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UNTAMED
DIANA PALMER

NOVELERA ROMANTICA

Books • Romance • Friends

MARIQUITA PEREZ
Traducción

DELIZA
Corrección

Diseño e Ilustración : DELIZA

2015

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Untamed
DIANA PALMER

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Estimado lector

Stanton Rourke ha sido uno de mis personajes favoritos desde que se presentó en
Tough to Tame, ayudando a proteger a Cappie Drake de su maltratador ex novio. Desde
entonces, ha aparecido en muchos libros. Retazos de su vida han emergido, sobre todo en
Courageous, cuando fue a ayudar al General Emilio Machado a enfrentarse a un usurpador.
Fue allí donde Clarisse Carrington, a la que él llamaba Tat, fue introducida. Sus
sentimientos hacia ella eran confusos y obviamente intensos. En este libro, la razón se hace
evidente. Es un tapiz de amor y pérdida, egoísmo y altruismo, y, por último, sacrificio.
Pocas veces he querido tanto a un héroe. Espero que disfrute leyendo su historia tanto como
yo he disfrutado escribiéndolo. Se ha producido un extraño efecto secundario en el proceso
de escritura. Repentinamente, me muero de ganas de aprender a bailar el tango ...

Como siempre, su mayor fan,

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Dedicatoria

Para el Dr. Sherry Maloney, que cuidó maravillosamente de nuestro hijo cuando era
pequeño, y que pintó los lienzos más hermosos que he visto jamás. Trajiste alegría a
muchas vidas. Que Dios te acoja en las palmas de Sus Manos sin ningún percance y te
conduzca a casa.

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6
Contenido

UNTAMED...............................................................................2
Estimado lector,.........................................................................4
Dedicatoria:...............................................................................5
Sinopsis......................................................................................8
Capítulo 1..................................................................................9
Capítulo 2................................................................................21
Capítulo 3................................................................................34
Capítulo 4................................................................................51
Capítulo 5................................................................................65
Capítulo 6………….………...................................................80
Capítulo 7................................................................................93
Capítulo 8..............................................................................106
Capítulo 9..............................................................................120
Capítulo 10............................................................................134
Capítulo 11............................................................................148
Capítulo 12............................................................................161
Capítulo 13............................................................................174
Capítulo 14............................................................................188
Capítulo 15............................................................................201
Capítulo 16............................................................................214

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Sinopsis

El hombre más peligroso es el único que quiere…

Stanton Rourke vive la vida al límite.

El inflexible mercenario es peligroso en todos los sentidos... especialmente para el


corazón de Clarisse Carrington. Rourke y ella eran compañeros de juego cuando eran niños,
pero ella ya no es la niña inocente que conoció una vez. Cuando la tragedia le quitó a
Clarisse toda su familia, su vida cambió para siempre. Además, ahora es una mujer adulta,
y hay secretos que la contienen de sucumbir a su perseguidor. Mientras lucha por mantener
las distancias, chispas tan calientes como el verano de Texas saltan entre ellos. Pero el
peligro está siguiendo a Clarisse, no teniendo más remedio que depender de Rourke,
incluso cuando las viejas heridas que habían permanecido latentes entre ellos estallan de
nuevo...

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Capítulo 1

Llevó una eternidad llegar a ninguna parte, Stanton Rourke echaba humo. Estaba
sentado en el aeropuerto, en un avión estacionado mientras los funcionarios decidían si era
seguro dejar que los pasajeros desembarcaran. Por supuesto, razonó, África era un lugar de
conflictos. Eso nunca cambiaba. Y él estaba aterrizando en Ngawa, una pequeña nación
devastada por la guerra mencionada en Swahili por unas monedas metálicas del civet
encontradas allí. Estaba en el mismo lugar donde un pequeño avión comercial fue derribado
con un lanzacohetes la semana anterior.
No tenía miedo de la guerra. Con los años, se acostumbró demasiado a ella. Era
llamado, por lo General, cuando se quería un experto en contraespionaje, pero también
tenía otras habilidades,. En este momento le gustaría tener más habilidades diplomáticas.
Iba a Ngawa a sacar de allí a Tat, y ella no iba a ponerle fácil dejarle persuadirla.
Tat. Casi gimió cuando recordó la última vez que la había visto en Barrera,
Amazonas, justo después de que el General Emilio Machado hubiera destituido de su país a
un poderoso tirano, con un poco de ayuda de Rourke y de una empresa de mercenarios
estadounidenses. Clarisse Carrington era su nombre completo. Pero para Rourke, que la
conoció desde que era un niño, siempre fue simplemente Tat.
Un secuaz del usurpador del país, Arturo Sapara, la había torturado con un cuchillo.
Todavía podía verla, la blusa cubierta de sangre, sufriendo por los efectos de una herida de
bala y de cortes de cuchillo en el pecho hechos por uno de los gorilas de Sapara, que estaba
tratando de obligarla a decirle lo que sabía acerca de una invasión que amenazaba al
usurpado país.
Ella era frágil en apariencia, rubia y de ojos azules, con un rostro delicadamente
perfecto y un cuerpo que atraía la mirada de los hombres. Pero la fragilidad había sido
eclipsada cuando fue amenazada. Se mantuvo enojada, poco cooperativa, fuerte. No dió ni
la más mínima información. Con un valor que sorprendió a Rourke, quien todavía la
recordaba como la chica de la alta sociedad de Washington que había sido, no sólo había
encandilado a un carcelero para que la liberara a ella y a dos profesores universitarios
capturados, sino que se las arreglo también para llegar a un lugar seguro. Le dio a conocer
a Machado valiosa información para que él y su improvisado ejército ayudara a derrocar a
Sapara y recuperar el país.
Ella tenía credenciales como reportera gráfica, pero Rourke siempre consideró que
estaba jugando a trabajar. Para ser justos, había cubierto la invasión en Irak, pero contando
historias de interés humano, no lo que se consideraban verdaderos informes. Después de
Barrera, había cambiado.
Firmó con una de las agencias de noticias como corresponsal en el extranjero y se

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fue a las zonas de combate. Su última incursión era este trabajo en Ngawa, yéndose por
voluntad propia a un campo de refugiados que acababa de ser invadido.
Rourke había llegado corriendo, después de un par de angustiosas semanas en
Wyoming y Texas ayudando a encerrar a un político corrupto y dejar al descubierto una red
de drogas. No había querido perder tiempo. Estaba aterrorizado porque Tat consiguiera
realmente ser asesinada. Estaba casi sudando de preocupación, porque sabía algo que Tat
desconocía; algo potencialmente fatal para ella y todos los extranjeros de la región.
Reajustó la cola de caballo que sostenía su largo cabello rubio. Su único ojo marrón
claro, preocupado, junto al que llevaba el parche. Perdiendolo años atrás, en una situación
de combate, que también le había dejado terribles cicatrices. No lo dejó fuera del juego ni
mucho menos, pero si de regreso en atender actividades menos físicas, trabajando
principalmente para el grupo de operaciones paramilitares de K.C. Kantor´s como experto
en inteligencia, cuando no estaba trabajando para una agencia gubernamental encubierta en
otro país.
A K.C. no le gustaba que se pusiera en peligro. No le importaba lo que al anciano
hombre le gustara. Sospechaba, por mucho tiempo, que K.C. era su verdadero padre. Sabía
que K.C. tenía la misma sospecha. Ninguno de ellos tenía agallas para hacerse un perfil de
ADN y conocer la verdad, aunque Rourke le había pedido a un médico que le hiciera uno
su fingido padre.
Los resultados fueron inquietantes. El que aparentaba ser el padre de Rourke había
sido el mejor amigo de K.C. La madre de Rourke tuvo algo de santa. Nunca había
engañado a su marido, que supiera Rourke, pero cuando se estaba muriendo le había
susurrado al médico, amigo de Rourke, que sintió lástima por K.C. cuando la mujer que
amaba había tomado los hábitos de monja, y las cosas habían sucedido. Murió antes de
poder entrar en detalles. Rourke nunca tuvo el descaro de preguntarle la verdad a K.C. No
le tenía miedo al otro hombre. Pero se tenían un mutuo respeto que no quería perder.
Tat era otra cosa. Cerró sus ojos y gimió para sus adentros. La recordaba a los
diecisiete años, la mujer más hermosa que había visto en toda su vida. Suave y brillante
cabello rubio, con un esponjoso corte alrededor de su exquisito rostro, sus ojos azul
porcelana grandes, suaves y tiernos. Llevaba un vestido verde, algo ceñido pero recatado
porque sus padres eran muy religiosos. Rourke había bromeado con ella y ella se había
reído de él. Algo se había roto en su interior. La había cogido como a un tesoro de
incalculable valor y comenzó a besarla. En realidad, hubiera hecho mucho más que besarla.
Sólo la repentina llegada de su madre lo estropeó todo, ya que se puso furiosa.
Ella lo había escondido detrás de ella, suavizando las cosas. Pero entonces la madre
de Tat había llevado a Rourke a un lado, y con una furia tranquila le dijo algo que destruyó
su vida. Desde esa noche, había sido tan frío con Tat que ella pensaba que la odiaba. Tuvo
que dejar que lo pensara. Ella era la única mujer en la tierra que nunca podría tener.
Abrió el ojo, enterrando los recuerdos antes de que comenzaran a comérselo vivo
otra vez. Deseaba no haberla tocado nunca, no haber tenido la inocencia tímida de su boca,
sus adorables ojos rondando sus sueños. Él la había impulsado a los brazos de otros
hombres con su odio, y eso sólo hizo que el dolor empeorara. Bromeaba con ella sobre eso,

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cuando sabía que era por su culpa. No había tenido otra opción. Ni siquiera podía decirle la
verdad. Ella había adorado a su madre. Fallecio de un virus que adquirio mientras estaba
cuidando a otros. Ahora Tat estaba sola, la trágica muerte de su padre y de su hermana
menor aún la atormentaban meses después de que se hubieran ahogado en un río infestado
de pirañas en un recorrido por pueblos de la zona.
Rourke estuvo en el funeral. No pudo evitar sentirlo. Si Tat estaba en problemas, o
herida, él siempre estaba ahí. La conoció a la edad de ocho años y sus padres vivían al lado
de K.C., que era en ese momento el tutor legal de Rourke, en África. Cuando Tat tenía diez
años y Rourke quince, la saco de la selva llevandola en sus brazos a un médico, después de
dejar que le mordiera una víbora, que era suya. No podía tenerla, pero no podía dejar de
cuidadarla. Sabía que su actitud la desconcertaba, porque era, por lo General, su peor
enemigo. Pero si estaba herida o amenazada, él estaba allí. Siempre. Como ahora.
Había tratado de llamarla, pero no consiguio que le respondiera al celular.
Probablemente sabía su número de memoria. Ni siquiera lo cogería cuando llamara.
Ahora ella se encontraba aquí, en algún lugar cercano, y ni siquiera pudo obtener
información de sus mejores fuentes sobre su estado. Recordó una vez más la forma de
cuando ella estuvo en Barrera, sangrando, pálida, agotada hasta los huesos, pero todavía
desafiante.
El auxiliar de vuelo caminó por el pasillo y anunció que los rebeldes que ocupaban
el aeródromo estaban permitiendo salir a los pasajeros después de una breve negociación.
Incluso sonrió. Rourke se inclinó y le dio discretamente unas palmaditas al arma oculta en
su bota. Él podría negociar por sí mismo, si tenía que hacerlo, pensó.

***

Llamó a su contacto, un hombre con un vehículo, para que lo llevara al campo de


refugiados. Este hombre era uno de sus pocos amigos en el país. Fue Bob Satele, sentado a
su lado, quien le diera la única noticia que tenía de Tat en semanas.
—Es de lo más horrible ver lo que hacen aquí—, comentó el hombre mientras
conducía a lo largo del sinuoso camino de tierra. —La señorita Carrington tiene un colega
que consigue distribuir sus reportajes. Ella ha sido más compasiva con la difícil situación
de las personas, especialmente de los niños.
—Ya—, dijo Rourke ausente. —Ella ama a los niños. Me sorprende que Mosane no
la haya matado.— Se refería al líder de la coalición rebelde, un hombre con una reputación
sanguinaria.
—Lo intentó,— respondió su contacto, por lo que Rourke apretó los dientes.
—Pero ella tiene amigos incluso entre las tropas enemigas. De hecho, fue uno de los
propios funcionarios de Mosane quien la protegió.
—Iban a ejecutarla...

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Se detuvo ante el violento jadeo de Rourke.
Rourke reprimió con fuerza sus sentimientos. —La OTAN está amenazando con
enviar tropas—, dijo, tratando de disimular la angustia que sentía. Al mismo tiempo, no se
atrevía a divulgar lo que sabía; era confidencial.
—El mundo no debe permitir que cosas como éstas sucedan, aunque al igual que
usted, no me gusta la idea de que naciones extranjeras interfieran en la política local.
—Esto es una excepción a la regla—, dijo Rourke. —Ahorcaría a Mosane con mis
propias manos si pudiera llegar a él.
—El otro hombre se echó a reír. —Es nuestra África, ¿no?
—Sí. Nuestra África. Y debemos ser los que la enderecemos. Años de imperialismo
extranjero han hecho mella aquí. Todos estamos nerviosos por dejar entrar a los extanjeros.
—Su familia, como la mía, ha estado aquí por generaciones,— respondió el otro
hombre.
—Vamos hacia atrás, ¿verdad, amigo?—, dijo, dirigiéndole una sonrisa.
—¿Cuánto queda?
—Justo bajando el camino. Puede ver las tiendas desde aquí.— Adelantaron a un
camión con una cruz roja en un lateral, obviamente la víctima de una bomba. —Y eso es lo
que pasa con los suministros médicos que nos envían—, añadió con gravedad. —Nada
importante llega hasta el pueblo y, sin embargo, los extranjeros piensan que hacen mucho
bien enviando productos básicos.
—Muy cierto. Si no son destruidos por el enemigo, son confiscados y vendidos en
el mercado negro. Respiró. —Dios mío, estoy tan harto de la guerra.
—Debe encontrar una esposa y tener hijos.— Su amigo se rió entre dientes.
—Cambiará su visión del mundo.
—No hay posibilidad de eso—, dijo Rourke amablemente. —Me gusta la variedad.
No le gustaba en realidad. Pero se le negaba la única mujer que él quería.

***

El campo de refugiados estaba muy concurrido. Dos personas con batas blancas
asistían a los heridos tumbados en camillas dentro de las pocas tiendas grandes de
campaña. El ojo inquieto de Rourke pasó de un grupo a otro, en busca de una cabeza con
pelo rubio. Estaba casi frenético de preocupación, y no podía dejar que se notara.
—Ella está allí—, dijo Bob de repente, señalando.
Y allí estaba ella. Sentada en una caja volcada con un diminuto niño africano
acunado en sus brazos. Le estaba dando un biberón y riendo. Parecía agotada. Su pelo
necesitaba un lavado. Sus pantalones de color caqui y su blusa estaban arrugados. Parecía

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como si nunca hubiera usado vestidos de alta costura en la ópera o presidido más de una
ceremonia artística. Para Rourke, incluso con harapos, estaría hermosa. Pero no se atrevió a
dejar a su mente ir en esa dirección. Se armó de valor para mirarla.
Clarisse sintió unos ojos fijos en ella. Levantó la vista y vio a Rourke, y su rostro
traicionó su absoluta sorpresa.
Caminó directamente hacia ella, su mandíbula apretada, su único ojo marrón
parpadeando.
—Mira,— comenzó antes de que pudiera decir una palabra, —es mi vida...
Él cayó sobre una rodilla, su escrutinio estrecho y desconcertante. —¿Estás bien?—,
preguntó con voz ronca.
Se mordió el labio inferior y las lágrimas amenazaron con salir. Si ella estaba
herida, en peligro, de luto, asustada, él siempre estaba ahí. Había venido a través de
continentes a ella, desde el otro lado del mundo, por todo el mundo. Pero él no la quería.
Nunca la había querido...
—Sí—, dijo con voz ronca. —Estoy bien.
—Bob me dijo que fuiste capturada, que iban a matarte—, dijo entre dientes, su
escrutinio cerrado y cálido.
Ella bajó los ojos al niño que estaba alimentando. —Un collar me salvó la vida.
—Esa cruz... —comenzó, recordando la que su madre le había dado y ella nunca se
quitaba, excepto una vez, para ponerla alrededor del cuello de Rourke en Barrera, justo
antes de entrar en la capital con Machado y otros, por suerte.
—No.— Ella se abrió el botón superior de su blusa. Llevaba un collar de concha
marina con tiras de cuero.
Frunció el ceño.
—Este pequeño —señaló al niño que tenía en brazos —tiene una hermana. Se
estaba muriendo de lo que yo pensaba que era apendicitis. Requisé un coche y un conductor
y la llevé a la clínica, a pocas millas por la carretera. Era apendicitis. Ellos la salvaronn.—
Alejó el biberón de los labios del niño, se echó un pañal sobre el hombro, levantó al niño y
le dio unas palmaditas suaves en la espalda para hacerle eructar. —Su madre me dio este
collar, el collar de la niña a cambio.— Ella sonrió. —Así que el capitán cuya unidad me
capturó lo vio y lo reconoció y me sacó de contrabando fuera de la aldea.— Ella acunaba al
niño en sus brazos e hizo una mueca. Él se rió entre dientes.
—Este es su hijo. Su niña y su esposa están allí, ayudando a repartir mantas.—
Asintió con la cabeza hacia el otro lado del campamento.
Él silbó suavemente.
—La vida está llena de sorpresas—, concluyó.
—Ciertamente.
Ella lo miró tan rápidamente apartando su vista a la vez. —¿Has venido hasta aquí

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porque pensaste que me habían secuestrado?
—Sacudió la cabeza con brusquedad. —No lo supe hasta que llegué aquí.
—Entonces, ¿por qué has venido?—, preguntó.
Lanzó un largo suspiro. Observó al niño en la cuna y sonrió, sin sarcasmo por una
vez.
—Se te ve muy cómoda con un niño en brazos, Tat.
—Es un niño muy dulce,—dijo ella.
Su madre volvió y le tendió los brazos, sonriendo tímidamente a Rourke antes de
regresar con los demás.
—¿Por qué has venido?—, le preguntó de nuevo.
Se puso de pie, metiendo las manos en los pantalones de color caqui. —Para sacarte
de aquí—, dijo simplemente. Su rostro estaba tenso.
—No puedo irme,— dijo ella. —No hay otro periodista en esta parte del país.
Alguien tiene que asegurarse de que el mundo conozca lo que está pasando aquí.
—Ya lo has hecho—, dijo brevemente. Buscó sus ojos. —Hay que salir. Hoy
mismo.
Ella frunció el ceño. Se puso de pie también, con cuidado de no acercarse a él. No le
gustaba su cercanía. Él incluso retrocedía si ella se acercaba a él. Lo hacía desde años atrás,
como si la encontrará desagradable. Probablemente la encontraba así. Él pensaba que tenía
la moral de un gato callejero, lo que habría sido divertido si no fuera tan trágico. Nunca
había dejado que nadie la tocara después de Rourke. Ella simplemente no podía.
¿Qué sabes, Stanton?—, preguntó en voz baja.
Su expresión tensa no cedía. —Cosas que no estoy autorizado a discutir.—Sus ojos
se estrecharon.
—¿Algo está a punto de suceder...?
—Sí. No discutas. No dudes. Coge tu kit y ven conmigo.
—Pero...
Él puso un dedo sobre sus labios, y luego se sacudió de nuevo como si hubiera sido
picado. —Ni siquiera tenemos tiempo para discutir.
Se dio cuenta de que él sabía algo de una ofensiva, y no podía decir nada por temor
a ser oído por casualidad.
—Te llevaré a casa—, dijo, lo suficientemente alto para que las personas cercanas lo
escucharan. —Y no hay más discusión. Has jugado a ser reportera gráfica el tiempo
suficiente. Te estas yendo. Ahora. O así me ayude Dios, te agarro y te saco de aquí.
Ella le dirigió una mirada de asombro. Pero no discutió. Cogió sus cosas, se
despidió de los amigos que había hecho y se metió en el asiento trasero del coche en el que
Robert y él habían llegado. No dijo ni una palabra más hasta que estuvieron de vuelta en el

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aeropuerto.

***

Él la sentó a su lado en clase ejecutiva, cogió un periódico en español, y no dijo ni


una palabra más hasta que aterrizaron en Johannesburgo. Compró sus cenas, y luego ella se
preparó para abordar un avión con destino a Atlanta. Rourke tenía conexiones de regreso a
Nairobi, lejos, hacia el noreste. Estaban en el control de pasaportes, y Clarisse se detuvo en
la puerta que conducía a la terminal internacional.
—Conseguiré plaza en el próximo vuelo a Washington DC desde Atlanta y presento
mi copia,— le dijo cuando estuvieron juntos.
Él asintió con la cabeza. La miró en silencio, casi con angustia.
—¿Por qué?—, preguntó, como si las palabras fueran arrastradas fuera de ella.
—Porque no puedo dejarte morir—, respondió duramente. —A pesar de mis
inclinaciones.— Él sonrió con sarcasmo.
—Muchos hombres llorarían, ¿no, Tat?
La mirada de esperanza en su rostro desapareció. —¿Supongo que leeré sobre la
razón por la que tuve que dejar Ngawa?—, preguntó ella en lugar de devolver la pulla.
—Lo harás.
Ella tomó aire resignadamente. —Bien. Gracias —, añadió sin mirarle al ojo.
—Vete a casa y da fiestas—, murmuró. —Manténte fuera de las zonas de guerra.
—Mira quién habla—, devolvió.
Él no le respondió. La estaba mirando. Dolorido. La expresión de su rostro era tan
atormentada que alzó una mano para tocarle la mejilla.
Él sacudió su muñeca hacia abajo y dio un paso atrás.
—No me toques—, dijo fríamente.
—Nunca.
Ella se tragó el dolor. —Nada cambia nunca, ¿verdad?—, preguntó.
—Puedes apostar tu vida en ello—, replicó. —Sólo para que conste, aunque la
mitad de los hombres de la tierra morirían por tenerte, yo nunca lo haré. Hago lo que puedo
por ti, por los viejos tiempos. Pero no nos engañemos, te encuentro físicamente repulsiva.
No eres mucho mejor que una prostituta, ¿verdad, Tat? La única diferencia es que no tienes
que coger dinero por ello. —Tú puedes regalarlo.
Se dio la vuelta mientras él soltaba su perorata y caminó alejándose lentamente de
él. No miró hacia atrás. No quería que viera sus lágrimas.
Él la vio alejarse con una expresión tan llena de rabia que un hombre que pasaba por

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allí en esos momentos se apartó de su camino para evitar encontrarse con él. Se dio la
vuelta y fue a coger su vuelo de regreso a Nairobi, llevándose la misma vieja angustia a la
que siempre tenía que enfrentarse cuando la veía. No quería hacerle daño. Tenia que
hacerlo. No podía dejar que se acercara, que lo tocara, que lo calentara. No se atrevía.

***

Él voló de regreso a Nairobi. Tendría que haber ido a Texas, para finalizar un
proyecto en el que estaba trabajando. Pero después de herir a Tat, su corazón no estaba para
eso. El líder de la unidad podría manejar las cosas hasta que volviera.
Condujo al rancho con su capataz desde el aeropuerto de Nairobi, decaído por el Jet
lag , sombrío por su relación con Tat.
K.C. Kantor estaba en su salita, aparentando la edad que tenía. Se puso de pie
cuando Rourke entró.
No por primera vez, Rourke se vio a sí mismo en esos extraños ojos marrones
claros, el claro pelo rubio — ahora veteado de gris— tan espeso en la cabeza del otro
hombre. Eran de la misma altura y constitución también. Pero ninguno de los dos lo sabía a
ciencia cierta. Rourke no estaba seguro de que realmente lo quisiera saber. No era
agradable creer que su madre engañó a su padre. O que el hombre al que había llamado su
padre durante tantos años no era realmente su padre...
Él lo miró. —Cheers—, dijo Rourke. —¿Cómo van las cosas?
—Rocky—. Entrecerró los ojos marrones claros. —Has estado viajando.
—¡Cómo vuelan los chisme!— exclamó Rourke.
—Has estado en Ngawa—, continuó.
Rourke sabía cuando el baile estaba en alto. Llenó un vaso con hielo y se sirvió
whisky. Tomó un sorbo antes de volverse. —Tat estaba en uno de los campos de refugiados
—, dijo solemnemente.
—Fui a sacarla.
—K.C. parecía preocupado. —¿Sabías lo de la ofensiva?
—Si. No podía decirselo. Pero hice que abadonara aquello.— Miró al suelo.
—Ella estaba meciendo a un bebé.— Sus ojos se cerraron por el dolor.
—Estás loco por ella, pero no te acercas,— comentó K.C. lacónicamente.
—¿Qué demonios te pasa?
—Tal vez es qué demonios te pasa a ti, compañero,— replicó Rourke con veneno
real.
—¿Discúlpa?

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El dolor era monstruoso. Se giro y tomó un gran trago a su bebida. —Lo Siento. Mis
nervios me están jugando una mala pasada. Tengo el jet lag.
—¡Haces esas malditas e inteligentes observaciones y luego pretendes estar
bromeando, o que no lo pesnabas, o que estás afectado por el maldito jet lag!— dijo el
hombre mayor entre dientes.
—¡Si quieres decirme algo, maldita sea, dilo!
Rourke se dio la vuelta. —¿Por qué?—, preguntó en un tono atormentado.
—Porqué lo hiciste?
K.C. se quedó momentáneamente desconcertado.
—¿Por qué hice qué, exactamente?
—¿Por qué te acostastes con la madre de Tat?—, se enfureció.
Los ojos de K.C. brillaron como un rayo de color marrón. K.C. le dió un certero
golpe por encima del sofá y lo rodeó para añadir otro golpe a la que ya le había dado
cuando Rourke se puso de pie y se alejó. El hombre era maldita y categóricamente aterrador
cuando estaba enfurecido. Rourke rara vez lo había visto enojado. No había ni rastro del
gigante financiero en el hombre que lo acechaba ahora. Esta era la cara del mercenario que
había sido, el hombre de mirada fría que había ganado una fortuna en pequeñas guerras y
riesgos.
—¡Vale!—, dijo Rourke, levantando una mano. —Habla. ¡No golpees!
—¿Qué demonios te pasa?— demandó C.K. fríamente. —¡La madre de Tat era una
santa! María Carrington no cometió jamás ni un sólo error en toda su vida. Amaba a su
marido. Incluso borracha como un marinero, ella nunca me habría dejado tocarla!
Los ojos de Rourke estaban tan abiertos por la conmoción y el dolor que K.C. se
detuvo en seco.
—Dejémoslo estar—, dijo. —¿Qué está pasando?
Rourke apenas podía manejar las palabras. —Ella me lo dijo.
—¿Ella que? ¿Qué te dijo?
Rourke tuvo que sentarse. Cogió el vaso de whisky y se bebió la mitad. Era una
pesadilla. Nunca iba a despertar.
—¿Rourke?
Rourke dio otro sorbo. —Tat tenía diecisiete años. Yo había ido a Manaos por un
trabajo.
—La voz profunda de Rourke estaba ronca por el sentimiento. —Era Navidad. Paré
para verlos, en contra de mi buen juicio. Tat llevaba un vestido de seda verde, algo ceñido,
que dejaba ver su perfecto cuerpo. Estaba tan hermosa que no podía apartar los ojos de ella.
Sus padres salieron de la habitación.— Sus ojos se cerraron. —La levanté y la llevé al sofá.
Ella no protestó. Sólo me miró con esos ojos, llenos de... Ni siquiera sé de qué. La toqué y
ella gimió y fue sublime para mí.— Respiró tembloroso. —Estábamos tan involucrados que

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sólo escuché volver a su madre con el tiempo justo para no avergonzarnos. Pero su madre
sabía lo que estaba pasando.
—Eso le desagradaría—, dijo K.C. —Era profundamente religiosa. Verte jugar con
su hija adolescente no te iba a congraciar con ella, sobre todo con la reputación que tenías
en esos días desechando mujeres por todos lados.
—Lo sé.— Rourke miró hacia el suelo. —El sabor de Tat fue como encontrarme en
el paraíso. Yo la quería. No sólo para una noche. No podía pensar con claridad, pero mi
mente estaba corriendo hacia un futuro, no a un alivio .
Dudó. —Pero su madre no se dio cuenta de eso. Realmente no puedo culparla. Ella
sabía que yo era un canalla. Probablemente pensó que seduciría a Tat y la dejaría llorando.
—Eso podría haber ocurrido—, dijo K.C.
—No era una aventura.— El ojo de Rourke lo inmovilizó. —Una chica como ella,
bella y amable... —Se dio la vuelta. Dió un largo suspiro. —Su madre me aparto
llevandome a otro lado, más adelante. Estaba llorando. Me dijo que te había visto una
noche en su casa, alterado y enfermo del corazón porque la mujer que amabas se estaba
convirtiendo en una monja. Dijo que se tomó una copa contigo, y otra copa, y luego algo
sucedió. Dijo que Tat fue el resultado.
—¿Realmente te dijo que Tat era tu media hermana? ¡Maldita mujer!
Rourke pensaba lo mismo, pero estaba demasiado agotado para decirlo. Miró a su
bebida.
—Ella me dijo eso. Así que me volví contra Tat, bromeé con ella, la mantuve lejos.
La convertí en poco más que una prostituta por ser tan cruel con ella. Y ahora me entero,
ocho años más tarde, que todo era una mentira. Protegiéndola de algo que ni siquiera era
real.
Luchó contra las lágrimas. Salían del infierno por el ojo herido, porque todavía tenía
algunos conductos lagrimales. Se apartó del hombre mayor, avergonzado.
K.C. se mordió el labio. Puso una rugosa mano sobre el hombro de Rourke y lo
acarició.
—Lo siento.
—Rourke tragó. Inclinó el resto del whisky en la boca. —Ya,— dijo en un tono
ahogado. —Yo tambien lo siento. Debido a que no hay una maldita forma para que pueda
decirle lo que pienso de su madre. O para poder deshacer los ocho años de tormento que le
di.
—Has tenido un shock—, dijo K.C. —Y realmente tienes jet—lag. Sería una buena
idea dejar las cosas como están unos días.
—¿Tú crees?
—Rourke, —dijo vacilante. —La historia que ella te contó era cierta—, comenzó.
—¡Qué! Acabas de decirme que no era...!

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—K.C. lo empujó hacia atrás en el sofá. —Es cierto, pero no era la madre de Tat.—
Se dio la vuelta. —Fue tu madre.
Hubo un terrible silencio en la habitación.
K.C. se acercó a la ventana y miró hacia la oscuridad africana con las manos en los
bolsillos.
—Me emborraché porque Mary Luke Bernadette eligió un velo en vez de a mi. La
amaba, para siempre. Por eso nunca me casé. Ella todavía está viva y, Dios me ayude, la
amo todavía. Vive cerca de mi ahijado, el hijo de su reciente difunta hermana. Te hablé de
Kasie, se casó con un miembro de la familia Callister de Montana. Mary Luke vive en
Billings.
—Lo recuerdo—, dijo Rourke en voz baja.
Cerró los ojos. —Tu madre vio lo que me estaba haciendo a mí mismo. Trató de
consolarme. Se tomó unas copas conmigo y las cosas... pasaron. Estaba avergonzada, yo
me avergonzaba... su marido era el mejor amigo que he tenido. ¿Cómo podríamos decirle lo
que habíamos hecho? Así que guardamos nuestro secreto, atormentados por lo que pasó en
un minuto de locura. Nueve meses más tarde desde ese día, naciste tú.
—Has dicho... que no estabas seguro,— ladró Rourke.
—No lo estaba. No lo estoy. No he tenido las agallas suficientes para hacerme la
prueba.
—Se dio la vuelta, como un tigre, erizado. —Adelante. ¡Ríete!
Rourke se levantó, un poco tembloroso. Había sido una noche terrible. —¿Por qué
no has tenido agallas?—, preguntó.
—Porque quiero que sea verdad—, dijo entre dientes. Miró a Rourke con dolor en
sus ojos claros, un terrible dolor. —Traicioné a mi mejor amigo, seduje a tu madre.
Merezco cada maldita cosa terrible que me pase. Pero más que nada en el mundo, quiero
ser tu padre.
Rourke sintió humedad en sus ojos, pero esta vez no la ocultó.
K.C. tiró de él a sus brazos y lo abrazó, y lo abrazó. Sus ojos también estaban
húmedos. Rourke se aferró a él. Todos los largos años, toda la compañía, los momentos
compartidos. Él lo había querido también. No había un hombre vivo que se pudiera
comparar con el que lo sostenía. Lo respetaba. Pero más que nada, lo amaba.
K.C. lo apartó bruscamente y se alejó, sacudiendo la cabeza para deshacerse de la
humedad de sus ojos. Se metió las manos de nuevo en sus pantalones.
—¿No tenemos un médico entre el personal?— le preguntó Rourke después de un
minuto.
—Si.
—Entonces vamos a averiguarlo a ciencia cierta—, dijo Rourke.
KC se giró después de un minuto, mirando a la cara que era su rostro, el elegante

19
porte que él veía en su propio espejo.
—Estás seguro?
—Sí, —dijo Rourke. —Y tu también.
K.C. ladeó la cabeza e hizo una mueca mientras miraba el rostro de Rourke.
—¿Qué?
—Vas a tener un infernal moretón—, dijo K.C. con obvio pesar.
Rourke se limitó a sonreír tímidamente. —No hay problema. No es una mala cosa
descubrir que tu viejo padre aún puede manejarse a sí mismo, —se rió entre dientes.
K.C. resplandecía.

20
Capítulo 2

Rourke pasó la noche emborrachándose. Estaba fuera de sí por las revelaciones de


su padre. Tat lo había amado. Él la había empujado a alejarse, por su propio bien, pero al
hacerlo, la daño tanto que la había convertido en poco más que en una prostituta.
La recordaba en Barrera, su blusa tan empapada en sangre que incluso después de
lavarla no se le quitaba, las heridas justo encima de uno de sus perfectos pequeños pechos
que ese animal, Miguel, cortara tratando de sacarle información acerca de la invasión del
país del General Emilio Machado.
Rourke mato a Miguel. Lo hizo con frialdad, de manera eficiente. Después él y
Carson, un compañero mercenario del grupo que ayudó a Machado a liberar Barrera,
llevaron el cuerpo a un río lleno de cocodrilos y lo arrojaron en él. No tuvieron ni una
punzada de remordimiento. El hombre había torturado a Tat. Probablemente la habría
violado si otro de los hombres de Arturo Sápara no hubiera intervenido. Tat, con cicatrices
como las que tenía, con recuerdos de la tortura. Cerró los ojos y se estremeció. La protegió
la mayor parte de su vida. Pero había dejado que eso le sucediera. Era casi insoportable.
Se levantó, desnudo, y se sirvió otro whisky. Casi nunca bebía licores fuertes, pero
no todos los días un hombre se enfrentaba a la ruina de su propia vida. Había estado
protegiendo a Tat de una relación que era imposible, porque le dijeron que había lazos de
sangre entre ellos, que Tat era realmente su media hermana. Y era mentira.
Nunca cuestiono la revelación que hiciera su madre. Nunca habría imaginado que la
religiosa e íntegra Sra. María Carrington le mentiría. Sin embargo ella amaba a Tat. La
amaba mucho, profundamente, posiblemente incluso más de lo que amaba a Matilda, su
segunda hija. La mujer había sido un pilar de la iglesia local, sin perderse una misa,
siempre ahí cuando alguien necesitaba ayuda, rápida dando cheques cuando se requería
caridad. Era casi una santa.
Así que cuando le dijo que K.C. la sedujo en una borrachera, le había creído. Porque
la creyó, aparto a Tat bien lejos, se burló de ella, la humilló, hizo que lo odiara. O lo
intentó.
Pero ella no lo odiaría. Tal vez no pudiera. Se puso el vaso de whisky en la frente, el
frío consolándolo de alguna manera. Cuando se había ido con los demás para invadir la
capital de Barrera, Tat le había llevado a un lado y le colocó la cruz que siempre llevaba al
cuello, pidiéndole que la usara como amuleto de la suerte. El gesto lo había herido. Quería
tirar de ella contra él, enterrar su dura boca en la de ella, dejarle sentir el dolor de su
excitación, demostrarle lo mucho que la deseaba, la necesitaba, que la quería. Pero eso era
imposible. Estaban estrechamente relacionados. Así que se llevo el collar, pero cuando se
giro sobre si, fue deliberadamente frío e impersonal.
Cuando dejo Barrera, lo que le dijo hizo que apartara la cara, hizo que se alejará,
herida. Hiriendola aún más con sus comentarios venenosos en el aeropuerto de

21
Johannesburgo, después de que la hubiera sacado de Ngawa.
Y eso, todo eso, fue para nada. No existían lazos de sangre entre ellos. Debido a que
su madre mintio. ¡Maldita fuera su madre!
Apenas resistió el impulso de estrellar el vidrio del vaso de whisky contra la ventana
de su dormitorio. Eso despertaría a todos los animales del parque, aterrorizaría a los
trabajadores. Sería traer de vuelta los recuerdos de otra noche que se emborrachó, la noche
de la revelación de María Carrington. Se había ido de juerga durante una semana. Había
destrozado bares, se había metido en peleas, había hecho indignarse a la pequeña
comunidad cercana a Nairobi donde vivía. Incluso K.C. no había sido capaz de calmarlo, o
de acercarse a él. Rourke, enfurecido, era incluso peor que K.C. Se habían quedado a su
espalda y dejaron que perdiera el control.
Excepto que no lo perdió. Nunca lo perdería. Salió a buscar whisky y dejó el vaso
sobre la cómoda. El tintineo de hielo contra el vidrio era ruidoso en la tranquila habitación.
Fuera, un león rugió suavemente. Sonrió con tristeza. Había criado al cachorro de un león.
No sabía qué hacer con él. Cuando estaba en casa, le seguía a todas partes como un
cachorrito. Pero si dejaba que otras personas se le acercaran, se convertía en peligroso. K.C.
le había dicho que tenía que entregarlo a un zoológico, pero Rourke se negó. Tenía tan
pocas diversiones. El león era su amigo. Había tenido dos, pero un compañero, dueño de un
parque, quería tan desesperadamente a uno de ellos que Rourke se lo había dado. Ahora
tenía sólo uno. Lo llamó Lou —un juego de palabras de la traducción africana de león,
Leeu.
Cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Tat nunca se lo perdonaría. Ni siquiera sabía
cómo acercarse a ella. Imaginó la boca de Tat bajo la suya, su cuerpo suave presionado
contra su dureza, con las manos en su pelo grueso mientras la amaba sobre sábanas blancas.
Gimió en voz alta por la excitación que las imágenes le produjeron.
Y con la misma rapidez que pasaron por su mente, supo que eran imposibles. Había
pasado ocho años alejándola, por lo que ella lo odiaba. No iba a ser capaz de entrar en su
casa y abrazarla. Nunca le permitió acercarse mucho. Ahora, incluso retrocedía si se
acercaba a ella.
Pensó en ella con otros hombres, con las decenas de ellos con los que la acusará de
acostarse. Su culpa. Era culpa suya. Tat nunca habría permitido que otro hombre la tocara si
alguna vez realmente hubiera pertenecido a Rourke; lo sabía por instinto. Pero él la había
empujado a eso. Su nombre estuvo vinculado con varios millonarios, incluso con un
congresista. Vió sus fotos en los medios de comunicación, la vio sonreir junto a rostros de
otros hombres, su exquisito cuerpo con vestidos de alta costura. Había fingido que sólo
estaba actuando. Pero no lo estaba. Tenía veinticinco años. Ninguna mujer permanecía
virgen a esa edad. Ciertamente no Tat, a quien él hostigara, atormentado, rechazado y
humillado.
Pero tenía que acercarse a ella. Tenía que saber si había alguna posibilidad de que
no lo odiara, de convencerla para que volviera a su vida. Ella nunca le había permitido
cruzar la puerta, en Maryland, donde se encontraba su hogar de los EE.UU. Tenía cámaras
de seguridad —él había insistido en ello— colocadas alrededor de la casa que perteneció a

22
su padre.
El padre de Tat trabajo para la embajada de Estados Unidos. Su gente era adinerada
más allá de los sueños de avaricia. Se caso con María Cortes de Manaus, una mujer que
tenía patrimonio español—holandés y de alta cuna, que también heredo. Fue un matrimonio
por verdadero amor. Tenían casas en África, Manaus y Maryland. Tat heredó el lote
completo, y sus fortunas combinadas. Tat adoraba a su madre. Se quedó devastada cuando
María murió de una fiebre contagiada al cuidar a un amigo.
Sabía cómo Tat veneraba a su madre. ¿Cómo podía decirle lo que la mujer hizo?
Haría añicos sus ilusiones. Pero tendría que decirle algo para tratar de explicar su
comportamiento.
Cómo acercarse a ella, lo suficientemente para hacerla escuchar, ese era el
problema. Su mirada se posó en una invitación en la parte superior de la pila de correo que
uno de los trabajadores dejara en la oficina para cuando él llegara. Frunció el ceño.
Tomo el sobre, lo abrió y adentro había una invitación formal a una ceremonia de
entrega de premios en Barrera. Era una invitación personal del propio General Machado.
Ahora que su país estaba seguro una vez más, atados todos los cabos sueltos, era hora de
premiar a las personas que lo ayudaron en arrebatar el control de las manos del usurpador,
Sapara. Machado esperaba que Rourke pudiera ir, porque era una de las personas que serían
premiadas. Bajó por la lista de nombres de los homenajeados grabados en la invitación.
Justo por encima de su nombre estaba el de Clarisse Carrington.
Su corazón dio un salto. Machado le había prometido que sería reconocida por su
valentía en el rescate de dos profesores universitarios capturados para la seguridad y por dar
información sobre los insurgentes que les ayudó a recuperar la ciudad—capital de Barrera y
aprehender a Sapara.
Tat estaría en Barrera, en Medina, la ciudad—capital. Ella, sin duda, iría a la
ceremonia de entrega de premios. Era un lugar neutral, donde podrían tener la oportunidad
de hacer las paces. Ciertamente él iría. Faltaba una semana para esa fecha.
Cogió de nuevo la invitación y se la llevó a la cama, escaneándola una vez más. Tat
estaría en Medina. Puso la invitación en la mesita de noche y se estiró, con las manos detrás
de la cabeza, arqueando su cuerpo suavemente mientras revivía el exquisito recuerdo de Tat
medio desnuda en sus brazos, muchos años atrás, gimiendo mientras tocaba sus pechos
suaves y provocando que los preciosos rosados pezones se pusieran duros como pequeñas
rocas.
Los recuerdos se despertaron y gimió. Tat en sus brazos de nuevo. Podía abrazarla,
besarla, tocarla, tenerla. Se estremeció. Haría falta tiempo y paciencia, mucha paciencia,
pero no tenía ahora otra razón para vivir. Era la primera vez en años que se sentía feliz.
No es que ella fuera a darle la bienvenida con los brazos abiertos. Y estaba el asunto
de sus amantes, y tenían que haber sido muchos.
Pero eso no importaba, se dijo con firmeza, siempre y cuando él fuera su último
amante. Podría traerla aquí, al parque de atracciones. Podrían vivir juntos...
No. Su expresión era sombría. A pesar de sus diversiones, Tat todavía era religiosa.

23
Nunca consentiría en vivir con él a menos que él se comprometiera. Un compromiso real.
Se levantó de la cama y se dirigió a la caja fuerte de la pared. La abrió y sacó una
pequeña caja gris. Lo abrió. Su mano tocó el anillo con ternura. Había pertenecido a su
madre. Era una esmeralda de corte cuadrado, rodeado de pequeños diamantes, sobre una
base de oro amarillo. Tat amaba el oro amarillo. Era el que llevaba siempre.
Cerró el joyero, volvió a cerrar la caja fuerte y se metió el anillo en el bolsillo de un
traje del armario. Lo llevaría con él. Tat no escaparía esta vez, se prometió. Haría lo que
fuera para conseguir que regresara a su vida.
Se recostó y apagó las luces. Por primera vez en años, durmió toda la noche.

***

Tres días más tarde, K.C. entró en la sala de estar, donde Rourke estaba haciendo la
reserva aérea en un ordenador portátil.
—¿Vas a Barrera entonces? —, preguntó K.C.
Rourke sonrió. —Será mejor que lo creas, — se rió entre dientes. —Tengo el
anillo de compromiso de mi madre preparado. Esta vez, Tat no se escapará.
K.C. suspiró y sonrió con ternura. —No puedo pensar en ninguna mujer en el
mundo que prefiera tener como nuera, Stanton.
Algo en la forma en que lo dijo llamó la atención de Rourke. Terminó la compra de
la reserva, imprimió el billete y se volvió hacia el otro hombre.
—¿Pasa algo? —, preguntó.
K.C. se acercó. Estaba mirando al joven con orgullo. Él sonrió. —Lo supe desde el
principio. Pero el médico acaba de llamar .
El corazón de Rourke dio un saltó.
—¿Y...?
K.C. lo miró orgulloso, avergonzado y feliz. —Realmente eres mi hijo.
—¡Maldición! — Rourke empezó a reír. Su mirada alegre era correspondida con la
felicidad de su padre.
K.C, se quedó mirándolo fijamente durante un minuto. Luego tiró del otro hombre y
lo abrazó. Rourke le devolvió el abrazo.
—Lo siento... la forma en que sucedió—, dijo K.C. duramente, retrocediendo. —
Pero no por el resultado. — Buscó el rostro de Rourke. —Mi hijo. — Sintió una oleada
de emoción.
—Tengo un hijo.
Rourke estaba peleando con la misma emoción. Logró una sonrisa.

24
—Sí.
K.C. puso una mano en el hombro de Rourke. —Escucha, es tu decisión. Haré lo
que quieras. Yo era tu tutor legal cuando eras menor de edad. Pero me gustaría adoptarte
formalmente. Me gustaría que llevaras mi apellido.
Rourke pensó en el hombre que fuera su padre, el que lo crío. Bill Rourke lo había
amado, a pesar de que debío haber pensado sin duda que Rourke no se parecía a él. Bill
había tenido el cabello y los ojos oscuros. El hombre al que llamó como su verdadero padre
fue bueno con él, incluso si no hubiera habido el tipo de afecto fácil que siempre sintiera
por K.C.
—Era sólo un pensamiento —, dijo K.C., dudando ahora.
—Me... gustaría mucho eso —, dijo Rourke. —Voy a mantener el nombre del mi
padre adoptivo. Por eso, añadiré el tuyo—.
K.C. sonrió con tristeza. —Tu padre era mi mejor amigo. Me atormentaba pensar
lo que le hice a él, a tu madre. A ti.
—Creo que la atormentaba también —, dijo Rourke.
—Lo hizo. Ella me quiso. — Su rostro se endureció. —Esa fue la peor parte. No
tenía nada que darle. Nada de nada. Ella lo sabía.
El ojo bueno de Rourke buscó a su padre. —Nadie es perfecto —, dijo en voz
baja.
—Tengo que confesar que me hubiera gustado, incluso cuando era un niño, que
fueras mi verdadero padre. — Él apartó su mirada justo a tiempo para no ver las lagrimas
en los ojos de K.C. —Siempre estuviste en el fragor de las batallas. Podías contarme
algunas historias sobre las aventuras que tuviste. Me moría de ganas de ser como tú.
—Eres muy parecido a mí —, dijo K.C. con voz ronca. —Me preocupaba
permitirte trabajar para la organización. Quería protegerte. — Se rió. —No fue posible.
Te sentías en ella como pez en el agua. Pero sudé sangre cuando me dejaste y te fuiste con
la CIA. — Negó con la cabeza. —Me desesperaba porque te permitiría obtener la
ciudadanía estadounidense, a pesar de que mantuviste tu primera nacionalidad.
—Era algo que quería hacer. — Rourke se encogió de hombros. —No puedo vivir
sin adrenalina—. Su buen ojo brillaba. —Debí heredarlo de mi viejo.
—K.C. se rió entre dientes. —Probablemente. Todavía voy a misiones.
Simplemente no voy a tantas, y ahora son, en su mayoría, administrativas. Aprenderás que,
a medida que envejeces, tu tiempo de reacción comienza a bajar. Eso puede poner tu unidad
en peligro y comprometer las misiones—.
Rourke asintió. —He tenido tantas llamadas que he estado cerca de ser tentado a
pensar en tareas administrativas para mí mismo. Pero todavía no—, añadió con una sonrisa.
—Y en este momento, tengo otra prioridad. Me quiero casar.
—K.C. sonrió cálidamente. —Ella es muy hermosa. Y tiene buen corazón. Eso es
más importante que los detalles del aspecto exterior.

25
Rourke asintió. Su rostro se endureció. —Es sólo que la idea de otros hombres...
—Tú has tenido otras mujeres, —respondió K.C. en voz baja.
—¿Por qué es diferente?
Rourke parecía vagamente turbado. Se giro sobre si suspirando.
—No demasiado, supongo.
—Saluda a Emilio de mi parte —, dijo K.C. —Lo conocí hace mucho tiempo.
Siempre me gustó el hombre. No es lo que esperas de un revolucionario—.
Rourke se rió entre dientes. —De ningún modo. Podría hacer una fortuna como
cantante si alguna vez se cansara de ser presidente de Barrera.
—Puede cantar.
—De hecho, puede.
Rourke fue hacia la puerta y volvió a mirar al hombre que era la viva imagen de lo
que sería él en unos pocos años.
Él sonrió. —Cuando vuelva, tal vez podrías llevarme a un juego de pelota o algo
así.
—K.C. cogió un cojín de la silla y lo lanzó hacia él. —¡Revienta!
—Rourke se rió. Cogió el cojín y lo arrojó hacia atrás.
—Ten cuidado allí —, añadió K.C. —Sapara tiene amigos y es escurridizo. Si
alguna vez sale de la cárcel, podrías estar en problemas. Es vengativo—.
—No va a salir —, fue la respuesta. —De todos modos, es bueno saber que mi
padre se preocupa por mí —, agregó.
K.C. sonrió. —Sí, él lo hace. Así que no te dejes matar.
—No lo haré. Asegúrate de hacer lo mismo.
K.C. se encogió de hombros. —Soy invencible. Pasé años como mercenario y
todavía tengo la mayoría de mis partes del cuerpo originales. — Hizo una mueca mientras
movía un hombro. —Algunas de ellas no están ya como salidas de fábrica, pero me las
arreglo.
—Rourke sonrió. —Lo mismo digo. — Buscó el duro rostro de K.C.
—¿Cuando?
—¿Cuándo qué?
—¿Cuándo quieres hacer el papeleo?
—Oh. El cambio de nombre. ¿Por qué no ponerlo en marcha mañana? A menos que
estés partiendo para Barrera antes de tiempo.
—No iré hasta el jueves —, respondió Rourke. Su rostro se suavizó.
—Me gustaría.

26
—K.C. asintió.
Rourke regresó a su habitación para comenzar a empacar.

***

El papeleo se hizo sin complicaciones. El abogado se reía como un pirata.


—Lo sabía —, dijo, mirando a uno y a otro. —Era tan condenadamente obvio.
Pero sabía que no debía hablar de ello. Tu viejo —, le añadió a Rourke, — te envió al
infierno con un golpe.
Rourke se tocó la mandíbula, donde sólo había un moretón amarillo pálido para
recordarle la ira de su padre cuando lo había acusado de ser el verdadero padre de Tat.
—Cuéntamelo a mí—, se rió.
K.C. consiguió esbozar una escueta sonrisa. —Necesito tener algunas clases de
manejo de la ira, supongo, — suspiró.
—No, papá —, dijo Rourke sin darse cuenta de lo que había dicho, —te hará bien
ser como eres. El temperamento no es una cosa mala.
K.C. estaba radiante. Rourke se dio cuenta lo que había dicho y su ojo marrón brilló.
—Bonito, suena bien, hijo —, dijo K.C., y su pecho se hinchó de orgullo.
—Muy agradable.
—Bueno, esto estará listo en poco tiempo —, dijo el abogado a los dos hombres. —
Pueden verificarlo en unos pocos días.
—Lo haré, — dijo K.C.

***

Rourke salió por la puerta de su casa con una maleta y una bolsa de traje, en la que
llevaba un smoking, pantalones, camisa y corbata. Había estado buscando lo mejor que
tenía. Estaba tan emocionado por el día siguiente que no durmió. Tat estaría allí. La vería
de nuevo, pero no de la misma forma como lo hizo durante ocho largos años. Mañana por
la noche sera el mejor día de su vida. Apenas podía esperar.

***

27
El vuelo a Barrera fue largo y tedioso. Rourke cogió el avión en el Aeropuerto
Internacional Jomo Kenyatta en Nairobi. Se tardaba dieciséis horas y ocho minutos en
llegar al Aeropuerto Internacional Eduardo Gomes de Manaus. Trató de dormir durante la
mayor parte del vuelo, excepto para fortalecerse con las comida y champán entre ellas.
Estaba impaciente. Tenía que llevar a cabo esto como una campaña de batalla, pensó. Tat
no sería acogedora, y no podía culparla. Se pasó años atormentandola.
Finalmente el avión aterrizó. El calor tropical lo golpeó en la cara como una toalla
mojada, y era algo a lo que no estaba acostumbrado. Kenia tenía un clima suave durante
todo el año.
Pasó por el control de pasaportes y viajeros con sólo la bolsa de equipaje de mano y
la bolsa de traje. Él siempre viajaba ligero. Odiaba el tiempo de espera para reclamar el
equipaje. Mucho más fácil viajar con sólo lo esencial y comprar lo que necesitaba cuando
llegara. No lo anunciaba, pero era muy rico. El parque de atracciones obtenía mucho dinero
en efectivo del turismo. Por no hablar del acumulado durante años como soldado
profesional, arriesgando su vida en lugares peligrosos. Era maravilloso que K.C. fuera su
padre, pero Rourke no necesitaba su apoyo financiero. Hizo su propio camino en el mundo
durante mucho tiempo.
Caminó a través de la reclamación de equipajes y buscó el letrero adecuado que le
mostrara al conductor de limusinas que contrato desde Nairobi por su teléfono celular.
Podía permitirse fácilmente pagar los honorarios y odiaba los taxis.
El hombre lo vio y sonrió. Rourke, vestido con pantalones de color caqui, alto y
rubio, con la larga cola de caballo por la espalda nunca podría ser confundido con nadie,
excepto por quién era. Lucía como parte del parque de atracciones africano del que era
propietario.
Sonrió mientras se le acercaba.
—¿El señor Rourke? — le preguntó el pequeño hombre moreno con una gran
sonrisa.
Rourke se rió entre dientes. —¿Me conoce? —, preguntó.
—¿No se acuerda? — preguntó el hombrecillo, y parecía aplastado.
Rourke tenía una memoria extraordinaria. Miró al hombre durante un minuto, cerró
sus ojos, sonrió y se acercó con un nombre. —Rodrigues, — rió entre dientes.
—Usted fue mi chófer la última vez que estuve en Manaus, justo después de la
ofensiva Barrera. Tiene dos hijas.
El hombre pareció estar complacido. —Oh sí, soy yo, pero, por favor, debe
llamarme Domingo —, añadió, apretando las manos de Rourke. ¡Imagínese, que un
cosmopolita hombre rico como usted recuerde mi nombre!
—Domingo, entonces. — Respiró. El jet lag empezaba a afectarle. —Creo que
tengo que conseguir una habitación de hotel para esta noche. Volaré a Barrera por la
mañana. El General Machado celebrará una ceremonia de entrega de premios.
—Sim. —El hombre asintió con la cabeza mientras se ponía al volante. —Varias

28
personas serán honradas por su participación en el derrocamiento de esa rata, Arturo Sapara
—, añadió. —Mis primos fueron torturados en la cárcel de Sapara. Bailé con alegría
cuando fue arrestado.
—Yo también lo hice, compañero, — Rourke respondió solemnemente.
—A una dama de Manaus van a adjudicarle una medalla, —dijo Domingo con una
sonrisa. La señorita Carrington. Conocí a su madre. Era una santa, —añadió.
—Santa, — dijo Rourke, casi rechinando los dientes cuando Domingo salió del
tráfico.
—Creio que sim, — respondió domingo asintiendo. —Ella era amable. Muy
amable. Fue una tragedia lo que pasó con su marido y con su hija menor, Matilda, —
añadió.
Rourke lanzó un largo suspiro. —Eso fue realmente una tragedia.
—¿Usted la conoce?, —preguntó Domingo.
—Sí. He conocido a Tat... Clarisse, —corrigió, —desde que tenía ocho años.
—La senhorita es una buena mujer —, dijo Domingo solemnemente. —Cuando
era más joven, nunca se perdía la misa. Era muy amable con las demás personas. — Su
rostro se endureció. —Lo que le hizo su carnicero era inconcebible. Lo mataron —,
añadió con frialdad.
—Me alegré. Por herir a alguien tan hermosa, tan amable...
—¿Cómo la conoció?, —preguntó Rourke.
—Cuando mi niña fue diagnosticada con un linfoma, fue la senhorita Carrington
quien hizo los arreglos para que hiciera el tratamiento en la Clínica Mayo. Está en los
Estados Unidos. Ella pagó por todo. ¡Todo! Pensé que debía enterrar a mi hija, pero
apareció ella.
—Las lágrimas le nublaron los ojos. Él los limpió, sin vergüenza.
—Mi esposa y yo haríamos cualquier cosa por ella.
Rourke estaba tocado. Sabía que Clarisse tenía un buen corazón, y aquí tenía una
prueba más de ello.
—Verá a la señorita Carrington en Barrera, ¿sí? — preguntó Domingo con una
sonrisa sabia.
Rourke asintió. —Sí, lo haré.
—Por favor, dígale que Domingo le recuerda y que su familia y él rezan por ella
todos los días, ¿no?
—Se lo diré.
—Domingo asintió. Llegaron al mejor hotel de Manaus y se detuvo. —¿A qué
hora vengo a recogerlo mañana, señor?
—Alrededor de las seis, —dijo Rourke. —Tengo un billete para el vuelo de

29
conexión con Medina. — Bostezó y firmó el recibo que Domingo le entregó, recuperó su
tarjeta de crédito y la metió de nuevo en su cara billetera.
—Que duerma bien , —dijo Domingo mientras llevaba las bolsas al cuarto de los
botones en el interior del hotel de lujo.
—Gracias. Creo que lo haré.

***

Rourke tuvo sueños extraños. Se despertó sudando, preocupado. Hubo una batalla.
Fue herido. Tat se encontraba muy lejos, llorando. Las lágrimas corrían por sus mejillas,
pero no lágrimas de alegría. Tenía el rostro atormentado, de la misma manera como le
había mirado en su última reunión. ¡Ella estaba embarazada...!
Se levantó y preparó café en el pequeño pote proporcionado por el hotel. Eran las
cuatro de la mañana. No tenía sentido volver a la cama. Peinó hacia atrás su cabello,
despeinado por la almohada. Se quitó la goma elástica y dejó que el cabello cayera sobre su
espalda.
Con aire ausente, mientras que el café se estaba haciendo, se pasó un cepillo por el
pelo. Probablemente debería cortárselo totalmente, pensó mientras se miraba en el espejo.
Lo había llevado así durante años, en parte por inconformismo, en parte porque compartía
algunas creencias de culturas antiguas sobre que era una buena medicina tener el pelo largo.
Había sido supersticioso y no se lo cortó. Pero parecía un renegado, y no quería. No esta
noche. Iba de caza, de una preciosa presa. Quizás cortarse el pelo podría mostrarle a Tat
que estaba cambiando. Que era diferente.

***

Su vuelo se pospuso cinco horas e hizo que Domingo le llevara a una exclusiva
peluquería. Tenía el pelo cortado y peinado. Quedó impresionado con los resultados. Tenía
una onda natural, que no se notaba cuando llevaba el pelo hasta la mitad de la espalda. La
ola era marcada. El corte le daba un aspecto distinguido, elegante. También le daba un
aspecto increíblemente parecido a K.C., pensó, y se rió entre dientes mientras se estudiaba
en el espejo.
Domingo levantó ambas cejas cuando él salió del salón.
—Se ve muy diferente, —dijo.
Rourke asintió.
Domingo sonrió, pero no era una sonrisa de felicidad. Abrió la puerta de la limusina
para Rourke, y luego se subió en la parte del volante.
—¿Qué le está molestando? — bromeó Rourke.

30
—Se trata de que se haya cortado el pelo —, remarcó. Se rió tímidamente.
—Lo siento.
—¿Cree que he dañado mi 'medicina'?, —dijo Rourke con los labios fruncidos y
abriendo y cerrando el ojo.
Domingo notó el sonrojó en los altos pómulos. —Yo soy un hombre supersticioso.
¿Qué puedo decir? Pero usted es un hombre moderno, senhor —, se rió. —Usted no cree
en esas cosas, estoy seguro. Ahora vamos al aeropuerto, ¿no?
Rourke estaba sintiendo algo similar a la aprehensión de Domingo mientras pasaba
una mano por el pelo corto y grueso. En todos los años que había sido un mercenario, había
tenido muy pocos sustos. Le habían disparado un par de veces, nunca nada grave, a
excepción de la pérdida del ojo. Siempre penso que su cabello tenía algo que ver con eso.
Era una superstición primitiva, sin embargo. Estaba seguro de que estaba siendo tonto.
—Sí, Domingo, — dijo, y sonrió. —Al aeropuerto. Tengo por delante un día
ocupado.
—Y una noche más animada, esperaba, si podía convencer a Clarisse de que se
fuera a la cama con él.
Su mano palpó el anillo en el bolsillo. Todavía estaba allí. Sabía que no iba a ser
fácil de convencer, sobre todo acerca del asunto de la cama. Pero tenía un as en la manga.
Iba a proponerle matrimonio primero.
Esperaba no tener que volver a Nairobi solo. Pero, lo que fuera, iba a hacerlo. Si
tenía que seguir regresando a Manaus y cortejarla como un colegial, lo haría. Nunca dejaría
que se alejara de él. Nunca.

