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Esta nueva edición del manual en Ediciones Pirámide aparece 23 años después de
que viera la luz por primera vez en forma de apuntes en la Universidad de Málaga.
Ahora, no sólo lo pongo al día en otra universidad, la de Sevilla, sino cuando
estamos viviendo ya varios años de una perturbación económica extraordinaria.
Como es sabido, una gran crisis ha resquebrajado los cimientos de la economía
mundial después de que la banca mundial estuviera a punto de colapsar completa-
mente a partir de 2007. Y a pesar de que los gobiernos han gastado billones de eu-
ros en salvar a la banca y a las grandes empresas, la situación hasta ahora no se ha
resuelto y muchos países, entre ellos el nuestro y otros europeos, sufren los proble-
mas económicos más graves quizá de los últimos cien años.
Pero no sólo ha sido la actividad económica la que ha resultado dañada. Como
dijo el que fue todopoderoso presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos,
Alan Greenspan, la crisis que empezó en 2007 también ha hecho que colapse nues-
tra estructura mental. Se refería a la forma de pensar con la que se había venido
haciendo frente a los problemas económicos en los últimos años, afirmando siempre
que los mercados lo resolverían todo automáticamente, que no ocurriría nada por
mucha que fuese la libertad para especular y llevar el dinero al casino financiero, o
que la desigualdad creciente o el destrozo al medio ambiente no eran asuntos que
debieran preocupar demasiado a la economía y a los economistas.
En las ediciones anteriores del manual ya se había reflexionado sobre esta forma
de pensar y sobre sus grandes limitaciones y ahora estamos pagando las consecuen-
cias de que pensaran así quienes tomaban las grandes decisiones económicas.
Por eso creo que sigue siendo no sólo válido sino ahora quizá más necesario que
nunca acercarse a la economía, como pretende hacer este manual, desde una pers-
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Con esta nueva edición de 2015, el manual vuelve a comportarse como una es-
pecie de organismo vivo que reclama cambios a medida que pasa el tiempo, incluso
cuando antes parecía que ya estaba saciado y que tenía forma definitiva. En esta
ocasión se ha realizado una amplia revisión de estilo, se han actualizado datos y
algunos contenidos que han cambiado con el paso del tiempo, se han corregido las
erratas detectadas y se ha modificado el enfoque de diversos epígrafes tratando
siempre de hacer mas fácil su lectura y estudio.
En particular, se han incorporado algunas reflexiones adicionales sobre la crisis
reciente y se han fundido en uno los anteriores dos últimos capítulos.
Por primera vez, esta edición del manual va acompañada de materiales comple-
mentarios para los alumnos y el profesorado que están disponibles en la web de
Editorial Pirámide. Los alumnos podrán encontrar allí mapas conceptuales, guiones,
vocabulario, lecturas y preguntas para autoevaluación. Todo ello está también a dis-
posición de los profesores, que además tienen acceso a presentaciones para clase y
otros recursos de actualidad que se van actualizando.
Cuando aparece esta nueva edición, el manual cumple 25 años desde que en
1990 vio la luz como apuntes de clase en la Universidad de Málaga, y 15 desde que
comenzó a publicarse en esta editorial. Es mucho tiempo, pero una vez más tengo
la satisfacción de poder escribir en estas páginas introductorias que vivo mi activi-
dad docente con la misma pasión que el primer día y que me gusta entregarme y
servir a mis alumnos tanto o más que cuando empecé a dar clases.
A ellos dedico este manual, que recoge mi modo de entender la economía y la
interpretación que hago del pensamiento que los demás economistas han ido crean-
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do desde hace decenios para tratar de resolver los problemas económicos. Me per-
mito recordar al admirado profesor José Luis Sampedro y utilizar sus palabras para
decir que presento y ofrezco a mis alumnos este manual con la modestia de una
vela, de un quinqué, y no con la prepotencia, ¡tan habitual entre economistas!, de
los grandes focos, porque, como él ha escrito en su libro póstumo La vida perenne
(Plaza y Janés, 2015), «Una vela, un quinqué dan luz, iluminan, permiten ver; en
cambio, unos focos deslumbran, ciegan, dificultan la visión. El maestro está para
ayudar a ver, no para cegar a sus discípulos».
Lo que espero es que este libro sirva para esto último.
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Arthur C. Pigou
(Álvaro Mutis,
Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero)
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1.1. LA ECONOMÍA
Cuando los científicos se refieren a la Economía, no siempre están de acuerdo. Tra-
tan de elaborar modelos, teorías, leyes que expliquen los hechos económicos, pero no
todos los economistas coinciden a la hora de considerar que esas leyes o modelos son
válidos o que responden efectivamente a la realidad. Hay una gran diversidad de co-
rrientes o formas de abordar el estudio de las cuestiones económicas.
