Está en la página 1de 196

Autor: Franco G.

Feltan
Producción editorial: Tinta Libre Ediciones
Córdoba, Argentina
Coordinación Editorial: Gastón Barrionuevo
Corrección literaria: Lucía López Arzuaga
Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. Celina González Beltramone.
Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. Celina González Beltramone.

Feltan, Franco Gabriel


Al otro lado / Franco Gabriel Feltan
1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2018.
196 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-323-1

1. Novela. I. Título.
CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,


total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-
bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet
o por cualquier otra red.
La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad
de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723


Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2018. Feltan, Franco Gabriel


© 2018. Tinta Libre Ediciones
Prólogo
Desde niño, siempre me gustó imaginar historias e idear per-
sonajes. Vivir quizá mis propias historias desde la percepción de
lo real y, a partir de ello, crear un mundo donde cada reflexión,
pensamiento y hasta ideales cobraran vida para así, de alguna
manera llegar y conectar con las demás personas.
Independientemente de haber iniciado el trayecto literario
como un simple hobbie, poco a poco durante el transcurso de mi
vida, se fue convirtiendo en un sueño. Al principio, la idea de
una novela parecía algo casi imposible, jamás había escrito algo
que supere las veinte o treinta páginas. Pero las fuerzas que nece-
sitaba para iniciar mi sueño y comenzar con esta historia, vino de
la situación menos esperada. Hace aproximadamente tres años,
había decidido investigar a fondo un particular problema que me
afectaba desde niño, pero que nunca supe explicar. Jamás fui el
alumno diez del salón, sino todo lo contrario. Siempre sufrí cier-
to tipo de dificultad a la hora de expresarme y hacerme entender,
lo que me llevaba siempre hasta dudar a la hora de hablar.

Al otro lado • 5
Ya de grande, decidí recurrir a una especialista para deter-
minar la causa de dicho problema. Luego, los estudios revela-
rían que padezco de dislexia y que, por lo tanto, debía realizar
una serie de ejercicios con respecto a la lectura y escritura y así,
contrarrestar en cierta forma dichas dificultades de expresión y
comprensión.
Entender este problema que había acarreado toda mi vida,
sería el hincapié principal que me llevaría a estar hoy aquí y po-
der compartir con ustedes el inicio de un largo sueño. La dislexia
no fue más que un motor que me animo a creer más en mí mis-
mo y a no dejarme vencer. Así, comencé un día a expresarme, a
crear una historia y construir lo que en algún momento comenzó
como una decepción. Aprendí que las dudas y los miedos solo
viven en nuestra mente, depende de nosotros acogerlos o eli-
minarlos con nuestra fuerza de voluntad. Siempre cometeremos
errores, las cosas nos saldrán mal una, dos o hasta tres veces, pero
la clave para el éxito es intentar una cuarta vez. Ahora, puedo
decir que me siento satisfecho por el logro conseguido y espero
que disfruten de la obra tanto como yo lo he hecho. Espero, que
de alguna manera puedan sumergirse en la profundidad de ésta
y sentirse parte de ella.
Lo que busca indirectamente esta corta historia, es que cada
lector pueda imaginar a los personajes y situaciones de la manera
más personal posible. Si bien se dictan ciertas cuestiones un tan-
to míticas, da tal vez, una visión un tanto abierta y especulativa
sobre ese mundo que todos imaginamos alguna vez en nuestras
vidas. ¿Existe o no existe? Esto siempre ha sido cuestión de de-
bate. De lo real o no real, lo que conocemos y desconocemos

6 • Franco G. Feltan
de este gran y maravilloso universo. Después de todo y por el
momento, somos seres en continua evolución, los misterios que
desconocemos y rodean nuestro mismo tiempo son iguales o in-
cluso muchos más de lo que creemos. Incluso, tan viejos como
la vida misma.
Para intentar llevar el tema, qué mejor que tomar situaciones
cotidianas que vivimos día a día. Mejor dicho, que podríamos es-
tar esquivando día a día. Nuestras decisiones siempre repercuten
a nuestro alrededor. Las palabras, son armas de doble filo; tomar
conciencia sobre el impacto de éstas en la vida, es pensar antes de
hablar, antes de actuar. Tal vez sea el motivo principal del porqué
nacemos con dos oídos y una sola boca. ¿Sería mejor escuchar el
doble de lo que muchas veces hablamos? Para conocernos, pri-
mero deberíamos aprender a conocer.

Al otro lado • 7
CAPÍTULO I
¿Solo un sueño?
Una grave e intensa voz suena con tibieza en la oscuridad de
la inconsciencia. El entorno se presenta cambiante y el silencio
toma su lugar. Al mismo tiempo que el cambio se hace notar…
ya en sueños se puede escuchar…
—BIENVENIDO AARÓN, ¿PODRÁS ESCAPAR
DE AQUÍ? ¿O SERÁS TÚ MISMO QUIEN TERMINE
CONTIGO? TÚ DECIDES EL FINAL DEL CAMINO…
El despertador comienza a sonar. Despierto totalmente agita-
do y con la garganta parcialmente seca. Logro sentarme al borde
de la cama y enciendo el pequeño velador de la mesa al costado
derecho de la cama. Tomo el vaso de agua que allí se encontraba
y, luego de beber un poco para recuperar el aliento, desplazo las
sábanas a un lado y me pongo de pie. Estoy totalmente empapa-
do en transpiración, como si recién hubiera tomado un baño, y
la cama, exactamente en las mismas condiciones. Qué locura. Es
como si aún escuchara en mi cabeza aquella rara voz. Tan inten-
sa, tan cercana… tan real que se me hace familiar.

Al otro lado • 9
Tuve una extraña pesadilla que no logro recordar con toda
claridad, fue tan real que terminó por dejarme una sensación
de preocupación, un recurrente calosfrío que parece extenderse
desde mis brazos hacia todo mi cuerpo, para nada agradable, sin
dudas… Es como esa típica sensación que tienes cuando pasas
por sueños que parecen reales; aunque quizás no lo recuerdes,
puedes sentirlo. Me he levantado confundido. Como si aquello
que escuché lo hubiera hecho en realidad. La sensación que me
ha dejado no es muy buena. En fin, al voltear a ver el desperta-
dor, que sigue sonando como una insistente alarma de incendios,
no puedo creer la hora que es.
—¿Ya son las ocho menos cuarto? ¿Cómo pude haberme dor-
mido tanto tiempo? —pienso mientras me estiro y recuerdo las
cosas que tendré que hacer hoy…
Así que, sin más tiempo que perder, y viendo lo atrasado que
estoy, me pongo por fin de pie. Simplemente estiro las sabanas
y el cubrecama y listo, después de todo, en unas cuantas horas
volveré a la cama. Mientras me dirijo al baño, ya que ahora sí me
ducharé de verdad, recuerdo que justo antes de acostarme había
activado la alarma y la controlé una vez más antes de cerrar los
ojos. Lo que no deja de pasearse por mi cabeza es por qué no
sonó el despertador antes; perdí toda la tarde en la cama atrapa-
do en aquel sueño que, si por lo menos hubiera sido un poco más
lindo, podría decir que disfruté de una hermosa siesta.
En fin, ahora tendré que hacer los papeles del seguro de mi
coche mañana por la mañana o, quizás, de tarde, ya que, si esta
noche se descontrolara, la resaca me visitaría más que seguro en
la mañana. No es que no lo soporte, sino que vengo así hace ya

10 • Franco G. Feltan
un largo tiempo, ni siquiera logro descansar por completo en las
noches. Me embriago tanto que me la paso dando vueltas sin
parar por la casa. Soy patético.
Veamos, se supone que debo llegar a la cena de Mariano para
las 21:30hs, es su cumpleaños y no puedo fallarle. Digo, es…
o en todo caso era mi mejor amigo. No es cuestión de maldad,
de ser un falso amigo, o incluso de fallar a mi palabra, es solo
que Mariano es una persona muy cerrada, al menos desde aquel
desastre. No tiene muchos amigos a decir verdad; es de quien
menos esperas una travesura, si de mujeres y alcohol hablamos,
por supuesto. Aunque la inteligencia le sobra, carece de gracia;
muchas veces incluso resulta casi imposible robarle una sonrisa,
así que… no espero mucho de esa fiesta.
De igual modo creo que podría decirle que estoy enfermo en
cama y no podré asistir, o simplemente que tengo aún mucho
trabajo por terminar. Que de hecho sí lo tengo, aunque no sea
para tanto en realidad. Lo terminaré en la oficina, por si alguna
visita se presenta esta noche. No hay necesidad de mencionar a
qué me refiero.
Sea cual sea el caso, las cosas con Mariano no están de la
mejor manera. Tuvimos una serie de malentendidos en estos úl-
timos tiempos; incluso, la última vez que lo vi, llegamos a los
golpes. Nos enojamos tanto el uno con el otro que perdimos
la cabeza en la discusión. Y pensar que nos habíamos reunido
para intentar aclarar algunas cuestiones que aún teníamos pen-
dientes de hablar. Pero, por suerte, un colega de él nos separó
rápidamente, de lo contrario creo que eso hubiera terminado en
peores circunstancias. Además, se suponía que seríamos solo los

Al otro lado • 11
dos, aquel “amigo” no debía estar allí y, en todo caso, ni debía
intervenir. Sí que me enojé aquel día.
En fin… creo que de todas maneras fue mejor así, de lo con-
trario aquella cafetería hubiera cerrado el día con varias tazas
menos. A pesar de todo, también sé que debería, o tal vez podría
aprovechar para disculparme con él y olvidar absurdos renco-
res, pero… ¡pero él es el que está equivocado! Incluso no es la
primera cosa que sucedió en estos términos… Pero bueno, es
así que, desde ese día, no volví a verlo como antes, ninguno lo
hizo. Puede que no sea la gran cosa, pero ya no estamos tan de
acuerdo como solíamos estarlo, pero tampoco nos damos tregua
para hacerlo.
Según él, yo no soy el mismo que hace cinco años atrás. Pero
él tampoco lo está siendo conmigo. Aunque aún nos veamos y
compartamos alguna copa juntos... Siempre surge entre nosotros
ese momento incómodo de silencio más que tenso y que trae
consigo algún que otro resentimiento del pasado. Hasta aquel
enfrentamiento, claro. Y, más allá de que estemos enojados y ha-
yamos decidido no hablarnos por un tiempo, anoche él llamó a
mi contestadora y me dejó el mensaje de su invitación para la
fiesta de hoy. Sinceramente, no esperaba el gesto y me sorprendió
mucho, a decir verdad.
¡Pero vamos…! También debo pensar, ¿qué es bueno para mí
o no? ¿Por qué asistir a un lugar donde no me sentiría cómodo?
En todo caso, luego le escribiré una carta con un gran regalo y
estaremos más que bien. Aunque… ¿para qué? ¿Qué le diría? Tal
vez, podría invitar a María a casa, suena bien. Además, hoy creo
que, después de todo, no iré a ninguna parte. Así que… ¿por qué

12 • Franco G. Feltan
no divertirme en casa? Podríamos ver películas, tomar algunas
copas… hace tiempo que quiero conocerla.
Ella ha estado trabajando en la compañía por más de 2 años,
y creo que ya es hora de animarme a hablar con ella, invitarla
a salir incluso. Al menos, es lo que mis colegas me inspiraron,
siempre dicen que ella es genial y que, además, me mira un poco
con otros ojos. Y quien dice… tal vez hasta podría haber alguna
buena y grata sorpresa más antes de dormir; hace tiempo que no
veo o me doy la oportunidad a conocer a una mujer.
Luego de estar pensando por veinte minutos sobre qué hacer
por la noche, la chica, por supuesto, gana y es lo que haré sin
dudas; invitarla a casa sería bueno. Pero antes de llamarla debería
ir al baño, ducharme y arreglar hasta el último detalle en casa.
No creo que le guste mi cara de: “Hola, recién me levanto”. Así
es que, después de alistar y elegir detenidamente qué me pondré
para esta cita, voy al baño, giro la perilla y, ¿qué creen? Pues claro,
no hay agua.
—¡No puedo creerlo! ¿Por qué justo un día como hoy no hay
agua? ¡365 días en el año y justo hoy!
Nuevamente me he levantado con el pie izquierdo; ha sido
una semana sumamente complicada pero, para no perder la cos-
tumbre, algo más tenía que pasar. En estas condiciones no voy
a presentarme ante ella… Definitivamente así no habrá sorpresa
esta noche, y sin contar que ella, de por sí, es sumamente delica-
da consigo misma y con el mundo. De igual forma, eso no es lo
más impresionante en ella, o por lo menos, en lo que yo me fijo.
Digo, es una mujer hermosa, inteligente y apasionada por su tra-
bajo. Pero hay algo en ella que no logra llenarme por completo.

Al otro lado • 13
No lo sé, es como si quisieras cargar más y más agua en un vaso
con agujeros debajo. Nunca lo llenarías del todo, a no ser que
logres sellarlos por completo. Pero, a pesar de todo, vale la pena
intentar conocernos mejor… Nunca se sabe. Podría decirse que
sería una buena noche para descartar cualquier duda.
Son ya las 20:48 hs, los grillos cantan y la radiante luna se
hace lugar en mi ventana iluminando el cuarto casi por com-
pleto. Puedo escuchar el motor de los autos a la distancia, como
anunciando un fin de semana transitado y de salidas nocturnas.
Algunas personas que van y vienen, cada uno en su mundo, otras
mirando el cielo cubierto de nubes… La tormenta se acerca cada
vez más y, por si fuera poco, aún debo hacer las compras para
la cena y demás. Debo ponerme en marcha de inmediato, de lo
contrario se hará más tarde, y todavía ni siquiera la he llamado.
También falta ese típico y costoso champán que a ella tanto le
gusta. Se la ha pasado toda la semana hablándome de lo increí-
ble que es mezclado con un trago que probó en su cumpleaños
la semana anterior. Esta debe ser una velada romántica, tengo
que conquistarla a la primera impresión. Por suerte nunca tuve
muchos problemas con eso, siempre conté con mucha gracia y
una lengua muy suelta que afina poemas y halagos, como si fuese
todo lo que ellas esperan.
Esta noche iba a decirle cosas que seguramente le gustaría
escuchar y sería mía sin más. Después de todo, y si todo va como
lo tengo en mente, pasaremos la noche juntos… y tal vez al día
siguiente podríamos ir a desayunar. ¿O eso sería un tanto de-
masiado? Quizás sería mejor que todo fluya sin más… No debo
forzar nada, si tiene que ser… será. De hecho, sería mejor que

14 • Franco G. Feltan
vaya hasta al súper que está a unas cuantas cuadras de aquí para
hacer las compras lo antes posible, ya que si este cierra, perderé
tiempo buscando en otro lugar más alejado y todavía tengo que
ducharme. Ojalá que para cuando regrese a casa, se haya solu-
cionado el problema del agua y, por lo menos, debería acomodar
algunas cosas también aquí. Solo que el reloj no está a mi favor
esta noche.
Tomo las llaves del coche de la pequeña mesa del living, al-
canzo a ponerme unas zapatillas y corro hacia el auto. Lo encien-
do y, a toda prisa, me dirijo al súper. En pleno apuro, saliendo de
casa, escucho sonar el móvil en el asiento trasero con ese típico
sonido de oficinas… ¡Insoportable, por cierto! Lo cambiaré, de
seguro. Pondré “Nothing else matters” de “Metallica”. Cuando
contesto la llamada, y sin mirar quien estaba en la línea del otro
lado, escucho:
—Hola Aarón… ¿cómo estás querido? Soy Mariano —dice
en un tono un tanto irónico…
—¡Marian! ¿Qué hay? Justo estaba pensando en ti. Escucha,
tengo una mala noticia para darte. Sabes… no podré asistir a tu
fiesta esta noche, tengo mucho compromiso con el trabajo y algu-
nos expedientes que organizar. De verdad lo siento mucho, pero
si no los termino se me juntarán con los que vendrán en la sema-
na. Sabes cómo son estos temas, después de todo tú hacías algo
similar. Pero podríamos, de igual manera, juntarnos si tú quieres
y tomar algo en un bar durante la semana… ¿qué opinas? Al fin
y al cabo, hace ya un buen tiempo que nos vemos y creo que po-
dríamos resolver algunas cosas, aunque si no quieres lo entiendo.
—Aarón, amigo… sabía que no vendrías. Eres una excelente

Al otro lado • 15
persona, pero siempre te excusas por todo, nunca tomas verda-
deramente el control en tu vida. Es decir… ¿no te das cuenta de
que hace tiempo que estás viviendo una vida absurda? Vives en-
cerrado en tu casa, ya casi no sales, tu trabajo ha decaído, como
todo a tu alrededor, y si me preguntas cómo lo sé, es porque
a pesar de todo sigo pensando en ti, amigo, y aún pregunto a
quienes nos conocen por ti. Sé que fue duro todo este tiempo en
soledad pero necesitas ayuda, tal vez un hombro en el que llorar.
Yo también estoy herido luego de aquella horrible noche, pero
sabes bien cómo sucedieron las cosas, tú estabas allí.
Haciendo notar un tanto su enfado, prosigue:
—Deja de echarte la culpa de una vez por todas, el destino
no nos deja elegir, y eso lo sabes. Dependes a diario de tu boca
mentirosa, no te animas a afrontar las cosas como verdadera-
mente son, y eso sin contar con tu abultado bolsillo y supuesto
encanto de los que tanto hablas. Mira, eso es algo que nunca
me ha agradado, al menos estos últimos años. Amigo, en la vida
somos solo un grano más de arena, estamos dentro del reloj sin
saber cuándo caeremos y cumpliremos nuestra hora asignada, y
tú estás perdiendo ese tiempo. Deberías vivir un poco más en
la realidad, porque desde lo que pasó con Eli has cambiado por
completo de personalidad; a veces, ni siquiera te conozco.
Luego de recordar brevemente aquel día, muy nervioso,
contesto:
—No vuelvas a nombrarla jamás, aún intento olvidar lo que
sucedió. No quiero enfadarme ni recordar esto ahora, ya tuvi-
mos tiempo para esto, Mariano. No comencemos otra discusión
que no sabemos en qué términos acabara. No estoy para todos

16 • Franco G. Feltan
tus cuentos y moralejas ahora, ¿sí? Estoy conduciendo… solo
quería decirte que no puedo asistir hoy y me sales con lo mismo
de siempre. Ya olvídalo, cuando yo decida saldré adelante, ¿está
bien?
—Lo siento, no era mi intención, solo quiero decirte que de-
bes comprender tantas cosas… Sabes que lo que sucedió fue un
accidente y que la vida misma es así, te da y te quita sin pre-
guntar ni avisar. Aprende a superar los obstáculos de la vida, no
huyas más. Supéralo. ¿Mientes solo por no querer afrontar lo
que viene? ¿O qué sucede? La verdad no te comprendo amigo,
espero que algún día pienses un instante en esto, y lo que haya
pasado antes, ya es pasado. Deberías mirar el presente hacia el
futuro. Así que… sin más, lo siento Aarón, pero recuerda esto,
¿de acuerdo? Y no te engañes a ti mismo.
—¿Que no me engañe? ¿A qué te refieres...? ¿Mariano? —pre-
gunto, totalmente desconcertado.
En ese momento una luz parpadeante ilumina intensamen-
te el interior del coche, y puedo escuchar el fuerte rechinar de
un auto que frena bruscamente. Cuando levanto la vista y logro
reaccionar, aún con el llamado en línea, ya es tarde… Siento
un fuerte golpe y todo se transforma en oscuridad. El inmenso
impacto que recibo me hace rebotar dentro del coche, que se ha
dado vuelta y estrellado contra un cartel publicitario. Lo rápido
se vuelve lento, la luna se apaga en esta oscura noche y un suspiro
basta para cerrar los ojos. Ni siquiera siento dolor, solo escucho
los fuertes estallidos y la repentina frenada de más automóviles
de la zona. Pero lo que jamás olvidaré es el momento en que, en
la soledad de mi inconsciencia, alguien grita mi nombre, una voz
de mujer. Ella suena como… ¿Elisa? ¿Mi amor?

Al otro lado • 17
En pocos minutos dejo de sentir las piernas y no vuelvo a
escuchar aquella voz. Puedo escuchar los pasos de las personas
acercándose al lugar. No logro moverme ni gritar. Mi coche está
completamente destrozado y, frente a él, un auto en las mismas
condiciones. Nos encontramos en el mismo camino y ninguno
pudo cambiar su lamentable destino. Mi cuerpo entero parece
estar entumecido, una especie de neblina me asfixia y no consigo
respirar, me desvanezco ante la inminente tragedia. La oscuridad
se extiende sobre mí. Murmullos ajenos parecen muy alterados,
se escuchan gritos de auxilio… y una completa desesperación.
—¿Estoy atrapado en mi mente? ¿Qué es esto? Nadie me es-
cucha… Es como si estuviera pensando, o hablando conmigo
mismo. —Realmente muy asustado y sin poder mover un mús-
culo, solo pienso—: Dios no me abandones, ¡no puedo morir
hoy! ¡Quién te crees… dame otra oportunidad!
El silencio comienza a presentarse con una gran sensación de
muerte a su paso; segundo a segundo las voces se alejan. ¿O soy
yo quien se aleja? ¡Creo que estoy muriendo! Pero, ¿qué escucho?
Es como si alguien me estuviera susurrando al oído. ¿Esa voz…?
Es la misma maldita voz de mi pesadilla. ¿Qué es esto, qué está
pasando?
—DEBES RECONSTRUIRTE O ESTE SERÁ TU
DESTINO, AARÓN… YA ESTÁS CERCA… ¿SALDRÁS DE
AQUÍ? NO TODO ES LO QUE PARECE…
Es entonces cuando, como un viejo recuerdo, veo toda mi vida
pasar frente a mí en un segundo que parece eterno. Es tal como
se muestra en las películas, cuando te mueres pasas por esto…
Puedes ver todo lo que has hecho y logrado hasta ese momento,

18 • Franco G. Feltan
con la diferencia de que lo que yo veo no es precisamente lo que
esperaba. Tantos recuerdos que ni siquiera sabía que estaban allí.
¿Qué he hecho, por Dios? Estoy muriendo y aún debo arreglar
tantas cosas, no puedo irme así, esto no es justo.
Es difícil de explicar una sensación tan espantosa como estar
viendo cada error que he cometido, a cuánta gente he lastimado
con mis actitudes arrogantes, a cuántos he dejado de lado por
simples malos entendidos; cómo simplemente no pude ver que
estaba desperdiciando el tiempo y ahora es cuando en verdad sé
cuánto vale. Si tan solo pudiera regresar el tiempo y arreglarlo
todo, o tal vez algunas pequeñas cosas, hoy moriría en paz, pero
no es así. ¡DIOOOS!
Fui un mentiroso, arrogante y terco codicioso; al parecer, ten-
go más defectos que virtudes. Aunque no siempre fui así; ocasio-
nalmente parece que brindé más tristezas que alegrías en estos
años a quienes me rodean. Viví sin tener en cuenta qué es lo que
realmente importa en esta vida. No me importaron jamás las
consecuencias de mis actos. Siempre quise tener lo que quería
cuando yo lo quería. Soy como un niño caprichoso en un cuerpo
adulto. Ya no sé si los que me rodean están ahí por compromiso,
por mi dinero o porque, tal vez, después de todo soy bueno.
Siento un enorme y frustrante disgusto, también vergüenza de
mí mismo. Esto no es lo que soñé siempre, yo no soy así… al
menos no es así como yo lo siento. Creo que viví otra vida, me
estuve engañando a mí mismo por años… ¿Que no me engañe,
me dicen? Llevo tiempo viviendo una mentira, una realidad que
no es real.
Por un solo instante puedo escuchar las sirenas alteradas de las

Al otro lado • 19
patrullas policiales, ambulancias y a los bomberos, que suenan
muy apurados. Me estoy muriendo, Dios mío. Eli, mi amor, ven
conmigo e iré contigo, hace tiempo que espero este día; te soñé
tantas veces y sé que esto está pasando. ¿Dónde estás, cielo? ¿Tú
me llamaste… eras tú, verdad? Por fin me llegó la hora, ahora
estaremos juntos para siempre, mi amor, tú y nuestro hermoso
hijo.
—Aguante señor, ya están aquí las ambulancias… Quédese
aquí, ¿me escucha? No se vaya, por favor, aguante un poco más.
¡Ayuda! Por aquí… Este hombre está grave.
—¡Enfermero! Rápido… ¡Por aquí! Ayúdeme a cargarlo so-
bre la camilla, debemos llevarlo de urgencia, aún respira y está
luchando… —grita el enfermero mientras sostiene a Aarón en
los brazos.
Mientras intento hacerme escuchar, grito en silencio en mi
mente:
—Esperen, ¿qué hacen? ¡No! Déjenme aquí… Déjenme mo-
rir, quiero estar con ella, nada más, ya no siento dolor… Solo
quiero verla, por Dios. Nadie me escucha y es todo lo que quiero
en este momento, ¿por qué regresaría? Ya no tengo nada por qué
luchar, estoy solo y ahora no lo estaré nunca más. Pero nada pue-
do hacer, solo es mi conciencia, o lo que queda de ella...
—Señor, ya estamos aquí, ¿puede escucharme? Le salvaremos
la vida, tranquilo, todo saldrá bien, siga con nosotros, ¿de acuer-
do? —dice el enfermero con la esperanza de mantenerme con
vida—. Doc, está inconsciente, tal vez esté entrando en coma.
Debemos llegar urgente al hospital, la mujer del otro vehícu-
lo está en las mismas condiciones, casi con los mismos golpes.
¡Vámonos, deprisa! No resistirán mucho tiempo.

20 • Franco G. Feltan
CAPÍTULO II
¿Raptado?
¡Carajo! Qué increíble pesadilla… ¿Qué fue todo eso? Gracias
al cielo que solo fue un mal sueño. Pero fue tan real…
—Bienvenido Aarón, ¿podrás escapar de aquí? ¿O serás tú
mismo quien termine contigo? Tú decides el final del camino…
—¿Qué significa eso? Es como si en verdad me lo hubieran su-
surrado; aún siento un pequeño cosquilleo en el oído. Pero bue-
no… después de todo, fue solo un sueño y ya. Aunque nunca
antes había tenido un sueño tan real, tan intenso, pude sentir
cada sensación en mi cuerpo. ¡Qué terrible accidente! Además, la
jaqueca está matándome. En fin... ¡qué locura!
—¿Qué hora será? —me pregunto, muy confundido mien-
tras desplazo las sábanas hacia un costado.
El despertador comienza a sonar y volteo a ver el reloj.
Enciendo el velador que posa sobre la mesa de luz al costado de
la cama y, mientras me siento en el borde, tomo el vaso que está
en la pequeña mesa. Luego de unos largos sorbos de agua, noto
algo particularmente espantoso.

Al otro lado • 21
Realmente lo que veo me dejo totalmente congelado de la im-
presión... Parece un mal chiste, una broma de muy mal gusto…
Ver que el reloj marca las ocho menos cuarto es la coincidencia
más grande de todas. Es decir… ¿cuántas posibilidades hay de
que me despierte a la misma hora en la que había despertado en
el sueño? Y eso no es todo, sino que, para completar lo bizarro,
estoy tan transpirado que la misma remera se me pega al cuerpo.
¿Podría ser una total y absurda coincidencia? Ya que, sea lo que
sea, no deja de pasearse por mi mente. Toda mi vida creí que
los sueños son un gran viaje que realiza nuestro subconsciente
hacia un mundo paralelo al nuestro. Incluso puede que nuestro
subconsciente haya creado este mundo a partir de experiencias
vividas, personas que conocemos, eventos, etc.
Todo está allí tal cual lo vivimos día a día en el mundo real, si
es que esto es la verdadera realidad, por supuesto… porque si de
verdad lo pensamos, ¿quién dice que esto es la realidad y aque-
llo, solo sueños, como digo…? ¿Por qué no puede ser al revés?
¿Es posible que todo sea producto de un sueño mayor? Quizás
somos solo un manojo de ideas salidas de una mente maestra
que diseña y rediseña cada noche nuestro futuro mientras dor-
mimos… ¿Y si somos su sueño? Las cosas que nos sucederán, las
cosas que no, simplemente todo pasa por algo. Sí… eso solemos
decir pero, verdaderamente, ¿qué es ese algo? ¿Y si en realidad
son pensamientos de cada noche que él sueña? ¿Quizás cuando
dormimos somos realmente libres de esta prisión cotidiana y re-
lativa a la que estamos atados por miedo? ¿Quizás por no estar
listos? ¿Pero listos para qué? ¿Él sería a quien debemos temer?
Dios, qué mente desastrosa tengo… Al fin y al cabo, allí todo

22 • Franco G. Feltan
es posible, no hay leyes de tiempo ni materia, si lo sueñas, pue-
des lograrlo. Al igual que aquí, “la vida real”. Solo que aquí nos
limitamos por tantas cosas… Nos dejamos manejar, aunque no
lo veamos así. Desde que nacemos, la sociedad nos señala qué
hacer e incluso quiénes debemos ser.
Podemos poner ciertos criterios y algunos toques nuestros,
pero todos respondemos a un estatus y estereotipo determinado.
Es complejo analizarlo… Desde niños nos muestran y contro-
lan sin que nos demos cuenta, las instituciones nos “abren” la
mente… Yo creo que en realidad es así, pero no precisamente
para darnos libertad. Al menos, no la verdadera libertad. Si eso
existiera, esto no sería la Tierra, y nosotros… seríamos menos
idiotas.
Lo mejor que puedo hacer por ahora es no martirizarme por
algo que quizás no tiene mucho sentido… Al fin y al cabo, quien
toma las decisiones en mi vida soy yo. Y bueno, tal vez un poco,
¿Dios? Pero… ¿él no está aquí ahora, o sí? En resumen, nunca fui
muy practicante de la fe. He buscado siempre el lado científico
de todo lo que escape a lo cotidiano, saben a qué me refiero. Y,
si bien creo en un Dios que todo lo ve y todo lo puede, no logro
comprender ciertas cosas, o simplemente no le encuentro una
razón lógica a muchos versos del gran libro.
Será mejor que aproveche el poco tiempo que me queda para
ducharme y elegir qué vestir para la fiesta de Mariano. No pue-
do perder más tiempo y la verdad es que no puedo decidir qué
llevar, si una camisa negra con detalles en celeste claro y un jean
claro con zapatos de cuero negro, o una camisa clara con un jean
negro, zapatos y una chaqueta de cuero. ¿Qué llamaría más la

Al otro lado • 23
atención? Ya que la fiesta seguro no sería “LA FIESTA”, pero aún
me sigue pareciendo tremendamente curioso este sentimiento
permanente de… ¿cómo definirlo? De repetirlo todo casi igual.
¿Me habré vuelto vidente? En el sueño pensé casi todo del mismo
modo… tanto es así que ya no solo me causa curiosidad, sino
que también comienza a asustarme un poco.
Igualmente, y hablando en serio, al menos debería poder traer
una chica a casa… Digo, con mi encanto y algo de dinero ten-
dría que bastar. También podría llamar a María. Si en mi sueño
lo hice, ¿por qué no ahora? Ya que todo se está repitiendo aquí,
en el mundo real…
Bueno… al parecer ya tengo prácticamente todo planeado
para hoy, solo me falta un delicado detalle: el regalo para Marian.
Es de esas personas a las que resulta muy difícil hacer un rega-
lo. Tiene gustos exóticos y cambiantes, nunca se queda mucho
tiempo con algo en mente. Es evidente que es de géminis, y de
pura sangre. Podría simplemente regalarle una botella de algún
costoso vino, aunque fuera una persona de poco alcohol… Una
buena copa nunca viene mal. Pero primero lo primero, tengo
que retirar dinero del banco. Espero que me hayan depositado el
cheque de la compañía en la cuenta, hace una semana y media
que vengo esperándolo. Odio los retrasos de facturación que hay
en la empresa, no sé dónde consiguen a estos empleados. Son
tan lentos que si pusiera una liebre a correr pensarían que es un
ratón.
El hecho de trabajar como gerente general para una empresa
internacional de comercio tiene sus ventajas pero, así también,
muchas horas de trabajo intenso. Y lo que más afectaba mi vida

24 • Franco G. Feltan
personal era el tiempo que me quitaba para compartir con mi
familia: mi querida Eli y el orgullo de papá… Lucas. Pero ahora
no debo ponerme sentimental, debo estar bien para la fiesta, por
más que no quiera asistir de verdad y estén mal las cosas con
Mariano. Al menos tuvo la decencia de invitarme, ¿no? Y aunque
quizás no fuera a quedarme mucho tiempo allí, sería bueno para
comenzar a entablar nuevamente una conversación e ir arreglan-
do un poco nuestra amistad.
Cuando por fin decido llevar puesto el primer conjunto ele-
gido, suena el móvil. Otra vez con ese irritante sonido que, defi-
nitivamente, debo cambiar. Hasta en mis sueños es irritante. Por
lo visto hay cosas que ni en sueños cambian... Al tomar el móvil,
veo que es él…
—Hola Marian, ¿cómo estás? —pregunto, muy sorprendido
por la llamada.
—Hola Aarón, muy bien, ¿y tú?
—Genial, a punto de salir para la fiesta… ¿Está todo listo,
no?
—Justamente por ese motivo te llamo, la fiesta se suspendió,
¿sabes? No haré nada esta noche, quizás el próximo fin de sema-
na pueda organizar algo con más paciencia, y así, de paso, estaré
mucho mejor. Después de todo, es mi cumpleaños, ¿no? Debo
estar bien para festejar. El caso es que estoy más o menos, con
cuarenta grados de fiebre, no puedo ni levantarme de la cama,
así que mejor lo dejamos para la semana que viene, ¿está bien?
—¿Por qué no me contaste que estabas enfermo? —Y solo por
reprochar a Mariano por su accionar, le digo—: Podías haberme

Al otro lado • 25
avisado un poco antes, ¿no lo crees? Entonces organizaba otra
cosa para esta noche, sabes perfectamente que odio cuando me
cambian los planes a última hora.
—Lo siento, pero intenté estar bien… Y con respecto a mí,
gracias de verdad Aarón, pero estaré bien, solo tengo que descan-
sar, hacer reposo y tomar las medicinas que me recetó el médico.
De verdad, estoy bien, gracias por tu comprensión. Además, y
no me juzgues, no creo que hayas dicho tan en serio lo de venir
aquí. Ambos lo sabemos… pero te entiendo.
—De acuerdo, pero sabes que cuentas conmigo más allá de
las diferencias, aunque me cueste. Si necesitas algo solo dímelo.
Con un gran olfato para las mentiras, Mariano contesta:
—Está bien, estaremos hablando… Ahora debo colgar por-
que tengo que tomar unas pastillas que me recetó el médico para
el dolor. Hasta luego, Aarón.
—Está bien, no hay problema, estamos en contacto… Si ne-
cesitas algo solo llama. Adiós.
Obviamente todo me pareció algo raro. No por el hecho de
que se suspenda la fiesta o algo así, sino que en su voz pude escu-
char algo distinto. ¿Ya no hay resentimiento ni enojo en él? Me
habló casi como si nada hubiera pasado entre nosotros, es más...
solo pensar que me invitó a la fiesta es extraño. ¿Y en mi sueño?
Yo no había querido ir, ¿por qué ahora sí? Eso sí se llama ironía. Y
no solo eso, sino que en el fondo de su voz pude escuchar como
si él estuviera llorando, su voz estaba un poco ronca. No lo sé,
es raro.
Literalmente me invade una incertidumbre enorme, algo está

26 • Franco G. Feltan
sucediendo. Algo me dice que no es la verdad lo que me ha di-
cho ¿Pero… yo hablando de la verdad? Eso sí que es la madre de
todas las ironías… Incluso yo actúo de manera distinta.
En otro momento hubiera preferido jamás ofrecerme a cui-
darlo o no lo sé... ¿Qué estoy diciendo? ¿Por qué estoy enros-
cándome en algo que ni siquiera es para tanto? En fin, de todos
modos, creo que compraría el vino para Mariano y se lo llevaría.
Tal vez eso levante su ánimo y así, también, descubriré si real-
mente estuvo mintiéndome… Pobre de él si lo hiciera. Es decir,
¿con que propósito me invitaría y luego mentiría? Aunque yo lo
hubiera hecho… pero somos distintos, ¿no? Además, un regalo
siempre saca al menos una sonrisa. Pero debo ir primero al banco
por dinero y luego a la vinoteca más grande.
Me dirijo hacia el garaje pensando si comprar un exquisito
vino blanco o tinto, que de seguro le gustaría más. Cuando en-
ciendo la luz al llegar a la puerta, casi me desmayo al encontrar
la puerta corrediza del garaje un tanto abierta por la fuerza y, lo
más importante y triste, ¡mi coche ya no está! La furia invade
cada centímetro de mi cuerpo, me siento capaz de matar al im-
bécil que lo robó si lo agarro. ¿En qué momento sucedió algo así?
¿Cómo no escuché ni un solo ruido?
—¿Y mi hermoso auto? —Mientras me tomo de la cabeza
con las dos manos, grito con una gran rabia—: ¡Me robaron el
maldito coche! Esto no puede estar pasándome, ¿qué hago aho-
ra? … ¡Tengo que llamar a la policía urgente! —Exaltado por la
situación, mientras meto la mano en el bolsillo, recuerdo—: ¡El
celular! Tengo que llamar urgente a la policía… no puedo creer
esto, ¿por qué tanta mala suerte ¡Dios!?

