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El patrón de la hacienda siempre se burlaba del hombrecillo delante de muchas personas. El pongo
no hablaba con nadie; trabajaba calladito y comía sin hablar.
El patrón tenía la costumbre de maltratarlo y fastidiado delante de toda la servidumbre, cuando los
sirvientes se reunían para rezar el Ave María en el corredor de la casa hacienda.
El patrón burlándose le decía muchas cosas: "Creo que eres perro, "ladra", "ponte en cuatro patas",
"trota de costado como perro". El pongo hacía todo lo que le ordenaba y el patrón reía a mandíbula
batiente.
Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba repleto de gente de la hacienda,
el hombrecito le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte".
"Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que
has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como puedas, ¡Rápido!"
Entonces, patroncito, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió todo el cuerpo con
esa porquería. Espérate, pues, patroncito, ahí no queda la cosa.
Nuestro gran Padre nos dijo a los dos: "Ahora, “lámanse el uno al otro; despacio, por mucho
tiempo".