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UNIVERSIDAD MARIANO GÁLVEZ DE GUATEMALA

Facultad De Ciencias Jurídicas Y Sociales


Curso: Oratoria forense

Material de aprendizaje

El Discurso
EL DISCURSO

En oratoria se define al discurso como el conjunto de la forma y el fondo del pensamiento


que constituye el mensaje que el orador expresa ante un auditorio. Es importante tanto
el fondo del pensamiento, es decir, el contenido ideológico del discurso, como la forma
en que es comunicada por el orador; o sea, las palabras y las oraciones, el tono, el
volumen, los gestos, las actitudes, etcétera. Los elementos esenciales de la oratoria y de
su concordancia, estructuración y manejo dependerá la eficacia de la comunicación y,
por ende, del éxito del orador. El discurso es una idea codificada, un mensaje y por lo
tanto su objeto es la misma que la de toda forma de comunicación: crear o modificar
actitudes en el receptor y en este caso particular, en el público del auditorio. Se sugiere
el empleo de frases cortas y periodos breves que son fáciles de emitir y de percibir.

Necesitarnos tener algo importante que decir, algo que deje huella en el auditorio, algo
que no pueda quedar sin ser dicho. En la oratoria no hay reglas infalibles ni recetas
mágicas que sean válidas para todos los casos. El discurso ha de ser breve y directo; sin
rodeos; al término del discurso no debe quedar sin decirse algo de lo que iba a abordarse.
El discurso ha de ser directo. Introducción, corta e interesante, sin muchas
consideraciones entrar al tema, uno de los signos de nuestra época es que la gente tiene
prisa, conviene observar la propaganda moderna, los spots, en la prensa escrita, en la
radio, en la televisión. Desarrollo, claro y preciso, que lo que decimos quede tan claro
como la luz del día.

En la mente del orador ha de haber siempre tres objetivos indisociables: agradar,


convencer y conmover.

Puede haber exposiciones en las que no haya necesidad de probar o refutar algo, en este
caso, con mayor razón, que el discurso esté construido con frases contundentes.

En oratoria es preciso ser claros en las formas y en el fondo, es decir, en las palabras y
en las ideas. Se consideran en el Discurso seis partes esenciales:

I. Exordio: El exordio es la primera parte del Discurso y está constituido por las primeras
palabras que el orador expresa ante el auditorio, es prácticamente la tarjeta de
presentación del elocuente y del manejo inteligente que él tenga será el éxito del discurso,
es importante saber que mediante la expresión del exordio dependerá definitivamente, la
actitud positiva, negativa o de indiferencia del público que escucha. Las funciones del
exordio básicamente son dos: La primera captar la atención de los oyentes, que es
unívoca, es decir, que solamente se puede atender a un estímulo y no a dos o más al
mismo tiempo. Y la Segunda es despertar el interés que es la consecuencia lógica del
manejo adecuado que se haga de los recursos, de las leyes y de los factores de la
atención. El exordio se puede redactar según la tónica y la finalidad del discurso, tomando
en consideración las características del auditorio ante quien se va hablar, sin dejar a un
lado los siguientes recursos:

• Una frase célebre, es decir iniciar el discurso con una frase célebre que sea lo
suficientemente clara, precisa y adecuada al contexto del discurso y a las circunstancias
del lugar y del auditorio. Esta frase deberá seleccionarse con la mayor empatía posible,
es decir, colocándose en el lugar del auditorio hipotéticamente.

• Un verso breve, es un buen principio para el discurso cuando se trata de un público


femenino o de personas con destacadas sensibilidades literarias, este deberá expresarse
con la mayor naturalidad posible.

• Un lema, al decidirse a usar un lema como encabezado, debe pensarse en la


comprensión del auditorio y su actitud hacia el contenido de su procedencia, así como la
popularidad y su viveza socio demográfica.

• Una pregunta, empleada como exordio, puede ser muy impactante porque atrae la
atención y despierta el interés, pero si no se sabe manejar puede ser un peligro dado que
puede originar la respuesta irónica de alguien del público.

• Un gesto silencioso que logre expresar un estado de ánimo para ser bien comprendido
por el auditorio.

• Una actitud determinante que acompañe a una frase según las circunstancias.

