vulgar hasta el més especulativo, ta (esta tejido por) un enrejillado de procedencia metafisica donde intramos nombres indicadores como Platén, Aristételes, mds su sto con el pensamiento judeo-cristiano, mas su nueva emanacién ionalista” a partir del siglo XVI- al que es imposible sustraerse por ses” cuya ingenuidad de fondo el paso de andlisis del texto de Derrida 3 de relieve suave pero impiadosamente. Ninguna disciplina, cienti- ono, emerge fuera de él ni libre de él, muy particularmente cuando ina —caso del psicoandlisis, para Derrida no cabe duda de esto— con- e elementos y movimientos propios de su andar textual que exce- o desbordan aquel sistema metafisico, aquel “fondo representativo” ocando ese fértii giro de Aulagnier) que es y que proporciona la afisica occidental, en sf misma otro rasgo singular de nuestra cultu- Teniendo en cuenta que hoy esta cultura, por la via de los Estados dos, amenaza con una expansién globalizante con una capacidad aogeneizadora sin precedentes, aquel trasfondo metafisico, lejos de zuideces en bibliotecas filoséficas, cobra mas peso y més vida que ca, trabajando silenciosamente, por ejemplo, en las trivialidades lidticas pan nuestro de cada dia. A estas alturas, ya no me cabe duda que lo que Derrida tltimamente ha venido diagnosticando como re- encia del psicoandlisis de sf, también de enfermedad autoinmune, que no es sino la manifestacién —en la teoria, la practica y la ética de instituciones analiticas— del conflicto -ambiguo en su fisonomia, la dicotémico o no por mucho tiempo- en su seno més recéndito re lo nuevo que en el psicoandlisis nunca dejé de percibirse, por y diluido que estuviese y, como informan forma y contenido, iificantes y significados, el hecho mismo de su divisién asi, made in netafisica que es como nuestra “psicopatologia” y también nuestra tologia” de la vida cotidiana. Lo mejor de! psicoandlisis va y viene, ‘atiéndose sin por lo general advertirlo, en este conflicto. Por eso olveria a citar aqui D. Winnicott, La observacién de nifios en una situacién fifa, sitos de pediatria y psicoandlisis, Buenos aires, Paidés, 1998. | PRELUDIOSOBRE LO EFIMERO mismo cumple una funcién regresiva, reaccionaria, encubridora, mistificadora, toda declaracién-declamacién que hace de Freud un pa- dre y el nombre de un corte histérico 0 epistemoldgico, ilusiondndose con un antes y un después sin resto e impidiendo analizar —ironia para- dojica suplementaria— la composicién de los postulados y de los concep- tos analiticos, tanto como su genealogia, que suele deberle bien poco al “genio” de Freud o al “primer segundo” (Derrida) que seria para algu- nos Lacan. Pero permitaseme insistir con fines “pedagégicos” sebre un punto caro al psicoanalista por ser un elemento tan singular en su identidad: tratase de cémo la frecuentacién de los textos de Derrida inerementa precisamente la sensibilidad al detalle, la atencién hasta maniatica a lo singular, sin a cual nada de lo psicoanalitico existiria (aunque adoptase su vorabulario): esta potenciacién, sea en la lectura de materiales elfni- cos como en cualquier otra lectura, se explica seguramente por ser Derrida un pensador por excelencia de la singularidad, desviandose de la tradicién filoséfiea de lo universal que informé las nociones de la psicologia general pre-analitica. Por otra parte, se debe tener presente que su escritura, en lo que se conoce como estilo, inconfundible si las hay, es de lejos la escritura filosdfica mas inseminada por el psicoandli- sis y por el modo de escritura especificamente psicoanalitico que tiene su primera culminacién en La interpretacién de los suefios. Y no pienso sélo en los ensayos y en los libros de Derrida directamente consagrados al psicoandlisis, ni tampoco en cémo cualquier texto de Derrida siem- pre piensa con el psicoandlisis -segiin su feliz formula que desplaza el hablar de al hablar con-, pienso sobre todo en los procedimientos mas estilisticos y més técnicos de su escritura, en su arduo trabajo con (y a veces sobre) los signos de escritura mas irreductibles a lo fonético y al mito platénico de una escritura que sdlo duplicarfa-(mal)-la-voz:parén- tesis, comillas, guiones, polifonizacién o musicalizacién del espacio de la hoja, margenes, puestas en abismo (como notas de notas), diversos efectos de espaciamiento: todo esto puede conectarse con el primer tra- bajo emprendido por Freud levantando los “modos de representacién” del suefio, la “consideracién por la figurabilidad”, ete., asi como el lugar -inédito para un filésofo académico— concedido al doble sentido, al re- iruécano, al oximoron. Dirfamos que la escritura en Derrida hace su juego entre el proceso primario y el proceso secundario tal como el psicoanilisis los coneibe. (Amor por la escritura no siempre guardado por los psicoanalistas, demasiados de los cuales retrocedieron a una concepeién instrumental 15 psicoandlisis de nuevo 4s propia del paper cientifico, donde la escritura es un simple, y 2 enudo bombastico, medio para vehiculizar ideas o narraciones clini- s ya no tocadas por la vara de alguna gracia ficcional.) Toda la seccién delimitada por el titulo “Deconstrucciones” ~si se tiere, centro de gravedad de este libro~ procura un testimonio de lo ze acabo de contar; un testimonio del trabajo concreto, sobre temas 0 otivos puntuales, es decir, una prdctica psicoanalitica de la sconstruccién, no un citarla “por arriba” para ornamentacién bibliogré- va, En ese paso de cosas se inscribe otra facilitacién: lo que la practica seonstructiva me abrié en relacién a los textos de Winnicott, de los que, 1 venia inquieto por el casi nulo trabajo de lectura que el medio psicoa- alitico (0 el psicoanalista medio) se ha tomado con ellos. Derrida me ‘indé recursos y precauciones de método para penetrar en lo mas nue- > que hay en Winnicott, para detectar el manejo de puntos sensibles en 1 textualidad que desencajan (d)el psicoandlisis tradicional. Empezando por el postulado cero, el archi-postulado de la teoria eudiana —no siempre del pensamiento de Freud-, enunciado apenas : inieia el Proyecto de una psicologia con el nombre de principio de ercia: una vez que Freud retine las dos unidades significativas a las ae va a cefiirse, a autolimitarse: neuronas y eantidad, aquel principio ystulado plantea que la aspiracién basica de aquellas no es otra que ssembarazarse cuanto antes de toda la cantidad (si es) posible: Q = ro, escribe entonces Freud. No se trata de bajar el nivel displacentero que podria eualificar a aa sensacién, no se trata tampoco de librarse o de regular el exceso de mntidad: la cantidad en si misma es un exceso, la excitacién en si trae splacer (Freud “sabe” tan bien como cualquiera que “jesto no puede tr asi!”,’ pero su ciega lealtad a este postulado lo encamina ligadamente a mantener respecto de toda esta problematica una acti- id caracteristicamente renegatoria, en el mejor sentido del “ya lo sé, wre atin asi...” que consagrara Octave Mannoni. De este modo queda anteada, en el estrato mas de cimiento de la teorfa psicoanalitica, 4s avin, queda fijada, grabada a fuego en el fondo de toda direccién Grica posible y pertinente —al menos, en el horizonte clasico del psi- ‘andlisis, pero, gcudntos lo han verdaderamente sobrepasado?— una ala, muy mala relaci6n, una relacién de hostilidad radical con la “can- dad”, dicho de una manera mas precisa y conceptual, con la diferencia La exclamacién corresponde a las paginas finales de “Més alla...", en S. Freud, bras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2001. e PRELUDIO SOBRE LO-EFIMERO (de hecho, Freud esta siempre interesado en la diferencia de cantidad, por ejemplo, a propésito de un estado psiquico en relacién con otro). Largas consecuencias, atin para nada despejadas, se derivan de esta toma de posicién “originaria”, que tanto podria invocar referencias mecanicistas como al romanticismo filoséfico, en una de esa conjuncio- nes que hacen muy discutible tratar al psicoandlisis como un sistema terico en lugar de abrirse a lo que hay en él de injertos en injertos, suplementos que se agregan sin sustituir nada.” Mi idea es que, si no se desaloja de su ‘ugar a este archiprincipio mucho més radical que cualquier vuelta de Ja teoria de las pulsiones, es muy relativo lo que puede hacerse para una transformacién del psicoa- nélisis que lo cure de su propia resistencia y lo mantenga a la altura de eventuales metamorfosis subjetivas, lo mismo que para una problematizacién de su eficacia terapéutica nada desdefiable, aun apli- cando los parémetros mds convencionales 0 mds anaerénicos 0 mds rigidamente académicos de “curacién— con el objetivo de intensificarla. Es de relativa utilidad, por ejemplo, invocar los “nuevos paradigmas” si permanece intocado ese nticleo de inercia que en el pensamiento psi- coanalitico produce el principio de inercia. Incluso es bastante super- fluo “no creer” en la pulsién de muerte si uno va a suscribir sin mayor inquietud aquel. Mi trabajo deconstructivo tiene en él uno de sus blan- cos fundamentales. {Para proponer otro, nuevo, fundamento, acaso un principio de diféricidn, de diferencialidad? Pero, con Derrida, {la problematica de la diferencia no nos leva un paso mds alld, a, preguntarnos si es necesario ya poner un principio como fundamento, un principio en el principio? 