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Revolución de Noviembre
Revolución de Noviembre
Antecedentes
En los 43 años desde la fundación del Kaiserreich hasta la Primera Guerra Mundial, el SPD no solamente
creció en importancia, sino que también cambió su carácter. En la disputa revisionista (Revisionismusstreit)
que comenzó en 1898, los llamados revisionistas querían eliminar el objetivo de la revolución del programa
del partido. Propugnaban en su lugar reformas sociales de acuerdo con el orden económico establecido. El
ala marxista se impuso nuevamente a los revisionistas. Sin embargo, la retórica revolucionaria ocultaba que
el SPD se había hecho prácticamente reformista desde la derogación de las Leyes Antisocialistas en 1890.
Los socialdemócratas, difamados como “miembros sin patria”, se sentían patriotas alemanes. Al comienzo
de la Primera Guerra Mundial, se hizo claro que el SPD se había vuelto una parte integral del juego
semidemocrático del Imperio, aun como parte de la oposición.6
El mismo Karl Liebknecht, quien después se convertiría en símbolo del movimiento antibelicista, cedió en
un principio a las justificaciones del partido: se abstuvo de la votación para no tener que votar contra su
propia facción. Sin embargo, el 5 de agosto de 1914 fundó, junto a Rosa Luxemburgo, Franz Mehring y
otros miembros de la izquierda del partido, el Grupo Internacional (Internationale Gruppe), que mantenía
las resoluciones del SPD previas a la guerra. De este grupo salió la mayor parte de la Liga Espartaquista el
1 de enero de 1916. El 2 de diciembre de 1914, Liebknecht, y en un principio únicamente él, votó en
contra de más créditos para la guerra. Por este motivo fue detenido por los militares en 1915 a instigación
de la dirección del partido. Debido a sus intentos de organizar a quienes se oponían a la guerra, fue
expulsado del SPD y condenado en julio de 1916 a cuatro años de prisión.
También Rosa Luxemburgo, tras ser liberada temporalmente, fue encarcelada hasta el fin de la guerra.
Pero el SPD reaccionó al creciente descontento de los obreros siguiendo a los izquierdistas y entonces
también revisionistas como Haase y Eduard Bernstein. El 9 de abril de 1917, el SPD se dividió respecto a
su posición frente a la guerra en los socialdemócratas de la mayoría (MSPD), con Friedrich Ebert a la
cabeza, y los socialdemócratas independientes (USPD) encabezados por Hugo Haase. Estos últimos
demandaban el inmediato fin de la guerra y mayor democratización en Alemania, pero no tenían un
programa social-político unido. La Liga Espartaquista, que había rechazado hasta entonces la separación
del partido, formó entonces un ala izquierdista del USPD.
Desde la entrada en la guerra de los EE. UU., la situación del Frente Occidental se había hecho cada vez
más precaria. Por esto, y para quitar fuerzas al USPD, el SPD formó un comité interpartidario en el
Reichstag junto al Partido de Centro (Zentrumspartei), de orientación conservadora-católica, y el Partido
Popular Progresista (Fortschrittliche Volkspartei), de orientación liberal. En el verano de 1917, el comité
propuso una resolución que preveía una paz concertada sin anexiones ni reparaciones de guerra.
Sin embargo, el OHL también rechazó esta resolución, como en marzo de 1918 había rechazado el
programa de paz de 14 puntos del presidente de los EE. UU. Woodrow Wilson de enero del mismo año. La
resolución estadounidense preveía una paz a partir de la «autodeterminación de los pueblos, sin vencedores
ni vencidos», pero a costa de trastocar el orden político de las naciones «enemigas». Hindenburg y
Ludendorff rechazaron esta propuesta porque se había conseguido la victoria sobre Rusia y creían tener la
suficiente ventaja para, primero, inclinarse por una «paz de vencedores» con anexiones a costa del
adversario y después, inclinarse por volver al statu quo ante bellum sin intervenciones externas de ningún
tipo.
En enero de 1918 se produjeron nuevamente en todo el Imperio huelgas generales con más de un millón de
participantes. Entonces entraron en acción por primera vez los cabecillas revolucionarios (Revolutionären
Obleute), quienes tendrían posteriormente un papel importante. Se denominaron «consejos» (Räte), como
los «sóviets» rusos. Para debilitar su influencia, Ebert se incorporó a la dirección de los huelguistas y
consiguió adelantar el final de la huelga.
En marzo de 1918, el nuevo Gobierno soviético de Lenin aceptó la negociación con Alemania que condujo
a la Paz de Brest-Litovsk. Las condiciones de paz impuestas a Rusia por este tratado fueron más duras que
las posteriormente contenidas en el Tratado de Versalles respecto a Alemania.11 El OHL pudo entonces
usar parte de las tropas desocupadas del Frente Oriental en el Frente Occidental. La mayoría en Alemania
creía que pronto se lograría también una victoria en el oeste.