• Un silencio produce una fuerte tensión psicológica en el público y por consiguiente


acompañada por la proposición.
II. Proposición: Es la segunda parte del discurso y constituye en esencia la síntesis
preliminar del contenido del mismo, es decir, es una exposición breve, clara y precisa de
una tesis que se sustenta y que se intentará demostrar ante el auditorio durante el
desarrollo del discurso, cuya finalidad es de despertar el interés del público que escucha.
Al redactarse la proposición debe tenerse en cuenta la forma inteligente.

III. Argumentación, es la exposición sistemática de los argumentos lógicos que


confirman lo aseverado en la proposición, cuya finalidad es de convencer al público de la
verdad, la bondad, las ventajas y las conveniencias de asumir la actitud que se requiere
en la proposición, es decir que a través de la argumentación se generan o modifican
actitudes en un público oyente. Es importante soslayar que la argumentación reúne como
elementos indispensables el hecho en sí, las pruebas documentales, testimoniales, la
lógica y las circunstancias y consecuencias.

IV. Conclusión, es la síntesis, es decir la integración en una sola proposición de las


verdades esenciales expuestas en los argumentos más apreciables del discurso. Dentro
de la conclusión, destacan los elementos como la síntesis, la valoración y la inducción,
entendiéndose como síntesis a la versión abreviada de cierto texto que una persona
realiza a fin de extraer la información o los contenidos más importantes del mismo; la
valoración es la toma de conciencia y de responsabilidad que implica hacer un juicio de
la importancia del discurso y por último la inducción, que es un proceso de encauzar el
comportamiento del auditorio hacia la finalidad del discurso. Es el momento en el que el
orador, con cualidades de filósofo, de poeta y de actor, gana las voluntades del auditorio

V. Exhortación, es la parte del discurso en relación a una invitación amable pero


enérgica dirigida al público, es decir de convertir sus pensamientos y sus emociones en
acción creadora y productiva.

VI. Epílogo, etimológicamente es una conclusión, es decir, es la parte final del discurso
y debe constituir siempre la rúbrica triunfal de la pieza oratoria. El epílogo en la oratoria
tiene como objeto fijar en la mente del público oyente, mediante pocas palabras aquello
que se ha escuchado, que se ha tratado y de lo que se les quiere convencer, por lo tanto
la primera y última frase del discurso son elementales, por lo que no se debe subestimar
la claridad, la resonancia y el impacto de la primera frase, como tampoco el desarrollo
articulado del epílogo, que es el desenlace que provoca en el público una actitud crítica,
participativa, etc. El epílogo consta de dos elementos inseparables que complementan el
uno con el otro que es la comunicación verbal y la comunicación no verbal; un final pobre
e inadecuado puede arruinar todo el efecto del discurso, porque es importante tener una
buena conclusión para un buen comienzo.

El discurso ha de tener un destino; si no fijamos un itinerario previamente, navegaremos


a la deriva. La inspiración del momento es un ingrediente más de la oratoria, pero no
puede ser el único. Los discursos que sólo son inspiración de la circunstancia resultan
efímeros, son como huellas en la arena, como fuegos pirotécnicos; el canto de las aves
que se lleva el viento.

❖ Los elementos esenciales del discurso son: el fondo —las ideas, el mensaje—, y
la forma —el estilo de la expresión, el orden lógico de la exposición—. El auditorio
no solamente ha de decir: tú orador, tienes la razón; el discurso va dirigido a que
el público también diga: quiero hacer lo que tú me dices. Ni sólo fondo ni
únicamente forma. Importa lo que se dice, pero también importa cómo se dice.
❖ En la preparación del discurso pueden señalarse dos puntos básicos: preparación
remota y preparación inmediata. La preparación remota consiste en observar la
naturaleza, escuchar buena música, desarrollar la expresión escrita —poemas,
ensayos, discursos—, ver películas, asistir al buen teatro, hacer de la lectura un
hábito, acudir con espíritu analítico a conferencias y mítines, aficionarse a leer
periódicos, revistas, a escuchar, a oír y leer a los mejores oradores. Todo esto
queda en la mente y en el corazón del orador, Es el bagaje del que extraerá una y
otra vez los elementos de sus disertaciones. Quien esté reñido con la cultura que
se olvide del placer de hablar en público. La oratoria es cultura. Es síntesis de
ciencias, de artes, de técnicas, de vivencias personales, es caminar descalzo para
percibir el alma de las personas y de los pueblos. El orador y el auditorio son los
dos polos del discurso. Es indispensable prepararse en torno a los problemas y
necesidades del público, en lo que quiere la gente que se le hable. La palabra del
orador adquiere valor precisamente cuando la recibe el auditorio. La respuesta del
público es el mejor estímulo que puede recibir quien habla para los demás. Por
razón natural, la gente suele estar más receptiva cuando se le habla de sus
preocupaciones cotidianas que de los grandes planteamientos abstractos o de
innovadoras propuestas. El pueblo espera que se le hable de sus problemas, que
se denuncien las injusticias que padece, que se propongan soluciones. Los
discursos que sólo alimentan el ego del orador es hojarasca que pronto se apaga,
no impactan a la gente. La preparación inmediata consiste en reunir todas las
ideas que se hayan recogido en la labor de consulta realizada; se analizan esos
pensamientos; se escogen los mejores; se toman dos o cuando más tres ideas; se
desarrollan; se afinan y se integran en una unidad. Lo que resulte de esta selección
de ideas será lo que ofrezcamos al auditorio.