Al otro lado • 27
En ese preciso instante, corro hasta el living y tomo el teléfo-
no de donde lo había dejado luego de hablar con Mariano. Qué
increíble situación está ocurriendo, y todavía sigo sin entender
cómo hicieron para forzar la maldita puerta sin hacer ni un solo
ruido. Esto no pudo ser una coincidencia.
—¿Cómo sabían estos idiotas cómo entrar? Qué más da, ya
es tarde para lamentarse, llamaré a la jefatura más cercana y ex-
pondré la denuncia. ¡Mierda! Justo hoy está pasándome esto…
¡No puedo creerlo! —Suspiro profundamente y, mientras miro al
techo, reprocho—: Encima me rebota la estúpida llamada, ¿algo
más me puede suceder hoy?
Luego de varios minutos insistiendo y remarcando el núme-
ro, escucho:
—Buenas noches… Departamento de policía, ¿en qué puedo
ayudarlo, señor?
—Buenas noches… Sí, por favor, quiero informar un robo de
vehículo en mi propia casa. Estoy desesperado, no sé qué hacer,
era un coche muy caro y tenía en él cosas personales que no pue-
do perder, papeles muy importantes de mi compañía.
—De acuerdo señor, no se preocupe, en diez minutos llegará
un patrullero a su dirección, tranquilícese… haremos todo lo
posible para ayudarlo. Solo quédese en casa. ¿Sabe a qué hora se
produjo el hecho?
—Muchísimas gracias oficial. —Me quedo en silencio por un
instante y, muy pensativo a la pregunta del oficial, contesto—:
No, pero creo que no fue hace mucho… Yo estaba durmiendo.
La verdad, ni siquiera entiendo cómo lograron forzar la puerta

28 • Franco G. Feltan
del garaje sin hacer siquiera un ruido. Si los hubiera escuchado es
más que seguro que no podrían contar su historia…
—Para eso estamos señor, al servicio siempre. Que tenga bue-
nas noches y no se preocupe, unos oficiales ya van en camino,
harán unas inspecciones para detallar su vehículo y así ponernos
en su busca.
Luego de esperar por más de media hora, suena el timbre de
la casa. Me levanto rápidamente del sillón esperando que sean
los oficiales. Me acerco a la puerta y miro a través de la ventana.
Gracias a Dios son ellos, tarde como siempre, pero al menos vi-
nieron. Abro la puerta y los hago pasar…
—Buenas noches oficiales, muchas gracias por venir. Pasen
por aquí, por favor, el garaje está por aquí. Miren… es una ver-
dadera locura lo que acaba de ocurrir. Estoy completamente in-
dignado. Cuando fui hacia el garaje para sacar el auto, porque
necesito ir a comprar unas cosas, ¡ya no estaba allí! Y encontré la
puerta totalmente rota, miren… Es un desastre…
Los oficiales están muy callados, parecen observar todo con
detenimiento y escuchar atentamente. Son algo raros… Pero lo
más raro de todo es cuando uno de ellos dice:
—Muy bien señor, verificaremos la patente de su vehículo y
podremos detectar dónde se encuentra gracias a este aparato de
rastreo satelital. Tal vez el ladrón aún está cerca. A decir verdad,
no creo que haya sido un robo al azar, mi amigo. En esta vida,
todo pasa por algo, toda acción tiene su reacción…
—Perfecto, hágalo… Quiero atrapar al malviviente y hacerlo
pagar.

Al otro lado • 29
Uno de los oficiales toma una especie de tablet en la que están
registradas todas las patentes de vehículos y sus respectivos titu-
lares. ¡Es genial! Si este aparato cayera en manos equivocadas…
podría provocar un gran desorden en el sistema. ¡Es increíble! Ni
siquiera sabía que estas personas manejaban esa clase de tecnolo-
gía. En fin… Luego de diez minutos aproximadamente, uno de
los oficiales expresa:
—Perdóneme señor, pero aquí algo o no está bien o usted
está loco y está haciendo que perdamos el tiempo, y si fuera este
el caso, ¿sabe que podría ir a prisión por mentir a la autoridad?
—Espere un segundo, ¿qué me está diciendo? —Totalmente
sorprendido y confundido, alzo la voz y, en tono de enojo, les
digo—: ¡Qué falta de respeto! ¿Qué sucede?
—Mire Aarón, aquí figura que su auto no es su auto. —
Mientras me acusa con la mirada, señala—: Aquí no hay ningún
robo ni nada parecido. Solo usted inventando una historia que
puede acabar en la prisión esta noche. Al parecer es usted quien
intenta adueñarse de un vehículo ajeno. Además… ¿qué hace
aquí en esta casa?
—Pero… ¿qué me está diciendo oficial? Primero que nada,
yo vivo aquí, ¿entiende? Y segundo… ¿me permite ver el registro
que tiene usted ahí?
—Por supuesto, pero si sigue actuando así y nos toma como
locos a nosotros, esto no terminará bien para usted y, como le
dije, y no lo repetiré, ¿qué hace aquí? Está invadiendo propiedad
privada… Deberá acompañarnos.
Totalmente desconcertado y completamente confundido, me

30 • Franco G. Feltan
acerco al policía y tomo su “tablet”, o como se llame ese dispo-
sitivo que ya no me fascina tanto. El maldito programa afirma
lo que él dice… Mi nombre no figura como titular, sino que mi
casa parece pertenecer a un tal Lorenzo Cabañas. Todos sus datos
están ahí, su número de documento, patente del auto y dirección
del domicilio. Es de locos, ¿qué rayos está pasando?
Ya con muy poca paciencia, de mal humor y desconfiando de
los mismos oficiales, digo:
—Disculpe oficial pero aquí debe haber un error. Esto no es
lo que están pensando, yo manejo y manejé toda mi vida autos
de lujo, y este es mío desde hace ya varios años. Y no entiendo
por qué creen que no vivo aquí… ¿qué están intentando hacer?
¿Esto es una broma, no? Díganme que es una broma… ¿Por qué
no busca de una vez, por favor, al supuesto titular y ladrón y lo
arresta?
No puedo creer lo que está ocurriendo, qué mal día estoy te-
niendo: primero, la fiesta se suspende por el malestar de Mariano,
luego me roban el coche y ahora estos dos oficiales me acusan de
loco. Definitivamente es el peor día de todos…
—Señor Aarón, creo que deberá acompañarnos y explicar por
qué nos hizo venir hasta aquí solo para tener esta conversación
que lo único que asegura es que usted no está bien. Es un señor
grande para estar mintiendo telefónicamente a la policía, ¿no lo
cree? Además de ser bastante tonto como para llamar a la poli-
cía cuando usted está cometiendo dos delitos al mismo tiempo.
Debemos llevarlo detenido. Pero le daré otra oportunidad de
entregarse.
—¿Está usted diciendo esto en serio, oficial? Porque no puedo
Al otro lado • 31
permitirlo… Más bien parece que ustedes están jugando conmi-
go y mi desgracia. ¿Creen que solo por ser la “AUTORIDAD”
pueden burlarse de mí? No señores, llamaré a mi abogado en
este instante. Este es un truco muy malo, ustedes están con los
malditos ladrones…
En ese momento, ambos oficiales avanzan lentamente hacia
mí y comienzan a imponer cierta presión:
—Deberá acompañarnos a la comisaría, donde podrá expli-
car mejor y más calmado la situación. Por las faltas de respeto
y mentiras, el loco aquí es usted que no ve la realidad. ¿En qué
mundo vive señor? Y dígale a su abogado que lo espere en la
comisaría, salimos de aquí por las buenas, ¿o lo hará más difícil?
No somos de manos débiles…
—¿Qué? —Y, tomando distancia de los hombres, decidido,
continúo—: No… esperen… ¡ustedes no entienden! Algo está
mal… esto no puede estar pasando. ¡Yo no estoy loco! Les estoy
diciendo la verdad, no pueden llevarme por algo que no es cier-
to, no van a detenerme por esto. Tengo derechos y no pienso mo-
verme de aquí porque los que están equivocados aquí son ustedes
y su pequeña porquería de juguete que no hace otra cosa más que
mentir. ¡No funciona! Y si me ponen una sola mano encima no
estaremos en paz.
—¿Aarón, está usted amenazando a un oficial? Aquí el único
mentiroso es usted, siempre lo fue y nunca se detuvo. Ultima ad-
vertencia señor, ¿viene por las buenas o lo llevamos por las malas?
—¿Cómo rayos saben ustedes mi nombre si nunca se los dije?
¿Y quiénes son? ¿Por qué no veo sus nombres en el uniforme?
¿Qué es esto? ¿Fueron ustedes, verdad? ¡Malditos hijos de perra!
32 • Franco G. Feltan
—Todos aquí sabemos su nombre Aarón, quién es y qué
hace… Nuestros nombres no importan; vamos, acompáñenos…
Esta situación es peor que una maldita película de terror, es-
tos hombres parecen tan convencidos de las cosas que dicen, no
muestran ningún signo de nerviosismo ni de que me estuvieran
engañando. ¿Solo yo parezco estar loco? No, esto es un complot
contra mí. Además… ¿quiénes son estos que dicen conocerme?
Nunca los había visto... ¡Todo lo que dicen es una completa
locura!
—Miren, no entiendo nada, no sé si serán oficiales o no pero
les pido que se retiren de mi casa urgentemente. No están cre-
yendo nada de lo que digo y me da mala espina su presencia en
mi casa. Tienen tres segundos para irse, si no, no responderé de
buena manera. Mañana por la mañana radicaré la denuncia en
otro departamento e informaré de todo esto que me están ha-
ciendo a sus superiores. Esto no quedará así.
—Es que no podrá hacerlo, Aarón… De aquí no saldrá ja-
más. Aparte somos el único departamento disponible aquí.
—¡De qué están hablando! Miren, solo váyanse de aquí, de
verdad están asustándome y no quiero hacer algo de lo que me
arrepienta, no permitiré que jueguen conmigo oficiales o lo
que sean… Esto lo hablaré con mi abogado en la mañana. —
Mientras me dirijo lentamente hacia la salida, vuelvo a decir—:
Así que por favor les pido que se retiren en este instante de mi
casa…
En ese mismo momento siento un duro e inmenso dolor en la
cabeza, como si me golpearan con un bate. Mi cuerpo comien-
za a aflojarse por completo y me voy desvaneciendo totalmente
Al otro lado • 33
mientras escucho al oficial que dice que debo pagar por mis
errores para salir en libertad, como si ya estuviera preso. Qué
horrible sensación de locura, confusión y miedo. Se oscurece la
habitación y ellos desaparecen lentamente en la oscuridad. Todo
se vuelve borroso y siento cuando mi cabeza golpea contra el
suelo y, finalmente, cierro los ojos.

34 • Franco G. Feltan
CAPÍTULO III
Un lugar extraño
¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? Siento como si tuviera la
cabeza a punto de explotar. ¿Qué carajo sucedió? Dios, qué es-
panto, me duele demasiado... ¿Esos oficiales de verdad me gol-
pearon? Qué increíble dolor y, por si fuera poco, ¡el mareo que
tengo me da ganas de vomitar! Desgraciados, me acaban de rap-
tar estos malditos delincuentes… policías corruptos, me las van
a pagar. En cuanto logre descifrar cómo salir de aquí, ¡los voy a
matar! No se saldrán con la suya. Si solo pudiera ver algo a mi
alrededor.
Creo que estoy encerrado en una especie de habitación to-
talmente a oscuras. ¡Es como si estuviera completamente ciego!
O, al menos, esta debe ser la misma sensación… El piso del lu-
gar es frío y húmedo, al igual que las paredes. Apenas alcanzo a
tocar en un costado una especie de cama tipo cucheta, pero sin
colchón y una sola almohada… Creo que lo más horrible que
logro distinguir aquí es el espantoso olor a podrido que hay, qué

Al otro lado • 35
desagradable… Al menos hubieran limpiado un poco este lugar,
tal vez así les ayude a cooperar con el rescate, después de todo…
Solamente yo puedo sacarme de aquí y, en todo caso, pagar mi
propio rescate. Qué ironía tan estúpida.
Incluso quizás estos desgraciados lo saben, es claro que fue
todo más que planeado. El disfraz de oficiales, el robo anticipado
del auto para que haga la denuncia y así entrar en acción. Qué
idiota, caí completamente en su juego, aunque no me explico
cómo lograron conseguir un auto de policía… deben serlo, ¿no?
¡Mierda!
Sujetándome la cabeza, y con ayuda de la gélida pared, me
pongo de pie. Me acerco hasta la horrible cama para sentarme
y pensar en lo que haré al respecto. En ese momento, logro dis-
tinguir algo que me hace olvidar por completo aquel intenso
dolor… Si bien la oscuridad es tan intensa que no veo un metro
delante de mí, cuando estoy por sentarme sobre la cama, veo la
silueta de un hombre allí acostado…
—¡Mierda! No sabía que había alguien más, casi muero del
susto… ¡Oye, oye amigo, despierta! ¿Qué haces aquí? Mejor di-
cho… ¿sabes qué hacemos aquí? ¿Dónde estamos? —pregunto
y sigo preguntando en voz baja para que no nos escuchen—.
¡Hombre, despierta, quieres…! Estoy asustado amigo, ¿puedes
oírme?
Al no recibir ningún tipo de respuesta y ver que este tipo ni
siquiera mueve un músculo, comienzo a transpirar de los ner-
vios, además de la adrenalina que siento por hacer tanto ruido.
Lo único que falta es que nos escuchen, y ahí sí que estaremos en
problemas. Ni siquiera estoy seguro de cuántos están detrás de

36 • Franco G. Feltan
esto o quiénes… Nada, ni lo que quieren ni nada en absoluto…
Es como ser una simple oveja entre lobos hambrientos. Y aunque
ya no aguanto más los nervios, me acerco aún más y lo muevo
del brazo para despertarlo. Al tocarlo, noto que su chaqueta, bata
o lo que fuese, está totalmente mojada. No sé qué será, pero es
asqueroso… y aunque aún no se mueve, sigo insistiendo, hasta
que decido voltearlo de un sacudón. Tal vez así reaccione.
Jamás en toda mi vida sentí el pánico que siento ahora. Al
voltearlo, veo que su rostro está completamente desfigurado y
empapado en sangre, ni siquiera se puede distinguir alguna de
sus facciones. Por el mismo sacudón, miles de moscas salen de su
boca, como si tuviera en ella un gigantesco nido. De verdad sien-
to el terror más grande que nunca he sentido. Inmediatamente,
al intentar retroceder de pura reacción, me tropiezo, caigo de
espaldas al piso y comienzo a gritar como niño asustado.
Me llevo las dos manos al rostro para cubrirme de los insectos
al sentir que enloquecería… Aquella impactante imagen y las
cientos de moscas volando a mi alrededor en la pequeña habi-
tación me llevan al borde del infarto… Jamás volveré a dormir
después de esta situación. En ese preciso momento compren-
do de dónde proviene este espantoso olor: es del cuerpo de este
hombre, que debe estar aquí hace mucho tiempo. Es, sin lugar a
dudas, lo más escalofriante que alguien pueda imaginar… lo más
bizarro y asqueroso.
—¡Ayuda! ¡Por favor, sáquenme de aquí…! ¡Hay un hombre
muerto, por favor! ¡Esto es horrible, sáquenme de aquí!
Entre gritos y una completa desesperación, al sentirme in-
vadido por la euforia y el terror, comienzo a pedir a Dios que

Al otro lado • 37
me salve de esta situación. Como dije antes, jamás fui de tener
una fe fuerte, pero cuando uno siente tanto desamparo, cuando
estás a punto de colapsar, es ahí cuando este instinto o fuerza de
esperanza explota en el interior con el nombre de Dios. Miles de
sentimientos y pensamientos que me invaden por completo, casi
no puedo respirar por la inmensa agitación, el hedor a muerte
que no deja lugar a un mínimo respiro… Es entonces cuando,
por arte de un milagro, como dicen, o lo que fuera… el terrible
zumbido que hacen los insectos se detiene. Un rotundo silencio
se apodera de la celda, y justo cuando pienso que ya nada puede
superar esta situación, afuera de la habitación escucho cómo dos
personas cruzan lentamente el pasillo charlando entre sí…
Aunque no logro entender con claridad lo que dicen, puesto
que hablan en voz baja, creo que se refieren a algo muy impor-
tante. Por lo poco que puedo entender, dicen algo sobre una
señorita que ha llegado hace poco al lugar. La única conclusión
que puedo sacar al respecto es que no soy el único que está en
peligro. Por suerte para mí, al menos por debajo de la puerta
consigo un poco de aire fresco que, si bien no es la gran cosa, me
ayuda a mantener un tanto la cordura y me deja observar hacia
afuera. Aunque puedo ver poco, parece que estoy al final de un
largo pasillo.
Inmediatamente me pongo de pie y me acerco hasta la puerta,
quizás pueda escuchar un poco más, pero estos tipos ya se alejan.
Al parecer somos muchas las personas en esta situación. Aún no
comprendo exactamente qué está sucediendo, la verdad es que
no estoy seguro de qué pensar… Es decir, ni siquiera oigo otros
gritos de auxilio. Por el momento parece que solo yo estoy aquí,

38 • Franco G. Feltan
totalmente aislado. Sin embargo, estoy seguro de que esto se tra-
ta de algo más que un simple secuestro.
A decir verdad, no sé dónde me encuentro ni qué está ocu-
rriendo exactamente. Solo recuerdo esa última discusión en casa
con aquellos hombres y el duro golpe en la cabeza. Al pasar los
minutos, esta especie de cárcel está comenzando a afectar mis
sentidos, como si de a poco me confundiese más y más, y la
sensación de claustrofobia tampoco ayuda mucho. El lugar no
tiene ninguna ventana como para ayudarme a respirar. Tengo
que salir de aquí cuanto antes. ¿Qué dijeron los oficiales antes
de golpearme? Si serán imbéciles… no creyeron una palabra de
lo que les dije y, encima, se atrevieron a golpearme… ¡Menudos
cobardes! Golpean a un hombre desprevenido y por la espalda.
¿Dónde estoy? ¿Las prisiones no suelen tener rejas? En caso de
que estuviera en una, por supuesto. ¿De verdad creyeron que
estaba loco? Esto no tiene sentido.
—¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí! ¡No pueden encerrarme
aquí… qué quieren de mí! ¿Alguien me escucha? Si es dinero
lo que desean puedo dárselo todo, pero por favor sáquenme de
aquí, estoy perdiendo la cabeza, ya no puedo respirar.
Nadie parece escuchar ni una sola palabra de lo que digo…
pero no voy a quedarme de brazos cruzados… ¿Dónde está el
móvil? Reviso mis bolsillos, pero no tengo absolutamente nada
de lo que traía conmigo. ¡Me quitaron todo! No puedo creerlo,
de verdad. De acuerdo, esto está llegando muy lejos.
Casi en estado de shock y muerto de miedo, suplico:
—Por favor, necesito hablar con alguien… ¿pueden escuchar-
me? ¿Dónde estoy?
Al otro lado • 39
De repente, y cuando pensaba que nadie vendría, se escuchan
pasos acercándose lentamente a la puerta, quizás sean los mismos
hombres que estaban merodeando por aquí hace unos segun-
dos... De todas formas esta es mi oportunidad.
—¡Señor! ¿Me escucha? ¿Qué está pasando aquí? Esto es un
error, tienen que dejarme, por favor, no sé qué quieren de mí…
pero déjenme vivir, por Dios.
En el mismo instante, del otro lado de la puerta, una voz gra-
ve y fuerte responde…
—Buenas noches, Aarón… ¿Cómo te sientes?
—Bien, ¡súper bien! Me encanta este lugar tan acogedor…
¿Por quién me está tomando? ¿Acaso todos son tan insensibles?
Casi me matan de un golpe en la cabeza, me creen loco y me en-
cierran aquí como si fuera un maniático. ¿Qué es lo que quieren?
Con un grave tono de voz y, por demás, misterioso, este hom-
bre sigue diciéndome:
—¿Nosotros insensibles? ¿Por qué no se hace la misma pre-
gunta a sí mismo, Aarón? Nosotros no lo golpeamos, usted se
desmayó sin más. Al parecer sigue sin comprender lo que sucede,
¿no es así? Mire, nosotros no somos oficiales de policía señor,
tampoco criminales. Por cierto… mil disculpas por la tardanza,
es que estaba ocupado con una señorita que está en sus mismas
condiciones, si no me equivoco. Ahora… ¿por qué ha estado gri-
tando tanto? ¿No es usted un hombre? O debe ser que ni siquiera
usted aguanta su propia locura… En fin, de a poco entenderá a
qué me refiero.
—Espere, ¿quién es usted? ¿A qué se refiere con la misma

40 • Franco G. Feltan
situación que yo? Me hablan con metáforas y dicen cosas sin sen-
tido, me acusan de cosas que la verdad desconozco. Están todos
locos, no sé qué pretenden... pero jamás se saldrán con la suya…
¡malditos hijos de perra!
—Siempre tan simpático, Aarón. Mire, le pondré las cosas
así: usted no está aquí de casualidad, este es un lugar especial
al que pocos llegan. Solo a quienes se les concede una segunda
oportunidad recibirán la redención. Y tú eras mejor persona an-
tes de estar aquí, ¿no es así? —Con un tono muy seguro y casi
como si me conociera de hace tiempo, continúa—: Aunque…
no últimamente. Y con respecto a ese intenso dolor, no desapa-
recerá en tanto esté aquí con nosotros. Ese supuesto golpe que
le dieron los oficiales, según usted, se lo dio usted mismo hace
unos días, mi amigo. Si no lo recuerda no se preocupe, ya nos
ocuparemos de ello. Dígame una cosa, ¿hace cuánto que se ha
vuelto tan mentiroso?
—¿Qué? Espere, estoy confundido… No logro comprender
lo que dice. ¿Qué segunda oportunidad? ¿Redención? ¿De qué
está hablándome…? Sáqueme de aquí de una vez por todas. No
sé quiénes sean, pero esto no acabará bien para ninguno de los
dos. ¡Están todos locos…! Ya dejen de mentir, estoy perdiendo
la cabeza.
—¿Que dejemos de mentir? Piense, Aarón: ¿no le parecieron
extrañas las cosas que sucedieron desde que usted se levantó? ¿Ya
conoció a su amigo de habitación? Espero que no se haya tragado
alguna de sus propias mentiras… Verá… esas moscas representan
cada una de las mentiras que ha dicho a sus seres queridos. Cada
una de ellas los ha lastimado de alguna manera. Ahora que estas lo
atacaron a usted, ¿qué sintió? ¿Puede describírmelo? No lo creo…

Al otro lado • 41
Mientras habla, deja escapar una pequeña sonrisa. Parece es-
tar disfrutando del interrogatorio.
—Seré breve con usted. Está aquí para cambiar su vida o de-
jarla para siempre. Si quiere puede quedarse allí, junto a su ima-
gen… Por si no lo ha notado, ese hombre de allí es usted. Así se
verá si no enfrenta lo que tiene por delante; si no decide cambiar,
es así como acabará. Lo devorará su propia ambición, menti-
ra, engaños… Todo lo que usted representó durante este largo
tiempo, lo matará. Ahora bien… se le ha otorgado una segunda
oportunidad, Aarón, y será mejor que esta vez sí la aproveche. A
pesar de todo, al menos tiene suerte. ¿Qué elegirá? Usted ya no
pertenece al mundo que conoce. Aquí todos sus malos deseos, el
dolor que ha causado en los demás o incluso a sí mismo, todo se
revelará en su contra, y dependerá de usted saber afrontarlo para
cambiar la realidad. Aún hay tiempo. No lo desperdicie.
Al terminar la frase, la cerradura se destraba y la puerta se
abre de par a par dejando entrar a su paso una intensa luz blanca,
como si un reflector estuviera apuntando justo sobre ella. Pero
algo ha cambiado. A pesar de que aquella luz ciega temporalmen-
te mis ojos, luego de estar quien sabe cuánto tiempo encerrado
en la oscuridad, el hombre, oficial, o quien sea que haya hablado
conmigo ya no está. En su lugar solo encuentro un papel tirado
en el suelo, muy abollado. Me agacho para levantarlo y, cuando
lo abro, leo la siguiente frase.
—SI NO DESEAS ESCUCHAR, SERÁS SORDO. SI NO
APRENDES A VER, SERÁS CIEGO. Y SI NO INTENTAS
VIVIR, PUEDES MORIR.
Esta frase ahora socava lo más profundo de mi conciencia, me

42 • Franco G. Feltan
hace reflexionar por un instante miles de cosas, momentos, e in-
cluso trae a mí un recuerdo escondido que creía olvidado. Luego
de un gran suspiro, levanto la vista, perplejo, y me veo parado
ante un largo pasillo con una gran puerta al final. Dos extensos
corredores que llevan a algún lugar se extienden uno a cada lado.
Miro otra vez hacia adelante. El pasillo que se abre frente a mí
parece interminable.
El piso es de un color blanco brillante, tanto que hasta pue-
do ver mi propio reflejo en él. Las paredes son como ventanales
gigantes, y del otro lado puedo ver episodios de mi vida, como
si estuvieran proyectando una película sobre mí. Entre tanta
confusión y algunos mareos, me acerco a una ventana para apo-
yarme, puesto que ya no tengo fuerzas para sostenerme en pie,
pero al tender mi mano sobre ella, al intentar tocarla, mi brazo
atraviesa el ventanal sin más.
Después de todo, no son ventanas; más bien parecen inmen-
sas paredes de gelatina transparente o algo así. Me acerco a un
“ventanal” y apoyo la mano. Al tacto es muy asqueroso y frío. Mi
brazo se hunde en aquella viscosidad y, al retirarlo, esta sustancia
se desliza por mi antebrazo y vuelve a la pared formando una
pequeña onda de círculos, como el agua. ¿Está esto ocurriendo
de verdad o me estoy volviendo completamente loco? ¿Qué me
está pasando? Desesperado, regreso a mirar los otros dos corredo-
res, pero están completamente oscuros, solamente en este parece
haber luz. No tengo opción, ya no sé de qué manera relacionar o
pensar las cosas… Si de verdad estoy aquí, ¿cuál de los tres cami-
nos debo tomar? ¿El que da luz y parece fácil? ¿O alguno de los
que están completamente a oscuras?

Al otro lado • 43
La sensación que produce el pasillo es muy extraña y desa-
gradable. ¿Se puede sentir la muerte tan de cerca? ¿Se la puede
describir? No lo creo… En este momento no puedo mover un
solo músculo, me he quedado congelado del miedo. Y este pasi-
llo… Vamos, es más que un chiste… es lo más extraño y enfer-
mo que he visto. Me secuestraron unos dementes, no sé dónde
me encuentro ni cómo salir… ¿Qué hago, Dios? Ayúdame una
vez en la vida. Es entonces cuando, de repente, escucho cómo
alguien con tres fuertes y secos golpes llama desde el otro lado
de la puerta que se encuentra al final del largo pasillo. Creo que,
después de esto, y si salgo de aquí, no repetiré tantos errores una
y otra vez.
A cada segundo puedo sentir cómo el miedo abraza a todos
mis sentidos. Comienzo a caminar hacia la puerta de manera
cautelosa y, mientras voy observando con espanto todo a mi al-
rededor, siento un terror psicológico enorme. Ante todas estas
visiones de mi vida rodeándome, me doy cuenta de lo miserable
y egoísta que he sido muchas veces.
Por cierto, la gran puerta que da a quién sabe dónde tiene
una pésima pinta, de aspecto antiguo y maltrecho, pero lo más
llamativo es su color oro intenso rodeado de un tallado marco de
madera y piedras brillantes como el diamante. Ese reflejo miste-
rioso inspira una gran curiosidad pero, a la vez, genera temor…
incertidumbre… No sabes qué puedes esperar del otro lado. No
me llena el deseo de abrir esta puerta pero tampoco tengo otro
lugar a donde ir. Estoy encerrado aquí y prefiero arriesgarme a
salir de este lugar que perder la cabeza, aunque de ello quizás
dependa mi vida.

44 • Franco G. Feltan
Cuando estoy a no más de dos metros de ella, los golpes vuel-
ven a repetirse pero, esta vez, con más intensidad. El sobresalto
es inevitable, así es que tomo el picaporte, lo hago girar y abro
la puerta lentamente, como si pudiera, de alguna forma, anti-
cipar lo que vendrá o lo que traerá el otro lado. Entonces veo
que la habitación continua está completamente oscura, no logro
distinguir absolutamente nada… Avanzo con pasos dudosos e
inseguros hasta cruzar la puerta. Apenas la atravieso, se cierra
bruscamente a mis espaldas y me encierra en la completa oscu-
ridad. No hace falta mucha explicación para describir el pánico
que siento. Es decir, acabo de salir de una maldita celda esca-
lofriante para entrar en otra… no tiene mucho sentido. Estoy
totalmente sugestionado por este ambiente de confusiones, de
miedos y mentiras. Gracias al cielo, apenas la puerta se cierra, del
espanto, giro bruscamente y choco de espaldas contra un espejo.
De inmediato logro darme cuenta de que allí no hay ninguna
habitación continua ni nada parecido. Es algo mucho peor; solo
esto faltaba para completar la terrible claustrofobia que siento.
¡Me encuentro encerrado en una especie de armario enorme! O
tal vez solamente sea una habitación demasiado pequeña... Así,
comienzo a buscar desesperado un interruptor, algo que haga un
poco de luz. La oscuridad y el silencio son tan profundos que
hasta puedo sentir el palpitar de mi corazón acelerado.
No sé bien cómo describir lo extraño que es… pero, por un
instante, cuando me detuve y la puerta se cerró por sí sola, en ese
momento pude sentir el perfume más delicioso que haya sentido
jamás. Hasta juraría que se trataba del perfume que usaba usual-
mente Elisa, ella solía comprar esas fragancias dulces que tanto

Al otro lado • 45
me gustaban, me volvían loco. Sin dudas lo reconocería donde
fuese, y en especial este, que le había regalado para nuestro ani-
versario. Puedo recordar momentos que creí olvidados, puedo
por un segundo reconstruir su rostro en mi mente, la veo tan
clara que casi puedo sentirla.
Entre tanta mezcla de sentimientos me pregunto… ¿Quién
ha golpeado la puerta? ¿Qué hice para estar aquí? ¿Estoy soñando
nuevamente? Digo… nunca había escuchado una historia así.
Parece una maldita película de ficción. Mientras pienso tantas
cosas como estas, extiendo los brazos para estudiar cada rincón
del lugar. Estoy completamente encerrado; la puerta, por más
fuerza que haga, no se mueve en lo más mínimo. Aunque así,
afortunadamente, antes de ceder y darme por vencido, al de-
jarme caer al suelo, a mi lado y en diagonal al espejo, descubro
lo que creo es un mediano baúl y, sobre él, un pequeño sobre y
una caja de cerillos. El alivio que siento ahora es inmediato. Al
encender uno de los fósforos, observo que se trata del típico baúl
donde se guardan las cosas que ya no se usan más, el famoso baúl
de los recuerdos.
En fin, la carta tiene escrito mi nombre en rojo (como todo
hasta ahora) y la hoja, una pinta un tanto desgastada que ya
ha tomado el color amarillento del paso del tiempo, como si
llevara mucho tiempo esperándome aquí. Al otro lado, en su
reverso, tiene un sello muy peculiar que jamás he visto. Parece
como si no coincidiera con la vieja carta, es decir, parece recién
puesto. En él logro descifrar la fecha de emisión, que data de 5
años atrás, incluso con fecha para ser abierta. ¡Y la fecha es hoy!
Definitivamente ya es evidente que este lugar no es para nada
normal. Al abrir la carta, la confusión me invade por completo.
Está escrita de puño y letra, y en ella puede leerse…

46 • Franco G. Feltan
QUERIDO AARÓN:
Te escribí esta carta, amor mío, con el simple propósito de que
sepas que estaré acompañándote a cada paso que des. No estás solo.
Que no puedas verme no significa que no esté a tu lado. Aún no pue-
do verte, pero sé que ya estás aquí. Solo ten cuidado en las decisiones
que tomes… Tómalas con el corazón, no repitas los mismos errores
del pasado. Intenta cambiar y no hacer cosas tan solo porque parecen
una buena idea… Te veré más adelante, mi amor, y recuerda…
No todo es lo que parece. A partir de ahora todo será confuso,
pero no pierdas la calma, sigue tus instintos y escucha mi voz, estoy
siempre en tu corazón y tu consciencia. Aprende a ver y escuchar…
Yo cuidaré siempre de ti, no tengas miedo.
Sé quién eres en realidad, Aarón… Yo te conocí mejor que na-
die, y ahora no estás siendo tú mismo; cambia tu destino, todavía
puedes ser feliz. Pronto nos veremos a los ojos como lo hacíamos siem-
pre, y te prometo que sobrarán las palabras en ese momento; si con
solo mirarnos… podíamos sentirnos.
Debes estar confundido querido, lo sé… Tienes un gran rompe-
cabezas por armar. Te puedo sentir tan cerca pero lejos a la vez…
Estás aquí, pero estás al mismo tiempo allá. Todo pasa por algo en
esta vida, y lo que no, es porque por algo no debe suceder. Todavía no
es tu hora, mi amor. Todavía tienes futuro, lucha por eso. Lucha por
mí. Lucha por ti. Recupérate y vuelve a vivir… Cierra los ojos frente
al espejo y mírate de frente, ve tú mismo qué es lo que más deseas e
intenta alcanzar lo que ves…
Te amo y por siempre te amaré.
Eli

Al otro lado • 47
¡Dios mío! ¿Es Eli? Pero… ¡No puede ser ella! ¡Está muerta…!
De verdad no puedo creer esto, están jugando conmigo…
—¡¿Acaso quieren ver hasta dónde puedo sostener la cordu-
ra?! Maldición… ¡Hijos de puta! ¿Por qué hacen esto?
Tengo que salir de aquí ahora mismo… así es que me paro
frente al espejo, observo la carta una vez más, la guardo en el
bolsillo trasero y cierro los ojos. La verdad, no sé bien qué hacer
o esperar, pero necesito un respiro a todo esto. Tomo aire unas
cinco veces y, cuando abro los ojos, enciendo nuevamente otro
cerillo y me veo ahí… frente a frente conmigo mismo ante el es-
pejo… ¿Qué deseo? Pues muéstrame, estoy listo para enfrentar-
me y prometo que saldré de aquí… Así, el ambiente se torna frío,
el aire se vuelve denso y comienzo a sentir como si me observaran
de todos lados, comienzo a escuchar extrañas voces en el interior
de mi cabeza, voces que se alzan cada vez más, y todas juntas
pronuncian mi nombre. De repente, sobre mi espalda, escucho a
alguien murmurar justo en mi oído.
—ESTÁS A PUNTO DE AVERIGUARLO, MUCHACHO…
Al darme vuelta con total sobresalto, no veo absolutamente
a nadie, solo la puerta que nuevamente, y de manera lenta, co-
mienza a abrirse, con un viejo y ruidoso rechinar. Frente a mí, el
largo pasillo de regreso a la celda; todo parece estar cambiando
por alguna inexplicable razón.
Pronto las paredes comienzan a tomar otro aspecto. Dejaron
de ser simplemente esa gelatina asquerosa y transparente para
comenzar a responder a alguna especie de patrón… se van po-
niendo de un color cada vez más rojo a medida que avanzo de
regreso a la celda. No sé cómo describir esto, pero puedo por
48 • Franco G. Feltan
alguna razón deducir que no debo regresar o algo malo pasará.
A cada paso, parece que se van convirtiendo en un río de sangre
más y más intenso, más y más espeso. Cuando vuelvo a ver al
espejo, veo aún ahí mi reflejo, parado observando cada instante
con el cerillo en la mano. Una mirada intensa que me hiela hasta
los huesos, unos ojos brillantes y desconfiados. Levantando una
mano y apuntándome con el dedo índice, logro hipnotizarme.
Poco a poco me acerco hasta mi reflejo, a medida que todo va
regresando a la normalidad.
Al estar cara a cara, simplemente bajo el brazo, me sonrío y,
en ese instante, su cabeza queda totalmente ensangrentada. Una
gran herida se ha abierto en su frente. Justo allí, en ese momento,
soplo el cerillo que sostenía en la otra mano. En la infinita oscu-
ridad, de inmediato se rompe la conexión.
—¡Demonios! ¡Ayuda! ¿Qué es esto?
De pura reacción, me tomo la cabeza con las manos al ver
el inmenso corte que parece no parar de sangrar. Es sumamen-
te impactante. Pero antes de que pudiera pestañear, este mismo
reflejo se abalanza sobre mí, me toma de la camiseta y me lleva
hacia él con gran fuerza y decisión.
—¿Qué…? ¡Aahhh! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Suéltame hijo de pe-
rra! ¿Qué eres? ¡Suéltame!
Lo que está ocurriendo es simplemente inexplicable, y no lo
estoy imaginando. Al tomarme de la camiseta, esta espeluznante
copia de mí pudo atravesar el espejo hacia aquí; al tocarme, pue-
do sentir cómo el dolor de cabeza que tenía aumentó inmensa-
mente. Como si estuviera a punto de explotar. Al jalarme hacia
él, entramos al espejo… lo atravieso sin más. Creo estar viviendo
Al otro lado • 49
un sueño demasiado real o, mejor dicho, una pesadilla de la que
no puedo despertar. Y aún falta más. Al pasar por esa especie de
portal, o lo que sea, no hago más que caer de boca al piso desde
el techo. Caigo justo en medio de la sala de estar de mi antigua
casa, la misma en donde solía vivir con mi familia. Me levanto
muy aturdido y desesperado, no logro comprender tanta locura.
Es decir, es imposible que esto esté pasando… ¿Qué clase de
alucinación es esta?
Alzo la vista hacia la chimenea que teníamos frente a los si-
llones, y en ella veo posado el retrato que más quise en toda mi
vida, la foto familiar que nos sacamos en el zoológico ese último
día que los vi reír junto a mí. Es raro pensar que la foto más
hermosa de todas sería la última… Recuerdo perfectamente ese
momento, yo estaba muy enojado con Eli porque no dejaba de
consentir a Lucas. Él quería subirse solo a los juegos para los ni-
ños grandes pero, efectivamente, era muy pequeño para entrar.
Siempre fue caprichoso, y si no obtenía lo que quería lloraba
hasta no poder más. Era bastante rebelde, y qué decir… una cosa
lleva a la otra. Además, me hacía acordar a mí mismo de peque-
ño, quizá yo fui un poco más terrible a su edad. De todos modos,
ese día la pasamos genial, es uno de los mejores recuerdos que
tengo, y el más claro. Hasta que volvimos a casa. Pero las cosas
debían ser así supongo. Solo Dios sabe…
Al acercarme al cuadro y tomarlo con cuidado, una inmensa
angustia me invade por completo. Son tantos los recuerdos que
van y vienen por mi mente… Incluso había olvidado detalles
hermosos de aquel día, hasta la misma fotografía. La había dado
por perdida. Al tiempo del accidente, al mudarme a la nueva
casa, se extravió en el viaje… o al menos eso había creído. Y, por
más que no hayan pasado tantos años desde el día del accidente,

50 • Franco G. Feltan
es como si desde ese entonces mi mente o una gran parte de mí
hubiera quedado allí, cautiva y sin salida.
Cualquier cosa después de aquello me hacía recordarlo todo.
Fueron tiempos muy duros en los que comencé a dejarme estar
en la vida. Todos dicen: “¡Vamos! Tienes que salir adelante, no te
dejes vencer, la vida continúa”, y todo el resto de las cosas que ya
sabemos de memoria, pero en realidad no saben lo que es vivir
sintiéndote culpable de destruir la vida de quienes más amas, e
incluso la de uno mismo. Es un dolor que desgarra el corazón.
No saben lo que es tener que soñar por días, meses completos
sus rostros, sus últimas sonrisas, pensar qué hubiera pasado si…
Ahora daría cualquier cosa por volver a soñar con ellos; es como
si, al pasar el tiempo, los recordara cada vez con menos detalles.
Muchos dicen: “Te comprendo, pasé por lo mismo o por algo
similar”, y está bien, pero no somos la misma persona y no todos
sentimos de la misma forma. Y, en mi caso, esto derrumbó toda
mi vida. Si bien el dicho del tiempo que lo cura todo es efectivo,
el dolor se va apaciguando pero aún está ahí, se lucha día a día,
se pelean batallas internas que callamos para continuar sonrien-
do... Nada vuelve a ser como antes; yo cambié tanto que, en un
cierto punto, empecé a hacer cosas que no eran propias de mí.
Me volví frío y calculador, no quería más responsabilidades que
las esenciales, me volví mentiroso, traté de ahogar las penas en
alcohol, pero de nada sirvió, solo me emborrachaba y aturdía
más a mi corazón.
Ya no veía hacia el futuro viviendo el presente; solo vivía el
presente pensando en el pasado. Intenté incluso reconstruirme
en una nueva relación, tal vez alguien me ayudaría a sobrellevar
mi pesar, pero hasta no sanar es imposible volver a amar.

