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Las parábolas proféticas de Mateo 13

Arthur W. Pink

Traducción: Samuel Apolonio Ortiz


Edición: Salvador Gomez

Español

Las parábolas proféticas de Mateo 13

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analíticos, sin permiso previo de la editorial.

Pink, A. W. (2015). Las parábolas proféticas de Mateo 13. (S. Gomez & G. Powell, Eds., S. Apolonio Ortiz,
Trad.). Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.
Exportado de Software B��blico Logos, 12:35 a.m. 16 de marzo de 2018. 1
Las citas bíblicas son tomadas de la Biblia Reina Valera (RVR) 1960.
© Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.

Editor general: Guillermo Powell


Traductor: Samuel Apolonio Ortiz
Editor: Salvador Gomez
Diseño gráfico: Christine Gerhart

CONTENIDO

Prólogo
Introducción

1. La parábola del sembrador


2. La parábola de la cizaña
3. La parábola de la semilla de mostaza
4. La parábola de la levadura
5. La parábola del tesoro
6. La parábola de la perla
7. La parábola de la red
8. Repaso
9. El alcance profético de Mateo 24

PRÓLOGO

HAY poco espacio para el asombro, aunque mucho para la humillación, en la ignorancia
y el error generalizado que ahora prevalece entre el pueblo de Dios en muchos de los
temas importantes de la profecía. Durante casi catorce siglos, como claramente
muestra la “historia de la iglesia”, la profecía fue descuidada. Aquellos hombres

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conocidos como los “padres de la iglesia”, con sólo una o dos excepciones, como
Orígenes, dedicaron su tiempo a discutir sobre las doctrinas y las ordenanzas, mientras
que la profecía fue ignorada. Desde el punto de vista de 2 Pedro 1:19, “Tenemos también
la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una
antorcha que alumbra en lugar oscuro.” Por el descuido general de la profecía por 1,400
años, aquellos siglos han sido muy acertadamente denominados “La edad oscura”
—oscura porque la luz de la lámpara de la profecía no los iluminó.
Tampoco fue mucho mejor el tiempo cuando los reformadores aparecieron en
escena. Dios no permita que podamos pronunciar una sola palabra de crítica en contra
de esos hombres honorables de Dios, pero sus manos estuvieron más que ocupadas en
predicar el evangelio a un pueblo que era totalmente ignorante de este, en traducir las
Escrituras a sus propias lenguas maternas y en exponer los grandes fundamentos de la
fe cristiana. Tan afanosamente ocupados estuvieron en esas buenas obras, que tuvieron
poco o casi nada de tiempo para dedicarse al verdadero estudio de la profecía en sí
misma. A decir verdad, prácticamente todo lo que los reformadores vieron en las
porciones proféticas de la Escritura fue el juicio de Dios anunciado sobre el sistema
satánico del papado, del cual habían sido misericordiosamente librados.
Quienes tienen algún conocimiento completo de la naturaleza humana pueden
entender fácilmente cómo es estar con hombres que fueron acunados en el romanismo
y que más tarde, por la gracia de Dios, fueron habilitados para ver sus errores
blasfemos. Cuando llegaron a las profecías de la Escritura, su pensamiento estaba
empañado por el romanismo, y consecuentemente, cuando se encontraron con algo que
había sido objeto de una predicción de juicio divino, lo vieron a través de una
perspectiva empañada. “Babilonia” era el papado; el “hombre de pecado” era el papa; la
“bestia” era Roma, y así sucesivamente. Lo triste es que la mayoría de los que han
seguido a los reformadores, en lugar de estudiar las profecías de la Palabra de Dios por sí
mismos, se hicieron nada más que un eco de lo que los reformadores habían dicho antes
que ellos. En consecuencia, poco o nada se ha avanzado, y hoy día el pueblo de Dios en
sentido general tiene muy poca luz adicional en cuanto a profecía que la que tuvieron
sus antepasados de hace 300 años.
Existe, por tanto, una necesidad apremiante de que todos los cristianos dediquen al
menos una parte del tiempo que pasan en la lectura de las Escrituras a estudiar sus
profecías. Nos proponemos dar una serie de estudios sobre el capítulo trece de Mateo,
que a juicio del escritor es, desde el punto de vista de la profecía, el capítulo más

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importante de todo el Nuevo Testamento. Hay mucho en el programa profético de Dios
que debe permanecer necesariamente en oscuridad hasta que las parábolas de este
capítulo sean dominadas plenamente. En la actualidad son muy mal entendidas e
interpretadas.
Encontraremos que en Mateo 13:10, 11 el Señor Jesús designó estas siete parábolas
como “misterios del reino de los cielos”. La expresión “el reino de los cielos” abarca de
manera breve el contenido de todo el capítulo. Comprobaremos esto por medio de las
referencias a los versículos 24, 31, 33, etc., donde encontraremos que cada una de las
últimas seis parábolas comienzan con la frase “el reino de los cielos es semejante a”.
¿Qué significa esta expresión? Quizá no hay ningún otro concepto en la Escritura
utilizado tan ampliamente como este, pero que sea tan poco comprendido. A pesar de
que se encuentra solamente en el Evangelio de Mateo, aparece no menos de treinta y
dos veces. Por lo tanto, nuestra interpretación de esta expresión afecta una gran parte
de la Escritura, y una definición correcta de la misma proporciona la primera clave
para la comprensión de Mateo 13; por ello debería ser obvio para todos que nadie puede
comenzar a entender sus siete parábolas a menos que haya obtenido una definición
correcta de este concepto.
Hoy en día hay una confusión extrema y una cantidad terrible de malentendidos en
relación al significado bíblico de esta expresión, “el reino de los cielos”. Hay algunos
que piensan que se refiere al cielo en sí. Hay otros que creen que se refiere a la iglesia
de la cual Cristo es la cabeza. Pero hay un versículo en el Nuevo Testamento que de
manera concluyente refuta ambas definiciones. En Mateo 16:19 encontramos al
Salvador diciendo a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos”.
Definitivamente, Cristo no dio a Pedro las llaves de la iglesia, mucho menos las llaves
del cielo en sí. Entonces ¿de qué le dio a Pedro las llaves? ¿qué entiende el lector por “las
llaves del reino de los cielos”? ¿Podría usted dar una explicación simple y satisfactoria
de este versículo a un romanista que venga a usted deseando ayuda sobre esto? Hemos
planteado este punto con el fin de mostrar la necesidad que hay de una investigación
cuidadosa y un estudio minucioso de lo que esta expresión en particular no implica y lo
que verdaderamente significa.
Es debido a que una gran mayoría de cristianos, incluyendo la mayor parte de sus
líderes y maestros, no tienen una comprensión correcta de este concepto, “el reino de
los cielos”, que encuentran muchas cosas en el Evangelio de Mateo que son
desconcertantes y confusas para ellos. Refirámonos a otro pasaje en el que ocurre esta

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expresión con el fin de hacer más manifiesta la ignorancia prevaleciente. En el primer
versículo de Mateo 22 leemos: “Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas,
diciendo: El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo”,
etc. Ahora vaya al versículo 11: “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí (en el
banquete) a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste
aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que
servían: Atadle de pies y manos”, etc. ¿Cuántos de nuestros lectores están realmente
satisfechos con las explicaciones que han escuchado o leído de este pasaje? Nuestro
único propósito al llamar su atención en esto ahora es puntualizar que se trata de una
de las parábolas relacionadas con “el reino de los cielos”, y demostrar que mientras no
obtengamos una correcta definición de esta expresión no hay ni siquiera un poco de la
Escritura que podamos comenzar a entender.
Antes de que estemos listos para tratar en detalle el tema de “el reino de los cielos”
tenemos que considerar primero la expresión más amplia “el reino de Dios”, y al
considerarla, debemos comenzar donde comienza la misma Escritura, esto es, en el
Antiguo Testamento. En el resto de este artículo trataremos solo un resumen de “el
reino de Dios” en el Antiguo Testamento.
Al contemplar “el reino de Dios” en las Sagradas Escrituras del AT, se debe tener
gran cuidado en distinguir entre estos dos aspectos de la misma. En primer lugar, la
Escritura habla de un reino ilimitado de Dios, a saber, el gobierno soberano del Altísimo
sobre todos sus vastos dominios. Pasajes como Daniel 4:34, 35 se refieren a este aspecto
de su reino de la siguiente forma: “y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive
para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los
habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el
ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le
diga: ¿Qué haces?”. Este gobierno de Dios sobre todas sus criaturas es universal,
absoluto y eterno. Pero la Escritura también habla de un reino limitado, que se limita
tanto en su alcance como en su tiempo, que no es ni eterno ni universal. No es sino
hasta que aprendemos a distinguir entre estos dos aspectos separados del “reino de
Dios” que podemos dividir correctamente la Palabra de verdad y asegurar la llave que
abre un poco del Antiguo Testamento.
Este segundo aspecto del reino de Dios es el que podría ser llamado dispensacional: el
cual es local y temporal. Este es el reino de Dios en la tierra, donde su gobierno es
manifestado públicamente sobre los hombres y poseído por ellos. Fue establecido por

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primera vez entre los hijos de Israel, cuando el Señor en persona estuvo entre ellos,
cuando hizo del propiciatorio sobre el arca su trono, y moró entre los querubines. Ese
fue el “reino” de Dios en la tierra. En Josué 3:11, 13, un pasaje que nos lleva de vuelta a un
punto no mucho tiempo después de que Jehová ocupara su morada en medio de Israel,
aparece una expresión sorprendente: “He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la
tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán… y cuando las plantas de los pies
de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, se asienten en las
aguas del Jordán, las aguas del Jordán se dividirán; porque las aguas que vienen de
arriba se detendrán en un montón”. Es necesario hacer notar cuidadosamente que esta
es la primera vez en la Escritura que Dios asume este título, y que está así relacionado
con el arca; con motivo del paso de Israel a través del Jordán se asumió que este era
Jehová tomando posesión formalmente de aquella tierra que había dado a su pueblo. Si
Israel hubiera permanecido en sujeción a su Rey y obedecido sus leyes, no sólo habría
seguido en medio de ellos, sino que a través de ellos hubiera gobernado toda la tierra
—como lo hará en el milenio. La prueba de esto se encuentra en el hecho de que
durante las breves temporadas que permanecieron obedientes, él derrocó a sus
enemigos y sometió a los gentiles de alrededor.
Pero Israel creció en desobediencia y rebeldía contra Jehová su Rey. “Y dijo Jehová a
Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti,
sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7). Durante siglos
después de esto, la amplia paciencia de Dios continuó lidiando con ellos, pero en los
días de Ezequiel la gloria de la Shekiná, su presencia manifestada entre ellos, se retiró.
Esto es mencionado en Ezequiel 10:18, “Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima
del umbral de la casa, y se puso sobre los querubines” y Ezequiel 11:23 dice: “Y la gloria
de Jehová se elevó de en medio de la ciudad, y se puso sobre el monte que está al oriente
de la ciudad”. Primero la gloria de la Shekiná abandonó el arca en el lugar santo,
después retirándose poco a poco, abandonó el templo, luego yendo más lejos, se puso
sobre el monte de los Olivos, hasta que desapareció de su vista. Dios había abandonado
su trono y morada terrenal.
Ahora, en este punto, Dios en una forma dispensacional, asumió un nuevo título. En 2
Crónicas 36:23 leemos: “Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha
dado todos los reinos de la tierra”. También en los primeros versículos de Esdras se nos
dice que este mismo Ciro hizo una proclamación diciendo: “Jehová el Dios de los cielos me
ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en

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Jerusalén”. Estas son las primeras apariciones de este título divino en la Escritura. No
es una mera expresión casual, pero el empleo de la misma marcó una gran crisis y
denotó un cambio radical en las relaciones de Dios con la tierra. Encontrará que se trata
de un título característico de Dios en aquellos libros que tratan de la cautividad de
Israel. Esta frase enfatizó el hecho de que mientras su trono eterno nunca puede ser
abandonado, el trono dispensacional de Dios sobre la tierra ya había sido abandonado.
En lugar de su trono visible en medio de Israel, Dios estableció otro trono sobre la
tierra, un trono que delegó a los hombres y que iba a continuar durante todo el tiempo
de los gentiles —una expresión que se refiere al intervalo durante el cual los gentiles
tendrían dominio sobre Jerusalén. Este es el tema y asunto que se desarrolla en el libro
de Daniel. En su segundo capítulo, donde se registra el sueño de Nabucodonosor y la
interpretación divina del mismo, nos encontramos con que el significado profético de la
gran imagen proveía una descripción de la historia de los tiempos de los gentiles y el
carácter de su gobierno sobre esta tierra (véanse los vv. 37–39).
El sueño profético de Nabucodonosor miró hacia adelante, no sólo al final de los
cuatro imperios mundiales gentiles, sino también más allá de ellos, contemplando otro
imperio futuro que sería totalmente diferente en carácter. En el versículo 44 se nos
dice: “Y en los días de estos reyes (el “reino” antes mencionado) el Dios del cielo
levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo;
desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”.
Este era el quinto reino, el reino prometido del Mesías. Se ofrecen más detalles sobre
este reino en Daniel 7:13, 14, “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes
del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le
hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos
los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino uno que no será destruido”, comparar Lucas 19:12, 15.
Después de Daniel, la voz de la profecía pronto fue silenciada, y por 400 años el
pueblo de Israel se mantuvo en un estado de expectativa ansiosa, esperando que Dios
cumpliera sus promesas. Después apareció Juan el Bautista, quien tomó el mensaje del
reino justo donde los profetas del Antiguo Testamento lo habían dejado caer. En Mateo
3:1, 2 leemos: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” —se ha “acercado”
porque el Rey mismo estaba a punto de aparecer en medio de los Judíos. Cuando Juan
dijo, “el reino de los cielos se ha acercado”, ¿qué supone usted que sus oyentes judíos

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entendieron con esta expresión? Tenían todo el AT en sus manos, pero eso fue todo lo
que entonces tuvieron. Obviamente, todos sus pensamientos naturalmente se
enfocarían en ese reino que el Hijo del Hombre iba a recibir en los cielos de las manos del
Anciano de días.
Es de notar que la predicación de Juan el Bautista fue “en el desierto de Judea”. La
posición ocupada por el precursor del Mesías era un triste presagio de los resultados de
su misión. Juan apareció fuera del templo, lejos de Jerusalén. Su mensaje:
“Arrepentíos”, dio testimonio de la triste condición espiritual de Israel —No necesito
decir “Arrepentíos” a un pueblo que está caminando en comunión con Dios.
“Arrepentíos” era una orden para aquellos que estaban lejos de Dios.
Entonces apareció Aquel a quien Juan anunciaba. El Rey mismo, una vez más
acercándose a Israel en la tierra. Aquel que había dejado su trono terrenal de antaño,
que se había retirado al cielo en los días de Ezequiel, y que a partir de entonces llegó a
conocerse como “El Señor Dios de los cielos”, en su gracia incomparable se había
encarnado en forma humana, y por estar ahora una vez más en la tierra, porque el Rey
mismo estuvo presente en medio de Israel, el reino se había “acercado”. Por lo tanto, se
nos dice en Mateo 4:17: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir:
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Tanto las “señales” (Mt 11:4;
16:3) como los “poderes” (Heb 2:3; 6:5) del reino, mesiánico, terrenal, fueron
desplegados por Cristo. Humanamente hablando, todo estaba listo para el
establecimiento de aquello que había sido prometido por Daniel. Nada faltaba sino esto
—corazones leales para dar la bienvenida y recibir al Rey divino. Pero
desafortunadamente esto faltó: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn 1:11).
Las etapas del rechazo del Mesías están descritas en Mateo 12, de lo que nos
ocuparemos en nuestro siguiente capítulo. Debido a que Israel rechazó a su Rey, él
temporalmente también les rechazó, y por lo tanto el establecimiento de su reino
mesiánico en la tierra fue pospuesto. El Rey partiría de este mundo y estaría ausente
por una larga temporada, antes de regresar de nuevo y establecer su reino, ver Lucas
19:12, 15. En el intervalo de su ausencia, el “reino” toma otra forma. Éste es ahora su
reino entre los gentiles, y se encuentra dondequiera que su autoridad es públicamente
reconocida; es la esfera de la profesión cristiana, en una palabra, la cristiandad.

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INTRODUCCIÓN

EL capítulo trece de Mateo inicia con estas palabras: “Aquel día salió Jesús de la casa y se
sentó junto al mar”. Esta afirmación claramente mira hacia atrás al capítulo anterior,
donde el Espíritu Santo nos ha descrito las diversas etapas del rechazo de Israel hacia
su Rey. Al principio de Mateo 12 encontramos a los fariseos desafiando a los discípulos
de Cristo porque habían arrancado las espigas de maíz en el día de reposo, lo cual es
seguido por la defensa que el Señor hace a favor de ellos. A continuación se nos dice: “Y
salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle” (v. 14). Esta es la
primera vez que leemos algo como esto en el Evangelio de Mateo.
Después en los vv. 22–24 se nos dice: “Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego
y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba”. Hasta ese
momento era el milagro más notable que el Señor Jesús había realizado; de hecho,
fueron tres milagros en uno. Se produjo tal impresión sobre aquellos que lo
presenciaron que se nos dice: “toda la gente estaba atónita, y decía: ¿Será éste aquel
Hijo de David?” —no dijeron “¿Será éste aquel Hijo de Dios?” sino “aquel Hijo de David”,
es decir, el Mesías mismo. A continuación se nos dice: “Mas los fariseos, al oírlo, decían:
Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” —ahí
cometieron el pecado para el cual no había ningún perdón.
Tras la condena de nuestro Señor a los fariseos por su blasfemia imperdonable, se
nos dice: “Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo:
Maestro, deseamos ver de ti señal” (v. 38). Su respuesta fue que la única señal que se
debería de dar a esa generación malvada y adúltera debía ser “la señal del profeta
Jonás”, es decir, que después de tres días en el lugar de la muerte, el Siervo de Dios
debería venir e ir a los gentiles. Después de esto, el Señor pronunció solemnemente el
juicio venidero del cielo sobre esa generación malvada, y así su postrer estado sería
peor que el primero (vv. 43–45).
El capítulo cierra diciéndonos que mientras Cristo aún hablaba a la gente, uno le
dijo: “Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban
afuera, y le querían hablar. Y le dijo uno: He aquí tu madre y tus hermanos están
afuera, y te quieren hablar. Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi
madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (vv. 46–50). Esta fue una

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ruptura de lazos carnales que denotaba la ruptura del Salvador con Israel y anunciaba
que a partir de ahora sólo reconocería como parientes a aquellos que hicieran la
voluntad de su Padre que estaba en el cielo.
Por tanto, observaremos que las primeras palabras de Mateo 13 suministran la
primera clave para la interpretación de lo que sigue. Las parábolas de este capítulo
fueron pronunciadas por Cristo “el mismo día” que los fariseos tuvieron consejo para
destruirlo, cuando cometieron el pecado imperdonable, cuando pronunció el juicio
solemne sobre la nación, y cuando cortó los lazos carnales que le unían a los judíos y dio
a entender que de ahí en adelante deberían ser un pueblo unido a él por lazos
espirituales. Así, la relación entre Mateo 12 y Mateo 13 es aquella de causa y efecto; en
otras palabras, Mateo 12 da a conocer la causa que dio lugar a que Cristo actuara como
lo hizo en el capítulo trece; la causa fue el rechazo de Israel a su Rey y el rechazo de él
hacia ellos. Su actuar en Mateo 13:1 fue indicativo de una gran crisis dispensacional, fue
un anticipo de lo que se encuentra desarrollado en detalle en el libro de Hechos —Dios,
temporalmente, alejándose de los judíos y volviéndose a los gentiles.
“Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar”. La “casa” es el lugar de la
relación ordenada y los vínculos naturales. Esta fue abandonada, ¡Jesús “salió” de ella!
Simbólicamente fue una confirmación de sus propias palabras al final de Mateo 12:43; el
vínculo que le había atado a los judíos ahora estaba roto. La siguiente acción de Cristo
fue tomar su lugar junto al mar. Esto también tuvo un profundo significado simbólico
para los que tenían ojos para ver. El “mar” habla del hombre caído en la inquietud y la
esterilidad de la naturaleza, del hombre separado de Dios, y por tanto de los gentiles (F.
W. G.). Si el lector se dirige a Daniel 7:1, 2; Apocalipsis 17:15, etc., encontrará ahí esta
ilustración definida.
“Y les habló muchas cosas por parábolas” (Mateo 13:3). Esto marcó un nuevo punto de
partida en el método de enseñanza de Cristo. Sería en vano la búsqueda de alguna
parábola en los primeros doce capítulos de este evangelio. Hasta ahora Cristo había
enseñado al pueblo con un lenguaje sencillo, usando términos simples del habla; pero
ahora su mensaje estaba siendo velado y su significado ocultado. Esto explica lo que se
nos dice en el versículo diez: “Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué
les hablas por parábolas?” Los discípulos se sorprendieron. Al no estar acostumbrados a
esta forma de enseñanza, estuvieron tan confundidos que es difícil explicarlo aquí
[confirmar la traducción de esta última frase]. La respuesta del Señor a su pregunta
confirmó lo que hemos dicho sobre el versículo 1. Su respuesta está registrada en los

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versículos 11–15; la cita que nuestro Señor hace ahí de las solemnes palabras de Isaías 6
suministra una prueba más de que la nación había rechazado a su Rey. Como
consecuencia de este rechazo se había distanciado de ellos, según esta nueva forma de
enseñanza claramente evidencia. Este es un principio ejemplificado a través de toda la
Escritura en donde, siempre que se emplean parábolas o expresiones simbólicas, estas
son dirigidas a un pueblo alejado de Dios, de ahí la ausencia de ellas en las epístolas.
Volviendo una vez más a Mateo 13:11, encontramos aquí la segunda clave importante
que abre el contenido de nuestro capítulo. Ahí el Señor mismo designa las siete
parábolas como “misterios del reino de los cielos”. Pero antes de seguir adelante
permítame señalar que la palabra “reino” no se refiere principalmente a territorio. El
primer significado del diccionario Webster de esta palabra es: “autoridad real, poder
soberano, gobierno, dominio”. El término “reino” se refiere, directamente, no a un
territorio, sino a la autoridad; no a un área, sino a la soberanía. Tomemos una simple
ilustración. Francia fue alguna vez un “reino”, pero hoy en día es una “república”. Sin
embargo, no ha habido ningún cambio territorial; el país es el mismo, y está habitado por
la misma raza de personas. Ya no es un “reino” por la sencilla razón de que ya no
reconoce la autoridad soberana de un rey; en cambio, es gobernada por la sociedad, y
por lo tanto es una “república”. La sociedad son los gobernantes, la autoridad está
conferida a los que ellos eligen para el cargo. Así, podemos ver con esta simple
ilustración que el término “reino” no se refiere a una esfera localizada de territorio,
sino a la forma de su gobierno, y habla de la soberanía de su gobernante. Por lo tanto, el
“reino de los cielos” no es el cielo en sí, sino un pueblo que posee la autoridad soberana
del cielo.
Una prueba más de lo que se ha dicho anteriormente se encuentra en las palabras
del Salvador a Pedro según se registra en Mateo 16:19: “Y a ti te daré las llaves del reino
de los cielos”. “Llaves” habla de dos cosas: son un símbolo de autoridad y existen con el
propósito de abrir y dar admisión o acceso a algo. Cuando le doy a alguien la llave de mi
casa tiene el derecho y la autoridad para entrar a ella. En Apocalipsis 1:18 Cristo habla
de que tiene “las llaves de la muerte y del Hades”, lo que significa que él tiene completa
autoridad sobre ellos. Ahora a Pedro le fueron “dadas” las llaves del reino de los cielos,
una autoridad delegada está a la vista. En el libro de los Hechos el significado de las
palabras del Señor a Pedro se hizo claro.
En el segundo capítulo de Hechos nos encontramos a Pedro usando esas “llaves” en
el día de Pentecostés, abriendo la puerta del reino a los judíos. En Hechos 10

