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CÓMO SALIR
GENERAL WILLIAM BOOTH
Fundador del Ejército de Salvación
LA INGLATERRA OSCURA
CÓMO SALIR
por
General William Booth
Publicado por
El Ejército de Salvación
Departamento de Suministros e Intendencia
1424 Northeast Expressway
Atlanta, Georgia, EE.UU. 30329
Esta Obra está Dedicada
A la Memoria de
Mi
Amante, Fiel y Devota Esposa,
La Compañera, Consejera y Camarada
de Casi 40 Años,
Que Compartiera todas mis Ambiciones
para
El Bienestar de la Humanidad.
PREFACIO.
El avance que ha logrado el Ejército de Salvación en su obra entre los pobres y los
perdidos de muchas regiones del mundo me ha obligado a enfrentar los problemas
que se abordan con mayor o menor grado de esperanza en las páginas siguientes.
Las descorazonadoras necesidades de una enorme Campaña realizada a lo largo de
muchos años contra los males que constituyen la raíz de todas las miserias de la vida
moderna, atacados desde mil y un frentes por mil y un tenientes, me han llevado
gradualmente a contemplar como posible solución, para algunos de esos problemas
al menos, el Programa de Selección Social y Salvación que expongo en la presente
obra.
Cuando no era más que un niño, la degradación y desoladora miseria de las pobres
Tejedoras de mi pueblo natal, deambulando demacradas y hambrientas por las calles
entonando sus melancólicas baladas, hacinadas en el sindicato o afanándose como
esclavas para cumplir con sus tareas asignadas a cambio de un salario de hambre,
estimularon mi deseo sincero de ayudar a los pobres, deseo que mantengo hasta el
día de hoy y que ha sido una poderosa influencia durante toda mi vida. Finalmente,
podría llegar a ver realizados mis deseos de ayudar a los desocupados. Creo que así
será.
¡Las de multitudes que nos rodean por todas partes — muchas conocidas
personalmente por mis lectores, y muchas ot ras a las que podrían conocer con tan
sólo alejarse unos pocos pasos de sus propias moradas — y que se encuentran
inmersas en esta difícil situación! Sus costumbres viciosas y situación de
marginalidad constituyen una certeza de que, sin algún tipo de ayuda extraordinaria,
ellas pasarán hambre y pecarán, y pecarán y pasarán hambre, hasta que,
habiéndose multiplicado y colmado su medida de desdicha, la muerte cierre sus
lúgubres dedos sobre ellas y termine con su miseria. Y todo ello sucederá este
mismo invierno, en medio de la riqueza sin parangón, de la civilización y de la
filantropía de estas muy sedicentes cristianas tierras.
Se verá, entonces, que en este intento o en otros futuros que pueda emprender no
tengo intenciones de desviarme en lo más mínimo de los principios básicos que han
regido mis actos en el pasado. Mi única esperanza con respecto a la superación
definitiva de la miseria de la humanidad, ya sea en éste o en el mundo venidero, es
que el hombre se regenere o transforme por el poder del Espíritu Santo a través de
Jesucristo. Pero al proporcionar alivio para la miseria terrenal, creo que sólo estoy
haciendo más fácil y posible lo que ahora parece difícil e imposible: que hombres y
mujeres encuentren su camino hacia la Cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Sobra decir que confío en mis propuestas. Creo que funcionarán. Muchas ya se
encuentran funcionando a una escala más pequeña. Mas no sostengo que mi Plan
sea perfecto en todos sus detalles, ni completo en el sentido de ser adecuado para
combatir todas las formas que pueden adoptar los enormes males contra los que
está fundamentalmente dirigido. Al igual que otras obras humanas, debe ser
perfeccionado a través del sufrimiento. Es, sin embargo, un intento sincero de hacer
algo, y de hacerlo obedeciendo a principios que pueden aplicarse de inmediato y
desarrollarse a escala universal. El tiempo, la experiencia, la crítica y, por sobre
todo, la orientación de Dios nos permitirá, así lo espero, avanzar de acuerdo con los
lineamientos que aquí establezco hacia una aplicación verdadera y práctica de las
palabras del Profeta Hebreo: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las
ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los
quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el
hambriento, y a los pobres errantes albergues en tu casa; que cuando veas al
desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Y si dieres tu pan al
hambriento, y saciares al alma afligida — [Entonces] los tuyos edificarán las ruinas
antiguas; los cimientos de generación en generación levantarás”.
Para concluir, deseo agradecer a los Oficiales bajo mi mando por los servicios
brindados en la preparación de este libro. No habría esperanza de llevar a cabo
ninguna parte de él si no fuera por el hecho de que tantos miles de ellos, sin esperar
recompensa terrenal alguna, se encuentran prestos a atender mi llamada y
dispuestos a trabajar hasta la extenuación en pro de la salvación de otros. El mundo
ni se imagina siquiera el sentido común práctico, los recursos y la voluntad de
ofrecerse para realizar cualquier tarea que muestran esos Oficiales y Soldados. Y
mucho menos puede el mundo entender las dichas y tristezas de su sacrificada
devoción a Dios y a los pobres.
También debo agradecer la valiosa ayuda literaria prestada por un amigo de los
pobres, quien, aunque no tiene vínculo alguno con el Ejército de Salvación, sí siente
la más profunda simpatía hacia su misión y comparte en gran medida sus principios.
Sin su ayuda, la tarea de presentar estas propuestas, de las cuales soy
completamente responsable, por lo menos hasta este momento, me habría resultado
— agobiado como me encuentro con las responsabilidades de una obra de alcance
mundial — extremadamente difícil, por no decir imposible. No tengo dudas de que si
llegase a implementar exitosamente cualquier parte substancial de mi plan, la
persona en cuestión se considerará más que recompensada por los servicios tan
aptamente brindados.
WILLIAM BOOTH.
PARTE I — LA OSCURIDAD
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
El Décimo Sumergido
CAPÍTULO III
Los Desamparados
CAPÍTULO IV
Los Desocupados
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
Los Viciosos
CAPÍTULO VII
Los Criminales
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
PARTE II — LIBERACIÓN
CAPÍTULO I
Sección 2 — Mi Plan
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
MÁS CRUZADAS
Sección 5 — Una Nueva Forma de Escape para las Mujeres Perdidas —Los Hogares
de Rescate
CAPÍTULO VI
ASISTENCIA EN GENERAL
CAPÍTULO VII
Sección 5 — Recapitulación
CAPITULO VIII
PARTE I — LA OSCURIDAD
CAPÍTULO I
Respondieron de una manera que parecía implicar que debíamos ser criaturas
extrañas por suponer que podría existir algún mundo que no fuera su interminable
selva. “No”, contestaron, negando compasivamente con la cabeza y sintiendo lástima
por nuestras absurdas preguntas, “todo es igual a esto”, y movían sus brazos en
círculos para indicar que todo el mundo era igual: nada más que árboles, árboles y
más árboles — grandes árboles irguiéndose hasta la altura que alcanza una flecha
disparada hacia el cielo, con altas copas cuyas ramas se extienden y entrelazan
hasta que ni un rayo de sol ni un haz de luz puede penetrar a través de ellas.
Esa es la selva. Pero, ¿qué hay de sus habitantes? Ellos son comparativamente
pocos: sólo unos cientos de miles que viven en pequeñas tribus, separadas por diez
o treinta millas, dispersos en un área en la cual diez mil millones de árboles tapan el
sol en una región cuatro veces más ancha que Gran Bretaña. De estos pigmeos hay
dos tipos: uno, un especimen muy degradado, con ojos parecidos al de los hurones,
nariz corta, mucho más parecida a la de los monos babuinos de lo que se suponía
posible, pero aun así de rasgos muy humanos; el otro, apuesto, con rasgos inocentes
y francos, muy agradables. Son de mente ágil e inteligentes, capaces de sentir un
afecto y gratitud profundos, de una laboriosidad y paciencia notables. Un niño
pigmeo de dieciocho años trabajaba con agotadora dedicación; el tiempo para él era
demasiado valioso como para perderlo en conversaciones. Su mente parecía estar
siempre concentrada en el trabajo. El Sr. Stanley relata:
“Todos ellos, los de la variedad babuina y los apuestos inocentes, son caníbales. Les
domina una perfecta manía por la carne. Nos vimos obligados a enterrar a nuestros
muertos en el río para evitar que sus cuerpos fuesen exhumados y devorados,
incluso los que habían fallecido a causa de la viruela”.
Sobre los pigmeos y todos los habitantes de la selva ha descendido una visitación
devastadora en la forma de los saqueadores de marfil. La raza que escribió las Mil y
Una Noches, que construyó Bagdad y Granada, y que n i ventó el álgebra, envía
hombres con sed de oro en sus corazones y mosquetes Enfield en sus manos, para
saquear y matar. Se aprovechan de la afectuosidad innata de los habitantes de la
selva para despojarlos de todo lo que poseen en este mundo. Esto ha suc edido por
años. Sucede hoy día. Ha llegado a considerarse como la ley natural y normal de la
vida. Acerca de la religión de estos pigmeos acosados, el Sr. Stanley no nos dice
nada, tal vez porque no hay nada que decir. No obstante, un viajero anterior, el Dr.
Kraff, afirma que una de estas tribus, llamada Doko, poseía la noción de un Ser
Supremo, a quien, con el nombre de Yer, dirigían a veces sus oraciones en
momentos de tristeza o terror. En esas oraciones decían: “Oh, Yer, si Tú realmente
existes, ¿por qué permites que seamos esclavos? No pedimos ni alimento ni abrigo,
puesto que nos alimentamos con serpientes, hormigas y ratas. Tú que has sido
nuestro Creador, ¿por qué permites que nos pisoteen?”
Mientras más meditamos acerca del tema, más exacta parece la analogía. Los
saqueadores de marfil que trafican brutalmente con los desdichados habitantes de
los claros selváticos, ¿qué son sino los publicanos que se enriquecen con la debilidad
de nuestros pobres? Las dos tribus de salvajes, la del babuino humano y la del
apuesto pigmeo que no hablará por temor a que le interrumpan en sus tareas,
podrían equipararse a las dos variedades que están constantemente presentes entre
nosotros:— los patanes viciosos y flojos, y los sacrificados esclavos. También ellos
han perdido toda fe en que la vida sea distinta de lo que es y ha sido. Al igual que en
África, todo es árboles, árboles y más árboles, no existiendo ningún otro mundo que
sea concebible; aquí es igual: todo es vicio y pobreza y crimen. Para muchos, el
mundo no es más que un barrio marginal, donde el Asilo de Pobres es un purgatorio
intermedio antes de llegar a la tumba. Y al igual que los zanzíbaros del Sr. Stanley
perdieron la fe, quedando sólo con su desconsuelo y tristeza para inducirlos a seguir
caminando, la mayoría de nuestros reformadores sociales, sin importar el
entusiasmo con que hayan comenzado, con cuarenta expedicionarios blandiendo
alegremente sus hachas mientras se abren paso por la selva, pronto se deprimen y
descorazonan. ¿Quién puede combatir contra miles de millones de árboles? ¿Quién
puede esperar abrirse paso y avanzar entre el sinfín de condiciones adversas que
condenan al habitante de la Inglaterra Oscura a una miseria eterna e inmutable?
¿Qué clase de milagro es el que muchos de los corazones más cálidos y de los
trabajadores más entusiastas se sientan dispuestos a repetir las lamentaciones del
antiguo cronista inglés, quien, refiriéndose a los funestos días que cayeron sobre
nuestros antepasados durante el reino de Esteban, dijo: “Les parecía a ellos como si
Dios y sus Santos estuviesen muertos”?
Una analogía vale tanto como una sugerencia: se torna preocupante cuando se
abusa demasiado de ella. Pero antes de dejarla, pensad por un momento cuán
exacto es el paralelo, y cuán extraño resulta que una narración acerca de la miseria
y el heroísmo humanos en un continente lejano logre crear tanto interés, en
circunstancias que podemos observar una miseria aún mayor y un heroísmo no
menos grandioso ante nuestras mismísimas puertas.
El destino de una mujer negra en la Selva Ecuatorial no es, tal vez, uno feliz; pero,
¿es tanto peor que el de muchas huérfanas bonitas de nuestra cristiana capital?
Hablamos acerca de las brutalidades del oscurantismo medieval y, cuando leemos en
los libros sobre la vergonzosa exacción de derechos por parte del señor feudal,
declaramos sentir escalofríos. Y, sin embargo, aquí, ante nuestros propios ojos, en
nuestros teatros, en nuestros restaurantes y en muchos otros lugares, aunque
resulte innombrable, florece sin control el mismo abuso monstruoso. Una joven
pobre, si es bella, se ve con frecuencia acosada por sus empleadores, enfrentada
siempre a la alternativa:— Morir de Hambre o Pecar. Y una vez que la desdichada
joven consiente en sacrificar su virtud para comprar el derecho a ganarse la vida, los
mismos hombres que la han mancillado la tratan como a una esclava y a una
rechazada social. Su palabra pierde toda credibilidad, su vida se torna una ignominia
y se ve arrastrada hacia un abismo cada vez más profundo, hasta llegar a la
perdición sin fondo de la prostitución. Pero allí, incluso en las simas más profundas,
excomulgada por la Humanidad y marginada de Dios, se encuentra más cerca del
corazón compasivo del Único Salvador verdadero que todos los hombres que la
forzaron a caer; ¡sí!, y más cerca de Él que todos los Fariseos y Escribas que
contemplan en silencio mientras se cometen estas perversas injusticias antes sus
propios ojos.
La sangre hierve con rabia impotente ante la visión de estas atrocidades, infligidas
cobardemente, y sobrellevadas en silencio por estas desdichadas víctimas. Las
víctimas no son sólo mujeres, aunque su destino sea el más trágico. Aquellos
hombres que elevan la explotación a la categoría de arte, que sistemática y
deliberadamente defraudan al trabajador de su paga, que muelen los rostros de los
pobres y que roban a viudas y huérfanos, y que para guardar las apariencias hacen
gran alarde de espíritu púb lico y filantropía, esos son los hombres que hoy por hoy
enviamos al Parlamento para legislar en favor del pueblo. Los antiguos profetas los
enviaban al Infierno — pero nosotros nos hemos encargado de hacer todo lo
contrario. Ellos envían a sus víctimas al Infierno y son recompensados con todo lo
que la riqueza es capaz de comprar para hacer que sus vidas sean cómodas. Leed el
Informe de la Cámara de los Lores sobre el Sistema de Explotación Laboral y
preguntaos si algún sistema de esclavitud africana — con la debida consideración por
la civilización superior y, en consecuencia, sensibilidad superior de las víctimas — da
lugar a una mayor miseria.
¿No es tiempo ya? La mera sugerencia de que el problema tiene solución encierra
una audacia, lo admito, que es suficiente como para dejarnos sin aliento. Pero, ¿es
que nada puede hacerse? Si, tras considerarlo completa y exhaustivamente,
llegamos a la conclusión deliberada de que nada puede hacerse, y de que ser
brutalizado por el entorno hasta llegar a una condición peor que la de las bestias es
el destino inevitable e inexorable de miles de ingleses, ¡qué así sea! Pero si, por el
contrario, rechazamos la imposibilidad de eliminar esta “terrible ciénaga”, que se
traga a mujeres y hombres generación tras generación, y si tanto el corazón como el
intelecto de la humanidad se rebela n contra el fatalismo de la desesperanza,
entonces sí que es tiempo, vaya sí que es tiempo, de enfrentar la cuestión no con
espíritu indeciso, sino con la férrea determinación de poner fin al escándalo más
notorio de nuestra época.
¡Qué ironía resulta para nuestra cultura cristiana y nuestra civilización que la
existencia de estas colonias de infieles y salvajes, en el corazón de nuestra capital,
atraiga tan poca atención! No es más que una burla macabra — los teólogos usarían
una palabra más dura — llamar, con el nombre de Aquél que vino a buscar y salvar
lo que se había perdido, a esas Iglesias que, rodeadas por multitudes perdidas,
duermen en apatía y cuyos representantes, en sus casullas, exhiben un tenue e
irregular interés por estas gentes. ¿Qué sentido tienen estos ostentosos templos y
centros de reunión comunales para salvar a los hombres de la perdición en un
mundo venidero si nunca se ofrece una mano dadivosa para salvarlos del infierno
que significa su vida presente? ¿No es ya tiempo de que, olvidando por un momento
sus disputas sobre pequeñeces o extravagancias, deban concentrar sus energías en
un esfuerzo conjunto para hacerle frente a esta terrible y arrasadora perdición y
rescatar al menos a unos pocos de aquellos por quienes profesan creer que el
Fundador vino a morir?
EL DÉCIMO SUMERGIDO
Al adoptar este camino, soy consciente de que me excluyo de un campo muy amplio
y atractivo; pero, como hombre práctico que se enfrenta a hechos sobremanera
prosaicos, debo limitar mi atención al aspecto específico del problema que clama
más urgentemente por una solución. Una sola cosa debo agregar. Mi plan no
contiene nada que vaya a crear un conflicto con los Socialistas del gobierno o los del
Municipio, ni con los Individualistas o Nacionalistas, como tampoco con las diversas
escuelas de pensamiento del gran campo de la economía social — con la excepción
de aquellos economistas anticristianos que sostienen que tratar de salvar a los más
débiles de la ruina constituye una ofensa contra la doctrina de la supervivencia de los
más aptos, y que creen que, una vez que el hombre ha caído, la suprema obligación
de toda Sociedad que se precie de tal es arrojársele encima. Esos economistas se
sentirán naturalmente desilusionados con la presente obra. Me atrevo a pensar que
el resto no encontrará en ella nada que ofenda sus teorías favoritas; por el contrario,
tal vez hallen alguna sugerencia valiosa que podrán utilizar en el futuro.
¿Qué es, entonces, la Inglaterra Oscura? ¿En nombre de quién exigimos esa
“urgencia” que da prioridad a su caso frente a todos los demás segmentos de la
sociedad?
La exijo para los Perdidos, los Marginados, los Desheredados de este Mundo.
Estas, podrá decirse, no son más que palabras. ¿Quiénes son los Perdidos?
Respondo, no en un sentido religioso sino social, que los perdidos son aquellos que
se han hundido, que han perdido su punto de apoyo en la Sociedad; aquellos para
los que la oración a nuestro Padre Celestial, “El pan nuestro de cada día, dánoslo
hoy”, no ha sido cumplida o bien lo ha sido por intermediación del Diablo: con los
ingresos del vicio, con las ganancias del crimen o con la contribución impuesta so
pena de la ley.
Pero seré más preciso. Los habitantes de la Inglaterra Oscura en nombre de quienes
apelo son: (1) aquellos que, no teniendo capital ni rentas propias, morirían en el
plazo de un mes a causa del hambre si dependieran exclusivamente del dinero que
reciben a cambio de su trabajo; y (2) aquellos que a pesar de sus fatigas extremas
no son capaces de obtener la ración mínima reglamentaria que la ley establece
incluso para los peores criminales encerrados en nuestras cárceles.
Admito con tristeza que, en el contexto de nuestro actual sistema social, sería
utópico soñar con proporcionar a cada inglés honesto el estándar carcelario respecto
de todas sus necesidades vitales. Algún día, tal vez, podremos atrevernos a esperar
que todo trabajador honesto en suelo inglés vista ropas tan abrigadas, sea albergado
en dependencias tan saludables y sea alimentando con tanta regularidad como
nuestros criminales presos — pero ese día aún no ha llegado.
Tampoco cabrá esperar que en los años venideros los seres humanos reciban los
mismos cuidados que los caballos. El Sr. Carlyle comentó bastante tiempo atrás que
los trabajadores cuadrúpedos ya han obtenido lo que estos trabajadores bípedos aún
reclaman: “En Inglaterra hay pocos caballos aptos y dispuestos a trabajar que no
reciban alimento y techo adecuados y que no anden por allí con el pelaje brillante,
con el corazón satisfecho.” Vosotros diréis que es imposible, pero, según Carlyle: “El
cerebro humano, al contemplar estos caballos ingleses con su brillante pelaje, se
niega a creer que los ciudadanos ingleses no puedan satisfacer esas necesidades tan
básicas”. No obstante, han transcurrido cuarenta años desde que Carlyle pronunciara
dichas palabras y no parecemos estar mucho más cerca de que los trabajadores
bípedos logren el estándar de los cuadrúpedos. “Tal vez estaríamos más cerca de
lograrlo”, gruñe el cínico, “si tan sólo pudiéramos producir hombres de acuerdo a la
demanda, como lo hacemos con o l s caballos, y los enviáramos rápidamente al
matadero cuando sus capacidades empiecen a declinar” — algo que, naturalmente,
está más allá de toda consideración.
Estos son los dos puntos de la Declaración de Derechos del Caballo de Tiro. Cuando
ha caído, recibe ayuda para levantarse, y, mientras vive, tiene alimento, techo y
trabajo. Ese, aunque sea un estándar modesto, es actualmente inalcanzable para
millones — literalmente millones — de nuestros compatriotas, hombres y mujeres.
¿Será posible lograr la Declaración de Derechos del Caballo de Tiro para los seres
humanos? Respondo que sí. El estándar del Caballo de Tiro puede lograrse para los
hombres en los mismos términos que para el Caballo. Si levantáis al compatriota
caído, la Docilidad y la Disciplina os permitirán inculcarle el ideal del Caballo de Tiro;
de lo contrario, continuará siendo inalcanzable. Pero la Docilidad rara vez falla allí
donde la Disciplina se impone con inteligencia. Se carece más a menudo de la
inteligencia para mandar que de la obediencia para acatar los mandatos. En todo
caso, no corresponde que aquellos que poseen inteligencia se preocupen por la
obediencia sino hasta que hayan cumplido con su parte. Algunos, sin duda, al igual
que el caballo encabritado, que nunca se dejará domar, se negarán siempre a
someterse a la autoridad de otros y sólo se guiarán por su propia voluntad
anárquica. Seguirán siendo siempre los Ismaeles o los Perezosos de la Sociedad. Mas
no es condición innata del hombre ser ni un Ismael ni un Perezoso.
Entonces, la primera pregunta que debemos contestar es: ¿cuáles son las
dimensiones del Mal? ¿Cuántos de nuestros compatriotas habitan en esta Inglaterra
Oscura? ¿Cómo podemos censar a aquellos que han caído por debajo del estándar
del Caballo de Tiro, al que aspiramos elevar a nuestros compatriotas más
desdichados?
Sí existe un libro, y hasta donde tengo noticias un único libro, que incluso intenta
enumerar a los desposeídos. En su obra “Vida y Trabajo en el Este de Londres”, el
Sr. Charles Booth intenta formarse una idea respecto del número de personas
involucradas en el problema que debemos abordar. Con un numeroso equipo de
asistentes e informado de todos los datos de que disponen los Visitadores del
Consejo Educacional, el Sr. Booth realizó un censo industrial en el Este de Londres.
Tal distrito, que abarca Tower Hamlets, Shoreditch, Bethnal Green y Hackney,
contiene una población de 908.000 habitantes; y eso equivale a decir menos de una
cuarta parte de la población total de Londres.
¿Qué resultados arrojan sus estadísticas? Si estimamos que las clases más pobres
que habitan en el resto de Londres corresponden en número al doble de las que
habitan en el Distrito Este, en lugar del triple, como debería ser si se las calculara de
acuerdo con la población en igual proporción, el resultado sería el siguiente:
Este Estimación
INDIGENTES de Londres resto de
Total
Londres
Acogidos en Asilos de Pobres, Asilo s
Mentales y Hospitales ………………………… 17.000 … 34.000 … 51.000
DESAMPARADOS
Vagabundos, Informales y algunos
Criminales ……………………………………. 11.000 … 22.000 … 33.000
H AMBRIENTOS
Ingresos ocasionales entre 18 c.
por semana y miseria crónica ………………… 100.000 … 200.000 …
300.000
LOS MUY POBRES
Ingresos ocasionales entre 18 c.
y 21 c. por semana …………………………….. 74.000 … 148.000 …
222.000
Pequeños ingresos regulares entre
18 c. y 21 c. por semana ………………………. 129.000 … 258.000 …
387.000
331.000 662.000
993.000
Salario regular, artesanos, etc.,
22 c. a 30 c. semanales ……………………… 377.000
Trabajo de mayor nivel, 30 c. a 50 c.
semanales …………………………………… 121.000
Clase media baja, tenderos,
oficinistas, etc. …………………………………. 34.000
Clase media alta (poseedores de servicio
doméstico) …………………………………… 45.000
908.000
Este de Reino
Londres Unido
DESAMPARADOS
Vagabundos, Informales y algunos
Criminales ……………………………………. 11.000 … 165.500
H AMBRIENTOS
Ingresos ocasionales y miseria crónica …………. 100.000 …
1.550.000
_______ ________
Total de Sin Hogares y Hambrientos ……………… 111.000 …
1.715.500
En Asilos de Pobres, Asilos Mentales, etc. …… 17.000 … 190.000
______ ________
128.0 1.905.500
A ellos debemos sumar a los recluidos en prisión. En 1889 las prisiones recibieron a
174.779 personas, pero el número promedio de presidiarios en cualquier momento
dado no superó los 60.000. Las cifras, según lo indican las Estadísticas Carcelarias,
son las siguientes:
¿Hay algo que pueda hacerse con ellos? ¿Hay algo que pueda hacerse por ellos? O
acaso debe considerarse que el problema que representa esta masa de millones de
personas es tan irresoluble como el de las cloacas de Londres, cuyas aguas,
inmundas y putrefactas, fluyen y refluyen espesas por la cuenca del río Támesis al
vaivén de las mareas.
Este Décimo Sumergido — ¿está, entonces, más allá del alcance de los otros nueve
décimos entre los que vive y alrededor de cuyas casas se pudre y muere? Sin duda,
en toda gran masa de seres humanos habrá algunos incurablemente enfermos de
alma y cuerpo, algunos por los cuales nada pueda hacerse, algunos por los cuales
incluso los optimistas deban descorazonarse y para los cuales nada pueda recetarse
más que la contención firme pero paternal de un asilo o de una cárcel.
Pero, ¿no es uno en diez una proporción escandalosamente alto? Los israelitas de
antaño eligieron a una de entre las doce tribus para que se dedicara al servicio del
Templo del Señor; mas, ¿debemos condenar a uno de cada diez “Ingleses del Señor”
al servicio de los grandes “Demonios Gemelos”: — la Miseria y la Desesperanza?
CAPÍTULO III
LOS DESAMPARADOS
Las fronteras de esta vasta tierra perdida no pueden definirse con precisión. Se
expanden y contraen continuamente. Cada vez que se produce una depresión
comercial, se expanden; cuando retorna la prosperidad, se contraen. En lo que
respecta a las personas, no hay una sola de entre las decenas de miles que viven en
las afueras de la oscura selva que pueda verdaderamente decir que ella o sus hijos
se encuentran a salvo de verse irremediablemente perdidos en su laberinto. La
muerte del jefe de hogar, una larga enfermedad, una falla en el Municipio, o
cualquiera de otras miles de causas que podría nombrar, arrastraría al primer círculo
a aquellos que actualmente se imaginan estar libres del peligro de necesidad real.
La tasa de mortalidad en la Inglaterra Oscura es alta. La Muerte es lo único que
libera a los cautivos de la prisión en que viven. Algunos logran escapar, pero la
mayoría, con su salud quebrantada por el entorno, fallecen irremediablemente ante
las puertas de las mansiones palaciegas que, quizás, ellos mismos ayudaron a
construir.
Unos siete años atrás se produjo un gran revuelo en torno a la realidad de las
Viviendas de los Pobres. Mucho se habló, y con sobrada razón, pues no era para
menos, respecto del carácter insalubre y deshumanizante de los conjuntos
habitacionales que hacinan a los pobres de nuestras grandes ciudades. Pero existe
otro grupo inferior a este que forman los habitantes de los barrios marginales. Es el
grupo del que vive en las calles, quien ni siquiera cuenta con una covacha en los
bajos fondos de la ciudad a la que pueda llamar propia. En cierto sentido al menos,
el Desocupado sin hogar es como Aquél de quien se dijo: “Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar
la cabeza.”
He aquí el informe de uno de mis Oficiales, a quien se envió este verano a constatar
las condiciones reales de los Desamparados que en ningún lugar de Londres tienen
un techo que los albergue: —
Otra persona, un hombre alto, insulso y con apariencia lamentable, procedía del
campo; prefiero no mencionar de qué parte. Esperaba obtener una carta de
hospitalización de parte de su Hacendado para conseguir que le trataran una
fractura. Al no lograrlo, intentó en otros lugares, también en vano, terminando en el
Embankment sin dinero ni alimento.
Además de estas personas que duermen sobre los bancos, hay una cantidad
considerable que vagan por las calles hasta las primeras luces del alba para empezar
temprano por la mañana a buscar un trabajo que les reporte unos centavos a sus
bolsillos vacíos y que los salve de morir de hambre. Conversé con uno de ellos, un
robusto joven recientemente dado de baja de la milicia, que no había podido
encontrar trabajo.
Las siguientes son declaraciones tomadas por el mismo Oficial a doce hombres que
encontró durmiendo en el Embankment las noches del 13 y 14 de junio de 1890: —
No. 1: “He dormido aquí dos noches. Soy pastelero de oficio. Provengo de Dartford.
Fui despedido porque me estoy volviendo viejo. Pueden contratar a un hombre
joven por menos dinero; y además tengo un reumatismo muy grave. No he ganado
ni un centavo en estos dos días; creí poder obtener un trabajo en Woolwich, de
manera que caminé hasta allí, pero no conseguí nada. Encontré un pedazo de pan
envuelto en papel de diario en la calle. Eso fue lo que comí ayer. Hoy comí un poco
de pan con mantequilla. Tengo 54 años. Cuando está mojado, nos quedamos
despiertos toda la noche, de pie bajo los arcos”.
No. 2: “He dormido aquí las últimas tres semanas, excepto por un día. Hago
trabajos menudos; cuido caballos y ese tipo de cosas. Hoy no gané nada, de lo
contrario no estaría aquí. Apenas un penique de pan he comido hoy. Nada más.
Ayer comí unas sobras que me dieron en un mesón de comidas. Dos días la semana
pasada no comí nada desde la salida hasta la puesta del sol. Mi oficio es
confeccionar colchones de pluma, pero han pasado de moda. Además, tengo
cataratas en un ojo y he perdido completamente la vista en él. Soy viudo y tengo un
hijo, un soldado, en Dover. Hace ocho meses que tuve mi último trabajo estable,
pero la firma quebró. Desde entonces sólo he realizado trabajos menudos”.
No. 3: “Soy sastre. He dormido aquí durante cuatro noches. No puedo encontrar
trabajo. He estado desempleado tres semanas. Si consigo algo de dinero, duermo
en una hos pedería en Vere Street, cerca del Mercado Clare. Anoche estaba todo
muy mojado. Dejé estos bancos y me fui al Mercado de Covent Garden para dormir
bajo un techo. Éramos como treinta. La policía nos echó, pero regresamos tan
pronto como se fueron. En los últimos dos días he comido un penique de pan y sopa
— con frecuencia paso el día sin comer nada. Hay mujeres que duermen por aquí.
Son gentes decentes, mayoritariamente mujeres de limpieza que no pueden
conseguir trabajo”.
No. 5: Leñador de oficio; la mecanización lo dejó sin trabajo. Tuvo un trabajo como
enfardador, cerca de Uxbridge. Ha tenido el mismo trabajo durante un mes; gana 2
chelines y 6 peniques por día. (Probablemente los haya gastado en licor, parece un
trabajador muy poco confiable.) Ha realizado trabajo menudo por un largo tiempo;
hoy ha ganado 2 chelines; compró un penique de té y lo mismo de azúcar (saca un
poco de su bolsillo para mostrarla), pero no encuentra dónde prepararlo. Esperaba
encontrar un alojamiento donde conseguir prestada una tetera, pero no tenía dinero.
Ayer no ganó nada, durmió en un albergue temporal; un lugar muy pobre; obtuvo
alimento insuficiente, considerando el trabajo. Seis onzas de pan y una porción de
avena para el desayuno; una onza de queso y seis o siete onzas de pan para la
comida (peso estimado). A la hora del té, lo mismo que para el desayuno – no se le
dio cena. Para ello, debe picar 500 kilos de piedra o preparar 4 libras de sogas de
calafateo.
No. 7: Hombre de apariencia afable; uno que sufriría sin chistar. Las ropas brillosas
por el uso, la grasa y la suciedad; le cuelgan como a un espantapájaros; ¡horribles
harapos! Vi que intentaba caminar. Levantaba lentamente sus pies y los apoyaba
cuidadosamente con evidente dolor. Sufre de sus piernas; ha estado en el hospital
varias veces por esa causa. Su tío y su abuelo eran clérigos; ambos fallecieron.
Tuvo un buen puesto en una oficina financiera y después un empleo durante nueve
años en el Banco London & County. Luego estuvo con un martillero público que
quebró, dejándolo enfermo, viejo y sin trabajo. “El puesto de oficinista”, dice, “no
vale nada, porque hay tantos, y una vez que te despiden es difícil conseguir otro.
Tengo un cuñado que trabaja en la Bolsa de Comercio, pero no me contrataría. ¿Ve
mi ropa? ¡No tengo ni la más remota posibilidad!”.
No. 9: Ayudante de plomero (todos estos hombres que son “ayudantes” de alguien
son malos ejemplos de humanidad; evidentemente carecen de fortaleza y de
habilidad para realizar trabajos que conlleven salarios decentes). A juzgar por las
apariencias, no hay nada que puedan hacer bien. Son una especie de autómatas
oxidados; lentos, sosos e incapaces. El hombre de inteligencia normal los deja en la
retaguardia. Sin duda podrían ganar más, incluso realizando trabajos menudos, pero
carecen de la energía para hacerlo. Ciertamente, esto significa poco alimento,
exposición a las inclemencias del tiempo y una incapacidad que aumenta cada día.
(“De aquel que no tiene, etc.”). Desocupados a causa de flojera. Realiza trabajos
menudos; ha dormido aquí tres noches consecutivas. Es trabajador portuario
cuando puede conseguir trabajo. Gana 6 peniques por hora; trabaja las horas que
se le necesita. Gana 2, 3 ó 4 chelines y 6 peniques diarios. Trabaja muy duro para
conseguirlos. La vida en los Albergues Temporales es también muy dura, dice, para
aquellos que no están acostumbrados, y no hay suficiente alimento. Hoy ha comido
un penique de pan, el que obtuvo por cuidar un caballo. Ayer gastó 3 peniques y
medio en un desayuno, y fue todo lo que comió en el día. Tiene 25 años de edad.
No. 10: Ha estado desempleado por un mes. Es cochero de oficio. Brazo lastimado,
no puede trabajar debidamente. Ha dormido aquí durante toda la semana; cogió un
terrible resfriado por la humedad. Se gana la vida realizando trabajos menudos
(todos lo hacen). Ayer ganó seis peniques por cuidar un coche y llevar un par de
paquetes. Hoy no ha ganado nada, pero tomó una comida completa; una señora se
la dio. Ha deambulado todo el día buscando trabajo y está agotado.
No. 11: Joven de 16 años. Caso lamentable; londinense. Realiza trabajos menudos
y vende fósforos. Hoy ha ganado 3 peniques; es decir, una ganancia neta de 1 ½
peniques. Todavía tiene cinco cajas. Ha dormido aquí todas las noches del último
mes. Con anterioridad dormía en el Mercado de Covent Garden o en los portales de
las casas. Ha dormido a la intemperie por seis meses, desde que salió de la Escuela
Industrial de Feltham. Fue enviado allí por hacerse el truhán. Comió un poco de pan
hoy; ayer, sólo moras y cerezas; es decir, fruta podrida que había sido echada a la
basura. Su madre está viva. Le “echó” cuando volvió a casa de la Escuela Industrial
porque no podía conseguirle dinero para beber.
No. 12: Anciano de 67 años. Parece tener una visión un tanto cómica de su
situación. Una especie de Mark Tapley. Dice que no puede decir que le guste, ¡pero
debe gustarle! ¡Ja, ja, ja! Es un instalador de tejas. Ha estado desempleado por un
largo tiempo; los hombres más jóvenes son los que naturalmente consiguen trabajo.
A veces realiza trabajos de albañilería; puede trabajar en cualquier cosa. Camina
millas y no consigue nada. Esta semana ganó un chelín y dos peniques por cuidar
caballos. Le resulta duro, ciertamente. Antaño le preocupaba y se deprimía, pero no
sirve de nada; ya no se preocupa. Hoy comió algo de pan con mantequilla y tomó
una taza de café. Su salud es muy mala; ha perdido mucho peso; la intemperie y la
falta de comida son las causas; anoche se mojó y como consecuencia de ello hoy
está muy acalambrado. Ha estado caminando desde el alba, esto es desde las 3 de
la mañana. Tenía tanto frío y estaba tan húmedo y débil que escasamente sabía qué
hacer. Caminó hasta Hyde Park, durmió algo allí en un banco seco cuando se abrió
el parque.
Los anteriores son casos bastante típicos de los hombres que deambulan
actualmente por las calles. Esta es la forma en que los nómadas de la civilización
son constantemente reclutados desde arriba.
Estas son las historias recopiladas al azar una noche de verano este año bajo la
sombra de los árboles del Embankment. Un mes más tarde, al censar uno de mis
ayudantes a los hombres y mujeres que dormían en los portales a lo largo del río
Támesis, entre Blackfriars y Westminster, encontró a trescientas sesenta y ocho
personas durmiendo a la intemperie. De ellas, doscientas setenta se encontraban en
el Embankment y noventa y ocho en el Mercado de Convent Garden y sus
inmediaciones, mientras que los escondrijos de los puentes de Waterloo y Blackfriars
estaban llenos de miseria humana.
Para muchos, incluso para los que viven en Londres, el hecho de que cada noche
tantos miles duerman a la intemperie puede constituir una novedad.
Comparativamente, son pocas las personas que están en pie pasada la medianoche,
y cuando nos encontramos cómodamente arropados en nuestras propias camas
somos susceptibles de olvidar a la multitud que se encuentra fuera, bajo la lluvia y la
tormenta, tiritando durante las largas horas nocturnas sobre los duros bancos de
piedra, a la intemperie o bajo los arcos de las vías férreas. Sin embargo, esas
gentes desamparadas y hambrientas están allí; mas, por ser en su mayoría gentes
con el espíritu quebrantado, rara vez hacen que sus voces sean audibles para los
oídos de sus vecinos. De cuando en vez, sin embargo, se escucha por un momento
alzándose desde las profundidades un gemido agudo, que lastima insensiblemente
los oídos, y luego todo queda en calma. Las clases desarticuladas se expresan tan
infrecuentemente como la burra de Balaam. Pero a veces encuentran una voz. A
modo de ejemplo, he aquí uno de esos casos, que me causó profunda impresión.
Fue reportado por uno de los periódicos de Liverpool hace un tiempo. El orador
arengaba a una veintena o treintena de hombres: —
“Mis amigos”, comenzó, con una mano en la solapa de su raído vestón, mientras con
la otra, como es costumbre, se tiraba nerviosamente la barba, “Este tipo de trabajo
no puede durar para siempre.” (Sinceras y animadas exclamaciones, “¡No puede!
¡No lo hará!”) “Pues bien, muchachos”, continuó el orador, “alguien tendrá que
encontrar una salida a todo esto. Lo que deseamos es trabajo, no caridad, aunque la
parroquia ha estado harto ocupada con nosotros últimamente. ¡Dios sabe! Lo que
deseamos es trabajo honrado. (Sí, sí). Ahora, lo que propongo es que cada uno de
ustedes reúna a cincuenta compañeros: con esos sumaríamos unos 1.200 tipos
hambrientos — ” “¿Y luego qué?, preguntaron varios hombres de aspecto adusto y
hambriento. “Y bien. Entonces …”, continuó el líder. “Y bien. Entonces”,
interrumpió un hombre de aspecto cadavérico desde el rincón más lejano y oscuro
del galpón, “armamos una ——— manifestación en Londres, ¿eh?” “No, no”,
interviene mi amigo y alza sus manos en gesto de desaprobación, “lo vamos a
solucionar pacíficamente, amigos; nos dirigimos en grupo al Ayuntamiento y
mostramos nuestra pobreza y solicitamos trabajo. Y llevamos a nuestras mujeres e
hijos también”. (“¡Demasiado harapientos! ¡Demasiado hambrientos! ¡No lograrán
llegar caminando!”). “Los harapos de nuestras mujeres no son una deshonra; los
niños tambaleantes mostrarán a lo que venimos. ¡Marchemos en un grupo de mil y
exijamos trabajo y pan!”
Porque a estos hombres las arenas movedizas de la vida moderna, lentas pero
seguras, los están tragando. Estiran sus descarnadas manos hacia nosotros rogando
en vano no caridad sino trabajo.
¡Trabajo, trabajo!, es siempre trabajo lo que piden. La condena Divina es para ellos
la mayor de las bendiciones. “Con el sudor de tu rostro comerás el pan”, pero estos
desesperados hijos de Adán no encuentran pan que comer, puesto que la Sociedad
no tiene trabajo para todos ellos. Ni siquiera se les permite sudar. Si debatimos
cómo estos pobres errantes deben “todos [ser] vivificados” en el segundo Adán, ¿no
deberíamos también realizar esfuerzos para asegurar que se les restituya esa parte
de la herencia de trabajo que les corresponde por derecho propio como
descendientes del primer Adán?
CAPÍTULO IV
LOS DESOCUPADOS
Difícilmente puede existir una figura más patética que la de un trabajador fuerte y
capaz clamando lastimero en medio de nuestros palacios e iglesias no por caridad,
sino por trabajo, pidiendo únicamente que se le conceda el privilegio del trabajo
forzado perpetuo, que le permita ganar lo necesario para llenar su estómago vacío y
acallar el llanto de sus hijos hambrientos. Clama por un trabajo y no lo obtiene; lo
busca como un tesoro perdido sin encontrarlo, hasta que, finalmente, el espíritu y la
energía agotados en esta empresa, el otrora empeñoso trabajador se convierte en un
sirviente apático, corroído por la infelicidad y sin esperanza de obtener ayuda en este
mundo o en el venidero. Ciertamente, nuestro sistema industrial deja mucho que
desear. Un problema que hasta los dueños de esclavos han resuelto no debería ser
descartado como imposible de resolver por la civilización cristiana del siglo XIX.
Una hermosa mañana de primavera retorné de una colonia occidental. Catorce años
habían transcurrido desde que me embarqué en el mismo lugar. Fueron catorce
años de fracasos, en cuanto a resultados, y heme aquí nuevamente en mi tierra
natal, un extraño, con una nueva carrera que forjarme y con la batalla por la vida
que volver a librar una vez más.
Mi primera preocupación era el trabajo. Nunca antes me había sentido tan dispuesto
a buscar una buena oportunidad de ganarme honestamente la vida; pero, ¿dónde
encontrar un trabajo? Con férrea determinación inicié la búsqueda. Pasó un día sin
éxito, y otro y otro más, pero una idea me animaba: “mañana tendré mejor suerte”.
Se ha dicho que “el corazón humano nunca pierde la esperanza”. En mi caso, esto
se vería puesto a prueba severamente. Los días pronto se convirtieron en semanas,
y aún me mantenía en la senda, paciente y esperanzado. En mis averiguaciones de
empleo fui objeto de tanta cortesía y ama bilidad que con frecuencia deseé que me
echaran a patadas para así romper el desagrado de la nauseabunda consideración
que tan sutilmente disfrazaba la indiferencia y la absoluta falta de interés que
inspiraba mi necesidad. Algunos fueron cortantes: “No, no le necesitamos.” “Por
favor, no vuelva a importunarnos (esto, después de la segunda visita). No tenemos
vacantes; si las tuviésemos, hay un sinnúmero de personas disponibles para
llenarlas”.
Morir de hambre o robar. “Debes elegir entre uno y otro”, dijo el Tentador. Pero me
rehusaba a ser un ladrón. “¿Por qué tan delicado?”, me dice nuevamente el
Tentador. “Ahora que estás derrotado, ¿quién va a preocuparse por ti? Las
alternativas son morir de hambre o robar”. Me resistí hasta que el hambre me veló
el juicio y luego me convertí en un Ladrón.
Nadie puede pretender que fue un temor infundado a morir de hambre lo que llevó a
este pobre hombre a robar. La muerte por inanición es más común de lo que
generalmente se cree. El año pasado, un hombre, cuyo nombre nunca supe,
caminaba por el Parque de Saint James cuando tres de nuestros encargados de
Albergue lo vieron tropezar repentinamente y caer. Pensaron que estaba ebrio, pero
descubrieron que se había desmayado. Lo llevaron hasta el puente y se lo
entregaron a la policía. Ellos lo llevaron al Hospital San Jorge, donde murió.
Aparentemente, según su propio recuento, había caminado desde Liverpool y no
había ingerido alimento en cinco días. El doctor, sin embargo, afirmó que la falta de
comida se prolongaba mucho más. La autopsia indicó “Muerte por Inanición”.
¡Sin comida por cinco días o más! ¡Quien haya experimentado la sensación de
desfallecimiento por saltarse apenas una comida puede formarse una idea del tipo de
lenta tortura que mató a ese hombre!
Este es el problema que subyace a todos los aspectos del Sindicalismo y a todos los
Planes de Mejoramiento de la Situación del Ejército Industrial. Si se desea erigir un
edificio que no se derrumbe ante la primera tormenta, se debe construir no sobre
arena, sino sobre roca. Lo peor de todos los Planes existentes de mejoramiento
social basados en la organización de los trabajadores calificados y otros similares es
que están construidos no sobre “roca”, y ni siquiera sobre “arena”, sino sobre el
estrato inestable y sin fondo de los Desocupados. Es aquí donde debemos empezar.
La regimentación de los trabajadores industriales que cuentan con un trabajo estable
no es tan difícil. Puede hacerse, y se está haciendo, por ellos mismos. El problema
que debemos abordar es la regimentación, la organización de aquellos que no tienen
trabajo o que sólo lo tienen de manera ocasional y que por la presión de la inanición
absoluta son irremediablemente arrastrados hacia una competencia mortal con sus
hermanos y hermanas que tienen mejores empleos. Cuerpo por cuerpo, todo lo que
el hombre posee será sacrificado por su vida; y con mayor razón aquellos que no han
tenido una experiencia con Dios sacrificarían todo lo que esperan poseer de ahora en
adelante — en este mundo o en el venidero.
Nada tengo que decir contra aquellos que intentan buscar una vía de escape sin
conciencia de la ayuda de Dios. Por ellos sólo siento simpatía y compasión. En la
medida que intenten alimentar al hambriento, vestir al desnudo y, por sobre todo,
dar trabajo al que no tiene trabajo, hasta ese punto están intentando realizar los
deseos de nuestro Padre que está en los Cielos, ¡y que la desgracia caiga sobre
aquellos que se les opongan! Pero quedar huérfano de todo lo que supone la
Paternidad de Dios no es ciertamente una fuente secreta de fortaleza. Es, en la
mayoría de los casos — en el mío lo sería —, el secreto de la parálisis. Si no sintiera
la mano de mi Padre en la oscuridad y no escuchara su voz en el silencio de las
vigilias nocturnas llamándome a la acción, me echaría atrás, desalentado; — pero,
siendo las cosas como son, no me atrevería.
Cuántos hay por ahí que han hecho intentos similares y han fallado, ¡y nunca más
hemos sabido de ellos! Y, sin embargo, ninguno propuso atacar más que la
superficie de la maldad que yo, con la ayuda de Dios, intentaré abordar en toda su
magnitud. En su mayoría, los Planes que se proponen para el Mejoramiento de la
Situación de la Gente están supuesta o realmente limitados a aquellos cuyas
situaciones necesitan menos alivio. Los Utopistas, los economistas y la mayoría de
los filántropos sugieren paliativos que, de ser adoptados mañana, sólo llegarían a
beneficiar a la aristocracia de los miserables. Son los hombres ahorrativos, los
industriosos, los frugales, los solícitos quienes pueden aprovechar estos planes. Pero
los hombres ahorrativos, industriosos, frugales y solícitos son ya bien capaces de
cuidar de sí mismos. Nadie podrá jamás hacer mella en el Tremedal de la Miseria si
no se hace cargo de reformar al imprevisor, al flojo, al vicioso y al criminal. El Plan
de Salvación Social no merece analizarse si no incluye también el Plan de Salvación
Eterna dispuesto en los Evangelios. Las Buenas Nuevas deben hacerse llegar a cada
criatura, no sólo a los pocos elegidos que serán salvados mientras las masas de sus
semejantes parecieran predestinadas a vivr condenados en este mundo. Hemos
tenido entronizada esta doctrina de una inhumana y rígida economía pseudo política
por demasiado tiempo. Ya es hora de derribar al falso ídolo y de proclamar una
Salvación Temporal completa, libre y universal, disponible para toda persona que se
muestre abierta a la Verdad de los Evangelios.
Esperan hasta que dan las ocho, la señal de que deben retirarse. Se baja la barrera
y todos esos cientos de hombres se dispersan con cautela para “buscar un trabajo”.