***

Medina, la capital de Barrera, era como la mayoría de otras ciudades de


Sudamérica, cosmopolita y antigua al mismo tiempo. La gente era una mezcla de razas, y el
idioma oficial era español.
Tenía un aeropuerto regional y una terminal de autobuses. No había limusinas aquí.
Todavía no. El General sólo estaba empezando a reparar el daño que Sapara había causado
a la infraestructura. El usurpador hizo mucho daño durante el tiempo que estuvo en el
poder. La mayor parte del dinero fue a parar a sus propios bolsillos, se lo había pasado
pródigamente a sí mismo. La mansión presidencial tenía un valor de muchos millones.
Machado quiso derribarla, pero el pueblo agradecido, mucho del cual lo había rescatado de
las prisiones de Sápara, no quería oír hablar de ello. Los extranjeros poderosos vendrían
para ayudar a reconstruir el país, uno de sus asesores le había dicho. Una residencia
presidencial de lujo reforzaría la idea de que Barrera valía la ayuda.
No estuvo de acuerdo en un principio, pero finalmente cedió. Si la demolía, tendría
que gastar el dinero para reconstruirlo. Sin embargo, destruyó todos los accesorios de oro

31
macizo que Sapara había importado refundido y lo acuñó. Eso le había ganado muchos
elogios, especialmente a la luz de los programas sociales que había implementado para dar
atención médica gratuita a los pobres. Machado era un buen hombre.
Rourke se registró en el único hotel de lujo de la ciudad. Se preguntó si Tat se
quedaría allí también. Él lo esperaba.
Puso la maleta en el suelo y desempaquetó su smoking. Sonrió al pensar en la noche
que tenía por delante. Será la mejor noche de su vida.

***

A cinco puertas y un piso de distancia, Clarisse Carrington estaba mirando los


círculos oscuros debajo de sus ojos mientras pensaba en la noche venidera. El nombre de
Rourke estaba en la lista de los homenajeados, pero estaba segura de que no aparecería.
Odiaba las reuniones sociales, y era un hombre humilde. No estaría interesado en que la
gente hiciera de él un héroe, a pesar de que lo era.
Clarisse lo adoraba como héroe desde los ocho años, admiraba su coraje, lo amaba
hasta el punto de la locura. Pero Stanton Rourke la odiaba. Había hecho que quedara claro
como el cristal durante años, incluso sin las cosas horribles que le dijo cuando la sacó de
Ngawa.
Nunca la amaría. Ella lo sabía. Pero no podía evitar lo que sentía por él. Parecía ser
una enfermedad incurable.
Estudió su cara en el espejo. La herida de bala había dejado evidencias de su paso
en el cuero cabelludo, pero con un poco de cuidado en el peinado del cabello se escondía
bien. Las cicatrices en su pecho izquierdo eran menos fáciles de camuflar. El secuaz de
Sapara, Miguel, le había cortado con el cuchillo, una y otra vez, intentando hacerla hablar
sobre la ofensiva del General Machado. Ella no había hablado. Por eso conseguía una
medalla esta noche. Por su valentía. Debido a que sobrevivió a la tortura y rescató, no sólo
de ella, sino también a dos profesores de la universidad. Dijeron que era una heroína. Ella
se rió sin humor. Claro.
Estaba allí de pie, con unas largas enaguas. Estaría por debajo del elegante vestido
blanco que compró en una boutique para el evento. Tenía líneas simples. Cayó sobre sus
tobillos. El corpiño ni siquiera era sugerente. Era lo suficientemente alto como para cubrir
las cicatrices en su pecho. Tenía mangas abullonadas que le recordaban de alguna manera
un vestido que había visto en una película sobre el período de la era napoleónica. Ella se
veía bien con el blanco.
Pensó que Stanton se habría reído si la viera con ese color. Pensaría que debería ser
escarlata. Él pensaba que era un poco mejor que una prostituta. Era irónico, y habría sido
divertido si no fuera trágico.
Nunca había estado con un hombre en su vida. Nunca tuvo intimidad con nadie,
excepto con Stanton, una Nochebuena, hacía mucho tiempo, cuando tenía diecisiete años.

32
Lo amó desde entonces y todos los días desde ese instante, a pesar de su antagonismo, sus
burlas, sus insultos.
Sabía que él la odiaba. Era obvio. Sin embargo, no parecía marcar ninguna
diferencia. No podía sacarlo de su mente, no más de lo que podría permitir que cualquier
otro hombre la tocara.
Había fingido con Grange, el líder de las tropas insurgentes de Machado. Pero eso
fue un acto de desesperación, y debido principalmente a las drogas contra la ansiedad que
tomara después de la trágica muerte de su padre y su hermana pequeña, Matilda. Su vida
quedo destrozada.
Rourke llegó corriendo, en el momento en que se enteró de ello. Arregló los
preparativos del funeral, organizando el servicio, lo hizo todo mientras ella caminaba a su
alrededor entumecida y con el corazón quebrantado. La llevó a la cama, sosteniéndola
mientras lloraba con todo su corazón. Había llamado a un médico, su médico, Ruy
Carvajal, e hizo que la sedara cuando Clarisse no dejaba de llorar sin consuelo.
Pensó en Ruy y en una pregunta que le hiciera antes de venir a la premiación.
Invitándolo también por si Rourke posiblemente aparecía. Había tenido que ir a Argentina
para tratar a un paciente de toda la vida que era también un amigo. Pero le había pedido que
considerara casarse con él; un matrimonio de amigos, nada más. Sabía lo que sentía por
Rourke y que no podía permitir que otro hombre la tocara. No importaba, le aseguró,
porque había sido gravemente herido en un tiroteo en una misión con la Organización
Mundial de la Salud. A causa de las heridas, no podía ser padre. Tampoco era ya, añadió
solemnemente, un hombre. No podía tener intimidad con una mujer. Esto había dado lugar
a muchas sospechas entre su pueblo, que veneraban la capacidad de un hombre para
engendrar hijos por encima de todos los demás atributos.
Él estaría encantado de poner fin a los chismes. Podía darle a Clarisse una buena
vida. Si era cierto, añadió, que Rourke nunca la querría.
Ella le dijo que lo consideraría, y lo hizo. Rourke no la quería. Ella no podía querer
a nadie más. Tenía veinticinco años, y Ruy era amable con ella. ¿Por qué no? Eso le daría
un poco de estabilidad. Tendría un amigo, alguien de su propiedad.
Parecía una buena idea. Pensó que podría hacerlo. Podía sonar como una vida vacía
para algunas personas. Pero para Clarisse, cuya vida había sido una interminable serie de
tragedias, la perspectiva de una vida pacífica era tentadora. No necesitaba sexo. Después de
todo, nunca lo tuvo. ¿Cómo iba a perder algo que nunca había experimentado?
Lloraría a Rourke, pero terminaría algún día, pensaba. Le dedicó a su reflexión una
sonrisa sombría. Claro que lo haría. Cuando ella muriera. Se dio la vuelta y fue a ponerse su
vestido de gala para la noche.

33
Capítulo 3

Clarisse entró en el edificio donde se celebraba la entrega de premios, y varios pares


de ojos masculinos se dirigieron inmediatamente a su esbelta y hermosa figura con el
ajustado vestido blanco que llevaba. Su cabello rubio curvado hacia su cara como plumas,
marcando su exquisita estructura ósea, su piel y dientes perfectos, sus grandes ojos azules.
Era una belleza. Con ese vestido, parecía una diosa griega bajada a la tierra para burlarse de
los mortales.
Ni se dio cuenta de la atención que estaba recibiendo. Sus ojos estaban puestos en el
podio donde hablaría el General. Había una orquesta. Estaba tocando suavemente, para
facilitar el escuchar música mientras la gente se reunía en pequeños grupos para conversar.
La mayoría de las conversaciones era en español, no en portugués, ya que el español era el
idioma oficial de Barrera.
Sonrió con tristeza a las pequeñas camarillas. Para Clarisse, que siempre estaba sola,
le parecía sólo una más de las reuniones en las que permanecía de pie mientras los
hombres trataban de atraerla. Algunas veces odiaba su situación. No quería la atención
masculina.
Se detuvo en una mesa donde estaban sirviendo bebidas cuando un hombre alto la
cogió por el brazo, al que reconoció como uno de los asesores del General Machado. Él le
sonrió. —Esperábamos que viniera, señorita Carrington,— dijo en voz baja con acento
inglés. —Tenemos a los demás homenajeados en el backstage. La entrega de premios será
primero, seguida por el baile, la bebida y el absoluto caos.— Se rió entre dientes.
Ella le sonrió. —El pandemónium suena bien. No deberían haber hecho esto para mí
—, agregó. —Realmente no hice otra cosa que recibir un disparo y ser capturada.
Se dio la vuelta y le sonrió. —Ha hecho mucho más que eso. Todos los que vivimos
aquí se lo agradecemos a usted y a los demás, por no dar la espalda a nuestro país.
—¿Están Peg y Winslow aquí?—, preguntó ella esperanzada.
—¡Ay, no!— respondió con solemnidad. —Su padre tuvo que someterse a una
operación, sólo una cosa menor, pero ambos estaban incómodos con la idea de no estar con
él.
—Así es Peg,— dijo en voz baja, y sonrió. —Es una persona muy dulce.
—Ella piensa muy bien de usted también, al igual que su marido. Y El General, por
supuesto —, añadió con una sonrisa.
—¿Dónde está el General?—, preguntó.
Él asintió con la cabeza hacia un alto y distinguido hombre latino con una chaqueta
de noche que destacaba sobre una morena, alta y con un llamativo vestido azul.

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—¡Es Maddie!—, exclamó. —Hacía tratos con Eduardo Boas, que recibió un
disparo antes de que me secuestraran.
—Sí. El General y ella van a casarse pronto, creo—, susurró, riéndose de su sonrisa
de placer. —Pero no hay que hablar de esto. Se supone que no debo saberlo.
Ella le sonrió. —Yo no sé absolutamente nada. Lo juro—, añadió jocosamente.
—No es cierto, Tat. Eres lo suficientemente inteligente para saber muchas cosas—,
dijo una voz profunda y ronca detrás de ella.
Su sangre se congeló. Su corazón empezó a bailar el tango. No quería darse la
vuelta. No había soñado que apareciera.
—El señor Rourke le acompañará junto a los demás, se reunieron detrás del
escenario—, dijo, asintiendo con la cabeza y haciendo una reverencia. Después la
abandonó.
—¿No vas a darte la vuelta, Tat?—, preguntó en voz muy baja.
Ella respiró hondo y lo enfrentó. Se veía diferente. No podía entender por qué al
principio. Entonces se dio cuenta de que era porque tenía el pelo corto. Se había cortado el
pelo. Se preguntó por qué. Durante años estuvo con esa larga cola de caballo.
—Hola, Stanton,— dijo en voz baja. —No esperaba que estuvieras aquí.
Él la miró fijamente, su único ojo se hizo pequeño y penetrante mientras bebía en
los ojos de ella, con el recuerdo de tenerla en sus brazos, haciendo que su corazón se
acelerara. No había más barreras. Podía tenerla. Podía abrazarla y besarla. Podía hacer el
amor con ella...
Se sacudió mentalmente. Tenía que ir despacio. —Tenía un cabo suelto—, dijo
descuidadamente.
—Ya veo.— Ella se sentía incómoda. Siguió mirando a su alrededor, como si
quisiera ser rescatada. De hecho, lo quería.
Miró a su alrededor. —¿Has venido sola?—, preguntó de repente con mordacidad
en su voz.
Tragó saliva. —Le pedi a Ruy que viniera conmigo, pero tenía que volar a
Argentina para tratar a un viejo amigo.
—Ruy... Carvajal, tu amigo médico.
—Así es.
Frunció el ceño. —¿No estarás saliendo con él, por el amor de Dios?—, preguntó
secamente. —¡Dios mío, Tat, tiene veinte años más que tú!
No podía mirarlo a los ojos. —Es mayor que yo, sí.
Él sintió que sus músculos se tensaban desde los pies a la cabeza. Ella no podía
involucrarse con el médico. ¡Por supuesto que no!
Su silencio la convenció para levantar la vista. Su expresión le confundió. En otro

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hombre, se vería como celos. Pero Rourke nunca estaría celoso de ella. La odiaba.
Ella se movió inquieta. —Tenemos que ir detrás del escenario.
—¿Vas a estar aquí toda la noche?—, preguntó mientras caminaban.
—Vuelo de regreso a Manaus, por la mañana—, respondió ella.
—Estoy aquí también por una noche.
Ella no dijo nada. Sabía que la evitaría como a la peste, como de costumbre.
—¿En qué hotel te quedas?—, preguntó bruscamente.
—¿Por qué? ¿Quieres asegurarte de conseguir uno por lo menos a media ciudad de
distancia del mío? —, dijo echándose a reír.
Se detuvo en seco. —Tengo mucho que compensarte—, dijo solemnemente.
—No sé ni por dónde empezar. Te hecho tanto daño, Tat—, añadió en un tono
ronco. —Demasiado.
Ella lo miró, sorprendida.
Él extendió la mano hacia su rostro, lo que hizo que ella se sacudiera hacia atrás y
evitara sus ojos.
Eso le dolió más de lo que jamás pudiera haber imaginado.
—Tat—, susurró bruscamente, herido.
—¿No te acuerdas?—, casi ladró. —Me dijiste que... nunca te tocara. Dijiste que
era repulsiva...— Su voz se quebró. Caminó a su alrededor y se trasladó a ciegas a la parte
de atrás, donde un hombre trajeado les hacía señas para que se colocaran con los otros
homenajeados. No miró para ver si Rourke venía detrás de ella. No quería verlo.
Él la siguió, con el corazón arrancado del cuerpo por sus palabras. Sí, ella lo había
dicho; había sido brutal con ella. ¿Cómo podía haberlo olvidado? La había herido
gravemente. Ahora, después de años de atormentarla y atormentarse, finalmente tenía la
oportunidad de empezar de nuevo con ella. Pero a juzgar por lo que acababa de decir, iba a
ser un camino muy difícil de recorrer.

***

La ceremonia de entrega de premios se prolongó mas de lo necesario. El General


Machado dio un discurso. La responsable de Interior hizo otro más largo. El presentador
hizo uno aún más largo. Al final de ellos a Clarisse le dolían los pies. Se alegró de llevar
zapatos de tacón bajo.
Uno a uno, los homenajeados fueron a recibir sus premios, hicieron un breve
discurso y le dieron la mano al General. Clarisse hizo lo mismo, sonriéndole mientras se
inclinaba para besarla en la mejilla, la medalla en su estuche de terciopelo abrazada con
fuerza en una mano.

36
—Gracias por venir—, le susurró al oído.
—Gracias por invitarme,— susurró ella.
Ella le estrechó la mano y se llevó su premio fuera del escenario.
Esperó mientras los demás recibieron sus medallas. Rourke se unió a ella, sombrío y
tranquilo. No le había gustado que el General la besara. Estaba echando humo por dentro.
Clarisse vio su expresión y sintió que se le encogía el corazón. Estaba enojado con
ella de nuevo. Era algo familiar, pensó. Nada cambia en realidad, y mucho menos la mala
opinión que Rourke tenía de ella.

***

Ella dejó su premio con su abrigo en el guardarropa y se procuró una bebida de ron.
Ya había denegado media docena de solicitudes para bailar. Se estremeció ante la idea de
manos extrañas en su piel, y el vestido era escotado en la espalda. Así que se puso de pie,
viendo a otras personas disfrutar de la música en la pista de baile.
Sintió calor en la espalda y se puso rígida. Siempre sabía cuándo Rourke estaba
cerca. No estaba segura de cómo. Era bastante extraño. Se dio la vuelta, en una postura
defensiva.
—Nunca has bailado conmigo, Tat,— dijo, su voz profunda y aterciopelada
mientras absorbía la exquisita vista de ella.
Ella tomó un sorbo de ron, por hacer algo. —¿Te has puesto todas las vacunas?—,
preguntó con tranquilo sarcasmo.
Hubo una pausa. Él respiró. —¿Qué tal una tregua, sólo por esta noche?
Ella lo miró con aprensión, su rostro receloso, los ojos muy abiertos y preocupados.
—No voy a hacerte daño—, dijo. Su rostro estaba tenso, y no con repulsión. Parecía
como si estuviera colgando en el aire, esperando a que ella respondiera. A su lado, sus
grandes manos se cerraron en puños. —Sólo por esta noche—, repitió en voz tan suave que
tuvo que esforzarse para oírla.
La había atormentado durante mucho tiempo. El dolor, los recuerdos, estaban en sus
grandes ojos azules, en su tristeza. Se mordió el labio inferior, duramente, y retorció el
pequeño bolso de noche hasta una forma irreconocible sus frías manos.
Él dio un paso más, por lo que estaba casi justo contra de ella. La respiración
contenida mientras aspiraba el perfume de flores que llevaba, sólo una pizca. Sus manos
subieron, muy lentamente, y fueron a su cintura. Estaba indeciso.
—Confía en mí—, dijo en su frente. —Solo esta vez.
—¿No te gusta que te toque?—, se las arregló para decir en tono ahogado.
Su ojo se cerró con una oleada de dolor. —Mentí.— Miró a su sorprendida cara. —

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Mentí, Tat,— susurró. —Quiero tus manos sobre mí. Quiero abrazarte, lo más cerca que
pueda conseguir.— Su respiración se hizo inestable.
—Compláceme.
Ella vaciló. Sería iniciar la adicción, una vez más, justo cuando estaba pensando que
por fin conseguiría superarla.
—Vamos.— Él cogió la copa de sus frías manos y la puso sobre la mesa. Entonces
cogió su pequeña mano, uniendo sus dedos con los de ella, y la llevó a la sala donde estaba
tocando la orquesta. Las parejas se movían lentamente con una melodía de blues.
Se volvió y puso su largo brazo alrededor de su cintura. Deslizó sus dedos de los
suyos y los colocó sobre su impecable camisa blanca. Se acercó y la condujo al ritmo de la
música. Podía oír su respiración, sentir la tensión en su joven cuerpo, dando paso
lentamente a la seducción de los lentos movimientos.
—Esto es lo que más deseo—, dijo cerca de su sien.
Ella pensó que sentía su boca allí. Seguramente él no haría eso, se recordó. Debería
apartarse. Debería correr. Iba a hacerle daño. Así había sido siempre. Era amable, o parecía
serlo. Luego se apartaba, se burlaba de ella, la atormentaba...
Se apartó y lo miró con angustia en su rostro.
—No—, susurró, haciendo una mueca mientras veía su temor. —Lo dije en serio.
Lo juro por Dios, no te haré daño, Tat. No con palabras, y no de otra manera. Te doy mi
palabra.
Eso era un asunto serio para él. Si hacía una promesa, se podría apostar dinero por
el mantenimiento de la misma. Buscó su duro rostro.
—¿Por qué?
Él dejó escapar un suspiro entre los cincelados labios, muy masculinos. Su mirada
se fue por encima de su cabeza a la pared. —Yo... escuché algunos chismes, hace años.
Chismes maliciosos. Una vieja historia corta, pensé que estábamos emparentados por lazos
de sangre.
Ella dejó de bailar. Lo miró boquiabierta. —¿Qu... qué?—, preguntó, y comenzó a
alejarse, atónita.
Su brazo se curvó en su esbelto y musculoso cuerpo y la mantuvo allí. —No era
cierto—, dijo. —Tuve que comprobarlo. La sangre de tu madre era 0 positivo—, dijo entre
dientes. —Y el tipo de sangre de tu padre era B positivo. Yo soy AB negativo, como K.C.
Tú eres B positivo.— Él vaciló. —Hice un análisis secreto de ADN a partir de una muestra
de tu sangre. No me preguntes cómo la conseguí —, dijo cuando ella abrió la boca. —Soy
un espía. Conozco formas de hacerlo. Hablé con un genetista. No hay una maldita forma de
que pudiéramos estar relacionados. Ni siquiera de la manera más distante.
Ella estaba de pie, muy quieta. De repente los últimos ocho años tenían
absolutamente sentido. Se había comportado a veces como si estuviera atormentado por
estar cerca de ella, como si la quisiera pero no pudiera permitirse tocarla, o que ella le

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tocara.
El entendimiento hizo cambiar su cara, cambiar su expresión.
Su mandíbula se tensó cuando la miró. —Oh, Dios, ¿creías que yo no te quería a ti
también?—, susurró con angustia. —¡Te quería, sufría por ti, durante años! Y yo no podía...
¡No me atrevía ni siquiera a tocarte ...!
Las lágrimas brotaron de sus ojos. Era sus sueños hechos realidad. Ella no se lo
podía creer.
—Oh, cariño—, susurró, y de repente arrastró su cuerpo contra el suyo,
abrazándola. Empezó a temblar, con la fuerza del deseo, siempre negado.
Ella se apartó bruscamente, sus ojos horrorizados. —¿Estás bien, Stanton?—,
preguntó a su vez. —¡Estás temblando! ¿No es la recurrente malaria?— Él la había tenido
hacía años. Ella lo había cuidado durante un brote cuando era un niño, en África. Levantó
la vacilante mano para tocar su cara.
—Se te nota algo acalorado...
Estaba casi en estado de shock. Estaba temblando de deseo y ella no lo sabía. Pero
tenía experiencia. Había estado con hombres. ¿Cómo podía ser ignorante en algo tan
básico?
Frunció el ceño. Impulsivamente, su mano se deslizó hasta la base de su columna
vertebral y la atrajo hacia sí muy cerca, dejándola sentir la fuerte excitación inmediata de su
cuerpo.
Ella se puso escarlata y trató de alejarse de él, luchando por escapar del contacto
íntimo, que sólo había sentido una vez, la víspera de la Navidad que casi había cedido a su
ardor. A ningún hombre le había permitido tocarla de esa manera desde entonces. Todavía
era vergonzoso.
Rourke se sentía como si la Navidad hubiera llegado. La dejó alejarse, pero su único
ojo bueno estaba rebosante de alegría, de júbilo.
Inclinó un poco la cabeza, por lo que la estaba mirando directamente con ambos
ojos. —Sigues siendo virgen, ¿no es así, Tat?—, preguntó en un susurro áspero.
—¡Stan... ton!— Se atragantó, y apartó la mirada.
Deslizó su mejilla contra la de ella. Se estremeció de nuevo. —No tengo la malaria
—, susurró. —Esa parte de mí está buscando un cálido y suave lugar oscuro para
esconderse dentro.
Le llevó un minuto captarlo. Cuando lo hizo se ruborizó aún más. Ella le golpeó el
pecho.
—¡Stanton!
Se rió en voz baja, con absoluta delicia, acariciando su rostro contra el suyo. —No
podrías hacerlo con cualquier otra persona, ¿podrías, Tat?—, bromeó.
Y allí estaba. Presunciones. La arrogancia. Sabía cómo se sentía. Había dicho que

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sería una tregua, pero en realidad no lo era. Iba a muerte. Ahora que sabía quién era ella en
realidad, no habría descanso. La había acechado hasta que la sedujo. Podía parecer
agradable; incluso podría sonar como si se preocupaba por ella. Pero al final del día, sólo
quería sexo. La deseo durante años, pero pensaba que no podía tenerla. Ahora sabía que
podía hacerlo. Y era cierto. Ella no tenía ninguna defensa. Excepto una.
—Ruy me pidió que me casara con él,— dijo en voz baja, sin mirarlo.
Él se quedó muy quieto. —¿Qué?
Tragó saliva. —Puede ser mucho mayor que yo, pero es un hombre bueno, amable.
— Cerró los ojos. —Le dije que sí, Stanton,— mintió. Era la única protección que podía
darse ante una aventura de una noche que ella no quería, no podría soportar. Lo amaba
demasiado. —Así que si estás pensando en pasar la noche en la cama conmigo, te
equivocas. No voy a engañar a mi novio.
Todo su mundo explotó. La miró con una angustia que ni siquiera podía ocultar.
Empezó a hablar, pero antes de que pudiera decir una palabra, el General Machado apareció
junto a ellos con Maddie sonriendo a su lado.
—Nos vamos a casar—, dijo Machado, riendo en voz baja mientras Maddie se
sonrojaba. —Quería que ambos lo supieran.— Se encogió de hombros. —Soy demasiado
viejo para ella, pero al infierno los años. La amo.— Miró a la hermosa morena con ojos de
adoración.
—Casi tanto como yo,— Maddie trató de bromear, pero se lo estaba comiendo con
los ojos.
—Felicitaciones—, dijo Rourke, ocultando su propia miseria. Estrechó la mano del
General y besó a Maddie en la mejilla.
—Estoy feliz por los dos.
—Yo también—, Clarisse se atragantó, repitiendo sus gestos. —Espero que sean
muy felices juntos.
—Lo mismo digo,— añadió Rourke.
Sonrieron, luego se rieron, y pasaron a hablar de los premios y cómo llegaron a
darse. El General mencionó que su hijo, el teniente de la policía de San Antonio, Rick
Márquez, quería venir, pero su esposa se encontraba en las primeras etapas del embarazo y
no se encontraba bien; Rick no podía llevarla con él, o ir sin ella, por lo que envió sus
disculpas a través de Skype. El General y su hijo hablaban a menudo estos días.
Rourke hacía gestos como si prestara atención, pero se estaba muriendo por dentro.
Era demasiado tarde. Tat finalmente había renunciado a él. Iba a casarse con el condenado
médico condenado en Manaus.

***

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Él se alejó. Tat lo vio bailando con una rubia deslumbrante, riendo con ella. Ella se
sonrió con tristeza. ¿Por qué siempre esperaba que las cosas cambiaran? Era Rourke, siendo
él mismo, persuadiendo a las mujeres para llevarlas a su cama. Se imaginó que la rubia
deslumbrante le daría lo que Clarisse no podía, una sola noche de placer.
Le molestó que hubiera encontrado reemplazo tan rápidamente. Bueno, ¿qué había
esperado? ¿Que cuando supo que no había entre ellos una relación de sangre, le declarara
amor eterno y le entregara un anillo de bodas? Ni pensar que eso sucediera alguna vez. Ella
había tenido una afortunada salida, ya que no le habría sido posible negarse. Lo amaba
demasiado, a pesar de todo.
Se volvió con una sonrisa triste y salió del edificio, tomó un taxi y se dirigió de
nuevo a su habitación de hotel. Eso era mejor que confiar en los sueños.

***

Estaba durmiendo. Se despertó de repente, justo después de un ataque de algún tipo,


bombas estallando, un disparo de rifle. Estaba mojada por el sudor, incluso en la habitación
con aire acondicionado. Todavía tenía pesadillas de su terrible experiencia en Barrera. El
teléfono estaba sonando.
Ella contestó el teléfono, y notó que eran las tres de la mañana. —¿Sí?—, preguntó,
sorprendida por una llamada a estas horas.
—¿La señorita Carrington? Soy O'Bailey. ¿Me recuerda?
Buscó en su memoria. —Tú eres el hacker. Estabas con nosotros cuando el General
Machado dirigió la contrarrevolución.
—Ese soy yo, señora.— Se aclaró la garganta. —El General dijo que estaba aquí
para la ceremonia de entrega de premios. Yo también estaba propuesto, pero llegué tarde.
Escuché una conmoción en la planta baja y cuando miré en el bar, era realmente malo. Él
va a matar a alguien o conseguir que lo detengan. Eso le molestaría realmente al General
con toda la prensa internacional aquí, y pensé...
—¿Él?—, preguntó Clarisse.
—Rourke,— contestó. —Está totalmente fuera de control. Sólo lo he visto borracho
una o dos veces, y es peligroso cuando bebe. Alguien tiene que sacarlo de allí, o los policías
del General lo arrestarán y lo meterán en la cárcel.— Él vaciló. —También hay periodistas
en el hotel. Si uno de ellos lo ve...
—¿Rourke está borracho?— Ella se quedó estupefacta. —O'Bailey, él no bebe
licores fuertes. Bueno, tal vez bebe, pero nunca lo suficiente para hacerle perder el control...
—Señora, acaba de lanzar a uno de los porteros a través de una ventana de cristal.
—¡Oh, Dios mío!—, exclamó.
—Me preguntaba si podría venir aquí y tal vez hablar con él.

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Ella vaciló. Tenía miedo de Rourke enfurecido.
—Señora, siempre hay una persona que puede controlar a otra ebria. Con mi padre,
era mi hermana pequeña. Ella sola podía llevarlo de la mano, cuando él mataría a otro
hombre por tratar de hacer que dejara de beber. Creo que Rourke jamás le haría daño. Pero
yo estaré allí por si lo intenta.
—¿Por Favor?
—¿Estás abajo?—, preguntó.
—Sí, señora.
—Nos encontraremos delante de la barra.— Ella colgó.

***

Se puso unos pantalones y una blusa amarilla. No esperó a arreglarse la cara.


Reconoció a O'Bailey, fuera del salón de la planta baja, donde una agresiva gran voz
maldecía en africano. Hizo una mueca.
—Él la escuchará a usted,— dijo. —Yo sé que lo hará.
—Ella le dedicó a O'Bailey una mirada sombría. —Lo intentaré—, dijo.
Entró en el bar. Había otro hombre, que parecía la mitad de borracho que Rourke. Él
la vio y se levantó, sonriendo de oreja a oreja.
—Bueno, mira lo que entra por la puerta, una preciosa hadita —, exclamó el otro
hombre. La agarró por el brazo y trató de tirar de ella hacia él. —Preciosa, ¿quieres venir a
mi habitación...?
En un instante, Rourke lo tenía agarrado por el cuello. Su único ojo estaba oscuro
por la rabia. —¡Si la tocas otra vez te mato!—, dijo entre dientes. Lanzó al hombre hacia
atrás. Cayó sobre una mesa, se levantó y salió corriendo de la sala, agarrándose la garganta.
—Stanton—, dijo Clarisse suavemente.
Él la miró. Respiraba violentamente. Apestaba a whisky. La miró con el ceño
fruncido.
—¿Qué haces aquí, Tat?—, preguntó casi en un susurro.
—Vine a buscarte.— Ella deslizó la fría y nerviosa mano nerviosa, en la suya. La
había asustado cuando agarró al hombre por el cuello. Pero ahora no parecía violento en
absoluto.
—Tienes que venir conmigo.
—Está bien—, dijo con facilidad.

42
Ella tiró de su mano. Dejó que lo condujera al lado derecho de la sala, donde
O'Bailey estaba esperando. Casi no podía creerlo. El bar era una ruina. Hombres, hombres
grandes, estaban contra la pared, detrás de cuadros, como si estuvieran esperando que
Rourke no los viera. Hombres adultos tenían miedo de él, pero estaba siguiendo a Clarisse
como un cordero.
—Voy a hablar con él. ¿Está alojado en este hotel?— le preguntó Clarisse al
irlandés, haciendo una mueca al notar que el camarero simplemente miraba por encima de
la barra, parecía acorralado.
—Él pagará los daños—, dijo Clarisse.
O'Bailey asintió. —La habitación de Rourke es la 306. Me imagino que la llave está
en su bolsillo.
—Gracias—, dijo.
—No, señora, ¡gracias a usted!—, respondió, y ella sonrió.
Asintió, sonrió, le dedicó a Rourke una sonrisa de disculpa y entró en el salón.
Rourke miró a Tat. —¿Por qué estás aquí?—, preguntó con enojo. —¿Has perdido a
tu novio?
—Él está en Argentina con un paciente,— le recordó. —No estará en casa durante
varias semanas.
—Mala suerte la suya—, dijo, mirándola con deseo apenas ocultado. —Dios, eres
alucinante—, dijo con voz ronca.
—¡Me duele sólo mirarte!
Ella se sonrojó. Se volvió y lo llevó en el ascensor. Subieron en silencio hasta el
tercer piso. Él la miraba con intensidad, de forma desconcertante.
Ella lo llevó a su puerta. —Saca la tarjeta de claves—, dijo.
Se apoyó en la puerta. —No.
—Stanton—, se quejó.
—Una vez que abra la puerta, me dejarás—, dijo pesadamente.
Ella se mordió el labio inferior.
—Siempre puedo volver a la barra—, dijo cautelosamente, alejando los hombros del
marco de la puerta.
—¡No!
—Prométeme entonces que te quedarás conmigo hasta que me quede dormido—
dijo, su voz ligeramente arrastrando las palabras.
—Dame tu palabra, Tat.
Ella apretó los dientes. Él no estaba en sus cabales y tenía miedo de él. No de su
temperamento, sino de que tratara de continuar donde lo habían dejado cuando tenía

43
diecisiete años. Habían estado muy cerca. Hasta que tuvo veinte años no se dio cuenta de
cuán cerca.
—No voy a hacer nada... que no quieras—, prometió.
Ella respiró lentamente. —Yo te sostengo, Stanton.
Él sonrió. Sacó la tarjeta y la metió en la cerradura. Hubo un clic y una pequeña luz
verde se encendió. Sacó la carta y la guardó en el bolsillo. Abrió la puerta.
—Detrás de ti.
Ella entró en la habitación, un poema sobre las arañas y moscas rondándole
burlonamente en la mente.
La habitación se iluminó cuando tocó un interruptor.
Ella se volvió hacia él. Parecía más duro de lo que ella lo había visto nunca. Su
hermoso rostro estaba tenso por una emoción poderosa cuando la miró con su ojo bueno.
Miró hacia atrás, haciendo una mueca al ojo parcheado.
Él interpretó mal la mirada. —Ya,— dijo fríamente. —Soy un discapacitado.
—¿Eso es lo que estás pensando?
—Estaba recordando cuando te sucedió,— dijo en voz baja.
La tensión se agravó. —Yo había... me dijeron algo que dio un vuelco a mi vida—,
dijo evasivamente, evitando su mirada tranquila. —Como si fuera un principiante, fui
derecho a una emboscada.— Se rió con frialdad. —Perdí el ojo, me metieron una bala en el
pecho...— Su ojo volvió a mirar su rostro. —Tú estabas allí, sentada junto a la cama
cuando salí de la anestesia.
—K.C. me llamó—, dijo. Bajó la mirada a su pecho. —Tenía miedo a que murieras,
y no quería que empezaran de nuevo los chismes si se sentaba contigo. Nadie pensó nada
raro cuando yo lo hice. Conocía a la mayor parte del personal del hospital de Nairobi.
Él respiró. Se sentía enfermo. Sudoroso. —Hubieron muchos chismes después de
eso.
—Nadie me informó nunca. Tú tampoco lo hiciste.
Estudió su rostro abatido. —Tan pronto como me quitaron los puntos, invité a Anita
a que dejara la granja y te envié a casa, a Washington DC.
—Se mordió el labio. —Sí.
Cerró los ojos, angustiada en todo su cuerpo al recordar ese acto de crueldad. —Ni
siquiera te agradecí lo que hiciste. Quería morirme cuando me dijeron que habías perdido
un ojo, que podrías quedar ciego. Tú me hicistes querer vivir.
Ella no dijo nada, pero su postura era elocuente.
Se tambaleó un poco. Ella lo sujetó mientras se tambaleaba.
—Estoy borracho, Tat,— le dirigió una risa entrecortada.

44
—No lo haces muchas veces.
—Sólo en raras ocasiones,— estuvo de acuerdo mientras ella le ayudaba a ir hacia
la cama. —No me gusta quedarme fuera de control.
—Nunca lo hiciste.
Se acomodó sobre la cama, con zapatos y todo. Él la miró en silencio. —Ayúdame a
desnudarme. No puedo dormir con la ropa.
Ella lo miró fijamente, mientras la suave súplica la hizo sonrojarse.
Le tendió una mano grande. —Vamos, gallina,— dijo con una leve sonrisa.
—Tat, estoy borracho—, le recordó cuando ella vaciló. —No puedo tener una
erección, no soy ninguna amenaza.
El rubor se hizo más profundo.
Se rió con voz ronca. —Y todos estos años, pensé que habías tenido un hombre tras
otro—, dijo. Su rostro se torció. —¡Maldito sea por lo que te hice!—
No entendía su ira. No entendía su cambio de actitud. Tampoco confiaba en él
realmente.
—No lo hagas—, dijo, al ver el debate pasando en su mente. Se movió e hizo una
mueca.
—Ayúdame, Tat. Quiero dormir.
Se acercó a la cama. Vacilante, le quitó los zapatos, y luego los calcetines. Tenía
hermosos pies para ser un hombre.
Se sentó. Ella se dejó caer en la cama junto a él, aún desconfiando. Llevó las manos
a los botones de su camisa. Él la miró con los ojos muy abiertos.
—Quítalos—, susurró, su voz profunda como el terciopelo, suave.
Ella sintió que su corazón volaba. Habían pasado años desde que estuviera tan cerca
de él, y desde que él deseara tanto que lo hiciera.
—Vamos—, le susurró de nuevo, persuadiendo a sus dedos con el primer botón
mientras su boca se cernía justo por encima de los ojos.
El tono, la proximidad, llegó a ella. Trabajó con los botones y ojales, observando el
grueso vello que cubría su torso bronceado mientras empujaba la camisa sobre sus anchos
hombros. Había un bulto justo a la izquierda de su esternón, donde le dispararon cuando
perdió el ojo. Era apenas perceptible ahora.
Él sintió que su cuerpo se tensaba cuando la camisa cayó. Sus ojos eran tan
expresivos. A ella le gustaba mirarlo. Y a él le gustaba dejarla. Se estaba excitando, a pesar
de sus protestas en sentido contrario. Tantos años. Toda una vida.
—Puedes... hacer el resto, estoy segura—, dijo ella, y trató de levantarse.
—No, no puedo.— Llevó suavemente sus frías manos a su cinturón.

45
—Ayúdame, Tat,— susurró.
Se recostó hacia abajo. Cuando lo hizo, se relajó, sólo un poco.
Ella esbozó una sonrisa temblorosa. —Nunca he desnudado a nadie excepto a mí
misma,— espetó.
Le desabrochó el cinturón y lo sacó de las tirillas, observando el caro cuero del que
estaba hecho cuando lo dejó caer en la silla cercana a la cama. Ella vaciló.
Llevó las manos a la sujeción de sus pantalones. —No puedo dormir con mi mejor
ropa—, dijo suavemente.
—Continua.
—Rourke...
—Shhh—, le convenció. Sus manos colocaron las suyas sobre las sujeciones. —
Sólo un poco más. Eso es todo. Ahora pon las manos debajo de las pretinas y tira. Eso es
todo lo que tienes que hacer.
Su voz estaba seduciendo. Ella no debería. Debería levantarse y correr. Estaba
avergonzada y nerviosa. Le temblaban las manos.
—No puede ser... estás borracho—, comenzó.
—Aférrate a eso—, dijo en voz baja, y levantó sus caderas y empujó las dos pretinas
abajo.
Ella lo miraba sin darse cuenta de lo que estaba viendo, varios segundos de
asombro. Durante ellos, se deslizó fuera de los pantalones y calzoncillos y se recostó en la
cama, con los ojos en ella, que estaba con los ojos abiertos y el rostro sorprendido mientras
miraba y miraba.
Se rió con puro deleite. Se despertó. Muy excitado, a pesar del licor. Sus ojos
estaban mostrando que era un magnífico hombre. Se movió en las sábanas limpias y gimió
suavemente.
—He soñado con esto—, susurró con voz ronca. —Por dejar que me miraras así,
sintiendo tus ojos en mí.
Ella estaba demasiado sorprendida para responder o incluso para intentar irse.
—Tat, a tu edad, seguramente has visto fotografías de hombres así, incluso si no lo
has visto en la realidad—, reprochó.
—Bueno... sí,— dijo ella en tono ahogado.
—¿Pero...?
—Ninguno... ninguno de ellos lucía... así—, susurró ella, fascinada. —Eres... eres
hermoso—, espetó.
Su rostro cambió. Se movió de nuevo en las sábanas y se estremeció.
—Debería... debería... irme—, se atragantó.

46
Un brazo largo serpenteó suavemente alrededor de su cintura y la atrajo hacia él y a
la cama junto a él.
No fue agresivo. No exigió. Le desabrochó la blusa y la puso a un lado. Sus dedos
fueron a la captura de los broches delanteros del sujetador de encaje y los soltaron. Lo tiró
al suelo y miró sus hermosos pechos, las rosadas areolas y los pezones duros.
—Tú eras hermosa a los diecisiete años—, dijo en voz baja. —Pero eres más
hermosa ahora.
Ni siquiera podía manejar las palabras. El corazón le latía a morir.
—¿Qué... qué vas a hacer?—, preguntó con aprensión, indefensa, porque sabía que
no podía parar, que no quería detenerlo. Ella estaba casi temblando por el deseo que tenía,
ocho años de abstinencia detrás de él.
—Me gustaría mucho poner mi boca en tu pecho y succionar hasta que te hiciera
correrte—, susurró. —Como lo hice cuando tenías diecisiete años. ¿Lo recuerdas, Tat?—
Su voz era suave y sensual mientras miraba sus pechos desnudos. —Estabas sorprendida al
principio, y después de que llegaras al orgasmo, lloraste. Te besé y me moví encima de ti.
Tenía tus pequeñas bragas de encaje en la mitad de sus piernas y mis pantalones
desabrochados. Y oímos pasos.
Ella estaba temblando. —Sí.
—Me dolió infernalmente. Nunca pensé que pudiera parar, ni siquiera entonces.—
Hizo una respiración larga y temblorosa. —Yo he revivido esa noche durante años.
—¿Antes o después de comenzar a tener mujeres hermosas como pañuelos?—,
preguntó con cansado cinismo.
Él no iba a entrar en eso. —No entiendes lo que fue—, dijo en voz baja. —¿Alguna
vez has querido tanto a alguna persona que era totalmente una tortura física estar cerca de
ella?
Su cabeza se sacudió en el colchón. —En realidad, no—, confesó.
—Yo te quería hasta el punto de la locura, Tat,— dijo en voz baja. —Y no podía ni
siquiera tocarte.— Él sonrió, pero era una sonrisa hueca.
—Así que por eso...
—Fue por eso.— Él hizo otra profunda respiración. Bajó la mirada hacia su cuerpo
relajado, los pequeños tensos pechos mostrados a su ojo. —Tan hermosa—, susurró.
—Tú... no me has tocado—, dijo.
—Lo sé. No voy a hacerlo.
Su expresión no fue fácil de leer. —¿Es... debido a las cicatrices?
Su ojo se fue a las cicatrices, unas tenues líneas blancas donde ese carnicero,
Miguel, le había cortado cuando estaba presa en la cárcel de Sapara. Su rostro era peligroso.
—Lo maté, Tat. Me gustaría haberte ahorrado lo que pasó.

47
Sus dedos se acercaron a la boca y presionó allí. Estaban fríos.
Los besó tiernamente. —Esas cicatrices son marcas de honor—, susurró. —Y deseo
mucho besarlos.
—Pero no puedo.
—¿No puedes?
Él se alejó de ella, sólo un poco, y la convenció para que bajara los ojos a la furiosa
masculinidad por debajo de la línea de la cintura.
Ella se sonrojó.
—No puedo—, repitió. —Debido a que nuestra primera vez no va a ser cuando
estoy malditamente apestando demasiado a borracho para hacerte justicia.
Se sentó, tiró de ella hacia arriba y le puso el sujetador y la blusa de nuevo. Acarició
su nariz con la suya, pero no la besó. —No te lo tomes a mal. Pero vete de aquí.
Ella se puso de pie. Quitó la sábana de sus caderas y se recostó con una sonrisa.
No sabía qué decir. Él no le estaba ofreciendo algo más que puntuales experiencias
sexuales en el futuro. La tomaría y se iría. Iba a morir mil muertes.
Se mordió el labio. —Stanton, estoy prometida...
Él la estudió con atención. —Tú me quieres—, susurró. —Yo te quiero. ¿Cómo va a
sentirse amado el médico cuando vayamos el uno al otro como lobos hambrientos?
—Eso no va a suceder—, dijo ella, apretando los dientes.
La tensión abandonó su rostro. Él la miró en silencio. —Sucederá. Y tú lo sabes. No
puedo alejarme de ti otra vez, Tat. Ni siquiera voy a intentarlo. Estaré sobrio por la mañana.
— Era casi una amenaza. Su ojo se estrechó. —Y cuando lo haga, no habrá ningún lugar en
la tierra al que puedas ir para alejarte de mí.
—Voy... a casarme—, dijo con dureza.
—Con un hombre al que no amas ni quieres—, dijo. —No has visto nunca lo
agresivo que puedo ser cuando quiero algo.
—Vas a descubrirlo.
Ella se sonrojó. Los últimos minutos habían sido demasiado estimulantes.
—¡Me voy a casa!
Él asintió con la cabeza lentamente.
—Por ahora.
Se dio la vuelta y casi salió corriendo de la habitación. Él la miró, sus ojos llenos de
añoranza, mientras cerraba la puerta firmemente detrás de ella. Sonrió para sí.

***

48
Todo el recorrido a Manaus, Clarisse recordó mentalmente la noche anterior.
Rourke la deseaba. Era casi increíble que hubiera dejado que alguien lo convenciera de que
estaban relacionados por sangre. Trató de verlo desde su punto de vista. Hizo una mueca. Si
hubiera sido al revés, si ella hubiera pensado que estaban relacionados... Sus ojos se
cerraron con una ola de dolor. Habría hecho lo mismo. Hubiera querido que la odiara, para
que ella no cediera a su deseo, para que ella no errara.
Había estado diferente la noche anterior. Vacilante, cuando Rourke nunca lo fue.
Después había destrozado un bar. No podía recordar alguna vez que hubiera hecho algo así.
Había amenazado al hombre que se metió con ella; fue violento. Nunca lo había visto tan
fuera de control. ¿Cuál era la razón para que lo hiciera?
Entonces lo recordó. Le dijo que iba a casarse con Ruy Carvajal. ¿Eso fue lo que lo
puso fuera de control?
¿Y era sólo deseo? ¿Podía también sentir algo por ella, algo poderoso y abrumador,
como ella lo sentía por él? Se rió en silencio. No. Rourke no la amaba. Estaba encariñado
con ella, por supuesto; tenían una larga historia. Y ciertamente la deseaba. La había
deseado durante ocho años, así que ahora que las barreras ya no existían, estaba lleno de
expectación, lleno de planes para seducirla. Ella también lo deseaba, pero una vez que la
tuviera, pasaría a la próxima conquista. No era que él la quisiera mucho, era que había sido
inaccesible para él.
Pero la tuvo en la cama con él, medio desnudo, y ni siquiera la toco. Se sonrojó,
recordando lo que le había mostrado, lo excitado que estaba. Seguramente si hubiera sido
algo sólo físico, nunca hubiera dudado. Por supuesto, había estado bebiendo...
Cogió la copa de champán que la azafata le ofreció y vació el vaso. Hizo que el
dolor se suavizara un poco. Le había dicho a Rourke que no. Ahora se iba a casa para
casarse. Se lo diría a Ruy cuando llegara. Le había dicho que estaría fuera tres semanas. Se
lo diría a su regreso. Él estaría encantado. Ella le ayudaría a recuperar su estatus en su
comunidad. Tenía que protegerse de la tentación de ceder ante el deseo de Rourke. Eso
beneficiaría a todos.
La azafata le ofreció llenar de nuevo la copa. Ella aceptó. Apuró el segundo vaso.
Estaba gratamente entumecida. No bebía, así que el champán le afectó fuertemente. Cerró
los ojos, a la deriva. Rourke la deseaba, por fin, por fin. Pero todo lo que quería era una
noche en la cama con ella, después de lo cual se marcharía y probablemente fuera igual de
ofensivo, quizás burlándose de lo que alguna vez había sido en el pasado. Excepto que esta
vez tendría munición real. Sería capaz de burlarse de ella por ceder con él, si estaba lo
suficientemente loca como para dejarlo meterse en su cama. Se habría convertido en lo que
siempre le había acusado que era.
Su corazón saltó cuando recordó lo que había dicho, mientras bailaban y más tarde,
en su habitación. Él sabía que era virgen. Pero lo había sabido cuando estaban bailando.
¿Cómo lo supo?
Cerró los ojos y se permitió quedarse dormida. Ella se iba a casa. Se casaría con

49
Ruy. Rourke volvería a Nairobi. Ella estaría a salvo. Sí. Seguro.

***

Lo que ella no sabía era que un hombre alto y rubio, con un ojo enrojecido
de color marrón pálido, estaba en ese momento comprando un billete de avión a Manaus.

50
Capítulo 4

Clarisse tomó un taxi hasta su pequeña casa, la que sus padres habían comprado
hacía tantos años. Se estuvo alojando en hoteles mientras se encontraba en el país, cuando
trajo a Peg Grange, porque los recuerdos eran demasiado crudos. Pero tenía que enfrentarse
al pasado algún día. La casa era parte de ella.
Dejó la maleta y el bolso y entró en la sala de estar. Había reemplazado el sofá
donde Rourke casi la sedujera ocho años atrás. Pero los recuerdos todavía permanecían allí,
tan emocionantes, tan calientes, que se sonrojó sólo con recordarlos.
Fue en Nochebuena. Ella tenía diecisiete años. Rourke para ese entonces estaba en
Manaus por un trabajo, y vino a presentar sus respetos a los padres de Clarisse. Su padre y
él fueron amigos, a pesar de la diferencia de edad. Sus padres y K.C. Kantor habían estado
cerca desde que Clarisse era una niña, jugando con Rourke cuando su padre estaba
destinado en Kenia.
Rourke le había tomado el pelo mientras decoraban el árbol de Navidad. Llevaba un
vestido ceñido que su madre no aprobara, pero sabía que Rourke venía y quería aparentar
ser adulta, que la viera como una mujer.
Y él lo hizo. Había mirado y mirado. Mientras hablaban, mientras se burlaba de ella,
mientras ponían los adornos en el árbol.
Su padre y su hermana estaban haciendo compras de última hora. Su madre había
estado en casa, pero un vecino llego y le pidió que fuera a ver a un niño pequeño que tenía
fiebre. María era enfermera y seguía siendo el último refugio de las personas con poco
dinero. De mala gana, porque conocía la reputación de Rourke, se dejó convencer para salir
de la casa.
Clarisse aún podía ver la expresión de los ojos marrones de Rourke, porque fue
antes de que hubiera perdido uno de ellos, cuando la puerta se cerró detrás de su madre. Se
había acercado a ella a propósito, por primera vez desde que ella se diera cuenta de lo que
sentía por él.
Sin decir una palabra, la levantó del piso con sus fuertes brazos y su boca se poso
instalándose con exquisita ternura sobre sus labios temblorosos.
Los rozó suavemente y sonrió cuando ella lo miró con sus ojos azules muy abiertos.
—Nunca has hecho esto,— susurró.
Ella negó con la cabeza.
—Suerte, tengo suerte—, susurró, y se inclinó de nuevo a sus labios. —No tengas
miedo, Tat. No te voy a hacer daño.

51
—Lo prometo.
La extendió sobre el sofá mientras se desabrochaba la camisa de seda que llevaba
puesta y la sacaba de sus pantalones. Ella lo miraba como un gato, asombrada con sus ojos
muy abiertos.
Se quitó los zapatos y se deslizó a su lado en el largo sofá de cuero.
—Mamá—, susurró con preocupación. —No ha ido muy lejos...
—La oiré—, prometió.
Mientras ella estaba preocupándose, sus grandes manos alcanzaron los amplios
tirantes que sostenían el vestido y los deslizó con maestría sensual por debajo de sus
pequeños y suaves pechos. Ella abrió la boca para protestar y su boca descendió al pecho
derecho y comenzó succionarlo.
Casi tuvo que morderse el labio para no emitir el indefenso grito de placer al sentir
el deseo por primera vez en su vida. Era más que deseo. Arqueó los labios, se aferró a la
parte posterior de la cabeza, donde el pelo era grueso, y trató de acercar su boca aún más.
La succión aumentó repentinamente y echó hacia atrás la cabeza, arqueó la espalda y llegó
al clímax entre sus brazos.
Entonces lloró. Le asustó que ella fuera anormal. Pero Rourke sólo se rió en voz
baja, con pura delicia, y la consoló. Ella lo amaba, susurró, era por eso. La hacía
extremadamente sensible al sexo con él.
Sus ojos se habían abierto mucho cuando su cuerpo se desbordó lentamente. Él dejo
que la sintiera así, la tensión de su cuerpo aumentando, dejándola sentir cómo se hinchaba
contra su vientre plano. Eso, susurró, también era la cosa más natural del mundo. ¿Y cómo
se sentiría dentro de ella?
Ella se sonrojó, pero su boca cubrió la de ella y se estremeció, sus piernas
separándose mientras se movía entre ellas, su voz quebrada mientras lo animaba. Sintió sus
manos debajo del vestido, desplazando las pequeñas bragas de encajes hacia abajo,
tocándola en un lugar y de una manera que nunca había sido tocada en su vida. Y todo el
tiempo, se alimentaba de sus pechos, trabajando los duros pezones con la lengua. Ella
estaba suplicando, rogándole. Su mano se movió entre ellos con ardorosa urgencia mientras
se bajaba la cremallera y tiró de ella con algo parecido a la desesperación...
Y oyerón abrir la puerta y los pasos de su madre.
Apenas sin tiempo, estaban vestidos y aparentemente poniendo adornos en el árbol
cuando entró. Pero la madre de Clarisse pudo ver fácilmente lo que había estado
sucediendo. Que no lo aprobaba, era obvio. Tuvo una charla con su hija después de que
Rourke se marchara, minutos más tarde, sin decir una palabra a Clarisse ni mirando atrás.
Ese hombre, dijo María fríamente, tenía una rastra de amantes, ¡Y no iba a añadir a su pura
y preciosa hija a ellas! Se aseguraría de ello.
Clarisse no pensaba igual de Rourke. No hasta que Rourke había sido herido poco
después en un conflicto que le costó el ojo y casi la vida. Se había trasladado en avión a
Nairobi y se sentó junto a su cama durante días, para cuidarlo, lo que le obligó a vivir, y

52
para hacer frente a la pérdida del ojo. Su reacción con ella había sido desgarradora. La
había dejado helada. Actuó como si la odiara. En el momento en que se le permitió salir del
hospital, se llevó a una antigua novia a casa con él y ni siquiera le dio las gracias a Clarisse
por estar allí cuando más la necesitaba.
Pero eso fue sólo el comienzo. Más tarde, ese año, rechazó rotundamente su
invitación a una fiesta en Manaus. Incluso entonces, ella no sabía por qué. Dejó de
contestar a sus cartas y se negó a coger el teléfono cuando ella lo llamaba.
No fue hasta la próxima vez que se vieron, en algún evento para recaudar fondos en
Washington DC, donde estuvo tan frío y burlón sobre su comportamiento, cuando estuvo
segura de que la odiaba. La llamó pequeña fulana inmoral que era de cualquier hombre.
Nada le había dolido tanto. Él era el único hombre con el que había intimado. ¿Su
comportamiento con él le hizo pensar que se iba con cualquier hombre, que era inmoral?
¿Era por eso por lo que de repente la odiaba? No lo sabía. No lo entendía. Pero su actitud
de odio provocó que lo evitara desde entonces.
Pero cada vez que había una tragedia en su vida, él estaba allí. Nunca tuvo sentido.
Ahora, tal vez, lo tenía. La había deseado más allá de su comportamiento y oyó rumores
sobre que ellos estaban relacionados. No pudo evitar preguntarse si su madre tuvo algo que
ver con ese chisme. Luego dejó a un lado la sospecha. La madre que había amado nunca
habría sido tan cruel, ni siquiera para salvar la inocencia de su hija. De eso estaba segura.
Quizás K.C. le dijo algo a Rourke. Parecía que Clarisse le gustaba, pero tal vez tenía
a alguien más en mente para su empleado —o su hijo, decían algunas personas. Rourke y
K.C. eran tan parecidos que ella se preguntó durante años si no estarían relacionados.
Bueno, eso no importaba ahora. Rourke no la llevaría a la cama y a dejarla. Lo que
tenía que hacer era protegerse a sí misma, incluso si eso significaba casarse con Ruy, lo
haría.
Amaba demasiado a Rourke. Ella estaría ya en la lista de las amenazadas, si él
hubiera querido decir lo que dijo. Así que tenía que empezar a hacer planes. No amaba al
médico de Manaus, pero era amable y podría vivir con él, siempre y cuando no hubiera
exigencias físicas. La protegería de Rourke, que jamás coaccionaría a una mujer para que
renunciara a sus votos matrimoniales. Era bastante anticuado en ese sentido. Nunca se
enteró de un solo caso en que fuera visto con una mujer casada, ni siquiera con una que
estuviera separada de su marido. A su manera, era un puritano.
Además de todo eso, pensó que había sido una conversación bajo los efectos del
alcohol. Rourke estaba muy ebrio. Probablemente sólo le estaba tomando el pelo, como lo
hiciera durante años.

***

Ella lo pensó hasta que respondió a una llamada esa noche y encontró a un
hombre risueño y rubio apoyado en el marco de la puerta frente a ella.

53
Contuvo el aliento.
—Y pensaste que no quise decir eso—, reflexionó él, sonriendo a través de los
enrojecidos ojos.
—Vamos a bailar, Tat.
Ella estaba totalmente confusa. —Bailamos anoche—, comenzó.
Sonrió. —Hay un club latino en la ciudad. Se acaba de abrir.— Se inclinó hacia ella.
—Puedo bailar el tango.
Ella se sonrojó. Era su baile favorito. Había estado bailando con un guapo latino en
un club en Osaka, Japón, una noche en que fue a una boda de la alta sociedad a la que
también estaba invitado Rourke. Era un club donde la gente se fue a cenar después de la
del ensayo previo a la boda. Rourke se presentó al lugar con una acompañante. No había
bailado con Clarisse, por supuesto; tenía su habitual actitud burlona, sarcástica. Pero llevó a
su pareja a la pista de baile y Clarisse le miró con asombro, con los ojos muy abiertos,
mientras mantenía al público cautivado con su habilidad. Pensó que nunca había visto a
nadie bailar así en toda su vida. No le dirigió una sola palabra a Clarisse, y mucho menos
bailó con ella.
—Vamos. Ríndete —, bromeó. —Sabes que quieres.
—Tenía planes de ver la televisión...
—Ponte algo sexy y ven a bailar. Puedes ver la televisión cuando estés sola.
Abrió la puerta, con obvia aprensión. —Tendré que vestirme.
Él inclinó su rostro hacia ella, a una pulgada de su barbilla. Su expresión era muy
solemne. —Te voy a hacer una promesa, Tat. No te tocaré, de ninguna manera, hasta que
me digas que quieres que lo haga.
Ella se sonrojó. —Eso es nuevo.
—¿Lo es?
—Iré a vestirme—, dijo.

***

Entro de nuevo la sala de estar vestida con un modelo negro de cóctel con
lentejuelas alrededor del dobladillo, con zapatos de tango con tiras y llevando un pequeño
bolso negro.
—Deja el bolso aquí—, dijo, sonriendo ante el aspecto que ella tenía.
—Llevo dinero.
—Está bien.— Lo tiró sobre la mesa auxiliar. —Oh, mi llave de la casa...
La sacó y se miró. El vestido se ajustaba estrechamente y no tenía bolsillos.

54
Él cogió la llave y la deslizó en los caros pantalones que llevaba con una camisa de
seda negra con el cuello abierto y una costosa chaqueta oscura.
Sus dedos se unieron con los de ella. —¿Te importa?—, preguntó en voz baja.
Todo su cuerpo se estremeció. —No—, vaciló. —Está todo bien.
Él sonrió y la llevó a una limusina de la que, con la excitación, no se había
percatado.
—Oh, es Domingo, ¿no?—, exclamó cuando el conductor se bajó para abrir la
puerta de atrás para ellos. —¿Cómo está su familia? ¿Su hija...?
—Están muy bien, gracias a usted, senhorita—, dijo con sentimiento. —¡Estoy feliz
de verla de nuevo!
Ella le sonrió y dejó que Rourke le acomodara en el asiento.
—¿Dónde vamos?— preguntó Domingo cuando se puso al volante.
—El Jinete—, dijo él, riendo. —Un nativo argentino lo dirige. Vamos a enseñarle a
la gente cómo se baila el tango.
—Ah, ese baile—, dijo Domingo con sentimiento. —Mi madre es de Argentina, ya
lo sabe. Mi padre y ella bailaron juntos. No como en esas películas tontas que se ven...
Con un educado tema de conversación, los llevó hasta las afuera de Manaus.

***

El Club América estaba decorado con imágenes de flamenco y muebles que


eran una reminiscencia de España y América Latina.
Una mujer joven que llevaba un traje de flamenca rojo los acompañó a una mesa
cercana a la pista de baile y les llevó el menú.
—Sirven comida también—, dijo Rourke con una sonrisa. —¡Estoy hambriento!
Ella rió. —Yo también—, confesó.
Pidieron ensalada de mariscos seguida de un postre con sabor a fruta y café.
—Casi me he olvidado de cómo se baila—, confesó cuando él la llevó a la pista de
baile.
—También yo—, respondió. Estaba recordando el Club en Osaka y la mirada de
dolor en el rostro de Clarisse. —Me emborraché después de que te fuiste del Club esa
noche en Osaka.
—¿Qu... qué?— vaciló ella.
Él la atrajo hacia él. —¿Crees que me gustaba lastimarte?—, preguntó con voz
ronca. Desvió la mirada hacia la pared del fondo. —Tenía miedo de morir si te dejaba
acercarte.