5. Remito a “Orlas”, en Derrida, La verdad en pintura, Buenos Aires, Paidés, 2001. li Primera parte Clinica y teoria general Capitulolt Serie y suplemento* La disyuncién entre historia y estructura —que ha asolada de un modo muy particular al psicoandlisis entre nosotros en las tltimas décadas, especialmente en los pliegues de su prdctica~ responde, fundamental- mente (lo cual tiende a ocultarse bajo léxieos renovadores revoluciona- rios), a una escisién metafisica entre tantas otras existentes, teniendo en cuenta que [a escisién es el mecanismo por excelencia de la cultura occidental. El mito de la estructura es prometer variaciones de siempre Jo mismo, cin suplemento posible; el de la historia, un sentido que al fin se alcanzard o se revelaré, aun cuando este sentido resultase ser el del fin de la historia (sus entusiastas apenas parecen advertir el inmediato. deslizamiento del doble sentido, la ambigiiedad imborrable de todo fin). Refiriéndonos al psicoandlisis, no es ninguna casualidad que los avata- res del estructuralismo redujeran el complejo de Edipo, una formacién en principio compleja, a “el Edipo”, como esencia invariante ya sin me- diacién, sin el paso por el psiquismo de alguien que se mantenia en reserva escribiendo “el complejo de...”. No es lo mismo “tener” 0 “su- frir” el complejo de Edipo que ingresar 0 ser ingresado “al” Edipo, como no es lo mismo hablar de “la virtud” de los medicamentos que pensar una medicacién en un vinculo conflictivo con la subjetividad que debe metabolizarla. En cuanto a Ja ontologia volcada a un sentido de la histo- ria es todo un paradigma la nocién, tan vacia como idealizada, de genitalidad, cuyos estragos en la trama intima de la psicopatologia psicoanalitica ain no se han desvanecido. No podemos, ya no disponemos ~me inclinarfa a decir que gracias a Dios- de las facilidades del “corte” y la “ruptura” que sofiaron Althusser * Versién modificada del texto publieado en Diarios Clinicos, N° 7, 1994, Buenos Aires. 21 PRIMERA PARTE. CLINICA Y THORIA GENERAL. y Bachelard. No podemos; ya no disponemos, entonces, del recurso de eludir sin arafiazos el peso de semejantes escisiones cuya muerte siem- pre se declara hasta la siguiente resurrecein. Lo que s{ podemos, en todo caso, es tachar, retachar y re-signar las polaridades en cuestién; no es lo mismo escribir historia y estructura que “historia” y “estructu- ra”. También podemos borrar (un poco de) la barra: no es igual historia/ estructura que historia (/) estructura. Y atin menos, “historia” () “es- tructura”. Entre nosotros y recientemente, un notable texto de Luis Hornstein se ocupa con el mayor esmere de algunas de estas cosas.’ Clinicamente hablando —que es como estoy hablando, aunque no esté hablando “de” clinica, lo cual tiende a rebajarse al ras de un. aneedotario— lo peor de todo esto radica en los efectos de globalidad y de disyuncién paralizadora. Asi, el analista diré de “la estructura”, al par que no reco- noce el simple hecho de que la familia del nifio que atiende esta concu- rriendo a su estrueturacién en la historia de todos los dias. La estructu- ra se estructura ahi, en los dispositivos de la casa. Pero, al no advertir- lo (‘la estructura” ha devenido una abstraccién demasiado importante para encarnarse en sitios tan vulgares), trata de hecho a los padres en el corazén de sus intervenciones, como si fueran una superestructura de la verdadera estructura. Y, de este modo, se pierdon oeasiones de intervencién, a su vez -estando con un nifio pequefio, con un adoles- cente plagado de indecisiones estructurandes estructurales-, de un modo histérieamente (re) estructurador. i (O bien el nifio, el adolescente mismo, es tratado-como una superes- tructura complementaria del mito familiar.) El mejor espacio del que los analistas disponemos para no ser devo- rados por estas disyunciones es el dispositivo de las series complemen- tarias, ideado por Freud para dar cuenta, del modo menos reductor posible, de la causacién y gestacién de las neurosis. Del-modo-menos reductor posible: al abrir espacios que existen y consisten aunque de momento queden vacios (la herencia en dichas neurosis), el esquema funciona como en su momento las tablas de Mendeleiev, dejando la posibilidad abierta a la inscripcién de nuevas informaciones y al acontecimiento de lo nuevo, dentro de ciertos limites (limites que, pre- cisamente, hay que replantear). ; 1. Luis Hornstein, Prdctica psicoanalitica e h s He "i ‘ae historia, Buenos Aires, Paidés, 1993. ae indispensable para todo retome no pedestre de las cuestiones involucradas por el término “historia” en el psicoandlisis. = 22. 7ULO I. SERIE YSUPLEMENTO Cualquier discusién, entonces, de las relaciones entre “historia” y “estructura” debe, en dos movimientos: a) ubicarse en ese lugar; b) plantear si el espacio mismo de ese lugar no debe renovarse profun- damente, entre otras cosas, para acoger todo lo que no es neurosis de lo cual el psicoandlisis, hoy, se ocupa. Es lo que procuraremos indicar en lo que sigue. La acotacidn original freudiana ha sufrido un desplazamiento. Este es uno de los problemas que hoy espera ser encarado. Freud armé el montaje de su dispositive con una doble constriceién: dar cuenta de la formacién de una psiconeurosis (el dispositivo explicitamente no pre- tende tener vigencia para las neurosis actuales) en sujetos adultos. Con el tiempo, insensiblemente (y en buena medida a causa de la riqueza del esquema) hemos ido usndolo para todo, sin consideraciones espe- ciales respecto del proceso que se procure explicar, ni por el tipo de patologia, ni por la edad. Sin embargo, esto es saltearse demasiadas cosas. Por ejemplo, una muy importante: tratandose de las psiconeurosis, Freud podia dejar relativamente inactivada la primera de las series, el factor constitucio- nal (lo hereditario més lo congénito). Pero esto varia mucho segin las patologias, como lo muestran las recientes investigaciones relativas a la incidencia de factores genéticos en las psicosis esquizofrénicas y en el autismo primario.” Un factor inercial empuja a que hoy sea demasia- do comin encontrar psicoterapeutas psicoanalistas que estén atendien- do nifios y adolescentes involucrados en aquellas patologias 0 en diver- sas modalidades de trastornos narcisistas no psicdticos sin requerir in- formacién clara sobre la presencia o ausencia de alteraciones neurometabélicas © sobre el estado neuroldgico general del paciente, incluyendo lo que ya se conoce sobre los neurotransmisores euya com- posicién y funciones han podido identificarse. A lo sumo, el eolega ten- dra alguna somera noticia de algiin “electro” que en algtin momento se le hizo al nifio en alguno de los numerosos agucntaderos de pacientes que campean en Buenos Aires. Inequivocamente, esto revela un manejo anacrénico de las series complementarias, un manejo inercial, sin diri- girles las interrogaciones que su puesta al dia esté esperand| Al respecto, la interrogacién capital pasa, eu nuestra opinién, por dos planos cuyo espacio de envolvimiento es diferente: 2, Para una puesta al dia en estos érdenes, una resefa tlil se encontrara en Revista Vertex, N° 9, Buenos Aires, 1990. 23 PRIMERA PARTE. CLINICA Y'TEORIA GENERAL 1) En el corazén de las series complementarias concebidas por Freud esté el evaluar la incidencia y la vigencia de lo infantil en el adul- to, incidencia y vigencia medible por la fuerza de los sintomas, por el alcance de las inhibiciones, por los complejos itinerarios de Ja angustia y las defensas levantadas para su evitacién. Es un desplazamiento considerable el que lleva desde ese infantil mediatizado al uso de dichas series en el nifio y el adolescente ae tales, no el objeto de un relato cuanto el sujeto de un juego. Seria muy extrafio que tatnafia extrapolacién no plantease pro- fundas transformaciones al dispositivo. 