¡Quinientos postulantes para veinte puestos! No es sorprendente que un individuo
de aspecto cansado exclame: “¡Dios, oh Dios! ¿Qué voy ha hacer?” Unos pocos se
quedan dando vueltas hasta el mediodía ante la ínfima eventualidad de que se les
contrate por el medio día restante.
R. P. señaló: — “Tenía empleo estable en los Muelles de South West India antes de
la huelga. Nos pagaban 5 chelines la hora. Entrábamos a trabajar a las 8 de la
mañana en verano y a las 9 en invierno. Con frecuencia había unos quinientos a la
espera de un trabajo, pero no más de veinte conseguían uno (esto es, aparte de los
contratados la noche anterior). El capataz se paraba sobre esta caja y llamaba a los
hombres que quería. Conocía por lo menos a unos quinientos por nombre y apellido.
Conseguir trabajo era una lucha permanente; he sabido de hasta novecientos en ser
contratados, pero siempre eran cientos los rechazados. Lo que sucede es que ellos
se enteraban de la llegada de los barcos y por lo tanto sabían cuándo podría
necesitárseles, apareciendo en esas fechas en grandes cantidades. A veces ganaba
30 chelines a la semana y luego nada durante una quincena. Eso es lo que lo hace
tan difícil. Apenas si coméis una semana y luego, si conseguís que os contraten,
estáis tan débil que no podéis desempeñar debidamente el trabajo. Fui parte de la
muchedumbre que se congrega ante las puertas y hube de irme con las manos
vacías cientos de veces. Igual seguía yendo, si podía. Me cansé de la falta de
trabajo y me marché al campo para buscar un empleo agrícola, pero no lo conseguí,
de manera que no tengo los 10 chelines que cuesta afiliarse al Sindicato de
Trabajadores Portuarios. Volveré al campo en uno o dos días para intentarlo
nuevamente. Espero ganar unos 3 chelines diarios, con suerte. Y volveré a los
muelles. Existe la posibilidad de obtener empleo estable en los muelles, lo que
significa comer en las tabernas a las que van los capataces y pagarles la comida. Así
es muy posible que os contraten al día siguiente”.
R.P. no era miembro del Sindicato. Henry F. sí lo es. Su historia es muy parecida.
“Trabajé en los Muelles de St. Katherine’s cinco meses atrás. Uno debe estar en la
puerta a las 6 de la mañana para la primera llamada. Por lo general, hay unos 400
hombres esperando. Se contratan unos cien o doscientos. A las 7 de la mañana hay
una segunda llamada. Para entonces se habrán reunido otros 400 y unos cien más
serán contratados. También es posible que haya llamadas a las nueve de la mañana
y a la una de la tarde. Aparece un número similar, pero para muchos cientos de
ellos no hay trabajo. Era miembro del Sindicato. Ello significa 10 chelines
semanales por licencia médica, u 8 chelines semanales por accidentes leves; también
tiene otros beneficios. Ahora, los Muelles no contratan hombres que no sean
miembros del Sindicato. El punto es que hay demasiados. Con frecuencia me
encontraba sin trabajo por períodos de dos o tres semanas. Una vez gané 3 libras
en una semana trabajando día y noche, pero luego vinieron dos semanas sin trabajo.
Sucede especialmente cuando no llegan barcos por varios días, lo que significa que
no hay nada que descargar. Es entonces cuando sucede y hay cientos de hombres
casi muriéndose de hambre. No tienen ningún otro oficio ni pueden obtener otros
empleos, y llegan en masa hasta los muelles en busca de trabajo, cuando les habría
sido mejor mantenerse alejados”.
Pero no es sólo a la entrada de los muelles donde uno encuentra a estos desdichados
que se pasan la vida buscando trabajo en vano. He aquí la historia de otro hombre,
cuyo caso presenta demasiados paralelos.
C. es un hombre de contextura atlética y un metro ochenta de estatura. Estuvo en
el Cuerpo de Artilleros Reales por ocho años y durante ese tiempo su situación era
muy buena. Aparentemente era ahorrativo y, en consecuencia, constante. Compró
su licencia absoluta, desvinculándose así del Ejército, y como era un excelente
cocinero, abrió un mesón de comidas, pero tras cinco meses se vio obligado a cerrar
su negocio debido a la falta de clientela, motivada por el cierre de una fábrica que
estaba en las inmediaciones.
Ahora bien, podría parecer ridículo soñar que pueda diseñarse un sistema que
permita proporcionar alimento, abrigo y techo a estos Desocupados en todo
momento y sin que involucre la pérdida de la autoestima; no obstante, estoy
convencido de que puede hacerse, con la única condición de que estén dispuestos a
Trabajar y, Dios mediante, si los medios económicos están disponibles. Haré todo lo
posible porque así sea: cómo, dónde y cuándo, ya lo explicaré en los capítulos
siguientes.
Sólo me queda por ag regar aquí que, en la medida que un hombre o mujer esté
dispuesto a someterse a la disciplina requerida en cada campaña que se emprende
contra un enemigo formidable, me parece que esta idea nada tiene de imposible. El
gran elemento de esperanza que se abre ante nosotros es que la mayoría, sin la
menor duda, está ansiosa por trabajar. Para el mayor porcentaje de ellos la
búsqueda de empleo constituye actualmente una tarea mucho más agotadora que la
que realiza un trabajador cualquiera en las fábricas e industrias. Y, además, se
abocan a esta búsqueda abatidos por el pesimismo que infunde la esperanza
postergada y que consume al corazón.
LA INGLATERRA OSCURA
CÓMO SALIR
por
General William Booth
Me he referido a los pobres que no tiene una casa donde vivir. Cada uno de ellos
representa un punto en la escala del sufrimiento humano inferior al de aquellos que
todavía se las arreglan para mantener un techo sobre sus cabezas. Un hogar es un
hogar, por modesto que sea; y la desesperada tenacidad con que el pobre se aferra
a la última y miserable semblanza de hogar es conmovedora. Hay covachas
miserables, complejos habitacionales en los que rondan la peste y el hedor del
hacinamiento, donde se teme la llegada del verano porque significa la invasión de
parásitos y roedores que convierten la noche en una pesadilla, y, sin embargo, esos
complejos son en este momento considerados remansos de descanso por sus
laboriosos ocupantes. Difícilmente podría decirse que están amoblados. Una silla,
un catre, unos pocos artefactos miserables son todo el mobiliario que llena el único
cuarto con que cuentan sus habitantes para dormir, multiplicarse y morir; pero se
aferran a él de la misma manera que el hombre a punto de ahogarse se aferra a una
balsa semihundida. Todas las semanas batallan para reunir el dinero de la renta,
puesto que ellos o pagan o se van; y luchan para encontrar al recaudador como el
marinero que lucha para evitar ser tragado por la pleamar espumosa. Si en algún
momento falla el trabajo o se deja caer la enfermedad, están expuestos a engrosar
irremediablemente las filas de los que no tienen casa. Es terrible para un hombre
soltero tener que enfrentar la batalla de la vida en las calles o en los Albergues
Temporales. Pero cuánto más terrible debe ser para un hombre casado, con mujer e
hijos, verse rechazado y enviado a la calle. Mientras la familia tenga una guarida
donde dormir de noche, mantiene su equilibrio; pero cuando lo pierde, llega la hora,
si es que existe la compasión cristiana, de ofrecerle una mano amiga que lo salve del
vórtice que se lo traga hacia las profundidades — sí, hacia las profundidades del
subestrato insalvable del crimen y la desesperanza.
Que el Señor Todopoderoso nos perdone por este horrendo pecado, y que tenga
piedad de nuestras almas pecadoras, es la oración de tu mis erable, dolido pero
cariñoso hermano Arthur. Hemos hecho ya todo lo que se nos ha ocurrido para
evitar este infame acto, pero no podemos encontrar ni un solo rayo de esperanza.
La oración ferviente no nos ha servido de nada; nuestra suerte ha sido echada y
debemos cumplir nuestro destino. Debe tratarse de la voluntad de Dios, de lo
contrario Él habría dispuesto las cosas de otra manera. Queridísimo Gregory, siento
en el alma dejarte con este problema, pero estoy loco — completamente loco. Tú,
querido hermano, debes intentar olvidarnos y, de ser posible, perdonarnos; no
considero que nuestro fracaso sea culpa nuestra. Si puedes obtener £3 por nuestra
cama, ese dinero pagará la renta, y nuestro escaso mobiliario podría valer lo
suficiente como para pagar un modesto funeral. No te apenes por nosotros ni sigas
nuestro ejemplo, puesto que no nos mereceremos ese tipo de respeto. Nuestro
clérigo jamás nos ha visitado ni nos ha proporcionado el menor consuelo, a pesar de
que yo lo visité un mes atrás. A él se le paga por predicar, y es allí donde él
considera que termina su responsabilidad, excepción hecha de los ricos, por cierto.
Sólo te tenemos a ti y a unos cuantos otros a quienes les importa algo lo que nos
suceda, pero debes intentar olvidarnos. Ésa es la última oración ferviente de tu
devoto, carioso y afectuoso pero dolido y perseguido hermano. (Firmado) R. A. O—
El Sr. T., de Margaret Place, Gascoign Place, Bethnal Green, es zapatero por oficio.
Es un buen trabajador y ha ganado entre tres chelines y seis peniques y cuatro
chelines y seis peniques diarios. Enfermó la Navidad pasada y fue llevado al Hospital
de Londres, donde permaneció por tres meses. Una semana después de haber sido
internado, la Sra. T. contrajo fiebre reumática y fue llevada al Hospital de Bethnal
Green, donde permaneció por casi tres meses. Inmediatamente después de
enfermar ambos, su mobiliario fue confiscado a cuenta de las tres semanas de renta
que debían. En consecuencia, cuando entraron en convalecencia, habían quedado
sin hogar. Fueron dados de alta casi en la misma fecha. Él permaneció en una
hospedería durante una o dos noches hasta que ella salió del hospital. En ese
momento, él tenía dos peniques y ella seis, que había recibido de una enfermera.
Acudieron juntos a una hospedería, pero la compañía allí era espantosa. Al día
siguiente, él hizo un trabajo que le reportó dos chelines y seis peniques, y sobre la
base de este ingreso arrendaron una pieza amoblada por diez peniques diarios
(pagaderos cada noche). Tras unas pocas semanas de trabajo, él enfermó
nuevamente, perdió el empleo y gastó todo su dinero. Empeñó una camisa y un
delantal por un penique, dinero que también gastó. Finalmente, empeñó sus
herramientas por tres chelines, lo que les permitió pagar por unos pocos días de
alojamiento y comida. Ahora no tiene herramientas y no puede desempeñar su
oficio, y trabaja en lo que encuentra. Gastó sus últimos dos peniques en té y azúcar.
En dos días no ha comido más que una rebanada de pan con un poco de mantequilla.
Ambos están muy débiles por falta de alimento.
“Dejen las cosas como están”. Las leyes de la oferta y la demanda y todo las otras
excusas con las cuales justifican sus conciencias los que están en buen pie cuando
dejan que sus hermanos se hundan, ¿cómo se justifican cuando las aplicamos a la
pérdida de una vida en el mar? ¿Acaso “dejen las cosas como están” comanda el
bote salvavidas? ¿Salvarán las inexorables leyes de la política económica a los
marineros náufragos de las rompientes? Con una alta frecuencia son las
responsables de su desastre. Los barcos cementerio son el resultado directo de la
infame política de no interferencia en las operaciones legítimas de comercio; pero no
fue el deseo de lucrar lo que creó la Institución Nacional de Botes Salvavidas;
ninguna ley de oferta y demanda dirige a los voluntarios que arriesgan sus vidas
para rescatar a los náufragos.
Lo que debemos hacer es aplicar el mismo principio a la sociedad. Deseamos una
Institución Social de Botes Salvavidas, una Brigada Social de Botes Salvavidas, que
rescate del abismo a aquellos que, de quedar abandonados a su suerte, perecerán
tan miserablemente como la tripulación de un barco que se hunde en alta mar.
Desde el momento en que nos hagamos cargo de este trabajo, nos veremos
obligados a centrar seriamente nuestra atención en contestarnos si acaso no es
mejor prevenir que curar. Es más fácil y más barato, y mejor en todo sentido,
prevenir la pérdida de un hogar que tener que recrearlo. Es mejor mantener a un
hombre fuera del lodazal que primero dejarlo caer en él para luego arriesgarnos a
rescatarle. En consecuencia, todo Plan que intente abordar el rescate de los
perdidos debe tender a convertirse en una variedad interminable de medidas
paliativas, a algunas de las cuales me referiré más adelante. Sólo menciono aquí el
tema para evitar que se diga que estoy ciego a la necesidad de ir más allá y de
adoptar planes operacionales más amplios que los que expongo en la presente obra.
La renovación de nuestro Sistema Social es una empresa tan vasta que ninguno de
nosotros, y ni siquiera todos nosotros juntos seríamos capaz de definir la totalidad de
las medidas que habrán de implementarse antes de lograr que se adopte, por lo
menos, el Ideal del Caballo de Tiro durante la vida de nuestros hijos o de los hijos de
nuestros hijos. Todo lo que podemos hacer es atacar, con espíritu serio y práctico,
los peores y más urgentes males, sabiendo que si cumplimos con nuestro deber
obedecemos la voz de Dios. Él es el Capitán de nuestra Salvación. Si sólo nos
atenemos a seguirlo donde sea que nos lleve, no careceremos de órdenes de marcha
ni necesitaremos imaginar que Él restringirá nuestro campo de operaciones.
¿Porqué nos sorprendemos si, luego de haber permitido que generación tras
generación creciera ineducada y malnutrida, se ha desarrollado una incapacidad
hereditaria y miles de personas de inteligencia subnormal han venido al mundo,
desprovistas ya desde antes de nacer de la inteligencia que le corresponde a todo ser
humano?
Además de aquellos que carecen genéticamente de las cualidades necesarias que les
permitirían sobrevivir por sí solos, están los débiles, los incapacitados, los ancianos y
los no calificados; peor aún, está la falta de carácter. Para los que gozan de la mejor
de las reputaciones, si se caen de la escalera, ya es difícil recuperar su posición.
¿Qué, puede esperarse entonces de los hombres y mujeres faltos de carácter?
Cuando un capataz tiene la posibilidad de elegir entre cien hombres honestos, ¿es
razonable esperar que escogerá a un pobre hombre con la re putación manchada?
Todo esto es verdad, y es una de las cosas que hacen que el problema prácticamente
no tenga solución. Y no tiene solución. Estoy absolutamente convencido de ello, a
menos que se pueda insuflar una nueva vida moral en el alma de estas personas.
Gritar “Debes renacer”, ese debería ser el primer objetivo de todo reformador social,
cuya obra sólo será duradero si se construye sobre las fundaciones sólidas de un
renacimiento.
La diferencia entre el método que busca regenerar al hombre por medio del
mejoramiento de su situación y el que mejora su situación con el propósito de
regenerar su alma es la misma diferencia que existe entre el método del jardinero
que hace un injerto de manzana dulce en un manzano de fruta ácida y uno que se
limita a atar manzanas dulces en las ramas del manzano de fruta ácida. Cambiar la
naturaleza del individuo, llegar a su corazón, salvar su alma, es el único método
verdaderamente duradero que le servirá al hombre. En muchos planes modernos de
regeneración social se olvida que “se requiere un alma para mover un cuerpo,
aunque sea a una pocilga más limpia”; y, aun a riesgo de que mis palabras sean
malentendidas o desvirtuadas, debo afirmar de manera inequívoca que si busco la
salvación del cuerpo es primera y principalmente para salvar el alma.
¿Dónde radica la utilidad de predicar los Evangelios a los hombres cuya atención está
completamente centrada en una lucha irracional y desesperada por mantenerse
vivos? Sería lo mismo que leerle un tratado a un marinero náufrago que se
encuentra luchando contra la rompiente que ha ahogado a sus compañeros y que
amenaza con ahogarlo a él. El marinero no os escuchará. No, no puede escucharos,
como tampoco puede escuchar un sermón un hombre cuya cabeza se halla
sumergida en el agua. Lo primero que ha de hacerse por ese hombre es
proporcionarle una base firme que le permita mantener su cabeza fuera del agua y
luego darle un lugar donde pueda vivir. Entonces podríais tener una posibilidad.
Actualmente, no tenéis ninguna. Y, si llega a enterarse de que fuiste vos quien lo
rescató de la horrible fosa en la que se hundía irremediablemente, tendríais las
mejores oportunidades de encontrar un camino para llegar a su corazón
CAPÍTULO VI
LOS VICIOSOS
Sin embargo, cuando dejamos de catalogar este vicio desde el punto de vista de la
moralidad y la religión y lo consideramos sólo como un factor del problema social, la
palabra prostitución es menos objetable. Porque la carga social de este vicio la
sobrelleva casi por completo la mujer. El pecador masculino, por el simple hecho de
haber pecado, no estará en una posición más desventajosa para obtener un empleo
o para encontrar un hogar y ni siquiera para conseguir una esposa. Su mal
comportamiento sólo le afecta el bolsillo, o quizás su salud. Su incontinencia,
excepto en lo que se refiere a la mujer cuya degradación es necesaria, no se cuenta
entre las cosas por las cuales la sociedad tiene que preocuparse. Mas, que a ls
consecuencias tengan que ser asumidas casi exclusivamente por la mujer, aumenta
grandemente la infamia de este vicio en el hombre.
Analizaré el caso de los borrachos, porque la bebida constituye la raíz de todos los
problemas. Un noventa por ciento de nuestra pobreza, miseria, vicios y crímenes es
atribuible a esta ponzoñosa causa. Muchos de los males sociales, que ensombrecen
nuestra tierra al igual los árboles upas, se marchitarían y morirían si no fuesen
constantemente regados con alcohol. Existe un consenso universal respecto de este
punto: de hecho, el consenso en cuanto a los males del exceso en el consumo de
alcohol es casi tan universal como la convicción de que los políticos no harán nada
práctico para erradicarlo. En Irlanda, el Juez Fitzgerald señala que diecinueve de
cada veinte crímenes cometidos en ese país son atribuibles al exceso en el consumo
de alcohol, pero nadie ha propuesto una Ley de Coerción para combatir este mal. En
Inglaterra, los jueces opinan lo mismo. Es obviamente erróneo suponer, por
ejemplo, que hombres sobrios nunca cometerían un asesinato, porque en la mayoría
de los casos los asesinos se emborrachan para infundirse valor antes de cometer su
crimen. Pero la facilidad para acceder a un elemento que enciende la pasión tiende
sin duda a hacer siempre peligrosa, y a veces irresistible, la tentación de violar las
leyes de Dios y de los hombres.
Pero de nada sirven los discursos para combatir este infame hábito. Debemos
reconocer que las tabernas, como muchos otros males, si bien venenosas, son el
fruto natural de nuestras condiciones sociales. Muchas veces, la taberna es el único
salón con que cuenta el hombre pobre. Más de alguno bebe cerveza no por amor a
la cerveza, sino debido a su ansia natural por las luces, la calidez, la compañía y el
confort que la taberna ofrece junto con la cerveza, lo cual únicamente puede obtener
si compra la cerveza. Los reformadores no lograrán deshacerse de los bares
mientras no puedan ofrecer mejores atracciones que las que éstos ofrecen a sus
clientes. Y, repito, no olvidemos que la tentación de beber es más fuerte cuando la
carencia es más aguda y la miseria más profunda. Un hombre bien alimentado no se
da a la bebida para calmar la ansiedad que produce el hambre; y los que viven en la
comodidad no ansían la bendición del olvido que proporciona el licor. La ginebra es
el único Leteo, o Río del Olvido, de los miserables. El aire fétido y malsano de las
covachas en que habitan miles de ellos, los predispone a añorar un estimulante.
Ante la falta de aire fresco, con su oxígeno y su ozono, el hombre satisface la
carencia con alcohol. Después de un tiempo, las ansias por beber se convierten en
una manía. La vida le parece insoportable sin alcohol, al igual que sin comida. Es
una enfermedad muchas veces heredada, que siempre evoluciona debido al consumo
descontrolado, pero una enfermedad al fin, como la oftalmia o los cálculos.
¿Cuántos son, aproximadamente, los que están bajo el dominio del alcohol? Las
estadísticas son muchas, pero rara vez nos dicen lo que queremos saber. Sabemos
cuántas tabernas hay en el país y a cuántas personas arresta anualmente la policía
por ebriedad; pero aparte de eso, es poco lo que sabemos. Sabemos que por cada
persona arrestada por ebriedad, son al menos diez, y muchas veces veinte, las que
llegan a casa intoxicadas. En Londres, por ejemplo, hay 14.000 bares y cada año
20.000 personas son arrestadas por ebriedad. ¿Pero quién puede siquiera por un
momento creer que sólo hay unos 20.000 borrachos habituales en Londres? Por
borracho habitual no me refiero a aquel que está siempre ebrio, sino que a aquella
persona que está tan dominada por el alcohol que no puede dejar de tomar un trago
cada vez que tiene la oportunidad.
En el Reino Unido hay 190.000 tabernas y cada año 200.000 personas son
arrestadas por ebriedad. Obviamente, muchos de estos arrestos corresponden a una
misma persona, la cual es encerrada una y otra vez. Si ello no fuese así, y si
estimásemos un promedio de seis borrachos por cada taberna o de cinco borrachos
habituales por cada persona arrestada en estado de ebriedad, la cifra total de
adultos que en mayor o menor grado son esclavos de los taberneros ascendería a un
millón; de hecho, Isaac Hoyle calcula que es uno por cada doce individuos de la
población adulta. Puede que esta estimación sea exagerada pero, si nos quedamos
con una cifra de 500.000, no podríamos ser acusados de exageración. Algunos de
éstos se encuentran en la última etapa de una dipsomanía confirmada; otros sólo
están apenas a un paso de serlo; pero la procesión tiende a caer cada vez más bajo.
E.C., 18 años, hija de un soldado; nacida en alta mar. Su padre murió, y su madre,
una mujer totalmente depravada, colaboró para que su hija se convirtiera en
prostituta.
E.A., 17 años, quedó huérfana a muy temprana edad y fue adoptada por su padrino,
quien abusó de ella a la edad de 10 años.
E., sin padre ni madre, se fue a vivir al cuidado de una abuela hasta que, a una
temprana edad, fue considerada lo suficientemente mayor. Se casó con un soldado,
pero poco después del nacimiento de su primer hijo descubrió que el embustero
tenía una esposa y familia en un lugar distante del país y muy pronto se encontró sin
amigos y sola. Se refugió en un Asilo de Pobres durante algunas semanas, después
de lo cual intentó en vano obtener un empleo honesto. Como no pudo conseguirlo, y
estando al borde de la inanición, entró a una hospedería en Westminster e “hizo lo
que hacían las demás”. Allí la encontró nuestro teniente y la persuadió para que
abandonara el lugar e ingresara en uno de nuestros Hogares, donde pronto dio
muestras de su conversión llevando una vida totalmente distinta. Actualmente es
una sirvienta fiel y confiable en casa de un clérigo.
Hace algún tiempo, después de haber estado enferma, una muchacha fue dada de
alta de un hospital de la ciudad. No tenía hogar ni amigos; era huérfana y tenía que
trabajar para subsistir. Mientras caminaba por las calles preguntándose qué hacer,
se encontró con una muchacha que la abordó de una forma amistosa y ganó pronto
su confianza.
“Te dieron de alta y no tienes dónde ir, ¿no es cierto?”, le preguntó su nueva amiga.
“Bueno, ven a casa de mi madre; ella te dará alojamiento e iremos a trabajar juntas
cuando estés lo suficientemente recuperada”.
La muchacha aceptó con alegría, pero se dio cuenta de que estaba siendo conducida
a la peor part e de Woolwich y alojada en un burdel; no había ninguna madre allí.
Había sido engañada y no tenía fuerzas para resistirse. Protestó demasiado tarde
para poder salvarse y, viendo que se le había arrebatado su virtud, perdió toda
esperanza y se quedó para vivir la vida que llevaba su falsa amiga.
“No juzguéis para que no seráis juzgados” es el dicho que mejor se aplica a todas
estas desafortunadas. Muchas de ellas hubiesen escapado a su terrible destino si no
hubiesen sido tan inocentes. Están donde están porque amaban demasiado para
poder calcular las consecuencias, y confiaban demasiado como para sospechar
maldad. Otras se encuentran allí debido a la falsa educación, que confunde la
ignorancia con la virtud y que arroja a nuestras jóvenes a una gran ciudad llena de
tentaciones y estímulos, sin ninguna preparación o advertencia, como si fuesen a
vivir en el Jardín del Edén.
Cualquiera que sea el pecado que han cometido, son duramente castigadas.
Mientras el hombre que fue el causante de su ruina es considerado un respetable
miembro de la sociedad, con quien — si es rico — las virtuosas matronas casan
gustosamente a sus jóvenes hijas, ellas son despedazadas por el lastre de la
excomunión social.
CAUSA DE LA CAÍDA
Bebida ................................ 14 CONDICIÓN AL MOMENTO DE PRESENTARSE
Seducción............................ 33 Andrajosas .................................... 25
Decisión propia ..................... 24 Indigentes..................................... 27
Malas compañías................... 27 Decentemente vestidas ................... 48
Pobreza................................. 2 ___
___ Total 100
Total 100
BEBIDA . — Esto es parte inevitable del negocio. Todas confiesan que no podrían
soportar sus miserables vidas si no fuera por la influencia del alcohol.
Una muchacha que fue a la universidad y en cuyo hogar había todo tipo de
comodidades, pero que, cuando se arruinó, cayó en las profundidades de la
“Ratonera” de Woolwich, nos contestó indignada: “¿Creéis que yo sería capaz de
hacer esto si no fuera por el alcohol? Siempre tengo que estar ebria si quiero pecar”.
Ninguna muchacha ha llegado a nuestros Hogares desde las calles sin ser, ya sea en
mayor o menor grado, una víctima del alcohol.
CRUELDAD . — La devoción de estas mujeres hacia sus proxenetas es tan notable como
abominable es la brutalidad con que éstos las tratan. Probablemente, la causa
principal de la caída de un sinnúmero de muchachas de la clase baja es su gran
aspiración de alcanzar la dignidad del matrimonio; — no se consideran “alguien”
mientras no se casan y se unirían a cualquier criatura, sin importar cuán vil sea, con
la esperanza de que se casará con ellas. Esta consideración, además de su
condición desamparada después de haber perdido su integridad, las hace soportar
crueldades que nunca hubiesen aceptado de los hombres con los que muchas de
ellas conviven.
P ROFUNDIDADES EN LAS CUALES SE HUNDEN. — Difícilmente puede existir una clase más
baja de muchachas que aquellas que se encuentran en la “Ratonera” de Woolwich —
donde se halla ubicado uno de nuestros Hogares de Rescate de los Barrios
Marginales. Las mujeres que viven y ejercen su negocio en este barrio han caído en
un grado tal de degradación que ni siquiera los hombres abandonados se prestan
para acompañarlas a sus casas. A los soldados se les ha prohibido el ingreso a este
barrio o caminar por sus calles, so pena de veinticinco días de prisión; en cada uno
de los extremos se han apostado patrullas para evitar que entren. Las calles son
mucho más limpias que la mayoría de las habitaciones que hemos visto.
Una taberna que se encuentra allí cierra unas tres o cuatro veces al día por temor a
perder la licencia debido a las terribles reyertas que se producen en su interior. Un
policía nunca recorre solo esta calle por las noches — no hace mucho tiempo, uno
murió debido a las lesiones que le infligieron allí —, pero nuestras dos chicas se
pasean incólumes y adoradas a toda hora, pasando casi todas las noches en las
calles.
La clase más baja de todas es la de las muchachas que se paran a la entrada del
muelle; ellas se venden literalmente por un pedazo de pan duro y duermen en las
calle.
La suciedad y los parásitos son tan abundantes que nadie que no lo haya visto
personalmente puede hacerse una idea de cómo es.
Es una historia triste que no debemos olvidar, porque estas mujeres forman un gran
ejército permanente cuyo número escapa a todo cálculo. Todas las estimaciones de
las que dispongo parecen ser meramente imaginarias. La cifra normal entregada
para Londres es de 60.000 a 80.000. Sería correcta si incluyese a todas aquellas
mujeres habitualmente impúdicas. Es una monstruosa exageración si sólo se refiere
a aquellas que se ganan la vida ejerciendo única y habitualmente la prostitución. Sin
embargo, estas cifras sólo sirven para crear confusiones. Independientemente de la
estimación que seleccionemos, tendremos que ocuparnos de cientos de ellas
mensualmente. La falta de preparación de nuestra sociedad para realizar una
reforma sistemática se refleja en el hecho de que actualmente somos incapaces de
aceptar a todas las muchachas que acuden a nuestros Hogares. No pueden escapar.
Incluso si lo hiciesen, no se cuenta con los fondos para proporcionarles los servicios
que hagan de su liberación una realidad sustentable.
CAPÍTULO VII
LOS CRIMINALES
Las clases criminales de Gran Bretaña, en cifras redondas, suman un total de 90.000
personas, clasificadas de la siguiente forma:—
Sin embargo, estas cifras son engañosas. Sólo representan a los criminales que se
encuentran en la cárcel en un día específico. En Inglaterra y Gales, la población
promedio de las cárceles, sin contar los establecimientos para convictos, ascendía a
15.119 en 1889, pero el número total de individuos realmente sentenciados y
encarcelados en las prisiones locales era de 153.000, de los cuales sólo 25.000 eran
reos primerizos; 76.300 de ellos habían sido condenados al menos unas 10 veces.
No obstante, incluso si suponemos que la clase criminal no sobrepasa los 90.000, de
los cuales al menos 35.000 andarían libres, ésta sigue siendo un segmento lo
suficientemente importante de la población como para llamar la atención. Estos
90.000 criminales representan una ruina cuyo costo para la comunidad es
imperfectamente calculado, aun si sumamos el costo de las prisiones e incluso si le
agregamos el costo total de la policía. La policía tiene tantos otros deberes además
de controlar a los criminales que es injusto atribuirle su costo al total que dicha clase
representa. El costo de enjuiciamiento y mantenimiento de los criminales y el gasto
de la policía representan un desembolso anual de £4.437.000. Sin emba rgo, esta
cifra es pequeña en comparación con los impuestos y el grave efecto que esta horda
depredadora significa para la comunidad en la que residen. Además de la pérdida
real resultante de los hurtos y robos, es necesario considerar que se trata de mano
de obra improductiva, compuesta por 65.000 adultos. De esta cifra de criminales
adultos dependen como mínimo el doble de mujeres y niños, por lo que es probable
que subestimemos la cantidad de criminales y cuasicriminales al decir que
representan una población de al menos 200.000 personas, que de una u otra forma
viven a expensas de la sociedad.
Cada año, sólo en el distrito Metropolitano, se arresta a 66.100 personas. De ellas,
444 son arrestadas por intento de suicidio, porque su vida se ha convertido en una
carga demasiado pesada. Sin duda, esta inmensa población ha sido parcialmente
engendrada para terminar en las cárceles, al igual que otros han sido engendrados
para terminar en el ejército o en los juzgados. En ningún caso los criminales
hereditarios están confinado a la India, aunque sólo en ese país son lo bastante
ingenuos como para dar tal descripción de sí mismos en los cuestionarios de censo.
Constantemente sus filas se engrosan desde el exterior. En muchos casos, esto se
debe a la hambruna. Según la ley establecida por los Padres de la Iglesia, un
hombre que está en peligro de morir de hambre tiene el derecho de sacar pan de
donde pueda encontrarlo, para mantener la integridad del cuerpo y del alma. Dicha
proposición no está contemplada en nuestra jurisprudencia. La desesperación
absoluta lleva a muchos hombres a sumarse a la clase criminal, los que jamás
habrían engrosado la categoría de criminales convictos si se hubiesen adoptado las
medidas necesarias para evitar que cayesen en la perdición. Una vez que han caído,
las circunstancias parecen conspirar para mantenerlos allí. Al igual que los ciervos
heridos y enfermos son corneados hasta morir por otros ejemplares de su especie, el
infortunado que lleva la marca de la prisión es perseguido y acosado hasta que
desespera por no poder recuperar su antigua posición y transita de una prisión a otra
por el resto de sus días. En una página anterior relaté cómo un hombre, después de
tratar en vano de conseguir un trabajo, cayó en la tentació n de robar para escapar
de la inanición. El siguiente es el desenlace de la historia de dicho hombre. Después
de robar, escapó, y describió sus experiencias de la siguiente forma:—
“Escapar fue fácil. Para arrancar de la escena se requería de muy poco ingenio; pero
escapar de un sufrimiento me acarreó otro. La mirada directa de un extraño o un
paso rápido a mis espaldas congelaba cada uno de mis nervios. La ansiedad del
hambre había sido calmada, pero era la ansiedad de la conciencia la que imperaba
ahora. Fue fácil desentenderse de las consecuencias terrenales del pecado, pero
nunca del hecho en sí. Y, sin embargo, fueron las circunstancias las que me forzaron
a tomar la senda del crimen. No fue por maldad innata ni por elección, y cuán
amargamente reproché a la sociedad por permitir que se me presentara esa
alternativa — ‘Robar o Morir de Hambre’—, pero también tuve otra alternativa —
entregarme voluntariamente o seguir por la senda del crimen. Opté por la primera.
Había viajado más de 100 millas para alejarme de la escena del robo y ahora me
encontraba ante las puertas de la estación de policía del pueblo donde había pasado
mi juventud.
“Tuve que renunciar a mi nombre y me dio la sensación de haber muerto. Pasé a ser
para mí mismo y para los demás el número 332B.
“Durante todas las semanas que siguieron sentí como que vivía un sueño. Las horas
de comida, las horas de descanso, como todas las demás cosas, eran absolutamente
cortantes órdenes de los carceleros, el hablar monótono del capellán en la capilla, las
preguntas del celador jefe o del alcaide durante sus visitas periódicas, todo me
“¡Qué comedia parecía! Recuerdo las últimas palabras del capellán antes de dejar la
prisión, ceremoniosas, pero frías y precisas: ‘Joven, espero que nunca volváis. Y
ahora, como una s uerte de respuesta a mis sinceros esfuerzos de mantenerme fuera
de la cárcel, la sociedad, mediante sus acciones, me gritaba ‘Volved a la cárcel. Hay
suficientes hombres honestos para realizar el trabajo sin que tengamos que recurrir
a vos’.
“Imaginaos, si podéis, cómo me sentía. Al cabo de unos pocos días, una terrible
desesperanza había invadido cada una de las facultades de mi mente y de mi cuerpo.
Pasé los siguientes días y noches con apenas un bocado de comida y sin tener dónde
dormir. Vagué por las calles como un perro, con la diferencia de que un perro tiene
la oportunidad de ayudarse a sí mismo y yo no. Traté de imaginar cuánto tiempo
podría resistir las tenazas del hambre que se cerraban sobre mi garganta. Así de
indiferente me sentía respecto de los hombres y Dios mientras esperaba el fin”.
El niño criado en la ciudad está en gran desventaja si se le compara con sus primos
del campo. No obstante, cada año hay más niños de ciudad y menos niños de
campo. Para criar niños sanos, se requiere primero de un hogar; en segundo lugar,
de leche; en tercero, de aire fresco; y en cuarto, de ejercicio bajo los verdes árboles
y azules cielos. Todas estas cosas las poseen los hijos de los trabajadores agrícolas,
o solían poseerlas. Porque las sombras de la vida Urbana se ciernen sobre los
campos e incluso en el más remoto distrito rural el trabajador que ordeña las vacas
ve con frecuencia que se le deniega la leche que sus hijos necesitan. La demanda
constante de las grandes ciudades sofoca las reclamaciones del trabajador rural. El
té y el aguachirle y la cerveza usurpan el lugar de la leche, y la médula y el nervio de
la próxima generación están siendo sorbidos desde la cuna. Pero el niño de campo,
aunque no obtenga más que leche descremada, y de ella sólo un poco, tiene al
menos suficiente ejercicio y aire fresco. Establece relaciones humanas saludables
con sus vecinos. Recibe cuidados y, en cierta forma, está en contacto con la vida del
salón, de la vicaría y de la hacienda. Lleva una vida natural entre pájaros y árboles,
y campos cultivados y animales de pastoreo. No es una mera hormiga humana,
arrastrándose sobre el pavimento de granito del gran nido urbano, con un sistema
nervioso desarrollado anómalamente y una constitución enfermiza.
Los hogares hacinados de los pobres obligan a los hijos a presenciarlo todo. Con
frecuencia, la moralidad sexual no tiene ningún signific ado para ellos. El incesto es
tan normal que rara vez suscita comentarios. La amarga miseria de los pobres los
obliga a dejar a sus hijos a medio alimentar. Hay pocas visiones más grotescas en la
historia de la civilización que la de la asistencia obligatoria de los niños a la escuela,
desfallecientes de hambre porque no han tomado un desayuno y sin saber si podrán
conseguir siquiera un pedazo de pan añejo para la almuerzo una vez que se les haya
impartido su ración matutina de educación. Los niños hamb reados, alojados y
criados de esta forma, a la buena de Dios, sin un padre o una madre, no son
precisamente el material más prometedor para futuros ciudadanos y gobernantes del
Imperio, independientemente de lo bien o mal que se les eduque.
Es el hogar el que ha sido destruido, y con él las virtudes hogareñas. Son las
multitudes desamparadas, nómades, hambrientas, las que están criando una
población indisciplinada, maldecida desde el nacimiento con debilidades físicas
hereditarias y con defectos genéticos de carácter. Es inútil que esperemos corregir
la situación encerrando a los niños en barracas. El niño criado en una institución es
con demasiada frecuencia sólo medio humano, no habiendo conocido el amor de la
madre y el cuidado del padre. Para los hombres y mujeres que carecen de hogar,
los niños deben ser en mayor o menor medida una carga. Su llegada genera
impaciencia y, a menudo, es impedida por medio del crimen. El pequeño extraño e
inoportuno recibe malos cuidados, mala alimentación y toda posible oportunidad de
morir. No vale la pena hacer nada por aumentar sus posibilidades de sobrevivir que
no sea la Reconstitución del Hogar. Mas, entre nosotros y el ideal, ¡qué vasta es la
brecha! No obstante, si algo práctico ha de hacerse, la brecha tendrá que ser
superada.
CAPÍTULO IX
Aquellos que me han seguido hasta este punto podrán decir que, aunque es
absolutamente verdad que hay muchos desocupados y no menos verdad que muchos
duermen en el Embankment — el paseo que bordea el río Támesis — y otros lugares,
la ley ha proporcionado un recurso, y si no un recurso al menos un método, para
lidiar con estos sufrientes de manera adecuada. De hecho, en algunos círculos se nos
explica que el estado actual de las cosas es inevitable, pero se nos asegura que no
se requiere de mecanismos adicionales. Todo lo que es necesario para estos fines ya
se encuentra en funcionamiento, y crear cualquier otro mecanismo adicional haría
más mal que bien.”
Ahora bien, ¿cuáles son los mecanismos con los que la Sociedad, ya sea a través de
la organización del Estado o de iniciativas privadas, pretende abordar el problema del
residuo sumergido? En un momento consideré dedicar bastante espacio a la
descripción de las instancias existentes, como también a ciertas observaciones que
obligadamente han llamado mi atención en cuanto a sus fracasos y causas. No
obstante, la necesidad de subordinarlo todo al supremo propósito de esta obra, que
es mostrar cómo puede dejarse penetrar la luz en las entrañas de la Inglaterra
Oscura, me obligan a tratar superficialmente este aspecto del tema y a referirme
sólo brevemente a las obras bienintencionadas, pero de escasos resultados con que
se ha intentado solucionar este inmenso y horroroso mal.
La teoría detrás de este sistema es que los individuos transitoriamente pobres y sin
trabajo, encontrándose sin recursos y sin techo, pueden recibir, previa solicitud,
alojamiento, cena y desayuno, y a cambio de ello realizar alguna tarea o trabajo, no
necesariamente como pago por la ayuda recibida, sino simplemente como una
prueba de su voluntad de trabajar para ganarse la vida. El trabajo que se les asigna
es el mismo que realizan los criminales en la cárcel: preparar estopa de calafateo o
picar piedras.
En términos del actual sistema, entonces, la pena por buscar albergue fuera de las
calles es un día completo y dos noches de encarcelamiento virtual, y una tarea casi
imposible que, si no es realizada, expone a la víctima a ser arrastrada ante un juez y
enviada a la cárcel como un delincuente y un vagabundo, mientras que en el
Albergue Temporal se le trata prácticamente como a un criminal. Duermen en una
celda con un apartamento en el fondo, donde se realiza el trabajo, recibiendo a la
medianoche una libra de mazamorra y ocho onzas de pan, y lo mismo para el
desayuno a la mañana siguiente, con media libra de estopa de calafateo y piedras
para mantenerlos ocupados durante un día.
J.C. conoce bien los Albe rgues Temporales. Ha estado en el de St. Giles,
Whitechapel, St. George, Paddington, Marylebone y Mile End. Varían un poco en sus
detalles, pero como regla general sus puertas abren a las 6. Entráis; os dicen cuál
es el trabajo y que si no lo termináis, quedáis expuesta a encarcelamiento. Luego
tomáis un baño. En algunos lugares el agua es sucia. Como regla, tres personas se
bañan en la misma agua. En Whitechapel (he estado allí tres veces) siempre ha sido
sucia; también en St. George. En Mile End no tuve baño; había escasez de agua. Si
reclamáis, os llevan a la policía. Luego hacéis un bulto con la ropa y os dan una
camisa de dormir. En la mayoría de los albergues se les sirve cena a los hombres,
que la llevan a la cama y comen allí. Algunas camas están en celdas; otras, en
grandes dormitorios. Os levantáis a las 6 de la mañana y realizáis la tarea que se os
asigna. La cantidad de piedras que debéis picar es excesiva; y la preparación de las
sogas de calafateo también es una tarea pesada. La comida varía. En St. Giles, la
mazamorra que queda de la noche anterior se hierve para el desayuno y, por lo
tanto, está agria; el pan está esponjoso, lleno de hoyos y no pesa la cantidad
reglamentaria. La cena consiste en 8 onzas de pan y 1 ½ onza de queso, y se va así
de rápido; ¿cómo puede la gente hacer su trabajo? Os dan agua para beber si tocáis
la campanilla de la celda para pedirla, esto es, os dicen que esperéis y la traen media
hora más tarde. A los Albergues acude una buena cantidad de truhanes, pero hay
más hombres que sólo desean trabajar.
“Un Vago” dice: “He estado en casi todos los Albergues Temporales de Londres;
estuve en el de la calle Macklin, Drury Lane, la semana pasada. Os retienen por dos
noches y un día, y más si os reconocen. Debéis picar 500 kilos de piedras o preparar
cuatro libras de sogas de calafateo. Ambas tareas son duras. Unos treinta acuden
cada noche a la calle Macklin. La alimentación consiste en 1 pinta de mazamorra y 6
onzas de pan para el desayuno; 8 onzas de pan y 1 ½ onzas de queso para la
comida; el té, lo mismo que el desayuno. No hay cena. No es suficiente para
efectuar el trabajo. Os obligan a tomar un baño, por cierto; a veces el baño se
comparte entre tres; si reclamáis, se molestan y os preguntan si creéis que estáis en
un palacio. He estado en el Asilo Mitcham; el rancho es bueno: 1 ½ pinta de
mazamorra y 8 onzas de pan para el desayuno; lo mismo para la cena.
Me parece que esta forma de enfrentar la angustia no soluciona las dificultades, sino
más bien las evade. Obviamente, un sistema que sólo ayuda a 1.136 personas cada
noche es absolutamente inadecuado para lidiar con los incontables Desempleados
desamparados. Pero, aunque por algún milagro pudiésemos usar los Albergues
Temporales para cuidar de todos los que buscan empleo diariamente sin un lugar
donde descansar sus cabezas, excepto las cunetas o el respaldo de un banco en el
Embankment, ello no tendría ni el menor efecto sobre las masas de miseria humana
con las que hemos de lidiar. Por la siguiente razón: la administración de los
Albergues Temporales es mecánica, rutinaria y formal. Para el Oficial, a cargo el
interno es sólo un interno más. No se hace ningún esfuerzo más que el de
proporcionar los requerimientos básicos de la existencia. Jamás se ha intentado
tratarles como seres humanos, abordarles como seres humanos, apelar a sus
corazones, ayudarles a sostenerse nuevamente de pie. Son meras unidades, ni
mejor consideradas ni mejor cuidadas que granos de café en una moledora; y, como
resultado neto de mi experiencia y observación de los hombres y las cosas, debo
aseverar categóricamente que todo lo que deshumanice al individuo, todo lo que
trate al individuo como si sólo fuese un número más dentro de una serie o un rayo
más en una rueda, sin considerar el carácter, aspiraciones, tentaciones e
idiosincrasias humanas, está condenado a fracasar estrepitosamente como sistema
paliativo. El Albergue Temporal, en el mejor de los casos, es un sórdido lugar de
descanso para estos Internos en su carrera descendente. Si algo ha de hacerse por
estos hombres, debe hacerse a través de sistemas distintos a los que están
contemplados en la Ley de Pobreza.
El segundo método por el cual la Sociedad intenta cumplir su deber para con las
masas desplazadas son los esfuerzos heterogéneos y variopintos que se agrupan
bajo el denominador genérico de Caridad. Nada es más ajeno a mis intenciones que
criticar las iniciativas motivadas por el sincero deseo de aliviar la miseria de nuestros
pobres compatriotas, pero las más caritativas son también las que lamentan los
mayores fracasos que hasta ahora han sufrido sus esfuerzos por hacer algo más que
aliviar temporalmente el dolor o lograr una mejora ocasional en la condición de los
individuos.
“Ciertamente, no”, dicen otros. “La emigración es el verdadero remedio. Las tierras
baldías de nuestro mundo claman por mano de obra excedente. La emigración es la
panacea.” No tengo reparos contra la emigración. Nuestros criminales lunáticos
podrían objetar la transferencia del hambriento Juan desde una covacha hacinada —
donde no puede siquiera obtener suficientes patatas podridas para calmar los
calambres que le produce la camisa de fuerza, y se ve tentado a dejar morir a su hijo
por el dinero de un seguro — a una tierra abundante en leche y miel, donde puede
comer carne tres veces al día y donde para el hombre los hijos son su riqueza. Pero
igualmente podríais abandonar a un recién nacido desnudo en medio de un campo
recién sembrado en marzo y esperar que sobreviviese y se desarrollase sano y
vigoroso, que esperar que la emigración produjese resultados exitosos según los
lineamientos establecidos por algunos. El niño, sin duda, posee dentro de sí
capacidades latentes que, una vez que el tiempo y el entrenamiento actúen, le
permitirán recoger la cosecha de una tierra fértil, y el campo nuevamente sembrado
quedará cubierto de espigas doradas en agosto. Pero estos hechos no permitirán al
niño acallar su hambre con terrones de tierra en la fría primavera. Con la emigración
sucede lo mismo. Es lisa y llanamente criminal tomar a una multitud de hombres y
mujeres no entrenados y desembarcarlos sin un centavo y sin ningún tipo de ayuda
en las costas de algún nuevo continente. El resultado de este procedimiento está a
la vista en las ciudades norteamericanas: en la degradación de sus barriadas y en la
desmoralización de los miles que, en sus países natales, llevaban una vida decente y
laboriosa.
Pocos meses atrás, en Paramatta, Nueva Gales del Sur, un hombre joven que había
emigrado con la vaga esperanza de mejorar su fortuna se encontró desamparado,
amigos y dinero. Era oficinista. En Paramatta ya no querían más oficinistas. Los
negocios estaban malos, el empleo escaseaba, incluso para los hombres con
experiencia. Pasó día tras día buscando empleo sin conseguir ninguno. Finalmente,
se le agotaron los recursos. Pasó todo un día sin comer; en la noche, durmió donde
pudo. Llegó la mañana y se encontró desesperado. Transcurrió otro día en el que
no comió. Se hizo de noche. No pudo dormir. Deambuló interminablemente.
Emigración, sí. Pero, ¿a quiénes hemos de hacer emigrar? ¿A estas muchachas que
no saben ni hornear un pan? ¿A estos muchachos que jamás han manejado una
pala? ¿Y adónde hemos de hacerlos emigrar? ¿Queréis convertir las Colonias en
botaderos para la basura humana? Sobre este punto los colonos tendrán algo que
decir, si es que hay colonos; y donde no los haya, ¿cómo alimentaréis, vestiréis y
emplearéis a vuestros emigrantes en las deshabitadas tierras salvajes? La
inmigración, sin duda, es el ingrediente indispensable de una colonia, al igual que el
pan es la fuente de la vida. Pero, si llenásemos a la fuerza un estómago con trigo,
provocaríamos tal ataque de indigestión que, a menos que la víctima vomitara la
masa indigesta de granos crudos y enteros, nunca más desearía otra comida. Lo
mismo sucede con las nuevas colonias y la mano de obra excedente de otros países.