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Estaba fascinada por su expresión.
Él la miró con avidez. —Nunca has sido muy buena ocultando lo que sientes, Tat—,
dijo mientras comenzaba a moverla al seductor y perezoso ritmo. —Fue una cosa muy
buena haber bebido mucho aquella noche.
Ella se sonrojó y bajó la mirada hacia su cuello.
—Por supuesto, yo todavía estaba capacitado—, reflexionó, y se echó a reír cuando
ella se puso rígida. Él la abrazó con rudo afecto.
—No me lo merezco. Pero me siento diez pies más alto.
—¿Lo haces? ¿Por Qué?
Su boca le cosquilleó en la oreja. —Porque todavía eres virgen, Tat.
Su brazo la atrajo más cerca mientras la giraba.
—¿No podías con otro hombre?—, preguntó.
Tragó saliva. —Eres difícil de emular,— se las arregló para decir.
Su pecho subía y bajaba algo vacilante. —Si tu madre hubiera esperado otros diez
minutos para volver a casa...
—Me habría quedado embarazada, lo más probable,— lo interrumpió ella.
—Eso habría sido el fin del mundo para ti.
—¿Por qué?— Él levantó la cabeza y la miró con los ojos muy abiertos. —Me
encantan los niños, Tat. Y a ti también.— Sonrió. —Recuerdo cuando le dabas el biberón a
ese niño en el campo de refugiados—, dijo. —Fue tan conmovedor que tuve que apretar los
dientes para no tomarte todo el camino hasta el aeropuerto.
Él la estaba confundiendo. No entendía.
—No estés tan preocupada,— dijo, rozando sus labios sobre su pelo. —Acabamos
de conocernos. Soy un ex agente secreto. Tengo un parque de atracciones y un león
africano de mascota llamado Lou. Me encantan las hermosas rubias de ojos azules, y me
gusta bailar el tango.
Ella rió. —¿Tienes también uno de esos permisos? ¿Así que puedes disparar a la
gente...?
—Nunca disparo a la gente.— Él vaciló. —Casi nunca.
Ella recordaba a Miguel y la sensación del cuchillo en el pecho. Involuntariamente,
sus dedos fueron al corpiño.
Su brazo se apretó alrededor de ella. —Nunca heriría a ninguna mujer.
—Fue aterrador—, recordó con un pequeño escalofrío. —Un hombre grande, muy
musculoso...
Él frunció los labios. —Así soy yo, Tat.
—Sí, pero él tenía los músculos descuidados. Tú eres...— Recordó cómo se veía

56
debajo de la ropa y se sonrojó. —No puedo creer que me convencieras para hacer eso.
Él rió. —No puedo creerlo yo tampoco. Llevaré el recuerdo conmigo el resto de mi
vida.
—¿Por qué?
—Por la forma en la que me miraste,— dijo. Desvió la mirada. —Soy muy
susceptible respecto a mi discapacidad, Tat,— dijo. —Cuando me miraste, no la estabas
viendo.
—Nunca la veo,— dijo ella. —Stanton, hay hombres a los que le faltan brazos y
piernas, de todo tipo de condiciones, que vienen a casa después de guerras y conflictos.
Muchos de ellos están casados o tienen relaciones. La gente se las arregla, ¿sabes?
—Tuve a una mujer que me dijo una vez que sería espeluznante ir a la cama con un
hombre de un solo ojo—, dijo, tratando de bromear con eso.
Ella dejó de bailar y se estremeció.
—Yo no lo hice—, dijo a la vez, porque sabía por qué ella hizo una mueca.
—¿Porque ella no quería?—, preguntó.
—No. Porque yo... no pude—, dijo. Él la acercó de nuevo y bailaron.
Ella no entendía.
Su gran mano volvió a acariciarle la espalda. —Mientras estabas bajo la influencia
de los ansiolíticos, pensaste que querías a Grange. Pero ¿te habrías acostado con él?
—No,— dijo ella inmediatamente.
—¿Por Qué?
Ella respiró temblorosamente. —No puedo... Yo no...— Cerró los ojos.
—Porque sólo me quieres a mí de esa manera,— susurró por ella.
—Sí,— dijo ella miserablemente, su orgullo por los suelos.
Inclinó la barbilla y buscó sus azules ojos. No sonreía. —Y yo sólo te quiero a ti de
esa manera.
—Quita a la otra—, se rió. —Era una rubia preciosa con la que estabas bailando en
la entrega de premios, cuando salí de la habitación...
—Ella está casada con el presentador,— dijo en voz baja.
—Oh.
—¿Por qué diablos crees que salí y me emborraché?—, preguntó en su oído.
—Porque yo no me iría a la cama contigo,— respondió ella bruscamente.
Levantó la cabeza. Él suspiró. —Tenemos un largo camino por recorrer—, dijo
después de un minuto. —Pero sabía que no iba a ser fácil.
—No lo entiendo.

57
—Baila—, dijo, sonriendo. —Sólo tenemos esta noche.
—¿En serio?
—Bueno, en realidad no. Pensé que te gustaría hacer un recorrido por Manaus
mañana—, agregó. —Iríamos a buscar el teatro de la ópera y veríamos algunas de las
actuaciones callejeras. Podríamos disfrutar de un espectáculo. Voy a ver lo que hay en la
ciudad.
—Entonces, ¿no regresas a África?
—No.
Ella siguió sus pasos fácilmente, como si pudiera leer su mente y supiera
exactamente lo que iba a hacer a continuación. Pero no era así, excepto para el baile.
—¿Cuándo?—, preguntó.
—¿Cuánto tiempo estará tu novio fuera de la ciudad?—, preguntó.
—Tres semanas, dijo.
Levantó la cabeza y la miró a los ojos. —Estaré aquí tres semanas—, dijo.
—Stanton...
—Cuando te lleve a casa esta noche, te dejaré en la puerta—, dijo en voz baja. —
Pero te besaré de tal manera que estarás desvelada toda la noche deseándome.
Los labios de ella se abrieron en una ronca respiración.
—Por supuesto, yo también estaré desvelado toda la noche deseándote—, dijo él
pensativo, y se rió para romper la tensión.
La música terminó. La llevó de vuelta a su mesa y pidió champán.
—¿Estamos celebrando algo?—, preguntó ella cuando el camarero sirvió las de
champán.
—Sí—, respondió Rourke, sonriendo con ternura. —Nuestros comienzos.
Bueno, eso era bastante inocuo, supuso. En realidad no se le veía amenazador. Ella
sonrió y levantó su copa para tocar la de él.

***

Domingo esperó en el coche mientras Rourke caminó con Clarisse hasta la puerta.
Se detuvo justo enfrente de ella, sacando la llave de la casa. Abrió la puerta, dejando
la llave en ella.
—Pasé un rato muy bueno,— dijo. —Realmente encantador. Gracias.
—Yo también lo hice. No salgo mucho estos días —, confesó él. —Nunca bailo.
Normalmente estoy hasta el cuello metido en algún proyecto en el extranjero.

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Eso le recordó lo que hacía para ganarse la vida, y se sintió incómoda. —Siempre
estás en riesgo.
Se encogió de hombros. —No puedo vivir sin él, cariño—, dijo en voz baja,
sonriendo cuando ella se sonrojó ante el poco habitual término cariñoso. Nunca los usó con
ella. No en el pasado.
—Tengo que tener cargas de adrenalina.
—Supongo que es igual para los hombres que practican deporte o van a trabajar
aplicando la ley.
—Algo así.
Ella miró su rostro con calma, sus ojos resignados. —Trata de que no te maten.
Odio los funerales.
Él se rió entre dientes. —Estoy seguro de que yo odiaría el mío. Pero tú estarías
hermosa con encaje negro, Tat. Solía soñar contigo con un largo y transparente vestido
negro de encaje.
—Me despertaba sudando.
Eso era sorprendente. —¿Soñaste conmigo?
—Así como tú sueñas conmigo—, dijo, como si lo supiera.
—Fue hace ocho años—, comenzó.
—No. Fue ayer.— Él la miró. —Esto puede ser un poco difícil—, dijo en tono de
disculpa cuando la atrajo lentamente hacia él. —No me refiero a eso, ¿de acuerdo?
—No entiendo,— vaciló ella, que ya estaba ardiendo sólo por el contacto con su
poderoso cuerpo.
—Me he contenido... durante un rato—, susurró mientras se inclinaba hacia su boca.
Sus manos se deslizaron hasta sus caderas y la atrajo hacia él. Se estremeció mientras su
cuerpo reaccionaba de inmediato, de manera explícita, con apenas tocarla.
—Lo siento—, añadió vacilante.
—Está bien—, dijo. Se quedó muy quieta mientras inclinaba la cabeza, su boca
rozando la suya muy suavemente. Él empujó su labio superior hacia fuera del inferior y
jugueteó con breves y suaves besos, que hicieron que su cuerpo se tensara.
Lo sintió. Sintió sus uñas arañando la parte superior de sus brazos superiores cuando
ella lo abrazó.
—Apostaría — respiró dentro de su boca —, que tus pezones son como pequeñas
piedras en este momento, Tat...
Ella abrió la boca, sorprendida, y se inclinó contra él con frenética avidez. Las
manos en sus caderas le dolían pero no las movió, no trató de acercarla más. Él sólo la
besó, con hambre, casi con desesperación.
Él gimió contra sus labios. —Me moriré cuando tenga que alejarme de ti—, dijo con

59
voz ronca.
Se retiró, estremeciéndose.
—Lo siento,— dijo ella.
—¿Por qué?
—Por hacer que te duela—, dijo, con una mueca de tensión en su rostro.
Se enderezó un poco bruscamente. —Bajará finalmente—, dijo con humor negro.
—Una bolsa de hielo puede ayudar...
Ella se echó a reír. —¡Eres terrible!—, exclamó sonrojándose.
Se echó a reír, incluso con el dolor. —Sí, lo soy,— estuvo de acuerdo. Se inclinó y
le rozó la nariz con su boca. —Ve a la cama. Espero que no duermas ni una cabezada.
—Voy a dormir muy bien, gracias.
—Cuando los cerdos vuelen—, reflexionó. Le guiñó un ojo. —Estaré aquí
aproximadamente a las nueve. ¿Demasiado temprano?
Ella negó con la cabeza. Sus ojos se suavizaron durante unos segundos, después su
expresión se volvió sombría.
—¿Crees que voy a hacerte daño de nuevo?—, dijo, leyendo la aprensión que vio.
—No lo haré. Pero voy a tener que probarlo, ¿no?
—Me temo que sí.
Él sonrió lentamente. —Iremos por un camino diferente esta vez, mi niña—, dijo
con tierno afecto. —No más comentarios desagradables. No más insultos.
Ella respiró. —Bien.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Le guiñó un ojo y bajó las escaleras, silbando mientras volvía a la limusina. Se
detuvo en la puerta, se volvió y esperó.
Se dio cuenta, tardíamente, que no se iría hasta que estuviera a salvo dentro. Sacó la
llave, entró en la casa, cerró la puerta y apagó la luz del porche. Él se metió en el vehículo y
se fue.

***

No durmió ni una cabezada, tal como él había predicho. Pero cuando se


presentó en su puerta la mañana siguiente, por sus ojos enrojecidos dedujo que él tampoco.
—No, no pude dormir.— Él se rió entre dientes, y le sonrió. —Vamos a hacer
turismo.

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Ella miró más allá de él. Un coche de alquiler de último modelo estaba parado en la
calzada.
—La limusina atrae demasiada atención—, explicó cuando estuvo sentada a su lado
en el coche. —Quiero que seamos sólo los típicos turistas unos pocos días.
—¿Te parece bien?
—Me parece muy bien.
Extendió la mano y capturó su pequeña mano, uniendo sus fuertes dedos con los de
ella. El contacto fue eléctrico.
—¿Qué tal los jardines botánicos primero?—, preguntó.
—Eso sería estupendo.

***

Pasearon por la exquisita vegetación, deteniéndose para oler las flores y ver
las pequeñas criaturas en la maleza.
—Cuidado—, dijo, cuando se salió de la ruta. —Probablemente haya serpientes
aquí, incluso si no son parte de la exposición.
Ella se movió rápidamente. Se rió. —Ya sabes, ese lugar donde la serpiente me
mordió todavía se hincha casi en la misma época cada año.— Negó con la cabeza. —Nadie
me puede decir por qué.
—Recuerdo ese momento con absoluto terror—, dijo con gravedad. —Te llevé en
mis brazos, corriendo, a la clínica. Tenía miedo de no llegar a tiempo. Podrías haber
muerto. Habría quedado para siempre en mi conciencia.
—No fue culpa tuya—, dijo, sorprendida por la emoción en su profunda voz. —
Stanton, corrí por delante de ti. Recuerdo que me llamaste, tratando de detenerme. Yo no te
escuché. En aquellos días siempre era muy testaruda.
—Testaruda. Llena de vida — Suspiró, apretando su mano. —Te quité la buena
energía, Tat. No quería hacerte daño. Yo sólo... no podía arriesgarme a permitirme tenerte
cerca de mí.
El apretón de sus fuertes dedos era casi doloroso. Se detuvo y miró las rígidas líneas
de su rostro.
Él la miró, haciendo un gesto. —Si supieras—, dijo en un áspero susurro, —el daño
que me hizo a mí decirte esas cosas, hacer que me odiaras... — Él miró hacia otro lado. Su
cuerpo era como de piedra.
¡Porque le importaba! Ella no lo hubiera creído posible. Pero por supuesto que le
importaba. En cualquier crisis de su vida, él era siempre el primero en llegar.
—Cuando murieron mis padres y Matilda—, dijo en voz baja, —estabas allí justo

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después de que ocurriera. Te encargaste de todo.— El recuerdo de la pérdida aún le dolía
un poco. —En Barrera, no podías esperar a llegar hasta mí cuando supiste que me habían
hecho daño. En África, viniste desde muy lejos para sacarme antes de la ofensiva en
Ngawa...
Él la miró. —No tengo vida sin ti—, dijo simplemente.
Se mordió el labio inferior y las lágrimas abrumaron sus azules ojos.
Él las apartó. —No lo hagas—, dijo vacilante. —No puedo soportarlo cuando lloras.
Sus dedos aflojaron su férreo apretón y lo convirtió en caricias. —Vamos, echemos
un vistazo a los flamencos, preciosa, y que vean cómo estamos disfrutando de nosotros
mismos.
Preciosa. Ella sonrió. Ella rió.
Él la miró con cálido afecto en su ojo bueno. —Me olvidé de contarte algunas
noticias—, dijo, cuando comenzaron a caminar de nuevo. —K.C. tuvo los resultados de la
prueba de ADN que se había hecho.
Ella dejó de caminar. —¿Y?—, preguntó con entusiasmo.
Él sonrió. —Realmente es mi padre—, dijo. —Estoy gestionando que mi nombre
sea cambiado legalmente por Kantor. Me quedo con la parte Rourke, sin embargo. Me
encantó el hombre que creía que era mi padre, de todos modos.
—Estoy muy feliz por ti—, dijo. —K.C. es un hombre maravilloso.
Él frunció los labios. —Mientras no lo hagas enojarse,— estuvo de acuerdo. Se rió.
—Yo le acusé de...— No se atrevió a decir de lo que había acusado a K.C. Amaba a
su madre. —Bueno, le hice enojarse. Él me golpeó en la mandíbula y me tiró sobre un sofá.
Venía derecho hacia mí cuando me disculpé con la suficiente rapidez para distraerlo.
— Rugió de risa. —¡Dios, mi viejo me dio un puñetazo!
Ella se rió. —Me alegro de que finalmente lo sepas. Lo sospeché durante mucho
tiempo. Eres la viva imagen de él, Stanton. Más aún con el pelo cortado de esa manera.
—En cierto modo echo de menos la longitud—, confesó. —Domingo vociferó
cuando me vio. Dijo que dañé mi `medicina´ por habérmelo cortado.
—La gente de la selva es supersticiosa,— dijo ella, pero sintió un escalofrío cuando
le contó lo que Domingo había dicho. Rourke estaba en una peligrosa línea de trabajo. Muy
peligrosa.
—No empieces,— murmuró secamente, sonriéndole.
—Me gusta—, respondió ella, con los azules ojos mirando su duro rostro, el cabello
rubio ondulado. —Creo que se te ve muy distinguido.
Él respiró. Le tocó la mejilla con la mano. Su pulgar se movió con ternura sobre su
labio inferior. —Quiero tumbarte sobre el tronco de un árbol y besarte hasta que deje de
estar dolorido,— susurró. Miró a su alrededor, ajeno a su leve rubor. —¡Maldita gente por
todas partes...!—, murmuró con frustración.

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—Eres muy directo...—, atinó a decir.
Él la miró. —Muy franco, quieres decir. Sí, lo soy —, respondió. Su ojo marrón
claro se estrechó. Estudió su rostro. —Te sorprendí la otra noche, cuando te induje a que
me desnudaras.
El rubor se puso loco.
No se burlaba de ella. Le tocó la suave mejilla. —Fue glorioso—, susurró. —Tener
tus ojos sobre mí. Si no hubiera estado tan malditamente borracho, realmente habrías estado
en problemas.
Ella mantuvo sus ojos en su amplio torso. —Eres... impresionante—, alcanzó a
decir.
Él se rió entre dientes. —Gracias.— Rozó su frente con los labios. —Así eres tú—,
susurró. —Podría emborracharme sólo con mirar tus senos. Me apuesto algo—, añadió
mientras su boca rozaba sus cejas,— a que tus pezones están erectos en este momento.
—Stanton—. Se quedó sin aliento.
—También tengo algo que está en posición de firmes—, murmuró en su oído. —
Todavía está buscando un lugar para escondernos.
—Voy a golpearte—, amenazó, dando un paso atrás, nerviosa.
Se rió con puro deleite. —Mi Tat,— dijo en voz baja. —Brillante y hermosa. ¡Dios,
cómo he echado de menos tenerte en mi vida!
No estaba bromeando. Había una verdadera emoción en su rostro.
—He echado de menos... tenerte en la mía—, confesó.
—Venimos de un largo camino, ¿verdad, cariño?—, preguntó en voz baja. —Tu
padre vino a vivir a la puerta de al lado de la nuestra cuando eras sólo una niña. Fuimos
amigos desde el día que nos conocimos, a pesar de que yo tenía cinco años más.
—Me encantaba juntarme contigo. Los chicos se burlaban de ti por dejar que una
niña te acompañase.
—No me importaba. Eras un niña linda, todo pies y cabello.— Él buscó sus ojos.
—Tenías coletas—, recordó. —Recuerdo cuando tenías unos dieciséis años que te
vi en Nairobi con tus padres. Tu pelo te llegaba hasta la cintura, como una cortina de oro
pálido. Llevabas un sencillo vestido de color rosa. Me dolía mirarte.
—¿Por Qué?
—Porque me puse duro como una roca cuando te miré—, dijo simplemente.
Sus labios cayeron. —¿Incluso entonces?
—Sí, Tat, incluso entonces,— dijo en voz baja. —Tú eres la única mujer en mi vida
que he querido tan desesperadamente y nunca he tenido.
Tragó saliva, difícilmente, y desvió la mirada a la hermosa vegetación tropical.

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—Eso es sólo sexo.
—Sólo— se burló.
Ella se encogió de hombros. —No sé mucho sobre eso—, confesó.
Él respiró. —Supongo que no.— Le puso la mano de nuevo en la suya y caminaron
un poco más. —Pero no eres totalmente inocente.— Él la miró. —Nunca he olvidado esa
sensación, sentir que llegabas, mirarte, esa noche en tu casa, cuando tenías diecisiete años.
Ella sintió que su rostro se ponía escarlata.
Él se detuvo y ella se volvió hacia él. —No lo conviertas en un sórdido recuerdo.
Era hermoso,— susurró. —Tú eras... la golosina más dulce que he probado. Habría muerto
por ti, incluso entonces.
Sus ojos se levantaron hacia los suyos, llena de curiosidad.
—¿Crees que era habitual para mí? ¿Que me sentía así con otras mujeres? Porque
nunca lo fue, Tat.

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Capítulo 5

Clarisse lo miró con el corazón en sus ojos. —Sí—, confesó. —Yo sabía que eras
experimentado. Todo el mundo lo sabía en nuestro círculo de amigos. Tenías a las mujeres
y luego las desechabas—.
Hizo una mueca. —Sí, lo hice.— Respiró profundamente. —Pensaba que era lo que
hacían los hombres, que era como se suponía que un hombre tenía que comportarse. K.C.
estaba furioso conmigo. Dijo que me estaba exponiendo a pillar terribles enfermedades, y
que lo que estaba haciendo me atormentaría un día.— Se encogió de hombros. —No le creí,
por supuesto. Y estaba molesto con él, por interferir tanto en mi vida. Mis padres habían
muerto cuanto tenía diez años. Viví en un orfanato y había estado solo desde entonces. K.C.
estaba fuera del país cuando murió mi madre. Pero regresó a los pocos meses. Me sacó del
orfanato, me cuidó, me dirigió, fue responsable de mí hasta que yo fui mayor de edad. Pero
pensaba que nadie, excepto un padre de sangre, debía atreverse a darme lecciones, y se lo
dije.
— Él negó con la cabeza. —Que Dios me ayude, no tenía ni idea.— Su expresión
estaba llena de remordimiento. —Sí, tuve mujeres—, dijo. —Pero nunca hubiera sido así
contigo, especialmente a tu edad. Tenías sólo diecisiete años, cariño.
—Tú no ibas a detenerte—, susurró.
—¡No podía parar!— respondió. Su rostro estaba rígido cuando el ojo de color
marrón claro buscó entre los suyos. —Nunca había sido así con otra mujer. ¡Nunca! Incluso
ahora, me vuelvo loco cuando me acuerdo de cómo se sentía.— Cerró su ojo cerrado y se
estremeció. —Ocho malditos largos años estuve sin ti a causa de una mentira.
—¡Podría matar a alguien...!
—¡Stanton!— Su mano se estiró y la colocó, vacilante, en su mejilla.
Sintió el calor de ella y abrió los ojos. Hizo una mueca al recordar lo que le había
dicho en el aeropuerto, la última vez que se vieron antes de la ceremonia de entrega de
premios. Sabía por qué era reacia a tocarlo.
—Mentí, bebé,— dijo suavemente, atrayendo su palma a la boca. —Quiero tu
toque.
—¡Muero por eso!
Sus fríos dedos tocaron su dura mejilla, moviéndose hasta justo por debajo del
parche del ojo, donde una pequeña cicatriz corría verticalmente desde debajo de él.
—Todavía está bastante desastroso, a pesar de la cirugía—, dijo secamente.
Ella lo miró a la cara. —Lo vi cuando te estabas recuperando. No me molestó,

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excepto que me dolió ver cuanto dolor te causó.
Frunció el ceño.
—Espero—, dijo ella, apartando la mirada, —que nunca te lo hayas quitado delante
de una mujer cuando...
Estaba rígido.
—Lo siento,— dijo ella, y comenzó a quitar la mano.
Él la apretó contra su mejilla. —Mírame—, dijo con voz ronca.
Ella levantó la vista de nuevo.
Su rostro estaba tenso, sus ojos ardiendo con sentimiento. Quería decírselo, cuánto
tiempo había pasado desde que estuviera con una mujer. Quería hacerle entender lo que la
devastación de la mentira le había causado. Pero no serviría para nada ahora excepto para
lastimarla. Ya la había herido suficiente.
—Aún eres la mujer más hermosa que he conocido—, dijo con una voz suave y
profunda.
—Tengo cicatrices...
—Y yo también,— contestó. —Dejé que las vieras, la noche que me emborraché.
Ella se sonrojó y apartó la mirada.
—No te puedes imaginar lo que sentí—, susurró bruscamente. —Por saber que
nunca lo has hecho con un hombre.— Se rió brevemente. —Pensabas que tenía la malaria
porque estaba temblando mientras te tenía en mis brazos. Estaba temblando porque te
quiero hasta el punto de la locura absoluta. ¡Sólo tengo que mirarte y me pongo lo
suficientemente duro como para empujarte contra un maldito árbol...!
—Ella se sonrojó. Él gimió y apartó la mirada. —Lo siento—, le mordió. —Lo
siento mucho. Eso es rudo, incluso para mí.
—Pero eso es, quiero decir, es natural en los hombres,— vaciló ella.
Dejó escapar un suspiro y se acercó un paso más cerca. Él la cogió por los hombros
y apoyó la frente contra la de ella. —No. No lo es. No lo es tampoco en mí, con nadie
excepto contigo.
—Ella frunció el ceño. —No lo entiendo.
Cerró su ojo. Bebió el olor de su cuerpo. —Tú me das paz—, susurró. —La única
vez que la he conocido es cuando estoy cerca de ti.— Él se rió en voz baja. —Y eso es
sorprendente, Tat, porque me agita también.
Ella dejó escapar un suspiro. La atrajo completamente contra de él y se mantuvo
sólo sosteniéndola, con la frente tocando la suya, su aliento con olor a café en su boca.
—No confías en mí—, murmuró en voz baja.
El corazón le dio un vuelco. —Stanton...

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Su mejilla se deslizó contra la de ella. —No puedo ocultar lo mucho que te deseo,—
susurró. —Pero te doy mi palabra de que no te voy a tocar con intención de nada a menos
que me lo pidas.
Ella se echó hacia atrás. Hablaba en serio. No había una luz burlona en su ojo de
color marrón claro, que la miraba con mucha atención.
Respiró. Tragó saliva. —Está bien—, dijo finalmente.
Le besó los párpados. —Vamos a ver a los artistas callejeros.— Tomó su mano,
entrelazando sus dedos con los suyos, y la atrajo hacia él mientras caminaban hacia la
salida.

***

Había artistas en la calle del centro. Uno tenía una guitarra y cantaba como un
ángel. Rourke y Clarisse se sentaron en un banco, disfrutando del sonido de su voz
profunda mientras cantaba una canción de amor en español.
Los dedos de Rourke acariciaron los la de ella. —Amor perdido—, reflexionó
cuando las últimas notas de la canción se desvanecían lentamente. —Muchas canciones se
han escrito sobre él. Sin embargo, ninguna capta el patetismo.
—A veces las cosas no salen bien para la gente—, dijo evasivamente.
Él la miró. —A veces lo hacen.
Sus ojos buscaron los suyos. —Tú no eres un hombre de casarse, Stanton,— dijo en
voz baja. —Al final del día, esa es la verdad desnuda. Y yo no duermo con cualquiera.
—Lo sé.
Ella desvió la mirada a la gente que pasaba.
—Tú lo utilizaste.
Ella levantó la cabeza, sorprendida.
Su expresión era tranquila. Absorta. —Necesitabas algo para mantenerme alejado.
Carvajal fue ese algo. Crees que guardaré las distancias porque estás comprometida.
Ella no sabía muy bien qué decir. Parecía raro.
—No sabes lo que pasa conmigo, Tat,— dijo en voz baja. Sonrió suavemente.
—He pasado hambre durante años, y estoy sentado al lado de un banquete. ¿De
verdad crees siquiera que un compromiso me va a mantener a raya?
—Tú respetas una relación vinculante...
—Lo haría si lo amaras. No lo haces. —Buscó sus heridos grandes ojos. —Tú me
amas, Tat. Me has amado, al menos desde que tenías diecisiete años. Tal vez incluso más
tiempo. Es la única razón por la que nunca has dejado que te toquen de la manera que yo lo

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hice la víspera de Navidad de hace tanto tiempo.
Tenía las mejillas sonrojadas. Quería negarlo. No pudo.
Su pecho se hinchó de orgullo. Había estado adivinando, esperando. Ahora sabía la
verdad. El mundo se hizo brillante y hermoso. Ella le pertenecía.
Sus dedos se deslizaron sensualmente alrededor de ella, tocando ligeramente,
explorando. La forma en que le sonrió no fue engreída o arrogante. Fue con una ternura que
rara vez había visto en él.
—Sabemos tanto el uno del otro—, dijo él en voz baja. —Cosas que nunca
compartimos con otras personas.— Miró a su suave mano. Sabes cómo murieron mis
padres.— Su rostro se tensó. —Nunca hablo de ello.
—Me dijiste un montón de cosas cuando perdiste el ojo—, le recordó. Sus dedos se
deslizaron entre las suyas y se cerraron sobre los de él. —Ha tenido una vida muy dura,
Stanton.
Él respiró. —Me ha hecho el hombre que soy—, respondió. —K.C. fue bueno
conmigo, pero me molestaba lo que se decía de él. Amaba a mi madre y al hombre que
pensaba era mi padre. No me gustaba que chismorrearan acerca de eso—.
—No chismorrearon muchas personas—, respondió ella. —Tenían demasiado
miedo de K.C.
—Sigue siendo formidable—, reflexionó. —Mi viejo—. Negó con la cabeza.
—Solía vivir con él cuando volvía a casa, me contaba las cosas que hizo, los lugares
que vio. Conocía a todo tipo de personas, de lugares peligrosos. Cenaba con cuentos de
aventuras.
—Tú lo has vivido también—, recordó.
—Ya, con un cinturón de municiones atado alrededor de mi pecho, llevando un fusil
AK-47 cuando tenía sólo diez años de edad. Fui a la batalla con los insurgentes. K.C. se
horrorizó. Todavía estaba activo en esos años, de una pequeña guerra a otra, llevando a los
hombres a la batalla. Pero no podía creer que hubiera tenido el arrebato de firmar con un
grupo de mercenarios.— Él se rió. —Estaba furioso. Me arrastró de vuelta a Kenia y se
convirtió formalmente en mi tutor. No tenía mucho que decir al respecto a esa edad. Estuve
resentido con él bastante tiempo. Ya ves, yo amaba a mi madre —, agregó en voz baja. —Y
a mi padre. Odiaba la insinuación de que mi madre fuera una mujer fácil.
—Ella amaba a K.C.—, le recordó. —Eso no hace de ella una mujer fácil. No creo
que pudiera evitarlo. Él amaba a otra mujer, a la que perdió por la iglesia.
—Ya. Se emborrachó y mi madre sintió pena de él. Y aquí estoy.— Sus dedos se
apretaron alrededor de ella.
—La gente paga por los errores, Stanton,— dijo en voz baja, tirando de la fuerte
presión de su mano alrededor de la suya.
—Lo siento, amor, —dijo, aflojando su agarre a la vez. —malos recuerdos.

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—Lo sé.
Él la miró. —Nunca me abandonaste mientras lucharon por salvar mi ojo—,
recordó. —Me hiciste luchar.
—Nunca habrías renunciado, incluso si me hubiera ido a casa—, dijo con una
sonrisa triste. —Anita hubiera estado allí...
Él puso sus dedos sobre su boca. —No era más que una amiga—, dijo. —Nunca me
acosté con ella.
Sus mejillas enrojecieron.
—Te quería,— susurró bruscamente. —Si te hubieras quedado allí cuando me
dejaron ir a casa, podría...— Se mordió las palabras y desvió su rostro. —No podía correr el
riesgo. Tuve que hacerte salir.
Ella se tragó el dolor. —Me gustaría... que me lo hubieras dicho.
—No podía. Era mi carga.
—Era la mía también. Hubiera sido más fácil... —Su voz se quebró con las palabras.
Se puso de pie, llevándola con él.
Apenas podía ver a dónde iban por las lágrimas. Él no habló. Sólo caminaba más y
más rápido, hasta que llegaron al coche.
La metió, arrancó y la llevó de vuelta a su casa en un silencio lleno de tensión.
Cuando llegaron al porche delantero, la tomó en sus brazos y la llevó hasta la
puerta.
—Ábrela—, dijo entre dientes.
Buscó la llave en el bolsillo y abrió la puerta. Recuperó la llave, volvió a cerrar la
puerta y la llevó directamente hacia el dormitorio.
—Stanton... no—, se atragantó.
Estaba ciego, sordo, mudo, tan abrumado por el deseo que no podía ni siquiera
pensar. La colocó sobre la colcha de la grande cama y fue a cerrar la puerta. Apoyó su
frente contra ella, estremeciéndose.
Clarisse se quedó mirándolo, estaba aturdida.
—Te di mi palabra—, se atragantó. —Estoy tratando de... maldita sea... de
mantenerla. Realmente lo intento.
Se sentó en la cama, mirándolo con leve sorpresa. —No lo entiendo—, susurró. —
No lo entiendo, Stanton.
Él se dio la vuelta y se dirigió hacia la cama. Se detuvo junto a ella. Su rostro era
casi como tiza blanca cuando la miró. Su cuerpo alto y poderoso estaba temblando de
deseo.
—Tat—, dijo con tono angustiado, —No he tenido una mujer... en ocho años.

69
La enormidad de la confesión la sorprendió y la dejó sin habla. Lo miró con sus ojos
azules, los labios entreabiertos mientras trataba de respirar normalmente.
—Ocho... no,— vaciló. —¡No, no es posible...!
—Tú no has tenido a ningún hombre—, dijo bruscamente. —¿Por qué no es
posible?
—¡Ocho años...!—, dijo vacilante.
—No puedo hacerlo con cualquier otra persona—, dijo con dureza.
Todas sus protestas habían desaparecido de repente. Podía ver la furiosa excitación
que él no hacía ningún esfuerzo por ocultar. Podía ver la tensión en su cuerpo alto y
potente, la angustia que se dibujó en su rostro tenso por el dolor.
Se recostó en la cama, con las manos al lado de su cabeza en la almohada. Se limitó
a mirarlo con ojos azules tranquilos y suaves. La había despojado de la última defensa que
tenía con esa confesión.
La mirada de él fue bajando desde la cabeza, por su cuerpo, por los tensos pezones
que se mostraban bajo la blusa, por sus largas piernas hasta sus pequeños pies en sandalias
de tiras. Era la criatura más hermosa que había visto en su vida.
—No tengo nada para usar—, dijo vacilante. —Pero incluso si lo tuviera, no me
gustaría usarlo—, agregó. —Quiero, enormemente, que te quedes embarazada de mi bebé.
Ella se quedó sin aliento. Su cuerpo reaccionó a las palabras arqueándose,
temblando.
—¿Lo deseas también?—, dijo, sorprendido.
—Lo quiero... más que nada en el mundo—, tartamudeó y se sonrojó.
Se quitó los zapatos, se desabrochó el cinturón y lo arrojó a un lado. Sus grandes
manos temblaban mientras se ocupaba de los botones y se despojaba de la camisa de seda.
Se desabrochó los pantalones y salió de ellos, dejando su reloj.
Estaba tan excitada que era imposible mirar a otro sitio.
—Trata de no mirar durante unos segundos—, dijo con humor negro mientras se
sentaba a su lado en la cama —, o voy a estallar antes de que pueda entrar en ti.
Ella lo miraba como un goloso gatito, sus suaves ojos muy abiertos y curiosidad en
el rostro cuando empezó a desnudarla.
—¿Sólo... con mirar?—, Susurró.
—Sólo con mirar.
—Dios mío.
Él la ayudó a salir de la blusa y del sujetador y se sentó mirando sus hermosos
pequeños pechos. Le tocó las cicatrices con ternura e hizo una mueca. —Hubiera dado mi
vida por evitarte ese dolor—, susurró.
Ella se movió inquieta en la colcha mientras le desabrochaba los pantalones y tiraba

70
de ellos y de sus braguitas de encaje rosa por las piernas y los arrojaba a un lado.
—¿Va a doler...?—, preguntó con voz ronca.
—Puede—, dijo en voz baja. —Pero no te darás cuenta.
Sus ojos se abrieron aún más ampliamente.
Él sonrió suavemente. —No tienes ni idea, ¿verdad?—, preguntó, su voz muy tierna
y bajita. —Ninguna en absoluto.
—Bueno, recuerdo... lo que es, un poco—, respondió ella.
Él asintió con la cabeza, recordando el tórrido interludio que su madre había
interrumpido. Su mano fue a su suave muslo y lo tocó, trazándolo, oyendo cómo se paraba
su respiración. Sus dedos se movieron hacia arriba, cosquilleando en su cadera, por su
plano vientre, hasta sus tensos pechos. Tocó la punta dura, con mucha suavidad. Ella se
arqueó para intentar acercar su mano.
Lo movió alrededor de la carne tierna, sintiéndola temblar.
—Yo no... nunca supe qué hacer,— gimoteó ella.
—Te enseñaré.— Se deslizó junto a ella, atrayéndola suavemente a su costado para
que se vieran las caras. La acercó más, hasta que las endurecidas puntas de sus pechos se
enterraron en el grueso vello que cubría los duros músculos de su pecho. Él contuvo el
aliento ante la exquisita sensación.
—Estate quieta, amor—, susurró, temblando ante el contacto. —La primera vez
tengo que ser muy cuidadoso. No debo perder el control.
—¿De acuerdo?
—De acuerdo, Stanton,— respondió vacilante.
Su boca tocó la suya, tironeando del labio inferior lejos del superior. Al mismo
tiempo, sus manos estaban alisando sus caderas contra su duro empuje.
—He soñado con esto—, dijo en un tono profundo y ronco. —Años y años de
sueños.
—Igual que yo.
La levantó a una posición más íntima y oyó su suave jadeo cuando se detuvo en su
húmedo secreto. Su boca siguió sus labios, incitándola a abrirlos. Sus labios se cerraron
sobre ellos, hambrientos y duros. Ella gimió.
—No cierres los ojos cuando estoy dentro de ti, Tat,— susurró vacilante. —Déjame
verte. ¿De acuerdo?
Se estremeció cuando lo sintió moverse con avidez contra ella.
—De... de acuerdo.
Su mano se deslizó hacia abajo por su cuerpo suave, al lugar más sensible de todos,
y él comenzó a tocarla.

71
Ella se estremeció de nuevo, sus labios deshaciéndose en un jadeo silencioso
mientras su cuerpo se estremecía con un placer que nunca había experimentado.
—Me gustaría estar horas contigo,— dijo contra su boca. —Pero estoy muy
excitado. Tengo que hacer que lo anheles y con mucha rápidez, antes de que pierda el
control.
Sus ojos se abrieron como platos cuando comenzó a entrar en su interior.
Tuvo que reprimir una risa ante el shock que vio allí. —Ahora ya lo sabes, cariño—,
susurró.
—Esto es lo que pasa.
—Es... muy...— Tragó saliva, sin palabras para describir lo que estaba haciendo con
ella. Era lento, dulce y muy íntimo. Ella se puso rígida, pero sus dedos se movieron,
acariciando y haciendo alejarse la leve punzada de dolor, haciéndola salvaje, hambrienta.
Aplanó la mano en la base de su espalda y tiró de ella, colocando sus velludas y
ásperas piernas entre las suyas y empujó con más fuerza.
Ella gritó. Pero estaba empujando hacia él, no alejándose. Sus ojos comenzaron a
dilatarse. Él sintió su cuerpo, cálido y suave, aceptando la invasión lenta y suave del suyo,
moviéndose con él, moviéndose hacia él.
Sus dientes se apretaron y se estremeció. —Santo... ¡Dios!—, gritó él, sin aliento
cuando vio sus ojos casi negros.
—¿Stanton...?— Era su voz, sonando en un agudo susurro casi irreconocible.
—Querida mía,— gimió. La hizo rodar sobre su espalda y se movió entre sus
piernas largas y suaves. Su poderoso cuerpo se tensaba hacia abajo, hacia el de ella. Se
estremeció con cada movimiento de sus caderas, con el rostro desencajado por el
angustioso deseo. —Mi querida—, susurró con voz ronca. —¡Oh, Dios, cariño, cariño,
cariño...!— Soltó las palabras con cada movimiento de su cuerpo sobre el de ella. Su voz se
quebró por la violencia del acto, sus caderas empujando contra ella con duras, rápidas y
punzantes estocadas. Levantó el torso.
—Mira. ¡Mira hacia abajo...!— le exigió. —¡Mira!
Sus ojos se deslizaron por la dureza de él, por los músculos ondulantes sobre su
pecho, por su vientre plano, al intenso movimiento de su cuerpo que se hundía en su
interior.
Sus uñas se clavaron en sus brazos mientras él se dirigía hacia ella, casi sollozando
por el placer, que crecía y crecía.
—¡Stanton!— gritó, sintiendo que todo su cuerpo se ponía tan tenso que pensó que
podría desgarrarse debajo de él cuando el calor comenzó a explotar dentro de ella.
—Oh, Dios... te amo,— susurró él con voz ronca. —¡Te amo... más que a mi propia
vida...!
Ella se arqueó, estremeciéndose con regocijo cuando la ráfaga de calor explotó en

72
fragmentos de un placer tan grande que pensó que podría morir.
La miró a los ojos y lo vio, la alegría apoderándose de él mientras se convulsionaba
una y otra vez, teniendo un increíble clímax, dejando que ella lo notara, dejando que lo
mirara.
Gritó, finalmente, cuando el placer casi lo rompió en dos. Se arqueó dentro de ella
con su último aliento, sintiendo su cuerpo hecho añicos, sus caderas tensas hasta ser casi
doloroso, y soportando la dulce agonía de la satisfacción.
Ella lo abrazó, saboreó el peso de su cálido y húmedo cuerpo, lo amaba, con las
secuelas de algo que nunca habría soñado poder sentir alguna vez.
—Oh... Dios mío—, le dijo, con voz entrecortada en su oído.
—Eso, por Dios, era un orgasmo—, dijo bruscamente, su voz somnolienta por las
secuelas. —Un verdadero y sincero orgasmo, por Dios. Jamás en mi vida he tenido uno
igual.
—Oh.
Levantó la cabeza y miró hacia abajo, dentro de sus suaves y cariñosos ojos azules,
asombrados. —Pensé que nunca podría tenerte—, susurró. —Fue un infierno. Un puro
infierno.— Delineó su suave boca con sus dedos, que no estaban demasiado firmes. —
Quería dedicarle mucho más tiempo a nuestra primera vez. Estaba muy excitado, no pude
manejarlo.
—Lo siento.
—¡Lo siento!— Ella se estremeció. —Pensé que iba a morir—, susurró, sus ojos
mirándole con asombro. —Nunca creí que las mujeres sentían las cosas las cosas sobre las
que leí. Fue... fue...— Buscó la palabra y no pudo encontrar ninguna.
Se inclinó y rozó sus labios con ternura sobre sus ojos. —Fue casi sagrado—,
susurró. —Pensé en crear un bebé mientras lo hicimos.
—Yo también,— susurró ella.
Dejó escapar un largo suspiro y se relajó. —¿Soy demasiado pesado, cariño?
—No. Me encanta cómo se siente.
—A mí también.
Sus brazos se deslizaron debajo de los de él, manteniéndole con ella. Estaban
todavía íntimamente unidos. Ella cerró los ojos. Lo sintió exhalar un largo suspiro. Aunque
pareciera increíble, se quedaron dormidos.

***

Olía a café. Ella abrió los ojos y Rourke estaba sentado a su lado, llevando sólo sus
pantalones, poniendo una taza de café bajo su nariz.

73
Él sonrió con ternura. Ella le devolvió la sonrisa.
—Hice huevos y tocino—, dijo. —He quemado la tostada.
—No me importa.
Sus ojos se deslizaron sobre su desnudez. —Eres mucho más bella que Venus, mi
amor—, dijo en voz baja. —Y te quiero locamente. Más que nunca, después de lo que
hicimos.
—Yo también.
La dejó mantener el café y disfrutó de ella mientras sus manos ahuecaban sus
pechos. —Bonitos—, dijo en voz baja.
Ella se rió suavemente.
Él la soltó y se levantó, cogiendo su chaqueta. Sacó una caja de joyería del bolsillo
y la abrió.
—Mira.— Tomó la taza de café y la puso sobre la mesa de noche. Deslizó un anillo
de esmeraldas y diamantes en el dedo anular de su mano izquierda. Él la besó. —Esto es un
anillo de compromiso. Vamos a conseguir algo de comida y empezar el papeleo. Me
gustaría casarme contigo en la iglesia, si podemos hacerlo.
—¿Casarte conmigo?
—Por supuesto—, dijo simplemente.
Apenas podía creerlo. Ella lo miró con el corazón en sus ojos. Las lágrimas le
escocían.
—Te dije que te amaba, mientras que estaba haciendo el amor contigo —, le
recordó con un lento y dulce beso. —¿Crees que lo dije porque estaba fuera de mis cabales
por el deseo?
—Sí—, confesó.
Él se rió entre dientes. —Te quiero más que a mi vida, Tat—, dijo, buscando sus
ojos.
—Nunca te dejaré.
Dejó que las lágrimas cayeran. —Te he amado toda mi vida, Stanton,— susurró.
—Incluso cuando me odiabas...
Él la agarró de cerca y la besó hambriento con todos los años de ausencia en su dura
boca. —Yo te amaba, y pensé que no era lo correcto—, dijo entre dientes mientras
enterraba la cara en su cuello. —Te amé sin esperanzas, irremediablemente, quería morir
porque no podía estar contigo. ¡Durante ocho largos, malditos e interminables años...! —Su
boca se deslizó en la de ella, duro y con hambre.
—Pero ahora te tengo, y nunca te dejaré ir.
—¡Nunca!

74
Sus brazos se apretaron alrededor de su cuello. Ella lo abrazó, se estremeció contra
él. —Tal vez estoy soñando—, controlando las lágrimas en los ojos.
—Tal vez no lo estás.
Se alejó, pero sólo para desabrocharse los pantalones y tirarlos a un lado. Estaba aún
más excitado que la noche anterior.
Ella contuvo la respiración mientras le miraba.
Se sentó en la cabecera y la atrajo suavemente sobre sus caderas.
—¿Qué... qué haces?—, preguntó ella con un grito ahogado.
Se rió con malicia. —¿Enseñarte nuevos conceptos de placer?— Él le movió contra
él y contuvo la respiración. —Puedo llegar más profundo de esta manera, cariño,— susurró,
amando la manera en que ella se sonrojó.
—Oh.
—Mucho más profundo.
—¡Oh!— Esa exclamación no era una respuesta a su burlona observación. Era una
expresión de placer tan arrolladora que estuvo acompañada por el murmullo de todo su
cuerpo en sus brazos mientras se arqueaba y empujó hacia abajo sin poder hacer nada.
—Sí,— dijo él entre dientes. —¡Sí, sí...!
La arrastró hacia abajo sobre él, amando la manera en que ella se aferraba a él,
amando la manera en que su cuerpo se fundió con el suyo, la forma en que ella sollozaba
mientras la llevaba mucho más allá del placer que había sentido la primera vez, a alturas
que ella nunca habría soñado que podrían existir.
Estaba sobre ella, debajo de ella, a su alrededor, ya que pasaron de un lado de la
cama a la otra en una cálida necesidad tal que incluso cuando llegó el clímax, no fue
suficiente. Él era insaciable. Estaba oscureciendo cuando por fin pudo quitarse de encima
de ella.

***

Comieron en silencio. Ella estaba en su regazo, llevaba un vestido. Él estaba con sus
pantalones y nada más.
Ella no podía soportar la idea de dejar de tocarlo. Cada vez que sus ojos se
encontraban, el amor que veía en ellos casi le cegaba.
Él la alimentó con huevos y tocino, tan frescos que acababa de cocinarlos, su único
ojo bueno amándola todo el tiempo.
—Nada en mi vida fue alguna vez como esto—, dijo en voz baja. —Incluso en mi
desperdiciada juventud, no sentí lo que siento contigo.
Ella se sonrojó un poco, de orgullo y de vergüenza. Abrió la boca cuando él puso

75
otro bocado de huevos revueltos en ella.
Él la miró con una expresión extraña. Había un profundo afecto, no deseo, sino otra
cosa, algo mucho más profundo allí.
—¿Por qué me miras así?—, preguntó en voz baja.
—Sigo teniendo ese maldito sueño raro—, dijo en un tono apagado. —Es estúpido,
lo sé. Estás llorando, y embarazada, y no puedo llegar hasta ti...
—Las pesadillas no tienen mucho sentido,— interrumpió ella. Sus dedos fueron al
tupido pelo de la sien y saboreó su frescor.
—Supongo que no.— Él se rió. —Domingo me convirtió en supersticioso. Tal vez
no debería haberme cortado el pelo —, añadió con una sonrisa.
Ella se rió, también. —Me gusta como te queda. Sin embargo, de alguna manera
añoro tu cola de caballo, —confesó.
Él la alimentó con lo último del tocino y le sostuvo la taza de café en los labios.
—Pertenecía a la edad de la vida asalvajada—, dijo simplemente. —El corte de pelo
es una declaración de intenciones, en caso de que no te dieras cuenta—, dijo. —Te estoy
mostrando que las cosas han cambiado.— Su rostro se convirtió en sombrío mientras
buscaba sus suaves y cariñosos ojos. —Tengo casi treinta y un años, Tat. He vivido
duramente, y he trabajado en profesiones peligrosas la mayor parte de mi vida. Pero por
primera vez, quiero una familia, un hogar.
—¿Conmigo?—, preguntó.
—Por supuesto que contigo.— Él sonrió suavemente. —Yo nunca he tratado de
dejar embarazada a una mujer en mi vida, ya lo sabes—, agregó con una risita.
Sus pómulos se cubrieron de color.
—¿Qué te gustaría hacer hoy?—, preguntó cuando terminó el café.
—Cualquier cosa que tú quieras—, respondió ella. Sus dedos llegaron hasta tocar su
duro rostro, acariciando su sensual boca.
—¿Cualquier cosa?—, bromeó en voz baja.
Ella rió. —Bueno, estoy un poco... incómoda,— dijo ella con delicadeza.
—Fui duro y rápido—, suspiró. —Estaba muy desesperado por ti, cariño. Debería
haberle dedicado más tiempo, las dos veces.
—No me importa—, confesó.
Él acarició su nariz contra la de ella. —Vamos de compras.
—¿De compras?
Él asintió con la cabeza. —A buscar un vestido de novia. Hay muchas tiendas de
alta costura en Manaus. Quiero que tengas un vestido que podemos dejar en herencia si
tenemos una hija.

76
—Una reliquia—, dijo con voz ronca.
—Exactamente. Al igual que el anillo.— Él se llevó la mano a la boca y la besó
donde el anillo brillaba. —Mi madre nunca se lo quitó. Es la reliquia más preciosa que
poseo.
—Seré muy cuidadosa con él—, prometió.
—Lo sé. Respiró largamente y sonrió con malicia mientras su mano iba a los
botones de la camisa que llevaba puesta.
Ella se ruborizó de una forma encantadora. —Stanton...— comenzó con
nerviosismo.
—Sólo quiero mirarte, cariño—, susurró, acariciando la nariz con la suya. —Tienes
que entenderlo, esto es para mí como el caramelo. No he probado dulces durante años, y
ahora estoy en una deliciosa tienda de dulces con un surtido ilimitado.
Sus ojos se suavizaron aún más. —Me gusta mirarte también,— susurró ella,
alisando una pequeña mano contra su torso desnudo.
—Me di cuenta.— Se inclinó y le rozó con la boca sus tensos pechos. —Es como
besar pétalos de rosa—, susurró.
Ella se arqueó hacia su boca, sin negarle nada. Se sentía increíblemente bien por
estar con él así, sintiendo que él la quería, sabiendo lo que realmente sentía por ella. Era
como un sueño que, de repente, se hizo realidad.
—Realmente... no te importan las cicatrices, ¿verdad?—, preguntó cuando él
levantó la cabeza y su ojo bueno se quedó donde había sido cortada por el cuchillo.
—Me importa cómo sucedió. Me importa que no estuviera allí para protegerte de
ese animal —, confesó en voz baja.
Sus dedos se pusieron sobre su dura boca, trazando la curva sensual de ella. Fue
despojado de palabras, sus sentimientos hacia él tan alto creciendo notablemente.
Su boca bajó a su pecho y besó las cicatrices, pasándole la lengua delicadamente a
lo largo de ellas. Ella le mantuvo la cabeza hacia ella, sus dedos sintiendo la tensión de la
banda que sostenía al parche en su lugar.
Ella comenzó a deslizarla fuera. Él le cogió la muñeca, su buen ojo ardiendo con
emociones encontradas.
—Eres un hombre tonto,— dijo en voz baja, arrastrando su mano a un lado.
—Como si me importara. —Qué vergüenza.
Con la mandíbula tensa y los dientes apretados, le permitió quitarle el parche en el
ojo. Estudió el hueco mutilado donde su ojo había estado. También tenía cicatrices allí.
Podría haber usado un ojo de cristal, pero siempre se había negado a la artificialidad.
Con un suave suspiro, estiró la cabeza y besó las cicatrices.
—¡Dios!—, exclamó, desgarrado por la emoción. Capturó su boca con la suya y la
besó con tanta avidez que ella se quedó sin aliento. Lo prolongó un buen rato, mientras

77
trataba de expresar una emoción tan poderosa que incluso las palabras eran insuficientes
para describirla.
Él la abrazó, la boca deslizándose por su cuello, presionando con avidez. —Nunca
he dejado a nadie que la mire. —Ni siquiera a K.C.
—Pero a mí me dejarás, cariño—, susurró contra su sien, pasando los labios sobre la
piel bronceada.
—Te dejo hacerme todo lo que quieras,— dijo, su voz ronca.
—Lo mismo digo.
Él la abrazó, sosteniéndola, consolándola, sintiéndose ahora seguro como nunca se
había sentido antes. Era como volver a casa. Con el ojo cerrado mientras enterraba la cara
en su suave cuello, la meció contra él, sus pechos desnudos presionando con fuerza en los
cálidos músculos caliente y el espeso vello de su amplio pecho.
—Te amo tanto—, susurró ella, casi con angustia. —¡Si te perdiera ahora...!
—No me vas a perder—, dijo con voz ronca. —Nunca te dejaré ir ahora, Tat. Me
perteneces.
—Sí. Y tú me perteneces a mí —, susurró.
Él inclinó su rostro hacia ella, estudiando su expresión absorta con puro asombro.
Sonrió con ternura mientras trazaba las líneas exquisitas de su hermoso rostro, mirando los
profundos ojos azules.
De repente, se encontró extraño, como si hubiera aterrizado en un lugar
desconocido y no pudiera orientarse. Después de un minuto, sonrió algo distante y le
abrochó la camisa, ocultando sus bonitos pechos de nuevo.
—Iremos a visitar el museo. —¿Te apetece?
Ella se rió suavemente. Su estado de ánimo pareció aligerarse. —Está bien.— Se
levantó de su regazo.
—Tardaré un minuto.
—Esperaré.
Él la vio marcharse con un terrible sentimiento de aprensión. No tenía realmente
habilidades psíquicas, pero era muy sensitivo con estados de ánimo, lugares y situaciones.
Fue un regalo que hubiera salvado su vida más de una vez. No sabía exactamente lo que
estaba sintiendo, pero le asustaba. Algo iba a suceder, algo tal vez mortal. No podía
decírselo a Tat, pero estaría más alerta, vigilante, al menos por un tiempo.
Por otra parte, era más feliz de lo que había sido nunca. Tat iba a casarse con él. La
tendría para siempre. Tendrían hijos; crearían un hogar juntos. Extraño, pensó, que la
libertad hubiera sido casi una religión para él hasta que supo a ciencia cierta que Tat no
estaba relacionada con él de ninguna manera. Una vez estuvo seguro de eso, no pudo
esperar a poner el anillo en su dedo. Tal vez era demasiado pronto para pensar en niños,
pero los quería también. Ella igual.

78
Sonrió cálidamente, pensando en un niño o una niña en sus brazos, en los brazos de
Tat. Sus padres murieron brutalmente cuando era muy joven. Él tampoco había conocido
nunca una familia asentada, debido a que el hombre que creía que era su padre estuvo a
menudo lejos con K.C., en misiones en el extranjero. Su madre lo había amado; había sido
cariñosa con él. Pero después de su muerte, y la de su marido, Rourke se había quedado
solo en el mundo a la edad de diez años. Sus hijos, pensó, iban a tener dos padres y una
vida sedentaria.
Eso significaría que tendría que hacer algunos cambios en su vida. No más misiones
peligrosas. Tendría que hacer labores administrativas, como K.C. Pero podía hacer ese
sacrificio, tal como estaba seguro de que Tat no correría nunca más el riesgo de entrar en
zonas de combate como periodista.
Valdría la pena, pensó, la valdría cualquier cosa para tener a Tat permanentemente
en su vida, en sus brazos. Él era, consideró, el hombre más afortunado de la tierra en este
momento.

79
Capítulo 6

Manaus era una ciudad internacional, con gente de casi todos los grupos étnicos
representados en su sofisticado interior.
Rourke había encontrado una cara boutique europea en internet. Llevó allí a Tat en
el coche de alquiler y sonrió ante su entusiasmo mientras miraba una pequeña selección de
vestidos de novia de su talla.
Se detuvo ante uno, cogiéndolo con delicadeza. Sus ojos se iluminaron. Estaba
hecho de un exquisito encaje belga, y con algunos toques de bordado en colores pastel en la
falda y en la larga cola. El velo era muy fino, puro y delicado, como el propio vestido. Era
blanco. Ella vaciló, sus ojos preocupados.
Rourke sabía por qué. Sus dedos se deslizaron en los de ella. —Estamos
comprometidos, mi amor—, susurró en su oído. —La unión de manos era una de las
costumbres más antiguas de Escocia, de donde procedía la familia de K.C. Se permitían
todo tipo de deliciosas y prohibidas intimidades, ya que la intención de casarse estaba ahí.
— La giró hacia él. Su rostro era solemne. —Siento que no pudiera esperar. Estaba
sinceramente muriendo por ti.
Caer de cabeza en el anhelo por ella era la única cosa real en su vida ahora mismo.
No estaba exagerando. Había estado muriendo de hambre por ella.
Ella extendió la mano y le tocó la mejilla con sólo sus dedos. —Está bien—, dijo
con voz ronca.
Le giró la mano y besó la palma con una silenciosa ferocidad. —Lo intenté, ya lo
sabes,— susurró. Su ojo estaba atormentado.
—Realmente lo hice.
—Está bien—, repitió. Sus ojos lo adoraban. —Es honesto.
Exhaló un largo suspiro. Buscó sus ojos y sonrió. —Serás la novia más hermosa que
alguna vez avanzó por el pasillo. Tendremos que hablar con uno de los sacerdotes locales y
ver si estará de acuerdo en casarnos.
—Me gustaría que el Padre Pete lo hiciera—, dijo. —Fue el párroco de nuestra
familia durante años y años. Conocía a mi madre.
Su rostro se endureció brevemente, pero apartó la cabeza para que no lo viera.
Odiaba a su madre. Nunca sería capaz de perdonarla por el tormento que le había causado,
y a Tat de camino, con aquella mentira.
—Si... si prefieres una ceremonia civil,— comenzó ella, desconcertada por su
repentina frialdad.
—No—, dijo, volviendo la mirada hacia ella. —Quiero algo más permanente que

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eso. Te quiero en la iglesia, Tat, con el sacerdote, las velas, con todos los detalles—.
Ella sonrió lentamente. —Tú no vas a la iglesia.
Él respiró. —Supongo que tendré que trabajar en eso, ¿no?—, bromeó. —Un
hombre de familia debe animar a sus hijos a ir a la iglesia.
Ella rió. —Sí, debería.
—Mi madre era metodista,— dijo. —Mi mejor amigo en Jacobsville es un ministro
que predica en una Iglesia Metodista.
—¿Prefieres que realice él la ceremonia?—, preguntó ella.
—Vamos a hacerlo a tu manera—, respondió. —Podemos limar diferencias en el
camino—, añadió con una sonrisa. —Sólo quiero casarme contigo, amor. Tan pronto como
sea posible.
—¿Estamos en un apuro?—, bromeó.
Su delgada mano fue a su vientre plano y él miró a su derecha. —Sí—, dijo. —No
quiero que la gente mire tu cintura. Porque tengo la sensación de que si esperamos un par
de meses, van a tener una razón para mirarla—.
Ella se quedó sin aliento ante la emoción que vio en su único ojo marrón.
—Podría haber sucedido ya anoche,— susurró, y el color rojizo llenó sus altos
pómulos. —Podrías estar llevando a mi bebé en este momento.— Se estremeció. —¡Dios,
cuánto me entusiasma pensar en eso!
Ella se apoyó en él, superando su alegría. Nunca habría pensado, ni en sus fantasías
más salvajes, verle como un hombre que querría bebés.
Su brazo se apretó alrededor de ella. Le besó la parte superior de la cabeza.
Una vendedora, observándolos con diversión oculta, los abordó desde el mostrador.
—¿Puedo ayudarles en algo?—, preguntó.
Rourke levantó la cabeza y le sonrió. —¿Puede dejar que se pruebe este vestido?—,
preguntó, indicando al que ella había prestado tanta atención. —Nos casaremos en unos
pocos días.
—¡Enhorabuena! Y, por supuesto, es posible que se lo pruebe, querida —, dijo a
Tat, que estaba radiante.
Cogió el vestido por la cremallera. —Venga conmigo por favor.
Tat le dedicó a Rourke una larga y suave mirada y una sonrisa, y siguió a la
vendedora a la parte trasera de la tienda.

***

Daba mala suerte que el novio viera el vestido antes de la boda. Ella lo sintió en sus

81
huesos. Pero no pudo resistirse a mostrarle a Rourke lo elegante que el vestido de alta
costura quedaba en su bonita y esbelta figura.
Ella salió con el velo hasta los ojos, y Rourke la miraba y no podía dejar de mirarla.
Ella se acercó a él, fascinada por la expresión de su cara.
Tragó saliva con fuerza. —No me importa si tengo que hipotecar la finca para
pagarlo, será—, dijo con voz ronca.
Ella rió. —No es tan caro—, reflexionó. —Yo pregunté. Puedo pagarlo...
Puso el largo dedo índice sobre sus labios. —Te estaba tomando el pelo y lo sabes
—, se rió. —El dinero nunca será un problema. Ambos somos ricos más allá de los sueños
de un avaro. Pero el vestido lo pagaré yo.
—Bien.
—Y las flores—, añadió suavemente. —¿Rosas blancas, Tat?—, le preguntó con
voz ronca.
Ella asintió con la cabeza lentamente. —Rosas blancas.
Él levantó el velo y la miró a los ojos grandes y suaves. —Myne Vrou,— susurró en
africano. —Ek is liev vir jou.
Ella se sonrojó, lo que dijo fue —Mi mujer, mi esposa, te quiero.
Se inclinó y acarició su nariz. —Vamos a tener que encontrar un lenguaje común
para los susurros íntimos,— se rió entre dientes.
—El africano es hermoso—, musitó.
Él sonrió contra sus labios. —Entonces vamos a hacer el amor en africano,—
susurró. Se rió en voz baja ante su suave rubor. La besó con ternura.
—Compra el vestido, mi amor.
—Está bien.— Ella se alejó, elegante y serena, y tan hermosa que le quitó el aliento.