2) Si bien una de las complejidades mds interesantes en aquél es su relativa descentracién: tres series independientes en el sentido de su irreductibilidad una a otra y en el sentido de su no contin- gencia: hacen falta las tres (siendo el grado cero 0 el grado cien en una cualquiera un punto de fiecién de elevadisima improbabili- dad); por otro lado, algunas de ellas son més series que otras. En efecto, hay una disimetria en el esquema. Debemos recordar que, por lo demés, aquél no nacia en un vacio de contexto; su refaren- cia es el peso que, en la segunda mitad del siglo XIX, tenfan las eoncepciones centradas en lo hereditario para el caso de las en- fermedades “nerviosas”. Disponemos de abundantes huellas en los primeros textos freudianos de la gravitacién de esa postura como para comprender que el dispositivo de las series comple- menitarias se forja en el debate con aquella. Al mismo tiempo, no esta en los planes ni en el tipo de pensamiento de Freud recurri ama: simple inversién que no dejara espacio alguno a lo heredi- tario (contrariamente, a veces, le pedird apoyo en cireunstancias més que dudosas). Pero la “estrella” del dispositivo, la serie mas estrechamente comprometida con lo nuevo que Freud_propone. lo que lo especifica en tanto teérico y en tanto deseubridor, es la de las experiencias infantiles. ; Esta es la primera disimetria en el esquema. Existe una segunda, entre lo que Freud engloba bajo el término “disposicion a las neurosis” (lo constitucional sumado a las experiencias infantiles, vale decir, la articulacién de las dos primeras series) y el factor desencadenante a 3. Estoy refiriéndome, claro, a los préstamos filogenéticos en que Freud se compro- mete para dar sustento a algunas hipstesis, como es el caso en lo atinente a las pe 1 24 Captruto I. Serie ¥ SUPLEMENTO que se reduce la tercera, y que estard a cargo de representar “los dere- chos” de lo actual, de lo accidental, del acontecimiento en su sesgo menos previsible. Desencadenar una disposicién es un poder, pero no dispone del poder de la disposicién (y se entiende que es substancial para la apuesta freudiana que ni lo actual ni lo prehistorico -en el sentido de lo biolégico- tengan el mismo primer plano que las experiencias infantiles).” Existe una vuelta, una via de entrada, para‘asir a un mismo tiempo y de un solo golpe los dos planos en cuestién: si no queremos aplicar (vale decir, usar sin reflexién alguna) las series complementarias tal como estén a un nifio oa un adolescente con quien estemos trabajando, el eslabén mas cuestionable de la cadena es el del factor desencadenante. Supongamos que los padres de nuestro hipotético paciente (mas que hipotético me valgo de una suerte de persona mixta o eolectiva) se han divorciado; y supongamos también que, por el modo y las circunstan- cias en que ello se produce, esto acarrea una serie de efectos reconocibles en el paciente (vuelve, por ejemplo, a una abandonada enuresis noctur- na, 0 ineurre en una seguidilla de actings out, que culminan en abando- nar sus estudios): es imposible, por esquemético y simplificador, categorizar dicha rotura de la familia como un factor desencadenante Pues se trata de una subjetividad con un “aparato” en plena y fluida formacion, formacién en la cual las cosas que el inconsciente de los. padres hagan tendrén un valor estructurante, encadenante en todo caso. Por ejemplo, el modo de ocurrir y tramitarse la separacién puede sellar para ese paciente la imago de la pareja heterosexual con una pauta gado-masoquista o de encarnizamiento paranoico. Esto va mucho més allé de desencadenar lo preexistente, va en la direccién de encadenar (ligar, conectar, hacer banda, asociar) lo que habré de existir a destiem- po (pongamos por caso, al tiempo de su primera gran elecci6n amoro- sa). Sin operar este desplazamiento de factor desencadenante a factor eneadenante, entre otras cosas, es imposible no incurrir-en-un-uso-aplé cado y reductor del dispositivo, reductor de la diferencia que media entre un nifo, ni siquiera terminada su mielinizacién, y un adulto zado.° A menos que se quiera proceder como (pretendidamente) esta 4. Mas adelante, a través de los préstamos mencionados, Freud elevaré el peso de lo hereditario, bien que de un modo mds mitobioldgico que acorde a la marcha de Jas ciencias naturales. En cambio, no habré una revisién similar para la tercera de las series: antes bien, el recurso a lo filogenético recorta atin més su incidencia y su gravitacion. 5. Deseo limitarme aqui -para no entrar en la consideracién de si tal conceptualizacién de la tercera serie como (slo) desencadenante no merece los mas serios reparos también- 25 Pima PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL . Melanie Klein —la mds ortodoxa en este sentido y hacer retroceder todas las fechas de un modo tal que todo cuanto ocurra tras unos pocos meses de vida ya sélo sera desencadenante de ansiedades y defensas configuradas en posiciones en lo substancial ya estrueturadas. Poco ; - de propiamente nuevo una larga vida humana podré agregar Pero, a la vez, la cuestion de si o no producir este paso del concepto clasico de factor desencadenante a un concepto mds contempordneo como el de factor de encadenamiento o factor encadenante desemboca en un segundo plano de mas amplios alcanees (y que, subterraneamen- te, a nivel de los postulados silenciosos, gobierna el primero): la cues- tién de lo complementario, la cuestién de que las relaciones entre las series sean planteadas y definidas como de complementacién. Si ello es asi, es sobre todo por el estatuto desigual que hemos sefialado y que afecta particularmente la serie actual: en tanto su funcién excluyente es desencadenar lo pre-parado, pre-dispuesto, la disposicién dispuesta en otra parte (sélo) complementa lo entretejido entre las otras dos. Le esta precluida la posibilidad —més atin 0 peor atin: la potencialidad.- de agregar, engendrar, afiadir, causar, hacer emerger, algo nuevo, inédi- to, algo no pre-dispuesto en aquellas. Por cierto que, dlinieansnte, es facil comprobarlo en la lectura: Freud no descuida nunca el factor ac- tual, “accidental”. Al contrario, abundan ejemplos de con qué sutileza establece los puntos de emergencia coyunturales de una irrupeidn pa- tolégica. Si se tratara de “reprocharle” algo ~actitud propia de quihas lo quisieran un Otro absolutamente absoluto-, entonces habria que objetarle que cuide demasiado de |o actual, del lugar de lo actual como factor gatillo y sélo eso. Puede vérselo medirse con lo més actual del saundo que le toca a todo analista enfrentar, la (neurosis de) transfe- rencia. E] modelo que Freud encuentra mds apropiado para pensarla es un modelo de escritura: el cliché tipografico. Nada mas adecuado par: excluir toda demasia de rebasamiento de lo que en fisica se ‘lenomiaan “las condiciones iniciales”. Asi, la no invitada transferencia -en si mis- ma un emergente espontaneo e inesperado en lo que se queria tranquila labor de desciframiento- es reducida de un solo golpe a complemento de Jo que la desencadens para que, a su vez, fuera un factor desencadenante al terreno del trabajo con pacientes adultos. P: rn -refiero no adel: cuestién de un modo que sonard como global y polemic, o mejor dicho alo oolecres he mas prudente y sdlido avanzar por el costado de investigaciones eliniess de detalle. Ge 26 Caprruvo I. Seeie ¥ suPLeMexro més 0 menos utilizable en el andlisis, Tan es asf que Freud conjurara el fantasma metafisico de la presencia plena (la transferencia permitiria operar “in vive” como no se podria hacerlo “in vitro”; “en vivo y en directo”) con tal de conjurar los poderes demonfacos de la transferencia en tanto eventuales productores de algo mas alld de la reproduccion de un patrén neurético. Por supuesto, este cliché en la teorfa psicoanalitica de la transferencia como cliché -al dia de hoy, el florecimiento de una nueva escritura, la de las computadoras, facilita una reconsideracién a fondo de aquella figura de fijeza tipogréfica— dificult mucho a Freud y a sus sucesores (por lo menos, hasta Lacan y Winnicott)’ elucidar los resortes de su poder y darle un sitio claro en la metapsicologia. Como cada vez que Freud se ve en el apuro de pensar algo en la perspectiva de lo nuevo, aun cuando, y sobre todo eso: lo nuevo que su propia pujancia textual ha generado., Las paginas en blanco de la metapsicologia, por esto, corresponden a la sublimacién. He aqui una aporia: geémo avanzar en su conceptualizacién, en el marco de una teorfa de lo com- plementario, de dimensiones y relaciones de complementariedad? Otro tanto cabria decir, irénicamente, de la categoria de la genitalidad (que, ademds de aplicarse a rajatabla en el sistema freudiano de determina- ciones (pre) histéricas, quedaria excluida de tener cualquier ineidencia estructurante en la experiencia subjetiva). Cada ocasién en la que Freud debe dar cuenta a fondo del rasgo diferencial de un fenémeno sin el recurso de la remisién a un anterior, se encuentra privado por su pro- pia mano de herramientas teéricas para hacerlo. Otro indice textual: el sepultamiento del complejo de Edipo, su “desintegracién” en el incons- ciente, idea que llevaria a renovar los clichés analiticos en cuanto a “el hallazgo de objeto”, se enuncia en un par de lineas... Los mismos postu- lados freudianos impiden procesarlo. Escribiendo las palabras mas precisas, en la teorfa psicoanalitica freudiana y post-freudiana, salvo muy contadas-exeepeiones (habitual- mente en posiciones nada oficiales), falta, y est haciendo falta, intro- ducir'la dimensién, la categoria, de lo suplementario.’ El suplemento es 6. Némina a la cual habria que agregar a Enrique Pichon-Rivitre, quien entre noso- tros se esforz6 por forjar categorias psicoanaliticas para un tratamiento menos reduc- tor de lo nuevo en la existencia humana. Ain y hasta en articulos de divugacién (como los que escribiese para Primera Plana, allé por 1964-65). 