Si se analiza con cierto detalle la naturaleza de las controversias económicas,
seguramente se podría comprobar que éstas empiezan a la hora de determinar qué
debe estudiar la Economía y cómo ha de hacerlo.
Las diferentes corrientes del pensamiento económico han surgido precisamente
de la diversa sensibilidad de los economistas hacia los problemas sociales que pue-
den analizarse desde la perspectiva de la ciencia económica.
Unos han estado más preocupados por establecer modelos de comportamiento
que permitiesen predecir; otros han optado por explicar de manera más realista los
fenómenos económicos, a costa de perder capacidad de predicción. A veces, ha pre-
dominado una concepción de la Economía como conocimiento normativo orientado
a proporcionar claves que permitan resolver problemas relativos al «deber ser»; en
otras ocasiones, la Economía se sustancia en un conjunto de proposiciones positivas
relativas tan sólo a aquello que pueda ser percibido empíricamente y formalizado
gracias a la matemática.
En fin, unos economistas se dedican a conocer y procurar que sean resueltos los
problemas sociales que consideran estigmas de sus sociedades, como la pobreza y la
desigualdad de los individuos o las naciones, el desempleo o los desequilibrios eco-
nómicos de todo tipo. Otros se preocupan solamente de descifrar la coherencia in-
terna de modelos que ellos mismos consideran irrealistas, entendiendo que esos pro-
blemas mundanos son propios de los políticos (¡o de los moralistas!) más que de los
«científicos» sociales.
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los gobiernos gastan los recursos públicos en unas cosas y no en otras, qué razones
llevan a las empresas a producir cada tipo de mercancías, por qué unos empleos
están mejor pagados que otros, por qué suben los precios o, simplemente, por qué
alguno de nuestros conocidos no encuentra trabajo.
Incluso muchas personas utilizan a veces la palabra economía para referirse a un
determinado tipo de comportamiento: «ha hecho un uso muy económico de sus ingre-
sos», «aquella familia está haciendo muchas economías para llegar a fin de mes».
Lo que ocurre es que, efectivamente, la Economía tiene que ver con todos esos
diferentes tipos de asuntos que podríamos sintetizar en tres grandes campos: un de-
terminado tipo de actividades, unos problemas sociales específicos y un modo sin-
gular de comportamiento humano.
La actividad económica
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El comportamiento económico
Si se analizan la actuación del legislador cuando opta por elevar las penas de los
delitos en lugar de aumentar los recursos para su prevención, el razonamiento que
puede llevar a una pareja a tener un nuevo hijo o el efecto que puede tener sobre el
delincuente el que deba pagar un mayor «precio» si comete un delito, se podrá con-
cluir que son conductas o procesos que se resuelven de forma muy parecida a los
que habitualmente se consideran económicos: eligiendo aquellas alternativas que
comporten menos costes y mayores beneficios.
Podríamos decir entonces que la Economía tiene que ver también con el com-
portamiento humano que se lleva a cabo evaluando los costes y beneficios que im-
plica cualquier tipo de actividad.
Por eso muchos economistas hablan de comportamiento económico como aquel
que se manifiesta en la elección a partir de un cierto cálculo, más o menos compli-
cado, de los costes y de los beneficios que conlleva la decisión que se adopte.
Generalmente, para lograr esos objetivos a través de la actividad económica,
los seres humanos se enfrentan a una dotación determinada de recursos que deben
utilizar de forma que obtengan el mayor rendimiento posible desde el punto de
vista de las necesidades que se desean satisfacer. Y eso implica normalmente que
deban realizar una constante evaluación de los costes y de los beneficios que re-
portan los diferentes usos posibles de esos recursos. Las actividades humanas se
distinguen porque muchas veces están vinculadas a este tipo de cálculo o evalua-
ción.
Resulta entonces que la Economía no sólo tiene que ver con una amplia gama
de actividades sociales —de percepción más o menos intuitiva— a las que conside-
ramos actividades económicas, sino también con aspectos singulares de actividades
no económicas cuando éstas comportan decisiones realizadas tras el cálculo de cos-
tes y beneficios.
La Economía tiene que ver con esos tres ámbitos, pero lo importante es que
trata de acercarse a ellos de una forma específica: como conocimiento científico.
Eso quiere decir que procura conocer las generalidades de los fenómenos eco-
nómicos y las leyes que los gobiernan más que los hechos aislados.