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encontramos a Pedro usando esas “llaves” de nuevo, dando entrada en el reino a los
gentiles. Llama poderosamente la atención el sopesar los detalles de lo último que se
menciona: los gentiles a los que se hace referencia de manera particular fueron
Cornelio y su casa. En Hechos 9 leemos acerca de la conversión de Saulo de Tarso, y
como sabemos, él fue el apóstol de los gentiles. Sin embargo, cuando el Señor apareció a
Cornelio y le dijo que enviara por uno de sus siervos, no fue Pablo sino Pedro el que fue
invitado, ¡ya que fue el último y no el primero quien poseía las “llaves”! Aquello a lo que
Pedro dio admisión no fue al cielo ni a la iglesia, sino a la esfera de la profesión cristiana.
Así, el lenguaje de Mateo 13:11 nos asegura que las parábolas que siguen se refieren a la
cristiandad, es decir, a aquella esfera donde la autoridad del cielo y la soberanía de
Cristo son reconocidas abiertamente. Antes de dejar Mateo 16:19 podemos añadir que
un derecho de sucesión conferido a las “llaves de San Pedro” es un manifiesto absurdo,
por esta razón, Pedro dejó la puerta del reino ¡abierta de par en par!
El versículo once de Mateo 13 proporciona otra clave en la frase “misterios del reino
de los cielos”. En la Escritura el término “misterio” significa un secreto divino dado a
conocer por el Espíritu Santo. Esto es confirmado por lo que se nos dice en el versículo
35, concretamente, que Cristo estuvo aquí declarando las “cosas escondidas desde la
fundación del mundo”. Así que, en estas parábolas, Cristo estuvo dando a conocer lo que
estaba fuera del alcance de la profecía del AT, algo que Dios no había dado a conocer a
Israel a través de los profetas. Esto necesita ser observado cuidadosamente, ya que
refuta la interpretación popular de estas parábolas.
Son muchos los que consideran que las parábolas de Mateo 13 contienen profecías
sobre el comienzo del milenio; la de la semilla de mostaza y la de la levadura son
consideradas como paralelas con la promesa de que “la tierra será llena del
conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”, pero esa declaración se
encuentra en Isaías 11:9, ¡esta no era un “secreto” en los tiempos del AT! Por lo tanto,
ninguna de las parábolas en Mateo 13 puede estar tratando del mismo tema que Isaías
11:9, o lo que se afirma en el versículo 35 no sería verdad. No; Mateo 13 se refiere a algo
que en ninguna parte del AT ha sido revelado; es una revelación completamente nueva.
El número de parábolas aquí, siete, da a entender que proporcionan un esquema o
una descripción completa de algo, y ese algo es la historia de la cristiandad. Lo que está a
la vista en las primeras cuatro parábolas es la esfera de la responsabilidad humana, y
por consiguiente es un cuadro de fracaso lo que nos es presentado. En la primera, sólo
uno de los cuatro lanzamientos de la buena semilla produce algún fruto. En la segunda,

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la cosecha completa se echa a perder por la mezcla de la cizaña entre el trigo. En la
tercera, el pequeño grano de mostaza se convierte en un gran árbol, cuyas ramas dan
refugio a los agentes de Satanás. En la cuarta, las tres medidas de harina son, en última
instancia, completamente corrompidas por medio de la levadura introducida
subrepticiamente en ellas.
Puede mirar dónde desee en la Escritura, y se encontrará con lo mismo: cada vez
que Dios ha encomendado algo al hombre como criatura responsable, este ha fallado.
Dios puso a Adán en el Edén en el terreno de la responsabilidad humana y cayó. Dios le
dio a Noé la espada de autoridad magistral y no pudo gobernarse a sí mismo. Dios le dio
a Israel la ley, y la quebrantaron; antes de que Moisés bajara del monte ya estaban
adorando al becerro de oro. Dios instituyó el sacerdocio en Israel, y Aarón y sus hijos
fueron debidamente consagrados a su oficio, pero desde el primer día, dos de ellos
ofrecieron fuego extraño y juicio cayó sobre ellos. Dios instituyó la monarquía en Israel
y un gran fracaso fue escrito sobre esta. Dios dotó a Nabucodonosor con poder, pero él
se engrandeció tanto que hizo una imagen de sí mismo y exigió que todos la adoraran.
Ni la profesión cristiana ha probado ser la excepción. “Después de mi partida entrarán
en medio de vosotros lobos rapaces”, dijo el apóstol Pablo (Hechos 20), y lo hicieron. El
mal introducido por Satanás al comienzo de esta dispensación nunca se ha erradicado,
ni lo será sino hasta el tiempo de la cosecha. En lugar de que las cosas mejoren, van a
empeorar, hasta que Cristo vomite (Apocalipsis 3:16) todo el sistema que resiste su
nombre. Pero, bendito sea su nombre, no hay fracaso con Dios. A pesar del fracaso del
hombre y de la oposición de Satanás, él ha estado cumpliendo de forma lenta pero
segura su propósito eterno. Hechos 15:18 declara: “Dice el Señor, que hace conocer todo
esto desde tiempos antiguos”, y una prueba clara de esto nos es dada en el
cumplimiento inequívoco de las parábolas proféticas de Mateo 13.
Las siete parábolas de Mateo 13 se dividen en cuatro y tres, que es la división
habitual de una serie septenaria. Las cuatro primeras fueron dichas a la multitud a la
orilla del mar, las tres últimas a los discípulos en el interior de la casa. Por lo tanto, las
primeras cuatro nos dan la visión externa en la historia de la cristiandad, mientras que
las tres últimas retratan aquello que es más interior y espiritual. Las cuatro primeras
están ordenadas en dos pares: la primera, el trigo y la cizaña, dándonos aspectos
individuales; el segundo par, el árbol de mostaza y la levadura corrompida, describiendo
el punto de vista colectivo. Una vez más, la primera parábola nos muestra una siembra,
mientras que la quinta y sexta muestran la cosecha resultante. La segunda parábola

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también nos muestra una siembra, mientras que la tercera y cuarta nos dan la cosecha
resultante. Si se pregunta ¿Por qué el “cultivo” de la segunda siembra es dado antes de la
cosecha de la primera? La respuesta es: siempre es el orden de las Escrituras darnos
primero aquello que es natural, y después aquello que es espiritual. En nuestro
siguiente artículo vamos a tomar la parábola del sembrador.
N.B. —Por buena parte de este capítulo estamos en deuda con los escritos de F. W. Grant.

1
LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

“Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a
sembrar”. El lector cuidadoso notará una omisión aquí, a saber, que esta parábola no
comienza con las palabras “el reino de los cielos es semejante a”. Esto no puede ser así
sin una buena razón, porque lo que se omite en la Sagrada Escritura es en muchas
ocasiones tan significativo como lo que se registra. Cada una de las seis parábolas que
siguen empieza con esta cláusula. La razón por la que es dejada de lado al comienzo de
la primera no es difícil de explicar. Como lo hemos demostrado en un artículo anterior,
“el reino de los cielos” es una expresión que, en la dispensación actual, hace referencia
a la cristiandad, la esfera de la profesión cristiana, ese círculo donde la soberanía de
Cristo es reconocida públicamente. Pero el “reino de los cielos” no asumió esta forma
sino hasta después de que Cristo volvió al Padre. Por lo tanto, debido a que esta primera
parábola contempla el período de tiempo cubierto por el ministerio terrenal de nuestro
Señor, estas palabras son omitidas apropiadamente. La primera parábola constituye
una introducción a las que siguen, describe la obra de Cristo como preparación para el
establecimiento de su reino entre los gentiles, aunque el principio de esta es de una
aplicación más amplia.
“He aquí, el sembrador salió a sembrar”. En Marcos 4:3 encontramos que esta misma
parábola es introducida por las palabras: “Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar”.
Esta palabra “oíd” indicaba que el Salvador estaba a punto de comunicar algo de inusual
importancia. La figura que estaba usando era tan simple como para ser casi

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insignificante, por lo que existía el peligro de que sus oyentes la consideraran como de
poca importancia; por lo tanto el “¡oíd!” y el “he aquí” fueron formulados para captar la
atención; son palabras que nos exigen reflexionar cuidadosamente en lo que sigue.
La acción de Cristo al inicio de esta parábola fue tanto trágica como bienaventurada.
Hablando desde una perspectiva humana, debió haber sido como “un cosechador que
salía a cosechar” o “un agricultor que salía a recoger sus frutos”. Por mil quinientos
años hubo una siembra abundante de la semilla en Israel, por medio de Moisés, David,
los profetas, y por último Juan el Bautista. Pero no hubo cosecha para Jehová. Es esto lo
que se expresa de manera conmovedora en Isaías 5: “Tenía mi amado una viña en una
ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había
edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que
diese uvas, y dio uvas silvestres” (vv. 1, 2).
La bienaventuranza de la acción de Cristo aquí es vista en su condescendencia y
gracia maravillosas al rebajarse tanto como para tomar el humilde lugar de un
“sembrador”, de ahí el “he aquí”. Las palabras “salió a sembrar” o como dice el evangelio
de Marcos “salió” fueron indicativas del gran cambio dispensacional que pronto iba a
ser introducido.
Ya no iba a ser una plantación de vides o higueras en Israel, sino un derramamiento
de la misericordia de Dios hacia los gentiles; por lo tanto, lo que tenemos aquí es el
esparcimiento de la semilla en el campo en general, como el versículo 38 nos dice: “el
campo es el mundo”.
Un gran propósito de esta primera parábola es enseñarnos la medida del éxito que
el evangelio recibiría entre los gentiles. En otras palabras, se nos muestra lo que serían
los resultados de este esparcimiento de la semilla. En primer lugar, la mayor parte de la
tierra sobre la que cayó resultaría desfavorable: los suelos duros, de poca profundidad y
espinosos, eran inadecuados para la productividad. En segundo lugar, nos toparíamos
con oposición externa, las aves del cielo vendrían y la arrebatarían. En tercer lugar, el
sol quemaría, y se marchitarían aquellas semillas con humedad insuficiente en sus
raíces. Sólo una fracción de las semillas sembradas producirían algún crecimiento, y por
lo tanto, todas las expectativas para el último triunfo universal del evangelio fueron
retiradas.
La clara enseñanza de nuestra presente parábola debería disipar inmediatamente
los sueños optimistas pero vanos de los post-milenaristas. Esta responde con claridad y
de manera concluyente las siguientes preguntas: ¿Cuál debe ser el resultado del

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esparcimiento de la semilla? ¿La recibirá todo el mundo y producirá fruto cada parte
del campo? ¿La semilla brotará y producirá una cosecha universal, de modo que no se
pierda un solo grano de la misma? Nuestro Salvador nos dice explícitamente que la
mayor parte de la semilla no produce ningún fruto, por lo que ninguna conquista
mundial por medio del evangelio, en la cristianización de la raza, ha de ser buscada.
Tampoco había ningún indicio de que, mientras la era avanzaba, habría algún cambio,
y que los sembradores posteriores se encontrarían con un mayor éxito, por lo que los
oyentes de junto al camino, de los pedregales y de la tierra espinosa dejarían de existir o
rara vez serían encontrados. En lugar de eso, el Señor mismo claramente nos advirtió
que en lugar de que los frutos del evangelio mostraran un aumento, habría una
disminución notable; cuando habló del fruto producido dijo: “y da fruto; y produce a
ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23). Estas palabras son demasiado claras para
ser mal entendidas. Creemos que el “ciento” se refería a la cosecha producida en los días
de los apóstoles; el “sesenta” al tiempo de la Reforma; y el “treinta” a los días en los que
estamos viviendo ahora. La historia de los últimos diecinueve siglos ha atestiguado el
cumplimiento de la profecía de Cristo; ¡sólo un porcentaje en cualquier país, ciudad o
pueblo ha respondido al evangelio!
La mayor parte de los detalles de esta parábola se refieren no al Sembrador o a la
semilla, sino a los distintos tipos de suelo en los que la semilla cayó. En su
interpretación, el Señor Jesús explicó los diferentes tipos de suelo como la
representación de las diversas clases de aquellos que escuchan la Palabra. Son cuatro
en número, y pueden ser clasificados como de corazón duro, de corazón poco profundo,
de corazón a medias y de todo corazón. Es importante ver que en la parábola, Cristo
no está hablando desde el punto de vista de los consejos divinos, porque no puede haber
ningún fallo ahí, sino desde el punto de vista de la responsabilidad humana. Lo que
tenemos aquí es la Palabra del reino dirigida a la responsabilidad del hombre, el efecto
que tiene sobre él, y su respuesta. Veamos ahora brevemente cada clase por separado:
1. Los oidores de junto al camino. “Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó
junto al camino; y vinieron las aves y la comieron… cuando alguno oye la palabra del
reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón.
Este es el que fue sembrado junto al camino” (vv. 4, 19). Aquí, el corazón que recibe la
semilla no es receptivo y tampoco responde. Es como la vía pública, endurecido por el
tráfico constante del mundo. Aunque se dice que la Palabra es “sembrada en su
corazón”, esta no encuentra un alojamiento real en él, y esto es lo que la hace tan

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solemne. La “palabra implantada” es aquella que es recibida “con mansedumbre”, y para
ello debe hacerse a un lado “toda inmundicia y abundancia de malicia” (Sgo 1:21). Es en
este punto que entra la responsabilidad del individuo, la responsabilidad de aquel que
escucha la Palabra.
Debe tenerse en cuenta que es “cuando alguno oye la palabra del reino y no la
entiende, cuando viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón”. Aquellos
que oyen la Palabra son responsables de “entenderla”. Es cierto que el hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, pero debería; y que para él son “locura”,
pero no debe ser así. Como se nos dice en 1 Corintios 8:2, “si alguno se imagina que sabe
algo, aún no sabe nada como debe saberlo”. La comprensión de la Palabra sólo se obtiene
de parte de Dios, y es responsabilidad de todos los que guardan y leen su Palabra clamar
a él: “Enséñame tú lo que yo no veo” (Job 34:32). Su promesa es que “enseñará a los
mansos su carrera” (Sal 25:9). Pero si no hay humildad del corazón delante de Dios, ni
búsqueda de la sabiduría de lo alto, entonces no habrá ninguna “comprensión” de la
Palabra y el diablo “arrebatará” lo que hemos oído o leído, ¡pero sólo nosotros tendremos
la culpa!
2. Los oyentes de la tierra pedregosa. “Parte cayó en pedregales, donde no había
mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol,
se quemó; y porque no tenía raíz, se secó… Y el que fue sembrado en pedregales, éste es
el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que
es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra,
luego tropieza” (vv. 5, 6, 20, 21). El tipo de suelo al que se hace referencia aquí, es aquel
en donde la base es de roca, con sólo una fina capa de tierra encima. En este suelo poco
profundo la semilla es recibida, pero el crecimiento es superficial. La interpretación de
nuestro Señor de inmediato identifica la clase específica de oyentes que están a la vista
aquí. Al principio prometen mucho, pero más tarde resultan muy decepcionantes. Lo
que tenemos aquí es la falta de profundidad. Las emociones han sido movidas, pero la
conciencia no ha sido examinada; hay un “gozo” natural, pero sin convicción profunda
o verdadero arrepentimiento. Cuando se realiza una obra divina de gracia en un alma,
los primeros efectos de la Palabra sobre ella no son producir paz y gozo, sino contrición,
humildad y tristeza.
Lo triste es que hoy en día casi todo lo relacionado con el esfuerzo evangelístico
moderno (?) se calcula sólo para producir esta clase de oyente. El canto alegre, el
sentimentalismo de los himnos (?), las apelaciones a las emociones del predicador, la

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demanda de “resultados” visibles y rápidos de las iglesias, no producen más que
retornos superficiales. Se insta a los pecadores a tomar una “decisión” rápida, son
apresurados a adoptar la “postura del penitente”, y luego se les da la seguridad de que
todo está bien con ellos; la pobre alma engañada se va con un “gozo” falso y efímero. Lo
más lamentable es que muchos en el pueblo del Señor apoyan y favorecen esta parodia
del verdadero ministerio del evangelio, la cual deshonra a Cristo y engaña a las almas.
“Es de corta duración”. “Esta es la carne en su tono más claro, capaz de llegar tan
cerca del reino de Dios, y más aún, manifestar su naturaleza sin esperanza. Hay una
roca inquebrantable detrás que nunca cede a la Palabra ni le da alojamiento; la clase de
oyentes representados aquí son nacidos sólo de la carne. Dejan que las cosas sean
exteriormente favorables a la profesión, es evidente que el número de éstos puede
multiplicarse en gran medida, y pueden pegarse como hojas muertas a un árbol que no
ha tenido ninguna sacudida brusca para quitárselas de encima. Pero la vida no es mejor
en ellos”1.
3. Los oyentes de la tierra espinosa. “Y parte cayó entre espinos; y los espinos
crecieron, y la ahogaron… el que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la
palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se
hace infructuosa” (vv. 7, 22). En Marcos 4:19 se nombran las “codicias de otras cosas” y
en Lucas 8:14 los “placeres de la vida” como obstáculos adicionales representados por
“espinas”. Aquí no son tanto las causas internas sino las trampas externas las que hacen
que esta tercera clase de oyentes sea infructuosa.
Así, el Señor ha dado a conocer aquí qué es lo que, desde el punto de vista humano,
hace que gran parte de la semilla sembrada sea improductiva. Las razones por las que la
predicación de la Palabra no produce una cosecha espiritual en todos los que la
escuchan son: primero, la dureza natural del corazón del hombre y la oposición
resultante de Satanás; segundo, la superficialidad de la carne; tercero, las atracciones y
distracciones del mundo. Estas son las cosas que producen esterilidad y están escritas
como advertencia y para el aprendizaje del cristiano. Los siervos de Cristo son también
instruidos para saber qué esperar y estar informados de lo que se opondrá a su labor
—el diablo, la carne y el mundo.
4. Los oyentes de la buena tierra. “Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto… el
que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y
produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (vv. 8, 23). Debe ser observado

1
The Numerical Bible (La Biblia numérica)

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cuidadosamente que cuando definió al oyente de la buena tierra, Cristo no dijo “este es
aquel en quien una obra divina de gracia ha sido forjada” o “cuyo corazón ha sido hecho
receptivo por la operación del Espíritu Santo”. Lo cierto es que esto debe preceder a
cualquier recepción de la Palabra por parte del pecador para que se vuelva fructífero,
sin embargo, este no es el aspecto particular de la verdad con la que Cristo está tratando
aquí. Como ya se ha dicho, él no está hablando aquí del cumplimiento de los designios
de Dios, sino desde el punto de vista de la responsabilidad humana.
Lo que el Señor está dando a conocer aquí es aquello que el oyente de la Palabra debe
procurar gracia para hacer, si es que realmente quiere ser fructífero. Los registros
complementarios de esta parábola que ofrecen Marcos y Lucas deben ser
cuidadosamente comparados. En Lucas 8:15 se nos dice primero que la Palabra debe ser
recibida con “corazón bueno y recto”. En segundo lugar, que la “retienen”. Y en tercer
lugar, que “dan fruto con perseverancia”. Tales son las condiciones del dar fruto: una
mente sin prejuicios y un corazón abierto; la comprensión de la Palabra recibida y la
perseverancia, aferrándonos a ella firmemente.
Para terminar permítame llamar su atención a una o dos lecciones prácticas
inculcadas por esta parábola.
En primer lugar, la preciosura de la semilla. Si hubiera solo un grano de trigo que
quedara en el mundo hoy, y se perdiera, ni aún todos los esfuerzos del hombre podrían
reproducirlo. Así es con la Palabra, si nos fuera arrebatada, ni todo el ingenio y la
sabiduría del hombre podría reemplazarla. Entonces valorémosla, amémosla y
estudiémosla más.
En segundo lugar, la discreción del sembrador. En la parábola no se nos dice casi
nada acerca de él, solo el simple hecho de que él sembró la semilla. El énfasis está sobre
la semilla, los distintos tipos de suelo, los obstáculos y las condiciones para dar fruto.
¿Por qué es esto así? Porque la personalidad del sembrador y el método de siembra son
de una importancia secundaria. ¡Un niño pequeño puede dejar caer una semilla tan
eficazmente como un hombre; el viento puede llevársela, y conseguir tanto como si un
ángel la hubiera plantado! Todos, no solamente los predicadores, pueden ser
“sembradores”.
En tercer lugar, las condiciones para dar fruto. Hay mucho “pedregal” en el jardín de
cada una de nuestras almas: entonces no despreciemos el martillo y el arado de Dios.
¡Hay muchas “espinas” en cada una de nuestras vidas que deben ser arrancadas si ha de
haber más espacio para el fruto! Por último, es necesario que haya mucha oración para

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tener “entendimiento”, “paciencia” y el atesoramiento de la Palabra en nuestros
corazones con el propósito de “guardarla”.
En cuarto lugar, la plenitud de la parábola. Hay algunos que condenan la idea de que
debemos buscar un significado a cada detalle en las parábolas de nuestro Señor, y nos
dicen que deberíamos contentarnos con el descubrimiento de su significado general.
Pero tal concepción vaga es manifiestamente condenada por el propio ejemplo de
Cristo. En su interpretación dio un significado a cada detalle; y no sólo esto, sino que
mediante la comparación de los tres registros de esta parábola, ¡aprendemos que las
“espinas” representan por lo menos cuatro cosas distintas! ¡Esto nos muestra la
necesidad de estudiar con cuidado y meditar en oración sobre cada jota y tilde de la
Sagrada Escritura!

2
LA PARÁBOLA DE LA CIZAÑA

ESTA parábola constituye la segunda de la serie, y su contenido corresponde con el


significado de este número. El uno es el número de la unidad, ya que se encuentra solo,
excluyendo toda diferencia. Pero con el dos hay una diferencia. Esta puede ser para
bien o para mal. En un mal sentido el dos es sinónimo de diferencia, contraste, y por lo
tanto de enemistad. El dos es el primer número que puede ser dividido y por lo tanto es
sinónimo de división, de conflicto. Si nos remitimos al primer capítulo de la Escritura
encontramos que fue en el segundo día que Dios “separó la luz de las tinieblas, y las
aguas debajo de la expansión, de las aguas por encima de ella”. Lo segundo en cualquier
asunto generalmente tiene el mal y la enemistad estampada sobre él. Considere la
segunda declaración en la Biblia, la primera es: “en el principio creó Dios los cielos y la
tierra”, pero la segunda declaración nos dice: “y la tierra estaba desordenada y vacía”.
¡De ahí que en las siete parábolas de Mateo 13 la primera describa la obra de Cristo y la
segunda la obra de Satanás!
La parábola de la cizaña proporciona una explicación de la cristiandad como ha
existido a lo largo de estos diecinueve siglos y como es hoy; un estado mixto de sucesos;

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lo verdadero y lo falso de forma paralela; Roma y sus hijas disfrazándose bajo la
apariencia de cristianismo. El “campo” representa el mundo religioso, en el que el trigo
y la cizaña “crecen juntos”. Este estado mixto de sucesos es el resultado de la obra del
enemigo al comienzo de esta dispensación, y sus efectos están con nosotros hasta este
día.
Esta parábola, como la primera, también refuta de manera más contundente las
ilusiones no bíblicas del post-milenarismo. Ellos creen que a través de la predicación
del evangelio (bajo la bendición de Dios), la causa de Cristo se extenderá hasta que toda
la tierra esté llena del conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar.
Pero Cristo aquí declara explícitamente que el trigo y la cizaña deben “crecer juntos
hasta la siega”, la cual definió como “el fin del siglo”. Él no dio a entender que la “cizaña”
moriría poco a poco, o que disminuiría en número; sino anunció que, al final, sería
encontrada en tal cantidad que necesitaría ser atada “en manojos”.
La conexión entre esta parábola y la anterior es muy marcada. El Sembrador de la
buena semilla es el mismo, “el Hijo del hombre”; el “campo” es el mismo, “el mundo” (v.
38), es decir, el mundo religioso. Pero aquí se nos dice algo acerca de la semilla que nos
resulta muy llamativo. En el versículo 19 se le llama “la palabra del reino”, mientras que
en el versículo 38 leemos “la buena semilla son los hijos del reino”. Así como algo
produce más de lo mismo, la palabra del reino produce hijos del reino; ¡el fruto es según
la semilla!
Lo importante en esta segunda parábola de la serie es el enemigo y su obra.
Consideremos:

1. El tiempo cuando trabajaba


Esto fue “mientras dormían los hombres” (v. 25); es decir, por la noche. En otras
palabras ¡fue bajo el amparo de la oscuridad que el diablo sembró su cizaña! Esto es
característico de Satanás, porque él odia la luz; la discreción, el disimulo y la
deshonestidad son sus tácticas favoritas. Pero fíjese bien, el Sembrador mismo no
durmió: él no duerme, ni se cansa. Tampoco Satanás. Él está siempre en alerta, va
siempre “buscando a quien devorar”. Es la personificación del movimiento perpetuo.
“Mientras dormían los hombres”. La referencia es a la actitud no vigilante que
pronto se desarrolló entre el pueblo del Señor. La presencia de la “cizaña” entre el trigo
se evidenció de forma muy temprana. El apóstol declaró a los Tesalonicenses: “porque
ya está en acción el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7). Juan tuvo que decir:

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“según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos
anticristos” (1 Juan 2:18). Judas escribió: “Porque algunos hombres han entrado
encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación,
hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (v. 4). A la
Iglesia de Pérgamo Cristo dijo: “pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a
los que retienen la doctrina de Balaam… y también tienes a los que retienen la doctrina
de los nicolaítas, la que yo aborrezco” (Apocalipsis 2:14, 15).

