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Atrapados en un matrimonio sin amor

“En una sociedad con tan alto porcentaje de divorcios, no solo es probable que más
matrimonios infelices acaben divorciándose, sino que más matrimonios sean infelices.”
(COUNCIL ON FAMILIES IN AMERICA.)

SE DICE que la mayoría de las alegrías que nos da la vida, así como la mayoría de los disgustos, proceden de la
misma fuente: el matrimonio. De hecho, existen pocas cosas que puedan producirnos tanta felicidad o tanto
dolor. Como indica el recuadro adjunto, para muchas parejas su enlace matrimonial es una experiencia
sumamente dolorosa.

Sin embargo, las estadísticas sobre el divorcio revelan solo parte del problema. Por cada matrimonio que
naufraga, infinidad de parejas permanecen a flote en aguas estancadas. “Éramos una familia feliz, pero los
últimos doce años han sido horribles —confesó una mujer que llevaba casada más de tres décadas—. A mi
esposo no le importan mis sentimientos. En realidad es mi peor enemigo en sentido emocional.” Asimismo, un
hombre que se casó hace casi veinticinco años se lamentó: “Mi esposa me ha dicho que ya no me ama, pero
que si nos limitamos a vivir bajo el mismo techo y en los momentos de ocio cada uno va por su lado, podrá
soportarlo”.

Algunas personas que se hallan en una situación tan desesperada ponen fin a su matrimonio. No obstante,
para muchas otras, el divorcio no es una opción. ¿Por qué? Según la doctora Karen Kayser, ciertos factores
como los hijos, el estigma social, la situación económica, los amigos, los familiares y las creencias religiosas
pudieran evitar la ruptura de una pareja que haya dejado de quererse. “Ante los obstáculos para divorciarse
legalmente —señala—, estas personas optan por seguir juntas, aunque divorciadas emocionalmente.”
¿Debe resignarse a llevar una vida de insatisfacción la pareja cuya relación se ha enfriado? ¿Es el matrimonio
sin amor la única alternativa aparte del divorcio? La experiencia demuestra que muchos matrimonios que
pasan por problemas pueden  salvarse y evitar, no solo el dolor de la ruptura, sino también el sufrimiento que
ocasiona el desamor.
[Recuadro de la página 3]
El divorcio alrededor del mundo
• Australia: El número de divorcios casi se ha cuadruplicado desde principios de los años sesenta.
• Canadá y Japón: Un tercio de las uniones conyugales terminan rompiéndose.
• Estados Unidos: Desde 1970, las parejas que se casan no tienen más que un 50% de probabilidades de
mantener una relación perdurable.
• Gran Bretaña: Según los pronósticos, 4 de cada 10 matrimonios culminarán en divorcio.
• Zimbabue: El divorcio pone fin aproximadamente a 2 de cada 5 matrimonios.
¿Por qué se desvanece el amor?
“Parece mucho más sencillo enamorarse que seguir enamorado.”—Doctora Karen
Kayser.

QUIZÁS no nos sorprenda que los matrimonios sin amor estén proliferando. La unión conyugal es una relación
humana compleja, y muchas personas la inician sin estar preparadas. “Para conseguir la licencia de conducir,
tenemos que demostrar que poseemos cierta habilidad —observa el doctor Dean S. Edell—, pero la licencia
matrimonial se puede obtener con tan solo una firma.”

Por eso, mientras que muchos matrimonios prosperan y son felices, otros pasan por momentos de tensión.
Quizás uno de los cónyuges o ambos se casen con grandes expectativas, pero carezcan de las aptitudes
necesarias para mantener una relación duradera. “Cuando dos personas inician una amistad íntima —señala el
doctor Harry Reis—, sienten que cada una aporta a la otra un sentimiento de valía personal.” Creen que su
pareja es “la única persona del mundo que comparte sus puntos de vista. Ese sentimiento a veces desaparece,
lo que puede tener graves repercusiones en el matrimonio”.

Afortunadamente, muchas relaciones conyugales no llegan a ese punto. No obstante, resumiremos algunos
factores que en ocasiones han contribuido a que el amor se desvanezca.

Desilusión: “Esto no es lo que yo esperaba”


“Cuando me casé con Jim —relata Rose—, creía que nuestra relación sería como la de la Bella Durmiente y el
Príncipe Azul, llena de amor, ternura y consideración.” Sin embargo, al poco tiempo, el “príncipe” de Rose
perdió su encanto. “Acabé llevándome una terrible desilusión”, afirma.