Pero todos sabemos que conocer las cosas sociales por el simple hecho de co-
nocerlas carece de sentido. La pretensión última del conocimiento humano es actuar
sobre el entorno para modificar sus condiciones de vida. Y de ahí que la Economía
se ocupe, además, de la transformación de las condiciones económicas en que se
lleva a cabo nuestra vida social. La Economía es, por lo tanto, un tipo de conoci-
miento y también una práctica social.
Como veremos más adelante, los problemas económicos tienen mucho que ver
—como también suelen percibir intuitivamente los ciudadanos— con otras cuestio-
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nes sociales: con los grupos de poder y con los intereses sociales de todo tipo. De
ahí que la Economía trate de abordar los problemas económicos situándolos en su
contexto social y político.
Para poner esto claramente de manifiesto, en los orígenes de los estudios econó-
micos se empezó a hablar de Economía Política. Más tarde este término quedó en
desuso y últimamente es utilizado por los economistas que tienen especial interés en
resaltar que su enfoque tiene en cuenta ese tipo de circunstancias sociales y políticas
a la hora de analizar los problemas económicos.
Ética y Economía
Lo que acabamos de señalar equivale a decir que la Economía forma parte de
ese abanico de ciencias que tratan de responder a las preguntas esenciales sobre
nueva vida en sociedad: ¿cómo hay que vivir? o ¿cómo se puede vivir mejor?
Pero se trata de preguntas que no tienen respuestas objetivas sino que son pre-
ferenciales, dependientes de lo que cada sujeto crea que es mejor o peor, de lo que
prefiera que se haga o que no se haga. Eso significa que para responderlas hay que
realizar reflexiones éticas.
La Economía, por tanto, tampoco es ajena a los criterios éticos. Todo lo contra-
rio. Cuando no se tienen en cuenta, lo que ocurre es que el análisis económico se
debilita y queda muy limitado.
En opinión de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1999, el distancia-
miento que existe hoy día entre Economía y ética «ha empobrecido sustancialmen-
te» la naturaleza de la Economía moderna1.
Eso quiere decir que, para valorar el alcance del conocimiento que proporciona
la Economía, se debe precisar no sólo su propio objeto de estudio y el método que
utiliza para conocerlo, sino también los valores y los principios morales de los que
parte este conocimiento y que, generalmente, son los que condicionan finalmente su
capacidad de incidir en el ámbito más general de las relaciones y las prácticas so-
ciales.
1
Sen, A.: Sobre ética y economía, Alianza Editorial, Madrid, 1989, p. 25.
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— Ley de Say. Denominada así porque la formuló Juan Bautista Say en 1803: «El simple
hecho de la formación de un producto abre, desde ese preciso instante, un mercado a otros
productos». O, dicho de otro modo: «la oferta crea su propia demanda».
— Ley de los rendimientos decrecientes. Formulada a través de sucesivas aportaciones de los
primeros grandes economistas, como Robert J. Turgot, Thomas Malthus y David Ricardo,
afirma que «el rendimiento de una actividad disminuye a medida que se van a aplicando
unidades de un factor variables (por ejemplo, trabajo) a otro que permanece fijo».
— Ley de Engel. Deducida por el estadístico alemán Ernst Engel (1821-1896), quien observó
las pautas de consumo de familias con diferentes niveles de rentas y dedujo que si los
gustos y las preferencias se mantienen y aumentan los ingresos la proporción del ingreso
gastado en alimentos disminuye aunque pueda haber aumentado el gasto real en alimenta-
ción en términos absolutos.
— Ley de Gresham. Se comenzó a hablar de esta ley en el siglo xix bastante después de que
Sir Thomas Gresham observase en el siglo xvi que en todas las operaciones en las que
intervenía la gente prefería pagar con la moneda más mala del momento y quedarse con la
más fuerte para guardarla para fundirla cuando éstas tenían mayor valor como metal para
hacer lingotes. La ley se formuló diciendo que cuando en una economía circulan monedas
del mismo valor (5 euros por ejemplo) pero hechas con un metales de diferentes calidades
(plata y latón, por ejemplo), la moneda buena (la de plata) desaparece y se mantendrá en
circulación la mala (la de latón): «La moneda mala desplaza a la buena».
— Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Según Carlos Marx, el beneficio del
capitalista proviene del uso del trabajo pero su tendencia a obtener cada vez más producti-
vidad le lleva a sustituirlo por maquinaria, y así, a medida que hay más máquinas y menos
trabajo, decrece su beneficio
— Ley de Okun. Formulada por Arthur Okun a mediados de los años sesenta del siglo pasado,
afirma que la tasa de desempleo caerá en un determinado porcentaje en correlación con el
incremento porcentual que se produzca al mismo tiempo en el crecimiento de la producción.
