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El Discurso
EL DISCURSO
Necesitarnos tener algo importante que decir, algo que deje huella en el auditorio, algo
que no pueda quedar sin ser dicho. En la oratoria no hay reglas infalibles ni recetas
mágicas que sean válidas para todos los casos. El discurso ha de ser breve y directo; sin
rodeos; al término del discurso no debe quedar sin decirse algo de lo que iba a abordarse.
El discurso ha de ser directo. Introducción, corta e interesante, sin muchas
consideraciones entrar al tema, uno de los signos de nuestra época es que la gente tiene
prisa, conviene observar la propaganda moderna, los spots, en la prensa escrita, en la
radio, en la televisión. Desarrollo, claro y preciso, que lo que decimos quede tan claro
como la luz del día.
Puede haber exposiciones en las que no haya necesidad de probar o refutar algo, en este
caso, con mayor razón, que el discurso esté construido con frases contundentes.
En oratoria es preciso ser claros en las formas y en el fondo, es decir, en las palabras y
en las ideas. Se consideran en el Discurso seis partes esenciales:
I. Exordio: El exordio es la primera parte del Discurso y está constituido por las primeras
palabras que el orador expresa ante el auditorio, es prácticamente la tarjeta de
presentación del elocuente y del manejo inteligente que él tenga será el éxito del discurso,
es importante saber que mediante la expresión del exordio dependerá definitivamente, la
actitud positiva, negativa o de indiferencia del público que escucha. Las funciones del
exordio básicamente son dos: La primera captar la atención de los oyentes, que es
unívoca, es decir, que solamente se puede atender a un estímulo y no a dos o más al
mismo tiempo. Y la Segunda es despertar el interés que es la consecuencia lógica del
manejo adecuado que se haga de los recursos, de las leyes y de los factores de la
atención. El exordio se puede redactar según la tónica y la finalidad del discurso, tomando
en consideración las características del auditorio ante quien se va hablar, sin dejar a un
lado los siguientes recursos:
• Una frase célebre, es decir iniciar el discurso con una frase célebre que sea lo
suficientemente clara, precisa y adecuada al contexto del discurso y a las circunstancias
del lugar y del auditorio. Esta frase deberá seleccionarse con la mayor empatía posible,
es decir, colocándose en el lugar del auditorio hipotéticamente.
• Una pregunta, empleada como exordio, puede ser muy impactante porque atrae la
atención y despierta el interés, pero si no se sabe manejar puede ser un peligro dado que
puede originar la respuesta irónica de alguien del público.
• Un gesto silencioso que logre expresar un estado de ánimo para ser bien comprendido
por el auditorio.
• Una actitud determinante que acompañe a una frase según las circunstancias.
VI. Epílogo, etimológicamente es una conclusión, es decir, es la parte final del discurso
y debe constituir siempre la rúbrica triunfal de la pieza oratoria. El epílogo en la oratoria
tiene como objeto fijar en la mente del público oyente, mediante pocas palabras aquello
que se ha escuchado, que se ha tratado y de lo que se les quiere convencer, por lo tanto
la primera y última frase del discurso son elementales, por lo que no se debe subestimar
la claridad, la resonancia y el impacto de la primera frase, como tampoco el desarrollo
articulado del epílogo, que es el desenlace que provoca en el público una actitud crítica,
participativa, etc. El epílogo consta de dos elementos inseparables que complementan el
uno con el otro que es la comunicación verbal y la comunicación no verbal; un final pobre
e inadecuado puede arruinar todo el efecto del discurso, porque es importante tener una
buena conclusión para un buen comienzo.
❖ Los elementos esenciales del discurso son: el fondo —las ideas, el mensaje—, y
la forma —el estilo de la expresión, el orden lógico de la exposición—. El auditorio
no solamente ha de decir: tú orador, tienes la razón; el discurso va dirigido a que
el público también diga: quiero hacer lo que tú me dices. Ni sólo fondo ni
únicamente forma. Importa lo que se dice, pero también importa cómo se dice.