7. Para lo suplementario, hay que seguir el hilo de Jacques Derrida. Bl texto que no sélo lo tematiza sino que lo pone en accién. es Glas. No habiendo traduccién castella- na, y no disponiendo aqui de la francesa, remito la excelente traduccién norteameri- cana de J. Leavey dr. y R. Reud, University of Nebraska Press, 1974. Primera Parte, CLUINICA Y'THORIA GENERAL Jo que no estaba antes, no estaba pre-moldeado en ningiin tejido secre- to ni en las astucias significantes de ninguna combinatoria. Tampoco se lo puede cernir, en lo que tiene de especifico, como “efecto” de una Jugada estructural: antes bien, es lo que suple (y a la vez resiste), lo que una estructuracién cualquiera no tendria para dar. Se lo entiende me- jor, al menos para empezar, bajo la especie del pedazo de sobra, del afiadido, lo que esta de mas. En ese sentido es que me he referido al Jugar como muy esencialmente del lado del suplemento. Para la pers- pectiva “hegeliana” de los grandes, de los cuidadores, jugar es lo que siempre esté de mas en una cualquiera operacién cotidiana (v. el bebé comiendo o bafidndose). El paso que estoy insinuando es, entonces, desbordar el dispositive de las series complementarias en lo que tiene de cerrado, complejo pero cerrado, sobredeterminado (subrayamos sus méritos) pero cerra- do, y proceder a una reformulacién en términos de series suplementa- rias, Io cual no perjudica lo diferencial de ninguna y permite, en cam- bio, liberar la poteneia reprimida de cada serie. Por ejemplo, ello per- mitirfa, también, licuar una cantidad de pseudo-problemas, de los que devanan los sesos de nuestros colegas. Muchas veces he escuchado, con la perplejidad un poco zozobrada del que estd timidamente interpelan- do un dogma cliché desde la humilde artesanalidad de su experiencia cliniea: glos afios de la adolescencia tienen algin valor propio en la estructuracién del psiquismo —es lo que ellos han de hecho registrado atendiendo pacientes en esa condicién— o se limitan a “reeditar” con variantes de detalle lo que ya est, lo dis-puesto? Es éste un perfecto ejemplar, mas un ejemplar de lo ejemplar que un mero “ejemplo”, de falso problema, produeido al meter esa rica zona de transicionalidad suplementaria que llamamos “adolescencia” en el lecho de Procusto, de una complementariedad que no le dejarfa otro papel que el de “desenca- denar”. Desgraciadamente, son demasiados los analistas que tienen ‘su pensamiento encadenado al sistema mecaniscista del factor desencadenante. Nada puede haber de mas peligroso para el futuro de una disciplina relativamente joven (aunque infiltrada de motives mu vetustos),-como lo es el psicoanilisis, que encontrarse sin categeriag conceptuales de base, no ad hoc, en el plano de los postulados silencio- soe fundamentales, para pensar e inseribir lo nuevo. Lo eual no signi- Ca pars i i ae - Soe: todo lo investigado en el terreno de la compul- Pero la teorfa psicoanalitica también sufre de compulsin de repeticién. 28 Captruto I. Semi Y SUPLEMENTO Apoyos suplementarios: en las regiones més remotas e imaginativas de la fisica contempordnea, la cudntica (Ia “filosofia experimental”, como gustan Hamarla algunos de sus exponentes mds hicidos),” se ha produ- cido un replanteo y una modificacién de consecuencias epistemolégicas muy trascendentes en lo que hace al estatuto de las condiciones inicia- les de un proceso. Tradicionalmente, la vigeneia de estas condiciones iniciales (caso paradigmitico, el de la mecdnica clasica donde Freud tanto abrevara) se mantenia inalterada a lo largo de todo el proceso que presidian, al punto de que este proceso fuera pensable como una combinatoria encerrada en el marco de dichas condiciones iniciales. Tanto Freud en su concepcién del determinismo de los primeros afios de la vida como el estructuralismo psicoanalitico en sus inflexiones més formalistas —no siempre las de Lacan, sobre todo no siempre las de Lacan texto— se hacen eco -el primero de una manera mas directa, pues la tematica de las condiciones iniciales en la mecdnica y en la termodin4mica le son una referencia y un ideal explicito— de esta forma de neutralizar el acontecimiento posterior, segundo, que se ve categorizado como puro derivado de dichas condiciones iniciales. Esto se traduce patética y casi caricaturescamente en el modo en que algu- nos analistas no pueden encontrar en el material del nifio otra cosa que una vineta ilustrativa de lo que han “escuchado” -el logocentrisme hace aqui una muy caracteristica aparicién— durante las entrevistas con los padres. © bien nos sorprende la facilidad con que algtin colega hace derivar —rectilineamente, el tiltimo destino de las series complementa- rias, como el de esas vidas en declinacién, es terminar en series rectilineas, pero es el colmo achacar esto a.un “ser” freudiano o lacaniano- un complejo y grave estado de cosas actual de un improba- ble trauma de unas décadas atras. Pues bien, lo que la cudntica descu- bre es que en su campo -harto mds afin al del psicoandlisis que el de la macrofisica—, las condiciones iniciales tienen un poder-y-un-aleance— limitado en el tiempo; transcurrido cierto lapso caducan, lo que sobre- viene en el proceso ya no depende de ellas. Han muerto. “Traducido” al psicoandlisis, esto implica que un primer ano de vida dichoso y sin eon- trariedades puede desembocar, contra lo postulado por Melanie Klein, 8. Por supuesto, no cabe aqui sino referirse a La nueva alianza (Madrid, Alianza, 1983) y a Entre el tiempo y Ja eternidad (Madrid, Alianza, 1990) de Prigogine y Stengers. Obras especialmente aconsejables para aquellos psicoanalistas que ain esperan algo de no se sabe qué remozamiento 0 recombinatoria o vuelta a las fuentes de la metapsicologia freudiana, muchos de ellos comprometidos en una critica més regresiva que productiva de la textualidad de Lacan. 29 ‘Primera PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL en ese paciente gravemente afectado por una patologia de considera- cidén en el curso de su adolescencia, por ejemplo. (La irrupeién de vio- lentos trastornos post-puberales, unas cuantas veces sin ninguna apo- yatura en la nifiez a la cual tranquilizadoramente remitirse, es uno de los hechos clinicos que mas impugnan el dejar las series freudianas tal como estan.) Dicho de otra manera, a su propia manera la fisica en- cuentra la dimensién suplementaria y con ella un universo més com- plejo, mas abierto al acontecimiento, més cerrado a lo encerrante del claustrofébico mundo complementario. El fisico no podria deducir del estado actual del sistema las condiciones iniciales. Imposible rehacer el camino a la inversa. Diseminacién del origen. Algunas décadas mds tarde, un avatar teérico del psicoandlisis pue- de servirnos para, recogiendo las marcas de la repeticién, poner a prueba la dimensién del suplemento. En la década del 70, Jacques Lacan introduce un viraje tedrico que lo lleva a replantearse el esta- tuto de lo que en su teorfa se nombra “lo Real”, anudado al modo borromeo, o sea, en un espacio post euclidiano, con los registros de lo Simbélico y lo Imaginario. De la (compulsién de) repeticién da cuenta el que esta modificacién advenga un poco tarde: Ja balanza pesa dema- siado del lado de la pareja imaginario-simbélico, con su combinatoria determinativa isomorfica del par constitucién-experiencias infantiles freudiano. Lo Real esta a cargo de las potencias imprevisibles del acon- tecimiento. En la repeticién hay un suplemento: lo Real esta anudado pero en una vineulacién de suplementariedad. Se desencadena, mas que desencadenar lo pre-existente. A diferencia de lo que Lacan circunscribe como “realidad”, es sobre todo lo que no se complementa con les otros dos registros (los cuales, en cambio, en el sistema de Lacan se complementan muy bien, demasiado bien en el orden de una subordinacién radical y taxativa de lo imaginario), lo que no cierra, “no cesa de no escribirse” alli donde se escribia el triggering del factor desencadenante con su gracia mecanicista. Que se haya trivializado lo Real en una apologia del actin, analista no nos incumbe ahora. Ni aqui. Series suplementarias, entonces. Factor de encadenamiento (Bindung), de lazo, de ligaz6n, de ligadora, de sujetamiento (no siem- pre) subjetivante. Nuevas desplegaduras para lo constitucional. En ri- gor, su desdoblamiento: del 1) Por una parte, cada vez que nos alejamos del terreno neurético, la incidencia relativa de los factores biolégicos debe ser atendida (y si 30 Capiruvo 1. Seat ¥ SUPLEMENTO ello no fuera mucho pedir, entendida) por el analista. Y evaluada de una manera menos tosca; si recordamos que la presencia y la pregnancia de factores hereditarios y/o congénitos no se opone a la psicoterapia. Todo lo contrario, la hace mds insustituible en la me- dida en que encontramos a un nifio y su familia abrumados por una “exigencia de trabajo” pesada e impiadosa. Ademds, aquella eva- luacién més fina puede y debe ayudar a la psicoterapia analitica a disefiar con ms cuidado sus caminos y sus objetivos en cada caso. 2) Por otra parte, el aporte mayor, quizd, el mas generoso, de la teoria del significante en psicoandlisis, y del andlisis estructural de Jakobson y Lévi-Strauss que esta por detras de ella, ha sido ~y con plenitud de vigencia- pensar sistemética, organica y clinicamente el peso de la prehistoria, del mito familiar, de lo que antes era, vagamente, “lo cultural” o “lo social” 0 “el ambiente”, en una declamatoria de lo global, “elaboracién de lo obvio”, como escribfa Marcuse. Este segundo sentido y vector de “lo constitu- cional” debe destacarse y mantenerse, pues tiene tanto poder como el de lo genttico. a¥ qué de las “experiencias infantiles”, de lo que en rigor Freud deberfa escribir como experiencias sexuales infantiles? Como es esperable siguiendo el hilo de lo anterior, tampoco esta no- cién permanece intacta. Hay dos caminos principales para su replanteo: 1) El primero es clinico. La solicitacién que el psicoandlisis ha ex- perimentado por patologias que no eran las originales que lo disefia- ran, el hecho de no estar preparado pero sf en general dispuesto a los desafios y avatares -que ineluyen en pocas desventuras— de tal solici- tacién, iré, inadvertidamente y como a destiempo, haciendo deslizar ta cuestién: el punto ya no-es-tanto-el-de- un-adulto-enfrentado—al- retorno disfrazado de experiencias infantiles inasumiblemente con- flictivas; el punto es ahora un niio en parte o en todo desubjetivado, o en peligro de desubjetivacidn creciente, un nifio incapacitado para te- ner y sostener experiencias de nifio. También, a veces, un nifio goza- do por y para las experiencias de otro, de un adulto que lo desposee. O vaefamente entregado al Superyé de nadie. De lo cual resulta un inevitable desplazamiento. El analista se ten- dr que preguntar ya no por la significacién de determinadas expe- riencias, sino por las consecuencias de las experiencias que no tienen lugar o no tienen ningtin significado, o bien por aquellas —como las 31 ~~de rodeos, tan ‘Prierra parte. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL antiexperiencias de] autismo~ que operan en negatividad. Los dos ca- $08 no se oponen alternativamente se suman e imbrican a un tiempo. 2) Todo esto se puede hacer, y de hecho se llevé a cabo, sin demasia- da preocupacién por interrogar a la nocién de “experiencia” en si mis- ma, dada por sentado durante mucho tiempo y luego rechazada, desincluida, por las lecturas mas de buena letra derivadas de la lingiifs- tica y de la antropologia estructural. [Conviene tener presente que di- chas corrientes se tomaban el trabajo de controvertir e invertir los términos de los movimientos existenciales de la post guerra, muy en torno, siempre, a las categorias de la experiencia subjetiva. Esto luego retornara como real, por ejemplo, en un vocablo como el de “acto”, recordaéndonos que esta sin hacer un estudio minucioso de las rafces de las fenomenologias existenciales (no siempre) subterrdneas al texto de Lacan]. Claro que hay una alternativa otra a esta contraposicién entre modalidades de empirismo psicoanalitico mas 0 menos marcados de Ppositivismo y el ideal de la “estructura sin sujeto”: se firma Winnicott. En Winnicott, y ya muy temprano, pero cada vez mas, se abre paso el planteo, fundamental en su posicion teérica y en su ética como analista, de bajo qué condiciones, bajo qué complejas y delicadas condiciones, algo llega a devenir una experiencia de una subjetividad que se apropia de sf misma, conflictivamente y siguiendo las lineas de clivaje entre incons- ciente y preconsciente, al hacer de aquella su experiencia. Inflexién esencial: la pregunta gqué es una experiencia?, como pregunta frontal, ingenua, si se quiere, se muda a {qué cosas tienen que darse para que una subjetividad emergente a su través tenga experiencias, en lugar de, por ejemplo, adaptarse a los requerimientos del medio? (por lo mis- mo, ese fener se situard muy heteréclito respecto de lo que un-criterio conductista definirfa como experiencias). Aqui y all4, en su estilo elusivo, extratio a toda discursividad de corte universitario, Winnicott iré arrimando criterios para sostener la abertura de aquella interrogacién y para hacer del fener experiencias, de la “eapacidad para 9. Tanto como 1941, fecha de escritura de “La observacién de nifos en una sit 6 Bja” seritos de pediatria y poicoandlsis, Bercelona, Laia), También en 1950-34 “La agresién y el desarrollo emocional” (ibid.). Pero las referencias y las “pequefias” incur- siones en esta probiemstica se encuentran salpicadas en la mayoria de sus textos, ¥ son uno de los ejes que mueven su escritura -ver también “De vuelta por Winnicott” reoogido en este mismo libro, donde apunto a una investigacién faltante: la de una “metapsicologia” “secreta” y no freudiana en Winnicott. 32 ‘Captruto L. Serie YSUPLEMENTO tener experiencias” (lo que usard hasta para brindar una definicién sui generis de las neurosis), una categoria fundamental de la clinica psicoanalitica y del diagnéstico diferencial y de la psicopatologia que dicha clinica funda. Algunas de sus notas distintivas: TI) Apuntalarse en funciones parentales no interfirientes para de- jar paso a lo que més intimamente apuntala esa capacidad: la espontaneidad del nifio, su desear, en tanto tal, incondicionado, lo que no puede ser causado.'" Por eso, el paradigma de la fun- cién cuidadora cumplida, para Winnicott, es esa escena de escri- tura singular donde el nifio juega a solas en presencia del adulto sostenedor. No el adulto que “se relaciona” con el nifio, sino el que puede protegerlo de las intromisiones de dicha relacién. I) El fenémeno de emergencia, manifestado como pulsidn de aga- rrar algo y la aceptacion “de la realidad de que desea” (61 y sélo él, él en tanto él) lo que agarra y, sobre todo, desea agarrar; ni para otro ni automatismo fortuito. TD El establecimiento de una secwencia, término al que Winnicott da mucha importancia, reacentuada al final de su vida. La capa- cidad para tener experiencias (y la concominante de las funcio- nes del medio para propiciarlas) se mide en la posibilidad de instaurar y Hevar_a cabo secuencias —en lo esencial, secuencias de juego— cuyo despliegue se termine solo. Evocamos en este punto la particularidad-de deshaeer secuencias en curso, brusca y explosivamente por parte de nifios con funcionamientos del orden de la psicosis confusional (Tustin). A cierta altura de lo que parecia emprender un curso tranquilo de armado, de erec- cién, de un juego, el nino revolea las distintas piezas a todos los puntos cardinales del consultorio; Ia secuencia en ciernes se va por un agujero. Por su parte, el objeto sensacién del autista dctiene la secuencia en su primer paso y hace caricatura de un circuito a través de lo inamovible de un estereotipo que carece de toda posibilidad interna de despliegue. En el nifto depresivo, 10. El nifio, en esas condiciones, se definira come capaz de “tener sus propios conflic- tos”. Ver Expioraciones psiconaliticas, Buenos Aires, Paidés, 1991. 11. Por lo tanto, un no complemento de nada ni de nadie. La espontaneidad es el nombre en Winnicott del suplemento: un operador tedrico para alejarse de la escolds- tica metapsicoldgica mas que un concepto propiamente dicho (relativo, en tanto tal, a un sistema de conceptos). 33 PRIMERA PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL m a su vez, la adherencia al otro que restituye-destruye su autoestima, le impide a aquél extraer y extraerse de la mirada portadora de significantes del Superyé para ir desenrollando se- cuencia: no hay partida de esa sombra que deja poco pie al asom- bro de la exploracién hidiea. E] descubrimiento del otro como alieridad, el paso del re} tro del objeto donde el sujeto a su vez no cesa de estar objetalizado— al registro del tro, de lo que prefiero escribir otro para justamente escribir la diferencia con el otro en tan- to lo mismo narcisista: con gtro designo, también, lo que de irreductible tiene mi propia otredad. Sin esta dimensién, no se puede hablar para Winnicott de experiencia, en el sentido de que la capacidad para tener experiencias incluye decisiva- mente el descubrimiento de otra subjetividad mas alla de todo objeto. Lo que he reescrito como dtro, Winnicott lo formula algo desmanadamente como “objeto externo”, en un contexto de muchas insistencias sobre la naturaleza externa de ese objeto externo y “verdaderamente” externo. Desmanadamente dije, en tanto el par interno/externo és irrelevante en cuanto a la categorfa de la alteridad. Si hay wna prdctica que lo sabe, que vive cotidianamente esto, es la del psicoandlisis. TV) En suma, y volviendo a gstas series que tratamos de reescribir su- plementarias, la problematic, del contenido de las experiencias infanti- les, de las experigncias infantiles como contenido (con una cierta ten- dencia, en la pérspectiva freudiana, de que sean experiencias més bien padecidas: pasivamentedecidas que(arre)metidas por una subjetividad) se desplaza a la forma, al hecho, al hecho de tener y soportar experien- cias, a la capacidad para firmarlas en la propia carne. (El interés que el nifio de la lecto-escritura evidenciaré jugando a ensayar firmas, a “en- contrar” es decir, inventar- (es lo que Picasso, y Lacan tras él, decia con un “no busco, encuentro”) la suya: la que lo hard mds suyo, no es por cierto un acto de imitacién social superficial ni mera adquisicién de desarrollo). El tema, que no estamos declarando caduco, del contenido de unas experiencias infantiles, debe pensarse en el interior de esta nue- va categoria, abrumadoramente més fundamental. Clinicamente hablando, no existe cosa que nos preocupe mas en un paciente, nada de pronéstico més sombrfo, que encontrarlo incapacitado de experienciar lo que fuere come de sw marca, de su agencia, mala o buena, placentera o sufriente, sana 0 patégena, consciente o inconsciente, pero irreduetible de st. 34 Captruo I. Seis Y SuPLEMENTO La destruccién o no apertura de este registro, del registro de esta capacidad, de lo irreductible de sf, supone un dajio en el plano de la experiencia de la vivencia de satisfaccién, cuyos eventuales destinos patolégicos comenzamos a pensar en un libro reciente.” Por