El 29 de septiembre, el OHL informó al emperador y al canciller del Reich Georg von Hertling, en la
ciudad belga de Spa, sobre la desesperada situación militar. Ludendorff solicitó vehementemente un
armisticio con la Entente porque no podía garantizar que el frente pudiera resistir más de 24 horas. Más
aún, aconsejó cumplir con una de las solicitudes centrales de Wilson, que exigía la supresión de la
Monarquía constitucional (a la que se culpaba del estallido de la guerra) para poder aceptar la rendición de
Alemania. Toda la responsabilidad de esta inminente capitulación y sus consecuencias sería de los partidos
integrantes del Reichstag. El 1 de octubre explicó a oficiales de su Estado Mayor (Stäbe): “Ahora ellos
deben comerse la sopa que han venido preparando”. Este es el origen de la posterior «leyenda de la
puñalada» (Dolchstosslegende).12
El informe de Ludendorff impactó al gobierno imperial, así como posteriormente a los parlamentarios. Sin
embargo, los partidos mayoritarios, especialmente los líderes del SPD, estaban dispuestos a asumir el
gobierno a última hora. Dado que el monárquico Hertling rechazó el viraje al parlamentarismo,
Guillermo II nombró el 3 de octubre al príncipe Max von Baden, considerado un liberal, como nuevo
Canciller Imperial. En su gabinete también ingresó por primera vez un socialdemócrata, Philipp
Scheidemann. Al día siguiente, el nuevo gobierno ofreció a los Aliados el armisticio en las condiciones que
exigían.
La población del Imperio alemán conoció estos hechos el 5 de octubre. En la conmoción general sobre la
derrota manifiesta, los cambios constitucionales pasaron casi inadvertidos. Estos cambios fueron
formalmente aceptados en el Reichstag el 28 de octubre. De allí en adelante el canciller y sus ministros
estaban subordinados a la mayoría del Reichstag. El mando militar se transfirió del emperador al gobierno
imperial. Con esto, el Imperio alemán había pasado de una monarquía constitucional a una parlamentaria.
Desde el punto de vista de la dirección del SPD, la llamada “Constitución de Octubre” colmaba los
objetivos de derecho constitucional del partido. Ebert consideraba el 5 de octubre como el nacimiento de la
nueva democracia alemana. Tras la abdicación de emperador, también exigida por los aliados para aceptar
la capitulación, resultaba superflua una revolución.
La Revolución
En el puerto de Kiel, el Mando de la Marina alemana (Marineleitung), a cuya cabeza estaba el almirante
Reinhard Scheer, planeaba enviar un último ataque contra la Royal Navy en el canal de la Mancha. Los
preparativos para hacerse a la mar causaron enseguida un motín entre los marineros, que únicamente
querían evitar ser sacrificados innecesariamente en el último instante de la guerra; motín que se transformó
en una revolución general que acabó en pocos días por derrocar a la monarquía.
Los marineros restantes querían evitarlo, porque los amotinados también habían actuado en su interés. Una
delegación solicitó su liberación, pero esta fue rechazada por el comando de marina. Al día siguiente, en la
casa sindical (Gewerkschaftshaus) de Kiel, los marineros discutían por primera vez las futuras acciones
junto a los trabajadores de los astilleros. Al cerrarse posteriormente la casa sindical, el 3 de noviembre se
realizaron concentraciones conjuntas al aire libre. Cuando el teniente Steinhäuser ordenó disparar contra los
manifestantes, causando la muerte de nueve personas, un marino respondió al fuego y mató al oficial. La
manifestación se había convertido entonces en una revuelta general.13
La mañana del 4 de noviembre, los marineros de la tercera escuadra eligieron un consejo de soldados
presidido por el jefe de fogoneros14 Kart Artelt. Adicionalmente desarmaron a sus oficiales, ocuparon los
barcos, liberaron a los presos amotinados y tomaron el control de las instalaciones públicas y militares en
Kiel. Por la tarde se les unieron soldados del ejército que el comando local había hecho traer de Altona para
sofocar la revuelta. De este modo Kiel estaba firmemente en manos de 40 000 marineros, soldados y
trabajadores insurrectos.
La noche del 4 de noviembre, el diputado del SPD Gustav Noske llegó a Kiel. En representación del nuevo
gobierno nacional y de la dirección del SPD, debía controlar la revuelta para evitar una revolución. El
consejo de trabajadores y soldados de Kiel creía estar de parte del nuevo gobierno y contar con su apoyo.
Por esto nombró a Noske “gobernador” esa misma noche y este efectivamente terminó la revolución en
Kiel al día siguiente. Pero mientras tanto los acontecimientos ya habían trascendido lejos de la ciudad.