Al otro lado • 51
CAPÍTULO IV
El encuentro
A pesar de tanto, estoy aquí… No sé concretamente cuál será
la razón, pero de seguro esto es importante, después de todo
nada es normal en este lugar, y lo que aquel hombre me dijo en la
celda… quizás es la verdad. Es un lugar increíble, puede ser tan
horrible como hermoso… Hasta puedo sentir que Eli está con-
migo. Aquella carta no pudo ser solo un invento, su perfume…
todo eso era ella. A decir verdad, nunca la había sentido tan cerca
en mi vida con tanta intensidad y emotividad.
Así, con los ojos llenos de lágrimas y una fuerte jaqueca, co-
loco nuevamente el cuadro en su lugar, se ve perfecto junto a
la chimenea… Era nuestro lugar favorito, pasábamos las pocas
noches de invierno que recuerdo junto al fuego mirando fotogra-
fías antiguas. Nos reíamos y recordábamos el largo camino que
llevábamos juntos.
Mientras, Lucas jugaba con sus juguetes o, simplemente, se
dormía en el sillón de enfrente viendo sus dibujos animados.

Al otro lado • 53
Creo que aún puedo recordar sus francas sonrisas... Con estos
hermosos recuerdos floreciendo nuevamente y llenando grades
vacíos en mí, retrocedo unos pasos hasta el sillón más grande
y me recuesto en él; me siento exhausto. Es como si, de alguna
manera, el hecho de estar más tiempo en este sitio me robara las
fuerzas y, por si fuera poco, el dolor en mi cabeza se hace cada
vez más fuerte. No podría continuar si esto empeorara aún más.
Cierro los ojos e intento relajarme unos segundos, recupe-
rar energía, pero aquí no hay tiempo para relajarse. Todo parece
materializarse de alguna forma; lo que he estado viviendo es tal
cual lo que predijo aquel hombre… Mis recuerdos saltan de aquí
para allá sin control y llevan a situaciones que solo en la mejor
imaginación cabría. Es entonces que, de repente, en el fondo del
silencio más turbio escucho…
—¿Papá? ¿Eres tú? No puedo dormir, ya dejé la luz encendi-
da, pero sigo sin poder dormir.
Algo difícil de explicar es la sensación de un reencuentro…
Se puede sentir al mismo tiempo tanta alegría, nostalgia y has-
ta miedo de que ese momento se termine. Es revivir el alma.
¿Sentir un abrazo? ¿Sentirse completo? Imposible explicar lo que
me sucede al escuchar esa voz… Mi corazón y todo mi ser se
iluminan de inmediato… Felicidad, sonrisa y lágrimas que lo
expresan todo…
Con la voz cortada y con un gran nudo en la garganta,
respondo:
—¡Lucas! ¿Eres tú de verdad, hijo?
Levanto levemente la vista por encima del sillón y veo a mi

54 • Franco G. Feltan
amado hijo parado justo allí, junto a las escaleras detrás de mí
con su osito de peluche en brazos y ese pijama de ranas que tanto
adoraba… Era imposible que se acostara a dormir sin él. Desde
el día que se lo regalamos no pasó una sola noche sin él. No pue-
do creerlo, es mi hijo. Su mirada profunda y tierna, inocente y
amorosa es todo lo que hace tanto tiempo necesitaba.
—Sí papá, ¿acaso no te acuerdas de mí?
—¡Oh, Dios…! Ven aquí amor mío, ¡cuánto te extrañé, hijo
querido! Por favor Dios, que esto esté pasando de verdad, solo
eso pido…
—Sabes pa, yo también te extraño mucho, extraño que me
leas un cuento antes de ir a la cama. Mamá siempre lo hace, pero
ella no los cuenta como tú. Por favor, di que sí papá, son geniales
tus historias.
Dibujando la sonrisa más sincera, le digo…
—¿De verdad? Me encantaría ver a tu mamá contándote
cuentos, Lucas. Mírame a los ojos un segundo… Oh, Dios, no
puedo creer esto, no me lo saques otra vez de mi lado, por favor.
Solamente quiero abrazarlo y hacerlo dormir en mis brazos una
vez más…
—¿De qué hablas papi? ¿Estás bien?
—Sí, mi amor, nunca fui tan feliz en mi vida. ¿Y sabes qué?
Tú me haces así de feliz.
—¿Me vas a leer un cuento antes de dormir? Porque ya es
tarde y tengo mucho sueño… Di que sí…
—Todas las noches corazón, las veces que quieras… No me
iré a ningún lado, no tienes que extrañarme más, ya estoy acá

Al otro lado • 55
y no me alejaré jamás. Solo dime de qué quieres que se trate la
historia, mi amor.
—¿Sabes? Mami siempre me habla de ti, papi, siempre me
cuenta historias hermosas de cómo están las cosas en donde estás
tú… Ella dice que aún falta mucho tiempo para que puedas que-
darte con nosotros. —Mientras Lucas habla, mis ojos se pierden
en su inocencia y mi corazón se rompe en una mezcla de nostal-
gia y alegría—: Aquí es hermoso… Tengo muchos amigos para
jugar. Tengo que presentártelos luego, Jimmy es mi mejor amigo,
nos entendemos muy bien y nos llevamos aún mejor. Siempre
jugamos a las escondidas juntos. Él dice que te conoce, o que se
conocerán más adelante, no recuerdo mucho, a decir verdad…
aunque no sé a qué se refiere... A veces no logro comprender las
cosas que me cuenta, pero sé que pronto debe realizar un gran
viaje.
—Seguro hijo… ya tendremos tiempo para jugar todos jun-
tos. —Por supuesto, tampoco me olvido de ella, así que, sin más,
pregunto—: Cuéntame, ¿cómo está tu madre? Me encantaría
verla... No te imaginas cuánto la extraño, hijo. Dios, qué feliz
estoy, jamás creí volver a verte otra vez…
—Mmm… ella está muy bien papá, está hermosa… siempre
está cuidando de todos. Si quieres puedes quedarte con nosotros,
eso sería increíble… muero por enseñarte tantas cosas. Aquí to-
dos son buenas personas papi, estoy seguro de que te encantará.
—No lo sé hijo, para ser completamente honesto, estoy con-
fundido. Pero haré todo lo posible por quedarme contigo, ¿de
acuerdo?
Es literalmente impensable para mí estar pasando por esto,
56 • Franco G. Feltan
volver a escuchar su voz, sentir su inmenso amor, su inocencia de
niño. Ya no me importa si está muerto o vivo, ni el lugar donde
está; él me hace sentir vivo. No necesito nada más. Solo quisiera
quedarme aquí para siempre, ser el papá que nunca fui, recupe-
rar todo el tiempo perdido por culpa del trabajo.
Es ahora que veo las cosas de otra manera, las prioridades en
mi vida eran otras, jamás noté la falta que le hacía a mi familia.
Por aquel tiempo, la compañía estaba en caída libre, todo era
difícil… El estrés que vivía a diario para que los números de
ventas cerraran y no tengamos que pensar en la quiebra misma
era insoportable, tanta presión a veces no me dejaba ni siquiera
el tiempo necesario para encontrarme con mi esposa por las no-
ches. Mucho menos jugar una tarde con Lucas.
En mi corazón, en el fondo, sé que esto de quedarme no es
muy fiable, sé que tal vez le mentí nuevamente al decirle que
conoceríamos a su amigo y esas cosas pero… ¿qué más puedo
hacer? La situación es única y no puedo echarla a perder. Hoy
vuelvo a sentirlo como nunca lo hice antes; creo que nunca había
dicho una mentira tan dolorosa como esta. Lo había hecho en
distintas ocasiones en el pasado, pero no le daba mucha impor-
tancia a las repercusiones que podían tener, además, después de
todo, eran las famosas mentiras piadosas.
Nunca fui el mejor padre ni el mejor marido, pero da-
ría mi vida entera y hasta el último suspiro por verlos sonreír.
Desperdicié años de mi vida al no poder estar junto a ellos. Me
había convertido en un robot más de la sociedad, no miraba
nada más que el dinero y el trabajo, mi familia quedaba siempre
a un lado. No supe aprovechar lo más preciado, y… ¿ahora esto?

Al otro lado • 57
No puedo desaprovecharlo… Cuánto valor tiene todo ahora,
¡Dios! La vida es hermosa, pero fui el peor ciego al no querer ver
tantas cosas… Ahora es cuando, ahora tengo que cambiar todo
esto. Cambiar mi mundo.
Al cabo de unos diez minutos, Lucas, quien permaneció re-
costado sobre mis brazos, repentinamente se levanta y camina
hacia las escaleras. Sube los dos primeros escalones, voltea y,
mientras extiende su brazo, me dice…
—Vamos pa, ¿qué esperas…? Ven y léeme un cuento para
dormir, ya tengo que volver a la cama. Vamos, te enseñaré algo
muy bonito que también te gustará mucho.
—De acuerdo corazón, vamos… ¿De qué te gustaría la histo-
ria: de castillos y caballeros, como siempre? O mejor, ¿sabes qué?
Leamos alguno de tus libros favoritos, ¿qué dices?... La verdad
es que me duele mucho la cabeza, Lu. Está matándome la fatiga
y el dolor, creo que también debería recostarme unos minutos.
—Sí, lo sé papi, pero debes estar tranquilo, mami siempre
dice que hay que darle tiempo al tiempo, no entiendo mucho a
qué se refiere, pero suena bien. En todo caso, ella espera arriba,
vamos, preguntémosle qué significa. Además, creo que quiere
enseñarte algo, ella me pidió que te llevara. ¡Vamos, papá! Creo
que es una sorpresa.
—¿Mamá? ¿Mamá está arriba? —No puedo creer que, ade-
más de verlo a él, podré verla a ella nuevamente. Sin dudar un se-
gundo, insisto—: Vamos Lu, subamos, no puedo creerlo… ¡Eli!
—Sí, así es… ¿sabes? Mamá parece una princesa de los cuen-
tos que tú me lees… ¡está siempre hermosa!

58 • Franco G. Feltan
Me levanto entonces del sillón, tomo de la mano a Lucas
y subimos las escaleras. Ya a la mitad del camino, nuevamente
puedo sentir ese perfume que me volvía loco; es como volver
a reconstruir su rostro instantáneamente al olerlo. Todo esto es
tan increíble que no logro convencerme yo mismo del todo. Es
como estar viviendo un sueño increíble. Es lo más maravilloso
que pudiese imaginar, sea lo que sea no quiero despertar. Estoy
tan sorprendido… Siempre fui escéptico. Nunca confié en las
cosas que no tienen sentido pues siempre le busqué a todo una
explicación racional.
Aquellos sujetos, al fin y al cabo, no hicieron otra cosa que
cumplir el sueño más grande que he tenido en mucho tiempo:
volver a ver a mi familia. Ya nada de lo que ocurrió me importa,
no quiero demandarlos, no quiero nada más que un abrazo de
mi bella esposa y mi hermoso hijo. Es una locura, como todo lo
que en algún momento creí falso. Ahora está ocurriéndome, soy
yo el protagonista de esta realidad de la que me burlé siempre…
Apurando el paso por la emoción, casi saltando los escalones
de dos en dos, llegamos hasta la habitación en la planta alta.
Por un segundo siento que todo mi cuerpo se afloja, como si
perdiera todas mis fuerzas. Estoy tan nervioso que mi corazón
parece salir de mi pecho. Caminando lentamente, atravesamos el
pasillo. Al llegar frente a la puerta de su cuarto, Lucas comienza
a mirarme fijamente y ambos nos apretamos las manos. Las mías
están transpiradas por la emoción. Él solo me sonríe, extiende su
mano, toma el picaporte y lo hace girar.
Puedo jurar que la misma sensación que tuve cuando pedí
su mano la primera vez, se está repitiendo en este momento. Es

Al otro lado • 59
increíble, no sé qué decir, ni qué pensar… Al abrir la puerta,
ella está allí, de espaldas a nosotros ordenando la cama de nues-
tro hijo como lo hacía todas las noches antes de arroparlo. Es
la imagen más cotidiana del mundo, pero nunca me detuve a
observar esa clase de cosas, lo que antes ni siquiera notaba ahora
representa la muestra de amor más grande de todas hacia Lu: la
importancia de unas buenas noches, de un cálido beso antes de
dormir, los cuentos con los que él soñaba… mi mano acarician-
do su cabeza antes de apagar la luz.
Todo es distinto ahora, es como si me hubiera sacado una
terrible venda de los ojos. Mi corazón está cambiando, puedo
sentirlo… Recuerdo que siempre pasábamos uno al lado del otro
sin más, o al menos yo lo hacía muchas veces; no demostraba el
amor que sentía, siempre opacaba todo cariño y momentos en fa-
milia, siempre estaba ocupado en mis cosas… Qué decepción…
En fin, allí está… realmente hermosa; tal cual la describió el
niño. No puedo creer que los tengo de nuevo aquí conmigo una
vez más. Mi corazón se ha llenado de amor como nunca antes, el
tiempo parece no surtir efecto aquí, están igual que la última vez
que salimos juntos, mis dos ángeles hermosos.
Muy entusiasmado y esbozando una hermosa sonrisa, Lucas
dice:
—Mami, mami… Papá dijo que me leerá un cuento antes de
dormir. ¡Genial! ¿No lo crees?
Entonces, Eli voltea hacia nosotros… En ese momento me
congelo en el lugar; es como la primera vez que la vi a los ojos,
la vez que me enamoré perdidamente de ella. Su mirada no ha
cambiado en absoluto. Siento tal revolución de sentimientos que
60 • Franco G. Feltan
me resulta imposible de expresar. Ella comienza a acercarse len-
tamente hacia mí sin quitarnos la vista el uno del otro, y ocurre
justamente lo que ella había escrito... No hacen falta palabras
para decir todo el amor que le tengo, lo mucho que la extrañé. La
emoción del momento y sus ojos ya lo dicen todo, al igual que
los míos. Es nuevamente este amor a primera vista, por llamarlo
de alguna forma.
Parada frente a mí, toma mi mano y me besa. Pero no es un
simple beso, es algo mágico en verdad. El terrible dolor de cabeza
que me estaba volviendo loco desaparece sin más, como si nunca
lo hubiera tenido. Mi alma parece saltar de euforia. La tomo del
brazo con una mano y con la otra por la cintura. En completo
silencio ambos, no nos sacamos la vista de encima. Una gran co-
nexión nos mantiene en este momento. Tanto arrepentimiento
hay en mí que lo único que puedo hacer es llorar; todo el dolor
y frustración que guardaba es removido por su inmenso amor y
perdón. Todo aquello que vivimos en los malos tiempos ya no
parece importar. Ella no dice nada; yo estoy perdido en esta sen-
sación de paz y felicidad, puesto que es la primera vez que pude
puedo sentir lo que es en realidad.
No puedo parar de llorar; ella me sonríe, acaricia mi rostro
con su mano y lentamente se acerca a mi oído. Me susurra que
cierre los ojos y que, así, me llevará por unos segundos a la verdad
del comienzo. Obviamente, no logro comprender de inmediato
a qué se refiere con eso. De igual manera, iría a cualquier lado si
estoy con ella. Es todo lo que quiero pero, aun así, pregunto…
—¿Amor, a qué te refieres con la verdad del comienzo?
—Solo toma mi mano y la de Lucas. Te enseñaremos por qué

Al otro lado • 61
estás aquí, querido. Debes saberlo para poder continuar por este
camino y así entender algunas cosas.
—De acuerdo mi amor, iré a donde digas… No sabes cuánto
los eché de menos, por Dios.
—Al igual que nosotros Aarón, y siempre estamos observán-
dote y cuidando de ti… —Volviendo al tema, me pregunta—:
¿Estás listo, mi amor?
—Por supuesto querida, iría contigo a donde sea…
—Cierra los ojos amor, ahora concéntrate en tus últimos re-
cuerdos antes de estar aquí, antes de que todo comenzara a cam-
biar. ¿Por qué el dolor en tu cabeza? Piensa… En el fondo sabes
por qué estás aquí amor, por qué estoy yo aquí… Sabes lo que
debes hacer, sigue las pistas en tu interior. No has dejado de pen-
sar en esas cosas durante todo el camino. Solo calma tu mente y
escucha a tu corazón.
Al mismo tiempo que Eli me guía con aquellas palabras, mis
recuerdos viajan en mi mente buscando el punto clave en esto.
Lo último que recuerdo es la discusión con esos tipos que estu-
vieron en casa o quienes hayan sido esos hombres. En realidad,
todo fue raro desde que abrí los ojos luego de aquel extraño sue-
ño… Pero no logro recordar mucho más… ¿Qué es lo que debo
saber?
—Recuerda que no todo es lo que parece… ¿Recuerdas tus
sueños al despertar? Piensa en ellos… No son solo sueños, crée-
me. Todo lo que conocemos de la vida misma es solo una parte
muy pequeña de los misterios de nuestro universo. Intenta re-
cordar, Aarón… Sabes por qué estás aquí, sabes qué tienes que
hacer… solo debes confiar en ti mismo.
—¿Los sueños? Espera, recuerdo…

62 • Franco G. Feltan
Es entonces cuando, como una gran oleada, recuerdo aquel
raro sueño del que desperté tan agitado. Recuerdo estar segu-
ro de que no había sido tan solo un sueño, y es ahora cuan-
do puedo confirmarlo… Esa voz que decía: “BIENVENIDO
AARÓN, ¿PODRÁS ESCAPAR DE AQUÍ? ¿O SERÁS TÚ
MISMO QUIEN TERMINE CONTIGO? TÚ DECIDES EL
FINAL DEL CAMINO…”, como si de alguna manera me es-
tuviera anunciando todo esto, y luego la fiesta, los planes para
la noche… el secuestro del auto. Pero lo más impactante fue…
¡el accidente! Fue ahí cuando desperté… pero, vamos, sigo sin
comprender muy bien todo esto, solo fue un sueño, ¿qué tiene
que ver con todo esto?
Esto trae nuevamente el dolor insoportable a mi cabeza, duele
tanto que ya no puedo mantener los ojos cerrados. Al abrirlos,
ya no estoy en el cuarto de Lucas. Me encuentro solo y parado
en la sala de mi propia casa. Me siento totalmente anonadado.
¿Cómo y en qué momento ocurrió esto? El cuarto de estar se
halla casi en total oscuridad, tal es así que cuando me acerco
hasta la llave de luz para ver por dónde pisar, de reojo, casi a mis
espaldas, veo una sombra. Es sin dudas la silueta de un hombre
que ha cruzado rápidamente del living a la habitación. De mane-
ra espontánea, retrocedo y me agacho un poco para ocultarme.
Cautelosamente, comienzo a acercarme lentamente con las luces
apagadas. En mitad del camino, casi llegando a mi propia habi-
tación, el foco se enciende y, al cabo de un minuto, también la
del baño.
De manera intuitiva, tomo un pequeño adorno de vidrio que
está sobre una mesa de licores y, preparado para sorprender a

Al otro lado • 63
este hombre, entro rápida y violentamente a la habitación. En
el segundo que levanto el brazo para golpearlo, él se voltea sin
advertir mi presencia y entonces veo de quién se trata. Suena
extraño y muy confuso, pero a quien estoy por noquear de un
golpe es a mí mismo.
Inmediatamente, al ver su rostro, o mejor dicho, al verme a
mí mismo es tal la conmoción que no dudo en soltar el adorno
y echarme para atrás con gran asombro. A pesar de ello, de todas
formas, ya nada me sorprende de este lugar. Es decir… con todas
las cosas que he pasado en tan poco tiempo, esto no es la gran
cosa, aunque sí muy inquietante. En definitiva, estoy observán-
dome a mí mismo y, al parecer, mi otro yo está haciendo todo
lo que había hecho en mi sueño… como si reviviera un sueño
dentro de otro. Y, a pesar de que mi otro yo ni siquiera pueda
verme, la confusión ocupa el lugar principal en todo esto, sin
lugar a dudas. Tal vez, inconscientemente no quería ver la reali-
dad, siempre escapé de ella o, al menos, lo intentaba en ciertas
circunstancias.
—Eli… Eli… amor, ¿dónde estás? —pregunto en voz alta.
De repente, una mano me toma por la espalda y una suave
voz susurra en mis oídos…
—Es aquí mi amor, aquí es donde nace el comienzo de la
verdad, de tu verdad. Este día todo cambió para ti, querido…
¿Recuerdas bien este sueño, verdad? ¿Fue tan real, no es así? Yo
estuve contigo y te acompañé todo el tiempo, viendo cada movi-
miento como tú lo estás viendo con tus propios ojos. —Sin per-
der el tiempo, y mirándome fijo a los ojos, continúa—: Lo que
ocurrió no fue solo un sueño mi amor, de verdad pasó todo esto.

64 • Franco G. Feltan
Esta es la verdad, ya no podías vivir con tanto odio a ti mismo,
odio a la vida, culpas, mentiras y rencores. Todo estaba dicho,
solo mírate… Sabes que lo que ves no eres verdaderamente tú…
Jamás fuiste así. Estás destruyéndote a ti mismo y a todo aquello
que te rodea.
Sinceramente, se me hace un tanto difícil procesar todo esto.
¿Cómo que no fue solo un sueño? Yo recuerdo que desperté lue-
go del accidente, seguía aquí en casa, en la cama… Lo que sí
pude notar fue la sensación de realismo que me había dejado en
el cuerpo, y desde entonces no ha dejado de dolerme la cabeza ni
un segundo, pero… ¿qué ocurrió en realidad? ¿Eso quiere decir
que estoy muerto? Dios mío, terminé por perderlo todo, una vez
más… ¡incluso mi propia vida!
¿Qué hice todo este tiempo? ¡Cómo viví tan ciego! Y ahora
que quizás sea tarde, puedo verme ir y venir por la casa pensando
en cómo mentir a Mariano, pensando solamente en mí, con-
fiando en mi dinero, en mi orgullo y mis engaños… pensando
en tapar dolores con noches apasionadas y perdiendo mi razón
en copas de alcohol. De verdad no era yo… El hecho de verme
andar sin ningún sentido por la vida, de un lado al otro luchan-
do contra el tiempo, viviendo enojado y sin amigos me provoca
tanta vergüenza que no hago más que llorar. Mi vida se había
estancado por un error del pasado, un error que jamás superé,
y aún no he logrado conseguir el perdón. Creo que mi mayor
pesar siempre fue eso: encontrarlos, verlos a los ojos e implorar
su perdón.
—Entonces, mi amor, ¿estoy muerto, verdad? Lo perdí todo;
soy y siempre fui un fracasado. Primero ustedes, luego terminé

Al otro lado • 65
por perderme a mí mismo, nunca pude rehacer mi vida. De ver-
dad me di cuenta de lo que tenía cuando ya lo había perdido…
La vida me sacó todo antes de abandonarme. ¿Y ahora qué me
espera, mi amor? ¿Esto es el dolor de cabeza? ¿El golpe? ¿Mi
muerte?
—Aún no, cielo. Aún no estás muerto. Como te dije antes,
estás aquí y allá. Mira este lugar, querido… Aquí estás realmen-
te, tu esencia ahora está aquí, y es eso lo que en verdad impor-
ta, la única verdad entre tanta mentira. Es lo único que vale la
pena realmente, nuestra esencia. Dios existe, el demonio existe,
nosotros existimos, pero depende de nosotros cómo queramos
existir hasta el final… Míralo tú mismo… Aún puedes cambiar
el mundo. Todo es posible, solo ten fe. Háblame, siempre te es-
cucho, Lucas te escucha, aquí no hay límites. Despierta y mira a
tu alrededor… Nadie está solo, y tampoco tú.
Eli levanta la mano y con el dedo me señala una pared sobre la
que se proyecta una película en la que soy el protagonista. Allí se
comienza a transmitir el accidente, mi pesadilla completa. Sufrí
grandes golpes, y el peor de todos fue en la cabeza, lo que aho-
ra me hace comprender el porqué de esta terrible jaqueca. Ese
accidente me ha dejado en coma. Puedo verme en el hospital,
ahí postrado en la camilla. No puedo decir que sintiera tristeza,
al fin y al cabo parece ser que todo esto que me sucedió me lo
he estado buscando de alguna manera. Además, no siento más
dolor que el que ya siento en mi corazón.
Lo más llamativo, lo que más me está removiendo muchas
cosas es ver quién se encuentra en ese momento a mi lado…
Mariano. Está sentado esperando que abra los ojos, llorando y

66 • Franco G. Feltan
rezando. Incluso puedo escucharlo, cada plegaria es por mí. Ya
no hay viejos rencores… ya no hay odio, ya no existe nada de lo
que antes corrompía nuestra larga amistad. Nunca hubiera ima-
ginado ver algo así, o tal vez no a él en esa situación. No me lo
esperaba… Tanta gracia después de tanta frustración… La vida
es increíble.
Hasta puedo sentir sus más claros sentimientos; jamás estu-
vo enojado como yo pensaba. Solo yo lo complicaba todo, me
negaba a aceptar las cosas como son, no soportaba la culpa y lo
proyectaba todo en él. No abrí jamás la mente y la razón por más
vivo y despierto que estuviera. Él siempre se mantuvo al margen,
es todo lo que hizo, no me presionó, me entendía y respetaba a
pesar de tantas cosas que hice y dije. Como un gran hermano
que en verdad siempre estuvo para ayudarme a levantar la frente
cuando sentía que ya no podría estar en pie.
—Pero… si no estoy muerto, ¿cómo estás tú aquí, Eli? —
Realmente hay cosas que todavía no logro comprender, necesito
saber… así que continúo preguntando—: ¿Cómo los veo a los
dos? No sé realmente qué tengo que hacer aquí amor, la tristeza y
la confusión aumentan a cada paso; los decepcioné y lo lamento.
Verás… mis energías se debilitan, mis ganas de vivir son altas,
pero ustedes son mi familia y no creo tener nada más allá afuera
para mí. Mariano es una gran persona y amigo, por lo que acabas
de mostrarme… ¿Sabes? Siempre me creí tan fuerte… que nada
podía desestabilizar mi mundo, que todo era mío, y ahora estoy
parado frente a una pared viendo lo equivocado que viví; mi
orgullo está destruido… Dios logró quebrarme en mil pedazos y
tú me reconstruyes.

Al otro lado • 67
—Sigues viendo el vaso vacío, querido. —Sonriendo y to-
mando mi mano, me dice—: Intenta ver más allá del hecho en
sí. Dios no te destruyó, solo te sacó la venda de los ojos, y yo soy
a quien mandó para acompañarte y lograr que vieras la verdad.
Ya no te lamentes por el pasado. No te lamentes más por mí ni
por nuestro hijo. Nunca fuimos tan plenos, mi amor. Ahora vivo
por siempre en tu corazón, ahora puedo cuidar de ti donde sea.
Ahora vivo en ti, aunque no lo sientas así; ese es el gran misterio,
el amor se quedó contigo… Todo está allí, solo escucha… Tú lo
enciendes con cada pensamiento. Esto es solo un viaje querido,
debes comprender los misterios que en él te esperan. Te prometo
que al final comprenderás y vivirás la vida que has estado buscan-
do. Pero primero deberás llegar al final… Te mostraré la puerta,
pero solo tú la cruzarás. Calma tu corazón y tu mente, nunca
olvides eso, es la clave para entenderte, para entender tus senti-
mientos y emociones. —Con una tierna mirada y acariciándome
el rostro lentamente con todo su amor, prosigue—: Eres una
maravillosa persona, pero debes sanarte y volver a vivir. Mucho
más de lo que tú piensas te espera de regreso. Anímate a vivir una
vez más, mi amor. El día que vuelvas a mí, iré por ti, pero ahora
debes volver… Encuentra tu camino.
—Dios mío, no sé qué decir, no sé qué pensar… —Con los
ojos completamente llenos de lágrimas, solo puedo decir una
cosa—: Abrázame mi amor, abrázame fuerte… Nunca antes
lo hice y ahora no quiero dejar de hacerlo. Luego llévame con
Lucas, que aún no me despido… Los volveré a ver, ¿no es ver-
dad...? Los buscaré siempre en mi corazón.
Es el abrazo más grande que he recibido en mi vida… el de

68 • Franco G. Feltan
la mujer más hermosa. Dos almas que se encuentran libres. Los
mismos sentimientos se han reencontrado y luchan contra el do-
lor... luchan por un amor. Todo es tan perfecto, todo se resume
a ella… El reloj teme marcar las horas, el tiempo se ha detenido
sin más. Ni siquiera él comprende tanto amor… ni el mismo
tiempo puede separarnos y jamás lo hará.
Al abrir los ojos, luego de aquel abrazo en el que pude sen-
tir el amor en plenitud, volvemos en un instante al cuarto con
Lucas. Él se encuentra dormido en su cama, arropado como su
madre siempre solía hacerlo y abrazado a su osito de peluche. En
verdad es la imagen más tierna de todas; cuánto extraño ahora
esas cosas que antes no tomaba en cuenta. Es algo tan cotidiano
que antes pasaba por alto, pero ahora puedo ver las mismas cosas
desde otro ángulo, tan claras. Hasta lo más ínfimo ahora vale
mucho para mí. Me acerco hasta su cama, me siento a su lado
y, poniendo mi mano sobre él, puedo sentir que todo va a me-
jorar. Verlos me ha llenado completamente de fuerzas para con-
tinuar… y mientras acaricio su suave cabello castaño, le doy un
beso de buenas noches, de esos besos en la frente que expresan
igual o más amor que cualquier otra cosa, con los que uno puede
sentirse tan seguro...
—Lucas, hijo mío, no sé si estaré aquí para jugar contigo, no
sé si podré conocer a tus amigos mañana. Pero te prometo que
siempre estaré pensando en ti, cada día de mi vida lo hago, recor-
darlos con ese inmenso amor… ese eterno resplandor. —En cier-
ta forma sabía que no iba a estar para cumplir lo que había dicho,
pero no podía matar sus esperanzas de jugar juntos. Así que le
digo—: Ya tendremos tiempo de vivir en plenitud, juntos los

Al otro lado • 69
tres, hijo… pero hasta ese día tengo que volver y arreglar algunas
cosas, amor mío. Cuando llegue la hora tú y mamá vendrán por
mí y seremos eternamente felices. Te amo tanto que no quisiera
despedirme, solo es un hasta luego. Descansa, mi amor… Pronto
vendré a leerte los cuentos que quieras. ¡Te amo!
Luego de aquel hasta luego, me pongo de pie y camino hacia
el amor de mi vida, la tomo por la cintura y acaricio su hermoso
rostro. Lentamente, mientras cierro los ojos, me acerco y la beso.
Es tan suave que se siente como si fuera nuestro primer beso.
Este amor sigue intacto, sigue vivo… Cuando abro los ojos, ella
me toma por los hombros, me mira fijamente a los ojos y, con la
sonrisa más bella y un tierno te amo, comienza a desaparecer…
comienza a desvanecerse cual niebla. Extiendo los brazos y la
llamo…
—Espera mi amor, ¿a dónde vas? No me abandones… no
otra vez.
—Todavía nos queda camino por recorrer aquí, aún no puedo
marcharme… Sigue tu camino y cuida de ella, ¿sí? Prométemelo,
cuida de ella como lo harías ahora con nosotros. Vive libre, mi
amor, y no dejes de avanzar en la vida. Yo seré tu guía, eso te lo
prometo. Ya nos veremos, te amo tanto querido mío…
—Eli… amor, ¿a qué te refieres con cuidarla? ¿De qué hablas?
¿A quién? No te vayas mi amor, ¡espera!
Al desaparecer frente a mí, volteo hacia la cama y veo que
Lucas también se ha ido. A su vez, la habitación completa co-
mienza a desvanecerse, dejándome en un vacío oscuro e infinito.
Es increíble lo que estoy viendo. Todo parece esfumarse, incluso
el piso se está encogiendo más y más… No tengo lugar a donde
70 • Franco G. Feltan
ir… La habitación parece querer encerrarme aquí, no lo entien-
do. En cuestión de minutos, el suelo bajo mis pies desaparece y
caigo en un precipicio ciego. No puedo ni imaginar el fondo, la
adrenalina del momento es inmensa, exactamente la misma que
en esos sueños en los que caes y despiertas cuando te estrellas
contra el suelo… ¿o te estrellas nuevamente contra la “realidad”?

Al otro lado • 71
CAPÍTULO V
Toda acción
tiene su reacción
De una manera muy extraña que no comprendo, este mundo
puede llevarte de aquí para allá cuando le plazca. Aquí no existe
ningún tipo de ley sobre la física o algo parecido. Es aterrador
pero, al mismo tiempo, maravilloso; al menos, hasta que uno se
acostumbra… No sé bien cuánto tiempo llevo aquí, resulta muy
difícil comprender qué sucede… pero pasan cosas increíbles, no
sé si soy yo quien sugestiona todas estas visiones o si realmente
suceden. Sea cual sea la verdad, debo continuar mi camino. Por
más complejo que sea manejar las cosas en este sitio no puedo
quedarme de brazos cruzados. Debo salir a como dé lugar.
¿No se supone que había atravesado el espejo y aterrizado
aquí? ¿No es esto lo que necesitaba ver, lo que más deseaba saber?
Entonces… ¿qué hago aún en mi antigua casa y acostado en el
sillón…? ¡Qué locura, Dios mío!
Es difícil mantener la cordura… Es difícil no pensar un
Al otro lado • 73
segundo. Todo esto tiene que ser por algo más que solo cambiar
mi vida, es decir, ¿quién soy? ¿Qué hice para merecer semejante
oportunidad? No imagino cuál será el designio con el que se ma-
nejan estas cosas… Quisiera volver simplemente a mi cuerpo y
despertar de una vez por todas. Al menos, ya me he reencontrado
con mi familia… ¿Qué más debe pasarme para escapar de aquí?
Es increíble pensar cómo de un instante al otro la vida se trans-
forma completamente. Me pregunto por momentos, ¿cómo ex-
plicaré todo esto cuando despierte del coma? ¿Alguien me creerá?
Cómo lo harán si ni siquiera yo estoy seguro de que todo esto
sea real… Me siento como si fuera una pequeña hormiga en un
mundo gigantesco, quizás así lo viven ellas. Saber que solo co-
nocemos un cuarto de los misterios que existen es absurdo… La
ciencia sigue siendo ínfima ante tantos interrogantes que existen
a nuestro alrededor sin explicación, y así seguirán.
Y pensar que en un momento estaba manejando pensando en
pasarla bien, en comprar un regalo… Me distraje y me estrellé
de frente contra otro vehículo. ¿Qué habrá pasado con la persona
del otro auto? Digo… yo no ocasioné el choque, ¿o sí? Fue un
accidente nada más… No fue culpa mía. Cuando despierte me
encargaré de ello. Pero primero lo primero, salir de este lugar y
volver a vivir… así que veamos, Eli ha dicho por último antes de
desaparecer que debo cuidar de alguien… ¿Qué? No tiene senti-
do, llegué solo a este lugar… ¿de quién habla? ¿Yo, cuidar? Si ni
siquiera puedo cuidar mí mismo, por algo estoy aquí… ¡Mierda!
Siempre todo es tan difícil…
Sin más que pensar, camino despacio hacia la salida del
hogar. Necesito tomar un poco de aire fresco, este lugar está

74 • Franco G. Feltan
cansándome cada vez más. Debo salir antes de que ya no pueda
continuar para no quedar varado aquí. Al llegar a la salida, al
abrir la puerta, supongo que saldré a la vereda del viejo barrio
donde solía vivir.
Nunca he estado más confundido. En algún punto, parece
que, por más cosas extrañas que sucedan, mi mente no logra
percatarse por completo de dónde estoy parado realmente.
En esta dimensión nada es normal… Al llegar a la salida, me
encuentro de repente parado en la entrada del hospital general
de la ciudad. Nada de veredas ni viejo barrio. ¿Pero qué significa
esto? Inmediatamente, luego de ingresar por la puerta principal,
escucho por los grandes altavoces a la recepcionista llamando de
urgencia al doctor Ramírez, Fernando. Algo que sinceramente
no esperaba volver a escuchar en mi vida, y digo esto porque él
es quien asistió a Eli cuando nació Lucas. Increíblemente, todo
se está repitiendo en este momento. Es como estar presenciando
mi vida en tercera persona.
Entonces, mientras estoy parado recordándolo todo, justo
frente a mí cruza el doctor corriendo deprisa hacia el quirófano.
Inmediatamente detrás de él, vamos a toda prisa los enfermeros,
Eli y yo tomado de su mano diciéndole que todo va a salir bien.
La situación es estupenda, la verdad, esta vez me siento afortu-
nado de poder revivir todo esto nuevamente, aunque aún no
entiendo qué quiere decir todo esto…
Avanzo por el pasillo justo detrás de ellos y noto como ningu-
na persona de aquí logra verme, como si yo fuera un fantasma. A
la par que los voy siguiendo hasta la sala de partos y observando
a las personas, recuerdo un pensamiento que tuve ese día, justo

Al otro lado • 75
ahora y en este instante. Todo se repite con una exactitud increí-
ble y yo estoy simplemente participando del proceso sin antici-
parme a nada. Recuerdo qué pensaba… en cómo, muchas veces,
las personas vivimos tan acelerados. Todo el mundo encerrado
en sus propios ideales, sus propios intereses sobre el de los demás,
con sus cientos de problemas a diario, todos con batallas por
enfrentar, algunas ya vencidas, otras perdidas… pero también
pienso que no hay mal que por bien no venga, ¿no? Las cosas
que nos pasan en la vida son definidas por nosotros mismos...
Nosotros construimos nuestro presente a medida que aprende-
mos de nuestros errores del pasado. Si no aprendemos no cam-
biamos. Y aprendemos en el presente lo necesario para nuestro
futuro. Saber anticipar algunas cosas, como sobrellevar otras.
Todo a su vez es un enorme círculo eterno e infinito, del pasa-
do al presente y del presente al futuro. Tal vez, algún día las cosas
sean un poco más claras; tal vez, cuando la luz se apague al final
del tiempo tendremos todas las respuestas. Pero hasta entonces,
como decía mi padre, estamos parados en tierra y respirando sin
problema.
Nuestra mente es sin dudas una de las cosas más grandiosas
que existen; si en verdad deseamos algo, ¿qué nos impide cum-
plirlo? Si sabes que es necesario caer mil veces antes para al final
levantarte y seguir mil veces más. Nada está de más y mucho
sobra en determinadas circunstancias; a veces parecemos caballos
de carga, nos tapan los ojos y solo vemos el camino recto hacia
adelante, cuando en realidad tenemos miles de opciones para ele-
gir, pero nos las ocultan de una u otra manera. Siempre vamos a
lo fácil… pero no vemos que lo difícil es difícil porque nos espe-
ra una mayor recompensa al final. No debemos ser conformistas.