***

Compraron también los anillos, pero Tat solo quería una alianza de oro sencilla para
acompañar el hermoso anillo de compromiso que le había dado.
—No quiero un llamativo diamante que desmerezca a este precioso anillo—,
explicó mientras estaban juntos en el mostrador de joyería de una tienda exclusiva. —
Quiero una alianza a juego con mi vestido—, explicó. —Una reliquia para transmitir a
nuestra hija, si tenemos una.
Trazó las cejas con un dedo. —Una hija estaría muy bien,— dijo en voz baja. —No
ha nacido una niña en mi linaje en al menos las últimas cinco décadas
El corazón le dio un vuelco. Ella buscó sus ojos. —No me importaría un hijo,

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siempre y cuando se parezca a ti. Eres muy guapo, Stanton.
Se aclaró la garganta y la miró vagamente avergonzado.
—¿Tuerto y todo?
—Tú eres el único que tiene un problema con ese parche en el ojo. Te hace parecer
muy sexy —, murmuró y miró hacia él a través de sus pestañas con una pequeña sonrisa
secreta.
—¡Bien!—, exclamó.
Sus dedos se enredaron con los suyos. —Me gusta este anillo—, dijo. Era un simple
aro de oro blanco y amarillo, no demasiado ancho, con dibujos parecidos a parras de uva.
—Es bastante bonito.
Se dio cuenta de que el anillo de hombre estaba disponible en el mismo patrón.
—Tendré una alianza a juego,— dijo en voz baja.
Sus ojos buscaron los suyos. —¿Realmente te la pondrías?— vaciló ella.
Su mano se contrajo alrededor de los suyos. —Después de todos estos años—, le
dijo. —¿Crees que saldré con una chica frívola en el mismo minuto en que te des la vuelta?
— Él se inclinó a su oído. —Ocho años de abstinencia, Tat,— susurró. —¿Te suena
frívolo?
—Oh, no—, estuvo de acuerdo, sin aliento. —No, no lo es.
Se inclinó y rozó sus labios con ternura sobre sus párpados. —Vamos a comprar el
par. Después iremos a hablar con el Padre Pete.
—¿Bien?
Ella sonrió. —Está bien, Stanton.

***

El Padre Pete estaba sorprendido y encantado con la noticia.


—Tu padre apreciaba mucho a Rourke—, dijo a Tat con una sonrisa. —Lo
admiraba y respetaba. Habría estado feliz por ti.
—Mi madre lo habría estado, también,— vaciló ella.
Él no respondió.
Ella frunció el ceño. —¿Padre Pete...?
—Nos gustaría que llevar a cabo la ceremonia, si pudiera, el viernes—, interrumpió
Rourke. Supo de inmediato que la madre de Tat se había confesado con el Padre Pete, le
había dicho lo que había hecho. Le inquietaba un poco.
—Sacaré el tiempo—, respondió. Les echó una mirada escrutadora y levantó una

83
ceja.
—¿Puedo hablar con usted en privado?— le preguntó Rourke.
—Claro.
—Esperaré aquí afuera—, dijo Tat, sonriendo. Dedujo por la mirada que habían
intercambiado que Stanton tenía que confesar algo. Los hombres debían tener algunos
secretos, reflexionó.

***

El rostro de Rourke estaba contraído al enfrentarse al sacerdote detrás de la puerta


cerrada. —La madre de Clarisse me dijo una mentira que me mantuvo alejado de Tat
durante ocho largos años—, dijo con frialdad. —Arruinó mi vida. Arruinó la de Tat.
—Lo sentía por ella, si eso le ayuda—, dijo el padre Pete suavemente. —Tenía
miedo de sus intenciones. Clarisse era muy joven y, perdóneme, tenías fama de ser un
rompecorazones. A María le preocupaba que deseara seducir a su hija y la desecharas.
—Me encantaba Tat, incluso entonces—, dijo Rourke pesadamente. —Con mucho
gusto me hubiera casado con ella a los diecisiete años. De hecho, eso era lo que tenía en
mente. Si su madre hubiera hablado conmigo, si me hubiera dado la oportunidad de decirle
lo que realmente sentía...— Tragó saliva y se metió las manos en los bolsillos de los
pantalones. —No se puede imaginar la carga que puso sobre mí. Ocho años de infierno
absoluto. ¡No pude tocar a otra mujer en todo ese tiempo...!
El Padre Pete le puso una mano en su hombro. —Soy sacerdote, hijo mío,— dijo
con una leve sonrisa. —Puede que no lo crea, pero entiendo la abstinencia. En mi
profesión, es un requisito que trae su propia carga.
Rourke se relajó, sólo un poco. —Ya veo.— Vaciló. —Gracias. Por no juzgarme.
Tat no esconde muy bien sus emociones—, añadió con una sonrisa leve.
—Las cosas... se me fueron de las manos.
—Cuando dos personas se aman eso suele suceder. Lo importante es que usted
respeta la tradición del matrimonio.
—Crecí en el África rural,— respondió Rourke, —donde la tradición también tiene
su lugar. Yo no deshonraría a Tat ofreciéndole una relación que no incluyera el matrimonio.
— Se aclaró la garganta. —La quiero mucho.
—Es algo mutuo. Realmente no esconde bien sus emociones— rió el Padre Pete.
Rourke respiró. —Nunca he hablado de mi trabajo con nadie—, dijo. Dudó.
—En algún momento, después de la ceremonia, me gustaría hablar con usted.
Los ojos del sacerdote eran sabios y amables. —Estaré encantado de escuchar lo
que quiera decirme

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Rourke sonrió. —Tal vez es hora de que haga algunos cambios en mi vida, además
de llevar un anillo de matrimonio—, respondió. —La vida está llena de sorpresas.
—Sí.

***

—¿De qué estabas hablando con el Padre Pete?—, preguntó Tat suavemente cuando
estaban fuera de nuevo, al calor del sol.
—De cosas privadas—, reflexionó, sonriéndole. Entrelazó sus dedos con los de ella.
—Te las diré algún día.
—Está bien. No te presionaré.
Exhaló un largo suspiro. —No creo que jamás haya sido tan feliz en toda mi vida,
Tat,— dijo. Él frunció los labios. —Eso me recuerda algo.— Sacó su teléfono celular, la
atrajo hacia sí e hizo un selfie de los dos con las cabezas juntas, sonrientes. Él la miró, hizo
otro y asintió.
Puso una leyenda bajo la foto: ¡¿Adivina quiénes se casan? ! Y se la envió a K.C. en
África, y Jake Blair y Micah Steele en Jacobsville, Texas.

***

Esa noche ella estaba todavía algo incómoda. Pero él la convenció para que se
quitara la ropa, se quitó la suya y se metieron en la cama con las luces apagadas.
Se movió inquieto.
—Lo siento,— susurró ella, su boca contra su hombro. —Si... si quieres, estará
bien...
La risa salió de lo más profundo de su garganta y rodó sobre su costado para besar
sus preocupados ojos. —Yo también estoy dolorido—, susurró.
Ella contuvo el aliento. —¿Los hombres están doloridos?
—Tú eras virgen, mi amor—, murmuró contra sus labios suaves. —¿Había una
barrera...?
Se aclaró la garganta. —Sí.
Todo su cuerpo se estremeció. —Sentí que se rompía. Y Dios, en toda mi vida, nada
fue tan emocionante como eso, sentir tu virginidad, empujar para pasarla... —Él bajó la
boca, ávida, hacia la de la de ella. —Esperaste por mí—, se atragantó.
—¡Casi no podía creerlo!

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Sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello y se apretó contra él, amando la
reacción inmediata de su poderoso cuerpo desnudo. —No podía soportar que otro hombre
me tocara, no después de ti—, confesó con voz ronca. —Con diecisiete años y
comprometida de por vida con un hombre que yo pensaba que me odiaba.
Sus brazos se contrajeron, atrayéndola más cerca. El abrazo era casi doloroso.
—Nunca te odié, cariño—, susurró.— Fue al revés. Pero cuando pensaba que había
lazos de sangre entre nosotros... — Gimió y la besó con avidez. —Entré en tiroteos, acepté
las misiones más peligrosas que pude encontrar, esperaba morir.— Su boca se deslizó en su
cálida garganta. —Y no podía. El tormento continuó, año tras año y tras año.
—Para mí también.— Respiró temblorosamente. —Nunca entendí por qué. Me
dolió, mucho.
Le alisó el pelo. Una delgada mano fue por la espalda, deleitándose con la sedosa
piel, saboreando su cálida perfección. —Tu cuerpo es absolutamente perfecto—, susurró.
Te veo en la televisión, en los bailes de la embajada o en la recaudación de fondos. Una vez
cuando eras la anfitriona en un homenaje en el Centro Kennedy. Apenas podía apartar la
vista de ti y me odiaba por lo que sentía. Pensé que tenía que haber algo antinatural en mí.
Ella enterró la cara en su cuello. —Si tan sólo me lo hubieras dicho.
—Debería hacerlo—, confesó por primera vez. —Si hubiera sido honesto, si
hubiéramos hablado las cosas abiertamente, podrías no haber estado tan traumatizada. Tal
vez podría haber encontrado el amor en otro hombre, en alguien que no te hubiera hecho
daño tanto—.
Sus brazos se apretaron alrededor de su cuello. —Eso nunca habría sucedido,
Stanton,— susurró en su garganta. —Nunca hubiera podido dejar que otro hombre me
tocara. Nunca.
Su cuerpo vibraba. Él gimió duramente cuando encontró su boca y la besó hasta que
el dolor finalmente le detuvo. La mantuvo muy cerca, en un abrazo pesimista, con los
brazos apretados alrededor de ella. Él gimió.
—Lo siento...—, comenzó.
—Agárrate fuerte—, susurró. —Es una manera de lidiar con el deseo insatisfecho.
Lo leí en un libro.
Exhaló el aliento. —¿En un libro?
Sus manos le acariciaron la espalda. —He tenido práctica en sofocar mis
sentimientos—, se rió entre dientes. —He coqueteado con otras mujeres, las invité a salir,
jugueteé con ellas... incluso bailé. Pero al final de la noche, yo las dejé en su puerta. —Sus
brazos se contrajeron.
—Es un infierno, ¿no es así amando a una sola persona que piensas que nunca
podrás tener?
—Sí.
Él respiró. —La diferencia es que yo había tenido relaciones sexuales. Sabía lo que

86
se sentía en la cama. Era peor, sabía lo que sentía por ti y que no podía satisfacerlo.
Sus dedos giraban alrededor del pelo de la nuca. —Yo no lo habría entendido hasta
hace un par de días.
—Y ahora lo haces—, susurró.
—Oh, sí—, dijo con voz ronca. —Es como... comer patatas fritas.— Se rió
suavemente cuando él se rió entre dientes. —Bueno, ya sabes lo que quiero decir.
—En realidad lo sé. Quieres comerlas todo el tiempo.
—Yo también quiero,— gimió ella. —¡Y no puedo hacer nada al respecto!
—¿Tú crees?
Oyó la diversión en su voz profunda mientras la movía y de repente bajó la boca
ávidamente a uno de sus pequeños pechos, succionándolo.
Ella subió como un cohete. Oyó sus gritos de éxtasis, incluso antes de sentir que su
cuerpo se estremecía por el éxtasis debajo de él. Todavía se reía cuando la sintió relajarse.
—Nada me emociona más que eso—, susurró con desenfado en su oído. —Que
pueda satisfacerte succionando tu bonito pecho. No sabes cómo me halaga.
—Pero tú... no tienes nada,— susurró ella.
Se aclaró la garganta. —Mi fuente de satisfacción está en un solo lugar—, confesó
con una risa seca. —Y ese dolor más bien se opone a que alguien me toque, incluso con las
mejores intenciones.
Ella lo besó en el cuello. —Siento lo mismo.
—No es necesario sentirlo, querida. En pocos días, los dos estaremos de vuelta a la
normalidad —, dijo en voz baja.
—Sí.— Sus dedos corrieron sobre su pecho suavizando el vello. Sintió la correa del
parche del ojo y la retiró con cuidado, arrojándola sobre la mesa de noche. —¿Por qué te lo
pones en la cama?—, susurró. —Me encanta besarte ahí, donde están las cicatrices.— Ella
hizo eso, sintiendo el temblor que lo atravesaba.
—¿Por qué?— dijo con esfuerzo. Los besos afectaban poderosamente a un hombre
que había sido muy sensible acerca de la pérdida del ojo durante años.
—Debido a que usted se lesionó, mi amor, y cuando hago esto — besó la larga
cicatriz que iba desde la frente casi hasta el pómulo través de la herida —se siente como si
estuviera besando mejor.
Él gimió y la abrazó.
—Te amaré todos los días del resto de mi vida—, susurró soñolienta. —Nunca te
dejaré, no importa lo que pase.
—Te amaré en igual medida,— prometió. Se llevó su mano a la boca y besó el
anillo de compromiso de su madre de su dedo.
—¿Dónde vamos a vivir, nena?

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Se relajó contra él. —Me gustaría vivir en Nairobi,— dijo simplemente. Sonrió
contra su mejilla.
—Me gusta tu león.
Él rió. —A Lou le gustas también. Él no es amigable con la mayoría de la gente—.
Se alisó sobre su espalda. —Pero cuando los niños empiecen a llegar tendría que trasladarlo
fuera del complejo donde está la casa. No voy a correr riesgos con nuestros hijos.
—¿Hijos, plural?—, se burló, besando su cuello.
—Quiero varios. ¿Tú qué piensas?
Ella se acercó y lo besó en la cincelada boca. —Yo también—, murmuró. —Es muy
divertido intentar hacerlos—, confesó con una tímida sonrisa.
—Pienso lo mismo, estaba demasiado ansioso para practicar todo mi repertorio
contigo—, susurró con malicia.
Se quedó sin aliento. —Se queda una pasmada.
—Todo va a aturdirte cuando los dos estemos de vuelta a la normalidad—,
prometió. —Estaré una hora provocándote antes de tomarte la próxima vez—, susurró. —Y
cuando tengas el orgasmo, tendremos que asegurarnos de que las ventanas están cerradas.
Porque se te escuchará hasta en el centro de Manaus.
Se estremeció. —¡Eres un sinvergüenza!
—Cuenta con eso.
Ella acarició su hombro. —¿Puedes enseñarme a hacer eso para ti?
—Cariño—, susurró, atrayéndola más cerca, —Te enseñaré todo lo que necesites
saber. Y me deleitaré con las lecciones. Eres mi tesoro. Mi alma—.
Ella cerró los ojos. —Te amo.
La besó en la frente. —Te amo.
Ella suspiró y sonrió.

***

Los días siguientes transcurrieron en un caliente apuro. Clarisse aún estaba


incómoda, por lo que habían pasado el tiempo hablando, besándose y recordando el pasado.
Llegaron a conocerse de la manera más íntima. Faltaban dos días para la boda. Y luego
todo se fue al infierno. Rourke respondió a su teléfono celular, maldecido virulentamente
en africano mientras escuchaba a la persona que llamaba, dio respuestas cortantes, vaciló y
protestó y, por último, estuvo de acuerdo.
—¿Qué pasa?—, preguntó Clarisse. Estaban sentados en la mesa de la cocina,
tomando café.

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Su rostro estaba más rígido de lo que lo había visto recientemente. Se sirvió otra
taza, calentó la de ella y se dejó caer en la silla frente a ella. —Te dije que habíamos
establecido vigilancia en una red internacional de secuestro, ¿no?
Ella asintió.
—Es mi operación. Prometí que me quedaría en ella hasta el final. Las cosas habían
quedado en silencio durante meses, pero ahora el autor está en movimiento. Está en
Argelia.— Sus labios formaron una línea recta. —Soy el único operativo que tenemos que
ha estado involucrado en este caso desde el principio.
—Me tengo que ir. Es mi trabajo.
Ella nunca se había enterado de lo que hacía para la agencia. Él no se lo diría.
Podría haberlo heredado de K.C. también. Rourke era hermético sobre esas cosas.
—¿Me estás... dejando?— vaciló. —¡Pero la boda es en dos días...!— Se sentía tan
herida porque estaba poniendo su trabajo por delante de su vida juntos... ¡Podría ser
asesinado!
—Lo sé.— Él buscó sus preocupados ojos y frunció el ceño. —Tat, créeme, si
hubiera alguna otra manera, no me iría. He estado en este caso durante más de un año. Este
hombre... — Sus dientes se apretaron. —Viste algunas de las cosas que pasaron en Ngawa.
Créeme cuando te digo que este hombre es capaz de peores atrocidades de lo que nunca
hubieras soñado que podrían existir. Muchas de ellas incluyen a niños pequeños, hechos
rehenes y torturados debido a lo que sabían sus padres.— Todo su rostro se contrajo cuando
la vio palidecer. —No puedo dejarlo suelto a causa de mi vida personal. Te amo. Quiero
casarme contigo. Pero tengo que irme por la mañana. Hablaremos con el Padre Pete. Es
sólo un aplazamiento, mi amor —, añadió, cerrando los dedos con los suyos.
—Eso es todo. Sólo un aplazamiento.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Ella sabía el tipo de trabajo en el que Rourke
estaba involucrado, porque había estado en Barrera cuando comenzó la ofensiva.
—Podrías morir—, se atragantó.
Se levantó y la tomó en sus brazos. —Tengo todas las razones del mundo para
querer vivir ahora—, susurró al oído. —Tendremos una boda, una de verdad. Usarás ese
precioso vestido y caminarás por el pasillo hacia mí. Deslizaré otro anillo en tu dedo—
besó el que ella llevaba ahora —y tendremos una luna de miel en algún lugar exótico.— Se
rió en voz baja.
—Te violaré—, amenazó simulando un sensual gruñido.
Ella se apretó más cerca de él, sus ojos se elevaron para mirar los suyos. Él era muy
precioso para ella, y entendía su dedicación. No podía dejarlo ir sin una noche más para
recordar.
—¿Todavía te duele?—, susurró, y se sonrojó.
—No—, dijo bajito. —¿Y a ti?
Ella negó con la cabeza. Mirándolo, bajó los tirantes de su vestido de verano sobre

89
los hombros y dejó que el vestido cayera. No llevaba nada debajo excepto unas braguitas de
encaje de color rosa. Sus pezones estaban erectos como pequeñas banderas.
Se estremeció sólo con verla. —Todo—, dijo entre dientes, sus ojos oscurecidos y
ansiosos sobre su cuerpo.
—Todo, Tat.
Estaba un poco avergonzada por ser tan evidente, pero se inclinó y se quitó las
bragas y luego se puso de pie, dejando que la viera.
—Ahora ven aquí,— dijo con voz aterciopelada. —Quítame la ropa.
Sus labios cayeron.
—Lo hiciste en Barrera la noche que estaba borracho—, susurró. —Quiero estar
sobrio y observar lo que haces.
Ella estaba en trance. Sacó botones de ojales, el cinturón de las trabillas y, por
último, tiró de las dos pretinas y los bajó.
Él era magnífico. Aún más magnífico de lo que había estado esa noche en Barrera.
Le quitaba la respiración solo con mirarlo.
Se quitó los zapatos, la levantó y regresó a la habitación, colocándola con cuidado
sobre la colcha. Se puso de pie sobre ella, temblando un poco por el deseo, y su ojo se la
comió de pies a cabeza. Tenía la piel de color rosa, seda y cremosidad. Sus levantados
pequeños pechos estaban muy bien formados, los pezones de color rosa y erectos. Su
cuerpo se movía sobre la colcha mientras él la miraba, y disfrutó del deseo que leyó en su
rostro.
Se acomodó a su lado. Su boca bajó a su cuerpo como si fueran dedos, tocando,
probando. Le separó sus largas piernas separadas y sus labios presionaron el interior de sus
muslos. Ella gimió con fuerza.
Él rió. —Se pone mejor—, susurró.
Tocó y saboreó, la exploró como si fuera porcelana fina. Ella sintió su boca
recorriendo arriba y abajo sobre su espalda, mientras sus manos hacían magia en sus
pechos. Ella se arqueó para darles un mejor acceso, mientras su boca se alimentaba de su
suave piel.
Sintió la presión de su cuerpo musculoso en la espalda mientras le daba lentamente
la vuelta para que ella quedara a su lado, frente a él.
Su expresión mostraba que estaba maravillado. Le tocó la cara, los altos pómulos, la
boca, con sólo la punta de los dedos.
—Nunca pensé... que podría ser así—, musitó ella, tiritando ante la lenta seducción
de su toque.
—Yo sabía que lo sería—, susurró mientras se inclinaba para rozarle la boca con
amor con sus labios cálidos y suaves. —Por eso era tal infierno. Deseándote, sin esperanza
de alivio —, dijo con voz ronca. Su mandíbula se tensó mientras se movía hacia atrás, sólo

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lo suficiente para ver la larga y seductora curva de su cuerpo junto al suyo en la cama. —Ni
siquiera podía tocarte...— Su voz se quebró. Se acercó más, rodando suavemente sobre su
espalda. —Pero soñaba con esto—, dijo. —Sufría por esto. Estaba maldito por soñar—. Su
boca se movió con anhelo contra la de ella. —Y ahora, los sueños son reales, Tat.
—¡Reales!
Su boca corría por su cuerpo, posesiva y lenta, despertando aún más la sensibilidad
de sus pechos, en su plano vientre. Sus manos la tocaron de nuevo y despertaron tal pasión
que ella gritó y le rogó que acabara.
—Despacio,— susurró mientras se apalancaba encima de ella, entre sus piernas
largas y suaves. —Poco a poco, Tat. Haz que dure...
Los brazos de ella rodearon su cuello y observó su rostro mientras la tocaba,
dejándole ver sus respuestas, haciéndole ver sus gemidos de dolor mientras prometía y
prometía, pero retrocedía una y otra vez.
Se arqueaba hacia él, todo su cuerpo una súplica silenciosa para aliviar la angustia
del deseo. Su cara estaba enrojecida, los ojos abiertos y salvajes. Estaba temblando.
—Sí—, susurró. Su mano se movió hacia abajo y la colocó. —Mira lo que sucede
—, dijo en voz baja, dirigiendo sus ojos hasta la lenta posesión, desesperadamente lenta
para ella.
Ella contuvo la respiración y gimió con tanta dureza que él se estremeció.
—Poco a poco,— susurró. Se movió contra su suavidad, sus caderas avanzando,
retirándose, llenándola con su crecimiento e inflamación hasta que se quedó sin aliento de
nuevo y lo miró con débil aprensión.
—Puedes tomarme, amor,— susurró, consciente de su propia potencia. —Estoy más
excitado de lo jamás he estado. Pero encajaré en ti.— Se movió lentamente y se estremeció,
sus dientes crujiendo. —Encajo en ti, Tat, yo... encajo en ti... ¡como un guante...!
Con cada profundización, con cada brusco movimiento, la estaba levantando
completamente fuera de este mundo y entrando en uno que ninguno de los dos ni siquiera
había tocado.
—¡Stanton!— gritó ella, estremeciéndose cuando la sensación creció tan
rápidamente, tan urgentemente, que se movió violentamente con él, su cuerpo le suplicaba,
con la boca abierta cuando las sensaciones subieron hasta que pensó que podría explotar.
—Sí—, le mordió cuando vio su rostro, sintiendo las bruscas contracciones en torno
a esa parte de él que era descaradamente masculina. Lanzó una maldición y se fue con ella,
sus manos agarrando la almohada a ambos lados de la agitada cabeza, sus caderas
moviéndose como pistones, el sonido de sus cuerpos tensos y los resortes de la cama
sonando en el silencio de la habitación climatizada.
—Ahora—, clamó. —Ahora, ahora, ¡Oh, Dios, ahora...!
Ella jadeó y se estremeció cuando el calor la cubrió como una ola de puro placer no
adulterado, fundido, caliente y dulce. Se convulsionó bajo su media-mirada. Se fue con ella,

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estremeciéndose, arqueándose, temblando cuando tuvo el clímax más explosivo de toda su
vida.
Ella estaba sollozando. Era tan dulce, tan dulce, tan dulce, y ¡luego se iría...!
—No,— lloró, aferrándose a él. —¡No, no, no...!
Se estremeció una vez más, recogiendo las últimas gotas plateadas de placer
mientras su cuerpo comenzaba, por último, a relajarse aún en un húmedo movimiento.
—Stanton—, sollozo.
—Shhhh—, susurró, su voz entrecortada mientras se esforzaba por respirar.
—Shhhh. Todo saldrá bien. Confía en mí. —
Se movió de nuevo, muy lentamente, observando su rostro. Ella estaba tan sensible
ahora que podía satisfacerla sólo con unas cuantas suaves embestidas. Ella se estremeció,
con los ojos muy abiertos, congelados por el placer. Lo hizo de nuevo, sonriendo.
—Te gusta... mirarme—, susurró.
—Sí.— Él se movió de nuevo, muy lentamente, y su ojo bueno estaba sobre su
rostro, viendo como el placer la tomaba una vez más. —Me encanta verte. Me encanta ver
tu placer y saber que soy la causa de ello. Estás hermosa así,— susurró.
—Mi Tat, dulce, suave y temblorosa en el orgasmo.
—Te vi...,— se agitó cuando la llevó al orgasmo una última vez.
Él sonrió con ternura. —Lo sé. Por eso me fui como un cohete —, se rió en voz
baja.
—Me excita.
Ella comenzó a relajarse, con un último escalofrío. —Tú no sientes tanto como lo
hago yo,— vaciló, tratando de hacerle entender.
Le besó los párpados cerrados. —Siento una vez. El cuerpo de una mujer es capaz
de infinitas satisfacciones. Algunos hombres pueden estar toda la noche. Me gustaría ser
uno de ellos. Te desgastaría desde el atardecer hasta el amanecer cada noche de mi vida.
Ella le tocó la boca suavemente. —Yo sólo quise decir que deseaba que pudieras
sentir de la misma manera, que tuvieras más de un gusto...
Él se echó a reír. —¿Más de un gusto? Dios mío, me he escurrido totalmente con el
orgasmo más explosivo de toda mi vida, ¿y crees que era sólo un gusto?—, exclamó.

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Capítulo 7

Pero has tenido muchas mujeres—, dijo ella, ruborizándose un poco mientras lo
decía.
Estaba inclinado sobre ella, apoyado en un codo, su cuerpo aún completamente
unido al suyo. Él sonrió. —Hace mucho tiempo, mi amor—, dijo en voz baja. —Antes de
aquel memorable día de Nochebuena. Lo que hice contigo fue relativamente inocente, pero
nunca había sentido las sensaciones que provocaste en mí.
—Yo no sabía nada.
Él se rió entre dientes. —Eso es lo que lo hizo tan emocionante. Entonces y ahora
—, dijo, moviendo sus caderas sensualmente.
Ella gimió suavemente y levantó sus caderas también.
Se inclinó hacia su suave boca. —¿Quieres más caramelos?—, susurró, y se trasladó
de nuevo.
Sus uñas se clavaron en la parte baja de su espalda mientras empezaba a moverse en
ella. Colocó sus piernas alrededor de él y se puso rígido de repente.
Ella supo por qué. Sus ojos se abrieron con fascinación. —Tú has dicho... bueno,
dijiste,— vaciló, —¿que sólo podrías hacerlo una vez...?
Sintió la hinchazón floreciente en su interior. Se estremeció. —Eso nunca ha pasado
antes—, susurró, buscando sus ojos.
Ella se quedó sin aliento mientras se movía de nuevo.
—Lo quiero más profundo esta vez—, dijo con voz ronca. —Más fuerte. Más rudo.
— Había un salvajismo en él que nunca lo vió.
—¿Tienes miedo?
Ella negó con la cabeza lentamente de un lado a otro, excitada por la expresión de
su cara.
Cogió una almohada con una musculosa mano. —Álzate, cariño.
Ella lo hizo. Puso la almohada debajo de sus caderas, inclinándola.
—No tengo intención de hacerte daño—, susurró. —Si lo hago, o si te asusto, me lo
dices enseguida.
—¿Lo entiendes?
—Sí.— Sus ojos azules brillaban de emoción. —¿Qué vas a hacer conmigo?
—Voy a violarte, mi dulzura—, susurró, y se rió como un diablo.

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—¿Cómo?—, bromeó.
Él la empujó sobre la cama, sujetando sus manos sobre su cabeza, y se movió
violentamente contra ella.
—¡Como... esto...!

***

No pasó mucho tiempo. Él estaba muy excitado, y ella fue inmediatamente


receptiva a la desconocida violencia de su posesión. Pero incluso entonces, no le dolía. Fue
rudo y ansioso, y se rió con deleite puro cuando ella envolvió sus largas piernas alrededor
de sus caderas y le retó a hacerlo más fuerte, más profundo, más rápido.
Se rió cuando se cayó por el borde del mundo con ella, estremeciéndose a un clímax
que la sacudió, movió él, sacudió la cama. Él gritó, casi con angustia con el placer. Bajo él,
ella jadeaba, también, pidiendo más, más, ¡más...!
La satisfizo una y otra vez, rodando de un lado de la cama a otro con su cuerpo
unido íntimamente con el de ella. Una última contracción los capturó a los dos juntos en
una retorcida contorsión, calientes de satisfacción que los dejó mojados de sudor y
jadeando mientras se estremecían y se estremecían y, por último, relajados.
—Dios mío,— susurró.
—Pensé que podría asustarte el que lo hiciera de forma violenta—, reflexionó, y
luego se rió. —¡Gato salvaje! ¡Me arañaste! —
—Y te mordí también—, dijo, haciendo una mueca al ver las marcas que había
dejado en su hombro.
—¡Qué experiencia!—, dijo con voz ronca, sacudiendo la cabeza. —He revisado
todo lo que recuerdo de mi juventud y ahora lo estoy completando para hacerlo a medida
que avancemos—, se rió. —Nos enseñaremos mutuamente a darnos placer, Tat—, explicó
cuando ella hizo una valoración curiosa.
—Los hombres no nacen sabiendo qué hacer, y cada mujer es diferente.
—Diferente, ¿cómo?—, Preguntó ella con verdadera curiosidad.
Levantó una ceja y le dirigió una sensual mirada.
—Vamos—, bromeó. —Quiero saberlo.
Él la atrajo a su lado y la envolvió en sus brazos con un largo suspiro. —Bueno. Las
mujeres son sensibles en diferentes áreas de su cuerpo. Incluso conocí a una mujer una vez
cuya zona erótica era el cuello.
—¿En serio?
Notó los débiles celos que no pudo ocultar. —Fue antes de que te tocara—, dijo en
voz baja.

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—Trata de mantener eso en tu mente, ¿de acuerdo?
—Lo siento.
La besó en la nariz. —Otras mujeres son sensibles aquí, como tú.— Tocó su pecho
y observó el pico del pezón al instante, a pesar de que estaba somnolienta por la
satisfacción.
Ella contuvo el aliento.
—Es bueno saber que puedo excitarte incluso cuando estás saciada, mi amor—,
susurró, frotando el dedo índice sobre la pequeña dureza.
Ella inclinó la cabeza hacia él. —No lo entiendo.
Sus cejas se arquearon. —¿No sabes por qué tus pezones se ponen tan duros?
Ella se movió. —Bueno... supongo que realmente no lo sé.
—El cuerpo de una mujer muestra el deseo de una manera diferente que lo hace el
del hombre—, explicó con suavidad. —El tuyo es visible aquí.— Tocó su pecho
ligeramente. —Eso es lo que sucedió aquel lejano día de Nochebuena. Te miré y tus
pezones se pusieron duros bajo aquel ceñido vestido. Sabía que me deseabas antes de que te
tocara.
—Oh!
Se rió en voz baja. —Tienes unos hermosos senos, Tat—, dijo, mirando con
tranquilo deleite. —Me encanta besarlos.— Trazó uno y su rostro se quedó pensativo, casi
sombrío.
—¿Qué estás pensando?—, preguntó.
—Estaba pensando en el bebé que tenía en brazos en Ngawa,— dijo en voz baja. —
Y preguntándome cómo sería amamantar al nuestro.
Se quedó sin aliento.
La miró a los ojos. —¿Le amamantarás?
Estaba tan atragantada por la sensación de que sólo pudo asentir.
Le quitó el despeinado pelo rubio de su rostro. —Espero que hayamos hecho un
bebé, Tat,— dijo suavemente.
—Quiero uno con todo mi corazón.
—Yo... yo también— Las lágrimas corrían por sus mejillas.
Él se las quitó a besos. —Todo va a estar bien—, le prometió. —Sólo voy a estar
fuera unos días, una semana o dos a lo sumo. Cuando vuelva, nos casaremos
inmediatamente.
Ella se apretó contra él, temblando. —Moriré si algo te sucede. —Lo digo en serio.
La abrazó, cerrando los ojos mientras besaba su suave garganta. —Nada va a
suceder. Ahora no. Tenemos una larga y feliz vida por delante de nosotros.— Él levantó la

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cabeza. —Voy a tener que hacer algunos cambios—, añadió, al ver el silencioso terror en
su rostro.
—No te preocuparé con algo como esto otra vez. Lo juro.
Trazó las duras y queridas líneas de su rostro. —Tú eres mi vida entera, Stanton,—
susurró ella, con los labios temblorosos.
—¡No puedo perderte otra vez...!
Su boca machacó la de ella. —No lo harás—, dijo con voz ronca.
—Nunca me vas a perder. —¡Nunca!
La abrazó apretadamente y la mantuvo así hasta que el miedo se calmó. Pero
todavía estaba allí, enrollado en su corazón como una serpiente herida, a la espera de
desprenderse. Nunca antes había tenido premoniciones, pero tenía miedo de que se fuera. Y
ella no podía hacer nada para detenerlo.

***

Él estaba preparado y vestido cuando ella se despertó a la mañana siguiente, su


sueño perturbado por los sonidos de los movimientos.
Levantó la vista. Tenía su maleta lista y estaba de pie sobre ella, llevaba pantalones
de color caqui, luciendo tan sexy que le cortó la respiración de sólo verlo.
—Eres mala para mi ego—, reflexionó, sentándose a un lado para quitar la colcha y
poder mirar su hermoso cuerpo desnudo. —Me harás pavonearme si sigues mirándome de
esa manera.
—Eres muy hermoso—, se rió, pero tenía un sonido hueco.
—No como tú, dulzura,— susurró. Se inclinó y puso su boca sobre su suave pecho,
su lengua trabajando con ternura en el pezón. Levantó la cabeza y sonrió al ver su
expresión absorta.
—No mirarás a otras mujeres—, dijo con firmeza, y sus ojos brillaron. —Tú
perteneces ya a alguien.
—Te pertenezco a ti, mi amor—, dijo con voz ronca. Sus dedos tocaron su hermoso
rostro como si quisieran memorizarlo. —Y tú me perteneces. Cuando Carvajal regrese, le
dices eso —, añadió con un destello de celos en sus ojos de color marrón claro.
Ella sonrió perezosamente. —Él lo sabrá con sólo mirarme. No puedo ocultar lo que
siento. Nunca pude.
Se inclinó y rozó sus labios con ternura, y luego no con tanta ternura, con pasión,
ansia y remordimiento.
Se levantó de inmediato, antes de que pudiera tentarlo de nuevo. —Tengo que irme.
Esta no es mi decisión, o mi elección. Si lo fuera, no podría ser sacado aquí ni con cuerdas.

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—Lo sé.
Su ojo se extendió a lo largo de ella y se estremeció. —No tardará mucho. No, si
consigo llevar a alguien más para adiestrarlo. Este es el último trabajo de este tipo que
aceptaré.
—¿Me puedes llamar?—, Preguntó. —¿Puedo llamarte?
Él sonrió. —Te puedo llamar. Voy a tener que hacerlo en secreto, así que no
podremos charlar mucho. Pero estaremos en contacto.
—Está bien.
Dio en un largo suspiro. —Mejor me voy ahora, mientras pueda. Te amo—, agregó
secamente.
—Nunca olvides, pase lo que pase, ¿me oyes, Tat?
—Te oigo. Te amo también.
Sus ojos la recorrieron por última vez. Tenía una sensación de tanta tristeza que casi
cae de rodillas, como si supiera que algo trágico le esperaba, pero no sabía qué.
—Nos vemos, Tat.
Cogió su equipo y salió por la puerta, cerrándola detrás de él. No miró hacia atrás.
Clarisse esperó hasta que oyó arrancar y alejarse el coche de alquiler antes de dejar que
calientes lágrimas corrieran por su rostro.

***

El primer día sin él fue como darse golpes con la cabeza contra un muro de piedra.
No podía pararse en ningún sitio. Trató de ver la televisión, pero no podía soportar la idea
de sentarse. Cocinó, pero no pudo comer. Caminó cerca de la casa, envolviéndose con los
brazos apretados alrededor de ella, ahogándose en recuerdos tan dulces que le produjeron
dolor.
Justo cuando pensaba que la soledad realmente podría matarla, un coche se acercó.
Ella sabía que no era Rourke, pero corrió hacia la puerta.
Peg Grange se bajó de su limusina y corrió hacia Clarisse, con los brazos abiertos.
—¡Hola!—, exclamó. —¿Creías que te había olvidado?
Clarisse la abrazó y la abrazó. —¡Oh, estoy tan contenta de verte!—, exclamó. —
Rourke se ha ido a una misión y tengo miedo de que muera...
Los ojos de Peg se agrandaron. —¿Rourke...?
Clarisse le tendió la mano izquierda y se sonrojó. —Fue de su madre. Estamos
comprometidos. Se suponía que íbamos a casarnos mañana, pero recibió una llamada de
teléfono y se le pidió que fuera a alguna parte a ayudar. Él era la única persona que podía ir.

97
—Estas comprometida. Con Rourke.— Peg todavía estaba tratando de digerirlo.
—¡Pero si él te odia...!
Los ojos de Clarisse estaban llenos de asombro. —Pensaba que estábamos
emparentados— dijo ella. —Alguien le dijo que lo estábamos. Pero se enteró de la verdad y
vino a buscarme.— Se sonrojó. —Todavía no me lo puedo creer. Él me ama. Quiere tener
hijos conmigo.
—Ahora muchas cosas se aclaran,— Peg rió suavemente. —No podía entender la
forma en que estaba contigo cuando estuvieron invadiendo Barrera. Te miraba como si
fueras su mayor tesoro. Era un salvaje cuando supo que te habían herido. Recuerdo que ni
siquiera miró a nadie cuando llegó al campamento, se dirigió directamente hacia ti.— Ella
suspiró. —Winslow estaba allí cuando el hombre que te torturó salió rodando por las
escaleras de la sede del general. Dijo que nunca había visto a Rourke así. Estaba empeñado
en vengarte.— Sonrió.
—Ahora tiene sentido. Él te amaba.
—No puedo imaginarme quién le podría haber dicho una cosa así—, confesó. —Al
principio pensé que tal vez K.C. lo hizo, pero K.C. me gusta...
—Lo importante es que está arreglado ahora—, dijo Peg.
Clarisse estaba mirando fijamente el estómago de la otra mujer.
—Sí—, se rió Peg. —Estoy embarazada. ¡Los dos estamos muy contentos y felices!
No me importa cuál es el sexo del bebé, ¡estoy tan feliz!
—Estoy feliz por ti. Espero mucho estar pronto en una condición similar. ¿Quieres
un poco de descafeinado? —, añadió con una sonrisa.
—¡Me gustaría!

***

Clarisse la llevó a la casa y se sentaron a hablar durante mucho tiempo, repasando la


trayectoria increíble que ambas habían llevado desde la miseria a la felicidad.
—En realidad me siguió hasta aquí desde Barrera,— Clarisse suspiró, sonriendo. —
Estaba segura de que sólo estaba empeñado en la conquista. Ya sabes, la mujer a la que
quería y no podía tener. Pero no fue así en absoluto.
—Ella se sonrojó y bajó los ojos. —Las cosas... se fueron de control.
—Te vas a casar,— respondió Peg calurosamente. —Realmente no importa, ¿no?
Los dos queréis un bebé.
—Yo lo deseo muchísimo. Sólo desearía que hubieran esperado unos cuantos días
más antes de llamarlo de vuelta al trabajo.
—¿Para quién trabaja?—, preguntó Peg.

98
Clarisse negó con la cabeza. —Nunca lo he sabido. Hizo algunos trabajos de
inteligencia para K.C. en el pasado, pero creo que está trabajando para alguien más ahora.
Nunca habla de ello.
—Es material clasificado, imagino—, dijo Peg. —El hijo del general Machado,
Rick Márquez, está casado con la hija del jefe de la CIA. Sabemos algo respecto a
clasificados.
—sonrió.
—¿Cómo está tu padre?—, Preguntó Clarisse. —Nos enteramos de que Winslow y
tú estabais en los Estados Unidos...
—Se pondrá bien—, dijo. —Fue su vesícula biliar. Tuvieron que operarlo. Tenía
algunos ataques muy malos hasta que supieron que los estaba causando. No me di cuenta
de lo grave que podría ser.
—Me alegra que pronto estará bien. La entrega de premios fue muy agradable.
Todos tuvimos medallas.
—El general nos envió las nuestras—, se rió. —Las estamos enmarcando. Algo para
presumir con nuestros hijos cuando tengan la edad suficiente.
—La vida es divertida—, dijo Clarisse calurosamente.
—De hecho, lo es.

***

Los días pasaban lentamente después de la visita. Clarisse fue de compras, hizo el
trabajo doméstico, trabajaba en su jardín de flores. Pero sobre todo añoraba a Rourke.
La llamaba por teléfono todas las noches, aunque las conversaciones eran
necesariamente breves.
—¿Me echas de menos?—, bromeó durante la última llamada.
—Tanto que me sale urticaria—, se rió. —¿Cuándo vendrás a casa?
—A casa—. Había una sonrisa en su voz profunda. —Donde quiera que estés será
mi casa, Tat. Te extraño mucho.
—Yo también te extraño.
—Entonces, ¿estás embarazada ya?—, preguntó con malicia.
—No lo sé—, se rió.
—Si no es así, no por mí—, murmuró secamente. —Tengo muchas ganas de tener
un hijo propio.
—Yo también.
—Lo vamos a mimar muchísimo.

99
—Lo sé.
—Me gustaría que pudiéramos... Espera un segundo.— Cubrió el micrófono con
una mano grande, y se oyó una conversación susurrada. —¡Maldita Sea! Ha dejado el país.
Se dirige a un determinado país del Medio Oriente que no me atrevo a nombrar, y tenemos
que hacer las maletas e ir tras él. Escucha, cariño, te llamaré en cuanto pueda, ¿vale?
—Bien. ¡Por favor, ten cuidado!
—Lo haré. Lo prometo. Te amo.
—Yo te amo también.
La línea se cortó.Colgó y miró el teléfono.
—¡Maldición!—, dijo con fervor.

***

La semana se convirtió en semanas. Habló con Rourke una vez más, una lacónica
conversación que tenía un trasfondo de rabia y exasperación por el rumbo que el proyecto
estaba llevando. Prometió llamarla de nuevo tan pronto como pudiera, pero estaban
obligados a mantener la radio en silencio los próximos días. Estaría bien, prometió. Estaba
seguro y no estaba corriendo riesgos. Estaría en casa, muy pronto.
Ella quería creerle, pero el rápido trabajo parecía estar convirtiéndose en una
profesión. Hubiera querido decirle durante su última conversación que tenía que darse
prisa. Estaba vomitando por las mañanas y su cintura estaba aumentando. Estaba casi
segura de que estaba embarazada.

***

En medio de su preocupación, Ruy Carvajal regresó de Argentina. En el momento


en que la vio, estuvo preocupado.
—Has perdido peso—, exclamó. —Y te ves... horrible. Perdóname...
Ella esbozó una sonrisa. —Estoy embarazada, Ruy, eso es todo.— Levantó su anillo
de compromiso. —Se suponía que íbamos a casarnos antes de que Rourke se fuera a un
trabajo en el extranjero. Está intentando volver, pero el trabajo parece que se está haciendo
más complicado por momentos.
Frunció el ceño. —¿Estás segura de que tiene intención de casarse?—, preguntó con
suspicacia.
Ella estaba más segura que nunca. Hizo una mueca. —Este era el anillo de
compromiso de su madre,— dijo en voz baja, tocándolo. —Es la cosa más preciosa que
posee.

100
Él suspiró. —Entonces, tal vez lo juzgué mal.— Inclinó la cabeza y la miró,
sonriendo suavemente. —Bueno, si las cosas no salen bien, me casaré contigo y te ayudaré
a criar a su hijo—, dijo suavemente. —Es lo más cerca que jamás volveré a estar de tener
uno mío.— Su voz era triste.
—Si las cosas no salen bien—, dijo suavemente, —así será.
—Él sonrió.
—¿Cómo estuvo tu viaje?—, preguntó, para desviar su atención. —Voy a hacer café
y podrás contármelo todo.

***

Otras dos semanas más pasaron sin noticias de Rourke. Clarisse ni siquiera sabía
cómo comunicarse con él. Había intentado usar su número de teléfono de celular, el que
tenía, pero nunca fue contestada. En su desesperación, se puso en contacto con K.C. en
Nairobi.
—No, no he sabido nada de él tampoco—, respondió K.C. solemnemente. —Tengo
que confesar que estoy preocupado. No es propio de Rourke mantenerme en la oscuridad.
Tengo autorización para altos secretos. Incluso si no pudiera decirte lo que está pasando,
podría hablar conmigo. No he oído hablar de él en dos semanas.
—Oh, Dios.
—Él dijo que iban a casarse.
Ella rió. —Sí. Estoy usando el anillo de compromiso de su madre. Ni siquiera puedo
decirte lo feliz que estoy. Es como si todos los sueños que he tenido en mi vida se hicieran
realidad.
—¡Lo amo!
—No hay nada nuevo en eso, respondió. —Él siente exactamente lo mismo. Todo lo
que hablaba era sobre traerte a Barrera, hacer que lo escucharas, tenerte de nuevo en su
vida. Era como un pobre hombre que acababa de ganar la lotería—.
Ella sonrió ante esas palabras. —Ahora me siento mejor. Me preguntaba, ya sabe, si
tal vez había tenido otros pensamientos...
—El hombre que se fue de aquí para Barrera hace varias semanas no estaba
buscando la manera de salir de una relación, Clarisse,— se rió entre dientes.
—Supongo que no.
—¿Dónde vais a vivir?
—Yo sugerí Nairobi,— dijo ella. —Cuando los niños lleguen, sería bueno para ellos
tener al menos un abuelo cerca. No queda nadie de mi familia, ya lo sabes—.
Hubo una pausa. —Eso es muy agradable de tu parte. Me encantaría ser abuelo.

101
Estoy todavía en las primeras etapas de la paternidad. Me encanta —, dijo riendo. —
Siempre he sospechado que Rourke era mío, pero nunca tuve las agallas necesarias para
hacerme las pruebas. Yo lo deseaba demasiado.
—Él también. Siempre hablaba de ti.
—A veces—, dijo, —la vida es buena.
—A veces lo es. Si te enteras de algo, cualquier cosa...
—Ciertamente te llamaré—, respondió. —Y en el momento en que llegue a casa,
enviaré un avión a buscarte.
—Eso sería muy amable—, dijo.
—Vamos a tener un infierno de celebraciones—, dijo. —Una de bienvenida a casa y
la fiesta de compromiso, todo en uno.
—¡No puedo esperar!
Él se rió entre dientes. —Yo tampoco No debería tardar mucho más tiempo, sin
duda.
—Eso es lo que espero.
***

Pero Rourke no llamó. Clarisse tuvo un presentimiento para que no se fuera. Un


hombre tan apasionadamente involucrado con una mujer como Rourke lo estaba con ella no
dejaría de comunicarse. Ella ni siquiera consideró que pudiera haber otra mujer. Estaba tan
segura de los sentimientos de Rourke como lo estaba de los suyos. Pero ¿por qué no
llamaba? ¿Algo había salido mal? ¿Estaba lesionado, herido, tal vez muerto?
Ella se paseaba. Ruy había cocinado un buen guiso para ellos y la había engatusado
a comer algo de él. —Hay que parar esto—, dijo, preocupado. —Si no es por tu propio
bien, por el niño.
Ella hizo una mueca. Se había hecho la prueba de sangre, sin revelar a nadie quién
era el paciente. Estaba definitivamente embarazada. Eso la preocupaba, junto con la
preocupación por Rourke. Incluso en una ciudad del tamaño de Manaus, había muchas
personas que conocían a la familia de Clarisse y recordaría a su santa madre. Sería
incalificable que estuviera embarazada fuera del matrimonio. Ella nunca superaría la
desgracia.
—Escúchame—, dijo Ruy en voz baja, —si él no vuelve, nos casaremos con una
ceremonia civil—, agregó. —No será tan definitivo como si nos casáramos por la santa
iglesia. Si él vuelve, me haré a un lado. Pero no se puede esperar mucho tiempo más.
Estaba pálida y deprimida, pero le sonrió. —Querido Ruy,— dijo ella suavemente.
—Me gustaría poder cuidar de ti como tú lo haces de mí.
Se encogió de hombros. —Es así—, respondió con resignación. —Sólo te podría dar
una vida a medias, nunca un niño o una relación completa.— Sonrió con tristeza. —Pero

102
me honraría que la gente pensara que soy el padre de tu hijo, incluso si se trata de una
ficción. Es difícil llegar a mi edad entre las personas con las que tratamos, de tenerlos
preguntando por qué no me caso y tengo una familia propia. Estaríamos ayudándonos uno
al otro. Un matrimonio de amigos.
Ella extendió la mano y le tocó la oscura mano suavemente. —Si las cosas se ponen
peor, será un honor casarme contigo. Y te agradezco la amabilidad.
Colocó la mano sobre la de ella. —Pero tal vez ni siquiera será necesario—, dijo,
tratando de consolarla. —Seguramente sabrás de él pronto.
—Pido a Dios que sea así—, dijo. —Sólo que esté con vida—, agregó, sus ojos
azules parecían más oscuros por la preocupación. —Eso es todo lo que pido. Sólo que él
viva, ¡incluso si lo pierdo...!
Casi como en respuesta a la oración, el teléfono sonó, haciéndola saltar.
Ella corrió a cogerlo. —¿Sí?
Hubo una pausa. —Clarisse, soy K.C....
—¿Cómo está? ¿Está vivo? —, gritó.
Él respiró. —Sí. Está vivo. Lo están trayendo en avión a su casa de Nairobi. Estaba
afectado y no se pudo decidir durante unos días. Yo no lo sabía, o habríamos ido los dos a
verle a Alemania. Ya ves, no se sabía que tenía familia—, dijo entre dientes. —No he
hecho público hasta ahora que soy su padre, así que nadie fue notificado.
Parecía angustiada. Sus manos estaban frías alrededor del teléfono.
—¿Está... consciente?
—Está consciente. Pero... hay una complicación.
—¿Cuál?—, preguntó ella, su mente envolviéndose con todo tipo de horribles
complicaciones. ¿Había perdido una extremidad, la visión en el otro ojo...?
—Ha perdido la memoria—, dijo K.C. secamente. —¡Dios, odio decirte esto! No
recuerda nada de los últimos meses. Lo último que recuerda es la incursión en Barrera.
—Nada desde entonces.
Ella se dejó caer en una silla. —Oh, Dios mío,— susurró entrecortadamente. Las
lágrimas corrían por sus mejillas.
—¿Es... permanente?
—El neurocirujano no lo sabe. Es posible que pueda recuperar algunos recuerdos,
pero puede llevar mucho tiempo. Qué parte de la memoria volverá nadie lo sabe. No hay
daño permanente en el cerebro, al menos.
Ella respiró. —¿Puedo ir a verlo?
Hubo otra pausa. —Voy a enviar el Lear jet para que te recoja. Clarisse, si no
recuerda, no vas a ser como una novia. ¿Lo entiendes? Él estará de vuelta en el pasado,
antes de que supiera la verdad, antes de que entendiera que no estabas emparentada con él.

103
—¡Maldita sea!—, estalló.
Ella sintió que la sangre se escapaba de su cara. Estaba comprometida. Estaba
embarazada. Y Rourke no recordaba.
—¿Clarisse?
Tragó saliva. Con dificultad. —Sí, todavía estoy aquí.
—Lo siento, cariño,— dijo en voz baja.
—Gracias, K.C.
—Te llamaré de nuevo cuando sea alertado por mi piloto. Si debe... volará de
regreso a Manaus.
—¿De acuerdo?
Ella entendía lo que estaba diciendo. —Está bien—, dijo.
Ella colgó y se fue a reunir y a colocar sus cosas juntas.
—¿Qué?—, Preguntó Ruy, apoyado contra la puerta mientras ella llenaba su maleta.
—Él está vivo, pero no tiene memoria reciente—, dijo.
Él asintió con la cabeza. —Amnesia retrógrada focal.— Él lo entendió.
Se dio la vuelta. —¿El pronóstico?
Hizo una mueca.
Ella respiró. —Eso es lo que pensaba.— Ella continuó embalando. Cuando abrió la
puerta del armario, algunos de los encajes del hermoso vestido de novia se derramaron
sobre el limpio suelo de madera. Lo miró con angustia.
Ruy se acercó. Le dio vuelta en sus brazos y la abrazó mientras lloraba como si su
corazón se rompiera.
—Tú tendrás tus propios recuerdos, Clarisse—, dijo en su oído. —Y el bebé.
Incluso si pierdes cualquier otra cosa, de todas maneras tendrá eso.
Ella asintió. —Sí.
—Ve a África. Debes verlo. Pero si tienes que volver a casa, organizaremos la boda
tan pronto como estés de vuelta.
Se secó los ojos y lo miró. —Eres el mejor hombre que conozco, Ruy,— susurró.
Él sonrió y se inclinó para besarla en la frente. —Eso es algo, al menos. Termina el
embalaje. Cuando K.C. vuelva a llamarte, te llevaré al aeropuerto.

***

Lo hizo, metiéndola en el pequeño avión pequeño con una triste sonrisa. Él sabía,

104
como ella, que el viaje era probable que terminara en más miseria.
Clarisse agradeció al piloto por hacer un largo recorrido para llevarla a ella. Era
agradable y amable, y muy bueno con los controles. Su copiloto también era un piloto
experimentado. Se aseguraron de que uno de ellos siempre estuviera fresco. Un error del
piloto representaba más accidentes fatales.
Ella se acomodó en su asiento y cerró los ojos. Al menos podría ver a Stanton una
vez más, alimentar su corazón con su mirada, incluso si no era bienvenida, incluso si no la
escuchaba.
No quiso recordar cuán dulcemente la había amado. No quiso recordar la nueva y
corta relación que les había dado un placer indescriptible, el compañerismo y la amistad de
la que nunca habían disfrutado. Él la había amado. ¿Podría haberlo olvidado? Una memoria
de este tipo, tan ardiente, de las que consumen, ¿cómo puede alguien olvidar algo tan
conmovedor?
Por supuesto, la amnesia envolvería todos los recuerdos, buenos y malos. Se
preguntó, durante el largo camino a Nairobi, con que se encontraría cuando llegara.
Había una pequeña chispa de esperanza de que, al verla, se produjera un milagro
que pudiera traer de vuelta los recuerdos que compartieron esos días mágicos en Manaus.
Mantuvo esa esperanza por el camino.

105
Capítulo 8

Caía la tarde cuando el piloto aterrizó en el aeropuerto de Nairobi. K.C. tenía un


coche esperando para llevar a Clarisse al recinto.
—Estoy llamando al piloto de relevo, por si acaso—, le dijo el piloto con una suave
sonrisa. —No creo se vaya de regreso a Manaus hoy. Pero...
—Pero lo mejor es cubrir todas las posibilidades,— acordó Clarisse con tristeza.
—Muchas gracias.
Él asintió con la cabeza. —Buena suerte. Espero que todo salga bien.
—Yo también lo espero,— respondió.
El conductor la llevó a las afueras de Nairobi y por un largo camino al parque de
atracciones del que Rourke era propietario. K.C. ya le había dicho que era donde lo
llevaron. Durante todo el camino, se preocupó por su bienvenida. Recordó lo que había sido
en el pasado, cómo Rourke la odiaba, cómo hablaba con ella. Sería mucho peor ahora,
después de la felicidad que le había dado en Manaos, volver a aquellos tristes días. Pero,
después de todo, él todavía estaba vivo. Tenía que recordar cómo había sido cuando no lo
sabía. Estaba vivo. Eso era lo que realmente importaba.
Se puso una mano suavemente sobre la pequeña protuberancia bajo su vestido,
donde su hijo yacía. Ya había decidido que no iba a decirle a nadie, ni siquiera a K.C., lo
del bebé. Si las cosas no salían bien, si tenía que irse, sería mejor que todo el mundo
pensara que Ruy era el padre de su hijo. No podía arriesgarse a que a K.C. se le escapara
algo. El viejo Rourke, si sabía que era su hijo, hubiera sido capaz de empezar una batalla
legal para quitarle al niño. Podía ser despiadado. Simplemente no se atrevía a correr el
riesgo. El bebé era todo lo que tendría de él para el resto de su vida. Y no iba a dejar que
Rourke lo alejara de ella.
De todos modos, esperó durante todo el recorrido por el polvoriento camino hasta el
parque de atracciones que sus temores fueran innecesarios. Seguramente él la reconocería.
¡Tenía que hacerlo!

***

El conductor aparcó en la puerta principal. La casa de Rourke era enorme. Tenía


porches en todas las direcciones, con lujosos muebles de lujo dispuestos para descansar. El
techo era de teja, rojo y brillante. Las vallas alrededor de la propiedad eran robustas y altas.
Detrás de una, el león de Rourke, Lou, estaba masticando un gran hueso de carne. Miró

106
brevemente a los ojos de Clarisse antes de volver a su hueso.
K.C. se reunió con ella en el porche. Se le veía devastado.
Se unió a él en el último escalón.
—No recuerda que soy su padre—, dijo K.C. en voz baja.
—¡Santo Dios...!
Ella lo abrazó suavemente. Parecía como si necesitara consuelo. —Dale tiempo,—
dijo en voz baja.
—Es pronto todavía.
Logró una sonrisa. —Se te ve horrible—, remarcó.
Ella suspiró. —Tampoco han sido las mejores semanas de mi vida. Al menos está
vivo, K.C., —le recordó. —Al menos, es algo.
—Sí.
Unas voces les llegaron desde dentro de la casa. Una voz de mujer, riendo.
El rostro de Clarisse se puso pálido.
K.C. respiró. —Charlene—, dijo en voz baja. —Ella estaba aquí con su padre, un
socio de negocios de la mina, cuando Rourke llegó a casa. Han... se han hecho muy.
—¡Dios, lo siento!
—¿Qué podrías haber hecho respecto a eso?—, preguntó con una sonrisa triste. —
Todo estará bien.— Ella hizo una mueca. —Supongo que es hora de enfrentarse a las
consecuencias.
—Iré contigo. Apoyo moral, por lo menos.
—Gracias.
Caminaron hacia dentro, hasta la habitación de Rourke. Estaba tumbado en la cama,
bajo las sábanas. Su amplio pecho estaba desnudo. Un vendaje lo envolvía por debajo de
los brazos, con una pesada almohadilla sobre el lado izquierdo. Tenía puntos en la cabeza,
justo por debajo de la línea del pelo. Ella hizo una mueca.
Rourke miró hacia arriba y vio como se acercaba a la cama.
Durante unos segundos preciosos, esperaba contra toda esperanza que el verla
desencadenara los recuerdos, que le ayudaría a traerlos de vuelta, traerlos de nuevo. Pero
rápidamente, los segundos pasaron.
Su único ojo marrón pálido se estrechó, pero no por el placer. Una sonrisa sarcástica
tiró de su esculpida dura. —¿Y qué demonios estás haciendo aquí, Tat?— dijo arrastrando
las palabras. —¿Estabas pensando en venir corriendo y hacer de enfermera, como aquella
vez en Nairobi cuando perdí el ojo? Lo siento, no necesito tu ayuda. Charlene está cuidando
muy bien de mí, ¿verdad, amor? —, preguntó a la otra mujer, que era muy joven y
obviamente enamorada.

107
—Claro—, dijo Charlene tímidamente. Sonrió a Clarisse.
Clarisse estaba más allá de las sonrisas. Se acercó un poco más. Se sentía tambalear.
—Me alegro de que estés bien, Stanton,— dijo.
—¿Lo estás? ¿Por qué?— Él miró la mano que ella subió a su pelo corto y se sentó
en la cama. Sus ojos brillaban de furia. —¿De dónde diablos has sacado ese anillo?
—¡Dámelo!
Impresionada, sintió cómo agarraba su muñeca y la retorcía, obligándola a sentarse
a su lado, en la cama, mientras arrancaba el anillo de compromiso de su delgado dedo.
—¿Cómo lo conseguiste?—, le exigió con vehemencia. —Lo robaste, ¿verdad? ¡No
hay otra manera en el infierno para darle el anillo de compromiso de mi madre a una
vagabunda como tú!
Era mucho peor de lo que Clarisse había esperado que fuera. Se puso de pie y se
alejó de la cama, de nuevo hacia K.C., que estaba lívido.
—Sus modales necesitan mejorarse un poco—, dijo K.C. secamente.
—No eres quien para hablar de modales, compañero,— dijo Rourke al hombre
mayor. —¿La invitaste a venir aquí?
K.C. apretó los dientes.
—Sácala de mi casa—, dijo Rourke con una voz que era suave por la rabia. Su
único ojo marrón pálido brillaba.
—¡Ahora mismo!
Clarisse tragó su angustia y esbozó una sonrisa.
—Lo siento,— dijo Charlene e hizo una mueca.
La simpatía de la mujer que la reemplazaba dolía tanto como la rabia de Rourke.
—¡Fuera!— gritó Rourke a Clarisse. —¡Y no se te ocurra acercarte a mí de nuevo,
ramera! ¡Vete a la cama de una de tus muchas conquistas...!
K.C. condujo a Clarisse por la puerta hasta el porche antes de que Rourke pudiera
añadir más a lo que ya había dicho.
—Ven aquí, todo está bien.— K.C. la consoló. —Nunca debí dejar que vinieras.
Tenía miedo de que no te reconociera. Pero yo esperaba...
—Sí. Yo también.
—Lo siento—, dijo. —Las lesiones de cabeza son difíciles, ya lo sabes.
—Lo sé. Yo tuve una, en Barrera. Todavía no recuerdo algunas cosas acerca de lo
que ocurrió allí.— Se apartó, pálida pero serena.
—Me voy a casa, K.C.
—Hice que mi piloto trajera a un nuevo equipo, uno fresco—, dijo, confirmando lo

108
que el piloto ya le había dicho. —¿Quieres quedarte en mi casa durante la noche y volar por
la mañana?.
Ella negó con la cabeza. —No puedo. Quiero ir a casa.
—Entiendo. ¡Dios, lo siento tanto!
Ella hizo un largo y tembloroso suspiro. —Lo siento por ti también,— dijo ella
suavemente. —Tú y yo habíamos comenzado un nuevo camino con él.— Sonrió con
tristeza. —Bueno, al menos sé cómo son las cosas ahora. Voy a dejar de vivir de los
sueños. Pero él está vivo, K.C.—, añadió solemnemente. —Eso es lo único realmente
importante. Nunca creí que funcionaría, ni siquiera cuando él lo propuso.— Suspiró con
nostalgia. —Aborrecerme es una forma de vida que tiene. Supongo que estoy acostumbrada
a ello.
—Cuídese, K.C.
—Igualmente. Si alguna vez necesitas ayuda... —, añadió torpemente.
Ella se limitó a sonreír. Se dio la vuelta y se alejó. Ni siquiera miró hacia atrás.