El SPD obtuvo de este modo una verdadera plataforma de poder a nivel local. Sin embargo, mientras que
los consejos creían actuar a favor del nuevo orden, los líderes del SPD vieron pronto en ellos elementos
molestos para una transición de poder pacífica, que ya consideraban completada. Al igual que los partidos
liberales, exigían que se realizaran cuanto antes las elecciones para un congreso nacional que decidiera
sobre la forma de Estado definitiva. Esto los puso rápidamente en contra de gran parte de los
revolucionarios. Sobre todo el USPD intentaba captar las demandas de estos últimos. También propugnaba
elecciones para un congreso nacional lo más tarde posible, a fin de conseguir antes de su inicio logros que
reflejaran las aspiraciones de gran parte de los trabajadores.
Reacciones en Berlín
Friedrich Ebert estaba de acuerdo con Max von Baden en que debía evitarse una revolución social y
mantenerse ante todo el orden del Estado. Él quería conquistar a los partidos liberales, que ya habían
colaborado con el SPD en el Reichstag en 1917, así como a las viejas élites aristocráticas del Imperio para
reestructurar el Estado y evitar una temida radicalización de la revolución que siguiera el ejemplo de Rusia.
A esto se sumó su temor a que la aún precaria situación de suministros pudiera colapsar si la administración
actual fuera reemplazada por revolucionarios sin experiencia administrativa. Ebert creía que el SPD
conseguiría inevitablemente la mayoría parlamentaria que les permitiese ejecutar sus planes de reforma. Por
este motivo se arriesgó a actuar lo más de acuerdo posible con los viejos poderes. Para poder mostrar una
victoria a sus partidarios, pero también para rescatar al mismo tiempo a la monarquía, Ebert exigió desde el
6 de noviembre la renuncia al trono del Emperador. Pero Guillermo II, quien aún seguía en el centro de
operaciones del Mando Supremo (OHL) en la ciudad belga de Spa,
no conocía debidamente la situación en la capital. El mismo día,
después de que el Entente prometiera negociar un armisticio, tenía
la esperanza de volver al Kaiserreich al frente de las tropas
licenciadas del frente y ejercer después como monarca
parlamentario.
Aproximadamente a esa misma hora el emperador tuvo conocimiento del resultado de una encuesta de 39
comandantes: los soldados del frente tampoco estaban dispuestos a cumplir sus órdenes. La noche anterior
incluso un regimiento de guardia había rehusado obedecer por primera vez. Telegramas de Berlín le habían
pedido urgentemente que abdicara de inmediato, a fin de que su anuncio pudiera apaciguar la situación. A
pesar de esto, consideró solo renunciar al título de emperador Alemán, pero no al de rey de Prusia.
Finalmente, Max von Baden, sin esperar la decisión de Spa, escribió un telegrama ese mismo mediodía
indicando:
La noticia de la renuncia al trono llegó demasiado tarde para causar impresión en los manifestantes. Nadie
hizo caso a los llamamientos de volver a casa o a los cuarteles publicados en ediciones especiales del
Vorwärts. Cada vez más manifestantes exigían el final de la monarquía. Karl Liebknecht, que había
fundado el día anterior la Liga Espartaquista, se trasladó inmediatamente a Berlín nada más salir de la
cárcel. Ahora planeaba la declaración de la república socialista. A la hora del almuerzo en el Reichstag, el
representante de la presidencia del SPD, Philipp Scheidemann, se enteró de esta noticia. No quería dejar la
iniciativa a los espartaquistas y decidió rápidamente salir a un balcón del edificio del Reichstag. Desde allí
proclamó la república por su cuenta, contra la voluntad expresa de Ebert, ante una concentración de
manifestantes, con las palabras siguientes:
El emperador ha abdicado. Él y sus amigos han huido; el pueblo los ha vencido en todas las
líneas. El príncipe Max von Baden ha cedido su cargo de canciller al diputado Ebert. Nuestro
amigo formará un gobierno de los obreros, con participación de todos los partidos socialistas.
No se debe molestar al nuevo gobierno en su tarea por la paz y por obtener trabajo y comida.
Obreros y soldados, sed conscientes del significado histórico de este día: lo inaudito ha
ocurrido. Ante nosotros está una tarea grande e imprevisible. Todo por el pueblo. Todo a
través del pueblo. Nada debe suceder que deshonre al movimiento obrero. Permaneced unidos,
leales y conscientes de la responsabilidad. Lo viejo y decadente, la monarquía está destruida.