Otro aspecto — no deseo llamarlo requisito; es sólo un nombre, una mera burla de
requisito, de manera que permítanme referirme a él como otra sugerencia que se
hace al debatir este ma l, es la Frugalidad. La Frugalidad es una gran virtud, no cabe
duda. Pero, ¿cómo puede la frugalidad beneficiar a los que nada tienen? ¿Qué
utilidad tiene la prédica de la Frugalidad para un hombre que ayer no tuvo nada que
comer y que hoy no tiene ni tres peniques para pagar por un alojamiento? Vivir sin
nada es lo suficientemente difícil, pero ahorrar cuando no se tiene nada constituiría
un desafío imposible hasta para el más sagaz de los economistas. Admito sin
reservas que todo Plan que debilite el incentivo de la Frugalidad sería dañino. Pero
es un error imaginar que la condenación social es un incentivo para la Frugalidad.
Opera menos allí donde debiera sentirse con más fuerza. Los Planes que podamos
concebir no disminuirán notoriamente las inf luencias disuasivas que inclinan al
hombre a ahorrar. Pero es inútil perder el tiempo en una súplica que sólo se expresa
como excusa para la falta de acción. La Frugalidad es una gran virtud, y nunca su
inculcación deben perderla de vista aquellos que pretenden “educar y salvar a la
gente”. En ningún sentido es un requisito para la salvación de los descarriados y
perdidos. Incluso entre los más miserables de los miserables, un hombre debe tener
un propósito y una esperanza antes de ahorrar medio penique. “Comamos y
bebamos, que mañana moriremos”, así se resume la filosofía de quienes no tienen
esperanza. En la frugalidad del campesino francés vemos que la tentación de comer
y beber es capaz de quedar categóricamente subordinada al propósito ulterior de
acumular una dote para la hija o de adquirir otro poco de tierra para heredar al hijo.
Respecto de los programas adelantados por aquellos que proponen crear un nuevo
paraíso en la tierra por medio de la distribución más científica del oro y la plata que
tintinea en los bolsillos de la humanidad, nada necesito decir aquí. Sus intenciones
pueden ser buenas o tal vez no. Nada digo contra los atajos para llegar al Milenio
que sean compatibles con los Diez Mandamientos. Siento profunda simpatía por las
aspiraciones que yacen tras esos sueños socialistas. Pero ya se trate del Impuesto
Único a los Bienes Raíces de Henry George o del Nacionalismo de Edward Bellamy o
de los planes más elaborados de los Cooperativistas, mi actitud hacia ellos es la
misma. Deseo lograr lo mismo que estas personas bienintencionadas. Pero soy un
hombre práctico, que pretende solucionar los problemas actuales, de hoy día. No
tengo teorías preconcebidas y me jacto de estar libre de todo prejuicio. Estoy
dispuesto a sentarme a los pies de quienquiera que me muestre una buena solución.
Mantengo mi mente abierta ante todos estos temas; estoy preparado para abrazar
cualquier Utopía que me sea propuesta. Pero debe encontrarse al alcance de mis
manos. No me es de ninguna utilidad si se encuentra en las nubes. Los cheques del
Banco del Porvenir los acepto gustosamente como un regalo, mas no osaría
aceptarlos como moneda de circulación legal ni intentaría cobrarlos en el Banco de
Inglaterra.
Es posible que nada pueda tener una solución permanente sino hasta que todo haya
sido vuelto al revés. Hay ciertamente tantas cosas que necesitan transformarse,
empezando por el corazón de cada hombre y mujer, que no voy a reñir con ningún
Visionario que, en su sincera aspiración de aliviar la condición humana, exponga sus
teorías respecto de la necesidad de un cambio radical, por impracticable que me
pueda parecer. Pero esta es la cuestión. Aquí, anoche, en nuestros Albergues, había
mil personas hambrientas y sin trabajo. Quisiera saber qué se puede hacer con
ellas. Aquí esta John Jones, un robusto y decidido trabajador vestido con harapos,
que no ha tenido una sola comida decente en un mes, que ha buscado un trabajo
que le permita vivir, y que ha buscado en vano. Aquí está, en su hambrienta
miseria, pidiendo un trabajo para subsistir, para no morir de hambre en la más
opulenta ciudad del mundo. ¿Qué ha de hacerse con John Jones?
El individualista me dice que el libre juego de las Leyes Naturales que rigen la lucha
por la vida determina la Supervivencia de los más Aptos, y que en el transcurso de
unos pocos siglos, más o menos, habrá evolucionado un tipo mucho más noble.
Pero, en el intertanto, ¿qué sucederá con John Jones? El Socialista me dice que la
gran Revolución Social ya se avista en el horizonte. En los tiempos mejores que han
de venir, cuando la riqueza sea redistribuida y la propiedad privada abolida, todos los
estómagos estarán llenos y ya no habrá más John Jones clamando impacientes por
una oportunidad de trabajo que evitará que mueran. Así podrá ser, pero en el
intertanto aquí esta John Jones, cada vez más impaciente y hambriento, quien se
pregunta si ha de seguir esperando una comida hasta que llegue la Revolución
Social. ¿Qué hemos de hacer con John Jones? Esa es la pregunta. Y en cuanto a su
respuesta, ninguno de los Utopistas me ofrece mucha ayuda. Por razones prácticas
estos soñadores caen en la misma crítica que ellos prodigan tan magnánimamente a
los creyentes religiosos convencionales, los que se sacuden toda ansiedad respecto
del bienestar de los pobres diciendo que todo se arreglará en el mundo venidero.
Esta hipocresía religiosa, que se saca de encima todo sufrimiento humano inoportuno
con letras bancarias no negociables pagaderas al otro lado de la tumba, no es menos
impráctico que el charlatán socialista que posterga el alivio del sufrimiento humano
hasta después de la revolución general. Ambos se refugian en el Futuro para evitar
dar una solución a los problemas del Presente, mientras que a los sufrientes poco les
importa si el Futuro está de este lado de la tumba o del otro. Para ellos, ambos
futuros están igualmente fuera de su alcance.
Habría una sola clase de hombres que tendría motivos para oponerse a las
propuestas que me encuentro por plantear. Esa clase, si es que existe, es la de
aquellos que están decididos, por todos los medios posibles, a derribar con sangre y
violencia las instituciones existentes. Se opondrán a mi Plan, y al hacerlo estarán
obrando con lógica. Y ello porque la única esperanza de los artífices de la Revolución
es la agitada masa de descontento y miseria que yace en el corazón del sistema
social. Creyendo sinceramente que las cosas empeorarán antes de mejorar, sitúan
todas sus esperanzas en el derribamiento general y resienten todo intento de reducir
la miseria humana, en cuanto ello representa la postergación indefinida de la
realización de sus sueños.
Se recluta al Ejército de la Revolución de entre los Soldados de la Desesperanza. En
consecuencia, abajo con todo Plan que dé Esperanza al hombre. En la medida que
tenga éxito, reduce nuestros campos de reclutamiento y refuerza las filas de
nuestros Enemigos. Esta oposición es de esperarse, y también debe entenderse
como el mejor de los tributos al valor de nuestra obra. Aquellos que cuentan con la
violencia y el derramamiento de sangre son muy pocos para impedírnoslo y su
oposición no hará más que acrecentar el impulso con el que espero y creo que este
Plan será finalmente capaz de superar las diferencias de opinión y lograr, con la
bendición de Dios, esa medida de éxito al que verdaderamente, en mi opinión, está
destinado.
PARTE II — LIBERACIÓN
CAPÍTULO I
En segundo lugar, el remedio, para ser eficaz, debe cambiar las circunstancias en
que se halla el individuo cuando ellas sean la causa de su desgraciada condición y se
encuentren fuera de su control. Entre los que han llegado a su actual y perversa
dificultad por culpa de la autoindulgencia o de algún defecto de carácter moral,
¿cuántos hay que estarían en una situación completamente distinta hoy si su entorno
hubiese sido distinto? Charles Kingsley describe esta situación descarnadamente
cuando pone en boca de la mujer del Cazador
Furtivo las siguientes palabras dirigidas al Malvado Caballero:
Muchas de estas gentes no han tenido nunca la oportunidad de mejorar; han nacido
en una atmósfera envenenada, han sido educadas en circunstancias que han hecho
imposible la modestia y han sido traídas al mundo en condiciones que hacen del vicio
una segunda piel. Por lo tanto, para administrar un remedio eficaz contra estos
males que nos encontramos deplorando, dichas circunstancias han de alterarse y, a
menos que mi programa genere un cambio, de nada servirá. Hay multitudes,
miríadas de hombres y mujeres que se hunden en esta horrible ciénaga bajo el peso
de una carga demasiado pesada de soportar; cada intento de escapar los hunde más
profundamente; algunos incluso han cesado de luchar y yacen boca abajo en el
inmundo lodo, sofocándose lentamente, su humanidad a punto de anegarse por
completo. De nada sirve estar sobre una isla en medio de las arenas movedizas y
anatemizar a los pobres desdichados; si habéis de serles útiles, debéis darles otra
oportunidad para que se pongan de pie, debéis ofrecerles una base firme sobre la
cual puedan volver a levantarse y debéis construir puentes sobre la ciénaga que les
permitan alcanzar sin riesgo la otra orilla. Las circunstancias favorables no
cambiarán el corazón del hombre ni transformarán su naturaleza, pero las
circunstancias poco propicias harán que su escape sea absolutamente imposible, sin
importar lo mucho que pueda ansiar liberarse. El primer paso respecto de estas
criat uras desesperanzadas y agobiadas es crear en ellas el deseo de escapar y luego
proporcionarles los medios para hacerlo. En otras palabras, dad al hombre una
nueva oportunidad.
En tercer lugar, todo remedio que merezca ser considerado debe guardar la debida
proporción con mal que pretende combatir. De nada sirve intentar vaciar el océano
con una cuchara de té. Este mal tiene millones de víctimas. El ejército de los
perdidos que nos rodea supera en número a esa hueste multitudinaria que Jerjes
condujo desde Asia en su intento de conquistar Grecia. Haced marchar a aquellos
que componen el décimo sumergido; contad a los indigentes en el interior y en el
exterior, a los sin hogar, a los hambrientos, a los criminales y lunáticos, a los
borrachos y rameras — ¡y aun así no os deis por vencidos! Incluso el intento de
salvar a un décimo de esta hueste exige que dediquemos a esta empresa mucho
más esfuerzo y coraje de lo que hasta ahora hemos exhibido. No ha de haber más
timidez filantrópica, como si este vasto océano de miseria humana estuviese
contenido dentro de un estanque de jardín.
En quinto lugar, junto con ser permanente, el Plan también debe ser factible de
inmediato. Cualquier Plan, para ser útil, debe poder ser implementado y arrojar
resultados positivos al instante.
En sexto lugar, las ramificaciones del Plan no deben perjudicar a las personas que
pretende beneficiar. Por ejemplo, la caridad pura y simple calma el hambre, pero
concurrentemente desmoraliza al receptor. Cualquiera que sea el remedio que
utilicemos, debe hacer el bien sin causar al mismo tiempo el mal. De nada nos sirve
beneficiar a un hombre en seis peniques si al mismo tiempo le perjudicamos en un
chelín.
No obstante, por difícil que sea la tarea, es una que no podemos soslayar. Cuando
Napoleón se vio obligado a replegarse en circunstancias que hacían imposible llevar a
sus enfermos y heridos, ordenó a sus médicos que envenenaran a todos los hombres
que yacían en el hospital. Más de un general ha sacrificado a sus prisioneros para
evitar que escapen. Estas almas Perdidas son los Prisioneros de la Sociedad; son los
Enfermos y Heridos que yacen en nuestros Hospitales. Que clamor se elevaría en el
mundo civilizado si propusiésemos administrar esta misma noche, a cada uno de
estos millones, una dosis de morfina para inducirles un sueño del que no
despertarían jamás. En lo que a ellos concierne, ¿no sería mucho menos cruel poner
fin así a sus vidas que dejarles seguir arrastrándose día tras día, año tras año, en la
miseria, la angustia y el pesimismo, empujándolos al vicio y al crimen, hasta que
finalmente la enfermedad los conduzca a la tumba?
Es posible que el remedio sea más simple de lo que imaginamos. La clave del
enigma podría encontrarse más cerca de ser descifrada de lo que pensamos. Hemos
probado con un sinfín de aparatos y, por cierto, muchos han fallado. La única
esperanza de éxito radica en la perseverancia tenaz y arrojada; y es positivo que
reconozcamos este hecho. ¿Por cuántos siglos intentó el hombre fabricar pólvora sin
éxito? Probó mezclar salitre y carbón, azufre y carbón, salitre y azufre, y nunca fue
capaz de hacer que la mezcla explotara. Bastó, sin embargo, que unos cien años
atrás se descubriera la necesidad de mezclar estos tres elementos, para obtener la
fórmula deseada. Con anterioridad a ello, la pólvora era pura imaginación, una
fantasía de los alquimistas. ¡Qué fácil es hacer pólvora ahora que se conoce el
secreto de su fabricación!
Tomad un ejemplo más simple, uno que reside incluso en la memoria de muchos de
los que leen estas páginas. Desde el principio del mundo hasta el principio de este
siglo, la humanidad, a pesar de su deseo de crear un medio de transporte barato y
fácil, no había descubierto la milagrosa diferencia que podría significar la instalación
de dos líneas de metal paralelas. Los ilustres sabios del pasado vivieron y murieron
sin llegar a conocer nunca este hecho. Los más grandes mecánicos e ingenieros de
la antigüedad, los hombres que construyeron puentes sobre todos los ríos de Europa,
los arquitectos que construyeron las catedrales que todavía maravillan al mundo
nunca fueron capaces de concebir lo que a nosotros nos parece una proposición tan
simple y obvia: que dos líneas paralelas de riel reducen el costo y la dificultad del
transporte al mínimo. Sin ese descubrimiento, la máquina a vapor, ella misma un
invento bastante reciente, no habría sido capaz de transformar a la civilización.
¿Cuál, entonces, es mi Plan? Es uno muy simple, aunque por sus ramificaciones y
extensiones abarque a todo el mundo. En la presente obra no intento más que
esbozar, tan simple y sencillamente como me sea posible, los elementos
fundamentales de mis propuestas. Propongo dedicar el grueso de esta obra a
exponer las iniciativas prácticas que permitan solucionar los aspectos más urgentes
del problema, a saber, los que se relacionan con los desocupados, quienes, como
resultado de ellos, se encuentran en mayor o menor grado en la indigencia. Tengo
muchas ideas respecto de lo que podría hacerse con los que actualmente se hallan
en alguna medida bajo la tutela del Estado, más por el momento dejaré esas ideas
de lado.
No reviste ninguna urgencia que explique cómo puede reformarse el sistema que
establece nuestra Ley de Pobreza, como tampoco lo que desearía que se hiciese por
los Lunáticos internados en Asilos o por los Criminales que están en nuestras
Cárceles. De momento, dejaremos de lado a las personas que se encuentran en
manos del Estado. Los indigentes albergados, los convictos, los lunáticos internados
en asilos ya están siendo cuidados, en cierta forma. Pero, además de éstos, existen
cientos de miles que no son albergados por el Estado, sino que viven al filo de la
desesperación y que en cualquier momento, por circunstancias desafortunadas,
podrían verse obligados a exigir algún tipo de ayuda o respaldo. Por lo tanto, de
momento me limitaré a aquellos que no cuentan con ayuda.
¿Cuál es la forma visible y exterior del Problema de los Desocupados? ¡Ay!, nos es lo
suficientemente fa miliar como para no requerir de una descripción exhaustiva. El
problema social se nos presenta cada vez que llega ante nuestras puertas un hombre
hambriento, sucio y desharrapado pidiendo un pedazo de pan duro o un trabajo. Esa
es la problemática social. ¿Qué hemos de hacer con ese hombre? No tiene dinero
en sus bolsillos y todo lo que tenía para empeñar ya lo ha empeñado hace mucho
tiempo; su estómago está tan vacío como su bolsillo y las ropas que lleva sobre sus
espaldas, aun si las vendiera a buen precio, no alcanzarían a reportarle un chelín.
Allí se encuentra, vuestro hermano, cubriéndose su desnudez con unos harapos que
no valen ni seis peniques y sin alimentos a su alcance. Solicita un trabajo, que
realizará incluso con su estómago vacío y su deshilachado uniforme si tan sólo estáis
dispuestos a pagarle algo a cambio; pero sus manos están ociosas, porque nadie
quiere emplearle. ¿Qué habéis de hacer con ese hombre? Esa es la gran
interrogante que enfrenta la Sociedad hoy día. No sólo en la sob repoblada
Inglaterra, sino en países jóvenes allende los mares, donde la Sociedad aún no ha
proporcionado los medios que permitan asentar a los hombres en las tierras, para
que esas tierras alimenten a los hombres. El problema de qué hacer con este
hombre es justamente el Problema de los Desocupados. Para solucionar el problema
con eficacia, debéis abordarlo inmediatamente; al hombre debéis proporcionarle de
una forma u otra, pero inmediatamente, alimento, techo y calor. Acto seguido,
debéis encontrarle algo que hacer, algo que ponga a prueba su real deseo de
trabajar. Esta prueba debe ser más o menos breve y de naturaleza tal que lo
prepare para ganarse permanentemente el sustento. Luego, habiéndole entrenado,
debéis proporcionarle los recursos suficientes para que inicie una nueva vida. Me
propongo hacer todas estas cosas. Mi Plan se divide en tres secciones y cada una de
ellas es indispensable para garantizar el éxito del Plan completo. En esta estructura
tripartita reside el secreto a voces de la solución del Problema Social.
LA COLONIA URBANA
LA COLONIA RURAL
LA COLONIA DE ULTRAMAR
Los que han meditado el tema concuerdan en que nuestras Colonias de Sudáfrica,
Canadá, Australia Occidental y otras tienen millones de acres de tierra fértil
disponibles por casi nada, capaces de sustentar a nuestra población excedente en
salud y comodidad, aunque ésta se multiplicase por mil. Proponemos adquirir un
terreno en alguno de dichos países, habilitarlo para el asentamiento, establecer en él
un sistema de autoridad, gobernarlo con leyes justas, prestarle ayuda en tiempos de
necesidad, poblarlo gradualmente con gentes preparadas y así crear un hogar para
las multitudes desposeídas.
En conjunto, este Plan podría ser comparado con Una Gran Máquina, instalada en los
barrios marginales más pobres de nuestras grandes ciudades, que dé cabida a los
depravados y desposeídos de toda clase, recibiendo por igual a ladrones, rameras,
mendigos, borrachos y despilfarradores, con la única condición de que estén
dispuestos a trabajar y a respetar la disciplina. Organizar a estos pobres
marginados, reformarlos y crear en ellos los hábitos de la laboriosidad, honestidad y
veracidad; enseñarles métodos que les permitan ganarse el pan de hoy y el que
perdura hasta la Vida Eterna; enviarlos de la Ciudad al Campo y continuar allí el
proceso de su regeneración y luego embarcarlos a las tierras vírgenes que aguardan
su llegada en otros países; mantenerlos bajo control con un gobierno fuerte y, al
mismo tiempo, hacerlos hombres y mujeres libres; y así, tal vez, establecer las
bases de otro Imperio de grandes proporciones futuras. ¿Por qué no?
CAPÍTULO II
Hace unos tres años, mientras viajaba por Canadá y los Estados Unidos, quedé muy
impresionado por la abundancia de alimentos que vi por doquier. ¡Cómo ansíe que
los niños y adultos hambrientos del Este de Londres y de otros centros nuestros de
gentes desposeídas hubiesen podido vivir en medio de esta abundancia! Mas, como
me pareció imposible traerlos hacia ella, resolví íntimamente que intentaría
llevárselas. Señalo agradecido que ya he podido hacerlo en pequeña escala y que
espero lograrlo a una escala aún mayor antes de que transcurra mucho tiempo.
Con esta visión, hace dos años y medio se abrió el primer Centro de Alimentos De
Bajo Costo en East London. Después vinieron otros y ahora tenemos tres
establecimientos; se organiza la apertura de más.
En cada uno de nuestros Centros, los que pueden ser visitados por cualquier persona
que se dé la molestia de hacerlo, existen dos departamentos: uno responsable por
los alimentos y otro por el albergue. Ambos departamentos funcionan de manera
conjunta y atienden a las mismas personas. Muchos acuden a ellos en busca de
alimentos y no de albergue, aunque la mayoría de los que busca albergue también
desea alimentos, los que se venden con la finalidad de cubrir, lo mejor posible, su
costo y los gastos administrativos del establecimiento. En este sentido, nuestros
Centros de Comida difieren de los comedores comunes.
PARA UN NIÑO
PARA UN ADULTO
No tengo duda alguna respecto a que estos Centros de Alimentos de Bajo Costo han
sido y son de gran ayuda para los cientos de hombres, mujeres y niños hambrientos,
a los precios recién mencionados, los que deben estar al alcance de todos, salvo para
aquellos en la pobreza absoluta; no obstante, son los Albergues de Acogida lo que
considero más útil para nuestra empresa, porque si hemos de hacer algo por llegar
hasta quienes utilizan el Centro, debemos dar oportunidades más favorables que las
ofrecidas por el sólo hecho de acudir al Centro para obtener, quizás, sólo un plato de
sopa. Propongo ampliar considerablemente esta parte del Plan.
Suponed que sois un trabajador ocasional en las calles de Londres, sin hogar, sin
amigos, angustiado por la búsqueda diaria un trabajo que no encontráis. Llega la
noche. ¿Dónde podéis acudir? Quizás sólo os quedan algunas monedas de vuestro
pequeño capital. Os horroriza tener que dormir a la intemperie, como también ir a
una hospedería barata, donde, en medio de compañía extraña y enemiga, podríais
perder el poco dinero que os queda. Mientras os encontráis sin saber qué hacer,
alguien os sugiere que acudáis a un Albergue Temporal. Sin duda, no podéis ir al
Albergue Temporal mientras tengáis algo de dinero. Aparecéis por uno de nuestros
Albergues. Al ingresar, pagáis cuatro peniques y podéis quedaros a pasar la noche.
Podéis llegar a cualquier hora, tarde o temprano. La compañía empieza a reunirse a
eso de las cinco de la tarde. En el Albergue para mujeres veréis que muchas llegan
temprano y se sientan a coser, leer o conversar en la sala, escasamente amoblada,
pero cálida y cómoda, desde las primeras horas de la tarde y hasta que llega la hora
de ir a dormir.
Entráis y recibís una gran jarra de café, té o chocolate, y una hogaza de pan. Podéis
ir a la sala de baño para asearos gratuitamente con agua caliente, jabón y toallas.
Después de daros un baño y de comer algo, podéis poneros cómodos. Podéis
escribir cartas a vuestros amigos, si tenéis amigos a quien escribir, o leer o sentaros
tranquilamente y no hacer nada. A las ocho el Albergue está razonablemente lleno y
es entonces cuando comienza lo que consideramos el aspecto fundamental de la
institución. En una gran sala del Albergue masculino se reúnen doscientos o
trescientos hombres, o la misma cantidad de mujeres en el femenino, la mayoría
extraños entre sí. Todos están en la más completa miseria — ¿qué has de hacer con
ellos? Esto es lo que hacemos con ellos.
A veces, estos testimonios son suficientes para conmover al más incrédulo de los
observadores. Tuvimos en uno de nuestros Albergues al capitán de un barco, que se
había sumido en las profundidades de la indigencia por causa del alcohol. Llegó una
noche totalmente desesperado y nuestro personal se hizo cargo de él — y hacerse
cargo no es una simple expresión, ya que al final de las reuniones nuestros oficiales
se acercan a cada asiento y, si ven a alguien que muestre signos de estar afectado
por los discursos o el canto, se sientan inmediatamente a su lado y comienzan a
trabajar con él para la salvación de su alma. Esto significa que ellos pueden llegar a
los hombres y saber exactamente dónde radica la dificultad, cuál es el problema y,
aunque no lleguen más allá, al menos tienen éxito en convencer a esos hombres de
que alguien se preocupa por sus almas y de que harían todo lo que estuviera en sus
manos para ayudarles.
Vemos que, por cuatro peniques por cabeza, podemos ofrecer café y pan para el
desayuno y cena, y una cama improvisada sobre el piso en las cajas de embalaje
que he descrito, en un dormitorio temperado.
Propongo desarrollar estos Albergues hasta ofrecer a cada hombre una gaveta donde
pueda guardar las pequeñas cosas de valor que pudiese poseer. También se les
permitiría el uso de una caldera en la sala de baño, con una estufa de secado, para
que pudiesen lavar sus camisas en la noche y tenerlas secas por la mañana. Sólo
quienes han experimentado en carne propia la dificultad de buscar trabajo en
Londres pueden apreciar las ventajas que representa la oportunidad de lavar así la
camisa — si es que tienen una. En la Plaza Trafalgar, en 1887, hubo pocas cosas
que escandalizaran más al público que la escena de los pobres acampando en ella y
lavando sus ropas en las fuentes temprano por la mañana. Si hablamos con un
hombre que ha estado en la calle por un tiempo prolongado, nos dirá que nada hiere
más su autoestima o que nada es más perjudicial para encontrar un trabajo que la
imposibilidad de tener sus pocas cosas ordenadas y limpias.
En nuestro “Hogar” para hombres pobres, todos podrían al menos asearse y tener
una camisa limpia sobre sus espaldas, de manera sencilla, sin duda, pero no menos
efectiva que si estuviese en uno de los hoteles del Oeste de Londres, y podrían así
asegurar igualmente las necesidades básicas de la vida mientras encuentran algo
mejor. Esta es la primera etapa.
De los resultados prácticos que han arrojado nuestros métodos para trabajar con los
desposeídos que llegan a nuestros albergues tenemos muchos ejemplos
sorprendentes. He aquí unos pocos, cada uno de ellos una trascripción de la
experiencia de un hombre que es ahora miembro activo y útil de la comunidad, la
cual, de no ser por estos Centros, sería hasta el día de hoy su territorio de caza.
Podríamos multiplicar estos registros, aunque los que aquí presentamos son
indicativos de los resultados logrados.
No hay razón para pensar que las influencias que han sido bendecidas por Dios para
la salvación de estos pobres hombres no serán igualmente eficaces si se aplican a
una escala mayor y en un área más amplia. En todos estos casos, ha de notarse que
el simple hecho de dar alimentación no fue lo único que influyó en los resultados: fue
la combinación de alimentación y trabajo personalizado orientado al alma. En
cualquier caso, si no les hubiésemos alimentado, no nos habríamos acercado lo
suficiente a ellos como para influir en sus cora zones. Si sólo les hubiésemos
alimentado, se habrían marchado al día siguiente para reanudar, con más energía, la
vida predatoria y vagabunda que estaban llevando. No obstante, cuando nuestros
Centros de Albergue y Comida los acercaron a nosotros, nuestros funcionarios fueron
literalmente capaces de abrazarlos y de apelar a ellos como a hermanos
descarriados. Les dijimos que sus pecados y tristezas no les excluían del amor del
Padre Eterno, Quien nos había enviado hacia ellos para ayudarles con todo el poder
de nuestra gran Organización, de la Divina autoridad de la cual nunca nos sentimos
tan seguros como cuando salimos en busca de las almas perdidas para salvarlas.
SECCIÓN 2 — TRABAJO PARA LOS DESOCUPADOS — LA FÁBRICA
Podrá señalarse que lo antedicho funciona muy bien para un marginado que tiene
unas monedas en su bolsillo, pero, ¿qué sucede si no las tiene? ¿Qué sucede si nos
encontramos con una multitud hambrienta y desesperada, sin un centavo en los
bolsillos, pidiendo alimentos y techo? Esta objeción es comprensible y ha sido
debidamente considerada desde el principio.
Junto con cada Centro de Albergue y Comida, propongo establecer un Taller o Centro
Laboral, en el que toda persona indigente y hambrienta que se acerque a él obtendrá
un trabajo razonable que le reporte esas pocas monedas que necesita para
alojamiento y comida. Este es uno de los elementos principales del Plan y, en mi
opinión, uno que recomendaría a todos aquellos que están ansiosos por beneficiar a
los pobres permitiéndoles ayudarse a sí mismos sin la desmoralizadora intervención
de una limosna.
Cuartel T emporal—
P LAN DE FUNCIONAMIENTO — A todas las personas que soliciten ayuda se les ubicará en
lo que se denomina la primera clase. Deberán estar dispuestas a realizar cualquier
trabajo que se les asigne. Mientras estén en la primera clase, tendrán derecho a
tres comidas al día y a alojamiento por la noche, y se esperará que a cambio realicen
con buena voluntad el trabajo que se les asigne.
HORAS DE TRABAJO — 7:00 a.m. a 8:30 a.m. horas; 9:00 a.m. a 13:00 p.m. horas;
14:00 p.m. a 17:30 p.m. horas. Las puertas se cerrarán cinco minutos después de
las 7:00, 9:00, 2:00 p.m. horas. Todos recibirán Cupones de Alimentos para los
turnos de comidas. Los Alimentos y el Alojamiento se proporcionarán en la calle
Whitechapel 272.
Nuestra experiencia práctica nos indica que podemos ofrecer el trabajo que permita
a un hombre ganarse sus raciones. Tendremos cuidado de no vender los productos
que allí se fabriquen por menos que e l precio de mercado. Por ejemplo, en lo que
respecta a la leña, hemos preferido ofrecerla por sobre el promedio de mercado y no
bajo él. Según lo señalado, nos oponemos categóricamente a perjudicar a una clase
de trabajadores mientras ayudamos a otra.
hombres ha sido buena; en no más de tres casos se han producido actos explícitos
algunos, que no son pocos, son dedicados y energéticos. Los Capatac es no han
Los Talleres Laborales nos permitirán llevar a cabo nuestros experimentos Contra la
Explotación. Por ejemplo, proponemos comenzar a fabricar cajas de fósforos, para lo
cual debemos procurar ofrecer casi el triple del monto pagado actualmente a las
pobres criaturas hambrientas que realizan este trabajo.
Sin embargo, no habrá obligación religiosa alguna. El hombre que profese amar y
servir a Dios recibirá ayuda debido a ello, y quien no lo haga también recibirá ayuda,
con la esperanza de que, tarde o temprano, agradecido a Dios, hará lo mismo; pero
esto no significará ningún padecimiento para nadie. En el Ejército no hay rostro
santurrón. Hablamos lib remente acerca de la Salvación, porque para nosotros en la
única luz y regocijo de nuestra existencia. Somos felices y queremos que otros
compartan nuestra alegría. Por nuestra experiencia, sabemos que la vida es algo
muy diferente cuando hemos encontrado la paz de Dios y trabajamos junto a Él para
la salvación del mundo, en lugar de afanarnos por realizar una ambición mundana o
acumular ganancias terrenales.
S ECCIÓN 3 – LA REGIMENTACIÓN DE LOS DESOCUPADOS
OFICINA DE EMPLEO
Es evidente que tan pronto se empieza a encontrar trabajo para la fuerza laboral
desempleada de la comunidad, y sin importar lo que se haga en cuanto al registro y
a la convergencia de quienes buscan trabajo y de los que necesitan trabajadores,
siempre queda un gran residuo de desocupados, y será deber de aquellos que
asuman esta problemática el encontrar los medios para asegurarles empleo. Muchas
cosas son posibles cuando existe inteligencia administrativa en los cuarteles y
disciplina en las filas, las que serían totalmente imposibles si cada uno fuese donde
se le antojase, si hubiese diez hombres tras un único puesto de trabajo y si no se
pudiese contar con las personas cuando se las necesita. Una vez que se implemente
mi Plan, habrá en cada centro poblado importante un Capitán de Industria, un Oficial
especialmente a cargo de la regimentación de la fuerza laboral no organizada, quien
estará en permanente alerta, analizando las mejores alternativas para utilizar el
material humano desaprovechado de su distrito. La suposición de que no hay
beneficio en la suma de muchas mentes capacitadas para asegurar la colocación de
un producto que actualmente es una droga en el mercado es contraria a toda
experiencia previa.
No tendremos que buscar mucho para descubrir en cada ciudad y en cada país el
elemento correlativo a nuestros trabajadores desocupados. Por una parte, tenemos
mano de obra desaprovechada y, por la otra, productos excedentes. Me referiré a la
tierra baldía en el siguiente capítulo. Ahora sólo me interesan los productos
excedentes. Tenemos en ellos un medio para emplear de forma inmediata a un gran
número de hombres bajo condiciones que nos permitirán mantener de forma
permanente a muchos de aquellos que nos preocupan ahora.
Propongo establecer en cada gran ciudad lo que yo llamaría “Una Brigada de Rescate
Familiar”, una fuerza civil de recolectores organizados, que recorrería la ciudad
regularmente en rondas designadas, tal como lo hacen los policías, y a quienes se les
encomendará la tarea de recoger los desechos de los hogares que estén en sus
distritos. Esto ya se hace en ciudades pequeñas y pueblos, y se advertirá que la
mayoría de las sugerencias que he planteado en este libro se basan en un principio
central que es devolver a las masas de población, que han crecido en exceso en
nuestras ciudades y que, por lo tanto, están desinformadas, el conocimiento y la
cooperación en cuanto a las mutuas necesidades de todos y cada uno de ellos que
existen en las ciudades pequeñas y en los pueblos. Dichos pueblos son una unidad
manejable, porque sus dimensiones y sus necesidades no han excedido el nivel de
conocimiento y habilidades de quienes los habitan. En las grandes ciudades los
problemas surgen principalmente porque las masas poblacionales han hecho que el
volumen físico de la Sociedad exceda su conocimiento. Es como si de pronto nuestro
cuerpo desarrollara nuevos miembros que no estuviesen conectados por algún
sistema nervioso a la materia gris de su cerebro. Algo así es imposible en el ser
humano, pero desafortunadamente es más que posible en la sociedad humana. En
el cuerpo humano ningún miembro puede sufrir sin que en forma simultánea se
envíe un telegrama, por así decirlo, a la central de la inteligencia; el dedo o el pie
gritan cuando sufren y el cuerpo entero sufre con ellos. Por lo tanto, en una
comunidad pequeña, ricos y pobres son más o menos conscientes de los sufrimientos
de la comunidad toda. En la gran ciudad, donde las gentes han deja do de ser
buenos vecinos, sólo existe una masa congestionada de población establecida en una
determinada área sin lazos humanos que la interconecte. Aquí es perfectamente
posible, y sucede con frecuencia, que personas mueran de hambre a pocos pasos de
otros que hubiesen estado dispuestos a entregar la ayuda necesaria de haber estado
informados acerca de las condiciones de sufrimiento existentes a corta distancia de
sus confortables viviendas. Lo que tenemos que hacer, por lo tanto, es desarrollar
un nuevo sistema nervioso para nuestra nación, crear un rápido y casi automático
medio de comunicación entre la comunidad toda y cada uno de sus miembros, por
insignificante que sea, con el objeto de devolver a la ciudad lo que un pueblo posee.
No estoy diciendo que el plan que sugiero sea el único o el mejor plan concebible. Lo
que afirmo es que es el único plan que puedo concebir como posible en este
momento y que de hecho abarca todo el campo, ya que hasta donde he podido
investigar nadie ha propuesto reconstituir la conexión entre lo que yo he llamado la
materia gris del cerebro de la comunidad municipal y las unidades individuales que
conforman la nación.
Al elaborar esta idea me encuentro con el problema de los desechos de las ciudades,
y lo tomaremos como una señal del funcionamiento del principio general. Los
pueblos producen muy pocos desechos. Con las aguas residuales se riega la tierra y
de esta forma se convierten en una fuente de riqueza, en lugar de ser vaciadas a los
grandes centross subterráneos, para generar gases tóxicos, los que, gracias a un
ingenioso sistema, son luego enviados al centro mismo de nuestros vecindarios,
como sucede en las grandes ciudades. En los pueblos ni siquiera se desperdicia la
comida descompuesta. Quien vive en un pueblo tiene cerdos o aves de corral y, si
no es así, su vecino los tiene, y la recolección de víveres descompuestos se realiza
con la misma regularidad que la entrega del correo. Lo mismo sucede con los trapos
viejos y los huesos, con la chatarra metálica y con el material de desecho de las
viviendas. Cuando yo era un niño, uno de los personajes más familiares en los
pueblos rurales era el hombre que recorría las calles una vez a la semana con su
carretilla de mano o con una carreta tirada por un burro, retirando trastos viejos,
huesos y cualquier material de desecho, comprándolos de sus jóvenes recolectores
no por dinero, sino a cambio de unos dulces llamados “Caramelos” o “masticables”.
Tan pronto oían su familiar bocina, los niños sacaban sus tesoros para negociar de la
mejor forma posible con el mercader ambulante. El resultado de este intercambio
era que la despensa, que en las ciudades de hoy se han convertido en receptáculos
de todo tipo de trastos viejos e inservibles, se mantenían limpios y ordenados.
Ahora quisiera saber ¿por qué no podemos establecer en nuestras grandes ciudades
un comercio de este tipo a una escala proporcional a nuestras vastas necesidades?
Me parece indiscutible que hay mucho que ganar con una recolección de este tipo.
Si lo había en un pequeño pueblo rural del norte o en un villorrio de la región central,
¿por qué no habría de ganarse incluso más en áreas donde hay mayor densidad de
viviendas lujosas y donde tanto ha crecido el derroche que proporcionalmente debe
haber mucho más trastos viejos, superfluos y en desuso y, por lo tanto, más
material que recolectar que en las áreas rurales? Al revisar la basura de Londres, se
me ha ocurrido que en el material de desecho de nuestras viviendas hay suficiente
comida como para alimentar a muchos de los pobres hambrientos y para emplear a
algunos miles de ellos en su recolección, y, además, para apoyar en gran parte
nuestro Plan general.
A las familias se les pediría permiso para instalar un receptáculo en algún lugar
apropiado, en el cual los sirvientes depositarían los alimentos desechados, y también
se les entregaría un saco de algún tipo para desechar papel, ropas, etc.
La recolección podría realizarse una o dos veces por semana, o con mayor frecuencia
según las estaciones o las circunstancias, y se trasladaría a centros ubicados lo más
central posible en los diferentes distritos.
Una vez que organice bien mi Brigada de Rescate Familiar, comenzando, como ya lo
señalé, por algún distrito donde sea más probable encontrar una gran cantidad de
material, nuestros recolectores uniformados harían su recorrido una o dos veces a la
semana con sus carretas. Puesto que estos recolectores se regirían por una estricta
disciplina y estarían perfectamente individualizados, las familias estarían a salvo de
ser importunadas.
Hoy día, el recolector de desechos, que subsiste de manera más o menos precaria
con visitas intermitentes, es mirado con recelo por las prudentes dueñas de casa. En
muchos casos, ellas temen que retire el material desechado para tener la
oportunidad de encontrar algo más valioso que “recoger” y, en caso de que sea
negligente o atrevido, no hay autoridad alguna a quien reclamar. En el caso de
nuestra Brigada, cada distrito estaría a cargo de oficial registrado, el que a su vez
estaría subordinado a un superior a quien se le plantearía cualquier reclamo y cuya
tarea sería asegurar que los oficiales bajo su mando realicen sus rondas y cumplan
con sus deberes sin importunar.
Permítanme negar aquí toda intención de interferir con la labor de las Hermanitas de
los Pobres o con cualquier otra persona que con fines de caridad recolecte desechos
de hoteles u otros establecimientos. No es mi objetivo inmiscuirme en los dominios
de mis vecinos, ni nunca seré parte de alguna disputa contenciosa por el control de
esta o aquella fuente de abastecimiento. Considero que todo lo que ya se realiza en
este campo está fuera de mi ámbito de injerencia. Las tierras vírgenes de los
desperdicios es un área suficientemente amplia para las operaciones de nuestra
Brigada. No obstante, en la práctica se verá que no tenemos competencia. A pesar
de que los desechos de algunos grandes hoteles se recolectan en forma regular, las
cosas antes enumeradas, y muchas más, aún no han sido tocadas porque no se las
busca.
Los alimentos, sin embargo, son sólo uno de los materiales que debiésemos
manejar. Tenemos en nuestra fábrica de Whitechapel un zapatero que recogimos de
la calle en condiciones de indigencia. Se salvó, está contento y repara los zapatos de
sus compañeros. Preveo que ese zapatero es el pionero de todo un ejército de
zapateros que repararán constantemente las botas y zapatos desechados en
Londres. En algunas ciudades de provincia ya existe un gran negocio de renovación
de zapatos viejos. A los hombres así empleados se les llama “traductores”. Como
bien sabemos todos los usuarios, los zapatos no se arruinan por completo de una
vez. A menudo, la suela se gasta por completo, mientras que el cuero de la parte
superior sigue en buenas condiciones, o bien, la parte superior se echa a perder y la
suela todavía sirve. Sin embargo, consideramos inservible un par de zapatos o botas
cuando alguna de sus partes está en mal estado. Mas, démosle a nuestro zapatero y
a su ejército de asistentes un par de miles de botas y zapatos y no cejarán hasta
recuperar unos quinientos pares, que, aun cuando no queden perfectos, serán
mucho mejores que los zapatos que cubren los pies de tantos mendigos, para no
hablar de los miles de niños pobres que asisten a nuestras escuelas públicas en estos
momentos. En algunas ciudades ya se han organizado Fondos de Botas y Zapatos
para entregarle a los niños un calzado que no se moje por dentro en el trayecto de la
casa a la escuela. Al recordar a los 43.000 niños que, según el Consejo Escolar,
asisten a las escuelas de Londres en condiciones de inanición y hambre, ¿no habrá
también unos cuantos miles que podrían usar, y con tantas ventajas, los zapatos
resucitados en nuestra Fábrica de Botas?
Esta es, sin embargo, sólo una rama de la industria. Pensemos en los paraguas
viejos. Todos conocemos al reparador ambulante de paraguas, cuya presencia en las
cercanías de las granjas hace que la dueña de casa se preocupe por sus aves de
corral y se asegure de que el perro guardián ande cerca. No obstante, ese hombre
es prácticamente la única agencia que existe para rescatar los paraguas del montón
de basura. Junto con la Fábrica de Botas tendremos un gran taller de reparación de
paraguas. El armazón de un paraguas servirá para otro, e incluso encontraremos
muchos usos para los que ya no sirvan como tales, aprovechando las partes que
están en buen est ado.
Prosigo. Las botellas son una causa importante de complicación doméstica. Cuando
compramos una botella, pagamos un penique por ella; cuando está vacía, no
recibimos nada a cambio, ni siquiera un cuarto de penique. Tiramos la botella o la
dejamos apilada por ahí. Pero, si todos los días pudiésemos recolectar todas las
botellas vacías de Londres, sería posible recuperar esos peniques lavándolas,
seleccionándolas y dándoles un nuevo uso. Sólo el lavado de botellas viejas
mantendría activas a un buen número de personas.
Puedo imaginar las objeciones que plantearán algunas personas miopes, las que
dirán que con la reutilización de material de segunda mano estaríamos disminuyendo
la demanda por material nuevo y que de esta manera estaríamos reduciendo los
empleos y los salarios en un extremo de la cadena mientras intentamos crearlos en
el otro extremo. Esta objeción me recuerda el comentario de un constructor naval
nórdico quien, al referirse a la deprimida actividad de su industria, decía que lo único
que podría reactivarla sería una fuerte tormenta que enviara un número considerable
de barcos al fondo del mar. El reemplazo de esos barcos naufragados, según el
razonamiento de este economista político, crearía un auge de pedidos para los
astilleros. Esta, sin embargo, no es la mejor forma de crear trabajo. La economía
es un gran aliado para el comercio, pero sólo en la medida que el dinero ahorrado se
gaste en otros productos de la industria.
Veo en las latas vacías de Londres al menos una forma de crear una industria que
hoy se encuentra casi monopolizada por nuestros vecinos. La mayoría de los
juguetes que se venden en Francia el día de Año Nuevo están hechos casi
completamente de las latas de sardinas recolectadas en la capital francesa.
Actualmente, el mercado de la juguetería en Londres dista mucho de estar
sobreabastecido, ya que hay miles de niños que no tienen un buen juguet e con qué
entretenerse. Veo en estas latas vacías un medio de emplear a un gran número de
personas, para transformarlas en juguetes baratos que darán alegría a los hogares
de los más pobres — los pobres para quienes cualquier chelín es importante—, no los
ricos — los ricos siempre pueden conseguir juguetes—, sino para los hijos de los
pobres, que viven en un cuarto y que no tienen otra cosa con qué distraerse que no
sea su propio barrio marginal o la calle. Estos pequeños desolados necesitan
nuestros juguetes, y si los proporcionamos a un costo suficientemente bajo, los
comprarán en cantidades suficientes como para que valga la pena fabricarlos.
Organizaremos una gran tienda de libros usados. Los mejores libros que lleguen a
nuestras manos serán puestos a la venta, no sólo en nuestras bodegas centrales,
sino también en los carretones de nuestros recolectores ambulantes, los que
recorrerán las calles con folletos de mejor calidad que los que reciben los pobres
actualmente. Una vez que hayamos vendido la mayor cantidad posible de libros y
que hayamos donado lo que se necesite a las instituciones públicas, llevaremos lo
que sobre a nuestra gran Fábrica de Papel, a la cual nos referiremos más tarde
cuando hablemos sobre nuestra Colonia Rural.
No se requiere de una imaginación fértil para ver que, una vez que se establezca
dicho sistema regular de visitas casa a casa, éste se desarrollará en todas las
direcciones, y que, trabajando paralelamente con nuestros Talleres Antiexplotación y
con nuestra Colonia Industrial, como debiera ser, este sistema pronto se convertirá
en un medio para contratar reparaciones domésticas, desde ventanas quebradas
hasta calcetines rotos. Si se necesitara un portero para mover un mueble o a una
mujer para la limpieza, o a alguien para lavar vidrios o realizar cualquier otra tarea
menuda, el omnipresente Sirviente de Todos que vino a recoger los desechos recibirá
la solicitud, verbalmente o por escrito, y quienquiera que se necesite aparecerá en el
momento deseado sin que el dueño de casa tenga que incurrir en ninguna
complicación ulterior.
Una palabra en relación con el costo. Existen quinientas mil viviendas en el distrito
Policial Metropolitano. Entregar a cada hogar un cubo y un saco para depositar los
desechos significaría una inversión inicial que no podría ser menor a un penique por
casa. Londres es tan grande y los números con los que tendríamos que lidiar son tan
elevados que este simple aspecto preliminar representaría un costo de veinticinco mil
libras esterlinas. Por cierto, no propongo comenzar con algo a tan gran escala. Ese
monto, que es sólo uno de los muchos gastos incurridos, servirá para ilustrar la
extensión de las operaciones que requerirá la Brigada de Rescate Familiar. Por ende,
la empresa sólo está al alcance de una organización poderosa, que disponga de
capital y que asegure un servicio leal, disciplinado y bien dispuesto.
CAPÍTULO III
Dejo de lado por un momento las diversas características de las operaciones que
serán indispensables pero complementarias a la Colonia Urbana, tales como los
Hogares de Rescate para Mujeres Perdidas, los Refugios para Alcohólicos, los
Hogares para Presidiarios Liberados, la Oficina de Búsqueda de Personas
Desaparecidas y la Oficina de Asistencia Legal, la que con el tiempo se convertirá en
una institución muy valiosa en su calidad de Tribuna de los pobres. Todas estas
instancias para rescatar a los perdidos y ayudar a los pobres, aun cuando son
elementos esenciales de la Colonia Urbana, se tratarán con mayor detalle una vez
que haya explicado la relación que existirá entre la Colonia Urbana y la Rural, y la
forma en que esta última actuará como proveedora de la Colonia de Ultramar.
La tierra es la fuente de todos los alimentos; sólo a través del trabajo puede la tierra
alcanzar su plena productividad. Hay una gran cantidad de tierras sin cultivar en el
mundo, no en Continentes remotos o cerca del Polo Norte, sino aquí, exactamente
ante las puertas de nuestras casas. Por ejemplo, ¿habéis calculado alguna vez las
millas cuadradas de tierra no utilizada que se encuentran a orillas de nuestras vías
férreas? Sin duda, algunos terraplenes están construidos con materiales que
desafiarían las artes agrícolas de un chino o la cuidadosa ganadería de un montañés
suizo; pero ellas son excepciones. Cuando se habla de recuperar la Llanura de
Salisbury o de cultivar los terrenos pantanosos y áridos del frío Norte, pienso en los
cientos de millas cuadradas de tierras baldías que se extienden a los costados de
nuestras vías férreas, las cuales podrían rellenarse, sin ningún costo de transporte,
con las innumerables toneladas de estiércol que produce la Ciudad, y los cultivos que
allí se produzcan podrían transportarse de inmediato al mercado más cercano, sin
otro costo que el cargarlos en camiones adecuados. Estos terraplenes de las vías
férreas constituyen una vasta propiedad, con capacidad para cultivar fruta suficiente
como para producir toda la mermelada que ha salido de la fábrica Crosse & Blackwell
desde su creación. En casi todos los condados de Inglaterra hay granjas
abandonadas y una cantidad aún mayor de granjas que sólo se cultivan a medias, las
que sólo requieren del esfuerzo de una población trabajadora para multiplicar, con el
debido incentivo, por dos, tres o cuatro su producción actual.