***

Ruy Carvajal y ella se casaron con una ceremonia civil, en Manaus, dos días
después. Estaba casi lo suficientemente enojada como para enviar un recorte de prensa de la
ceremonia a Rourke. Pero no lograría nada. Era mejor dejar las cosas como estaban.
Después de todo, no podía obligarlo a amarla, no importaba lo que hiciera.
Se instaló cómodamente en el matrimonio con Ruy. Pero se mudó a su casa. Los
recuerdos de la suya la estaban matando.
Peg vino a verla pronto después de la ceremonia, para saber acerca de la lesión de
Rourke y el alejamiento posterior. Era evidente que tenía curiosidad por saber por qué
Clarisse había precipitado el matrimonio con un hombre al que había conocido durante
años, pero no dijo nada. Y si tenía sospechas, no las expresó.
—Nunca hubiera funcionado, a pesar de mis quimeras—, dijo Clarisse a su amiga
en voz baja. —Rourke y yo nos conocemos desde... oh, mucho tiempo—, se rió. —Tenía
ocho años cuando mis padres se mudaron al lado de la casa de K.C. Eso fue en los días en
que K.C. todavía se ganaba la vida como mercenario, y se marcahaba al extranjero muchas
veces. Tenía casas en todo el mundo. Creo que todavía mantiene una en México. Pero su
casa principal está a las afueras de Nairobi. Rourke estaba siempre rondando el pequeño
pueblo, tratando de colarse en un comando.
—¿Qué edad tenía?— exclamó Peg.
—Tenía trece años.— Clarisse se rió y sacudió la cabeza ante la sorpresa de la otra
mujer. —Rourke era... huérfano a la edad de diez años. Su padre fue asesinado durante una
misión con K.C. La madre de Rourke vivió hasta aproximadamente un mes después de que
mi padre fuera destinado a Nairobi, a la embajada. No podía hacer nada con Rourke, así

109
que cuando tenía diez años, firmó con un grupo rebelde y aprendió ese estilo de vida. En el
momento en K.C. regresó finalmente de la misión, Rourke lideraba una banda de
insurgentes. KC lo agarró, lo llevó de vuelta a la fuerza con su madre y lo desafió a salir de
casa.
—Nunca he conocido al Sr. Kantor, pero ciertamente he oído hablar de él—, dijo
Peg.
—La mayoría de lo que has oído es verdad,— dijo ella con tristeza. —Aunque se ha
suavizado un poco desde aquellos días.— Ella se inclinó hacia delante con un suspiro. —La
madre de Rourke era una mujer dulce, pero estaba muy enferma. Mi familia vivía al lado de
la casa de K.C., en una casa que la embajada alquiló para nosotros. Yo estaba con Rourke
cuando su madre murió... —, añadió, dudando. Era mejor que su amiga creyera que la
señora Rourke había muerto por causas naturales.
—Me senté con Stanton toda la noche. No dejé que nadie más se acercara a él.
—Habéis recorrido un largo camino.
—Sí. Yo tenía tan sólo ocho años, pero ya me había apegado a Stanton.— Ella se
echó a reír. —Estaba fascinada con él. Era muy maduro para un niño de trece años, y yo lo
adoraba. Nunca pasó por mi mente no ir detrás de él dondequiera que fuera. K.C. dijo una
vez que la única razón por la que Stanton no se fue de nuevo con la milicia era porque sabía
que yo iría derecha con él, a pesar de cualquier interferencia de los adultos—.
—¿Y había perdido el ojo a esa edad?
Ella negó con la cabeza. —Lo perdió cuando tenía dieciocho años, justo después de
Navidad...— Su rostro cambió por el dolor del recuerdo. —Pasé las de Caín hasta que mi
padre me pusiera sobre un avión con destino a Nairobi. Me senté y cuidé de Stanton
mientras luchaban para salvar su ojo y su vida. Estaba gravemente herido. Nunca supe por
qué. Era bueno en lo que hacía, y, generalmente, cuidadoso. Uno de sus compañeros dijo
que había estado bebiendo.
— Negó con la cabeza. —Hasta entonces, nunca pensé que tomara un solo trago de
licor fuerte.
—Cualquiera puede ser empujado más allá de sus límites—, dijo en voz baja Peg.
—Supongo que sí. De todos modos, me senté con él en el hospital. K.C. quería, pero
había habido un montón de chismes justo después de que la madre de Stanton muriera,
sobre que él era su padre, y KC no quería empezarlos de nuevo por quedarse con Stanton en
el hospital. Incluso le pregunté a Stanton al respecto una vez y no me habló de eso hasta
años después. Era muy susceptible a ese tema hasta hace poco, cuando K.C, se hizo un
perfil de ADN y se enteró de que Rourke es realmente su hijo. Es una larga y triste historia
—, agregó, cuando Peg la miró sorprendida. —K.C. perdió a la única mujer que ha amado
por la iglesia. Ella es monja. Él quería casarse con ella. Se emborrachó y la madre de
Stanton sintió pena de él. Lo quería mucho.
— Bajó los ojos. —Hay mucha gente que ama a la persona equivocada. Winslow y
tú habéis tenido suerte—, añadió con una sonrisa triste.

110
—La tuvimos—, acordó Peg. Estudió el pálido rostro de Clarisse silenciosamente.
—Tu marido es muy amable. Pero es mucho mayor que tú.
—Sí.— Los ojos de Clarisse estaban angustiados. —Se casó conmigo para darle a
mi hijo un nombre, Peg,— dijo en un susurro ronco. —Y no debes nunca, nunca, decírselo
a nadie.—
—Dios mío—, dijo Peg entre dientes, y las lágrimas humedecieron sus ojos.
—¡Lo siento mucho!
Clarisse respiró a duras penas. —Sí. Lo siento también, pero Stanton no recuerda
nada sobre estar aquí conmigo. Nada de nada. La reputación de mi madre sufriría si yo
tuviera un hijo fuera del matrimonio. La gente la recuerde aquí con reverencia, a pesar de
que lleva mucho tiempo muerta. No puedo... comprometer su memoria de tal manera. Y le
tengo mucho cariño a Ruy.
—Debe ser una persona extraordinaria—, respondió Peg con una sonrisa.
—Lo es. No puede tener hijos propios. Así que éste será precioso para él.
—Y para ti.
Clarisse coloco una mano protectora sobre su estómago. —Seré muy cuidadosa—,
dijo en un susurro, sin aliento. —Nunca he querido nada en mi vida tanto como quiero a
este bebé.
—¿Se lo dirás a Rourke algún día?—, preguntó Peg.
Clarisse sonrió con nostalgia. —Él nunca creería que es suyo. Ha vuelto a los viejos
tiempos, acusándome de tener aventuras sin fin con hombres.— Respiró. —Hacerme daño
era un hábito en el que entró. Era para protegerme, en aquel momento, de una relación que
pensaba que estaba prohibida. Todavía puede creerlo. O puede recordar que me odia, pero
no por qué.
—¿Recordará alguna vez?—, preguntó Peg.
—Hay algunos casos de remisión espontánea—, dijo Clarisse. —A veces, retornos
parciales de memoria. Por lo general, hay algunos aspectos que faltan. Recordará su
infancia, será capaz de memorizar las cosas y recordará lo que le pase ahora. Pero ese
período de tiempo, justo antes de que se lesionara, puede perderse para siempre. Nadie lo
sabe realmente. No hay curas mágicas.
Peg le tocó la mano con suavidad. —Te tendré en mis oraciones.
La mano de Clarisse devolvió la suave presión. —Y yo en las mías. ¿Cuándo nace
tu bebé?
—Dentro de cuatro meses—, dijo Peg alegremente. —Winslow y yo estamos muy
contentos. También mi papá.
Clarisse deseó tener una familia que estuviera emocionada por el nacimiento de su
hijo. Pero no quedaba nadie.
—Sé que lo estás.

111
—¿Qué tal el tuyo?—, preguntó Peg suavemente.
—Seis meses—, se rió. —¡Apenas puedo esperar!
—Sé exactamente cómo te sientes—, dijo Peg con una sonrisa.

***

Ruy era un buen marido. La llevó a hacer turismo los fines de semana, cuando su
trabajo se lo permitía. Era un artista, como hobby, y sus retratos eran increíblemente
buenos. Pintó a Clarisse cuando tenía seis meses de embarazo, y su rostro estaba radiante y
suave, sus ojos de un azul claro en su hermoso rostro. La pintó con un vestido de seda
verde, como el que se había puesto hacía mucho tiempo la víspera de Navidad, cuando
Rourke la había besado con increíble pasión.
Le encantaba el retrato. Para Ruy era una verdadera obra de amor. Trataba de
ocultarlo, pero estaba fascinado con su bonita esposa. Disfrutaba mostrándola a sus amigos
y parientes lejanos. Todo el mundo pensaba que el niño era suyo, por supuesto, lo que salvó
su reputación entre la gente que conocía. Clarisse tenía su nombre y un lugar seguro para
esperar a su hijo.
Sólo había tenido una llamada telefónica de K.C.
—Pensé que te gustaría saber que ya se levanta y se está recuperando bien—, le dijo
en voz baja. —Su memoria aún no ha vuelto, pero hoy soltó algo inesperadamente y habló
del trabajo en el que había estado en busca de un secuestrador. Cogieron al tipo, a pesar de
que el tiroteo les costó dos agentes y casi mata a mi hijo...
—¿Todavía no te reconoce?—, preguntó Clarisse suavemente.
—No.— Él suspiró pesadamente. —Yo quiero decírselo. Pero el médico está
inseguro. Dice que el hecho de que Stanton haya recordado algo de ese periodo de tiempo
es alentador. Dice otros recuerdos pueden seguirlo, aunque se necesita tiempo.
—¿Él podría recordar un día entonces?
—Podría.— Hubo una pausa. —¿Cómo estás? Me enteré de tu matrimonio a través
del general.
Ella sonrió. —Sí, me casé con Ruy Carvajal. Lo conozco desde hace muchos años.
Es un hombre bueno y amable. Será un padre maravilloso.
—Iba... a preguntarte. Hubo rumores sobre un niño...
—Sí,— dijo ella.
Hubo una vacilación.
Sabía lo que K.C. quería saber, pero era un riesgo que no podía correr. —Ruy está
loco de contento. Y también estamos discutiendo sobre los nombres—, añadió con una
sonrisa forzada. —Y se preguntaba si el mío o el de Ruy le vendrá bien.

112
—Ya veo.— Su voz sonaba resignada. Hueca, carente de esperanza.
—¿Qué hay de Charlene?—, preguntó con deliberada indiferencia.
—Stanton se comprometió con ella hace un par de semanas—, dijo secamente. —
Sobre el tiempo que estuve hablando con Machado.
—Mencionó que habías estado enferma.
El corazón le dio un vuelco. —¿Le dijiste a Stanton algo? ¿Sobre el matrimonio, el
bebé...?
—Nada. No mencionó tu nombre —, confesó con gran pesar. —Me las arreglé para
decirle que Peg Grange había ido a verte y Ruy Carvajal y tú estabais muy cercanos. No
dije que estabas casada. Se hizo un silencio sepulcral. Al día siguiente le propuso
matrimonio a Charlene.— Él dejó escapar un suspiro. —No la ama. Ella tiene miedo de
acercarse a él. Se pasa la vida viajando con su padre y su muy atractivo socio de negocios.
Creo que Stanton la forzó a comprometerse, pero no voy a hablar de fecha de boda hasta
que ella lo haga. Creo que es... bueno, una revancha.
Ella sintió estas palabras hasta en las plantas de sus pies. —Estaba comprometida
con Ruy. Él está haciendo lo mismo.
—En pocas palabras—, dijo secamente. —Es el tipo de cosas que hace. Es mi hijo y
lo quiero, pero no es un ángel.
—Sí. Lo sé.
—Estoy tan condenadamente triste, Clarisse—, dijo entre dientes.
—También yo, más para ti que por mí misma—, respondió ella en voz baja.
—Por lo menos mi hijo sabrá quién soy... lo siento.
—No lo hagas. Será un buen hijo. Me... gustaría saberlo cuando nazca —, dijo un
poco vacilante. —Te conozco desde hace tantos años. Yo podría ser su padrino...
—¿qué te parece?
Ella se rió entre lágrimas. —Sería un honor.
Tragó saliva. Con dificultad. —Gracias.
—Te lo haré saber.
—Es muy amable por tu parte.
—Cuídate, K.C.
—Igualmente. Buenas noches.
Colgó, luchando contra las lágrimas. K.C. no era ningún tonto. Conocía a Rourke
desde que nació, y tendría al menos la sospecha sobre quién era el padre de su hijo
realmente. Ella no podía admitirlo, y él no le iba a preguntar. Pero quería que K.C.
estuviera en la vida del niño, incluso si Rourke nunca pudiera estarlo.

113
***

Ruy y ella vivían juntos tranquilamente, esperando el nacimiento del niño. Peg ya
había tenido a su pequeño hijo, John, y pararon para mostrárselo a Clarisse y a Ruy.
Estaban encantados de tenerlo ya en sus brazos. Clarisse estaba en ascuas anticipando la
llegada de su propio hijo. Había pruebas que podrían determinar el sexo, pero Ruy y ella no
las habían hecho. Ella quería que fuera una sorpresa.
Pero en el octavo mes de embarazo, algo imprevisto sucedió. Peg llamó por teléfono
y sonaba preocupada.
—¿Pasa algo?—, preguntó Clarisse suavemente, porque Peg sonaba muy molesta.
—¿Sabes que tuvimos a Arturo Sapara encerrado aquí, en la prisión de Medina, por
traición, condenado a cadena perpetua sin esperanza de libertad condicional?—, preguntó
Peg.
—Sí. Fue un sueño hecho realidad para muchas personas, incluyéndome a mí—.
—Bien, tenía un grupo de mercenarios en Medina y esta mañana lo sacaron
directamente del patio de la cárcel con un helicóptero, a plena luz del día.
Clarisse se sentó, pesadamente. —Juró venganza sangrienta sobre todos los que
tuvieron un papel en su detención, incluyéndome a mí—, dijo.
—Tú, tu esposo, yo y mi familia, la del general, incluso los pobres carceleros
mayores que te dejaron marchar.
—Creo que todos llevaremos chalecos antibalas y dormiremos con armas de fuego
bajo la almohada.
— trató de bromear Clarisse.
—Venir a por la gente cara a cara no es en absoluto el estilo de Sapara—, dijo Peg
con frialdad. —Es un cobarde. Contratará a gente para que haga el trabajo sucio por él.
Mantén las puertas y ventanas cerradas y sospecha de cualquier visitante que no conozcas.
—Lo haré.— La sangre de Clarisse se congeló. —¿Qué pasa con Stanton?—,
preguntó con preocupación.
—El general Machado habló con K.C. Kantor—, respondió ella. —K.C. dijo que si
el ex dictador quería venir tras Rourke, sería mejor que trajera un batallón completo, porque
llamaría a los mercenarios de todas las partes del mundo y llevaría a Sapara nuevo a la
prisión de Barrera en una caja de zapatos.
Ella se echó a reír involuntariamente. —Eso suena muy de K.C.
—Sin embargo, no le dirá nada de la fuga de Sapara a Rourke. Tenía miedo de que
pudiera ser un exceso de información, si tuviera que explicárselo todo. No importa de todos
modos, porque K.C. lo habrá cubierto como papel de alquitrán. Escucha, necesitas salir de
Manaus —, dijo Peg. —Puedes quedarte con mi papá en Jacobsville... Cash Grier y su
esposa Tippy ofrecieron un dormitorio libre.

114
—Si voy, pondría a tu pobre padre justo en la línea de fuego, dulce niña—, dijo
Clarisse suavemente. —Me gustaría aceptar esa oferta de los Griers en un santiamén. Nadie
asusta a Cash Grier, por lo que he oído. Pero no puedo irme. Está demasiado cerca el parto,
y mi tocólogo ya me está haciendo seguimiento todas las semanas...
—Oh, Clarisse,— Peg gimió. —¿Qué está mal?
Ella respiró. —Nada, espero. Ruy y yo le consultamos y no me dijo nada. Pero Ruy
me vigila como un halcón y no me deja ni hacer ejercicio.
Todo tipo de cosas pasaron por la mente preocupada de Peg. —Si nos necesitas...
—Lo sé,— dijo Clarisse suavemente. —Tú eres la única amiga que tengo. Yo haría
cualquier cosa por ti también.
—Lo sé.— Peg vaciló. —Winslow tiene un amigo que está de vacaciones aquí. ¿Le
enviamos a vigilarte?
Clarisse se rió. —A Ruy le daría un ataque. Sería cuestionar su hombría si pensara
que no podría protegerme.
—Supongo que podría parecer eso—, dijo Peg, abatida. —Pero, ¿y si no lo supiera?
—Si no lo supiera... supongo que no podría decir nada—, Clarisse estuvo de
acuerdo, con una débil sonrisa.
—Tú no lo sabrás, pero él estará cerca.
—¿Qué aspecto tiene?
—Alto, moreno y guapo—, bromeó Peg.
—Estoy casada con uno de esos,— rió Clarisse.
—¡Así que lo estás! De todos modos, mantendrá un ojo sobre los dos. Pero ten
cuidado. Nadie sabe dónde está Sapara en estos momentos—.
—Mejor que crea que la Interpol y un puñado de agencias de los Estados Unidos
estarán hoy tras su pista— respondió Clarisse, —incluyendo la mejor red de espías del
general.
—Es verdad. Escucha, cuando llegue el bebé, realmente quiero que consideres ir a
Texas.
Clarisse pensó en su hijo. Ruy nunca estaría de acuerdo en salir de Manaus y no
podía irse sin él. Tenía miedo de que Sapara quisiera vengarse, incluso con el nuevo
miembro de su familia cuando naciera.
—Pensaré en ello.— le desanimó Clarisse. —Gracias por estar tan preocupada por
mí.
—Es lo que hacen las amigas—, fue la tibia respuesta. —Te llamaré pronto.
—Ten cuidado también.
—Siempre.

115
***

Clarisse le habló a Ruy sobre la fuga de Sapara, aunque no sobre el hombre que
Winslow Grange iba a enviar a vigilarlos.
Él la atrajo hacia sí y la abrazó suavemente. —Estoy profundamente apenado por el
modo en que las cosas han ido para ti,— dijo en voz baja. —Tenía la esperanza de que
Rourke pudiera recuperar la memoria, incluso si eso significaría que te perdería.— Se echó
hacia atrás y le sonrió.
—Estás muy triste, amor. Debe ser el momento más feliz de tu vida.
Ella extendió la mano y le tocó la mejilla, sonriéndole con verdadero afecto. —Es el
momento más feliz de mi vida. Tengo un bebé en camino y un apuesto y amable marido
que se preocupa por mí.
Llevó la suave mano a sus labios y la besó. —El destino ha sido cruel con los dos.
—El bebé marcará una diferencia—, respondió ella, y sonrió con pura alegría. —No
puedo esperar a ver si es un niño o una niña—, se rió.
Él sonrió.
—Yo tampoco. Tengo que hacer un par de avisos. Después podríamos tomar una
copita de vino y ver la televisión.
Ella se apretó contra él con un suspiro. —Me gustaría.
Le alisó el pelo y la besó. —No tardaré mucho.
—Está bien.

***

Clarisse vio una sombra en el porche justo antes de que Ruy llegara a casa. Pareció
vacilar en la ventana del dormitorio de Ruy un minuto o dos, y después se desvaneció en las
sombras. Hubo un sonido extraño, también, como un frasco que se desenrosca.
Estaba segura de que era el hombre que Grange había enviado a protegerlos a ella y
a su marido, por lo que no se lo mencionó a Ruy. No haría nada que le molestara o que
hiciera que se sintiera incapaz de cuidar de ella.

***

Él estaba muy lento en el desayuno, algunas mañanas más tarde.

116
—No se te ve bien, Ruy,— dijo, con cierta preocupación.
Él rió. —Tuve que colocar un mosquitero, por primera vez en mucho tiempo. Creo
que me picaron varias veces durante el fin de semana, en mi habitación.
—Oh, querido—, dijo con preocupación.
—Puedo tomar quinina si veo que la malaria se acerca,— le aseguró con una
sonrisa. —No te preocupes. Soy doctor. Sé cómo cuidar de mí mismo.— Frunció el ceño.
—Clarisse, no hemos tenido mosquitos en la casa, nunca.
—Lo sé.— Llamaría a Peg y le preguntaría acerca de su guardia personal tan pronto
como tuviera un minuto. Ciertamente, no había conexión...
—Me siento... mal...— Ruy se cayó de la silla.

***

Las siguientes horas fueron pasando en una vertiginosa neblina. Clarisse telefoneó a
un amigo en común, también médico, que llegó enseguida e hizo pruebas. Ruy tuvo que ser
trasladado al hospital. La fiebre llegó rápidamente. Era alta. Tenía los demás síntomas de la
malaria, como escalofríos, delirio y náuseas.
—No deberías estar aquí con él—, dijo el médico preocupado. —El bebé nacerá
pronto, Clarisse, no se le puede poner en riesgo.
—No puedo dejar a Ruy,— protestó ella, desgarrada entre dos seres humanos que
adoraba con todo su corazón. —No lo dejaré. Él no me dejaría, no importa el riesgo—,
agregó en un sollozo. Ella se aferraba a su mano, mientras que los técnicos se movían a su
alrededor, haciendo las cosas necesarias.
—Ha tenido malaria antes—, dijo. —¡Pero nunca fue así...!
—Pocas veces he visto un caso como este,— respondió el otro médico en voz baja.
No añadió que los casos que había visto eran invariablemente fatales. La prueba de sangre
había revelado un plasmodio que rara vez se veía en Manaus, una cepa particularmente
peligrosa.
—¿Ha estado Ruy en la Amazonía recientemente?—, añadió.
Ella negó con la cabeza. —Fue a Argentina, pero eso fue hace cinco meses. No ha
estado fuera de Manaus desde entonces.
—¿No ha ido a Asia o África o a cualquiera de las zonas conocidas infestadas de
mosquitos?
—Dios mío, no,— dijo ella con inquietud. —¿Por qué lo preguntas?
Él se limitó a sonreír. —Me estoy agarrando a un clavo ardiendo, tal vez. Si no lo
vas a dejar, tendré que preparar una cama para ti.
—No lo dejaré,— dijo con firmeza.

117
—Muy bien.— Sonrió. —Eres muy parecida a tu madre, Señora Carvajal—, dijo
suavemente. —Era como tú, una mujer amable y compasiva.
Se mordió el labio inferior. —Gracias.
Puso una mano en su hombro. —Si tienes fiebre...
—Seré la primera en decírtelo. De verdad.
Él asintió con la cabeza.

***

Esperaba que Ruy se recuperara. Pero sólo empeoró. Ella le sostuvo su mano, habló
con él, le dio las gracias por la amabilidad que le había mostrado. Le rogó que viviera. Pero
perdía terreno. A la mañana siguiente, mientras dormía, se deslizó en silencio hacia la
oscuridad desconocida.
***

Ella sollozó entrecortadamente cuando se lo dijeron. —Pero no puede estar muerto


—, susurró, temblando.
—¡No puede ser...!
El médico le tocó la frente y apretó los dientes. Llamó a un ordenanza. Cuando llegó
la camilla, Clarisse se había desmayado.

***

Peg Grange y su esposo, Winslow, se sentaron en la sala de espera, esperando


noticias de Clarisse. Por último, Grange se levantó y fue a buscar a la doctora. Regresó con
el rostro sombrío.
—Lo que mató a su marido está a punto de llevársela a ella también,— dijo
secamente. —Van a seguir adelante y sacaran al bebé. Si esperan, pueden perder a los dos.
El médico dijo que lo que mató a Ruy era una cepa de la malaria, que es generalmente fatal
cuando causa malaria cerebral. No entiende cómo la cogió Ruy. Clarisse dijo que era un
fanático de mantener la propiedad rociada contra los mosquitos.
Peg lo miró con terror.
Él respiró. —Sería una manera cruel, cobarde, de matar a alguien. El estilo de
Sapara—.
Ella asintió. —¿No conoces a alguien experto en medicina tropical en Londres?—,
preguntó de repente.

118
Sus cejas se arquearon. —Radley Blackstone—, dijo. —Sí, lo conozco.— Sacó su
teléfono móvil y se puso a trabajar.
Un día después, Blackstone voló a Manaos y se dirigió directamente al hospital.
Apenas tuvo tiempo para estrechar la mano de Peg y Winslow antes de que él y el médico
que llevaba el caso de Clarisse se fueran por las puertas de vaivén donde permanecían los
pacientes en estado crítico.
—¿Deberíamos llamar a Rourke?—, preguntó en voz baja Winslow.
Peg se mordió el labio inferior. Negó con la cabeza. —Él no recuerda nada—, dijo.
—Y Clarisse nunca ha admitido que el niño es suyo. Les dijo a todos que era de su
marido.— Lo miró. —Pueden morir los dos, a pesar de todo.
Winslow la miró con el corazón en sus ojos. —Si me pasara a mí, y yo fuera
Rourke, nunca lo superaría si tú murieras y yo nunca supiera que tenías a mi hijo en tu
vientre.
Le tocó la mejilla con su pequeña mano. —Lo sé. Pero él no recuerda nada. Odia a
Clarisse. K.C. dijo que nunca mencionaría su nombre ni dejaría que nadie hable con él
sobre ella.
—Lo que es un maldito desastre—, dijo resumiendo.
—Sí.— Ella vaciló. —Tal vez debería llamar a K.C. de todos modos.
Él asintió con la cabeza lentamente. —Tal vez deberías.

119
Capítulo 9

K.C. supo de inmediato por qué Winslow Grange lo llamaba. —Algo le ha pasado a
Clarisse—, dijo. ¿Qué? ¿Algo va mal con el bebé? —, añadió, con voz tensa por la
preocupación.
—No—, dijo Grange pesadamente. —Por lo menos, no lo creo. Ruy Carvajal murió
hace dos días —, dijo. —Por una malaria cerebral mortal, una complicación de una cepa a
menudo fatal de la malaria. Plasmodium falciparum. Lo curioso es que no había mosquitos
en ningún sitio de la propiedad. Ruy era un fanático de la prevención. Había rociado el
lugar recientemente.
—Entonces, ¿cómo la cogió? ¿Ha estado en el extranjero...?
—No.— Él vaciló. —Clarisse dijo que escuchó un ruido en el patio la semana
pasada, algo así como un frasco desenroscado fuera del dormitorio de Ruy. Pensó que
estaba soñando. Parece muy probable que alguien transportara mosquitos anofeles y los
liberó en la casa.
— Suspiró. —Ruy pensó que tenía la gripe, por lo que no fue al hospital a hacerse
un chequeo.
—Sapara—, dijo K.C. entre dientes. —¡El maldito cobarde, solapado...!
—Todo lo anterior,— Grange estuvo de acuerdo.— Clarisse estaba cuidando a Ruy
en su habitación cuando la desarrolló también, probablemente de una picadura de mosquito.
Están debatiendo cómo proceder. Tengo un amigo que es un experto en enfermedades
tropicales. Le hice volar hasta aquí desde Londres. Él ha consultado con el médico de
Clarisse. Están tratándola con una combinación de fármacos, algunos de ellos bastante
nuevos. Pensé que alguien debía saber lo grave que está—, añadió lentamente.
—Por si acaso...
Hubo una pausa larga y pesada. —¿Cuándo vas a saber algo?
—Eso es algo que nadie sabe. —Ella está muy enferma.
—Voy para allá—, dijo KC brevemente.
—Puede ser peligroso...
—Dios del cielo, he estado viviendo de prestado desde que tenía veinticuatro años,
— explotó K.C…— Conozco a Clarisse desde que tenía ocho años. Voy para allá.
—Está bien. Pondré seguridad extra— respondió Grange en voz baja. —Maldita
sea, tenía un hombre protegiéndolos, justo fuera de la casa. Ni siquiera sé dónde demonios
está. No ha informado. Le dije que fuera discreto, pero, ¡esto es ridículo!

120
K.C. estaba muy callado. —Tal vez debas comprobar la morgue, Winslow.
Grange sintió que las palabras caían a sus pies. —Lo haré. Haga un chequeo al jet
antes de poner un pie en él, y lleva un par de tus muchachos contigo. Por si acaso.
—Lo haré.
—¿Qué pasa con Rourke?—, preguntó, después de demorar la pregunta todo lo que
pudo.
—No sé dónde está—, dijo KC entre dientes. —Aceptó un trabajo y es clasificado.
Metió a su novia en un avión a París con su padre y su guapo socio de negocios del padre, y
desapareció de aquí. Él apenas me hablaba.
—¿Por qué?
—Traje a Clarisse a verlo hace varios meses—, dijo con una risa hueca. —Está tan
devorado por el odio hacia ella que no puedo conseguir sacarle una palabra educada. No sé
por qué. Incluso cuando parecía odiarla más, era siempre el primero de la fila si algo le
sucedía a ella.
—Las lesiones de cabeza son difíciles,— Grange le recordó. —La suya era bastante
mala.
—Sí.— Él vaciló. —Cuando esté en sus cabales otra vez, si alguna vez lo está,
¡sacaré los malditos cariños fuera de él!
Grange rió. Eso sonaba como el viejo K.C. —Creo que Clarisse puede ayudar.
Si ella vivía. Los dos estaban pensando en ello. Ninguno de los dos lo dijo.
—Nos vemos en unas horas—, dijo K.C., y colgó.

***

Clarisse estaba luchando por su vida. La fiebre provocó un parto prematuro. Sólo
dilató un centímetro. Tuvieron que hacerle una cesárea de emergencia para salvarla a ella y
al bebé. El bebé fue diagnosticado también con el plasmodium, pero al día siguiente había
empezado a limpiar, para deleite de Peg y de Winslow. Los médicos lo atribuían a los
anticuerpos producidos por el propio cuerpo de Clarisse, y señalaron que no era un
resultado poco común.
Mientras tanto, el médico británico había aislado la cepa de la malaria que infectó a
Clarisse —Plasmodium falciparum, el mismo que el de Ruy— y el médico de Clarisse le
recetaron una serie de fármacos combinados, con la esperanza de ayudarla a combatir la
malaria y prevenir la malaria cerebral que había matado a Ruy. Las drogas eran peligrosas,
pero la propia malaria era potencialmente letal. No tenían nada que perder.
K.C. llegó al día siguiente de que naciera el niño de Clarisse, después de un
recorrido exhaustivo provocado por los retrasos en el aeropuerto de Nairobi, debido a una
amenaza terrorista que resultó ser falsa.

121
—Es un muchacho—, dijo en voz baja Peg, cuando K.C. se unió a ellos.
La respiración de K.C. se paró. —Un chico. Un hijo.— Se dio la vuelta. Sus ojos
estaban húmedos. A pesar de los mejores esfuerzos de Clarisse, sabía que el niño era de
Rourke. Era su nieto. Su único nieto —y a él no se le dejaba decírselo ni a un alma.
Peg se levantó y abrazó a K.C. Ella no lo conocía bien, y era normalmente tímida
con los hombres, pero no tenía una sobredosis de compasión y conocía el dolor cuando lo
veía.
Ni siquiera se resistió. La dejó consolarlo, mientras que luchaba contra la humedad
de sus ojos y trataba de evitar que se vieran. Al cabo de un minuto se echó hacia atrás con
una extraña sonrisa. —Gracias—, dijo con voz ronca.
—¿Es que el bebé está bien?—, le preguntó pasado un minuto.
Peg asintió. —Era dudoso al principio. Nació con la malaria congénita. Pero limpió
por su cuenta.— Ella sonrió. —¿Quieres ver al bebé?—, preguntó.
—Lo tienen en la incubadora.
—Yo... me encantaría verlo—, dijo con voz ronca.
Grange se metió las manos en los bolsillos y sonrió. —Es un chico guapo—, dijo.
—No es tan hermoso como el nuestro, desde luego, nadie es tan perfecto—, bromeó.
—Me enteré del nacimiento del vuestro. John, ¿verdad?
Grange asintió, sonriendo de oreja a oreja mientras los tres se paseaban por el largo
pasillo hasta el cuarto de los niños y se paraban delante de la ventana de visualización.
—Ese es el niño de Clarisse—, dijo Grange. Era la única manta azul de la guardería.
Sonrió a la enfermera y le indica el bebé. Ella sonrió, tomó al niño y lo llevó hasta el cristal.
K.C. se quedó sin habla. Había visto a Rourke poco después de su nacimiento, y
fingió ser feliz por la madre y el padre de Rourke, aunque sospechaba que el niño era suyo.
No podía ocultar su placer ahora. Sonrió de oreja a oreja, su ojos nublados mientras
buscaba todas las pequeñas similitudes entre el bebé y Rourke. Los ojos del niño pequeño
ya estaban abiertos, azules y suaves. Sus orejas tenía la forma de Rourke, aunque sus ojos
tenían la forma y amplitud de Clarisse. Vio generaciones de Kantor en ese pequeño rostro.
—¡Dios, él es tan hermoso!— logró susurrar roncamente K.C.
—Sí, lo es—, dijo Peg suavemente. Respiró, temblorosa. —Clarisse tiene que vivir.
—¡Tiene que hacerlo!
—Haré todo lo que pueda para ayudar—, dijo K.C. —Pero si las cosas se ponen
peor, me lo llevaré, lo criaré y lo amaré.
—¡Nunca le faltará de nada!
Peg miró a Grange y ambos se estremecieron. ¿Cómo haría eso sin contarle a
Rourke algo que nadie le había mencionado?
La alegría que K.C. sentía, mirando al niño pequeño, era abrumadora. —¿Mencionó

122
nombres?—, preguntó.
—Sí. Iba a ser Katrianne Desiree para una niña. Joshua Stanton para un niño.
Aunque,— añadió rápidamente Peg, —ella no tenía la intención de anunciar su segundo
nombre…
—Tampoco yo,— K.C. prometió. Se metió las manos en los bolsillos de sus
pantalones caqui.
—¡Qué infierno de lío!—, dijo con enojo.
—Sí—, dijo Grange. Su rostro mostraba líneas duras. —Machado cuenta con
equipos de los hombres en busca de Sapara, con la orden de terminar con él totalmente. No
lo van a traer de vuelta, te lo prometo. Nunca logrará ir a prisión de nuevo.
K.C. miró al otro hombre. Sus brillantes ojos marrones claros tenías huellas del
mercenario de mirada fría que había sido durante la mayor parte de su vida.
—Aportaré un par de mis hombres a ese esfuerzo.
—Estoy seguro que el presidente Machado lo agradecería. Aprecia a Clarisse.
K.C. volvió a mirar al niño, sonrió con tristeza y se alejó. Su rostro estaba rígido por
la miseria.
—Rourke no recuerda tampoco que está emparentado con usted, ¿verdad?—
preguntó Peg en voz baja.
Sacudió la cabeza. —No hablamos mucho—, respondió. —Su comportamiento era
un poco irregular desde que regresó a casa. Está mejorando, pero su temperamento
mantiene a la mayoría de las personas lejos. Especialmente a su prometida, que le tiene
terror—, agregó con una risita. —Creo que ella rompería el compromiso a la más mínima
oportunidad.
Peg suspiró. —¿Le dio el anillo de compromiso de su madre?— Tenía que saberlo.
Sacudió la cabeza. —Lo guardó de nuevo en la caja fuerte. Me preguntó si yo tenía
la combinación, y parecía pensar que podría habérselo dado a Clarisse. No sabía la
combinación. Eso lo dejó pensando, pero dijo que probablemente sólo lo había dejado por
ahí y Clarisse lo había recogido. No se puede discutir con él—, agregó pesadamente.
—Dios sabe que lo he intentado.
—He visto a hombres en combate con amnesia debido a lesiones traumáticas—, dijo
Grange. —También lo han tenido ustedes. Hay casos registrados de remisión espontánea.
—Han pasado meses—, dijo K.C. bajito.
—A veces puede llevar años—, agregó Grange. —La esperanza es lo último que se
pierde—, recordó al hombre mayor.
K.C. consiguió esbozar una sonrisa. —Eso dicen.
—Yo sólo pido que Clarisse viva—, dijo en voz baja de Peg.
Grange puso su brazo alrededor de ella y la atrajo hacia sí. —La fe mueve montañas

123
—, le recordó.
K.C. se rió entre dientes. —Tengo una ahijada,— dijo. —Es la sobrina de la mujer
con la que una vez quise casarme, la única mujer con que me habría casado. Su nombre es
Kasie. Está casada con Gil Callister, de las propiedades del rancho Callister en Montana —,
añadió.
—Yo los conozco—, dijo Grange, sorprendido.
—La mayoría de los ganaderos lo hacen—, K.C. se rió entre dientes. —Son más
ricos que los piratas. Kasie ha tenido una vida muy dura, pero aterrizó bien cuando se casó
con Gil. Era viudo con dos hijas pequeñas. Dice que Kasie trajo el sol de nuevo a su vida.
—¿Kasie?—, preguntó Peg.
Él asintió con la cabeza. —Salvé a su madre después de una incursión rebelde que
casi me quita la vida. Su esposo y ella me cuidaron, me escondieron de los insurgentes. Me
la llevé por seguridad justo antes de que diera a luz a gemelos. Yo les puse los nombres.
Kasie y Kantor. Kantor murió en África. Su familia y él se encontraban en un pequeño
avión.
—Un rebelde con un lanzacohetes lo derribó.
—Pobre chica,— dijo en voz baja de Peg.
K.C. asintió. —Le di a Kasie un colgante como regalo de boda. Un collar de
semillas de mostaza.
—La fe, como un grano de mostaza, puede mover montañas—, dijo Peg,
consiguiendo la conexión.
Él sonrió. —Sí.— Él suspiro profundo. —Espero que su médico británico tenga un
milagro o dos en el bolsillo, Winslow.
—Yo también,— respondió el otro hombre.

***

Dos días después de que Clarisse desarrollara la fiebre, el tratamiento comenzó a


mostrar resultados. Eran lentos al principio, pero a medida que la fiebre bajaba, los
escalofríos disminuían y volvía a la consciencia, parecía como si hubiera ocurrido un
milagro.
Clarisse abrió los ojos al cuarto día de su estancia en el hospital y vio a tres personas
preocupadas de pie junto a su cama.
Esbozó una débil sonrisa. Tenía náuseas, y le dolía el estómago. Hizo una mueca
mientras se movía.
—¡El bebé...!—, exclamó, aterrorizada.
—Un niño pequeño, Clarisse—, dijo K.C. suavemente. —Él está bien. Está en la

124
incubadora—.
—Oh.— Ella dejó escapar el aliento que había estado conteniendo. —Oh. Un hijo.
—Su rostro se suavizó. Luego se contorsionó. —Ruy. ¡Murió...! —Las lágrimas
brotaron de sus ojos.
—¡Él murió!
Hubo un silencio sombrío en la habitación.
Clarisse se limpió las lágrimas. —Peg, dijiste que... había un hombre que nos
vigilaba. Lo vi en el porche. Pensé que nos estaba protegiendo así que no dije nada. Pensé
que podría molestar a Ruy, hacerlo reflexionar sobre su capacidad para protegernos. Ruy
dijo que le picaron los mosquitos en su dormitorio. Tú sabes, tenía toda la zona alrededor
de la casa rociada constantemente así que no tenemos ninguna infestación de mosquitos. Es
por eso por lo que esperó para ir al médico. Pensó que había cogido un virus de una de sus
pacientes. Estaba muy cansado. Había trabajado catorce horas al día a causa de la epidemia.
Así que ninguno de los dos conectamos la picadura con su enfermedad... No me di cuenta
hasta que la fiebre se disparó un par de días más tarde y llamé a una ambulancia...
— Ella comenzó a llorar de nuevo.
Grange apretó los dientes. No quería decirlo. Pero tenía que hacerlo. —Clarisse, el
hombre que envié a vigilar tu casa fue asesinado—, dijo en voz baja. —El hombre que vio
fuera de la ventana de Ruy no era mío.
—¡Dios, lo siento!
—No es tu culpa...—, se las arregló para decir. Tragó saliva. El estómago le dolía
mucho. —Recuerdo que oí un sonido en la noche, como abriendo la tapa de un tarro para
guardar conservas.— Sus ojos se cerraron. No vio las miradas solemnes que se
intercambiaban entre un K.C. furioso y un Grange con sentimiento de culpa.
Los claros ojos marrones de K.C. brillaban. —Encontraremos a Sapara. Haremos lo
que sea necesario.
—Tengo una buena red de inteligencia—, dijo Grange. Hizo una mueca al ver la
expresión de K.C. —Bueno, no lo suficiente, por lo visto—, agregó secamente. —Un
helicóptero sacó a Sapara fuera del patio de la prisión, a plena luz del día.
—El dinero cambió de manos—, dijo K.C.— Haz un seguimiento del dinero.
Encontrarás a la persona que fue sobornada—.
—Esa será mi primera prioridad cuando llegue a casa,— estuvo de acuerdo Grange.
—Proporciona más seguridad a tu familia también,— K.C. aconsejó. —Esto es sólo
el principio. Tú lo sabes. Busca venganza y no tiene nada que perder. Sabe que no será
capturado con vida.
Grange asintió. —He sido descuidado. No voy a quedar atrapado dos veces.
K.C. le puso una de sus grandes manos en el hombro. —He cometido errores
similares. Pero sólo una vez —, añadió con una sonrisa.

125
—Lo harás bien.
Grange se rió entre dientes. —No tanto como tú, sin embargo. Todavía no.
K.C. se encogió de hombros. —Tengo un par de años más que tú—, dijo
amablemente.
—Mi bebé—, dijo Clarisse soñolienta. —¿Se parece a mí?
—Sí—, dijo K.C. sonriendo. —Exactamente como tú.
Ella dejó escapar un suspiro de alivio.
—Es muy hermoso, Clarisse—, dijo K.C. suavemente.
Abrió los ojos azules y miró a los suyos, con el dolor, la tristeza y la pena
sombreándolos. Las lágrimas rodaron por las comisuras de los ojos.
K.C. sabía exactamente lo que estaba sintiendo. Se quitó las lágrimas con el pulgar.
—Él no sabe que soy su padre—, dijo en un tono tierno.
—Puede que nunca lo sepa.
Ella entendía lo que estaba diciendo. Se limitó a asentir. Tragó con fuerza. —¿Por
qué estoy viva?—, preguntó después de un minuto. —El médico dijo que probablemente
desarrollaría la misma malaria cerebral que mató a Ruy...
—Tengo un amigo—, dijo Grange, sonriendo. —El Dr. Blackstone. Yo le hice volar
hasta aquí desde Londres. Es un mago cuando se trata de enfermedades tropicales. No sé
exactamente lo que hizo —, agregó. —Pero era, obviamente, lo que había que hacer.
Ella sonrió. —Sí.
—Tenemos que conseguir sacarte del país, Clarisse—, dijo K.C. —Él no se
detendrá.
—Lo sé.— Se mordió el labio inferior. —No me preocupo por mí. Quiero a Joshua
donde no puedan encontrarlo o hacerle daño.
—Cash Grier dice que puedes quedarte con ellos,— Peg le recordó. —No hay lugar
más seguro en la tierra. Cash tiene todo tipo de malos amigos también—, se rió.
Clarisse consiguió esbozar una sonrisa. —Sería como una imposición...
—¿Estás bromeando?— Peg rió. —Tippy compró todo tipo de cosas para el bebé.
¡Ella no puede esperar! Tris tiene casi tres años ahora, y Tippy tiene fiebre de bebé. —
—El jefe de policía y ella deberían tener otro propio—, dijo Clarisse.
—Creo que lo han intentado, pero sin resultados. Mientras tanto, estarás tú y tu
recién nacido bebé, y Tippy estará muy contenta si te quedarás con ellos.
—En ese caso,— dijo, —estaré muy feliz de ir allí.— Ella Vaciló. —KC, ¿hay
alguna posibilidad de que Stanton pudiera aparecer en Jacobsville?—, preguntó con
preocupación.
Dio en un largo suspiro. —Me dijo que no tenía planes de volver a Estados Unidos

126
—, dijo con sinceridad. —No en mucho tiempo. Tal vez nunca. Los casos en los que está
trabajando ahora son todos europeos.
—Ya veo.
—Cosas clasificadas—, agregó K.C. —Ni siquiera sé para quién trabaja o lo que
hace. No tengo ese privilegio.
Ella hizo una mueca. —Lo siento mucho.
Él suspiró. —Yo también, pero a menos que recupere la memoria, supongo que los
dos estamos juntos bajo la capa de ozono pero separados—, añadió con brillo en los ojos.
—No te preocupes. Ese bebé no necesitará nada. Voy a ser el mejor… padrino... que
un niño ha tenido.— Se obligó a no pronunciar la palabra. No era la que quería usar.
Clarisse lo entendía. Su gratitud estaba en sus ojos. No podía arriesgarse a dejar que
Rourke supiera lo del niño. Nunca. Iría tras ella a los tribunales sin provocación alguna para
conseguir alejar a su niño de ella. El pensamiento de Rourke y la joven Charlene
levantando a su hijo hizo que el pelo de la nuca se le erizara.
—No te preocupes tanto,— le dijo K.C... —Las cosas, por lo general, se resuelven
con el tiempo.
—¿Piensa así?—, preguntó con una sonrisa. —Yo me lo pregunto.
El Dr. Blackstone entró en la habitación con el médico que llevaba el caso de
Clarisse. Ambos hombres estaban sonriendo de oreja a oreja.
—Mi mayor historia de éxito—, Blackstone se rió entre dientes, mirando a Clarisse.
—Creo que es posible que sea la primera de muchos que sobrevivirán a esta forma
mortal de la malaria en la etapa final. Si es así, podemos estar ante un gran avance de
proporciones épicas, por el nuevo tratamiento que utilizamos.
Ella sonrió con cansancio. —Espero que salve muchas más vidas. Gracias por la
mía—, dijo en voz baja.
—Sólo lamento no haber estado aquí a tiempo para salvar a tu marido—, contestó.
—Hablan de él con mucho respeto aquí.
—Ruy era un buen médico.— Las lágrimas le escocían los ojos. —Lo siento.
Todavía no lo puedo asumir.
—¡Y tengo que organizar el funeral...!
—Yo me encargo de eso—, dijo K.C. en voz baja. —Planificaremos el funeral
cuando estés mejor. No hay posibilidad alguna de que puedas dejar la cama tan pronto—.
—Ninguna en absoluto—, Blackstone estuvo de acuerdo. —Pero estás en el buen
camino para una recuperación completa. Y tienes un hijo al que enseñarle lo bien que lo
haces— se rió entre dientes.

***

127
KC se quedó hasta que Clarisse fue dada de alta y el bebé y ella se fueron a casa de
nuevo. Tenía dos hombres con ella, ambos veteranos de muchas guerras en el extranjero.
—Esto es muy amable de su parte, KC,— dijo ella suavemente.
Sus manos estaban profundamente metidas en los bolsillos de su pantalón caqui.
—Nadie va a perjudicarte a ti o al niño mientras yo viva—, prometió solemnemente.
Se acercó más, sus ojos tiernos puestos en el bebé que tenía en sus brazos. Ella todavía
estaba débil, pero lograba cogerlo. Estaba sentada en una silla de mimbre con Joshua,
envuelto en una suave mantilla, en sus brazos. Ella hizo una mueca. Luego se echó a reír.
—Los puntos todavían me duelen—, se quejó.
—Se supone que no debes levantar peso,— le reprendió.
—No levanto cosas pesadas. Joshua sólo pesa siete libras —, bromeó. Vio el anhelo
en sus pálidos ojos marrones mientras miraba al niño.
—¿Te gustaría cogerlo?
—¡Me gustaría!
Se inclinó y tomó al bebé en sus grandes brazos, sonriendo y después rió mientras
miraba los ojos de color azul oscuro.
—Me pregunto si tendrá tus ojos o... los de su padre, — dudó, pero casi había dicho
el nombre.
Ella suspiró. —Ya lo sabes, ¿verdad?—, preguntó.
Él la miró. —Lo sé. Pero él nunca lo sabrá. Te doy mi palabra.
Tragó saliva. —Gracias.— Sus ojos se cerraron. —Él me odia ahora más que nunca.
Iría a los tribunales...
—No lo va a saber—, dijo en voz baja. Respiró. —Pero yo lo sé. Eso es suficiente.
— Miró a los ojos del bebé y le sonrió, meciéndole suavemente.
—Nunca le faltará de nada.
—No, no lo hará. Soy inmensamente rica yo también, recuérdalo,— se rió.
—Sí que lo eres.— Sus labios se fruncieron. —Sin embargo estaba pensando en
guardaespaldas.
—Esa clase de ayuda la aceptaré con gratitud.— Se movió inquieta y se estremeció
cuando los puntos se estiraron. —Creo que Peg tiene razón respecto a dejar el país. Sapara
tendría dificultades para alcanzarme en Texas. Especialmente en una ciudad pequeña como
Jacobsville, donde todo el mundo conoce a todo el mundo.
—Y donde la mitad de los mercenarios decentes estarán en la ciudad—, se rió.
Caminó por la habitación con Joshua, sus ojos suaves y cariñosos. —Joshua tendrá allí
mucha atención. Cash Grier garantizará que nadie os hace daño.

128
Ella lo miró. —Sapara tiene algunos de los más eficaces y sangrientos operativos
que cualquier persona ha conocido, como el hombre loco que me torturó cuando me
encarcelaron en Barrera. Fue diabólico matar a mi marido con insectos parásitos—.
—Arriesgado también—, agregó. —Ruy era médico.
—Él era un médico muy cansado. Había tenido algunos episodios de hemorragias y
estaba preocupado por mí. No dormía mucho, en todo caso, y él mismo había trabajado
cuidando a personas enfermas con el último brote de virus. Por eso no se dio cuenta de que
era malaria. Debería haberlo notado. Incluso yo conozco los síntomas.
—Cuidé a Rourke una vez, cuando tenía unos diez años.
K.C. se detuvo y sonrió. —Él ha sido parte de tu vida durante mucho tiempo.
Ella asintió. Se mordió el labio inferior. —No sabes cómo fueron esas semanas que
estuvimos aquí juntos.— Tuvo que parar. Le asfixiaba hasta recordar la salvaje alegría que
había sentido con Rourke, disfrutando del amor que no podía esconderle a ella.
—Fue así también para él, Clarisse,— dijo en voz baja. —Hablé con él varias veces
antes de que fuera herido en el asalto. Todo lo que hablaba era de ti y del futuro—.
Esbozó una sonrisa acuosa. —Eso hace que sea mucho peor, ya sabes,— dijo ella.
—Se dice que los dioses utilizan castigando a los humanos llevándolos al paraíso y
luego liberándolos de nuevo en la tierra. El contraste los vuelve locos.
— Bajó los ojos. —Es así.
—Siempre hay esperanza de que recupere sus recuerdos. A veces ocurre
espontáneamente.
—¿Has hablado con que neurocirujano?
Él asintió con la cabeza, meciendo a Joshua, que lo observaba con atención mientras
caminaba por la habitación con el bebé en brazos. —Dijo que podíamos contar a Rourke
cosas que sucedieron en el pasado, pero que no iba a haber ninguna diferencia. No
impulsaría su propia memoria. Sería como si leyera un cuento.
—Eso es muy desalentador.
—Sí.— Hizo una mueca. —Dijo que la mente puede crear nuevas vías para acceder
a partes del cerebro asociadas con los recuerdos del pasado. Es un proceso que lleva
tiempo. A veces esto no sucede. A veces lo hace, pero puede llevar tiempo.
—Mucho tiempo.
—Ha pasado mucho tiempo—, dijo pesadamente.
—Un tiempo muy largo, para mí también. Sólo acababa de enterarme de que era mi
hijo. Lo he perdido...
—Tienes que tener esperanza también,— dijo ella, interrumpiendo la dolorosa
declaración.
—Sigue siendo tu hijo

129
Él sonrió. —Así es.— Él respiró. —Y soy un abuelo.— Sonrió de oreja a oreja. —
Quiero gritarlo a los cuatro vientos. Estoy muy orgulloso de él. Y no puedo decir nada a
nadie.
—Puedes ser su padrino en público—, señaló. —Necesitas un sombrero de fieltro y
una ametralladora, aunque...
Él se rió entre dientes. —¿Qué tal un Ka-Bar y una Uzi?
—Suena muy bien.
Le devolvió a Joshua de mala gana. —Tengo que irme a casa. No quiero, pero dejé
proyectos pendientes.
—Gracias por organizar el servicio de Ruy,— dijo ella en voz baja. —Fue muy
agradable. Él lo habría aprobado. Lo enterré junto a su madre. La quería mucho.
—Era un buen hombre.
—Sí.— Ella lo miró y frunció el ceño. —Algo te preocupa.
Él asintió con la cabeza, deslizando sus manos en los bolsillos. —Sapara tenía un
matón cuyo rostro no conocían la mayoría de sus enemigos. Rourke era el único hombre
que conozco que lo habría reconocido si lo viera. Su habilidad principal era la de ser capaz
de integrarse en cualquier lugar. Era de aspecto corriente.
—Actuó como sicario de Sapara.
—¿Crees que es el que puso los mosquitos en la habitación de Ruy?
—No. Eso fue un trabajo de burro. Cualquiera de sus secuaces podría haber logrado
eso. Su ejecutor siempre fue utilizado en el asesinato encubierto, y era muy inventivo. Algo
así como ese sinvergüenza que intentó asesinar a una mujer en Wyoming y que estuvo
involucrado con uno de los hermanos Kirk. Metió la sustancia tóxica malatión en cápsulas
para la migraña. Ese es el tipo de cosas en las que el asesino de Sapara sobresale, en lo
inusual, lo extremo, en asesinatos despiadados. Dicen que aprendió su oficio en el Medio
Oriente, con uno de los dictadores más sangrientos.
Sintió escalofríos al oírlo. —Crees que soy un mejor objetivo que Peg o Winslow,
¿no?
—Lo creo. Porque eres vulnerable. O Sapara pensará que lo eres. Fue tu fuga lo que
llevó a su caída. Así va a verlo. Ha esperado mucho tiempo para planificar tu destrucción
en la cárcel. No creo tampoco que haya desperdiciado el tiempo tras las rejas. Tiene un plan
y va a ponerlo en práctica pronto. Por eso te vas a ir esta noche para Texas.
—¡Esta noche...!
Él asintió con la cabeza. Miró hacia su dormitorio, donde dos hombres altos,
de ojos oscuros estaban haciendo las maletas. —Esta noche. Volaré yo mismo contigo —,
agregó.
—K.C., ya has hecho demasiado—, comenzó.
—Has salvado a todo un país de Sapara—, reflexionó. —Estamos empatados.

130
Además, no estoy para que mi ahijado vuele en cualquier vuelo comercial.
Ella sonrió. —Bien. Gracias.
Se encogió de hombros. —Volveremos, Clarisse,— dijo, sonriendo. —Todavía me
acuerdo de ti con coletas y tiritas en las rodillas, detrás de Stanton por el monte en busca de
fósiles.
—Encontramos un montón de cosas además de fósiles—, señaló.
—Sí. Incluyendo una víbora muy peligrosa, por lo que recuerdo —, reflexionó.
Ella rió. —Stanton me recogió y corrió conmigo todo el camino a la clínica—,
recordó. —Nunca me dejó, hasta que estaba casi completamente recuperada. Recuerdo que
mi madre pensó que era escandaloso.
—Tu madre, que en paz descanse, pensó que todo era escandaloso.
—Supongo que sí. Sin embargo, era una buena persona.
Curiosamente, K.C. no hizo ningún comentario. Él sabía, como Rourke, lo que
había causado la separación traumática entre su hijo y Clarisse todos esos largos años.
María Carrington fue como la serpiente en el paraíso cuando se trataba de Rourke.
—Revisa después que los hombres acaben y asegúrate de que has empacado
adecuadamente—, la instruyó. Extendió sus brazos. —Sostendré a Joshua mientras lo
haces.
Ella se lo entregó. —Es un bebé muy bueno—, dijo.
—No es sorprendente. No es de extrañar en absoluto —, bromeó, mirándola.
Ella se rió y fue a asegurarse de que el embalaje se había hecho correctamente.
Entró en el dormitorio de Ruy, dudando. Había guardado pocas cosas en los últimos años
de su vida. Pero una cosa que él valoraba era un premio que le había dado una coalición
internacional de médicos, por su trabajo en las zonas asoladas por las guerras del mundo.
Lo cogío de la pared. También el rosario que siempre guardaba en la mesita de noche al
lado de su cama. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras miraba hacia él. Había sido
cariñoso con ella. La había amado a su manera. Sentía un gran afecto por él, pero nunca lo
podría haber amado de la manera que amaba a Rourke. Él lo sabía, lo aceptaba y estaba
agradecido por su compañía y la protección del matrimonio.
—No te olvidaré—, susurró a la habitación.
Apreté el rosario en la mano, se tragó las lágrimas y salió, cerrando la puerta detrás
de ella.

***

Fue un largo vuelo hasta Texas. K.C. lo detuvo varias veces para dejar que estirara
las piernas y para abastecer de combustible al pequeño jet cuando era necesario. Cuando
aterrizaron en el aeropuerto de Jacobsville, un coche de policía estaba esperando en la

131
plataforma, cerca del remolque que servía como la oficina del operador de la base.
Cash Grier se adelantó cuando bajaron del avión.
Clarisse estaba un poco intimidada por él; parecía el tipo de hombre al que los
criminales realmente temerían. Pero le sonrió a ella y al niño en sus brazos y se relajó.
Estrechó la mano de K.C. —Tiempo sin verte—, bromeó con el hombre mayor.
—¿Todavía puede volar? ¡Mi Dios!
—No soy tan viejo, Grier,— K.C. se rió entre dientes.
—Tú debes ser Clarisse—, dijo Cash.
—Sí. Y usted debe ser el jefe Grier, — dijo, asintiendo. Miró a su cabeza con
atención.
—¿Qué estás buscando?—, preguntó Cash.
—Cuernos—, dijo con una cara seria.
Él se echó a reír. —¿Quién ha estado contando cuentos?—, le reprendió, mirando
más allá de ella, a K.C.
—Yo no dije que tenía cuernos,— negó. K.C.
—Mentira,— reflexionó Cash.
Fue a ayudar a K.C. a descargar el equipaje. —¿Pasarás aquí la noche?—, Preguntó
a K.C.
—Creo que será mejor,— suspiró K.C. —No me apetece volar directamente de
vuelta a África. No he traído un piloto de relevo para el viaje. He oído que hay un hotel con
jacuzzi aquí en la ciudad...
—No lo necesitas—, dijo Cash. —Vivimos en una gran casa victoriana justo en el
centro. Con muchas habitaciones—, añadió con una sonrisa. —Tippy se mató trabajando en
la habitación de invitados para Clarisse y el bebé.— Puso las bolsas en el maletero del
coche y se volvió hacia Clarisse.
—¿Puedo?—, preguntó.
Ella le entregó el bebé. El cambio que hubo en ese duro rostro duro fue milagroso.
Parecía una persona diferente. Él sonrió y dejó que el bebé agarrara su dedo pulgar.
—Es hermoso—, dijo en voz baja.
—Tienes una hija, ¿verdad?—, preguntó Clarisse.
Él asintió con la cabeza. —Tris. Tiene casi tres años. Queremos otro bebé, pero está
costando más tiempo de lo que esperábamos —, se rió entre dientes.
K.C. le dio una palmada en la espalda. —Las cosas buenas lo hacen—, señaló.
—Absolutamente. Mientras tanto, mi hija es la luz de mi vida. Junto a su hermosa
madre —, añadió con un suspiro. Negó con la cabeza mientras entregaba a Joshua de vuelta
con Clarisse. —Nunca me vi como un hombre de familia. Ahora es difícil recordar que no

132
lo era—.
—He visto fotos de tu esposa,— K.C. reflexionó. —Ella es un golpe de gracia.
—Y yo sé cosas sobre ti,— replicó Cash. —Ella está casada. Mantendrás ese
encanto para ti mismo.
—Aguafiestas. Mala suerte que no estuviera allí cuando ella estaba buscando un
marido,— bromeó K.C.
—Buena suerte para mí—, se rió Cash. —Vámonos. Tippy estará de pie en el
porche con los prismáticos. Está muy entusiasmada con nuestro invitados—.
—Le agradezco que me ofrezca un lugar para quedarme—, comenzó Clarisse. —
Han sido varios días complicados.
—Siento lo de tu marido—, dijo Cash con sincero sentimiento. —Pero el asunto
ahora es que tú y el niño se mantengan fuera del alcance de Sapara. Créeme, encontrará
refugio aquí. Estará más segura que en Fort Knox.
—Gracias—, dijo Clarisse.
—Todo en un día de trabajo—, respondió Cash. —¿Nos vamos?