76 • Franco G. Feltan
Hubo un tiempo en el que los pueblos más grandiosos lo eran
todo, jamás dejaban de crecer y perseguir sus ideales. Ahora solo
abrimos la boca bajo la lluvia con la esperanza de que una gota
pueda saciar tanta sed. No buscamos un balde, un vaso, algún
recipiente. Solo abrimos la boca.
Los adultos son solo adultos y los niños son solo niños, eso
pensamos todos… Claro, siempre fue así… como si por ser pe-
queños no entendieran las cosas, no entendieran de la vida, y es
ahí donde nos equivocamos. Ellos ven la vida desde un punto de
vista distinto, lo único que hacemos es guiarlos por lo que se con-
sidera el buen camino, ¿pero los escuchamos siempre? ¿Estamos
seguros de cuál es el mejor camino siempre? Desde ahora sé que
no es así; si los adultos fuéramos tan solo un poco como ellos…
el mundo sería distinto. ¿O si ellos, de un día para el otro dejaran
de ser niños y se convirtieran en adultos y los niños fuéramos
nosotros, los adultos…? ¿Con cuánto amor se contaría? ¿Con
cuánta inocencia y sin miedo viviríamos? Sé que ellos aman más
que nadie, ellos respetan más que nadie… Están atrapados en sus
cuerpos de niños hasta que el tiempo y, muchas veces, lamenta-
blemente, la vida que llevamos corrompe esas almas tan perfectas
y las vuelven más y más duras, más pesadas, más humanas.
Justo antes de ingresar a donde están llevando a Eli para ini-
ciar con el proceso de parto, un fuerte dolor en mi cabeza me
hace frenar la marcha. El mareo me obliga a sentarme a un cos-
tado, en el suelo. La sensación que me produce es de un atur-
dimiento increíble, el dolor es realmente intenso. Lentamente
intento ponerme de pie, pido ayuda, pero luego recuerdo que
nadie puede siquiera verme o escucharme. Estoy solo y siento

Al otro lado • 77
que mi cabeza está por explotar en mil pedazos. Entonces, en ese
momento, un fuerte llamado por altoparlante llama mi atención
de manera inmediata. No solo por lo fuerte que suena, ya que es
el único en resaltar, sino porque los demás parecen estar en bajo
volumen, o simplemente es para llamar mi atención.
Lo cierto es que, mientras solicitan de manera urgente la
presencia del Dr. Romano en la sala de emergencias, yo intento
llegar hasta la puerta principal mientras me tomo la cabeza con
una mano y con la otra me sostengo contra la pared. Solamente
quiero salir y tomar un poco de aire fresco, por decirlo de alguna
manera. Me siento a punto de enloquecer aquí dentro, si bien
todo había comenzado de manera estupenda. De un momento
a otro, se ha convertido en un lugar marcado por el sufrimiento.
Cuando por fin llego a la entrada principal, ya casi no tengo
fuerzas; la visión y mis sentidos se van distorsionando a cada
segundo más y más. Como si de un gran ACV se tratara. Estoy
realmente asustado, pero entonces, como una especie de premo-
nición, veo entrar de manera alterada y muy exaltado a Mariano.
Está muy conmocionado buscando deprisa la recepción. Yo solo
observo cada movimiento suyo desde la entrada. Me he quedado
un tanto atónito al ver lo ocurrido. Estoy reviviendo cada mo-
mento importante para mí.
Con lágrimas en los ojos, logro entender que, en realidad, la
vida te da muchos golpes y te quita sin decirte nada. Pero tam-
bién puede darte la alegría más inmensa de todas. La vida puede
ser tan bella como oscura, pero todo depende de la fuerza con
la que la afrontamos, la dulzura con la que la veamos y el amor
con el que vivamos. Por supuesto, la esperanza siempre intacta,

78 • Franco G. Feltan
aunque ya no quede nada. Ahora me duele ver que, más allá de
todo esto, yo no supe ver o apreciar las cosas, las personas o todo
aquello a mi alrededor hasta que ya, quizá, fue demasiado tarde.
Cuando Eli quedó embarazada, ambos nos asustamos. En ese
entonces no teníamos casi para comer, éramos muy pobres y con
mucho esfuerzo teníamos lo que teníamos. Dormíamos en un
pequeño colchón de un cuerpo y éramos felices. A decir verdad,
su embarazo no fue del todo planeado ya que, si bien queríamos
ser padres y gozar del don más hermoso que la vida nos da, no
estábamos en condiciones de serlo aún. No teníamos la capaci-
dad económica suficiente para ello y hasta puede que fuéramos
un tanto jóvenes. A pesar de todo, la vida nos sorprendió y, de
cierta forma, nos impulsó a ser mejores: mejores personas, más
capaces… Íbamos a tener que esforzarnos el doble y parecía que
ni así podríamos con tal responsabilidad.
Yo estaba sumamente inseguro de tener un hijo. ¿Qué vida
le daríamos? No sabía cómo enfrentar la situación. Me sentía
superado, nos veíamos en unos meses con los zapatos apretados
y no teníamos ni siquiera un biberón o pañal, y las peores veces,
ni para la renta del mes. Pero fue entonces que, como dije ante-
riormente, la vida te da y te quita sin avisar, sin preguntar. Justo
cuando estábamos pensando en la peor decisión que tomaríamos
en la vida (sí, abortar) ambos recibimos unas ofertas laborales
que nos permitieron nuevas oportunidades.
En ese momento, yo me había recibido de administrador de
empresas, pero las operaciones de trabajos empresariales estaban
muy restringidas y era casi imposible pensar en un contrato o al-
gún trabajo donde ejercer mi profesión, o al menos cobrar algún

Al otro lado • 79
dinero mensual. Si bien mi currículum volaba por todos lados,
incluso bajo los autos que circulaban por la zona, jamás conseguí
algo. Hasta ese día, y aún hoy sigo trabajando en la empresa. De
manera paralela, Eli había conseguido un trabajo como cajera de
supermercado a la vuelta del monoambiente que alquilábamos
para estudiantes. Ella siempre le atribuyó este gran alivio y respi-
ro a su Fe en Dios. Como ya había mencionado, yo nunca fui de
creer mucho en estas cosas. Pero ahora es que entiendo o analizo
que todas las cosas pueden tener su explicación racional, pero…
¿qué es eso que hace que las cosas sucedan de una forma u otra?
Por decirlo así, ¿qué es el viento y quién lo mueve, quién dio ese
gran respiro?
En fin, volviendo al hospital, estoy tan sorprendido y confun-
dido de que Mariano haya aparecido aquí de esa manera que de-
cido seguirlo. A pasos un tanto lentos, lo sigo por un largo pasillo
luego de que hablara unos minutos con la recepcionista. Intento
escuchar lo que dicen, pero apenas puedo mantenerme en pie.
Mientras lo sigo, él se detiene de repente frente a un ascensor y
presiona el botón para llamarlo. Mientras tanto, espera ansioso.
Yo me acerco lentamente a su lado. Me paro allí, esperando el
mismo ascensor y, si bien sé que él no puede verme, aun así, ni
siquiera deseo hablarle ni estar cerca de él. En cuanto el elevador
llega, se abren las puertas y ambos ingresamos. Yo solo deseaba
averiguar por qué está aquí, por qué está. Encerrados los dos, lo
miro con ojos culposos, con ojos de ira pero, a la vez, nostálgicos
por los momentos compartidos.
Unos segundos más tarde, el elevador se detiene y sus puertas
se abren. Mariano sale muy apresurado hacia la sala de terapia

80 • Franco G. Feltan
intensiva. Yo, siguiéndolo un tanto atrás, no paro de pregun-
tarme qué ha pasado, a qué se debe tanto alboroto, hasta que,
al acercarme a no más de dos metros de él, como un inmenso
estallido, siento una gran puntada en la cabeza. De inmediato la
vista se me empieza a nublar y mis fuerzas van desapareciendo
sin más. Entonces un doctor con una bata muy ensangrentada se
acerca desde el quirófano de la terapia y, luego de presentarse, le
pregunta su nombre. Mariano le responde y, de inmediato, pre-
gunta si sabe algo sobre un tal Aarón que acaba de ingresar con
graves lesiones a causa de un duro accidente de tráfico. Al escu-
char tal cosa, mi respiración se acelera. Siento que voy a desma-
yarme. Intento llamar a Mariano con las pocas fuerzas que aún
me quedan, lo llamo con un fuerte grito y, cuando estoy cerran-
do los ojos, creo ver que él me escuchó. Se ha parado de repente
y ha comenzado a inspeccionar la sala de espera, intenta mirar
hacia dentro del quirófano. ¿Realmente me habrá escuchado?
Al cabo de unos treinta minutos aproximadamente, cuando
despierto, puedo observar que me encuentro sentado justo frente
a una camilla ensangrentada a un lado de la sala de operaciones.
Aún cargando con un poco del intenso dolor, logro incorporar-
me y así me acerco a la camilla. Entonces siento un calosfrió que
recorre todo mi cuerpo. Sé de alguna extraña manera que esta
sangre es mi sangre. Asustado y sin pensar, retrocedo unos pasos
y salgo por la primera puerta que veo. Al cruzarla me encuentro
de inmediato dentro del quirófano junto a los médicos en plena
cirugía. Cuando me acerco para observar un poco más noto que
quien está luchando por vivir soy yo mismo.
Estoy muy golpeado, en coma. Al parecer, las consecuencias

Al otro lado • 81
son más graves de lo que imaginaba. Aún incrédulo de la inmen-
sa tragedia que me trajo hasta aquí, no soy yo quien en verdad
sufre, sino aquellos que esperan por mí. Y, aunque quizá no sean
muchos, mi mejor amigo está aquí y es en este momento algo de
suma importancia para mí, para ambos. Eso sin lugar a dudas,
habla mucho de nuestra amistad, más específicamente de la suya.
Además, es increíble estar reviviendo todo lo ocurrido luego
del accidente en otros zapatos, y estar viéndolo todo como en
una película... Me resulta imposible no reflexionar sobre todo lo
hemos pasado juntos, que tal vez me excedí en cada momento al
culparlo por lo que sucedió con Eli y Lucas. Tal vez, no sopor-
taba lo ocurrido y, de alguna manera, buscaba un culpable. Ver
lo equivocado que estuve siempre en cuanto a nosotros dos me
supera, es decir, al parecer siempre fui yo quien ponía la barrera
en medio, era yo quien no podía dejar ni por un minuto la culpa
que siempre remordía mi alma. En síntesis, no puedo olvidar y
mucho menos terminar de sanar lo de aquella noche. Pero estoy
más que dispuesto a intentarlo y sanar mi alma. Estoy dispuesto
a perdonar y pedir perdón.
Todo comenzó hace cuatro años, cuando volvíamos de una
salida de fin de semana a pescar. Al llegar a casa, alrededor de
las cuatro de la mañana del domingo, guardamos las cosas que
habíamos llevado y nos recostamos en el sillón a mirar televisión
mientras descansábamos un poco del largo viaje. Yo había bebi-
do bastante esa tarde y estaba un tanto ebrio, recuerdo que había
sido un día muy largo…
Más allá de que había ido a distraerme con Mariano, en el
trabajo no había tenido un buen día, estaba harto de mi jefe,

82 • Franco G. Feltan
siempre soberbio y mal hablado. Incluso había discutido con Eli
y ella se había llevado a Lucas a la casa de su madre, por lo cual
no se encontraban en casa cuando llegamos esa madrugada. La
tarde que pasamos con Mariano pescando también me había
ayudado a pensar tranquilo las cosas y darme cuenta de que el
tema de la discusión había sido una tontería. Estaba dispuesto
a pedirle perdón y arreglar las cosas, había sido solo un gran
malentendido.
Estábamos tan enojados el uno con el otro que nos habíamos
dicho palabras muy hirientes, y antes de que ella me diera la es-
palda, tomara a Lucas y diera el último portazo, me había dicho
que todo se terminaría si no cambiaba mi estilo vida y seguía
con actitudes egoístas. Que de esa manera estaba destruyendo la
familia, que jamás me encontraba en casa por el trabajo y que,
cuando lo hacía, no soportaba a nadie, y de ser necesario pediría
el divorcio. En verdad, parecía estar muy cansada de mí.
Yo estaba tan enfurecido que no había escuchado atentamen-
te todo lo que decía, nunca quería escucharla. Así que apenas
ella se fue, llamé a Mariano y nos marchamos también. Esa
misma tarde él me había confesado algo muy importante… sin-
ceramente algo que nunca hubiera imaginado escuchar de él.
Mariano trabajaba conmigo en la empresa, hace muchos años
que éramos colegas de trabajo, y siempre me habían llamado la
atención ciertos movimientos de él. Había notado ciertas cosas
raras en las que andaba involucrado, pero por respeto, más allá
de todo, nunca me había atrevido a preguntar sobre el tema.
Aunque siempre sospeché que estaba metido en algo extraño, sin
nombrar las veces que lo escuché hablar con mi jefe en voz baja.
Y no del trabajo de la empresa precisamente.

Al otro lado • 83
En su confesión me contó que estaba trabajando para una
empresa denominada “XZI” en la que lavaba dinero para unos
mafiosos… Dijo que hace no más de una semana atrás, había
hecho un trato con unos hombres colombianos que salió mal y
que representó una pérdida importante para su “familia”, que era
como denominaban a su entorno en los negocios, y que, desde
entonces, tuvo miedo de presentarse y dar la cara ante su jefe
porque, según él, se enfadaría tanto que hasta podía matarlo.
Al fin y al cabo, estaba esquivando de alguna manera una ley
importante para ellos.
Un tanto alarmado, le dije que no podía entender por qué ha-
bría él de involucrarse en algo tan peligroso sabiendo los riesgos
que presenta para su propia vida. Que, tal vez, por más que le
haya sucedido eso, debía presentarse y pagar las consecuencias…
Además, por lo que él contaba, era uno de los mejores en el tema,
así que no veía alguna razón para que lo mataran, pero en fin…
Todo el mundo sabe cómo se manejan estos tipos… Una vez que
entras, tendrás suerte si logras salir… Era simplemente increíble
su relato. No podía creer lo que me estaba contando, parecía una
historia de gánsteres o alguna ficción parecida, pero lastimosa-
mente se trataba de mi amigo. Si bien la idea de que lo mataran
me aterrorizaba, él se lo había buscado, y ni siquiera necesitaba
el dinero como para haberse arruinado la vida entrando en un
círculo tan peligroso como aquel.
En fin, luego de unas horas mirando televisión en casa al vol-
ver, y todavía tomando una que otra cerveza, le había pedido a
Mariano que me llevara hasta la casa donde estaba Eli con Lucas.
El reloj ya señalaba la cercanía del amanecer, rondaban las cinco

84 • Franco G. Feltan
de la mañana cuando subimos al coche para ir a buscarla. Yo,
un tanto mareado, planeaba hablar con ella e intentaría pedirle
perdón. Tan solo quería estar bien y que volviéramos a casa para
descansar. Al llegar a la casa, le pedí a Mariano que se quedara
en el auto y me espere allí. Yo entraría, hablaría un rato con Eli y
todo estaría bien… Volveríamos a nuestra casa. Yo no conducía
porque de verdad estaba mareado para hacerlo. Así, lo tenía todo
bajo control… o así lo creía…
Él se quedó en el coche mientras yo hablaba con mi esposa. Al
pasar unos minutos, había convencido a Eli de volver con Lucas
y charlar tranquilos en la casa. Fue así como ella tomó su cartera
y fue hacia el auto con nuestro hijo, donde esperaba Mariano al
volante. Me quedé adentro por dos minutos más para despedir-
me de su madre y juntar algunas cosas que había que cargar en
el baúl. Luego de recogerlo todo, agarré el bolso de juguetes que
ella había traído para que Lucas no se aburriera con su abuela…
Y fue entonces, cuando estaba por abrir la puerta para salir de la
casa que, desde afuera, se escucharon unos fuertes y desgarrado-
res gritos… Al mismo tiempo, un gran estruendo como de dis-
paros cortó el silencio de la fresca mañana. De inmediato, oigo a
Mariano pidiendo auxilio de manera desesperada.
Escuchar tal desastre y sin tiempo siquiera a imaginar alguna
situación, solté todo lo que traía conmigo y salí corriendo deses-
perado hacia afuera. Al momento de ver nuestro coche comple-
tamente baleado y un auto que se alejaba lentamente cerrando
las ventanillas con premura, sentí que la vida se me partía en mil
pedazos, todo mi mundo… se vino abajo.
Me acerqué al coche con los ojos nublados por las lágrimas,
desesperado, totalmente aterrado y rezando a Dios de que no

Al otro lado • 85
haya ocurrido nada grave. Finalmente, veo a los tres adentro del
auto, totalmente ensangrentados. Estaba viviendo la peor pesadi-
lla que pudiera imaginar jamás. Ese día, Dios dejó de mirarme…
no se apiadó de mí… ni de nadie. Ese día dejaría allí hasta mi
propia fe…
Mi familia: Eli y mi querido hijo estaban ahí, en la parte tra-
sera del auto, muertos sin más… Los llamaba a gritos, les pedía
que por favor que se despierten, que iríamos al hospital y todo
saldría bien, que no me abandonaran, por favor… Ni siquiera
tuve la oportunidad de intentar salvarlos, nada. Me los arreba-
taron sin sentido, sin culpa, sin corazón. Se habían ido sin más.
Sostenía sus cuerpos en mis brazos cuando, de manera increíble,
vi a Mariano que aún seguía con vida, él aún respiraba. Con
mucha dificultad, sí, pero aún vivía. Abrí rápidamente la puerta
del conductor y lo tomé en mis brazos, tenía varias heridas de
balas en las piernas y el tórax, pero por suerte ninguna extrema
complicación. Lo saqué del coche y lo dejé acostado en el piso.
La madre de Eli, al escuchar los disparos, había llamado de inme-
diato a la policía que, al pasar diez minutos, ya estaban llegando
al lugar.
Totalmente desconsolado, abrí la puerta trasera y saqué a mi
familia, los dos simplemente estaban allí muertos. Dios mío,
¿cómo sucedió esto? ¿Qué carajos había pasado? Los mataron a
sangre fría, ni siquiera fue un simple robo o algo más, nada…
No hay respuestas a tanto dolor y crueldad… De pronto, la ma-
dre de Eli corrió hasta nosotros con unos viejos trapos, intentan-
do tapar las heridas de Mariano y ayudarlo.
La escena era desbastadora, su propia madre, a pesar de verla
así en mis brazos, no paraba de pensar en ayudar. De igual forma,

86 • Franco G. Feltan
en sus ojos expresaba el infinito dolor y furia con la misma o más
intensidad que los míos. Había ido hasta allí para recuperar a mi
familia y ahora solo me quedaban sus recuerdos… No es justo.
En ese momento, había perdido la cabeza literalmente… Estaba
totalmente en estado de shock, lo único que recuerdo luego de
tenerlos en mis brazos hasta que llegó la ambulancia fue que
Mariano, apenas respirando y a punto de desmayarse, intentaba
hablarme… hasta que logró decirme…
Con los ojos casi cerrados, y en un estado de gran conmoción
por el suceso, apenas en voz baja por los disparos Mariano logró
decir…
—Lo siento mucho hermano, nunca creí que pudiera suceder
algo así, perdóname Dios mío… No debía pasar esto. Eran ellos,
Aarón… Yo los vi…
Entonces, sin decir más nada, se desmayó. La ambulancia lle-
gó justo y lo alzó rápidamente para llevarlo al hospital. Yo sim-
plemente… me quedé sentado al lado del coche con mi familia
en brazos, hasta que llegó la policía y el resto del operativo. No
sé si había escuchado realmente lo que me había dicho Mariano
porque estaba como ido, no podía reaccionar ante nada. Sentía
que me moría por dentro, ya nada de la vida tenía sentido. Solo
miraba al infinito viendo una y otra vez sus últimas sonrisas antes
del desastre.
Tardé varias horas hasta volver a emitir algún sonido, casi en-
loquecí esa mañana, y el primer recuerdo que se me vino a la
mente apenas pude reaccionar fueron las palabras de Marian…
y fue ahí que comprendí a la perfección lo ocurrido. Mi familia
había muerto por un maldito ajuste de cuentas del que se hacía

Al otro lado • 87
llamar mi amigo. Era él quien debía morir, estar allí tirado en
lugar de mi inocente familia… Pero esto no quedaría así… Por
su culpa, y también la mía por confiar en él, se llevaron a mi
familia de mi lado.
Desde ese día nada fue como antes, comenzando por nues-
tra amistad… Luego de la tragedia, ni siquiera fui a visitarlo al
hospital. La verdad, no sabía cómo tomar la situación. Pensaba
que tal vez él no tenía la culpa, no se había imaginado nunca
que se tomarían esa venganza, o lo buscarían para matarlo de
esa manera. Pero, al mismo tiempo, él, al estar involucrado en
esos negocios, nunca debió de acercarse a mi familia, yo no debí
exponerlos, y con más razón cuando él me había revelado todo
sobre lo que estaba haciendo… No sé por qué, pero definitiva-
mente aquel día rompió nuestra amistad para siempre, ni él ni
yo volvimos a ser los mismos. Puede que nos hayamos visto una
o dos veces para intentar hablar o solucionar cosas de la empre-
sa, pero nada era normal, todo era incómodo, el solo tenerlo
de frente me causaba un repudio inmenso… En resumen, así
habían ocurrido las cosas.
Más allá de todo lo que había pasado, verlo así y ahora, en-
trando desesperado por saber algo de su amigo, viendo que real-
mente nunca estuvimos tan separados como creí, es difícil…
Después de pasar años enemistados, o disimulándolo, me hace
reflexionar mucho y pensar que la vida es así, muchas veces ocu-
rren cosas inesperadas que pueden destrozarnos la vida o mejo-
rarla de una manera única. Puede y va a quitarte hasta la esperan-
za por momentos, pero te devolverá diez veces más. Tal vez sea
necesario pasar por ciertas circunstancias o situaciones para que

88 • Franco G. Feltan
así comprendamos muchas otras cosas… Pareciera que las cosas
no tienen sentido en el preciso momento en que ocurren, pero
todo lleva a algún otro sitio, tal vez mejor, o no, pero a dónde
vayamos luego del caos depende de nosotros, si elegimos superar
y comenzar un mundo nuevo o estancarnos, como lo hice yo en
el pasado. Es difícil, pero la vida nunca fue fácil, y si lo fuera, tal
vez sería más aburrida o, simplemente, perdería el sentido del
porqué estamos realmente aquí.
Creo que sería mejor comenzar a olvidar de una vez por todas
viejos rencores que no traen nada bueno, solo contaminan mi
mente y mi alma. Si Mariano pudiera escucharme solamente un
minuto, alcanzaría para disculparme con él. Al fin y al cabo, no
sé cuándo lograré despertar de esto. ¿Y si no lo hago? Pues ya
todo sería olvidado, y tal vez lo deje con la culpa para siempre,
no sería nada bueno… La culpa destruye cualquier alma por más
fuerte que sea; si no la superas, avanza como una gran enferme-
dad que toma toda la vitalidad y la transforma en ira, en llanto y
tristezas, depresión. Todo se conecta con todo. A tanto recuerdo
y pensamiento, se me suma una gran nostalgia. No puedo irme,
no puedo morir aún sin resolver las cosas con Mariano. Solo eso
pido, una breve oportunidad.
Al seguir caminando por los pasillos del hospital, de regreso a
la sala de espera, me encuentro nuevamente con Marian. Esta vez
no está solo, está acompañado por la madre de Eli. Mi cuerpo, a
decir verdad, está tan cansado de andar y andar que lo único que
logro hacer fue es sentarme junto a ellos y esperar lo que Dios, o
lo que fuese, disponga de mi vida. Mariano, que se ha levantado
un breve segundo para tomar agua de un dispenser, al regresar,

Al otro lado • 89
toma asiento justo a mi lado. Yo, totalmente sin fuerzas, lo miro
y deseo poder hablar con él… Quisiera decirle tantas cosas pero
es imposible que me escuche. Y, por más que pareciera haberlo
hecho una vez, de seguro solo lo imaginé. De hecho, mi brazo
está apoyado justo en el mismo lugar que el suyo, uno encima de
otro, y ni así logro hacerme sentir.

90 • Franco G. Feltan
CAPÍTULO VI
Aún te quiero
Al cabo de unas cuantas horas de estar sentados esperando el
parte médico, ya que la cirugía se ha extendido unas horas por
algunas complicaciones, de pronto, un médico se acerca desde el
pasillo y nos mira a través de la pequeña ventana circular de la
puerta de terapia intensiva. Con un breve gesto, llama a Mariano
y él, sin pensarlo, se acerca para hablar.
Desde mi lado, desde este punto, no puedo hacer otra cosa
que observarlos y escuchar qué dicen. El doc le dice en breves
palabras a Marian que, si bien la cirugía que me han realizado
salió bien, he perdido mucha sangre, que tengo algunos golpes
muy graves y que, desafortunadamente, el más peligroso lo he
recibido en la cabeza. El médico le comunica que, de seguro, voy
a pasar muchos días internado en cuidados intensivos pero que
necesita comunicarse con algún familiar cercano para que reali-
cen algunas donaciones de sangre y comenzar con los papeleos
para la internación.

Al otro lado • 91
Mariano, conociéndome casi mejor que nadie, de inmediato
contesta que yo soy un hombre solo, sin esposa ni hijos. Por cier-
to, escuchar esas referencias mías me hace sentir un tanto depri-
mido, era un hombre totalmente solitario y aburrido. Respecto
a la donación de la sangre Marian dice que él cubriría lo que pu-
diera, y conseguiría quien done más en caso de que hiciera falta.
Él es el único en quien yo puedo confiar en un momento así, y
en este momento de mi vida, es mi único amigo.
Mi madre falleció hace aproximadamente diez años; mi padre
es un ebrio alcohólico, internado en algún asilo seguramente,
nunca lo conocí. Por más que alguna vez lo haya visto, saludado
quizás, él abandonó a su familia. Jamás me quiso, jamás volvió
o intentó arreglar las cosas. A decir verdad, estaba muy admira-
do e impresionado por la actitud y postura que Mariano había
adoptado hacia conmigo, y todo esto a pesar de la última charla
que tuvimos.
Mientras ellos siguen debatiendo temas de papeleos y demás,
puedo sentir que mi cuerpo no me responde de la mejor manera.
Es decir… más allá de los mareos y algún que otro dolor intenso
de cabeza, siento un extremo cansancio. Es algo que, si bien no
me está afectando del todo, si noto que, mientras más tiempo
paso aquí, más cansado me siento. Me pregunto qué pasaría si
no logro salir antes de tiempo, por decirlo de alguna forma…
Mientras intento componerme, decido visitarme a mí mismo.
Después de todo, la cirugía ha resultado un éxito y pronto
me trasladarán a cuidados intensivos. Pensar que me veré allí
acostado quién sabe en qué estado, me resulta un tanto morboso,
pero quiero hacerlo. Así, junto coraje y cruzo la puerta donde

92 • Franco G. Feltan
ellos están hablando. Mientras avanzo por un largo pasillo con
habitaciones a los costados, mi sentido de la audición comienza
a agudizarse, o al menos eso es lo que parece. A cada paso que
doy, puedo escuchar más y más voces que susurran en mis oí-
dos. Comienzo a sentir un terrible pánico, no todas las voces
son buenas. Es como estar escuchando unos malditos fantasmas.
Pero era extraño, ¿acaso yo qué soy? ¿Por qué no puedo verlos?
Algunos solo piden ser escuchados y que mande un mensaje por
ellos. Otros rezan e imploran misericordia. Luego, están las ma-
las voces, que no desean otra cosa que la muerte, solo quieren
verme muerto. Es escalofriante, ni siquiera sé de quiénes se trata,
pero de seguro no les agrado.
A medida que me voy acercando al final del pasillo, donde se
encontraba la sala post operatoria, mis piernas se van aflojando
y debo sostenerme un poco de las paredes. Siento una forma de
conexión y no puedo determinar con certeza si está relacionada
con la proximidad de mi cuerpo físico o si es algo más que no
logro imaginar. De todas formas, al llegar lentamente y observar
a través de la pequeña ventana de la puerta, veo a una mujer de
espaldas observando detenidamente mi cuerpo.
No es que sea alguna enfermera o doctora; es una mujer ves-
tida con ropa informal. Me quedo allí mirando, petrificado, la
escena. De verdad me he asustado, es sumamente extraña. Al
empujar la puerta para enfrentarla, ya no está. Creo que de todo
lo que ha ocurrido hasta ahora, este es, sin lugar a dudas, uno
de los momentos más confusos. Simplemente, en un segundo
había desaparecido frente a mis ojos. Es de locos. Al fin y al
cabo, al menos ya he llegado y, aunque de verdad mi rostro ha

Al otro lado • 93
quedado espantoso por los golpes, aún estoy allí, vivo, y desde
aquí, luchando.
Algo que llama toda mi atención es el peculiar frío que hace
en la habitación. Ha logrado sacarme algún que otro calosfrió.
Pero no será lo único que me producirá esa sensación, ya que
cuando me paro frente a mí mismo, por la espalda y justo detrás
de mí, escucho una pequeña voz que dice:
—No te aferres, eres libre ahora… Siéntete como en casa…
Desnudos nacimos, y desnudos nos vamos. No te aferres a nada.
Del impactante susto, volteo rápidamente pero no hay nadie,
solo yo y mi pálido cuerpo. Sin esperar más, y del miedo que
siento, decido volver por donde vine, directo a la sala de espera
con Mariano o a la habitación de terapia, si es que ya se ha ido.
No pienso pasar un segundo más aquí, evidentemente es un lu-
gar muy sensible para entes como yo, o al menos eso creo que
soy. Así, al cruzar la puerta para volver por el pasillo, todo ha
cambiado en él.
Las habitaciones están totalmente a oscuras, las puertas, total-
mente abiertas, incluso el mismo pasillo parece haberse alargado
unos metros. Es una escena de terror sin dudas. De todos modos,
y por más que quiera evitar el lugar, debo atravesarlo. Es la única
salida así que, sin pensarlo mucho, junto fuerzas y, con los ojos
entre cerrados, comienzo a caminar. A medida que avanzo, escu-
cho cómo otros entes que yacen aquí desde hace tiempo junto
a sus cuerpos, lloran y se lamentan esperando el día de irse o
finalmente despertar.
No todos buscan la paz; algunos están simplemente buscan-
do un lugar. Buscando un nuevo cuerpo, quizá… Merodean e
94 • Franco G. Feltan
inspeccionan quién entra y quién sale. Como si buscaran algo en
cada cuerpo. No son buenos, y lo compruebo cuando, a la mitad
del pasillo, desde una de las oscuras habitaciones, uno de estos
fantasmas se me abalanza y me tumba. Inmediatamente se sube
encima de mí y comienza a estrangularme. Es tan fuerte que ni
siquiera puedo quitar uno de sus brazos. Están cargados con tan-
ta ira, odio y desprecio a los demás que solo desean volver a vivir
para dañar más y más.
Lucho como puedo, pero el espectro logra someterme para así
quedarse con mi cuerpo y volver en una nueva vida. Justo cuan-
do pienso que voy a morir allí sin más, en medio de tanto terror
y tristeza, un hermoso portal de luz se abre detrás del espectro
y lo obliga de inmediato a retroceder a la voz de… “Aléjate de
él… ¡Te lo obligo!”. Muy eufórico y enojado, al soltarme, corre
nuevamente a la oscuridad; sentado en un rincón con las pier-
nas flexionadas y diciendo por lo bajo, esbozando una espantosa
sonrisa: “no saldrás de aquí jamás... serás solo mío…” Allí se
oyen tres fuertes gritos y todas las luces comienzan a apagarse y
encenderse varias veces sin parar. Yo estoy perplejo por el modo
en que están ocurriendo las cosas, ni siquiera sabía que esas cosas
existían, son demonios en busca de almas perdidas. Nunca en mi
vida había sentido tal terror, me siento como un niño indefenso,
ni siquiera puedo defenderme en esta dimensión.
Una vez de pie, me dirijo rápidamente a la salida; tengo que
volver con Mariano y encontrar la manera de volver en mí, pero
al regresar, no encuentro ni al doctor ni a mi amigo. La sala está
vacía, no hay nadie. Comienzo a caminar buscando a Marian
por todas partes. Ya me estaba sintiendo realmente perdido,

Al otro lado • 95
cuando de repente, de entre la gente que espera en la sala prin-
cipal de consultorios, la misma mujer que estaba observando mi
cuerpo se pone de pie y lentamente comienza a caminar hacia
las escaleras.
De inmediato, comienzo a seguirla y, a pesar de que algo en
ella me resulta muy familiar, me causa una cierta incertidumbre,
me transmite mucha desconfianza. Además, quizás siguiéndola
de casualidad encuentre a Marian. Así, al llegar a las escaleras, la
mujer frena la marcha y se queda totalmente inmóvil observando
simplemente hacia arriba, hacia el final de las escaleras.
Me resulta muy extraño aquel comportamiento, siento que
estoy perdiendo el tiempo, pero estoy seguro de que conozco a
esa mujer, aunque en mi mente no logro ubicar el punto exacto
de dónde la conozco. Quizá me lo estoy imaginando. Pero es
entonces cuando, de repente y sin lugar a cuento, ella comienza
a cantar una canción muy particular mientras sube muy lento las
escaleras. Es una canción muy vieja, yo la conocía perfectamen-
te. Es la misma que cantaba junto a una amiga de la infancia,
alguien a quien aprecié mucho, hasta nos habíamos enamorado.
Pero fue hasta la adolescencia, cuando nos separamos y cada uno
recorrió su propio camino. En fin, solamente permanezco en mi
lugar, transportado al pasado por los miles de recuerdos que esto
me trae. A medida que ella sube cada vez más, su canto se va
apaciguando; es idéntico al que cantaba con Mía. Al llegar al
final, justo en el descanso, ella simplemente se detiene y, repen-
tinamente, dice:
—¿Qué esperas, Aarón…? Has estado siguiéndome por to-
das partes y sé que eres tú. ¿Recuerdas…? Así nos conocimos de

96 • Franco G. Feltan
niños, tú comenzaste a seguirme a la salida de la escuela solo para
ver dónde vivía… —Dejando un breve silencio de por medio,
me pregunta—: ¿Lo recuerdas?
Sus palabras me causan una enorme nostalgia. Pero… ¿cómo
puede ella verme? ¿No se supone que este mundo no se conecta
con el mundo real? ¿Qué está pasando?
—Vamos, ven conmigo —sigue diciendo—: No te preocu-
pes, no tengas miedo… De seguro te preguntarás cómo puedo
verte, ¿verdad? La misma pregunta me la hice cuando te vi a lo
lejos, al ver tu cuerpo en la terapia. Sabía que esto no era una
coincidencia. Esto es mucho más que eso, y en el fondo lo sa-
bes… Además, me alegra saber que no estoy sola en este anómalo
lugar.
—¿De verdad eres tú? ¿Mía? ¿Pero qué haces aquí? ¿Qué te
ocurrió? Se supone que si estás en este lugar es porque…—
Rápidamente me interrumpió:
—Sí, viejo amigo, ambos estamos aquí por lo mismo, ambos
estamos aquí por algún motivo, ¿sabes? No soy de creer en las
coincidencias. Pero si eso fuera, resulta que es la más grande e
incomprensible de todas. Pero… al fin y al cabo, como decía ¿no
te parece extraño caer ambos en el mismo lugar? ¿Después de
tanto tiempo, encontrarnos en este sitio?
—Ya que lo planteas de esa manera, puede que tengas razón.
¿Tú también estás en este hospital? ¿Pero qué pasó contigo? —le
pregunto.
—No lo sé, Aarón, no lo recuerdo con claridad, creo que fue
un grave accidente de tránsito… pero lo más chocante es que

Al otro lado • 97
desde que estoy aquí, no dejo de sentir la sensación de traición,
una sensación de incredulidad enorme. Como que lo que me
ocurrió no fue simplemente al azar, ¿sabes…? ¿Y tú? Cuéntame
de ti… Vamos, sube, dame un abrazo. ¿O ya te has olvidado de
mí? —pregunta con un tono un tanto dramático…
—Claro… —agachando la mirada y sonrojándome un poco
exclamo—: ¡Qué tonto! Lo siento Mía, es solo que me cuesta
procesar tanta información. Esto es increíble, al fin algo bonito
entre tanta incertidumbre y desesperación. —Mientras subo las
escaleras y la miro fijamente a los ojos, mi ser parece llenarse de
esperanza. Como ella misma ha dicho, al menos ahora ya no es-
taré solo. Y qué mejor compañía que alguien con quien compartí
grandes momentos de mi vida.
Al llegar junto a ella, nos damos un abrazo tan fuerte que
trae los mejores recuerdos. Ambos sabemos expresar cuánto nos
hemos echado de menos. A pesar del tiempo y la distancia, nin-
guno se olvidó. Es como verla por primera vez ese primer día
de clases. Y aunque lamento tanto que nos veamos en esta triste
situación, es algo que, de igual modo, no mata tanta alegría. De
esta manera, luego de un intenso abrazo y cruzar tantos senti-
mientos, nos sentamos a un costado en el primer escalón de la
escalera y hablamos por horas. Recordamos los viejos tiempos
como si los hubiéramos vivido ayer. A medida que la charla avan-
za, veo en sus hermosos ojos aquel brillo que, de alguna manera,
jamás olvidé. Esa mirada tan encantadora como cautivadora, sus
ojos color esmeralda impactan de lleno en mi corazón. Su sonri-
sa… qué decir, solo verla reír es un motivo para ser feliz. Además
de contagiar alegría, me inspira seguridad, me da fuerzas y valor.
Me cautiva con cada expresión.