2. El método que empleó


En primer lugar, se nos dice que el Hijo del Hombre sembró buena semilla en su
campo (vv. 24, 37). Después, se nos informa que el diablo se volvió agricultor (v. 25).
Satanás jamás ha producido algo, siempre ha sido un imitador. Él produce
falsificaciones de las obras de Dios. Es importante que los cristianos sepan esto, para
que puedan estar en guardia. Si estudiamos las Escrituras no seremos ignorantes de sus
maquinaciones (2 Corintios 2:11). Debe hacerse notar cuidadosamente que como el
enemigo imitó a Cristo no sembró ni espinas ni cardos, si lo hubiera hecho su trabajo
hubiera sido detectado con facilidad y no hubiera habido dificultad para distinguir lo
falso de lo verdadero. No, él sembró “taras”, o mejor dicho, “cizaña”. Este es un trigo
degenerado y tan parecido al artículo genuino que no puede ser distinguido de este sino
hasta la hora de la cosecha. El hecho de que los “siervos del padre de familia”
reconocieran la cizaña tan pronto como surgió no entra en conflicto con nuestra última
declaración, porque son los apóstoles los que están a la vista aquí, y fueron
especialmente dotados con el Espíritu Santo, por lo tanto tuvieron un mayor grado de
discernimiento que cualquiera desde entonces.
Esta “cizaña” son los cristianos falsos. Cuando los “siervos” descubrieron por
primera vez lo que el enemigo había hecho, quisieron acabar con la cizaña (v. 28). Pero
el Maestro se los prohibió, diciendo: “No; no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis
también con ella el trigo” (v. 29). Es sólo cuando ambos están completamente maduros que
el agricultor puede separarlos con seguridad, pues no es sino hasta entonces que se ve
que no hay grano en las espigas de la cizaña. Es hasta el momento de la cosecha que la
cizaña presenta una imagen correcta a la vista. Como estas hojas falsas, verdes y
florecientes, crecen junto con el trigo verdadero, existe la posibilidad de una cosecha
abundante. Pero las apariencias engañan, y gran parte del producto resultará
solamente una decepción y burla para los que han invertido tanto tiempo y trabajo en

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su cultivo. “No todo lo que brilla es oro”. En el tiempo de la cosecha habrá una gran
desilusión. Entonces parecerá que el rebaño de Cristo es “pequeño”.
Esta parábola, entonces, da una notable exposición de los métodos empleados por
Satanás. Él busca destruir el testimonio de Dios en la tierra introduciendo un
cristianismo falso, una imitación inteligente de lo genuino. Esta parábola revela que él
trabaja desde adentro: ¡siembra la “cizaña” entre el trigo! Satanás tiene un evangelio
falso. Esto está claramente implicado en la solemne advertencia dada en Gálatas 1:7–9.
Está más claramente manifestado en 2 Corintios 11, donde se nos habla de los “falsos
apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es
maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es
extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia” (vv. 13–15). Los
principales agentes de Satanás se encuentran, no en las tabernas o en las carreras, etc.,
¡sino en nuestros seminarios y púlpitos! Estos no están abogando por la rebeldía, sino
que están predicando la “justicia”; e “ignorando la justicia de Dios” van “procurando
establecer la suya propia” (Ro 10:3). Es una mezcla de ley y evangelio, y las multitudes
son engañadas de ese modo.
Satanás tiene una iglesia falsa. Cristo está en este momento construyendo su iglesia,
una iglesia que incluirá a todos los salvos de esta presente dispensación, y ninguno que
no sea miembro de la misma, será salvo. El diablo también ha caricaturizado esto. El
romanismo profesa ser la “esposa de Cristo”, y sus ministros insisten en que no hay
salvación que se encuentre fuera de su vallado. Profesan el nombre de Cristo, y abrazan
algunos de los grandes fundamentos de su enseñanza. Pero mezclados ingeniosamente
con estos se encuentran los errores mortales del paganismo. Tan inteligente es la
imitación y se apela tan sutilmente a las Escrituras en apoyo a sus pretensiones, que
millones son engañados por su sistema destructor de almas. “Hay camino que al
hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr 14:12).
Aún se le permitirá a Satanás presentar a un Cristo falso. Esta será su obra maestra.
Mucho se dice en las Escrituras con respecto a él. Él es el gran anticristo. Tendrá poder
para hacer milagros; primero asegurará ser el verdadero Cristo que regresa a la tierra.
Multitudes serán engañadas para que todo el mundo se extravíe tras él (Apocalipsis
13:4). Sí, el diablo siembra “cizaña”, trigo falso, no espinas y cardos.

3. El éxito del enemigo


Es preciso señalar que en esta parábola no leemos alguna oposición o impedimento

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al crecimiento de la cizaña, como lo hicimos en la primera parábola en relación con el
trigo. No se hace mención aquí de algún suelo incompatible a la semilla del diablo. No
hay terreno “junto al camino” demasiado difícil para penetrar. No hay “espinas” para
ahogarlas, porque se desarrollarán en cualquier lugar. No se hace ninguna mención de
las “aves del cielo” viniendo a arrebatarlas. Todas las condiciones y circunstancias
externas son favorables para el crecimiento de esta semilla. No se necesita el cultivo;
crecerán por sí mismas.
El éxito del enemigo está claramente insinuado por la importancia concedida a la
“cizaña” en esta parábola. Esto se ve muy claramente y de manera más solemne en el
versículo 36. Después de que Jesús había despedido a la multitud y se había ido a la casa
con sus discípulos, ellos le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”, no
“la parábola de la buena semilla y la cizaña” (ver vv. 24, 25). Es la cizaña y no el trigo lo
que predomina y ocupa la mayor parte del campo. La mención de los “manojos” en el
versículo 30 confirma el mismo pensamiento.
El propietario del campo prohibió cualquier interferencia con la cizaña. Este es un
punto que ha dejado perplejos a muchos. ¿Por qué el Señor permitió al enemigo sembrar
su “cizaña”? ¿Y por qué les ha permitido durante tanto tiempo ocupar la parte principal
del campo? En otras palabras, ¿por qué Dios le ha permitió al diablo esta libertad larga y
continua? Esto no es tan difícil de responder como muchos podrían suponer. Pasan por
alto el hecho de que los líderes de este mundo rechazaron su legítima soberanía; que los
judíos prefirieron a Barrabás. Después de haber elegido a un asesino en lugar de
preferir al Señor de la vida, tanto judíos como gentiles han cosechado lo que sembraron.
¡El diablo fue “homicida desde el principio” (Jn 8:44), y habiendo negado al Salvador,
este gran destructor del alma ha gobernado sobre ellos desde entonces!
El tiempo para que esto se cumpla es “el fin del mundo” (v. 39). No hay dificultad en
esta expresión si tenemos en cuenta que hay un mundo de tiempo, así como un mundo
de materia. Pero si lo entendemos como que significa el “fin de la tierra” o del “sistema
del mundo”, entonces es evidentemente erróneo. Personalmente, preferimos más la
traducción marginal de la RV, “el fin del siglo”. La palabra griega no es “kosmos”, como
en Juan 1:10, sino “aion”. Para demostrar que no estamos alterando la traducción con el
fin de satisfacer nuestros propios puntos de vista, preste atención a Hebreos 9:26: “pero
ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio
de sí mismo para quitar de en medio el pecado”. ¿Qué podemos hacer de esto? Si por
“mundo” debe entenderse la tierra, o el sistema del mundo, entonces es un perfecto

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absurdo, porque sin duda este no “terminó” con la crucifixión de Cristo. Pero si “aion” se
traduce como “siglo”, no hay ninguna dificultad. Así Mateo 13:39 debería decir: “la siega
es el fin del siglo”; hay otro siglo que sigue a este, a saber, el milenio. Una prueba más de
que la “cosecha” mencionada en Mateo 13:39 tiene lugar al final de este siglo en lugar de
al final de los tiempos, se encuentra en Apocalipsis 14:14, 15; ambos pasajes se
sincronizan. Después de que Apocalipsis 14 es cumplido, viene Apocalipsis 20:1–6, que
trata del milenio.
Notemos ahora el orden de su cumplimiento. “Y al tiempo de la siega yo diré a los
segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged
el trigo en mi granero” (v. 30). La cizaña es recogida en “manojos” antes de que el trigo
sea cosechado. A pesar de su apariencia prometedora y atractiva, todo lo que no ha
surgido de la semilla sembrada por el Hijo del hombre es en última instancia
consignado a las llamas eternas: como él mismo declaró: “Toda planta que no plantó mi
Padre celestial, será desarraigada” (Mt 15:13). Pero a lo que dirigiremos nuestra atención
en particular es a la “reunión” de la cizaña en manojos. No hay un lanzamiento real de
estos al fuego en esta etapa preliminar, ni son eliminados del campo. Es la separación
de la cizaña en el campo, a fin de dejar el “trigo” perceptible y listo para cosecharse. El
trigo es recogido en el granero antes de que la cizaña sea “quemada”, prueba segura de
la extracción de los santos de esta escena antes de la venida del juicio de Dios al mundo.
La reunión del trigo corresponde con 1 Tesalonicenses 4:16, 17.
Mientras examinamos los acontecimientos en curso a la luz de Mateo 13:30 es muy
claro que el proceso de atar la cizaña en manojos continúa en varias direcciones y con
una rapidez asombrosa. De hecho, es una de las “señales de los tiempos” más destacadas.
Considere el mundo comercial. El individuo se está convirtiendo rápidamente en un
ser sin personalidad, como la mayoría de los hombres de negocios. La cooperación,
organización y fusión están a la orden del día. Los créditos, fusiones, gremios,
sindicatos, son los “manojos” en los que los intereses de la industria están ahora siendo
atados. “Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos”; ¡el mandato divino ya ha
salido!
Considere el mundo social. Los clubes, gremios y fraternidades se multiplican por
todas partes. “Las diferencias de clase” son cada vez más resentidas por las masas. Las
barreras sociales que han existido durante siglos están siendo rápidamente destruidas;
mientras que en muchos países, el socialismo y el bolchevismo, cuyo objetivo es la
destrucción de las empresas individuales, están tratando de reunir a todos en un gran

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estado “manojo”. ¡Sí, la orden “recoged” la cizaña en manojos ya ha salido!
En la esfera eclesiástica lo mismo es igualmente evidente y notable. Los esfuerzos y
movimientos interdenominacionales se están multiplicando. Sólo la semana pasada en
esta ciudad, en lo que se conoce como “viernes santo”, los miembros y predicadores de
iglesias de cuatro o cinco denominaciones se reunieron y llevaron a cabo lo que ellos
llaman la celebración de la “Cena del Señor”, se llevó acabo en una iglesia cuyo pastor es
un pronunciado modernista. ¡Qué farsa! Si algunos evangelistas notables vienen a la
ciudad, una reunión “conjunta” debe ser llevada a cabo. La unificación de la cristiandad
es el ideal de muchos y el objetivo al que sus líderes están apuntando. El protestantismo
es prácticamente una fuerza apagada, y las trabas y obstáculos contra el papado aun
reuniendo a toda la cristiandad bajo sus alas están desapareciendo rápidamente.
Aquellos que entienden la profecía saben muy bien que no pasará mucho tiempo antes
de que logre la ambición por la que ha trabajado tanto tiempo, y que un gran “manojo”
eclesiástico se formará. ¡Sí, la orden para “recoger” la cizaña ha salido!
El mismo principio está regulando cada vez más los asuntos diplomáticos de la tierra.
Los principales “poderes” están trabajando cada vez más en conjunto y cooperación.
Ejemplo de ello son las demandas para la acción concertada en relación con el
ultimátum a China. La Liga de las Naciones es otro movimiento interesado en formar
un “manojo” más grande. Sí, mis lectores, a menos que estemos ciegos —y ciegos
ciertamente estamos, si no podemos verlo— el amarre de la cizaña en “manojos” ya está
ocurriendo ante nuestros ojos; no sólo ha comenzado, sino que ya está muy avanzado.
La profecía se está convirtiendo diariamente en historia. ¡Lo siguiente será la extracción
del trigo!
Vamos ahora a sacar algunas conclusiones prácticas de esta parábola. En primer
lugar, vea aquí la futilidad de los movimientos y esfuerzos de la “reforma”. Es un sueño
vano el que podamos mejorar el mundo eliminando las semillas nocivas, prohibiendo la
embriaguez y la inmoralidad, purificando la política, etc. ¡Los hombres deberían tratar
de purificar las aguas del mar Muerto también! El Señor ha dicho: “Dejad crecer
juntamente lo uno y lo otro hasta la siega”. Entonces no pierda su tiempo en el cultivo
de la cizaña. “Predicar el evangelio” es nuestra orden de marcha.
En segundo lugar, ¡qué solemne advertencia tenemos aquí en contra de la falta de
vigilancia! Fue “mientras dormían los hombres” que vino el enemigo y sembró la
cizaña. Tenga cuidado con la pereza y la ociosidad en la vigilancia. Recuerde las
palabras de Cristo a sus discípulos: “lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Mr

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13:37). Preste atención a la advertencia de Romanos 13:11, 12, ¡ya es hora de despertar del
sueño!
En tercer lugar, note el amor de Cristo por los suyos. Al prohibir a los sirvientes
erradicar la cizaña, él dijo: “No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también
con ella el trigo” (v. 29). ¡Cuánto debió pensar en el “trigo” que prefirió dejar crecer la
“cizaña” para que no se dañara ni una sola hoja del trigo!
En cuarto lugar, ¡qué terrible es la descripción que hace nuestro Señor de la
condenación final de los impíos! “y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el
crujir de dientes” (v. 42). El “horno de fuego” no es una mera superstición de la “Edad
oscura”, sino una temible realidad, ya que las multitudes que ahora viven descubrirán
su miseria eterna, es la porción innegable de todos los que siguen rechazando al Señor
Jesucristo. ¡Es inefablemente solemne tener en cuenta que las descripciones más
imponentes del infierno, que se pueden encontrar en cualquier parte de la Biblia,
vinieron de los labios del Amor encarnado! Debe ser observado cuidadosamente que
aunque Cristo interpreta cada figura en esta parábola, vea los versículos 38–40, el
“fuego” no lo explica. ¡Es literal! ¡Oh, mi estimado lector, si no lo ha hecho, “huya de la
ira venidera” antes de que sea demasiado tarde. Huya a Cristo en busca de refugio.

3
LA PARÁBOLA DE LA SEMILLA DE MOSTAZA

“OTRA parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de
mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más
pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se
hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (vv.
31, 32).
Debe ser evidente para todos, que nuestra comprensión de esta parábola gira en
torno a una correcta interpretación de sus tres figuras centrales: el grano de mostaza, el
gran árbol que surgió de ella, y las “aves del cielo” que llegaron y se alojaron en sus
ramas. ¿Qué representa cada uno?

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Hay pocos pasajes de la Escritura que han sufrido más en manos de los
comentaristas que la tercera y cuarta parábolas de Mateo 13. Han sido puestos
completamente boca abajo; es decir, se ha hecho que signifiquen todo lo contrario a lo
que enseñó el Señor Jesús. La principal causa de esta interpretación errónea puede
remontarse a una comprensión equivocada de la expresión “el reino de los cielos”. Los
que han fracasado en su definición de este término están inevitablemente a la deriva
cuando entran en los detalles de estas parábolas.
La explicación popular y actual de estas parábolas es que estaban destinadas a
anunciar el éxito glorioso del evangelio. Por lo tanto, la de la semilla de mostaza es
considerada como un retrato de la rápida extensión del cristianismo y la expansión de
la iglesia de Cristo. Teniendo un comienzo insignificante y oscuro, sus proporciones
han aumentado enormemente, y seguirá así hasta que finalmente cubra la tierra.
Mostremos primero que tan insostenible e imposible es esta interpretación.
En primer lugar, hay que tener constantemente presente que estas siete parábolas
forman parte de un discurso completo y conectado cuya enseñanza debe ser
necesariamente coherente y armoniosa en todo. Por lo tanto, es obvio que esta tercera
no puede entrar en conflicto con la enseñanza de las dos primeras. En la primera
parábola, en lugar de describir un campo en el que la buena semilla echa raíces y
florece en cada parte de este, nuestro Señor señaló que la mayor parte de su suelo era
desfavorable y que sólo una parte crecería. Además, en lugar de prometer que la
sección de la buena tierra en el campo produciría mayores rendimientos, anunció que
habría una disminución de la cosecha, “a ciento, a sesenta y a treinta”. En la segunda
parábola, nuestro Señor reveló un campo sobre-sembrado de “cizaña” y declaró que
esta debería continuar hasta el tiempo de la siega, que él define como “el fin de este
siglo”. Esto señala sin lugar a dudas las consecuencias perversas de la obra del enemigo,
e impide terriblemente la esperanza de un mundo ganado para Cristo durante esta
presente dispensación. Cristo claramente nos advirtió que los efectos malignos de la
obra del diablo al comienzo de la era nunca serían reparados. ¡El cultivo entero se ha
echado a perder! Así, esta tercera parábola no puede enseñar que el fracaso de las cosas
en las manos de los hombres será eliminado y revertido.
En segundo lugar, la figura seleccionada aquí por Cristo expone inmediatamente la
falacia de la interpretación popular. Seguramente nuestro Señor nunca habría tomado
una semilla de mostaza que después se convirtiera en un “árbol” siempre enraizándose
más y más profundamente en la tierra, para retratar a esa gente cuyo llamado,

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esperanza, ciudadanía y destino es celestial. Una y otra vez afirmó que los suyos “no eran
del mundo”. Una vez más, un gran árbol con sus ramas altísimas habla de prominencia
y altivez, pero la humildad y el sufrimiento, y no la prominencia y la exaltación, son la
porción actual de los santos del Nuevo Testamento. Cuanto más cualquier iglesia de
Cristo sube la escalera de la fama mundana más se hunde espiritualmente. Lo que está
representado por este “árbol” no es un pueblo de “peregrinos y extranjeros” aquí abajo,
sino un sistema cuyas raíces se encuentran profundamente en la tierra y que apunta a
la grandeza y la expansión en el mundo.
En tercer lugar, lo que Cristo describe aquí es una monstruosidad. Somos conscientes
de que esto es negado por algunos, pero las propias palabras de nuestro Señor son
definitivas. Él nos dice que cuando esta semilla de mostaza crece es “la mayor de las
hortalizas, y se hace árbol” (v. 32). Las “hortalizas” son una especie totalmente diferente
de los árboles. Lo que las distingue es que sus tallos nunca desarrollan tejidos leñosos,
sino que viven sólo el tiempo suficiente para el desarrollo de flores y semillas. Pero esta
“hortaliza” se convirtió en un “árbol”, es decir, se convirtió en algo completamente ajeno
a su naturaleza y constitución. ¡Qué extraño que los hombres sobrios hubieran
considerado este crecimiento no natural y esta producción anormal, como un símbolo
apropiado de los santos de Dios en su estructura social!
Algunos nos dicen que la tierra de Palestina es de las más aptas para el crecimiento
de la mostaza, y que es muy común que se desarrollen en arbustos grandes y abultados.
¿Pero no pueden ver los que promueven esto como una objeción a la interpretación pre-
milenaria de esta parábola, que se forma un argumento en contra de lo que sostienen?
Es evidente que el “campo”, a través de todo Mateo 13, es el mundo. ¿Es entonces “el
mundo” un lugar propicio para el crecimiento de ese reino que Cristo dijo solemne y
expresamente que “no era de este mundo” (Jn 18:36)? ¿Es este mundo, donde la carne y el
diablo se unen para oponerse a todo lo que concierne a Cristo y sus intereses, un suelo
apto para el cristianismo? O el mundo debe dejar de ser lo que es, “el enemigo de Dios”,
o la semilla debe cambiar su naturaleza, antes de que uno sea favorable al otro. Y esto es
justo lo que nuestra parábola enseña: que la “hortaliza” se convierte en un “árbol”.
En cuarto lugar, el alojamiento de “las aves” en las ramas de este árbol está
totalmente en contra de la interpretación actual. Si la Escritura es comparada con la
misma Escritura, se encontrará que estas “aves” simbolizan a Satanás y sus agentes. El
lector no debe desviar su pensamiento con el hecho de que la “paloma” y en algunos
pasajes el “águila” representan lo que es bueno. Lo que ahora debemos tratar de definir

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es la palabra “pájaros”, o mejor dicho, “aves”, como la palabra griega es traducida en el
versículo 4. En Génesis 15:11 se nos dice que “descendían aves de rapiña sobre los
cuerpos muertos” (los cuerpos de los sacrificios) y que “Abram las ahuyentaba”. Aquí,
fuera de toda duda, prefiguraban los esfuerzos de Satanás para dejar nulo y sin efecto el
sacrificio del Señor Jesús; pero esto, el Padre (prefigurado en Abraham) lo impidió.
Una vez más, en Deuteronomio 28, donde encontramos las maldiciones que habrían
de venir a Israel por su desobediencia, se nos dice: “Y tus cadáveres servirán de comida
a toda ave del cielo” (v. 26). La última vez que el término aparece en la Escritura es en
Apocalipsis 18:2, donde se nos dice que la Babilonia caída se convierte en la “habitación
de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible”.
Pero no tenemos que ir fuera de Mateo 13 en sí para descubrir aquello a lo que Cristo
hace referencia en la figura de las “aves”. La palabra griega en el versículo 32 es
precisamente la misma que esta traducida como “aves” en el versículo 4, las cuales
están explicadas en el versículo 19 como “el malo”. ¿Cómo, entonces, puede este gran
“árbol” representar a la verdadera iglesia de Cristo, mientras que sus ramas ofrecen
refugio al diablo y sus emisarios?
Pasando ahora al lado positivo, si dejamos que la Escritura se interprete a sí misma,
el gran “árbol” es identificado fácilmente. En Daniel 4:10–12 leemos: “Me parecía ver en
medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y
su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la
tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos.
Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada
las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne”. ¿Quién no puede ver que tenemos en
esta visión de Nabucodonosor la clave de nuestra parábola? En Daniel 4:20–22 tenemos
la interpretación inspirada de la visión: “El árbol que viste, que crecía y se hacía
fuerte… tú mismo eres, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y
ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra”. Por lo tanto, el
“árbol” era una figura de un poderoso reino o imperio terrenal.
Una vez más, en Ezequiel 31 tenemos la misma figura utilizada: “He aquí era el asirio
cedro en el Líbano, de hermosas ramas, de frondoso ramaje y de grande altura, y su copa
estaba entre densas ramas. Las aguas lo hicieron crecer, lo encumbró el abismo; sus ríos
corrían alrededor de su pie, y a todos los árboles del campo enviaba sus corrientes. Por
tanto, se encumbró su altura sobre todos los árboles del campo, y se multiplicaron sus