Viva lo nuevo. ¡Viva la República Alemana!17
Pocas horas después, el Berliner Zeitung publicó que Liebknecht había proclamado en el Zoológico de
Berlín, probablemente casi de manera simultánea, la República Socialista Libre Alemana (Freie
Sozialistische Republik Deutschland), a la que juró nuevamente a las 4 de la tarde ante una multitud reunida
en el castillo de Berlín:
Los miembros del partido proclamamos la República Socialista Libre de Alemania; en la que
no habrá más esclavos y en la que cada trabajador honrado recibirá la recompensa justa por su
honesto trabajo. Las reglas del Capitalismo, que han convertido a Europa en un caos, han
muerto.18
Karl Liebknecht
Todavía no era claro qué objetivos perseguía con esto. Las exigencias de la liga espartaquista del 7 de
octubre, de extensas reformas económicas, militares y legales —entre otras, la abolición de la pena de
muerte—, no se habían dado a conocer públicamente hasta entonces.
A las 8 de la tarde, un grupo de cien cabecillas revolucionarios (Revolutionären Obleuten) de las grandes
industrias de Berlín ocuparon el Reichstag y formaron un parlamento revolucionario. Eran mayormente las
mismas personas que ya en enero habían participado como líderes de la huelga, desconfiaban de la
dirección del SPD y habían planificado independientemente de los marineros un asalto para el 11 de
noviembre, pero habían sido sorprendidos por los acontecimientos revolucionarios ocurridos en Kiel. Para
despojar a Ebert de la iniciativa, decidieron convocar entonces elecciones para el día siguiente: toda
empresa de Berlín y todo regimiento deberían elegir ese domingo consejos de obreros y de soldados que
luego elegirían entre ambos gobiernos revolucionarios existentes de los partidos obreros.19 Este Consejo
de los Representantes del Pueblo (Rat der Volksbeauftragten) debería efectuar las resoluciones del
parlamento revolucionario y reemplazar a Ebert en el cargo de canciller del Imperio.20
La directiva del SPD se enteró la misma noche del sábado de estos planes. Dado que las elecciones y
subsiguientes reuniones del consejo ya no se podían cancelar, Ebert envió esa noche y la mañana siguiente
oradores a todos los regimientos de Berlín y a las empresas para que influyeran a su favor las elecciones y
consintieran la participación ya planeada del USPD en el gobierno.
Estas actividades no pasaron inadvertidas a los cabecillas. Como era previsible que Ebert marcaría también
el tenor del nuevo gobierno, planearon —además de elegir un nuevo gobierno— instalar una comisión
ejecutiva, que debería coordinar las actividades de los consejos de soldados y trabajadores. Para esto tenían
ya preparada una lista en la que el SPD no estaba representado. De esta manera esperaban poder instalar
una instancia de control sobre el nuevo gobierno.
En la reunión, que tuvo lugar la tarde del 10 de noviembre en el Circo Busch (Zirkusbusch), la mayoría se
inclinó a favor del SPD: casi todos los consejos de soldados y gran parte de los representantes obreros.
Repitieron entonces su exigencia de “unidad de la clase obrera”, que el día anterior había sido presentada
por los revolucionarios y ahora usaban la consigna para imponer la posición de Ebert. En el “Consejo de
Representantes del Pueblo” formado por seis personas, el USPD envió a tres de sus representantes como
habían planeado: su presidente, Haase, el diputado Wilhelm Dittmann
y Emil Barth por los Cabecillas Revolucionarios. Los tres
representantes del SPD eran Ebert, Scheidemann y Otto Landsberg, el
diputado de Magdeburgo.
Aunque Ebert se había impuesto en todas las posiciones, estaba Philipp Scheidemann habla a la
descontento con los resultados. Veía al Parlamento de Consejos multitud desde el Reichstag el
(Räteparlament) y al Consejo Ejecutivo (Vollzugsrat) como día de proclamación de la
impedimentos en el camino a un orden estatal que encajara sin República.
sobresaltos al Imperio. Toda la dirección del SPD consideraba ahora
una amenaza a los Consejos y no las viejas élites de militares y la
administración. Se sobrestimaba completamente su lealtad a la nueva
república. A Ebert le incomodaba especialmente que ahora no pudiera
dirigirlas en calidad de Canciller, sino solo en calidad de presidente de
un gobierno revolucionario. De hecho, los conservadores lo
consideraban como un traidor, aunque él se había puesto a la cabeza
de la revolución únicamente para frenarla.
Tras el pacto secreto Ebert-Groener se manifestaba la preocupación de la directiva del SPD de que la
revolución podía desembocar en una república de consejos (Räterepublik) como en Rusia. Sin embargo, la
expectativa de poder conquistar así a los cuerpos de oficiales imperiales no se haría realidad.
Simultáneamente, la actitud de Ebert con los trabajadores y soldados revolucionarios y sus representantes se
hizo cada vez más incomprensible. Por esto el SPD fue perdiendo la confianza de sus partidarios, sin ir
ganando simpatía de los enemigos de la revolución.