Numerosas películas, libros y canciones populares ofrecen una visión poco realista del amor. Durante el
noviazgo, muchas personas pudieran sentirse como si estuvieran viviendo un sueño hecho realidad y concluir
al cabo de algunos años de casadas que, sin lugar a dudas, solo se trataba de un sueño. Un matrimonio viable
pudiera parecer un absoluto fracaso por el mero hecho de no haberse convertido en un idilio de cuento de
hadas.

Claro, algunas expectativas son del todo apropiadas. Por ejemplo, es normal esperar amor, atención y apoyo
del cónyuge. Y, sin embargo, incluso estos deseos pudieran no satisfacerse. “Es casi como si no estuviera
casada —dice Meena, una joven de la India—. Me siento sola y abandonada.”

Incompatibilidad: “No tenemos nada en común”


“Mi esposo y yo somos polos opuestos en casi todo —admite una mujer—. No pasa un día sin que me
arrepienta amargamente de haberme casado con él. Sencillamente somos incompatibles.”

Por lo general, los recién casados no tardan mucho tiempo en descubrir que no se asemejan tanto como les
parecía durante el noviazgo. “El matrimonio pone de manifiesto rasgos de la personalidad que ellos mismos
desconocían antes de casarse”, escribe la doctora Nina S. Fields.
De ahí que haya parejas que después de contraer matrimonio tal vez concluyan que son totalmente
incompatibles. “Aunque tengan algunos gustos y rasgos del carácter parecidos, la mayoría de las personas se
casan con alguien cuyo estilo de vida, costumbres y actitud difieren bastante del propio”, indica el doctor
Aaron T. Beck. Muchos cónyuges no saben cómo conciliar esas diferencias.

Discrepancias: “Siempre estamos discutiendo”


“Nos quedábamos atónitos de ver cuánto nos peleábamos; incluso nos gritábamos, o lo que es peor,
dejábamos de hablarnos durante días”, relata Cindy al recordar los primeros días de su vida de casada.

Es inevitable que surjan desacuerdos entre los cónyuges. Pero ¿cómo pueden resolverse? “En un matrimonio
saludable —escribe el doctor Daniel Goleman—, el marido y la mujer se sienten libres de manifestar una queja.
Pero con demasiada frecuencia, en el calor de la discusión, las quejas se manifiestan de una forma destructiva,
como un ataque a la personalidad del cónyuge.”

Cuando esto sucede, la conversación se convierte en un campo de batalla en el que se defienden las opiniones
con fuerte determinación y las palabras dejan de ser un medio de comunicación para transformarse en un
arma. Un grupo de expertos señala: “Uno de los efectos más perjudiciales de las discusiones que se escapan de
las manos es que los cónyuges tienden a decir cosas que amenazan los mismísimos pilares del matrimonio”.

Apatía: “Nos hemos dado por vencidos”


“He dejado de intentar que nuestro matrimonio funcione —confesó una mujer después de llevar cinco años
casada—. Sé que nunca funcionará. Así que lo único que me preocupa son mis hijos.”

Se dice que la verdadera antítesis del amor no es el odio, sino la apatía. Lo cierto es que la indiferencia en el
matrimonio puede ser tan destructiva como la hostilidad.

Lamentablemente, algunos cónyuges han llegado a acostumbrarse tanto a la falta de amor que han perdido
toda esperanza de que se produzca algún cambio. Por ejemplo, un marido asemejó sus veintitrés años de
matrimonio a “un empleo que no te gusta”. Y añadió: “Uno se limita a cumplir”. Así mismo, tras llevar siete años
casada, una mujer llamada Wendy ha perdido la esperanza de que su relación conyugal mejore. “Lo intenté
tantas veces —comenta—, y él siempre me defraudó. Acabé en una depresión. No quiero pasar por eso otra
vez. Si yo me dejara llevar por la esperanza, sólo me haría más daño. Más vale no esperar nada;
no disfrutaré de las cosas, pero por lo menos no me deprimiré.”