❖ En la preparación del discurso pueden señalarse dos puntos básicos: preparación
remota y preparación inmediata. La preparación remota consiste en observar la
naturaleza, escuchar buena música, desarrollar la expresión escrita —poemas,
ensayos, discursos—, ver películas, asistir al buen teatro, hacer de la lectura un
hábito, acudir con espíritu analítico a conferencias y mítines, aficionarse a leer
periódicos, revistas, a escuchar, a oír y leer a los mejores oradores. Todo esto
queda en la mente y en el corazón del orador, Es el bagaje del que extraerá una y
otra vez los elementos de sus disertaciones. Quien esté reñido con la cultura que
se olvide del placer de hablar en público. La oratoria es cultura. Es síntesis de
ciencias, de artes, de técnicas, de vivencias personales, es caminar descalzo para
percibir el alma de las personas y de los pueblos. El orador y el auditorio son los
dos polos del discurso. Es indispensable prepararse en torno a los problemas y
necesidades del público, en lo que quiere la gente que se le hable. La palabra del
orador adquiere valor precisamente cuando la recibe el auditorio. La respuesta del
público es el mejor estímulo que puede recibir quien habla para los demás. Por
razón natural, la gente suele estar más receptiva cuando se le habla de sus
preocupaciones cotidianas que de los grandes planteamientos abstractos o de
innovadoras propuestas. El pueblo espera que se le hable de sus problemas, que
se denuncien las injusticias que padece, que se propongan soluciones. Los
discursos que sólo alimentan el ego del orador es hojarasca que pronto se apaga,
no impactan a la gente. La preparación inmediata consiste en reunir todas las
ideas que se hayan recogido en la labor de consulta realizada; se analizan esos
pensamientos; se escogen los mejores; se toman dos o cuando más tres ideas; se
desarrollan; se afinan y se integran en una unidad. Lo que resulte de esta selección
de ideas será lo que ofrezcamos al auditorio.
Los buenos oradores afianzan sus ideas en la mente del auditorio precisamente con
figuras plásticas, con ejemplos, con parábolas, etcétera. El discurso ha de tener sello
propio, ha de reflejar la individualidad del orador; no hay dos estrellas idénticas. La pieza
oratoria no debe parecer una receta de cocina sin destinatario, ha de ser expresión
natural del orador. El discurso de mérito es reflejo, extensión del orador. Puede ser un
excelente discurso el de una persona con conocimientos modestos, pero con entusiasmo
al hablar. Preparar el discurso es engarzar un collar de palabras, es templar el carácter
en la reflexión, es buscar las razones que mueven al universo y al corazón de los seres
humanos.
TIPOS DE DISCURSO
Persuasivo: Busca Persuadir, esto implica: explicar (luz para la inteligencia), argumentar
(razones para la inteligencia), convencer (afectar a la inteligencia y a la voluntad),
conmover (fuego para el corazón y los sentimientos). Inteligencia voluntad y sentimientos.
Hay que considerar cómo funciona la voluntad humana. Solo se mueve cuando percibe
en aquello que se le presente un bien.
• Expresar con nuestra actitud la felicidad que sentimos de estar ante nuestro auditorio.
• Jamás comenzar diciendo que no tenemos la preparación suficiente para decir nuestra
conferencia o nuestro discurso.
• Improvisar en voz alta todas las mañanas, por lo menos dos minutos, sobre un tema
cualquiera. El discurso y el bosque valen como conjunto. La eficacia del discurso es
amalgama de muchos elementos: entusiasmo en la expresión, tema interesante, orden
en lo que se expone, aportación de ideas, vivo deseo de servir, belleza en la forma de la
exposición, intención didáctica, etcétera. Sin embargo, el principio y el final del discurso
son los momentos más importantes, del mismo modo que para el viajero de un avión son
muy importantes el ascenso y la bajada del aparato. Con frecuencia las diez primeras
palabras y las diez últimas valen por todo el discurso. El comienzo es determinante para
captar la atención del auditorio; el final es el momento de ganar voluntades y de darles
cauce. El inicio del discurso tiene la magia de la esperanza; el final de la pieza oratoria
es el tiempo de las realizaciones, de sumar voluntades y avanzar juntos —orador y
auditorio— en busca de horizontes comunes. El principio y el final del discurso son los
momentos más importantes. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión y no
los separemos mucho. La introducción o exordio ha de ser lo más breve posible.