Soy consciente de que pocos temas provocan mayor controversia que la posibilidad
de ganarse el sustento con un minifundio. No obstante, los pequeños agricultores
irlandeses lo hacen, y en regiones infinitamente menos aptas para este fin que
nuestros campos de maíz de Essex, y sin ninguna de las ventajas que la civilización y
cooperación ofrecen a un grupo de agricultores inteligentemente dirigidos.
¡Hablemos de tierra que no se considera apta para la agricultura! Visitad los valles
suizos y observad vosotros mismos las precarias terrazas agrícolas, virtualmente
talladas en las montañas de granito, que el pequeño agricultor trabaja para ganarse
el sustento. Sin duda, tiene Los Alpes, donde sus vacas pastan durante el verano,
además de otras ocupaciones que le permiten complementar el escaso rendimiento
de sus huertos emplazados entre los riscos; pero, si el montañés suizo, que habita
en medio de las nieves eternas y a una gran distancia de los mercados, puede vivir
del cultivo de esos suelos pobres en el corto verano de las cumbres alpinas, es
imposible creer que los ingleses, que trabajan tierras fértiles, cercanas a los
mercados, y que gozan de las ventajas de la cooperación, no puedan ganar el pan
diario con su trabajo. La tierra inglesa es amable y, pese a todo lo que se diga en
contra de nuestro clima, éste es, como lo hace notar el Sr. Russell Lowell, buen
conocedor de muchos países y climas, “el mejor del mundo para el trabajador
agrícola”. Comparativamente, en el año calendario inglés hay más días en los que
un hombre puede trabajar al aire libre con una pala y con más comodidades que en
ningún otro país bajo el firmamento. No estoy diciendo que los hombres vayan a
hacer fortunas con el trabajo de la tierra, como tampoco pretendo que algún día,
bajo los grises cielos ingleses, podamos siquiera competir con la productividad de las
granjas de Jersey; pero estoy preparado para rebatir a cualquiera que piense que un
trabajador esforzado no es capaz de asegurarse su ración de alimento, siempre que
se le entregue una pala con la cual cavar y tierra donde hacerlo. Este será
particularmente el caso cuando se cuente con una dirección inteligente y con las
ventajas de la cooperación.
¿No es acaso una suposición razonable? Siempre me parece extraño que los
hombres deban insistir en que primero debe transportarse la mano de obra a miles
de millas de distancia, a un país desolado e inhóspito, para luego ponerla a trabajar
y extraer de la tierra su sustento, en circunstancias que hay cientos de miles de
acres cultivados a medias o sin cultivar en nuestro país. ¿Es razonable pensar que
sólo podéis empezar a ganaros la vida trabajando la tierra cuando ésta se encuentra
a varios miles de millas del mercado más cercano, y a una distancia similar del lugar
donde el agricultor compra sus herramientas y se procura los productos esenciales
que no puede cultivar por sí mismo? Si un hombre puede ocupar sin título legítimo
las praderas de Australia y hacer que su cultivo sea rentable, en circunstancias que
cada grano que produce tiene que transportarse por ferrocarril a lo largo del
continente y luego en barcos a vapor a través del vasto océano, ¿no es posible
igualmente que su trabajo llegue a ser lo suficientemente rentable como para
asegurarse el sustento si se le instala en el mismo suelo, pero a una hora de tren de
los mercados más grandes del mundo?
Puedo estar equivocado, pero cuando viajo al extranjero y veo la lucha desesperada
que libran los pequeños propietarios agrícolas y minifundistas de los distritos
montañosos por un poco de tierra adicional — la sola idea de cultivar esas tierras
haría que nuestros trabajadores agrícolas fruncieran la nariz en mudo desprecio —
no puedo sino pensar que nuestra tierra inglesa tiene capacidad para sustentar a una
cantidad mucho mayor de almas por acre que la que sustenta en la actualidad.
Supongamos, por ejemplo, que Essex repentinamente se desprendiera de nuestro
territorio y que se le remolcase a través del Canal hacia Normandía, o, para no
imaginar milagros, supongamos que una Armada china estuviese a punto de invadir
la Isla de Thanet, tal como lo hicieran los reyes vikingos Hengist y Horsa, ¿dudaría
alguien por un momento que Kent, fértil y cultivado como está, no sería considerado
como el verdadero Jardín de Edén y que nuestros invasores de ojos rasgados harían
todo lo posible por extraer de sus tierras el suficiente alimento para mantener su
vigorosa salud? Sólo sugiero esta posibilidad para aclarar el hecho de que la
dificultad no radica en el suelo ni en el clima, sino en la falta de aplicación de trabajo
suficiente a la tierra de manera verdaderamente científica.
Mi idea actual es obtener una propiedad de quinientos a mil acres, situada a una
distancia razonable de Londres. Sus suelos deberán ser aptos para el desarrollo de
huertos comerciales, y contener algo de arcilla para la fabricación de ladrillos y para
los cultivos que requieren de tierras más densas. En lo posible, deberá emplazarse
cerca de una vía férrea administrada por directores inteligentes y progresistas, como
también tener acceso a aguas marítimas y fluviales. Deberá contar con título de
dominio pleno y estar a una distancia considerable de cualquier ciudad o pueblo. El
motivo de esta última condición es obvio. Debe estar cerca de Londres por
consideraciones de mercado y transporte de los materiales que recopile nuestra
Brigada de Rescate Familiar, pero a una distancia prudente de cualquier pueblo o
ciudad para que la Colonia quede fuera del radio de ingerencia de las tabernas, ese
venenoso árbol upas de nuestra civilización. Una condición sine qua non de la nueva
Colonia Rural es que bajo ningún pretexto se permitirá el consumo de licores
intoxicantes en su interior; los médicos se verán obligados a recetar estimulantes no
alcohólicos a sus residentes. Pero de nada serviría prohibir el alcohol con mano dura
y reglamentos draconianos si los Colonos sólo tuviesen que dar un corto paseo para
encontrarse frente a los “Leones Rojos”, “Dragones Azules” y “Jorges Quintos” que
abundan en cada ciudad del país.
Una vez que haya obtenido la propiedad, procederé a habilitarla para los Colonos.
Esta operación es prácticamente la misma en todos los países: se requiere
abastecerla de agua, provisiones y refugios. En un principio, todo ello se haría en el
estilo más simple posible. Nuestra brigada de pioneros, seleccionados
cuidadosamente de entre los Desempleados competentes de la Colonia Urbana, sería
enviada para planificar las obras y construir las instalaciones para los futuros
colonos. En cuanto a esto, permítanme decir que es un gran error imaginar que
entre la escoria del mercado laboral no se puede conseguir más que a inútiles. Son
inútiles, sí, bajo las actuales circunstancias; expuestos constantemente a las
tentaciones de la intemperancia sin duda lo son, pero algunos de los hombres más
brillantes de Londres, con las manos más diestras y cerebros más inteligentes de la
ciudad, están en este preciso instante revolcándose desesperadamente en el fango
del que nos proponemos rescatarles. No estoy hablando sin conocimiento de causa
en esta materia. Algunos de mis mejores Oficiales fueron, una vez, como ellos.
Existe un infinito potencial de habilidades que yace latente en nuestros Bares y
Tabernas, y si sólo pudiésemos salvarlos verdaderamente, y ni siquiera eso, si tan
sólo pudiésemos insertarlos en un ambiente que les impida ser atraídos nuevamente
a sus antiguos y desastrosos hábitos, podríamos hacer grandes cosas con ellos.
Puedo imaginar muy bie n la sonrisa incrédula que provocará mi propuesta. Se dirá
“¿Cómo? ¿Acaso pensáis que podéis convertir a la escoria de la Gentuza en pioneros
agrícolas?” Examinemos por un momento los ingredientes que componen a esta
llamada “escoria de la Gentuza”. Después de un cuidadoso estudio y de un riguroso
interrogatorio a los Desempleados, a los cuales ya hemos registrado en nuestra
Oficina Laboral, encontramos que al menos el sesenta por ciento son campesinos:
hombres, mujeres, niños y niñas que han abandonado sus casas en los condados
rurales para venir a la ciudad con la esperanza de mejorar sus vidas. En ningún
sentido de la palabra puede catalogárseles como Gentuza. Tampoco representan la
escoria del país, sino más bien sus espíritus más brillantes y denodados, que han
intentado audazmente abrirse camino en esferas nuevas y hostiles, cayendo
terriblemente en la desgracia. De los treinta casos seleccionados al azar en los
diferentes Refugios durante la semana que finalizó el 5 de julio de 1890, veintidós
habían nacidos en el campo; dieciséis eran hombres que habían llegado hacía mucho
tiempo a la ciudad, mas, al parecer, nunca lograron establecerse en un empleo
permanente; y cuatro eran ex militares. De los sesenta casos que se estudiaron en
la Oficina y en los Refugios durante la quincena que finalizó el 2 de agosto, cuarenta
y dos eran campesinos, veintiséis eran hombres que habían vivido en Londres por
períodos que fluctuaban entre seis meses y cuatro años, nueve eran muchachos
menores de dieciocho años que se habían fugado de sus casas y que habían llegado
a vivir a la ciudad, y cuatro eran ex militares. De los ochenta y cinco casos que
correspondían a vagabundos, con los que se habló durante la noche cuando dormían
en las calles, sesenta y tres eran campesinos. En consecuencia, una proporción muy
pequeña de los verdaderos Desempleados sin hogar eran personas que habían
nacido y crecido en Londres.
El tema involucra otro elemento, cuya existencia será una novedad para la mayoría
de la gente: entre los indigentes desvalidos y sin esperanzas hay una enorme
proporción de ex- militares. El Sr. Arnold White, tras pasar muchos meses en las
calles de Londres interrogando a más de cuatro mil hombres, a los cuales encontró
durmiendo a la fría intemperie del invierno como verdaderos animales, tiene la
convicción de que al menos el 20 por ciento de ellos son Reservas del Ejército.
¡Veinte por ciento! Es decir, uno de cada cinco de los hombres con que habremos de
tratar ha estado al servicio de la bandera de Su Majestad la Reina. Esta es la
recompensa que obtienen después de haber entregado la flor de sus vidas al servicio
de la nación. Si bien esto puede deberse en gran medida a su propia conducta
derrochadora y perversa, su situación es un escándalo y una desgrac ia que remece
nuestra conciencia patriótica. Veo en ellos un gran recurso. Un hombre que ha
estado en el Ejército de la Reina es un hombre que ha aprendido a obedecer. Es
además un hombre al que se le ha enseñado en la más severa de las escuelas a ser
hábil y sagaz, a soportar sin chistar la adversidad y a superarla, y a no considerarse
un mártir si se le envía a una misión imposible. A menudo digo: ¡si tan sólo
pudiéramos lograr que los cristianos tuviesen la mitad de la devoción y del sentido
práctico del deber que anima hasta al más humilde de los soldados, cuántos cambios
se producirían en el mundo!
¡Mirad al pobre soldado! Un joven campesino que se mete en problemas con las
autoridades, se fuga de casa y, al final, se encuentra sumido en un abismo cada vez
más profundo, sin ninguna esperanza de empleo, sin amigos que lo aconsejen o
alguien que le tienda una mano para ayudarlo. Como se siente profundamente
desesperado, acepta el penique de la Reina e ingresa a sus filas. Queda bajo el
mando de un sargento despiadado, se le obliga a dormir en unos cuarteles donde se
desconoce la privacidad, y debe mezclarse con hombres mayoritariamente viciosos,
de los cuales sólo elegiría a unos pocos como compañeros. Recibe su ración y, si
bien se le promete que ganará un penique al día, hay tanta burocracia que a menudo
no consigue más que un penique a la semana. Se le entrena, exprime y manda de
aquí para allá como si fuera una máquina, a todo lo cual obedece sin considerar las
penurias de su destino; y aguanta estoicamente por su Reina y su país, esforzándose
al máximo, pobre muchacho, para sentirse orgulloso de su uniforme escarlata; y
cultiva su autoestima, diciéndose que es un defensor de la patria, un héroe de cuyo
coraje y resistencia depende la seguridad del reino británico.
Un buen día, en el otro extremo del mundo, un engreído procónsul decide que es
necesario destruir una máquina asesina que se alza ominosa en sus fronteras, o
aplastar al jefe guerrero que ha hecho una incursión a territorio de una colonia
británica, o sofocar el salvaje estallido de fanatismo musulmán liderado por un Mahdi
en África Central. De un momento a otro, al soldado se le ordena embarcar en un
buque de transporte — en el que atraviesa los mares tormentosos, atemorizado,
mareado y con una desdicha extrema — para luchar contra los enemigos de la Reina
en tierras remotas. A su arribo, se le empuja a tierra para unirse a las tropas;
marcha hacia el frente, cegado por el resplandor del sol tropical, por pantanos
venenosos en los cuales sus camaradas enferman y mueren, hasta que, al final, debe
hacer frente al ataque de decenas de miles de salvajes furiosos. Lejos de todos los
que lo aman o se preocupan por él, con los pies adoloridos y agotado por el viaje,
habiendo comido apenas un mendrugo de pan seco en las últimas veinticuatro horas,
debe mantenerse de pie para matar o morir. A menudo cae ante la lanza o la gruesa
y afilada espada del enemigo que carga. Terminada la batalla, sus camaradas
recogen el cuerpo del desdichado y, cual un bulto, depositan sus pobres huesos en
una fosa poco profunda, y lo dejan allí, olvidado, sin poner siquiera una cruz que
sirva para marcar su tumba solitaria. Quizás es afortunado y sobrevive a la batalla.
Con todo, el soldado padece sin quejarse todas estas dificultades y privaciones, sin
que se le pase por la mente que es un mártir, sin adoptar aires de superioridad por
sus victorias o derrotas; y se repliega sin reclamo alguno a nuestros Refugios y
Fábricas, y sólo pide como bendición del cielo que alguien le dé un trabajo honesto.
Ese es el destino del soldado inglés. Si en nuestras iglesias y capillas hubiese un
sólo individuo que tuviese que padecer y enfrentar para el beneficio de su especie y
la salvación de los hombres lo que cientos de miles de soldados padecen sin
quejarse, considerando que es sólo el trabajo cotidiano que deben realizar para
ganar su ración y su chelín (con retraso), ¿no creéis que podríamos transformar la
faz del mundo? Sí, y radicalmente. Pero descubrimos que una devoción de este tipo
es algo poco frecuente; no, no en Israel.
Espero hacer un excelente uso de estas Reservas del Ejército, entre los que hay
ingenieros, soldados de artillería e infantería; soldados de caballería, que saben qué
es lo que necesita un caballo para mantenerse sano; y hombres del departamento de
transporte, para quienes encontraré suficiente trabajo en la transferencia de las
grandes cantidades de desperdicios londinenses desde los Centros de Acopio de
nuestra ciudad a la lejana Granja. Entre paréntesis, esto no es sino una digresión.
Espero que nuestra Granja sea tan productiva como un gran huerto comercial. En la
Colonia habrá un Superintendente, quien será un hortelano experimentado,
conocedor de los mejores métodos de la pequeña agricultura y de todo lo que la
ciencia y la experiencia indiquen como necesario para el manejo provechoso de la
tierra. Enseguida, habrá una variedad de otras labores en desarrollo
permanentemente, de manera que se puedan dar empleos en función de la
capacidad y habilidad de cada uno de los Colonos. Cuando se requieran edificaciones
agrícolas, serán los Colonos quienes deberán construirlas. Si quieren invernaderos,
ellos mismos deberán erigirlos. Consideremos, por ejemplo, la construcción de casas
campestres. Una vez que el primer destacamento se haya instalado en sus cuarteles
y que, en alguna medida, haya logra do cultivar los campos, surgirá la demanda por
viviendas. Serán los propios Colonos quienes las construyan y quienes fabriquen los
ladrillos para ello. Todos los trabajos de carpintería y ebanistería se harán dentro de
la Colonia y así se creará una dema nda sostenida de trabajo. Luego surgirá la
necesidad de muebles, ropas y muchas otras cosas, cuya fabricación creará más
trabajo para los Colonos.
Con toda seguridad, entre la masa de las personas que nos preocupan habrá un
remanente de enfermos mentalmente y de incapacitados físicos que no podrán
realizar las tareas más arduas. Es preciso encontrar trabajo para ellos, y creo que
un buen campo para sus disminuidas energías es la caza de conejos, la alimentación
de las aves de corral, el cuidado de las abejas; en resumen, todas esas pequeñas
tareas cuya realización es necesaria pero que no compensa la labor de los hombres
en la plenitud de sus capacidades físicas.
Una de las ventaja de la naturaleza cosmopolita del Ejército es que tenemos Oficiales
en casi todos los países del mundo. Cuando este plan se encuentre en estado
avanzado de implementación, se exigirá a los Oficiales de Salvación de todas las
tierras, como una de las obligaciones de su vocación, que mantengan los ojos
abiertos en torno a cada idea útil y a cada invento diseñado para aumentar el
rendimiento del suelo y potenciar la utilización de mano de obra ociosa. Con esto
espero que no quedará ninguna idea en el mundo que nuestro Plan no pueda
aprovechar. Si un Oficial de Suecia puede entregarnos indicaciones prácticas acerca
de cómo se administran en ese país las ollas comunes para pobres; o si un Oficial en
el sur de Francia puede explicarnos cómo los campesinos de ese país pueden criar
aves de corral y producir huevos no sólo para su propio sustento, sino que además
para su exportación masiva a Inglaterra; o si un Sargento en Bélgica comprende a
qué se debe que los criadores de conejos puedan alimentarlos y engordarlos, y
abastecer nuestro mercado con millones de ejemplares, les mandaremos traer y
aprovecharemos sus conocimientos, poniéndoles a trabajar en beneficio de nuestra
gente.
Junto con el establecimiento de esta Colonia Rural debemos crear una gran escuela
de educación técnico-agrícola. Será una Universidad Agrícola para los Trabajadores,
donde se capacitará a las personas para la vida que emprenderán en los nuevos
países que van a colonizar y poseer.
Los hombres ingresan a nuestra Colonia Rural no para hacer fortuna, sino para
aprender un oficio y para dominar las herramientas que les permitirán ganar su
batalla por la vida. Se les entregará un uniforme barato, que rescataremos sin
dificultad de entre la ropa vie ja de Londres. Dudo que tengamos peor suerte que el
horticultor comercial ordinario, por lo que estoy convencido de que obtendremos una
utilidad suficiente para cubrir los gastos de la Colonia, e incluso para generar un
remanente adecuado que nos permita mantener a los menos competentes y, dicho
en buen castellano, también a los buenos para nada que nunca serán capaces de
ganar su sustento.
La monotonía y quietud de la vida campestre, sobre todo en las Colonias, lleva a que
muchos hombres prefieran la existencia más animada, aunque llena de penurias y
privaciones, de las barriadas Urbanas. Pero en nuestra Colonia ellos vivirán cerca los
unos de los otros, y gozarán tanto de las ventajas de la vida campestre como de la
sociabilidad y compañerismo de la vida urbana.
SECCIÓN 2 —LA VILLA INDUSTRIAL
Sin embargo, una vez que hagamos esto, sobrará n cosas que el hombre no puede
consumir, pero que pueden convertirse en alimento por el simple proceso de
pasarlas a través de otro aparato digestivo. El pan añejo de Londres, las cortezas de
pan rancio se pueden aprovechar para alimentar a los caballos que se usarán en la
recolección de desechos. Podrá servir para alimentar a los conejos, cuyas jaulas
estarán muy cerca de las casas de la granja; y las gallinas de la Colonia se deleitarán
con las migas que caen de la mesa de los Ricos. No obstante, después de alimentar
a los caballos, conejos y aves de corral, seguirá quedando material comestible, el
cual será provechoso para alimentar a los voraces y necesarios cerdos. En relación
con el nuevo Plan Social, preveo la creación de un criadero de cerdos que opacará a
todos sus similares de Gran Bretaña e Irlanda. Nos asiste la ventaja de poder
recurrir a la experiencia de todo el mundo en cuanto a selección de razas,
construcción de instalaciones y crianza de porcinos. Gran parte de los alimentos se
conseguirá prácticamente al precio de su recolección y podremos adoptar los más
modernos métodos aplicados en Chicago para la matanza, cura y venta de nuestro
cerdo, jamón y tocino. Hay pocos animales tan útiles como el cerdo: se alimenta de
cualquier cosa, vive en cualquier lugar y prácticamente cada una de sus partículas,
desde la punta de su nariz hasta la punta de la cola, puede transformarse en
productos comerciables. El cerdo es además un gran productor de estiércol y,
después de todo, la agricultura no es sino un asunto de estiércol. Tratemos bien a la
tierra y ella nos devolverá la mano. Con nuestro criadero de cerdos, concebido como
anexo a la Colonia Rural, no nos faltará estiércol.
Junto con el criadero de cerdos se desarrollaría una gran industria de cura de tocino,
la que significaría más trabajo. En cuanto a las salchichas, habría literalmente millas
y millas de producción, y se fabricarían con la mejor carne y no con los ingredientes
dudosos que a menudo se le agregan a esta ración preferida del hombre pobre.
El alimento, sin embargo, no es más que uno de los materiales que recopilará la
Brigada de Rescate Familiar. Las barcazas que flotan río abajo, cargadas hasta el
tope con los desechos de medio millón de hogares, transportarán una cantidad tan
grande de materiales que ni siquiera los cerdos podrán dar cuenta de ellos. Habrá,
por ejemplo, restos de huesos. En la actualidad, es rentable para los especuladores
dirigirse a las praderas de Norte América a recoger los huesos blanqueados por el sol
de los búfalos muertos, que luego se procesan como abono. Es rentable para
nuestros fabricantes traer huesos desde los confines de la tierra con el objeto de
molerlos y usarlos en nuestros campos. Pero los huesos desechados en Londres,
¿quién los recolecta? Veo, cual una visión, miles de barcazas repletas de huesos
navegando por el Támesis en dirección a la gran Fábrica de Huesos. Los mejores
servirán de materia prima para la confección de cachas de cuchillos y botones, y de
un sinnúmero de otros artículos que ofrecerán una gran oportunidad para que
nuestros Colonos aprendan el arte de tallar en las largas tardes de invierno, mientras
que el resto de los huesos se destinará a la Fábrica de Abono. Habrá una demanda
constante por abono de parte de nuestras Colonias y Granjas Cooperativas, donde a
cada hombre se le educará en la gran doctrina de que no existe una buena
agricultura sin abundante abono. Y con los huesos tendremos una fuente de
suministro inagotable.
Entre los materiales que nos lleguen habrá una gran cantidad de materia grasa:
trozos de grasa, cebo y manteca, así como toda la grasa rancia de una gran ciudad.
Para todo ello debemos encontrar un uso. El mejor material se aprovechará como
grasa para carretas; el resto, tras ser hervido y colado adecuadamente, constituirá el
núcleo de la materia prima que permitirá a nuestro Jabón Social ser conocido en
todos los hogares del reino. Después de la Fábrica de Abono, la de Jabón será un
complemento natural de nuestras operaciones.
Respecto de todo esto, es obvio que se creará una demanda constante por cajas de
embalaje, cuerdas, cordeles y cartones de todo tipo; de carros y vehículos; en
síntesis, en el corto plazo deberíamos contar con una comunidad que desarrollaría
prácticamente todos los oficios que se ejercen en Londres, con la excepción de la
distribución de alcohol. Todas estas actividades se llevarían a cabo sobre la base de
principios cooperativos, pero dicha cooperación no iría en beneficio del cooperador
individual, sino en el de la gran masa anónima que hay tras ella.
9. Con respecto a las penas, se aplicarán de las siguientes normas. Tal como se ha
señalado anteriormente, el mantenimiento del orden dependerá principalmente del
espíritu de amor que prevalecerá en toda la comunidad. Pero como no se puede
esperar que este precepto tenga éxito universal, será necesario establecer algunas
penas:—
En el centro de la Colonia se edificará una Escuela Pública Primaria, donde los niños
recibirán educación. Próxima a ella, se emplazará una Escuela Agrícola Industrial, tal
como se explica en un capítulo aparte.
El bienestar religioso de la Colonia estará a cargo del Ejército de Salvación, pero los
Colonos no tendrán obligación de participar en los servicios. El día de reposo se
observará estrictamente; durante ese día no se realizará ningún trabajo prescindible
en la Colonia, pero más allá de la prohibición de trabaja r, los Colonos estarán
autorizados para pasar el domingo como deseen. Si los Colonos no hallan nuestros
Servicios Dominicales lo suficientemente atractivos como para asistir a ellos, será
por culpa exclusiva del Ejército de Salvación.
S ECCIÓN 3— VILLAS AGRÍCOLAS
Junto con la Colonia Rural, sugeriría reflotar el experimento del Sr. E. T. Craig, que
tan bien funcionó en Ralahine. Cuando los miembros de la Colonia estén lo
suficientemente restablecidos y deseen iniciar una nueva vida por cuenta propia, los
agruparé como socios en una Granja Cooperativa, y así veré si el éxito logrado en el
Condado Clare puede repetirse en Essex o Kent. No creo tener en mis manos un
material más desfavorable que el relacionado con los incivilizados irlandeses de la
finca del Coronel Vandeleur, y ciertamente adoptaré las precauciones necesarias
para evitar una desgracia como la que destruyó las posibilidades de éxito original de
Ralahine.
Consideraré que este es uno de los experimentos más importantes de la serie y si,
como anticipo, llegase a funcionar exitosamente, es decir, si pudiese lograr los
resultados de Ralahine a mayor escala, consideraré que el problema del empleo, del
uso de la tierra y de la producción de alimentos para el mundo ha sido
incuestionablemente resuelto, aun si el número de sus habitantes superase muchas
veces el actual.
Sin decir más, será fácil formarse una idea en cuanto a mi propuesta basada en el
ejemplo de Ralahine, cuya historia se relata brevemente al final de esta obra.
CAPÍTULO IV
Viajar allende los mares es hoy día algo muy distinto a lo que solía ser cuando una
travesía a Australia demoraba más de seis meses, cuando los emigrantes eran
hacinados por cientos en barcos a vela y las escenas de pecados y brutalidad
abominables eran los incidentes normales del viaje. El mundo se ha empequeñecido
desde que se descubrió el telégrafo eléctrico y junto con ese empequeñecimiento de
nuestro planeta, gracias a la influencia del vapor y la electricidad, se ha generado un
sentimiento de hermandad y creado una conciencia de comunidad de intereses y
nacionalidad entre la personas de habla inglesa de todo el mundo. Trasladarse de
Devon a Australia no es, en muchos sentidos, lo mismo que cruzar de Devon a
Normandía. En Australia, el Emigrante se encuentra con hombres y mujeres que
comparten sus hábitos e idioma y, de hecho, vive entre connacionales, salvo que
ahora se halla bajo la Cruz del Sur en lugar de las latitudes septentrionales. Con el
abaratamiento del franqueo postal entre Inglaterra y las Colonias, el que espero
pronto llevará al establecimiento del Franqueo Universal de Un Penique entre las
tierras de habla inglesa, tenderá a reducirse aún más la sensación de distancia.
El constante ir y venir de los Colonos hacia y desde Inglaterra hace que sea absurdo
referirse a las Colonias como si fueran tierras extranjeras. Son simplemente
secciones de Gran Bretaña distribuidas alrededor del mundo, lo cual permite a los
británicos tener acceso a las regiones más ricas de la tierra.
Otra objeción que se formulará a este Plan es que los colonos que ya están
instalados en el extranjero verán con infinita alarma la posibilidad de transferir
nuestra mano de obra excedente a sus países. Es fácil comprender la razón de este
prejuicio, pero no hay mucho peligro de oposición al respecto. El trabajador que
lleva la voz cantante en Melbourne se opone a la llegada de nuevos trabajadores a
su mercado laboral por el mismo motivo que el Sindicato de Estibadores rechaza la
presencia de manos nuevas en las puertas de sus muelles, a saber, por temor a que
los recién llegados entren en una competencia desleal con ellos. Pero ninguna
Colonia, ni siquiera Victoria, gobernada por los Sindicalistas y Proteccionistas, podría
racionalmente objetar la llegada de Emigrantes capacitados para colonizar la tierra.
Verían que estos hombres se transformarían en una fuente de riqueza por el sólo
hecho de que, instantáneamente, se convertirían tanto en productores como en
consumidores, y, en lugar de incidir en la reducción de los salarios, tenderían
directamente a mejorar el comercio y, de esta manera, a aumentar las
oportunidades de empleo para los trabajadores que se encuentran actualmente en la
Colonia. La emigración que se ha llevado a cabo hasta ahora se ha desarrollado
sobre principios claramente opuestos a los referidos. Hombres y mujeres han sido
simplemente sembrados a la buena de Dios por las colonias, sin considerar si poseen
o no la capacidad y habilidad para ganarse el sustento y, por consiguiente, se
convierten en una pesadilla para la comunidad, generándole descrédito y gastos
imposibles de sobrellevar. El resultado de esto es que invaden las ciudades y
compiten con los trabajadores de la colonia y, por lo tanto, hacen caer los salarios.
Deberemos evitar este error. No debemos sorprendernos que los australianos y
otros Colonos se opongan a que sus países se conviertan en una especie botadero de
hombres y mujeres completamente desadaptados e inútiles para hacer frente a las
nuevas circunstancias en que se encuentran.
Además, mirándola desde el punto de vista de la clase, ¿tiene tal emigración un valor
perdurable? Estas multitudes no sólo requieren de circunstancias más favorables,
sino de hábitos de trabajo, de honestidad y de autocontrol, que les permitan sacar
provecho de esas mejores condiciones. Lamentablemente, de acuerdo con la
información más confiable de que se dispone, ya existen muchos de las mismas
clases a las que deseamos ayudar en países que supuestamente son un paraíso para
los trabajadores.
¿Qué se puede hacer con una persona cuya primera averiguación al llegar a una
tierra extranjera es la dirección de la taberna más cercana para beber un whisky, y
que desconoce por completo las formas y hábitos de trabajo que son absolutamente
indispensables para ganarse el sustento bajo las difíciles condiciones de vida que
lleva el Emigrante? Una persona así no será capaz de soportar el sacrificio que
demandan esas nuevas circunstancias y, en lugar de sufrir los inconvenientes que
conlleva la vida de un colono, probableme nte se hundirá en la desesperación total o
se irá a vivir a las barriadas de la primera ciudad que encuentre.
Aspiro a adquirir una gran extensión de tierra en un país que reúna las condiciones
para este propósito Inicialmente, hemos pensado en Sudáfrica. Valga la salvedad
de que bajo ninguna circunstancia estamos comprometidos con esa parte del mundo
o con ese país en particular. No hay nada que nos impida instalar asentamientos del
mismo tipo en Canadá, Australia o alguna otra región. Se nos ha sugerido
insistentemente la provincia British Columbia. En realidad, si este Plan tiene el éxito
que anticipamos, la primera Colonia será una precursora de comunidades similares
en otras partes del mundo. Sin embargo, por ahora es África la que nos ofrece las
mejores ventajas. Dispone de grandes extensiones de tierras que cumplen nuestros
requerimientos, lo que nos permitiría alcanzar nuestro propósito sin mayores
dificultades. El clima es saludable. Hay una gran demanda de Mano de Obra y, en
consecuencia, si por alguna razón escaseara el trabajo en la Colonia, habría grandes
oportunidades de conseguir buenos salarios para los colonos en las Empresas
cercanas.
SECCIÓN 1 — LA COLONIA Y LOS COLONOS
El siguiente paso consistirá en obtener por donación, o a otro título, una extensión
de tierra apta para establecer una Colonia, con características que satisfagan sus
necesidades actuales y futuras.
Una vez que se obtenga el título de dominio sobre la tierra, la siguiente tarea será
instalar en ella un asentamiento. Para cumplir este objetivo, mi idea es enviar a un
equipo de personas competentes, con supervisión experimentada, que identifique el
lugar más adecuado para el primer asentamiento, y que edifique las construcciones
necesarias, cerque y parcele la tierra, siembre los primeros cultivos y, finalmente,
almacene suficientes provisiones para el futuro.
Todas las tierras, bosques, minerales y otros parecidos se arrendarían a los Colonos;
los incrementos no devengados y mejoras en la tierra serían retenidos en nombre de
toda la comunidad y utilizados para su beneficio exclusivo, reservándose un cierto
porcentaje para la extensión de sus fronteras y el traslado continuo y creciente de
Colonos desde Inglaterra.
Se adoptarán medidas para albergar a los recién llegados. Habrá Oficiales que
estarán a cargo de recibirlos y orientarlos, y de controlarlos en general. En la
medida de lo posible, ingresarán al mundo laboral sin dilación, y habrá empleos ya
dispuestos para ellos a su arribo. En todo caso, estaremos preparados para
satisfacer sus necesidades mientras así se requiera.
Habrá amigos que los recibirán y se preocuparán de ellos, no sólo en aras del
principio de pérdida y ganancia, sino por motivos de amistad y religión, que los
emigrantes probablemente habrán conocido en su país natal, junto con las
influencias y restricciones sociales y los goces religiosos a los que los Colonos
estarán acostumbrados.
• Se les enseñará los trabajos que puedan reportarles los mejores beneficios.
• Se les habituará a practicar las economías con las que habrán de vivir.
• Se les dará información acerca de los camaradas con los que habrán de
convivir y trabajar.
Muchos Colonos tienen amigos que los ayudarían a solventar el costo del pasaje y
equipo personal.
Los solteros habrán ganado algo en las Colonias Urbana y Rural, lo que les servirá
para costear parte de su pasaje. Con el correr del tiempo, los parientes que estén
cómodamente asentados en la Colonia, ahorrarán dinero y ayudarán a los demás a
costear su viaje. Tenemos a la vista los ejemplos de Australia y Estados Unidos, en
cuanto a que, aplicando el método descrito, esos países han podido absorber a
millones de europeos pobres.
Para no inducir a errores en lo que respecta a esta Colonia de Ultramar, quiero dejar
en claro que las propuestas que formulo aquí son necesariamente tentativas y
experimentales. No hay intención de mi parte de apegarme a ninguna de estas
sugerencias si las mismas, sobre la base de una mayor reflexión y consulta con los
expertos, se pueden mejorar. El Sr. Arnold White, que ya condujo a dos grupos de
Colonos a Sudáfrica, es uno de los pocos en este país que tiene experiencia práctica
en las dificultades reales de la colonización. Gracias a un amigo común, he tenido la
ventaja de intercambiar impresiones con él muy a fondo, y me aventuro a pensar
que no hay nada en este Plan que no sea compatible con el resultado de su
experiencia. En un par de meses esta obra será leída en todo el mundo. Gracias a
ella cosecharé una gran cantidad de sugerencias y espero recibir ofertas de servicio
de muchos Colonos valiosos y experimentados de cada país. En el debido orden de
las cosas, la Colonia de Ultramar es el último eslabón de la cadena. Mucho antes de
que nuestro primer grupo de Colonos esté listo para cruzar el océano, me encontraré
en condiciones de corregir y revisar las propuestas de este capítulo basándome en la
sabiduría y conocimientos prácticos de los expertos de cada una de las Colonias del
Imperio.
S ECCIÓN 2 — EMIGRACIÓN UNIVERSAL
5. Las personas interesadas en emigrar y que deseen ahorrar dinero para tal
propósito podrán depositar sus dineros en el Banco del Ejército por intermediación de
esta Oficina.
6. Se espera que los contratistas del gobierno y otros empleadores de mano de obra
que requieran Colonos de confianza, los solicitarán a esta Oficina, ofreciendo
condiciones favorables en relación con el dinero del pasaje, empleo y otras ventajas.
Pensamos que esta Oficina será especialmente útil para las mujeres y niñas
adolescentes. Debe haber una gran cantidad de ellas en este país que, de cualquier
modo, vive al borde de la inanición y sin mayores expectativas. Ellas serían muy
bien recibidas en el extranjero, habiendo disposición por parte de empleadores y
gobiernos de costearles o ayudarles a costear el viaje si tan sólo ambas partes
recibieran garantías de los beneficios que encierra tal transacción.
Tan extendidas se encuentran las operaciones del Ejército, y tanto multiplicará esta
Oficina sus agencias, que rápidamente podrá hacer pesquisas personales respecto de
ambas partes, para interés mutuo del emigrante y del posible empleador de
cualquier parte del mundo.
S ECCIÓN 3 — EL BARCO DE SALVACIÓN
Nadie que haya cruzado el océano puede dejar de impresionarse con la violencia que
sufren los emigrantes cuando van rumbo a su destino. Infinidad de niñas se han
dado cita con la ruina, producto de las tentaciones que las asedian mientras viajan a
una tierra donde esperaban encontrar un futuro más prometedor.
“Satanás se las ingenia para causar daño incluso por medio de las personas que
están ociosas”, y él debe tener sus manos muy ocupadas a bordo de un barco de
emigrantes. Miremos la cubierta del barco en cualquier momento y en las caras de
las personas allí reunidas veremos reflejado un tedio indescriptible. Los hombres no
tienen nada que hacer y un incidente sin mayor importancia, como la aparición de
una nave en el lejano horizonte, es un suceso que da que hablar a todo el barco. No
veo por qué esto tiene que ser así. Obviamente, si se tuviera que transportar
pasajeros y carga a una corta distancia, y con la mayor premura posible, sería vano
pensar en gastar tiempo o energías para emplear y educar a los pasajeros. Pero el
caso es muy diferente cuando, en lugar de dirigirse a América, el emigrante decide
ir a Sudáfrica o a la remota Australia. En ese caso, incluso con los vapores más
rápidos, deben permanecer durante varias semanas o meses en alta mar. Y, como
consecuencia de esto, adquieren hábitos de ocio, crean malas juntas y, muy a
menudo, se pierde el trabajo moral y religioso de toda una vida.
Para evitar estas consecuencias nefastas, creo que estamos obligados a proveernos
de un barco de nuestra propiedad lo antes posible. Una nave a vela podría ser la
más indicada para esta labor. Dejando de lado el problema del tiempo, el cual será
obviamente muy secundario para nosotros, la construcción de una nave a vela
ofrecería un mayor espacio para acomodar a los emigrantes y hacerles trabajar a
bordo, e implicaría gastos laborales considerablemente menores, además de un
costo inicial muy inferior, incluso si no se nos donara uno, lo cual pienso que sería
muy probable.
Los emigrantes estarán a cargo de los Oficiales del Ejército y en lugar de realizar un
viaje desmoralizante, éste sería instructivo y provechoso. Desde que los colonos
abandonen Londres y hasta que lleguen a su destino, estarán bajo una vigilancia
atenta y permanente, se les podrá educar en los temas específicos que aún no
dominan y someter a influencias que les serán beneficiosas en todo sentido.
Cuando el barco se zangolotee o tambalee, será difícil trabajar; pero incluso en ese
caso, cuando los Colonos se acostumbren a los movimientos del barco y
desaparezcan los mareos, cosa que ocurre a las personas cuando por primera vez se
hacen a la mar, no veo por qué no deberían realizar algún trabajo mucho más
provechoso que bostezar y repantigarse por toda la cubierta, para no mencionar el
hecho de que trabajando reducirían el costo de su viaje. Los marineros, bomberos,
ingenieros y toda la tripulación del navío tienen que trabajar, y no hay ninguna razón
para que nuestros Colonos no lo hagan también.
Para empezar, en un barco hay una gran cantidad del trabajo rutinario que los
Colonos podrían efectuar, como, por ejemplo, preparar y servir los alimentos, limpiar
las cubiertas y acondicionar el barco en general, además de las operaciones de carga
y descarga. Todas estas operaciones podrían hacerse rápidamente bajo la dirección
de supervisores permanentes. Luego, se podría empezar a confeccionar zapatos,
tejidos, ropas; realizar trabajos de sastrería y otras ocupaciones afines. Me parece
que podría usarse máquinas de coser y, de una u otra forma, se podría confeccionar
una cantidad importante de prendas, que podrían venderse en el puerto de destino a
los propios Colonos o a la población local, con ganancias inmediatas al momento de
desembarcar.
Un barco con estas características no sólo sería una perfecta colmena de trabajo,
sino además un templo flotante. El Capitán, los Oficiales y cada uno de los
miembros de la tripulación serían Salvacionistas y, por lo tanto, todos por igual
tendrían el mismo interés en la empresa. Más aún, existen probabilidades de
contratar los servicios de la oficialidad y tripulación del barco por una módica suma,
según las costumbres universales del Ejército, con arreglo a las cuales los hombres
sirven por amor y no por mero negocio. El efecto que producirá nuestro barco en su
lenta travesía hacia el sur, dando testimonio de la realidad de una Salvación para
ambos mundos cada vez llegue a los puertos de recalada, constituiría un nuevo tipo
de trabajo misionero y en todas partes provocaría un gran gesto de calurosa
solidaridad práctica. En la actualidad, la influencia de aquellos que cruzan los mares
en barco no siempre es favorable para fomentar la moral y religión de las
poblaciones que encuentran en sus lugares de destino. Aquí, sin embargo, habría al
menos un barco cuya aparición no daría lugar a desórdenes ni fomentaría el
libertinaje, y desde su espacioso casco emergería un Ejército de hombres que, en
lugar de agolparse en las tabernas y buscar otras indulgencias licenciosas, se
ocuparía de explicar y proclamar la religión del Amor de Dios y la Hermandad de los
Hombres.
CAPÍTULO V
MÁS CRUZADAS
He esbozado brevemente los aspectos principales del Plan tripartito mediante el cual
creo que puede abrirse un camino de salida a la “Inglaterra Oscura”, un camino que
permita a sus desolados habitantes escapar hacia la luz y la libertad de una nueva
vida. Sin embargo, no es suficiente trazar un camino ancho y despejado que
conduzca fuera de las entrañas de esta densa y tupida selva; en muc hos casos, sus
habitantes están tan degradados, tan desesperanzados, tan terriblemente
desesperados que tendremos que hacer algo más que construir caminos. Como lo
dice la parábola, con frecuencia no es suficiente preparar el festín y esperar a los
invitados: debemos salir a las carreteras y caminos para llamarlos y obligarlos a
entrar. Por lo mismo, no es suficiente cuidar de nuestras Colonias Urbana y Rural,
para luego descansar si hemos hecho nuestro trabajo. Ese tipo de cosas no salvará
a los Perdidos.
Al igual que en esos tiempos San Francisco de Asís y la heroica banda de santos de
su Orden estaban dispuestos a acudir y dormir con los leprosos ante las puertas de
la ciudad, las almas devotas que se han enlistado en el Ejército de Salvación erigen
sus cuarteles en el corazón de los peores barrios marginales. Hay cientos de ellos
bajo mis órdenes, mayoritariamente jóvenes mujeres, destacadas en puestos de
avanzada en el corazón de las tierras del Demonio. La mayoría son hijas de familias
pobres, que han conocido la dificultad desde su temprana adolescencia. Otras son
grandes damas por nacimiento y educación, pero no han temido cambiar la
comodidad de sus salas en el Oeste de Londres por el servicio dedicado al más
miserable de los miserables y por una residencia en cuartos pequeños y fétidos con
paredes infestadas de parásitos. Viven la vida del que fue Crucificado por amor a los
hombres y mujeres, por quienes Él vivió y murió. Ellas forman una de las ramas de
actividad del Ejército por la que yo siento la más profunda conmiseración. Están en
el frente; están muy cerca del enemigo.
Para los habitantes de los hogares acomodados que ocupan bancos acolchados en
iglesias elegantes, hay algo extraño y singular en el lenguaje que escuchan leer de la
Biblia, un lenguaje que habitualmente hace referencia al Demonio como si de un
personaje real se tratara, y a la lucha contra el pecado y la impiedad como si se
tratara de una lucha cuerpo a cuerpo con las legiones del Infierno. Para nuestras
pequeñas hermanas que viven en una atmósfera cargada de lenguaje soez, entre
gentes empapadas en licor, en áreas donde el pecado y la impiedad son universales,
todo este lenguaje Bíblico es tan real como lo es la cotización de las acciones del
ferrocarril para el hombre de la Bolsa. Viven en medio del Infierno, y en su guerra
cotidiana contra cientos de demonios les parece increíble que alguien pueda dudar de
la existencia del uno o de la otra.
Las Hermanas de los Barrios Marginales son precisamente lo que indica su nombre:
Hermanas de los Barrios Marginales. Salen en actitud Apostólica, de dos en dos,
viviendo en parejas en el mismo tipo de covachas y cuartuchos que habitan las
gentes del barrio, diferenciándose de aquéllos sólo en cuanto a orden y limpieza y en
los pocos elementos de mobiliario que contienen. Aquí viven durante todo el año,
visitando a los enfermos, cuidando a los niños, enseñando a las mujeres cómo
mantenerse decentemente ellas y sus hogares, asumiendo con frecuencia las tareas
de una madre enferma, cultivando la paz, promoviendo la sobriedad, ofreciendo
consejos temporales y predicando incansablemente la religión de Jesucristo a los
Marginados de la Sociedad.
No quisiera hablar de su trabajo. Me faltan las palabras, y lo que diga no le hará
honor a su empresa. Prefiero citar dos descripciones dadas por Periodistas que han
visto a estas jóvenes realizando su trabajo en terreno. La primera descripción
corresponde a un largo artículo escrito por Julia Hayes Percy para el New York World ,
en el que relata su visita al refugio del Ejército de Salvación en los barrios
marginales de Cherry Hills Alleys, en Whitechapel, Nueva York.
Veinticuatro horas en los barrios marginales — apenas una noche y un día — y, sin
embargo, en ellas se hacinan tales revelaciones de miseria, depravación y
degradación que, una vez presenciadas, la vida cambia para siempre. Alrededor y
por encima de este ruinoso vecindario fluye la marea de una vida activa y próspera.
Hombres y mujeres pasan por encima de él al viajar en los tranvías que circulan por
la Vía Férrea Elevada y el puente, y no le dedican ni el menor pensamiento a su
miseria, ni a los criminales que allí se multiplican, ni a las enfermedades que
engendra su suciedad. Es una inquietante amenaza para la salud pública, tanto
moral como física, y, sin embargo, la multitud no tiene conciencia del peligro, al igual
que no la tiene el campesino que construye su casa y planta viñedos y olivos sobre
los fuegos del Vesubio. Mostramos la misma despreocupación y desconocimiento
cuando cruzamos el puente al caer la tarde.
Nuestro destino inmediato son los Cuarteles del Ejército de Salvación en la calle
Washington, donde encontraremos a las Oficiales de Salvación — dos jóvenes
mujeres que han estado viviendo y realizando un noble trabajo misionero durante
meses en uno de los peores rincones del área más miserable de Nueva York. Sin
e mbargo, las Oficiales no viven bajo la égida del Ejército. La bandera ribeteada de
azul se quita de la vista, los uniformes y bonetes se guardan, y no hay ni tambores
ni panderetas. “El estandarte que las guía es el amor” hacia sus semejantes, entre
los que viven en igual condición de pobreza, sin llevar ropas mejores que los demás,
comiendo pobre y escasamente, y durmiendo en duros camastros o sobre el piso.
Sus vidas están consagradas al servicio de Dios entre los pobres de nuestro planeta.
Una es una mujer en la plenitud de su vigorosa vida; la otra, una muchacha de
dieciocho años. La mayor de estas devotas mujeres nos espera en los cuarteles para
servirnos de guía en el reino del Barrio Marginal. Es alta, delgada y lleva un vestido
burdo de color marrón, remendado con parches. Un gran delantal a cuadros, con
varios cortes artísticos, se anuda a su cintura. Completan su atuendo un raído chal
escocés de lana y un antiquísimo sombrero de paja color marrón. Su vestimenta
delata pobreza extrema y su rostro, una paz perfecta. “Ella es Em”, nos dice la Sra.
Ballington Booth y, tras esta presentación, emprendemos la marcha.
La casa en la que nos encontramos fue antiguamente conocida como una de las
peores del distrito de Cherry Hill. Fue el escenario de algunos crímenes memorables,
entre ellos el del hombre chino que asesinó a su esposa irlandesa, al estilo de “Jack
el Destripador”, en las escaleras que conducen al segundo piso. Se ha producido un
cambio notable en los inquilinos desde que Mattie y Em se mudaron acá, y su suave
influencia también se hace sentir en las casas contiguas. Son casi las ocho cuando
salimos. Cada una de nosotras lleva un puñado de impresos con un texto de las
Escrituras y unas pocas palabras de advertencia para llevar una vida mejor.
“Esto nos da una excusa para entrar a lugares que de otra forma nos estarían
vedados”, explica Em.
Luego de fijar un punto de reunión, nos separamos. Mattie y Liz se alejan en una
dirección y Em y yo en otra. A partir de entonces, nuestro avance parece un
descenso hacia el Tártaro. Em se detiene frente a un salón de aspecto miserable,
empuja la pequeña puerta de vaivén y entramos. Es un cuarto de cielos bajos,
inmundo, velado por el humo, nauseabundo por el olor de cerveza rancia y licor.