La desilusión, la incompatibilidad, las discrepancias y la apatía son tan solo algunos de los factores que pueden
contribuir a que se desvanezca el amor en el matrimonio. Es obvio que hay más razones, algunas de las cuales
se recogen en el recuadro de la página 5. Ahora bien, prescindiendo de cuál sea la causa, ¿hay esperanza para
las parejas que parecen estar atrapadas en un matrimonio sin amor?
[Ilustración y recuadro de la página 5]
Matrimonios sin amor: otros factores
• Dinero: “Quizás alguien se imagine que planear el presupuesto une a la pareja porque esta tiene que cooperar
y crear un fondo común que cubra las necesidades básicas y les permita saborear los frutos de su trabajo. Pero
también en este caso, lo que pudiera unir a la pareja en una empresa conjunta a menudo la separa”.—Doctor
Aaron T.  Beck.
• Paternidad: “Hemos descubierto que, en el 67% de los casos, la felicidad conyugal disminuye
considerablemente después de tener el primer hijo, al tiempo que su relación se hace ocho veces más
conflictiva. Esto se debe en parte a que los padres se encuentran más cansados y no tienen mucho tiempo para
ellos”.—Doctor John Gottman.
• Engaño: “Normalmente, la infidelidad implica engaño, y el engaño es, lisa y llanamente, un abuso de confianza.
Dado que la confianza es esencial en todo matrimonio feliz y duradero, ¿es de extrañar que el engaño pueda
causar estragos en la relación marital?”.—Doctora Nina S.  Fields.
• Relaciones sexuales: “Sucede con sorprendente frecuencia que para cuando la gente decide divorciarse, lleva
muchos años privándose de las relaciones sexuales. Algunos matrimonios nunca llegaron a tenerlas, y otros las
consideraban algo mecánico, tan solo un modo de satisfacer las necesidades físicas del cónyuge”.—Judith
S.  Wallerstein, psicóloga clínica.
[Ilustración y recuadro de la página 6]
¿Cómo repercute en los niños?

¿Puede repercutir en los hijos la relación matrimonial? Según el doctor John Gottman, que lleva investigando
este tema alrededor de dos décadas, la respuesta es sí. “En dos estudios realizados durante un período de diez
años cada uno —señala—, hemos descubierto que los hijos pequeños de parejas infelices presentan un ritmo
cardíaco más acelerado cuando juegan y que les cuesta más tranquilizarse. Con el tiempo, las discrepancias
maritales ocasionan un bajo rendimiento escolar, prescindiendo del coeficiente intelectual que tengan los
niños.” En cambio, añade Gottman, a los hijos de parejas bien avenidas “les va mejor en el campo escolar y
social porque sus padres les han enseñado con el ejemplo a tratar a otras personas con respeto y a sobrellevar
la tensión emocional”.
¿Hay razones para tener esperanza?
“El firme convencimiento de que la situación no va a mejorar constituye un obstáculo
para los matrimonios desavenidos. Tal convicción imposibilita el cambio pues anula la
motivación para realizar algo constructivo.”—DOCTOR AARON T. BECK.

IMAGÍNESE que tiene dolor y que acude al médico para que le haga una revisión. Está preocupado, lo cual es
comprensible. Al fin y al cabo, puede que su salud —hasta su misma vida— esté en peligro. Ahora bien,
suponga que después de haberlo examinado, el facultativo le da la buena noticia de que su problema, aunque
no es insignificante, puede  tratarse. De hecho, le dice que si sigue con cuidado una dieta equilibrada y un
programa razonable de ejercicios, se recuperará completamente. No hay duda de que sentiría un gran alivio y
obedecería con gusto su consejo.
Compare esta situación con la que estamos tratando. ¿Le causa dolor su matrimonio? Todas las parejas
afrontan dificultades y desacuerdos, lo que no significa que no se amen. Pero ¿y si la dolorosa situación
persiste durante semanas, meses o incluso años? Si ese es su caso, es normal que se preocupe, pues no se trata
de un asunto trivial. De hecho, la calidad de su relación marital puede influir en casi todo aspecto de su vida y
la de sus hijos. Por ejemplo, se cree que la infelicidad matrimonial puede ser uno de los principales causantes
de la depresión, el bajo rendimiento laboral y el fracaso escolar de los niños. Pero eso no es todo. Los
cristianos reconocen que la relación que tienen con su pareja puede afectar a su mismísima relación con Dios
(1 Pedro 3:7).
El hecho de que haya problemas en su matrimonio no quiere decir que la situación ya no tenga remedio. Si la
pareja tiene una visión realista del matrimonio, siendo consciente de que se  presentarán  desafíos, podrá ver
sus dificultades en la debida perspectiva y esforzarse por solucionarlas. Un hombre llamado Isaac dice: “Yo
no sabía que era normal que, a lo largo de los años de convivencia, las parejas tuvieran sus altibajos. Creía que
algo andaba mal entre nosotros”.
Aunque el amor que le unía a su cónyuge haya desaparecido, su matrimonio puede  salvarse. Claro está, las
heridas producidas a raíz de una relación conflictiva pueden ser profundas, sobre todo si la situación se ha
prolongado durante años. Aun así, existen buenas razones para tener esperanza. La motivación es un elemento
crucial. Hasta dos personas con graves problemas maritales pueden mejorar su relación si ambas desean
lograrlo.*
De modo que pregúntese: “¿Cuánto deseo lograr una buena relación?”. ¿Están dispuestos tanto usted como su
cónyuge a esforzarse por mejorar su vida en común? El doctor Beck, citado anteriormente, señala: “A menudo
he visto, sorprendido, cómo una relación aparentemente mala sale adelante cuando ambos cónyuges aúnan
sus fuerzas para corregir las deficiencias de su matrimonio y fomentar los aspectos positivos”. Pero ¿y si su
cónyuge no está dispuesto a cooperar? ¿O qué sucede si él o ella no reconoce que existen problemas? ¿Es
inútil que lo intente solo? ¡Por supuesto que no! “El que usted  efectúe algunos cambios —indica el doctor Beck
— pudiera motivar a su pareja a efectuarlos también. De hecho, así sucede muchas veces.”