ahora, y a esta altura, esto lo dejamos indicado. Indicado en las series. Y como suplemento. Ese “de més” de la firma, de poner la firma (pudo no estar: tiene su historia), ese de mas de ser capaz de inscribir como su experiencia lo que ni siquiera lo es (pues no le es para nada transparente), ni Jo serfa de no mediar la firma que afirma la propiedad de lo que no poseemos pero es nuestro, si hemos de ser subjetividad. La capacidad para tener experiencias jsexuales? Freud deberfa o podria haber escrito experiencias sexuales infanti- les; no la letra, en el espiritu de su propuesta y de sus investigaciones clinicas. {Se traslada esto, sin mas, a la categoria del hecho de tener experiencias forjada por Winnicott? ,Cémo puede articularse la eues- tidn de la sexualidad en esta reescritura? Por lo pronto, y dejando planteado el problema, hagamos notar lo siguiente: 1) Distinto de como Freud lo fabulara en el marco de su “splentud isolation” (0 sea, de su necesidad propia de investirse come el héroe en soledad), la sexualidad infantil como tematica, como contenido, tuvo la mas amplia difusidn y aceptacién. Hoy se la encuentra como moneda corriente en las publicaciones mas banales. Claro que, entre tanto, Freud la habia puesto, postu- Jando lo nuclear del complejo de Edipo, bajo la égida de los pa- dres, la habia derivado -de una perversidad polimorfa rebelde a toda familiarizacién- en monumento al poder de los padres en el psiquismo infantil, base de las grandes “instituciones del Yo”. El nifo perverso polimorfo podfa ser una figuracién de lo inquie- tante y de lo extrafio para “los grandes”, pero el nifio edi cambio, les devolvia su poder de un modo mucho més tranquili- zador (ver qué visible es en las entrevistas eémo los padres se 12. Ricardo Rodulfo, Estudios Clinicos, Buenos Aires, Paidés, 1992. En particular, los dos tiltimos capitulos. 35 ‘Primera PARTE. CLINICA ¥TEORIA GENERAL 36 regodean imaginando preferencias edfpicas). En todo caso, las principales dificultades —y, a veces, las de mayor gravedad— del adulto parecen referirse a soportar la idea de un nifio capaz de actividad de fuentes no derivadas de la identificacién con él: no tanto que las experiencias sean sexuales, sino e] mode en que lo sean, vale decir, que verdaderamente tengan el cardcter de ex- periencias irreductibles al influjo parental. 2) Por otra parte, el trabajo directo, extenso y sistemdtico con nifios y adolescentes durante varias décadas (ya cerca de medio siglo) ha ido dando lugar a la construccién de otro retrato. El “clasico”, en psicoa- nalisis, es el del perverso polimorfo, entregado a una pluralidad de regimenes erégenos cuya meta converge en la busqueda de placer. Es diverso el que se va trazando a la luz. de la elfnica —el anterior es un nifio (reJconstruido-; el-eje es ahora el jugar, no sélo la actividad Iidica del nifio como tal: lo puisivo, lo més propiamente pulsivo del nifio se traslada al jugar, a desear jugar, al deseo como deseo de desear jugar. Cuando eso arranca —jy vaya si eso arrancal, he trata- do de puntuar sus pasos en El nivio y el significante— recién, cuando eso arranca, “los grandes” estamos seguros de que alli hay (algo de, como,) subjetividad. Tanto que lo sexual del nifio, cuyo inventario el psicoandlisis prolijamente ha realizado, parece segundo égicamen- te hablando- a la pujanza y al empuje de esta emergencia del jugar. En otras palabras, sin esta dimensién desplegada puede haber por- nografia (el nifio autista es todo un paradigma de esta devaluacién de la sensorialidad) pero no erotisme, que siempre se dice en vocabu- lario del juego, y bien literalmente. 3) Last but not least, deberiamos considerar una modificacién en el léxico freudiano, que “cediendo en las palabras” (ver “Psicologia de las masas y analisis del Yo”) introduce el término Eros, erotis- mo, entre la sustitucién y una formulacién de rango mas abarcativo respecto a la “cruda” palabra sexualidad. (Si bien no es nada segu- ro que este “tiltimo” Freud sea el de un progreso tedrico, tenien- do en cuenta el peso muerto del principio de inercia que tanto gravita en dicha reformulacién y en su direccién especulativa, “Eros y Ténatos”, no sin disyunciones y fisuras respecto de la experiencia clinica). Aun en términos sélo freudianos, y aun cuando Freud no lo encaré, esto deberia repercutir en la concepcién més establecida de la sexualidad infantil. Capitulo II Desadultorizaciones. Un pequeio estudio* D Desde hace ya algunos? muchos? aiios —indecidiblemente (“...poco empezé con las hipétesis de Melanie Klein que incorporaban las ansie- dades psicéticas a la metapsicologia...”, “..poco empez6 con el trazado de nuevas configuraciones como las que hicieran Kanner y Spitz sobre nifios extremadamente pequefio: interés teérico por y la experiencia clinica con patologias graves en la més tierna edad no cesan de acrecentarse. Un dato tan bueno como cualquier otro: la proporcién de textos respecto a la masa total de tex- tos en psicoandlisis tiende también a aumentar (sobre todo si el lector anda en busca de ideas originales). Lo que por ahora nos viene faltando es cierta reflexién de conjunto que: a) dé cuenta del impacto de las cuestiones que plantea la patologia grave temprana en el campo entero de la psicopatologia de inspiracién analitica; y b) pliegue sobre sf la cuestién misma de lo “grave”, para pensarla e interrogarla de una ma- nera més libre del centro en el adulto que ha trabado el desarrollo de la psicopatologia infanto-juvenil. Mientras esa reflexion mas amplia se compone, este bosquejo viene a preocupar su lugar. , “poco empezé {con quién?)- el II) Adulteracienes En esas historias de gquién fue?, quién fue?, Anna Freud tiene un lugar puntualmente claro. En un texto de 1970," levanta el acta del fracaso de una suposicién, aquella que imaginaba una continuidad sin fisuras de *Publicado en Actualidad Psicoldgica, N” 191, Buenos Aires, 1992. 1. Anna Freud, Neurosis y Sintomatologia en la Infancia, Buenos Aires, Paidés, 1977. 37 Primera parte. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL las patologias del nifio a su devenir como adulto, continuidad que confir- maria las inferencias previamente conjeturadas por el psicoandlisis de adultos y su original versién de nifio: “el nifio reconstruido”.” Todo hubiera salido verdaderamente bien redondeado (y la apari- cién del mitema metafisico de la circularidad como “buena forma” por excelencia es una asociacién plena de sentido aqui), sélo que la puesta a prueba, Anna Freud ya observa, daba otra cosa: discontinuidad, recomposiciones tortuosas, regularidades de lo imprevisible. El texto tiene efectivamente valor de acta porque esta brecha entre la patologia obtenida y la patologia buscada es lo que ofrece el terreno para que se justifique apellidar, especificar una patologia como del nifio y del adolescente. Y eso floreceré. En lo inmediato, dos puntos se desprenden: ’ La psicopatologia de la vida animica temprana como una serie de manifestaciones que no se dejan gobernar por las categorias y los supuestos de la psicopatologia establecidos en el andlisis con adul- tos (y nos referimos sobre todo a aquella con mds pretenciones de funcionar como una teorfa general de la subjetividad, desplazan- do a la metapsicologia clasica, es decir, la psicopatelogia que hace de “las estructuras” formas a priori de la experiencia, rejillas que se aplican a todo el mundo, lo que en sf mismo es todo un ensue- fio psiquidtrico). La psicopatologia de la vida animica temprana como una serie de manifestaciones que, no limitdndose a resistir, irrampen, desorde- nan las simetrias, las prolijidades, las postulaciones mas amadas por la opinién media de la comunidad analitica, poco dispuesta a sacudir su modorra para ponerse a sospechar que, al menos en algunos as- pectos, su nifio reconstruido puede ser un nifio adulterado- Pequefias constataciones de esta situacién: a muchos analistas les encanta referirse al (0 que les cuenten del) “sujeto descentrado”. Pero no les gusta nada que las malformaciones graves mas precoces (depre- sién, autismo) se desmarquen del concepto del complejo de Edipo como “nuclear” (Freud), es decir, como nuevo centro para el excéntrico. Las 2. Adoptando la excelente expresién propuesta por Daniel Stern, ver, de su autoria, El ‘mundo interpersonal del infante, Buenos Aires, Paidés, 1991. 3. Los analistas “de adultos” deseartan el hecho de que leer textos escritos por psicoanalistas “de nifios” pueda resultarles indispensable o siquiera de utilidad. 