En la turbulencia de esos días casi pasó inadvertido que el gobierno de Ebert había aceptado por la mañana,
tras una nueva demanda del OHL, las duras condiciones de la Entente para un armisticio. El 11 de
noviembre Matthias Erzberger, diputado centrista, firmó en Compiègne, en representación de Berlín, el
acuerdo de cese al fuego. Con esto terminaron las hostilidades de la Primera Guerra Mundial.
El acuerdo Stinnes-Legien
Al igual que en lo relativo a la organización del Estado, los
revolucionarios tenían también ideas dispares sobre el futuro orden de
la economía. Tanto en el SPD como en el USPD era muy difundida la
exigencia de poner por lo menos la industria pesada, de importancia en
la guerra, bajo control democrático. El ala izquierdista de ambos
partidos y los cabecillas revolucionarios querían ir más allá y
establecer una democracia directa en el campo de la producción. Los
delegados allí electos deberían controlar también el poder político.
Impedir esta democracia de consejos no solo era del interés del SPD,
sino también de los sindicatos, que amenazaban hacerse superfluos
con los consejos.
Los sindicatos habían socavado así todos los intentos de socialización de los medios de producción y
habían hecho a los consejos superfluos de inicio.
Desde el 9 de noviembre el Reichstag ya no volvió a ser convocado. El Consejo de los Representantes del
Pueblo y el Comité Ejecutivo habían reemplazado al viejo gobierno. Pero el aparato administrativo casi no
cambió. A los representantes del SPD y del USPD solo se les asignaban funcionarios del Imperio. Estos
conservaron asimismo todos sus cargos y continuaron con su trabajo como si nada hubiera sucedido.
Bajo presión de los representantes del USPD, el consejo de los representantes del pueblo nombró el 21 de
noviembre una "Comisión de Socialización". En ella estaban entre otros Karl Kautsky, Rudolf Hilferding y
Otto Hue, quienes debían verificar qué industrias eran "socializables" y debían preparar la estatización de la
industria de acero y del carbón. Esta comisión se reunió hasta el 7 de abril de 1919 sin ningún resultado
concreto. Solamente en la minería de carbón y potasa, así como en la
industria del acero, se formaron "Cuerpos de autoadministración"
(Selbstverwaltungskörperschaften), de los cuales proceden los actuales
“Consejos empresariales” (Betriebsräte). Pero estos tampoco
intentaron una confiscación socialista.
La administración y los consejos eran mutuamente dependientes: los unos tenían el conocimiento y la
experiencia, los otros la influencia para ponerlos en práctica. Especialmente se había elegido a miembros
del SPD en los consejos, que se consideraban ahora solamente como solución transitoria. Con todo, no se
traía a discusión la república de consejos en la Alemania de 1918-1919. Se quería apoyar al gobierno que
llegó al poder con la revolución y se esperaba que este eliminara el militarismo y el Estado autoritario. El
cansancio de la guerra y las privaciones hicieron mayor el autoengaño respecto a lo que se había
conseguido.
Como había decidido el Comité Ejecutivo, los Consejos de Obreros y Soldados de todo el Imperio
enviaron diputados a Berlín, quienes debían reunirse el 16 de diciembre en el Circo Busch en el “Primer
Congreso General de Consejos de Obreros y Soldados”. Para evitar esto, Ebert y Groener planearon
recuperar el control de la capital el 15 de diciembre con ayuda de las tropas enviadas del frente. Uno de los
regimientos empleados para este fin actuó demasiado temprano el 6 de diciembre. En el intento de apresar
al Comité Ejecutivo, la tropa disparó a una manifestación sin armas de “Guardias Rojos”, los Consejos de
Soldados más afines a los espartaquistas, y mataron a dieciséis personas.
Ya aquí se hizo visible la violencia potencial y el peligro de golpe de
Estado de la derecha. Por esta experiencia, Rosa Luxemburgo exigió
el 12 de diciembre en Banderas Rojas, el periódico espartaquista, el
desarme pacífico por los obreros de Berlín de las unidades militares
que retornaban del frente, la subordinación de los Consejos de
Soldados al Parlamento Revolucionario y la re-educación de los
soldados.
El congreso pidió entre otras cosas participación del consejo central, que este elegía, en el Mando de las
fuerzas, libre elección de oficiales y autoridad disciplinaria para los consejos de soldados. Pero esto iba en
contra del acuerdo secreto entre Ebert y Groener. Ambos arriesgaron todo para revertir la decisión. El
Mando Supremo militar, que entretanto se había trasladado a Kassel, comenzó el despliegue de sus leales
Freikorps, que planeaban usar contra la supuesta amenaza bolchevique. Estas tropas, a diferencia de los
soldados revolucionarios de noviembre, eran oficiales y hombres afines a la monarquía que no deseaban el
retorno a la vida civil.