No concluya apresuradamente que eso no ocurrirá en su caso. Tal modo de pensar derrotista pudiera suponer
la mayor amenaza para su matrimonio. Uno de los dos ha de dar el primer paso. ¿Puede ser usted? Pasado
algún tiempo, es posible que su cónyuge vea lo beneficioso de colaborar con usted en forjar un matrimonio
más feliz.

Así pues, ¿qué puede hacer —individualmente o junto con su pareja— para salvar su matrimonio? La Biblia le
ayudará a contestar a esa pregunta. Veamos cómo.

[Nota]
Hay que admitir que, en ciertos casos extremos, quizás existan razones válidas para la separación (1 Corintios
7:10, 11). Además, la Biblia permite el divorcio en caso de fornicación (Mateo 19:9). La decisión de divorciarse o
no de un cónyuge infiel es totalmente personal, y nadie debería presionar al cónyuge inocente para que opte
por una cosa u otra (véase el libro El  secreto de la felicidad familiar,  págs. 158-161; editado por Watchtower
Bible and Tract Society of New York, Inc.).
Su matrimonio puede salvarse
La Biblia contiene muchos consejos prácticos que pueden beneficiar tanto a los esposos
como a las esposas, lo cual no ha de sorprendernos, pues Quien inspiró la Biblia
también es el Fundador del matrimonio.

LA BIBLIA habla del matrimonio de forma realista. Reconoce que los cónyuges tendrán “tribulación” o que
sufrirán “aflicciones y trabajos”, según se traduce en la versión de Torres Amat (1 Corintios 7:28). Sin embargo,
las Escrituras también señalan que la unión marital puede y debe producir dicha e incluso éxtasis (Proverbios
5:18, 19). Estas dos afirmaciones no son contradictorias. Simplemente muestran que, a pesar de los graves
problemas que quizá surjan, una pareja puede mantener una relación íntima y afectuosa.

¿Carece su matrimonio de estos rasgos? ¿Han eclipsado el dolor y la desilusión la intimidad y el gozo que un
día caracterizaron su relación? Aunque el amor que los unía haya desaparecido hace muchos años, es posible
recuperarlo. Por supuesto, debemos ser realistas. No hay ningún matrimonio perfecto, pues todos somos
imperfectos. No obstante, existen medidas que contribuirán a cambiar de forma radical las tendencias
negativas.

Mientras lee la información que se presenta seguidamente, intente determinar qué puntos son aplicables en
especial a su matrimonio. En vez de centrarse en los defectos de su pareja, seleccione algunas sugerencias
que usted  puede poner en práctica y aplique el consejo bíblico. Posiblemente se dé cuenta de que la situación
de su matrimonio no es tan desesperada como pensaba.

Analicemos primero la cuestión de la actitud, puesto que su sentido del compromiso y lo que siente por su
cónyuge son de máxima importancia.