133
Capítulo 10

Tippy estaba de pie en el primer escalón cuando Cash se detuvo en el porche. El sol
se ponía por detrás de la casa, capturando el glorioso pelo rojo y oro de Tippy formando un
halo alrededor de ella mientras corría por las escaleras para recibir a sus huéspedes.
—Soy Tippy,— dijo ella, abrazando a Clarisse. —Bienvenida a Jacobsville!
—Gracias—, dijo Clarisse. —Y gracias por dejarnos quedarnos con vosotros.
—Las gracias no son necesarias. Estoy muy emocionada. Han pasado casi tres años
desde que tuvimos a un bebé en la casa. ¿Podría...? —Extendió sus brazos, como Cash lo
hizo en el aeropuerto.
Clarisse se rió. —Si que puedes. Él no pesa mucho, pero los puntos tiran y todavía
estoy muy dolorida...
—¿Dolorida?
—Una cesárea—, respondió K.C por ella. Sonrió a Tippy. —Soy...
—K.C. Kantor—, dijo Tippy a la vez, riendo. —Lo siento. Sé lo de Rourke. Eres la
viva imagen de él... Vaya —, añadió cuando la cara de K.C. se tensó.
—No estoy enojado,— respondió K.C., y sonrió con tristeza. —Realmente soy su
padre. Tenemos hecha la prueba de ADN. Pero Rourke no recuerda que soy su padre —,
agregó.
—Es difícil.
Tippy hizo una mueca. —Lo siento mucho.
—Yo también. Ha perdido una buena parte de su memoria a corto plazo.
—Llamó a Jake Blair desde el último lugar en el que estuvo estacionado,—
comentó Cash mientras comenzaba a traer las maletas.— Jake dijo que recordaba la mayor
parte de lo que pasó la última vez que estuvo aquí. Así que tiene algunos recuerdos.
—¿Jake?—, Preguntó Clarisse.
—Es el ministro de la Iglesia Metodista local.
Clarisse sonrió. —Rourke mencionó que era amigo de un ministro.
—Él no es exactamente un ministro ordinario,— comentó Cash, riendo. —Y eso es
todo lo que diré. Vamos dentro y conocerás al resto de la familia.
K.C, el bebé y ella fueron presentados a la pequeña Tris, un reflejo de su hermosa
madre, que estaba sentada en el regazo de su tío Rory viendo una película de dibujos
animados. Corrió hacia Clarisse para ser recogida. La respuesta cariñosa del niña hacia ella,

134
una extraña, hizo que Clarisse sintiera algo cálido en su interior inmediatamente.
Clarisse se echó a reír y se arrodilló. —¡Hola, Tris!—, dijo, y abrazó a la niña con
gusto. —Lo siento, no puedo cogerte. He estado muy enferma...
—Lo siento mucho,— dijo Tris. Ella sonrió tímidamente. —Eres muy bonita, como
tu mamá.
—¡Gracias!
—¿Es tu bebé?—, preguntó Tris. —¿Es un niño o una niña?
—Es un niño pequeño. Su nombre es Joshua.
—Es un lindo nombre.
—Lo es. Los Coltrains tienen un hijo. Su nombre es Joshua también, pero le llaman
Tip.
—¿Tip?—, preguntó Clarisse, levantándose.
—Lo que más le gusta son las cosas que dan vuelta—, dijo Cash con una sonrisa. —
Preferentemente modelos de trenes. Sus padres tienen una habitación entera dedicada a
Lionel trenes. Su primera palabra, entiendo, fue derail, descarrilar. De ahí el apodo—.
Clarisse se rió en voz alta. —Me encantan los trenes.
—En Navidad abrieron la casa—, dijo Tippy. Ella estaba caminando con Joshua,
sonriéndole, besando su pequeña nariz y abrazándolo.
—¡Es precioso, Clarisse!
—Gracias. Yo creo que sí —, dijo Clarisse. —Tu Tris es preciosa también—,
añadió, sonriendo a la niña, que le devolvió la sonrisa.
Rory se acercó a ellos. Tenía el pelo oscuro y los ojos verdes y una gran sonrisa.
—¿Podría cogerlo? ¡Es tan lindo!
Clarisse estaba sorprendida, pero asintió.
—Ama a los niños,— dijo Tippy mientras bajaba el bebé a los brazos de Rory. —
Pero va a ser un poco incómodo... — Ella hizo una mueca cuando Tris le frunció el ceño a
su tío.
—Rory— protestó Tris, sacando el labio inferior.
—¡Tú debes cogerme a mí!
Rory se rió, besó al bebé, le dio la espalda y cogió a Tris.
—Tú eres una aguafiestas—, le dijo.
—Quiero a Rory.— Ella se acurrucó cerca. —Mi Rory.
—Dios mío—, Clarisse se rió cuando Rory y Tris estaban de vuelta en el sofá,
absortos en la película.
—Ha sido así desde que nació—, dijo Tippy, sacudiendo la cabeza. —Cash y yo

135
tenemos que luchar para llegar a abrazarla. Ella adora a su tío.
—Es un buen chico—, dijo Clarisse. Suspiró. —No estoy acostumbrada a los niños,
pero me parece que estoy como un pez en el agua.
—Amo a mi hijo.
—Es un niño muy tranquilo—, dijo Tippy, devolviéndoselo a Clarisse
regañadientes.— Tris gritó durante las primeras dos semanas.
—Creo que tal vez sea las circunstancias del nacimiento de Joshua—, dijo Clarisse
en voz baja. —Nació mientras estaba luchando por mi vida...
Tippy la tomó del brazo.
—Vayamos y haré un café. Me gustaría oír hablar de eso.
Clarisse luchó contra las lágrimas.
—Es difícil...
Tippy la abrazó. —La vida es dura. Compartiremos historias de horror mientras
estés aquí.
Clarisse sonrió vacilante.
—Gracias.
—Voy a disfrutar de tu compañía. Cash sale mucho fuera estos días, —ella suspiró,
sacudiendo la cabeza mientras miraba de nuevo hacia su marido, que estaba hablando con
K.C.— Es una cosa tras otra. Están trabajando en varios casos que tienen conexiones
federales y él está en medio de ellos. Me preocupa. Pero él es bueno cuidado de sí mismo, y
de todos nosotros. Si lo hubieras conocido antes... —, añadió con una secreta sonrisa. Se
limitó a sacudir la cabeza.

***

Se sentaron a tomar café mientras Clarisse cuidaba a Joshua.


—Yo cuidé a Tris cuando nació,— dijo Tippy con triste nostalgia. —Tenía la
esperanza de que podríamos tener un segundo hijo...
— Se rió tímidamente. —Pero incluso uno es más de lo que esperaba. Estamos muy
orgullosos de nuestra niña.
Clarisse le sonrió. —No debes darte por vencida,— dijo en voz baja. —Mis padres
tenían el mismo problema. Bueno, no es realmente un problema, pero querían más hijos, no
sólo yo. Mi hermana, Matilda...
— Se detuvo y tragó con fuerza. —Mi hermana nació algún tiempo después que yo.
Había varios años de diferencia entre nosotras.
Tippy le puso la mano en el hombro de Clarisse. —Tú la perdiste,— supongo.

136
Los ojos de Clarisse se llenaron de lágrimas. —A ella y a mi padre. Ellos estaban en
un barco nativo, recorriendo pueblos, cuando el barco zozobró. Había pirañas en el agua.
Matilda se las arregló para ponerse a salvo de alguna manera, pero volvió para tratar de
salvar a mi padre. Les perdí a los dos. Estaba demasiado lejos para hacer algo.
— Cerró los ojos y se estremeció.
—Debe haber sido muy duro. —Lo siento.
Clarisse respiró. —Rourke lo arregló todo, hasta los servicios funerarios. Yo estaba
demasiado desgarrada para afrontarlo.— Ella sonrió con tristeza. —Él siempre estuvo ahí,
en cada evento traumático de mi vida. Pero me odia, apasionadamente. Fue así durante
años, hasta la entrega de premios en Barrera. Me siguió a mi casa de Manaus.— Sus ojos se
cerraron. —Estuvimos muy unidos un par de semanas, muy unidos. Luego tuvo que salir
para una misión. Estaría de vuelta en un par de días, dijo, y nos ibamos a casar. Teníamos
los anillos, mi vestido de novia, todo, incluyendo un sacerdote para llevar a cabo la
ceremonia. Bueno, él se fue. Pero sufrió una lesión traumática en la cabeza y perdió la
memoria a corto plazo. Todo lo que recordó era que me odiaba. No estoy segura de que ni
siquiera se acuerde de por qué.
—¿Amnesia retrógrada?—, preguntó Tippy suavemente. Lo recordó porque un
amigo de Cash, un ex mafioso llamado Marcus Carrera, había sufrido un episodio similar.
Clarisse asintió. —Ha pasado casi un año, y no ha recordado nada.— Sonrió con
tristeza. —Me gustaría pensar que esos recuerdos se han ido para siempre.
Tippy no dijo una palabra, pero sus ojos pasaron de Clarisse al bebé en sus brazos.
Clarisse no murmuró una sola palabra. No podía compartir ese secreto, ni siquiera con su
nueva amable amiga.

***

K.C. se preparaba para volar de regreso a Nairobi a la mañana siguiente cuando


tuvo una llamada telefónica. Su rostro se puso blanco.
—K.C., ¿qué pasa?—, preguntó Clarisse, porque sabía que era algo catastrófico.
—¿Rourke...?—, Exclamó, horrorizada por sus rasgos congelados.
—No—, se las arregló para decir en un seco y herido tono. Respiraba como un
corredor. —Mary Luke Bernadette—, dijo, casi en un sueño.— Su vecino la encontró esta
mañana, tendida junto a su pequeño estanque de peces de colores. Había estado... muerta...
varias horas. Kasie, mi ahijada, piensa que fue un derrame cerebral masivo. Ella está
devastada.
— Él respiró. —Tengo que volar a Montana. —¡Ahora mismo!
—No,— dijo Clarisse brevemente, poniéndose frente a él. Mary Luke Bernadette

137
había sido el amor de su vida, la razón por la que nunca se casó. Para él, sería lo mismo que
perder a Rourke. K.C. debía tener absolutamente roto el corazón. —Llama a alguien para
que te lleve de ida y vuelta, y para África. ¡Si intentas volar por ti mismo desde aquí,
llamaré a la FAA yo misma y te sacarán del avión!
— dijo ella con rotundidad.
Tippy y Cash escuchaban, frunciendo el ceño. K.C, no parecía del tipo de hombre
que recibía órdenes de nadie, y mucho menos de una mujer.
Pero lo hizo. Tragó saliva y una débil sonrisa rozó la dura boca.
—Suenas como...
ella—, dijo bruscamente. Se dio la vuelta. —Dejaré el Learjet aquí y llamaré a un
servicio que me proporcione transporte privado.— Sacó su celular y comenzó a repasar los
nombres.
Mientras estaba al teléfono, Clarisse llevó a Cash y Tippy a la cocina, lejos de los
niños, que estaban viendo la televisión. Clarisse aún tenía a Joshua en sus brazos.
—K.C. estaba enamorado de ella—, les dijo en voz queda. —Ella era una monja.
—Ya veo—, dijo Cash con gran pesar. —Dios la bendiga.
—¿Qué podemos hacer?—, preguntó Tippy. —Aquí, déjame que lo coja, Clarisse,
se van a saltar los puntos de sutura. Se supone que no estás aún preparada para levantar
peso—.
Clarisse sonrió suavemente y le entregó el bebé. —Gracias. Es muy pesado para ser
un niño tan pequeño —, se rió. —Creo que va a ser alto.
—Lo siento por K.C.,— dijo Cash en voz baja.
—Yo también—, dijo Clarisse. —Pero no hay manera de que vaya a dejarlo que
volar por sí mismo.— Ella hizo una mueca. —Si tan sólo Rourke fuera él mismo.
—¡Vendría con su padre como un cohete!
—¿Podrías llamarlo?— aventuró Tippy.
—No sé cómo—, dijo simplemente. No añadió que Rourke probablemente colgara
en el mismo segundo que oyera su voz. —K.C. dijo que la asignación en la que está es alto
secreto. Ni siquiera él puede ponerse en contacto con él—.
—Pobre hombre,— gimió Tippy.
K.C. entró por la puerta un minuto más tarde. —Tengo que llegar al aeropuerto.
Están enviando un Learjet para mí.— Hizo una mueca. —Lo siento...
Sack sacó las llaves del coche. —No hay nada que sentir. ¿Tienes tu bolsa?
—Aún está en el porche—, dijo K.C. Fue hacia Clarisse y tomó sus manos entre las
suyas. —Gracias, chica,— dijo en voz baja.
Ella lo abrazó con fuerza. Resistió durante unos segundos. Después él le devolvió el
abrazo, cediendo a la necesidad de consuelo. Su rostro se contorsionó mientras trataba de

138
imaginar un mundo sin Mary Luke Bernadette en él.
Finalmente, se apartó, sus ojos ligeramente húmedos. Movió la cabeza, para no
mostrar la humedad. Se aclaró la garganta.
—Será mejor que me vaya.— Miró a Clarisse.
—¿Estarás bien?—, preguntó. —Voy a llamar a Eb Scott en el camino a Montana.
Por si acaso.
Clarisse frunció el ceño. Miró a la sala de estar, donde Tris estaba sentado con Rory.
—Puede ser que los esté poniendo en peligro a todos, sólo por estar aquí—, dijo
preocupada.
Cash negó con la cabeza. —Soy el jefe de policía—, se rió entre dientes. —El
peligro es mi negocio. Eb puede proporcionar apoyo fuera, yo me encargo de las cosas
dentro.— Movió la cabeza hacia Tippy. —Ella todavía tiene esa sartén de hierro—, pensó,
sonriendo a su sonriente mujer.
—Es un arma muy notable— Tippy estuvo de acuerdo. Sonrió a Clarisse. —No te
preocupes. Vas a estar bien.— Ella fue hacia K.C.— Lo siento mucho—, le dijo.
—Yo también.— Logró una sonrisa para ella. Echó un vistazo a Clarisse. —Si
necesitas algo, cualquier cosa...
—Estoy bien, K.C. Haz lo que tienes que hacer.— Hizo una mueca. —¡Lo siento
mucho!
—Sí. Yo también —Sus ojos estaban angustiados. Se dio la vuelta y siguió a Cash
por la puerta.

***

—Es tan horrible—, dijo Clarisse cuando se hubo ido. —Amar a una mujer así,
tanto, y tener que renunciar a ella. Seguramente, todavía esperaba que un día, tal vez... —Se
rió tímidamente. —Así estoy yo también. Con esperanza. De que un día, tal vez, Rourke
pueda recordar lo que sucedió en Manaus.— Tomó aire y tocó el pelo rubio de Joshua
mientras yacía en brazos de Tippy.
—Pero aún así, puedo vivir con esos pocos días el resto de mi vida.
—Yo podría haber hecho eso también, con unos días en Nueva York, justo antes de
Navidad, hace unos años. Él no quería casarse. Me odiaba al principio, por hacerle débil.
Luego me secuestraron, y vino corriendo hasta la ciudad para salvarme. Me trajo aquí, me
cuidó, se preocupó por mí.— Se rió tímidamente. —Nunca pensé en él como un hombre de
familia. ¡Y ahora, míralo! —, añadió, señalando a su hija, Tris, mientras acunaba a Joshua
en sus brazos.
—Nunca hubiera creído que realmente podría establecerse, por lo que he oído
hablar de él—, Clarisse estuvo de acuerdo.

139
—Has conocido a K.C. durante mucho tiempo, ¿verdad?—, Preguntó.
—Sí, lo hice—, respondió Clarisse, dejándose caer con cuidado hacia abajo sobre
una silla de la mesa de la cocina. —Desde que tenía unos ocho años. Estaba en gran medida
metido en el trabajo de mercenario en esos días. Mi padre lo idolatraba—, se rió. —Mi
padre era un diplomático, muy experto con las personas, muy correcto. Creo que vio un
salvajismo, una masculinidad en K.C. que envidiaba.— Se puso melancólica. —Mi madre
lo odiaba—, añadió con una sonrisa. —Pensaba que era una mala influencia no sólo para
papá, sino para mí también. Me metí en algunos aprietos cuando era una niña, en África—.
—Fuiste un hito en la sociedad de Washington durante varios años—, dijo Tippy.
—Recuerdo haber visto fotos tuyas en revistas y periódicos. Eras escoltada por
estrellas de cine y deportistas famosos, e incluso por la realeza.
—Puro escaparate—, respondió Clarisse con ojos tristes. Miró a Tippy con
nostalgia. —Cuando tenía diecisiete años, Rourke fue a una fiesta que mis padres dieron en
Manaus.— Recortó un poco los recuerdos y se aclaró la garganta. —Después de eso, no
podía sentir nada por los demás hombres. Rourke me acusó de ser una todoterreno, de
acostarme con cualquier hombre que viera.
— Hizo una mueca. —Ha sido muy duro todos estos años.
—Lo siento. He tenido también malos momentos con los hombres.— Tippy bajó los
ojos y le habló a Clarisse sobre el novio de su madre.
—¡Tendría que haber recibido un disparo!—, dijo Clarisse rápidamente, sus ojos
azules parpadeando.
—Está en una prisión federal. Fue golpeado hace unas semanas. Fue un castigo por
lo que me hizo.— Tippy suspiró. —Los hombres que abusan de los niños tienen
dificultades en la cárcel. Por lo general, no sobreviven mucho tiempo. Muchas de las
personas que cumplen condena por diversos delitos violentos fueron víctimas de abuso
infantil, ya ves.
—Es un mundo duro, ¿no?—, preguntó Clarisse.
—Más difícil para ti que para mí, por lo que Cash dice de ti—, agregó.
—Fuiste torturada en Manaus para sacarte la información que pensabas que tenías
sobre la invasión del general Machado. Cash dijo que no les dijiste ni una palabra. Él estaba
impresionado. Ya ves, fue capturado y torturado en Irak, durante una incursión de alto
secreto.
—No lo sabía—, dijo Clarisse. —Él es un tipo muy... masculino de hombre.
Tippy rió. —Mucho—. Ladeó la cabeza. —¿Por qué Rourke te odia tanto?
—En realidad, alguien le dijo que estábamos relacionados por sangre, que mi madre
estuvo una sola noche con K.C. y yo era el resultado.
—Oh, santo cielo,— exclamó Tippy.
—No era cierto—, continuó Clarisse. —Lo averiguó.— Se echó a reír. —K.C. lo

140
tiró sobre un sofá cuando acusó a su padre de intimar con mi madre. Se habían hecho una
prueba de ADN que demostraba que Rourke era hijo de K.C. Rourke obtuvo una muestra
de sangre, Dios sabe cómo, que demostraba que él y yo no estábamos relacionados por
sangre en absoluto.— Ella suspiró. —Se puede también descartar la paternidad con un
análisis de sangre, eso me dijo Ruy. Era mi marido—, agregó en voz baja. —Un hombre
bueno y amable. Los médicos me salvaron. Pero no pudieron salvarlo a él.— Sus ojos se
llenaron de lágrimas. Las apartó.
—Siempre le estaré agradecida por cuidar tan bien de mí, y por ser un amigo
cuando necesitaba uno desesperadamente.
—¿Qué tipo de sangre tiene tu hijo?—, preguntó Tippy.
Clarisse vaciló. Cash llegó a la puerta y la salvó de dar una respuesta. Tippy fue a su
encuentro, todavía con Joshua.
Cash tocó la mejilla del niño suavemente y sonrió con nostalgia.
—Ojalá pudiéramos tener uno de estos—, dijo en voz baja Tippy. —Los chicos
están muy bien. No es que yo no ame a nuestra chica—, añadió, lanzando una mirada de
amor hacia su hija, aún viendo la televisión junto a Rory.
Los ojos de Cash se encontraron con los de su esposa.
—Tal vez algún día—, dijo con una sonrisa.
Ella rió. —Sí.
Clarisse se levantó de la mesa y se unió a ellos. —¿Se fue K.C. bien?
Cash asintió.
—Hablé con el piloto y el copiloto. Los dos están autorizados a volar el pequeño jet,
así que van a estar transportando a K.C. donde tiene que ir. Después del funeral, van a
traerlo de vuelta aquí y asegurarse de que tiene un piloto de relevo en los controles cuando
vuelva a África.
—Gracias, Cash—, dijo Clarisse solemnemente. —Me preocupo por él. Es un buen
hombre.
Cash se rió entre dientes. —Sí, lo es, pero si se lo dices a la mayoría de las personas
que lo conocen, obtendrás miradas y expresiones de asombro. Tú conocías a K.C. cuando
todavía estaba trabajando de mercenario, ¿no? —, añadió.
—Sí. Rourke lo idolatraba. Por eso hizo algunas locuras cuando era un niño.
— Miró a Cash con tristeza. —Lo siento mucho por K.C., me preocupa lo que
pueda hacer después del funeral. Desearía que Rourke recordara que K.C. es su papá. Va a
enloquecer cuando el primer shock desaparezca.
Cash hizo una mueca. —Me temo que puede que tengas razón.— Miró a Tippy con
el bebé en brazos. —Sé que lo haría—, dijo en voz baja, y la mirada que intercambió con su
esposa era tan expresiva que Clarisse se sintió como una intrusa.
—Tengo que preparar a Joshua para pasar la noche—, interrumpió Clarisse. —Lo

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siento, pero mantengo con él un horario estricto.— Ella se echó a reír. —Finjo que estamos
en el servicio militar. Dicen que un niño necesita una vida estructurada. Yo realmente
nunca tuve una. Mi padre era algo voluble y mi madre siempre estaba cuidando personas o
los vecinos de edad avanzada. Era una santa.
—He oído hablar de ella,— estuvo de acuerdo Cash. No difundiría lo que había
oído de Jake sobre ella. No había necesidad de destrozar sus ilusiones.
—¿Estás seguro de que Rourke no va a volver a Jacobsville de nuevo?—, preguntó
Clarisse con preocupación.
—Estoy absolutamente seguro—, respondió. Y sonrió.

***

K.C. estuvo de vuelta ese fin de semana. Su expresión era insulsa. Tenía los ojos
atormentados. Brillantes. Heridos.
—Lo siento mucho—, le dijo Clarisse y se estremeció al sentir su dolor. —Sé cómo
me sentiría si fuera Rourke...
—Sí, lo sé,— acordó él en voz baja. —Ibais a casaros, antes de que se volviera
contra ti. Debe sentirse tanto dolor como el que produce la muerte.
Tragó saliva. —Sí.
Respiró y la atrajo hacia sí, la abrazó calurosamente. —Lo superaré. Tendré que
hacerlo. Kasie está cogiendo fuerzas. Mary Luke Bernadette era su último pariente vivo.
Sus padres murieron en África. Su hermano Kantor y toda su familia murieron en un avión
cuando algún idiota revolucionario dirigió un cohete hacia él. Ella ha tenido una vida muy
dura—.
—Está casada con Gil Callister, ¿verdad?—, preguntó Clarisse. —Conozco a sus
padres. Socializan un poco en Washington.
—Son mucho más cercanos con Gil y su hermano, John, desde que Kasie entró en
sus vidas—, dijo en voz baja. —Ha cambiado mucho de ellos, a pesar de que John vive en
Hollister, Montana, con su nueva esposa, Sassy.— Él vaciló. —Rourke estuvo allí hace
unos meses, proporcionando seguridad a Sassy y a su amiga cuando ésta estaba siendo
acosada por un ex empleado de su tío.
—Pobre mujer—, dijo.
KC se echó hacia atrás y miró a Clarisse, compartiendo el dolor por la pérdida de
memoria de Rourke. —Me voy a casa, pero puedo estar fuera un tiempo, tal vez en mi casa
de Cancún, para descansar,— mintió, y Clarisse se sintió aliviada. Pensó que unas
vacaciones podrían ser justo lo que necesitaba para aliviar su agonía. —Pero si me
necesitas, puedes llamar al complejo de las afueras de Nairobi. Te voy a dar el número del
encargado de la casa —, añadió, y se fue a escribirlo para ella, en una libreta con una pluma
que Tippy guardaba junto al teléfono. Se lo dio.

142
—Pero no tengo su número de teléfono celular—, dijo Clarisse, confundida.
—Puedo estar lejos de un teléfono.
Ella lo miró con espanto. —¡No! No, ¡no te atrevas a suicidarse!— exclamó,
bajando la voz para que nadie la oyera. Tomó a K.C. por ambos brazos y lo sacudió.
—¡Joshua sólo tiene un abuelo...!
K.C. le tocó el pelo suavemente. —Está bien—, dijo en voz baja. —Yo nunca haría
algo así. Me encantó el momento en que lo vi, en la incubadora del hospital de Manaus. Él
es... la viva imagen de Rourke cuando era un bebé.
—No se le puede decir—, dijo miserablemente. —Él me odia, aunque no acaba de
recordar por qué. Él querría al bebé. ¡Me arrastraría a los tribunales durante años...!
—Eso no pasara. Todavía estoy guardando secretos de hace muchos años.— Él
retiró la mano. —No hago ya el bajo y sucio trabajo independiente—, agregó. —Planeo y
cuido de la logística para mis hombres. Soy demasiado viejo y demasiado lento para
unidades de vanguardia.
—¿De acuerdo?
Ella sonrió. —De acuerdo.
—Es agradable tener a alguien que le importa si vivo o muero—, dijo después de un
minuto, y sonrió.
—Hay dos personas que lo hacen—, respondió ella. — Joshua y Yo.
La besó en la frente. —Eres una mujer bonita. Lástima que sea un fósil. Dejaría a mi
hijo colgando y me casaría contigo yo mismo.— Él sonrió.
Ella rió. —Gracias. Cuídate. Por favor, manténgase en contacto—, añadió.
—Lo haré—. Se metió las manos en los bolsillos. Mostraba todos y cada uno de los
años que tenía. —Tal vez algún día se acordará. Mientras tanto tengo que mantenerme
ocupado, porque si no lo hago, voy a volverme completamente loco.
—No es una mala idea. Sólo que, por favor, no la lleves al límite.
Él le dedicó una sonrisa torcida. —No lo haré.— Fue a despedirse de los demás
ocupantes de la casa y se metió en el coche con Cash, camino al aeropuerto.
—Me gustaría que hubiera algo que pudiera hacer—, dijo Clarisse solemnemente.
Tippy puso un brazo alrededor de ella cuando estaban mirando por la ventana,
viendo como Cash y K.C. se iban.
—Yo también.

***

K.C. regresó a Nairobi con los ojos fríos y perdidos. Ya no era el hombre afable de

143
los últimos años. Sacó su viejo kit y comenzó a limpiar las armas automáticas.
Cuando Rourke tocó distraídamente en la puerta y entró, se detuvo en seco ante el
arsenal de armas, recién limpiadas, volcadas en un paquete sobre la mesa del comedor.
K.C. volvió a entrar en la sala llevando una maleta. Estaba vestido con pantalones
de color caqui, y sus ojos eran fríos como el hielo.
—¿Qué diablos está mal?— le preguntó Rourke, porque no reconocía al hombre que
estaba viendo.
—Tenemos un trabajo—, respondió sin mirar de cerca a su hijo. Comenzó a
desmantelar las armas, preparándolas para un vuelo comercial a una nación africana en
estado de sitio por los insurgentes. —Me voy lejos. He puesto todos los papeles importantes
en la caja fuerte. Esta es la combinación, por si acaso.— Le entregó a Rourke un pedazo de
papel doblado. —Hay instrucciones también. Mi abogado tiene todo lo que puedas
necesitar legalmente.
Rourke sintió que su corazón se detenía. Recordó a K.C. vestido así cuando era un
niño. Recordó la expresión fría, peligrosa de su rostro. Algo estaba mal, muy mal.
—¿Qué pasó?—, preguntó Rourke, suavizando el tono.
K.C. levantó la cabeza y miró a su hijo sin alterarse. —No lo entenderías.
—Pruébame.
—Mary Luke Bernadette Bernardette murió hace unos días—, dijo, apenas capaz
de pronunciar las palabras más allá de su apretada garganta. Volvió su atención
deliberadamente a las armas de fuego, centrándose en ellas para protegerse de las
emociones fuertes.
Mary Luke Bernadette Bernardette. Rourke frunció el ceño. El nombre le resultaba
familiar. Lo tenía en la punta de la lengua. Se concentró más.
—Era una monja...
— Miró a K.C. —Tú la amabas,— dijo en voz baja, haciendo una mueca al ver la
expresión del hombre mayor, a pesar de que la había escondido rápidamente.
—Sí—, respondió K.C. —Ella era la única mujer a la que he amado en toda mi
maldita vida.
Rourke se acercó. —No vas a conseguir que te maten a causa de ella—, dijo con
firmeza.
—No te dejaré.
K.C. se puso en posición de combate. Sus ojos eran más fríos que el hielo.
—Trata de detenerme.
Rourke frunció el ceño. Increíble lo similares que eran. ¡El hombre mayor se parecía
a él! El ceño se profundizó.
—Tú... te pareces a mí—, vaciló.

144
—Sí. Qué extraña coincidencia, ¿no?— dijo K.C. arrastrando las palabras.
Rourke no se acercó más, por lo que K.C. volvió a su embalaje, sus movimientos
marcadamente eficientes.
—¿Por qué? Nunca vas a misiones. Tú te quedas aquí y haces Inteligencia para tus
hombres—.
K.C. no le estaba mirando. —No queda nada en el mundo que me importa—, dijo.
—Sin familia, sin... Mary Luke Bernadette , sin nada. El dinero y el poder son
viento. Aire.
— Cerró la maleta. —He perdido la última cosa que amaba.— Se volvió hacia
Rourke. —Recuerda lo que te dije sobre la caja fuerte.— Cogió la maleta.
—¡No!— Rourke se movió hasta él. Había algo, en el fondo de su mente. Había
tenido destellos de lucidez en las últimas semanas, imágenes confusas, terror nocturno
sobre algo que había sucedido en Barrera. Hubo otro vago recuerdo, conectado con este
hombre.
—Tienes sangre AB negativo—, dijo, parpadeando.
La barbilla de K.C. se levantó. —Sí.
Rourke frunció el ceño. —Yo también.
—Las coincidencias ocurren—, dijo K.C. brevemente.
—No es una coincidencia... — Rourke se llevó una mano a la cabeza. —Habíamos
hecho pruebas. Ninguno de los dos lo sabía con certeza.— Miró hacia arriba. —¡Me tiraste
a un maldito sofá!
—Tú viniste—, dijo KC airadamente. —¡Me acusaste de acostarme con la madre de
Clarisse!
Rourke se quedó mirándolo fijamente. La observación sobre Clarisse no tenía
sentido.
—Tú eres mi padre. Mi verdadero padre.
El corazón de K.C. saltó. No dijo una palabra. Había un leve rubor en sus mejillas
mientras miraba al hombre más joven.
—Tú eres mi padre—, dijo Rourke entonces, luchando contra la emoción.
K.C dio un largo suspiro. Parecía a punto de desplomarse. —Sí—, respondía
bruscamente, apartando la cabeza.
—¿Cómo? ¿Por Qué?
—Mary Luke Bernadette tomó los hábitos y se convirtió en monja—, respondió
con voz cansada, herida. —Traté de detenerla, traté de hacerle entender lo que sentía, lo
que podríamos tener juntos. Ella lo lamentaba. Me tenía mucho cariño, pero amaba más a la
iglesia. Bebí, lleno de estupor. Su madre estaba casada con mi mejor amigo. Estaba en una
misión. Ella vino a preocuparse por mí. Lo había oído de una de las chicas que trabajaban
para mí. Yo estaba bebiendo y tomó una copa conmigo. Una copa llevó a más copas y

145
luego...
— Miró por la ventana. —Ella me quería. Eso lo hizo peor de alguna manera. Los
dos tuvimos que vivir con ello, pretender que no pasó nada, que tú eras el hijo de tu padre.
— Sus ojos se cerraron. —Traicioné a mi mejor amigo. He llevado la culpa durante treinta
y un años.— Se volvió hacia Rourke. —Pero no puedo lamentarlo—, añadió en un tono
ronco y suave, sus ojos buscando todas las similitudes, todas las cosas que compartían.
—Tú eres la única maldita cosa buena que he hecho en mi vida. Estoy... muy
orgulloso de ti.— Su voz se quebró y se dio la vuelta.
Rourke se acercó. Extendió la mano, vacilante, y abrazó a su padre.
K.C. lo perdió. Se rompió. Al menos tenía algo. Tenía a su hijo. Rourke había
recordado.
—Lo siento mucho, papá—, dijo Rourke con voz ronca. —¡Maldita sea, lo siento
mucho!
K.C. sintió lágrimas en sus ojos, en las mejillas. Mary Luke Bernadette se había ido
para siempre. Nunca tendría otra carta de ella contándole las cosas emocionantes de la vida
de Kasie, las notas divertidas sobre sus vecinos y sus esfuerzos para mejorar su pequeña
casa. Nunca volvería a ver sus ojos, sus hermosos ojos, riendo hacia él. Nunca la volvería a
ver en esta vida.
Dejó escapar una maldición tan violenta que Rourke sintió el calor de la misma.
Mantuvo a su padre cerca. —Vas a estar bien—, dijo con gran pesar. —Lo estarás. Sólo
necesitas tiempo para superarlo. Tú puedes recuperarte de cualquier cosa. Incluso de esta.
—¡No puedo... soportarlo!— K.C. se atragantó.
Rourke lo mantuvo apretado. —Puedes. Eres fuerte. Tendrás toda la fuerza que
necesites. Aquí estoy. No te voy a dejar en estas condiciones. Y no te llevarás esa maldita
bolsa fuera de la casa.
—¿Me entiendes?
K.C. se sintió debil. Era nuevo para él querer ser protegido. Era nuevo tener a
Rourke recordando. Dio un largo suspiro tembloroso.
—Tal vez pueda hacerlo por teléfono,— dijo después de un minuto.
Rourke se rió entre dientes. Sentía como si algo de luz, un poco de calor por fin
había llegado de nuevo al frío vacío con el que había estado luchando últimamente.
—Tal vez puedas, papá—, dijo suavemente.
K.C. se retiró después de un minuto y se alejó, ocultando sus ojos humedos.
—¿Dónde estabas?
—Podría decírtelo, pero me gustaría que...
— Se echó a reír a carcajadas. —Bueno, ya lo sabes.
K.C. se volvió, su expresión enigmática.

146
—Escucha, chico, tengo autorizaciones para mejores altos secretos que las que tú
tienes.
—Sí, pero no tienes el visto bueno de la agencia para la que estoy trabajando.
— Rourke sonrió.
K.C. sonrió también. —Tal vez no.
—¿Qué tal algo de comer? ¿Podemos hacer que Brady trabaje en la cocina? Acabo
de llegar del aeropuerto y me muero de hambre. ¡Tomé los suficientes cacahuetes para
etiquetarme en una jaula del zoológico al lado de los elefantes!
K.C. le echó un cariñoso brazo sobre los hombros.
—Vamos a ver.

***

Más tarde, se preguntó si debía decirle a Rourke algo de Clarisse. Cuando Charlene
apareció con su padre y su guapo socio de negocios, decidió no hacerlo. Rourke fue
cariñoso con Charlene y mencionó el fijar una fecha para la boda. Increíble, reflexionó
K.C., cómo se resistía la joven a hacerlo. Había más viajes que hacer, le dijo a Rourke. Ella
lo sentía, pero no se veía a sí misma estableciéndose con lavavajillas, lavadoras y niños. No
en mucho tiempo.
Rourke se fue a su casa, deje que su león mascota saliera de la jaula y entró en su
casa con el cariñoso gato. En el interior, el león saltó al sofá y apoyó la barbilla en su brazo.
Rourke se rió. —Te he echado de menos, gran molestia amarilla—, dijo,
inclinándose para acariciar con su musculosa mano la piel del gato y darle un beso en la
cabeza.
—Quieres ver la tele, ¿verdad? Bien. Te encontraré un buen especial sobre la
naturaleza si prometes no atacar a los ñus de la pantalla.
—¿Cómo te va eso, Lou?
El león simplemente bostezó.

147
Capítulo 11

Clarisse estableció su vida junto a los Griers. Encontró una bonita casa que le
gustaba dentro de los límites de la ciudad, cerca de una tienda de comestibles, la oficina de
correos y de la Iglesia Metodista. Había una escuela primaria a pocas manzanas de
distancia. La casa era victoriana, con un gran porche, altos frontones victorianos
desplazándose a lo largo de éste, e incluso una torreta. La compró enseguida y llamó a
carpinteros y decoradores, algunos de San Antonio, para hacerla habitable. Una de las
ventajas de ser rica, pensó para sí misma, era que podía comprar casi cualquier cosa que le
gustara sin tener que comprobar el saldo de sus cuentas bancarias. Sus padres tenían
grandes riquezas, y todos sus objetos de valor, así como acciones, fueron para Clarisse, ya
que era el único miembro superviviente de la familia.
—Te echaré de menos—, le dijo Tippy cuando la casa estuvo lista para ser ocupada,
y Clarisse había contratado a una dulce joven hispana, Mariel, para que cuidara de ella y la
ayudara con Joshua.
—Yo también les voy a extrañar,— dijo Clarisse suavemente. —Pero estoy bien
cerquita—, añadió con una sonrisa. —Puedes venir a visitarme en cualquier momento.
—Lo haré,— estuvo de acuerdo Tippy. Tenía los ojos puestos en el bebé en brazos
de Clarisse. —Es un chico muy dulce.
—Sí, lo es,— respondió Clarisse. —Tu Tris es una muñequita. Y creo que Rory es
genial —, agregó. Ella rió. —Trató de enseñarme a jugar esos juegos de video que tiene.
Me moría cuando me dijo que deberían dedicarme una calle por entrar en el juego.
Tippy rió. —Está loco por los juegos en línea, y metió a Cash también.— Ella negó
con la cabeza. —Yo no puedo manejar los controles.
—¡Yo tampoco puedo!
—Habláis de mí, ¿eh?— dijo Cash mientras entraba en la habitación.
—Y ¿por qué íbamos a hablar de ti?— bromeó Tippy, descansando su cuerpo contra
el suyo al mirarlo con sus suaves y cariñosos ojos verdes. —Quiero decir que, sólo porque
eres irresistible no es una razón para hablar de ti.
—Soy dulce, también—, reflexionó, inclinándose para besarla suavemente.
—Me lo dices todo el tiempo.
—Es absolutamente cierto— suspiró Tippy.
Cash sonrió y la besó una vez más antes de dejarla ir. Sus ojos se abrieron con
preocupación hacia Clarisse. —Todavía no estoy seguro de que esto sea una buena idea.
—Eb Scott me llamó anoche—, le dijo. —Dice que tiene a dos de sus nuevos

148
reclutas en mi caso. Me siguen día y noche y me mantienen a salvo.— Se mordió el labio
inferior. —Sapara ha matado a dos hombres que eran fundamentales para ayudar al general
Machado a establecer el nuevo gobierno. Los Grange tuvieron que contratar seguridad
extra. Envió a un hombre tras ellos también. Pero no intentó hacerlo con un tarro de
mosquitos mortales—, añadió Clarisse airadamente, recordando lo que le habían hecho a
Ruy, y lo que significó para ella.
—No, usó un cuchillo,— respondió Cash, revelando que él también había estado
discutiendo cosas con Eb. Sus ojos negros se encontraron con los suyos. —Vas a tener más
gente vigilándote aparte de los hombres de Eb—, agregó. —Nadie va a hacerte daño a ti o
al niño en mi pueblo.
—Te lo prometo.
Ella sonrió cálidamente. —Gracias, Cash. Gracias a los dos por darnos un lugar para
quedarnos hasta que encontráramos uno nuestro.
—Oh, teníamos motivos ocultos—, murmuró Cash. Extendió sus brazos. —¿Puedo?
Ella puso a Joshua en ellos y observó la expresión de su rostro, y la de Tippy
mientras se acercaba a tocar la manita del bebé.
Clarisse, observando, sintió su anhelo por otro niño. Tal vez eso sucedería. Esperaba
que sí.
—Te llevaré a tu nueva casa—, dijo Tippy después de un minuto, sonriendo a Cash.
—Me gustaría ofrecerme, pero tengo una reunión en... Maldita sea, ya llego tarde.
Tengo que irme. —Besó suavemente a Tippy, entregó a Joshua de vuelta con Clarisse y fue
a besar al resto de la familia.
—Siempre hacemos eso cuando se va—, explicó Tippy mientras llevaba a Clarisse
en el Jaguar a su nuevo hogar. —Nos besamos y nos decimos que nos amamos. Nunca se
sabe—, añadió en voz baja. —Cash no puede vivir sin un poco de peligro. Me preocupa,
pero no me obsesiono con ello.
—Yo me preocupé hasta ponerme enferma cuando Rourke me dejó para ir a esa
misión—, respondió ella. —Sé que hace un trabajo peligroso. Tenía esperanzas,
demasiadas... — Respiró y cambió de tema. —Creo que me va a gustar Jacobsville,— dijo
efusivamente.
—Es muy especial.
—Nosotros creemos que sí,— Tippy estuvo de acuerdo. —Vas a necesitar un coche.
—Esa es mi siguiente prioridad. ¿De dónde sacaste el Jaguar? ¿El distribuidor
tendrá un buen inventario?
Tippy rió. —Sí. Está en San Antonio. ¡Te daré la dirección de su página web y
podrás verlos por ti misma! Cuando quieras ir a buscarlo, te llevaré—.
—Gracias.
—Oh, tengo motivos ocultos—, reflexionó Tippy. —Tendré a Joshua mientras

149
tratas con el vendedor—, añadió, en tono de burla, y ambas mujeres se rieron.

***

Mariel tenía casi treinta años, era tranquila y respetuosa. Clarisse la encontró a
través de un bien parecido vaquero, Jack López, que trabajaba para Lucas Craig. Se habían
conocido en el Café de Bárbara y almorzaban juntos algunas veces cuando llegaba con
Joshua a la ciudad. El vaquero le dijo que era su prima y que tenía excelentes referencias.
Ella era un tesoro. Mariel se enamoró del bebé a primera vista. Lo cogió, lo arrulló e
invitó a las mujeres a que la siguieran. Había preparado dos habitaciones en la planta baja,
ya que la incisión de Clarisse era todavía dolorosa y era difícil para ella subir escaleras. Al
lado de la habitación de Clarisse había otra con puertas correderas de madera. Había un
cuarto de niños detrás de ellas, muy bien decorado y pintado en azul satinado, con una
alfombra azul como complemento. Los muebles de bebé eran blancos. Había varios
móviles sobre la cuna.
—Esto es maravilloso—, exclamó Tippy.
—Sí, lo es. Lo encontré en el Internet,— rió Clarisse, sacando su iPod. —¡Y lo
próximo de la lista es un coche!
Ella descargó el inventario desde la página web, y llamó al número que aparecía
para hablar con un vendedor. Tenían varios nuevos jaguars en el inventario y la invitó a
verlos. Ella prometió ir a la mañana siguiente tras preguntarle a Tippy, para asegurarse de
que estaba libre para llevarla.
Mariel llevó al bebé a la habitación infantil para cambiarle el pañal sucio. —Me
encargaré maravillosamente de él—, prometió a Clarisse. —No tiene que temer por él.
—Lo sé. Gracias.
—Y ahora—, dijo Clarisse cuando Tippy y ella estuvieron a solas, —tengo que
hacer lo que yo le prometí a Eb.— Lo llamó y le comunicó su itinerario. —Y gracias, Eb.
No me importa pagar los sueldos de los hombres que has contratado...
—Hizo una pausa y se echó a reír. —Está bien, pero tienes que prometerme que me
dejarás corresponderte. Trato hecho. Gracias.
—Eb es un hombre de bien, ¿no?— Tippy preguntó suavemente.
—Un hombre realmente bueno.— Clarisse abrió el camino mostrando la
remodelada cocina. Era una delicia para un cocinero gourmet, ya que contenía todos los
aparatos necesarios para una gran comida.
—Te encanta cocinar, ¿verdad?—, preguntó Tippy.
—Oh, sí.— Clarisse no agregó que había aprendido porque era algo en lo que
Rourke era bastante bueno. Él fue chef durante un tiempo en un restaurante de
Johannesburgo, en sus días de juventud. Durante sus dichosas semanas en Manaus, habían

150
compartido las tareas de cocina.
Mariel estaba de vuelta con el bebé cuando Clarisse sirvió café. Tippy cogió a
Joshua y lo abrazó cuando comenzó a quejarse.
—Tiene hambre—, Clarisse se rió. Llamó a Mariel en español y le pidió que trajera
un pañal mientras cogía al bebé y se desabrochaba la blusa y el sujetador de lactancia. Se
estremeció y se echó a reír de nuevo cuando el bebé comenzó a succionar.
—Yo amamanté a Tris—, dijo Tippy, suspirando. —Tiene muchos beneficios. Pero
debe hacerte daño.
—La incisión tira. Y siento una cosa rara, como dolores de parto, cuando empieza a
mamar—, añadió.
—¡Sé lo que quieres decir! Tuve la misma experiencia. —Sus ojos eran soñadores.
—Me encantaría tener otro bebé.
—Cruzaré los dedos de las manos y los pies para ti—, le prometió, y sonrió.
Tippy simplemente se rió.

***

A Clarisse le ofrecieron un XK, uno de los mejores coches deportivos de alta gama
que Jaguar producía, pero ella negó con la cabeza. Un sedán era mucho más práctico. Así
que optó por un V8 con turbo cargador, blanco y con la tapicería beige.
—Cash tenía un XK rojo cuando empezamos a salir, en Nueva York,— recordó
Tippy volvieron a su casa y ella estaba a punto de irse a la suya. —A él le encantaba, pero
negoció un sedán cuando supimos que Tris estaba en camino. Los descapotables tienen un
asiento en la parte trasera, pero era apenas lo suficientemente grande para que Rory se
estirarse cuando Cash conducía.
—Los biplazas son para jóvenes sin hijos, o personas mayores cuyos hijos han
crecido—, dijo Clarisse con una sonrisa.
—Lo sé. Pero era un amor de auto—, dijo Tippy con un suspiro melancólico.
—Así es mi nuevo sedán. Podemos ir de compras a San Antonio cuando tengas un
día libre.
—Traducido, cuando tenga un día libre porque Rory tenga también un día libre de
clases, como hoy—, fue la respuesta divertida. —Es la mejor niñera.
—Él es muy dulce—, añadió Clarisse.
—Siempre lo he pensado así.— Miró a Mariel, que llegó sonriendo a coger al bebé
de Clarisse, que parecía agotado. —Necesita acostarse temprano—, agregó, preocupada, —
Has tenido un par de semanas difíciles.

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—Lo sé. Estoy con pastillas para la malaria también. Iré por la mañana, a primera
hora, a la farmacia y recogeré la recarga. Llamé ayer, pero estaba demasiado cansada como
para ir hoy.
—Yo podría ir por ti— ofreció Tippy.
—Yo iré. ¿Quieres almorzar mañana en Bárbara? Si quieres, te recojo a Tris y a ti
después de pararme en la farmacia.
—Cash estará fuera mañana, así que estaré por mi cuenta. Puedes recogerme antes
de ir a la farmacia y te sostengo a Joshua mientras pagas las pastillas.
—Ooooh, ¿tengo la sensación de que hay un motivo subyacente?— preguntó
Clarisse, con casi el primer destello de sentido del humor, desde que había comenzado su
calvario.
—¡Por supuesto que sí!
—En ese caso, te veré a las once y media de la mañana.
—¡O.K!

***

—Pero yo podría cuidarlo por usted,— refutó Mariel cuando Clarisse, vestida con
vaqueros, un suéter de color beige de manga larga y mocasines se dirigió a la puerta
principal, con Joshua con un traje de lana azul con pies envuelto en una manta en el asiento
del coche.
Clarisse se limitó a sonreír. —Ya me acostumbraré a dejarlo, pero ahora es
demasiado pronto después de lo de Manaos—, explicó. —Estoy... ¿cuál es la palabra?
Estoy nerviosa.
—Ah—, dijo la otra mujer, y sonrió con tristeza. —Ha pasado por momentos muy
duros. Pero serán mejores. Eso lleva su tiempo.
—Sí. Gracias por ofrecerse de todos modos.
—Es por lo que usted me paga, ¿no?—, respondió ella, y se echó a reír cuando se
fue a empezar la limpieza de las habitaciones.

***

Tippy fue a buscar una nueva barra de labios, llevando a Joshua, mientras Clarisse
se puso en la cola del mostrador de la farmacia. Tippy acababa de regresar cuando Clarisse
volvió la cabeza, y el corazón se le congeló en el pecho. Ni siquiera podía manejar las
palabras.
—¡Hija de...!— estalló Rourke. Se acercó más, con pantalones vaqueros, una

152
camisa de punto y chaqueta de pelo. Su único ojo marrón claro tuvo un brillo asesino
cuando vio a Clarisse. —¿Y qué demonios estás haciendo aquí?— preguntó con
vehemencia. —Descubriste que estaba trabajando aquí y viniste a visitar los lugares de
interés, ¿verdad?—, acusó. Su ojo la miró de arriba a abajo con puro odio. —¡Lo siento,
pero yo no me veo cogiendo un número para tener un sitio en tu cama!.
Consciente de los murmullos a su alrededor porque la farmacia estaba llena,
Clarisse entregó su tarjeta de crédito a Bonnie, que estaba mirando al hombre rubio. Bonnie
pasó la compra, le devolvió su tarjeta de crédito, esperó a que ella firmara el recibo y le
entregó la medicación prescrita para la malaria.
—Aquí está tu hijo, Clarisse,— dijo Tippy, adelantándose con el rostro tenso a
entregar el bebé a su amiga.
—¿Tu hijo?— Rourke sintió que todo su cuerpo estallaba. Nunca había sentido
tanto dolor en su vida, y no sabía por qué. Miró al niño en sus brazos con ardiente ira. —
¿Tuviste un hijo? Bajaste la guardia, ya veo. ¿Sabes quién es el padre, Tat? —, agregó con
veneno puro.
Tippy avanzó. —Si le dices una palabra más,— dijo con la voz llena de ira,
—haré que mi marido te arreste y enjuicie por acoso, ¡y testificaré en el tribunal si
tengo que hacerlo! ¡Creo que tampoco sería difícil encontrar otros testigos dispuestos!.
—Directamente condenado,— Jack López, uno de los nuevos vaqueros de Lucas
Craig, estuvo de acuerdo. Era alto y guapo, con el pelo negro y con un tenue aspecto
hispano. Había almorzado con Clarisse en Barbara y le había ayudado a encontrar a Mariel
para que cuidara al bebé. Sonrió a Clarisse. —Sería un placer, señorita Clarisse.— Dedicó a
Rourke una extraña mirada, pero Rourke no le prestó atención. Estaba mirando a Clarisse
como lo que más valía la pena en el mundo.
—Vámonos, Clarisse,— dijo Tippy, lanzando una mirada venenosa a Rourke, que la
devolvió con estudiada diversión.
Condujo a una horrorizada Clarisse fuera de la farmacia y al nuevo Jaguar.
—Métete dentro,— dijo. —Yo conduciré. Voy a poner a Joshua en el asiento de
atrás.
Rourke había recogido la receta que Jake Blair le había pedido que consiguiera en
medio de miradas congeladas, y salió justo a tiempo para ver como Tippy ponía al bebé en
su vehículo, en el asiento trasero. Se metió en el asiento del conductor junto a Clarisse y
cerró la puerta. Segundos después se alejaron. Ninguna de las dos lo había mirado de
nuevo.
Se quedó mirando fijamente la marcha de Tat con los latidos de su corazón casi
asfixiándolo. Se sentía traicionado. Era una sensación increíble, porque sabía que la odiaba.
La había odiado durante años. No podía recordar por qué. Pero había algo, una angustia,
una sensación de pérdida total, que se superponía al resentimiento. Le dolía mirar al niño.
¿Por qué?
Se llevó una mano a la cabeza. Había un recuerdo allí, en alguna parte, pero no pudo

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alcanzarlo. No entendía por qué se había ido tras ella tan salvajemente. Pero le irritaba que
ella lo hubiera seguido a América. Bueno, ella vivía en Estados Unidos la mayor parte del
tiempo. O él pensaba que lo hacía. La recordaba con un trasfondo social, en fiestas.
¿Washington DC, tal vez? Pero ella nunca había estado en Texas. ¿O sí? Y ¿por qué
aparecía justo aquí cuando estaba de vuelta en el país en una nueva misión, que lo
mantendría en ese lugar durante varias semanas?
Regresó a la casa de Jake Blair y puso la prescripción en su bolso en la mesa del
comedor. Estaba tan callado y deprimido que Jake frunció el ceño.
—¿Qué es lo que está mal?
—Tat está aquí.
Jake hizo una mueca. —Lo siento. Debería haberte dicho que estaba viviendo aquí...
—¡¿Viviendo aquí? ! ¿Por qué, por todos los diablos?— estalló Rourke.
Jake dejó escapar un largo suspiro. —Es complicado. No puedo decirte mucho.
Vivía con los Griers hasta que compró una casa propia y la tuvo amueblada.
—Era Tippy Grier la que estaba en la farmacia con ella,— dijo después de un
minuto. —Pensé que me resultaba familiar.
—¿En la farmacia?— Jake se sintió incómodo.
—Tat tenía a un bebé con ella. Su hijo, lo llamó Tippy.— Su rostro estaba más duro
que la piedra. —Tuvo un niño con algún pobre ingenuo. Le pregunté si sabía dónde estaba
el padre... ¿Por qué me estás mirando de esa manera?.
—Siéntate, Rourke—, dijo su amigo suavemente.
Rourke frunció el ceño, pero hizo lo que le pidieron.
Jake fue a la cocina y regresó con dos tazas de café negro. Le dio una a Rourke,
cogió la otra y se sentó a la mesa con él.
—No sé si K.C. te contó algo de lo que le ha pasado recientemente.
—Yo no dejo que su nombre se pronuncie a mi alrededor—, dijo Rourke
amargamente. —Vino al maldito recinto, derecha a mi habitación, cuando llegué a casa
después de que fuera herido. ¡Llevaba el anillo de compromiso de mi madre! Tuvo que
haber robado la maldita cosa. Maldije y la echaron. Ni siquiera le hablé a K.C. durante
meses. En realidad, ¡él la había llevado allí...!
Jake cerró los ojos. Era aún peor de lo que pensaba.
—Está bien, ¿qué significa esa mirada?
Jake tomó un sorbo de café. —Estaba casada, Rourke,— dijo en voz baja. Con un
amigo de ella de Manaus, un médico llamado Ruy Carvajal.
—Casada...— Sintió como si la respiración apretaba su garganta. Se llevó la taza a
la boca. El café estaba caliente y se quemó los labios, pero le ayudó a disimular la angustia
que sentía. —¿Se casó con Carvajal? ¡Dios mío, era por lo menos veinte años mayor que
ella!.

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—Tenían un niño—, dijo, y no miró a Rourke mientras lo decía.
—El que ella llevaba. Un chico. Un hijo.— Su rostro se tensó. —Ya veo. Respiró
profundamente. —¿Así que está aquí viviendo con ella?.
Jake negó con la cabeza. —Él murió. De malaria cerebral. Hace un par de semanas.
En Manaus.
Manaus. Había algo en Manaus. ¿Por qué el lugar le parecía tan familiar? Sólo
había estado allí una cantidad de veces, sobre todo debido a Tat. Cuando su madre murió.
Cuando su padre y su hermana murieron en el río... ¿de dónde diablos venían aquellos
recuerdos? Se sostuvo la cabeza. Le palpitaba.
—¿Estás bien?—, preguntó Jake, preocupado.
Rourke levantó los ojos hacia el otro hombre. —Sí,— dijo después de un minuto. —
Así que ella vino aquí. ¿Por Qué?
—No tiene a nadie en el mundo,— dijo Jake. —Tenía la misma cepa de malaria que
su marido tuvo. Peg y Winslow Grange contactaron con un especialista en enfermedades
tropicales de Gran Bretaña y le llevaron en avión a Manaus para que la tratara. Todo pendía
de un hilo. Le hicieron una cesárea porque pensaban que no viviría...
—¡Dios mío!— Rourke se puso de pie y se alejó, su corazón sacudiéndose. La
reacción que tuvo ante las noticias lo devastó. ¿Por Qué? Odiaba Tat. No le importaba si
moría... si ella moría... ella podría haber muerto. No sabía nada de su matrimonio, ni del
bebé, ni de la fiebre...
—Ella vivió, contra todo pronóstico,— continuó Jake con solemnidad. —Pero temía
por el bebé. Quería estar en un lugar en el que pudiera ser atendido, si... algo le pasaba a
ella.
Se volvió de nuevo. —¿Ella está bien ahora?—, preguntó con preocupación.
—¿La fiebre no se repetirá?
Jake tomó un sorbo de café. —Tú has tenido la malaria. Ya sabes lo que se siente.
—Había varios tipos, ninguno de ellos recurrente.
—Esto lo hace,— respondió Jake. —Lo vimos cuando estábamos en Asia y África,
e incluso antes, en la Amazonía, si recuerdas. Era casi endémica en ciertas áreas.
Plasmodium falciparum.
—Procedente del mosquito anofeles,— respondió Rourke con pesar. Había visto
casos. La malaria cerebral era invariablemente fatal. Se mordió el labio inferior. —¿Cómo
diablos fueron infestados?—, soltó abruptamente. —¡Tú vives en un país en el que se da, se
toman precauciones!
—Las tomó,—contestó Jake. —Tenía los terrenos rociados constantemente.
—Bueno, no lo suficientemente bien, obviamente—, le replicó, —¿y por qué
demonios no reconocieron los síntomas? ¡Él era médico, por el amor de Dios!
—Hubo un brote vírico en la comunidad. Él trabajaba dieciocho horas al día, y

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estaba agotado. Pensó que había cogido el virus. Tenía los mismos síntomas. Esperó hasta
que fue demasiado tarde para hacer algo. Clarisse lo cuidó. Le subió la fiebre. Estaba
ardiendo cuando él murió.
Rourke miró hacia otro lado. Clarisse, completamente sola, sin nadie que se
preocupara por ella cuando el bebé llegó, cuando su marido murió.
—No quería venir a vivir aquí—, agregó Jake. —Ellos— casi dijo K.C. y tuvo que
sujetarse —tuvieron que intimidarla.
—¿Por qué?
—Ella pensaba que tú podrías venir otra vez—, dijo Jake brevemente. —Todo el
mundo decía que habías mencionado que ibais a casaros y que sólo cogerías casos en
Europa a partir de ahora.
—No quería correr el riesgo de toparse conmigo—, dijo Rourke en voz alta. Dolía
ponerlo en palabras. Sus manos, en los bolsillos de sus pantalones de color caqui, se
apretaron en puños.
—¿Tú esperarías con impaciencia a alguien que no hace nada más que
menospreciarte y atormentarte, verdad?—, preguntó Jake en voz baja.
—No. Por supuesto que no.— Miró a sus pies. —Ella lo cuidó.
—Sí. Ella tenía la infección también, pero a veces se tarda una o dos semanas para
presentar síntomas, ya lo sabes. En el momento en que lo hizo, estaba de parto. Su fiebre
era más de 40ºC y subiendo. Los médicos hicieron lo que pensaron que tenían que hacer.
Luchó duramente para sobrevivir—, añadió, conociendo la historia por K.C. —Estaba
preocupada por el bebé.
El bebé. El bebé de Carvajal. Sintió la bilis en la parte posterior de la garganta.
Odiaba la idea de Clarisse con otro hombre. Aunque no debería cuando él la odiaba...
Dio un largo suspiro. —Le dije algunas cosas duras—, dijo después de un minuto.
—Fue por el shock de verla inesperadamente. La he evitado durante meses. Desde... —
Dudó. Frunció el ceño. —No entiendo cómo llegó el anillo de mi madre a sus manos,
¿sabes? Estaba en la caja fuerte, y yo era el único que tenía la combinación. Nunca lo dejé
por ahí. ¡Nunca! —Se dio la vuelta, con la cara enrojecida por el sentimiento. —La única
vez que estuvo en el complejo fue cuando vino a cuidarme, cuando estaba herido, y en la
única habitación que estuvo fue en mi dormitorio. ¡No hubo forma...!
—Te has pasado años odiándola—, respondió Jake. —Algunos hábitos son difíciles
de romper.
Rourke se quedó mirando la pared. —No sé por qué la odio tanto—, confesó. —Ella
siempre estaba corriendo detrás de mí en África cuando era pequeña.— Una leve y tierna
sonrisa floreció en su dura boca. —No tenía miedo de nada. Yo era parte de un grupo
mercenario cuando tenía diez años. Yo quería volver, el año siguiente de que K.C. se
convirtiera en mi tutor, pero dudé porque sabía que Tat me seguiría. Incluso entonces, ella
era mi sombra.— Le dolía la cabeza de repente, violentamente. Se llevó una mano a ella.
—¿Por qué no puedo recordar?