La crisis de Navidad
Después del 9 de noviembre, el gobierno había ordenado para su protección que la recién formada División
de Marina del Pueblo (Volksmarinedivision) viniera de Kiel a Berlín y se estacionara en el palacio real. Esta
división era considerada absolutamente leal y rehusó por esto tomar parte en el intento de Putsch del 6 de
diciembre. Los marinos depusieron incluso a su comandante, porque lo creyeron involucrado en el asunto.
Pero precisamente esta lealtad trajo a la tropa la reputación de estar a las órdenes de los espartaquistas.
Ebert solicitó su disolución y su retirada del palacio, y Otto Wels, comandante de la ciudad de Berlín desde
el 9 de noviembre, rehusó desembolsar a los marinos un pago pendiente.
El problema creció el 23 de diciembre. Después de que se les hubiera hecho esperar todo el día, los marinos
tomaron la cancillería del Reich, cortaron las líneas de teléfono, pusieron al Consejo de los Representantes
del Pueblo bajo arresto y apresaron a Otto Wels. Pero a diferencia de lo que se hubiera esperado de
revolucionarios espartaquistas, no utilizaron la situación para terminar con el gobierno de Ebert, sino que
entonces solo exigieron su salario. Pero Ebert, quien se mantenía en contacto por una línea telefónica
secreta con el Mando Supremo en Kassel, y aun cuando Wels había sido puesto en libertad mientras tanto,
el 24 de diciembre por la mañana dio la orden de atacar el palacio con tropas leales al gobierno. Los
marinos resistieron exitosamente este ataque al mando de su
comandante Heinrich Dorrenbach. En el enfrentamiento
perdieron la vida treinta soldados y civiles. Las tropas del
gobierno debieron evacuar el centro de la ciudad. Estas tropas
fueron disueltas entonces o se integraron a los recién creados
Freikorps. Para conservar las apariencias, tomaron
temporalmente la redacción del periódico Banderas Rojas. Pero
el poder militar en Berlín estaba nuevamente en manos de la
Volksmarinedivision, y ésta nuevamente no lo aprovechó.21
Soldados amotinados en Berlín durante
la crisis de Navidad de 1918. Esto muestra, por una parte, que los marineros no eran
espartaquistas y que, por otra parte, nadie dirigía la revolución.
Aun cuando Liebknecht hubiera sido un líder revolucionario
como Lenin, como la leyenda hizo de él posteriormente, los marinos y el consejo no lo habrían aceptado
como tal. La crisis de Navidad, que los espartaquistas denominaron la “Navidad sangrienta de Ebert”, tuvo
como única consecuencia que los cabecillas revolucionarios (Revolutionäre Obleute) convocaran a una
manifestación el primer día de Navidad y que el USPD abandonara el gobierno en protesta el 29 de
diciembre. Esto le convenía al presidente del SPD, que incorporó a los independientes (USPD) solamente
bajo la presión de los acontecimientos revolucionarios. En pocos días, la derrota militar del gobierno de
Ebert se convirtió en una victoria política.
Lo que se había planeado como una manifestación se convirtió en una movilización masiva, con la que ni
los mismos organizadores habían contado. Al igual que el 9 de noviembre de 1918, el domingo 5 de enero
de 1919 cientos de miles de personas se dirigieron al centro de Berlín, muchas de ellas armadas. Por la
tarde se habían tomado las estaciones de trenes de Berlín y el barrio de la prensa, así como el periódico
Vorwärts. Algunos de los periódicos implicados habían pedido en los días previos no solamente el
despliegue de más Freikorps, sino que también habían llamado a matar a los espartaquistas.
Los manifestantes eran en general los mismos que dos meses antes. Exigían ahora lo que ya entonces
habían esperado. En esto, los espartaquistas no estaban de ninguna manera como líderes: las exigencias
venían de los obreros mismos y eran apoyadas por diversos grupos a la izquierda del SPD. También el
ahora llamado “levantamiento espartaquista” surgió solo en parte de los miembros del KPD. Estos eran
incluso la minoría.
El Comité Revolucionario convocó a nuevas manifestaciones masivas para el 6 de enero. Aún más
hombres se hicieron eco del llamamiento. Nuevamente llevaron consigo pancartas con la frase “¡Hermanos,
no disparen!” y permanecieron a la espera en una concentración. Parte de los cabecillas revolucionarios
comenzaron a armarse y a llamar al derrocamiento del gobierno de Ebert. Pero los intentos de los activistas
del KPD de volcar las tropas a su favor continuaron sin tener éxito. Aún más, la División de Marina del
Pueblo no estaba dispuesta a apoyar a los insurrectos. Se declaró neutral. Los demás regimientos
estacionados en Berlín se manifestaron en su mayoría a favor del gobierno.