Luego armonizar la preparación remota y la inmediata, en donde se requiere un gran


esfuerzo de creación. Si en esta labor de repente nos asalta el desaliento, pensemos en
lo gratificante que resultará ver en el rostro del auditorio el interés por nuestras ideas y la
coincidencia con nuestros intereses. Hemos de obtener información sobre el público:
número, edades, escolaridad, ideología, aficiones artísticas y deportivas, nivel social,
etcétera. Asimismo, es importante conocer las características del lugar donde
hablaremos: ubicación, amplitud, ventilación, acústica, iluminación. Saber si hablaremos
con micrófono o sin él, si estaremos de pie en una tribuna o sin ella, o sentados ante una
mesa. Conocer el calendario de la población, saber cuándo la gente puede acudir a la
conferencia, a escuchar el discurso; qué decepcionante debe ser para los organizadores
del evento que no acuda el público porque se volcó, por ejemplo, al estadio de fútbol para
presenciar un partido, o a una feria de aniversario de la localidad.

Hay una técnica elemental y efectiva en los quehaceres de la oratoria:

Primero, anunciar al público lo que se le va a decir; Segundo, decírselo; Tercero, reiterarle


qué se le ha dicho. Insistir en una idea con lenguaje fresco y renovado, jamás será
ausencia de creatividad sino muestra de perseverancia.

En la pedagogía, y la oratoria es pedagogía por excelencia, es indispensable la


reiteración de las ideas. Cuando estamos leyendo un libro, fácilmente regresamos a la
página que nos atrajo, cuantas veces queramos. En una conferencia, en un discurso, si
el orador no reitera sus ideas, nos quedamos sin puntos de referencia en nuestras
reflexiones. Si el público es generoso y destina parte de su tiempo a escuchar un
discurso, el orador ha de poner su mejor empeño para hacerle agradable ese espacio.
Nunca está demás introducir un trozo de poesía, narrar una anécdota, compartir una
experiencia propia, decir un cuento que concrete la idea expuesta. El auditorio se sentirá
atendido y compensado.

Los buenos oradores afianzan sus ideas en la mente del auditorio precisamente con
figuras plásticas, con ejemplos, con parábolas, etcétera. El discurso ha de tener sello
propio, ha de reflejar la individualidad del orador; no hay dos estrellas idénticas. La pieza
oratoria no debe parecer una receta de cocina sin destinatario, ha de ser expresión
natural del orador. El discurso de mérito es reflejo, extensión del orador. Puede ser un
excelente discurso el de una persona con conocimientos modestos, pero con entusiasmo
al hablar. Preparar el discurso es engarzar un collar de palabras, es templar el carácter
en la reflexión, es buscar las razones que mueven al universo y al corazón de los seres
humanos.

TIPOS DE DISCURSO

Explicativo: el discurso explicativo es el propio del docente. El fin que pretende es el


siguiente: Hacer Una verdad Inteligible. Se busca hacer clara y evidente una idea. un
tema, una experiencia. No se trata de demostrar la verdad de esa idea, ni de persuadir a
nadie, sino de explicarla para que quede lúcida en la mente del auditorio.

Demostrativo: Hay otro tipo de discurso dirigido a la inteligencia: el discurso


demostrativo. Pero ¿qué es demostrar? Demostrar es hacer evidente y claro aquello que
a primera vista parece no serlo y no es otra la finalidad del discurso demostrativo.