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ramas, y a causa de las muchas aguas se alargó su ramaje que había echado. En sus
ramas hacían nido todas las aves del cielo, y debajo de su ramaje parían todas las bestias
del campo, y a su sombra habitaban muchas naciones” (vv. 3–6). Así, un “árbol”, cuyas
ramas extendidas ofrecían alojamiento a las aves, era una figura conocida del Antiguo
Testamento para un reino poderoso que dio refugio a las naciones. También lo es en
nuestra parábola. El “árbol” simboliza la grandeza terrenal, la prominencia mundana,
dando cobijo a las naciones.
La historia de la cristiandad confirma claramente esto. Al principio, los que llevaban
el nombre de Cristo no eran más que un despreciado puñado. A juzgar por estándares
mundanos, el cristianismo no era importante ni digno de seria consideración.
Hablando en general, sus seguidores no fueron varones de renombre, de nivel cultural,
o de influencia mundana. Había pocos entre el “pequeño rebaño” del Señor de
genialidad excepcional o prominencia social; en su mayor parte, eran iletrados,
desconocidos y pobres. “Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a
los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del
mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de
que nadie se jacte en su presencia” (1 Co 1:27–29).
Sin embargo, aunque en un primer momento la causa de Cristo en la tierra era tan
poco influyente e insignificante, fue objeto de intenso odio de parte de Satanás. Contra
el cristianismo descargó toda la fuerza de su maldad diabólica. Cada arma en su arsenal
fue empleada en el esfuerzo para exterminarlo. Incitó hombres de autoridad e indujo a
emperadores a emitir edictos crueles. La propiedad fue confiscada, los cristianos
fueron capturados, encarcelados, multados, torturados y asesinados. Sin piedad y sin
cesar el diablo buscó borrar el nombre de Cristo de la tierra. Pero cuanto más
perseguido fue, más floreció el cristianismo. Como uno de los primeros “padres” dijo:
“La sangre de los mártires fue la semilla de la iglesia”.
Al encontrar que su fuerza era en vano, el enemigo cambió su táctica. A falta de
poder intimidar como león rugiente, buscó insinuar como la serpiente sutil. Dejó de
atacar desde el exterior, y ahora trabajaba desde adentro. En la primera parábola el
asalto fue desde afuera, las aves del cielo arrebataron la semilla. En la segunda parábola
sus actividades fueron desde adentro, sembró su cizaña entre el trigo. En la tercera
parábola se nos muestran los efectos de esto. Satanás persuadió a hombres mundanos
para buscar la membresía en las iglesias de Dios. Estos pronto causaron que la verdad
se diluyera, que la disciplina se relajara, que lo que repelía al mundo se mantuviera en

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un segundo plano, y lo que fuera atractivo a la mente carnal se hiciera prominente. En
lugar de que los afectos se establecieran en las cosas de arriba, fueron fijados en las
cosas de abajo. Pronto el cristianismo dejó de ser odiado por el no regenerado: el abismo
entre el mundo y la “iglesia” fue reconectado.
La persecución cesó, y la causa del Salvador despreciado y rechazado se hizo
popular. Las verdades distintivas del cristianismo fueron abandonadas, el evangelio fue
adulterado y el carácter peregrino de los santos que profesaban fe cesó. Los sabios y
grandes de este mundo fueron atraídos más y más. En el siglo IV los jefes del Imperio
Romano, en lugar de odiar el cristianismo, entendieron que se trataba de un poder para
el bien moral en el gobierno de los hombres y lo abrazaron. En los días de Constantino
la así llamada iglesia y el estado se unieron y se convirtieron en un vasto sistema
político-religioso. Con todo y eso, los tribunales de César no habían cambiado su
naturaleza, ni llegaron a ser como el pequeño “aposento alto” en Jerusalén, donde la
humilde iglesia de Cristo, pequeña como un grano de mostaza, se congregó por primera
vez. Se profesó un cristianismo que había cambiado. Se abandonó el humilde aposento
alto y se codició la honra de las cortes de los reyes. Dios les concedió su deseo carnal, al
igual que antes había dado a Saúl al Israel apóstata cuando dejaron el camino de la
separación y desearon ser como las naciones vecinas.
Bajo estas circunstancias cambiantes, la profesión del cristianismo pronto se hizo
grande en la tierra. Cuevas y cavernas como lugares de culto dieron lugar a costosas
casas-iglesia y catedrales ornamentadas. El ritual era celebrado con la pompa
correspondiente. Sus magníficas vestimentas, sus ceremonias imponentes, su
sacerdocio pomposo, todo atrajo a los no regenerados y multitudes solicitaron el
bautismo. Cada vez fueron más los líderes que buscaron poder temporal, y más y más
fueron gratificados en sus anhelos. En consecuencia, los hombres de mentalidad
mundana fueron los que después buscaron y aseguraron los más altos cargos. Por tanto
nos encontramos a las “aves”, los agentes de Satanás, alojándose en las ramas del
“árbol”, aseguraron los puestos de poder y dirigieron las actividades de la cristiandad.
Así, podemos discernir en las primeras tres parábolas de Mateo 13 un pronóstico
sorprendente y triste del desarrollo del mal. En la primera, el diablo arrebató parte de la
buena semilla. En la segunda, se le ve involucrado en el trabajo de imitación. Aquí, en la
tercera, se nos muestra un cristianismo corrompido ofreciéndole refugio.
N. B. —Varios pensamientos y expresiones de este capítulo han sido tomados de un escrito
de F. W. Grant.

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4
LA PARÁBOLA DE LA LEVADURA

“OTRA parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una
mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (v. 33).
En la misericordia de Dios no somos dejados a cualquier opinión o autoridad
humana, ni el significado de las parábolas de Mateo 13 está abierto a discusión. Cristo
mismo nos explicó las dos primeras y la séptima, y es obvio que la cuarta debe ser
interpretada en estricta concordancia con ellas. Hay una unidad peculiar subyacente en
todo el capítulo. Así como existe una relación notable entre las dos primeras parábolas
en relación con el principio del reino de los cielos en su forma actual, también hay una
estrecha relación entre la tercera y cuarta que tratan de su extensión y corrupción. La
tercera nos da el aspecto externo o el crecimiento exterior del reino, la cuarta revela su
aspecto interno y corrupción secreta.
La interpretación popular de esta parábola se refiere a la “levadura” como
representación del evangelio y su poder, y la “mujer” como la iglesia. Estas son palabras
del Dr. John Gill: “La levadura es utilizada en todas partes con un sentido malo… aquí
parece ser tomada con un sentido bueno, y el evangelio es comparado con ella”. La
“mujer”, nos dice, es “la iglesia” o los ministros del evangelio. Los calvinistas entienden
las “tres medidas de harina” como representantes de los elegidos de Dios; los
arminianos las entienden como una prefiguración a toda la humanidad. Estos últimos
exponen la parábola de la siguiente manera: como el resultado del evangelio, y por
medio de su poder de asimilación, la masa de la humanidad es en última instancia
penetrada, afectada y bendecida. Tan firmemente está arraigada esta creencia en la
mente de los feligreses que es difícil para ellos desprenderse y desligarse de ella.
Es evidente a la vez que nuestra comprensión e interpretación de esta parábola se
basa en una definición correcta de la “levadura”. Si esta es una figura del evangelio, y si
la harina representa a la raza humana, entonces se deduce necesariamente que, en
última instancia, todo debe ser regenerado, o al menos reformado por el evangelio. Pero
si la “levadura” es el símbolo del mal corrupto, y la harina simboliza la pura verdad de
Dios, y si esta parábola también provee una imagen de la profesión cristiana, entonces
se deduce necesariamente que, en última instancia, la verdad de Dios es dañada a todo
lo largo y ancho de la cristiandad. ¿Cómo podemos averiguar cuál de estas posiciones es

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cierta? Sólo a través de las Sagradas Escrituras. Examinemos ahora la interpretación
actual de esta parábola a la luz de la Palabra:
1. Si el punto de vista popular es correcto, entonces en este capítulo Cristo se
contradice a sí mismo rotundamente. Lo que él ha dicho en las primeras tres parábolas
está totalmente en contra de la conversión o reforma del mundo por medio de la
predicación del evangelio. En la primera parábola, en lugar de nuestro Señor enseñar
que la buena semilla podría dar sus frutos en cada parte del campo, declaró que la
mayor parte de la tierra probaría ser incompatible e improductiva. Tampoco hubo
ningún indicio de que más adelante los “sembradores” encontrarían mejores
condiciones; en lugar de ello él sugirió que las cosas empeorarían. En la segunda
parábola la imagen que él dibujó de la cosecha venidera prohíbe expresamente tal
pensamiento y excluye positivamente la idea de la conversión del mundo en esta época.
En la tercera parábola predijo que la cristiandad se convertiría en algo tan
monstruosamente grande que a los agentes del diablo se les daría refugio y gobernarían
sobre ella. ¿Entonces cómo puede esta cuarta parábola enseñar todo lo contrario?
2. La interpretación post-milenaria de esta parábola es rotundamente
contradictoria con lo que se nos dice en los versículos 11 y 35 de Mateo 13. Ahí
aprendemos que estas parábolas son “misterios del reino de los cielos”, “cosas que se
han mantenido en secreto desde la fundación del mundo”. El Dr. Gill hace eco en la
enseñanza de los reformadores, y esta ha sido retomada por los calvinistas posteriores,
afirmando que la “levadura” representa el evangelio. Pero eso no puede ser. Sea lo que
sea que pueda o no estar siendo prefigurado, el “evangelio” es la última cosa que
posiblemente podría estar a la vista. Por esta razón: el evangelio no fue un secreto no
revelado en los tiempos del Antiguo Testamento. Gálatas 3:8 declara que el evangelio
fue “predicado a Abraham”.
3. Si la “levadura” representa al evangelio y la “harina” a la raza humana, o como
enseña el Dr. Gill, a los elegidos de Dios en su condición natural, entonces la figura que
empleó Cristo aquí es incorrecta. Y esto en tres aspectos diferentes. Primero, en la
forma en que funciona. ¿Cómo actúa la “levadura”? ¿Por qué simplemente se coloca en
la harina y después funciona por sí misma? Eso es todo, basta con colocarla ahí, dejarla,
y leuda toda la masa. Pero ¿es esa la forma en que el evangelio funciona? ciertamente
no. ¡Multitudes han recibido el evangelio, pero no ha tenido ningún efecto sobre ellos!
En segundo lugar, el personaje aquí mencionado. Se trata de una “mujer” que coloca
la levadura en la harina. Pero el Señor Jesucristo no ha entregado su evangelio en las

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manos de las mujeres. No hubo ninguna entre los doce, ni entre los setenta que escogió y
envió. La predicación del evangelio es trabajo de un hombre. La parte asignada a las
hermanas, y una parte importante, es sostener las manos de sus hermanos en el
ministerio a través de la oración y la súplica.
En tercer lugar, los efectos que produce. Cuando la levadura es colocada en la harina
causa que se esponje, ¡se agranda! ¿Es eso lo que hace el evangelio cuando entra en los
corazones humanos? ciertamente no. Se produce el efecto contrario. Se humilla, se
rebaja.
4. La interpretación popular es contradicha por los hechos simples de la historia y
por la experiencia de hoy en día. Si las explicaciones actuales fuesen ciertas, entonces
deberíamos estar obligados a reconocer que esta predicción de Cristo ha fracasado en
su cumplimiento. El evangelio ha sido predicado durante diecinueve siglos, pero ni una
sola nación o estado, ni siquiera una ciudad, pueblo o villa, ha sido completamente
evangelizado, ¡y mucho menos ganado para Cristo! Si el punto de vista popular es el
correcto, entonces el evangelio es un fracaso colosal y trágico.
5. Hacer de la “levadura” una figura del evangelio y su poder, haciéndola pasar por
algo bueno, es contradecir cualquier otro pasaje de la Escritura donde se utiliza esta
figura. Cristo estaba hablando a una audiencia judía, y con su conocimiento de la
Escritura del AT a ninguno de ellos se le ocurriría que él se estaba refiriendo a algo que
era bueno. Para los judíos la “levadura” fue siempre una figura de maldad.
La primera vez que “levadura” aparece en su forma negativa en la Biblia es en
Génesis 19:3, donde se nos dice que Lot “coció panes sin levadura” para los ángeles, y
que “comieron”. No hay duda de que el pan leudado era un producto común en la ciudad
impía de Sodoma. ¿Por qué entonces el justo Lot no colocó algo de esto delante de los
ángeles? Porque era sabio. Tuvo que haber sabido que ellos, como Pedro, no permitirían
que “nada común o inmundo” pasara por sus labios. No recibirían nada con la menor
apariencia de maldad en ello. Muchas congregaciones de hoy no son tan cuidadosas con
su alimento, su alimento del alma. Se tragan fácilmente cualquier basura que se les
entrega desde el púlpito, y lo triste es que lo hacen sin ninguna queja. ¿Por qué no van al
predicador y le dicen: Por qué no nos das el Pan de vida?
En Éxodo 12 encontramos que Jehová mandó a los israelitas a purgar rigurosamente
sus casas de toda “levadura” en el tiempo de la Pascua. ¿Por qué esto si la “levadura”
representa aquello que es bueno? Éxodo 34:25 nos dice que Dios prohibió que todo tipo
de “levadura” acompañara a las ofrendas de sangre. Levítico 2:11 nos informa que la

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“levadura” también estaba excluida de toda ofrenda del Señor hecha con fuego.
Esta parábola en Mateo 13 no es la única ocasión en la que el Señor Jesús empleó esta
figura. ¿Cómo la usó en otros lugares? En Mateo 16:11 lo encontramos diciendo a los
discípulos: “guardaos de la levadura de los fariseos y los saduceos”. Aquí tenemos
claramente una figura de aquello que es malo. En Lucas 12:1 dijo: “Guardaos de la
levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. ¿Confundiría deliberadamente a sus
discípulos usando este término como figura de algo bueno en Mateo 13?
El Espíritu Santo también ha utilizado esta misma figura a través del apóstol Pablo.
¿De qué manera? En 1 Corintios 5:6, 7 leemos: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda
toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa”. ¿Se les
habría dicho que se “limpiaran” de algo que era bueno? El último pasaje en el NT en el
que la “levadura” es mencionada es Gálatas 5:7–9. Note que hay tres cosas: en primer
lugar, se le llama “persuasión” —algo que ejerce una influencia poderosa y
conmovedora. En segundo lugar, dificulta a los hombres “obedecer a la verdad”. En
tercer lugar, se dice expresamente que “no procede de aquel que os llama”. Por lo tanto,
aquello que es una cosa de fermentación, realmente putrefacción incipiente, es, a
través de toda la Escritura de manera uniforme una figura de corrupción, de maldad. Es
importante notar que la palabra “levadura” ocurre sólo trece veces en el NT, un número
siempre asociado con el mal y la obra de Satanás.
Opositores han apelado a dos pasajes del AT en los que el término “levadura” es
empleado con un buen sentido. Pero al ser examinados se descubrirá que sólo son
aparentes excepciones. El primero es Levítico 23:17. Los dos panes presentados al Señor
en la Fiesta de las semanas iban a ser horneados “con levadura”. Pero no hay ninguna
dificultad aquí. La Fiesta de las semanas presagió lo que se registra en Hechos 2, donde
se ven los “primeros frutos” de esta dispensación. Los dos “panes” prefiguraban a los
judíos y gentiles salvos. Puesto que la vieja naturaleza permanece en aquellos que han
nacido de nuevo, la “levadura” era necesaria en los panes que representaban a estos
creyentes. Cada vez que el pan representaba a Cristo debía ser sin levadura, y siempre
que tipificaba a su pueblo debía ser con levadura.
El segundo pasaje es Amós 4:5: “ofreced sacrificio de alabanza con pan leudado”. Este
era el lenguaje de la ironía, lo que significa que tenía un significado totalmente
contrario a lo que se decía. A veces oirá a un padre decirle a un niño caprichoso: ¡Haz
eso y te las verás conmigo! ¿Quiere él que el niño realmente lo haga? No, todo lo
contrario. Ocurre lo mismo en Amós 4:5. El versículo anterior lo demuestra, “Id a Bet-

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el, y prevaricad; aumentad en Gilgal la rebelión, y traed de mañana vuestros
sacrificios”. Es obvio que es el lenguaje de la ironía.
6. Consideremos ahora las “tres medidas de harina”. Los post-milenaristas dicen
que estas representan a aquellos de la raza humana entre quienes el evangelio está
obrando. Si es así, la “harina” es una figura de aquello que es malo. La raza humana es
una raza caída, pecadora y depravada; “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn 5:19).
Tampoco es mejor la explicación habitual suministrada por comentaristas calvinistas.
Ellos dicen que la “harina” es sinónimo de los elegidos de Dios en su estado natural.
Pero la analogía de la fe está en contra de ellos. Dejemos que nuestra apelación sea a la
Escritura.
“Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto tres
medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del rescoldo” (Gé 18:6).
¿Hizo preparar Abraham para el Señor y sus ángeles comida que simbolizaba el mal?
Note lo que se dice en 1 Reyes 17:14–16. ¡Dios no alimenta a sus siervos de aquello que
implica el mal! Ahora, ¿de dónde viene la “harina” para el pan? cualquier niño puede
contestar: no de la cizaña del mal, sino del buen trigo. Es producto de la buena semilla.
Entonces aquello que es bueno, sano, nutritivo y puro nunca puede ser una figura de la
humanidad caída y corrupta.
En Génesis 18:6 las “tres medidas de harina” son una figura de la persona de Cristo,
así como el “becerro tierno” en el versículo 7 que fue sacrificado y preparado
prefigurando su obra. La harina es un tipo de aquel que es el grano de trigo (Jn 12:24) y
el pan de vida. Y así, en el lenguaje del NT, la “harina” significa simbólicamente la
doctrina de Cristo.
7. La acción de la “mujer” en nuestra parábola expone el error de la interpretación
común. Ella “tomó”, no “recibió”, y escondió la levadura en la harina. ¿Es esta la forma en
que los siervos de Dios predican su evangelio? ¿Es el evangelio algo que se susurra en
secreto? ¿Dios invita a sus siervos a actuar sigilosamente? No. El Señor les ha dicho: “Lo
que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las
azoteas” (Mt 10:27).
Escribiendo a los Corintios, y describiendo el carácter de su propio ministerio, el
apóstol Pablo dijo: “Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con
astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad
recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Co 4:2). Pero en
nuestra parábola, la mujer está actuando deshonestamente y con engaño;

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sigilosamente introdujo un elemento extraño y corruptor en la harina. Su objetivo era
llevar a cabo su deterioro. Si el lector se dirige a Levítico 2:11 se dará cuenta de que esta
“mujer” estaba haciendo exactamente aquello que la Palabra de Dios le prohibía, y
también observará que omitió el aceite, ¡que era precisamente lo que la Escritura
ordenaba!
Pasemos ahora, brevemente, al lado positivo, y a mostrar lo que creemos es la
verdadera interpretación. Como ya se ha dicho, las “tres medidas de harina”
representan a Cristo como el alimento de su pueblo: Cristo tal como es presentado en la
Palabra escrita, por tanto, se refiere a la doctrina de Cristo. La “mujer” se refiere
principalmente al papado, y en general, a todos los que corrompen la verdad de Dios. El
romanismo tiene muchas “hijas”. Es muy significativo que los cultos falsos destacados
en la cristiandad fueron originados por mujeres. El espiritismo moderno fue iniciado en
1848 por las hermanas Fox, en Boston, EE.UU. Los Adventistas del Séptimo Día fueron
fundados por Elena de White. La Ciencia Cristiana fue organizada por Mary Baker
Eddy. La Teosofía fue ideada por Madame Blavatsky, y ahora es dirigida por Annie
Besant.
La “levadura” simboliza la corrupción de la verdad de Dios por la introducción de la
doctrina del mal, comparar Mateo 16:12. La verdad no adulterada de Dios es demasiado
pesada para el hombre natural; la soberanía de Dios, la incapacidad del hombre, el
horror del pecado, la totalidad de la depravación humana, el castigo eterno de los
impíos, son indigeribles a la mente carnal. Por lo tanto, Roma y sus “hijas” han
introducido la “levadura” aligerada, a fin de que lo que ellos entregan sea más aceptable
para sus incautos. Y así se ha repetido la historia. Dios dijo de Israel: “En que ofrecéis
sobre mi altar pan inmundo” (Mal 1:7). Así que hoy el clericalismo y el sacerdocio han
corrompido el pan de Dios.
Es de señalarse que las “tres medidas de harina” no fueron removidas, ni fueron
sustituidas por otra cosa. Antes bien, un elemento extraño se mezcló con ella, un
elemento que la ha corrompido lenta y gradualmente. En 2 Tesalonicenses 2:7 el apóstol
Pablo declaró: “porque ya está en acción el misterio de la iniquidad”. La levadura había
comenzado a actuar desde entonces, y como nuestro Salvador declaró, iba a obrar hasta
“que todo fuera leudado”. Este es el caso hoy en día del cual la mayoría de nuestros
lectores están tristemente conscientes. No son más que unos pocos los lugares a los que
un niño hambriento de Dios puede ahora ir a recibir pan puro. Pero gracias a Dios
todavía hay algunos de esos lugares. Mientras el Espíritu Santo permanezca en la tierra

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entre los santos, la verdad de Dios será proclamada. Mientras él esté aquí, hay una causa
obstaculizando e impidiendo que “todo” sea “leudado”. Pero en el rapto el obstáculo será
“quitado de en medio” (2 Tes 2:7), y luego “todo” será totalmente leudado. La “sal” será
removida y no quedará nada para detener la corrupción universal.

5
LA PARÁBOLA DEL TESORO

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual


un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y
compra aquel campo” (Mt 13:44).
La interpretación común de esta parábola, tanto de los calvinistas como de los
arminianos, está tan lejos de lo que estoy plenamente convencido que es su verdadero
significado, como lo está la explicación que dan de las parábolas anteriores en Mateo 13.
El Dr. John Gill nos dice que el tesoro en esta parábola es “el evangelio”, que el campo en
el que el tesoro está escondido es “la Escritura”, y que el hombre que buscó y encontró
el tesoro es “un elegido y un pecador que ha despertado”. Es increíble cómo este exegeta
de las Escrituras, siendo un hombre tan profundamente enseñado de Dios, pudo
deambular hasta ahora por el camino equivocado cuando vino a esta parábola. En
primer lugar, el “campo” es mencionado en dos de las parábolas anteriores, el campo en
el que la buena semilla fue sembrada y el campo que fue sobresembrado con cizaña; en
el versículo 38 de este mismo capítulo Cristo nos ha dicho que el campo es el mundo.
Entonces ¿por qué suponer que el campo significa algo completamente diferente en
esta quinta parábola del mismo capítulo? De la misma forma, ya hemos tenido un
“hombre” ante nosotros en las primeras dos parábolas, un hombre que sembró buena
semilla en su campo (v. 24). El mismo Señor Jesús nos ha dicho quién es ese hombre: “el
que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre” (v. 37). Si el hombre de la segunda
parábola representa al Hijo del hombre ¿por qué en esta quinta parábola, sin ninguna
evidencia de lo contrario, hemos de entender que se refiere a alguien completamente
diferente?