38 saa \Capfrovo IL. Desapuvrorizactones. UN PEQUENO ESTUDIO; teorizaciones cldsicas sobre la fobia, aun bajo su remozamiento estructuralista (Perrier, Lacan), se ven desbordadas por la ubicuidad, por la precocidad de las fobias: si se quiere a toda costa mantener el complejo de castracién en posicién de eje para explicarlas, esto conlleva el riesgo de metaforizarlo tanto que se vuelva peligrosamente analégico, con pérdida de especificidad conceptual (Freud ya habia advertido perfec- tamente ese peligro). La composicién del trauma con su peculiar tempo- ralidad a posteriori, sin perder validez, pierde derechos de exclusividad: no es asi el régimen de lo traumatico en las patologias mas graves y precoces (nuevamente, autismo, depresién): la madre vuelve y encuen- tra la ausencia —a veces irreversible— del nifio ya sin mirada. Un solo tiempo. Las ceremonias de la obsesividad como minimo se desdoblan, pues no se puede asimilar su desencadenamiento ligado al retorno de lo reprimido con los procedimientos automatizados que buscan tender al- guna clase de puente sobre un agujero, caso de los rituales que forman parte del autismo tanto en su acepcién nosolégica mds conocida como en sus miltiples y atin malinventariadas diseminaciones caracteriales (lo que me ha Ilevado a pensar, a fuerza de precisar un poco ms las cosas, si no conviene reservar para las primeras formas el término de obsesionalidad y hablar de obsesividad en el segundo caso). A su vez, las prolijas demarcaciones sin resto que contrastan conversién y somatizacién se vuelven indecisas, himencides, en miuiltiples manifestaciones (no sélo patolégicas) del nifio que amenazan, especialmente, contaminar de “organicidad” la pureza psfquica de los mecanismos de conversién. Ni el pediatra ni el psicoanalista (como en otras ocasiones tampoco el neurélo- go) pueden poner las manos en el fuego por la opeién entre “conversiva” y “somatica” para una serie de afecciones a repeticién, como las anginas en ciertos chicos. Des cosas insisten en todas estas observaciones: - una reaparicién irreprimible de la pluralidad alli donde —sobre todo en las grandes tentativas estructuralistas— se habia tratado de poner los fenémenos en el orden, en Ia ley de la singularidad; 4, Remito al concepto de himen, en J. Derrida, como elemento conceptual indispensa- ble para pensar el problema de diferencias no oposicionales, inabordables por el método estructural, su limite. El concepto de espacio de inclusiones reciprocas (Sami Ali) es uno de los mas avanzados producidos por el psicoandlisis en esa direccién. 5. La propensién y la fuerza con que se incremente esta tendencia al singular (“el” neurdtico, “el” deseo) mide la magnitud de tendencias formalistas en una teoria. 39 Pruwera parte. CLINICA YTB0RIA GENERAL tanto mas grave para la puesta en estructura, relativo fracaso de las distribuciones oposicionales: neurosis/psicosis, conversién/ somatizacién, ete. Tanto mas molesto, también, si tenemos en cuenta que el estructuralista las usa como procedimiento de cla- sificacién, tema tan capital para toda psicopatologia. Para colmo, “y como si esto fuera poco”, hay otra oposicién bien rigida que el hecho del nifio tiende a desbordar, hablo de la casi sagrada barra que separa o deberfa separar al psicoandlisis de “la” psicologia. En el trato con pacientes adultos esto parece facil. En el trato con ni- nos, estos dobles agentes, las necesidades practicas y las de investiga- cién hacen entrar al nicho (ecolégico) del psicoanalista agentes conta- minantes, como ser cascadas de investigaciones de tipo ctoldgico que embarullan y zozobran los fichajes cldsicos (siempre el nifio mas pre- coz... encore), obligan al analista a tomar en serio algo que no le gusta, Jo constitucional, lo innato, socavande asf la antinomia Naturaleza/Cul- tura que parecia repartir tan adecuadamente las cosas, arruinan en fin la armoniosidad de un sistema: tal es el caso de las investigaciones que fuerzan a considerar las bases extralingiiisticas de la metéfora para el colega esforzado en mantenerse al abrigo de la sobredeterminacién, sinonimizando psiquismo con lenguaje y haciendo al mismo tiempo a éste la causa.de aquél.” No es sorprendente, entonces, encontrar —como primera tentativa para explicar y a la vez reducir todo esto sin tener que cambiar dema- sindo la forma de pensar- ya en Anna Freud y, de ella en més, una reinscripcién evolutivista del problema: lo que sucederia es que, por ser el nifio més “confuso”, mas “indiscriminado”, los cuadros, las deli- mitaciones y los principios mismos que las fundan estarfan atin en eon- dicién precaria. La psicopatologia infanto-juvenil seria una psicopatologia més “confusa” y menos “discriminada” por culpa de su objeto. (Es facil reencontrar en esto la misma posicién antropolégica que transforma la 6. Una vision de conjunto, puesta en fértil discusién con las conceptualizaciones y sobre todo- los supuestos del psicoandlisis: Piaget y la psicologia evolutiva, de esta masa de informacién, puede encontrarse en el texto de Stern ya mencionado. 7. Sin mucha raz6n, el analista en estos casos suele sentirse amenazade por cualquier referencia al peso de lo hereditario invirtiendo el prejuicio que no quiere asignarle lugar alguno a la historia y al medio, como si se disputaran un solo lugar. Pero la complejidad de lo subjetivo no puede ser reducida por lo que se avance, por ejemplo, en el conocimiento de los neurotransmisores o en las bases gen¢ticas para el autismo. Un reposicionamiento no es una extineién. 40 Cariruto TI. DesapurrorizAciones. UN PEQueno RSTUDIO diferencia en salvajismo y primitivismo.). Mas radicalmente aun, mu- chos analistas de entre los que han hecho del método de andlisis estruc- tural una ideologfa formalista, enojados por las dificultades para meter al nifio en el sistema de “las tres estructuras”, donde todo el mundo debe caber, y enojados sobre todo con el nifio ms pequefio y de patolo- gias 0 mas graves o més multiformes (caso del nifio con trastornos psicosomaticos), que es el més refractario 0 el que introduce las nove- dades y amenaza erosionar lo que mds hay que defender —las tres es- tructuras-, optan por negarle carta de ciudadania: asi como hay pue- blos que no estén preparados para la democracia, la infancia no Jo esta para la psicopatologia. El psicoandlisis de nifios no es posible. Hay que esperar. El nifio no ha entrado ain en la érbita de “lo” simbélico. Hay que esperar que termine de ubicarse y, por fin, se quede quieto en alguna de las estructuras que se le ofrecen. El talén de Aquiles de esta concepcién es el mereado. Hasta el psicoandlisis debe tener esto en cuenta, sobre todo pensando que pudo nacer por tenerlo en cuenta “Quien quiera vivir de los neuréticos ha de poder hacer algo por ellos”. Frente a los rigores de actitudes de este tipo, con mayores 0 meno- res matices, la respuesta préctica que dan los analistas atendiendo ni- ios, e incluso nifies con patologfas muy severas y con aportes heredita- rios nada descartables (asmaticos, autistas, tempranas manifestacio- nes psicéticas, narcisismos de individuacién escasa con curso de evolu- cién caracterial), no es suficiente. Por més valiosa y fundamental que sea, necesitamos dar un paso mds que implica una toma de conciencia atin mayor, cierto paso de ruptura. El analista de ninos sigue demasia- do pendiente o demasiado escindido entre lo que de hecho tiene que suponer, pensar y hacer y su sentimiento de que el derecho esta del lado del nifio reconstruido con las categorias y los postulados del psicoa- nalisis de adultos. Reprime entonces, a la hora de la reflexién tedrica, la experiencia de la transferencia en el trabajo clinico con nifios que, de asumirse, podria llevarlo a un enfrentamiento muy serio con algunos preceptos metapsicolégicos y con algunos ideologemas de la psicopatologia estructuralista. Transgresor a menudo en su practica (y en las suposiciones que la fundan) a ultimo momento jura fidelidad. 4C6émo creer, por ejemplo, en el principio de inercia verdadero micleo del psicoandlisis como sistema teérico— cuando se est expuesto a la subjetividad del nifio espontdneamente orientada desde que van a la busqueda de estimulacién —m4s aun, a producirla— y de variacién? ¢Y cémo creer en el nifio como “efecto” del deseo parental cuando se esta expuesto a las propuestas del nifio y se palpa su efecto sobre los dispositivos 41 Primera PARTE. CLINICA Y TEORIA GENERAL familiares y su funcionamiento imaginario, grupal e individual? gY qué efectos tiene concebir al nifio como efecto? Si el analista puede sostener el potencial interrogativo de la especi- ficidad de su préctica, si puede pensar la psicopatologia infanto-juvenil como algo mas que un complemento apendicular, una extensién, un barrio, de “la” psicopatologia, se abre un horizonte de muchas investi- gaciones posibles. IM) Trastornos en el Sistema Mi posicién teérica implica, entonces, revisar el conjunto de las rela- ciones de la psicopatologia infantojuvenil con Ja “otra”, la “grande”, la “general”;’ relaciones que, en términos globales, han sido de sujecién, de subordinacién a la vez que de rebeldias parciales’ dando cuenta del conflicto. Poner en conflicto en lugar de ver mediante qué malabarismos se incorpora al nifio, este “real” obstinado, en el “orden simbélico” de las estructuras. Y hacerlo en voz alta: no forma esto parte substancial de la ética del método analitico: poner el conflicto en voz alta, alli donde se susurraba? No mds rezongos de pasillo contra la tirania de “las es- tructuras”. Frente al nifio reconstruido y sus categorias subyacentes, en cambio, la atencién flotante. Una revision semejante sélo puede hacerse por etapas y, renun- ciando al encanto de las férmulas demasiado ‘generales, proceder clinicamente, en un doble sentido: a través de los materiales elinicos y con su método, que siempre subraya lo especifico, el matiz de una variacién. Esto equivale a emplazar la practica-con nifios y de las reflexiones que suscita en posicién de texto que vaya desmarcando elemento tras elemento de los que el sistema de la psicopatologia reabsorbe por represin bajo el imperativo nareisista de “la coheren- cia ante todo”. 