Emotivo: Si el discurso explicativo y demostrativo se dirige a la mente, el emotivo apunta


al corazón. Su fin es emocionar, provocar un afecto de amor, odio, simpatía, tristeza,
dolor compasión, alegría… Intenta en el fondo hacer amable una verdad- Que el auditorio
termine amando aquello que le hemos propuesto o que termine odiándolo. En resumen,
el orador intentará crear un efecto, por lo general positivo.

Persuasivo: Busca Persuadir, esto implica: explicar (luz para la inteligencia), argumentar
(razones para la inteligencia), convencer (afectar a la inteligencia y a la voluntad),
conmover (fuego para el corazón y los sentimientos). Inteligencia voluntad y sentimientos.
Hay que considerar cómo funciona la voluntad humana. Solo se mueve cuando percibe
en aquello que se le presente un bien.

CÓMO INICIAR Y CÓMO TERMINAR EL DISCURSO

Es necesario tener en consideración puntos tan importantes como los siguientes:

• Expresar con nuestra actitud la felicidad que sentimos de estar ante nuestro auditorio.

• Jamás comenzar diciendo que no tenemos la preparación suficiente para decir nuestra
conferencia o nuestro discurso.

• Improvisar en voz alta todas las mañanas, por lo menos dos minutos, sobre un tema
cualquiera. El discurso y el bosque valen como conjunto. La eficacia del discurso es
amalgama de muchos elementos: entusiasmo en la expresión, tema interesante, orden
en lo que se expone, aportación de ideas, vivo deseo de servir, belleza en la forma de la
exposición, intención didáctica, etcétera. Sin embargo, el principio y el final del discurso
son los momentos más importantes, del mismo modo que para el viajero de un avión son
muy importantes el ascenso y la bajada del aparato. Con frecuencia las diez primeras
palabras y las diez últimas valen por todo el discurso. El comienzo es determinante para
captar la atención del auditorio; el final es el momento de ganar voluntades y de darles
cauce. El inicio del discurso tiene la magia de la esperanza; el final de la pieza oratoria
es el tiempo de las realizaciones, de sumar voluntades y avanzar juntos —orador y
auditorio— en busca de horizontes comunes. El principio y el final del discurso son los
momentos más importantes. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión y no
los separemos mucho. La introducción o exordio ha de ser lo más breve posible.

El orador ha de ser coherente con el ritmo apresurado con que se vive, sobre todo en las
grandes ciudades y, en consecuencia, aprovechar el tiempo de la mejor manera posible.
Si hablamos de la falta de tiempo, quizás, de todo el auditorio, esto no nos autoriza a ser
confusos; hemos de ser llanos y directos. Y una cuestión de central importancia: no debe
quedar sin ser dicho algún punto de lo que se había planeado decir. Comenzar el discurso
con algo que atraiga la atención, que despierte el interés, que nos identifique con el
auditorio. Pronunciar el comienzo con serenidad, calculando el efecto de cada palabra.