Para algunas corrientes del pensamiento económico, estas leyes económicas son
siempre las mismas, comunes a cualquier forma de actividad económica y condicio-
nantes de cualquier acción de los sujetos económicos. Así, puede pensarse que la
ley económica fundamental es la que regula la asignación de recursos escasos a las
necesidades limitadas de los seres humanos, sea cual sea el contexto social e institu-
cional en el que se lleva a cabo.
Para otras corrientes, las leyes económicas son singulares para cada sociedad y
vienen impuestas por la naturaleza de la estructura en que se insertan las actividades
económicas, sin que haya, por lo tanto, leyes generales de aplicación universal.
Léon Walras, por ejemplo, entendió que las relaciones de propiedad derivan ex-
clusivamente de la moral y desarrolló una concepción universalista y atemporal de
las leyes económicas. Por el contrario, los economistas marxistas afirmarían que las
relaciones de propiedad derivan de los intereses de las clases sociales dominantes.
En el primer caso, las leyes que gobiernan la organización y la propiedad de los
recursos serían comunes en cualquier momento histórico. En el segundo, habría que
conocer su naturaleza concreta en cada fase histórica particular.
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En el camino que lleva a tratar de descubrir y formular las leyes generales que
regulan el funcionamiento de la actividad económica, la ciencia económica constru-
ye teorías económicas sobre los distintos asuntos concretos que estudia.
Una teoría es una especie de sistema lógico que ilustra simplificadamente todos
y cada uno de los aspectos de un fenómeno y que permiten predecir su comporta-
miento en situaciones diferentes.
Normalmente, una teoría contiene diferentes componentes: variables, hipótesis,
predicciones y la contrastación.
Una variable es una magnitud relativa a alguno de los fenómenos que se van a
estudiar: precio, cantidad demandada, cantidad ofertada, renta, cantidad de dinero...
En la investigación económica se pueden distinguir diferentes tipos de variables:
Así, en una teoría que afirmase «La cantidad de gasto familiar en cine está de-
terminada por la renta familiar y por el gasto de publicidad de las productoras cine-
matográficas», el gasto familiar es variable endógena y el gasto publicitario sería
exógena.
Las hipótesis son los supuestos previos que se establecen como punto de partida
de la investigación y que hay que tratar de confirmar o no. Suelen ser de tres tipos:
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y = 2x
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A menudo, los economistas tienen que elegir entre modelos muy maneja-
bles pero alejados de la realidad, u otros más realistas pero muy difíciles de
trabajar.
En otros temas iremos descubriendo, al menos de modo elemental, los modelos
más útiles y utilizados en el análisis económico.
Cuando una variable, por ejemplo la cantidad consumida de bienes y servicios por un
individuo (C), está relacionada con otra, por ejemplo su renta (Y), decimos que es función de
ella: la cantidad demandada de un bien por un individuo es función de su renta. La primera
sería entonces la variable dependiente y la segunda la independiente y para expresar esa rela-
ción utilizamos una notación que es bien conocida:
C = f (Y)
Al decir o escribir esto sólo expresamos que hay una relación entre ambas variables pero
poco más. La investigación económica, es decir, la observación científica de su comportamien-
to es lo que podría proporcionarnos información adicional que nos llevará a determinar de qué
manera más exacta están relacionadas.
Así, podríamos investigar y concluir que ese individuo estudiado gasta el 60% de su renta
en la compra de bienes y servicios y lo expresaríamos:
C = 0,60 Y (1)
Por tanto, una función cualquiera que muestre la relación que se da entre dos o más va-
riables, y = f (x,z) por ejemplo, puede tener multitud de formas particulares que son las que
debemos tratar de encontrar y formular adecuadamente. Podría y = 3x + z, y/2 = x – z2, etc.
— Puede haber otras variables que influyan en la que queremos estudiar y que no hayamos
tenido en cuenta. Como veremos enseguida, eso ocurre habitualmente porque en los fenó-
menos económicos suelen influir un número tan amplio de variables que es muy difícil o
casi imposible tenerlas en cuenta a todas.
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— Normalmente en Economía no se puede medir con total exactitud el valor de todas las va-
riables que necesitamos estudiar. Es lo que suele ocurrir cuando nos referimos a variables
que tienen que ver con grandes colectivos sociales: consumo familiar en España, produc-
ción industrial de un país, etc.
C = 0,60 Y
70.000
60.000
50.000
Consumo (C)
40.000
30.000
Consumo
20.000
10.000
0
0 20.000 40.000 60.000 80.000 100.000 120.000
Renta (Y)
1.2.2.