8. Cabe aqui un dato sugestivo: recién en 1989, a instancias nuestras, se inauguré en Ja UBA (Facultad de Psicologia) una Catedra de Psicopatologia Infanto-Juvenil. 9. Un caso aparte que por ende requiere un trabajo a hacer aparte- es el de Winnicott, quien —de una manera silencionsa y decidida a la vez~ desarrollé una teorizacién basada prioritariamente en su préctica y, en lo fundamental, mucho mds alejada de Jos postulados metapsicoldgicos de Freud de lo que suele creerse. Alguna indicacién en este sentido puede hallarse en el capitulo “El teérico Winnicott” de mi libro Estu- dios Clinicos, Buenos Aires, Paidés, 1992. 42 Capiruo II. DesabuLToriZaciones. Un PeQueNO ESTUDIO De una manera sobre todo indicativa destacaremos dos puntos ¢lini- cos, siendo por otra parte el segundo una derivacién del primero. 1) Los tiltimos quince afios han visto ascender lentamente —incluso en su progresiva.construccién como concepto— la idea, el término, de trastor- no. En lo cotidiano, como una calificacién que viene de la escuela: “trastor- nos de conductas”, “trastornos de aprendizaje”. Frente a todo lo que suene a “pedagégico”, los analistas gustan de exhibir cierta suficiencia, levemen- te salseada con un toque de irritacién desdefiosa. Tanto que, recientemen- te, Jerusalinsky ha debido recordar que la pedagogia no es una cosa que se puede uno saltear. Sin embargo, entre los muchos motivos que el psicoa- nélisis tiene para estarle agradecido al campo de lo educativo (uno de los que lo ha recibido mejor), no es el de menor importancia que de alli han provenido elementos de diverso tipo para una psicopatologia infantojuve- nil no impregnada de categorfas psiquiatricas, no aplicada, mal o bien emergida de la especificidad de una experiencia con el nifio. En algin momento (se podria evocar Cuerpo Real, Cuerpo Imagina- rio de Sami-Ali) esta nominacién casera parece ir encontrando, desde “el otro lado” de una teorizacién més rigurosa, un sustento mds consis- tente. Silvia Bleichmar, nosotros mismos" hemos aportade algo a este movimiento. De una manera matastdsica, la implantacién del vocablo se extiende a la par que profundiza su justificacién como concepto. Injerta- do vaya a saber por quién en el universo de “las tres estructuras”, preanuneiado por trabajos de verdadera investigacién (ver Los niftos “de dificil diagndstico”, de Marité Cena), esta intrusién, este injerto no se expande sin consecuencias. Su deslizamiento silencioso desequilibra el statu quo de “las tres estructuras”, cuyo sistema no soporta agregaciones sin un cuestionamiento a fondo de sus presupuestos como grupo que se arroga el dar cuenta de “toda” la psicopatologia. No tendria sentido que yo resumiese ahora notas conceptuales que pueden leerse mucho mejor en sus lugares de origen, asi que me iré hacia el extremo ms empirieo, alli donde 1a nocién de trastornos parece mas objetable.” 10. Silvia Bleichmar, Ea los origenes del sujeto psiquico, Buenos Aires, Amorrortu, 1984; Ricardo Rodulfo (comp.), Pagar de mds, Buenos Aires, Nueva Visin, 1986; Marisa Rodulfo, El nirio del dibujo, Buenos Aires, Paid6s, 1993 11. Recordemos solamente el cardcter global del trastorno a diferencia de las formacio- nes neuréticas, lo cual se traduce en una reescritura del concepto de represién (Sami- Ali): de “altamente individual”, cuando es pensada segiin los modos de las neurosis, pasa a abarcar y recaer sobre una entera funcidn (la actividad de lo imaginario, y no alguno de sus contenidos prohibibles). Homélogamente, al cardcter capilar de un acto fallido se opondria la torpeza como un funcionamiento crénico y masivo de Jo corporal 43 PRIMERA PARTE. CLENICA ¥ TEORIA GENERAL Qué encontramos bajo este apelativo con el que tantas veces nos traen un nifio a la consulta, conminados en su renegacién los padres por una escuela que pone condiciones? Como era de esperar, no una formacién unfvoca cuanto un haz de ellas, haz divergente en sus direccionalidades (sélo que cada uno de los componentes de este haz cuestiona a la psicopatologia tal como est). Nifios que no aprenden, nifios que no atienden, nifios que se separan mal. En algunos casos, desarrollar mas los conceptos de inhibicién y de evitacién, propios de la experiencia fébica, parecen dar cuenta —pero esto, a su vez, incide en la conceptualizacién que se haga de las fobias en sf mismas— de estas formaciones. En otros, hasta esa referencia se pierde (de todos modos, era demasiado laxa si se pretendiera una reduccién de todo esto a la “neurosis infantil”), Como una formacién pefiasco, un fend- meno clinico multiforme y ambiguo, se impone a nuestra considera- cién: el del aburrimiento. Problematico en Ja escuela, al analista lo reencuentra instalado en numerosos tratamientos... y en su contratransferencia. Entonces, uno se entera de que este chico que se aburre del aprendizaje entero (diferencia substancial con las impasses neuréticas relativas a determinados contenidos), también se aburre en el consultorio aunque alli haya “de todo” para jugar y se aburre en su propia casa salvo que la televisién o la familia o alguien acuda para entretenerlo. Lo cual también es fragil, pues no se desarrolla un ha- cer cosas con otro verdaderamente creative. Ningtin investimento libidinal ni intersubjetivo ni externo ni intrapsiquico (el placer del ensuefio diurno neurético, pues, tampoco funciona) pone a salvo del aburrimiento. A veces, éste responde por una inquietud psicomotriz, una tendencia a las actuaciones agresivas, un descontrol que inquieta al analista por si se trata de “algo” psicético. Sobre todo si exacerba en el nifio pequefias practicas autosensoriales intensificadas (como for- mas atenuadas de rocking y otros equivalentes masturbatorios) que evocan lo autistico. Otras, las formaciones del aburrimiento coexisten regularmente con patologias psicosomaticas bien definidas (asma, aler- gias cutdneas) 0 con adicciones que imponen pensar la presencia del vacio en esa subjetividad: el chico se aburre y come todo el dia. 0 consume imagenes que no ha producide. Otras veces, el aburrimiento cobra el relieve de un equivalente: es la forma clinica que asume una depresién crénica (Freud ya habia empe- zado a conectarlo, a propésito de esa suspensién temporal de intereses que impone un duelo). Mas a menudo que triste (pero, ,cudil es exacta- mente la delimitacién?), el chico est aburrido. 44 Capiruto II. DesapuLTorizaciones. UN PEQUESO ESTUDIO Ni inhibicién, ni sintoma, ni delirio, el aburrimiento suele revesti la mayor gravedad. Pocas cosas podrian pensarse tan deletéreas para el trabajo de las sublimaciones, para lo que es, en los términos maero de la metapsicologia, ligazén, ligadura. La patologia en el desear, o en la relacién del sujeto con su desear, que he propuesto para llegar a las raices de las fobias, también (aqui) ocupa un lugar importante. Dejando eso para después, me referiré a una de sus notas més caracteristicas ¥ menos situables en la banalidad de la neurosis/psicosis. En los casos donde se demuestra como mas crénico, mas abareativo (igado a la forma de la existencia, no a uno de sus contenidos particula- res, como es el del nifio que goza de las matemiiticas pero se aburre a morir en lengua), también mds rebelde al andlisis (pues pone un limite muy preciso y muy opaco al desarrollo de la transferencia), parecen poder captarse en él dos notas esenciales: a) Testimonia un malestar corporal (plano de los efectos de la vitali- dad en Stern),“una instalacién deplacentera en el cuerpo que se traslada masivamente a cualquier otro espacio y justifica tantas hiperkinesias y tantas cotidianeidades de autismo subelinico (los dedos en la nariz, o frotarse los genitales mientras se le trata de impartir conocimientos). Esto sélo puede ser aprehendido apclan- do al concepto de pictograma, el cual supone que cada lugar, cada trazo del cuerpo es a la-vez un afecto, un modo de experimentar las experiencias. Sin nada de metéfora: si no hay guste en apre(henider el cuerpo,’ gqué gusto puede haber en el aprender dondequiera éste se plantec? b) Testimonia, por otra parte, una patologia en la especularidad, en su nivel més primordial de cuerpo = espacio (vale decir, eonside- randola como un desfallecimiento en lo que Sami-Ali recorta como proyeceién sensorial primaria, pero en él “un poco después” de lo especular). El nifio se aburre alli donde no se reconoce, dende no 12. Ver cap. IIL, op. cit. . i 33.0 una instalaciGn deplacentera, en los términos que he propuesto. Ver en mi libro jnencionado ut supra el capitulo consagrado a la vivencia de satisfaccién y el grupo de sus vicisitudes y malformaciones. | ; 14. Los desarroilos sobre la funcién de constituir una superficie a través de pricticas de enchastramiento, como primerisima funeién del jugar, tal como los he expuesto en El niio y el significante (Buenos Aires, Paidés, 1989) son pertinentes y citables aqui. Correlativamente, el trabajo hecho por Marisa Rodulfo sobre el magma del mamarra- cho, en el texto ya mencionado. 45

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