Existen diferentes tipos de inicio, hay que buscar hasta encontrar el más apropiado. Por
ejemplo, compartir una experiencia personal; decir una cifra que impacte; un dato
novedoso; una sentida narración; un ejemplo que ilustre y no amerite explicaciones; una
cita contundente de algún personaje famoso; explicar al público cómo se relaciona el
tema con sus intereses; recrear un detalle rescatado de lo cotidiano, etcétera. La
introducción siempre ha de estar vinculada con el asunto que se desarrolla, del mismo
modo en que se tejen, en que se eslabonan las frases de un poema. No dar vueltas para
abordar el asunto que vamos a exponer; no hay tiempo que perder; hay que ir al grano,
salir con llaneza al encuentro del público. Cuántas veces el auditorio dice en su mente:
lo que vas a decirnos, dilo, y siéntate. Es frecuente la tentación de iniciar con un chiste,
con un cuento humorístico. ¡Cuidado!, eso es como caminar por terreno pantanoso. Se
reitera: si alguien se sabe con natural facilidad para las bromas, ¡adelante!, con tal de que
no haga de su tiempo una sesión de chistes; algún asistente puede tomar la palabra para
decir: Ya nos divertimos con sus humoradas, ahora díganos lo que nos iba a decir. La
conclusión, también llamada epílogo o peroración, es la corona del discurso. Las últimas
palabras serán las que mayor tiempo duren en la memoria del auditorio. El final debe
planearse con anticipación. El fracaso es el destino de quien pretenda improvisar el final
del discurso en el momento de estar frente al auditorio. Es aconsejable preparar más de
una terminación, para estar en posibilidad de optar por la que resulte más adecuada a
las circunstancias del momento. Conviene escribir y memorizar las palabras con las que
se rematará el discurso. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión, y no los
separemos mucho. Es necesario practicar reiteradamente el final, siguiendo las ideas
plasmadas en el papel, aun cuando no se repita en forma idéntica cada vez que se
pronuncie. Con la práctica, el final quedará más natural, más definido, para decirlo en su
momento con firmeza y resolución. Estas son algunas sugerencias para la terminación:
hacer una síntesis precisa; enunciar la conclusión a la que seguramente el auditorio ya
ha llegado; exhortar a la acción; agradecer de corazón al auditorio su atención; hacer
cálido el final con un trozo de poesía, etcétera. Es natural que no remataríamos igual un
discurso de campaña política, que la intervención en un homenaje póstumo, o la alegoría
que se dirige a una quinceañera. En la terminación, con mayor razón olvidemos los
regaños, los tonos de advertencia; no ser pesimistas, negativos, mucho menos
catastrofistas. Hay que transmitir al auditorio sentimientos de entusiasmo, de optimismo,
de fraternidad, de solidaridad. Procuremos finalizar en el punto culminante de una frase,
cuando el auditorio esté más interesado, con deseo de continuar escuchándonos, y no
cuando comience a mirar con insistencia los relojes, deseando que nos callemos para
poder retirarse. Ha de evitarse rematar diciendo expresiones inútiles, comunes o
presuntuosas, como es todo cuanto tenía que decirles”, “creo que ya terminé”, “es todo
por hoy”, “he dicho”, “salud”, etcétera. Cuando concluyamos, hagámoslo sin avisar, con
la suavidad con la que llega la noche. En todo caso, podemos concluir con un sentido
“muchas gracias.

Las primeras palabras y las últimas, valen por todo el discurso. El principio y el final son
los momentos más importantes. Busquemos un buen comienzo y una buena conclusión
y no los separemos mucho. Utilicemos un lenguaje sencillo. Digamos el comienzo con
serenidad, midiendo cada palabra. Iniciemos el discurso con algo que atraiga la atención,
que despierte el interés del público. Por ejemplo: un comentario aparentemente casual,
una narración, un caso concreto, una frase contundente y clara, la cita certera de algún
personaje famoso. Cuidar que haya vinculación del comienzo con el tema. No es
conveniente iniciar el discurso con disculpas o con chistes. Es necesario estudiar y
aprender de memoria las palabras finales. Las últimas palabras son las que mayor tiempo
duran en la mente del auditorio. El final ha de ser planeado con anticipación. Se fracasará
en toda la línea, si se pretende improvisar la terminación del discurso en el acto mismo
en que se dice. Es conveniente preparar más de una terminación para decidir por la que
resulte más adecuada a las circunstancias del momento. Practiquemos reiteradamente
el final conforme al plan que hayamos diseñado. Con la reiteración podremos afinarlo
hasta que estemos satisfechos. Con esta práctica, el final quedará más definido y
podremos decirlo con seguridad, con resolución. Dejemos en el auditorio sentimientos de
entusiasmo y optimismo. Procuremos finalizar en el punto culminante de una frase,
dejando al auditorio interesado en lo que estamos diciendo, con voluntad de seguir
escuchándonos y no con el deseo de que ya nos callemos. El punto del hartazgo llega
muy poco después de haber alcanzado la cumbre del aplauso. Estas son algunas
sugerencias para terminar: emplear palabras de una autoridad en la materia; resumir
brevemente los puntos principales que hemos tratado; exhortar a la acción; brindar una
galantería sincera al auditorio; citar un trozo poético apropiado; producir la exaltación del
ánimo; concluir suavemente; decir un sencillo y sentido “muchas gracias”.

Para recordar

• La sinceridad y la autenticidad dan credibilidad al orador.