Mientras más tropas retornaban a Berlín a petición de Ebert, él aceptó la propuesta del USPD de mediar
entre él y el Comité Revolucionario. El Comité rompió las negociaciones el 8 de enero después de que se
tuviera noticia de los movimientos de tropas y la publicación de un boletín del SPD con el título La hora de
la verdad se acerca (Die Stunde der Abrechnung naht). Ebert aprovechó la ocasión para utilizar las tropas
estacionadas en Berlín contra los ocupantes. Desde el 9 de enero las tropas sofocaron violentamente el
improvisado intento de levantamiento. El 12 de enero regresaron a la ciudad los antirrepublicanos
Freikorps, que habían estado destacados desde principios de diciembre. El comandante de estas tropas,
Gustav Noske, había aceptado el mando con las palabras:
Después de que los Freikorps evacuaran brutalmente varios edificios y hubieran fusilado según la ley
marcial a los ocupantes, los demás se rindieron rápidamente. Parte de ellos fueron también fusilados del
mismo modo. En estas acciones perdieron la vida cientos de personas solamente en Berlín.
Con los asesinatos del 15 de enero se sembró la irreconciliable rivalidad entre el SPD y el KPD. Esta tuvo,
entre otras, la fatal consecuencia de que ambos partidos nunca pudieron acordar negociar conjuntamente
contra el NSDAP, que se hizo más fuerte desde 1930.
También en otras zonas de Alemania, por ejemplo en la cuenca del Ruhr y en Sajonia, hubo levantamientos
armados en los primeros meses de 1919. En algunas regiones se declararon temporalmente Repúblicas de
Consejos (Räterepubliken). La que más tiempo se mantuvo fue la República de Consejos de Múnich
(también llamada República Soviética de Baviera), que fue terminada violentamente recién el 2 de mayo de
1919 por tropas prusianas y de Würtemberg y por los Freikorps.
La alianza entre el gobierno de Ebert y el Mando del Ejército y sus brutales acciones durante distintos
levantamientos había enajenado, sin embargo, a muchos demócratas de izquierda del SPD: muchos de ellos
consideraban la actitud de Ebert, Noske y otros líderes del SPD durante la revolución como una traición a
sus propios partidarios.24
El SPD fue el partido más votado con el 37.4 % de los votos y designó
164 de 423 diputados. El USPD consiguió solo 7.6 % de los votos y 22 diputados. El USPD se hizo más
importante temporalmente después del golpe de Kapp, pero se disolvió en 1922. El Partido Centrista
(Zentrumspartei) fue el segundo partido más votado en el congreso nacional, con 91 diputados. El DDP
logró 75, el DVP 19 y el DNVP 44 escaños. El SPD formó una coalición de gobierno con el partido del
Centro y el DDP.
Por una parte, la Constitución de Weimar contenía más posibilidades de democracia directa que la
Grundgesetz, por ejemplo la petición de referéndum (Volksbegehren) y el referéndum (Volksentscheid). Por
otra parte, el artículo 48 de poderes de emergencia daba al presidente del Reich amplios poderes para
gobernar, aun contra la mayoría en el Reichstag y, en caso de necesidad, el uso del ejército en el interior.
Este artículo resultó ser un medio decisivo para destruir la democracia en 1932-1933.25
Clasificación histórica
La Revolución de Noviembre es uno de los acontecimientos más importantes de la historia alemana
reciente, aunque esté poco arraigada en la memoria histórica de los alemanes. El fracaso de la República de
Weimar concebida de ella y la subsiguiente época del nacionalsocialismo han desviado la vista de los
acontecimientos de finales de 1918 e inicios de 1919 por mucho tiempo. Su interpretación se determina hoy
más por leyendas que por hechos.
Tanto la ultra derecha como la izquierda extrema alimentan ideas opuestas, con la idea de que lo que hubo
entonces fue una insurrección comunista con el fin de transformar a Alemania en una república de consejos
de estilo soviético. También los partidos democráticos de centro, especialmente el SPD, tuvieron por mucho
tiempo poco interés en juzgar detenidamente los acontecimientos que convirtieron a Alemania en una
república. Porque una observación detenida muestra una revolución realizada por socialdemócratas que fue
detenida por los líderes del SPD, lo que se califica como la «revolución traicionada» (verratene
Revolution). El hecho de que la república de Weimar resultara ser una democracia débil y que durara solo
14 años hasta su final también tiene que ver con estos y otros "defectos de nacimiento" de la Revolución de
Noviembre.