98 • Franco G. Feltan
Solíamos ser inseparables o, al menos, así lo creíamos. Incluso
ya en la escuela secundaria habíamos empezado una relación,
ella había sido mi primer amor y nunca lo olvidé… Estábamos
tan enamorados, prácticamente crecimos juntos, éramos insepa-
rables de pequeños. Éramos enamorados novios y los mejores
amigos. Pero luego ella tuvo que mudarse, a causa de su madre,
quien había renunciado a su trabajo en ese entonces, ya que le
habían ofrecido uno con mejor paga y mejores condiciones de
vida en los Estados Unidos junto a su padre, quien ya estaba ra-
dicado allí por las mismas cuestiones, además de comenzar con
la gran mudanza ese mismo año.f
Fue entonces cuando sufrí mi primer corazón roto. Si bien
estaba feliz por ella y su familia, era algo que no podía evitarse,
nuestra promesa de estar por siempre juntos se estaba rompien-
do. Nuestra relación tenía fecha de vencimiento… Ambos sabía-
mos que la distancia mataría al deseo.
Recuerdo lo que sufrí por su partida. Ella, por su parte, siem-
pre fue una persona un poco más centrada en la vida que yo, era
totalmente diferente a mí, pero nos entendíamos y nos comple-
mentábamos como nadie. Como el dicho dice: los polos opues-
tos se atraen. Y eso habíamos sido (quizás aún lo seamos), pensá-
bamos diferente pero sentíamos igual. Solíamos ser perfectos el
uno para el otro.
A pesar de la gran distancia que nos había separado, yo le
escribía cartas una vez a la semana y se las mandaba, ni siquiera
sé si las recibía todas. Su padre no aceptaba mucho la relación,
primero y principal porque nunca le agradé del todo y segundo
porque decía que las relaciones a distancia no hacían más que

Al otro lado • 99
hacer sufrir a quienes la tenían. Él siempre quiso lo mejor para
su familia y siempre cuidó de manera increíble de ellas, y ahora
es que veo que tal vez el hombre tenía razón… ya que luego de
cumplir los 18 años y, después mucho tiempo de estar envián-
donos cartas y vernos solo dos veces al año cuando volvían en
vacaciones de invierno y verano, por fin habíamos entendido que
definitivamente no podíamos estar juntos como siempre había-
mos soñado.
Cada uno debía seguir su camino y seguir adelante. Mas allá
de tanto deseo y que fuera imposible imaginar a alguien más, las
circunstancias no ayudaban y la vida decidió que lo mejor sería
olvidar... ¿Qué sentido tendría seguir así? Y así fue… Nos ama-
mos tanto que decidimos volar cada uno por su rumbo. Aquella
libertad fue la muestra de amor más grande por encima del te-
rrible dolor que significó, un día, dejar de verla en mis sueños.
Al pasar el tiempo, cuando ingresé a la universidad, no espe-
raba mucho, aún estaba con la mente y el corazón en los Estados
Unidos. A pesar de ello, ya en mi tercer año de la carrera, la
vida me había presentado a mi querida Eli. Recuerdo ese día
como su hubiera sido ayer, era fabulosa… se robo mis sentidos
al verla pasar. Yo compartía mucho tiempo con mis amigos de
estudios, compartíamos la biblioteca, el comedor y las horas
de ocio. Literalmente vivíamos todo el tiempo juntos. Un día,
aquella mañana de invierno, habíamos ingresado al salón de cla-
ses media hora antes por el intenso frío que hacía en el patio.
Simplemente nos sentamos a charlar y debatir unas cuantas cosas
sobre la materia que estábamos cursando pues pronto íbamos a
rendir un examen importante. Cabe destacar que mi fuerte no

100 • Franco G. Feltan


eran las exposiciones orales frente a todo el salón, y justo así nos
tocaba ese año.
Fue en ese momento cuando, mientras hablábamos y reíamos
con mis compañeros, el secretario académico Horacio ingresó y
pidió un minuto de silencio. Pasando directamente de la puerta
de entrada al frente del salón, inmediatamente detrás de él, ingre-
só ella. Era la mujer más bonita que había en toda la universidad;
al menos, para mí era perfecta. Había sentido por un instante lo
mismo que sentí de niño... recuerdo que me había quedado en
total silencio, fue el momento más lento y más rápido que haya
vivido. Me sentía raro, me sentía intimidado.
Mientras ella se presentaba, no podía dejar de admirarla, a
cada segundo ella me hacía sentir cada vez mejor, admiraba su
forma de expresarse. Su tono de voz, sus hermosos ojos y las
curvas de sus labios. Era evidente que en ella había encontrado la
manera o, mejor dicho, excusa perfecta para aprender más sobre
expresión oral. Así, luego de un tiempo, nos hicimos amigos o,
más bien, nuestro grupo la acogió como una más.
Ella venía de otra universidad y se había tenido que cambiar
por cuestiones de dinero. Venía de una universidad privada en la
que cada mes subían más el valor de la cuota y ya no podía con-
tinuar pagando. Quizás todas las cosas ya estaban escritas des-
de entonces. Al año siguiente empezamos a salir, y así terminó
siendo la mujer de mi vida… Pero jamás olvidé a Mía. Si bien la
pude superar, se transformó, tal vez, en un amor imposible. Un
amor que recordaría, también, por el resto de mi vida.
Incluso, en ciertas ocasiones me había cruzado con ella en el
centro de la ciudad, tal vez ella estaba de vacaciones. Y, si bien

Al otro lado • 101


ni siquiera me había animado a saludarla, creo que ella tampoco
me había visto. Supongo que prefería dejar las cosas como esta-
ban. Además, amaba a Eli. Pero, muchas veces, la miraba de lejos
pensando que esa mujer se había llevado una gran parte de mí
consigo cuando se marchó.
Luego de pasar un largo rato charlando y recordando viejos
tiempos, una inquietante pregunta viene a mi mente, algo que
me había estado dando vueltas desde el momento que llegué a
esta dimensión.
—¿Mía, puedo hacerte una pregunta? Verás… es algo que me
ha dado vueltas en la cabeza desde que llegué a este lugar…
—Sí, por supuesto Aarón, además, ¿qué más podemos hacer?
Bueno, sé que dirás… hay que salir de aquí, por supuesto, pero
en fin… solo dime…
—Mira, seré breve. En el momento que me di cuenta de que
algo fuera de lo normal estaba ocurriendo, me encontraba en
una especie de cárcel, no lo sé muy bien. Era un lugar muy os-
curo y cerrado. Sabes, allí viví unos momentos espantosos, ni
siquiera me gusta mencionarlo. Pero, en un preciso momento,
escuché a unas personas hablar sobre una mujer que había ingre-
sado al mismo lugar, o eso creo. Y ahora que lo pienso, ya que
dices que esto no es coincidencia… ¿Cómo fue ese momento
para ti? ¿Crees que eras tú? La verdad no sé si me explico de la
mejor manera. Todo me resulta muy confuso. Además tengo un
pequeño gran dolor de cabeza que, a estas alturas, hasta me difi-
culta la concentración.
—Interesante pregunta, para ser sincera, también tengo unos
cuantos recuerdos y viví también momentos aquí muy confusos,
102 • Franco G. Feltan
pero esto que has dicho, la verdad me vuelve loca. Porque yo
también estuve allí. Es decir, también estuve en un lugar como
el que tú describes. Una especie de celda totalmente oscura, e in-
cluso allí había una mujer acostada a mi lado. Y lo peor de todo
es que intenté charlar con ella aunque estaba muy asustada, me
sentía a punto de enloquecer. No sabía qué pensar. Pero cuan-
do me acerqué para llamar su atención estaba muerta… ¿puedes
creerlo?
—¿Qué? ¿Me lo dices en serio? —Con gran asombro y total-
mente estupefacto, le digo—: Debe ser una broma, justamente
eso es lo que ni siquiera quería recordar, ¿cómo es posible que
hayamos vivido lo mismo? Al menos en esos momentos… espera
un segundo… Cuéntame que sucedió después. ¿Tenía rostro?
—¿Rostro? ¿A qué te refieres con rostro?
—Sí… la mujer que estaba allí muerta, ¿tenía rostro? —pre-
gunto con gran curiosidad.
—Por supuesto que sí. ¿Por qué no tendría rostro? ¿Estás loco?
—No, lo siento… no me hagas caso... Pero, ¿qué hiciste al
verte en tal momento?
—Pues casi muero del susto, ¿qué más crees? Pero lo más lla-
mativo fue una extraña carta que encontré a su lado… No vas a
creer esto, pero estaba dirigida a mí… fue extraño. Estaba escrita
por mi propio puño y letra y, aunque tenía partes incompletas
en las oraciones, no tenía mucho sentido y, al mismo tiempo,
demasiado. Pero primero debo contarte mi situación para que
puedas comprender lo que quiero decir. Dios, es difícil admitir-
lo… Tengo un marido al que jamás hice feliz. No somos felices,

Al otro lado • 103


él me lastima. Ya no nos amamos. Solo estamos juntos por nues-
tro hijo. A veces creo que ya ni siquiera quiere vernos cerca de él.
Solo le interesa lo material, el dinero, y nada más.
—¿Te lastima, me has dicho? ¿Que no lo haces feliz? Debe ser
una broma, ¿verdad? Que él sea un increíble idiota no significa
que no lo puedas hacer feliz…
—¿Por qué te mentiría? Mi vida, a decir verdad, se volvió un
infierno luego de que nos mudáramos nuevamente a la ciudad.
No sé qué le ocurrió a él, pero empezó a volver muy borracho a
casa, varias veces hasta me golpeó mucho. Mira, no quiero dar
lástima con esta historia pero, no lo sé, ya que estoy aquí y ni
siquiera sé si voy a vivir, al menos quería sacarme este peso de
encima.
—Dios mío, qué locura, no puedo creerlo. —Me pongo de
pie, tomo su mano y la invito a pararse para abrazarla tan fuerte
como puedo—. Mira, voy a prometerte algo, ¿está bien? Pero tú
también debes prometerme algo.
—De acuerdo… —me responde un poco pensativa y cruzan-
do los brazos—. Te escucho.
—Prométeme que, si conseguimos salir de aquí, te alejarás
de ese hombre. Puede que tal vez ya no te conozca, ni tu a mí,
pero aún veo en tus ojos a esa pequeña que conocí y te aseguro,
que no lo mereces... además, creo que eso jamás se detendrá ¿en-
tiendes? Lamento mucho todo lo que te ocurrió, pero te mereces
algo mucho mejor. Vamos, mírate, eres una estupenda mujer,
bella y con una fuerza increíble. ¿Quién no querría eso? Solo un
idiota machista sería capaz de no verlo. Y ahora yo te prometo
que haré todo lo posible para salir de aquí y ayudarte en todo
104 • Franco G. Feltan
lo que necesites, estaré contigo en todo momento y ese imbécil
jamás te volverá a tocar, eso te lo prometo. Yo mismo me encar-
garé de eso.
—Muchas gracias amigo, y tienes razón, la verdad lamento
haber llegado hasta aquí y recién poder juntar las fuerzas nece-
sarias para librarme de él. Después de todo, como te dije antes,
las cosas quizá están pasando por algún motivo, aquí lo estamos
viendo. Al fin y al cabo, creo que eso es lo que él buscaba, verme
muerta y lejos de su vida. Quizá así, de esa manera puede que-
darse con todo.
—¿Qué dices? ¿Tú crees? De verdad estoy muy triste, enojado
y con la impotencia más grande de todas. Es decir, tú sabes lo
que significas para mí. Y escuchar estas cosas la verdad me vuelve
loco. Pero… espera, ¿dijiste que te quería muerta? ¿Crees que
pueda estar involucrado con el accidente y tu presencia?
—Pues claro, la verdad es que desde que nos separamos, él se
marchó con otra mujer un largo tiempo. Fue entonces cuando
dividimos nuevamente nuestros bienes, pero nada más que de
palabra. No es que quiera parecer arrogante, pero gracias a dios
me fue muy bien en la vida y estoy muy bien económicamente,
muy bien. Él, por su parte, desde el momento que se fue con
aquella mujer, lo perdió todo. Ella simplemente lo estafó y lo usó
a su antojo y después se marchó con casi todo su dinero, jamás
la encontró. Fue como un fantasma. Creo que en la vida todo
vuelve, y eso fue lo que le pasó. Y, a toda esta historia, sabes… es-
tamos casados y es por eso por lo que creo que estoy aquí… Creo
que ahora me doy cuenta de muchas cosas. De alguna manera
estar aquí me hace pensar más claramente, creo que fue él quien

Al otro lado • 105


provoco esto. —Me cuenta mientras baja la mirada, entristecida
por su pasado.
—Dios mío, qué locura, la verdad no entiendo como fuiste
capaz de soportar tanta cosa. Pero volviendo a él… ¿crees que
quiere tu dinero? ¿No recuerdas nada de por qué estás aquí?
¿Qué te paso? Vamos… debemos buscar la forma de recordar por
qué estamos aquí… Tal vez esto debía suceder así, y lamento que
sea de esta forma… pero mira, puede que ese hijo de perra haya
hecho algo de lo que seguro se arrepentirá. Porque en cuanto
salgamos de este lugar lo va a pagar muy caro, y eso es otra pro-
mesa —le aseguro mientras la tomo por los hombros y levanto
su cabeza para mirarla a los ojos.
—Carajo, no sé qué pensar, estoy muy abrumada… Gracias
al cielo que estás aquí, no puedo creer que esto esté pasando, ja-
más pensé que algo así fuera posible. Desde mi vida misma hasta
encontrarme junto a ti en esta dimensión paralela, este mundo
sin fronteras.
—La verdad, eso sonó muy profundo… Mírame, vamos, de-
bemos buscar la manera de salir de este sitio. No te alejes de mí,
¿de acuerdo? Te prometo que lo vamos a lograr… Solo manten-
gámonos juntos. Además, es aburrido estar tan solo y sentir que
no puedes confiar ni en tu propia sombra.
—De acuerdo, vamos pero, ¡espera…!
—¿Qué sucede, Mía? —le pregunto mientras pienso en que
debemos irnos ya. Después de todo estoy algo apurado.
—Nada, solo quería decirte que estoy muy feliz de volver
a verte, que lamento muchísimo que sea en esta situación tan

106 • Franco G. Feltan


espantosa y aterradora, pero déjame invitarte una copa cuando
salgamos de aquí, ¿sí? Tengo muchas cosas que resolver cuando
logre salir, y una de ellas es invitarte al menos una copa. ¿Qué
dices? Sería bueno disfrutar una cena quizá y recordar un poco
mejor los viejos tiempos… ¿qué opinas? Yo invito… —Se son-
roja completamente. Parece ser un poco más desinhibida que yo.
—Pienso que es una estupenda idea —le digo con la sonrisa
más sincera y encantado—, pero con tres errores… primero y
principal, serían mejor dos o tres copas y no solo una… Después
de tanto, creo que deberíamos festejar el volver a estar vivos, ¿no
crees? Segundo, la cena la pagaré yo, déjame ser nuevamente un
caballero… Y tercero: desde que te volví a ver aquí, no paro de
recordar viejos tiempos al verte a los ojos. Jamás me olvide de ti.
—Eres grandioso, me parece perfecto, es precisamente lo que
haremos, pero primero lo primero… —Y, acelerando el paso,
pasa por al lado mío mientras me dice—: Salgamos de una vez
de aquí, ya no aguanto este lugar.
Así, tomados de la mano, quizá con mayor intensidad, con-
fianza y entusiasmo que cuando éramos niños, comenzamos a
caminar en busca de nuestro destino, en busca de una nueva luz
en nuestras vidas… Ya no siento tanto miedo, ya no me siento
tan frustrado. Ella ha rescatado mis sentimientos más reservados
y ocultos, los que el tiempo había destruido. Tanta culpa y de-
presión me habían llevado a una total oscuridad, pero ella ahora
vuelve a encender cada rincón de mi corazón. Junto a ella ya
puedo sentirme nuevamente con vida.

Al otro lado • 107


CAPÍTULO VII
Sentimientos
encontrados
Luego de dar unas cuantas vueltas por el mismo hospital
charlando y tratando de averiguar la forma de escapar, puesto
que cada salida podría llevarnos a cualquier otro lugar, debíamos
sin dudas, elegir la correcta. Recuerdo lo que ella ha mencionado
unos cuantos minutos atrás, mientras compartíamos las expe-
riencias del inicio: una carta. La verdad es que la curiosidad me
está matando, ya que yo también encontré una, aunque con al-
gunas diferencias en el proceso. No pregunté antes por más deta-
lles debido a la triste historia que me había relatado. Todo parece
estar conectado de alguna manera y, aunque parezca una ardua e
imposible tarea, al mismo tiempo puedo sentir que estamos cada
vez más cerca de salir.
Es muy difícil descifrar cuánto tiempo llevamos aquí. En este
lugar no hay mucha lógica, por decirlo de alguna manera: las
cosas cambian como si tuvieran voluntad propia, el tiempo es

Al otro lado • 109


totalmente relativo. Además, lo más curioso es que ambos esta-
mos en el mismo hospital, como ya lo dije… Es un gran rompe-
cabezas y nos cuesta descifrar el lugar de cada pieza.
Sin dar más vueltas y buscando una respuesta a todo esto, nos
dirigimos hacia la salida del recinto. En ese momento freno la
marcha justo frente a la puerta de salida y pregunte.
—Ey Mía, ¿puedo hacerte una pregunta? Mira, es que creo
que tenemos las respuestas justo frente a nuestros ojos, pero solo
nos falta una pequeña pista. Tal vez, si recordáramos algo más, o
si descubriéramos algún punto donde todo se conecta podríamos
salir. Recuerdas que antes mencionaste que, al despertar en la
habitación, junto al cuerpo de la mujer que, por cierto, ya te pre-
guntaré sobre ello, encontraste una carta… ¿qué decía? Perdón si
sueno entrometido, pero realmente creo que estamos muy cerca
de encontrar la verdad.
—Claro, está bien… No te preocupes, no pienso eso, está
bien que preguntes. Además, pienso lo mismo que tú, en reali-
dad casi puedo sentirlo así y confío en ti. Con respecto a la carta,
mira… la tengo justo aquí. —Mete la mano en su bolsillo y saca
la carta—. Mira, es esta.
Creo que mencionar lo de su carta es la mejor idea que he
tenido, aunque parezca una obviedad… Respeto su intimidad.
Además, estoy como recién enamorado, no quiero causar mala
impresión, así que me cuido en cada cosa que digo y, al mismo
tiempo, quiero impresionarla. Me siento como todo un adoles-
cente a su lado. En el momento que agarro la carta y la abro, un
tremendo viento golpea la puerta de entrada y abre las puertas de
par en par, del tremendo susto, Mía se abalanza sin pensar hacia

110 • Franco G. Feltan


mí y me abraza tan fuerte que, más que preocuparme, me llena
de emoción. De repente, un olor a rosas inunda todo el interior
del hospital.
Es muy extraño estar en un lugar en el mismo tiempo y es-
pacio que las personas del mundo real, todos rodeándonos y vi-
viendo sus vidas normales sin notar siquiera todo lo que aquí
está pasando.
Con respecto al hecho, fue muy inesperado, y el hermoso olor
a rosas es tan intenso que si cerrara los ojos olvidaría por com-
pleto donde estoy en realidad. A pesar del pequeño sobresalto,
siento que lo que acaba de ocurrir es una señal de que estamos
por el camino correcto, aunque no sepamos con total certeza si
efectivamente es así. Al centrarnos nuevamente en la carta, pue-
do observar que tiene un aspecto similar a la mía, pero con un
pequeño detalle en el costado inferior derecho.
Cuando la vio por primera vez, Mía se dio cuenta de que era
una vieja carta que ella misma había escrito cuando era peque-
ña. Según me cuenta, a medida que leía, vio que era una carta
llena de deseos que teníamos juntos en la época en que estába-
mos de novios. Ambos éramos de sentarnos a imaginar cómo
serían nuestras vidas en el futuro. Sin embargo, lo particular de
esta carta es que está incompleta, entre oraciones y palabras hay
espacios en blanco, como si lo hubieran borrado y dejado sin
completar. El pequeño detalle que presenta abajo, a un lado son
números sin sentido. Ninguno comprende el acertijo.
Sostengo el escrito, concentrado en hallar algún indicio clave
para descifrar la secuencia de números. De pronto, ella me mira
a los ojos y, de un momento a otro, comenta.

Al otro lado • 111


—¿Sabes? Desde chica siempre me pregunté cómo nos ve-
ríamos ambos de grandes, cómo nos veríamos juntos y si, al fin,
lo haríamos después de soñarlo por tanto tiempo. Es extraño
vernos así hoy, ¿no? Es decir, no estamos juntos, claro… pero al
menos volvimos a encontrarnos, ¿no lo crees?
—Tienes razón —le digo—. Suena extraño, y desde que te
vi estoy convencido de que, como has dicho antes, todo esto
no es solamente cuestión de coincidencias. Cada segundo me
logro convencer aún más. Por cierto, estoy muy sorprendido de
las vueltas que da la vida, con solo pensar que estamos presentes
aquí y allá, dos almas buscando el reencuentro y sin descanso el
esperado regreso. Mira, ya que estamos aquí y ni siquiera esta-
mos cien por ciento seguros de salir, me gustaría confesarte que
jamás me olvide de ti. Entiendo que pueda parecerte cursi, pero
es la verdad. Desde el momento que te vi lo supe para siempre.
—Dios… no esperaba escucharte decir algo así. —Con cara
de asombro e intentando disimular una espontánea sonrisa de
nervios, prosigue—: Déjame decirte que me alegra escuchar
eso. Me llena el corazón de ternura escucharte. Jamás olvidaría a
mi primer amor. Y, a decir verdad, siempre esperé este momen-
to, encontrarnos y volver a mirarnos a los ojos para decirnos
estas cosas. Aunque lamento que el tiempo no sea el indicado.
Además, si todo esto es de alguna manera cierto… espero no ol-
vidar tan hermoso momento cuando despierte. Espero verte del
otro lado y que me sigas contando de ti, si tienes familia, a qué
te dedicas. Podríamos conocernos nuevamente…
—Así es. —Con cara de niño en cumpleaños digo—: Estaría
más que encantado de verte. La hora y día que tú quieras, allí voy

112 • Franco G. Feltan


a estar siempre. Y ya que hablamos de ti, está bien que hablemos
de mí. Tuve familia hace no más de cinco años pero ellos fallecie-
ron por circunstancias que no quisiera recordar ahora. Bastante
tuve con revivir aquí ese momento para superar la culpa. Pero
por ellos y por mí mismo debo hacerlo, tengo que cambiar cosas
en mi vida y esta es mi oportunidad.
—Vamos… hagamos esto juntos entonces —responde ella—
. Creo que ambos estamos en camino de cambios y, por cierto,
lamento mucho lo que pasó con tu familia. A mí me hubiera
encantado poder tener una propia, es algo con lo que soñé siem-
pre… solo que cuando tuve mi oportunidad, no pude quedar
embarazada. Aunque pensándolo mejor, gracias a Dios no suce-
dió, porque luego vinieron los golpes, maltratos y el engaño….
Pero no hablemos de eso, sigamos adelante.
Entonces decidimos dar unas vueltas fuera del hospital; nos
la hemos pasado recorriéndolo de punta a punta y no volvimos
a ver nada fuera de lo normal. Bueno, si pudiera definirlo así. Al
acercarnos despacio a la puerta principal, esa que causó el peque-
ño y perfumado alboroto, Mía toma mi mano y ambos cruzamos
al otro lado.
Podría decir que es extraña la manera en que las cosas se han
calmado un poco. Por ese motivo, y para no cortar con la cos-
tumbre, nuevamente nos encontramos ante un lugar distinto.
Digo distinto, refiriéndome a que ni siquiera estamos en la ubi-
cación real del hospital. Estamos parados justo frente a la plaza
que solía estar en nuestro barrio de pequeños. Allí hay tantos
recuerdos… entre ellos nuestro primer gran beso. Además, era
increíble… no solo estamos frente a la plaza sino en el mismo

Al otro lado • 113


barrio. Todo está tal cual lo recordamos. La última vez que estuve
allí fue cuando me mudé, apenas unos años luego de que ella via-
jara a los Estados Unidos. Creo que eso también ayudó de alguna
manera a superar la ruptura en ese momento.
La primera reacción de ambos es mirarnos y comenzar a reír,
no sabemos qué intenta conseguir con esto este lugar, pero am-
bos amamos el viejo barrio. Los recuerdos y, por supuesto, nues-
tra pequeña historia. Y por más que ella intente ocultarlo, no
dudo que ella, al menos por un instante, ha vuelto a sentir lo
mismo que yo. A pesar del tiempo, ambos seguimos mantenien-
do cierta química que, si me preguntan a mí, es algo hermoso, y
ni hablar de lo radiante que ella se ve ahora. De repente ella corre
hacia las hamacas que solíamos usar todas las tardes para divertir-
nos. Recuerdo que las dos del medio eran las mejores. Ella ahora
va y se sienta en la misma que ocupaba de niña; yo la sigo y me
siento a su lado. Tantos recuerdos… es como si los estuviéramos
sintiendo o viviendo nuevamente; cada paso que damos nos lleva
cada vez más al pasado. Ambos tenemos los mismos sentimien-
tos y sensaciones.
Mientras nos columpiamos y charlamos, me cuenta también
que, años más tarde, luego de recibirse de ingeniera, volvió al
país para vivir con su esposo, pero al tiempo que volvieron, él co-
menzó a actuar distinto. Se había puesto agresivo y había comen-
zado maltratarla cada vez más seguido. Cambió por completo su
manera de ser sin motivos aparentes. Cosa que, de inmediato,
me suena como una posible infidelidad de su parte desde antes
de volver, por eso la reacción de desprecio repentino. Y más que
sentir una enorme bronca hacia este hombre, me dan ganas hasta

114 • Franco G. Feltan


de matarlo. ¿Por qué hacerle esas cosas a la persona que amas?
Ella merece ser tratada como una reina, al menos eso era lo que
yo siempre quise para ella, si bien tampoco debo involucrar en
esta historia mis sentimientos, pero me resulta imposible ocultar
algo tan evidente y grande… algo que jamás desapareció.
Lo que este idiota no sabe es que ella logró aguantar varios
años así de maltrato y sufrimiento porque es una mujer mucho
más fuerte que él. Y, por más no la deje en paz, la sigue a todas
partes. Incluso la había obligado a casarse con él, le había dicho
que si no estaba con él no sería de nadie más. Sin embargo, ella
es tan fuerte que aun así había continuado respetándolo. Es una
locura escuchar lo que sus lágrimas callan todos los días. Es decir,
las personas no son propiedad de nadie, maldito enfermo. La
humillaba cada vez que podía para sentirse algo más, algo que
jamás será. El ver su rostro llenarse de lágrimas al contarme su
vida antes de esto, logra conmoverme de una manera que nunca
me ha ocurrido antes; soy capaz de hacer lo que sea para que ya
no sufra más. Juro que puedo sentir su dolor como propio… Es
de verdad increíble cuan fuerte es esta mujer. Sin dudas es una
gran mujer, pero está atada a una bestia.
Mientras hablamos con Mía, ya por seguir nuestro camino,
ella logra recordar que, antes del accidente, ella estaba en casa
esperando que su marido volviera a casa, ya habían pasado varias
horas de la hora que solía llegar. Estaba segura de que se encon-
traba bebiendo en el bar y, de seguro, llegaría borracho una vez
más. Además de estar harta de él, estaba cansada de tener que
atenderlo cuando llegaba ebrio y enfadado. O quizá él solo apro-
vechaba la situación para ser de esa manera. Pero, sin esperar a

Al otro lado • 115


más, decidió recostarse un rato en el sillón y mirar una de sus
películas favoritas.
Luego de un rato, se despertó alterada al escuchar el ruido
de la puerta principal que era cerrada con fuerza. Aún medio
dormida, se levantó para inspeccionar la causa cuando, de re-
pente, justo en la entrada encontró a su marido llorando y muy
enojado. Prácticamente era la misma escena cotidiana. Siempre
lamentándose por su pasado, lamentándose por cada cosa que
pasaba en su vida y, sobre todo, reprochando por su aburrido y
estúpido matrimonio, como él lo definía. Y, a pesar de que ella
lo soportaba a menudo, esta vez estaba muy cansada, por lo que
simplemente tomó las llaves de su coche, su cartera y salió por
la puerta de entrada. Al salir, lo empujó fuertemente hacia un
costado y lo tumbó contra el suelo pues él intentaba impedirle
el paso.
Ciertamente, esa actitud de enfrentarlo no le había sentado
nada bien y en su estado solo era capaz de lastimar. Por eso, Mía
subió deprisa al coche, lo encendió y, mientras hacía reversa para
marcharse, su marido se levantó enfurecido e intentó abrir la
puerta y sacarla del auto. Estaba como loco, había perdido to-
talmente la cabeza, por lo que ella, sin pensarlo, llaveó la puerta
y rápidamente emprendió la marcha. Solo pensaba en escapar
de aquella situación. Ya no podía seguir con tanta locura en su
vida, sin saber si llegaría al día siguiente a causa de los maltratos
que sufría. Pero fue entonces cuando, consumido por el enojo y
el alcohol, el hombre subió sin pensar a su coche y se lanzó sin
pensarlo detrás de ella.
Comenzó a perseguirla manejando ebrio y sin saber de lo que

116 • Franco G. Feltan


era capaz. Mía estaba muy asustada y, mientras secaba las lágri-
mas, notó que el hombre se estaba acercando por detrás y, sin
dudarlo, empezó chocar la parte trasera de su auto para desesta-
bilizarla. Ella, muy alterada, comenzó a maniobrar para librarse
de él y se descuidó del camino por el que ambos circulaban.
Mía, totalmente en estado de pánico, siguió conduciendo lo
más lejos que pudo mientras lloraba de la impotencia que sentía.
Decidió así ir rápidamente hacia la casa de su mejor amiga y que-
darse allí hasta que las cosas se calmaran un poco. Fue entonces
cuando, de manera inesperada y sin saberlo, ocurrió el terrible
accidente. En cuestión de segundos, y a causa de las bruscas ma-
niobras para escapar, intentó doblar en una esquina muy cerrada
cuando descubrió entonces que su carro no tenía frenos. Pasó así
un semáforo en rojo y esquivó de casualidad algunos coches, pero
de pronto se encontró con uno que intentaba doblar en la misma
esquina por el carril contrario. Como dice una pequeña frase, se
encontraron en el momento justo a la vuelta de la esquina.
A medida que Mía me contaba su historia, yo escuchaba aten-
to cada detalle. Por momentos no lograba descifrar la sensación
de impotencia que me causaba escuchar las cosas que ese idiota
había hecho. Y, por parte de ella, sentía una terrible tristeza. Es
decir, no se merece nada de lo que le ha tocado vivir. Todo es tan
injusto a veces en la vida y es lo que nos hace muchas veces per-
der la esperanza… y, aunque sea lo último que se pierde, muchos
ni siquiera han oído hablar de ella. Para ser sinceros, no hace mu-
cho tiempo yo era uno de ellos, o al menos así lo sentía, y por eso
solo la miré en silencio interpretando cada emoción de sus ojos.
Está destrozada. Si bien sus recuerdos florecieron de un

Al otro lado • 117


instante a otro y así logró armar gran parte del rompecabezas,
está inmersa en una gran tristeza. No logro entender cómo ha
perdido tanto tiempo con un hombre que la llevó al borde de la
muerte. El desgraciado intentó matarla, no le importaron jamás
las repercusiones que tendrían aquellas maniobras. Por lo visto,
ella sabe qué ha sucedido en realidad, y esta es su gran desilusión.
Al despertar aquí todas sus preguntas han sido respondidas, lo
que definitivamente creía una locura, es justo lo que la trajo a
este lugar.
En el preciso momento que ambos guardamos silencio in-
terpretando cada uno la situación, como una estrella fugaz, un
recuerdo de mis últimas horas se hace presente. Quizá, al escu-
char su relato, he podido captar algunas referencias o pistas sobre
lo que ocurrió durante mis últimas horas, aunque no con toda
claridad. Recuerdo que de esa misma forma, o tal vez similar, fue
mi accidente. Es decir, al escuchar su relato, el imaginarme el he-
cho en sí, me hace darme cuenta de que lo último que recuerdo
haber visto fue una intensa luz cegando mis ojos de frente y, al
segundo, justo durante el impacto, logré distinguir el color del
otro vehículo, aunque no estoy tan seguro.
—Mía, siento haberme quedado sin palabras, es solo que es-
taba pensando varias cosas y creo que logré recordar algo mien-
tras contabas tu historia… Dime, ¿de qué color es tu coche?
—¿Qué? No, está bien… no te preocupes, después de todo ni
siquiera yo sé qué pensar o decir al respecto. No esperaba esto,
pero al mismo tiempo creo que en el fondo sabía que esto suce-
dería en algún momento. En fin… ¿a qué te refieres? Es decir,
¿por qué quieres saber el color del auto? —pregunto mientras
llevaba la mano a su mentón en forma pensativa.

118 • Franco G. Feltan


—Es solo que… mira, no lo sé y no estoy seguro, ¿sí? Pero
creo que estuvimos involucrados en el mismo accidente. ¿No lo
ves? ¿No te parece raro? Ambos pasamos por situaciones simila-
res desde que llegamos a este lugar… Los dos tenemos noción
de esto desde el mismo momento. Por favor… hasta estamos
ingresados en el mismo hospital… ¿no te dice nada eso?
—A decir verdad… creo que no… ¿qué estás pensando
Aarón? Por cierto, el coche es de color rojo.
—Mira corazón, reúne todas las piezas, es solo una teoría,
pero creo que es la correcta. Tú me dices que tu auto es color
rojo, ¿verdad? Y me has contado todo lo que recuerdas antes
de despertar aquí… ¿Recuerdas aquella esquina con claridad?
¿Recuerdas la dirección del lugar? —pregunto insistente. Si llego
a tener razón, sería increíble.
—Sí, creo que logro recordar un poco, fue justo en la esquina
frente al comercio de guitarras Rockstar. En la esquina de calle
Christine y Rímolo, justo a la vuelta del supermercado central.
—¿Qué? Dios, no puede ser posible… ¿Lo ves? Es increíble,
pero creo… mejor dicho estoy seguro de que ambos fuimos los
accidentados.
—¿Qué dices? —estalla en gran asombro— ¿Cómo es posi-
ble? —continúa—. No, no lo creo Aarón, es absurdo.
—¿Por qué lo crees? Tu misma dices que las cosas en la vida
pasan por alguna extraña razón… ¿y si esta extraña razón somos
nosotros dos? Creo que estoy volviéndome loco, no lo sé. —
Cerrando el ojo muy fuerte y respirando hondo, continúo—:
Escucha, si de algo estoy seguro es que esto debía ser así…

Al otro lado • 119


piénsalo un segundo… ¿Cuántas posibilidades hay de que luego
de tanto tiempo, tú hayas vuelto a la ciudad y ninguno supiera
nada del otro? Pero en un giro inesperado de la vida, nos volvi-
mos a encontrar. En la peor circunstancia, debo de decir… pero
es increíble de todas formas.
—Dios, no… es decir… no sé qué pensar Aarón, todo esto
es demasiado. —Se toma la cabeza con las dos manos y tira su
largo pelo hacia atrás—. No lo sé. Sí creo que las cosas pasan por
algo, pero esto está superando cada cosa que yo pueda creer. Y si
en verdad tienes razón y ambos chocamos… ¿Qué paso con…?
—¿Tu marido? Mira, ni siquiera me importa, y discúlpame
que sea un tanto atrevido y desubicado pero, para mí, ese tipo no
vale la pena ni mencionarlo.
—Sí, puede ser, pero aun así… si él no está aquí, ¿dónde está?
¿Qué habrá pasado con él?
—Pues si quieres que te diga… creo que él también pudo
haber sufrido un accidente. En realidad no lo sé, pero si así fue…
debió ser mucho más leve si solamente se descarriló por sobre la
vereda. De todos modos, creo que, si logramos volver en sí, lo
averiguaremos…
—Tienes razón… Dios, de verdad no puedo creer todo esto.
—Con la mirada un tanto incrédula y algunas lágrimas, pro-
sigue—: Es simplemente algo que escapa a mi imaginación.
¿Cómo es posible que todo esto no se sepa…? Creo que me va
a explotar la cabeza, pero si de verdad son así las cosas… quiero
salir lo más rápido posible y hacer justicia… Juro que esta vez las
cosas no quedarán como si nada.