Una barra de mala muerte se extiende por un costado; en el extremo opuesto hay
un largo mesón sobre el que descansan comidas indescriptibles y aquí y allá copas
vacías, sombreros destartalados y colillas de cigarrillos. Un grupo de variopintos de
mujeres y hombres se amontonan en el reducido espacio. Em le habla al que parece
más sobrio del grupo. Éste escucha las palabras de Em, los demás se agolpan a su
alrededor. Muchos aceptan el impreso que les alargamos y, gradualmente, a medida
que se apartan para dejarnos pasar, llegamos al fondo del cuartucho. Sigo el rostro
serio, dulce y angelical de Em como a una estrella. Todo sentimiento de temor
desaparece en mí, y me sobrecoge una gran lástima al contemplar los diversos tipos
de miseria.
“Deberíais uniros al Ejército de Salvació n; son las únicas buenas mujeres que se
preocupan por nosotros aquí. No quiero llevar ese tipo de vida; pero debo ir donde
hay luz y calor y limpieza después de trabajar todo el día, y no hay otro lugar así
más que éste”, expresó el hombre.
“Entenderá mi excusa mañana cuando vea cómo vive la gente”, señala Em, mientras
regresamos a su apartamento, el que parece un oasis de paz y pureza en
comparación con el lúgubre desierto por el que hemos caminado. Em y Mattie
preparan un cocido de avena, el que tomamos para sacudirnos el frío y la fatiga. Liz
y yo compartimos un camastro en el cuarto exterior. Estamos a punto de caer
dormidas cuando unos gritos agónicos penetran la noche, seguidos por una voz de
mujer que implora lastimeramente. No es imposible entender sus palabras, pero el
tono encoge el corazón. Proviene de una de esas horribles casas de la calle Water, y
presentimos que se está desarrollando una tragedia. Hay ruidos de golpes y de
cosas que se quiebran, y luego silencio.
Es una costumbre en los barrios marginales mantener las puertas de los edificios
abiertas, lo que es conveniente para los vagos, que se cuelan a los pasillos para
pasar la noche, ahorrándose con ello los pocos centavos que cuesta ocupar un
“espacio” en las hospederías baratas. Em y Mat mantienen el pasillo que conduce a
su apartamento inmaculadamente limpio y por eso se ha convertido en el lugar
favorito de los vagos. Me enteré de ello cuando Mattie cerró y aseguró la puerta, y
luego amarró la llave a la manija. Eso explica o l s pasos, los golpes contra los
paneles de la puerta y las respiraciones entrecortadas que escucho en el pasillo
durante las interminables horas nocturnas.
Todo el día Em y Mat han trabajado arduamente entre sus vecinos, y anteanoche
velaron el sueño de una mujer moribunda. Están exhaustas y duermen
profundamente. Liz y yo despertamos y esperamos la llegada del alba; nos sentimos
demasiado oprimidas por lo que hemos presenciado y escuchado.
En la mañana, Liz y yo echamos un vistazo hacia las casas del fondo, desde donde
provinieron los espantosos gritos durante la noche. No hay señales de vida, pero
descubrimos mugre suficiente como para cultivar difteria y tifoidea en escala
industrial. Bajo nuestra ventana hay varios centímetros de aguas estancadas, en las
que flotan zapatos viejos, hojas de repollo, basura, madera podrida, huesos, harapos
y desechos, y unas cuantas ratas muertas. Entendemos ahora por qué Em mantiene
al cuarto lleno de desinfectantes. Ella nos dice que no se atreve a hacer una
denuncia ante las autoridades sanitarias, ya sea por cuenta propia o en nombre de
otros vecinos, por temor a crear antagonismos con las gentes, para quienes tales
funcionarios son sus enemigos naturales.
Nuestra primera visita nos obliga a subir varios pisos de escalones pequeños y
excéntricos en una escalera inestable que va desembocando en pasillos tortuosos. El
piso está lleno de agujeros. La escalera ha sido apuntalada aquí y allá, pero se ve
peligrosa y se cimbra bajo nuestros pies. En el rellano, un bulto sucio y harapiento
abre una puerta baja; desde dentro nos llega la voz ronca de una mujer invitándonos
a entrar. Tiene La grippe. Debemos mantenernos muy juntas porque el cuarto es
pequeño y en él ya hay tres mujeres, un hombre, un bebé, una cama, una cocina y
una cantidad indescriptible de suciedad. El aire está viciado. A todas luces, el
hombre está muriendo. Siete semanas atrás “se agripó”. Actualmente está en la
fase terminal de una neumonía. Em ha intentado convencerle de que vaya al
hospital, pero él con voz ahogada expresa su deseo de “morir en la comodidad de mi
propia cama”. ¡Comodidad! La “cama” es una armazón tapada con trapos viejos.
Sábanas, fundas y ropa de noche no son parte de la moda de los barrios marginales.
Una mujer yace dormida sobre el sucio piso con su cabeza bajo una mesa. Otra, que
se ha turnado durante la noche con la mujer del moribundo para cuidarlo, está
terminando su comida matutina, en la que destacan ostras asadas en su concha.
Una niña, que parece no haber conocido nunca el agua y el jabón, gatea por el
cuarto y tropieza con la mujer que duerme en el piso. Em le da algo de mazamorra,
y descubre que su nombre es “Christine”.
En un cuarto con una minúscula ventana, yace una mujer agónica por la tisis;
consumida, macilenta y sufriente, acostada sobre trapos viejos e infestada de
parásitos. Su pequeño hijo, un niño de ocho años, se acurruca a su lado. Sus
mejillas están arreboladas; sus ojos, febriles; y tiene una fea tos.
“Seis camas se alinean una junto a la otra en un cuarto; otro cuarto está vacío.
Hace tres días, una mujer murió en este lugar y su cuerpo recién ha sido retirado.
La presencia de la muerte no ha inquietado al resto de los ocupantes. Una mujer
yace sobre una cama destartalada, los resortes y pilares del dosel proyectados en
todas direcciones entre las frazadas harapientas sobre las que descansa.
“Cedió con mi peso y se quebró durante la noche”, explica. Una mujer está enferma
y desea que Liz diga una plegaria. Nos arrodillamos en el inmundo piso. Pronto
todas mis facultades se concentran en especular qué llegará primero: el “Amén” o el
chinche que se arrastra hacia mí. Esta vez, el insecto no alcanza a llegar, y me
complazco aplastándolo bajo mi zapato de los Barrios Marginales cuando terminamos
de orar.
El Continente Oscuro no puede exhibir mayores simas de degradación que las que
encarnan los habitantes de los oscuros callejones de Cherry Hill. No hay vicio que no
esté presente en este distrito. Cada uno de los pecados del Decálogo florece en ese
alimentador de penitenciarías y prisiones. Y al igual que su hedor moral penetra en
nuestra vida social y envenena sus arterias, la suciedad portadora de malaria que
inunda la localidad propagará tarde o temprano la enfermedad y la muerte.
Una visión atroz, verdaderamente, pero una que para mí está alumbrada por la luz
del amor que brilla en los ojos del rostro “serio, dulce y angelical de Em”.
He aquí la segunda. Fue escrita por un Periodista que recién había presenciado la
escena de Whitechapel. Nos relata:—
Recién había pasado por la iglesia del Sr. Barnett cuando me detuvo un pequeño
grupo de gente en la esquina. Eran unos treinta o cuarenta hombres, mujeres y
niños que andaban más o menos juntos, y otros que estaban enfrente, cerca de la
puerta de una taberna. En el centro había una muchacha pequeña y sencilla que
vestía el uniforme del Ejército de Salvación, con los ojos cerrados, orando “¡Oh, Dios,
bendice a estas queridas gentes y sálvalas, sálvalas ahora!” Llevado por la
curiosidad, me abrí paso por el círculo exterior de la gente y al hacerlo noté a una
mujer de otra clase, también invocando a los Cielos, pero de una manera totalmente
distinta. Dos vagos inmundos fumaban sus pipas y escuchaban impertérritos la
reprimenda que les lanzaba la mujer. Por alguna razón la habían ofendido y ella les
estaba increpando. Se mantuvieron estólidamente callados mientras la mujer los
subía y bajaba. Había sido bien parecida una vez, pero ahora estaba terriblemente
embotada por el licor y acalorada por la pasión. Escuché ambas voces al mismo
tiempo. ¡Qué contraste! La plegaria había terminado, y ahora la muchacha se
dirigía implorante y ardorosa a su público.
“Estáis equivocados”, dijo la voz en el centro; “sabéis bien que lo estáis; toda esta
miseria y pobreza lo prueban. Sois todos vosotros unos derrochadores. Os habéis
alejado de la casa del Padre, y os rebeláis contra Él diariamente. ¿Podéis
sorprenderos de que tanta hambre y opresión e infelicidad se cierna sobre vosotros?
A pesar de todo, el Padre os ama. Desea que volváis a Él; que deis a l espalda a
vuestros pecados; que abandonéis vuestras malas acciones; que abandonéis el licor
y el servicio del demonio. Él ofreció a su Hijo Jesucristo para que muriera por
vosotros. Desea salvaros. Venid a sus pies. Os espera con los brazos abiertos. Sé
que el demonio se ha apoderado de vosotros; pero Jesús os otorgará la gracia para
que podáis derrotarlo. Os ayudará a superar vuestros perversos hábitos y vuestro
amor por el alcohol. Pero venid a Él ahora. Dios es amor. Él me ama. Él os ama a
vosotros. Nos ama a todos. Desea salvarnos a todos.”
La voz clara y fuerte, elocuente con el fervor del sentimiento intenso, retumbó entre
la multitud, más allá de la cual la marea de la vida del Este de Londres seguía su
incesante movimiento. Al mismo tiempo que escuchaba esta voz pura y apasionada
invocando el amor de Dios y la fidelidad al hombre, me llegó otra, más lejana, que
decía: “¡Vos, ——— malandrín! Os voy a cortar los genitales. No os aguanto
vuestro ——— descaro. ——— vuestros ——— ojos, ¿qué me queréis decir? Sabéis
bien lo que habéis hecho, y ahora os vais al Ejército de Salvación. Les haré saber lo
que sois, inmundo desgraciado.” El hombre movió su pipa. “¿Cuál es vuestro
problema?” “¿Problema?”, grito como furia la mujer. “——— vuestra vida, ¿no
sabéis cuál es el problema? Ya os lo digo yo, ——— infeliz. ¡Por Dios! Que os lo
diré de seguro. ¿Problema?, ya sabéis cuál es el problema”. Y así siguió, los
hombres parados en silencio, fumando, hasta que ella decidió marcharse, escupiendo
insultos, a la taberna. Parecía como si la presencia, el espíritu, las palabras de la
Oficial, que siguió pronunciando su mensaje de piedad, hubiesen tenido un extraño
efecto sobre ellos, que hacía a estos pobres infelices insensibles a los hirientes,
a margos sarcasmos de la mujer enfurecida.
Para formarse una idea de la inmensa cantidad de bondad, temporal y espiritual, que
realizan las Hermanas de los Barrios Marginales, necesitamos seguirlas a las perreras
en que viven, predicando el Evangelio con el trapero y la escoba en las manos,
alejando al demonio con agua y jabón. En uno de nuestros puestos en los Barrios
Marginales, donde los cuartos de las Oficiales se hallaban en el primer piso, vivían
unas catorce otras familias en el mismo edificio. Un pequeño WC en el patio trasero
era compartido por todos los inquilinos. En cuanto a la suciedad, una Oficial escribe:
“Es imposible fregar los Hogares; algunos están así de inmundos. Cuando encienden
un fuego, dejan que las cenizas se acumulen por días y días. La mesa rara vez se
limpia debidamente, por no decir jamás; los platos y tazas sucias encima, junto con
restos de pan; y si han comido arenque, las espinas y cabezas quedan tiradas sobre
ella. A veces encontramos pedazos de cebolla mezclados con los restos. Los pisos
están en peores condiciones que los pavimentos de las calles y, cuando se supone
que deben limpiarlos, apenas si usan medio litro de agua sucia. Cuando lavan, lo
que es casi nunca, porque el lavado les parece trabajo inútil, lo hacen en uno o dos
litros de agua, y a veces hierven las ropas en la misma vieja cacerola donde cocinan
sus alimentos. Lo hacen así simplemente porque no cuentan con un recipiente
grande donde lavar. Los insectos caen del techo y paredes mientras uno se
encuentra en el cuarto. Algunas paredes están cubiertas con las marcas que han
dejado al ser aplastados. En el verano, mucha gente permanece sentada en las
puertas durante toda la noche; la razón de ello es que sus cuartos son tan
agobiantes por el calor y tan insoportables por los parásitos que prefieren
permanecer fuera, al fresco de la noche. Pero como no pueden permanecer
demasiado tiempo en ningún lugar sin beber, mandan pedir cerveza a la taberna del
barrio — ¡la que nunca está demasiado lejos! — y se la pasan de puerta en puerta.
El resultado son cantos, gritos y riñas hasta las tres o cuatro de la mañana”.
Podría llenar volúmenes y volúmenes con estas historias de la guerra contra los
parásitos, que es parte de esta campaña en los barrios marginales, pero el tema es
demasiado desagradable para quienes sienten a menudo indiferencia ante las
agonías que sufren sus semejantes, en la medida que sus delicados oídos no se vean
horrorizados ante la mención de tan doloroso tema. A continuación ofrezco un
ejemplo del tipo de región en la que viven las Hermanas de los Barrios Marginales:
—
“En una calle aparentemente respetable, cerca de la calle Oxford, las Oficiales hacían
una visita cuando vieron una oscura escalera que conducía a un sótano y, pensando
que era posible que alguien estuviese allí, intentaron bajar. Pero la escalera estaba
tan oscura que lo creyeron imposible. Igualmente, intentaron de nuevo y dando
traspiés descendieron en la oscuridad por unos minutos, hasta que finalmente
encontraron una puerta e ingresaron a un cuarto. Al principio, no podían ver nada
debido a la oscuridad. Una vez que sus ojos se acostumbraron, pudieron apreciar
que se trataba un cuartito inmundo. No había fuego en el hogar, pero sí un montón
de cenizas, acumuladas por espacio de varias semanas. En uno de los extremos
había un viejo saco de trapos y huesos parcialmente desparramados por el piso, del
que emanaba un olor muy desagradable. En el otro extremo yacía un anciano muy
enfermo. La suerte de cama en la que yacía estaba inmunda y no tenía ni frazadas
ni sábanas. Se cubría nada más que con trapos viejos. Su pobre mujer, que lo
cuidaba, parecía desconocer completamente el agua y el jabón. Las Hermanas de
los Barrios Marginales atendieron a los ancianos, y en una ocasión decidieron
hacerles el lavado, llevando las ropas hasta su propia casa para tal propósito, pero
estaban tan infestadas de bichos que no supieron cómo lavarlas. La casera, que
casualmente las vio, les prohibió volver a traer ese tipo de cosas. El anciano, cuando
estuvo lo suficientemente repuesto, se dedicó a su oficio, que era el de sastrería.
Recibían dos chelines y seis peniques semanales de la parroquia”.
Han pasado casi cuatro años desde que se inició el Trabajo en los Barrios Marginales
de Londres. Las principales tareas de nuestros Oficiales son visitar a los enfermos,
limpiar los hogares de los vecinos y alimentar a los hambrientos. Los siguientes son
algunos de los casos que dan cuenta de las personas que se han beneficiado
temporalmente, y también espiritualmente, de nuestro quehacer: —
Sra. R.— Barriada Drury Lane. Marido y mujer, alcohólicos; marido muy holgazán,
solo trabaja cuando el hambre lo obliga. Los encontramos a ambos cesantes, sin
mobiliario en su hogar, en deuda. Ella fue salvada, y nuestras jóvenes oraron por
que él consiguiera trabajo. Lo consiguió y se dedicó a él. reincidió nuevamente unas
pocas semanas más tarde, y le dio una paliza a su mujer. Ella buscó empleo en
servicio doméstico y limpieza de oficinas, consiguiéndolo; ha trabajado regularmente
desde entonces. El también consiguió un trabajo y ahora es totalmente abstemio. El
hogar luce confortable ahora, y están ahorrando dinero en el banco.
Sargento R.— Del Barrio Marginal Marylebone. Solía beber, vivía en un lugar
miserable en la famosa calle Charles. Cuando recibió salvación, tenía dos trabajos;
en uno ganaba 5 chelines por semana y en el otro, 10 chelines. Este era un salario
de hambre, con el que debía mantener a su mujer, cuatro hijos y a sí mismo. El
trabajo de 10 chelines a la semana consistía en entregar licor para un mercader de
bebidas alcohólicas; sintiéndose condenado por ello, renunció y estuvo semanas sin
trabajo. Los agentes iniciaron su quehacer, pero el Señor lo rescató justo a tiempo.
El empleador de los 5 chelines a la semana lo recontrató por 18 chelines, y ahora
gana 22 chelines y se ha mudado del apartamento en los Barrios Marginales a un
hogar mejor.
H.— Barrio Marginal Nine Elms. Recibió salvación el lunes de Semana Santa, sin
trabajo por varias semanas con anterioridad; es un obrero, parece muy tenaz, en
terrible estado de angustia. Damos a su mujer 2 chelines y 6 peniques semanales
por limpiar la sala (para ayudarlos). Además, ella gana otros 2 chelines y 6 peniques
por cuidar enfermos, y con ese dinero, el marido, la mujer y un par de niños pagan
la renta de 2 chelines semanales y se las arreglan para vivir. He tratado de
conseguir un trabajo para este hombre, sin éxito.
Emma Y.— Es ahora soldado en el puesto del Barrio Marginal Marylebone; cuando
abrimos en Boro’, era una rebelde muchacha de los Barrios Marginales; se la veía
generalmente en las calles, vestida miserablemente, con la camisa arremangada,
ociosa, sólo trabajaba ocasionalmente; fue salvada hace dos años, sufrió una terrible
persecución en su hogar. Le encontramos un empleo; lo ha mantenido por casi
dieciocho meses y es ahora una buena sirvienta.
Frank, de la hospedería— A los veintiuno entró en posesión de £750, pero los perdió
en licor y juego en seis u ocho meses, y por más de siete años transitó entre
Portsmouth y el sur de Inglaterra y Gales de una hospedería a otra, con frecuencia
hambriento y bebiendo cuando podía conseguir algo de dinero; derrochador, ocioso,
ningún interés por el trabajo. Lo encontramos en una hospedería seis meses atrás,
viviendo con una muchacha caída; los salvamos a ambos y los casamos; cinco
semanas más tarde consiguió trabajo de carpintero por 30 chelines semanales.
Ahora tiene hogar propio, y promete mucho como futuro Oficial.
Dice: —
Me siento absolutamente satisfecho de que muy pocos en las clases más bajas de la
Sociedad se muestren reacios a trabajar si pueden conseguir un empleo. La
miserable y hambreada existencia que muchos de ellos deben vivir, los descorazona
y hace que la vida con ellos sea un festín o una hambruna, y lleva a los que tienen
suficiente inteligencia al crimen.
2do. Un gran respeto por la verdadera religión, y particularmente por la del Ejército
de Salvación.
3ero. Se está realizando una cantidad mucho mayor de trabajo ahora que antes de
que llegáramos.
5to. El trabajo de en los Albergues nos parece una ramificación del trabajo en los
Barrios Marginales.
Existe, por cierto, un único remedio verdadero para este estado de cosas, y ese
remedio es alejar a la gente de las miserables covachas en las que enferman, y
mueren, con menos comodidad y consideración que el ganado en los establos y
pocilgas de más de un Caballero hacendado. Esta es positivamente nuestra
ambición suprema, pero con respecto a la aflicción actual algo podría hacerse en la
línea de asistencia a nivel de distritos, que sólo se halla en un estado de operación
muy imperfecto.
He pensado que si sólo pudiese habilitarse un pequeño Vagón, tirado por un pony,
con lo que normalmente se requiere para atender a los enfermos y moribundos, y se
le hiciese circular por estas viviendas de desolación con un par de enfermeras
entrenadas, podría prestarse un enorme servicio a un costo razonable. Las
enfermeras podrían contar con unos pocos instrumentos, que les permitiese sacar
una muela o curar un absceso, y lo mínimo necesario para realizar operaciones
quirúrgicas sencillas. Podrían fácilmente llevar una pequeña cocinilla de aceite, que
permitiese calentar agua para una cataplasma o paños calientes o un lavado con
jabón y otras necesidades clínicas.
La necesidad de este tipo de servicio sólo podrán apreciarla aquellos que conocen la
falta que hacen estos elementos básicos para atender las aflicciones mínimas de las
enfermedades que prevalecen en estas viviendas de miseria. Podría sugerirse: ¿por
qué la gente, cuando está enferma, no acude a los hospitales? A lo que simplemente
respondemos que no lo harán. Se aferran a sus pequeños cuartos y a la compañía
de los miembros de sus pro pias familias, por brutales que sean, y prefieren quedarse
y sufrir, y morir rodeados por la suciedad y la pobreza en sus propias madrigueras
que acudir a la gran casa, que a ellos les parece muy similar a una prisión.
El sufrimiento de los pobres ocupantes de los Barrios Marginales que hemos descrito,
cuando están enfermos e incapacitados para ayudarse a sí mismos, convierte la
organización de un sistema de atención domiciliaria en un deber cristiano. He aquí
unos pocos casos, elegidos casi al azar de entre los informes entregados por
nuestras Hermanas de los Barrios Marginales, que demuestran el valor de la agencia
descrita precedentemente:—
Con frecuencia, muchos de los que están enfermos tienen un único cuarto y, a
menudo, varios niños. Los Oficiales detectaron varios casos en los que los enfermos,
sin nadie que los cuidase, debían yacer por horas sin alimento ni atención de ningún
tipo. A veces, los vecinos les llevan una taza de té. Es realmente un misterio cómo
viven.
Una pobre mujer de Drury Lane estaba paralizada. No tenía quien la cuidase; yacía
en el piso, sobre un saco relleno, sin más que un viejo pedazo de paño para cubrirla.
Aunque era invierno, rara vez contaba con qué hacer fuego. No tenía nada que
ponerse y muy poco que comer.
Otra pobre mujer, que estaba muy enferma, recibía de su hija un poco de dinero
para pagar la renta y alimentarse; pero, con frecuencia, no tenía la energía para
encender un fuego o para prepararse alimento. Se había separado de su marido
debido a la crueldad de éste. Muchas veces yacía por horas sin un alma que la
visitara o la ayudara.
El Ayudante McClellan encontró a un hombre sobre un colchón de paja, en muy mal
estado. El cuarto estaba inmundo; el hedor provocó náuseas al Oficial. El hombre
llevaba allí varios días sin recibir asistencia de nadie. A su lado había una taza de
agua. Los Oficiales vomitaron a causa los terribles hedores del lugar.
En Marylebone, los Oficiales visitaron a una pobre anciana que estaba muy enferma.
Vivía en el sótano de una cocina interior, en el que rara vez entraba un rayo de luz y
nunca uno de sol. Su cama estaba armada sobre unas cajas de huevo. No tenía a
nadie que la cuidase, salvo su hija alcohólica, quien, a menudo, cuando estaba ebria,
solía darle una brutal paliza a la pobre anciana. Con frecuencia, los Oficiales
encontraron que hasta mediodía no había ingerido ningún alimento, ni siquiera una
taza de té. El único mobiliario en el cuarto era una pequeña mesa, un antiguo
biombo y una caja. Las sabandijas parecían incontables.
Una pobre mujer enfermó gravemente pero, como sus hijos eran pequeños, sintió
que debía levantarse y lavarlos. Mientras lavaba al bebé, cayó y fue incapaz de
moverse. Afortunadamente, una vecina apareció al poco rato a preguntarle algo y la
vio tirada allí. Salió corriendo inmediatamente a buscar a otra vecina. Pensando
que la pobre mujer estaba muerta, la metieron en la cama y mandaron buscar un
médico. Éste diagnosticó tisis y recetó alimentación y reposo, lo que la pobre mujer
no podía hacer debido a sus hijos. Se levantó unas pocas horas después y, mientras
bajaba la escalera, cayó nuevamente. La vecina la recogió y la puso de vuelta en su
cama, donde permaneció postrada por largo tiempo. Los Oficiales se hicieron cargo
del caso, la alimentaron y cuidaron, limpiaron su cuarto y en general se preocuparon
de ella.
En otro barrio marginal osc uro, los Oficiales encontraron a una pobre anciana en el
sótano de una cocina interior. Tenía algún tipo de enfermedad. Cuando tocaron a su
puerta, ella estaba aterrorizada de pensar que podía ser el casero. El cuarto estaba
inmundo, nunca lo habían limpiado. Tenía una lámpara de parafina, que llenaba el
cuarto de humo. A veces, la anciana era totalmente incapaz de hacer nada por sí
misma. Los Oficiales la cuidaron.
SECCIÓN 3 — REHABILITACIÓN DE NUESTROS CRIMINALES — LA BRIGADA DE LAS
PRISIONES
Otrora, cuando un hombre era enviado a prisión, la cárcel no estaba muy distante de
su hogar. Cuando salía de ella, el hombre por lo menos estaba cerca de sus
antiguos amigos y conocidos, los que podían acogerle y ofrecerle ayuda para iniciar
una nueva vida. Pero, ¿qué ha sucedido a causa del deseo del Gobierno de eliminar
cuantas cárceles locales sea posible? A los presidiarios, una vez que son
condenados, se los envía por tren a lejanas cárceles centrales y al salir de ellas se
encuentran malditos con la marca del presidiario, lejos de casa, sin reputación y sin
nadie en quien apoyarse para obtener consejo o ayuda. No son entonces
sorprendentes los informes que indican que la vagancia ha aumentado
considerablemente en las grandes ciudades, engrosada por los presidiarios liberados,
que, por falta de otros recursos, se dedican a mendigar.
1. Para esta clase, proponemos crear Hogares lo más cercanos que sea posible a las
diversas cárceles. Ya hemos conseguido uno para hombres en King’s Cross, el que
recibirá ocupantes tan pronto como quede habilitado. Deberá seguirlo
inmediatamente uno para mujeres. Se requerirán otros en las diversas zonas de la
Metrópolis, contiguos a cada una de las grandes prisiones. Conectados a estos
Hogares habrá talleres en los que pueda darse a los internos trabajo regular hasta
que se les consiga empleo en otra parte. Porque esta clase también debe trabajar,
no sólo como una forma de disciplina, sino como medio para asegurar su
autosustento.
3. Buscaríamos que se nos diese acceso a las prisiones con el objeto de evaluar a
aquellos presidiarios que más pudiesen beneficiarse de nuestro plan a su liberación.
Creemos que este privilegio nos sería otorgado por las autoridades penitenciarias
una vez que ellas estén familiarizadas con la naturaleza de nuestro trabajo y con los
notables resultados que nos ha reportado. El derecho de ingresar a las cárceles ha
sido ya concedido a nuestra gente en Australia, donde tienen libre acceso y
comunicación con los internos mientras ellos cumplen sus condenas. Las
autoridades penitenciarias recomiendan a los presidiarios que se nos acerquen, y
también entregan información a nuestra gente respecto de la fecha y hora fijada
para su liberación, de manera que puedan estar aguardándolos.
4. Proponemos aguardar a los criminales a las puertas de la prisión con una oferta
de admisión inmediata a nuestros Centros de Albergue. Por regla general, los
aguardan amigos y antiguos socios, los que normalmente pertenecen a su misma
clase. De cualquier forma, constituiría una excepción a la regla si no creyeran todos
ellos en el poder reconfortante y animador de la bebida intoxicante. Por ello, la
taberna es su destino inmediato, donde a menudo se crean planes para seguir
delinquiendo sin demora, con el resultado de que antes de unas pocas semanas el
convicto liberado se ve devuelto a la prisión de la que recién salió. Habiendo
adquirido durante el encarcelamiento la costumbre de la sumisión implícita a la
voluntad de otro, el recientemente liberado convicto cae fácilmente bajo la influencia
de quienquiera que lo encuentre primero. Ahora bien, para adelantarnos a esos
antiguos compañeros, proponemos acoger bajo nuestra protección al presidiario y
abrir para él una puerta de esperanza en el mismísimo instante en que cruce el
umbral de la prisión, asegurándole que si está dispuesto a trabajar y a obedecer
nuestras reglas de disciplina, nunca más se verá obligado a conocer la necesidad.
Con respecto a los resultados podemos hablar con optimismo, porque los éxitos
logrados han sido notables a pesar de que nuestras operaciones se han visto
limitadas hasta ahora, excepto por un corto período unos tres años atrás, y no han
tenido el respaldo de los importantes accesorios descritos anteriormente. Los
siguientes son ejemplos susceptibles de multip licarse:—
A J.W. lo esperaba a las puertas de la prisión el Capitán del Hogar para ofrecerle
ayuda. Declinó acudir al Hogar en ese momento, puesto que tenía amigos en
Escocia, los que él pensaba podrían ayudarlo; pero prometió venir si ese recurso
falla ba. Era su primera condena y había cumplido seis meses por robar de su
empleador. Su oficio era el de panadero. A los pocos días se presentó en el Hogar y
fue recibido. En el transcurso de un par de semanas, se declaró convertido y dio
todas las pruebas del cambio. Durante cuatro meses trabajó como cocinero y
panadero en la cocina y, finalmente, se presentó una oferta como ayudante de
cocina con el Sargento Mayor del Cuerpo “Congress Hall”. Eso fue hace tres años.
Actualmente, sigue allí, salvo, y desempeñándose satisfactoriamente; un hombre
absolutamente útil y respetable.
J.W. Era adminis trador de una importante sombrerería del Oeste de Londres. Le
fueron encomendadas veinte libras de plata, contenidas en dos paquetes, para su
cambio. En el camino se encontró con un compañero, quien le convenció de tomar
un trago. En la taberna, el compañero dio una excusa para salir a la calle y no
volvió. W. se encontró con que uno de los paquetes había desaparecido de su
bolsillo exterior. Temió regresar y se largó al campo con el otro paquete.
Encontrándose en un pequeño pueblo, entró a un Salón de la Misión; sucedió que allí
había un problema con la ceremonia: el organista estaba ausente. Se pidió un
voluntario y W., siendo un buen músico, se ofreció a tocarlo. Al parecer la música
sacudió su conciencia. Salió en medio del himno y se dirigió a la estación de policía
para entregarse. Le dieron seis meses. Al salir, vio que se anunciaba a Jorge el
Feliz, un ex- presidiario, en el Salón “Congress Hall”. Acudió a la reunión y fue
inducido a venir al Hogar. Eventualmente recibió salvación y hoy dirige el trabajo de
una Misión en las provincias.
“El Viejo Dan” era un caso de trabajos forzados y había cumplido varias largas
condenas. Vino al Hogar y recibió salvación. Allí estuvo por largo tiempo a cargo de
la fabricación de botas. En el tiempo transcurrido hasta ahora, armó su propio
negocio en Hackney y contrajo matrimonio. Lleva en ello cuatro años y es un
comerciante muy respetado y un Salvacionista.
G.A., 72 años, pasó 23 en la cárcel; su última condena fue a dos años por robo; era
un borracho y jugador mal hablado. Fue encontrado cuando su liberación por la
Brigada de las Prisiones, se le admitió en el Hogar, donde permaneció por cuatro
meses, y logró una verdadera salvación. Lleva una vida sobria y piadosa, y se
encuentra trabajando.
S.T. era un joven ocioso, ladrón, mal hablado y de mala reputación, que vivía,
cuando no estaba en prisión, con las peores prostitutas de la calle Little Bourke. Los
Oficiales de la Brigada de las Prisiones se hicieron cargo de él, lo salvaron y le
encontraron un trabajo. Después de unos pocos meses, expresó su deseo de
trabajar para Dios, y, aunque es lisiado y debe usar muletas, era tal su entusiasmo
que fue aceptado y ha realizado un buen trabajo como oficial del Ejército. Sus
referencias son buenas y su vida estable. Es, verdaderamente, una maravilla de la
gracia Divina.
M.J., un joven de elevada posición en Inglaterra; empezó a llevar una vida disipada;
pensó que le sería ventajoso mudarse a las Colonias. Se embarcó para Australia con
£200, buena parte de las cuales gastó en bebida durante la travesía; tras su
desembarco, se esfumó el resto y una mañana despertó en la cárcel, con delirium
tremens, sin dinero, el equipaje perdido y sin un amigo en todo el continente. A su
salida de prisión, ingresó a nuestro Hogar de las Prisiones, se convirtió y ahora tiene
un cargo de responsabilidad en un Banco de las Colonias.
No reproduzco estos ejemplos, que no son más que unos pocos elegidos al azar de
entre muchos, con el propósito de hacer alardes. El poder que ha forjado estos
milagros no está en mí ni en mis Oficiales; es un poder que nos llega desde arriba.
Pero considero que puedo con propiedad usar estos casos, en los cuales nuestra
instrumentalidad ha sido bendecida, en cuanto a rescatar a los involucrados del
fuego, para dar alguna justificación a la súplica de que se nos permita seguir
adelante con este trabajo a una escala mucho mayor. Si cualquier otra organización,
religiosa o secular, puede exhibir trofeos similares a los logrados en nuestras
limitadas operaciones entre la población penal, estoy más que dispuesto a cederle el
lugar. Todo lo que deseo es que el trabajo se lleve a cabo.
S ECCIÓN 4 — LIBERTAD EFECTIVA PARA EL BORRACHO
Hemos visto que en Gran Bretaña son unos quinientos mil hombres y mujeres los
que se encuentran completamente dominados por este cruel apetito. La absoluta
ineptitud de la Sociedad para lidiar con los borrachos ha sido demostrada una y otra
vez, y además admitida por todos aquellos que han tenido experiencia en el tema.
Como lo hemos señalado anteriormente, el sentimiento general de los que han
intentado solucionar este tipo de asunto es uno de pesimismo. Creen que la actual
raza de borrachos debe dejarse morir; que habiendo demostrado ser en vano todo
tipo de esfuerzo, las energías gastadas en la empresa de rescatar a los padres
estarían mejor aprovechadas si se orientasen a los hijos.
Lo anterior contiene su buena dosis de verdad. Nuestros propios esfuerzos han sido
exitosos hasta un punto notable. Algunos de los más valientes, devotos y exitosos
trabajadores de nuestras filas son hombres y mujeres que una vez fueron los más
abyectos esclavos de la bebida intoxicante. Ya se han ofrecido ejemplos al respecto.
Y podemos multiplicarlos por miles. Aun así, cuando se los compara con la horrorosa
formación que significa actualmente el ejército de los borrachos, los rescatados con
pocos. La gran razón de ello es el simple hecho de que la vasta mayoría de los
adictos a la bebida son verdaderos esclavos de la misma. Ningún tipo de
razonamiento, ni consideración religiosa o terrenal, puede tener efecto alguno sobre
un hombre que tan completamente dominado ésta por esta pasión que no puede
liberarse de ella, aunque ve las más terribles consecuencias mirándole a la cara.
Nuestros anales abundan en rescates exitosos efectuados entre las filas del ejército
de borrachos. Los siguientes no serán únicamente ejemplos de ello, sino que
tenderán a ilustrar la fuerza y locura de la pasión que domina a los esclavos del licor.
Desde que tenía dieciocho años, cuando sus padres la obligaron a dejar a su amado,
un marinero, para casarse con un hombre “de buen futuro”, se había estado
hundiendo más y más.
Maggie. — Tenía un hogar, pero rara vez estaba lo suficientemente sobria como para
llegar a él por las noches. Se dejaba caer en cualquier puerta hasta que la
encontraba un transeúnte cualquiera o la policía.
Una noche de invierno Maggie había estado bebiendo sin parar, peleando también,
como de costumbre, y en su camino a casa llegó tambaleándose hasta el estrecho
muelle. Allí tropezó y cayó al suelo, quedando tendida en la nieve, la sangre
fluyendo de sus heridas y el pelo desparramado en una maraña enredada.
Les fue difícil despertarla de su sueño de borracha, pero más difícil les resultó
levantarla del suelo. El pelo enmarañado y la sangre se habían congelado contra el
suelo y Maggie era una prisio nera. Luego de intentar diversas maniobras de
liberación y de recibir como recompensa una andanada de insultos y groserías, una
de las muchachas corrió a buscar una tetera de agua hirviendo y, al rociar el agua
alrededor de Maggie, lograron gradualmente levantarla por “derretimiento”.
Pero ella acudió a nuestras Cuarteles y fue debidamente convertida, y la Capitana vio
sus noches y días de esfuerzos recompensados por la sobriedad y salvación de esta
mujer.
Todo marchó bien hasta que un amigo la invitó a su casa para beber a su salud y a la
de su joven esposa.
“No te pediré que bebas nada fuerte”, le dijo. “Brinda por mí con esta limonada.”
Y Maggie, sin sospechar nada, bebió, y a medida que iba tragando sintió en la copa
el sabor de su antiguo enemigo: ¡el whisky!
“Podría llegar a tiempo, antes de que ella haya regresado a la bebida”; y la Capitana
corrió a la taberna, amarrando los lazos de su bonete en la carrera.
“No hay caso — alejaos — no quiero verla, Capitana”, gritó Maggie; “Denme un poco
más — Oh, me siento encendida por dentro.”
Pero la Capitana fue firme y, llevándola a su casa, se encerró con la mujer y se sentó
con la llave en su bolsillo mientras Maggie, medio demente por los deseos de beber,
se paseaba de arriba abajo, como un animal enjaulado, amenazando y adulando
alternadamente.
“Sobre mi cadáver”, fue toda la respuesta que pudo obtener; de manera que se
acercó a la puerta y se entretuvo allí por unos momentos. Un sonido metálico. La
Capitana se levantó — ¡para ver la puerta abierta y a Maggie saliendo apurada por
ella! Acostumbrada a robar y a todas las “mañas” complementarias, había sacado la
chapa de la puerta y arrancado hacia la taberna más cercana.
Pero el hombre que le había dado el licor no se atrevió a asomar ni la nariz fuera de
casa durante semanas. Los más rudos se enteraron de la trampa que había tendido
a Maggie y lo habrían linchado si lo hubiesen encontrado.
Rose fue mancillada y abandonada en las calles cuando era sólo una niña de trece
años, por un hombre que alguna vez tuvo buena situación y que ahora, creemos,
termina sus días en un Asilo de Pobres en el norte de Inglaterra.
Huérfana de padre y madre, y también podríamos decir de amigos, Rose caminó por
la senda de la destrucción, con toda su miseria y vergüenza, por doce largos años.
Su espíritu salvaje, apasionado, aplastado por la ofensa sufrida, buscó el olvido en la
copa intoxicante, y pronto se transformó en una borracha notoria. Setenta y cuatro
veces durante su carrera se vio arrastrada ante un juez, y las setenta y cuatro veces
estuvo igualmente lejos de la salvación. La única excepción se produjo en el Día del
Jubileo de la Reina. Al ver el rostro tan familiar nuevamente frente a él, el juez
preguntó: “¿Cuántas veces ha estado ya aquí esta mujer?” El Superintendente de
Policía respondió: “Cincuenta veces.” El juez replicó con sarcasmo: “Entonces es su
Jubileo”, y, conmovido por la coincidencia, la dejó ir. Así, Rose pasó su Jubileo fuera
de prisión.
Fue un milagro que la vida horrible, borracha, temeraria y disipada que ella había
vivido no la llevara prematuramente a la tumba; sí afectó su juicio, y durante tres
semanas estuvo encerrada en el Asilo para Lunáticos de Lancaster, habiendo
realmente perdido la razón a causa de la bebida y el pecado.
Rose es actualmente sargento del Grito de Guerra. Acude a los burdeles y tabernas
y otras madrigueras de vicio, de las cuales fue rescatada, y vende más ejemplares
que ningún otro Soldado.
S. era nativo de Lancashire, el hijo de una familia pobre pero piadosa. Recibió
salvación cuando tenía dieciséis años. Primero fue Evangelista, luego Misionero
Urbano por cinco o seis años, y más tarde Ministro Bautista. Cayó bajo la influencia
del alcohol, renunció, y se convirtió en vendedor viajante, pero perdió el camino por
culpa de la bebida. Trabajó entonces como corredor de seguros y llegó a ser
superintendente, pero fue nuevamente despedido por causa de la bebida. Durante
su alcohólica carrera sufrió cuatro veces de delirium tremens, tres veces intentó
suicidarse, seis veces vendió su casa, terminó en el Asilo de Pobres, con su esposa e
hijos, tres veces. Su última treta para obtener licor fue predicar sermones falsos y
ofrecer oraciones falsas en las cervecerías.
Tras una de estas actuaciones blasfemas en una taberna, al pronunciar las palabras
“¿Eres salvo?”, fue conminado a ir al Cuartel de Salvación. Lo hizo, y el Capitán, que
lo conocía bien, se le acercó inmediatamente para orar por su alma, pero S. lo
golpeó y volvió corriendo a la taberna por más licor. Sin embargo, emocionado por
lo que había escuchado, fue incapaz de llevarse la copa de licor a los labios, aunque
lo intentó tres veces. Regresó a la reunión y nuevamente la abandonó para volver a
la taberna. No podía estarse quieto y por tercera vez regresó a los cuarteles.
Cuando entró la última vez, los Soldados cantaban:—
Este canto lo impresionó aún más; lloró y permaneció en los cuarteles en estado de
profunda convicción hasta la medianoche. Pasó todo el día siguiente ebrio,
intentando vanamente ahogar sus convicciones. El Capitán lo visitó durante la
noche, y oró y conversó con S. por casi dos horas. El pobre S. estaba desesperado.
Insistió en que no había piedad posible para él. Tras una larga lucha, sin embargo,
surgió la esperanza, cayó de rodillas, confesó sus pecados y obtuvo el perdón.
Cuando esto sucedió, su mobiliario consistía en una caja de jabón que hacía las
veces de mesa y cajas de almidón por sillas. Su mujer, él mismo y sus tres hijos, no
habían dormido en una cama en tres años. Tiene ahora una familia feliz, un hogar
confortable y ha sido el instrumento para llevar a un sinnúmero de otros esclavos del
pecado al Salvador, y a una vida verdaderamente feliz.
Los Centros Dalrymple, en los cuales puede confinarse, por orden de un juez o por
su propia voluntad, a los Intemperantes durante un cierto tiempo, han sido un éxito
parcial en cuanto a tratar con esta clase en los dos aspectos indicados; pero
debemos admitir que son demasiado costosos como para ser de alguna utilidad a los
pobres. Nunca podrá esperarse que los hombres de la clase obrera por sí mismos, o
con la asistencia de sus amigos, sean capaces de pagar dos libras semanales por el
privilegio de ser alejados de la tentación lícita de beber que los rodea por doquier.
Adicionalmente, aun si pudiesen conseguir la admisión, no se sentirían cómodos
entre la clase que normalmente hace uso de estas instituciones. Proponemos
establecer Centros que contemplen la salvación no de uno o dos, sino de multitudes,
y que sean asequibles para el pobre o para las personas de cualquier clase que opten
por usarlos. Este es nuestro vicio nacional y exige nada menos que un remedio
nacional —o, en todo caso, uno de magnitud suficientemente grande como para ser
considerado a nivel nacional.
1. Para empezar, habrá Centros Urbanos, en los cuales un hombre pueda ser
cuidado, vigilado, alejado de la tentación y, posiblemente, salvado de este terrible
hábito.
2. Centros Rurales, que se regirán por el principio de Dalrymple; esto es, recibir
personas para internación obligatoria, comprometiéndose ellas, con confirmación de
un juez, a permanecer en el Centro por un período determinado.
El reglamento para ambos tipos de establecimiento será en líneas generales como el
siguiente:—
(1) Habrá una sola clase por cada establecimiento. Si se determina que el rico y el
pobre no se sienten cómodos trabajando en conjunto, deberá ofrecerse instituciones
separadas.
(2) Todos por igual tendrán que realizar alguna forma de trabajo remunerado. Se
preferirá el trabajo al aire libre, pero podrá organizarse trabajo dentro de los
establecimientos cuando éste sea más apropiado, como también cuando las
condiciones climáticas o la estación del año no hagan posible el trabajo de jardinería.
Entonces podremos solucionar el problema que representa esta clase. Para un juez
será posible, en lugar de condenar a las pobres ruinas humanas de la sociedad a
cumplir la sexagésimo cuarta o centésimo vigésima pena de encarcelamiento,
enviarlas a esta Institución, mediante el simple recurso de hacerlas comparecer para
ser notificadas de la sentencia cuando llegue el momento. ¡Cuánto más económico
sería este sistema para el país!
S ECCIÓN 5 — UNA NUEVA FORMA DE ESCAPE PARA LAS MUJERES PERDIDAS
No hay quizás un mal más devastador para los intereses de la Sociedad, o uno
admisiblemente más difícil de combatir, que el que se conoce como Mal Social. En
parte, ya hemos podido apreciar la magnitud que ha adquirido esta terrible plaga y la
forma alarmante en que afecta a nuestra civilización moderna. Hemos hecho ya un
intento de resolver este mal, materializado en unos trece Hogares en Gran Bretaña,
que acomodan a 307 muchachas a cargo de 132 Oficiales, y otros diecisiete Hogares
en el extranjero, habilitados para los mismos propósitos. En su conjunto, es una
iniciativa pequeña si se la compara con la magnitud de la necesidad, pero aun así
constituye el mayor y más eficiente esfuerzo de este tipo en el mundo.
Luego, tenemos la Colonia de Ultramar, que requerirá de los servic ios de muchas
personas. Habrá pocas familias que no deseen llevar consigo a una de estas
muchachas, ya no como sirvientas, sino como compañeras y amigas.
Con estos métodos podremos realizar nuestro trabajo de Rescate a una escala
mucho mayor. Actualment e existen dos dificultades que impiden significativamente
nuestro quehacer. Una es el alto costo. El gasto de rescatar a una muchacha en el
contexto del actual plan no puede ser inferior a las £7, el que incluye el costo de los
casos que terminan en fracaso y que significan un gasto inútil de dinero. Siete libras
no son ciertamente una gran cantidad de dinero si se piensa en el beneficio que
supone para una muchacha el ser rescatada de las calles, y el que supone para la
Sociedad que se la aparte de la senda del mal. No obstante, cuando este trabajo
involucra a miles de personas, el monto requerido es considerable. En nuestro plan,
calculamos que desde el momento de su llegada a la Colonia Rural serán capaces de
ganar casi todo el monto requerido para su sustento.
Igualmente, nos resulta fácil comprender que la monotonía del trabajo doméstico en
este país no se compadece completamente con el carácter de muchas de estas
jóvenes, acostumbradas a una vida de diversiones y libertad. Podemos
comprenderlo. Verse encerradas durantes los siete días de la semana, con poco o
ningún contacto con amigos o con el mundo exterior, excepto por el servicio religioso
dominical o la “noche libre” sin tener donde ir, puesto que muchas están
comprometidas con las Reuniones del Ejército de Salvación, puede volverse muy
monótono, y en momentos de depresión no es de extrañar que unas pocas pierdan
su determinación y vuelvan a sus antiguos hábitos.
Nuestro plan contiene algo que animará a estas muchachas a perseverar. La vida en
el campo será atractiva. Desde allí podrán encaminarse a un nuevo país y empezar
una vida nueva, con la posibilidad de contraer matrimonio y poseer algún día un
pequeño hogar. Con estas expectativas, en nuestra opinión, les será mucho más
fácil seguir luchando durante las temporadas de pesimismo y tentación que lo que
actualmente es.
Este plan también hará más agradable para los Oficiales la tarea de rescatar a las
muchachas. Este futuro les ofrecerá ánimos renovados para perseverar con las
muchachas, y les ahorrará al menos uno de los elementos de la tristeza que sienten
cuando una chica retorna a sus antiguos hábitos, a saber, que ella ha ganado una
parte significativa del dinero que se ha gastado en su reformación.
Tenemos muchas pruebas notables de que las muchachas pueden ser rescatadas y
salvadas completamente incluso ahora, a pesar de sus entornos. Los siguientes son
algunos ejemplos:—
Unos Oficiales trajeron a J.W. de un vecindario que, por causa de las atrocidades que
allí se perpetran, ha adquirido una fama poco envidiable, incluso entre distritos
igualmente infames.
Tenía sólo dieciséis años. Una muchacha del campo. Había empezado a temprana
edad la lucha por la vida en una gran lavandería y a los trece años fue llevada a la
senda del mal por un bruto inhumano. Tras dar el primer paso en falso, su descenso
fue rápido y, ansiosa por ampliar el pequeño campo de acción que le ofrecía la aldea,
vino a Londres.
Por algún tiempo vivió la vida de la extravagancia y la farándula, que muchas otras
chicas de su clase conocen por un corto tiempo — teniendo abundancia de dinero,
ropas finas y entornos lujosos hasta que la terrible enfermedad invadió su cuerpo.
Pronto se encontró abandonada, sin hogar ni amigos, una paria de la Sociedad.
A.B. era hija de una respetable familia obrera — Católica Romana — pero quedó
huérfana a temprana edad. Cayó en malas compañías y se hizo adicta a la bebida,
yendo de mal en peor hasta que el alcoholismo, el robo y la prostitución la hundieron
a lo más profundo. Pasó siete años en prisión y, después de su último crimen, fue
liberada pero con siete años de supervisión policial. No habiendo cumplido con su
obligación de reportarse, se la condujo ante el juez.