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En contra de la interpretación popular de la parábola presentamos estas objeciones:
En primer lugar, si en esta parábola el Señor Jesús estaba describiendo el camino de la
salvación, enseñando que la sinceridad y la diligencia eran necesarias en un pecador
que había despertado —si es que quería llegar al tesoro y hacerlo propio (cuyo tesoro
está escondido del lento y negligente)— entonces, ¡qué extraño que no fue dicha al oído
de la multitud! En lugar de ello, se nos dice que Cristo envió lejos a la multitud, entró en
la casa y dijo esta parábola únicamente a sus discípulos. En segundo lugar, en esta
parábola el tesoro está escondido en “el campo”, y como hemos visto, el campo es el
“mundo”. ¿En qué sentido posible está Cristo o el evangelio oculto en el mundo? En
tercer lugar, cuando el hombre encontró este tesoro, lo escondió de nuevo: “el cual un
hombre halla, y lo esconde de nuevo”. Si el tesoro representa al evangelio y el campo al
mundo, y si el hombre que está buscando el tesoro es un pecador que ha despertado,
entonces nuestra parábola enseña que Dios requiere que el pecador que ha despertado,
después de que ha encontrado la paz y ha obtenido la salvación, ¡salga y la esconda en el
mundo! ¡qué absurdo! Cristo mandó claramente a sus discípulos a alumbrar con su luz
para que los hombres puedan ver sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en
los cielos. En cuarto lugar, en la parábola se nos dice que después que este hombre
encontró el tesoro y lo escondió de nuevo, se fue y “vendió todo lo que tenía” y “lo
compró”. ¿Qué es lo que un pecador despertado tiene que vender y qué es lo que compra?
¡Seguramente no es el mundo! Una interpretación tan vaga puede adaptarse y
satisfacer a la gente perezosa que es demasiado lenta para examinar cuidadosamente la
parábola por sí misma, pero seguramente no será así para aquellos que, por la gracia de
Dios, se han convertido en estudiantes devotos y diligentes de la Palabra. Necesitamos
apenas decir que cualquier interpretación que contenga tales absurdos debe ser
prontamente descartada.
Ahora, la primera clave para esta parábola se encuentra en el hecho de que fue
dicha por Cristo después de haber despedido a las multitudes y de haber llevado a sus
discípulos dentro de la casa. Esta parábola, a diferencia de las cuatro que la preceden,
es dicha sólo a los discípulos. Aquellos discípulos debieron haber estado perplejos y
consternados por el sombrío panorama con que Cristo había descrito la forma que su
reino asumiría en este mundo después de su partida. Les dijo, o por lo menos les había
dicho, que saldrían y esparcirían la buena semilla, pero con escasos resultados. La
siembra que había sido comenzada por él iba a ser continuada por ellos, y les había
advertido que, aunque debería ser una siembra al voleo en todo el campo, sólo una

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parte de la buena semilla echaría raíces y daría fruto. En segundo lugar, había dicho
que el diablo se convertiría en agricultor y sobre-sembraría el campo con cizaña. Y les
fue prohibió arrancarla; la cizaña y el trigo crecerían juntos hasta la siega, y luego la
cizaña sería encontrada en tales cantidades que sería necesario atarla en “¡manojos!”.
En tercer lugar, les había advertido que su causa manifestada en la tierra se
desarrollaría tan extensa y rápidamente que sería como una pequeña semilla de
mostaza que crece hasta convertirse en una hortaliza, y finalmente, en un árbol con
ramas esparcidas ampliamente; pero que el diablo y sus agentes encontrarían refugio
en ellas. En cuarto lugar, anunció que en la harina, que era el emblema de su verdad
pura, un elemento extraño y corruptor se introduciría sigilosa y secretamente, y que el
resultado vendría a ser que finalmente toda la harina sería leudada.
Sí, había muchas razones para que los pobres discípulos estuvieran perplejos y
consternados. Entonces el Señor Jesús (como acostumbraba) los llevó aparte y en las
parábolas del tesoro y de la perla habló palabras para tranquilizar sus corazones. Les
dio a conocer que, aunque la causa externa del cristianismo en la tierra se desarrollaría
tan trágicamente, no habría fracaso por parte de Dios. Les dice que hay dos cuerpos, dos
pueblos elegidos, que son inexpresablemente preciosos a su vista y que a través de ellos
él manifestará las inagotables riquezas de su gracia y gloria, en los dos ámbitos de su
dominio, en la tierra y en el cielo. Dos grupos distintos elegidos, uno es el “tesoro”
escondido en el campo, que simboliza literalmente a la nación de Israel; la otra, la
“perla”, simbolizando al cuerpo que tiene un llamado, destino, ciudadanía y herencia
celestial. El orden de estas próximas dos parábolas es el siguiente: “para el judío
primeramente, y también al griego”. Por lo tanto, el tesoro escondido en el campo, el
símbolo de Israel, es dado antes que la perla, que es la figura de la iglesia.
La segunda llave que abre la parábola que nos ocupa, y las dos que siguen, queda
indicada por la forma en que el Señor dividió toda la serie. Hay siete parábolas en total,
y él las dividió en cuatro y tres: las cuatro que fueron dichas a la orilla del mar a la
multitud y las tres últimas pronunciadas dentro de la casa sólo a los discípulos. Cuatro
es el número de la tierra, del mundo. Dios ha grabado el “cuatro” sobre este. Hay cuatro
puntos en la brújula; cuatro estaciones al año, y así sucesivamente. El cuatro entonces,
es el número de la tierra o del mundo; por lo tanto, en las primeras cuatro parábolas de
Mateo 13 Cristo ha descrito el reino de los cielos tal como aparece en el mundo, tal como
es manifestado aquí en la tierra. El tres es el número de la Santísima Trinidad, y por lo
tanto, en las últimas tres parábolas el reino se mira desde el punto de vista de Dios. Aquí

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tenemos pensamientos de Dios sobre este, se nos muestra lo que Dios tiene en el reino
—un tesoro escondido, una perla de gran precio.
Con esta introducción un poco larga, ahora tomemos la parábola a detalle. “Además,
el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo”. Si se le permite a
la Escritura interpretarse a sí misma no habrá ninguna dificultad para descubrir lo que
este “tesoro escondido” significa en realidad y de forma clara. Volvamos a Éxodo 19:5:
“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz —esta era la casa de Jacob, el hijo de Israel que fue
llamado— y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra”, ¡correspondiendo “al campo” en el que se
encuentra el “tesoro”! Una vez más dice la Escritura: “Porque eres pueblo santo a
Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre
todos” (Dt 14:2). El hebreo en este versículo es el mismo que en Éxodo 19:5. Una vez más:
“Cuando el Altísimo hizo heredar a las naciones (esto quiere decir su porción terrenal),
cuando hizo dividir a los hijos de los hombres, estableció los límites de los pueblos
según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la
heredad que le tocó” (Dt 32:8), es decir, aquí en la tierra, porque el contexto está
hablando exclusivamente de cosas terrenales, la repartición de la tierra a las naciones.
De nuevo: “Porque JAH ha escogido a Jacob para sí, a Israel por posesión suya” (Sal 135:4).
Estos pasajes no hacen referencia alguna a los santos de esta presente dispensación, o a
la iglesia que es el cuerpo de Cristo, sino que hablan del Israel terrenal según la carne.
Ellos son el tesoro de Dios en la tierra, su pueblo terrenal escogido. ¡La confirmación de
esta definición del “tesoro” en nuestra parábola se encuentra en el hecho de que ni una
sola vez en las veintiún epístolas del Nuevo Testamento es la palabra “tesoro” utilizada
para referirse a la iglesia! Nunca es aplicada a los santos de esta presente dispensación.
Lo primero que se nos dice en Mateo 13:44 acerca de este tesoro es que fue escondido
en el campo, y el campo era “el mundo” (ver v. 38). Esta es precisamente la condición en
la que el pueblo terrenal elegido de Dios se encontraba al comienzo de su trato con ellos.
La parábola comienza con el tesoro escondido en el campo, y el Antiguo Testamento
comienza con ¡Israel escondido en el campo! ¿Quién fue el padre de Israel según la
carne? Abraham. Vuelva al punto de partida en la vida de Abraham. ¿Dónde estaba él
cuando la mano de Dios se puso por primera vez sobre él? ¿Estaba viviendo separado de
los pueblos idólatras a su alrededor? No, estaba escondido en medio de ellos, ¡era uno de
ellos! Considere un momento posterior en su historia. Después de Abraham vino Isaac,
y después de Isaac Jacob, porque Esaú no estaba en la línea de los elegidos. Mire a Jacob

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lejos de la tierra prometida, un exiliado en Padan-aram, trabajando para un gentil
pagano sin principios, porque eso es prácticamente lo que era. Mire a Jacob ahí entre
todos los siervos de Labán, escondido, nada que indicara que él era uno de los favoritos
de Dios.
Continúe un poco más. Los descendientes de Jacob y Abraham se han convertido en
una numerosa descendencia, hasta sumar unos dos millones de almas. ¿Dónde se
encuentran? Trabajando en los hornos de ladrillos de Egipto, eran un grupo de esclavos.
¿Qué hubo ahí para distinguirlos? ¿Qué hubo ahí para indicar que ellos eran el peculiar
tesoro de Dios? Nada, ciertamente; el tesoro estuvo “oculto”. Ahí es donde comienza la
parábola y donde su historia como nación comenzó —escondidos, por así decirlo, en
medio de los escombros de Egipto. Es por eso que leemos: “cuando hayas entrado en la
tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites,
entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová
tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere
para hacer habitar allí su nombre… entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios:
Un arameo a punto de perecer fue mi padre” (Dt 26:1, 5). Sí, el tesoro estuvo escondido en
el campo al principio. De Isaías 51:1, 2 aprendemos cómo en un momento posterior en la
historia de Israel Dios les recordó su origen modesto, del humilde inicio que tuvieron
como pueblo: “Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis a Jehová. Mirad a la
piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados.
Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz”. Otro pasaje sobre este punto
dice: “Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en
tierra de desierto, Y en yermo de horrible soledad” (Dt 32:10). Ahí está su origen
humilde mencionado de nuevo; el tesoro estuvo “escondido”, enterrado en el campo.
Volviendo a nuestro texto pasemos al segundo detalle de este: “Además, el reino de
los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla”.
Este es el siguiente punto, el descubrimiento del tesoro. Esto es tan simple que no
necesita interpretación. El “hombre” aquí es Cristo mismo, así como el “hombre” es
Cristo en el versículo 24, vea el versículo 37; y en la parábola que sigue, el versículo 45.
El “descubrimiento” del “tesoro” por Cristo se refiere a los días de su ministerio
terrenal. Se nos dice en Juan 1:11: “A lo suyo vino”; esto no significa que eran suyos
espiritualmente, porque leemos que “los suyos no le recibieron”. Era su propio pueblo
según la carne. Como él mismo le dijo a la mujer cananea en Mateo 15:24: “No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Cristo, el hombre, vino a Israel, a

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los judíos. Su ministerio fue limitado a ellos. El “tesoro” fue “encontrado”, cuando Cristo
vino este ya no fue escondido más. La nación judía no era como lo fue en los días de
Moisés en Egipto. Los hijos de Jacob estaban en su propia tierra. Tenían su propio
templo; el sacerdocio estaba aún intacto. Fue a ellos a quienes este hombre, Cristo, vino.
“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el
cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo”. Hay una etapa distinta en cada cláusula. Él
“lo esconde”. Esa es la palabra más solemne en el capítulo, con la única excepción del
horno de fuego. Recuerde lo que estaba delante de nosotros en el capítulo 12 de Mateo,
que proporciona la clave para el capítulo 13. En Mateo 12 Cristo se presentó a los judíos
y los judíos lo rechazaron, y debido a su rechazo él los rechazó y pronunció una
sentencia de condenación sobre ellos —el espíritu malo volviendo y tomando consigo
otros siete espíritus peores que él, “Así también acontecerá a esta mala generación”.
Después, al final del capítulo Cristo dio a entender que ya no reconocería cualquier
vínculo o lazo, ni ningún parentesco con excepción de uno espiritual, “todo aquel que
hace la voluntad de mi Padre”. Este era Cristo rompiendo la relación que, según la carne,
lo ató a Israel. Así que aquí en la parábola primero tenemos el tesoro escondido en el
campo, esa era la condición de Israel al comienzo de su historia nacional en tiempos del
Antiguo Testamento. En segundo lugar, tenemos al hombre viniendo al tesoro, que fue
el ministerio terrenal de Cristo. En tercer lugar, tenemos el tesoro escondido una vez
más, esto fue el rechazo de Cristo a Israel. El “escondite” del tesoro se refiere a la última
dispersión y esparcimiento de los judíos por toda la tierra. Y ¡tan eficazmente ha
“ocultado” el tesoro que diez de las doce tribus todavía están perdidas! Sí, están ocultas,
¡escondidas de forma tan segura que ningún hombre hasta hoy sabe dónde están!
Un pasaje de la Escritura como prueba de lo que hemos dicho arriba sobre el Israel
“oculto” de Cristo es: “Porque son nación privada de consejos, y no hay en ellos
entendimiento. ¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, y se dieran cuenta del fin
que les espera!” (Dt 32:28, 29). ¡Con qué frecuencia un sermón es predicado sobre esto
pensando que aplica a todos los hombres en la tierra y su “fin que les espera” es tomado
con si significara su lecho de muerte! Pero el “fin que les espera” aquí es para la nación
de Israel y es el fin que les espera de su historia en esta tierra. Ahora lea el siguiente
versículo: “¡Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, Si su Roca no
los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera entregado!”. Sí, ellos lo “vendieron” por
treinta monedas de plata. Pero “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” y
¡Dios los entregó en manos de los gentiles! Su Roca los “vendió” y “el Señor los entregó”.

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Esto de nuevo es paralelo con el tesoro “escondido”. Ellos están “entregados”. Cuando
una cosa se ha entregado no se puede ver, se oculta a la vista.
Consideremos ahora el cuarto punto en nuestro texto, el cuál es el detalle más
confuso en la parábola. Observe cuidadosamente: “Además, el reino de los cielos es
semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de
nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. La
compra es hecha después de que el tesoro ha sido “escondido”, y como hemos visto, el
escondite del tesoro se refiere al juicio de Cristo sobre Israel y su dispersión en toda la
tierra. Vaya ahora a Juan 11:51, 52: “esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el
sumo sacerdote aquel año, profetizó”. ¿Qué profetizó? “que Jesús había de morir” —¿por
quién?— “por la nación; y no solamente por esa nación, sino que también congregaría
en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”. Ahora, ¿qué podría ser más claro que
eso? Tenemos dos propósitos distintos aquí, dos grupos distintos, “la nación” y también
la reunión en uno de los “hijos de Dios” que están dispersos. La reunión en uno de los
hijos de Dios que están dispersos es lo que Dios está haciendo en esta presente
dispensación, está sacando de los gentiles un pueblo para su nombre y los está
reuniendo en un solo cuerpo. Eso es lo que tenemos en la sexta parábola, una perla.
Pero antes de eso, se nos dice aquí en Juan 11:51 que también murió por “la nación”. Esto
es lo que se nos presenta en la quinta parábola, el pueblo terrenal, escondido en el
campo, el mundo y la tierra. Esta es “la nación” terrenal elegida por Dios. En la sexta
parábola, de la perla, se nos presenta a su pueblo celestial elegido, el cuerpo. Pero se nos
dice en la parábola que “gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel
campo”. Lea 2 Pedro 2:1: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá
entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías
destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató”. Estos falsos maestros están
reprobados, sin embargo, este mismo versículo dice que el Señor los rescató. Muchos
han creado su propia dificultad aquí al no distinguir entre rescatar y redimir. El Señor
ha “rescatado” al mundo, pero no ha “redimido” al mundo. Hay una gran diferencia
entre estas dos cosas. El primer Adán fue colocado a la cabeza del mundo, Dios le dijo:
“Tendrás dominio sobre todo”, y lo perdió, perdió su derecho sobre el mismo; el diablo
lo arrebató de sus manos; y el último Adán, como hombre —“el segundo hombre del
cielo”— necesitaba rescatar aquello que Adán había perdido; por lo tanto, compró el
campo. Él ha rescatado a todo el mundo, pero no lo ha redimido. La redención particular
es sólo para los elegidos de Dios, pero el rescate, es mucho más amplio. Él compró el

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campo —“negarán al Señor que los rescató”— usted no puede escapar de esto. Ahora,
pues, compró el campo también por el tesoro que estaba escondido en él. El tesoro en el
campo es Israel. El hombre de la parábola es Cristo, quien se fue y vendió todo lo que
tenía. El que era rico se hizo pobre y compró el campo. Ahora, eso es mencionado
después de esconder de nuevo el tesoro en el campo, por esta razón, los judíos no
entrarán en el valor y los beneficios de la expiación de Cristo sino hasta después de que
este tiempo haya terminado. No es sino hasta el Milenio que Israel gozará de los
beneficios de la compra de él. Compró el campo debido al tesoro que había en él, esa es
la razón por la que la compra del campo es mencionada después de que esconde de
nuevo el tesoro en este.
Para resumir. En primer lugar, tenemos el tesoro escondido en el campo, lo cual nos
lleva de nuevo al principio de la historia de Israel como nación. En segundo lugar,
tenemos al hombre encontrando aquel tesoro, que es Cristo viniendo a esta tierra y
confinando su mensaje a los judíos en Palestina. En tercer lugar, tenemos al hombre
ocultando el tesoro, es decir, el juicio de Cristo sobre Israel debido a su rechazo a él,
haciendo referencia a su dispersión por toda la tierra. En cuarto lugar, tenemos al
hombre comprando el tesoro y todo el campo en el que fue encontrado, haciendo
referencia a la muerte de Cristo. Ahora, ¿ha notado que hay un quinto punto omitido?
—la culminación lógica de la parábola sería ver al hombre poseyendo realmente el
tesoro que adquirió. Lo escondió, y después lo compró. Lógicamente, la parábola
necesita esto para estar completa, el hombre teniendo y poseyendo el tesoro. ¿Por qué
es que queda fuera esto? Debido a que se encuentra fuera del alcance de Mateo 13. Este
capítulo, que trata de los “misterios del reino de los cielos” tiene que ver con la historia
de la cristiandad. En él se describe la causa de Cristo en esta tierra durante el período de
su ausencia y por lo tanto no hay nada en esta parábola acerca de la restauración de
Israel y el Señor poseyendo su tesoro terrenal, porque eso viene después de que esta
dispensación termine, después de que la historia de cristiandad haya sido liquidada,
después de que la nueva era haya sido inaugurada, a saber, ¡el Milenio! ¡Qué perfecta es
la Escritura en sus omisiones! Para pasajes que traten de la recuperación y la posesión
del tesoro de Cristo vea Amós 9:14, 15; Hechos 15:17. A su debido tiempo los judíos se
manifestarán como el peculiar “tesoro” de Dios en la “tierra”, vea Isaías 62:1–4.

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6
LA PARÁBOLA DE LA PERLA

“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas,
que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la
compró” (Mt 13:45, 46).
En primer lugar, vamos a tratar brevemente con la interpretación popular y actual
de esta parábola. Cuando decimos “popular”, queremos decir de manera particular
aquello que ha sido dicho principalmente (aunque no exclusivamente) por los
arminianos. La concepción general de su significado es esta: el cristianismo es
comparado con aquel que desea intensamente y busca diligentemente la salvación. En
última instancia sus esfuerzos fueron recompensados por su encuentro con Cristo, la
perla preciosa. Habiéndolo encontrado, como es presentado en el evangelio, el pecador
vendió todo lo que tenía, es decir, dejó todo lo que la carne amaba, abandonó sus
compañías mundanas, rindió su voluntad, dedicó su vida a Dios, y de esa manera
aseguró su salvación. Lo terrible es que esta interpretación es la que, sustancialmente,
se da casi por todas partes en toda la cristiandad de hoy. Eso es lo que se enseña en la
gran mayoría de las publicaciones de escuela dominical de las denominaciones.
Durante los últimos veinte años he examinado decenas de ayudas para maestros de
escuela dominical en las que he encontrado una exposición de esta parábola. Lo que yo
he dado es solo un bosquejo de aquello que comúnmente se expresa.
Ahora bien, en contra de esa interpretación popular vamos a nombrar tres o cuatro
objeciones que son fatales para la misma. En primer lugar, se nos dice que esta parábola
enseña que el pecador busca fervientemente y con diligencia la salvación. Pero la
verdad es que nunca ha habido un solo pecador en esta tierra que haya tomado la
iniciativa de buscar la salvación. El pecador debe buscar la salvación, porque la necesita
bastante. Debe buscarla, porque Dios le ordena que lo haga: “deje el impío su camino, y
el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová”. “Buscad a Jehová mientras
puede ser hallado”, es su mandamiento; pero el hombre caído, el pecador en su estado
natural, no lo hace y nunca buscará al Señor o su salvación.
¿Cómo fue con el primer pecador? Cuando Adán pecó, y en el fresco de la tarde de
ese primer día terrible, la voz del Señor se escuchó rodando por las avenidas del Edén;
¿qué hizo? ¿Se apresuró al Señor y se arrojó a sus pies y clamó por misericordia? No, él

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no buscó al Señor en absoluto; huyó. El primer pecador no “buscó” a Dios, el Señor lo
buscó a él: “Adán, ¿dónde estás tú?” Siempre ha sido así. ¿Cómo ocurrió con Abraham?
No hay nada en la Escritura que indique que Abraham buscó a Dios; no hay ni siquiera
un poco. Él mismo era un pagano, sus padres idólatras adoraban a otros dioses —como
el último capítulo de Josué nos dice— y el Señor de repente se le apareció en esa ciudad
pagana. Abraham no había estado buscando a Dios; fue Dios quien lo buscó. Así ha sido
a lo largo del tiempo. Cuando el Salvador vino aquí declaró: “el Hijo del Hombre vino a
buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc 19:10).
Pero tal vez hay algunos diciendo entre sí: “no puedo negar mi propia experiencia; sé
muy bien que hubo un momento en el que busqué al Señor”. No lo negamos, pero
quisiéramos llamar su atención al hecho de que hubo algo antes de eso. ¿Qué causó que
“buscara” el Señor? Ah, la verdad es que lo buscó porque él lo buscó primero, tan cierto
como que usted lo ama porque él lo amó primero. No es la oveja la que busca el pastor,
es el pastor el que busca a la oveja, y habiendo buscado a la oveja, crea en el corazón de
esa oveja un deseo por él y entonces comienza a buscarlo.
Por lo tanto, hacer que esta parábola enseñe que el hombre natural, un pecador no
convertido, busca a Cristo, “la perla preciosa”, es repudiar la Escritura y deshonrar la
gracia de Dios. En Romanos 3:11 están estas palabras, y son definitivas: “No hay quien
busque a Dios”. No, no hay uno solo. Hay multitudes que buscan placer y riqueza, pero
no hay quien busque a “Dios”. Él es el gran buscador. Oh, que busque ahora a algunas
almas pobres y necesitadas, que les muestre su necesidad de él, y crea en el corazón de
ellos un anhelo por Él. Oh Espíritu de Dios, busca a los tuyos.
En segundo lugar, se nos dice en la interpretación popular de esta parábola que
después de haber buscado y encontrado a Cristo, la perla preciosa, el pecador vende
todo lo que tiene y la compra, pero eso no puede ser, ¡porque el pecador no tiene nada
que vender! No hay justicia en él, porque Isaías 64:6 dice que todas nuestras justicias
son como “trapos de inmundicia”. No hay bondad en él, porque Romanos 3:12 nos dice:
“No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. No hay fe en él, porque eso es un
“don” de Dios (Efe 2:8). El pecado no tiene nada que vender. La visión popular de esta
parábola vuelve al revés la verdad de Dios, porque él declara que la salvación no tiene
costo ni precio (Is 55:1).
En tercer lugar, decir que el pecador vende todo lo que tiene y compra aquella perla
de gran precio, compra a Cristo, ¡es extremadamente terrible! ¡Qué farsa! ¡Qué
blasfemia! Si hay alguna cosa que se enseña con más claridad que cualquier otra cosa

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en la Sagrada Escritura, es que la salvación no puede ser comprada por el hombre; “nos
salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su
misericordia” (Ti 3:5). “Mas la dádiva de Dios es vida eterna” (Ro 6:23). Si es una
“dádiva” no se puede vender o cambiar.
Veamos ahora lo que creemos que es la verdadera interpretación de esta parábola.
“También el reino de los cielos es semejante a un mercader”. El “hombre” al que se hace
referencia es Cristo, como lo es a través de todo este capítulo. El “hombre” que sembró
la buena semilla en el campo en la primera parábola es Cristo. El “hombre” al que se
refiere el versículo 24 al comienzo de la segunda parábola es Cristo, y el “hombre” en
esta parábola, el “mercader”, es el Señor Jesús. Ahora, observe cinco cosas respecto a
este “hombre”.
En primer lugar, él deseó esta perla preciosa: “También el reino de los cielos es
semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla
preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”. La parábola comienza dando a
entender que el mercader había puesto su corazón en esta perla. La perla representa a
su iglesia en su totalidad, y a esa gente, a esa iglesia, deseó el Señor Jesús. Esto es algo
que sobrepasa por completo nuestra comprensión. ¿Qué hubo en nosotros los pobres,
caídos, criaturas pecadoras y depravados para despertar su deseo?