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—Deja de forzarlo.— Jake se levantó y le dio una palmada en el hombro. —Estás
recordando algunas cosas, ¿no es así? Las cosas que habías olvidado de los últimos meses.
—Me acordé de que K.C. era mi padre—, respondió. —Él estaba empacando sus
armas cuando llegué a casa. Mary Luke Bernadette murió.— Hizo una mueca. —La amaba
desesperadamente. Se habría casado con ella, pero se hizo monja.
Se iría con sus hombres a una misión. Lo recordé entonces, recordé quién era, lo
que era para mí. Me puse delante de él y lo reté a intentar suicidarse.— Se rió entre dientes.
—Eso tuvo agallas, déjame decírtelo. Me tiró sobre un sofá...
— Se detuvo, frunciendo el ceño. —Me golpeó. Había dicho algo, algo acerca de
Tat.— Apretó los dientes. —No puedo recordar qué...
—El neurólogo dijo que podrías recuperar parte de esos recuerdos,— le dijo Jake.
—Pero va a ser lento. Relájate. Trata de recordar poco a poco, como lo has estado
haciendo. No trates de forzarlo.
—Le pregunté acerca de dejar que la gente me dijera lo que pasó.— Se rió
brevemente. —Dijo que no importaba; no tendría sentido para mí. Sería como si escuchara
una historia.— Negó con la cabeza. —Me está volviendo loco.
—Terminarás recordando.
—Supongo.— Respiró. —Voy a pedirle disculpas a Tat cuando la vea—, dijo
lentamente. —Fue una manera infernal de tratar a alguien que ha pasado por todo eso.
Aquella sangre fría del fulano que la torturó en Barrera para obtener información sobre la
ofensiva, pero le clavé un cuchillo...
— Se quedó sin aliento, mirando a Jake.
—Sí,— dijo Jake, asintiendo.
—¿Por qué K.C. no me dijo que se había casado?—, se preguntó en voz alta.
—No dejabas que nadie te hablara acerca de ella—, respondió Jake.
Rourke suspiró. —Supongo que no.— Negó con la cabeza. —Mucho dolor. Yo no
haría daño de esa manera deliberada. ¿O sí lo haría? He pasado años haciéndola pagar...
haciéndola pagar... ¿por qué? —, Añadió, casi para sí mismo.
—¡Maldita sea!
—Poco a poco,—Jake interrumpió. —Creo que pueden volver los recuerdos.
—¿Lo crees?— Rourke se sentó de nuevo. —Bueno, puedo esperar, supongo.
Jake no respondió. Sabía algo que no se atrevía a compartir con Rourke, todavía no.
Sapara había enviado a un exterminador tras Clarisse, y nadie conocía la apariencia del
hombre. Nadie excepto Rourke. Había visto al asesino-jefe de Sapara mucho antes del
asalto a Barrera. Sabía cómo era el hombre. Y podría ser la única oportunidad que Clarisse
tuviera, si su memoria regresaba a tiempo.
Pero eso era poco probable. En cualquier caso, Cash y Eb Scott tenían ases en la
mano. Cualquier persona que diera un paso hacia Clarisse se encontraría en el momento

157
final por cualquiera de las armas de los varios agentes encubiertos. Ella estaba
suficientemente segura. Por ahora.

***

Clarisse había llevado a Joshua al parque de la ciudad. Era a mediados de marzo, un


día hermoso del comienzo de la primavera, y había una actuación de la banda de la escuela
secundaria local para la comunidad. Era uno de los muchos eventos culturales patrocinados
por comerciantes locales, en cooperación con la Cámara de Comercio del Condado de
Jacobs.
Tenía una colcha gruesa extendida en la hierba seca, con Joshua acostado sobre ella
con su trajecito azul forrado y con pies. Llevaba unos vaqueros y una sudadera, sin ni
siquiera un rastro de maquillaje. Le encantaba ser la madre de Joshua. No quería llamar la
atención de los hombres, así que no hacía nada para ponerse más atractiva.
Ella no podía saber que, para el hombre que la observaba disimuladamente, era
hermosa sin artificios. Rourke la miraba fijamente a unas pocas yardas de distancia, viendo
la ternura con la que manejaba al niño, la frescura de su tez, la gracia serena de sus
movimientos.
Había empezado peor que mal con ella y se sentía culpable. Había pasado por el
infierno. Estaba arrepentido de las cosas que le dijo en la farmacia. Probablemente le
hiciera un desaire, pero no le importaba. Quería pedirle disculpas.
Lo sintió. Era extraño cómo sabía siempre cuando él estaba cerca. Incluso en la
farmacia sintió esa sensación de hormigueo justo antes de que se enfrentara a ella. Levantó
la mirada con un leve temor en los ojos. Ella comenzó a ir a por Joshua, para huir.
—No te vayas—, dijo Rourke suavemente. Él cayó sobre una rodilla, con los ojos
sobre el niño pequeño. Una coloración extraña, pensó, para el hijo de un hombre que era
visiblemente hispano. Recordó a Carvajal, que tenía los ojos y el pelo negros y una tez
oliva oscura. Pero el niño se parecía a Clarisse, y tenía su coloración.
—¿Qué quieres?—, preguntó Clarisse, tensa.
Se encogió de hombros. —Pedirte disculpas. No sabía nada acerca de tu marido.
No la miró directamente a los ojos. Le dolía demasiado. Ella no dijo nada tampoco.
—Es un niño bueno, ¿verdad?—, preguntó después de un minuto. La visión del niño
era dolorosa. No entendía por qué.
—Sí,— dijo ella.
—Jake dijo que te alojabas con los Griers.
Ella asintió. —Me ayudaron. Los puntos de sutura todavía tiraban...— Se
interrumpió.
—Jake me habló de eso también,— dijo. La estudió. Parecía mayor, más

158
desgastada, más delgada. —Has pasado unos momentos infernales, ¿no es así, Tat? Siento
haber empeorado las cosas.
Ella no le respondió. Estaba esperando que la dejara. La estaba molestando.
Sintió el malestar. No la culpaba. Se puso de pie. —No voy a estar cerca
próximamente—, dijo después de un minuto. —Esta será probablemente mi última
asignación en los Estados Unidos por un tiempo.
Ella asintió. No levantó la vista.
Él apretó la mandíbula. Había algo entre ellos. Algo que su recordado odio no se
explicaba. —¿Por qué es así?—, preguntó de repente.
—¿Perdón?— vaciló ella.
—¿Por qué soy... de esta manera contigo?—, añadió. —Correteabas detrás de mí
como mi propia sombra cuando eras una niña. ¡Ibas conmigo a todas partes...!
—Eso fue hace años, Rourke,— dijo ella, inconscientemente utilizando el nombre
que usaban todos los demás, no llamándolo por el nombre que le era familiar, que la hacía
sentir única en su vida.
Él lo registró, pero no conscientemente. —Estuvimos juntos en Barrera—,
comenzó.
—Sí, en la ceremonia de premios.
Se sentía como si alguien le hubiera golpeado en el estómago. —Ceremonia de
premios de… ¿Qué?
—Dijiste...
—En el campamento—, enfatizó. —Después de que ese subordinado de Sapara te
torturara a sangre fría —, añadió.
—Oh. Sí. —Ella podría haberse mordido la lengua por ese estúpido desliz.
—Pagó por lo que te hizo,— dijo fríamente.
Ella asintió.
Su mente estaba trabajando. Estaba teniendo destellos de color. El campamento. El
asalto a la posición de Sapara. El pequeño dictador que había matado a tanta gente
inocente, nervioso, cobarde y sin sus secuaces, tratando de escapar de Machado, tratando de
explicar su traición.
¿Qué había oído por casualidad decir a K.C. sobre Sapara hacía poco tiempo? Algo
sobre un helicóptero. No podía recordar. Juguetona memoria la suya.
—No debes tratar de levantar al bebé por ti misma—, dijo de repente, con el ceño
fruncido. —No tiene todavía ni seis semanas, ¿verdad?
—Casi.
Dudó. Su rostro se suavizó. —Tenías un bebé en tus brazos en el campo de
refugiados en Ngawa—, dijo bruscamente. —Te veía hermosa, incluso con las ropas

159
manchadas y el cabello sucio. Pensé que me gustaría matarte en ese momento, Tat. Te
habían capturado y amenazado con la ejecución. ¡Dios mío, tienes más vidas que un gato!
El comentario la sorprendió cuando miró hacia arriba. ¿Qué era esa expresión de su
hermoso y dulce rostro? ¿Esperanza?
—Lo olvide, ¿no es así?—, preguntó. —Yo te saqué justo antes de la ofensiva.—
Frunció el ceño. —Siempre estoy para sacarte de problemas, siempre cuando estás
traumatizada. Siempre he estado. Así que, ¿por qué lo hago si te odio tanto?.
Durante unos segundos, la esperanza había caído sobre ella como alegría líquida. Y
ahora ya no estaba. Desapareció.
Logró una leve sonrisa. —Nunca lo he sabido—, respondió.
Sus ojos eran suaves, azules y hermoso, cálidos, con sentimiento. —Tan hermosos
—, dijo sin pensar. Su mandíbula se tensó. Su único ojo marrón claro brilló.
—Tregua terminada—, dijo ella a la vez, levantándose con evidente esfuerzo. —Y
tengo que irme. Mariel tendrá el almuerzo preparado.
—Oh, ahora, señora Carvajal, ¡no te atrevas a intentar levantar a ese bebé!
Un hombre alto y guapo se acercó sonriendo. —Estaré encantado de acarrearlo. Voy
por ese sitio de todos modos. El Sr. Craig me envió a la ciudad a la ferretería para conseguir
un poco más de butano para la marca.
—Es muy amable de su parte, Sr. López.— Miró a Rourke, cuya expresión era
ilegible. —Stanton Rourke, este es Jack López.— le presentó ella. —Me ha estado
ayudando a cargar alimentos últimamente. Tengo dificultades para levantar cosas. Nos
reunimos en el café de Bárbara y se ofreció como voluntario.— Sonrió al hombre, aliviada
de no tener que soportar la explosión que había esperado desde que el ojo de Rourke había
centelleado hacia ella.
—No hay problema en ayudar a una madre—, dijo el vaquero, con un leve acento.
Se quitó el sombrero ante Rourke. Él lo miró fijamente durante un minuto, pero la
expresión de Rourke no cambió. —Encantado de conocerte.— Se inclinó y recogió al niño,
sosteniéndolo con cuidado en un brazo mientras Tat luchaba para recoger y doblar la
manta.
—Deja, haré eso—, dijo Jack rápidamente. Cogió la bolsa con pañales y toallitas
húmedas y la manta mientras sostenía fácilmente a Joshua en un brazo.
—¿Lista?—, preguntó.
Clarisse asintió.
—Nos vemos—, dijo Rourke mientras miraba al otro hombre, y era casi una
amenaza.
Ella consiguió sonreír levemente. Pero no le respondió mientras se alejaban.

160
Capítulo 12

Rourke estaba vigilando a una pequeña empresa que era sospechosa de estar
implicada en una red internacional de tráfico humano. Las mujeres jóvenes se sentían
atraídas por las perspectivas de viajes y un un trabajo emocionante, luego eran vendidas
para la prostitución en todo el mundo. Era un negocio sórdido, especialmente cuando
algunas de las mujeres que manejaban tenían apenas catorce años. Estaban también
vinculados con el tráfico de drogas, porque las mujeres eran generalmente fuertemente
medicadas antes de ponerlas a trabajar en burdeles, para asegurarse de que no protestaran.
Fue en San Antonio, haciendo una pausa para el almuerzo, cuando vio a Clarisse
saliendo de una boutique de bebés de alta gama. Estaba sola, notó, mientras se dirigía hacia
el nuevo sedán Jaguar que había comprado. Extraño, era raro cómo se sentía cuando la
miraba.
Odiaba la idea de otros hombres mirándola, tocándola. Durante años la acusó de ser
promiscua. Por eso le había preguntado, con sorna, si sabía quién era el padre de su hijo.
Pero no se vestía como una sirena. No actuaba como tal. ¿Por qué la clasificaba en ese
grupo?.
Tantas preguntas, pensó miserablemente, y ninguna respuesta. Había evitado a K.C.,
a los Estados Unidos, incluso evitó a su amigo Jake Blair los últimos meses hasta que fue
asignado a este trabajo. Tal vez no quería recordar el pasado reciente. Lo que provocaba
otra pregunta. ¿Por qué?
El matrimonio de Tat era todavía un rompecabezas. Recordaba a Ruy Carvajal del
año pasado. El médico de Manaus había asistido a la madre de Tat cuando murió. Había
atendido a Tat cuando su padre y su hermana murieron en el río. Siempre estaba alrededor,
un hombre amable pero sin pasión real o chispa. Y era más de veinte años mayor que Tat.
Así que ¿por qué se había casado con él? Tenía que haber sido después de que fuera
corriendo a Nairobi para ver a Rourke cuando le dispararon.
Era un recuerdo muy desagradable, uno que no lo dignificaba en absoluto. Ha
descargado su rabia contra ella, la acusó de robar el anillo de su madre y la había echado de
la casa. Hizo una mueca. Su hijo sólo tenía un par de semanas, y han pasado meses desde
que le hubieran disparado. Hizo los cálculos. Tat ya estaba embarazada cuando él la hizo
sentirse inútil para cuidarlo, para preocuparse. Su ojo se cerró con una oleada de vergüenza.
Podría haber causado la pérdida de su hijo.
¿Estaría casada con Carvajal en aquel entonces? Pero y si lo estaba, ¿por qué
llevaba ese anillo de compromiso, del padre de Rourke, —bueno, del hombre que había

161
pensado era su padre— se lo dio a su madre antes de que se casaran.
Respiró. Le dolía tratar de recordar. Le dolió más, mirando a Tat cuando hizo una
pausa para sonreír a un niño en la calle, de la mano de su madre. Ella amaba a los niños. La
recordaba en un campo de refugiados, con un bebé. Frunció el ceño. Ngawa. Sí. Ella había
estado en Ngawa y había ido a sacarla. Desde que tenía ocho años había sido su protector,
su héroe. Cualquier tragedia en su vida lo llevaba inmediatamente a ella. Pero si la odiaba,
¿por qué había ido siempre?
Siguió recibiendo destellos de memoria. Un club de baile latino. Tat y él bailaban
juntos. Sólo se acordaba de bailar un tango en uno de esos clubs, y fue en Japón, años antes.
No había bailado con Tat entonces. Hubo otro recuerdo, de un vestido de novia y un
sacerdote en las sombras.
Él rió. Estaba fantaseando. Su mente, le había dicho el neurólogo, lo más probable
es que, con el tiempo, creara nuevas vías de acceso a los recuerdos que había perdido.
Bueno, tal vez estaba creando falsos recuerdos. Estaba seguro de que nunca se había
planteado el matrimonio hasta ahora, con Charlene. Hizo una mueca. La chica era muy
joven. Peor aún, estaba obviamente atraída hacia el joven socio de negocios de su padre. No
es que Rourke realmente quisiera casarse con ella. El se aseguró que todos sus amigos se
enteraran que planeaba casarse con Charlene, de esa manera no volvería con Tat. Frunció
el ceño. ¿Por qué quería hacerle daño?
Estaba de nuevo en movimiento, abriendo la puerta de su Jaguar. Justo cuando
entraba, notó un movimiento detrás de ella. Un hombre en un sedán oscuro se detuvo detrás
de ella. Rourke se había pasado la vida detrás de la gente, por trabajo. Reconocía la
vigilancia cuando la veía.
Le dijo a su jefe de equipo que tenía que salir un momento. Llamó por radio a otro
operativo y le dio la descripción del Jaguar y hacia donde se dirigía. Luego fue a buscarla.

***

Tat entró en una pequeña boutique de cama y baño y encontró una cortina de ducha
que le gustaba. Sonrió al joven empleado cuando le pagó y saliio llévandosela en una bolsa.
Había tenido que aparcar casi a media cuadra de distancia. Mientras caminaba, un hombre
la seguía por detrás.
Debía haber dejado al bebé con su ama de llaves, o con Tippy Grier, razonó Rourke.
Siguió tras la espalda de la desconocida sombra, sus ojos de color marrón pálido estrechado
con rabia contenida. Nadie le haría daño a Tat cuando él estaba de guardia.
Dobló en una esquina. Se dirijia hacia otra tienda, esta vez una exclusiva tienda de
café. El hombre alto que la vigilaba se detuvo en un callejón, observando en silencio, sin
llamar la atención. Ni siquiera oyó a Rourke colocarse detrás de él hasta que sintió el frío
metal de la Colt .45 ACP presionando su espalda.
Rourke sintió que el hombre se tensaba y retrocedió. —Inténtalo, y pesarás unos

162
gramos más, amigo—, dijo secamente, sabía que el hombre estaba pensando en
contraatacar.
—¡Rourke!
Su sorpresa fue visible cuando el hombre se volvió. —¿Quién diablos eres?—,
exigió.
—Soy Kilpatrick. Trabajo para Eb Scott.
Rourke hizo una mueca y bajó la pistola. —Entonces, ¿por qué, por los siete
infiernos, estás persiguiendo como una sombra a Clarisse Carrington?—, exigió.
—¿A la señora Carvajal quieres decir?
—Ya.— Odiaba su nombre de casada.
Kilpatrick se encogió de hombros. —No podría decirlo—, dijo. —Eb acaba de
decirme que la mantenga vigilada constante o meterá cerillas ardiendo bajo mis uñas.
—¿Quién ordenó la vigilancia?— insistió Rourke.
—Cash Grier. Imagínate.— Él se rió entre dientes. —Supongo que Tippy y él están
preocupados por su estancia aquí.
Claro. Por eso los hombres la observaban, pensó con sarcasmo. Pero no lo dijo en
voz alta. —Gracias amigo. Perdón por... bueno, ya sabes —, agregó tímidamente mientras
metía de nuevo la pistola en la funda, bajo su chaqueta.
—No hay problema. Iré a cambiarme los pantalones ahora—, dijo Kilpatrick con
una sonrisa maliciosa.
Rourke le dio una palmada en el hombro y se alejó.

***

Se abrió paso en la oficina de Cash durante la hora del almuerzo. Carlie Farwalker
estaba comiendo un bocadillo en su escritorio, como lo hacía cuando su marido, Carson, se
encontraba haciendo horas extras en el hospital local como pasante. Era evidente que estaba
embarazada y radiante.
—¿Está ahí?— preguntó Rourke con una sonrisa, asintiendo con la cabeza hacia el
despacho de Cash.
—Sí. Puedes llamar y entrar, que acabo de hacer el papeleo —, dijo.
—Gracias. Se te ve radiante—, añadió.
Ella rió. —Somos muy, muy felices.
—Tu padre me lo contó. Muy amable de su parte dejarme una habitación —,
agregó.
—Estoy harto de hoteles.

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—A él le gusta la compañía. Está muy solo desde que me mudé aquí.
—Me lo dijo también. Saluda a tu marido de mi parte. Tataré de buscar tiempo para
verle antes de irme de la ciudad.
—Hazlo. Le encantaría verte.
Rourke recordó cómo había sido Carson. Increíble el cambio, de lobo solitario a
casado y con un hijo en camino, haciendo carrera a través de una pasantía en el Hospital
General de Jacobsville. La vida era sorprendente.
Sonrió a Carlie, llamó a la puerta de la oficina de Cash y entró.

***

Cash no fue tan amable como Carlie. De hecho, miró a Rourke con veneno puro.
—¿Le enseñaste a tu esposa esa expresión?— reflexiono Rourke mientras cerraba la
puerta detrás de él. —¡Porque puedo sentir ya una erupción rompiendo en todo mi trasero!
—Avergüenza a Clarisse y te meterás en problemas si lo intentas de nuevo,— le
prometió Cash. —Y si piensas que has visto el alcance del temperamento de mi esposa,
estás muy equivocado.
Rourke suspiró. Se sentó frente al escritorio de Cash y cruzó las piernas. —No sé
por qué la ataqué—, confesó.
—Ni yo,— respondió el otro hombre. Puso a un lado una pila de informes.
—Pensé que ibas a casarte.
Rourke parecía incómodo. —Ella es muy joven y está enamorada del socio de
negocios de su padre—, dijo. —En cierto modo la empujé al compromiso.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros. —Sabía que iba a volver con Tat,—dijo solemnemente.
—¡Dios mío!,— dijo Cash en voz baja, porque sabía lo que Clarisse sentía por
Rourke. Seguramente Rourke lo sabía también. —¿Esa es tu idea de diversión? ¿Torturar a
una mujer que acaba de perder a su marido y casi su vida?
Rourke sintió que el rubor le subía a los pómulos. —Tat y yo nos conocemos hace
mucho tiempo—, dijo sin responder a la pregunta. Eso le ponía enfermo al contemplar lo
lejos que había ido en sus intentos por impulsar a Tat fuera de su vida.
—No hagas que sea difícil para ella—, dijo el hombre de más edad, mirandolo con
ojos fríos. —O tendrás más problemas de los que puedes manejar. Termina tu proyecto y
vuelve a casa.
—¿Cómo sabes cuál es mi proyecto?— reflexionó Rourke.
—Seamos realistas. Puede que no haga ya trabajos encubiertos, pero conozco a la

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gente que los hace.
Rourke se encogió de hombros.
—¿Qué quieres?
Rourke se inclinó hacia delante, su único ojo marrón claro estrechado a propósito.
—Quiero saber por qué tienes a uno de los hombres de Eb de Scott como una
sombra detrás de Tat.
Cash vaciló. —¿Y cómo sabes que soy yo?
—Me acerqué por detrás y le pegué una 45 en las costillas—, respondió.
Con expresión ceñuda preguntó. —¿Por qué?
Cash no se atrevió a decirle la verdad. Siempre existía la posibilidad de que Rourke
pudiera dejar escapar algo debido a la lesión traumática y pusiera a Clarisse en mayor
peligro. Levantó la barbilla.
—Ha tenido un problema con un admirador persistente—, dijo finalmente.
Rourke respiró. Lo podía creer. Era lo suficientemente bonita para hacer que los
hombres se obsesionaran. —Ya veo.— Su mirada se estrechó. —¿Sería ese personaje, Jack
López, el que trabaja para Lucas Craig?—, añadió. — Ultimamente parece estar en todas
partes.
Cash frunció el ceño. —No. No es él. Él cuida de ella.
Rourke no añadió que no se sentía cómodo con la idea de que fuera otro hombre el
asignado como protector de Tat. Ese era su trabajo. Siempre lo había sido.
—¿Quién te dijo que yo estaba detrás de esto?—, preguntó Cash abruptamente.
—Los pájaros—, dijo Rourke fácilmente, asintiendo con la cabeza. —Ellos me
hablan. Por lo general, son cuervos, pero he obtenido una rara información de los
estorninos... ¿Por qué te ríes?.
Cash agitó una mano hacia él. —Vuelve a trabajar, y déjame terminar estos malditos
informes antes de que quede enterrado en ellos.
Rourke se levantó. —Pido disculpas, ya sabes,— dijo después de un minuto.
—No tenía ni idea de que Tat se casó. Ciertamente, yo no sabía lo que había pasado.
—Una joven mujer increíble—, dijo Cash. —Por sobrevivir a la muerte de su
familia entera, al secuestro, la tortura... y aún así ser capaz de sonreír.
—Siempre fue así—, dijo Rourke, una suavidad extraña en su voz. —Parece un
bollo de crema, pero tiene arena, mucho aguante.
—Sí.
Rourke se detuvo en la puerta. —¿Quién está detrás de ella?—, preguntó.
—Alguien de aquí—, dijo Cash. —No es alguien peligroso—, añadió fingiendo una
sonrisa, —sólo un joven demasiado enamorado. No pensamos que le haga daño. Sólo

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estamos teniendo cuidado.
Rourke asintió. Salió por la puerta, cerrándola detrás de él.

***

Fue una larga semana. Estaba harto del café negro, de los cuartos oscuros y los
telescopios terrestres y de escuchar las interminables rondas de cinta de audio, ya que
trataba de obtener suficientes evidencias para arrestar al sospechoso de la red de tráfico.
El sábado hubo un baile en Jacobsville, en el parque. Una banda local actuaba.
Había puestos de comida y una plataforma de madera había sido construida para que
sirviera como pista de baile. Llegaron familias enteras, disfrutando del fin de semana de la
cálida primavera. Tat estaba allí, con la mujer que cuidaba al bebé. Bailando con un hombre
alto, un guapo vaquero, cuando Rourke se apoyó contra un árbol para mirar. Ese hombre,
López de nuevo, pensó con disgusto.
Llevaba pantalones caqui. Miró y se sintió fuera de lugar en una ciudad donde la
mayoría de los hombres llevaban pantalones vaqueros, botas y sombreros grandes. Pero
estaba como en casa en ese ambiente de pueblo pequeño.
No le gustaba que el hombre bailara con Tat. No sabía por qué. No tenía motivos
para sentir celos de ella. El hombre no parecía peligroso. Estaba bastante seguro de que no
era un acosador. Sin embargo, había algo extrañamente familiar en él. Inquietante.
Tat llevaba una larga falda de mezclilla con una blusa azul a cuadros de manga corta
y zapatos planos. Parecía joven y hermosa a la luz del sol que se desvaneció cuando las
luces se encendieron automáticamente en el parque y la plataforma de baile fue iluminada
con luces de colores.
Tat bailando. ¿Por qué le molestaba?
El baile terminó. El vaquero y ella regresaron a la mesa donde Mariel estaba
sosteniendo al bebé.
En un impulso que ni siquiera entendía, Rourke se dirigió al líder de la banda y tuvo
una breve conversación con él.
El ritmo cambió. Rourke fue a la mesa donde estaba sentada Tat con su amigo
vaquero y la mujer que sostenía al bebé.
No preguntó. Le cogió la mano y tiró de ella hasta la plataforma de madera.
La canción era un tango. Cash Grier y Tippy, que estaban en la plataforma de baile
giraron las cabezas. Las cejas de Cash se alzaron cuando Rourke llevó a Tat contra él, una
sonrisa divertida rozando su boca.
Rourke no vio la mirada. Su ojo pálido fascinado con los azules suaves de Tat.
—Esto no es una buena idea—, comenzó.
Él se limitó a sonreír. La atrajo lentamente siguiendo el ritmo suave y sensual. Y

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puso de manifiesto, a la vez, que incluso Cash Grier no estaba a la altura de Rourke. Movió
a Tat, hábilmente, a través de giros y vueltas intrincadas, con pasos rápidos y elegantes que
produjeron un repentino silencio en la gente situada alrededor de la plataforma.
Ajeno a todo, Rourke sonrió a Tat mientras establecían un nuevo estándar para la
elegante y exquisita danza en Jacobsville.
—Todavía bailas bien—, dijo en voz baja.
—Lo haces tú—, respondió ella, pero se sentía incómoda. No entendía en absoluto
por qué estaba bailando con ella. Había sido tan antagónico que no esperaba siquiera que
hablara con ella de nuevo.
Él hizo un giro rápido. Ella lo siguió sin esfuerzo. Era como estar en Manaus,
cuando bailaron hasta altas horas de la mañana en el club de baile latino. Sólo que aquí
estaban llamando la atención. Muy pocos ciudadanos locales podrían manejarse en esta
intrincada danza. Matt Caldwell y su Leslie podían, pero estaban fuera de la ciudad. Cash y
Tippy ciertamente podrían, pero incluso ellos estaban de pie en el banquillo, extasiados
cuando Rourke y Tat se movían a través de la plataforma de madera al ritmo apasionado de
la danza.
Clarisse mantuvo los ojos en el amplio torso de Rourke. Había intentado
difícilmente de no pensar en el pasado. Pero era imposible no hacerlo, mientras se movían
juntos, como una sola persona. La sensación de su poderoso cuerpo contra ella era
embriagadora. Le encantaba la emoción que sentía al sostener su mano, al tener su brazo
alrededor de ella, atrayéndola suavemente cerca de él. Amaba su habilidad en este difícil
estilo de baile. Le encantaba todo lo relacionado con él, y luchó por mantenerlo oculto.
—Estábamos en un club latino, en Japón—, dijo de pronto, con el ceño fruncido. —
Los dos estábamos bailando el tango. Pero no estábamos bailando juntos...
Su contenida respiración era audible.
Él la miró a los ojos mientras daba otra vuelta rápida. —Son como las luces
estroboscópicas,— vaciló. —Recuerdos que parpadean, lugares, personas. Como piezas de
un rompecabezas, pero dispersas.
Se mordió el labio.
—¿Por qué te he hecho daño?—, preguntó en un ronco susurro. —No lo entiendo.
Yo no quiero...
Ella desvió la mirada a su pecho. —No seas tonto. No me has lastimado,— mintió
con una sonrisa. —Nos conocemos desde que éramos niños, eso es todo.
—Soy como un familiar para ti.
Su mano se contrajo alrededor de ella mientras el baile llegaba a su fin.
—Familiar...
El corazón le latía cuando él la giró a través de su cuerpo alto y poderoso y la
inclinó sobre su brazo para el final. La atrajo hacia arriba, con mucha suavidad, de modo
que no le causó dolor a pesar de los puntos que todavía llevaba de la cesárea.

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Los aplausos les sorprendieron cuando se separaron. Rourke se rió entre dientes. —
Lo siento—, murmuró. —No me di cuenta de que estábamos en el programa.
—Está todo bien.
Cash y Tippy se acercaron a ellos cuando la música comenzó de nuevo, esta vez con
un ritmo moderno que los más jóvenes bailaron.
—Yo creía que sabía bailar, hasta que vi como lo haces,— se rió entre dientes Cash.
Rourke se encogió de hombros. —Yo solía enseñar tango,— dijo simplemente. —
Vivía en Buenos Aires hace unos años, haciendo un trabajo encubierto. Necesitaba una
tapadera. Eso fue todo.
—Bailas muy bien—, dijo Tippy, con renuente admiración.
Él frunció los labios y su ojo claro brilló hacia ella. —Gracias.
—Nunca me dijiste que podías bailar el tango—, dijo Tippy, sonriendo a Clarisse.
—Mi padre era embajador. Pensó que debería dominar todas las habituales cortesías
sociales, por lo que contrató a un instructor de baile para que me enseñara.
—Había un club en Manaos—, dijo Rourke de repente, frunciendo el ceño. Un club
latino. Tenían camareras que llevaban trajes rojos al estilo flamenco... —Se llevó una mano
a la cabeza e hizo una mueca.
Clarisse se estremeció. —¿Estás bien?
Respiró dificultosamente. —Las luces estroboscópicas,— murmuró. —Yo no sé de
dónde vienen los recuerdos. Sólo estuve en Manaos una o dos veces. Cuando tu madre
murió. Cuando fueron enterrados tu padre y tu hermana...
—Sí.— Ella desvió la mirada. Había esperado durante un instante, sólo un instante,
que pudiera recordar otra vez que había estado allí.
El vaquero alto, Jack López, se acercó a ellos. —¿Está segura de que puede bailar,
señora Carvajal?—, dijo, sonriendo. —¿Qué hay de dejarme pisar los pies de nuevo? Si nos
disculpan— Señaló a Clarisse la pista de baile.
Rourke le fulmino mirnadolo con su ojo con ganas de asesinarlo.
Tippy y Cash lo vieron y Cash apretó los dientes.
El ama de llaves, Mariel, estaba meciendo al bebé en la mesa. Él se estaba quejando.
Rourke se detuvo junto a Mariel con Cash y Tippy.
—¿Qué pasa con el pequeño?—, preguntó.
—Cólico—, dijo ella, sonriendo. —Algo propio de los bebés.
—Oh, sí,— Tippy estuvo de acuerdo. —Tuvimos nuestras noches de insomnio con
Tris cuando tenía esa edad.
Rourke se metió las manos en los bolsillos y miró al niño con atención. Había algo
en el niño. Ojalá pudiera recordar por qué tenía un ansia repentina por uno suyo. Ese niño

168
era el producto de la pasión de Tat con un hombre lo suficientemente mayor como para ser
su padre. Hizo una mueca, se excusó y se fue del baile.

***

Rourke y Jake Blair estaban jugando al ajedrez el viernes por la noche, una semana
después. Era un viejo pasatiempo para los dos hombres, que lo utilizaron para elaborar
estrategias en los viejos tiempos. Ahora era sólo diversión.
En medio del juego, sonó el teléfono. Jake cogió y sonrió. Era su hija.
—Sí, pensé que podrías llamar. ¿Cómo fue el examen? ¿En serio?— Se rió entre
dientes. —¿Estás segura de que no quieres saber si es un niño o una niña? No. Yo no te
culpo.— Hizo una pausa. Miró a su compañero. —Rourke y yo estamos jugando ajedrez.
Le estoy ganando.
—Al infierno contigo,— dijo Rourke con una sonrisa.
—Lávate la boca con jabón—, dijo Jake, señalándole con el dedo. —¿Qué fue eso?
—, Dijo en el teléfono. —No, yo no tengo la radio.— Frunció el ceño. —¿AB negativo?
No, no recuerdo a nadie en nuestra congregación mencionar que la tuviera. Tardarán un
tiempo para encontrarla. Probablemente tendrán que retransmitir por debajo de San
Antonio...
—¿Sangre AB negativo?— interrumpió Rourke, frunciendo el ceño.
—Sí. Hay un paciente que necesita una cirugía de emergencia en el hospital. Carson
dice que no tienen nada de sangre a mano y el paciente es AB negativo.
Rourke se levantó. —Mi tipo de sangre es AB negativo. Conduciré hasta el hospital
y donaré algo.
Jake se lo dijo a Carlie. Sonrió. —Dice que le diga que estarán muy agradecidos. Es
un caso de Micah Steele. Es cirujano.
—Dile que voy para allá. Y no muevas las piezas de ajedrez hasta que vuelva—,
advirtió Rourke en broma.
Jake le hizo una mueca.

***

Rourke fue conducido a una sala de tratamiento donde se extrajo sangre para una
transfusión. Saludó a Micah Steele, le hicieron unas preguntas y rellenaron el papeleo.
Micah y él a menudo hicieron juntos uno que otro trabajo encubierto en los viejos tiempos.
Afortunadamente para el paciente, quien quiera que fuese, Rourke no había tenido
la malaria en los últimos tres años o no le habrían permitido en absoluto donar sangre.

169
Habían pasado más desde que tuvo el último ataque. Él no tenía el tipo recurrente, y fue
pura suerte.
—Condenadamente decente que hagas esto,— Micah Steele le dijo cuando le
tomaron la sangre mientras él estaba sentado bebiendo zumo de naranja.
—Puedo operar ya.
—No hay problema—, dijo Rourke. —Realmente es un tipo raro de sangre. K.C. y
yo la compartimos —, añadió con una sonrisa.
—Lo oí.
Rourke le dio una palmada en el hombro. —Ve a trabajar. Tengo que terminar de
ganarle a Jake al ajedrez.
—Eso es pan comido para ti,— rió Micah mientras salía de la cabina.

***

Rourke estaba de camino a la salida del hospital, pasando por la sala de espera en la
zona de emergencias cuando vio a Tat sentada con Tippy Grier.
—¿Qué estáis haciendo las dos aquí?—, preguntó. —¿Hay alguien herido?
—Es el bebé—, dijo Tippy, mirando preocupada a Clarisse, cuyo rostro estaba
desencajado. —Una hernia. Tienen que operar, pero no tienen nada de sangre AB
negativo...
—Acabo de donarla—, dijo Rourke. —Micah está preparándose para trabajar. ¿Es
el chico?—, preguntó a Tat, frunciendo el ceño.
Ella levantó la vista, con los ojos húmedos y enrojecidos. —Sí. ¡Gracias...! —Su
voz se quebró.
—¡Dios!— Levantó a Tat y se sentó en la silla con ella en su regazo, acunándola
contra su pecho. La besó en el despeinado pelo rubio. —Ya, ya, todo estará bien. Micah es
malditamente bueno en lo que hace. El bebé va a estar bien.
Un sollozo la sacudió. —Oh, maldita sea,— se atragantó. —¡Maldita sea! ¿Por qué
esto? ¿Por qué ahora? ¡Ha habido tanto...! —Ella se derrumbó entre lágrimas.
El rostro de Rourke se contorsionó mientras la sostenía cerca, meciéndola en sus
brazos, la cara en su cuello. —No lo sé, nena—, susurró.
—No sé por qué.
Tippy estaba fascinada por la mirada en su rostro. El hombre que había desollado
verbalmente a Clarisse en la farmacia no se parecía a este hombre, cuya expresión le decía
cosas que él nunca diría.
—Él no puede morir—, se atragantó. —¡Simplemente no puede! He perdido todo lo
demás, mi familia, mi marido, ¡no puedo perder a mi hijo también!

170
Los brazos de Rourke se tensaron. La mención de su esposo fue como un cuchillo
en las costillas, pero no dejo que se mostrara. Sólo la consoló, su gran mano apoyada contra
su mejilla húmeda, sus labios sobre la frente, los párpados, la nariz.
—Lo superarás,— dijo en voz baja. —Todos tenemos tormentas, Tat. Pasan.
Sus manos se aferraron a él. No había tenido consuelo, consuelo real en mucho
tiempo. La sensación de su poderoso cuerpo, su olor, le era muy familiar. Lo había amado
la mayor parte de su vida. Y él siempre estuvo allí, en los momentos más traumáticos que
había experimentado.
—Eso es lo que dijiste cuando murió mi padre y mi hermana—, se las arregló para
decir débilmente.
Él respiró. —Ya. Supongo que lo hice.
—Pasé a través de ellas. Siempre me parece vivir a pesar de las probabilidades.
Como cuando la víbora me picó...
Él respiró. —Dios mío, pensé que era un fracasado en ese momento. Corrí contigo
en mis brazos a la clínica. Debió haber sido la mitad de una milla. Nunca pensé que
conseguiría llevarte a tiempo al médico. Y tú estabas ocupada reconfortándome —, añadió,
levantando su cabeza para sonreírle. —Yo, un chico duro de quince años, consolado por
una pequeña marimacho de diez años.
—Vosotros os conocéis desde hace mucho tiempo—, dijo Tippy.
—Mucho tiempo—, dijo Rourke. Sacó del bolsillo un pañuelo y secó los ojos de Tat
con él. —Ella tenía ocho años y yo tenía trece años cuando sus padres se mudaron al lado
de la casa de K.C.— Se rió entre dientes. —Había estado luchando en las milicias desde
que me quedé huérfano a los diez. K.C. había sido nombrado mi tutor legal, pero estaba
fuera en misiones por todo el mundo, así que hacía más o menos lo que quería. Después
vino a casa y Tat le dijo que había salido con un grupo de mercenarios para liberar a los
prisioneros de un campo enemigo en el monte.— Miró hacia ella.
—Después de eso, lo tuvo vigilado—, acordó Clarisse, asintiendo. —Habrías
volado en pedazos en una de esas hazañas salvajes si no lo hubiera hecho.
—Lo que acabó también con un apodo para ti, ¿no es así, pequeña charlatana?
(Tattletale, en inglés)—, bromeó en voz baja. Echó un vistazo a Tippy.
—Ella ha sido 'Tat' desde entonces.
Tippy los observaba con curiosidad. —Dieciocho años—, dijo en voz baja. —Esa es
una gran historia.
—Lo es, ¿no?—, respondió Rourke.
Micah Steele salió a la sala de espera. —Tenemos a Joshua preparado. Vamos a
arreglar esa hernia. Él se pondrá bien.— Sonrió a Clarisse.
—No te preocupes. Sé lo que estoy haciendo.
—Salvó la vida de Colby Lane,— agregó Rourke con una sonrisa para el hombre

171
rubio y grande. —Hizo una amputación bajo el fuego en África, después de que cayéramos
en una emboscada.
—Suerte para nosotros que Colby tuviera el tipo 0 positivo,— se rió entre dientes.
—Y mucha suerte para nosotros esta noche que el bebé y tú compartan el tipo de sangre—,
agregó.
—Jake lo llamaría un acto de Dios—, dijo Rourke con una sonrisa.
—¿Cuánto tiempo llevará?—, preguntó Clarisse.
—No mucho. Vendré a hablar contigo cuando termine.
—Gracias—, dijo en voz baja.
Él asintió con la cabeza, ligeramente divertido por la relajada manera en que
Clarisse estaba tumbada en los brazos de Rourke sin una sola protesta. De hecho, Rourke
no daba muestras de estar dispuesto a dejarla ir. Micah regresó por las puertas de vaivén.

***

Incontables tazas de café más tarde, Micah salió sonriendo. —Se pondrá bien—, le
aseguró a Clarisse. —Lo mantendremos aquí unos días, sólo para asegurarnos, y
pondremos una cama supletoria en la habitación para ti, para que puedas quedarte con él.
—¡Muchas gracias!—, dijo con voz ronca Clarisse.
—Me encanta mi trabajo—, respondió, sonriendo.
Rourke tocó la mejilla de Clarisse suavemente. —Si me necesitas, llama al número
de Jake. Si no estoy allí, él sabrá dónde encontrarme. Durante unos días más por lo menos.
— Suspiró. —Después tengo que volver a Nairobi. Mi caso está casi resuelto.
Clarisse era buena ocultando sus sentimientos. Le sonrió. —Gracias por todo—,
dijo.
Buscó sus ojos azules en silencio. Le dolía mirarla, ver el dolor en su rostro.
—Él es un niño dulce,— dijo.
—Sí. Es toda mi vida.
—Cuídate.
—Tú también, Stanton—, respondió ella. —Dile a K.C. que lo saludé. ¿Está bien?
—Está intentándolo—, respondió. —No muy bien, me temo. Sigue tratando de
escabullirse con sus hombres, pero hasta ahora he logrado disuadirlo de ello con veladas
amenazas.
—Él la amaba.
—Sí.— El amor, estaba pensando, parecía muy doloroso, si la respuesta de K.C. a
su pérdida era alguna indicación.

172
Estaba seguro de que nunca había sentido ese tipo de amor obsesivo. Excepto a
veces, en la noche, cuando estaba solo, y tenía destellos de memoria acompañados de un
dolor emocional insoportable. Una mujer en las sombras, la angustia por dejarla, casi un
dolor físico, la pérdida, porque no podía encontrar el camino de regreso a ella.
Cuando miró a Tat, sintió que algo tiraba de él, una emoción violenta que le daba
ganas de echarse a correr. Qué extraño.
Logró una sonrisa. —Descansa un poco. Has tenido una noche difícil.
—Gracias por estar conmigo—, dijo Clarisse en voz baja.
—Siempre he estado cerca cuando me necesitabas,— contestó sin darse cuenta de lo
que había dicho. Respiró. —Bueno, mejor que me vaya. Jake probablemente esté
escondiendo mis piezas de ajedrez mientras hablamos.
—Él odia perder.
Clarisse sonrió con tristeza. Tippy lo observaba con curiosidad y sin antagonismo.
Ella sonrió también, mientras seguía a Clarisse de nuevo hacia la unidad de cuidados
intensivos.
Rourke subió a su coche alquilado y regresó a la casa de Jake.

173
Capítulo 13

Rourke se bajó del avión en el aeropuerto de Nairobi con un sentimiento de pérdida


absoluta. No podía imaginar por qué le había dolido tanto abandonar Texas. Tat estaba
bien. Tenía amigos y a su hijo. Ella no lo necesitaba. De hecho, nadie lo necesitaba.
Pensó en Charlene con un vago disgusto. No entendía por qué había decidido
comprometerse con ella. Entonces recordó que K.C. le había dicho que Tat llegaría a verlo
cuando fue herido. Tendría que comprometerse para demostrar a Tat que él no la quería.
Su ojo se cerró atormentado al recordar lo que Cash Grier le había dicho, sobre el
miserable tipo de vida que era atormentar a una joven mujer como entretenimiento. Le hizo
daño deliberadamente a Tat. Y no había sido la primera vez. No podía recordarlo todo, pero
ciertamente recordaba lo suficiente para poner su conciencia a sacudirse.
Charlene era la última persona en la tierra con la que él se casaría si estuviera en su
sano juicio. Ella era frívola e inestable y lo único en lo que pensaba era en la ropa y más
ropa. Bueno, eso y en el atractivo socio de negocios de su padre.

***

K.C. se reunió con él en el aeropuerto. El otro hombre parecía mayor, pero menos
angustiado que cuando Rourke se fue a Texas.
—¿El dolor va cada vez mejor?— preguntó Rourke cuando estaban de regreso al
complejo.
—Un poco.— K.C. suspiró. —Es sólo que... ya sabes, vivimos con la esperanza. Es
la última cosa que perdemos. Había pensado que algún día, tal vez, Mary Lucas lo dejaría
todo y querría casarte conmigo.— Sonrió con nostalgia.
—Eso no fue realista. Hacía un trabajo que la hacía sentirse útil, que le dio un
propósito a su vida. Me he pasado la vida quitando otras vidas, ella pasó la suya
cuidándolas. Nunca hicimos buena pareja, pero yo estaba obsesionado con ella.— Su rostro
se tensó. —Es difícil adaptarse a un mundo sin ella, de todos modos.
—Nunca he estado obsesionado por una mujer—, dijo Rourke involuntariamente.
Hubo un rápido vistazo de K.C., y Stark guardó silencio desde el otro lado del Land
Rover.
Rourke fue rápido. Frunció el ceño, mirando a su padre. —Está bien, ¿qué significa
esa mirada?
—¿Qué mirada?—, preguntó inocentemente K.C.
Rourke lo miró. —Sabes cosas que no me estás diciendo.

174
—Cosas que tú no recuerdas. Recitarlas no te hará ningún bien, el neurólogo lo dijo.
—¡Es tan condenadamente frustrante!— Rourke se pasó una mano por el pelo rubio.
—Estuve bailando un tango con Tat, en Jacobsville. Y me acordé de un club latino
en Manaus, de entre todos los lugares. ¡Nunca he ido a bailar en Manaus!
Se hizo el silencio.
—¿O lo hice?— el ojo de Rourke se entrecerró.
—¿Cómo está Clarisse?—, preguntó K.C.
—Ella es una superviviente. Lo está haciendo muy bien. Bueno, tuvo una
emergencia con el bebé... ¡Atiende, compañero! —, exclamó cuando K.C. dio un volantazo.
K.C. detuvo el vehículo en medio de la carretera. —¿Qué emergencia? ¿Está bien?
Esa preocupación, había algo extraño allí, pensó Rourke distraídamente.
—Fue una hernia. Micah Steele le operó. Se pondrá bien. Tuvieron suerte de que
estuviera cerca, ya que tuve que donar sangre. Es increíble lo difícil que es conseguir
nuestro tipo de sangre, ¿no? —, añadió con una sonrisa.
—Sí. Cosas del destino —, respondió K.C., aliviado. —¡Dios, pobre Clarisse! ¡Es
una cosa tras otra!
Rourke asintió. Algo estaba empujando en su mente. No sabía por qué.
—¿Hay noticias de Charlene?—, preguntó Rourke.
K.C. hizo una mueca. —Regreso en esta mañana en avión.
Rourke dejó escapar un suspiro. —Voy a romper el compromiso—, dijo
distraídamente.
—Ella no está lista para casarse y yo tampoco.
—Ella se sentirá aliviada,— reflexionó K.C. —Está loca por el socio de su padre.
—Me di cuenta.

***

Charlene se alegró mucho cuando Rourke se lo dijo. No era halagador.


—Lo siento,— dijo ella, y le sonrió. —Pero es demasiado para mí, Rourke. No
puedo vivir con el trabajo que haces. ¡Si intentara controlar eso, sería un caso perdido!
Nunca había considerado que su trabajo podría ser un punto de contención en una
relación. Él parecía disfrutarlo demasiado para su comodidad.
—Supongo que sí. Bueno, espero que encuentres a alguien lo suficientemente bueno
para ti, niña,— añadió Rourke con una sonrisa.

175
Los ojos de Charlene fueron furtivamente al hombre alto y guapo que estaba
hablando con su padre y K.C. cerca de las puertas del patio.
—Oh, podría haberlo encontrado ya.
—Así es como están las cosas, ¿eh?— Rourke se rió entre dientes. —Buena suerte
entonces.
Charlene vaciló. —Esa pobre mujer que estuvo aquí cuando te hirieron, ¿ella está
bien?—, preguntó. —Nunca he visto a nadie tan atormentado... — Se mordió el labio
porque el ojo bueno de Rourke empezó a parpadear enviando fuego hacia ella.
—Lo siento.
Se obligó a alejar la ira. No había necesidad de asustar a la chica. —No te
preocupes. Creo que iré a conseguir un poco de café.
Charlene se limitó a asentir. No tenía ganas de pinchar el temperamento de Rourke
de nuevo. Era aterrador cuando lo sacaba.

***

Se sentó en la cocina bebiendo café negro, su mente acelerada al recordar la pobre


cara de sorpresa de Tat cuando lanzó su furia contra ella en su dormitorio. Charlene lo
había traído todo de vuelta con su comentario. Tat había sido desgraciada. Le dolía recordar
las cosas que le había dicho, la forma en que le ordeno que saliera de la casa.
Ella estaba embarazada de Joshua en aquel momento, aunque él no lo sabía. El niño
era precioso. ¿Y si la hubiera hecho abortar? La idea le obsesionaba.
Todavía no entendía por qué la odiaba tanto. ¿Qué le había hecho alguna vez para
provocar esa reacción? Era una mujer amable, gentil. Nunca fue propio de su carácter
lastimar a la gente. Así que ¿por qué la atormentaba?
Terminó el café, se levantó y salió al complejo. Su león estaba en el recinto vallado,
donde había estado desde que Rourke se fuera a Texas.
—Lo siento, viejo—, le dijo al gato grande. —Cuando se vaya la compañía, te
permitiré entrar de nuevo en la casa, ¿de acuerdo?
El león simplemente bostezó.
—¿Tan aburrido soy?—, bromeó.
K.C. se reunió con él en la valla. —¿Él te responde?—, preguntó.
—Todavía no,— el hombre más joven se echó a reír. —Pero si alguna vez lo hace,
me haré un TAC.— Hizo una pausa y sonrió. —¡Hice algo gracioso!
—He oído que has roto el compromiso.
—sí. Le dije que se quedara con el anillo —, dijo Rourke sin dudarlo. —Si alguna
vez me caso, y no contengas la respiración, le daré el anillo de mi madre.— Anillo de su

176
madre. Anillo de su madre. Sólo se lo habría dado a una mujer a la que amara. A la que
amara desesperadamente. Una mujer que quisiera tener a sus hijos, vivir con él, amarlo.
K.C. no insistió. —¿Cómo fue el trabajo?
—Pensé que lo habíamos resuelto—, respondió. —Pero uno de los hombres clave
escapó. Voy a tener que volver.— No añadió que la idea le atraía. Podía ver a Tat de nuevo.
—Mala suerte.
—Bueno, me acostaré temprano, fue un vuelo malditamente largo. Gracias por
enviarnos el jet.
—No hay problema.
Volvió a su casa en el complejo y se desnudó para meterse en la cama. Comenzaba
a colocar la billetera, las llaves y la calderilla en el cajón junto a la cama cuando algo le
llamó la atención. Una carta. Abierta.
La sacó y la leyó. Su corazón latía salvajemente. Era una invitación a una entrega de
premios en Barrera. De hacía diez meses. Al lado había un trozo de un billete de viaje a
Manaus, fechado un día después de la ceremonia. El nombre de Tat estaba en la lista de los
beneficiarios de los premios.

***

Se sentó pesadamente. Había estado en Manaus, con Tat. Tenía que haber estado
con ella, porque vivía allí la mayor parte del tiempo. No hubo ninguna otra razón para
haber ido Manaus, a menos que fuera a verla. Su corazón empezó a latir con mucha
rapidez. Había estado en Manaus hacía diez meses y medio. El bebé de Tat tenía seis
semanas de edad. Ella estaba embarazada cuando fue a ver a Rourke después de ser
tiroteado. El bebé tenía sangre AB negativo. Al igual que él. Al igual que su padre.

***

Se puso un par de pantalones y corrió descalzo hacia la casa de su padre. K.C.


estaba sentado en el sofá bebiendo un whisky puro.
Rourke no dijo nada. Cogió un vaso y lo llenó hasta la mitad. Tomó varios tragos
antes de sentarse en el sofá enfrente del sillón de su padre.
—Has recordado algo,— KC aventuró.
—Yo estuve en Manaos hace diez meses y medio—, dijo Rourke. —Encontré un
trozo del billete. Tat vivía allí. Su bebé tiene seis semanas. Ella estaba embarazada cuando
vino aquí para verme. Su bebé tiene el tipo de sangre AB negativo... —Su rostro estaba
blanco. Absolutamente blanco.

177
K.C. dio un largo suspiro. Sacó su teléfono celular. Buscó la aplicación de
fotografías y le pasó el teléfono a Rourke.

***

Todo estaba allí. Tat y Rourke, radiantes con la noticia de que estaban
comprometidos. Luego estaba la incubadora. Estaba Joshua, mostrándose a través de una
ventana de vidrio, envuelto en una manta azul. Estaba Tat, blanca como el papel, delgada y
desgastada, tratando de sonreír mientras sostenía al bebé. Había una fotografía de un
radiante K.C. sosteniendo al bebé. Varias de esas.
Rourke cerró los ojos y se estremeció. Ahora, cuando menos quería recordar, lo
recordaba. Tat y él habían sido amantes. Habían sido inseparables. Sacó el anillo de
compromiso de su madre de la caja de seguridad para llevárselo a Barrera porque le iba a
proponer matrimonio a Tat. Se acababa de enterar de que no estaban emparentados, que
podían tener una vida juntos. Ella había estado renuente a confiar en él, porque la había
herido muy gravemente en el pasado. Pero lo amaba lo suficiente como para confiar en él.
Su ojo cerrado. Si pensaba en eso, se volvería loco.
Le había comprado un vestido de novia. Habían ido juntos a ver al sacerdote.
Entonces él había aceptado un trabajo fuera del país, dos días antes de la boda. La había
dejado para finalizar una última misión.
Todo ello, su matrimonio, la muerte de su marido, su cercana experiencia con la
muerte, y todo lo demás del mismo y terrible estilo. La había embarazado y la había dejado.
Su lesión le quitó todos esos recuerdos y la había echado de su vida de nuevo.
—Maldito sea—, Rourke se atragantó. Le pasó el teléfono a su padre.
—¡Maldito sea yo!
K.C. se sentó junto a él y lo atrajo bruscamente a sus brazos.
—Dios mío, ella va a odiarme el resto de su vida, y debería hacerlo—, Rourke
exclamó temblando. —La eché fuera de casa. Ella estaba embarazada, ¡de mi hijo...!
K.C. le dio torpemente unas palmaditas en la espalda.
—Sí.
—Joshua es mi hijo. Tengo un niño pequeño. ¡Tengo un niño!— Se echó hacia
atrás. La mirada en su ojo bueno era salvaje.
—¡Tengo que volver...!
—No—, dijo K.C. con firmeza.
—¿No?— Rourke estaba perplejo.
—Si le dices que sabes lo de Joshua, saldrá corriendo—, dijo K.C. en voz baja.—
Ella ni siquiera quería decírmelo. Tiene miedo de ti. Piensa que te vas a casar con Charlene,
que tratarás de llevarte a Joshua lejos de ella si sabes la verdad.

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—¡Pero no lo haría...!
—Ella no va a saberlo.— La mirada de K.C. era firme. —No podemos permitirnos
el lujo de que salga corriendo.
—Ahora no.
La forma en la que K.C. lo dijo le congeló hasta los huesos. —¿Por qué?—,
preguntó, y estaba seguro de que no le iba a gustar la respuesta.
K.C. tomó otro sorbo de su bebida. —¿Recuerdas que te dije que el ex dictador de
Barrera, Arturo Sapara, fue liberado por algunos de sus secuaces de una prisión de Barrera?
¿Que juró una sangrienta venganza contra todos los que ayudaron a que perdiera el poder?
Rourke fue muy rápido. —El marido de Tat no murió de muerte natural, ¿verdad?
K.C. negó con la cabeza. —No lo creemos. Ruy era meticuloso con la prevención
de la malaria. Unos días antes de que contrajera la malaria, Tat escuchó a alguien en el
porche, frente a su dormitorio, y un sonido como si alguien abriera un frasco. Grange había
enviado a un hombre para protegerlos, una vez que supimos Sapara estaba suelto. Sabíamos
que podría tratar de matarla. Ella pensó que era el hombre de Grange fuera de la casa, así
que no dijo nada.
A Rourke se le revolvió el estómago. —Crees que los mosquitos anofeles estaban
en un frasco, y que fueron colocados deliberadamente en la habitación de Ruy.
—Exactamente. Tat fue picada también. Ella no sospechaba sobre una picadura de
mosquito porque sabía que no tenían mosquitos. Ciertamente no habría esperado
encontrarlos en la casa. Aun así, nadie había rociado el interior durante algún tiempo.
—Ella podría haber muerto—. Rourke sintió que las palabras caían al suelo. Cerró
el ojo en un gesto de dolor. —Quería matarla a ella también, ¿no es así? ¡Tenía la intención
de matarlos a los dos!
—Eso es lo que pensamos—, respondió K.C.— Cuando te hirieron, me dio miedo
de que lo hubiera conseguido primero contigo. Pero hice algunas comprobaciones ,fue un
accidente. Terrible, pero no deliberado.
—Nunca consideré que vendría por mí. Pero debería haber sabido que culpaba a
Tat. Ella escribió una docena de historias sobre la experiencia, ninguna de ellas halagadora
para Sapara.
—Además de eso, ella contribuyó decisivamente en ayudarte en el asalto al
complejo gubernamental—, agregó K.C.
—Mujer valiente.
—Muy valiente.— Rourke tomó otro largo trago de whisky. —Ella ha pasado por
mucho el año pasado. ¡La mayor parte por mi maldita culpa!.
—Ella no te culpo—, dijo K.C. tristemente. —Sabía que no te acordabas. Sólo
estaba agradecida de que tú vivieras, incluso si te casabas con otra.
Una caliente niebla de escozor molestó su ojo. La evitó para ocultar la humedad.

179
Bebió más whisky. —Sapara no se detendrá—, dijo. —Tiene un asesino profesional entre
su personal. Yo conozco al hombre. Se entrenó conmigo hace años...
—Sí, y tú eres la única persona que conozco que pudiera identificarlo si lo viera—,
dijo K.C.
—Por eso Eb Scott tiene hombres cubriendo a Tat—, dijo Rourke con súbita
comprensión. —¡Ellos piensan que Sapara aún va por ella! ¡Por eso se fue a Texas en
primer lugar!.
K.C. asintió. —Sí. Ha sido una preocupación. Hablé de ello con los Grange y con
Cash Grier. Todos coincidimos en que estaría más segura en Jacobsville, donde Sapara
tendría más dificultades para llegar a ella. Yo la llevé en avión a Jacobsville con el bebé.
Estaba pasando unos días con Cash también, pero me llamaron por lo de Mary Luke
Bernadette y me tuve que ir.
—Voy a volver—, dijo Rourke, levantándose. —No voy a decirle que me acuerdo
de todo—, dijo para tranquilizar a su padre. —Pero tengo un equipo en el lugar ya, y una
misión aún en curso, lo que me da una buena excusa para volver. Reconoceré al hombre si
aparece en Jacobsville. Compraré un vuelo para mañana por la mañana...
—De vuelo, nada. Traeré aquí a mi piloto.
Rourke miró a la cara que era tan parecida a la suya.
—Gracias.
—Cuida de ellos—, dijo K.C. —Pero no dejes que Clarisse descubra que tú lo
sabes. Todavía no.
—Entiendo—. Rourke suspiró. —Al menos puedo protegerla a ella y al bebé,
incluso si no sabe que lo estoy haciendo.— Hizo una mueca. —¡Podría patearme a mí
mismo por haberla dejado el día antes de nuestra boda!
—Te has pasado la vida tratando de salvar a otras personas, mantenerlos a salvo. Es
difícil romper los viejos hábitos.
—Pensé que iba a ser sólo un último trabajo. Había estado trabajando en él durante
meses. Había niños involucrados—. Rourke gimió. —Pero tuve que tomar una decisión
rápida, y fue la equivocada. ¡Debería haber delegado, esa vez entre todas! —Dio un largo
suspiro. —La ayudé a escoger un vestido de novia. Los dos hablamos con el sacerdote.—
Su rostro se endureció. —El sacerdote sabía lo que su maldita madre nos hizo.
—María amaba a su hija.
—¡Ella me contó una mentira que nos costó años de tormento!
—Eso no habría pasado si ella hubiera apreciado lo que tú vales, hijo—, dijo K.C.—
Incluso tú tienes que admitir que eras un Romeo de manual. Estaba protegiendo a su hija.
—Supongo que sí.— Él parecía agotado. Terminó el whisky. —Supongo que puedo
renunciar a un trabajo de campo si tengo que hacerlo. Me estoy haciendo demasiado mayor
de todos modos —, agregó con gran pesar, y sonrió. —Demasiadas heridas de bala y
huesos rotos en los últimos años. ¡Mi tiempo de acción ha pasado!.

180
—Por eso mismo tuve que renunciar,— confesó K.C. con tristeza.
—Bueno, el bebé compensará eso—, Rourke se rió entre dientes. —Él
proporcionará más que suficiente excitación diariamente.
—Puedes venir a casa y criar cachorros de león para zoológicos,— razonó K.C.
Rourke sonrió. —Eso puede ser una buena idea.— Su rostro se endureció. —Pero
primero tengo que ocuparme de Sapara y su asesino.— Su mirada se estrechó.
—Voy a llamar pidiendo algunos favores.— Miró a su padre. —¿Todavía tienes
alguna de la munición especial que solías tener a mano?.
K.C. asintió solemnemente. —Y el kit de francotirador que va con ella.— Negó con
el dedo hacia su hijo. —Asegúrate de que estás autorizado antes de hacer nada.
—Siempre lo hago.— Rourke sonrió. —No quiero pasarme el resto de mi vida
escondiéndome de las autoridades. ¡Sobre todo ahora, cuando tengo una familia de la que
cuidar!