Durante una visita a las barriadas de un pueblo del Norte de Inglaterra, nuestros
Oficiales ingresaron a un agujero, al que ni siquiera podríamos llamar habitación
humana — era más bien similar a la guarida de un animal salvaje. Su único
mobiliario eran una inmunda cama de hierro, una caja de madera que hacía las
veces de mesa y silla, y un tacho viejo de hojalata por basurero.
El habitante de esta miserable guarida era una pobre mujer, que arrancó a
esconderse en el rincón más oscuro cuando ingresó nuestro Oficial. Esta pobre
desdichada era la víctima de un brutal hombre, que nunca le permitió traspasar el
umbral de su puerta, manteniéndola apenas viva con la más mezquina ración de
alimento imaginable. Todo lo que llevaba por vestimenta era un saco atado
alrededor de su cuerpo. Sus pies estaban descalzos; su cabello, enmarañado e
inmundo. Parecía un objeto y era difícil imaginar que vivía en un país civilizado.
Había abandonado un hogar respetable, con marido y familia, y se había hundido tan
profundamente que el hombre que entonces la acogió se jactó ante el Oficial de
haber mejorado su condición al rescatarla de las calles.
Se cuenta una historia, que posiblemente sea verdad, acerca de una muchacha que
una noche solicitó ser admitida en un hogar creado para rescatar a mujeres caídas.
La directora naturalmente indagó si había perdido su virtud; la muchacha respondió
negativamente. Se había salvado de esa infamia, pero era pobre, no tenía amigos y
buscaba un lugar donde reposar su cuerpo hasta que pudiese conseguir un empleo y
encontrar un hogar. La directora debió sentir lástima por ella, pero no podía
acogerla puesto que la muchacha no correspondía a la clase para cuyo beneficio se
había creado la institución. La muchacha rogó, pero la directora no podía cambiar la
regla ni se atrevía a romperla; tenían grandes dificultades para dar refugio a sus
propias desdichadas y no podían recibir a la muchacha. La pobre chica se alejó
renuente, pero retornó al poco tiempo y dijo: “Ahora que he caído, ¿podéis
acogerme?”
Ahora bien, deseamos un verdadero hogar para ellas — un hogar al que cualquier
muchacha pueda acudir, a cualquier hora del día o de la noche, para recibir
alojamiento, cuidados y protección del enemigo, como también ayuda para encontrar
la seguridad.
El Refugio que propongo se regirá por los mismos principios que los Hogares para
Indigentes ya descritos. Aceptaremos a todas las muchachas, digamos de catorce
años o más, que no tengan medios visibles de sustento, pero que estén dispuestas a
trabajar y a obedecer la disciplina. Se les asignarán diversas formas de trabajo,
tales como lavandería, costuras, tejido a máquina, etc. Ejerceremos toda influencia
beneficiosa que esté en nuestro poder para rectificar y formar su carácter. Haremos
esfuerzos permanentes para conseguir empleos a las muchachas de acuerdo con sus
destrezas, como también para restituir a las vagabundas a sus hogares, y otros
necesarios para encargarnos del resto. De éste como de otros Hogares las
muchachas podrán ser transferidas a las Colonias Rural y de Ultramar.
Multiplicaremos estas instituciones de acuerdo con nuestro medios y las necesidades,
y los haremos autosustentables en la medida de lo posible.
S ECCIÓN 7 — OFICINA DE BÚSQUEDA DE PERSONAS DESAPARECIDAS
Es posible que nada sea capaz de sugerir con tan vividez las diversas formas de
miseria descorazonadora de la gran Ciudad como las 18.000 personas extraviadas
anualmente en ella; respecto de 9.000 de éstas, el mundo pierde toda noticia
irremisiblemente y para siempre. Suponemos que la estadística londinense se aplica
con la debida proporción al resto del país. Maridos, hijos, hijas y madres
desaparecen constantemente sin dejar el menor rastro.
En los casos que revisten alguna importancia para los parientes, éstos podrían lograr
que las autoridades policiales se interesasen lo suficiente como para realizar algunas
pesquisas en el país, las que, sin embargo, no siempre arrojan resultados positivos;
o en caso de contar con los medios económicos, pueden recurrir a los servicios de un
detective privado, quien continuará con las investigaciones no sólo en casa sino
también en el extranjero.
No obstante, cuando los parientes del desaparecido son humildes, en nueve de cada
diez casos se encuentran en situación de total impotencia para realizar una búsqueda
eficaz y exitosa.
Considerad, por ejemplo, el caso de un aldeano cuya hija deja el hogar para ocupar
un puesto de sirvienta en un gran pueblo o en la ciudad. Al poco tiempo, los padres
reciben una carta en la que la hija les informa que se encuentra satisfecha en su
empleo. El ama es gentil, el trabajo fácil y le agradan sus compañeros de labores.
Asiste a la capilla o a la iglesia, y la familia se muestra conforme. Se suceden las
cartas de contenido similar pero, al tiempo, dejan de llegar repentinamente.
Preocupada, la madre escribe para saber la razón; no recibe respuesta; y trascurrido
un lapso las cartas le son devueltas con la indicación “ya no vive aquí, no se conoce
dirección del destinatario” en el sobre. La madre escribe al ama o el padre viaja a la
ciudad, pero no logra conseguir otra información más que “la niña se ha comportado
algo misteriosa últimamente; su trabajo se volvió descuidado; se la vio en compañía
de un joven; renunció y desapareció por completo.”
Ahora bien, ¿qué pueden hacer los padres? Acuden a la policía, pero ésta nada
puede hacer. Indagan, tal vez, con el sacerdote de la parroquia, que tampoco puede
ayudar, y al padre sólo le queda agachar la cabeza y a la madre llorar hasta caer
rendida — añorar y esperar, rogar por una información que quizás nunca llegue y
temer lo peor.
Pues bien, nuestro Departamento de Búsqueda ofrece un recurso para este tipo de
situaciones. Ante un caso de desaparición, no se necesitará más que presentar una
solicitud al Oficial del Ejército de Salvación más cercano — probablemente en su
propia aldea o en todo caso en el pueblo más próximo —, quien pedirá a los padres
que escriban a la Oficina Central en Londres y envíen retratos y los datos de la
persona extraviada. Se iniciarán de inmediato las pesquisas correspondientes, las
que posiblemente finalicen con la devolución de la muchacha.
Los logros de este Departamento, que sólo ha funcionado por un corto tiempo y a
una escala limitada como extensión de la Obra de Rescate, han sido maravillosos.
No encontraréis historias más románticas en las páginas de nuestros ilustres
escritores que las contenidas en nuestros registros. Os ofrezco tres o cuatro casos
ilustrativos de fecha reciente.
PESQUISA
UN MARIDO DESAPARECIDO
La Sra. S., de New Town, Leeds, escribió para informar que ROBERT R. viajó de
Inglaterra a Canadá, en julio de 1889, con el objeto de mejorar su situación. Dejó a
una esposa y cuatro hijos pequeños. Al irse les dijo que si tenía éxito los enviaría a
buscar; de lo contrario, regresaría.
RESULTADO
Nos comunicamos con el Sr. L. A. unos días después de que él nos informara que su
mujer le había enviado un telegrama, que la había perdonado y se habían reunido.
Poco tiempo más tarde, ella nos escribió para expresar su profunda gratitud hacia la
Sra. Bramwell Booth por la preocupación mostrada en su caso.
A LICE P. fue secuestrada por Gitanos diez años atrás y ansía encontrar a sus padres
para volver con ellos. Cree que su hogar está en Yorkshire. La Policía manejó este
caso por un tiempo, pero no logró resolverlo.
El 6 de abril, recibimos noticias del Sr. P— en el sentido de que esta niña era hija
suya, y expresa su gratitud y felicidad diciendo que enviará dinero para que la niña
retorne a casa. En el intertanto, obtuvimos de la Policía, que había buscado por
largo tiempo a la niña, una descripción completa y una fotografía, las que remitimos
a la Capitana Cutmore. El 9 de abril, ella nos escribió para informarnos que la niña
correspondía exactamente a la descripción. Recibimos de los padres 15/- para el
pasaje y Alice fue devuelta a su familia. Alabado sea Dios.
La Sra. M., de Clavendon, antigua ama de Harriet P., nos escribió para expresar su
gran preocupación por esta muchacha. Señaló que había sido una buena sirvienta,
pero que el joven que la cortejaba la había mancillado y desde entonces había tenido
tres hijos. Ocasionalmente, pasaba unas pocas semanas de alegría, pero volvía a
recaer en “la senda nefasta”.
La Sra. M. nos informa que Harriet tenía buenos padres, que ya murieron, y
conserva un hermano respetable en Hampshire. Lo último que supo de ella fue que
tres semanas atrás estaba en un Albergue de Niñas en Bristol, el que había
abandonado y ya nada se había vuelto a saber de la chica.
Nos solicitó encontrarla y agregó con mucha fe: “Si logran dar con su paradero, creo
que son ustedes los únicos que pueden rescatarla y hacerle un bien permanente.”
UN MARIDO EXTRAVIADO
En la barra había un hombre con una gran jarra en la mano, que aceptó uno de los
periódicos y mirando distraídamente las columnas se encontró con su propio nombre.
Tanto le impresionó que dejó caer la jarra al suelo. “Volved a casa”, decía el párrafo,
“y todo os será perdonado.”
En su carta anunciando las buenas nuevas del regreso, su esposa también se refirió
a la determinación del hombre de reformarse con la ayuda de Dios. Ahora ambos
asisten a los Cuarteles del Ejército de Salvación.
Una mañana, entre las cartas recibidas en la Oficina de Búsqueda llegó la de una
muchacha que nos solicitaba ayuda para buscar al padre de su hijo, que había
dejado de pagar hacía un tiempo la pensión de alimentos. El caso había sido referido
al Juez de Policía Local, con sentencia favorable para ella, pero el culpable no era
hallado y el padre de éste se negaba a revelar su paradero.
Uno o dos años atrás, se vio a una joven holandesa de apariencia respetable
cruzando rápida y furtivamente unas tierras de altos pastizales en direc ción a los
bosques situados a orillas de un distante río. Tras ella dejaba un pueblo sudafricano,
traicionada, deshonrada, expulsada de su hogar con hirientes palabras de desprecio,
sin tener ya un solo amigo en el ancho y vasto mundo que le tendiera una mano.
¿Qué más podía hacer sino saltar a ese río distante para terminar con esta vida —
sin importar lo que sucediese después? Pero Greetah temía al “futuro” y decidió
pasar la noche en la oscuridad, desdichada y sola.
Transcurrieron siete años. Un inglés que viajaba por África del Sur se detuvo a pasar
el Día de Reposo en una pequeña aldea. Una caminata por los bosques lo llevó
inesperadamente ante una choza, en cuya puerta estaba agazapado un anciano
hotentote, vigilando a un niño de tez blanca que jugaba cerca de él. El viajero
aceptó complacido la invitación a resguardarse del ardiente sol y entró en la choza.
Le sorprendió encontrar en su interior a una muchacha blanca, evidentemente la
madre del travieso niño. Sintiendo compasión por la extraña pareja, particularmente
por la muchacha, que irradiaba un aire de refinamiento inesperado en este remoto
rincón del mundo, se sentó sobre el piso de tierra y les habló de la maravillosa
Salvación de Dios. La muchacha era Greetah y el inglés lo hubiese dado todo por
salvarla de su miserable suerte. Pero fue imposible y con renuencia se despidió de
ella.
Era un hogar inglés. Una noche, sentado cerca del brillante fuego de la chimenea
estaba un hombre solo, perdido en sus pensamientos. En su mente evocó la figura
de la muchacha que había conocido en la choza del hotentote y se preguntó si sería
posible rescatarla. Luego recordó haber leído, a su regreso, el siguiente párrafo en
el Grito de Guerra:—
“A LOS DESESPERANZADOS
“El Ejército de Salvación invita a los padres, parientes y amigos alrededor del mundo
interesados en mujeres o muchachas de las que se sepa o tema que viven en la
inmoralidad o en riesgo de caer bajo el control de personas inmorales, a escribirnos,
proporcionando los datos completos, incluyendo nombres, fechas y direcciones de las
afectadas y, de ser posible, una fotografía de ellas.
Las cartas de las personas interesadas o de las propias mujeres o muchachas serán
tratadas con estricta confidencialidad. Podrán escribirse en cualquier idioma y ser
remitidas a la Sra. Bramwell Booth, calle Reina Victoria 101, Londres, E. C.”
“Nada pierdo con intentar”, exclamó el hombre, “este asunto me atormenta”, y sin
dilación relató en papel su aventura africana, con todos los detalles que le fue posible
recordar. El siguiente correo africano llevaba instrucciones para el Oficial
Responsable de nuestra obra en Sudáfrica.
Además de las agencias independientes utilizadas para investigar este tipo de casos,
las que nos proponemos aumentar significativamente, el Ejército posee ventajas
únicas para realizar este tipo de pesquisas. Su modo de operación es el siguiente:—
Hay una Oficina Central bajo la dirección de un Oficial competente y asistentes, a los
que se envían los datos respecto de maridos, hijos, hijas y esposas extraviados,
según corresponda. Salvo cuando se estima que no es aconsejable, las
desapariciones se publicitan en el Grito de Guerra inglés, con una circulación de
300.000 ejemplares. Las versiones inglesas se copian en los veintitrés otros “Gritos
de Guerra” que publicamos en diversos lugares del mundo. A los Oficiales locales del
Ejército se les envía información especialmente preparada respecto de cada caso
cuando se estima pertinente, o se asigna de inmediato a Oficiales Investigadores
especialmente entrenados, para que se dediquen a seguir cualquier pista que hayan
proporcionado los parientes y amigos del desaparecido.
Cada uno de los 10.000 Oficiales, o más bien casi cada soldado en las filas, dispersos
como están por los cuatro rincones del planeta, es considerado un Agente. Se cobra
una pequeña suma por cada caso y, cuando existe la capacidad de pago, el costo
total de la investigación es asumido por el solicitante.
S ECCIÓN 8 — REFUGIOS PARA LOS NIÑOS DE LA CALLE
Aun así, nos veremos obligados a cuidar de muchos de ellos; y estamos bien
preparados para asumir esta responsabilidad, calculando que nuestra organización
nos permitirá hacerlo no sólo con facilidad y eficiencia, sino con un costo ínfimo para
el público.
Este plan no sólo beneficiará a los niños pobres, aunque no sea más que con un poco
de agua y jabón y una frugal pero nutritiva comida, sino que además ejercerá una
influencia humanizadora en las madres.
Más allá del aspecto meramente benevolente de esta problemática, me parece que el
sistema actual de educación es antinatural y un derroche vergonzoso de las energías
infantiles. La mitad del tiempo que los niños y niñas pasan obligadamente sentados
en la escuela sirve escaso o ningún propósito o, peor aún, se pierde por completo.
Las mentes infantiles sólo son capaces de concentrarse por espacio de un número
determinado de minutos y, por consiguiente, el método racional debería contemplar
una distribución sensata de su tiempo: por ejemplo, destinar la mitad del trabajo
matutino a los libros y la otra mitad a algún trabajo manual; el jardín sería lo más
natural y saludable en días cálidos, mientras que el taller sería lo adecuado para los
días fríos.
Con este método se promovería la salud, los niños amarían la escuela, se reduciría el
costo de la educación y se permitiría descubrir y cultivar las inclinaciones y
habilidades naturales de los niños. En lugar de egresar de las escuelas o de
abandonar la enseñanza de un oficio — dejando atrás para siempre la etapa más
preciosa de la vida en lo que a aprendizaje se refiere, encadenado a una ocupación
por la cual el niño no siente ni el menor interés y que no promete nada más que
mediocridad y tal vez fracaso —, se habrá descubierto el trabajo para el que su
mente está singularmente adaptada y, en consecuencia, para el que tiene una
habilidad innata, permitiendo cultivar esa habilidad y elegir así el oficio para el que el
niño está mejor capacitado en la vida.
Una vez que todo se haya dicho y hecho, seguirá existiendo un problema más que
debemos abordar. Podéis minimizar diariamente las dificultades y es vuestro deber
hacerlo, pero ninguna medida de esperanza puede soslayar la circunstancia de que
cuando todo se ha hecho y ya se ha ofrecido toda posible oportunidad, cuando
habéis perdonado a vuestro hermano no siete sino setenta veces siete, cuando le
habéis rescatado de la ciénaga y conducido a tierra firme sólo para verle
nuevamente caer y recaer hasta que ya no os queda fuerza para rescatarlo una vez
más, todavía quedará un residuo de hombres y mujeres que, ya sea por herencia o
hábito o desmoralización irreversible, se han convertido en réprobos. Los científicos
postulan que después de un tiempo esa persistencia de hábitos tiende a convertir al
hombre de acción y voluntad libre en un simple autómata. Conocemos algunos
casos que parecen confirmar este terrible veredicto según el cual un hombre parece
ser un alma en pena a este lado de la tumba.
Hay hombres tan incorregiblemente holgazanes que ninguna razón o amenaza les
hará trabajar, tan corroídos por el vicio que las virtudes les son odiosas y tan
inveteradamente deshonestos que el robo es para ellos una pasión suprema.
Cuando un ser humano ha alcanzado esa etapa, hay un solo camino posible a seguir.
Con tristeza pero sin remordimiento debe reconocerse que ese ser humano se ha
convertido en un lunático, moralmente demente, incapaz de autogobernarse y, en
consecuencia, debe ser sentenciado a reclusión perpetua para apartarlo de un
mundo en el que no está capacitado para vivir en libertad. El destino último de estos
pobres desdic hados debe ser un establecimiento penal donde se les pueda confinar
por el tiempo que Su Majestad determine, al igual que lo son los criminales lunáticos
en Broadmoor. Es un crimen contra la raza humana permitirles a aquellos que son
tan inveteradamente depravados la libertad de caminar por el mundo, de infectar a
sus congéneres, de acechar a la Sociedad y de multiplicarse. Independientemente
de lo que la Sociedad pueda hacer y sufrir para hacerlo, esto no puede permitirlo, al
igual que no puede permitir la libre deambulación de un perro rabioso. Pero antes
de llegar a este extremo, desearía que se implementasen todos los medios posibles
para lograr la restauración de estos hombres. Dejad que la Justicia los castigue y
que la Misericordia los envuelva; permitid apelar a ellos a través del castigo y la
razón, y a través de toda influencia, humana y Divina que posiblemente pueda
ejercerse sobre ellos. Y luego, si todos los anteriores intentos fracasan, deberá
eliminarse de raíz su capacidad de seguir maldiciendo a sus congéneres y a sí
mismos.
Seguirán siendo merecedores de compasión infinita. Deben llevar una vida tan
humana como le sea posible a uno que ha caído bajo tan terrible juicio. Deben tener
sus propios pequeños chalets, con sus propios jardincitos bajo el cielo azul y, si es
posible, rodeados de verdes campos. No les denegaré ninguna de las ventajas
morales, mentales y religiosas que pudiesen curar sus mentes enfermas y
restablecerlos a un mejor estado. Mientras les quede un soplo de vida, no debemos
cesar de trabajar y luchar por su salvación. No obstante, cuando han alcanzado un
cierto punto, debe prohibírseles todo acceso a sus congéneres. Entre ellos y el
ancho mundo debe construirse una barrera insalvable, la que una vez traspasada
nunc a más pueda volver a cruzarse. Esta solución es más sabia que el permitirles
caminar entre sus congéneres, llevando con ellos el contagio de la lepra moral y
engendrando descendientes condenados desde antes de nacer a heredar los vicios y
ansias perversas de sus infelices padres. Ante estas propuestas se formularán con
toda probabilidad tres objeciones fundamentales:
1. Se podrá decir que sería cruel denegar a hombres y mujeres esa libertad que
constituye un derecho humano universal.
A lo que sería suf iciente respuesta señalar que esto ya ha sucedido: veinte años de
presidio es una sentencia habitual para los infractores y, en algunos casos, la ley
llega incluso a condenarlos a trabajos forzados de por vida. Podemos agregar que
sería un tratamiento mucho más piadoso que el que se les da actualmente, y uno
que con mayor probabilidad les aseguraría una vida placentera. Conociendo su
destino, pronto se resignarían a él. Los hábitos de laboriosidad, sobriedad y
gentileza les avivarían el espíritu, lo que les aportaría una cierta medida de felicidad;
y si agregásemos la religión, la felicidad sería completa. Para recompensar su buena
conducta, se les ofrecería constantemente una generosa ración de libertad y una
interacción más frecuente con el mundo en la forma de correspondencia, periódicos e
incluso la ocasional entrevista con parientes. Y, en la vejez y enfermedad, podrían
terminar sus últimos años confortablemente. De hecho, en lo que concierne a esta
clase de gente, podemos apreciar que estarían en una situación infinitamente mejor
de felicidad en esta vida y en la venidera que la que les significa su actual libertad —
si acaso podemos llamar libertad a una vida que transcurre alternadamente entre la
ebriedad, la orgía y el crimen, por una parte, y la prisión por la otra.
A esta objeción respondemos que efectivamente tendría que ser muy costosa para
superar el gasto que significa este tipo de personas para la nación con las actuales
leyes sobre el vicio y el crimen. No es necesario ningún gasto mayor si construimos
la primera institución para reclusos de este tipo en tierras que les permitan ganarse
el sustento.
Ciertamente sería imposible, a menos que se lleve a cabo por ley. Y seguramente no
habrá mayores dificultades para promulgar una ley que decrete que después de ser
sentenciado a un cierto número de penas por crimen, ebriedad o vagancia, un
individuo debe renunciar a su libertad de transitar por el mundo y maldecir a sus
congéneres. Si incluyo la vagancia en la lista es porque me fundamento en la
suposición de que actualmente existe oportunidad y capacidad para trabajar. De lo
contrario, me parece muy cruel castigar a un individuo hambriento que mendiga
comida porque no puede obtenerla de otra forma. No obstante, existiendo la
oportunidad y capacidad para trabajar, consideraré que la mendicidad caritativa es
un crimen y la castigaré como tal. De cualquier forma, si un hombre no trabaja por
iniciativa propia, le obligaré a hacerlo.
CAPÍTULO VI
ASISTENCIA EN GENERAL
Hay muchos que no están perdidos pero que sí necesitan ayuda. Un poco de
asistencia hoy evitará tal vez la necesidad de tener que salvarlos mañana. Hay
algunos que, después de ser rescatados, todavía necesitan una mano amiga. El
propio servicio que les hemos brindado al principio nos obliga a finalizar la buena
obra. Se podría criticar que hasta ahora el Plan ha abordado casi exclusivamente a
aquellos más o menos infames y desesperados. Ello era inevitable. Obedecemos a
nuestro Maestro Divino y buscamos salvar a los que están perdidos. No obstante,
como lo señalé al principio, que la prioridad recaiga y con justicia en aquellos que no
cuentan con ayuda alguna no significa que olvidamos las necesidades y aspiraciones
de las gentes decentes y trabajadoras que son pobres pero que se mantienen de pie,
que no han caído y que se ayudan a sí mismas y a los demás. Ellas constituyen el
grueso de la nación. Existe una clase privilegiada y un décimo sumergido. Pero, en
todos los países, los pobres y trabajadores, que ganan una libra o menos a la
semana, constituyen la mayoría de la población. No podemos olvidarlos, porque
compartimos con ellos nuestra tierra natal. Siempre estamos estudiando cómo
ayudarles y creemos que dicha ayuda puede prestarse de muchas maneras, algunas
de las cuales procedo a describir a continuación.
S ECCIÓN 1 — MEJORES ALOJAMIENTOS
“Los Refugios están muy bien cuando a un hombre lo ha abandonado la suerte. Nos
han sido muy útiles; de hecho, si no hubiésemos tenido acceso a ellos, todavía nos
encontraríamos sin un amigo, durmiendo en el Embankment, ganándonos el
sustento deshonestamente o no ganándolo del todo. Ahora tenemos trabajo y
deseamos dormir en una cama, y un cuarto propio, y una caja o algo donde guardar
nuestras pequeñas posesiones. ¿Podéis ayudarnos a conseguirlo?” Les hemos
respondido que hay alojamiento en otros lugares, donde podrían obtener el confort
que desean. A esto contestan: “Sí, está bien. Sabemos que existen esos otros
lugares y que podríamos ir a ellos. Pero, ¿sabéis?”, dicen, “aquí en los Albergues
están todos nuestros compañeros, que piensan lo mismo. Y tenemos aquí las
plegarias y las reuniones, y la gentil influencia cada noche que nos ayudan a
mantenernos en la senda correcta. Desearíamos un lugar mejor, pero si no podéis
encontrarnos uno, preferimos venir al Refugio y dormir, como lo hemos venido
haciendo, sobre el piso que ir a otro lugar mejor habilitado, entrar en malas
compañías y volver a caer donde nos encontrábamos anteriormente”.
Aunque natural, esto no es deseable, porque, si este proceso continúa, con el tiempo
todos los Albergues se verán ocupados por personas que han ascendido socialmente
y que ya no pertenecen a la clase para la cual fueron originalmente concebidos.
Propongo, en consecuencia, instalar a los que han mejorado su situación pero que
desean continuar en contacto con el Ejército en una hospedería de mejor calidad,
una suerte de
administrado según los mismos principios que los Refugios, pero que ofrezca un
mejor equipamiento en todo sentido; me aventuro a pensar que sería
autosustentable desde el principio. En esos hogares habría dormitorios individuales,
buenos salones, cocinas, salas de baño, una sala para reuniones y otras muchas
comodidades, y estarían disponibles para todos por un precio mínimo sobre el costo,
que nos permitiría no sólo obtener intereses sobre la inversión original, sino también
evitar la reducción de capital.
Se requeriría del mismo tipo de establecimiento superior para las mujeres. Habiendo
empezado, no nos queda más que proseguir. Hasta ahora, he propuesto abordar el
caso de hombres y mu jeres solteros, pero una de las consecuencias de cuidar de
estos hombres se deja sentir prestamente. Casi sin excepción, nuestros
Desempleados harapientos, hambrientos e indigentes están casados. Cuando
acuden a nosotros, acuden solteros y los tratamos como tal; mas, una vez que
creamos en ellos la aspiración a cosas mejores, recuerdan a la mujer, a quien
probablemente abandonaron o dejaron por su completa incapacidad de
proporcionarle alimento. Tan pronto como estos hombres se encuentran bajo una
influencia benigna y con un trabajo relativamente bueno, su primer pensamiento es
salir a buscar a la “Vieja”. Luego de una real transformación, no hay hombre casado
que no se vuelque con simpatía y anhelo hacia su mujer, y mientras más éxito
tenemos con estas gentes, más inevitable es que nos veamos enfrentados al
problema de las parejas de casados que nos exigen les proporcionemos alojamiento.
Nos proponemos hacerlo también a escala comercial. Veo grandes avances en este
sentido, uno de los cuales describiré en el capítulo relativo a los Chalets Suburbanos.
El Alojamiento Modelo para Casados es, sin embargo, una de las cosas que debe
proporcionarse como anexo a los Centros de Albergue y Comida.
SECCIÓN 2 — ALDEAS SUBURBANAS MODELO
Tampoco considero que el cuarto, o como máximo los dos cuartos, en que la gran
mayoría de los habitantes de nuestras grandes ciudades se ven obligados a pasar
sus días constituya una solución a este problema. El hacinamiento que en un edificio
colma cada cuarto individual con basura humana, y que obliga a la familia a vivir
desde la cuna hasta la tumba dentro de las cuatro paredes de un minúsculo
apartamento de un ambiente, seguirá reproduciendo en sucesión interminable los
terribles males que dicha situación inevitablemente genera.
Tampoco puedo sentirme satisfecho con las enormes, horribles pilas de edificios con
apariencia de cuarteles, que son un mejoramiento apenas superior a la Bastilla de la
Unión — los apodados Complejos Habitacionales Modelo, tan de moda hoy en día—,
que se han construido como respuesta a la candente problemática de la vivienda
para los pobres. Como aporte a esta problemática, propongo el establecimiento de
una serie de Asentamientos Industriales o Aldeas Suburbanas en el campo, a una
distancia razonable de nuestras grandes ciudades, compuestas de chalets apropiados
en cuanto a tamaño y construcción, y que contengan todas las comodidades e
instalaciones básicas para las familias de clase obrera. Su renta, así como el billete
de ferrocarril y otras consideraciones económicas, deberán estar al alcance de una
familia de ingresos modestos.
La propuesta está levemente fuera del ámbito de esta obra, de lo contrario estaría
dispuesto a elaborar el proyecto en más detalle. Puedo decir, sin embargo, que lo
que propongo aquí ha sido cuidadosamente meditado y por su naturaleza es
perfectamente factible. Para su planificación, he recibido la valiosa asistencia de un
amigo que cuenta con una larga experiencia en la industria de la vivienda y él se
juega su reputación profesional por defender la factibilidad del proyecto. Lo
siguiente, sin embargo, puede considerarse como un bosquejo general:—
La Aldea debe estar situada a no más de doce millas de la ciudad; debe estar
emplazada en terreno seco y saludable, cercano a una línea férrea. No es
absolutamente necesario que se encuentre cerca de una estación ferroviaria, puesto
que la Compañía, en consideración a sus propios intereses, pronto construirá una.
Los Chalets deberán construirse con el mejor material y factura. Esto se logrará
satisfactoriamente si sólo se contrata la mano de obra; la adquisición de los
materiales correrá por cuenta de los responsables del Plan, quienes se encargarán
también de entregarlos directamente de los fabricantes a los constructores. Los
chalets tendrán tres o cuatro cuartos, una cocina y un retrete aislado en el jardín.
Los chalets se construirán en bloques y cada uno tendrá un jardín de tamaño
razonable. Al principio, el plan contemplará construir entre mil y dos mil viviendas.
En la Aldea deberá establecerse un Almacén Cooperativo, que provea a los aldeanos
de todas las mercaderías necesarias a un precio económico. La venta de bebidas
alcohólicas estará estrictamente prohibida dentro del Complejo y, de ser posible, el
propietario de quien se adquiera el terreno deberá comprometerse a no otorgar o
permitir patentes en el resto de las tierras contiguas. Creemos que podría inducirse
a la Compañía de Ferrocarriles, como compensación por las inconveniencias y
sufrimientos que ha infligido a los pobres, y por interés propio, a realizar las
siguientes obras:
(1) El transporte de cada miembro de la familia que viva en la aldea hacia y desde
Londres, a una tarifa de seis peniques semanales. Los pases llevarán la fotografía
del titular y se adherirán a una prenda de vestir. Estos pases serán válidos
únicamente para los Trenes de Obreros que circulen temprano y tarde, y a algunas
horas del día en las que los trenes van casi sin pasajeros.
Es razonable suponer que los terratenientes donarán cien acres de tierra en vista de
la gran revalorización que experimentarán inmediatamente las propiedades
circundantes, por cuanto la construcción de mil o dos mil chalets constituirá el núcleo
de un Asentamiento mucho más vasto.
Tal vez, sería mejor que no existiera el crédito, que nadie prestase dinero, que todos
se viesen obligados a vivir día a día exclusivamente con el dinero que tuviesen a
mano. En tal caso, debemos generalizar la aplicación de este principio; no
glorifiquemos nuestro comercio internacional ni nos jactemos de nuestras riquezas,
obtenidas, en tantos casos, en contravención de este principio. Si se permite que un
gran comerciante tenga tratos con su banquero; si para los negocios del hombre rico
es indispensable que éste tenga acceso al sistema de crédito que le permite disponer
periódicamente de préstamos para hacer frente a la presión de demandas
inesperadas, que de otra forma lo arruinarían, entonces, mayor es la justificación
para ofrecer un recurso similar al hombre más pobre y débil. Actualmente, la
Sociedad se rige demasiado por el principio de dar al que tiene para que tenga más y
de quitar al que no tiene lo poco que posee.
Espero que algún día el Estado logre una medida suficiente de ilustración como para
emprender por sí mismo el negocio. Actualmente, reside en manos de los
prestamistas y las agencias de créditos, y en las de un grupo de buitres que depreda
cruelmente los intereses de los pobres. El establecimiento de bancos en zonas
rurales, donde el hombre pobre es casi siempre un campesino, ha sido una de las
características de la moderna legislación rusa, alemana y otras. Espero que en el
corto plazo la institución del Banco de los Pobres sea una de las obras reconocidas de
nuestro gobierno.
Tomad otro ejemplo. Un oficinista lleva varios años en su puesto; posee una
numerosa familia, a la que ha criado y educado respetablemente. Sus expectativas
son retirarse en unos pocos años con una jubilación, pero repentinamente surge una
dificultad involuntaria y se ve enfrentado a la necesidad de disponer de una suma de
cincuenta o cien libras, la que escapa completamente a sus posibilidades. Ha sido un
ahorrante cuidadoso, que nunca ha pedido un centavo a nadie, y no sabe a quién
acudir en esta emergencia. Si no puede reunir el dinero, sus bienes le serán
embargados, su familia quedará repartida, su empleo y su futura pensión se
evaporarán; lo aguarda la ruina completa. Ahora bien, si tuviese un sueldo diez
veces mayor, probablemente tendría una cuenta bancaria y, en consecuencia, podría
conseguir un préstamo de su banquero. ¿Por qué no podría hipotecar su salario, o
una parte de él, en favor de una institución que le adelantase el dinero que necesita
para pagar su deuda, en unas condiciones que, siendo lo suficientemente rentables
para el banco, no pusiesen al deudor en aprietos innecesarios?
Actualmente, ¿qué hace el pobre hombre? Consulta con sus amigos, los que muy
posiblemente estén tan apretados como él; o acude a una agencia de créditos y con
toda probabilidad cae en manos de buitres, que le prestan el dinero pero a un interés
absolutamente desproporcionado respecto del riesgo en que incurren, y se
aprovechan de la situación para exprimirle hasta el último centavo que posee.
Podría escribirse un enorme libro negro con los lamentos y penurias que acarrean los
negocios de estos usureros para sus víctimas en todo el mundo.
Este principio conlleva infinitas ramificaciones que no necesito describir aquí. Sin
embargo, antes de dejar el tema, desearía referirme a una cruel realidad, ¡oh!, a una
multitud de desafortunados hombres y mujeres. Esa realidad es el funcionamiento
del Sistema de Compra a Plazos. El hombre o mujer pobre pero decente que ansía
ganar un penique honestamente con, por ejemplo, una planchadora, máquina de
coser, torno u otro instrumento indispensable, y que no posee el dinero necesario
para comprarlo, lo debe adquirir a través del Sistema de Compra a Plazos — esto es,
pagando por la máquina en cuotas. Bajo esta modalidad, además del precio de su
compra, se le cobra diez o veinte veces el monto de lo que constituiría una tasa de
interés justa; y lo que es peor: si en algún momento, debido a la mala fortuna, no
puede pagar la cuota, se le retiene el monto ya cancelado, se le confisca la máquina
y pierde todo el dinero.
Por cierto, esto sólo podemos hacerlo imperfectamente. Sólo Dios puede crear una
madre. Pero la Sociedad necesita mucho cuidado maternal, mucho más de lo que
efectivamente recibe. Y al igual que un niño necesita de una madre a la que acudir
en sus momentos de inquietud y tristeza para aliviar las penas de su corazón, los
hombres y mujeres, preocupados y cansados por las batallas de la vida, necesitan a
alguien a quien acudir cuando se sienten agobiados por las injusticias recibidas o
infligidas, como también saber que su confidencialidad no será jamás violada y que
sus problemas serán escuchados con conmiseración. Me propongo intentar
satisfacer esta necesidad. Estableceré un departamento, que encargaré a la
dirección de los más sabios, compasivos y sagaces hombres y mujeres que pueda
encontrar entre mis funcionarios, al que toda persona en dificultades pueda acudir
por ayuda y consejo. De nada sirve decir que amamos a nuestros congéneres si no
intentamos ayudarles; como tampoco sirve que hagamos alarde de comprender
cómo las pesadas cargas oscurecen sus vidas si no tratamos de reducirlas y aliviar
sus existencias.
En la misma medida que tenemos mayor experiencia práctica en la vida que otros
hombres, estamos obligados a ayudar a los inexpertos y a compartir nuestro talento
con ellos. No obstante, si verdaderamente creemos que son nuestros hermanos y
que Uno es nuestro Padre, el mismo Dios que vendrá a juzgarnos por las obras que
hemos realizado en este mundo, entonces debemos instituir, con los medios que
estén a nuestro alcance, esa oficina paternal. Debemos estar dispuestos a recibir las
cuitas de nuestros apesadumbrados congéneres, a escuchar los más recónditos
secretos que afligen el corazón humano, y a acoger y no rechazar a los que
obedecen el precepto Apostólico: “Confesaos vuestros pecados unos a otros.” No
dejemos que la palabra confesión escandalice a nadie. La más abierta de las
confesiones: la confesión desde un estrado público, ante la presencia de todos
nuestros antiguos compañeros de pecado, ha sido por largo tiempo una de las armas
más potentes utilizadas por el Ejército de Salvación para ganar sus victorias. Ese es
el tipo de confesión que hemos impuesto por largo tiempo a nuestros convertidos y
nos parece que es la única que representa una condición para la Salvación. Pero mi
sugerencia es de otro tipo. No se impone como un medio de gracia. No se propone
como condición preliminar para obtener la absolución, que sólo puede otorgarla
Nuestro Señor. Es simplemente una respuesta nuestra a una de las necesidades
más profundas y a los deseos más secretos de los hombres y mujeres de carne y
hueso que encontramos en nuestro quehacer diario. ¿Por qué habría de dejárseles
sufrir la miseria de sus pecados en secreto, cuando una conversación abierta, con un
hombre o mujer elegido por su sentido común, sensibilidad y experiencia espiritual,
podría aliviarles la pesada carga que los abruma y desespera?
Por lo que sé, en Londres no existen instancias donde el pobre y necesitado pueda
obtener asistencia legal respecto de las diversas injusticias y dificultades que sufre
permanentemente por causa de su pobreza o relaciones.
Mientras las clases “acomodadas” pueden recurrir a sus educados y hábiles amigos
por consejo, o pagar por el conocimiento y experiencia de la profesión legal, el
hombre pobre no cuenta con nadie calificado que le aconseje en dichas materias. En
caso de enfermedad, puede recurrir al doctor del distrito o a un gran hospital y
recibir una o dos palabras de consejo, junto con una botella de medicina, que puede
servirle o no. Sin embargo, en casos de dificultad que signifiquen el riesgo de
llevarlo a la indigencia o a la cárcel, no tiene a nadie a quien recurrir que posea la
voluntad o capacidad de ayudarle.
Ahora bien, deseamos crear una Corte de Asesoría o Apelación, a la cual pueda
recurrir todo el que sufra exacciones relacionadas con su persona, libertad,
propiedad o cualquier otro aspecto de importancia, para obtener no sólo consejo,
sino también asistencia práctica.
Entre aquellos para los cuales he concebido esta Corte están las Viudas
vergonzosamente abandonadas, de las cuales existen 6.000 en el Este de Londres en
condiciones de absoluta indigencia. En todo Londres debe haber por lo menos unas
20.000 y se estima que en toda Inglaterra y Gales hay 100.000, la mitad de ellas
probablemente pobres y sin amigos.
En la realización de esta idea, no será parte del plan fomentar la iniciación de pleitos
legales ni hacernos parte de ellos. Todo recurso legal será evitado, tanto en las
instancias de consejo como en la práctica, a menos que sea estrictamente necesario.
No obstante, cuando se haya cometido una falta o injusticia manifiesta, y fracase
todo otro método de reparación, usaremos los recursos que la Ley establece.
Justo antes de dar a luz, su seductor la había llevando ante sus abogados,
obligándola a firmar una declaración jurada en el sentido de que él no era el padre
del niño que esperaba. Acto seguido, le entregó un puñado de libras como
compensación. La muchacha se encontraba en la pobreza y la desesperación. A
través de nuestros abogados, nos pusimos inmediatamente en contacto con el
hombre y tras negociar con él, para evitar procedimientos posteriores, le
convencimos de otorgar un documento por el que se comprometía a dar una pensión
adecuada a su desafortunada víctima para la manutención del niño.
PERSEGUIDO Y HALLADO
A—— fue inducida a dejar un hogar confortable para convertirse en institutriz de los
hijos sin madre del Sr. G——, quien demostró ser un empleador gentil y considerado.
T ras un tiempo de servicio, él le sugirió que hiciera un viaje a Londres, a lo que ella
accedió de buena gana, especialmente porque su empleador se ofreció a llevarla a
una hospedería respetable que él mismo había elegido. En Londres, la sedujo y la
mantuvo como querida, hasta que se cansó de ella y la echó diciéndole que fuese e
hiciese “lo que las otras mujeres”.
C. fue seducida por un italiano de buena posición social, quien prometió casarse con
ella. No obstante, pocos días antes de la ceremonia le informó que tenía que
atender un asunto urgente en el extranjero. Le aseguró que regresaría en el plazo
de dos años y que entonces la haría su esposa. Escribió con alguna regularidad y
finalmente le destrozó el corazón informándole que había contraído matrimonio con
otra mujer. No contento con ello, le sugirió que se fuese a vivir con él y su mujer
como sirvienta, ofreciéndose a pagar por la manutención del hijo hasta que éste
tuviese edad suficiente para enrolarse como marinero en un barco de su compañía.
Con frecuencia, son los más pobres de los pobres los que sufren las injusticias más
crueles de esta modalidad de adquisición de Mobiliario, Máquinas de Coser, Máquinas
de Planchar y otros artículos. Atrapados por el encanto de una publicidad engañosa,
los pobres son inducidos a comprar artículos pagaderos en cuotas semanales o
mensuales. Batallan para efectuar la mitad de los pagos, tal vez, sacrificándose de
mil formas, hasta que un retraso se torna en la oportunidad para embargar los
artículos, que ellos han llegado a considerar como suyos y de los cuales depende su
mismísima existencia, y además para aplicar algún resquicio contractual que les
significa perder todo lo pagado. En esas circunstancias, las pobres criaturas, sin
tener ningún amigo que les ayude, deben sufrir estas extorsiones infames en
silencio. Nuestra Oficina estará abierta para todos ellos.
Esperamos que nuestra Oficina sea de gran utilidad para los Ministros de todas las
denominaciones religiosas, Visitantes Distritales, Misioneros y otros que interactúan
libremente con los pobres, considerando que habitualmente deben recibir solicitudes
de asistencia legal, la que son incapaces de proporcionar e igualmente incapaces de
obtener. Estaremos siempre dispuestos a prestárselas.
La siguiente lista enumera algunos de los temas que podrán consultarse ante la
Oficina de Asistencia Legal: —
Bancarrotas
Bonos, Embargados
Extractos de Garantías
Facturas de Venta
Fideicomisarios y Fideicomisos
Filiación, Disputas de
Fraude, Intento de
Garantía, Embargo de
Herederos Legales
Herencia Intestada, Casos de
Hipotecas
Infantes, Curatela de
Legados, Impugnación de
Letras de Cambio
Ley de Matrimonio, Asuntos Relacionados con
Ley de Servicio Doméstico
Ley Industrial, Incumplimiento de
Ley Laboral
Licencias
Negligencia, Acusación de
Niños, Crueldad hacia
Niños, Tutela de
Notificación de Sentencias
Parientes, Búsqueda de
Patentes, Registro e Infracción de
Patrimonio, Venta de
Perturbación, Ilegal
Presidio, Injusto
Quebrantamiento de Promesa
Representación, Problemas de
Retención de salarios
Reuniones Públicas, Derechos de
Seducción, Casos de
Sociedades, Ley de
En tercer lugar, funcionará como la Tribuna de los Pobres y asumirá la defensa de los
prisioneros abandonados y supuestamente inocentes, junto con la resistencia ante
extorsiones ilegítimas y el enjuiciamiento de infractores que se nieguen a reparar
legalmente las injusticias que han cometido.
En cuarto lugar, intervendrá como Tribunal de Arbitraje entre los litigantes que así lo
soliciten, emitiendo sus decisiones de acuerdo con la equidad. Los costos se
reducirán a la menor suma posible.
Respecto del desarrollo de este Plan, deseo crear una Oficina, en la cual, bajo el
título de los diversos temas que se exponen en esta obra, pueda tener organizado un
resumen de los mejores libros que se han escrito al respecto, con indicación de los
nombres y direcciones de aquellos cuyas opiniones merecen la pena, junto con una
nota relativa al tenor de dichas opiniones y los resultados de los experimentos que
se han realizado sobre la base de ellas. Deseo establecer un sistema que no sólo me
permita usar los ojos y las manos de los Oficiales de Salvación, sino también los de
los amigos comprensivos de todo el mundo, con el propósito de observar e informar
sin dilación todo experimento social de importancia, y cualquier palabra sabia
relacionada con la problemática social, ya sea que se trate de la cría de conejos, la
organización de un servicio de emigración, el mejor método para administrar una
Granja Artesanal o la mejor receta para cocinar patatas. No hay aspecto alguno en
nuestro vasto ámbito de operaciones respecto del cual no debamos acumular y
registrar los resultados de la experiencia humana. Lo que deseo es que la esencia
del conocimiento y experiencia que en estas áreas han acumulado los sabios esté
inmediatamente disponible hasta para el más humilde de los trabajadores de la
Fábrica de Salvación o de la Colonia Rural, como también para otros trabajadores en
campos afines del progreso social.
Puede hacerse y debe hacerse para servir a la gente. Busco voluntarios para este
departamento entre los que hasta ahora no les ha importado el Ejército de Salvación,
pero que desde la soledad de sus estudios y bibliotecas podrán brindarnos asistencia
en la compilación de este gran catálogo de Experimentos Sociológicos y que de dicha
forma estarán dispuestos a apoyar a este Plan, en calidad de Socios, para mejorar la
situación de la gente, aunque no sea más que usando sus ojos y oídos y
ofreciéndome sus cerebros para indicarme dónde reside la información y cómo puede
usársela de la mejor manera. Para poner este proyecto en marcha, propongo
instalar a dos hombres capacitados y a un niño en una oficina, con instrucciones de
recortar, conservar y verificar todo registro contemporáneo que aparezca en diarios
y semanales de prensa y que tenga alguna importancia para el quehacer de nuestros
departamentos. Confío en que alrededor de estos dos hombres y este niño crecerá
una gran organización de dedicados voluntarios, que cooperarán para convertir a
nuestro Departamento de Inteligencia en un gran almacén de información — una
biblioteca universal, donde cualquier hombre pueda tener acceso a la suma del
conocimiento humano en cualquiera de los campos de estudio relacionados con el
tema que nos concierne.
S ECCIÓN 6 — DE LA COOPERACIÓN EN GENERAL
Si alguien me pidiera que explicara en una palabra la posible clave de la solución del
Problema Social, respondería sin vacilar: Cooperación. Y me refiero a una
Cooperación brindada sobre la base de principios legítimos, y para fines sabios y
benevolentes; de lo contrario, no se puede esperar que la Asociación genere más
fruto útil que el Individualismo. La Cooperación es asociación aplicada — asocia ción
para propósitos de producción y distribución. Cooperación significa la combinación
voluntaria de individuos para lograr un propósito común mediante la ayuda, el
consejo y el esfuerzo mutuos. Actualmente, en el mundo se escucha demasiado
discurso vacío acerca del capital, como si éste fuera un enemigo del trabajo. Es
innegable que hay capitalistas, y varios, que pueden considerarse como enemigos no
ya del trabajo solamente, sino también de la raza humana; pero el capital en sí, lejos
de ser un enemigo natural del trabajador, es su gran aspiración y una que nunca
deja de tener en mente. Por mucho que el agitador vocifere contra el capital, su
verdadero motivo de agravio es que no lo posee en cantidad suficiente. El capital,
por lo tanto, no es perverso en sí mismo; todo lo contrario, es una virtud — y tan
virtuoso es que una de las grandes aspiraciones del reformador social debería ser
facilitar su distribución de la manera más amplia posible entre sus congéneres. La
perversidad radica en la concentración de capital, y la problemática del trabajo no se
solucionará sino hasta que cada trabajador sea su propio capitalista.
Esto no es más que trivialidad, y ha sido dicho mil veces antes, pero,
lamentablemente, el asunto no se soluciona por el simple hecho de decirlo. Como
forma de distribución, la cooperación ha sido puesta en práctica con considerable
éxito, pero como forma de producción no ha llegado ni cerca del éxito que se
anticipaba. Una y otra vez se han creado empresas sobre las bases de la
cooperación, con buenas proyecciones de éxito, en la opinión de sus promotores; no
obstante, transcurridos uno, dos, tres o diez años, la empresa que se inició con tan
grandes expectativas se viene abajo, ya sea en un fracaso parcial o total.
Actualmente, muchos proyectos cooperativos no son más que enormes Sociedades
Anónimas, cuyas acciones están mayoritariamente en manos de trabajadores, pero
no necesariamente, y muchas veces no del todo, en las de los que laboran en el
llamado negocio cooperativo. Ahora bien, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué las firmas
cooperativas, las fábricas cooperativas y las Utopías cooperativas terminan
hundiéndose tan frecuentemente? Me parece que la causa es un secreto a voces y
está a la vista de todos los que examinan el tema c on algún grado de detención.
Al concebir esta pequeña Mancomunidad Cooperativa, los que siempre están cerca
del hombre para amedrentarlo con profecías de desastre me recuerdan que
contemple los fracasos, a los que recién me he referido, que conforman la historia
del intento de hacer realidad mancomunidades ideales en este mundo pragmático.