El orador ha de ser coherente con el ritmo apresurado con que se vive, sobre todo en las
grandes ciudades y, en consecuencia, aprovechar el tiempo de la mejor manera posible.
Si hablamos de la falta de tiempo, quizás, de todo el auditorio, esto no nos autoriza a ser
confusos; hemos de ser llanos y directos. Y una cuestión de central importancia: no debe
quedar sin ser dicho algún punto de lo que se había planeado decir. Comenzar el discurso
con algo que atraiga la atención, que despierte el interés, que nos identifique con el
auditorio. Pronunciar el comienzo con serenidad, calculando el efecto de cada palabra.
Existen diferentes tipos de inicio, hay que buscar hasta encontrar el más apropiado. Por
ejemplo, compartir una experiencia personal; decir una cifra que impacte; un dato
novedoso; una sentida narración; un ejemplo que ilustre y no amerite explicaciones; una
cita contundente de algún personaje famoso; explicar al público cómo se relaciona el
tema con sus intereses; recrear un detalle rescatado de lo cotidiano, etcétera. La
introducción siempre ha de estar vinculada con el asunto que se desarrolla, del mismo
modo en que se tejen, en que se eslabonan las frases de un poema. No dar vueltas para
abordar el asunto que vamos a exponer; no hay tiempo que perder; hay que ir al grano,
salir con llaneza al encuentro del público. Cuántas veces el auditorio dice en su mente:
lo que vas a decirnos, dilo, y siéntate. Es frecuente la tentación de iniciar con un chiste,
con un cuento humorístico. ¡Cuidado!, eso es como caminar por terreno pantanoso. Se
reitera: si alguien se sabe con natural facilidad para las bromas, ¡adelante!, con tal de que
no haga de su tiempo una sesión de chistes; algún asistente puede tomar la palabra para
decir: Ya nos divertimos con sus humoradas, ahora díganos lo que nos iba a decir. La
conclusión, también llamada epílogo o peroración, es la corona del discurso. Las últimas
palabras serán las que mayor tiempo duren en la memoria del auditorio. El final debe
planearse con anticipación. El fracaso es el destino de quien pretenda improvisar el final
del discurso en el momento de estar frente al auditorio. Es aconsejable preparar más de
una terminación, para estar en posibilidad de optar por la que resulte más adecuada a
las circunstancias del momento. Conviene escribir y memorizar las palabras con las que
se rematará el discurso. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión, y no los
separemos mucho. Es necesario practicar reiteradamente el final, siguiendo las ideas
plasmadas en el papel, aun cuando no se repita en forma idéntica cada vez que se
pronuncie. Con la práctica, el final quedará más natural, más definido, para decirlo en su
momento con firmeza y resolución. Estas son algunas sugerencias para la terminación:
hacer una síntesis precisa; enunciar la conclusión a la que seguramente el auditorio ya
ha llegado; exhortar a la acción; agradecer de corazón al auditorio su atención; hacer
cálido el final con un trozo de poesía, etcétera. Es natural que no remataríamos igual un
discurso de campaña política, que la intervención en un homenaje póstumo, o la alegoría
que se dirige a una quinceañera. En la terminación, con mayor razón olvidemos los
regaños, los tonos de advertencia; no ser pesimistas, negativos, mucho menos
catastrofistas. Hay que transmitir al auditorio sentimientos de entusiasmo, de optimismo,
de fraternidad, de solidaridad. Procuremos finalizar en el punto culminante de una frase,
cuando el auditorio esté más interesado, con deseo de continuar escuchándonos, y no
cuando comience a mirar con insistencia los relojes, deseando que nos callemos para
poder retirarse. Ha de evitarse rematar diciendo expresiones inútiles, comunes o
presuntuosas, como es todo cuanto tenía que decirles”, “creo que ya terminé”, “es todo
por hoy”, “he dicho”, “salud”, etcétera. Cuando concluyamos, hagámoslo sin avisar, con
la suavidad con la que llega la noche. En todo caso, podemos concluir con un sentido
“muchas gracias.