El sentido del compromiso


Si va a esforzarse por salvar su matrimonio, debe considerarlo una unión duradera. Al fin y al cabo, Dios fundó
dicho enlace para que fuera indisoluble (Génesis 2:24; Mateo 19:4, 5). Por lo tanto, la relación matrimonial
no es como un trabajo al que se puede renunciar ni como un apartamento que se puede dejar con solo romper
el contrato de alquiler y mudarse. Más bien, cuando una persona se casa, promete solemnemente no separarse
de su cónyuge, pase lo que pase. Tal profundo sentido del compromiso concuerda con lo que Jesucristo dijo
hace casi dos mil años: “Lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Mateo 19:6).
Alguien pudiera decir: “Bueno, todavía estamos juntos, ¿no demuestra eso que tenemos sentido del
compromiso?”. Quizás. Sin embargo, como se indicó al comienzo de esta serie, algunas parejas que
permanecen juntas están estancadas, atrapadas en un matrimonio sin amor. Su relación no tiene que ser
únicamente tolerable, ha de ser placentera. El compromiso debe reflejar lealtad, no solo a la institución del
matrimonio, sino también a la persona a la que se ha prometido amar y cuidar (Efesios 5:33).

Lo que le dice a su cónyuge pudiera revelar la profundidad de su sentido del compromiso. Por ejemplo,
durante una discusión acalorada, algunas parejas hacen comentarios imprudentes como estos: “¡Te dejo!” o
“¡Voy a buscarme alguien que me aprecie!”. Aunque esas palabras no se digan en serio, socavan el sentido del
compromiso porque dan a entender que la puerta está siempre abierta y que quien lo dice está listo para salir
por ella.

Para que vuelva a haber amor en su matrimonio, borre las amenazas de sus conversaciones. Después de todo,
¿decoraría un apartamento si supiera que en cualquier momento se va a mudar? ¿Por qué esperar entonces
que su cónyuge se esfuerce por salvar un matrimonio que pudiera no ser duradero? Tome la determinación de
intentar por todos los medios solucionar sus problemas.

Tras una turbulenta crisis matrimonial, una mujer afrontó la situación del siguiente modo: “A pesar de lo mucho
que a veces me desagradaba mi marido, jamás pensé en dejarle —relata—. De alguna forma íbamos a
encontrar una solución para lo que fuera que marchase mal. Y ahora, después de dos años muy  difíciles, puedo
afirmar con sinceridad que de nuevo somos felices juntos”.

En efecto, el compromiso implica trabajar en equipo: no simplemente convivir, sino luchar por alcanzar un
objetivo común. Sin embargo, es posible que en este momento piense que lo único que mantiene unido su
matrimonio sea el sentido del deber. Si así es, no se desespere. Tal vez pueda recuperar el amor perdido.
¿Cómo?

Honre a su cónyuge
La Biblia dice: “Que el matrimonio sea honorable entre todos” (Hebreos 13:4; Romanos 12:10). Las formas de la
palabra griega que aquí se traduce por “honorable” se vierten como “preciado”, “estimado” y “precioso” en el
resto de las Escrituras. Cuando valoramos algo profundamente, lo cuidamos con muchísimo esmero. Quizás
haya observado esa actitud en el hombre que acaba de comprarse un automóvil caro: mantiene su preciado
vehículo reluciente y en perfecto estado, y hasta un pequeño rasguño supone para él una gran catástrofe.
Otras personas se preocupan de forma similar por su salud. ¿Por qué? Porque valoran su bienestar y desean
protegerlo.
Cuide y proteja su matrimonio de la misma manera. La Biblia indica que el amor ‘espera todas las cosas’
(1 Corintios 13:7). En vez de pensar de forma derrotista y tal vez descartar la posibilidad de una mejoría
diciéndose: “Nunca estuvimos realmente enamorados”, “Nos casamos demasiado jóvenes” o “No sabíamos lo
que estábamos haciendo”, ¿por qué no es optimista e intenta mejorar la situación, esperando con paciencia a
que su esfuerzo dé resultado? “He oído a muchos de mis clientes decir: ‘Ya no puedo aguantarlo más’ —
observa una consejera matrimonial—. En vez de analizar su relación para averiguar en qué aspectos deben
mejorar, se apresuran a tirarlo todo por la borda, incluidos los valores que sí  tienen en común, las vivencias
que han ido acumulando a lo largo de los años y la posibilidad de disfrutar de un futuro juntos.”
¿Qué vivencias le unen a su cónyuge? Prescindiendo de los problemas que haya habido entre ambos,
seguramente puede recordar momentos agradables, logros y desafíos que han afrontado unidos como equipo.
Reflexione en esas ocasiones, y demuestre que respeta su matrimonio y a su pareja esforzándose con
sinceridad por mejorar la relación. Los cristianos deben procurar que su matrimonio dé honra a Jehová Dios. La
Biblia indica que Él desea que los cónyuges se traten bien el uno al otro. Por ejemplo, en tiempos del profeta
Malaquías, Jehová censuró a los israelitas que traicionaban a sus esposas divorciándose de ellas por
nimiedades (Malaquías 2:13-16).
¿Constituyen un grave problema las discrepancias?
Una de las principales características de los matrimonios sin amor parece ser la incapacidad de la pareja para
resolver sus desacuerdos. Dado que no hay dos personas exactamente iguales, todos los matrimonios
discrepan en algo de vez en cuando. Pero en el caso de aquellos que están constantemente enfrentados, el
amor pudiera haberse ido enfriando con el paso de los años. Tal vez hasta lleguen a la conclusión de que son
totalmente incompatibles, puesto que siempre están discutiendo.