• Reiteremos las ideas más importantes, pero de manera diferente.
• Asociar las ideas con imágenes: demos ejemplos, metáforas, anécdotas, hechos de la
vida real, etcétera.
• El discurso que jala va de corazón a corazón, más que de cerebro a cerebro

Algunos oradores, sobre todo en el ámbito de la oratoria de concurso, suelen privilegiar


a la forma sobre el fondo; es como preocuparse más por la envoltura que por el regalo
mismo. Si el orador tiene un mensaje auténtico, que esté arraigado en su mente y en su
corazón, y si siente necesidad vital de compartirlo, hay muy pocas posibilidades de
fracasar. La buena preparación del discurso diluye los temores, pues el discurso será
expresión de las reflexiones, los deseos y las experiencias del orador. le apena repetir
esta definición sustancial: la oratoria es el arte de transmitir ideas por medio de la palabra.
Esto es, la arcilla de que están hechos los discursos se llama ideas. Ideas de convicción,
ideas de transformación, ideas de proyección. Palabras de verdad, palabras de profecía,
palabras de esperanza. Ideas y palabras de compromiso. Ideas, convicciones, verdad es:
este es el contenido del discurso que ha de trascender. La oratoria de hoy es directa; el
discurso actual ha de ir al grano. Sin descuidar el aspecto estético, hay que ir a la esencia
de nuestra intervención. Decir con belleza algo importante ha de ser el propósito del
orador. Aun cuando se tenga dominio pleno del tema, conviene escoger sólo dos o tres
ideas y desarrollarlas en forma adecuada. Si se abordan muchos puntos, aunque todos
sean importantes, no se dirá nada en concreto. De nada sirve que el orador sea una
autoridad en el tema, sino se ocupa de lo que el auditorio quiere saber. El pueblo espera
que se hable de sus problemas, de sus carencias, de sus sueños; que se denuncien las
injusticias que padece, que se propongan soluciones. A estos reclamos debe orientarse
el discurso.

El valor de un discurso se mide por el impacto que causa, jamás por su duración. Hay
una pregunta clave para definir el contenido del discurso: ¿qué es lo que no puede quedar
sin ser dicho? Esta es la pauta para suprimir lo accesorio; toda la atención han de
merecerla las ideas centrales. Es falta de previsión cuando al orador se le agota el tiempo
que tenía asignado, sin haber expuesto las ideas fundamentales. Desde el comienzo de
nuestra intervención, hagamos de cuenta que el público nos interroga con agudeza y de
manera imperativa: ¿por consiguiente, ¿en conclusión?, ¿en síntesis qué? Este es el
espacio de las ideas básicas. Expresar las ideas con entusiasmo, con pasión, sin
dobleces, es siempre atractivo para el auditorio; pero para que calen hondo han de estar
sustentadas, respaldadas, por la verdad. El público aprecia la denuncia valiente, pero
sabe distinguirla de la mentira, de la calumnia y de la ofensa gratuita. Más allá del
lenguaje que utilice el orador, nunca logrará expresar otra cosa que lo que es. El mejor
mensaje del orador es su vida. La palabra convence, el ejemplo arrastra. Se dice que nos
pierde hablar mucho y hacer poco; lo que en realidad nos extravía es hablar mal. Hablar
con ideas es ya un modo de hacer. Las palabras de vida y de sustancia son simiente de
acción. Si el artista plasmara en un lienzo al orador, la imagen más objetiva sería la de
un sembrador de granos rebosantes de ideas. El orador es sembrador de inquietudes,
sembrador de estrellas. Un discurso, una conferencia, una clase, valen por las ideas que
contengan; impactan por el entusiasmo con que se diga. Pocas ideas bien expuestas se
comprenden bien; Esta estructura de discurso no falla: mostrar que algo está mal; decir
cómo se puede remediar; pedir la cooperación del público para resolverlo.

Para registrarlo en la memoria:

• Discurso breve y bueno, dos veces bueno.


• Las diez últimas palabras del discurso serán las que más tiempo se guarden en la mente
del auditorio.
• Si de veras queremos ser oradores, es necesario practicar, practicar, practicar.
• Podemos improvisar el discurso, no hablar improvisadamente.
• Escribir ayuda a pulir el estilo, a dar buen sonido a las palabras y a las frases.
• Pensar a toda hora en el discurso para avanzar en su preparación.
• Retirémonos de la fiesta cuando esté en su apogeo; no esperemos a que levanten las
sillas. Concluyamos el discurso cuando todavía el público tenga ganas de seguir
oyéndonos.

Bibliografía

Escobar Cárdenas, F. E. (2019). Oratoria Forense . San Marcos, Guatemala .

Davalos, José. (2011) Oratoria forense, México

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