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Las sendas a la paz

3) Jesucristo, quien controla los elementos, también puede aligerar


nuestras cargas. Él tiene poder para sanar a las personas y las naciones.
Nos ha mostrado la senda a la paz verdadera, pues Él es el “Príncipe
de paz” (Isaías 9:6). La paz que ofrece el Salvador podría transformar
toda la existencia humana, si los hijos de Dios lo permitieran. Su vida y
enseñanzas nos ofrecen maneras de sentir Su paz, si nos tornamos a Él.
“Aprende de mí”, dijo Él, “y escucha mis palabras; camina en la
mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz” (Doctrina y
Convenios 19:23).
Aprendemos de Él al elevar nuestras almas en oración, estudiar Su
vida y enseñanzas, y “permanece[r] en lugares santos”, entre ellos, el
templo (Doctrina y Convenios 87:8; véase también 45:32). Asistan a la
Casa del Señor tan a menudo como les sea posible. El templo es un
refugio apacible contra las crecientes tempestades de nuestros días.
Mi querido amigo, el presidente Thomas S. Monson (1927–2018),
enseñó: “Al ir a[l] [templo], al recordar los convenios que allí hacemos,
podremos soportar toda prueba y vencer cada tentación. El templo le
brinda propósito a nuestras vidas; trae paz a nuestras almas, no la paz
que ofrecen los hombres, sino la paz que prometió el Hijo de Dios” 4.
Escuchamos Sus palabras al prestar atención a Sus enseñanzas de las
Santas Escrituras y de Sus profetas vivientes, al emular Su ejemplo, y
al asistir a Su Iglesia, donde se nos hermana, enseña y nutre mediante
la buena palabra de Dios.
Caminamos en la mansedumbre de Su Espíritu al amar como Él amó,
perdonar como Él perdonó, al arrepentirnos y hacer de nuestro hogar
un lugar donde podamos sentir Su Espíritu. También caminamos en la
mansedumbre de Su Espíritu al ayudar a los demás, servir a Dios con
gozo y esforzarnos por llegar a ser “pacíficos discípulos de Cristo”
(Moroni 7:3).
Estos pasos de fe y obras conducen a la rectitud, nos bendicen en
nuestra travesía del discipulado, y nos brindan paz y propósito
duraderos.

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