La difícil aplicación del método científico
La aplicación del método científico en Economía comporta dificultades comu-
nes al resto de las ciencias sociales y otras derivadas de la peculiar naturaleza de los
fenómenos que estudia. Estas dificultades afectan a la observación de los hechos, al
establecimiento y verificación de las hipótesis y son las que suelen provocar las dis-
crepancias que se dan entre los economistas.
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Los científicos sociales son también protagonistas de las relaciones que estu-
dian, forman parte de los hechos y tienen intereses, prejuicios y valores que afectan
a la perspectiva desde la que contemplan el objeto de sus análisis.
La propia selección del campo de estudio o del método es más trascendente en
las ciencias sociales, y de ahí se derivan imperfecciones del conocimiento que no
siempre son explicitadas o superadas.
La trascendencia del conocimiento científico para el mantenimiento o la transfor-
mación de las relaciones sociales puede amplificar estas imperfecciones. Muchas ve-
ces el poder establecido financia preferentemente un determinado tipo de investigación
o delimita más o menos veladamente los grandes temas y enfoques en torno a los que
se desarrolla la investigación «en boga». Eso puede dar lugar a que los problemas in-
vestigados por los economistas no sean sino los que convienen a los grandes intereses
políticos o económicos, en perjuicio de aquellos cuyo planteamiento podría permitir
alcanzar una organización más justa e igualitaria de la vida económica.
Es por eso por lo que, si todo científico debe renunciar a los dogmas establecidos,
los economistas deben renunciar además, como ha dicho J. K. Galbraith, al «gran po-
der de los intereses económicos»2.
Para el economista, esta limitación metodológica comporta un compromiso es-
pecialmente significativo. La propia definición de sus preocupaciones científicas lle-
va implícita la posibilidad de resolver, en la práctica social, unos problemas u otros.
Desgraciadamente, y con más frecuencia de la que sería natural y deseable, los pro-
gramas científicos de la Economía parecen más bien destinados a salvaguardar los
intereses sociales más poderosos y a servir de sustento teórico a estados de cosas
que tienen demasiado que ver con la injusticia y la desigualdad que padece una gran
parte de la Humanidad.
Por otro lado, la Economía no es una disciplina experimental, lo que impide que
los hechos económicos puedan ser reproducidos para su observación.
Ello obliga a que el economista deba proceder con demasiada frecuencia a ana-
lizar los diferentes elementos de un fenómeno «como si» se comportasen de una
manera predefinida por nosotros. C uando se estudia, por ejemplo, la cantidad de un
bien que está interesado en adquirir un consumidor en particular es fácil observar
que son muy variados los factores de los que d epende (el precio del bien, el de otros
bienes relacionados, la renta del consumidor, etc.). Pero como es imposible conside-
rar todos al mismo tiempo, se suele simplificar diciendo que depende del precio del
bien ceteris paribus, esto es, manteniendo constantes los demás factores: razonamos
como si la demanda sólo dependiera del precio.
2
Galbraith, J. K.: Historia de la economía, Ariel, Barcelona, 1989, p. 312.
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Todas estas dificultades metodológicas son las que explican las discrepancias
habituales que se dan entre los economistas y que más concretamente suelen tener
tres grandes orígenes:
— El desacuerdo sobre los objetivos del conocimiento, que lleva a que diferen-
tes científicos analicen distintos fenómenos o que centren más o menos
atención en alguno de sus aspectos claves.
— El desacuerdo sobre los hechos concretos que se estudian o sobre sus mani-
festaciones.
— Errores o falta de lógica o coherencia en los razonamientos.
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Cabe pensar que estas discrepancias deberían poder superarse sólo en la medida
en que los científicos de la Economía asumieran una perspectiva metodológica rigu-
rosa, pero eso no es nada fácil porque están influidas también por sus preferencias
ideológicas o por sus posiciones éticas o políticas.
Para no tener que afrontar los problemas que generan estas limitaciones del co-
nocimiento, lo que predomina hoy día es una cierta despreocupación hacia los pro-
blemas del método. En lugar de tratar de construir grandes teorías, se tiende a ela-
borarlas con un alcance explicativo más reducido y se prefiere que los objetos de
estudio tengan mucha concreción y especialización.
Eso indica que el pensamiento económico actual no avanza muy atado al rigor
científico y que no hay gran interés por abordar y solventar las discrepancias teóri-
cas. Lo que normalmente ocurre es que cada economista o escuela sólo busquen la
confirmación de sus postulados y no tratar de descubrir la parte de verdad que pueda
haber en los que proponen los demás.
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