Ahora bien, he leído la historia de los muchos intentos cooperativos que se han
llevado a cabo para crear asentamientos de carácter comunista en los Estados
Unidos, y estoy perfectame nte familiarizado con el lamentable destino de casi todos
ellos; pero la historia de sus fracasos no me detiene en lo absoluto, puesto que los
considero una simple advertencia para evitar ciertos errores, balizas para ilustrar la
necesidad de seguir una táctica distinta.
No puede haber mayor error en el mundo que imaginar que los hombres se oponen a
ser gobernados. Al contrario: les agrada ser gobernados, siempre que el gobernador
tenga “la cabeza bien atornillada” y que esté dispuesto a escuchar, a ver y a
reconocer los intereses superiores de la mancomunidad. De manera que, lejos de
existir una oposición innata de parte de la humanidad a ser gobernada, el instinto de
obedecer es tan universal que incluso cuando los gobiernos se han tornado ciegos,
sordos y paralíticos, podridos por la corrupción e irremediablemente retrógrados,
todavía se las arreglan para seguir existiendo. Nunca el pueblo se ha rebelado
contra un Gobierno competente; sólo cuando la estupidez y la incompetencia se
apoderan del poder, estallan insurrecciones.
S ECCIÓN 7 — UNA AGENCIA MATRIMONIAL
Hay otra línea respecto de la cual debe hacerse algo para restituir las ventajas
naturales de que gozan las comunidades rurales, ventajas que han sido destruidas
por la creciente tendencia de la humanidad a reunirse en grupos masivos. Me refiero
al que después de todo es uno de los elementos más importantes de la vida
humana: contraer y dar en matrimonio. En la vida cotidiana de las aldeas rurales,
muchachos y muchachas crecen juntos, se reúnen en asociaciones religiosas, en sus
empleos diarios y en sus horas de recreación en los campos de la aldea. Juntos han
aprendido su abecedario y caligrafía, y cuando llega el tiempo de formar parejas han
tenido excelentes oportunidades de conocer las cualidades y defectos de la persona
que eligen como compañero en la vida. En estas comunidades, todo se presta
naturalmente para los actos preliminares del amor y del cortejo, los que, por mucho
que se los menosprecie, contribuyen más que ninguna otra cosa a la felicidad de la
vida matrimonial. No obstante, en la gran ciudad esto se ha destruido.
Actualmente, en Londres, ¡cuántos cientos, por no decir miles, de hombres y
mujeres jóvenes, que viven en hospederías, se encuentran prácticamente privados
de la oportunidad de conocerse o de conocer a representantes del sexo opuesto! La
calle es por cierto el sustituto urbano de los campos rurales, ¡y vaya qué sustituto!
Uno que sabía de lo que hablaba ha dicho con amargura: “Actualmente, hay miles de
hombres jóvenes que no tienen el derecho de dirigirse a una mujer por su nombre
de pila, excepto por las muchachas que encuentran ofreciendo sus espantosos oficios
en las calles”. Mientras este sea el caso, el vicio aventajará a la virtud; este
esquema social anormal pone a la moralidad en entredicho y otorga una enorme
ventaja a la prostitución. Si hemos de solucionar esta terrible perversidad, debemos
regresar a la naturaleza. Debe crearse mayores oportunidades para permitir una
interacción humana saludable entre hombres y mujeres jóvenes; la Sociedad no
puede soslayar su gran responsabilidad hacia las ruinas humanas, femeninas y
masculinas, que llenan nuestras calles, y para asumirla debe intentar salvar este
horrendo abismo que divide en dos a la humanidad. Mientras más viejo me hago,
más contrario soy a todo lo que viole las leyes fundamentales de la familia. La
humanidad está compuesta de dos sexos, ¡y que la desgracia recaiga en aquellos
que intenten separarla en dos grupos distintos, haciendo de cada mitad un todo! Ha
tratado de hacerse en conventos y monasterios, con poco éxito, y sin embargo
nuestros fervientes Protestantes no parecen ver que estamos trasladando este
mismo esquema erróneo a nuestros jóvenes, sin las salvaguardas y restricciones de
las paredes del convento o la influencia santificadora de la convicción religiosa. Las
condiciones de la vida Urbana, la ausencia del compañerismo obligatorio que prima
en el pueblo y en la aldea, las dificultades de los jóvenes para encontrar
oportunidades inocentes de interacción social, todas ellas tienden a crear clases de
célibes que no son castos, cuya indulgencia irregular y desordenada en un instinto
universal es una de las características más penosas de nuestra sociedad moderna.
Esto goza de tan vasto reconocimiento que el término popular con el que se describe
una de las consecuencias de este estado anormal es “mal social”, como si todos los
demás males sociales fuesen comparativamente inmerecedores de preocupación.
Al considerar las diversas avenidas de que disponemos para mejorar las condiciones
de las masas trabajadoras, no podemos omitir la recreación. Siempre he creído que
sería deseable ofrecerles la oportunidad de pasar unas pocas horas junto al mar, o
incluso tres o cuatro días consecutivos. A pesar de los bajos precios y la amplia
oferta de excursiones, hay miles de pobres que jamás salen de las congestionadas
ciudades, salvo para acarrear a sus hijos a los parques en días feriados o durante las
calurosas tardes veraniegas. La mayoría de ellos, particularmente los habitantes del
Este de Londres, nunca salen de las sombrías callejuelas en las que viven año tras
año. Es cierto que unos pocos adultos aquí y allá, y algunos niños también, gozan
de la excursión anual de caridad al Bosque Epping, al Palacio de Hampton Court o,
quizás, a la costa. Pero ellos son una minoría. La gran mayoría de estas gentes,
aunque siente un amor apasionado por el mar, que sólo los que se han mezclado con
ellas pueden apreciar, pasan toda su vida sin ver jamás las azules aguas del mar o
las olas rompiendo a sus pies.
Ahora bien, no soy tan ingenuo como para soñar que es posible introducir en nuestra
Sociedad los cambios que permitirían al hombre pobre llevar de vacaciones a su
mujer e hijos por quince días durante los opresivos días estivales, o a una excursión
invernal, por mucho que esto sea tan deseable en su caso como en el de sus
privilegiados congéneres. No obstante, haré posible que todo hombre, mujer y niño
pueda tener, de vez en cuando, un refrescante cambio de 24 horas visitando esa
fuente de interés constante que es el mar. En la implementación de este proyecto,
nos encontramos de partida con una dificultad de no despreciable magnitud: la
necesidad de un costo fuertemente reducido para la excursión. Si queremos hacer
algo eficaz, debemos poder transportar a un hombre ida y vuelta entre Whitechapel
o Stratford y la costa por menos de un chelín.
Lamentablemente, Londres está situado a sesenta millas del mar. Supongamos que
está a setenta. Esto signific aría un viaje de ciento cuarenta millas por la pequeña
suma de 1 chelín. ¿Es posible hacerlo? Creo que sí, y pagando a las compañías de
ferrocarril; de lo contrario, no tendría base para esperar que esta sección de mi Plan
llegue a realizarse jamás. Me parece que puede concederse esta gran bendición a
los pobres sin que los dividendos se vean significativamente afectados. Me han
informado que el costo de transporte en un tren ordinario, con quinientos a mil
pasajeros a bordo, es de 2 chelines y 7 peniques por milla; una compañía de
ferrocarril podría llevar setenta millas a seiscientos pasajeros y traerlos de regreso
otras setenta millas por 18 libras, 1 chelín y 8 peniques. Seiscientos pasajeros a un
chelín por cabeza da £30, de manera que para la compañía habría una ganancia neta
de casi £12 por concepto de transporte, lo que permitiría cubrir el pago de intereses
sobre capital, desgaste de las líneas, etc. Pero calculo, usando un número modesto,
que cada temporada podrían viajar unas doscientas mil personas. Un ingreso
adicional de £10.000 no es una cantidad despreciable para las arcas de la compañía
de ferrocarril, y esta suma sería una bagatela en comparación con las utilidades
indirectas que generaría el establecimiento de una pequeña comunidad, que
necesaria y rápidamente se convertiría con el tiempo en un asentamiento de gran
crecimiento y actividad.
Se ofrecería el hospedaje para inválidos, niños y otros que requieran de una corta
estadía a la tarifa más económica posible. Por el alojamiento para hombres y
mujeres solteros se podría cobrar la módica suma de seis peniques diarios, con una
tarifa proporcional para los niños, y para los matrimonios se organizaría hospedaje
adecuado a sus necesidades por un precio económico.
Habría tiendas para comercio, casas para residentes, un museo con un acuario y una
ballena embalsamada; se arrendaría botes a precios módicos y habría un barco a
vapor para pasear a las gentes mar adentro, por una tarifa de un penique, con un
posible episodio de mareos, por el cual no se cobraría nada.
De hecho, el costo del ferrocarril y servicio de refrescos sería tal, que un marido y su
esposa podrían hacer un viaje de 70 millas por verdes praderas, campos de heno
recién cortado y huertos frutales; pasear por horas junto al mar, tomar un bocado
refrescante y nutritivo; y regresar a casa sobrios, animados y vigorizados, por la
módica suma de 3 chelines. Un par de niños de 12 años significarían 1 chelín y 6
peniques adicionales —la familia completa, marido, mujer y cuatro niños, suponiendo
que uno de ellos sea un lactante, podrían pasar un día junto al mar, sin obligación ni
caridad, por 5 chelines.
¿Se puede hacer este gran trabajo? Creo que sí se puede. Además, creo que lo
puede hacer el Ejército de Salvación porque tiene a la mano una organización de
hombres y mujeres suficientemente numerosa y entusiasta como para lanzarse a
esta enorme empresa. Es posible que el trabajo supere nuestra capacidad. Pero
esto no es tan evidente como para impedir que deseemos intentarlo. En este
momento, esa es una calificación que no compartimos con ninguna otra
organización. Si podemos hacerlo, la vía está completamente libre para nuestra
organización. Las iglesias acaudaladas no muestran inclinación alguna por competir
por el dudoso privilegio de hacer el experimento en esta forma definida y práctica.
Independientemente de que tengamos la capacidad o no, por lo menos tenemos la
voluntad, la ambición de hacer esta gran cosa a favor de nuestros hermanos, y en
ello radica nuestra primera credencial para que se nos confíe la empresa.
Nuestra segunda credencial radica en el hecho de que, si bien utilizamos todos los
medios materiales, dependemos del poder coadyuvante de Dios. Nos aseguramos de
mantener seca la pólvora, pero confiamos en Jehová. No avanzamos en esta batalla
confiados en nuestra propia fuerza, sino que dependemos de Él que puede influir en
el corazón de los hombres. No cabe duda de que el modo más satisfactorio de elevar
a un hombre es lograr un cambio tal en sus sentimientos y su modo de pensar que
voluntariamente abandone sus conductas perniciosas, se dedique a actividades
productivas y bondadosas en medio de las tentaciones y las malas compañías que
anteriormente lo llevaron por mal camino, y que ahora lleve una vida cristiana,
siendo un ejemplo en sí de lo que se puede lograr gracias al poder de Dios frente a
las circunstancias más insalvables.
Pero en esto radica la gran dificultad a la que se ha hecho referencia tantas veces:
que los hombres carecen de aquella fuerza de carácter que les permite valerse a sí
mismos de los métodos para alcanzar su propia liberación. Nuestro Plan se basa en
la necesidad de ayudar a esos hombres.
Sin embargo, ¿cuál ha sido la respuesta en los hechos a estas predicciones de los
teóricos? A pesar de la supuesta impopularidad de nuestra disciplina, quizás debido
al rigor de la autoridad militar en la que hemos insistido, el Ejército de Salvación ha
crecido de año con año con una rapidez sin paralelo en la Cristiandad moderna.
Hace sólo veinticinco años que se creó. En este momento es la Sociedad Misionera
Nacional y Extranjera más grande en el mundo Protestante. Tenemos casi 10.000
oficiales a nuestro mando — número que aumenta día a día —, cada uno de los
cuales ha asumido el servicio bajo la condición expresa de que obedecerá sin
cuestionar ni contradecir las directrices impartidas por el Cuartel General. De estos
oficiales, 4.600 se encuentran en Gran Bretaña. Fuera de las islas británicas y en
un solo país, el mayor número se encuentra en la República Americana, donde
contamos con 1.018 oficiales, y en la democrática Australia, donde hay 800 oficiales.
Con diez mil oficiales, entrenados para obedecer e igualmente entrenados para
mandar, considero que ni siquiera la organización de los moradores desorganizados,
sudorosos, desesperados y empapados en alcohol de la Inglaterra Oscura es
imposible. Es posible, porque ya ha sido logrado en el caso de miles quienes, antes
de ser salvos, estaban en las mismas condiciones que aquellos cuya suerte estamos
intentando ahora abordar.
Veamos el caso de las reuniones. Con pocas excepciones, cada uno de estos cuatro
mil centros tiene una Sala en la cual todas las tardes, los días de semana y desde
temprano hasta casi la medianoche cada día de reposo, se realizan oficios de culto;
cada oficio que se realiza al interior va precedido por uno que se efectúa al exterior,
en el que la intención especial de cada uno es la salvación de estas muchedumbres
desdichadas. En efecto, cuando este Plan se haya perfeccionado y esté funcionando
relativamente, cada reunión y cada procesión serán vistos como un anuncio de las
condiciones tanto terrenales como celestiales de felicidad. Asimismo, cada Cuartel
de la Oficiales se convertirá en un centro donde los pobres hombres y mujeres
sufrientes y pecadores podrán encontrar solidaridad, consejo y ayuda práctica para
c ada desventura que les pueda aquejar, y cada Oficial de nuestras filas en todo el
mundo se convertirá en un colaborador.
Ved cuán útiles serán nuestras gentes en recolectar a esta clase. Están en contacto
con ellos. Viven en la misma calle, trabajan en a l s mismas tiendas y fábricas y
entran en contacto con ellos en cada momento ante cada giro de la vida. Si no viven
junto a ellos ahora, lo hicieron anteriormente. Saben dónde encontrarlos; son sus
antiguos amigos, sus compañeros de la cervecería y camaradas del crimen y de
fechorías. Esta clase representa la dificultad perpetua de la vida del Salvacionista.
Este último siente que no hay manera de ayudarlos en las condiciones en que se
encuentran actualmente. Están tan desesperadamente débiles y sus tentaciones son
tan tremendamente fuertes que se rinden ante ellas. El Salvacionista siente esto
cuando los enfrenta en las tabernas, en las patéticas hospederías o en sus propios
hogares sombríos. En consecuencia, el Cruzado se ha desanimado por completo con
muchos de ellos. Lo ha intentado tantas veces. Pero este Plan, que contempla
alejarlos inmediatamente de sus antiguas guaridas y tentaciones, le insuflará nueva
vida y él recogerá a estas pobres ruinas sociales al por mayor, las dejará a nuestro
cuidado y saldrá a buscar más.
Entonces, ved cuán útil este Ejército de Oficiales y Soldados será para la
regeneración de esta masa supurante de vicio y crimen cuando se encuentre, por así
decirlo, en nuestras manos.
Todos los miles de borrachos, rameras, blasfemos y holgazanes tendrán que ser
hechos de nuevo, deberán ser renovados en el espíritu de sus mentes, es decir,
habrá que convertirlos en personas buenas. ¡Qué huestes de trabajadores de la
justicia se necesitará para lograr tan gigantesca transformación! En el Ejército de
Salvación tenemos algunos miles ya preparados; o en todo caso tenemos todos los
que se puedan requerir al principio y el Plan mismo irá fabricando más. ¡Observad
las calificaciones de estos guerreros para esta obra!
Ellos ya han sido capacitados, están organizados y son ejemplos del tipo de persona
que queremos producir.
Ellos comprenden a sus pupilos porque han sido rescatados del mismo pozo. Se
necesita un bribón para atrapar a un bribón reza el dicho, es decir, suponemos que
se formaron como bribones. De todas formas, ese es nuestro caso. Estos guerreros
rudimentarios pero efectivos trabajarán hombro con hombro con ellos en las mismas
labores manuales. Harán el trabajo por amor. Esta es una parte importante de su
religión, el instinto que los mueve tras la nueva naturaleza celestial que les ha
inundado. Quieren dedicar sus vidas a hacer el bien. Esta es su oportunidad.
A continuación, ¡ved cuán útiles serán estos soldados para la distribución! Cada
Oficial y Soldado de la Salvación en cada uno de estos 4.000 centros, repartidos en
más de treinta países y colonias, con sus corresponsales y amigos y sus camaradas
que viven en otros lugares, estarán siempre vigilando para encontrar hogares y
trabajos para que estos hombres y mujeres rescatados puedan instalarse en forma
provechosa; les cuidarán hasta que se fortalezcan moralmente y supervisarán en
general hasta que sean capaces de transitar solos por los difíciles y resbalosos
caminos de la vida.
Considerando que el país desembolsa una cantidad cercana a los diez millones por
año correspondientes a la Ley de Pobreza y Beneficencia Caritativa sin lograr una
verdadera disminución del mal, no dudo que el público se apresurará a proporcionar
un décimo de dicha suma. Si uno calcula que del décimo sumergido tenemos que
manejar a un millón, esto significará solamente una libra esterlina por cabeza para
cada uno de aquellos a quienes se busca beneficiar, es decir
Los Albergues para Niñas Caídas requerirán cantidades considerables de fondos para
su funcionamiento. Pero el público nunca se ha demorado en expresar su simpatía
en términos prácticos por esta clase de trabajo.
Calculo que el Hogar para Ebrios se autofinanciará. Todos sus habitantes tendrán
que realizar algún tipo de trabajo remunerado y estimamos, además, que
recibiremos dinero de varios de los que obtengan sus beneficios. Pero para ayudar
en términos prácticos al medio millón de esclavos de la botella debemos contar con
dinero, no solamente para empezar sino para mantener nuestras operaciones en
funcionamiento.
Los Centros de Comidas, una vez abastecidos, cubren sus propios gastos de
operación.
Una vez adquirido y aprovisionado, se calcula que este terreno, si la tierra se cultiva
mediante actividades de labranza intensiva, proporcionará el sustento para por lo
menos dos personas por acre. El cálculo habitual de quienes tienen experiencia con
este tipo de asignaciones indica tres acres para cinco personas. Pero, incluso si
suponemos que este cálculo es demasiado optimista, de todos modos podemos
estimar que un predio agrícola de 500 acres dará sustento, sin ayuda externa, a
alrededor de unas 750 personas. No obstante, en este Plan debiéramos tener una
serie de ventajas que no posee el simple campesino, como aquellas que resultan de
la combinación de cultivo de huertos y otras formas de cultivo ya mencionadas y, en
consecuencia, quisiéramos colocar el doble o el triple de ese número de personas en
dicha extensión de terreno.
No habrá que pagar renta, ya que se propone adquirir la tierra. En caso de que se
produzca una gran demanda por las asignaciones de terrenos mencionadas
anteriormente, se podría arrendar terreno adicional, con opción de compra.
Podría señalarse que el trabajador tendría que ser mantenido durante el tiempo que
duren estas construcciones y manufacturas y que el costo mismo sumaría un monto
considerable. Muy cierto; y para ello se necesitaría el primer desembolso. Pero
luego de esto, cada chalet y cada camino que se construya, en resumen, cada
estructura y cada mejora, sería una forma de llevar adelante el proceso de
regeneración y, en muchos casos, se espera que se convierta en una fuente de
ingresos.
A medida que el Plan avance, no es poco razonable esperar que el Gobierno o alguna
de las diversas Autoridades locales ayuden a elaborar algún tipo de proyecto que, de
manera notoria, alivie los impuestos del país.
Los salarios de los Oficiales serían concordantes con aquellos otorgados en el Ejército
de Salvación, que son muy modestos. No se pagarían sueldos a los integrantes de
las Colonias, como se ha señalado, más allá del dinero destinado a gastos menores y
un poco más por sus servicios.
El terreno que se requiere probablemente tendría que ser cedido, ya sea que nos
dirijamos a África, Canadá, o a algún otro lugar; en todo caso, se adquiriría de
acuerdo con condiciones tan favorables que se parecería muchísimo a una donación.
Los montos anticipados para pasajes, dinero para equipo e instalación sería
reembolsado en cuotas por los Colonos, que a su vez servirían para pagar el costo de
transportar a otros al mismo destino. El dinero para pasajes y equipos seguiría
presentando, indudablemente, cierto grado de dificultad. A £8 por persona, a África,
digamos— £5 por el pasaje y £3 por el viaje a través del país — es un monto
importante cuando hay una cantidad considerable de personas involucradas y me
temo que no sería posible llegar a Colonia alguna por un precio mucho menor. Pero
no me faltan esperanzas de que el Gobierno pudiera ayudarnos en ese sentido.
“¡Cómo!” creo oír exclamar a algunos, “¡Un millón de libras esterlinas! ¿Cómo puede
un hombre que viene saliendo del manicomio soñar con juntar esa cantidad de
dinero?” ¡Deteneos un momento! Es posible que un millón parezca mucho dinero si
se paga esa cantidad por un diamante o por un palacio, pero no es casi nada
comparado con las sumas que Gran Bretaña gasta dispendiosamente cada vez que
debe pagarse rescate por un británico capturado en el extranjero. El Rey de Ashanti
había capturado a unos ciudadanos británicos — que ni siquiera habían nacido en
Inglaterra — en 1869. Gran Bretaña despachó al General Wolseley con lo mejor del
Ejército Británico, el cual aplastó a Kofi Kalkali, liberó a los cautivos y quemó Cumasi
y ni se inmutó cuando le llegó la cuenta por £750.000. Pero eso fue una pequeñez.
Cuando el Rey Teodoro de Abisinia capturó a un par de representantes británicos se
despachó a Lord Napier a rescatarlos. Éste marchó con su ejército hacia Magdala,
trajo de vuelta a los prisioneros, dejando tras de sí al Rey Teodoro muerto. El costo
de esa expedición fue superior a los nueve millones de libras esterlinas. La Campaña
de Egipto, que aplastó a Arabi, costó cerca de cinco millones. El asalto a Jartum,
que se produjo demasiado tard e para rescatar al General Gordon, costo una cifra
parecida. La guerra de Afganistán costó veintiún millones de libras esterlinas.
¿Quién se atreve a decir que Gran Bretaña no es capaz de proporcionar un millón de
libras esterlinas para rescatar no a uno o dos cautivos, sino a un millón, cuya suerte
es tan lastimera como la de los prisioneros de reyes salvajes, pero que se
encuentran no en la tierra del Sudán ni en los pantanos de Ashanti ni en las
Montañas de la Luna, sino aquí, en nuestras propias puertas? No me habléis de la
imposibilidad de juntar el millón. Nada es imposible cuando Gran Bretaña se toma
las cosas en serio. Hablar de imposibilidad solamente significa que vosotros no
creéis que a la nación le importe iniciar una campaña en serio contra el enemigo que
se encuentra a nuestras puertas. Cuando Gran Bretaña va a la guerra, no se fija en
gastos. Y, ¿quién se atreve a negar que ha llegado el momento para declararle
frontalmente la guerra a los Males Sociales que parecen mantener a Dios alejado de
nuestro mundo?
SECCIÓN 3 — ENUMERACIÓN DE ALGUNAS VENTAJAS
Este Plan toma en consideración a todos los tipos y clases de hombres que pueden
encontrarse en circunstancias de indigencia, independientemente de su carácter o su
conducta, y asume la responsabilidad de cubrir inmediatamente sus necesidades
temporales; y luego se propone colocarlos en una posición permanente de
comodidad relativa con la única condición de que los que reciban este beneficio estén
dispuestos a trabajar y a someterse a la disciplina.
Si bien al inicio tendremos que imponer ciertos límites en cuanto a la edad y las
condiciones de salud, esperamos que, una vez que nos encontremos trabajando
relativamente bien, podamos incluso eliminar estas restricciones y recibir a cualquier
persona desafortunada que tenga como recomendación solamente su propia miseria
y un deseo honesto de salir de esa situación.
Se verá que, en este sentido, el Plan supera con mucho a cualquier plan discutido
anteriormente, en vista de que casi todas las demás propuestas caritativas
destinadas a remediar la situación confiesan más o menos abiertamente su total
incapacidad para beneficiar a aquellos que no caben dentro de la clasificación de lo
que ellos denominan hombres trabajadores “decentes”.
Nuestro Plan contempla nada menos que una revolución en el carácter de aquellos
cuyos defectos son la causa de su propia indigencia. Hemos observado que, en un
cincuenta por ciento de los casos, su propia conducta perjudicial es la causa de su
desgracia. Detenerse en el caso de ellos antes de lograr un verdadero cambio es
incitar y garantizar el fracaso. Pero tenemos confianza en lograr este resultado — al
menos en la gran mayoría de los casos —, usando el razonamiento y la persuasión,
el convencimiento tanto respecto de las ventajas terrenales como las celestiales,
mediante el poder del hombre y el poder de Dios.
Por medio de este Plan cualquier hombre, sin importar cuán bajo haya caído en
cuanto a su autoestima y el respeto que los demás le tengan, podrá reingresar
nuevamente a la vida, con la posibilidad de reestablecer su carácter cuando se sienta
perdido o quizás de establecer un carácter por primera vez, y obtener de ese modo
un empleo decente y lograr ser admitido en la sociedad como un buen ciudadano.
Mientras muchos de este grupo carecen absolutamente de un amigo decente, otros
tendrán, en ese plano superior de respetabilidad que ocuparon alguna vez, algún
pariente o amigo, o empleador que ocasionalmente se acuerde de ellos y que, con
sólo saber con certeza que se ha producido un verdadero cambio en el pródigo, no
sólo estará dispuesto sino que además encantado de ayudarle nuevamente.
Habría trabajo acorde con la capacidad de cada uno. Se podrá utilizar cada don.
Tomemos, por ejemplo, a cinco personas en la granja: un panadero, un sastre, un
zapatero, un cocinero y un agricultor. El panadero haría el pan para todos, el sastre
las vestimentas de todos, el zapatero los zapatos para todos, el cocinero cocinaría
para todos y el agricultor haría las tareas de labranza para todos. Aquellos que
saben cualquier cosa que sea de utilidad para los habitantes de la Colonia serían
asignados a desempeñarse en esa actividad, y se entrenaría a quienes no tienen
oficio ni profesión.
Este Plan saca a las clases viciosas y criminales de la esfera de aquellas tentaciones
ante las cuales invariablemente han sucumbido en el pasado. Nuestra experiencia
demuestra que cuando uno ha logrado producir, sea por Gracia Divina o por
cualquiera de las ventajas de una buena vida o las desventajas de una mala vida, en
un hombre de circunstancias como las ya señaladas, la determinación de comenzar
de nuevo, las tentaciones y dificultades que deberá enfrentar normalmente lo
dominarán y dejaran en nada lo que se ha logrado si continúa rodeado de sus
antiguos compañeros y las tentaciones que lo inducen al pecado.
Ahora, fijaos en la fuerza de las tentaciones contra las cuales debe luchar esta clase.
¿Qué es lo que induce a la gente a irse por el mal camino — gente de todas las
clases, tanto ricos como pobres? No es el deseo de pecar. No desean pecar;
muchos de ellos no saben lo que es el pecado, pero tienen ciertos apetitos o
inclinaciones naturales que les resulta placentero saciar y, cuando surge el deseo de
esta gratificación ilícita, sin consideración de los llamados de Dios, de sus propios
intereses o del bienestar de sus compañeros, se ven arrastrados por sus impulsos y,
de este modo, todas sus anteriores buenas resoluciones terminan mal.
Tomemos, por ejemplo, la tentación que proviene del apetito natural, el hambre. Un
hombre que ha estado en una reunión religiosa o que ha recibido unos buenos
consejos o que, quizás, acaba de salir de la cárcel, con los recuerdos de las
dificultades que acaba de pasar todavía bien claros en su memoria, o los consejos
del capellán resonando aún en sus oídos. Ha decidido no volver a robar, pero no
tiene manera de ganarse la vida. Le empieza a dar hambre. ¿Qué puede hacer? Un
trozo de pan lo tienta o, más probablemente, una cadena de oro que podría convertir
en pan. Se inicia una lucha en su interior; trata de mantener su propio compromiso
pero el hambre sigue asediándolo e incluso es posible que tenga esposa e hijos que
están tan hambrientos como él mismo, razón por la que cede ante la tentación, se
lleva la cadena y, a su vez, el policía se lo lleva a él.
Ahora bien, este hombre no desea hacer el mal y mucho menos desea ir a la cárcel.
En forma sincera y nebulosa desea ser bueno y, si el camino le resultara un poco
más fácil, probablemente lo tomaría.
Por otra parte, existe el apetito por el alcohol. Ese hombre no tiene intención de
pecar cuando bebe su primer vaso. Mucho menos desea emborracharse. Es posible
que todavía tenga un recuerdo vívido de las desagradables consecuencias de su
última parranda, pero el antojo lo acecha, la taberna está cerca, sus compañeros lo
presionan; él cede y cae, y, quizás cae para no levantarse nunca más.
Podríamos extendernos sobre el tema pero nuestro Plan se propone alejar a los
pobres esclavos inmediatamente de las tabernas y a los compañeros que los tientan
a acudir a ella, motivo por el cual pensamos que las posibilidades de reformarlo son
aún mayores.
Luego pensad en el gran beneficio que este Plan implicará para los niños, al sacarlos
de las barrios marginales, las miserables casuchas y los repugnantes ambientes en
los cuales se les cría para llevar vidas abominables de todo tipo, y llevarlos al campo,
entre verdes árboles a vivir en hogares ubicados en cabañas, donde podrán crecer
teniendo la oportunidad de salvar tanto su cuerpo como su alma.
Pensad nuevamente en el cambio que este Plan implicará para aquellas pobres
criaturas provenientes de ambientes sórdidos, desmoralizantes, de los desagradables
e inmundos barrios en que viven hacinados, trasladados al aire puro y las vistas y
sonid os del campo. Se habla mucho de la influencia benéfica que el arte, la
literatura y la música tienen sobre las multitudes. Se está proporcionando dinero,
como si fuera agua, para facilitar estas atracciones en los Museos, los Palacios del
Pueblo y lugares similares, para el mejoramiento de la condición social y la
educación de las masas. Pero “Dios creó el campo, y el hombre creo la ciudad”; y si
llevamos a la gente a morar en medio de la obra de manufactura divina que es el
campo, ese es el plan superior.
Los beneficios que implica este Plan serán de duración permanente. Se verá que
este no es un recurso temporal como, lamentablemente, lo ha sido casi todo
esfuerzo efectuado hasta ahora a favor de estas clases. Los Trabajos de
Emergencia, los Programas de Comidas, las Consultas sobre el Carácter, los
Proyectos de Emigración, métodos a los cuales ningunos de ellos recurre, la Caridad
en sus múltiples formas, el Albergue Temporal, el Hospicio y cientos de otras
panaceas que pueden servir en el momento pero que son, en el mejor de los casos,
meros paliativos. Pero este Plan, me atrevo a decir, ofrece un remedio substancial y
permanente.
Este Plan elimina la omnipresente e insuperable barrera que impide llevar una vida
hacendosa y devota. Significa no solamente sacar a esas multitudes perdidas fuera
de la “Ciudad de la Destrucción” y llevarlas hacia el Canaán de la abundancia, sino
que levantarlas al mismo nivel de ventaja que ostentan algunos de los más
favorecidos de la humanidad, para asegurar la salvación de sus almas.
Observad las circunstancias de cientos y miles de las clases de las cuales estamos
hablando. De la cuna a la tumba, ¿no podría resumirse su influencia sobre la
inclinación a las Creencias Religiosas en una sola frase: “Manual de ateísmo”?
Imaginen los lectores que su suerte fuese similar a la de estas personas de las cuales
hablamos. ¿No es posible acaso que, en tales circunstancias, hubiesen tenido serias
dudas acerca de la existencia de un Dios benevolente, si Éste permitiese que sus
criaturas murieran de hambre o estuvieran tan preocupadas por sus miserias
temporales que no fueran capaces de ocuparse de la vida del más allá?
Tomemos, por ejemplo, a un ho mbre, que tiene hambre y frío, que no sabe dónde
conseguirá su próximo alimento, es más, que piensa que es poco probable que
consiga algo de comer. Sabemos que sus pensamientos pueden estar totalmente
ocupados con el pan que necesita para su organismo. Lo que desea es una cena.
Los intereses de su alma deben esperar.
Consideremos a una mujer cuya familia está hambrienta y que sabe que en cuanto
llegue el lunes debe pagar la renta pues, de lo contrario, ella y sus hijos serán
lanzados a la calle y sus escasas pertenencias serán embargadas. En este momento
no tiene dinero para la renta. ¿Acaso no es probable que sus pensamientos vayan
en esa dirección si se detiene en una Iglesia o en una Misión o en el Cuartel del
Ejército de Salvación?
Las objeciones son de esperar. Son una necesidad en relación con cualquier Plan
que aún no se ha puesto en práctica y simplemente reflejan las dificultades
previsibles de su ejecución. Admitimos libremente que hay abundantes dificultades
para ejecutarlo con facilidad y éxito. Sin embargo, nos imaginamos que muchas
desaparecerán cuando lleguemos a implementarlo y el resto se resolverá con valor y
la paciencia. No obstante, si este plan resultara ser el éxito que nosotros prevemos,
eventualmente llegará a revolucionar la condición de las secciones hambrientas de la
Sociedad, no solamente en esta gran metrópolis, sino en toda la civilización. Por lo
tanto, no sólo merece una consideración cuidadosa sino intentos perseverantes.
Cuando la fiesta había sido preparada y se había enviado la invitación, se dijo que las
multitudes hambrientas no vendrían; que, aunque se les ofrecía trabajo en la Ciudad
o en la Granja, preferían pudrirse en sus actuales miserias en lugar de recurrir al
beneficio proporcionado.
Para recabar las opiniones de los más interesados, consultamos una noche, mediante
un Censo efectuado en nuestros Albergues de Londres, a doscientos cincuenta
hombres desempleados, todos los cuales estaban sufriendo severamente las
consecuencias de esta situación. Les proporcionamos un conjunto de preguntas y
obtuvimos respuestas de todos. Ahora bien, es necesario tener presente que estos
hombres no tenían obligación alguna de contestar nuestras preguntas y mucho
menos de responder favorablemente a nuestro plan, respecto del cual no sabían casi
nada. La mayoría de estos 250 hombres se encontraba en la flor de la vida, siendo
la mayor parte obreros calificados; un recuento de las respuestas entregadas
demostró que del total, doscientos siete estaban capacitados para trabajar en su
oficio si tuvieran la oportunidad.
El promedio de salarios recibidos por los mecánicos con experiencia, cuando tenían
un empleo estable, era de 33 chelines por semana; el salario promedio que ganaban
los que carecían de entrenamiento era de 22 chelines por semana.
III.— Se fugarían.
Luego existiría la posibilidad de mejorar sus perspectivas para el futuro, junto con la
vida religiosa, la música y la libertad que ofrece el Ejército de Salvación.
Si existe una clase que ocasiona la desesperación del reformador social, es la que ha
sido descrita de diversas maneras pero que podemos denominar las mujeres
perdidas de nuestras calles. Desde el punto de vista del organizador industrial,
sufren de casi todos los defectos que el material humano puede poseer. Salvo
algunas excepciones, carecen de entrenamiento como mano de obra, han sido
desmoralizadas por una vida de libertinaje, y están acostumbradas al mayor
desenfreno, emancipadas de toda disciplina excepto la de la inanición, y, en general,
el deterioro de la salud. Por lo tanto, si se logra que un número considerable de
quienes forman esta clase esté dispuesta a someterse voluntariamente a la
disciplina, a soportar la privación del alcohol y a aplicarse firmemente a una
actividad industriosa, el ejemplo serviría de mucho para demostrar que incluso la
humanidad en su peor expresión, cuando se la maneja en forma inteligente e
integral, acepta la disciplina y está dispuesta a trabajar. En nuestros Hogares de
Socorro en las Islas Británicas recibimos mucho más de mil desdichadas por año,
mientras que en todo el mundo el promedio anual es de dos mil. Esta obra ha
estado en operación durante tres años — tiempo suficiente para que hayamos podido
comprobar ampliamente la capacidad de la clase en cuestión para reformarse.
Por supuesto, para quienes han estado llevando una vida de ocio durante años
cualquier cosa que se parezca al trabajo y a una tarea agotadora sería muy difícil y
fatigante y posiblemente se requeriría algo de paciencia y persuasión para
convencerlos de trabajar en esta forma. Quizás algunos ya no tendrían posibilidades
de salvación y, hasta que llegue el momento — hasta que llegue, si es que llega —
en que el gobierno decrete que es un crimen que un hombre sano se dedique a
mendigar existiendo la oportunidad de que realice trabajo remunerado, esta clase
deambulará por ahí viviendo a costa de un público generoso. Sin embargo, bastará
con saber que cualquier hombre puede tener trabajo si lo desea para que aquellos
que, mediante su generosidad, han mantenido a hombres y mujeres ociosos, dejen
de hacerlo y, cuando esto suceda, cuando un hombre ya no pueda comer sin
trabajar, de los dos males escogerá el segundo, prefiriendo el trabajo, sin importar
cuán desagradable le resulte, antes que mo rirse de hambre.
Nuevamente, quienes tengan dudas sobre este punto podrán calmarlas haciendo un
contraste entre los variados y cambiantes métodos laborales que intentaríamos y las
formas monótonas y poco interesantes que se utilizan en muchos de los empleos de
los pobre s, y las circunstancias que los rodean.
Una pequeña Fábrica de Encuadernación opera como anexo a los Hogares de Rescate
en Londres. Las dobladoras y cosedoras son muchachas salvadas de la calle
quienes, por diversas razones, no fueron consideradas adecuadas para el servicio
doméstico. La fábrica ha resuelto el problema de empleo en algunos casos
sumamente difíciles. Actualmente, dos de las muchachas que trabajan ahí son
lisiadas y una de ellas está criando a dos niños.
Mientras aprenden su trabajo, viven en Hogares de Rescate y los pocos chelines que
ganan se ingresan a los fondos del Hogar. En cuanto comienzan a ganar 12 chelines
por semana, se les encuentra alojamiento (con Salvacionistas, si es posible) y están
plenamente a merced de sus propios recursos. La mayoría de las muchachas que
trabajan en este oficio en Londres están viviendo en familia, y 6 chelines, 7 chelines
u 8 chelines por semana constituyen una contribución aceptable al ingreso del Hogar,
pero nuestras muchachas que dependen enteramente de sus propios ingresos deben
obtener un sueldo promedio mínimo de 12 chelines por semana. Para que ellas
puedan hacerlo, estamos obligados a pagar sueldos más elevados que otros
empleadores. Por ejemplo, les pagamos desde 2 y medio peniques hasta 3 peniques
por mil más que en el comercio por la encuadernación de pequeños folletos; sin
embargo, después de pagarle al Gerente, un hombre casado, por la vigilancia de las
máquinas, se ha obtenido una ganancia de alrededor de £500 y el trabajo está
mejorando. A todas se les paga por unidad producida.
Se verá que esta es una fábrica en miniatura, pero sigue siendo una fábrica que
opera sobre la base de principios que permiten una expansión sin límites, por lo que
pienso que podría ser considerada con justicia como un estímulo y un ejemplo de lo
que es posible lograr con innumerables variaciones.
V.— Por otra parte, se aduce que la clase a la cual intentamos beneficiar carece de
las habilidades físicas para trabajar en una Granja o al aire libre.
Llevad a un hombre o a una mujer al aire fresco, ordenadle hacer una cantidad
adecuada de ejercicio y alimentadle bien. Proporcionadle un hogar cómodo y una
buena perspectiva de alcanzar una posición de independencia en este país u otro, y
uno de los primeros grandes beneficios será una completa renovación de su salud y
un asombroso incremento de su vigor.
Debe tenerse presente que nuestro sistema militar de gobierno nos prepara en
buena medida, si bien no nos califica, para realizar esta tarea. En todo caso, nos da
una buena ventaja inicial. Toda la gente está capacitada según los hábitos de la
obediencia y todos nuestros Oficiales han sido entrenados para ejercer la autoridad.
Los Oficiales de toda la Colonia se reclutarían casi exclusivamente de las filas del
Ejército de Salvación, y cada uno de ellos acudiría al trabajo, tanto teórico como
práctico, ya en conocimiento de los principios que forman la esencia de la buena
disciplina.
Luego podemos argumentar el caso, con mucha fuerza, sobre la base de nuestra real
experiencia en tratar con los integrantes de esta clase. Tomemos, por ejemplo,
nuestra experiencia en el Ejército de Salvación mismo. Veamos el orden de nuestros
Soldados. Aquí tenemos a hombres y mujeres que no tienen involucrado interés
temporal alguno, que no reciben remuneración, que con frecuencia sacrifican sus
intereses mundanos por unirse a nosotros y, sin embargo, observad cómo se
alinean, obedecen órdenes de la manera más expedita incluso cuando dichas
órdenes atentan contra sus intereses temporales.
“Sí”, responderán algunos, “eso está muy bien en la medida que se refiere a aquellos
que piensan completamente de esa manera. Podéis darles órdenes y comandarlos a
vuestro antojo y ellos obedecerán, pero ¿qué pruebas habéis dado de vuestra
capacidad de controlar y someter a disciplina a aquellos que no piensan como
vosotros?
“Podéis hacer eso con vuestros Salvacionistas porque ellos han recibido salvación,
como vosotros decís. Cuando los hombres vuelven a nacer, se puede hacer
cualquier cosa con ellos. Pero, a menos que convirtáis a todos los moradores de la
Inglaterra Oscura, ¿qué oportunidad tenéis de que ellos sean receptivos a vuestra
disciplina? Si hubiesen recibido salvación, indudablemente se podría hacer algo,
pero no la han recibido. ¿Qué razón tenéis para creer que se dejarán convencer por
la disciplina?”
Debo reconocer la validez de esta objeción; pero tengo una respuesta que, a mi
parecer, considero completa. La disciplina, y me refiero a la más férrea posible, se
impone a las multitudes de esta gente incluso ahora. No hay nada que una
organización, incluso la con mayor autoridad de la industria, pudiera diseñar en el
ejercicio del poder absoluto que se pueda comparar, por un momento, con la
esclavitud impuesta cotidianamente en los talleres de trabajo. Lo que enfrentan
estos desdichados no es una opción entre la libertad y la disciplina, sino que una
elección entre la disciplina impuesta sin misericordia por la hambruna e inspirada por
la codicia fútil y la disciplina acompañada de raciones regulares e impuesta
exclusivamente para su propio beneficio. ¿Qué libertad existe para los sastres que
deben coser durante dieciséis a veinte horas por día en un agujero infecto con el fin
de ganar 10 chelines por semana? No hay disciplina tan brutal como la del taller de
explotación; no hay esclavitud tan implacable como aquella de la cual deseamos
liberar a las víctimas. Comparada con sus condiciones normales de existencia, la
disciplina más rigurosa que se necesitaría para garantizar el éxito de cualquier
organización nueva equivaldría a un escape desde la esclavitud a la libertad.
Podríais responder que “puede muy bien ser así, si la gente entendiera lo que
redunda en beneficio de sus propios intereses. Pero en la práctica no lo entienden y
nunca serán suficientemente precavidos como para valorar las ventajas que se les
ofrecen.”
Ante esto yo respondo que tampoco estoy hablando desde un punto de vista
meramente teórico. Os estoy presentando los hechos comprobados de años de
experiencia. Hace más de dos años, impulsado por la miseria y desesperanza de los
desempleados, abrimos los Centros de Albergue y Comida en Londres que describí
anteriormente. Aquí se encuentran un gran número de hombres cada noche,
muchos de los cuales son del tipo más bajo de los jornaleros que reptan por las
calles, cierta proporción de criminales y de la clase más difícil de manejar que yo
podría imaginar, de los cuales se juntan unos 200 en un solo edificio, noche tras
noche y, desde que recién se abren las puertas al atardecer hasta que el ultimo
hombre se va en la mañana, casi no ha habido una sola palabra de insatisfacción; de
todos modos, nada que implique mal humor o malas palabras. No se necesitan
policías y, en realidad, dos o tres noches de experiencia serán suficientes para
convertir a los habituales del lugar, por voluntad propia, en Oficiales del Orden,
felices no solamente de hacer respetar los reglamentos del lugar, sino de hacer que
otros cumplan con la disciplina.
Pero una de nuestras principales esperanzas será que los Integrantes de las Colonias
capten el hecho de que todos nuestros esfuerzos han sido realizados a favor de ellos.
Cada hombre y mujer del lugar sabrá que esta empresa se inició y realizó
exclusivamente para el beneficio de ellos y los demás miembros de su clase, y que
solamente su propia buena conducta y cooperación garantizarán que obtengan una
participación personal en dicho beneficio. No obstante, nuestras expectativas se
basarán principalmente en la creación de un espíritu desinteresado en la comunidad.
IX.— Nuevamente, se objeta que el Plan es demasiado vasto como para ser
emprendido por una organización voluntaria, por lo que debiera ser asumido y
llevado a cabo por el Gobierno mismo.
Quizás sea así, pero no hay muchas probabilidades de que ello ocurra y no estamos
muy seguros de que tal intento tendría éxito si se llevara a la práctica. Sin embargo,
considerando que ni los gobie rnos, ni la sociedad, ni las personas han dado un paso
adelante para llevar a cabo lo que Dios nos ha dado a entender que es un trabajo tan
vitalmente importante y, en vista de que Él nos ha dado la voluntad y en sentidos
importantes la capacidad para hacerlo, estamos dispuestos, si se nos proporciona la
ayuda financiera para realizarlo, a hacer un esfuerzo decidido, no solamente para
intentar sino también para llevarlo a cabo de manera de que sea un éxito.
X.— Se plantea la objeción de que las clases que intentamos beneficiar son
demasiado ignorantes y depravadas para que el esfuerzo Cristiano o para que el
esfuerzo de cualquier tipo les llegue y logre reformarlas.
Mirad a los vagabundos, a los borrachos, a las rameras, a los criminales. Cuán
asentados están en sus costumbres inútiles y viciosas. Se dirá — es más, ya ha sido
dicho por aquellos con quienes he conversado — que no los conozco, afirmación que
creo no se puede mantener, porque si yo no los conozco, ¿quién los conoce?
Debo reconocer, sin embargo, que miles de personas de esta clase están muy
alejadas de todo sentimiento, principio y práctica de la conducta correcta. Pero yo
afirmo que estas pobres gentes no pueden ser sujetos menos favorables para el
trabajo de regeneración que muchos de los salvajes y de las tribus de infieles para
quienes se piden grandes sumas de dinero y a quienes se destina la gente mejor y
más valiente. Estas pobres gentes están indudablemente incluidas en el plan Divino
de la misericordia. Cuando estaba en la tierra, el Salvador les prestó especial
atención, particularmente cuando Él murió en la Cruz.
Algunos de los mejores ejemplos de la práctica y la fe Cristianas y algunos de los
trabajadores de mayor éxito que han actuado en beneficio de la humanidad han
surgido de esta clase, respecto de la cual se han registrado muchos ejemplos tanto
en la Biblia como en la historia de la Iglesia y del Ejército de Salvación.
A esto debemos responder que ciertamente hay una apariencia de verdad en esta
objeción; no obstante, creo que ya ha sido respondida en las páginas precedentes.
Asimismo, si el aumento de la cantidad de trabajadores, que este Plan
indudablemente ocasionará, fuera el inicio y el fin del tema, obviamente presentaría
una problemática bastante seria. Pero incluso basándose en ese supuesto, no veo
cómo un trabajador capacitado podría dejar que sus hermanos se pudran en su
actual miseria aunque su rescate implicara compartir una parte de su salario.
(1) Sin embargo, tal peligro no existe, considerando que el número de manos extra
que ingresan al mercado laboral británico es necesariamente poco cuantioso.
(3) Al retirar del mercado laboral a una cantidad considerable de individuos que
actualmente sólo tienen un trabajo inestable, mientras que simultáneamente se los
beneficia, inevitablemente les significará mayores posibilidades laborales a los que
permanecen allí.
(4) Mientras tanto, cada pobre individuo sin trabajo, al convertirse en asalariado,
inevitablemente incrementará sus necesidades en forma proporcional. Por ejemplo,
el borracho que se las ha tenido que arreglar con unos ladrillos, una caja y unos
harapos, va a querer una silla, una mesa y una cama y por lo menos algunos otros
accesorios para equipar un hogar, por austero que éste sea.