Las primeras palabras y las últimas, valen por todo el discurso. El principio y el final son
los momentos más importantes. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión
y no los separemos mucho. Utilicemos un lenguaje sencillo. Digamos el comienzo con
serenidad, midiendo cada palabra. Iniciemos el discurso con algo que atraiga la atención,
que despierte el interés del público. Por ejemplo: un comentario aparentemente casual,
una narración, un caso concreto, una frase contundente y clara, la cita certera de algún
personaje famoso. Cuidar que haya vinculación del comienzo con el tema. No es
conveniente iniciar el discurso con disculpas o con chistes. Es necesario estudiar y
aprender de memoria las palabras finales. Las últimas palabras son las que mayor tiempo
duran en la mente del auditorio. El final ha de ser planeado con anticipación. Se fracasará
en toda la línea, si se pretende improvisar la terminación del discurso en el acto mismo
en que se dice. Es conveniente preparar más de una terminación para decidir por la que
resulte más adecuada a las circunstancias del momento. Practiquemos reiteradamente
el final conforme al plan que hayamos diseñado. Con la reiteración podremos afinarlo
hasta que estemos satisfechos. Con esta práctica, el final quedará más definido y
podremos decirlo con seguridad, con resolución. Dejemos en el auditorio sentimientos de
entusiasmo y optimismo. Procuremos finalizar en el punto culminante de una frase,
dejando al auditorio interesado en lo que estamos diciendo, con voluntad de seguir
escuchándonos y no con el deseo de que ya nos callemos. El punto del hartazgo llega
muy poco después de haber alcanzado la cumbre del aplauso. Estas son algunas
sugerencias para terminar: emplear palabras de una autoridad en la materia; resumir
brevemente los puntos principales que hemos tratado; exhortar a la acción; brindar una
galantería sincera al auditorio; citar un trozo poético apropiado; producir la exaltación del
ánimo; concluir suavemente; decir un sencillo y sentido “muchas gracias”.
Para recordar
El valor de un discurso se mide por el impacto que causa, jamás por su duración. Hay
una pregunta clave para definir el contenido del discurso: ¿qué es lo que no puede quedar
sin ser dicho? Esta es la pauta para suprimir lo accesorio; toda la atención han de
merecerla las ideas centrales. Es falta de previsión cuando al orador se le agota el tiempo
que tenía asignado, sin haber expuesto las ideas fundamentales. Desde el comienzo de
nuestra intervención, hagamos de cuenta que el público nos interroga con agudeza y de
manera imperativa: ¿por consiguiente, ¿en conclusión?, ¿en síntesis qué? Este es el
espacio de las ideas básicas. Expresar las ideas con entusiasmo, con pasión, sin
dobleces, es siempre atractivo para el auditorio; pero para que calen hondo han de estar
sustentadas, respaldadas, por la verdad. El público aprecia la denuncia valiente, pero
sabe distinguirla de la mentira, de la calumnia y de la ofensa gratuita. Más allá del
lenguaje que utilice el orador, nunca logrará expresar otra cosa que lo que es. El mejor
mensaje del orador es su vida. La palabra convence, el ejemplo arrastra. Se dice que nos
pierde hablar mucho y hacer poco; lo que en realidad nos extravía es hablar mal. Hablar
con ideas es ya un modo de hacer. Las palabras de vida y de sustancia son simiente de
acción. Si el artista plasmara en un lienzo al orador, la imagen más objetiva sería la de
un sembrador de granos rebosantes de ideas. El orador es sembrador de inquietudes,
sembrador de estrellas. Un discurso, una conferencia, una clase, valen por las ideas que
contengan; impactan por el entusiasmo con que se diga. Pocas ideas bien expuestas se
comprenden bien; Esta estructura de discurso no falla: mostrar que algo está mal; decir
cómo se puede remediar; pedir la cooperación del público para resolverlo.
Bibliografía