Un hecho de gran importancia es que el gobierno imperial y el Mando Supremo del Ejército se deslindaran
de la responsabilidad muy pronto y endilgaran la derrota en la Primera Guerra Mundial a los partidos
mayoritarios del Reichstag. Cuánto cálculo hizo falta para que sucediera esto se puede apreciar en una cita
de la autobiografía de Groener, seguidor de Ludendorff:
A mí me convenía que en estas lamentables negociaciones, de las que no se puede esperar nada
bueno, el ejército y el mando general permanecieran lo más tranquilos posible.26
De tal modo se creó la "Leyenda de la puñalada" (Dolchstosslegende), según la cual los revolucionarios
atacaron por la espalda a un ejército no vencido en el campo de batalla y solo así tornaron una victoria casi
segura en una derrota. Erich Ludendorff desempeñó un rol importante en divulgar esta falsificación de la
historia, queriendo con ello ocultar su propio fracaso. Los círculos nacionalistas y populistas fueron un
terreno fértil para esta leyenda. Los revolucionarios, e inclusive políticos como Ebert, quien no quiso que la
revolución ocurriese en absoluto e hizo lo posible por canalizarla y detenerla, fueron rápidamente
difamados en estos círculos como "criminales de noviembre" (Novemberverbrecher). Ni siquiera los
asesinatos políticos, por ejemplo el de Matthias Erzberger, atemorizaban a la derecha radical, y es conocido
que Hitler y Ludendorff realizaron su intento de golpe de Estado de 1923 también un 9 de noviembre.
Sin entusiasmo y con algo de alivio, el teólogo evangélico y filósofo Ernst Troeltsch escribió cómo el
grueso de los berlineses se fueron dando cuenta de lo que sucedía el 10 de noviembre:
El domingo por la mañana, después de una noche de ansiedad, la imagen se aclaró con los
periódicos de la mañana: el Káiser en Holanda, la revolución triunfante en la mayoría de los
centros, los príncipes de los Bünde abdicando. ¡Nadie murió por el Káiser y el Reich! ¡La
futura obligación asegurada y ningún asalto a los bancos!... Las vías de tranvía y las del metro
continuaban como si nada, indicando que los medios esenciales estaban en orden. En todas las
caras estaba escrito: Los salarios se van a pagar nuevamente.28
Un artículo del publicista liberal Theodor Wolf, que apareció el mismo 10 de noviembre en el Berliner
Tageblatt, daba por el contrario ilusiones optimistas sobre el éxito de la revolución, como lo hubiera
querido la dirección del SPD:
La más grande de todas las revoluciones ha derrocado al régimen imperial, con todo lo que
incluía, como un viento tormentoso repentino.
Se la puede llamar la más grande de todas las revoluciones, porque nunca una (…)
Bastilla construida tan fuerte ha sido tomada así en un intento.
Hace solo una semana había un aparato militar y civil que (…) estaba tan arraigado,
que parecía haber asegurado su duración hasta el fin de los tiempos. (…)
Ayer temprano, por lo menos en Berlín, todo ello estaba en su sitio.
La extrema derecha, por el contrario, interpretó los acontecimientos de manera totalmente opuesta. Por
ignorancia o en un completamente equivocado juicio de la actuación de Ludendorff, el periodista Paul
Baecker escribió en el periódico conservador Deutsche Tageszeitung el 10 de noviembre un artículo que ya
contenía elementos esenciales de la leyenda de la puñalada:
¡La obra que nuestros padres obtuvieron al precio de su sangre, borrada a traición desde las
filas de su propio pueblo! ¡Alemania, que aún ayer estaba invicta, abandonada a sus enemigos
por hombres que llevan nombre alemán, por alta traición desde las propias filas que han caído
en culpa y deshonra! Los socialistas alemanes sabían que la paz se estaba consiguiendo y que
solo hacía falta mostrar al enemigo un frente cerrado y fijo por unas semanas, tal vez solo
días, para arrancarles condiciones tolerables. En vez de esto han izado la bandera blanca. Esta
es una culpa que nunca se puede perdonar y nunca se olvidará. Es una traición no solo a la
monarquía y a las fuerzas armadas, sino al mismo pueblo alemán, que tendrá que cargar con
sus consecuencias de la derrota y de la miseria por siglos.30
¡Viva la revolución!31
Véase también
Historia de Alemania
Primera Guerra Mundial
Para el trato de los "criminales de noviembre" (Novemberverbrecher), véase también el
artículo sobre el insulto antisemita Judensau.
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28. Citado en Haffner, Verrat, pág. 85. Fahne, Nr 44/1928; citado en: Kurt
29. Citado en Haffner, Verrat, pág. 95. Tucholsky, Gesammelte Werke, editado por
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30. Citado en Haffner, Verrat, pág. 96. Editorial Rowohlt, Reinbeck 1975, tomo 6,
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Enlaces externos
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