120 • Franco G. Feltan


Simplemente no puedo creer el modo en que Mía es capaz
de cambiar todo a mi alrededor. Digo, antes de toparme aquí
con ella, me sentía completamente en soledad, y la tristeza de
ver mi verdad no ayudaba ni siquiera un poco. Pero ella tiene la
habilidad de cambiarlo todo. Con ella no me siento solo, y tengo
fuerzas para enfrentar lo que sea. Me ha enseñado que mis pro-
blemas pueden ser más pequeños de lo que pensaba, que quizás
debo mirar las cosas desde otro punto y nunca rendirme… Y,
sin dudas, aún estoy con el corazón encendido al verla. En aquel
minuto de silencio cuando nos miramos a los ojos, ambos nos
perdemos en un mismo sentimiento, ambos nos volvemos como
niños en cuestión de segundos, estamos solos y confundidos,
pero si nos tenemos mutuamente podemos vencer lo que sea.
Nos encontramos de repente más fuertes que antes, estamos dis-
puestos a llegar hasta el final y Dios es nuestra esperanza, nuestro
guía.
Luego de pasar un largo rato sentados en la plaza deduciendo
las circunstancias que nos trajeron hasta este punto y qué de-
bemos hacer para salir, decidimos seguir caminando y recorrer
el barrio un poco más. Después de todo, por algo hemos sido
traídos hasta aquí. De seguro nos quieren enseñar unas cuantas
cosas más antes de terminar este viaje.
Después del impacto que nos ha producido este descubri-
miento, nos damos un fuerte abrazo y, al oído, susurramos unas
pequeñas disculpas, aunque no sepamos si de verdad es lo que
corresponde… después de todo, que hayamos chocado no es
culpa mía ni de ella. Solo queremos creer y confiar en que así
debe ocurrir y que pronto vendrán cosas mucho mejores. Y, para

Al otro lado • 121


sorprendernos nuevamente, en medio del abrazo escuchamos a
un pequeño niño que lentamente se nos acerca por detrás y toma
una hamaca de las restantes a nuestro lado. Los dos nos miramos,
nos levantamos disimulando el susto y le preguntamos quién es,
aunque no obtenemos ninguna respuesta.
De verdad nos ha asustado puesto que somos los únicos sen-
tados en todo el parque. Además, no hace falta destacar que en-
contrarnos a un niño aquí es impensable. ¿Y que nos vea? Lo más
extraño es que, por alguna razón, es muy parecido a mí de pe-
queño y creo que eso es lo que más me ha sorprendido. Es como
si hubiera viajado en el tiempo y me viera a mí mismo. Mía
también se ha sorprendido y murmura por lo bajo, al verlo…
“¿Aarón?”, como si de verdad se tratara de mí, pero pequeño.
Ciertamente, notamos el parecido. Es aterrador e inquietante.
No sabemos qué decir ni pensar hasta que, rompiendo el frío
silencio, el pequeño se dirige a mí:
—Hola papá, ¿cómo te fue en el trabajo hoy? —me pregunta
con una simpática pero familiar voz…
—Pero, ¿qué? No, no… estás confundido, amiguito. ¿Cómo
te llamas, pequeño? —pregunto, muy confundido.
—Solo quería verte papi y pedirte perdón porque te abando-
né allí… —dice mientras algunas lágrimas caen por sus mejillas.
—Aarón, espera, mejor vámonos… esto no me está gustan-
do… —exclama Mía en voz baja y asustada—. Sigamos nuestro
camino. Al vagar por el hospital, ya me he cruzado con muchas
personas que intentan ocupar mi lugar, que intentan volver a
vivir. No todos son buenos, aquí hay gente mala… Vámonos, de
seguro es solo un juego, un engaño.
122 • Franco G. Feltan
No quiero decir que esta pequeña conversación con el niño
diera miedo pero, y ¿si ella tiene razón? Sería mejor que nos va-
yamos rápidamente. A pesar de que en verdad da lástima el pe-
queño, no podemos correr más riesgos.
—¿Cuántos años tienes? ¿Dónde están tus padres, amiguito?
—insisto nuevamente.
—Mamá ya no está, deberías saberlo y papá sigue en donde lo
dejamos… ¿acaso lo olvidaste? —me responde muy seriamente
mientras frunce el ceño.
Cada respuesta que da este niño me deja sin palabras, sin pre-
guntas ni respuestas. Mientras más preguntas le hago, más miedo
me dan sus respuestas. Primero que nada, es evidente que yo
no soy su padre. Segundo, ¿cómo sabe ciertas cosas de mi vida?
¿Cómo sabe que mamá ya no está? Y, sobre papá… ¿A qué se
refiere? ¿Quién es? ¿Me conoce? En dos simples preguntas ya me
ha explotado la cabeza, y por más que dé mala espina, su mirada
es hiriente y cautivadora. En sus ojos parece esconderse el pasa-
do. Con solo verlo, una especie de conexión se ha instalado entre
ambos. Si bien Mía me sigue jalando disimuladamente del brazo
para marcharnos, yo me siento hipnotizado por el niño, no pue-
do dejarlo como si nada. La intriga que me ha generado ocupa
ahora cada centímetro de mi ser.
—¿Tú nunca me quisiste, verdad papá? Siempre me odiaste,
como a toda tu familia… Por eso mamá nos abandonó, ¿ver-
dad? ¡Por tu culpa! —continúa levantando la voz y cada vez más
enojado.
Si bien todo lo que dice el pequeño es sumamente raro, pue-
do sentir algo de verdad en sus palabras, como si esta historia ya
Al otro lado • 123
la hubiera escuchado. Me suena muy familiar, y eso es lo que más
me está perturbando. Es como si de a poco, me fuera perdiendo
en su mirada fija.
—¿Aarón, qué te sucede? ¿Por qué lo miras con esa cara?
Vámonos… ¡rápido! Algo de todo esto no me gusta… —Mía
comienza a levantar la voz muy asustada.
—Espera Mía, creo que esto es importante… Puedo sentir
que esto ya lo viví alguna vez, pero no logro ver con claridad la
verdad.
—¿Qué estás diciendo Aarón? No lo mires más, ¡vámonos!
—sigue diciendo mientras me jala del brazo.
—¿Quieres saber la verdad, papá? Toma mi mano… ven a
verte… Vamos, no sueltes a mamá… —me dice mientras extien-
de su pequeña mano hacia mí y me invita a seguirle.
Inconscientemente, y como dominado por el niño, extiendo
mi mano hacia él y, de un segundo al otro, nos lleva a ambos
hasta la casa en la que vivía cuando era pequeño. Tengo terribles
recuerdos de este lugar… incluso juré jamás volver… aquí es
donde comencé a odiar a mi padre hace ya mucho tiempo. No
es que yo sea un maldito desalmado, es solo que el verdadero
maldito en esta historia es él.
De a poco miles de recuerdos comienzan a nacer en mí, como
si de alguna manera los hubiera borrado por completo de mi
mente. Pronto hago memoria, me doy cuenta de que había olvi-
dado aspectos de mi niñez, que no había sido para nada buena.
Sin una mamá que me consuele y un papá que (creo) me odia-
ba más de lo que me quería… ¿qué ha pasado con todos estos

124 • Franco G. Feltan


recuerdos? Cada uno representa un gran dolor en mi corazón…
No puedo creer que haya luchado desde pequeño contra tanta
mala suerte en mi vida. Y, sí bien es cierto, de grande y cuando
pude, dejé a mi padre en un asilo y nunca lo he visitado.
Él había arruinado mi infancia por completo, era un hombre
alcohólico, golpeador y ausente. Y me refiero a que nunca estaba
en casa, siempre dependía de su trabajo y tantas otras cosas...
Muchas veces ni siquiera volvía a casa y, cuando lo hacía, volvía
totalmente borracho. Salía de la empresa, que creo fue lo único
bueno que hizo alguna vez por mí, dejarme a cargo de la empresa
cuando se fue. Mejor dicho, me gané el puesto una vez que lo
echaron. El maldito salía de allí, y lo primero que hacía era ir a
beber, hasta el punto de que cuando llegaba en casa, enojado y
siempre frustrado, apenas si nos dirigía la palabra, solo daba ór-
denes como si fuera el rey de la casa.
Cada vez que mamá intentaba enfrentarlo y frenar sus com-
portamientos recibía una grave paliza de su parte y, si aún no
estaba conforme, seguía conmigo. Siempre me acusaba de que,
por mi culpa, no podíamos tener nada, que desde que nací eché
a perder miles de cosas. ¿Pero qué culpa tenía yo? Era solo un
niño… era su hijo, por el amor de Dios.
Vivimos mucho tiempo bajo la sombra hasta que un día mamá
decidió largarse de casa. Ella ya no aguantaba sus golpes, creía que
un día la mataría, así que una noche como tantas, tomó sus co-
sas. Estábamos por escaparnos, cuando él llegó más temprano del
inmundo bar. Al vernos con algunas maletas encima, inmediata-
mente se percató de nuestro escape y comenzaron a discutir como
siempre. Pero esta vez las cosas salieron mucho peor.

Al otro lado • 125


Creo que lo último que recuerdo ahora de aquella noche es
que, cuando intentó agredirme, mamá saltó sobre él. Papá me
tenía agarrado del brazo tan fuerte que, al estirarme hacia él,
caí al suelo y me golpeé la cabeza, lo que me provocó un corte.
¿Qué clase de hombre, padre o ser humano haría semejante de-
sastre con su familia? Nunca nos quiso y, si alguna vez lo hizo,
el alcohol y la codicia sepultaron ese amor en lo más profundo
de sí mismo… Lo habían destruido por completo. Todo lo que
representaba a un padre se había perdido.

126 • Franco G. Feltan


CAPÍTULO VIII
El perdón
Sea como sea que hayamos llegado hasta acá, estoy comple-
tamente seguro de que es por algo importante, quizá es el cierre
de algún tipo de círculo inconcluso. Mas que ser algo bueno,
ya imagino cuál es la historia detrás del regreso a este lugar. Por
cierto, lo que ha hecho el niño es increíble, ambos estamos muy
confundidos y espantados. Es decir, creo que la idea de este lu-
gar ya no es la mejor de todas y que, además, nos siga un niño
con estas habilidades… eso sí es algo perturbador, sin mencionar
que él cree que somos sus padres y se ve de lo más misterioso.
Apenas llegamos al hogar, tanto Mía como yo nos quedamos
boquiabiertos.
Es como viajar en el tiempo y revivir aquellos momentos in-
creíbles de nuestra infancia. Es hermoso aunque, por otra parte,
también causa en mí un gran rechazo hacia este lugar. Al mirar
a Mía en silencio, su mirada se llena de nostalgia. Sus ojos refle-
jan cada instante de alegría que tuvimos cuando solíamos jugar

Al otro lado • 127


juntos; uno de los mejores recuerdos de mi infancia es cuando
nos sentábamos en la pequeña alfombra frente al televisor y mi-
rábamos nuestros dibujos animados uno al lado del otro mien-
tras comíamos las galletas que mamá preparaba para la merienda.
Era genial, su compañía lo era todo para mí. Las tardes junto a
ella me hacían olvidar las pesadillas que llegaban todas las noches
desde el bar.
Recuerdo también que nuestro juego favorito era esconder-
nos en cada rincón que encontráramos de la casa. Siempre supi-
mos sacar provecho a tan inmenso lugar. En aquel momento era
ya una casa un tanto antigua… mi padre la había heredado de su
padre y él de su abuelo; si bien había sido reformada, aún man-
tenía la misma fachada. Y, al parecer, es justamente lo que este
niño está haciendo ahora pues, al llegar, corre hacia las escaleras,
las sube rápidamente y, al grito de “no me encuentras… no me
encuentras…”, entra en lo que solía ser mi habitación en aquel
entonces. Nos quedamos observando y recordando, y yo estoy
muy ansioso por descubrir qué misterio nos espera.
—Ey, Mía ¿recuerdas todo esto, verdad? Qué nostalgia sien-
to… A decir verdad, tú eras la única persona con la que me sen-
tía así de feliz. Somos como amigos eternos, ¿no lo crees?
—Es verdad. Jamás me hubiera imaginado un cariño tan
grande… —me responde en un tono muy dulce, mirándome
a los ojos—. Jamás me hubiera imaginado siquiera todo lo que
está pasándonos. Si esto de alguna manera fuera solo un sueño,
al despertar creo que te volvería a buscar…
Con un breve silencio de por medio y nuestras miradas hip-
notizadas en el otro, solo sonreímos y bajamos la mirada, creo

128 • Franco G. Feltan


que ambos estamos algo ruborizados. No podemos expresarlo
de manera sencilla pero, por dentro, gritamos este amor. A pesar
de tanto tiempo, los recuerdos están tan vivos como el día que
la besé por primera vez. Estoy convencido de este sentimiento
y, por primera vez luego de Eli, siento que puedo volver a amar.
Con cada sonrisa, con cada mirada ella enciende aquel senti-
miento que había estado dormido. Nos necesitamos mutuamen-
te para mantener la cordura y seguir adelante. No te separes de
mí jamás, ¿de acuerdo? Es todo lo que yo deseo.
—Jamás quise alejarme de ti, desde la primera vez que te vi.
Pero la vida lo quiso en su momento así, ¿no crees? Ahora creo
que tal vez aquel no era nuestro momento, yo creo que la vida es
sabia, nos aleja y acerca en los momentos más adecuados. Quizás
cada uno debía aprender otras cosas para así, al unirnos, nunca
volver a separarnos.
—Qué tierno eres… Y sí, ya lo creo, pero tal vez ahora nos
unió por algo más importante y, sea lo que sea, me alegra estar
contigo. Me cuesta reconocerlo, pero puedo sentir que te estaba
esperando… Ahora, antes de que sigamos con esto, démonos
prisa y salgamos de una vez. No puedo esperar por ese trago que
nos espera al otro lado.
Los cuadros y las luces están llenos de telas de arañas.
Simplemente el lugar está como abandonado y consumiéndose
por el paso del tiempo. La verdad, jamás había vuelto a este lugar
después de que nos mudamos con mamá… Nunca supe qué fue
de papá después de que nos fuimos. Si bien era mi papá, lamento
decir que nunca logré amarlo como todo hijo quisiera amar a
su padre. Tenía en mi corazón tanto rencor y desprecio que no

Al otro lado • 129


podía sanar sus golpes… cada uno de ellos se había marcado en
mi piel, sus palabras e insultos en mi corazón y el sufrimiento de
mi madre en mi memoria.
En el momento que decidimos seguir al niño y así avanzar en
nuestro camino, Mía, temerosa por el desprolijo y la penumbra
del lugar, que da más a casa embrujada que a mi antiguo hogar,
se acerca y toma mi mano, y justo antes de subir las escaleras que
se encuentran frente a la puerta de entrada al lado de un largo
corredor que lleva a la cocina, discretamente y evitando la dureza
de la pregunta, me dice…
—¿Aarón, puedo hacerte una pregunta? Quizás parezca un
poco atrevida pero siempre mantuve esa duda por miedo a pre-
guntar y por el mismo respeto que siempre tuve.
—Claro linda, dime… aunque creo que puedo imaginarme a
qué te refieres. ¿Es sobre mi padre, verdad? —le pregunto mien-
tras espero su obvia respuesta.
—Sí, así es... ¿cómo sabías que me refería a él? —me responde
muy asombrada.
—Siempre supe que tú tal vez lo sabías, como te habrás dado
cuenta desde entonces, jamás hablaba de él, además de la eviden-
te separación de mis padres.
—Sí, la verdad siento tener que recordarte todo esto, pero
siempre pensaba en ti y me preocupaba mucho saber o tal vez
imaginarme que algo malo andaba con él. Es decir, muchas ve-
ces, escuché las discusiones y, varias veces, algunos gritos desde
casa. Por las noches, rezaba y pedía a Dios que terminaran tus
problemas, después de todo, quizás, así terminó.

130 • Franco G. Feltan


—No lo sé, y lamento que hayas escuchado tanto… —le
digo. Me siento muy avergonzado y, además, apenado—. Jamás
me hubiera imaginado que hubiera repercutido tanto hacia afue-
ra, pero sí. Él era un alcohólico. A decir verdad, nunca entendí
por qué se había transformado en esa clase de hombre. Según mi
madre, él nunca había tomado una sola copa. Quizás algún día
lo sepa. No lo sé, pero ya es tarde, nos produjo tanto dolor. En
fin. Ya tienes tu respuesta querida, lamento que escucharas esas
cosas. Pero ya son parte del pasado.
Tal vez uno, cuando se hace grande, más allá de que nuestros
ojos vean solo trabajo y demás, nos olvidamos de que nuestra
vida está marcada por cada decisión que vivamos o tomemos.
Deberíamos aprender a mejorar cada día, y no que sea lo contra-
rio. Quizás mi corazón se había endurecido por tanto maltrato,
tanto desprecio y falta de amor de mi padre. Pienso y pensé no-
ches enteras qué sería de mí cuando me toque envejecer, si llegaré
a esa etapa de la vida, hasta ese día inclusive. Y cuando lo haga…
¿qué me espera? Me volvería un niño otra vez.
La vida es así, nacemos dependiendo, crecemos y parece que
nada pudiera con nosotros, podemos tenerlo todo y casi hacer-
nos cargo de todo, pero no del tiempo. Así, los años pasan y, si
tenemos suerte, llegan nuestros hijos. Damos lo que nos parece
con la convicción de que “hasta lo que no tenemos, damos por
ellos”. Y, aun así, muchas veces estos que ahora creen tener el
falso control y el poder se olvidan de que, cuando envejecemos,
volvemos en realidad a ser como niños, totalmente dependien-
tes, buscando el tiempo y el amor. Tal vez debí convertir mi cora-
zón en un asilo para él… y no encerrarlo entre cuatro paredes…
pero las decisiones ya habían sido tomadas.

Al otro lado • 131


Quizás ahora veo mejor la vida, desde otro punto, desde el
punto que en verdad importa, el perdonar y amar, pero ya es un
tanto tarde. Lo único que he hecho es ir sacando de mí todo ese
dolor que viví y lanzarlo todo contra él, contra todos. No me
daba cuenta cuánto daño hacía a los demás, buscaba despegarme
de todo ese odio de cualquier manera, pero en lugar de elimi-
narlo, lo descargaba en otra persona. No es fácil perdonar tantos
años mal vividos, de tanto dolor… Creo que, si consigo hallar
una respuesta a esto, tal vez podría sanar una gran parte de mi
alma, y podría perdonarlo. Al fin y al cabo, nunca dejará de ser
mi padre… pero sí que es difícil… Quizás, si logro salir, hablaré
con él o, al menos, puedo intentarlo.
A medida que subimos las escaleras, en mi vieja habitación
puede oírse aquel tierno canto de mamá, aquel con el que me
hacía dormir esas noches en las que no lograba conciliar el sueño,
ya sea por las discusiones que tenían o simplemente porque me
aterraba estar allí solo escuchando los gritos. Creo que justo en
mitad de la escalera, la piel se me congela por aquella canción,
no sabría decir qué clase de sensación produce en mí. Solo tomo
muy fuerte la mano a Mía y, confiando en que todo estará bien,
sigo avanzando.
Ella mira hacia adelante, aunque de a ratos puedo ver que está
preocupada por mí. Quizás porque, de repente, estoy muy calla-
do, con tanto que pensar y tantos recuerdos que por momentos
invaden mis sentimientos. No logro emitir ni una sola palabra.
Estoy así por un rato hasta que nos paramos justo frente a la
puerta de mi vieja habitación. Nos miramos a los ojos y, toman-
do el frío picaporte, abro la puerta.

132 • Franco G. Feltan


Con un largo rechinar, la vieja puerta se abre de par a par. La
habitación se ve idéntica a como la recordaba, cada juguete, cada
mueble… Me detengo a observar cada detalle, me siento como
un niño nuevamente… Es como estar viajando por el tiempo.
Es increíble. Mía se queda parada justo en la puerta, parece un
tanto asustada. A decir verdad, esperaba encontrar al niño aquí,
pero como no puede ser de otra manera, otra vez son solo visio-
nes, otra vez me siento perdido sin entender qué quieren reve-
lar concretamente. Y es entonces cuando, al darme vuelta para
preguntarle a Mía cómo se encuentra, justo detrás de ella, veo
al niño que cruza corriendo nuevamente hacia la planta baja,
riendo a carcajadas y con un tono muy distinto al que nos había
mostrado con anterioridad. Parece estar muy feliz, aunque aún
siento cierta desconfianza.
Mía, en ese instante, entra de un gran salto a la habitación
por el susto que el pequeño le ha dado, mientras yo inmediata-
mente salgo corriendo tras él. Cuando llegamos nuevamente a la
escalera, el niño comienza a desvanecerse a medida que baja, por
lo que me causa una gran desesperación al pensar que no lograré
hablar con él. Simplemente quiero saber qué debo hacer para
salir de aquí.
Mientras Mía nos sigue de atrás, el niño gira de manera re-
pentina hacia la izquierda, y se dirige a la sala de estar. En ese
momento, el pequeño desaparece. Me detengo en seco y mis
ojos se pierden en aquella habitación de la casa que, de manera
inmediata, me transporta a la última noche de furia que he vivi-
do aquí. Ese día fue el último día “en familia”. Entonces, y justo
cuando lo necesitaba, Mía me abraza por la espalda y, en un bajo

Al otro lado • 133


tono, me pide que no suelte su mano y que tenga cuidado, que
no me preocupe por el pasado y que me centre en el presente,
que juntos nos esperaba un hermoso futuro y que, sea quien sea
ese hombre, no le inspira mucha confianza. Además, no lo ha
visto antes… Sin lugar a duda, me sorprendió sobre manera, y
no por las cosas bonitas que dijo, sino que no logro entender a
qué se refiere con “aquel hombre”.
—¿A qué te refieres con eso? ¿De qué hablas?
—Mira, allí, justo en el sillón individual…. Creo que es un
hombre viejo…
—¿Un hombre? —vuelvo a preguntar, muy intrigado.
Al encontrarnos en esa situación ambos guardamos silencio,
nos miramos y sabemos que estamos asustados, que no podemos
fiarnos de nada… pero que, aun así, debemos enfrentarlo. Le
digo que no se preocupe por nada, que sé perfectamente lo que
está sucediendo... Así es que tomo valor y, cautelosamente, avan-
zo hacia este hombre que está de espaldas a nosotros. Creo que
ni siquiera ha advertido nuestra presencia.
Mía se acerca lentamente a mí y se ubica justo detrás de mí.
A medida que me aproximo al hombre, noto que está mirando
los viejos álbumes fotográficos de la familia... mientras se escu-
chan por lo bajo los sollozos del hombre. El ambiente está cada
vez más agobiante… Estamos los tres solos en el salón… y la
cercanía de este hombre provoca cada vez más incomodidad e
incertidumbre. Él, por su parte, ni siquiera se inmuta, es como
si no estuviéramos aquí, pero en el momento que llego hasta él,
justo por detrás del sillón donde se encuentra sentado, las luces
comienzan a encenderse y apagarse sin parar.
134 • Franco G. Feltan
—Oiga señor… señor… ¿se encuentra bien? ¿Quién es usted?
—digo entonando una voz un poco más gruesa.
—Al fin te encuentro Aarón… No te imaginas cuánto te he
extrañado y esperado todo este tiempo —responde en un tono
bajo y un poco desanimado.
—Espera… ¿qué dices? ¿Quién eres? —sigo interrogándolo
con cierto temor.
Detengo la marcha de manera inmediata; me invade una sen-
sación de frío y pavor tan intenso que me ha paralizado. Si bien
su voz me suena un tanto familiar, no logro verlo con claridad y
él ni siquiera se digna a mirarme a la cara, solo sigue hojeando
una y otra vez el viejo álbum.
—Vamos, no me digas que ya olvidaste a este pobre viejo…
—¿De qué estás hablando?
—¡Aarón, espera! Creo que ya sé de quién se trata… —ex-
presa Mía, que ha permanecido callada observando todo unos
cuantos pasos atrás.
—Vamos viejo… mírame… —digo, un poco irritado por la
sospechosa situación.
—Te gustaban estas fotos de chico… ¿no es así? —comenta y
deja un breve silencio entre medio—. Tu mamá siempre estaba
con una cámara en las manos. También hubo momentos hermo-
sos y cada uno fue retratado por ella… No todo fue malo, ¿sabes?
Siempre te amé, pero no supe expresarlo a tiempo, no supe ser el
padre que necesitabas… quien debí ser en realidad. Estaba perdi-
do, ¿comprendes? Pero claro, eso ya lo sabían, y lo entiendo. Solo
que, tal vez, fue muy tarde cuando lo hice.

Al otro lado • 135


Entonces el anciano se inclina hacia adelante, se apo-
ya en los costados del sillón y se impulsa para ponerse de pie.
Inmediatamente después voltea a verme. Sin dudas es inaudito
lo que está ocurriendo, no encuentro palabras para explicar lo
que estoy viendo…
—¿Papá...? —susurro totalmente anonadado y casi sin
palabras.
—Hola hijo querido, ¿cómo estás? Hace tanto tiempo que no
te veía. Dios, cómo has crecido en todo este tiempo… Mírate,
eres todo un hombre…
—Pero… ¿papá? ¿Qué haces aquí?
—Vine a salvarte la vida hijo, y a charlar contigo y tu nueva
amiga… —dice y mira a Mía, que se acerca lentamente.
—¿A hablar con nosotros? ¿A salvarme la vida? ¿Tú? Demonios,
sabía que este no era un buen lugar, pero no imaginaba, además,
encontrarte aquí…
—No importa lo que digas a este pobre viejo ahora hijo, es-
cuché todo lo que pensabas hace un rato… Te comprendo, y me
duele todo tu dolor. Que no quieras ni verme también lo en-
tiendo, y lastimosamente jamás podré remediar el pasado, pero
todavía puedo cambiar tu futuro, hijo. Dame la oportunidad de
demostrarte que sí te amé y que aún te amo sin condición.
—¿Escuchaste lo que estuve pensando? ¿Por qué puedo verte
aquí y hablar contigo? ¿Qué está pasando? Estás asustándome,
papá… —exclamo desconcertado al imaginar su respuesta.
—Señor… Thomas, ¿qué hace aquí? —pregunta Mía, quien
parece más asombrada que yo.

136 • Franco G. Feltan


—¡Dios, qué es todo esto! Me volveré loco antes de salir de
aquí…
—Escucha hijo, no nos queda mucho tiempo. Luego de que
tuviste el accidente aquel día, unos oficiales llegaron hasta aquí
y me informaron de lo ocurrido. Se ofrecieron a llevarme de ur-
gencia al hospital; mientras, yo podía sentir que me moría por
dentro, no podía perderte nuevamente, no así. Por eso, cuando
los médicos me dijeron que tal vez no lograrían salvarte debido
a una deficiencia en tu corazón, no dudé ni un segundo en pres-
tarme como donante… Tu corazón literalmente estaba a punto
de estallar, y el mío aún es fuerte.
—Espera papá… ¿qué me estas contando? —Muy enfureci-
do, le grito—: ¿Estás loco?
—Eso ya no importa, tú eres mi hijo… Eres todo lo que ten-
go en vida, y mucho más ahora… Lo único que importa eres tú
—dice mientras retira sus lentes para secarse las lagrimas.
—Pero aún no comprendo… ¿por qué estás aquí?
—Tú vivirás, hijo. En este momento, el que cuelga los guan-
tes soy yo… —A medida que se acerca, continúa diciendo—:
Este era el día asignado, y agradezco a Dios que haya sido así.
Me dio la oportunidad que tanto le había rogado, ver a los ojos
a mi hijo una vez más y poder decirle cuánto lo siento por haber
arruinado parte de su vida. —Tomando mis hombros y mirán-
dome frente a frente en total llanto, continúa—: Mírame a los
ojos, Aarón y escucha atentamente, quiero que cuando salgas de
aquí vivas como si no hubiera un mañana, disfruta al máximo
cada instante, no gastes más energía en el trabajo, la empresa y
demás ocupaciones que no te darán nada más que dinero y te
Al otro lado • 137
quitarán tiempo. Vive, viaja y ama. Haz todo lo que siempre
has soñado, no tengas miedo, ahora yo me encargaré de cuidarte
como antes no lo hice. Sé que te lastimé por muchos años, que
incluso me odias.
—No papá, no te odio, solo que… —le digo mientras yo
también lloro como un niño.
—Espera, no digas nada hijo, sé perfectamente todo lo que
piensas y sientes… Ya no tendrás que preocuparte por mí, estoy
mejor que nunca. Solo prométeme que serás quien siempre so-
ñaste ser, te prometo que a partir de hoy todo irá bien…
—Pero… ¿por qué has hecho esto? ¿Por qué me abandonas
así y ahora?
—Es la única opción que teníamos… Perdóname, pero creo
que es la única forma de sanar mi alma y verte al menos una
vez más. Esto nos salvará a los dos, tú vive de manera intensa y
feliz… Yo ya cumplí mi tiempo, ahora es el tuyo y lucharemos
juntos, siempre estaré contigo... Ahora podré por fin descansar
en paz, ya me fue concedido el perdón y los cuidaré a ambos.
Deja atrás todo lo que te ha lastimado por años, deja sanar tus
heridas. Ahora tienen ambos un gran futuro por delante y, por lo
que puedo observar, será juntos…
—Qué decir… me cuesta en verdad creer y procesar todo esto
viejo, yo solo quería salir de aquí e ir a verte en cuanto me recu-
perara. Era todo lo que quería, pero si así debe ser, está bien…
papá. Tú sabes, al igual que yo, todo lo hemos pasado juntos,
tantos años malos. Pero ahora todo es parte del pasado, de nues-
tro pasado y, a partir de hoy, dejaré ir lo que sobra… Todo ha
sido perdonado. —Hago una pausa, lo abrazo muy fuerte y
138 • Franco G. Feltan
prosigo—: Nunca imaginé que serías tú quien daría la vida por
mí. Juro que esto nunca olvidaré, papá… Seré todo lo que nunca
fui, saldré adelante confiando en lo que me has dicho… Te amo
papá, y siento tanto haberte dejado así, tenía tanto sufrimiento
que opacaba mi verdadero ser. Solo quisiera pedirte una cosa
más… —Lo miro a los ojos, y le digo—: Te amo, ¿lo sabes? Creo
que toda mi vida necesité esto… Abrázame una vez más.
Miro a Mía, se ha quebrado en total llanto al contemplar la
triste escena. Tanto se podría decir de este mundo y las cosas
que producen en uno, en todos y en todo. Ella está a mi lado
en silencio, sintiendo cada frase, reflexionando cada emoción…
respirando cada instante.
—Por supuesto Aarón, ven aquí hijo mío… —me responde.
Podría decir que este abrazo no solo llegó hasta lo más pro-
fundo de mí, sino que se ha llevado consigo todo resentimien-
to que pueda haber quedado guardado. Los abrazos… ¿cómo
un abrazo puede traer tanta paz? ¿Cómo pueden rearmarnos el
alma? No puedo explicar con simples palabras la sensación de
amor y perdón que me invade. Jamás he sentido tal afecto hacia
mí. Creo que me he vuelto un niño otra vez.
Cierro los ojos fuertemente al abrazarlo para recordar por
siempre cada sensación, su típico y peculiar aroma, sus brazos
fuertes que no me dejarían caer jamás… y es tan intenso el amor
que ha llenado el ambiente que las mismas paredes del lugar, co-
mienzan a cambiar su aspecto. Como si fuera una ilusión, todo
comienza a tomar color, las paredes vuelven a la vida, las luces
iluminan cada centímetro donde antes había solo oscuridad.
Todo aquel aspecto morboso que tenía el lugar ha cambiado por

Al otro lado • 139


completo, como en un cuento de hadas… pero no solamente
eso, no solo las paredes… Mi vida entera está cambiando.
Al cabo de minutos eternos, luego del abrazo, mi padre me
mira fijamente a los ojos, me toma por los hombros, sonríe y
dice…
—Bueno hijo, creo que es hora de irme, aún quiero ver a tu
madre. Pero antes déjame decirte que tú y Mía forman una her-
mosa pareja —dice entre risas y guiñando el ojo.
Eso sí que me ha sacado una enorme sonrisa, escuchar a mi
padre ser padre… escuchar ese consejo que jamás tuve de peque-
ño. Mía y yo solo nos miramos… y explotamos en risas… Por
segunda vez ella se ha ruborizado… acentuando cada vez más
la idea de la hermosa pareja. Después de tanto tiempo siento…
esperanza… siento que podré volver a ser feliz, o mejor dicho…
ser verdaderamente feliz. Mi espíritu está renaciendo más fuerte
que nunca, me siento preparado para todo, ya no estoy enojado,
no siento odio, solo quiero vivir cada segundo como si fuera el
último y reír… día a día.
—Gracias papá, yo también lo creo… —respondo de la mis-
ma manera.
—¡Ah, espera! Aún hay algo más… —exclama tomándose la
frente—. Tu amigo Mariano también se había ofrecido de volun-
tario, pero no era compatible contigo. Sabes bien que él siempre
quiso lo mejor para ti, no pierdas a un amigo por orgullo, lo
único que lograrías es perder cada vez más gente de tu lado, es-
cúchalo, ¿sí? Abre tu mente y oídos a ver qué tiene para decirte,
estoy seguro de que todo se arreglará y será mejor que antes…

140 • Franco G. Feltan


—De acuerdo, lo haré papá, te lo prometo.
Con una gran sonrisa y una inmensa tranquilidad, da media
vuelta y dice:
—Bueno, entonces ya estoy listo para marcharme, séquense
ya las lágrimas que aquí ¡nadie ha muerto! Celebren la vida, yo
ahora estoy más vivo que nunca… Ahora vayan y salgan juntos
de aquí, los espera una larga vida, y recuerden, cada segundo de
vida es un regalo… Ahora sí, hijo querido, me despido y no lo
tomes como un adiós, sino un hasta luego. Algún día volveremos
a encontrarnos, pero hasta entonces… ¡VIVE!
Lentamente, mi padre comienza a caminar hacia atrás con
una enorme sonrisa en su rostro, despidiéndose con la mano,
y comienza a desvanecerse al igual que Eli. Juro por Dios que
jamás olvidaré todo lo que aquí sucedió. Y escribiré sobre ello,
cada segundo que he vivido en este mundo parece ser fatal, dolo-
roso, pero al fin he logrado comprender el verdadero significado
de las cosas.

Al otro lado • 141


CAPÍTULO IX
La segunda
oportunidad
La reconciliación que ha cambiado todo dentro de mí surgió
de la despedida más dura... Mía me abraza fuerte, me mira a
los ojos y, con una gran sonrisa de por medio, me promete que
saldremos de este lugar y que jamás soltará mi mano. Yo estoy
más que encantado, la amo igual o incluso más que la primera
vez. Ahora podremos estar juntos por el resto de nuestras vidas y
ser completamente felices, ambos hemos recuperado el amor que
por tantos años había permanecido desorientado y vagabundo.
Nos quedamos unos segundos mirándonos el uno al otro
como queriendo grabar el momento por siempre en nuestras
mentes. Lentamente y en cada mirada, nuestros labios se acer-
can. En ese momento mágico en el que, después de tantos años,
volvemos a sentirnos como uno solo, no hacen falta más palabras
para saber que nos morimos de amor. Así es como dos almas
se entrelazan en pasión, en amor y deseo; solo esta mujer logra

Al otro lado • 143


hacer que mi vida sea perfecta nuevamente, solo ella puede ser
mi mujer. Y es irónico, pero quien separó a mi familia de peque-
ño en su momento, me ha unido de alguna manera con el amor
de mi vida… A pesar de lo maravilloso del momento, debemos
concentrarnos en continuar para salir de aquí.
Al terminar nuestro romántico momento, una ráfaga de luz
intensa, un gran rayo de luz nos ilumina por completo desde el
cielo. Es idéntico a aquel gran destello de luz que me salvó del
espectro. La intensa luz baja hasta nosotros y crea un gran círculo
a nuestro alrededor. Ya no tenemos miedo de lo que pueda pasar
o lo que tengamos que enfrentar. Si nos tenemos el uno al otro
podemos superar cualquier obstáculo; además, ambos estamos
más felices que nunca y llenos de paz… Esta iluminación trae
consigo sentimientos y sensaciones que nunca antes hemos ex-
perimentado. Nada en el mundo puede vencer tanta vida, tanto
amor.
Los dos nos quedamos completamente quietos en el lugar,
abrazados, esperando en silencio para ver qué ocurrirá ahora. Al
cabo de unos dos minutos, desde arriba, una intensa y grave voz
idéntica a la que me habló al inicio, nos dice que hemos supera-
do la prueba… que aún falta algo más, pero que será lo último
que recordaremos de este lugar. Cada reflexión y pensamiento
positivo nos ha cambiado la vida y la forma de verla, aunque
no sé exactamente a qué se refiere con eso de… lo último que
recordaremos del lugar. Lo que es seguro es que pronto podre-
mos salir… así es que nos tomamos fuerte de la mano y juntos
respondemos.
—Estamos listos para lo que sea, somos más fuertes que

144 • Franco G. Feltan


nunca. Ahora hemos comprendido toda la verdad, el significado
de vivir, el valor de amor y la amistad. Que no todo está escrito
y somos nosotros quienes controlamos nuestro futuro. Dios solo
lo acomoda, nos apoya y nos mantiene en pie. Estamos listos
para volver a vivir y agradecidos por esta segunda oportunidad.
Creemos que ya hemos cumplido nuestro tiempo aquí.
Apenas terminamos de hablar, inmediatamente desde el ori-
gen de la luz, vemos cómo lentamente alguien se acerca. Es un
hermoso y encantador ángel, quien, con una leve sonrisa y una
familiar voz, dice…
—Estoy más que orgullosa de ti querido, has cambiado y
sanado tu espíritu. Ahora podrás ser feliz como siempre lo has
querido, lograste hallar tu esencia profunda y no te conformaste
con lo que siempre has pensado que eras.
A decir verdad, apenas escucho esas palabras mis piernas pa-
recen aflojarse. Una gran sensación de alegría reboza en todo mi
ser. Solo puedo reír como un niño y, a medida que ella se acerca,
mi corazón estalla de emoción. Por otra parte, sé que todo esto
está llegando a su fin, sé que es cuestión de tiempo para quizás
olvidar todo, como lo dijo aquella voz.
—¿Eli, mi amor? ¿Eres tú? —digo mientras miro hacia arriba
muy sorprendido.
—Sí, amor mío, y estoy muy orgullosa de ti… de ambos.
Mi corazón se alegra al verte feliz, al ver que estás sano de todo
aquello que corrompía tu corazón…
Entonces, y de manera inesperada, Mía comienza a llorar de
manera muy sentida, algo que por supuesto me impacta y me

Al otro lado • 145


lleva a preguntarle de inmediato qué está ocurriendo... si se en-
cuentra bien. Y lo que contesta me deja enmudecido y con la
mente en blanco. Es simplemente increíble.
—Dios mío Aarón, no lo puedo creer… —exclama Mía
mientras me toma fuerte de la mano—. Ella es el ángel que se
me presentó apenas llegué aquí. Eli es quien me guió a cada mo-
mento desde que desperté en el hospital, en este raro mundo.
¡Dios mío, no puedo creer esto! Fue ella quien, de alguna mane-
ra, nos estuvo cuidando y uniendo a cada instante… Realmente
es maravillosa.
Eli nos tomó de los hombros a ambos y, mirándonos con la
mirada más dulce y honesta, nos dice:
—Tranquila Mía, sé perfectamente quién eres, lo sabía todo
desde la misma mañana en que todo empezó. Antes del acciden-
te ya habían sido elegidos por Él… Yo simplemente cumplí la
función de unirlos. Siempre fueron el uno para el otro, por más
que el tiempo o la vida misma los haya separado por circunstan-
cias ajenas, la conexión que hay entre los dos jamás desapare-
ció. Mía, mírame, no temas… Fui yo quien te ayudó todo este
tiempo, pero lo hice porque sé quién eres, sé cómo eres. Te elegí
a ti para cuidar de Aarón, tú eres lo suficientemente fuerte para
sostener lo que sea, para atravesar cualquier barrera que se inter-
ponga. Además, Aarón te ama tanto querida… y puedo sentir en
tu corazón que también lo amas. Sean felices juntos. Yo intervine
en gran medida para que ambos pudieran reencontrarse, y no
hay nada más fuerte aquí que el amor verdadero… Ahora ambos
serán libres, formen una familia juntos, vivan y ámense a cada
instante. Yo los cuidaré a ambos hasta el día que les sea asignado
para un nuevo reencuentro…

146 • Franco G. Feltan


Respirando profundamente y con lágrimas en los ojos, la
tomo de las manos muy fuerte, no quiero dejarla ir. Es tal la
emotividad del momento que apenas puedo hablar… no logro
terminar una frase sin llorar. Mi garganta está cerrada y mi cora-
zón explota…
—Eli, amor, te voy a extrañar tanto cariño. ¿Acaso esto es
una despedida? ¿No volveré a verte jamás, verdad? No puedo
explicar con claridad lo que me has hecho sentir, lo que todo
esto significa para mí… Tanto sufrimiento creo que valió la pena
si fue necesario para estar hoy aquí. Ahora que te tengo frente a
mí, puedo decir que ya nada me falta y con este gran gesto hacia
nosotros… simplemente no podemos olvidarlo, cada palabra,
cada sonrisa, y cada acto se guardará en nuestros corazones para
siempre.
—Puedes verme cuando tú quieras Aarón, solo cierra tus ojos
por las noches o cuando sientas que ya no puedes avanzar más,
y ahí me encontrarás. Llámame una vez y estaré abrazándote
cuando lo necesites… estaré a tu lado. Ya no me extrañes, estaré
contigo en todas partes, solo mírala a ella y ámala como sé que
lo hiciste conmigo. Les espera mucho por vivir allá afuera. Ahora
debo irme, volver a donde pueda verlos y protegerlos siempre.
Tienen mi bendición y les prometo que serán muy felices, pero
antes de despedirme, quisiera que vean por ustedes mismos sus
mayores deseos y que, cuando vuelvan a despertar, luchen por
ellos juntos.
En verdad me cuesta procesar todo lo que Eli está diciendo.
Es decir, siento una mezcla de sensaciones que no logro contro-
lar, estoy feliz pero triste también, es volver a vivir pero, al mismo
tiempo, jamás volverla a ver. ¿Y Lucas? ¿Qué fue de él?