“¿Qué hubo en nosotros


Que pudiera merecer estima,
O dar deleite al Creador?
¡Sencillamente fue así, oh Padre!
Debemos siempre cantar,
Porque así te agradó”.
Esa es la única razón.

Pasemos ahora a dos o tres pasajes de las Escrituras que apoyan este pensamiento
—el deseo de Cristo por un pueblo. “Y deseará el rey tu hermosura” (Sal 45:11). ¡O
maravilla de maravillas, que él, el Rey, deseó grandemente a unos pobres gusanos
pecadores de la tierra! A la luz de esto, recuerde esas palabras benditas suyas en Juan
14, que ponen al descubierto el corazón mismo del Salvador, “No se turbe vuestro
corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”.
¡Esto habla de su amor por su propio pueblo! ¡Cuán preciosos deben de ser delante de

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él! “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré
otra vez”, lo precioso de ese lugar, lo perfecto del mismo, no satisface el anhelo de su
corazón hasta que ese lugar sea ocupado por aquellos para quienes es preparado. “Voy,
pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere… vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. ¡Esto nos habla del intenso
deseo del corazón de Cristo, que no estará satisfecho hasta que tenga a su propio pueblo
comprado por sangre alrededor de sí! ¡Compare Efesios 5:25; Apocalipsis 3:20! La
parábola entonces comienza dando a entender el deseo de Cristo por esta “perla”.
La segunda cosa es que él considera a esta perla como de “gran precio”. Eso es lo que
ha asombrado a muchos de los comentaristas. Incluso Spurgeon solía pensar que ese
lenguaje nunca podría ser verdad de los pobres pecadores de la tierra, que sólo podía
ser apropiado para el Cristo de Dios. ¡Es asombroso, que no sólo tiene que ver con el
deseo de Cristo por usted y por mí, sino que somos de “gran precio” delante de él! Esto
sólo ilustra lo que se nos dice en Isaías 55: “mis pensamientos no son vuestros
pensamientos… como son más altos los cielos que la tierra, así son… mis pensamientos
más que vuestros pensamientos” Sí, lo son. ¿Podría cualquier pecador redimido haber
formado tal concepción en su propia mente si la palabra de Dios nunca nos hubiera
dicho que éramos de “gran precio” delante de sus ojos? No, estoy seguro de que ninguno
de nosotros la habría formado, porque el pueblo de Dios no es de “gran precio” a su
propio parecer y mucho menos a los ojos del Señor mismo. Piensa en esto, ¡que fuimos
de “gran precio” delante de él! Hay una insinuación de esto en ese maravilloso capítulo
8 de Proverbios, donde somos llevados de vuelta a los eternos consejos de Dios, y se nos
permite atestiguar algo de la relación que existió entre el Padre y el Hijo antes de que
los cimientos de la tierra fueran puestos: “Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su
delicia de día en día”. Luego leemos en el versículo 31 las palabras de Cristo, habladas
proféticamente o con anticipación: “mis delicias son con los hijos de los hombres”. “Mis
delicias”. Oh mis hermanos y hermanas en Cristo, no sólo estuvimos presentes en sus
pensamientos, no sólo permanecimos en su mente en la eternidad pasada, sino que su
corazón se fijó en nosotros; su afecto salió hacia nosotros. Fuimos sus “delicias” desde
entonces. “Mis delicias son con los hijos de los hombres”. Se nos podría preguntar:
“¿Puedes entender eso?” Y contestaríamos: No, queridos amigos, no podemos; nuestras
pequeñas y pobres mentes son totalmente inadecuadas para alcanzar tal nivel; sólo
podemos inclinarnos en señal de asombro y adorar lo que no podemos entender.
En tercer lugar, se nos dice que el Mercader no sólo deseó esa perla y la estimó como

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de gran valor, sino que vendió todo lo que tenía —palabras pronunciadas fácilmente,
temo que algunas veces hablo con mucha soltura. Si nuestras mentes fueron incapaces
de elevarse al nivel del pensamiento que se acaba de expresar ¿quién entre nosotros es
capaz de medir lo que significó para el Señor de la gloria, el Creador del universo,
vender todo lo que tenía? Él que era rico por amor a nosotros se hizo pobre, más pobre
de lo que cualquiera de nosotros jamás haya sido; mucho más pobre. Tan pobre que
ocupó un pesebre, para que algún día podamos ocupar una mansión. Tan pobre que no
tuvo dónde reclinar su cabeza, con el fin de que usted y yo, que estamos entre sus
escogidos, podamos descansar nuestras cabezas para siempre en su seno sagrado. “Que
por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos”. (2 Cor 8:9)
En cuarto lugar, este Mercader buscó la perla. “También el reino de los cielos es
semejante a un mercader que busca”. Esto señala un contraste con lo que estuvo ante
nosotros en la parábola anterior. En la quinta parábola el tesoro fue “encontrado”; en el
caso de la perla fue “buscada”. La distinción adecuadamente expresa la diferencia entre
la elección terrenal de Dios, los judíos, y la elección divina de Dios, que son, en su mayor
parte, tomados de los gentiles (Hch 15:14). Vaya a Efesios 2:17: “Y vino y anunció las
buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”. ¿No
estuvieron todos los pecadores “lejos” de él? ¿Hubo pecadores que estuvieron “cerca” de
él? En cierto sentido, no. En otro sentido, sí. Espiritualmente toda la raza de Adán estuvo
“lejos” de él, sin embargo, dispensacionalmente los judíos estuvieron “cerca”, y los
gentiles estuvieron “lejos”; pero ambos necesitaban que la palabra de paz se les
predicara. Predicó “paz a vosotros que estabais lejos (es decir, a los gentiles) y a los que
estaban cerca” (es decir, a los judíos). Por lo tanto, en la primera de estas dos parábolas
el tesoro fue “encontrado”, ¡no necesitó ser “buscado”! ya estaba en la tierra cuando el
Cristo de Dios se encarnó; los judíos ya estaban allí en una aparente relación de pacto
con Dios, con la Palabra de Dios en sus manos, el templo de Dios en medio de ellos y así
sucesivamente. Pero en la siguiente parábola, que se enfoca en los gentiles, ¡no sólo
tenían que ser “encontrados”, sino que necesitaban ser “buscados”! Estaban “lejos” de
Dios en todos los sentidos. ¡Oh la precisión de minutos de la Escritura!
Ahora note lo siguiente, el Mercader compró la “perla”. No hay necesidad de ampliar
esto, excepto tal vez para citar 1 Pedro 1:18, 19. “…no con cosas corruptibles, como oro o
plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación”. Fue en la cruz que él compró la perla, y el precio que pagó fue su

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propia sangre preciosa.
Consideremos ahora la “perla” en sí misma, y admiremos la precisión, la belleza y la
plenitud de esta figura que Cristo seleccionó para representar a su iglesia. En primer
lugar, observe su unidad. “Un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado
una perla preciosa”. Observemos, sin embargo, que este Mercader tuvo varias perlas. Él
estaba buscando buenas perlas, y por supuesto, si él las buscó, encontró cada una. Sí,
Cristo tiene varias perlas. Hay un buen número de grupos distintos entre sus
redimidos. Los santos del Antiguo Testamento son uno, y así sucesivamente. Pero la
atención se centra aquí en “una perla” en particular; la unidad de los santos de Dios de
esta presente dispensación es a lo que se está refiriendo. “Ya no hay judío ni griego; no
hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gá 3:28). Ahora, es un hecho significativo que una perla es la única gema cuya
unidad no puede ser rota sin destruirla. Puedo tomar un diamante y cortarlo en dos, y
entonces tendré dos diamantes. Puedo tomar un trozo de oro y dividirlo en dos, y
entonces tendré dos trozos de oro. Pero si tomo una perla y la corto en dos, no tengo
nada, ¡la habré destruido! Una perla representa significativamente la unidad de los
santos de esta presente dispensación.
En segundo lugar, una perla es el producto de un ser vivo, y es la única gema que lo es.
Y no sólo esto, sino que es resultado del sufrimiento. Lejos en las profundidades del
océano vive un animalito encerrado en una concha, lo llamamos ostra. Un día, una
sustancia extraña, un grano de arena, se mete y lo perfora. Dios ha dotado a ese animal
con la habilidad de preservarse a sí mismo, como lo ha hecho con todas sus demás
criaturas, y lanza y exuda una sustancia viscosa llamada nácar para cubrir la herida,
repitiendo el proceso una y otra vez. Una capa tras otra de aquel nácar o sustancia
nacarosa es secretada por ese animalito en la herida, hasta que finalmente se constituye
en una perla. Por lo tanto una perla es producto del sufrimiento. ¡Qué maravillosa
figura! ¡Qué emblema tan preciso! La iglesia, los santos de esta dispensación, son el
fruto de la aflicción del alma de Cristo. La perla, podemos decir, es la respuesta a la
lesión que fue infligida sobre el animal. En otras palabras, es la partícula infractora que
a la larga se convierte en el objeto de belleza; lo que lesionó a la ostra se convierte en la
gema preciosa. Lo mismo que hirió al animal, el pequeño grano de arena que se
entrometió, se viste en última instancia con una belleza que no es propia y se cubre con
la hermosura de aquel a quien lesionó. ¡De qué manera tan evidente es el Autor de la
Biblia y el Salvador de nuestras almas, el Regulador de todo en la naturaleza! Sí, la vio,

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cuando creó la ostra, vio que debería proporcionar un tipo y figura apropiada de su
iglesia.
En tercer lugar, la perla es un objeto que se forma lenta y gradualmente. No llega a
existir en un solo día. Hay un tedioso proceso de espera mientras la perla se forma de
forma lenta pero segura. Y así ha sido con la iglesia. Durante diecinueve siglos que la
perla ha sido la figura y el tipo de la iglesia, esta ha estado en proceso de formación por
el poder y la gracia de Dios. Así como la ostra cubrió la herida en su costado y a aquello
que la atravesó con una capa tras otra del hermoso nácar, constantemente repitiendo el
proceso, en cada generación de hombres en la tierra Dios ha llamado a unos pocos y los
ha añadido a la iglesia que ahora está construyendo para su Hijo.
En cuarto lugar, observe el origen humilde de aquello que es un tipo de la iglesia. Esa
hermosa perla originalmente tenía su casa en las profundidades del mar, en medio de
su fango y suciedad, porque allí es donde se congregan las ostras. Ellas son los
carroñeros del océano. Abajo, en las profundidades del océano, en medio del lodo, está
aquella joya preciosa siendo formada. ¡Qué origen tan humilde! Sí, y eso es para
recordarnos y humillarnos con el recuerdo de ello; nosotros por gracia soberana hemos
sido hechos miembros de Cristo, tuvimos nuestro origen, por naturaleza, en la
suciedad, el fango y la ruina de la caída. Compare Efesios 2:11, 12.
En quinto lugar, la perla, al formarse allá en las profundidades del océano, no es vista
por el ojo del hombre. Es una formación secreta; nadie sino solo Dios atestigua su
desarrollo. De la misma manera, la iglesia que Cristo está ahora construyendo, aquel
cuerpo suyo que ahora está en proceso de formación, es desconocido e invisible para el
mundo. No estoy hablando de las iglesias visibles, estoy hablando de esa iglesia que está
ahora siendo construida (ver Efe 2:21; 4:16, etc.), y que a medida que está siendo formada,
como la ostra, no puede ser vista por el ojo del hombre. Su vida está escondida con
Cristo en Dios (Col 3:3). Significativo también es el hecho de que, así como la perla no se
encuentra en las minas de la tierra, sino en el mar, así la iglesia de esta dispensación
está compuesta principalmente de gentiles, la representación de las “aguas”, vea
Apocalipsis 17:15.
En sexto lugar, podemos aprender de esta figura que a los ojos de Dios esa iglesia es
un objeto de valor y belleza. Ese pequeño objeto, oculto a los ojos de los hombres, está
siendo formado en una gema preciosa, la cual debe reflejar la luz del cielo y convertirse
en un objeto de belleza y admiración a los ojos de todos los que lo ven. Vea 2
Tesalonicenses 1:10: “cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos (no

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sólo en sí mismo) y ser admirado en todos los que creyeron”. De eso está hablando en el
lenguaje de la perla. En primer lugar, el Señor Jesús se “presentará a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha”. (Efe 5:27); en segundo lugar, cuando regrese a la tierra, traerá con
él a su completa y embellecida iglesia y esta será objeto de admiración para todos los
que la vean. Cristo mostrará su iglesia glorificada a un universo sorprendido.
En séptimo lugar, vea cómo en la figura que Cristo seleccionó aquí, tenemos un
indicio del futuro honorable y exaltado que la iglesia aún disfrutará. Ese pequeño objeto
en las profundidades del océano, sin ser visto por el ojo de los hombres, que se está
formando poco a poco, en última instancia tiene una posición y un lugar en la tiara del
rey. Ese es el destino de la perla de gran precio, se convertirá en la joya de la realeza,
para ello ha sido hecha. Y así se nos dice: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. (Col 3:4). Y también: “en
los siglos venideros (todavía es futuro) las abundantes riquezas de su gracia en su
bondad para con nosotros” (Efe 2:7). Ah, mis hermanos, muchos del pueblo de Dios hoy
en día pueden ser pobres, despreciados y odiados por lo prominente y grande de este
mundo, pero con la misma seguridad con que la perla de gran precio y de origen
humilde alcanza una posición de dignidad, honor y gloria, así los que ahora son los
últimos, serán los primeros.
Para terminar, permítanme resumir en dos palabras la aplicación práctica. En
primer lugar, a los no convertidos. Oh mi amigo no salvo permita que esta parábola le
muestre de una vez por todas la imposibilidad absoluta y la inutilidad de tratar de
comprar su salvación, de tratar de obtener la aprobación de Dios por medio de algunas
obras y hechos suyos. La perla en esta parábola no es un Salvador que el pecador tiene
que “comprar”. “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es
don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
¿Y cuál es el consejo a aquellos de nosotros que por la gracia de Dios hemos sido
salvados? Este: la perla ha sido comprada por Cristo, ¡somos la propiedad adquirida de
otro! Usted no se pertenece a sí mismo, sino que ha sido “comprado por precio” (1 Co
6:20). ¿Hasta qué punto está esa verdad divina regulando nuestras vidas? ¿Qué tanto
está ese hecho dominando nuestro andar diario? ¡No somos nuestros, pertenecemos a
Cristo! ¿Nos damos cuenta de eso? ¿Estamos viviendo día a día como si nos diéramos
cuenta de ello? ¿Nuestro caminar manifiesta esto? Nuestra vida no es nuestra, ¡es
propiedad de otro! Entonces ¿no deberíamos decir: “para mí el vivir es Cristo”? ¿Puede

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alguno de nosotros decir verdaderamente “para mí el vivir es Cristo”? ¿Es verdad que
sólo tengo un objetivo, un solo deseo, una sola ambición; todos mis esfuerzos se están
concentrando en honrar, obedecer y magnificar a Cristo? Oh mis hermanos,
honestamente el pobre predicador no puede decir esto. Por la gracia de Dios podría
decir que es su deseo. Pero oh, cuán lejos está de alcanzarlo en su vida diaria. Que Dios
ayude a todo su pueblo a darse cuenta en sus almas que no son de ellos mismos, ya no
son libres, ya no tienen el derecho de planear su propia vida, de decir lo que van a hacer
o no, ya no más cualquier cosa, es la propiedad comprada por Otro. Nuestra respuesta a
eso debería ser: “porque para mí el vivir es Cristo”. ¡Oh quiera el Divino, conceder que la
gracia nos sea otorgada para poder vivir!

7
LA PARÁBOLA DE LA RED

“ASIMISMO el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de
toda clase de peces” (Mateo 13:47–50)
Hemos señalado anteriormente que es de primordial importancia observar con
cuidado la manera y el método en el que estas siete parábolas están organizadas, ya que
su orden provee una clave para su interpretación. La primera de ellas se destaca por sí
misma, distinguiéndose de las otras seis que siguen por la omisión de la cláusula inicial
“el reino de los cielos es semejante a”. La primera parábola no es una similitud del reino
de los cielos; las últimas seis sí. La primera parábola trata de una obra preparatoria,
realizada antes de la introducción del reino de los cielos en su forma actual; siendo
aquella obra introductoria la siembra a voleo de la semilla, primero por el Señor mismo,
y después por los apóstoles.
Las seis parábolas que siguen están claramente divididas en dos grupos de tres. Las
tres primeras fueron dichas por el Señor desde la barca a la multitud que estaba a la
orilla del mar, y por lo tanto, nos dan el aspecto más público del reino de los cielos en su
forma actual, el reino de los cielos en este mundo tal como es visto por los hombres. Las
últimas tres parábolas no fueron dichas a la multitud ni fueron pronunciadas a la orilla

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del mar, pero fueron dichas por el Señor sólo a los discípulos y dentro de la casa; dando
a entender que tratan de los aspectos internos y ocultos del reino de los cielos, aquello
que no es manifestado delante de los hombres en este mundo. Así que las últimas tres
parábolas hablan desde el punto de vista de los consejos de Dios.
La primera de las tres últimas es la parábola del tesoro escondido en el campo, un
hombre que de gozo va y compra el campo, principalmente por amor al tesoro que se
ocultaba en él. La siguiente parábola, la de la perla, también buscada, deseada y
comprada por el mismo hombre, el mercader. Estos dos objetos, el tesoro y la perla, dan
a entender que hay dos grupos elegidos estimados por Dios y preciosos para su Hijo y
además comprados por él: uno es un pueblo terrenal y el otro es celestial; a través de los
cuales las maravillosas riquezas de la gloria y gracia divinas serán hechas manifiestas
en las dos grandes divisiones de los dominios de Dios, el cielo y la tierra. El pueblo
terrenal, mencionado bajo la figura del tesoro, siendo Israel, el Israel literal; el pueblo
celestial, mencionado bajo la figura de la perla, deseando que llegue el momento en el
que se complete el cuerpo de Cristo y sea presentada a sí mismo como una iglesia
gloriosa. El orden de estas dos parábolas, entonces es: “al judío primeramente y
también al griego”, el tesoro apareciendo antes que la perla.
Pero si estas siete parábolas nos dan un bosquejo profético del curso de la
cristiandad, es decir, de la historia de la profesión cristiana a lo largo de esta
dispensación, durante el tiempo de la ausencia de Cristo en la tierra, se necesita una
parábola más para completar el cuadro. La última parábola es en cierto sentido una
amplificación de la sexta. En la sexta parábola sólo hay un hombre en la obra, un agente
actuando, el Mercader. Él es el que hace todo en relación con la perla. Pero, si bien es
cierto, el Mercader, el Señor Jesucristo, es el actor principal en relación con la reunión
de los santos durante esta dispensación, en su gracia condescendiente él no trabaja
solo. Ha tenido a bien llamar a sus propios santos a tener parte con él en el seguimiento
de esta obra, en el cumplimiento de los consejos de Dios, en la reunión de su pueblo
elegido. Por consiguiente, cuando llegamos a esta séptima parábola, por primera vez se
cambia el número del pronombre. Observe esto en el versículo 47: “Asimismo el reino
de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces;
y una vez llena, la sacan a la orilla” —no “él”, sino “ellos”. Esta es la primera vez que
encontramos “ellos” en las parábolas. Ilustraciones de lo que se denota son encontradas
en los evangelios en conexión con los milagros de Cristo.
Considere el primero que llevó acabo, la conversión del agua en vino. Este es un

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sermón en acción. Su madre se le acercó y le dijo: “No tienen vino”. Su propio vino se
había agotado. Ahora bien, el “vino” en las Escrituras es símbolo de gozo, no de manera
exclusiva, pero ese es uno de sus significados esenciales. “No tienen vino”. Sólo Cristo
puede impartir verdadero gozo al corazón; pero al obrar el milagro utilizó siervos. Él les
dijo a los sirvientes: “Llenad estas tinajas”, “sacad ahora y llevadlo al maestresala”. Él se
dignó a usarlos, y en su obediencia se convirtieron en obreros juntamente con él en la
realización de ese milagro.
Considere también la alimentación de la multitud. Era una multitud hambrienta, no
tenían comida. Ahí se encontraba el Señor Jesucristo. Unos pocos panes y peces fueron
colocados en sus manos, y bajo su milagrosa obra con poder, aquellos panes y peces se
multiplicaron para alimentar a la multitud hambrienta. Pero ¿cuál fue el método que
siguió? no entregó la comida directamente a la multitud, primero la dio a sus discípulos,
y ellos la distribuyeron a la multitud. Así que (lo decimos reverentemente) entre el
Señor Jesucristo y las multitudes, y el vino y la comida, hay necesidad de siervos
consagrados, para recibir de él primero y luego para entregar a los demás. Por lo tanto,
podemos ver que si estas siete parábolas proporcionan un bosquejo de la historia de
esta presente dispensación, es necesario completar el cuadro mostrándonos que el
Señor Jesús, en su gracia condescendiente, utiliza a otros para el cumplimiento del
propósito de Dios y la ejecución de sus consejos.
Pero los detalles de esta parábola son tan pocos en número y tan simples que parece
que casi no requieren explicación. En primer lugar, está la “red”. En segundo lugar, está
el “mar” en el que la red es echada. En tercer lugar, están los “pescadores”, que la
recogen. Y en cuarto lugar, están los “peces” que están incluidos en la red. Debe quedar
claro para todos que la “red” misma es un símbolo del evangelio, la proclamación y
presentación de Cristo es la responsabilidad de los hombres. En segundo lugar, el “mar”
en el que la red es echada tiene el mismo significado que en el primer versículo del
capítulo, representa a las naciones como tales, a los gentiles, y por eso el “mar” es aquí
una vez más mencionado, porque lo que es especialmente característico de la presente
dispensación, a diferencia de la dispensación que la precedió y de la que deberá seguir
todavía, es la misericordia de Dios derramándose sobre los gentiles, de ahí que tengamos
una vez más la figura del “mar”. Los “pescadores”, aquellos que echan la red al mar, son
los evangelistas del Señor, los evangelizadores, los predicadores de la Palabra. Eso está
claro al comparar la Escritura con la misma Escritura, en Mateo 4:19 y en Lucas 5 el
Señor Jesús dijo a sus primeros discípulos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de