Ahora bien, el mero hecho de que surjan discrepancias no significa que el matrimonio esté sentenciado al
fracaso. La cuestión es cómo se tratan las diferencias. Las parejas felices han aprendido a dialogar sobre sus
problemas sin convertirse, según palabras de cierto doctor, en “enemigos íntimos”.

“El poder de la lengua”


¿Saben hablar de sus problemas usted y su cónyuge? Ambos deben estar dispuestos a hacerlo. La verdad es
que no es fácil. ¿Por qué? En primer lugar, porque todos ‘tropezamos en palabra’ alguna que otra vez debido a
que somos imperfectos (Santiago 3:2). Además, algunos cónyuges se han criado en hogares en los que sus
progenitores solían dar rienda suelta a la ira. En cierto modo, se les enseñó a creer desde temprana edad que
los cambios bruscos de humor y los insultos son normales. Un hombre que haya crecido en ese ambiente
quizás sea “dado a la cólera” o “dispuesto a la furia”, y una mujer tal vez sea “deslenguada e iracunda”
(Proverbios 29:22; Proverbios 21:19, Jüneman). Posiblemente resulte difícil cambiar un modo de pensar y de
relacionarse tan arraigado.*
Por lo tanto, para abordar las discrepancias, es necesario aprender nuevas formas de expresarse. Saber
comunicarse no es un asunto de poca importancia, pues un proverbio de la Biblia afirma: “Muerte y vida están
en el poder de la lengua” (Proverbios 18:21). Así es, por insignificante que parezca: la forma de hablarle al
cónyuge tiene la capacidad tanto de destruir como de reavivar la relación. “Existe el que habla irreflexivamente
como con las estocadas de una espada —dice otro proverbio bíblico—, pero la lengua de los sabios es una
curación.” (Proverbios 12:18.)
Aunque parezca que su cónyuge es el que más ofende al hablar, piense en lo que usted  dice durante una
disputa. ¿Hieren sus palabras, o curan? ¿Incitan a la cólera, o la aplacan? “La palabra que causa dolor hace subir
la cólera”, señala la Biblia. En cambio, “la respuesta, cuando es apacible, aparta la furia” (Proverbios 15:1). Las
expresiones hirientes, aunque se digan con calma, empeorarán la situación.
Por supuesto, si algo le perturba, tiene derecho a expresarse (Génesis 21:9-12). Pero hágalo sin recurrir al
sarcasmo, los insultos y las humillaciones. Póngase límites definidos, como el de no  decir nunca a su pareja
frases como “Te odio” u “Ojalá no me hubiera casado contigo”. También es prudente que evitemos
envolvernos en lo que el apóstol cristiano Pablo denominó “debates acerca de palabras” y “disputas violentas
acerca de insignificancias”, aunque en ese pasaje no estaba hablando específicamente del matrimonio
(1 Timoteo 6:4, 5).* Si su cónyuge emplea estos métodos, no tiene que reaccionar de la misma manera. En lo
que dependa de usted,  busque la paz (Romanos 12:17, 18; Filipenses 2:14).
Hay que reconocer que, cuando los ánimos se caldean, es difícil controlar lo que se dice. “La lengua es un
fuego”, advierte el escritor bíblico Santiago, y agrega: “Nadie de la humanidad puede domarla. Cosa
ingobernable y perjudicial, está llena de veneno mortífero” (Santiago 3:6, 8). Entonces, ¿qué hacer cuando
empieza a subir el tono de la conversación? ¿Cómo le hablará a su pareja para no añadir más leña al fuego,
sino resolver las discrepancias?