Al otro lado • 147


—Eli, amor, ¿y nuestro pequeño?
—Imaginé que querrías verlo, Aarón…
—¡Hola de nuevo, papá! Aquí estoy… estoy feliz de verte otra
vez, pa…
Al voltear hacia atrás veo que Lucas está justo allí, con esa
inquebrantable sonrisa y esa inocencia que no comprende que
ya no volveremos a vernos… Pero lo más increíble, y lo que tal
vez nos marcará para siempre a Mía y a mí, es darnos cuenta de
que no se encuentra solo sino que, un poco más atrás y con una
apariencia muy tímida, y mirando hacia abajo… el pequeño con
el cual habíamos llegado hasta el hogar, mejor dicho quién nos
trajo hasta aquí, tomaba de la mano a Lucas en el instante en
que él, de manera apresurada y corriendo hasta mí, salta a mis
brazos. Volver a sentirlo de esa manera es todo lo que necesitaba
para seguir adelante…
—¡Hijo mío, aquí estás! Papá te extrañó mucho, ¿lo sabías?
—Yo igual papá, me pone muy contento volver a verte —dice
a medida que se acerca sonriente, como siempre…
—¡A mí también, hijo! No podría irme sin tu abrazo…
—¿Qué? Oh, no… ¿ya tienes que irte papá? —pregunta
mientras frunce el ceño y estira la cara…— ¿No podremos jugar
aunque sea un rato? Traje a mi mejor amigo, le dije que podría-
mos jugar los tres… ¿está bien?
—Sí hijo, lo siento, esta vez no podremos jugar y me parece
una excelente idea lo que hiciste, pero volveré luego para quedar-
me para siempre contigo y mami, ¿de acuerdo? Por cierto, hijo…
¿quién es tu pequeño amigo?

148 • Franco G. Feltan


—¡Está bien, papá! Te amo mucho, ¿sabes papi? Él es de quien
quería hablarte, estuvo conmigo desde que llegamos con mamá.
Es muy buenito, papá, incluso dijo que te conoce, ¿es cierto?
—Oh Dios, yo también hijo, ¡no imaginas cuanto te amo! Y
sí, ya lo creo… Él vino a visitarnos hace un tiempito, por cierto,
me causó un gran susto, ¿sabes? Se parece mucho a mí cuando
tenía su edad.
—¿De verdad? —pregunta mientras mira una y otra vez a
ambos.
—Así es… la verdad es que es casi idéntico…
—Amor mío, no temas, él es una de las razones por las que
debes volver, él está aquí para unirse nuevamente contigo. Es el
niño que llevas dentro, que todos llevamos dentro —señala Eli
mientras se acerca por la espalda, me toma de la cintura y dice—:
Él te guiará nuevamente para jamás volver a caer en la rutina que
tanto odiaste y te alejó tanto tiempo de tu familia… Además,
te sorprenderá saber que también espera el momento en que su
futuro padre despierte… Después de todo, es la razón principal
por la que debes volver y vivir más pleno que nunca…
—¿Su futuro padre, dices? ¡No comprendo! —exclamo
confundido.
—Aarón, creo que sé a qué se refiere Eli. Solo míralo, míralo
a los ojos… ¿sabes quién es, verdad? Es decir… más allá de que
seas tú mismo, representa algo aún más grande… —interrumpe
Mía mientras mira al niño y luego vuelve la mirada hacia mí.
Puedo sentir tanta emoción que se me nubla la razón. Es in-
creíble pensar que estoy viendo a… es que no puedo siquiera
imaginarlo, ¿tendré un hijo?
—Sí corazón, ¡creo que lo comprendo todo! Aunque me
Al otro lado • 149
cuesta creerlo. ¿Podría ser nuestro hijo, mi amor? ¡Dios, qué re-
galo más hermoso me has dado!
En el momento que me vi a mi mismo recordando todo lo
que había vivido, y entendiendo que la vida se concreta con la
vida… el niño camina hacia mí sin decir nada y me abraza por
la cintura. Es muy pequeño y hermoso. De esta manera, Mía se
acerca a ambos y tenemos nuestro primer y futuro abrazo fami-
liar pero, cuando nos separamos, el niño desaparece. Solo que-
damos Eli, Lucas, Mía y yo. Mi niño interior y la felicidad han
vuelto a la vida con la fuerza suficiente para dejar todo miedo y
tristeza de lado.
—Aarón querido, ya es hora de irnos, debemos volver… Tú
solo sal por la puerta principal y recuerda, cuando despiertes
¡VIVE! Sin mirar atrás… Haré todo lo que pueda para que am-
bos logren volver y recordar todo esto. No lo tengo permitido en
realidad… Ustedes deberían descifrar los cambios a medida que
recuperan sus sueños y entienden sus cambios de vida… pero
esto lo haré por ustedes, por el amor puro que sienten. Y nunca
olviden estos hermosos encuentros, su reencuentro. Recuerden
siempre que la vida es un misterio más grande del que nuestra
mente pueda imaginar, y que jamás ocurren las cosas por pura
coincidencia… Hay un designio para todos, aunque de nosotros
dependa cumplirlos o no… Es ese el gran desafío. Podemos ser
lo que nosotros queramos ser, la confianza en uno lo es todo, no
se rindan nunca y sabrán vivir cada instante al máximo. —Me
mira con gran simpatía y dulzura, hace una pausa y, con una
honesta sonrisa, sigue diciendo:
—Querido, yo siempre te amé, te amo y te amaré por

150 • Franco G. Feltan


siempre. ¡Vayan! Sean libres y felices, su tiempo aquí ha con-
cluido. Tómense de las manos y permanezcan unidos. Está todo
dicho mi amor, ya no sufras más por mí ni por nadie; mejor, re-
cuerda todo lo hermoso que vivimos juntos como familia. Y aho-
ra debo regresar querido, hasta luego Aarón, nos vemos pronto,
y recuerda… ¡te amo, y te amaré por siempre!
De esta manera, con un fuerte abrazo familiar, intensas mira-
das que bastan para decir mil palabras más y el beso más cálido
de todos, mi familia vuelve a unirse en este lugar donde todo es
posible y no existen límites. Los extrañaré, sí, pero ya no con
dolor, ahora ha desaparecido todo engaño, toda mentira, todo
sufrimiento. Somos completamente un solo sentimiento… Nos
miramos con Mía, y podemos sentir que ya todo está acaban-
do… que a partir de ahora estaremos mejor que nunca. Aunque
tengo la sensación de que, al principio, no será fácil la recupe-
ración física, pero sé que estaremos juntos a cada instante. Y si
juntos salimos de aquí, juntos saldremos de todo aquello que se
nos interponga. Pero de seguro es solo una sensación.
Cuando por fin se disipa la intensa luz que nos trajo al ángel
que me salvó en su momento de aquel mal, nos miramos con
Mía y corremos hacia la entrada principal del lugar. Mientras
atravesamos el amplio living que nos rodea, logramos ver que las
paredes y los cuadros comienzan a tomar nuevamente su color
original, y la casa comienza a resplandecer ante nosotros. Los
cuadros empiezan a cambiar y se transforman en cuadros nues-
tros. Como retratos antiguos de ambos, del momento en que nos
conocimos por primera vez de pequeños, toda nuestra vida está
retratada en ellos.

Al otro lado • 151


Pero lo que cautiva por completo nuestra atención antes de
llegar a la salida es un pequeño cuadro en el que se nos ve a
ambos abrazados, y ella con un bebé en brazos. Con emoción
y asombro, ambos comprendemos de quién se trata, es la típica
foto familiar. Nos miramos y, con emocionadas lágrimas en los
ojos y al mismo tiempo, decimos: “¡Me encanta!”. Reímos de
alegría al llegar a la salida. Ambos estamos muy nerviosos, no
sabemos cómo nos encontraremos cuando volvamos a la vida,
pero ni siquiera eso importa ya.
Al llegar a la puerta, nos tomamos de la mano y tiramos de ella.
Al abrirse, no hay más nada que un simple cuarto con un gran
espejo dentro. Nos quedamos perplejos al ver esto. Esperábamos
otra cosa, una salida, no lo sé… aunque rápidamente recuerdo
que esto ya lo he vivido anteriormente… Es exactamente el mis-
mo cuarto con el que me había topado al principio y, si mal no
recuerdo, el espejo también es el mismo.
—Amor, no temas… esto es perfecto, esta es nuestra salida de
aquí. Yo ya pasé por esto apenas llegué a este lugar. Solo tenemos
que pararnos frente al espejo, cerrar los ojos y pensar en lo que
más deseamos, y él nos mostrará el camino. Nos llevará de regre-
so, debe hacerlo.
—De acuerdo mi amor, confío en ti… Hagámoslo de una
vez…
Así, nos ubicamos frente al espejo y cerramos los ojos con
el deseo firme de volver a despertar en nuestro corazón. Luego
de un minuto, abrimos los ojos nuevamente y vemos que en el
espejo se ha formado una especie de portal infinito. En reali-
dad no sabría cómo definir certeramente eso, pero del otro lado

152 • Franco G. Feltan


resplandece una gran luz blanca, y podemos escuchar una voz
que sale de un alto parlante de los hospitales y que pide la asis-
tencia urgente de los médicos en la habitación 48 y 50. Al segun-
do se escucha la voz de alguien que grita…
—Lo perdemos doctor, lo perdemos… —exclama un enfer-
mero con total nerviosismo.
Entonces me doy cuenta de que este es nuestro momento,
es ahora o nunca. Esta es la oportunidad de volver a la vida, de
volver a nuestros cuerpos…
—Bien amor, ¿estás lista? Atravesemos el espejo. Créeme, nos
llevará de vuelta, estoy seguro… ¿Te quiero tanto, sabes? Y jamás
olvidaré todo esto, ahora vamos, te veré del otro lado corazón.
—Sí cielo, también te quiero demasiado y tampoco olvidaré
nada de todo esto, ninguno de los dos lo hará… Búscame del
otro lado… ¿de acuerdo?
Y fue así que logramos atravesar el gran espejo, primero ella y
luego yo... Por fin escapamos de este raro lugar, por fin volvere-
mos a vivir. Tantas cosas nos esperan allí, tenemos la historia más
increíble que contar. La historia de amor más grande de todas,
que trascendió incluso hasta el más allá, todo ha sido como un
mágico y gran sueño para los dos. Todo lo que ha ocurrido no
fue fácil… pero ambos hemos cambiado nuestras vidas para me-
jor, hemos aprendido el verdadero significado del amor más allá
de la vida misma.

Al otro lado • 153


CAPÍTULO X
Estamos de vuelta
—Doctor, creo que lo tenemos… ¡está volviendo! ¡Es un mi-
lagro! Preparen todo para la nueva internación, este hombre está
luchando… ¡ya está de vuelta!
—Vamos amigo, tú puedes… ¡despierta! —repite una y otra
vez.
Lentamente comienzo a escuchar todo a mi alrededor, a to-
mar consciencia de lo que está sucediendo. Vuelvo a escuchar al
mundo… Los doctores alarmados, las señales de las máquinas…
las luces… Mariano, que está junto a mí rezando para que des-
pierte…Y así es, me siento como si despertara de un largo y pe-
sado sueño. Ni siquiera logro abrir los ojos por completo, como
si los párpados me pesaran diez veces más.
Cuando por fin comienzo a reaccionar, abro apenas un poco
los ojos, ya que la claridad me hace doler la vista, y veo a Marian
parado frente a mí, justo a los pies de la cama. Giro la cabe-
za hacia los costados y veo a los doctores a mi alrededor, muy

Al otro lado • 155


alborotados y atentos a mí… Todos me miran de una manera
extraña, totalmente asombrados de lo que ven. Sinceramente, no
comprendo mucho, estoy un tanto sedado, pero sé que todo ha
terminado y ya estoy de vuelta. Puedo sentir dentro de mí una
paz tan grande que no me alcanzan las palabras para describir tal
sensación. No tengo fuerzas ni siquiera para moverme, y el dolor
de cabeza… vuelve a estallar, pero en menor medida.
No puedo hablar ni expresarme, estoy con todo el cuerpo
entumecido… Pero el solo hecho de volver a ver este mundo
tan maravilloso y a mi mejor amigo que nunca me abando-
nó sin importar lo que pasara, me llena el corazón de alegría.
Lastimosamente aún no puedo dirigirme a él, al menos hasta que
recupere la compostura. Mariano, al ver que recobro la conscien-
cia luego de estar no sé cuánto tiempo en el hospital, toma mi
mano, la aprieta fuertemente y me dice…
—Amigo, no sabes el susto que me has dado —me reprocha
con una gran alegría—. Estuve aquí a tu lado desde el primer
minuto, nunca perdí la esperanza de que volvieras a despertar.
Estuviste en un coma muy profundo por casi un mes. Ahora re-
cupera las fuerzas, intenta descansar y luego hablaremos… Estoy
muy feliz de verte bien Aarón, de verdad te extrañé, amigo…
Ahora descansa, lo necesitas.
Yo solo puedo escucharlo, y verdaderamente estoy súper ago-
tado. Así que, sin más, vuelvo a cerrar los ojos y, de inmediato,
me duermo.
Cuando por fin despierto luego de un largo rato, ya con un
poco más fuerzas y ánimos, miro hacia la derecha y ahí está
Marian, firme junto a mí y esperando ansioso que abra los ojos

156 • Franco G. Feltan


nuevamente para volver a sonreír. Tiene la cara de un niño feliz,
sé que era por mí… y lo primero que me dice es…
—Buenos días, dormilón, te volviste a dormir y sí que pue-
des hacerlo… —Sonríe— Dormiste todo el día amigo, me ima-
gino lo cansado que estarás… pero no te preocupes, ahora es
solo cuestión de tiempo para que mejores del todo y podamos
marcharnos. Quédate tranquilo que estás bien, hablé hace unas
horas con los médicos y dijeron que luego que despertaste del
coma comenzaste a evolucionar rápido. A decir verdad, están
muy asombrados, y yo muy feliz de verte otra vez.
Para ser sincero no logro comprender con toda claridad lo
que Mariano me está diciendo, entre el dolor de cabeza y la evi-
dente confusión que tengo solo lo miro y comienzo a llorar…
Él se acerca y me abraza muy fuerte, me dice que no me preo-
cupe, que todo saldrá bien y que, con solo verme a los ojos, sabe
perfectamente que tengo cosas para contar. Me pide que no me
apresure y que lo tome con tranquilidad, después de todo, y si
todo seguía mejorando, solo tendría que pasar unos cuantos días
más aquí y volvería a la rutina diaria. Aun así, yo me siento an-
sioso por compartir la extraña experiencia que he atravesado del
otro lado y, sabiendo perfectamente lo ridículo o increíble que
suena, no sé de qué manera encarar el tema pues solo faltaría que
él piense que me estoy volviendo loco.
—Marian, hermano, sabes que te aprecio mucho… que siem-
pre lo hice a pesar de aquellos años en los que estuvimos un tanto
enemistados, ¿lo sabes, verdad? Siento mucho todo lo que pasó
estos años con nosotros, estaba completamente ciego de ren-
cor… pero ahora ya estoy más que bien… Nunca me abandones

Al otro lado • 157


amigo, es ahora que puedo ver las cosas con una claridad con
la que antes no contaba. No te imaginas las cosas que viví en el
tiempo que estuve aquí… Debo contarte muchas cosas, pero de-
bes prometerme que creerás en mí… Necesito que creas en mí…
—¿A qué te refieres, Aarón? —pregunta con una expresión
muy desorientada.
—Dios, cómo explicarte esto… Mira, no estuve simplemente
en coma… Espera, ¿cuánto tiempo dijiste que estuve aquí? —
pregunto exaltado.
—Un mes Aarón, tuviste un accidente con tu coche, y te diste
un gran golpe en la cabeza —explica Marian lo más calmado
posible—. Casi mueres, amigo… pero sabía que superarías esto,
jamás perdí las esperanzas, aunque fue muy duro…
—¿Un mes? ¡Carajo, no puedo creerlo! —Levanto la voz y me
tomo de la cabeza—. No pensé que fuera tanto… Mariano, es-
cucha, te contaré algo, pero no creas que estoy loco, ¿de acuerdo?
Esto es muy importante.
—No te preocupes… Vamos, cuéntame lo que quieras. ¿Qué
sucede…? ¿Qué soñaste? —dice mientras se acomoda en la silla
para escucharme.
—¿Ves? A eso mismo me refiero, no soñé nada, o eso creo. Es
que es realmente difícil de explicar… Mira, justamente ese es el
punto, como tú has dicho, casi me muero, amigo. Estuve este
tiempo deambulando en una especie de limbo, ¿sabes? Como
si divagara en una especie de realidad alterna donde convive la
realidad y un mundo espiritual… Aunque tengo recuerdos con-
fusos, recuerdo que podía verte a ti aquí junto a mí, vi todo

158 • Franco G. Feltan


lo que ocurrió como si fuese una película… Fue realmente in-
creíble, pero al parecer todo esto estaba dicho, esto quizás debía
ocurrirme, ¿entiendes…? Sé que sueno como un loco, pero es así
y puedo comprobarlo.
—¿Qué dices…? Vamos, no seas tonto, ¿cómo dices esas co-
sas? Solo fue un accidente… De seguro son los medicamentos
que influencian tu cabeza, aún debes estar bajo sus efectos, relá-
jate amigo…
—Mierda… lo sé Marian, pero escucha, no estoy mintiendo
ni delirando, lo vi todo, ¿entiendes? —le digo mientras mi inco-
modidad por no saber explicar aumenta—. Vi hasta el momento
en que ingresaste desesperado preguntando por mí… Incluso
viví una serie de pruebas. Realmente no sé bien cómo llamar a
todo esto.
—La verdad, amigo, que sí, suena algo bastante raro todo
lo que me estas contando, pero te creo, vamos y… ¿qué más
recuerdas? Pero intenta calmarte un poco, ¿sí? Aún no estás en
condiciones de alterarte de esa forma.
—Recuerdo que me encontré con Eli, ¿puedes creerlo? Estaba
hermosa, hermano… Ella me ayudó a regresar aquí, sin ella creo
que hubiera muerto allí. Creo que ella es la razón por la cual sigo
en este mundo. No te imaginas lo hermosa que estaba, y Lucas…
—¿Eli? Espera… ¿de vedad? —pregunta mientras se rasca la
cabeza imaginando el hecho—. Dios mío… Todo esto es genial
Aarón, de verdad… me alegra que estés recuperándote tan rápi-
do y que la hayas visto en tus sueños, pero fue solo eso, amigo…
solo un sueño.

Al otro lado • 159


—No, tú no entiendes. No estás creyendo verdaderamente
en todo esto, lo entiendo, ¿sabes? Me escucho cuando hablo…
pero estoy seguro de lo que vi y viví en el otro lado. Al principio
ni siquiera yo podía creerlo… Ella y Lucas estaban conmigo del
otro lado, ¡pude abrazarlos, amigo! Fue increíble, aún puedo sen-
tir la sensación de sus abrazos. Pero eso no es todo, también me
encontré con Mía allí… ¿Te acuerdas de ella? —sigo con las pre-
guntas intentando ordenar las ideas para que me crea—. La chica
de la que te hablé muchas veces, la niña con la que crecí… Sé que
sonará estúpido o raro, pero créeme… me encontré con ella aquí
en el hospital y estuvimos vagando de un lugar a otro. Pasamos
por cosas increíbles, entendiéndonos a nosotros mismos, reno-
vando nuestras almas hasta que logramos salir. Espera… incluso
recuerdo haber abrazado a mi padre, él estaba allí…
—¿Qué dijiste? ¿Con tu padre? ¿Con Mía? —Con gestos de
confusión, media risa y a punto del llanto, continúa—: Aarón,
es sinceramente lo más loco que he escuchado en toda mi vida,
pero ahora sí que te creo… En realidad no lo sé, pero si no, ¿de
qué otra manera se explicaría que sepas todo esto?
—¿Qué? ¿Qué quieres decir con todo esto?
—Verás, no sé cómo decírtelo, jamás me ha tocado vivir una
situación similar…
—¿Por qué hablas en ese tono? ¿Qué está pasando? Vamos…
dime, no te preocupes por mí. Es sobre mi padre, ¿verdad?
—Así es, amigo… lo siento mucho, pero…
—Lo sabía, como te dije… No te preocupes por mí, está bien.
Ya lo sabía todo, hablé con mi padre y sé todo lo que ocurrió

160 • Franco G. Feltan


exactamente, él me lo dijo. Fue a despedirse de mí, ¿sabes? Lo
hubieras visto… Tuvimos ese momento de padre a hijo que nun-
ca tuvimos, me sentí inmensamente feliz.
—¿De verdad estás diciendo todo esto, hermano? Es que sue-
na tan impresionante… Perdóname… Siento mucho tu pérdi-
da, de verdad. Dime, cuéntame más… Ahora ya has conseguido
toda mi atención.
—Está bien… te contaré lo que logro recordar. No tengo mu-
chas cosas claras, aún tengo mareos y no puedo concentrarme
muy bien. Verás, como decía, tuvimos que superar algunas metas
para cambiar y así volver a despertar… Una de ellas era perdonar
a mi padre. Fue la última prueba, y la más dura. —Mientras voy
recordando, mi piel se eriza con cada momento que viví en esa
historia—. Yo estaba con Mía en mi antigua casa donde había
ocurrido la ruptura de mi familia cuando era niño. Allí encontré
a mi padre mirando antiguas fotos de la familia. Cuando quizás
aún éramos una familia. Al principio no lo reconocí, no sabía
que era él. Pero allí estaba. Recuerdo haber sentido una parálisis
muy intensa del asombro que me causó. Era lo que realmente
menos esperaba. Me confesó lo mal que se sintió siempre por
haber perdido todo, como yo en su momento. Estaba enfadado
consigo mismo… Necesitaba el perdón. Y fue justo eso lo que
buscó al enterarse del accidente.
—Dios, es increíble, no puedo creer lo que estás contándo-
me… Es increíble… Es así Aarón, yo lo vi justo antes de que…
—Sí, lo sé, ¿de qué se ofreciera como voluntario, verdad? —
pregunto con cierta tristeza y agachando la cabeza.
—Así es… Tu corazón ya no estaba funcionando… Tu pecho
Al otro lado • 161
había sido aplastado por el volante de tu coche, tu corazón sufrió
un increíble golpe. Gracias a él lograron salvarte la vida, solo que
no lograban que despiertes del coma, tus pulmones también es-
taban muy comprometidos. Pero, aun así, gracias a él estás aquí,
y si me preguntas a mí… es lo más grande que un padre puede
hacer por un hijo. No me cabe duda de su gran amor hacia ti…
y si tengo que decir… tomó la decisión sin pensar y con una gran
sonrisa en su rostro. Como si de alguna manera supiera tal vez lo
que estás contando.
—Es verdad… Todo el pasado fue perdonado de la misma
manera… con una sonrisa en nuestros rostros y un abrazo que
jamás había sentido. No podía creerlo, es irónico pensar que
toda una vida esperé por un padre que solo supo cómo serlo en
su muerte. Duele, pero nunca es tarde, nunca fue tan grande una
acción como la de mi padre en ese momento.
—Qué locura, Dios mío… Esto es muy intenso. Ey, cuénta-
me sobre Mía… ¿qué sucedió? ¿Estuviste junto a ella en ese otro
lado? —me pregunta, muy interesado y emocionado—. Siento
hacerte tantas preguntas, pero es que es algo que jamás había
oído, además de que, por lo que sé, ella está aquí en el hospital
internada, al igual que tú. Ahora que lo pienso mejor, con todo
lo que me cuentas, todo esto no puede ser tan solo una simple
coincidencia. Es decir, ambos chocaron y a ambos los trajeron
aquí… Ahora me dices que, además de todo eso, se encontraron
en ese lugar. Sin dudas creo que yo terminaré ocupando tu lugar,
mi cabeza está a punto de estallar.
—Es que esto pasó de verdad. Estuvimos fuera de la realidad,
en un limbo donde tuvimos que luchar para volver a vivir… ¿Y

162 • Franco G. Feltan


ella dónde está? ¿Cómo esta ella? Necesito verla cuanto antes
y hablarle. Créeme… del otro lado volvieron a resurgir todos
nuestros sentimientos de alguna manera. Estábamos muy conec-
tados; en realidad, jamás dejamos de estarlo. Prometimos estar
juntos cuando despertáramos. ¿Dónde está ella? Quiero verla…
—¿Quieres que te diga más? Ella está a dos habitaciones de
aquí, y no sé si será coincidencia o lo que hayan pasado allí es
tan fuerte como dices pero ayer, cuando despertaste, a los cinco
minutos ella también lo hizo. Los médicos estaban completa-
mente sorprendidos y alterados. De repente estaban acudiendo
a dos pacientes que se despertaron de un coma muy profundo, y
al mismo tiempo. Solo imagínate la situación… Y no es lo úni-
co que los sorprendió, sino que al parecer ella despertó como si
nada hubiera pasado. Aún tiene muchos golpes, pero evoluciona
muy deprisa.
Encantado por la notica y con una gran sonrisa, pregunto:
—¿De verdad me estás diciendo esto?
—Claro, no te mentiría…
—¡Increíble! —Intento sentarme en la camilla—. Vamos,
ayúdame, tengo que verla. Dame una mano para levantarme…
—No, espera ahí Aarón —contesta Mariano parándose de
inmediato para atajarme—. Aún no puedes levantarte amigo,
espera al menos un día más. Ella igualmente no se irá de aquí,
solo espera… el doc. me pidió que le avisara cuando despertaras,
y tanta charla y verte consciente de nuevo me hizo olvidarlo por
completo. Recupera tus fuerzas, ¿de acuerdo? Además, no te ves
muy encantador que digamos con todas esas vendas y la hermosa
bata que llevas…

Al otro lado • 163


—¡JA, JA, qué gracioso, ¡señor! Al menos no tengo las ojeras
que… pareces Drácula… ¿y el ataúd? No te acerques a la venta-
na, ¿quieres?
—Está bien, estamos a mano… Creo que extrañaba reírme
contigo —contesta en tono de nostalgia—. Escucha, iré a buscar
al médico, espera un minuto aquí, ya vuelvo, ¿sí?
—Está bien Marian, tampoco tengo a dónde ir, ¿verdad?
—Es verdad… Bueno, me alegra que estés de buen humor,
amigo…
Mientras él se dirige hacia la puerta para buscar al médico,
giro la cabeza a un lado y tomo el control remoto para ver la
televisión. La enciendo y hago zapping buscando como matar
el tiempo. Me entretengo con una película que siempre me ha
gustado, la de un hombre que no se aceptaba así mismo pero,
luego de un tiempo, tras un pequeño accidente en la fábrica don-
de trabajaba, va quedando ciego poco a poco. Así, junto con la
ayuda de una hermosa ayudante, profesora y psicóloga tiene que
aprender a vivir su nueva vida y, de esta manera, debe aprender
a aceptarse con su nueva condición y descubre el gran prejuicio
que representa la visión… y que el verdadero amor que siempre
había esperado proviene muchas veces del lugar, momento o cir-
cunstancia menos esperadas. Perdió la vista, pero ganó un gran
amor, su amiga, su doctora, su futura esposa.
A decir verdad, nunca me gustaron los hospitales. Entre la
comida y que tienes que estar todo el tiempo postrado en la cama
(al menos un tiempo) es un lugar sumamente aburrido. Yo me
siento prácticamente recuperado, pero como siempre, hay que
esperar a que se hagan todas las evaluaciones correspondientes
164 • Franco G. Feltan
antes del alta médica. De repente, luego de cinco minutos de
que Mariano saliera, la puerta se abre despacio y alguien ingresa
lentamente en la habitación. No imaginaba que estaba a pun-
to de llevarme una grandísima sorpresa… Es decir, esperaba a
Mariano con el doc.
—Ey Marian, qué malos canales hay aquí, por favor… Por
suerte encontré esta película. Todos estos días, ¿qué veías? Esto
es muy aburrido…
Antes de poder terminar la frase, distingo que no es mi amigo,
ni el doctor quien está en la puerta. Es Mía. Me quedo congelado
en la mitad de la frase, se me ha enmudecido la voz apenas la veo.
Está hermosa. Bueno, su traje de hospital no es precisamente lo
más lindo, pero ella, ella me encanta sea como sea.
—¡Dios! Perdón, debí tocar la puerta, lo siento señor… —se
disculpa rápidamente—. Es que aún estoy un poco mareada por
un accidente que sufrí hace poco y me confundí de habitación.
Además, con esta silla de ruedas me cuesta un poco moverme.
Escuchar todo eso es como sufrir otro gran golpe en la cabeza:
¿Me dijo “señor”? ¿Y está en sillas de ruedas? ¿Qué demonios está
pasando?
—No te preocupes Mía, está bien, pero… ¿por qué me dices
“señor”, amor? —respondo entre risas.
—Espere… ¿cómo sabe usted mi nombre? —contesta ella,
muy alterada y enojada—. Y la verdad me parece una falta de res-
peto que se refiera a mí con semejante confianza, yo tengo pareja
señor, qué desubicado de su parte. Mejor me voy…
—¿Qué? Espera, no… ¡no te vayas! ¿Qué sucede?

Al otro lado • 165


—Completamente confundido, pregunto—: ¿Por qué haces
como si no me conocieras, Mía?
—Ya le dije, mejor me voy, está usted incomodándome un
poco. Además, ya debería estar llegando mi marido.
En este preciso instante, ella voltea sin más y se marcha de
la habitación. Yo me quedo sin palabras y totalmente confundi-
do… No puedo creer lo que está pasando, no puedo resignarme
a creerlo. ¿Ella ya no se acuerda de mí? ¿Qué ha pasado? Juro que
fue la conversación más dolorosa que he tenido, puedo sentir
que mi corazón se parte en mil pedazos, como si todo se de-
rrumbara de golpe. Toda la fantasía se ha acabado… No puedo
soportar que se haya olvidado de mí… Es inaudito.
Deben ser las pastillas… Sí, seguro son esas pastillas que está
tomando, ¿o tal vez ha sido el golpe? La desesperación me inva-
de… Quizás le ha causado una pérdida temporal de memoria,
no lo sé, pero no me quedaré aquí acostado viendo como el amor
de mi vida se escapa. En ese momento, la puerta se vuelve a abrir,
esta vez son Mariano y el doctor.
—Hola compañero, ¡buenos días! ¿Cómo te sientes esta ma-
ñana? Me contó tu amigo que estás mucho mejor… —afirma el
doctor apenas me ve.
Simplemente es como si ni prestara atención a lo que el doc
dice… Mi cabeza solo piensa en una cosa: Mía.
—¿Aarón? ¿Te sientes bien?
—Disculpe doc. Sí, sí, solo estaba pensando un poco. Gracias
a Dios me siento mucho mejor, creo que hasta podría intentar
caminar, ¿no lo cree? —contesto intentando disimular lo que
acaba de ocurrir.

166 • Franco G. Feltan


—Sí Aarón, justamente a eso he venido. Solo déjeme evaluar
unas cosas e intentaremos ponerte de pie… Pero con cuidado,
recuerde que ha estado acostado mucho tiempo. Puede que al
principio se maree bastante, o incluso le duela la cabeza, pero no
se preocupe, es totalmente normal.
—¿Ves, Aarón? ¿Es genial, no? Ya estás cada vez más cerca de
salir de aquí…
—Sí, Marian… genial…
Luego de realizarme una serie de revisiones, me ayudan a sen-
tarme en la cama y dicho y hecho… casi me caigo de frente al
piso por el mareo. Es como si me bajara la presión a cero, y una
serie de pequeños dolores de cabeza. Antes de que me ayuden a
pararme, le pido al doc si por favor puede dejarme a solas con
Mariano, pues este momento quería estar solo con mi mejor
amigo. El buen médico acepta, pero nos dice que cualquier cosa
que ocurra solo debo presionar el botón que está junto a la cama
para llamarlo a él o a alguna enfermera.
Apenas se va, tomo por el brazo a Mariano y le comento lo
que ha ocurrido cinco minutos antes que ellos llegaran. Él se
queda mirándome fijamente sin decir nada, y eso también me
llama la atención. Siento que tiene algo malo que decirme…
—Mira Aarón, lamento que haya ocurrido así. Yo iba a de-
círtelo, pero con lo que me habías contado apenas despertaste,
ya no sabía cómo contarte en ese momento. Ella, a raíz del duro
golpe que recibió, tuvo una leve pérdida de memoria. Los mé-
dicos no saben cuánto tiempo estará así, incluso aún no definen
bien si es temporal o si los recuerdos que ha perdido son perma-
nentes. Gracias al cielo tú no corriste con esa suerte… pero en
Al otro lado • 167
el caso de ella, si es temporal ella sola irá armando las piezas en
su cabeza.
—¿Qué me estás contando, amigo? —le digo casi con lágri-
mas en los ojos y muy frustrado—. No, no puede ser posible,
tengo que hacer que recuerde todo. No la dejaré ir tan fácil de mi
lado, sé que ella me ama, solo que lo ha olvidado… Y, además,
¿por qué está en silla de ruedas?
—Oh no, es solo por un tiempo. También sufrió varios golpes
en las piernas, pero estará bien. Es solo un tiempo, hasta que
logre caminar sin tanto dolor.
—Bueno, al menos eso me deja un poco más tranquilo, es-
peré lo peor… Pero vamos, tienes que ayudarme a que recupere
su memoria, por favor… Yo la amo, sé que debe haber algo que
la haga recordar.
—Está bien Aarón, sabes que te ayudaré en lo que necesites,
pero el caso es que ni siquiera sabe quién soy, ¿no lo crees? Solo la
conozco porque tú me has hablado varias veces de ella. Pero aun
así —afirma con la cabeza— haré todo lo que esté a mi alcance
para ayudarte, no la perderás… Eso te lo prometo.
—De acuerdo, ahora ayúdame a ponerme de pie, pero despa-
cio, ¿sí? Me duele todo el cuerpo.
—Sí, seguro, lo entiendo… —Se acerca hasta mí y, mientras
me toma por los brazos para ayudarme, dice—: De igual manera
Aarón, creo que estarás al menos una semana más aquí hasta ter-
minar con las sesiones de rehabilitación que debes hacer. Espera,
tengo una idea. Creo que podrías compartir las sesiones con ella,
y esa es tu oportunidad. Pero primero debes disculparte con ella

168 • Franco G. Feltan


como cualquier desconocido y entrar en confianza con ella, ade-
más de conseguirte el mismo horario. Quizá podamos hablarlo
con el médico de alguna manera.
—Genial, ¿y cuándo tengo la primera sesión? Ya no puedo
esperar…
—Si mal no recuerdo, cuando venía hablando con el doctor
me dijo que esta tarde tendrías la primera, pero todo dependería
de cómo te sientes tú… Igualmente dijo que nos avisaría si es
necesaria alguna otra cosa antes. De lo contrario, hoy empiezas.
—Vamos Marian… Mírame, estoy perfectamente, es decir,
debo estarlo. —En un tono muy eufórico le digo—: Tengo algo
muy importante que hacer. Ahora escúchame, necesito que me
hagas un favor, ¿de acuerdo?
—Sí, está bien, solo dime qué necesitas…
—Mía mencionó que tiene un marido… que incluso él es-
taba por llegar en cualquier momento a visitarla… y la verdad
es que no puedo creer eso… Nunca mencionó que estaba en
relación con alguien más. Es decir, sí lo hizo, pero ella no lo ama
en realidad.
—Em… entiendo hermano, ¿pero específicamente qué quie-
res que haga?
—Solo espera a que el hombre llegue a la puerta, ¿de acuer-
do? Y luego dime cómo se ve, qué aspecto tiene… Así sabré si es
quien estoy pensando… Si no me equivoco, ese hombre es quien
la trajo aquí… Fue su culpa. Por favor amigo, esto es importante.
De ser así, creo que ese hombre podría ir preso, ¿entiendes?
—A decir verdad, no amigo, ¿qué tendría que ver él con lo
que les pasó a ustedes?