He efectuado una revisión de las principales características del Plan, que presenté
como un programa calculado para contribuir de manera considerable a mejorar la
condición en que vive el estrato más bajo de nuestra Sociedad. No pretende estar
completo en todos sus detalles. En cualquier momento alguien puede hacer
señalamientos a esta o aquella característica del Plan y demostrar que es necesario
llenar algún vacío para que funcione eficazmente. Sin embargo, hay una cosa que se
puede señalar para excusar las deficiencias del Plan: me refiero concretamente a que
si uno espera hasta contar con un plan ideal y perfecto, deberá esperar hasta el
Milenio y entonces ya no será necesario. Mis sugerencias, aunque burdas, contienen
un elemento que, con el tiempo, cubrirá todas las deficiencias. Tienen vida y la vida
contiene la promesa y el poder de adaptación a todas las innumerables y variadas
circunstancias de la clase con la cual debemos trabajar. Donde hay vida existe el
infinito poder de la adaptación. Este no es un Plan forjado en hierro, fraguado por
un solo cerebro para luego ser presentado como una norma a la cual todos deben
adaptarse. Es una planta robusta, que tiene sus raíces bien asentadas en la
naturaleza y las circunstancias de los hombres. Más aún, creo que en el corazón de
Dios mismo. Ya ha crecido mucho y, si se le nutre y cuida adecuadamente, crecerá
aún más, hasta que de este Plan brote, al igual que en la parábola del Grano de
Mostaza, un gran árbol cuyas ramas cubrirán la tierra entera.
Permitidme señalar una vez más que no reclamo derecho alguno de autoría sobre
este Plan. Efectivamente, desconozco qué partes de él son originales y cuáles no lo
son. Desde que formulé algunos de sus componentes, que yo pensé que eran
completamente nuevos, he descubierto que han sido probados en otras partes del
mundo y en forma muy promisoria. Puede que este sea el caso con otros planes y
en este sentido me alegro. No deseo exclusividad alguna. La cuestión es demasiado
seria como para andar con tonterías de esa naturaleza. Aquí hay millones de
nuestros congéneres que mueren entre las oleadas del mar de la vida, hechos trizas
contra rocas filosas, succionados por los remolinos, sofocados incluso cuando creen
que han llegado a tierra firme por las traicioneras arenas movedizas; para salvarlos
de esta inminente destrucción es que sugiero que se hagan estas cosas. Si vosotros
tenéis un plan mejor que el mío para lograr este propósito, en el nombre de Dios
permitid que lo conozcamos rápidamente y que se lleve a la práctica con celeridad.
Si no tenéis tal plan, entonces ayudadme con el mío, ya que yo estaría feliz de
ayudaros con el vuestro si tuviera mayores posibilidades de éxito que el mío.
El Plan de las tres Colonias será, para fines prácticos, considerado como uno solo.
En consecuencia, el entrenamiento tendrá presente la calificación de quienes
trabajan en las Colonias para que en última instancia puedan ganar su sustento en el
mundo en forma totalmente independiente de nuestra ayuda o, en su defecto, se les
entrenará para desempeñar un trabajo permanente dentro de nuestras fronteras, ya
sea en el país o en el extranjero.
Un resultado adicional de esta unidad entre las Colonias Urbanas y las Villas será la
eliminación de una de las dificultades que siempre ha estado relacionada con el
producto de la mano de obra desempleada. Los alimentos producidos en la Granja
serán consumidos en la Ciudad, mientras que muchas de las cosas fabricadas en la
ciudad serán consumidas en la Granja.
Los principales Oficiales de la Colonia serán los individuos que se hayan entregado al
trabajo no a cambio de un sueldo, sino por su deseo de ser útiles a los pobres en su
sufrimiento. Se les seleccionará desde un principio de entre las filas del Ejército de
Salvación y, a partir de eso, por el hecho de poseer ciertas aptitudes, tales como el
conocimiento de cierto tipo particular de trabajo que tuvieren que supervisar, o
porque tuvieren habilidades especiales para la disciplina, para controlar a los
hombres y porque ellos mismos estuvieren motivados por un espíritu de amor. Por
último, los Oficiales, no tenemos duda, serán, como en el caso de todas nuestras
otras operaciones, hombres y mujeres que han surgido de entre los Integrantes de
las Colonias mismas y que consecuentemente poseen algunas calificaciones
especiales para dirigir a aquellos a quienes deben supervisar.
Los individuos que vivan y trabajen en las Colonias se dividirán en dos clases: la
primera clase, que no recibirá salarios, estará compuesta por los siguientes:—
(a) los recién llegados, cuyas habilidades, carácter y hábitos son aún desconocidos;
(b) los que tienen menor fuerza, calibre mental u otra capacidad;
La segunda clase contará con una pequeña asignación adicional de dinero, parte de
la cual será entregada a los trabajadores para su uso particular, guardándose la otra
para futuras continge ncias, el pago de gastos de viajes, etc. De esta clase
reclutaremos a los suboficiales, despacharemos a los obreros contratados, los
emigrantes, etc., etc.
Gobierno de Victoria,
Oficina del Secretario Principal
Melbourne.
4 de julio de 1889.
Superintendente de Obra de Rescate del Ejército de Salvación
Me despido, Señor,
Su Affmo. y S.S.
(Firmado) ALFRED DEAKIN.
A lo largo de esta obra he usado la primera persona más que en ninguno de mis
otros escritos. Lo he hecho deliberadamente, no por egoísmo, sino para enfatizar
que esta es una propuesta definitiva de una persona que está decidida, si se le
proporcionan los medios, a llevarla a cabo. Al mismo tiempo, quiero que quede
totalmente en claro que no es para mi propio beneficio, ni por mi cuenta y cargo,
que pretendo embarcarme en esta gran empresa. A menos que Dios desee que yo
desarrolle la idea que creo me fue inspirada por Él, lo único que podría obtenerse con
su ejecución sería confusión, desastre y desencanto. Pero si ese es Su deseo y si
es así, pronto recibiremos señales visibles y manifiestas que nos lo confirme
¿quién puede oponerse a ese deseo? Confiando en Su guía, aliento y apoyo,
pretendo abocarme de inmediato a esta formidable campaña.
No participo sin haber sido llamado. No me apresuro a cerrar esta brecha sin haber
sido enérgicamente impelido a hacerlo. Sea como sea, he sido llamado por Dios, y
por el clamor agonizante de los hombres y mujeres que sufren, Él me lo manifestará
a mí y a todos nosotros inequívocamente. Al igual que Gedeón buscó una señal, a
instancias del mensajero celestial, antes de asumir el liderazgo del pueblo elegido
para combatir a las huestes madianitas, yo también busco una señal. La señal de
Gedeón fue arbitraria. Él la eligió. Él impuso sus propios términos; y, por
compasión, para disipar su falta de fe, Dios le envió no una, sino dos señales.
Primero, su vellón quedó seco cuando toda la tierra alrededor estaba empapada de
rocío; y, luego, su vellón quedó empapado cuando toda la otra tierra estaba seca.
La señal que yo pido para animarme a seguir adelante es una sola, no dos. Es una
señal necesaria y no arbitraria, y es una que hasta los más escépticos o los más
cínicos materialistas reconocerían como suficiente. Si he de implementar el Plan que
he delineado en este libro, debo contar con todos los medios para hacerlo. No tengo
ni la más remota idea de cuánto es lo que se necesitaría para llevar a cabo este Plan
de Campaña en su totalidad, abarcando toda la tierra con ramas cargadas de toda
clase de frutos deliciosos. Pero sí tengo una idea clara de cuánto es lo que se
requeriría para implementarlo a escala modesta pero plenamente funcional.
¡Qué difícil será para aquellos que tienen riquezas entrar en el Reino de los Cielos!
Es más fácil lograr que cien hombres pobres sacrifiquen su vida que inducir a un
hombre rico a que sacrifique su fortuna, o una parte de ella, en pro de una causa en
la cual, sin mucho entusiasmo, parece creer. Cuando veo a todos los hombres y
mujeres que han dejado sus amigos, parientes, hogares y todo lo que poseen, para
caminar descalzos bajo el sol ardiente de la lejana India, para vivir de un puñado de
arroz y morir en medio de los paganos en aras de Dios y del Ejército de Salvación,
me maravilla a veces el hecho de que estén tan ansiosos de renunciar a todo, incluso
a su propia vida, por una causa que carece de suficiente poder para inducir a un
número razonable de personas ricas a sacrificar por ella las trivialidades y lujos de
sus existencias. Se espera mucho de los que tienen mucho; ¡pero, ay de mí,
desafortunadamente, es poco lo que se obtiene de ellos! Sigue siendo la viuda quien
lo entrega todo al tesoro del Señor cuando aludimos al diezmo del Señor, los ricos
lo consideran una sugerencia absurda, y si solicitamos sólo las migajas que caen de
sus mesas, nos rechazan con fastidio. Aquellos que me han seguido hasta ahora
decidirán por sí mismos si deben ayudarme o no a realizar este Proyecto y, en el
primer caso, en qué medida deben hacerlo. No creo que deban mezclarse en esta
cuestión las diferencias sectarias o los sentimientos religiosos. Suponiendo que no
os agrade mi Salvacionismo, ¿no es acaso mejor que estas miserables y desdichadas
muchedumbres tengan alimentos para comer, ropas que vestir y un hogar donde
poder reposar sus cansados huesos después de haber realizado su trabajo diario,
aun cuando el cambio vaya acompañado de ciertas peculiares nociones y prácticas
religiosas, que pasar hambre, andar desnudos, no tener hogar, como tampoco una
religión? Me parece que es infinitamente preferible que digan la verdad y que sean
virtuosos, laboriosos y felices, aun cuando efectivamente le oren a Dios, canten
salmos y anden con chalecos rojos, fanáticamente, como vosotros decís, “buscado el
milenio” antes que seguir siendo ladrones o rameras que no creen en Dios, y una
carga para el Municipio, una maldición para la sociedad y un peligro para el Estado.
Si alguno de mis lectores pensara por un momento que he propuesto este plan por
motivos interesados, que se niegue a contribuir un centavo siquiera para lo que
sería, cuando menos, un ardid desvergonzado. Quizás algunos imaginen que los
hombres que han sido literalmente martirizados en esta causa han encontrado la
muerte por las insignificantes monedas que recolectan para vivir. A los mismos,
seguramente, no les será difícil convencerse de que este es sólo otro intento de
recolectar dinero para aumentar la mítica fortuna que yo supuestamente estoy
acumulando, aunque jamás he tomado dinero de los fondos del Ejército de Salvación
más que para mis gastos menores. De ellos sólo deseo el tributo de su abuso, en el
convencimiento de que lo peor que podrían decir de mí sería poco para describir la
infamia de mi conducta si acaso estuvieran en lo cierto en lo que respecta a mis
motivos.
Creo que sólo hay dos buenos motivos que justificarían que un hombre, con un
corazón en su pecho, se negase a cooperar conmigo en este Plan:
2. Que él (el objetor) dispone de otro plan que alcanzará con el mismo éxito el fin
que en el mío se contempla.
Quisiera partir analizando el segundo motivo. Si sucede que tenéis un plan que
promete rescatar a estas multitudes en forma más directa que el mío, os imploro que
lo deis a conocer de inmediato. Dejad que vea la luz del día. Exponed no sólo la
teoría de vuestro plan, sino también las evidencias que confirman su carácter
práctico y garantizan su éxito. Si vuestro plan resiste el examen, os liberaré de la
obligación de ayudarme es más, si después de analizar detenidamente vuestro
plan llego a la conclusión de que es mejor que el mío, renunciaré a él y abrazaré el
vuestro y os ayudaré con toda mi energía. Pero si no tenéis nada que ofrecer, exijo
vuestra ayuda en nombre de aquellos por cuya causa imploro.
Ahora bien, respecto a vuestra primera objeción, supongo que puede sintetizarse en
una sola palabra: “imposible”. Esa apreciación, si está bien fundamentada, es
igualmente adversa para mi plan. No obstante, en respuesta, puedo decir ¿Cómo
sabéis que es imposible? ¿Habéis efectuado las averiguaciones correspondientes?
Supondré que habéis leído y meditado cuidadosamente esta obra. Seguramente no
descartaríais un tema tan importante sin haberlo pensado. Y aunque es posible que
mis argumentos no sean lo suficientemente sólidos como para convenceros, debéis
admitir que sí son lo suficientemente importantes como para ameritar investigación.
En consecuencia, ¿vendríais personalmente a ver lo que hemos realizado hasta ahora
o, más bien, lo que estamos realizando actualmente? Si no os es posible venir,
¿enviaríais a alguien capaz de juzgar nuestro quehacer en vuestro nombre? Me da lo
mismo a quién mandéis. Es cierto que las cosas del Espíritu deben ser juzgadas
espiritualmente, pero las cosas humanas pueden ser juzgadas por cualquier hombre,
ya sea un santo o un pecador; basta con que tenga una inteligencia promedio y un
poco de compasión.
Tengo actualmente sesenta y un años. Los últimos dieciocho meses — en los que mi
esposa, quien me ha acompañado incansablemente en todas mis actividades a lo
largo de casi cuarenta años, ha padecido un sufrimiento indescriptible — han
contribuido más que todos los anteriores juntos a acercarme a la hora final de mi
período de servicio. Siento ya algo de la opresión que indujo al emperador de
Alemania a decir en su lecho de muerte: “No tengo tiempo para sentirme fatigado”.
Si en cierto grado he de ver cumplidas las esperanzas de toda una vida, debo poder
iniciar esta empresa de inmediato; y puesto que sobrellevo la carga permanente de
la misión universal de nuestro Ejército, no se me puede pedir que libre solo esta
batalla.
Pero confío en que las clases alta y media están finalmente despertando de su largo
sopor en lo que respecta al mejoramiento constante de aquellos que desde siempre
hemos considerado abandonados y desesperanzados. Vergüenza debiera darle a
Inglaterra si, con el ejemplo que nos da el Emperador y Gobierno de Alemania,
simplemente nos encogiésemos de hombros y reanudásemos sin más nuestros
negocios y placeres, dejando a estas miserable multitudes en las cloacas donde han
yacido por tanto tiempo. ¡No, no y no!, el tiempo se agota. Levantémonos en
nombre de Dios y de la humanidad y borremos el triste estigma de los estandartes
británicos en cuanto a que nuestros caballos reciben un mejor trato que nuestros
obreros.
Se podrá apreciar que este Plan tiene diversas ramas. Es probable que algunos de
mis lectores no apoyen el plan en su totalidad, pero que sí aprueben entusiastas
algunos de sus aspectos, y que no estén dispuestos a apoyar aquellos que
desaprueban. Si este fuese el caso, nos alegraría que nos apoyasen en la realización
de aquellas partes de la empresa que más suscitan su interés y se comprometiesen a
financiarlas. Por ejemplo, una persona puede creer en la Colonia de Ultramar, pero
no tener interés alguno en el Hogar para Alcohólicos; otra, a quien no le interesase la
emigración, podría querer habilitar una Fábrica o un Hogar de Rescate; una tercera
persona podría desear donarnos una propiedad o ayudarnos en los Centros de
Albergue y Comida, o en la ampliación de la Brigada de las Barriadas. Ahora bien,
aunque considero que el Plan es único e indivisible ninguna parte del cual puede
ser eliminada sin afectar las expectativas del conjunto es más que posible destinar
las donaciones monetarias para los fines señalados por cada benefactor. Por lo
tanto, las donaciones podrán ser efectuadas al fondo general del Plan Social o ser
destinadas a cualquiera de los siguientes fondos individuales:
1. La Colonia Urbana
2. La Colonia Rural
3. La Colonia de Ultramar
4. La Brigada de Rescate Familiar
5. Los Hogares de Rescate para Mujeres Caídas
6. La Salvación de los Alcohólicos
7. La Brigada de las Prisiones
8. El Banco de los Pobres
9. El Abogado de los Pobres
10. Whitechapel Junto al Mar
Deseo Reclutas, pero no puedo suavizar las condiciones con el objeto de atraer
hombres a servir a nuestra Bandera. No quiero camaradas bajo esos términos;
quiero a aquellos que conocen nuestras reglas y que están dispuestos a someterse a
nuestra disciplina: a los que se identifiquen con los grandes principios que
determinan nuestro accionar y a los que deseen dedicarse de todo corazón a esta
gran obra tendiente a mejorar las duras condiciones de los marginados y perdidos.
A ellos los integraré gustoso al servicio.
Quizás no podáis hacer un discurso en público o conducir una reunión bajo techo.
Hasta ahora, la labor espiritual pública no ha estado incluida en nuestras prácticas.
En la viña del Señor, sin embargo, hay muchos trabajadores y no todos necesitan
realizar la misma labor. Si tenéis experiencia práctica en cualquiera de las diversas
operaciones que he mencionado en esta obra, si estáis interiorizados con la
agricultura, si conocéis el oficio de la construcción o si tenéis conocimientos prácticos
en cualquier tipo de manufactura, tenemos un lugar para vosotros.
No soy más que un hombre entre mis congéneres, y también vosotros sois uno entre
millones. La obligación de cuidar a estas multitudes perdidas y moribundas no sólo
es mía, también es vuestra. Yo tuve la idea, pero vosotros tenéis los recursos para
materializarla. El Plan ha sido ya divulgado al mundo; a vosotros corresponde ahora
decidir si permanecerá yermo o si fructificará en incontables bendiciones para todos
los hijos de los hombres.
APÉNDICE
APÉNDICE
EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN
Octubre de 1890
Oficiales
Cuerpos o
o Personas
Sociedades AvanzadasComprometidas
con la Obra
DEPARTAMENTO DE
SUMINISTROS (“INTENDENCIA”)
Localmente En el extranjero
Edificios ocupados localmente: 8;
En el extranjero: 22.
Oficiales ........................................53 15
Empleados ................................... 207 55
____ ____
Total.................................... 260 70
DEPARTAMENTO DE PROPIEDADES
Cada Cuerpo en el mundo publica también balances trimestrales, los que son
auditados y firmados por los Oficiales Locales. Los balances de las Divisiones son
publicados mensualmente y auditados por un Departamento Especial en el Cuartel.
LA LIGA AUXILIAR
La Liga Auxiliar Internacional del Ejército de Salvación está compuesta:
INFLUENCIA Y DINERO
2. De personas que, si bien están totalmente de acuerdo con el Ejército, no
pueden unirse a él, porque trabajan activamente para sus propias denominaciones
religiosas, o bien, por motivos de salud u otras circunstancias, que les impiden tener
una participación activa en la labor cristiana. Estas personas se han registrado como
Auxiliares de Cobranza.
La Liga está compuesta de personas influyentes y alto rango social, miembros de
casi todas las denominaciones religiosas, y un sinnúmero de ministros.
Para mayor información y para obtener detalles acerca de la labor del Ejército de
Salvación, presente su solicitud personalmente o envíela por correo al GENERAL
BOOTH o al Secretario de Finanzas del Cuartel Internacional, 101, Queen Victoria
St., London, E.C., a quien también deberán remitirse las contribuciones.
Los cheques y los giros postales deberán emitirse cruzados a la orden de “City
Bank”.
EL EJÉRCITO DE SALVACIÓN: UNA VISIÓN GENERAL
Es una Organización creada para llevar a cabo una revolución radical en cuanto a la
condición espiritual de la gran mayoría de los pueblos del mundo. Su objetivo es
generar un cambio no sólo en las opiniones, sentimientos y principios de estas
vastas poblaciones, sino también alterar el curso de sus vidas, para que en vez de
invertir su tiempo en frivoli dades y en la búsqueda del placer, y quizás en las más
perversas formas de vicio, lo inviertan en servir a su generación y en adorar a Dios.
Hasta ahora ha operado principalmente en países que se reconocen cristianos, en los
cuales la gran mayoría de sus gentes han dejado de adorar a Jesucristo, al menos
públicamente, o de someterse a Su autoridad. ¿Hasta qué punto ha tenido éxito el
Ejército?
El que todo esto no es una racha pasajera de sentimientos queda quizás demostrado
por el hecho de que el Ejército ha acumulado no menos de £775.000 en bienes, paga
arriendos que ascienden a £220.000 anuales por sus lugares de reunión y tiene un
ingreso anual total que asciende a tres cuartos de millón.
Hace sólo veinticinco años el autor de esta obra se encontraba parado absolutamente
solo en el Este de Londres, tratando de cristianizar a las multitudes irreligiosas, sin
siquiera pensar en la creación de una organización semejante.
Muchas de las personas que han visto el progreso del Ejército han mostrado una
extraña falta de discernimiento al hablar y escribir acerca de él, como si todos sus
logros fuesen el resultado del azar o como si una persona pudiese generar en las
vidas de otros dichos cambios a voluntad. Una mínima reflexión, estamos seguros,
será suficiente para convencer a un hombre imparcial de que los gigantescos
resultados alcanzados por el Ejército de Salvación sólo pudieron obtenerse mediante
procesos continuos e inalterables adaptados para este fin. ¿Y cuáles son los
procesos gracias a los cuales se ha formado este gran Ejército?
1. La base de todos los éxitos del Ejército, aparte del divino recurso de su fortaleza,
es un ataque continuo y directo contra aquellos a los que pretende atraer hacia la
influencia del Evangelio. El Oficial del Ejército de Salvación — en lugar de subirse a
un pedestal digno para describir la condición caída de sus congéneres, en la
esperanza de que, a pesar de estar lejos de él, ellos podrían, mediante algún
misterioso proceso, tener una mejor vida — va por las calles de puerta en puerta, de
habitación en habitación, posando sus manos en aquellos que se encuentran
espiritualmente enfermos y los guía hacia el Sanador Todopoderoso. En sus formas
de hablar y escribir, el Ejército constantemente refleja esta misma característica. En
vez de promover teorías religiosas o pretender enseñar un sistema teológico, se
dirige a cada individuo como lo hicieran los antiguos Profetas o Apóstoles,
refiriéndose a su pecado y deber, dando así a cada corazón y conciencia la luz y el
poder del cielo, que son los únicos que podrán transformar al mundo.
2. Y, paso a paso, este contacto humano lleva consigo algo que sin lugar a dudas es
divino.
5. Pero demuestran una curiosa ignorancia aquellos que atribuyen nuestro éxito a
esta disciplina, como si se tratase de un régimen carcelario, aunque impuesto sin el
poder que tiene el celador de la prisión o el sacerdote católico. Por el contrario, en
aquellos lugares en que la disciplina del Ejército se ha visto en peligro y el éxito de
su labor interrumpido por un tiempo, ello se ha debido al intento de imponerla sin la
necesaria dosis de amor y alegría que es su principal fuente. Los que conocen a
nuestros soldados, dondequiera que se hallen, no pueden dejar de sorprenderse
inmediatamente de su extraordinaria alegría, y esa dicha es en sí uno de los
elementos más contagiosos e influyentes del éxito del Ejército. Pero si este es el
sentimiento que surge entre aquellos que comparativamente se encuentran en buena
situación, ¡pensad los resultados que se alcanzarían entre los más pobres y los más
miserables! Para aquellos que nunca han tenido días felices, ver una cara alegre es
como una revelación y una inspiración.
Debajo, detrás, e inserta en los éxitos del Ejército de Salvación se encuentra una
fuerza en contra de la que el mundo se podrá burlar, pero sin la cual no se podrían
eliminar las miserias del mundo: es la fuerza del amor Divino que envolvió el
Calvario y que Dios es capaz hoy de comunicar a través de Su espíritu a los
corazones humanos.
Es triste ver cómo hombres inteligentes pretenden explicar, sin admitir este gran
hecho, el autosacrificio y éxito del Ejército de Salvación y sus Soldados. Si aquellos
que quieren entender al Ejército, se tomasen la molestia de pasar veinticuatro horas
con su gente, las conclusiones a las que llegarían casi siempre serían otras muy
distintas. Media hora en las habitaciones de muchos de nuestros oficiales
convencería, incluso a un hombre acomodado, de que la vida no puede ser disfrutada
en tales circunstancias sin algún poder sobrehumano que apoye y alegre el alma,
independientemente de las cosas terrenales que se encuentren o que falten a su
alrededor.
El Plan que ha sido propuesto en este volumen no tendría, por cierto, ninguna
posibilidad de éxito si no fuese por el hecho de que contamos con tantos hombres y
mujeres que, a través del amor de Cristo que gobierna sus corazones, están
dispuestos a vivir una vida de autosacrificio, considerando un privilegio el trabajo en
beneficio de los más viles y perversos. Con tal fuerza bajo nuestro mando, nos
atrevemos a decir que, si se obtiene el apoyo material que el Ejército no posee, el
éxito de esta grandiosa empresa será un hecho cierto.
DEPARTAMENTO DE REFORMA SOCIAL DEL EJÉRCITO DE SALVACIÓN
Cuartel Temporal—
Las Salas de Espera funcionarán también como Centros de Reunión, en los cuales
podrán entrevistarse y negociar empleadores y Trabajadores, con cita previa o no.
De esta manera se pretende evitar que el desempleado tenga que aguardar en
tabernas, las que actualmente son los únicos “centros de reunión” para hombres
desocupados.
La Agencia de Empleo también tendrá como rama una Oficina de Empleo Doméstico.
Se contempla además crear un Hogar para Sirvientes Domésticos desempleados. En
lo que respecta a éste y otros servicios, sólo se espera disponer de los fondos
requeridos para iniciar las operaciones.
Estimado Camarada:
Me permito señalarle que nuestro Departamento Social no está a cargo del tema del
empleo solamente, sino también del rescate de presidiarios y otros aspectos del obra
de Salvación, el que aborda los problemas del desamparo humano en general.
Comprenderá, entonces, la bendición que su cooperación podría significar para el
obra de Dios.
Nombre
Dirección
Ocupación
Firmado
Cuerpo
Fecha 189 .
Sr.
Estaremos muy agradecidos de recibir donaciones, aunque no sean más que unas
pocas monedas, las que nos permitirán cubrir el costo operativo de este
departamento. Creemos pertinente señalar que daremos recomendaciones
personales únicamente en casos especiales. Sin duda, comprenderéis esta posición
nuestra, habida cuenta del gran número de personas que nuestra oficina procesará,
las que nos son completamente desconocidas.
APELAMOS A TODOS LOS QUE SOLIDARICEN CON LAS GENTES QUE SUFREN, particularmente a las
gentes y Sociedades Religiosas y Filantrópicas, para que nos asistan en nuestros
esfuerzos, solicitando por nuestro intermedio a Hombres- Anuncio, Mensajeros,
Repartidores de Facturas, Limpiadores de Vidrios y otras clases de oficios. Nuestro
cargo por la contratación de “hombres-anuncio” será de 2 chelines y 2 peniques,
incluyendo los carteles, la asignación y la debida supervisión de estos trabajadores,
etc. Se pagará al menos dos chelines directamente al trabajador. Muchos de
quienes emplean a estos hombres pagan esos mismos dos chelines y a veces más,
pero lo que llega al bolsillo del trabajador es con frecuencia la mitad de ese monto.
NOTIFICACIÓN
Si vive lejos, llene este formulario indicando los datos personales solicitados y
adjunte recomendaciones. Remítalo al Comisionado Smith, en la Agencia de Empleo.
Nombre
Dirección
Pretensión salarial
Nombre
Edad
“En Baviera había leyes que contemplaban formas de ayuda para los pobres, pero se
las hizo caer en desuso. La pobreza se había generalizado”. — (Página 15)
“En las grandes ciudades la mendicidad era un fraude organizado, con una suerte de
gobierno y policía propios. Cada mendigo tenía un lugar asignado de acuerdo con su
jerarquía, con órdenes de precedencia y ascensos establecidos, al igual que en otros
gobiernos. Habían batallas para solucionar los asuntos contenciosos; y no era
infrecuente que una buena esquina equivaliera a una dote o a una generosa
herencia”. — (Página 16)
“Se dio cuenta de que no bastaba con prohibir la mendicidad por ley o castigarla con
prisión. A los mendigos no les preocupaba ninguna de las dos. El vitalísimo
estadista yanqui abordó la cuestión como si se tratara de un problema científico.
Estudió la mendicidad y a los mendigos. ¿Cómo lidiaría con un solo mendigo? ¿Lo
enviaría a prisión durante un mes para que volviera a mendigar apenas quedara en
libertad? Esa no era la solución. El camino evidente era prohibirle mendigar, pero al
mismo tiempo debía dársele la oportunidad de trabajar, debía enseñársele a
trabajar, incentivársele a realizar una labor honesta. Y el sabio gobernante se
propuso dar alimento, comodidades y trabajo a cada mendigo y vagabundo de
Baviera, y lo logró”. — (Página 17)
“El Conde Rumford, sabio y justo, se abocó a reformar a todos los mendigos y
vagabundos, para convertirlos en ciudadanos útiles, incluso a aquellos que se
encontraban sumidos en el vicio y el delito.
“Lo primero que hizo, después de un estudio y consideración acuciosos del tema, fue
establecer en Munich, y en otros puntos necesarios, Establecimientos Laborales
amplios, ventilados e incluso elegantes, y los dotó de las herramientas y materiales
requeridos para los procesos de manufactura más necesarios y útiles para el país.
Cada establecimiento tenía un gran comedor y una cocina debidamente equipada
para ofrecer una cena modesta a cada trabajador. Se contrataron profesores para
cada tipo de labor. Calidez, luz, comodidad, limpieza y orden, dentro y alrededor de
estos establecimientos, los hacían atractivos. La comida diaria era gratuita,
solventada inicialmente por el Gobierno y posteriormente mediante contribuciones de
los ciudadanos. Los panaderos donaban pan añejo; los carniceros, la carne de
descarte; los ciudadanos, sus alimentos sobrantes — todos agradecidos por haberse
librado de la molestia que representaban los mendigos. Los profesores de artesanía
eran enviados por el Gobierno. Y, aunque todo esto era gratuito, cada persona
recibía una paga completa por su trabajo. No mendigaréis; pero aquí tenéis
comodidades, alimento, trabajo y salario. No había mal comportamiento ni lenguaje
inapropiado; en cinco años no se conoció el castigo físico, ni siquiera una bofetada
de un instructor a un niño.
“Estas pobres gentes recibían una generosa paga por su trabajo, pero se necesitaba
algo más que dinero. Se necesitaba el sentido de emulación, el deseo de sobresalir,
el sentido del honor, el amor por la gloria. Además de la paga, los más meritorios
recibían recompensas, premios y distinciones. Especial cuidado se adoptó con los
niños. Primero, se les pagaba simplemente por estar presente, como observadores
pasivos, hasta que con lágrimas imploraron que se les permitiera trabajar. ‘Lo
dulces que esas lágrimas eran para mí’, indica el Conde Rumford, ‘es fácil de
imaginar’. Los niños pasaban algunas horas en la escuela, para lo cual se contaba
con profesores.
“El efecto de estas medidas fue muy notable. Aunque las personas eran torpes, no
eran estúpidas, y aprendían a trabajar con inusitada rapidez. Más increíble fue el
cambio que hubo en sus modales, en sus apariencias y en la expresión de sus
rostros. La alegría y la gratitud reemplazaron a la tristeza de la miseria y al
malhumor del abandono. Sus corazones se ablandaron; estaban agradecidos de su
benefactor por lo que se hacía por ellos, pero más por lo que se hacía por sus hijos.
Estos últimos trabajaban con sus padres, formando pequeños grupos industriales,
cuyo afecto encendía el interés de todos los visitantes. Los padres estaban felices
por el trabajo y creciente inteligencia de sus hijos, y los niños estaban orgullosos de
sus propios logros.
“El gran experimento fue un éxito rotundo, un gran triunfo. Cuando el Conde
Rumford escribió su informe al respecto, ya llevaba cinco años funcionando.
Financieramente, fue una especulación extremadamente rentable, y no sólo había
suprimido la mendicidad, sino también provocado un cambio total en los modales,
los hábitos y la apariencia de las personas más abandonadas y degradadas del
reino”. — (“Conde Rumford”, páginas 18- 24).
“¿Acaso los pobres son desagradecidos? El Conde Rumford descubrió que no lo eran.
Cuando cayó gravemente enfermo, debido al agotamiento que le produjo su gran
obra, estas pobres gentes a quienes había rescatado de la vergüenza y la miseria se
unieron espontáneamente, formaron una procesión y se encaminaron todos juntos
hacia la Catedral a orar colectivamente por su recuperación. Cuando viajó a Italia, y
se pensó que estaba gravemente enfermo en Nápoles, los pobres se reunían a una
hora determinada todos los días, después de la jornada laboral, para orar por su
benefactor. Tras una ausencia de quince meses, el Conde Rumford volvió a Munich
con su salud renovada — volvió a una ciudad en la que había trabajo para todos y
nadie pasaba penurias. Cuando visitó el establecimiento militar laboral, la recepción
que le dieron los pobres provocó lágrimas en los ojos de todos los presentes.
Algunos días después, ofreció una recepción para mil ochocientos pobres en el jardín
inglés — un festival al que asistieron 30.000 ciudadanos de Munich”. — (“Conde
Rumford”, páginas 24-25).
EL EXPERIMENTO COOPERATIVO DE RALAHINE
“Los atropellos de los ‘Pies Blancos’, los ‘Chicos de Lady Clara’ y los ‘Terry Alts’
(trabajadores agrícolas) excedieron en gran medida a los que acababan de
producirse; sin embargo, no se intentó sofocarlos más que por la fuerza, a excepción
de un terrateniente irlandés, el señor John Scott Vandeleur, de Ralahine, condado
Clare, difunto alguacil de su condado. A principios de 1831, su familia se vio
obligada a huir, bajo escolta armada de un destacamento policial, y su mayordomo
fue asesinado por uno de los trabajadores, previamente seleccionado al azar durante
una reunión celebrada para decidir quién debía perpetrar el crimen. El señor
Vandeleur llegó a Inglaterra en busca de alguien que lo ayudara a organizar a los
trabajadores en una asociación agrícola y manufacturera, la que se regiría por
principios cooperativos, y se le recomendó al señor Craig, quien, sacrificando su
empleo y expectativas, consintió en prestarle sus servicios.
“Sólo un hombre de gran fervor y coraje se habría embarcado en una tarea tan
aparentemente difícil como la que emprendió el señor Craig. Ni los hombres que él
debía manejar — los Terry Alts, quienes habían asesinado al mayordomo de su amo
— ni el entorno parecían dar la más mínima confianza respecto del éxito del plan.
Los homb res hablaban mayoritariamente el dialecto irlandés, que el señor Craig no
entendía, y ellos lo veían con desconfianza, como a una persona enviada para
extraerles el secreto del asesinato que se había cometido recientemente. En
consecuencia, fue tratado con frialdad y a veces mucho peor. En una ocasión,
trazaron las líneas de su tumba en la pradera cercana a su hogar, y el Sr. Craig vivía
con el alma en un hilo. No obstante, después de un tiempo, ganó la confianza de
estos hombres embrutecidos a causa del maltrato.
“La granja fue dada en arriendo por el señor Vandeleur a una renta fija, que se
pagaría con cantidades específicas de la producción de la granja, la que, a los precios
que regían en 1830- 31, equivaldría a £900, incluyendo el interés por los edificios, la
maquinaria y el ganado proporcionado por el señor Vandeleur. La renta en sí era de
£700. Como la granja contenía 618 acres y sólo 268 estaban bajo cultivo, esta renta
era muy alta — un hecho que era reconocido por el terrateniente. Las utilidades que
quedaban después de pagar la renta y los intereses pertenecían a los socios,
divisibles al final del año si así se deseaba. Establecieron una tienda cooperativa
para proveerse de alimentos y vestimentas, y la propiedad era administrada por un
c omité de miembros, quienes pagaban salarios a cada socio, hombre y mujer, que
trabajaba en la granja, en vales laborales que se podían canjear en la tienda por
productos o por dinero en efectivo. Estaban prohibidos el tabaco y las bebidas
alcohólicas. El comité asignaba diariamente las tareas a los hombres. Los miembros
trabajaban una parte de la tierra como huerta hortícola y frutícola, y la otra como
granja lechera, la que contenía tanto los establos ganaderos como los sembradíos de
forraje. Se criaban cerdos, aves de corral, etc. Los salarios nacionales en ese
entonces ascendían a 8 peniques diarios los de los hombres y a 5 peniques los de las
mujeres, y los miembros recibían esos valores como paga. Pero, como vivían con las
patatas y la leche que producía la granja, las que, al igual que la carne de res y
cerdo, se les vendían a precios extremadamente bajos, ahorraban dinero o más bien
vales. Su salud y apariencia mejoraron rápidamente, tanto así que, a pesar de las
epidemias que prevalecían, no hubo casos de muerte ni enfermedades graves entre
ellos mientras duró el experimento. Los hombres solteros vivían juntos en un gran
edificio, y las familias en cabañas. Ayudado por su esposa, el Sr. Craig había
implementado un progresista sistema de educación para los jóvenes; los que tenían
edad suficiente alternaban el trabajo en la granja con los libros de la escuela. Las
instalaciones sanitarias eran muy modernas y se prestaba cuidadosa atención a la
salud física y moral. En relación con éstas y otras disposiciones sociales, el señor
Craig fue un hombre muy de avanzada para su época, y desde entonces ha adquirido
fama por la aplicación de medidas sociales progresistas en varias partes del país.
“Hemos hecho una descripción muy breve del sistema que se estableció en Ralahine.
Las ideas fueron admi rables en muchos sentidos y reflejaron las grandes dotes del
señor Craig como organizador y administrador. El éxito de este experimento se
debió en gran medida a su sabiduría, energía, tacto y dedicación, y lamentamos
enormemente que él no estuviera en posición de repetir el experimento en
circunstancias más favorables”.
de algunas ideas, similares a las de este volumen, planteadas hace tanto tiempo,
pero que aún no han sido llevadas a la práctica y que yo nunca había leído.
“Un Primer Ministro, incluso aquí en Inglaterra, que se atreva a creer en los
presagios celestiales y a preocuparse como hombre y héroe del gran corazón mudo
de Inglaterra, y a abogar por éste y materializar en su nombre el deseo de la Justicia
de Dios que este corazón lucha por expresar y en cuya búsqueda perece, — sí, él
también verá que a su alrededor despierta el corazón de Inglaterra, con una lealtad
apasionada, ardiente y desafiante, y un “apoyo” tan masivo como jamás hombre
alguno haya logrado convocar de un Partido o Mayoría Parlamentaria. Aquí como
allá, ahora como entonces, aquel que pueda confiar en las Inmensidades celestiales,
y se atreva a hacerlo, tendrá todos los Distritos terrenales bajo su poder. Oraremos
por un hombre y Primer Magistrado así; — sí, y más aún, ¡nos esforzaremos y nos
prepararemos incansablemente, cada uno de nosotros, para ser dignos de servir y de
seguir a ese Primer Magistrado! Estaremos entonces seguros de su llegada; seguros
de muchas cosas, sea que llegue o no.
“¿Quién que pase por delante de un cuartel militar o se encuentre en la calle con un
rojo uniforme puede recelar de los Gobiernos? Que pueda reunirse a un grupo de
hombres para matar a otros hombres cuando así se les ordena: ¿no parece ser ésta,
a priori, una de las cosas más imposibles? Sin embargo, vean, observen con
atención; en los más inertes de los Gobiernos Buenos Para Nada, esa imposibilidad
no es tal, todo lo contrario, es más que una posibilidad: es un hecho cierto”. —
(Carlyle, “Pasado y Presente,” pág. 223.)
“Un tema de reflexión peculiar, interesante, y sin embargo, muy lúgubre. De todas
las cosas para las cuales la humanidad tenía algún talento, ¿fue esto lo más
importante de dominar y perfeccionar, este hecho de matarnos los unos a los otros
en forma exitosa? Efectivamente, lo habéis aprendido bien y habéis llevado el
asunto a la más alta perfección. Es incalculable lo que se puede hacer de los
hombres si se les organiza, manda y regimenta. Estos miles de individuos en
posición firme, que llevan armas al hombro, que marchan, giran, avanzan,
retroceden; y que son, para vuestra conveniencia, un contingente entrenado para
matar a fuego, en sublime condición de actividad potencial. ¿Qué eran estos
hombres unos pocos meses atrás, antes de que llegara el persuasivo sargento?
Inútiles desharrapados variopintos, aprendices fugitivos, tejedores hambrientos,
mayordomos cleptómanos; una población completamente abatida, encaminada
inexorablemente hacia las puertas de la prisión. Sin embargo, el persuasivo
sargento llegó, los enlistó al son del tambor, o hizo listas de ellos, y se abocó a
entrenarlos de todo corazón. ¡Y tanto él como vosotros los habéis convertido en lo
que son! El elemento más poderoso y eficaz para cualquier tipo de trabajo es la
planificación sabia, firme, combinada y obligatoria entre los hombres. Que ningún
hombre que vea a estos dos centinelas de la Guardia Montada y a nuestros clubes de
los Servicios Unidos recele de los Gobiernos. Podría concebir un Servicio de
Emigración, un Servicio de Educación, innumerables variaciones de Servicios Unidos
e Independientes, integrados por los consabidos dos mil miembros, todos igualmente
eficientes que este Servicio de Combate, todos haciendo su trabajo tal como este
último — ¡pero cuyo trabajo, mucho más que combatir, es en lo sucesivo responder
a las necesidades de estos nuevos tiempos a los que estamos ingresando! Mucho es
lo que nos depara el futuro, luchando convulsionado, casi desesperadamente, por
nacer”. — (“Pasado y Presente,” pág. 224.)
“Todo esto estaba bien, lo sabemos; y, sin embargo, no lo estaba. Se me dijo que
cuarenta soldados dispersarían al mayor grupo de manifestantes que se haya
reunido en Spitalfields; cuarenta contra diez mil, esa es la proporción entre los que
tienen y los que no tienen instrucción militar. Todavía hay mucho en este mundo
que no es posible organizar, pero algo también que puede y debe organizarse.
Cuando pensamos, por ejemplo, en los libros existentes y los que han de publicarse
en el futuro, en el auge de los pobladores de Lancashire, en el advenimiento del
Cuarto Estado y en otras innumerables realidades en potencia que aún no son
hechos, es posible ver suficientes organismos en el enorme y difuso futuro, y unos
“Servicios Unidos” bastante diferentes al que viste uniforme rojo; y mucho más,
incluso en estos años, ¡luchando por nacer!” — (“Pasado y Presente,” pág. 226.)
“¡Un puente franco para los emigrantes! Vamos, estaríamos entonces a la par con
Estados Unidos, la más favorecida de todas las tierras que no tienen gobierno; y
tendríamos tantas más tradiciones y recuerdos de cosas inapreciables que Estados
Unidos ha desechado. Podríamos proceder en forma deliberada a organizar la fuerza
laboral, que no estaría destinada a perecer si dentro de un año y un día hubiera un
puente construido para ofrecerle una salida a cada trabajador físicamente
capacitado, pero superfluo, del país. Esto tendrá que hacerse; pero el tiempo se
agota. Nuestra pequeña isla nos va quedando estrecha; pero el mundo es lo
suficientemente ancho y seguirá siéndolo por otros seis mil años. Inglaterra tendrá
mercados garantizados en las nuevas colonias que los ingleses establezcamos en los
cuatro rincones del Globo. Todos los hombres negocian entre sí cuando les es
mutuamente conveniente, e incluso el Creador de los Hombres les obliga a hacerlo.
Nuestros amigos de China, quienes equivocadamente rehusaron negociar con
nosotros bajo estas condiciones, ¿acaso no tuvimos que discutir con ellos, a tiro de
cañón finalmente, para convencerles de que tenían que negociar? Se instaura rán
‘aranceles hostiles’ para excluirnos, y luego se las desmantelará para darnos la
entrada; pero los hijos de Inglaterra — aunque nada más sea por hablar la lengua
inglesa — tendrán siempre la innata predisposición a negociar con la Madre Patria.
Mycale fue la Panjonia de la antigua Grecia, el centro de convergencia de todas las
tribus jónicas; ¿por qué no podría Londres continuar en el tiempo la tradición del
Hogar de todos los Sajones, el punto de encuentro de todos los ‘Hijos de Harz-Rock’,
llegando, en grupos seleccionados, desde las Antípodas y otros lugares, por barcos a
vapor u otros medios, a pasar aquí una ‘temporada’? ¡Qué futuro! Ancho como el
mundo, si para ello tenemos el corazón y el heroísmo, que por la gracia Celestial sí
tendremos.
“Hace mil cuatrocientos años el ‘Servicio de Emigración’ era sin duda considerable,
con tal nivel de alistamiento, discusiones y aparataje que nosotros mismos llegamos
a esta notable tierra, y nos buscamos las actuales dificultades en buena compañía.”
— (“Pasado y Presente,” págs. 228—230.)
“El gran tema de este inmenso problema que es la organización de la fuerza laboral,
y el manejo de la clase trabajadora en primer lugar, claramente tendrá que ser
resuelto por aquellos que se encuentran prácticamente en el medio de él: los que
trabajan y al mismo tiempo presiden el trabajo. Para que una ley en dicho sentido
pueda ser promulgada por un Parlamento, es necesario que sus gérmenes
potenciales estén contenidos en esas dos clases que a la larga deberán obedecerla.
Es vano intentar irradiar alguna luz sobre cualquier caos humano e n el cual no haya
luz alguna: en esas condiciones, nunca surgirá allí el orden.” — (“Pasado y
Presente,” págs. 231—32.)
“¿Difícil? Sí, será difícil. El algodón de fibra corta, eso también fue difícil. El arbusto
de algodón que por largo tiempo fue inservible, rebelde como el cardo a la vera del
camino, ¿acaso no lo habéis conquistado, no lo habéis transformado en hermosos
pañuelos, en camisas albas, en hermosas y ligeras túnicas multicolores dignas de las
diosas? Habéis partido las montañas en dos, habéis transformado el duro hierro en
masilla. Los colosos de los bosques — los gigantes de los pantanos — portan gavillas
de espigas doradas; Aegir— el propio demonio marino os extiende su espalda,
presentándoos una senda despejada, y por ella vosotros os desplazáis raudos sobre
Corceles de Fuego y Corceles de Viento. Vosotros sois muy poderosos. Thor, el de
la cobriza barba y penetrantes ojos azules, el de corazón alegre e violento martillo de
fuego; él y vosotros habéis prevalecido. Sois muy poderosos, vosotros, los Hijos del
gélido Norte, del Lejano Oriente, marchando a paso redoblado de vuestras
escabrosas y salvajes Tierras Orientales, ¡alejándoos de la gris aurora del Tiempo!
Vosotros sois Hijos de la tierra de los Gigantes, de la Tierra de las Dificultades
Conquistadas. ¿Difícil? Debéis intentarlo. Intentarlo por una vez, con el
entendimiento de que será y deberá ser realizado. Intentadlo como intentáis la cosa
más insignificante: ¡hacer dinero! ¡Apostaré una vez más por vosotros en contra de
todos los Colosos, Dioses Improvisados, Magistrados de Doble Estándar y
Ciudadanos del Caos, sean quienes sean!” — (“Pasado y Presente,” págs. 236—37.)
“Surge aquí una interrogante: si es que en alguna etapa posterior y tal vez no lejana
de esta ‘Caballería del Trabajo’, vuestro Artesano Maestro no consideraría posible o
necesario otorgar a sus Aprendices una participación permanente en su empresa y la
de ellos. Para que, en términos práctic os, sea lo que en esencia y justicia debe ser,
una empresa conjunta: para que todos los hombres, desde el Jefe Maestro hasta el
más simple de los obreros y capataces, se preocupasen, con economía y lealtad, por
ella. Una pregunta que no respondo. Aquí y acullá, tal vez la respuesta sea Sí; y sin
embargo, ya conocemos las dificultades. El despotismo es esencial en la mayoría de
las empresas. Se me ha dicho que no se tolera la libertad de opinión a bordo de un
setenta y cuatro. Ni un senado republicano ni los plebiscitos funcionarían bien en las
fábricas de algodón. Y sin embargo, poned atención allí también: la Libertad — no la
libertad del nómada o del simio, sino la Libertad del hombre — es indispensable.
¡Debemos tenerla y la tendremos! Reconciliar el Despotismo con la Libertad —
bueno, ¿es eso tan misterioso? ¿Acaso no conocéis ya el camino? El camino es
hacer que vuestro Despotismo sea justo. Riguroso como el Destino, pero también
justo, como el Destino y sus Leyes. Las Leyes de Dios: todos lo s hombres las
obedecen y no tienen más ‘Libertad’ que la obediencia de estas leyes. El camino es
conocido. Parte del camino; y lo que se necesita es valentía y algunas cualidades
para recorrerlo.” — (“Pasado y Presente,” págs. 241— 42.)
“Esta vida humana no es un juego, sino una batalla y una marcha, una guerra con
principados y poderes. No es un despreocupado paseo por naranjos aromáticos y
jardines en flor, atendidos por Musas corales y Horas sonrosadas. Es un peregrinaje
duro a través de soledades arenosas y ardientes, a través de regiones cubiertas de
hielos eternos. Camina entre los hombres, ama a los hombres con compasión suave
y silenciosa, que ellos no pueden corresponder, pero su alma habita en soledad en
las regiones más remotas de la creación. Descansa en paz bajo las palmeras de los
verdes oasis, pero dentro de poco debe retomar su viaje, escoltado por los Terrores
y los Esplendores, por los Archidemonios y los Arcángeles. Los Cielos, el
Pandemonio son sus escoltas. Las estrellas lo vigilan con atención desde las
Intensidades y le envían noticias; las tumbas, silenciosas con sus muertos, lo hacen
desde las Eternidades. Las Profundidades lo llaman hacia las Profundidades.” —
(“Pasado y Presente,” pág. 249.)
LA IGLESIA CATÓLICA Y EL TEMA SOCIAL