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hombres”, esta es su propia figura para sus evangelistas.
Ahora vamos muy brevemente a enfocar nuestra atención en siete cosas
relacionadas con la parábola. Lo primero que nos ha impresionado al estudiarla es lo
siguiente: la invisibilidad de los pescadores. Observe que en el versículo 47 ni siquiera
son mencionados: “Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada
en el mar, recoge de toda clase de peces”, mientras que en el versículo 48 Cristo sólo se
refiere a ellos: “y una vez llena, la sacan a la orilla”. Eso es todo lo que se dice acerca de
ellos. ¡Que discretos son! En otras palabras, aquellos que han sido tan altamente
honrados por Dios (es un honor infinitamente superior ser un siervo de Cristo, que ser
el rey del Imperio británico) y toman parte en el lanzamiento de esta red en el mar,
están ocultos a la vista, no se dice nada acerca de ellos, excepto que se hace referencia a
ellos una sola vez. ¡Oh, cómo reprende y condena esto al predicador y adorador de
nuestros días! Vaya por un momento a 1 Corintios 3 comenzando en el versículo 4,
“Porque mientras uno dice: Yo soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois
carnales? ¿Quién, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Ministros por los cuales habéis
creído, aun cuando el Señor le dio a cada uno? Yo planté, Apolos regó; pero Dios ha dado
el crecimiento. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega”. ¿Nos damos cuenta de
eso, hermanos míos? ¿Se da cuenta de que aquel a quien Dios ha llamado a ministrarle a
usted, es nada, nada en absoluto, simplemente un recipiente vacío, que, a menos que
venga el Señor, ¡pronto se desmoronará en polvo! Pero él, aquel que se digna en
bendecir, que pone su tesoro en vasijas de barro terrenales, él lo es todo. Oh mis
hermanos y hermanas, me ha impresionado profundamente al estudiar esta parábola
que los pescadores están ocultos a la vista. Pasan desapercibidos, son solo unos don
nadie de los que Dios puede prescindir fácilmente, así como también puede utilizarlos.
No imagine que la prosperidad de cualquier iglesia depende de la presencia de algún
hombre en particular en el púlpito. El Señor no sólo es capaz de continuar y hacer
prosperar su obra, sino hacerlo cien veces más sin el predicador más dotado que pueda
existir, si a Él así le place. El instrumento es nada. ¡Cómo reprende esto al predicador y
adorador de hoy! Que el Dios Todopoderoso libere a su pueblo de esto. Que Dios en su
gracia (porque él es un Dios celoso, que no va a compartir su gloria con otro), preserve a
su pueblo de dar algún honor o gloria al mero instrumento, la totalidad de ello se debe y
pertenece solo a él. Tan pronto como usted comience a honrar y a glorificar al
instrumento, la bendición de Dios se apartará. Preste mucha atención a este primer
punto de nuestra parábola: los pescadores estuvieron ocultos a la vista. Que puedan

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estar ocultos a la vista en todas las iglesias de Dios.
En segundo lugar, el propósito de los pescadores al echar la red en el mar y sacarla de
nuevo. Este fue simplemente reunir buenos pescados. Ese era su único objetivo y plan,
el versículo 48 muestra que, “y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo
bueno en cestas”. Es cierto, también hubo algunos peces malos en la red, pero fueron
echados fuera. Es por el buen pescado por lo que estaban afuera. Ahora, es cierto que el
siervo de Dios está bajo órdenes de marcha para ir a predicar “el evangelio a toda
criatura”, sin embargo, aquellos que debe mantener constantemente delante de él,
aquellos que tiene que buscar con perseverancia, y aquellos a los que es llamado a
ministrar, son los elegidos de Dios. Aunque el siervo de Dios ha sido enviado a predicar el
evangelio a todos los que vienen bajo el sonido de su voz, no es enviado a disparar una
flecha a la ventura. Dios no le ha enviado para que el éxito de su trabajo se haga
dependiente de los caprichos del hombre o del reflejo de su voluntad. No, el propósito
principal de Dios al levantar a sus siervos y enviarlos es el bien de sus escogidos. Y ese
fin debe ser mantenido a la vista por aquellos a quienes Dios llama a participar en su
servicio, ya sea que el trabajo sea en el campo misionero, la clase de escuela dominical o
en la visitación. Dios te ha llamado a buscar a aquellos que él ha señalado desde la
eternidad, el “buen pescado”.
Hay dos pasajes de la Escritura a los que quiero hacer referencia de las epístolas de
Pablo que muestran estos dos aspectos que tenemos ante nosotros. En primer lugar, 1
Corintios 9:22: “a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”.
De forma general, esto significa que Pablo estaba llevando a cabo su comisión
divinamente otorgada y predicando el evangelio a toda criatura, la red fue lanzada al
mar en toda su extensión. Pablo se hizo de todo para todos los hombres. Dio la
bienvenida a la oportunidad de predicar el evangelio a los pobres, y no perdió la
oportunidad de predicar también la Palabra de Dios a los prominentes y eminentes. Él
era principalmente “el apóstol de los gentiles” (Ro 11:13), sin embargo, ¡frecuentemente
predicó a los judíos! Él se hizo de todo para todos los hombres. Este es uno de los
aspectos; este es el aspecto del lanzamiento de la red “en el mar”.
Ahora vaya a 2 Timoteo 2:10, el cual es un versículo que muchos arminianos no
parecen saber que está en la Biblia; aquellos que han sido educados bajo la enseñanza
del “libre albedrío” necesitan mirarlo de cerca. Estas fueron las palabras del apóstol
Pablo en relación con su propio ministerio: “Por tanto, todo lo soporto por amor de los
escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús”. Ese fue

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el propósito en el corazón del apóstol, ese era el objetivo que tenían a la vista. Esa fue la
meta de su ministerio, eso fue lo que le permitió soportar una gran lucha de
padecimientos. Él soportó todas las cosas “por causa de los escogidos”. ¡Esto es la obra
del evangelio retratada en nuestra parábola! Está primero el esparcimiento de la red en
el mar en toda su extensión, y en segundo lugar está el diseño particular para hacerlo.
La finalidad de esto es reunir el “buen pescado”. Así que mientras usted y yo estamos
llamados a predicar el evangelio a toda criatura, no perdamos de vista el hecho de que
el propósito de Dios y nuestra sumisión a él es la búsqueda del buen pescado, orando
para que Dios nos use para encontrar a sus escondidos. Observe que al principio los
elegidos de Dios están ocultos a sus siervos, como el “pescado bueno” en el mar, pero a
medida que trabajamos en el evangelio se hacen manifiestos, ¡son vistos en la “red”!
En tercer lugar, se nos dice que la red recogió de toda clase de peces. Volviendo a
Mateo 13:47, la última parte del versículo dice: “que echada en el mar, recoge toda clase
de peces”. Otros, además del “pescado bueno”, fueron incluidos. Esto nos recuerda una
vez más que el asunto principal que está a la vista en nuestro capítulo es la profesión
cristiana. Aquí se nos muestran los efectos de la predicación del evangelio. Aquí
contemplamos los resultados de la red siendo arrojada al mar en toda su extensión, la
proclamación mundial del evangelio y la presentación universal de Cristo a los
hombres. El resultado es que hay una profesión mixta. La red recogió “de toda clase de
peces”. Así como al principio de la era hubo trigo y cizaña, al final de la era (a la que esta
parábola nos conduce) habrá peces malos y buenos.
En cuarto lugar, el hecho de que en esta red se reunieran malos peces así como
buenos no era un reflejo de la habilidad de los pescadores. Pero, por otro lado, eran
responsables de distinguir entre el pescado bueno y el malo después de haber entrado
en la red y eran responsables de separar el uno del otro. Esa es una parte esencial e
importante del trabajo y el deber de los siervos de Dios —diferenciar, distinguir entre
el pescado bueno y malo. Dese cuenta de esto con mucho cuidado: “y una vez llena (la
red), la sacan a la orilla; y (¿qué?) sentados” (v. 48). Se sentaron antes de hacer algo con
el pescado. Antes de intentar hacer alguna clasificación y separación, se sentaron; ¡lo
que indica que este aspecto de su trabajo requiere tiempo, cuidado y meticulosidad!
Ahora note también en el versículo 48: “recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan
fuera”. Eso es todo lo que los pescadores hicieron con lo malo; simplemente desecharlo.
Habían entrado en la red, pero fueron rechazados. No tenían nada más que hacer con
ellos. Nada más es requerido de los pescadores, sólo desecharlos. Tales fueron las

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palabras de Cristo en Mateo 15:13, donde los discípulos se acercaron a él y estuvieron
hablando acerca de los fariseos, él dijo: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial,
será desarraigada. Dejadlos”. No es nuestra responsabilidad arrancarlos; simplemente
dejarlos solos, eso es todo; no tener comunión con ellos. Vea Romanos 16:17: “Mas os
ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina que vosotros habéis aprendido”, ¿encarcélenlos, tortúrenlos, quémenlos? No,
Dios nunca ha pedido a su pueblo, o al pueblo que se identifica externamente con Él
hacer tal cosa. Incluso si Roma tuviera razón en sus doctrinas, la Escritura condena
absolutamente sus prácticas. ¿Cómo ha actuado ella hacia aquellos que han diferido de
su doctrina? Esto es lo que dice la Escritura: “hermanos, que os fijéis en los que causan
divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os
apartéis de ellos”. ¡Eso es todo! Evítelos, apártese de ellos, no tenga nada que ver con
ellos, esquívelos. ¿Usted los evita? Si un hombre llega a la ciudad con una gran
reputación, y los periódicos anuncian que él está enseñando esto y aquello, y los otros y
grandes multitudes están siendo atraídas, y mucha gente le dice que él es un buen
hombre, sin embargo, usted sabe que está enseñando todo lo contrario a la doctrina que
ha recibido, ¿Qué hace? ¿Lo “evade”? Me temo que algunos de ustedes no lo hacen.
Muchos necesitan este consejo. “¡Evítelos!” ¡Vea también 2 Juan 10!
En quinto lugar. Estos pescadores estaban para distinguir y diferenciar entre el
pescado bueno y malo. A pesar de que no son culpados por la entrada de los peces
“malos” en la “red”, estando bajo las aguas no podían ver qué tipo de peces entraban, sin
embargo, una vez la red es sacada a tierra y están expuestos a la vista, ellos tienen
responsabilidad con respecto a ellos. No pasa mucho tiempo antes de que el cristiano
que profesa fe manifieste si realmente ha nacido de nuevo o no. Es con relación a esto
que Dios hace a sus siervos responsables.
Tal vez algunos se pregunten: ¿Cómo son capaces de hacerlo? ¿De qué manera los
siervos de Dios distinguen a los peces buenos de los malos? ¿Los ha dejado Dios a su
propio criterio en el asunto? No, mis hermanos. Nosotros no necesitamos apoyarnos de
nuestro propio entendimiento de algo. La Escritura ha sido dada para que el hombre de
Dios esté enteramente preparado para toda buena obra, y en ella ¡Dios mismo ha
descrito las señales por las cuales podemos distinguir el buen pescado del malo!
Vaya un momento a Levítico 11:9: “Esto comeréis de todos los animales que viven en
las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos
comeréis. Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de

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todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en
abominación”. ¿Pensáis que estos versículos contienen solo instrucciones para los
hebreos acerca de su dieta de hace 3,000 años? ¿Imagina que Dios ha grabado en su
Palabra eterna algo sin ningún otro significado e importancia que la mera regulación de
la mesa de los israelitas en el pasado? Confío en que para ese entonces la mayoría de
ustedes hayan aprendido que hay un significado y valor espiritual en toda la Escritura.
No hay tiempo ahora para exponer esto, pero en relación con el buen pescado hubo dos
cosas, aletas y escamas, aletas para impulsarse a través de las aguas y ayudar a su
movimiento; escamas para proteger, para protegerse de la presión y la acción de las
aguas mientras pasaban velozmente a través de ellas. ¿Puede interpretarlo? Dios ha
dado a su pueblo dos cosas: la armadura para protegerse, y también un poder interno
para impulsarse a través de las aguas de este mundo. Aquellos que dan evidencia de
tener sobre ellos las armas de la luz (Ro 13:12; Efe 6:13–17), correspondientes a las
“escamas”, y aquellos que manifiesten que están nadando en contra (en lugar de flotar a
favor) del rumbo de este mundo, aportan la prueba de que son “buen pescado”.
En sexto lugar, debe tenerse en cuenta cuidadosamente que el trabajo de los
pescadores no cesó cuando sacaron la red a tierra. Algo más les quedaba por hacer.
Mire de nuevo la parábola: “y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo
bueno en”, ¿una cesta? No dice así; sino “recogen lo bueno en cestas”. ¿Por qué? El
trabajo de los pescadores no se completó cuando reunieron los peces en la red, ni se
acabó cuando hubieron separado lo bueno de lo malo; los buenos deben ser reunidos en
“cestas”. Sin duda esto no necesita interpretación. Los “buenos” peces representan a los
creyentes; el ser “reunidos” habla de asociación, comunión; mientras que las “cestas”
hablan de separación del mundo.
Sólo tengo tiempo para hablar del último punto sin entrar en detalles, si esta
parábola se estudia de cerca se encontrará que los versículos 48 y 49 presentan dos
dificultades, aquellos que no han estudiado esto, no habrán sentido su fuerza: “Así será
al fin del siglo (o de la era): saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos”. En la parábola en sí el trabajo es realizado por los pescadores, pero en la
interpretación de la parábola el trabajo es realizado por “ángeles”. De nuevo, en la
parábola los peces buenos son separados de los malos, pero cuando se llega a la
interpretación, el orden se invierte: “apartarán a los malos de entre los justos”. Así que,
en la interpretación los malos son separados de los buenos, lo contrario al orden en el
versículo 48. Por el momento dejamos estos dos puntos con usted.

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8
REPASO

NOS hemos esforzado por mostrar en nuestra exposición de Mateo 13 que las
parábolas proféticas que ahí se encuentran contienen un bosquejo de la historia de la
cristiandad, es decir, el círculo de la profesión, esa esfera donde la autoridad de Cristo
es nominalmente poseída. Lo que está a la vista, sobre todo en las primeras cuatro
parábolas, es el círculo de la responsabilidad humana, y por lo tanto es una imagen del
fracaso que se nos presenta. Busque dónde desee, siempre es lo mismo; siempre que
Dios ha confiado algo al hombre como criatura responsable, el hombre ha defraudado
su confianza.
Dios puso a Adán en el Edén en el terreno de la responsabilidad humana, es decir, en
periodo de prueba, y cayó. Dios le dio a Noé la espada de la autoridad magistral, pero no
pudo gobernarse a sí mismo. Dios confió a Israel la ley, y la quebrantó; antes de que
Moisés bajara del monte habían hecho el becerro y estuvieron adorándolo. Dios
instituyó el sacerdocio en Israel en la tribu de Leví y Aarón y sus hijos fueron
debidamente consagrados a su oficio; sin embargo, al día siguiente, dos de los hijos de
Aarón ofrecieron fuego extraño, y el juicio cayó sobre ellos. Dios instituyó la monarquía
en Israel, y también fue un lamentable fracaso, como los libros de Reyes y Crónicas
atestiguan. Dios dotó a Nabucodonosor con gran poder, y este trastornó su
pensamiento; se volvió tan soberbio con su propio ego que ordenó hacer una imagen de
sí mismo y exigió que todos la adoraran.
La cristiandad no ha sido la excepción. Pablo anunció que después de su partida
“lobos rapaces entrarían al rebaño”, y lo hicieron. La introducción del mal por parte de
satanás al comienzo de esta dispensación nunca ha sido erradicada, ni lo será hasta la
hora de la cosecha. En lugar de que las cosas vayan cada vez mejor, la Escritura
explícitamente declara que irán “cada vez peor”; hasta que Cristo “elimine” todo el
sistema que rechaza su nombre.
Las siete parábolas de Mateo 13 se dividen en cuatro y tres, la división habitual de
una serie septenaria. Las cuatro primeras fueron dichas a la multitud a la orilla del
mar; las tres últimas a los discípulos dentro de la casa. Por lo tanto, las primeras cuatro
nos dan la visión externa de la historia de la cristiandad; las tres últimas tratan de
aquello que es interno o espiritual. Las cuatro primeras están organizadas en dos pares,

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las dos primeras dándonos el aspecto individual de las cosas, el trigo y la cizaña. El
segundo par establece aquello que es colectivo y corporativo, el árbol de mostaza y la
levadura.
Una vez más: la primera parábola nos muestra una “siembra”; la quinta y sexta
revelan la cosecha resultante. De igual manera, la segunda parábola también nos
muestra una “siembra”, mientras que la tercera y cuarta describen la cosecha que nace
de ella. Podría preguntarse: ¿Por qué es la cosecha de la segunda siembra mencionada
antes que la de la primera? La respuesta es que esto está en consonancia con el método
invariable de Dios: “Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo
espiritual” (1 Co 15:46). Caín nació antes que Abel, Ismael antes que Isaac, Esaú antes
que Jacob. La nación de Egipto existió antes que Israel; Saúl llegó al trono antes que
David, y así sucesivamente.
Revisemos brevemente los detalles de estas parábolas. La primera representa a
nuestro Señor todavía aquí en la tierra, en forma de siervo y dispersando la semilla del
reino. Da a entender la razón del éxito del evangelio, y nos advierte que sólo una parte
fraccionaria de los mismos produce resultados permanentes. Da a conocer, desde el
lado humano, los diversos obstáculos que hacen que la mayor parte de la semilla sea
infértil. Por lo tanto, esta parábola repudia claramente el engaño popular que supone
que esta era todavía será testigo de una recepción universal del evangelio; prohíbe
definitivamente cualquier esperanza de un milenio como resultado de la iniciativa
humana o la obra de los siervos de Cristo. Declara que como resultado de la oposición
del diablo, la carne y el mundo, la mayor parte de la semilla es arrebatada o ahogada, y
en general el resultado es la esterilidad. Tampoco existe ningún indicio al cierre de la
parábola de que tal oposición cesaría o de que el rendimiento aumentaría; en cambio, el
Señor afirmó que disminuiría de un centenar de veces hasta treinta veces. La historia de
los últimos diecinueve siglos ha corroborado plenamente la enseñanza de esta parábola
y ha hecho manifiesto el cumplimiento de la profecía de Cristo. ¡Sólo una parte
fraccionaria de la gente en cualquier país, estado, ciudad o pueblo realmente recibe el
evangelio! No sólo esto es cierto en todo el mundo, sino que se aplica con igual fuerza a
la esfera religiosa. ¿Dónde estaría la iglesia de hoy llevando a cabo su obra si se
suprimiera a la minoría fiel?
La segunda parábola nos lleva hacia adelante a un punto posterior a la ascensión de
Cristo, y nos muestra fuerzas duales obrando en la cristiandad. Estas “fuerzas duales”
son nombradas en los versículos 24, 25. Es Cristo (a través de sus siervos) sembrando su

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“buena semilla” y el diablo sembrando su “cizaña”. Aprovechando la falta de vigilancia
de los siervos del Señor, mientras “los hombres dormían”, el enemigo se puso a trabajar
y, como resultado, el cultivo del campo se echó a perder, y continuará así hasta el final
de la era.
Algunos han experimentado dificultad con el versículo 27. En vista del hecho de que
la “cizaña” se parece mucho al trigo al grado de que uno no puede distinguirse del otro
sino hasta la hora de la cosecha, ¿cómo fue que su presencia fue detectada tan pronto?
La dificultad es más imaginaria que real. Tenga en cuenta la diferencia entre lo que se
dice en el versículo 25 y el versículo 27; en la anterior eran los “hombres” los que
dormían, en esta última fueron los “siervos” los que descubrieron la presencia de la
cizaña. Estos “siervos” obviamente se refieren a los apóstoles, que fueron dotados con el
Espíritu Santo como nadie lo ha sido, y por lo tanto, poseyeron un discernimiento que
ningún otro ha tenido desde entonces.
Pero, aunque se detectó la “cizaña”, se dio la orden de que no debía ser arrancada;
iba a “crecer junto” con el trigo hasta la cosecha. Es una gran lástima que muchos con
más celo que conocimiento hayan ignorado esta orden de Cristo. Esta orden suya expone
de una sola vez la inutilidad, la falta de valor y significado bíblico de los movimientos y
esfuerzos de la “reforma”. Los hombres han consentido el sueño ocioso de que podrían
mejorar el mundo librándolo de las malezas nocivas, en otras palabras, por el rechazo a
la embriaguez y a la inmoralidad, y por la purificación de la política, ¡también podrían
tratar de purificar las aguas del mar Muerto! Cristo dijo: “Dejad crecer juntamente lo
uno y lo otro”; no pierda el tiempo buscando deshacerse de la “cizaña”. “Predicar el
evangelio a toda criatura” es nuestra orden de marcha, y dar la debida atención a esto
¡no le dejará tiempo para tratar de arrancar las malas hierbas! Por último, es una
bendición notar que el enemigo no puede ni lesionar el trigo ni impedir su recolección.
La siembra de su cizaña fue con el permiso de Dios.
La tercera parábola nos lleva más allá de los días de los apóstoles y anticipó la época
en la que el carácter externo de la profesión del cristianismo sufriría un cambio radical.
Aquello que hasta entonces había sido despreciado, había llegado a ser popular; aquello
que había sido tan insignificante en el mundo, asumió enormes proporciones. Pero en
lugar de que eso fuera una gran bendición, fue una maldición terrible. Lejos de haber
sido un triunfo para el evangelio, evidenció una victoria de Satanás. El pequeño grano
de mostaza se convirtió en una monstruosidad, y produjo aquello que dio cobijo a los
agentes del diablo. En lugar de vivir como extranjeros y peregrinos aquí, los que

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profesaban ser cristianos tomaron parte en la política y buscaron reformar el estado.
En lugar de tener como su esperanza el regreso de Cristo, buscaron mejorar el mundo, y
hasta tal punto imaginaron que habían tenido éxito, que fue anunciado que el milenio
había comenzado.
La parábola de la levadura nos presenta algo más trágico aún. Así como el árbol de
mostaza representa la corrupción exterior de la profesión cristiana, esta cuarta
parábola nos muestra la corrupción interna de la misma. En la “harina”, que representa
la doctrina pura de Cristo, un elemento extraño fue introducido sigilosamente. Este fue
diseñado para hacer la comida del pueblo de Dios más ligera y más agradable para el
mundo, pero la corrompió. El Señor anunció que este proceso malvado continuaría hasta
que todo fuera leudado. Esto no puede ser completamente realizado mientras el
Espíritu Santo permanezca en la tierra, pero lo cerca que esta profecía está de venir a
ser historia nos muestra lo cerca e inminente que debe estar el momento de su partida.
Pero a pesar de que estas cuatro parábolas nos dan una imagen triste de la
infidelidad de los hombres, no ha habido ninguna falla de parte de Dios. Eso no puede
ser. A pesar de todo el fracaso de la responsabilidad humana, y pese a la oposición de
Satanás, Dios ha estado llevando a cabo su “propósito eterno” de manera lenta pero
certera. “Dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”, dice
Hechos 15:18, y prueba clara y abundante de esto se proporciona aquí en Mateo 13.
La quinta y sexta parábolas traen ante nosotros la obra de gracia y bendición de
Cristo, asegurando para sí dos objetos que son indescriptiblemente preciosos para él, a
saber, el “tesoro” escondido en el campo y la “perla” del mar; que representan al Israel
redimido y a la iglesia de la presente dispensación. Esto nos da el lado positivo de las
cosas, y muestra que, a pesar del éxito permitido divinamente a Satanás, Cristo “verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is 53:11).
En relación con la siguiente parábola quedan dos puntos a ser considerados: en
primer lugar, la interpretación de Cristo de la misma, que se encuentra en los
versículos 49, 50. El lector cuidadoso observará que esta contiene un principio similar
al que se encuentra en relación con la interpretación de la segunda parábola que se da
en los versículos 41–43. En la parábola (en sí) de la cizaña Cristo no fue más lejos de lo
que realmente sucede aquí en la tierra, vea el versículo 30; el estado en el otro mundo
de aquellos representados por la cizaña no es revelado. Pero en la interpretación de esta
parábola que Cristo dio a sus discípulos, su destino futuro se dio a conocer, vea los
versículos 39–43. Por consiguiente, la interpretación nos lleva más allá que los detalles