Al otro lado • 169


—No importa eso ahora, luego te explicaré mejor lo que ocu-
rrió, ¿está bien?
—Está bien, aunque me dejas con una intriga muy grande…
Luego me cuentas todo, ¿eh…?

170 • Franco G. Feltan


CAPÍTULO XI
No me olvides
Es imposible para mí dejar de pensar en lo que ocurrió, to-
davía no puedo creerlo. Parecía que todo iba a ser perfecto, pero
siempre hay algo más. Pensé que ya habíamos pasado lo peor.
¡No puedo quedarme sin ella! No, después de lo que pasamos
juntos. No, después de saber que ella aún me ama, que formare-
mos una familia algún día. Qué difícil situación, pero no queda
otro remedio que afrontarlo y luchar por lo que más amo.
Esta misma tarde, me he quedado pensando por horas una
estrategia para que Mía recupere la memoria y así avanzar con la
recuperación lo más pronto posible, puesto que no puedo desa-
provechar el poco tiempo que tengo para compartir con ella en la
rehabilitación. En la mañana pido a Mariano que se quede aten-
to a cualquier visita que ella reciba. Suena un tanto psicópata,
pero las oportunidades de saber la verdad de lo que ocurrió y si
ella volverá recordarme se están acabando. Además, si realmente
está en pareja tal y como lo dijo, no sé cuántas chances puedo
tener. Sin su memoria, no soy nadie.

Al otro lado • 171


La ansiedad que todo esto me había generado está por enlo-
quecerme. Quisiera comenzar cuanto antes el tratamiento y las
sesiones de kinesiología. Por eso, me acerco hasta el costado de la
cama y, con el botón de alarma, llamo al doctor. En ese instante
entra Mariano con una leve sonrisa que refleja, tal vez, alguna
buena noticia. Es justo lo que esperaba escuchar. Así, me cuenta
que vio a la kinesióloga entrar en la habitación de Mía, que la
han llevado en sillas de ruedas a la sala de rehabilitación. Es aho-
ra o nunca el momento de empezar, de volver a conquistarla…
Al cabo de quince o veinte minutos, luego de llamar al doc, él
regresa a la habitación con una silla de ruedas y, de manera muy
entusiasta, dice…
—¿Estás listo, muchacho? Hoy comienza un gran día, si te
esfuerzas podrás salir de aquí lo antes posible. Además, veo que
te sientes bastante bien.
—Así es doc, mejoro día a día… Y ahora, ¿a dónde vamos?
¿Esa silla es para mí?
—Exacto, siéntate en ella lentamente, no queremos que te
caigas, ¿verdad? —dice, mientras sostiene una risa de chiste—
Mariano, ¿podrías ayudarme con Aarón un segundo?
—Sí, cómo no doctor…
Luego de una nueva serie de intensos mareos, logro ponerme
de pie y sentarme en la silla. Inmediatamente nos dirigimos por
los pasillos del hospital hasta la sala donde empezará nuevamente
otra historia entre los dos. Si bien debo concentrarme en recupe-
rarme cuanto antes, no puedo dejarme estar frente a ella. Es todo
lo que pido, lo único que me importa.

172 • Franco G. Feltan


Al ingresar al lugar, puedo observar que no estaremos solos,
pues hay varios pacientes más tratándose aquí. No es precisa-
mente lo que esperaba, pero eso no cambia en nada los planes.
Hay tantas máquinas y equipos de rehabilitación que más que
un hospital parece un gimnasio, la sala es realmente enorme.
En fin… cuando vamos entrando por un pequeño pasillo, la
veo haciendo un ejercicio que simula una caminata con subidas.
Sostenida de unas barandas a los costados, como si fuera una
escalera, parece estar sufriendo un poco el momento. Sus rodi-
llas no logran sostenerse por sí solas a causa del dolor. De igual
manera, creo que lo hace perfectamente. Sin dudas es una mujer
muy fuerte.
Sin pensarlo mucho, pido al doctor diez minutos de su tiem-
po para que me deje disculparme con Mía ya que ella, a la ma-
ñana, ella entró a mi habitación por error y tuvimos un pequeño
malentendido. Esperaba un simple sí o no de él, por lo que en
verdad me sorprendió mucho su respuesta, o tal vez ni siquiera
me lo esperaba. Aunque, de alguna manera, su inesperada son-
risa y espontánea mirada a ambos, me llama de inmediato la
atención, como si supiera algo. Me resulta extraño porque jamás
hablé sobre el tema frente a nadie que no sea Mariano, y este con
un simple gesto parece entenderlo todo.
—Sí, está bien, no hay problema Aarón, pero no interrumpa
su ejercicio, ¿de acuerdo? Ah, y una cosa más, no debería decirle
esto, pero… no le diga a nadie, ¿está bien?
—No, por supuesto que no doc. ¿Qué sucede? —pregunto,
muy intrigado.
—Esa chica se despertó de un coma el mismo día que usted, y

Al otro lado • 173


no sé si está al tanto, pero usted también ingresó al hospital junto
a ella —responde con un gran suspiro de por medio—. Y según
lo que tenemos entendido por fuentes policiales que se han acer-
cado hasta aquí, ustedes chocaron de frente con sus vehículos.
—Sí, estoy algo enterado del asunto, mi amigo se encargó de
ello. Pero no entiendo qué quiere decirme doctor, o a qué quiere
llegar con esto. —Intentando descifrar algo más, sigo preguntan-
do—: Ocurre algo más, ¿verdad?
—Pues al despertar, su primera palabra fue su nombre se-
ñor… —me contesta en un tono de asombro—, y como yo soy
el que está a cargo de ambos, lo escuché y supe de inmediato que
se trataba de usted. ¿Acaso se conocen?
—Así es doc. Solo que ella en este momento no se acuerda de
mí… Ese fue el percance que estaba comentándole. Mire, le seré
sincero, ella era mi pareja hace un tiempo atrás. Nos conocemos
hace mucho tiempo, y solo quiero que vuelva a recordarme, nada
más, ¿entiende? Aunque no sé el porqué de su condición. ¿Cómo
no ocurrió lo mismo conmigo?
—De acuerdo, está bien amigo, tómese su tiempo —dice
mientras afirma con la cabeza, aún dudoso—. Y, por favor, no
abandone sus ejercicios. Hable con ella y luego venga a buscar-
me, estaré junto a la caminadora. Quiero que sepa que lo ayuda-
ré en todo lo que necesite. La verdad, esta historia me tiene un
tanto conmovido. Por favor, no se demore más de lo necesario,
y un consejo: no intente meter rápidamente información en su
cabeza, solo siga la corriente de lo que le diga, ella sola armará el
rompecabezas, ¿de acuerdo? No la presione… Y, a decir verdad,
su condición se debe solo a los golpes que ha sufrido, fueron un
tanto graves, pero se recupera rápidamente.

174 • Franco G. Feltan


—Dios, se lo agradezco doctor, pero… ¿por qué no mencio-
nó antes lo ocurrido? —agrego mientras le sostengo la mirada.
—Es que no podemos contar lo que sucede con otros pacien-
tes. Es solo que esto me dejó sumamente intrigado. Qué increí-
ble historia, de verdad. Ahora vamos… Ve a disculparte y recuer-
da, Aarón… —en un tono totalmente diferente, dice—: Si no
deseas escuchar, serás sordo. Si no aprendes a ver, serás ciego. Y si
no intentas vivir, puedes morir.
—Espere… ¿qué dijo? —por un instante logro recordar esa
pequeña frase. Es la misma que estaba escrita en aquel pequeño
trozo de papel cuando salí de aquella espantosa celda…
—Dije que ella sufrió graves golpes y se recupera rápidamen-
te, que simplemente no presione sus memorias… —contesta
como volviendo a la normalidad y esquivando la pregunta.
—Mmm… está bien, disculpe, solo me pareció escuchar otra
cosa… —le digo intentando disimular la sospecha de que algo
raro está ocurriendo—. Muchas gracias, de verdad se lo agradez-
co doc. —Por más que me haga el tonto, estoy muy seguro de
lo que escuché, pero ¿qué sentido tendría que sea así? ¿Acaso en
realidad pasaron algunas cosas…? No lo entiendo…
Así, mientras él se aleja, yo simplemente permanezco unos
segundos quieto en el lugar para observarla y tomar fuerzas para
enfrentar de la mejor manera posible esta situación. Al fin y al
cabo, aún debe estar un poco molesta por lo que ha ocurrido. Así
que lentamente, comienzo a avanzar hacia ella. Cuando estoy a
no más de tres metros de distancia, las piernas comienzan a tem-
blarme, y mi estómago se retuerce de los nervios. En realidad,
estoy más que nervioso… Es mi única oportunidad.
Al otro lado • 175
—Disculpe señorita, ¿cómo está usted? —le pregunto mien-
tras me acerco lentamente hasta ella.
—Buenas tardes, ¿qué quiere? —dice un tanto enfadada—.
No me diga que viene a pasarse de listo nuevamente… Ya le dije
que tengo marido.
—Oh no, todo lo contrario, solo quería disculparme con us-
ted por el malentendido que tuvimos esta mañana, ¿sí? Mire, es
que estaba un poco sedado por los medicamentos que me dan
para el dolor, ¿sabe? No fue mi intención pasarme con usted,
espero pueda entenderlo, lo siento.
—Mmm… bueno está bien, lo perdono —dice mientras aún
intenta ignorarme—, pero solo porque sé lo que se siente, los
míos también son fuertes y me causan muchos mareos, incluso a
veces hasta ganas de vomitar…
—Sí, es verdad, como le dije antes, lo siento. Espero que su
marido no se haya enterado. No quisiera tener problemas y me-
nos en estas condiciones, como podrá ver…
—No, no se preocupe por él… Oiga, ¿puedo hacerle una pre-
gunta? Si no le molesta, por supuesto…
—No, claro que no, adelante.
—Sabe, su rostro se me hace familiar. ¿Lo he visto antes en
algún otro lugar? Sé que tal vez no es el momento, pero aprove-
chando que usted se acercó para hablar… qué mejor momento
para sacarme esta duda. Es decir, cuando lo vi en la habitación
por un segundo sentí conocerlo, aunque no logro recordar si
verdaderamente es así. Ahora le pido disculpas yo, debo estar
sonando como una loca…

176 • Franco G. Feltan


—No me va a creer, pero a mí me ocurre lo mismo —le digo
sonriendo y con cara de asombro—. Es como si la hubiera visto
antes, pero no, la verdad no recuerdo de dónde. Qué extraño es
esto…
—No importa, tal vez solo se parece a alguien que conozco
—contesta y mira hacia otro lado.
—Sí, seguramente es eso. Disculpe, su nombre es…
—Mía.
—Mucho gusto señorita, soy Aarón… —Estiro la mano
mientras me presento.
Mientras charlamos amablemente, ella sigue con sus ejerci-
cios normalmente. Pero cuando le digo mi nombre se detiene
sin más, voltea a verme y se queda unos segundos mirándome
fijo a los ojos, como si intentara descifrar algo en ellos. Quizás su
mente comienza a recordar, o al menos es lo que estoy esperando.
—¿Te sientes bien, Mía?
—Sí, sí, es que… Nada, no importa. Me duele un poco la
cabeza, es todo…
—De acuerdo. Siento mucho si dije algo extraño o que la
incomodara…
—Dije que estoy bien… —afirma—. ¿Usted también tiene
cita en esta sesión?
—De acuerdo, de acuerdo, está bien. ¿Siempre está así, de
mal humor? No se lo tome a pecho —advierto intentando cam-
biar el tenso ambiente—. Es solo un mal chiste… Y sí, justo aho-
ra debo comenzar con un poco de caminata también... Como
verá, tuve un accidente de tránsito y mis piernas y tobillo están
muy lastimados.

Al otro lado • 177


—Sí, es un mal chiste… pero, de todas formas, no. Es que
no estoy pasando un buen momento. Alguien más debería es-
tar aquí conmigo ahora, pero jamás ha llegado —acota mientras
baja la mirada muy triste.
—Oh entiendo, cuánto lo siento, creo que me imagino a
quien se refiere. Pero tenga un poco de paciencia, quizás solo es
un retraso, nada más…
—La verdad es que no sé ni por qué estoy contándole esto a
usted, ni siquiera lo conozco… Lo siento, es que estoy muy con-
fundida, siento como si hubiera algo que me estoy perdiendo,
como si algo me faltase. Como si lo tuviera justo frente a mí pero
no logro reconocer qué es.
—Mire, para estar a mano, le contaré algo, pero no se lo diga
a nadie, ¿de acuerdo? Es un secreto.
—De acuerdo —responde entusiasmada—. Jamás diría nada.
Pero… ¿cómo puede tener esa confianza, señor? No me conoce.
—¿O tal vez sí, no lo cree? Mire, yo estoy aquí por un acci-
dente de auto que tuve hace aproximadamente un mes, como le
estaba contando hace un momento. En él, me golpeé muy fuerte
la cabeza, al igual que usted y por las vendas que veo, ¿usted
también recibió uno, no es así?
—Pero qué observador es usted, mi amigo… Sí, así es, aun-
que no recuerdo con franqueza muy bien cómo ocurrió.
—Vaya, debe ser confuso, lo entiendo. El mío fue un choque
de frente contra un vehículo rojo, no recuerdo la marca, pero era
rojo... Y no me lo va a creer, pero también esperaba encontrarme
con alguien aquí, ¿y qué crees? Aún no ha llegado. Al parecer

178 • Franco G. Feltan


tenemos mucho en común, señorita… —le digo mientras inten-
to persuadirla.
—Sí, creo que podríamos decir que sí, Aarón.
—¿Lo ve? Quizás solo no recordamos bien las cosas, quizás sí
nos conocemos… aunque estemos conociéndonos por primera
vez. En fin, como sea, debo ir con el doc. Me está esperando, le
pedí diez minutos para disculparme con usted, pero ahora tendré
que decirle que me encontrado a una vieja amiga… La verdad
fue un placer conocerla, señorita…
—Está bien… como quiera, creo que después de todo me
caes bien. Al menos así hablando la hora aquí pasa más rápido,
¿no?
—De seguro, en eso tienes razón. —Aprovechando el jue-
go de miradas y la espontánea conexión, continúo—: Bueno…
ahora me voy, luego podríamos hablar. Solo digo… matar el
tiempo sin correr el riesgo de que alguien más quiera matarme si
me ve cerca de ti, ¿no lo crees?
—No te preocupes, eso no pasará. Además… ni siquiera se
preocupó en venir a verme.
—Lo siento… nos vemos luego Eli… —digo alzando la
voz—. ¡Perdón! Digo… Mía.
—¿Eli? —contesta en voz baja y con gran inseguridad.
—No, discúlpeme… me confundí el nombre, eso es todo…
—Está bien, no se preocupe… es que conozco a alguien que
se llama Eli. Hasta luego, Aarón.
—Hasta luego, querida…
Sin dudas era todo como lo ha dicho el doc. Ella lentamente
Al otro lado • 179
parece ir armando piezas del rompecabezas en su mente, creo
que hoy ha logrado un gran avance. Incluso mi rostro, le ha re-
sultado familiar… Al nombrar a Eli, ella volteó a responder y,
por si fuera poco, me dijo recordar a alguien con dicho nombre.
Sin dudas, todo está resultando genial, ya tiene grandes pistas o,
al menos, algo en que pensar. Además, solo es cuestión de tiem-
po para que recupere por completo la memoria. Creo que debo
mantenerme al margen de la situación y poco a poco volverá su
memoria. Ahora solo debo esperar a mañana, pero antes tengo
que realizar estos horribles y aburridos ejercicios.
Luego de dos horas de aburrimiento extremo, y aunque ni un
solo minuto he podido sacar mis ojos de ella. Mía ha terminado
su rutina y va de regreso a su habitación, pero justo antes de salir
de la sala, uno de los médicos se acerca a ella, no muy lejos de
donde me encuentro, y logro escuchar que alguien la espera en
su habitación, alguien que dice ser su marido.
Una tormenta de celos invade mi alma… y el mal humor me
llena al escuchar tal cosa. Apenas si estaba celebrando que las
cosas comenzaban a marchar relativamente bien y ocurre esto…
De hecho, estoy tan enfadado que he decidido no prestar más
atención al tema, y seguir con mi rutina un rato más. Al cumplir-
se la hora, el doctor me lleva de regreso a mi habitación sumer-
gido en el silencio. Allí esperaba Mariano acostado en la cama
viendo la televisión, ya hasta parece disfrutar de estar aquí. El
pobre prácticamente se ha mudado al hospital.
—¿Y, amigo? ¿Qué tal fue todo? Vamos, cuéntame, estuve
muy impaciente esperando a escuchar buenas noticias —repite
una y otra vez, muy ansioso.

180 • Franco G. Feltan


—Es complicado Marian, y ahora no estoy de mucho humor
para hablar, ¿de acuerdo?
—Ey pero… ¿qué pasa? —pregunta con cara de desilusión—.
¿Qué sucede?
—Es Mía… Marian, ella no recuerda nada, aunque sí, mu-
chas cosas le resultan familiares. Mi rostro, el nombre Eli, varias
cosas… Incluso acordamos vernos para charlar mañana. Hasta
ahí, todo perfecto, ¿sabes…? Pero su marido vino a verla y ella
todavía lo recuerda a él, como si todo lo ocurrido luego del lim-
bo no hubiera pasado…
—Entiendo Aarón, pero aquí hay algo que tú no sabes,
¿cierto?
—¿A qué te refieres con algo que no sé…? ¡Carajo! ¿Por qué
siempre soy el último en enterarme de las cosas…?
—Dios, hermano… él ya no es su marido, ¿entiendes? Ese
tipo la abandonó mientras ambos estaban en coma, creí que te lo
había contado, lo siento… pero no tienes por qué preocuparte
por ello. Te diré más, tan solo 15 minutos antes que llegaras, él
se marchó de su habitación. Solo vino a decirle que se va para
siempre… que termina con ella, que no la quiere y formará una
familia en otro lado, ¿puedes creerlo? Mientras ella luchaba por
su vida el idiota la dejó aquí sola y se marchó con otra… y ahora
tiene el valor de venir y, aun estando ella así, decirle todo eso…
—¿De verdad me lo estás diciendo? No puedo creerlo, ese
hijo de perra es un desgraciado… casi nos mata y ahora piensa
marcharse… —respondo levantando la voz y golpeando los bra-
zos al costado de la silla—. No puede quedar así.
—Vamos, ¿cuándo te he mentido Aarón?
—Entonces, eso me deja más tranquilo, gracias por la tardía

Al otro lado • 181


información, Marian. Y, por cierto… ¿me dejas lugar en mi
cama?
—De nada, amigo. Sí, lo siento, es que me entusiasmé con
todo esto… Vamos, te ayudo, sube… Por cierto, ya que lo nom-
braste… ¿por qué dices que ese tipo casi los mata?
—Muchas gracias, espero no te hayas acostumbrado dema-
siado a este lugar, en pocos días nos iremos, ya me lo dijo el
doctor. Y con respecto a ese hombre… solo olvídalo… Cuando
salgamos de aquí buscaré la forma de encontrarlo. Ahora solo
quiero recuperar a Mía y, si no te molesta, quisiera dormir un
poco. Estoy cansado y con un leve dolor de cabeza. Tú haz lo que
quieras, solo intenta no despertarme, ¿sí? Mañana será un largo
día… en realidad será una semana muy larga.
—Como usted diga, jefe…
—Solo bromeo, es bueno volver a reír —digo mientras re-
cuerdo viejos tiempos con nostalgia.
—Sí, como digas Aarón, solo duérmete…
—Si tú lo dices… ¿sabes? De verdad extrañaba estas cosas,
amigo…
—¡Oh vamos…! No te pongas meloso ahora, ¿quieres?
Mañana hablaremos, ¿está bien? Ahora báñate y avísame si nece-
sitas algún tipo de ayuda…
—De acuerdo, de acuerdo… sé que tú también…
—Bien, puede que tengas razón… pero ve a ducharte, en me-
dia hora vendrá el médico para comprobar tu estado. Ya sabes la
rutina…
—Está bien, igualmente me siento estupendo… Saldremos
antes de lo que crees, recuerda eso.

182 • Franco G. Feltan


CAPÍTULO XII
Un recuerdo de amor
A la mañana siguiente, al despertar Mariano justo entra a la
habitación y, a mi parecer, o tal vez porque aún estoy muy dor-
mido, percibo en su rostro que ocurre algo raro. Es como si qui-
siera decirme algo. Además ¿a dónde ha ido? No lo sé, lo conozco
lo suficiente como para notar cuando hay algo más detrás de una
gran sonrisa al verme o una simple mirada.
—Hola hermano, ¿cómo estás? Veo que recién te levantas.
Vamos, arriba, enseguida vendrá la enfermera con la comida. Sí
que dormiste, ya es casi medio día.
—Sí, es que tuve un loco sueño, no lo recuerdo mucho, solo
que era con Mía… como si ella recuperara la memoria nueva-
mente, pero no quería estar conmigo. No lo sé, no dejo de pensar
un segundo en ella… Solo es eso, me siento explotar de tanto
pensar.
—Me lo imagino amigo, pero solo fue un sueño, no hagas
caso… Eso sí que fue solo un sueño… —me dice mientras aco-
moda las sábanas a los pies de la cama.

Al otro lado • 183


—Mira… después de lo ocurrido ya no sé qué es un sueño…
Creo que me entiendes, ¿verdad?
—Sí, claro, supongo que tienes razón… pero es una locura si
lo piensas detenidamente…
Es difícil en verdad descifrar qué esconde Marian, pero imagi-
no que si fuera algo grave me lo diría sin más. Además, su rostro
es más de sorpresa o algo así, es decir… lo conozco. Pero justo
antes de que dijera algo al respecto, alguien golpea la puerta del
cuarto.
Mariano se encarga de atender y detrás de él veo ingresar a la
enfermera que trae esa horrible bandeja con esa horrible comida
que siempre hay. Eso debería cambiar un poco, ni siquiera tiene
una pizca de sal… ¿no habrá otra cosa para comer, Dios mío?
—Buenos días señor… ¿cómo se siente hoy?
—Muy bien, gracias enfermera... Mire, la verdad no tengo
mucho apetito hoy, ¿cree que podría saltear el almuerzo? Además,
no es por nada personal, pero no me gusta la comida sin sal.
—Está bien Aarón, no hay problema —dice la enfermera
mientras apoya la bandeja sobre una pequeña mesa—. La verdad
tiene razón, también pienso que no es muy atractiva la comida
pero bueno, es lo que hay, ¿no? Igual, de todas formas, le reco-
miendo almorzar así estará mejor y se recuperará más rápido,
recuerde que este tiempo que permaneció en coma no ha comido
nada.
—Supongo que tiene razón, muchas gracias enfermera...
—No es nada, es mi trabajo. Además creo que es usted quien
estará más agradecido esta vez —dice mientras esboza una

184 • Franco G. Feltan


peculiar sonrisa y mira a Mariano—. Tal vez no tenga casi ham-
bre, pero tengo algo que sí va a interesarle mucho.
La verdad es que este día está resultando ser aún más extraño
de lo que esperaba. Yo solo pienso en esperar hasta la tarde para
ver a Mía. Pero, al parecer, no va a ser tan simple. Creo que
estoy sugestionado, o de verdad algo está ocurriendo y nadie se
anima a decirme. Mientras ellos charlan, noto que están un poco
ansiosos. Ni siquiera conozco a la enfermera, pero la sensación
que transmiten es de mucha ansiedad. Y, en parte, comienza a
molestarme, ¿pero qué puede ser tan malo?
La mujer entrega la bandeja con el desayuno a Mariano, que
está justo a su lado con cara de complicidad. De verdad me siento
presionado por algo que ni siquiera entiendo. Ambos me miran
de una manera poco común, se les nota incluso una leve sonrisa
que intentan camuflar. Cuando estoy a punto de preguntar si
algo más está pasando, ella mete la mano en uno de sus bolsillos
y saca un trozo de papel doblado a la mitad. Se acerca hasta mí y,
con una sonrisa muy cálida y de buena fe, me dice:
—Espero que esto logre levantarle el ánimo, señor. Tome…
es para usted. Ahora, si me permite, debo retirarme y continuar
con mi trabajo.
Yo estiro el brazo izquierdo, tomo la carta entre mis manos
y la abro. Es una pequeña carta escrita a mano y de ella emana
un perfume que jamás podría olvidar. Apenas siento su aroma,
se me llenan los ojos de lágrimas. Es la colonia que usa Mía. La
carta decía lo siguiente:

Al otro lado • 185


Señor Aarón:
Solamente le escribo para despedirme. Me agradó haber hablado
con usted ayer, parece una buena persona. Lamento que no haya-
mos podido conocernos mejor. Anoche, luego de la sesión de reha-
bilitación, me informaron que hoy me trasladaban a otro hospital
por falta de algunos papeles. Como sabrá, estoy sola. La visita que
esperaba ayer jamás llegó. No sé qué hacer en este momento. Debo
arreglármelas sola.
Por otra parte, le escribo esta carta para disculparme por lo acon-
tecido entre ambos hace justo un mes. Estuve consultando todo lo
ocurrido, ya que luego de nuestra pequeña charla algunas cosas me
llamaron de más la atención. Desde ya, lo siento mucho, siento mu-
cho haberlo lastimado, y me refiero al accidente. No sé perfectamente
en qué términos ocurrió, pero si está de acuerdo, podríamos vernos
y charlarlo en algún momento. Lo buscaré y me pondré en contacto
en cuanto pueda. Después de todo ambos nos estrellamos y ambos
resultamos casi en el mismo estado. La vida es muchas veces muy
extraña, ¿no lo cree? Actúa de manera inesperada, tanto es así que
terminamos conociéndonos como dos conocidos desconocidos.
Para no hacer esto tan serio, me tomé el atrevimiento de dejar
algo para usted en el patio de recreo, junto a la fuente para aves, en el
asiento que hay allí. Para ser sincera, pensaba dárselo a mi marido,
mejor dicho exmarido, ya que anoche terminamos. Sinceramente
creo que no lo amaba, y él tampoco a mí, solo la costumbre nos man-
tenía unidos, quizás algo más.
Usted me cae muy bien… Espero que me recuerde siempre, y qui-
zás la vida nos vuelva a encontrar en otra circunstancia, al menos…
nuevamente en un sueño. Sin más, lo saluda su amiga de hospital,
Mía…
Pd: ¡No olvides buscar junto a la fuente en el patio!

186 • Franco G. Feltan


Apenas termino de leer la nota, mi corazón se llena de intriga
y entusiasmo. Puedo estar triste por lo que ella cuenta, el cam-
bio de hospital. Pero en el fondo sé perfectamente que hay algo
más… Si no… ¿por qué dice: “quizás la vida nos vuelva a encon-
trar, aunque sea en un sueño…”? Eso es suficiente para sospechar
que en la nota hay algo más… Tengo tantos deseos de verla que
no puedo creer que se haya marchado sin más. ¿Nadie ni siquiera
me avisó de esto? Qué decepción…
Sin más tiempo que perder, totalmente intrigado y con cier-
ta euforia, miro a Mariano en la sala y, sin decir nada, él me
pregunta:
—¿Qué dice la carta, amigo? Por tu cara podría decir que
algo no muy bueno —dice mientras se acerca por el costado para
leerla.
—Eso creo, Marian. Es de Mía, y dice que la trasladaron a
otro hospital por falta de papeles para su internación, o creo que
a eso se refería. —Realmente muy triste, aparto la mirada—.
Toma, léelo tú mismo. ¿Sabes? No puedo creer que esto me esté
pasando… Mi corazón va a estallar, amigo.
Doblo la carta, y se la paso, lleno de incertidumbre. No solo
para que la leyera, sino más con la intención de ver su rostro, su
expresión. Desde que me levanté, noto algo extraño a mi alre-
dedor, sé que algo se trae entre manos y me trae tanto ilusiones
como desagrado. Esa carta, al igual que la enfermera y Marian,
está llena de puntos que no logro entender... Me siento tan es-
túpido y triste… Me siento simplemente perdido. Al terminar
de leer, noto que Mariano está mirándome con cierta cara de
Al otro lado • 187
desconsuelo… No sabe qué decirme, está parado frente a mí y
no deja de mirarme fijamente.
—¿Qué sucede? ¿Por qué me ves así?
—Solo espero que te levantes de allí y vayas al patio de recreo.
Aquí dice… y, a decir verdad, no sé qué estas esperando, Aarón.
Ella acaba de irse… ¿y no buscarás lo que dejó para ti?
—¿Qué dices? Por supuesto que sí, es que estoy pensando
muchas cosas. Vamos Marian, ayúdame a levantarme, siempre
me mareo un poco, aunque por suerte menos que antes.
—Está bien, vamos, toma mi mano y siéntate en la silla de
ruedas —me dice mientras prepara la silla.
—Juro que odio esta silla, pero tampoco me queda otra op-
ción, al menos hasta que duelan menos las piernas para caminar
con muletas. Vamos, acompáñame, no me animo a afrontar esto
solo…
—De acuerdo, vamos… Muero por saber qué será…
Es así que nos dirigimos hacia el patio de recreo. Pasamos por
un largo pasillo lleno de habitaciones, y justo al fondo está el
ascensor. Debemos llegar hasta el tercer piso, donde se encuentra
el patio con cierto espacio al aire libre, diseñado como techo eco-
lógico lleno de vida verde… Al tomar el ascensor, mi estómago
ya comienza a revolverse, como si tuviera mil mariposas dentro
buscando por donde salir. Estaba sin dudas más que nervioso
nuevamente… Francamente no sabía que esperar.
Al llegar al lugar indicado por Mía, se me van las miradas en
suspiros… Justo donde el sol marca las primeras horas, al lado de
la fuente para aves que enmarca el banco de los pensamientos…

188 • Franco G. Feltan


hay otra pequeña carta esperando, doblada de la misma forma
que la anterior, justo en medio y también perfumada. La abro y
en ella no hay más que una pequeña frase que dice:
“LAS MEJORES AVENTURAS LAS VIVÍ CONTIGO…
AHORA, QUISIERA VIVIR CONTIGO Y CONTAR LAS
MEJORES AVENTURAS”.
Justo cuando termino de leer y miro al cielo rogando con un
suspiro por su amor, desde atrás, dos manos tapan mis ojos y en
mi rostro se dibuja la sonrisa más hermosa de todas. Muchos
dirán que todo es cursi, yo digo que en el momento en que sus
manos cubrieron mis ojos, supe por fin que esta vida nos puede
tumbar muchas veces, y que no importa que tan fuerte seas o si
estás preparado para la pelea, sino cuántas veces puedes levantar-
te y seguir luchando por lo que amas y quieres de verdad.
La sorpresa me ha dejado congelado en el lugar, sin poder
decir nada en absoluto. Mi cuerpo está invadido por emociones
que no logro explicar con simples palabras; en ese instante solo
bastó con escuchar su voz…
—¿Quién soy? —me pregunta con la voz más dulce y una
gran emoción—. Vamos, apuesto que no esperabas algo así, ¿ver-
dad? No digas nada, ese pequeño suspiro lo sentí en el fondo de
mi alma. Aquí estoy, mi amor.
Al voltear, veo a Mía parada justo detrás de mí, mirándome
con todo su amor. Lo único que logro decir es…
—Juro que te amo tanto mi amor, pensé que te perdería otra
vez. Jamás me vuelvas a abandonar, ¿de acuerdo? Te amo tanto…
—respondo con un gran nudo en la garganta mientras tomo sus
manos.
Ella no dijo nada. Solo nos abrazamos en ese momento y

Al otro lado • 189


sentimos que por fin toda la historia ha terminado, pero que
otra nueva ha iniciado.
Mariano, quien se ha quedado esperando en la entrada del
patio, no para de reír por mi reacción y nos mira tan emociona-
do que sus propias lágrimas de felicidad pueden decirlo todo. Y,
sin quedarme atrás, me siento como un niño, no puedo dejar de
llorar un segundo. Todos estamos en la misma situación, llenos
de alegría…
—Aarón, mi amor, mírame. De verdad lo siento. Lamento
mucho lo que ocurrió estos días, pero de alguna forma anoche,
luego de hablar contigo, mi mente comenzó a recordar cosas
como un sueño, pero no le di tanta importancia. Al dormirme
por la noche, luego de dejar ir los últimos malos momentos que
pasé con ese tipo y aceptar que jamás le importé, soñé nueva-
mente con Eli… Juraría que fue ella quien me ayudó a superar lo
que faltaba ya que, al despertar, recordaba todo lo que habíamos
pasado juntos en aquel lugar de sueños o limbo. Sentí en ese mo-
mento que al fin me había despertado del todo y que estos días
estaba viendo todo como detrás de un espejo. Pero ahora estamos
aquí, tú y yo. No importa qué ocurra de aquí en más. Siempre
estaremos juntos, ¿verdad?
—Amor, eso no deberías ni preguntar, sabes que te amé siem-
pre, te amo y siempre lo haré, pase lo que pase, juntos para siem-
pre. Ahora, una última cosa… aquí todos sabían de esta broma,
¿no es así?
—Tú lo has dicho amigo… pero no digas que no fue algo
¡genial! —responde Mariano mientras ríe a carcajadas.
—Sabía que ocultabas algo, Mariano… Dios, qué locura, en
190 • Franco G. Feltan
verdad no sabía cómo tomar todo lo que estaba pasando, pero
ahora soy feliz, tengo todo lo que quiero y no me falta más nada
si los tengo a ustedes conmigo. Así que bueno, creo que… así
seguirá esto, ¿no? —sostengo mientras la miro directo a los ojos
y me pongo de pie para besarla—. Un hermoso y lindo final fe-
liz… Vamos… Volvamos todos a la habitación y charlemos, creo
que hay mucho por hablar, y más por agradecer… —Mientras la
beso, una y otra vez repito—: Te amo Mía, me haces el hombre
más feliz del mundo.
Luego de haber vivido una experiencia tan increíble como
la que nos tocó vivir con Mía, creo que podría decir que nunca
estamos solos, que efectivamente hay algo más allá, del otro lado.
Por más que no podamos sentirlo, todo está allí afuera, a nuestro
alrededor y en constante cambio. Hasta puedo asegurar que en
el mismo momento, pero sin tiempo. Todo lo que nos ocurrió
allí fue para cambiar nuestras vidas de alguna forma. Desde el
momento que entré allí, todo parecía ser cada vez más difícil,
pero siempre lo difícil al final vale la pena, y de eso estoy seguro.
Tal vez todos los destinos estén escritos, o tal vez no, pero
lo que sí puedo asegurar es que no importa cambiar el destino
en sí. Lo que verdaderamente importa es cambiarnos a nosotros
mismos y, por ende, nuestros destinos se irán modificando a la
par. De seguro no será fácil y nunca lo será, se necesita de mucha
fuerza y voluntad, pero una vez encontrado el camino del cam-
bio no debemos desviar la mirada.
Todo es posible y nada es imposible, que así lo parezca no
significa que así sea… Cada cosa que podamos imaginar lo pode-
mos concretar. Solo depende de que tanto lo deseemos. Vivamos

Al otro lado • 191


siempre con la frente en alto y orgullosos de lo que somos, somos
únicos e indispensables en la vida. Yo creía que estaba totalmente
perdido, que ya no tenía forma de cambiar mi vida ni los errores
del pasado. Estaba desperdiciando el regalo de la vida, a tal pun-
to que hasta me olvidé quien era yo en realidad.
Tal vez lo que me ocurrió no fue solo para cambiarme a mí,
sino a todo mi entorno, o incluso para expresarlo al mundo, ex-
presarlo al universo entero. Dar una segunda oportunidad, una
segunda visión de las cosas. Mi mayor logro es que me aferré a la
vida… a mi vida, y nunca volveré a sentirme infeliz… Hoy me
considero el hombre más feliz del mundo. ¿Y tú mayor logro cuál
es? Recuerda… Jamás dejes de creer, jamás dejes de soñar y no
dejes de vivir. Porque si no vives con sueños, dejarás de creer y si
dejas de creer dejarás sin vida a tus sueños.

192 • Franco G. Feltan


ÍNDICE
Prólogo................................................................................... Pág. 5

∞ | CAPÍTULO I
¿Solo un sueño?..................................................... Pág. 9

∞ | CAPÍTULO II
¿Raptado?............................................................... Pág. 21

CAPÍTULO III
Un lugar extraño................................................. Pág. 35

∞ | CAPÍTULO IV
El encuentro........................................................... Pág. 53

∞ | CAPÍTULO V
Toda acción tiene su reacción.................... Pág. 73

∞ | CAPÍTULO VI
Aún te quiero......................................................... Pág. 91

∞ | CAPÍTULO VII
Sentimientos encontrados......................... Pág. 109
∞ | CAPÍTULO VIII
El perdón............................................................... Pág. 127

∞ | CAPÍTULO IX
La segunda oportunidad............................ Pág. 143

CAPÍTULO X
Estamos de vuelta........................................... Pág. 155

∞ | CAPÍTULO XI
No me olvides.................................................... Pág. 171

∞ | CAPÍTULO XII
Un recuerdo de amor.................................... Pág. 183
Este libro se terminó de imprimir
en julio de 2018
Córdoba - Argentina

www.tintalibre.com.ar
info@tintalibre.com.ar
+54 351 3581899

También podría gustarte