Cómo sofocar las discusiones acaloradas


Algunas personas han comprobado que es más fácil aplacar la ira y abordar el asunto que desean tratar si se
centran en sus propios sentimientos y no en el comportamiento de su pareja. Por ejemplo, un comentario
como “Me siento dolido por lo que dijiste” produce mejores resultados que “Me has herido” o “Parece mentira
que me digas eso”. Por supuesto, cuando exprese sus sentimientos, el tono de la voz no debe ser amargo
ni despectivo. La meta debe ser resaltar el problema en vez de atacar al cónyuge (Génesis 27:46–28:1).
Además, recuerde siempre que hay “tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7). Cuando dos
personas hablan a la vez, ninguna de las dos presta atención a lo que la otra dice y, por consiguiente, no se
logra nada. Así pues, cuando le toque el turno de escuchar, sea “presto en cuanto a oír, lento en cuanto
a hablar” y, no menos importante, “lento en cuanto a ira” (Santiago 1:19). No se tome al pie de la letra cada
palabra áspera que su cónyuge le dirija. Acate el consejo bíblico: “No te des prisa en tu espíritu a sentirte
ofendido” (Eclesiastés 7:9). Trate de descubrir los sentimientos que lo motivaron a expresarse de ese modo. “La
perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera —dice la Biblia—, y es hermosura de su parte pasar por
alto la transgresión.” (Proverbios 19:11.) La perspicacia ayuda tanto al esposo como a la esposa a profundizar
en las razones por las que se produce el desacuerdo.
Por ejemplo, cuando una mujer se queja de que su marido no pasa tiempo con ella, lo más seguro es que
no se trate solo de una cuestión de horas y minutos. Posiblemente el problema sea que se siente abandonada
o poco valorada. Así mismo, cuando un hombre protesta porque su mujer ha hecho una compra impulsiva, es
probable que no lo haga solo por el dinero, sino porque no ha contado con él para tomar la decisión. Los
cónyuges que tienen perspicacia tratarán de profundizar en el asunto y llegar a la raíz del problema (Proverbios
16:23).
Desde luego, es más fácil decirlo que hacerlo. A veces, a pesar de poner todo el empeño, se hacen comentarios
hirientes y se caldean los ánimos. Cuando se dé cuenta de que eso empieza a suceder, tal vez tenga que seguir
el consejo de Proverbios 17:14: “Antes que haya estallado la riña, retírate”. No hay nada malo en posponer
la conversación hasta que se hayan calmado. Si les resulta difícil hablar sin que la situación se les escape de las
manos, quizás sea aconsejable que un amigo maduro se siente con ustedes y los ayude a resolver sus
diferencias.*

Sea realista
No se desanime si su matrimonio no es como se imaginó durante el noviazgo. Un grupo de expertos señala:
“En la mayoría de los casos, el matrimonio no es sinónimo de dicha sin fin. Hay momentos maravillosos y otros
muy difíciles”.

Es cierto que tal vez la unión marital no sea un idilio de cuento de hadas, pero tampoco tiene que ser una
tragedia. Aunque en algunas ocasiones usted y su cónyuge no tengan más remedio que soportarse el uno al
otro, habrá momentos en que puedan olvidar sus diferencias y disfrutar sin más de la compañía mutua
divirtiéndose y hablando como amigos (Efesios 4:2; Colosenses 3:13). Estas son las ocasiones propicias para
recuperar el amor perdido.
Recuerde: es imposible que dos personas imperfectas tengan un matrimonio perfecto, pero no que alcancen
cierto grado de felicidad. De hecho, a pesar de las dificultades, la relación entre usted y su cónyuge puede
depararles muchas satisfacciones. Una cosa es cierta: si ambos se esfuerzan y están dispuestos a ceder y a
buscar el bien del otro, hay buenas razones para creer que su matrimonio puede  salvarse (1 Corintios 10:24).