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de la parábola misma. Este principio también es ejemplificado en una serie de profecías
simbólicas; Daniel 7 proporciona una notable ilustración, las explicaciones ahí dadas
van más allá de los símbolos utilizados.
Lo mismo pasa en la séptima parábola. En los versículos 47, 48 no se da el destino
final ni de los buenos ni de los malos peces. Ni en la parábola de la cizaña, ni en la de la
red la ejecución del juicio forma parte de la parábola misma. La razón de esto no es difícil
de encontrar. Todas estas parábolas tratan de la presente dispensación, mientras que
las iglesias están en la tierra; el juicio de Dios descenderá después de que se hayan ido.
De ahí que en la parábola la “cizaña” es dejada en el campo (v. 30); y en la última
parábola los “peces malos” son dejados en la orilla, es decir, en la tierra (v. 48). Esto es
claro por el hecho de que las “cestas” en las que el “buen pescado es recogido” están en la
tierra. La ejecución del juicio sobre la “cizaña” y sobre los “peces malos” ocurre en una
fecha posterior, y esto fue indicado por Cristo mismo, al dar su interpretación por
separado y después de la parábola misma.
Una confirmación más de lo que se acaba de decir. Debe tomarse en cuenta que los
pescadores no tienen nada que ver con la ejecución del juicio. Como Cristo declaró “al fin
del siglo (que será más de siete años después del rapto) saldrán los ángeles”, etc. (v. 49).
Así que son los “ángeles” los que ejecutan el juicio de Dios, compare cuidadosamente
Apocalipsis 7:1, 8:1, 16:1, etc.
Otro punto relacionado con la última parábola debe tenerse en cuenta. En el
versículo 49 se nos dice que “saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos”. Esto es lo contrario a lo que los pescadores hacen en el versículo 48; primero,
reúnen los buenos peces en cestas, y después echan fuera lo malo. Tanto en la parábola
de la cizaña como en la de la red los “ángeles” están ocupados con los impíos. Los
“justos” del versículo 49 se refieren al remanente judío piadoso que estará en la tierra
después de que la iglesia haya sido tomada, justo antes del fin de este siglo.
El mismo hecho de que Mateo 13 contenga siete parábolas da a entender que
tenemos aquí algo completo, y es la historia de la profesión cristiana en la tierra. En el
bosquejo profético presentado por Cristo, se destacan los puntos prominentes y épocas
principales de esta historia. En la primera, que es introductoria, el ministerio terrenal
de Cristo está a la vista. La segunda describe lo que ocurrió en los días de los apóstoles.
La tercera nos lleva hasta el siglo cuarto, cuando el pequeño grano de mostaza se
convirtió en un gran “árbol” que apuntó hacia la unión entre el Estado y el cristianismo
en los días de Constantino. La cuarta nos lleva al final del siglo sexto, y pronostica el

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crecimiento del papado, con la mujer corrompiendo y echando a perder el alimento.
Después de la cuarta parábola hay una ruptura manifiesta, vemos al Señor dejando
la orilla del mar y retirándose a la casa; ¡así que se ocultó de la multitud!
Maravillosamente y de forma precisa esto corresponde con la historia de la cristiandad,
ya que, tras el establecimiento del romanismo, llegaron las tinieblas de la Edad Media,
cuando las multitudes fueron abandonadas por Cristo. Tras la separación, vienen las
próximas dos parábolas dichas sólo a los discípulos. Estas pronostican la gran Reforma
en los días de Lutero, Calvino, etc. Lo más significativo es que el objeto central en cada
una es Cristo buscando lo que estaba oculto y trayéndolo a la luz. Aquello que primero
desenterró fue el “tesoro” escondido en el campo. ¡Que evidente es que esto encuentra
su paralelo en la recuperación de la preciosa Palabra de Dios, que durante tanto tiempo
había sido mantenida lejos de la gente! La parábola de la “perla” anticipó la
recuperación de la bendita verdad de la unidad en Cristo de todo el pueblo de Dios.
La séptima parábola, como su posición en la serie indica, trata de las condiciones al
cierre de esta dispensación. A la luz de esto, son muy significativas las palabras al final
del versículo 47: “una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces”. Ningún
esfuerzo está siendo ahora escatimado para atraer a los peces de “todo tipo” dentro de
las varias “redes” denominacionales, y todo lo que tiende a asustar o mantener lejos a
los mundanos es cuidadosamente evitado. En los servicios de la “iglesia” moderna (?)
hay algo para satisfacer los gustos y las necesidades de todos, ¡excepto para los
verdaderos hijos de Dios! Los problemas y las cuestiones sociales, económicas y
diplomáticas son discutidos para satisfacer la mente política. Diversiones mundanas
son introducidas para atraer a los amantes del placer. Grandes órganos son utilizados y
vocalistas profesionales son ocupados para calmar y cautivar la estética. Oradores
espectaculares, llamados “evangelistas”, que no son sino hombres del espectáculo
religioso, son empleados para complacer sensaciones. En resumen, todo lo que puede
agradar a la carne ha sido colocado en las iglesias (?) para atraer a las multitudes y
entonces capturar peces de “todo tipo”. Es triste que tanto tiempo, dinero y energía
sean perdidos en esfuerzos tan equivocados y que deshonran a Dios. Los pecadores no
necesitan diversión o entusiasmo, sino que se les muestre su condición perdida. El
trabajo de los ministros del evangelio no es hacerle cosquillas a los oídos, sino predicar
aquello que, por obra del Espíritu, va a tocar los corazones y buscar conciencias. Su
deber es poner de manifiesto el carácter de Dios, el horror del pecado, la certeza de su
castigo, y decir a sus oyentes que perecen: “Huid de la ira venidera”.

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Lo siguiente que sucederá será la extracción de los santos de Dios de la tierra, y su
traslado al cielo; vea 1 Tesalonicenses 4:16, 17. Después de esto, luego de un breve
intervalo, Dios derramará sus juicios sobre los impíos, y entonces “saldrán los ángeles,
y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será
el lloro y el crujir de dientes” (vv. 49, 50). Estos versículos recibirán entonces un
cumplimiento solemne y literal. Después de esto “entonces los justos resplandecerán
como el sol en el reino de su Padre” (v. 43), es decir, la esfera superior o celestial del reino
milenario de Cristo, Juan 1:51 implica las dos esferas del reino del Mesías. Quiera el
Señor conceder que cada lector de estos artículos “halle misericordia cerca del Señor en
aquel día” (2 Tim 1:18).

9
EL ALCANCE PROFÉTICO DE MATEO 24

EL discurso profético de Cristo encontrado en Mateo 24 y 25 fue entregado por él en


privado a algunos de sus discípulos a menos de una semana antes de la crucifixión.
Había salido del templo por última vez. Su ministerio público había sido completado.
Había dicho a los líderes de la nación: “vuestra casa os es dejada desierta” y había
declarado: “no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene
en nombre del Señor”.
Mientras Cristo salía del templo, acompañado por sus discípulos, sin duda,
asombrados y desconcertados por lo que acababa de decir, dirigieron su atención a las
magníficas construcciones del templo, sobre todo a las enormes piedras sobre las cuales
fueron construidas diciendo: “Maestro, mira qué piedras, y qué edificios” (Mr 13:1 y
compare Jn 2:20). A lo que él respondió: “¿Ves estos grandes edificios? No quedará
piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt 24:2). Luego, estando él sentado en el
monte de los Olivos, con plena vista a la ciudad y al templo, los discípulos le
preguntaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del
fin del siglo?” (Mt 24:3).
Cada uno de los tres primeros evangelios nos suministran un relato inspirado del

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discurso profético de nuestro Señor, pero es sólo mediante la comparación diligente de
estos y la observación de sus diferencias que podemos descubrir el alcance y diseño de
cada uno, porque no hay vanas repeticiones en las Escrituras. El relato de Lucas se
diferencia del de Mateo y Marcos en dos aspectos importantes, lo que está relacionado
y lo que se omite. El relato de Mateo se basa en una pregunta triple, vea Mateo 24:3;
mientras que Lucas se basa en una pregunta doble, vea Lucas 21:7. Es muy importante
que el estudiante note cuidadosamente la omisión de toda referencia a la “venida” de
Cristo en el relato de Lucas. La segunda diferencia principal está relacionada con el
tiempo para “huir”. En Mateo 24:15, 16 leemos: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la
abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los
que estén en Judea, huyan a los montes”. Mientras que en Lucas 21:20, 21 leemos: “Pero
cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha
llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes”. Esa parte del discurso
profético de nuestro Señor registrado en Lucas 21 (hasta la mitad del v. 24) fue
completamente cumplido en el año 70 d.C. En primer lugar, Jerusalén fue embestida
por Cestio Galo, quien fue repelido. Más tarde, fue atacada por Tito, el hijo del
emperador, quien tuvo éxito. Pero entre los dos asedios, hay buenas razones para creer
que, todos los cristianos “huyeron”, y que ninguno de ellos pereció en Jerusalén. El
“anuncio” de Lucas es pasado, pero el de Mateo es aún futuro. Es muy importante
observar que en Mateo 24 no se hace ninguna referencia a la destrucción de Jerusalén
después del versículo 2; mientras que, por otro lado, en Lucas 21 no se hace ninguna
referencia a “la abominación desoladora”.
Ahora bien, lo primero que hay que hacer al abordar el estudio de Mateo 24 es
prestar especial atención a su contexto, especialmente al capítulo 23. Es ahí que se
pronuncia siete veces la palabra “ay” y la solemne sentencia de maldición que el Señor
Jesús pronunció contra la nación apóstata de Israel. Esto se encuentra en los versículos
34–38, que concluyen con estas terribles palabras: “He aquí vuestra casa os es dejada
desierta”. Luego el Señor añadió: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta
que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (v. 39). Este último versículo es
de gran importante. La “venida” de Cristo a la que se refiere aquí no es su descenso en el
aire para reencontrarse con la iglesia, sino a su regreso a la tierra, al pueblo de Israel.
Es esto lo que proporciona la clave de Mateo 24:3, y muestra que todo en Mateo 24 es
aún futuro y que es completamente para el pueblo judío.
“Cuando Jesús salió del templo y se iba” (v. 1). Marque la primera palabra de este

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versículo, “cuando” indica que lo que sigue da una continuación, sin interrupción, de lo
que se registra en los últimos versículos del capítulo 23. Esto suministra una
confirmación solemne de lo que se había anunciado; la frase “vuestra casa os es dejada
desierta” es verificada por las palabras “Cuando Jesús salió del templo y se iba”.
“Se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo
él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra,
que no sea derribada” (vv. 1, 2). Esto anunció la destrucción de Jerusalén, o más
específicamente, la demolición del templo. Es muy importante observar que esto fue
dicho antes del discurso profético de Cristo que se registra desde Mateo 24:4 en
adelante.
“Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte,
diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas?” (v. 3). Que esta pregunta se haya hecho de
forma separada de “¿y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” o “era”, muestra
claramente que el “¿cuándo serán estas cosas?” se refiere específicamente a la caída del
templo, lo que implicaba la destrucción de la ciudad. Es de notar que sólo Lucas registra
la respuesta de Cristo a esta pregunta (ver Lc 21:20–24). Mateo fue guiado a omitir esta
parte de la profecía de nuestro Señor.
“¿Y qué señal habrá de tu venida?” (v. 3). ¿Qué tenían los discípulos en mente cuando
le hicieron esta pregunta? Con certeza no puede existir la más mínima dificultad para
nosotros al tratar de descubrir la verdadera respuesta. Hasta ahora como los registros
inspirados dicen, el Señor no había dicho nada en absoluto a sus discípulos acerca de su
ida a la casa del Padre para preparar lugar para su pueblo y de su segunda venida para
recibirlos “para sí”. Ningún indicio había sido dado de su descenso futuro en el aire con
el fin de sacar a sus santos de esta tierra. Por lo tanto, este aspecto de la “venida” del
Señor no pudo haber estado en la mente de los discípulos en ese momento. Debería ser
obvio para todo corazón honesto y mente imparcial que cuando ellos preguntaron:
“¿qué señal habrá de tu venida?” tenían ante ellos lo que acababa de decir a la nación de
Israel, a saber, “desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el
nombre del Señor” (Mt 21:9); lo cual era su regreso a la tierra. Existe algo adicional que
nos permite conocer el significado de esta pregunta de los discípulos: “¿qué señal habrá
de tu venida?” Ninguna “señal” es dada a o para aquellos cuyo llamado es celestial.
¿Cómo puede esto ser así cuando de ellos está escrito: “por fe andamos, no por vista”? (2
Co 5:7). ¡Hoy el pueblo de Dios no ha de estar buscando “señales”, sino escuchando una
voz, concretamente, la “voz de mando” del Señor (1 Tes 4:16)!

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“¿Y del fin del siglo?” ¿A qué “siglo” se referían los discípulos? Ciertamente solo puede
haber una respuesta, la asociada con la “venida” de Cristo a la tierra misma. Hay que
tener muy en cuenta que esta pregunta fue hecha por los discípulos, como judíos,
delante de la cruz, antes de que comenzara la dispensación cristiana. Es de suma
importancia que este hecho se quede ante nosotros, porque un error en este punto
implica necesariamente una interpretación errónea de lo que sigue. Si recordamos que
para este momento los apóstoles no habían tenido idea de (o, en todo caso, una creencia
real en) la muerte y resurrección de Cristo, esto debería ayudarnos a ver que la “era”
cristiana no podría haber estado en sus mentes. Ellos eran judíos, en espíritu,
esperanzas y expectativas, el primer versículo de Mateo 24 (inmediatamente después
de Mt 23:38) hace más que alusión a esto. Es el fracaso en este punto lo que ha llevado a
muchos a pensar que Mateo 24 enseña que “la iglesia” pasará por la gran tribulación.
Se debe observar cuidadosamente que en su respuesta el Señor refirió a los
discípulos a Daniel: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación
desoladora de que habló el profeta Daniel” (v. 15). Es interesante observar que las
expresiones “el fin” o “tiempo del fin” ocurren en Daniel apenas trece veces, y que no se
encuentran en ningún otro lugar en el Antiguo Testamento. Estas expresiones se
refieren a la “semana” 70 no cumplida de Daniel 9:24–27, la cual lleva a una cercana
servidumbre nacional de Israel bajo el dominio gentil. La nueva “era” será introducida
por la segunda venida del Mesías a la tierra y la consecuente colocación de Israel a la
cabeza de las naciones. Las referencias a esa “era” se encuentran en Hebreos 2:5, 6:5. Es
por esto que los discípulos conectaron correctamente el “fin del mundo”, con la
“venida” de Cristo; ya que su regreso a la tierra y el fin del “siglo”, es decir, el “tiempo de
los gentiles” están sincronizados. Lo que es muy importante destacar es que en Mateo
23:39 Cristo no conecta su “venida” con la destrucción de Jerusalén y la caída del
templo, sino con la época gloriosa de la conversión nacional de Israel.
“Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos
en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (vv. 4, 5). El Señor
estaba aquí dirigiéndose a sus discípulos como los representantes del remanente judío
piadoso del futuro. Mateo no registra la respuesta de Cristo a su primera pregunta, la
cual es dada en Lucas. En Mateo 24 no hay absolutamente nada paralelo a Lucas 21:20.
Tampoco hay nada que caiga directamente en el ámbito de la dispensación cristiana. La
totalidad de esta dispensación parentética es ignorada, tomando parte como lo hace
entre las “semanas” 69 y 70 de Daniel 9. Los versículos 4–14 de Mateo 24 tratan acerca

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de la primera mitad de la “semana” 70; los versículos 15–30 de su segunda mitad.
Aunque los versículos 4–7 describen las condiciones que han prevalecido, más o menos,
a lo largo de los siglos de esta era cristiana, aún van a aparecer en una forma mucho
más intensa durante el período de la tribulación.
Detalles más completos y extensos sobre el tiempo cubierto por el discurso profético
de Cristo en Mateo 24 son provistos en Apocalipsis, la mayor parte de ese libro trata del
mismo período. Al cierre de esta presente dispensación la cristiandad es expulsada (Ap
3), los santos son raptados (Ap 4:1) y luego el grupo completo de los redimidos es visto
en el cielo adorando a Dios (Ap 4:4–11). Después de esto, el Cordero como el “León” de la
“tribu de Judá” toma “el libro” (Ap 5), e Israel aparece en seguida en la escena. Tan
pronto como los “sellos” de ese libro se rompen encontramos aquello que corresponde
exactamente con lo que tenemos en Mateo 24. Maravillosos, minuciosos y muchos son
los paralelismos entre los dos capítulos. A algunos de ellos les daremos un vistazo.
“Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos
en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán” (Mt 24:4, 5). Esta fue la
primera parte de la respuesta del Señor a las preguntas formuladas por sus discípulos.
“Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes
decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que
lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para
vencer” (Ap 6:1, 2). Estas palabras describen a los hombres engañadores del anticristo,
haciéndose pasar por el verdadero Cristo (Ap 19:11).
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es
necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin (es decir, la “semana” 70).
Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino” (Mt 24:6, 7). “Cuando
abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: Ven y mira. Y salió otro
caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y
que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada” (Ap 6:3, 4). Por lo tanto, el
contenido del segundo sello corresponde exactamente con la segunda parte de la
profecía de Cristo.
“Y habrá pestes, y hambres” (Mt 24:7). “Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser
viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro (el color del hambre,
ver La 4:8; 5:10); y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en
medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario (el
salario de un día, vea Mateo 20:2), y seis libras de cebada por un denario” (Ap 6:5, 6).

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Trad.). Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.
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“Y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares” (Mt 24:7). “Cuando
abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he
aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le
seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada,
con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra” (Ap 6:7, 8).
“Y todo esto será principio de dolores” o “dolores de parto” (Mt 24:8). Estos “dolores
de parto” son los dolores de parto que aún deberán preceder al nacimiento de un Israel
regenerado. Si el lector desea trazar las correspondencias restantes entre los dos
capítulos permítase comparar Mateo 24:8–28 con Apocalipsis 6:9–11; y después Mateo
24:29, 30 con Apocalipsis 6:12–17.
Pasando ahora al versículo 15: “Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la
abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda)”. Este es el
punto que marca la división entre las dos mitades de la “semana” 70; compare Daniel
9:27. Estas palabras fueron dirigidas por Cristo a sus apóstoles y el “vosotros” no
necesita ocasionar ninguna dificultad. El Señor les estaba hablando como judíos, como
los representantes de los que estarán en la tierra en el momento en que estas cosas se
cumplan. El hecho de que esto no es una “contradicción” debe ser claro por una
referencia en Mateo 23:39; la palabra “vosotros” ahí fue dicha a los escribas y fariseos
como los representantes de la nación tanto presente como futura, es decir, a la nación
como una unidad. Un caso similar se encuentra en 1 Tesalonicenses 4:17: “Luego
nosotros los que vivimos”. El apóstol no dijo “ellos”, sino que se dirigió a los santos de
Tesalónica, incluyéndose a él mismo, como los representantes de todos los creyentes que
vivirían en la tierra en la venida del Señor en el aire.
La “abominación desoladora” es la imagen del anticristo (Ap 13) que se instalará en
el templo reconstruido en Jerusalén. La referencia aquí en Mateo 24:15 no es a la
profanación del templo por Tito, como Daniel 9:27; 11:31; 12:11 muestran con claridad. Es
en “la mitad de la semana” que el “sacrificio y la ofrenda” se hacen cesar. Es entonces
que el pseudo-cristo se quitará la máscara y aparecerá como un opositor de Cristo,
exigiendo que los honores divinos sean ofrecidos sólo a él; una tipología del Antiguo
Testamento sobre esto se encuentra en Daniel 3:1–7.
“Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del
mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería
salvo; mas por causa de los escogidos (es decir, el remanente judío piadoso), aquellos
días serán acortados” (Mt 24:21, 22). La doble referencia a “aquellos días”, y una tercera

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en el versículo 19, encuentran su interpretación en la frase “por tanto, cuando veáis en
el lugar santo la abominación desoladora” del versículo 15. No fue la destrucción de
Jerusalén por Tito de lo cual Cristo habló aquí. Sus palabras en el versículo 22 son
claramente paralelas con Daniel 12:1: “En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran
príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual
nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu
pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”, es decir, los “elegidos” de Dios entre
los judíos. Así, la “gran tribulación” de Mateo 24:21 en lugar de referirse al momento en
el que Jerusalén fue destruida e Israel disperso, habla de lo que ha de preceder
inmediatamente al día en que sean “liberados”.
“Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo
creáis” (Mt 24:23). Esto tiene a la vista el momento en el que el hombre de pecado se
sentará en el templo de Dios “haciéndose pasar por Dios” (2 Tes 2:3, 4).
“Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así
será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt 24:27). Ni una sola vez es este título de
Cristo utilizado en cualquiera de las epístolas paulinas que son dirigidas a los
miembros del cuerpo de Cristo. Estamos esperando el llamado del “Hijo de Dios” (1 Tes
1:9, 10).
“Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las
águilas” (Mt 24:28). El “cuerpo muerto” se refiere a la congregación apóstata de Israel;
las “águilas” son el símbolo del juicio divino, ver Deuteronomio 28:26; Ezequiel 39:17 y
Apocalipsis 19:17.
“De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt
24:34). Esto debería ser comparado cuidadosamente con Mateo 12:43–45. No sólo no
pasaría la nación judía (“generación”), sino que no dejaría de ser una “generación
perversa”. Pero cuando Mateo 24 haya sido totalmente cumplido entonces esa
“generación perversa” debe “desaparecer” y ser sustituida por una nueva nación; vea el
Salmo 22:30, 31; 102:18; Deuteronomio 32:5, 20.
La referencia a “los días de Noé” en los versículos 37–39 es contundente de acuerdo
con el resto de este discurso profético, y al mismo tiempo, fija el alcance de la misma.
En primer lugar, Noé vivió en el fin del mundo antediluviano, por lo tanto Mateo 24
describe las condiciones al final de la era judía. En segundo lugar, Noé y los de su casa
fueron salvados a través de un gran y doloroso juicio de Dios, y así un remanente judío
elegido será preservado a través de la gran tribulación (Ap 12:6, 14). En tercer lugar, Noé

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y su casa salieron del arca a una tierra que había sido barrida por la escoba de la
destrucción y entraron en una nueva era; de la misma manera, el remanente judío
piadoso pasará a través de la gran tribulación y de ellos surgirá el Israel milenario. En
cuarto lugar, el juicio consumió a los impíos, “así será también la venida del Hijo del
Hombre”. ¡Pero qué bendición es para el cristiano recordar que antes de comenzar el
diluvio, Enoc, un tipo de la iglesia, fue tomado por Dios! Que esta esperanza bendita sea
el soporte de nuestros corazones y el poder purificador para nuestro caminar. Que
nosotros, en vez de buscar “señales”, estemos escuchando esa Voz que es sobre toda voz;
que en lugar de temer a la tribulación que se acerca rápidamente, seamos encontrados
alabando a Dios por concedernos estar muy por encima de todo; que en lugar de
estudiar el carácter de Mussolini o de otros para encontrar en ellos señales del hombre
de pecado, que nos encontremos “aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Ti 2:13).

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