[Notas]
La influencia de los padres no justifica el que un cónyuge agreda verbalmente al otro. Sin embargo, ayuda a
entender por qué dicha tendencia quizás esté profundamente arraigada y resulte difícil vencerla.

La palabra griega que se traduce por “disputas violentas acerca de insignificancias” puede verterse también
“irritaciones mutuas”.

Los testigos de Jehová tienen la posibilidad de recurrir a los ancianos de congregación. Aunque estos no deben
inmiscuirse en la vida privada de los matrimonios, la ayuda que prestan a las parejas que tienen dificultades es
muy reconfortante (Santiago 5:14, 15).
[Comentario de la página 12]

¿Hieren sus palabras, o curan?

[Ilustraciones y recuadro de la página 10]


Lance la pelota suavemente
La Biblia recomienda: “Que su habla siempre sea con gracia, sazonada con sal, para que sepan cómo deben dar
una respuesta a cada uno” (Colosenses 4:6). Este consejo atañe, sin duda, al matrimonio. Ilustrémoslo: cuando
jugamos a pasar la pelota, la tiramos de forma que la otra persona pueda atraparla con facilidad. No la
arrojamos con tanta fuerza que le hagamos daño. Aplique el mismo principio cuando hable con su cónyuge.
Lanzándole comentarios cortantes solo logrará herirlo. En vez de eso, háblele con amabilidad, con gracia, para
que capte bien lo que le quiere decir.
[Ilustración y recuadro de la página 11]
Recuerde los viejos tiempos

Lea las cartas y tarjetas que se escribieron. Mire fotografías. Pregúntese: “¿Qué me atrajo de mi cónyuge? ¿Qué
cualidades suyas admiraba más? ¿Qué actividades realizábamos juntos? ¿Qué nos hacía reír?”. Después hable
con su pareja de esos recuerdos. Una conversación que comience con las palabras “¿Recuerdas cuando...?”
puede ayudarles a usted y a su cónyuge a reavivar los sentimientos que una vez los unieron.

[Recuadro de la página 12]


Un nuevo cónyuge, pero los mismos problemas
Algunas personas que se sienten atrapadas en un matrimonio sin amor se ven tentadas a empezar de cero
junto a un nuevo cónyuge. Ahora bien, las Escrituras condenan el adulterio diciendo que quien comete dicho
pecado es “falto de corazón”, o “un insensato”, según la Biblia de Jerusalén  (1998), y “está arruinando su propia
alma” (Proverbios 6:32). Por si fuera poco, el adúltero que no se arrepiente pierde el favor de Dios, que es lo
peor que pudiera sucederle (Hebreos 13:4).
La total insensatez del adulterio también se manifiesta de otras formas. Por ejemplo, el adúltero que se vuelve
a casar posiblemente afronte los mismos problemas que en su primer matrimonio. La doctora Diane Medved
habla de otro aspecto que ha de tenerse en cuenta: “Lo primero que aprendió de usted su nuevo cónyuge fue
que está dispuesto a ser infiel. Él o ella sabe que es capaz de engañar a quien ha prometido honrar, que se le
dan bien las excusas, que puede olvidar su compromiso, que se deja llevar por el placer sensorial o el deseo de
satisfacer el ego. [...] ¿Cómo puede estar seguro su segundo cónyuge de que no le hará lo mismo que al
primero?”.

[Recuadro de la página 14]


La sabiduría de los proverbios bíblicos
• Proverbios 10:19: “En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrenados
sus labios está actuando discretamente”.
Al enojarse, tal vez diga cosas que no  siente, y más tarde lamente haberlas dicho.
• Proverbios 15:18: “Un hombre enfurecido suscita contienda, pero el que es tardo para la cólera apacigua la
riña”.
Si lanza hirientes acusaciones a su cónyuge, lo más probable es que este se ponga a la defensiva, mientras que si
escucha con paciencia, podrán hallar entre ambos la solución a su problema.
• Proverbios 17:27: “Cualquiera que retiene sus dichos posee conocimiento, y un hombre de discernimiento es
sereno de espíritu”.
Cuando sienta que empieza a encolerizarse, lo mejor es no  hablar; así evitará una verdadera confrontación.
• Proverbios 29:11: “Todo su espíritu es lo que el estúpido deja salir, pero el que es sabio lo mantiene
calmado hasta lo último”.
El autodominio es de suma importancia. Los arranques de ira solo alejarán de usted a su cónyuge.

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