***

Estaba en Jacobsville dos días más tarde, de vuelta a la casa de Jake. Los recuerdos
habían vuelto como una venganza. Tat, en sus brazos en Barrera, temerosa de él, de amarlo.
Salvándolo de ser arrestado en el bar, cuando se había emborrachado porque ella le dijera
que estaba comprometida con Ruy. Luego, cuando él la siguiera a Manaus, Tat en sus
brazos en la cama, amándolo, correspondiendo con su inocencia a su pasión, deseándolo,
queriendo tener a su hijo.
Tat lo amaba. Y le hizo daño, una vez más, tal como lo hiciera los últimos años.
Porque pensaba que nunca podría tenerla. Haciendo que lo odiara, para protegerse ambos
de perder el control, lo que podría haber tenido consecuencias trágicas si su madre no
hubiera mentido, si realmente existieran lazos de sangre entre ellos.
Más recientemente, sin embargo, le había hecho daño porque perdió todo recuerdo
de la ternura, de la pasión y del compromiso que se hicieron el uno con otro. Ella ha tenido
un hijo suyo, pensando que nunca recordaría nada de eso. Se caso con Ruy. Ahora sabía por
qué. Estaba embarazada de Rourke y estaba sola. En Manaos, la gente todavía se acordaba
de su santa madre. Tat nunca habría tenido un hijo fuera del matrimonio, nunca habría
avergonzado a su familia de tal manera. Ella era convencional, tal como era él.
Así que ahora que tenía un hijo, y llevaba el nombre de otro hombre.
Gimió para sus adentros al darse cuenta de lo que había renunciado. Nada le había
dolido tanto. Tat casi había muerto. Todavía podría hacerlo si no encontraba al asesino a
tiempo.
Llamó a las principales agencias federales e internacionales con las que tenía
vínculos. Habló con Eb Scott también, para asegurarse de que tenía suficientes hombres
protegiendo a Clarisse. En la habitación de invitados de Jake, en una segunda maleta, tenía

181
un kit completo de francotirador, con la munición que a él le gustaba. No le dijo nada a
Jake al respecto. A pesar de que su anfitrión trabajó antes en los asesinatos encubiertos,
ya no lo hacía. Él era un ministro. No estaría feliz si supiera lo que su huésped estaba
planeando.
Por otro lado, Jake había amado a una mujer lo suficiente para matar por protegerla.
Él podría entenderlo. Pero igualmente Rourke no iba a decírselo. Jake tenía ya suficiente
sobre su conciencia.
—Dijiste que podrías reconocer al asesino de Sapara,— dijo Jake durante la cena,
en la cocina.
—Sí—, respondió Rourke. —A menos que esté usando un disfraz. Y podría ser.
Aprendió el oficio conmigo, hace más de una década.
—Crees que ya está aquí.
—Lo creo—, respondió Rourke. Su ojo se estrechó cuando terminaba su pizza
acompañada con un fuerte café negro. —De hecho, tengo una buena idea sobre quién es.
Aunque no he hecho la conexión hasta hace un día.
—¿Quién?
—Ese vaquero que siempre anda rondando a Tat,— dijo en voz baja. —El hombre
que conocí llevaba barba y bigote, y su pelo era más largo. Sin embargo, la complexión y la
voz parecen la misma. No puedo estar seguro, pero estoy haciendo que lo vigilen.
—¿Por los hombres de Eb?
Rourke negó con la cabeza. De repente frunció el ceño, y sacó un dispositivo
electrónico. Lo encendió. Luego se relajó. —Estúpido de mí, no he comprobado si hay
escuchas. Solo un segundo.
Se acercó a la casa con él. Efectivamente, en el estudio de Jake, debajo de su
escritorio, había un dispositivo de escucha. Se ocupó de él de manera eficiente, y luego
barrió el resto de la casa.
—Sólo una—, dijo Rourke. —Pero una es más que suficiente cuando se trata de la
vida o la muerte.
—Carlie estuvo aquí la semana pasada y la compañía telefónica envió a un hombre
para que comprobara una conexión en mi estudio—, murmuró Jake. —¡Ni siquiera me
conecto! Y sé lo suficiente como para comprobar si hay errores por mí mismo.
—No te preocupes, está arreglado. Pero dile a Carlie que no deje entrar a nadie si no
estás aquí.
—Podría entrar y poner un micrófono igualmente—, respondió Jake. —Ya sabes
cómo funciona.
—Todo irá bien. Haré redadas regularmente. Mientras tanto, no mencionaré nada de
la vigilancia en marcha, a menos que estemos en un coche juntos. Y aun así, haré un
barrido—, Rourke se rió entre dientes.

182
—Buena idea. Tengo otra. No estaría de más hacer verificaciones de los
antecedentes de cualquiera que esté cerca de Clarisse —, añadió Jake.
Rourke se limitó a sonreír. —Voy dos pasos por delante de vosotros en esto,
compañero.

***

Fue a ver a Clarisse al día siguiente. No podía hacerle saber que su memoria había
vuelto. Si lo hacía, y ella lo mencionaba, podría empujar accidentalmente al asesino a
actuar antes de que Rourke estuviera preparado.
Fue difícil. Peor de lo que había imaginado. Ella estaba en la cocina, cuidando al
bebé. Mariel lo dejó entrar y lo condujo, sonriendo, a una habitación de color amarillo
brillante.
Clarisse lo miró, sorprendida, y buscó una manta ligera, tratando de cubrirse el
pecho desnudo. Se sonrojó de vergüenza. Era nuevo, e inquietante, tener a Rourke viéndola
amamantar a Joshua. Ni siquiera sabía que había vuelto a la ciudad.
—No hagas eso—, dijo en voz baja Rourke mientras se sentaba en la mesa con ella,
señalando la manta. —Es muy bonito verte amamantándolo.
Clarisse se sonrojó. Echó un vistazo a Mariel y sonrió, asintiendo con la cabeza. La
mujer volvió a sus quehaceres.
—Dijiste que no volverías—, vaciló Clarisse.
Se encogió de hombros. —El traficante al que estoy vigilando con mi grupo decidió
tomar un socio—, mintió. —Así que ahora estamos vigilando a dos hombres y buscando
evidencias que lo condenen. Tuve que volver a supervisar el trabajo.
—Ya veo.
Su ojo estaba absorto en el niño, succionando su suave pecho, apretando un pequeño
puño contra la piel cremosa. Hizo una mueca. Le dolía saber que tenía a su hijo en sus
brazos y él ni siquiera podía reconocer que era su hijo.
Ella vio la expresión y la malinterpretó. —Charlene y tú debéis tener uno,— dijo sin
mirarle directamente a los ojos. —Los bebés están muy bien.
—¿Lo están? Charlene dice que aún no está preparada.
Estaba irritada consigo misma porque eso le daba esperanzas. No es que hubiera
alguna diferencia.
—Lo siento,— dijo.
Se recostó en la silla y cruzó un tobillo sobre el muslo, alisando una arruga en el
pantalón caqui. —Ella está enamorada del socio de negocios de su padre—, dijo cuando no
hubiera querido decir nada. —Le dije que se quedara con el anillo.

183
—Pero nos separamos.
El corazón le dio un vuelco. Fue un error sentirse aliviada. Muy mal. No podía
dejarle ver lo mucho que esa declaración la complacía.
—Tu marido debía estar orgulloso del niño—, dijo en tono suave.
—Estaba deseándolo—, confesó. Sus ojos se cerraron. —Murió antes de que
naciera Joshua. Ni siquiera pudo verlo.
—Eso debe haber sido duro.
Ella asintió. —Ruy era un buen hombre. Le debía mucho.
También yo, pensó Rourke, por cuidar de ella. Pero no lo dijo.
—El bebé parece estar mucho mejor ahora—, comentó.
—El Dr. Steele es muy bueno,— estuvo ella de acuerdo.— Estaba haciendo
prácticas de médico familiar, pero Copper Coltrain estaba sobrecargado de trabajo y
necesitaban otro cirujano, por lo que se especializó y regresó a la escuela.
—Siempre tuvo una habilidad especial para eso—, dijo Rourke.
Ella estaba pensando en Rourke con Micah Steele en África. —Tú siempre has
hecho trabajos peligrosos. Incluso cuando eras un adolescente.
—Quería ser como K.C.—, reflexionó. —No sabía que era mi papá en aquel
momento, pero siempre lo admiré. He estado un tiempo tratando de mantenerlo fuera de la
acción desde que Mary Luke Bernadette murió. Pero está mejor.— Inclinó la cabeza,
mirando con fascinación al bebé. —Me dijo que debía volver a casa y criar cachorros de
león para los zoológicos.
—Nunca serías capaz de conformarte con la vida de un domador, y lo sabes—, dijo
ella, su voz ligeramente melancólica.
—Tienes que tener adrenalina.
Se alisó el pantalón caqui en la rodilla. —Sí, bueno, he estado pensando en eso. Me
volví por el camino equivocado y un IED, una bomba caminera, explotó. La metralla me
golpeó y parte de ella en la cabeza. Si hubiera estado en casa, donde debería estar, no
hubiera perdido casi un año de mi vida.
Ella lo miró, con los ojos azules muy abiertos y tristes.
Su rostro se tensó. —Al menos recuerdo por qué fui tan cruel contigo,— dijo
después de un minuto. —Pensé que eras mi medio hermana.
Ella apartó los ojos y su cara se coloreó. —Sí.
—¿Te he contado que KC me tiró sobre un sofá cuando le acusé de dormir con tu
madre?—, preguntó con una sonrisa. —¡Dios, sí que golpea duro!
—¿Con mi madre...?— Ella vaciló, los ojos muy abiertos.
—Sí. Tu madre. Eso decía el chisme.

184
—Mi madre era una santa—, dijo en voz baja Tat. —Nunca habría engañado a mi
padre ni en un millón de años.
—Me di cuenta cuando llegaron los resultados de ADN—, dijo con la cara seria.
Ella se encogió de hombros.
—Los pecados siguen haciendo cola, ¿no es así, Tat? Recuerdo vagamente que te
dije una vez, Dios sabe cuándo, que nunca te haría daño de nuevo.— Sonrió con puro
desprecio hacia sí mismo mientras miraba la pequeña cabeza del bebé.
—Y no he hecho nada más que hacerte daño. Durante años.
Ella no respondió. El bebé dejó de mamar. Trató de sostenerlo y a la vez cerrar el
sostén de lactancia, pero no pudo manejarlo.
—Aquí. Déjamelo mientras lo haces —, dijo Rourke suavemente.
Ella se sonrojó un poco cuando levantó a Joshua a sus brazos. Si no hubiera estado
buscando a tientas el sujetador podría haber notado el exquisito dolor en el rostro de
Rourke mientras miraba a los ojos a su primogénito. Miró sus ojos que ya mostraban signos
de ser marrones en vez de azules, las orejas que eran como las suya y las de K.C.
—Es un chico robusto, ¿no?—, preguntó en voz baja, sonriendo al niño. —Creo que
va a ser alto, Tat.
—Eso es lo que pensaba.— Tenía ya la blusa en su lugar, y comenzó a coger al bebé
cuando notó la expresión en el rostro duro de Rourke mientras miraba hacia abajo, al niño
entre sus brazos. Ella vaciló. Era tan conmovedor que las lágrimas escocían en los ojos.
Rourke, sosteniendo a su hijo, y no lo sabía. Él nunca lo sabría.
Se tragó el dolor. —Tiene que eructar,— dijo ella, recogiendo un pañal.
—Muéstrame cómo se hace—, dijo.
Ella le puso un pañal por encima del hombro. Le enseñó a colocar al bebé sobre su
hombro y le frotó suavemente entre los omóplatos.
—Se hace un poco complicado, a veces—, advirtió. —Escupen hacia arriba...
—Ropa limpia, cariño—, dijo con una sonrisa tierna. —Está todo bien.
Sintió la palabra cariñosa como un toque suave en su piel desnuda, pero trató de
ocultar el efecto que tuvo en ella. Rourke parecía no darse cuenta de lo que había dicho.
Estaba centrado en hacer eructar a su hijo. Unas palmaditas suaves y un gran eructo salió
del niño pequeño.
Se rió con deleite puro.
Clarisse sonrió tiernamente ante esa imagen.
Miró sus suaves ojos y su corazón saltó derecho a su garganta. La estudió con
atención por encima de la cabeza de Joshua.
—Todavía estás demasiado delgada—, dijo en voz baja. —Has estado en el infierno
y has vuelto. Por lo menos, estás finalmente en un lugar donde tienes amigos. Amigos

185
verdaderos.
Ella asintió. —Cash y Tippy han sido muy amables—, dijo. —Y Eb... — Se mordió
el labio.
—Eb?—, preguntó, con la cantidad justa de curiosidad.
—Eb Scott,— dijo ella. Su esposa y él me invitaron a cenar una noche. Lo mismo
hicieron Cy Parks y su esposa. Son personas muy agradables.
—Sí, lo son. Es un buen lugar para criar a un niño.
—Lo es. Hay buenas escuelas también.— Ella miró al bebé encima de su hombro.
—Nunca he tenido una verdadera amiga, hasta que Peg Grange. Y fue algo vergonzoso lo
que le hice, mientras estaba fuera del espacio por los medicamentos contra la ansiedad. Es
un alma que perdona.
—No eras responsable de tus acciones—, dijo. —Un poco como yo tampoco lo era,
justo después que me lesionara.
—No ayuda mucho,— ella suspiró. —Todavía me siento culpable.
—Te has disculpado con ella.
—Lo intenté.
Buscó sus ojos. —Tat, ninguno de nosotros es perfecto. Cometemos errores. No
podemos vivir en el pasado. El día de hoy es todo lo que tenemos, de verdad.
Ella se abrazó a sí misma. Sintió un escalofrío. Sapara iba tras ella y no podía
decírselo a Rourke. Estaba nerviosa, inquieta y asustada.
—¿Qué pasa?—, preguntó, sintiendo su estado de ánimo.
—Se me puso la piel de gallina—, mintió. —Tengo frío, supongo.
Frunció el ceño. —¿Sigues tomando quinina?.
—Oh, sí—, respondió ella. —Religiosamente. No es la malaria. De verdad.
Suspiró largamente. —Estuviste a las puertas de la muerte, Tat—, dijo.— K.C. me
contó que muy cerca.
—Ninguno de los dos nos dimos cuenta de que podría ser la malaria—, dijo
simplemente. —Ruy estaba sobrecargado de trabajo y estaba tratando a gente con un virus
estomacal. Los síntomas son muy similares. Nunca imaginé... —Se detuvo antes de añadir
que los mosquitos se habían colocado deliberadamente en la casa que compartía con Ruy.
—La vida pasa.— Besó la suave cabecita del bebé. —La gente muere. Es parte de la
vida, y sin embargo, es trágico. Pero siento haberte dicho las cosas que dije en la farmacia
ese día. Yo no sabía de qué demonios estaba hablando.
—¿No recuerdas?,— dijo ella. —Yo lo entendí.
Eso dolía aún más. Ella siempre lo perdonó. Y esta vez no debería hacerlo.
—Aquí, yo lo cogeré ahora—, dijo en voz baja, extendiendo sus brazos para Joshua.

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—Lo pongo a dormir la siesta después que le doy de comer.
Le entregó el niño a regañadientes. —Es un niño dulce,— dijo en voz baja.
—¿Duerme toda la noche?
—Usualmente. Pensé que tenía cólicos, y era una hernia. Yo ni siquiera sabía que
los bebés podían tenerlas.— Ella lo miró. —Nunca olvidaré lo que hiciste por él. Donar
sangre, quiero decir. Probablemente le salvó la vida. Por lo menos, Micah pensó que era
así.
—Dios no podría haber sido tan cruel contigo, cariño—, dijo suavemente. —No
después de todo lo que has pasado.
Una pequeña sonrisa estalló en sus labios. —Ahora sé que has estado viviendo con
un ministro. ¡Suena mucho más como una frase de Jake Blair que tuya!

187
Capítulo 14

Rourke se dio cuenta después de un minuto de que ella le estaba tomando el pelo, y
sonrió. —Bueno, sí, estoy ocupando su dormitorio de invitados. Y tratando de
comportarme.
—No es fácil.
Ella le devolvió la sonrisa. —A él se le podría pegar algo de ti.
—Lo contrario es más probable.
—Él conduce un Ford Cobra roja—, dijo. —No es exactamente el tipo de coche que
imagino que conduce un ministro, ¿sabes?
Él se rió entre dientes mientras la seguía por el pasillo hasta el cuarto del niño. —No
siempre fue un ministro.
—¡Oh! ¿Qué era?
Dudó. —Probablemente es mejor no hablar de ello—, dijo. —Sin ánimo de ofender.
Las ciudades pequeñas, y todo eso.
—Ya veo. Él era como tú entonces.
Levantó una ceja. Él se puso serio cuando la miró a los suaves ojos. —Ya. Me
gustaría serlo, de muchas maneras. Nunca fue del tipo de establecerse, o eso creía yo. Pero
ahora tiene una hija con pocos años menos que tú, y un nieto en camino.
Puso al dormido bebé en su cuna de lado y le cubrió con una manta ligera.
—Los niños cambian a las personas,— dijo ella después de un minuto.
Él la miró de reojo. —Imagino que lo hacen—, dijo. —Se te ve muy natural con un
niño en brazos, Tat.
Ella no lo miró. —Gracias—, dijo con voz ronca. —Si era un cumplido...
—Lo era—. Se puso a su lado y miró hacia abajo, al bebé dormido, a su hijo. Su
propia carne y sangre. Algo dentro de él que se había congelado comenzó a descongelarse.
—Lamento que tu compromiso no funcionara—, dijo.
Él respiró. —Sabes por qué me comprometí, Tat. No vas a decirlo en voz alta,
porque no quieres que me sienta culpable.
Ella se sonrojó. —No lo entiendo.
—Me aseguré de que todo el mundo a mi alrededor supiera lo del compromiso, para
que te llegara a ti.— Su rostro se puso duro y frío. —No sé cómo un hombre puede

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compensar años de crueldad. Todo lo que puedo recordar es que te he hecho daño. Ni
siquiera puedo recordar por qué lo hice, —mintió.
Ella no podía mirarlo. —Tal vez no es una mala cosa que hayas perdido algunos
recuerdos, Stanton,— dijo al fin. —Puedes empezar de nuevo, empezar limpio. Charlene
podría no haber sido la mujer adecuada, pero encontrarás a alguien que lo sea.— Le dolía
tener que decirlo, pero estaba casi segura de que era poco probable que recuperara la
memoria después de tanto tiempo.
Su corazón se hundió. Ella no lo estaba animando. ¿Cómo podía esperarlo? Le había
hecho mucho daño.
Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones. —Hay algo que quería
preguntarte, sobre López.
Ella levantó la vista. —¿Jack López?—, preguntó, sorprendida.
—Ya. ¿Va en serio?
El corazón le dio un vuelco. —Bueno, no realmente,— dijo ella. —Quiero decir, me
trae cosas de la tienda a veces, y lo veo en eventos públicos. Pero no lo he invitado a casa.
—¿Hay alguna razón para eso?—, preguntó en voz baja.
Ella frunció el ceño. —No una racional. Es muy agradable. Hace todo lo posible por
ayudarme y parece que le gusta el bebé. Pero hay algo... —Ella se echó a reír de repente. —
Supongo que estar enferma me ha convertido en una persona nerviosa.
—Él te pone nerviosa. Y no en el buen sentido —, respondió.
Ella se volvió y lo miró. —¿Como sabes eso?
Levantó las manos hacia sus hombros y las posó allí, mirándola. —Tú y yo venimos
de un largo camino. Un camino muy, muy largo. Supongo que he aprendido tu lenguaje
corporal, al menos lo suficiente para saber cuando algo te perturba.
—Estoy segura de que es sólo mi imaginación,— dijo ella, tratando de no dejarle
ver cómo le afectaba tenerlo tan cerca.
Sus manos le enmarcaron la cara, levantándola hacia su intensa mirada. —Te pongo
nerviosa, Tat,— dijo en voz baja. —Pero no en el sentido de darte miedo.
Tragó saliva. Su corazón ya estaba corriendo. —Stanton... — protestó.
Se acercó más, por lo que ya estaba contra ella y pudo sentir el calor y la fuerza de
su cuerpo. —He perdido muchos recuerdos,— susurró mientras inclinaba la cabeza. —Pero
creo que recuerdo esto...
Su boca rozó suavemente sus labios. Él esperaba que luchara contra él, que
retrocediera, que estuviera enojada. Pero ella no protestó en absoluto. Se quedó sin aliento.
Sus manos planas contra su pecho, apretadas con un torrente de sensaciones que ella no
había sentido en casi un año.
Él lo sabía también.
—Nunca toqué a Charlene,— murmuró contra su suave boca. —No he tocado a

189
nadie, tampoco, desde que fui herido.
Eso fue sorprendente. Fue muy emocionante también. Podía saborear el café en sus
labios. Eran muy cálidos, firmes, y seguros mientras jugueteaba con los de ella. Sus ojos se
cerraron ante la ola de deseo tan fuerte que ella gimió.
—¿Por qué esto se siente tan familiar?—, susurró. —Hemos hecho esto antes,
¿nosotros, lo hicimos, Tat?—, susurró, sintiendo su camino. No quería confesar lo que
sabía. No se atrevía.
Ella no le respondió. Pero sus brazos se alzaron y rodearon su cuello para poder
profundizar el beso.
La levantó contra él, por lo que estaban tan cerca que el aire apenas podía pasar
entre ellos. Su boca se abrió sobre los labios que le daban la bienvenida, y él cedió ante el
hambre que había empezado a consumirlo con el regreso de su memoria.
—No recuerdo nada reciente—, dijo, acercándose deliberadamente a la verdad. —
Pero me acuerdo de cuando tenías diecisiete años,— él gimió en su boca.
—Yo estaba en Manaus en un trabajo y vine a verte en la víspera de Navidad. Sólo
un impulso. Llevabas un vestido verde y pensé que nunca había visto una mujer tan
hermosa. Te besé y fue como comenzar un incendio. Estábamos en el sofá, el sofá de tu
mamá. Llegamos hasta el punto en el que era casi imposible detenerse, aun cuando oímos a
tu madre que venía por la puerta principal.
Ella se quedó sin aliento. —Sí...
Su mano estaba detrás de su cabeza, enredándose en su cabello. —Te quería... hasta
el punto de la locura. Así como lo quiero ahora, en este momento...
—¡Bésame, Tat!
Su boca era insistente, devorando sus suaves labios. Él gimió con fuerza cuando una
delgada mano se deslizó por su espalda y apretó sus caderas contra la excitación que ni
siquiera se molestó en ocultarle. Ella no luchó. No pudo. Ella presionó más cerca de él y
dejó que el mundo se quedara fuera
Mucho tiempo después se obligó a retroceder. Hizo una mueca. —Los puntos de
sutura... ¡me olvidé! Lo siento mucho, Tat!
Ella estaba pegada a sus labios, sus ojos azules muy abiertos, respirando con
pequeños jadeos. —¿Perdona?— susurró ella, aturdida.
—Los puntos de sutura.— Movió su mano entre ellos, tocando suavemente la
cicatriz en su vientre por debajo de sus pantalones de algodón.
—Oh. Esos puntos de sutura. No me di cuenta... —Se detuvo y se sonrojó.
Él sonrió suavemente. —Y todavía no sabes muy bien cómo besar, ¿verdad, cariño?
—, bromeó en voz baja.
—Yo...— Ella tragó con fuerza. —Bueno, yo no tengo...
Su nariz rozó la de ella. —¿Ni siquiera con tu marido?—, preguntó en voz baja.

190
Se mordió el labio. No se atrevía a admitir eso. Él era muy rápido. Podía adivinar lo
de Joshua.
—Una pregunta tonta. Usted tiene un hijo. —Él hizo una mueca. —Lo Siento.
—Está bien.
Sus dedos rozaron suavemente su mejilla sonrojada. —Eres muy hermosa, Tat,—
dijo en un tono aterciopelado. —Ojos como acianos. Pelo como seda suave. Pero estás
demasiado delgada. Has tenido un infernal mal momento, y no te he ayudado. Si pudiera
volver atrás y cambiar las cosas, lo haría.
—En la vida pasan cosas—, dijo simplemente. —Tomamos decisiones y vivimos
con ellas.
Su cara se puso tensa. —A veces tomamos decisiones estúpidas y otras personas
pagan por ellas,— dijo, pensando en su regreso a la misión que le asignarón y a la cual
pudo haberse negado. Si lo hubiera hecho, se habría casado con Tat. Habría estado
acompañándola a lo largo de su embarazo, y Sapara nunca la hubiera amenazado.
—Todavía entiende el africano, ¿no?—, le preguntó bruscamente.
—Sí, por supuesto.
Cambió a esa lengua y le dio una extraña instrucción.
—No entiendo,— vaciló ella.
—No tienes por qué. Las cosas que pasen a tu alrededor no tienes que saberlas.
Debes confiar en mí. Solo esta vez. Haz lo que te diga que hagas. Por tu bien y el del bebé.
Se sentía incómoda. —¿Crees que hay escuchas en mi casa?,— dijo, de repente,
todavía en africano.
—Sí, lo creo—, dijo, sin añadir que tenía también otras sospechas. —Si tu amigo
vaquero viene aquí de forma inesperada, te acordarás de lo que te he dicho, ¿no?
—Pero, ¿por qué?—, preguntó.
—¿Recuerdas cuando llegué y te saqué de Ngawa sin decirte por qué?
—Sí—, respondió ella.
—Es así. Hay cosas que no puedo decirte. Pero no quiero nada más
desesperadamente que tu seguridad. Por lo tanto, sólo haz lo que te digo. ¿Bien?
—Bien.— Le afectó que estuviera tan preocupado, aunque se preguntó por qué.
Se inclinó y rozó sus labios con los suyos. —Deberías golpearme con una sartén de
hierro. Tippy te prestaría la suya.
Ella sonrió suavemente. —No creo que lo hiciera. Salvaste la vida de Joshua—,
añadió. —Si no hubieras donado sangre, el Dr. Steele podría no haber sido capaz de operar
a tiempo.
Pensó en eso, y su estómago cayó. Su propio hijo, y no lo sabía cuando fue a donar
sangre. —Las coincidencias suceden, ¿no?—, preguntó para engañarla.

191
—Lo hacen.— Ella se sintió aliviada de que no hubiera conectado la similitud de los
tipos de sangre entre Joshua y él.
Él lo dejó pasar de mala gana, y miró a su hijo. Sintió una oleada de orgullo que le
golpeó justo en el corazón, pero no se atrevió a dejar que se mostrara.
—Es un chico guapo,— dijo suavemente. —Se parece a ti, Tat.
—Sí, se parece.
—Mejor me voy. Tengo que comprobar mi equipo y asegurarme de que está en
acción. —Él la miró. —Cuídate. Si alguna vez necesitas algo y no me puedes localizar,
llama directamente a K.C., ¿Correcto?
Ella asintió. —Correcto.
—Jake me dijo que están preparando una cena donde la gente llevará comida, un
potluck, en el centro comunitario el sábado por la noche. ¿Vas a ir?
—Pensé que podría hacerlo.
Él sonrió. —Yo también lo pensé. Me gusta probar las habilidades culinarias de
otras personas. Me canso de la mía.
—Siempre cocinaste mejor que yo—, recordó.
—Lo haces muy bien, cariño. Realmente lo haces.
La palabra cariñosa la hizo sentirse cálida interiormente, especialmente al recordar
la última vez que la había usado, en Manaus. Buscó en su rostro alguna señal de que
hubiera recordado. Pero no había nada. Tenía que tener en cuenta que podría estar muerto.
Incluso si nunca se acordaba de lo que había ocurrido en Manaus, estaba vivo.
—Se te ve muy triste—, comentó.
—Estaba pensando en lo mucho que ha cambiado mi vida en los últimos dos años
—, dijo simplemente. —Llevé una existencia superficial.
—No lo era—, argumentó en voz baja. —Si había un acto de caridad o una
recaudación de fondos que necesitara el toque de un experto, siempre te ofreciste. Luchaste
encarnizadamente por las cosas que considerabas importantes, como más hospitales
infantiles y mejores orfanatos.
—Lo aprendí de mi madre—, dijo con tristeza. —Ella siempre estaba haciendo
cosas para otras personas.
El rostro de Rourke fue duro. Su único ojo marrón claro brilló con una emoción que
no podía ocultar.
Ella lo estaba mirando. Registró esa expresión. Sus labios carnosos entreabiertos. —
Stanton, alguien te dijo que estábamos emparentados—, dijo en voz baja. —Alguien en
cuya palabra confiaste sin reservas.— Ella tragó. Difícil. Respiró. —Fue mi madre, ¿no?
Él no le respondió. —Me tengo que ir.
Ella se acercó a él, sorprendida de que se detuviera en seco. ¡Porque era vulnerable!

192
Y ella nunca se dio cuenta de ello. Puso sus manos sobre su pecho y lo vio luchar para
ocultar su reacción a ella.
—Tú amabas a tu madre—, comenzó.
—Sí, lo hice, pero no estaba ciega a sus defectos—, dijo en voz baja. —Fue
demasiado protectora conmigo—. Logró sonreír desmayadamente. —Ni siquiera había
tenido una cita antes de esa noche en Manaus cuando tenía diecisiete años.
—Yo nunca había sido besada en absoluto.
Perdió el aliento. Lo había sospechado, pero no lo sabía. No hasta ahora. Sus dedos
tocaron su suave boca. La sensación de la suya era exquisita. El olor a rosas que se aferraba
a su delicada piel le subió a la cabeza. —Sabía,— dijo roncamente, —que eras virgen.— Su
mandíbula se tensó. —Debí dejarte sola, Tat. Debería haber salido por la puerta y haberme
regresado a África...
Sus ojos azules suaves levantaron la vista hacia él con una emoción que ni siquiera
trató de ocultar. —Yo recordé esa noche durante años—, confesó entrecortadamente. —
¡Incluso cuando me odiabas...!
Su boca cortó las palabras. La levantó contra él y la besó como si estuviera siendo
llevado a la guillotina. Gimió fuertemente cuando la sensación que ella despertó lo llevó
casi a la locura. Había pasado mucho tiempo desde que la había tenido en sus brazos,
deseándolo. Él nunca había amado a nadie tanto en toda su vida.
Ella no protestó. En todo caso, lo incitaba. Su boca se abrió bajo la suya y se aferró
a su fuerte cuello con todas sus fuerzas mientras el beso se hacía más largo, más duro, más
profundo.
Finalmente, tuvo que dar un paso atrás. No era el momento adecuado. La alejó con
cuidado, aunque sus manos temblaban en sus brazos. También estaba ruborizada, y luchaba
por respirar con normalidad.
—Lo siento—, dijo con pesar. —Ha pasado mucho tiempo.
Tenía la boca dolorida, y no le importaba. —¿Ni siquiera besaste a Charlene?—,
preguntó en voz alta, recordando lo que le había dicho.
—Yo no quería a Charlene—, dijo rotundamente. —No quiero a... nadie. Sólo a ti.
Ella se quedó sin palabras. Sólo lo miraba con el corazón en sus ojos.
Los besó al cerrarlos. —Me tengo que ir. No quiero hacerlo—, agregó con voz
ronca.
Ella se apretó más. —Bien.
Sus manos acariciaron su espalda. —Con el tiempo las cosas se calmarán. Entonces
podríamos reevaluar nuestras posiciones —, dijo enigmáticamente.
Ella se echó hacia atrás, sin entender.
Él rió. —Estoy trabajando—, dijo. —Tengo un trabajo que hacer.
—Oh. Sí.

193
Buscó sus ojos. —Deberías odiarme, Tat—, dijo en voz muy baja. Él respiró.
—Pero estoy condenadamente contento de que no lo hagas.
Ella se encogió de hombros. —Realmente no sé cómo hacerlo—, dijo después de un
minuto.
La dejó ir. Su ojo marrón pálido bajó hacia el bebé dormido. Su hijo. Sabía cómo
K.C. debía haberse sentido cuando él nació, sintiendo ese orgullo y ese amor, y tener que
esconderlos.
Clarisse vio la angustia en su rostro y no la entendía, a menos que, tal vez, fuera
muy territorial con ella, y odiara pensar que había tenido un hijo de Ruy. Deseaba
dolorosamente decirle la verdad. No se atrevió.
—Bien. ¿El sábado por la noche? Vendré por ti y te llevaré. ¿Viene el bebé
también?—, añadió, sonriendo al niño dormida en su cuna.
Su rostro mientras miraba al niño era increíblemente tierno. —Bueno, es para los
adultos. Pensé en dejarlo con Mariel.
—Déjalo con Rory y Tris en su lugar.
Ella parecía preocupada. —Stanton, ¿qué está pasando?
—¿Sobre?— Sus cejas se levantaron y sonrió. —Nada. Pensé que a Mariel le
gustaría venir con nosotros. No ha tenido una tarde libre desde que comenzó a trabajar para
ti, ¿no es así?—, añadió.
Ella rió. —En realidad no, es un tesoro.
—Pregúntale a ella entonces. Puede venir con nosotros.
—Lo haré. Hablaré con Tippy. Rory es todavía joven, pero ella debe tener una
niñera habitual, por si acaso hay una emergencia.
—Puedes preguntarle.
—Lo haré.
Se inclinó y rozó su boca con la suya. —Haces bebés hermosos, mi amor—,
susurró. Le sonrió, miró al bebé y se fue.

***

—¿Quieres venir?— le Preguntó Clarisse a Mariel más tarde. —Rourke me recordó


que no has tenido una sola noche libre desde que comenzaste a trabajar para mí. Dijo que
podías venir con nosotros.
Mariel estaba nerviosa. Se rió tímidamente. —Me encantaría—, exclamó. —¡Que
amable de su parte!
—Pasaremos un buen rato—, respondió sonriendo. —Mucha comida, y habrá una

194
banda. Tendrán baile también.
—No he bailado en años—, confesó la mujer. Ella rió. —¡Será divertido!
—¡Sí, lo será!

***

Rourke estaba hablando con Cash Grier en su despacho, y le dijo a Cash, en persa,
que esperara hasta que él colocara primero una señal de interferencia.
—¿Cuál es el maldito problema?— le preguntó Cash, sorprendido. —¿No crees que
puedo comprobar los errores en mi propia oficina?
—No tenías ninguna razón para pensar que lo necesitabas—, dijo Rourke
solemnemente. —Este es el asunto. Jack López es el asesino a sueldo de Sapara. Creo que
está a punto de caer sobre Tat. Tengo a mi equipo situado, y los hombres de Eb de Scott
están doblando los turnos para asegurarse de que ella y el bebé estén cubiertos.
Cash dejó escapar un profundo suspiro. —¡Buen Dios! ¡Justo debajo de mi maldita
nariz...!
—Nadie más que yo supo nunca qué aspecto tenía,— respondió Rourke. —He
entrenado con él, hace años, cuando empecé con la empresa. Él piensa que he perdido la
memoria, así que tiene un exceso de confianza.
Cash frunció el ceño.
Rourke sonrió. —Volvió cuando me fui a casa. Estuve comparando los tipos de
sangre y haciendo asociaciones.— Su ojo se cerró con dolor. —AB negativo no es un grupo
sanguíneo frecuente. K.C. lo tiene, yo lo tengo... y mi hijo lo tiene. Casi se ahoga de
emoción cuando las palabras salieron. —Y no puedo decirle que lo sé. K.C. dice que saldría
corriendo y el hombre de Sapara podría tenerla para él sólo y matarla.
Cash estaba, por una vez, sin palabras.
—Así que estoy fingiendo—, continuó. —Tengo a varios hombres vigilando a
López. De hecho, hay una razón legítima para ello. Está muy involucrado en el tráfico de
personas, al igual que su jefe Sapara. Así financiaron la repentina salida de Sapara de la
prisión de Barrera.— Su cara se endureció. —Puedo decir otra cosa también. Cuando esto
termine, Sapara nunca amenazará a nadie de nuevo. Tampoco lo hará su hombre, López.
Está autorizado.
—¿Quién conseguirá a López?— le preguntó Cash, sin una sola protesta.
Rourke levantó la barbilla. —La única persona a la que le confiaría la vida de
Clarisse. Yo.
Las cejas de Cash se arquearon.
—¡Dios mío!, ¿qué te parece que hago para ganarme la vida?—, preguntó Rourke
brevemente. —Hago contrainteligencia, pero soy un francotirador experto. Por eso pasé tres

195
años encubierto en Argentina. Es asombroso el número de delincuentes internacionales que
piensan que es un buen escondite.
Cash rió. —Todos estos años y no me di cuenta...
—K.C. hizo que su piloto me trajera para que pudiera llevar mi propio kit conmigo
—, dijo. —Cuando llegue el momento, haré lo que tenga que hacer. Me he pasado la vida
protegiendo a Tat. La daría para mantenerla segura a ella y al niño.
Los ojos oscuros de Cash se estrecharon. Vio la emoción que el otro hombre no
podía ocultar. Se había equivocado en toda regla. Rourke no odiaba Clarisse. De ningún
modo.
—Si puedo ayudar...
—No—, dijo Rourke con firmeza. —Tienes una esposa y un hijo. Además, esto está
relacionado con una operación encubierta que yo dirijo. No te involucres. Y no porque crea
que tus habilidades se han ido oxidado —, agregó, riendo.
—Uno nunca olvida cómo utilizar un kit de francotirador,— dijo Cash con pesar.—
Pero es difícil establecerse con algunos de los recuerdos con los que tienes de cargar.
—He tenido que disparar a niños también, compañero,— respondió Rourke con
solemnidad.— He luchado en muchas guerras encubiertas en toda África, cuando todavía
estaba en la adolescencia. De hecho, aprendí cómo ser un francotirador antes de cumplir los
diez.
—¡Diez!
—Mis padres fueron brutalmente asesinados—, dijo, el dolor todavía en su rostro.
—Mi padre fue derribado en la calle, como un perro, por una de las facciones que
competían sin fin por el poder en las zonas rurales. Mi mamá todavía estaba viva, pero tenía
problemas de salud y no me podía controlar. Fui a pelear con uno de los señores locales de
la guerra, me enseñaron las habilidades que necesitaba para seguir con vida. Mi madre
sufrió un atentado un par de años más tarde, durante otro levantamiento. Corrí
salvajemente. Entré a formar parte de un grupo de comandos y fui a la caza de rebeldes con
un AK-47. K.C. todavía trabajaba en aquel tiempo, y no se enteró de lo que había sucedido
hasta meses después de que muriera mi madre. Cuando lo hizo...— Hizo una pausa y se
echó a reír. —¡Dios mío, tiene genio el hombre! Me arrastró hasta ante un juez y se
convirtió formalmente en mi tutor. Yo no estaba muy feliz por ello, y después la familia de
Tat se mudó al lado de la casa de K.C.; una vez me escabullí para luchar un poco. Tat lo
contó. Por lo tanto, su apodo es la abreviatura de Charlatana (Tattletale, en inglés)—,
añadió con tristeza.
—¡Dios, K.C. me reprendió por la última misión a la que me fui!
—¿Tú no sabías que era tu verdadero padre en ese momento?
Rourke negó con la cabeza. —Fue un asunto doloroso para mi durante años, con la
gente especulando y los chismes.— Su pecho subía y bajaba pesadamente.
—No quería pensar que mi madre podría haber traicionado al hombre que creía que
era mi padre. Tuve que crecer para comprender que incluso los padres cometen errores por

196
debilidad. Mi madre amaba a K.C.— Él vaciló. —Por supuesto, yo también—, agregó,
riendo. —Entramos en el proceso de cambiar legalmente mi nombre. Quedó en suspenso
hasta que recobrara la memoria, pero firmé los papeles antes, cuando estaba en casa.
—K.C. te hizo seguir la línea, supongo,— se rió entre dientes Cash.
—Sí. Hizo que tuviera una educación. Conseguí entrar en el ejército, pero la tuve.—
Sonrió. —Finalmente me di cuenta de que si iba a pelear con algún grupo insurgente, Tat
habría ido dos pasos detrás de mí. Ella me seguía como si fuera un cachorro cuando era una
niña. ¡Dios, era valiente!
—Me enteré de lo de la mordedura de serpiente.
—Me aterrorizó—, confesó Rourke. —Pensé que iba a perderla. Ella tenía tan sólo
diez años, pero no tenía miedo de nada. Cuando ella y sus padres se trasladaron a Manaus,
me quedé tan solo como no había estado en años. Estuve de luto por ella.
—No entendía cómo eran las cosas entre vosotros dos—, comenzó Cash.
Rourke levantó una mano. —Me merecía todo lo que tengo—, respondió. —
Incluido la parte de la lengua de tu encantadora esposa.— Él se rió entre dientes.
—¡Eres un hombre valiente viviendo con esa salvaje!
Cash se limitó a sonreír. —No habría logrado nunca que me aceptara si no fuera una
mujer con carácter—, dijo. —Me asenté, pero de mala gana. No estaba en absoluto seguro
de poder conseguirlo.— Su rostro se quedó inmóvil. —La traté muy mal. Ella abortó
porque un ayudante de dirección insistió en que hiciera una escena que era peligrosa. Pensé
que ponía por delante su carrera. Era mi hijo, y yo ya había perdido uno...
Rourke no insistió, pero su mirada fue inquisitoria.
Cash sonrió con tristeza. —Estuve casado antes. Ella quería mi dinero. No quería a
mi hijo. Mientras yo estaba fuera en un trabajo, se hizo un aborto.
—Lo siento—, dijo Rourke. —Sólo puedo imaginar lo que sentirías.
—Todos tenemos lugares oscuros en nuestro pasado—, dijo Cash. —Pero algunos
de nosotros tenemos suerte.
—En realidad la tenemos. Tippy y tú iréis el sábado por la noche al centro
comunitario, ¿no?
—Por supuesto.— Los labios de efectivo fruncidos. —Estamos practicando el
tango, así que ten cuidado.
Rourke se rió entre dientes. —Tat le va a pedir a Tippy que el bebé se quede con
Rory y Tris mientras estamos fuera. ¿Tenéis una niñera para Rory o...
—Tengo un hombre que se queda con ellos cuando nos vamos,— le interrumpió
Cash. —Trabajó para Eb Scott un tiempo, aunque ahora es autónomo. Probablemente lo
conoces. ¿Chet Billings...?
—¡Dios mío!
—Hey, es bueno en lo que hace—, se rió entre dientes Cash.

197
—Compartí habitación con él durante varios días cuando estábamos protegiendo a
Cappie y a su hermano Kell Drake del antiguo novio de Cappie. El veterinario local, el Dr.
Rydel, tuvo algunos problemas...
Cash rió. —Todavía los tiene, pero aprendió muy rápidamente el peligro de sacar
conclusiones precipitadas. Creo que él y Cappie están esperando un hijo.
—Diablo afortunado. No me importaría tener otro niño. Espero con impaciencia por
llegar a conocer al que ya tengo, cuando las cosas se calmen—.
—Me gustaría tener otro hijo también—, dijo Cash. —Pero no parece probable.
Rourke frunció los labios. —A ese respecto, conozco a un tipo que es bueno con los
hechizos.
Cash le dirigió una mirada burlona.
—A veces la naturaleza humana necesita un pequeño empujón—, Rourke se rió
entre dientes.
—Puedes quedarte con tus hechizos—, le respondió Cash.
—Lo sé. Eres un hombre demasiado inteligente a un hombre para creer en hechizos
y cosas mágicas. Pero yo vengo de África. Va de la mano con lo sobrenatural.
—Tu madre era estadounidense, ¿no?—, preguntó Cash.
Él asintió con la cabeza. —De Maryland. Pero su gente eran bóers. Su padre cogió
un trabajo en Estados Unidos y se trajo a su familia. Volvieron a casa de visita y se
encontraron con el hombre que creía que era mi padre. Trabajaba para K.C. El destino es
fascinante.
—De hecho, lo es.

***

Clarisse llevó un sencillo vestido blanco mexicano con exquisitos bordados a la


cena comunitaria. Era una cálida noche de primavera, y el centro comunitario estaba
resplandeciente por la luz, la música y la actividad.
Mariel fue invitada a bailar casi cuando llegaron.
Rourke y Clarisse observaban a las parejas de la pista de baile mientras terminaban
sus platos de pollo frito y puré de patatas.
—Por lo menos no es sémola,— reflexionó Rourke mientras saboreaba las patatas.
—¿Qué tienes contra la sémola?—, preguntó con una sonrisa, sorprendida.
—Nada personal. De hecho, algunos de mis mejores amigos la comen.— Se inclinó
hacia delante. —Es el nombre. Me recuerda a la grava pulverizada.
Ella le sonrió.

198
Dejó de comer y se limitó a mirarla. Ella era increíblemente hermosa.
Se movió con timidez.
—Lo siento, ¿estaba mirándote?—, bromeó. —No puedo evitarlo. Eres la mujer
más bonita aquí, y estás sentada conmigo.
—Tú tampoco estás mal—, reflexionó.
Él se rió entre dientes. —Ya, yo y mi ojo tuerto.
Ella lo estudió mientras tomaba un sorbo de café. —Nunca pienso en eso como
tuerto.
Buscó sus ojos. —Lo sé. Me quitaste el parche del ojo y me besaste allí. —Su rostro
se endureció. —Eres de una pasta especial, Tat. Hermosa por dentro y por fuera.
Se quedó sentada muy quieta. Sus ojos azules se abrieron. —¿Recuerdas eso?—,
preguntó con voz ronca.
Frunció el ceño. —Sí.— La miró fijamente. —Nunca te dije cómo sucedió. Te
sentaste conmigo en el hospital de Nairobi, me cuidaste incluso mientras gruñía y te dije
que te fueras a casa. Pero nunca te hablé de ello—.
—Lo sé.
Bajó la mirada a su plato. —Fue justo después de que tu madre me dijera... lo que
me dijo. Tenía planes, Tat,— dijo con una sonrisa nostálgica. —Nunca fue lo que ella
pensaba. Estaba pensando en una casa y en niños...
Ella hizo una mueca.
—Así que cuando ella me dijo... lo que me dijo, me fui a un trabajo y fui
descuidado. De hecho, no me importaba si regresaba o no. No tenía nada, me importaba
nada. Cuando te perdí, ya que pensé que lo había hecho, la vida no traería alegrías para mí.
Entré en una emboscada.
—Él no la miró. —Lo hice... deliberadamente.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Agarró una servilleta y se secó con ella, pero
no se detuvieron.
—Aquí, ahora, no hagas eso—, dijo con voz ronca. —¡Tat!
Dejó su plato, se levantó, la tomó de la mano y la llevó a la pista de baile. La atrajo
hacia sí y la abrazó, la meció al lento ritmo de la música, con el rostro de ella en su cuello
mientras ella luchaba con las lágrimas.
—Lo siento—, susurró. —¡Nunca debí habértelo dicho...!
—Sé que ella tenía buenas intenciones,— gimió Clarisse. —Pero ¿por qué? ¿Por
qué?
Sus brazos se contrajeron. —No lo sé, nena—, susurró. —A veces suceden cosas
malas y nunca las entendemos realmente. Jake tiene esta filosofía, sobre la vida dando
lecciones y sometiéndonos a pruebas para aprender.

199
—Él suspiró.
—Tal vez tiene razón.
Ella se apretó más cerca de él, aún secándose los ojos.
Sus labios rozaron su frente. —Tienes que dejar de hacer eso o me vas a hacer llorar
a mí también. ¿Qué pensaría la gente?
Ella respiró temblorosamente.
Levantó la cabeza y la miró a los enrojecidos ojos. —No podemos volver atrás. Sólo
podemos seguir adelante. Si crees que puedes perdonar todo lo que te he hecho.
Las lágrimas volvieron, como una inundación.
—Maldita sea, mujer, ¡Tippy está por allí buscando una sartén de hierro! ¡Vas a
hacer que me maten si no dejas de llorar! ¡Van a pensar que estoy metiéndome contigo otra
vez!
Ella se rió, secándose las lágrimas una vez más. —Lo siento.
Levantó la cabeza. —No. Lo siento yo. Por todo. Por cada cosa.— Se inclinó y rozó
con su boca lentamente los suaves labios. —Así que... lo siento... ¡lo siento mucho...!
Al cabo de un minuto se apartó un poco con la cara roja y ocultando su frente contra
la camisa suave de algodón. —La gente está mirando—, se rió.
Él también se rió con malicia. —Entonces vamos a darles una razón para mirar.—
Levantó la cabeza, llamó la atención del líder de la banda y le dio luz verde. La banda dejó
de tocar una melodía de blues y rompió en un tango.
—Hey, Grier, ¡te desafío!— Rourke llamó a Cash.
—Acepto—, le respondió riéndose. —¡Hemos estado practicando!—, añadió
mientras guiaba a Tippy en el suelo.
—Esperen, aquí. ¡No estárá dejándonos fuera!— Matt Caldwell llevó su bonita
esposa, Leslie, al suelo también. —Yo inventé el tango—, añadió altivamente con una
mirada de suficiencia a los otros dos hombres.
—Comete tu error aquí, Caldwell,— le invitó Rourke. Sonrió. —¡Y que gane el
mejor!
Clarisse se rió en voz alta.

200
Capítulo 15

Fue un concurso muy reñido, pero la mayoría de la gente estuvo de acuerdo en que
Rourke y Clarisse superaron a las otras dos parejas. Al menos temporalmente.
—Tendremos la revancha un día—, dijo Matt secamente. —Así que no se regodee
demasiado.
Rourke se limitó a sonreír.
Clarisse estaba hablando con Tippy en la mesa de la merienda cuando el teléfono de
Rourke sonó. Se excusó y salió a contestar.
—Si—, dijo secamente, concentrado en el asunto. —¿Qué pasa?
La persona que estaba en el otro extremo del teléfono le transmitió la información
más reciente que habían sido capaces de obtener en la vigilancia. Las cosas estaban
llegando a un punto crítico. Había algunos comentarios sobre una línea de investigación
que les llevaba a creer que el hombre de Sapara estaba listo para hacer un movimiento.
—No lo pierdas de vista,— le dijo Rourke con firmeza. —Si algo sale mal, no habrá
un lugar en el planeta donde no te encuentre.
El otro hombre le aseguró que estaba en su lugar.
—Simplemente no te descuides—, dijo Rourke en voz baja. —Aquí hay más en
juego de lo que te puedo decir ahora. Mantén los ojos abiertos.
Colgó. Luego codificó la línea y llamó a Chet Billings a la casa de Cash.
—¿Qué estás haciendo ahora? preguntó Chet, sorprendido.
—Vine a desafiar a Cash a un concurso de tango—, fue la respuesta burlona.
—No, estoy en un trabajo, amigo. ¿Ha pasado ahí alguna cosa que yo deba saber?
—Sí.
—¿Qué?—, preguntó Rourke, preocupado.
—El cuñado de Cash acaba de darle una paliza a Kilraven en el campo de batalla—,
dijo Chet.
—¿Kilraven? ¡Bien! Voy a tener que decírselo a Cash. Esto le hará la noche.
—No lo dudo. Estos chicos y sus juegos de video. Una pérdida de tiempo si me
preguntas. Quita el tiempo para beber mucho e intercambiar armas.
—Escucha, te vendría bien una dulce mujer que te reformara—, reflexionó Rourke.
—Alguna joven y bonita...

201
—No quiero a alguien joven y bonita. O vieja y fea. Me gusta vivir solo. Nadie trata
de poner el mando de la televisión lejos de mí —, añadió con firmeza.
—Bien. Pero no sabes lo que te pierdes.
—Escuchamos que estabas haciendo un trabajo en San Antonio—, dijo Chet.
—Sí. Algo aburrido —, añadió, por si acaso se estaba supervisando la línea. Nunca
se sabía. —Voy a regresar de vuelta a casa en pocos días.
Hubo una pausa. —La señora. Carvajal te extrañará—, dijo Chet
sorprendentemente.
El corazón de Rourke saltó. Por supuesto que lo haría. Pero él no se iba. No, a
menos que pudiera convencerla de volver a casa con él. Eran los primeros días. Aún así,
ella amaba besarlo. Increíble que ella no le odiara después de lo que le había hecho pasar.
Pensó en tener una casa con ella y su hijo, tener otros hijos, envejecer juntos. Le hacía
sentirse cálido por dentro.
—Escucha, si te quedas con ella, es necesario que pienses seriamente salir del
trabajo de campo—, dijo Chet abruptamente. —A las mujeres no les gusta el malestar
constante. Se preocupan. Sobre todo cuando saben lo que haces para ganarte la vida.
Rourke se rió entre dientes. —¡Oh! Alguien se preocupa de ti, ¿verdad?
Hubo una pausa. —Alguien a quien quiero. Sin embargo es sólo una niña.
—Es el kilometraje, compañero, no la edad,— fue la tranquila respuesta. Mantén tus
ojos abiertos. No sé mucho, pero realmente estoy esperando problemas. Pueden venir de
forma inesperada, y no de la forma que estoy pensando.
—Yo siempre estoy esperando problemas—, respondió Chet.
—Ya somos dos. Hablaré contigo otra vez antes de irme a casa.
—Claro. Nos vemos.
Rourke colgó. Después hizo una última llamada. —Quiero que compruebes algo
para mí—, dijo, y habló en noruego mientras esbozaba la información que quería de su
contacto.
—¿Cómo sabías que hablaba noruego?— preguntó el hombre.
—No me engañes. Estás especializado en idiomas. Resulta que sé que hablas con
fluidez aproximadamente ocho, y este es uno de ellos.
Hubo una risita divertida. —Bueno, en mi negocio para sacarle pistas al enemigo.
Bien. ¿Qué quieres saber?
Rourke se lo dijo.
—¡Por Dios, no en los Estados Unidos!—, fue la conmocionada respuesta.
¡Seguramente no!
—Él no está aquí. Pero su asesino sí lo está. Tenía gente trabajando en esta
información, pero no me ha llegado a través de él. Necesito saber si el hombre tiene otros

202
contactos, alguien que no sea muy obvio. Y necesito saberlo rápidamente. Hay vidas en
juego. No es ninguna tontería, amigo. Es un hecho.
—Dame diez minutos. Te llamo después.
—Utiliza este número. Estoy usando un teléfono desechable.— Le dio número.
—Realmente no confías en nadie, ¿verdad?
—Es el resultado de trabajar de forma encubierta durante tantos años, Rourke se rió
entre dientes. —Nos volvemos cautelosos.
—Sí que lo hacemos. Me pondré en contacto contigo tan pronto como pueda
encontrar esa información.
—Te debo una.
—Sí, lo haces—, fue la respuesta reflexiva. —No voy a olvidarlo tampoco.
Rourke suspiró. —Siéntete libre—, dijo. —Eres un pirata.
Hubo otra risa y la línea se cortó.

***

El último baile fue una melodía de un lento blues sobre el amor perdido. Rourke
colocó a Clarisse cerca de él y unió su pequeña mano con la suya.
—Todos esos años que hace que nos conocemos, y nunca bailamos juntos—,
susurró.
No se atrevió a decirle que lo hicieron aquellos días mágicos en Manaus. —Espero
que no pensaras que no sabía hacerlo—, se rió tímidamente.
Él levantó la cabeza y su ojo de color marrón claro miró a los suyos. —No quiero
que supieras lo vulnerable que era,— la corrigió, y su expresión era solemne. —Con sólo
mirarte, ya me excitaba, Tat—, confesó. —Aún después de tantos años.
Sus altos pómulos se colorearon con delicadeza.
—No hay nada de qué avergonzarse—, dijo en sus labios. —Eres muy hermosa. Es
una reacción normal.
—Oh.
Su brazo se contrajo a su alrededor. —Aquello podría haber sido lo mejor—, dijo
con un suspiro. —Escucha, fui promiscuo en la adolescencia y en los primeros de los veinte
—, dijo suavemente. —Nunca he salido con la misma mujer dos veces. Tuve la condenada
suerte de no haber cogido alguna enfermedad de transmisión sexual, lo que me haría
intocable, o incluso algo que podría haberme matado.— Su mano acarició arriba y abajo su
espalda.— Pero todo eso terminó una Nochebuena en Manaus,— dijo, su voz ronca por el
sentimiento.

203
—Nunca he deseado a nadie como te deseaba a ti esa noche. Nunca, Tat—.
Se mordió el labio inferior. —Eso es sólo deseo...
Él negó con la cabeza, muy lentamente. —No. No lo es. Sus dedos juguetearon
entre ellos y la atrajo aún más cerca cuando hizo un giro brusco. La sintió temblar ante el
contacto casi íntimo. —Te deseo muchísimo. Pero fue condenadamente mucho más que un
deseo físico.
Ella soltó un largo suspiro. —No sé mucho acerca de los hombres,— vaciló.
Después se ruborizó, ya que había estado casada y Rourke pensaba que Joshua era el hijo
de Ruy.
—Mírame.
La tranquila autoridad de su profunda voz llevó sus ojos hacia arriba.
—Sé más de lo que crees, Tat—, dijo en voz muy baja. —Y cuando este trabajo esté
terminado, y tenga tiempo para sentarme y hablar contigo, tomaremos algunas decisiones
juntos.
—¿Qué... tipo de decisiones?
Se inclinó y rozó con labios tiernos sus suaves labios. —Decisiones permanentes,—
murmuró. —Muy permanentes.
Su corazón empezó a acelerarse. —Hay cosas que no sabes—, comenzó con
tristeza.
—Y ninguna de ellas importa.— La atrajo hacia sí, dejó de bailar y se inclinó para
besar el aliento que salía de ella. —Nunca me iré de nuevo. No mientras viva.— Su ojo
marrón claro estaba parpadeando con sentimiento.
—Mi trabajo se puede ir al infierno. Ya he pagado un precio muy alto por él.
Su rostro se coloreó por el leve shock. Ella lo miró, toda ojos, su corazón en ellos,
su joven cuerpo muy quieto. ¿Se acordaba de que la había dejado por hacer un último
trabajo, uno que aparentemente nadie más podía hacer? ¿Le había vuelto la memoria?
Deseaba mucho preguntarle. Pero la música se detuvo y las parejas comenzaron a
salir de la pista de baile.
Él sonrió suavemente. —Habrá suficiente tiempo para discusiones más tarde—,
dijo, besándole la punta de la nariz. —En este momento tenemos que ir a buscar a Joshua y
llevarte a casa. Necesitas eso, mi amor.
Ella se rió en voz baja. —Supongo que sí.
—Todavía te cansas fácilmente,— dijo. —Y estás muy delgada. Vamos a mejorar
todo eso cuando acabe este trabajo.
—¿El trabajo es peligroso, Stanton?—, se preocupó en voz alta.
Sus dedos acariciaron su suave mejilla. —No—, mintió. —Sólo es trabajo de
inteligencia. Estamos tratando de encerrar a un traficante de personas, eso es todo. Sin
armas, amor —, añadió, extendiendo la verdad como chicle entre dos prensas. Era por su

204
propio bien, por supuesto. No se atrevió a decirle la verdad, ella ignoraba lo mucho que
estaba en peligro en ese momento.
—Vamos a buscar a tu hijo y ambos os iréis a la cama, ¿de acuerdo?
Ella sonrió adormilada. —Está bien, Stanton.

***

Se dirigieron a la casa de Cash y recogieron el bebé. Mariel se sentó con él en el


asiento trasero, arrullándolo en su mochila porta bebé después de que lo sujetaran en ella.
—¿Te divertiste?— le preguntó Clarisse a la mujer.
—Fue muy bonito—, respondió ella. —No puedo recordar la última vez que bailé
—.
—Estoy sorprendido de que Jack no estuviera allí—, dijo Clarisse de camino a casa,
con el ceño fruncido. —Estoy segura de que me dijo que tenía planeado venir. Lo vi en la
tienda de comestibles ayer. Mariel, acuérdate, venías conmigo.
—Sí, sí dijo que iba a venir. Tal vez tenía una cita, ¿no?— bromeó Mariel.
—Tal vez fue así. Pasé un rato precioso—, le dijo a Rourke.
Él la miró con afecto. —Yo también.
—Bailan muy bien juntos—, Mariel suspiró. —Yo tengo dos pies izquierdos.
—Puede cocinar como un chef francés,— Clarisse le dijo afectuosamente. Todos
tenemos cosas que hacemos bien.
—Cierto.
Rourke cogió al bebé y lo sacó del coche, haciendo una pausa para besar su
pequeña y regordeta mejilla antes de ponerlos en los brazos de su madre.
El bebé todavía estaba dormido, a pesar del traqueteo. Rourke lo miró con
silencioso anhelo. Su hijo. Su niño. Tuvo que ocultar el orgullo y la tristeza que el niño
encendía en él. Hizo que su rostro se viera muy sombrío.
Clarisse se colocó a Joshua a un costado y puso una ligera manta sobre él. A su
lado, Rourke estaba extrañamente distraído. Había recibido una llamada telefónica cuando
Clarisse entró en casa de Cash con Mariel para recoger a Joshua. Desde entonces, él tenía
una expresión de preocupación.
—¿Va algo mal?— le preguntó Clarisse cuando estaban en el porche y él empezaba
a irse.
Le tocó la mejilla con suavidad. —No mucho. Sólo algo relacionado con el trabajo.
¿Puedes darme un beso de buenas noches? —, Preguntó en voz baja.
Ella se sonrojó. —No me molesta.

205
—No estoy bromeando, cariño.— La atrajo hacia él con avidez y se inclinó hacia su
boca. —Lo digo en serio...
El beso fue largo y duro, ardiente. La envolvió contra él y gimió. Ella lo sintió
también, el angustiado anhelo por algo mucho más violento, más apasionado que un beso,
incluso si era tan caliente como el chile.
Sus manos se deslizaron por su espalda y apretaron sus caderas con fuerza contra la
de él. —Me muero por ti—, dijo con voz ronca. —¿Puedes sentirlo? Susurró contra su
suave boca mientras le dejaba sentir el poder de su excitación.
—Puedo sentirlo...—, musitó ella, un poco tímida con él, incluso ahora.
—¡Oh, Dios, te deseo!— Logró decir mientras el beso se hacía más insistente.
Se estremeció cuando la pasión bailó a través de su delgado cuerpo y la hizo
temblar. —No podemos, Stanton,— gimió ella. —Es una ciudad pequeña. La gente
chismorrea...
—Vi un anillo muy bonito en una joyería del centro de la ciudad —, dijo contra su
boca. —Apuesto a que es de tu tamaño también.
Ella se sorprendió. —¿Un anillo?
—Dos anillos—, murmuró, sin dejar de besarla. —Diamantes y zafiros. Piedras
azules, al igual que tus hermosos ojos, Tat.
Ella lo miró. —¿Te refieres a casarse?— Ella vaciló. —¿Quieres casarte conmigo?
Él asintió con solemnidad. —Sí. Casarnos. Pasó demasiado tiempo. Debió haber
ocurrido cuando tenías diecisiete años. Mejor tarde que nunca.
—¿De verdad quieres casarte conmigo?
—¡Con todo mi corazón!— La abrazó y la meció en sus brazos, él rostro sobre su
cuello suave. Un escalofrío recorrió su cuerpo ante la perspectiva de ser su marido, el padre
de Joshua, de criar una familia con ella. —Podemos vivir aquí, ya que tenemos tantos
amigos en la ciudad. Pero podemos pasar los veranos en el complejo al lado de K.C., cerca
de Nairobi. El bebé puede jugar con mi león.— Él se rió entre dientes. —Bueno, cuando
sea un poco mayor.
Ella se quedó estupefacta. Todos sus sueños se hacían realidad. —Pero no te
acuerdas de los últimos meses...
Levantó la cabeza. Su ojo marrón claro miró fijamente a los azules de ella. —
Recuerdo que eres todo mi mundo—, dijo en voz baja. —Eso es realmente todo lo que
necesito recordar. No tengo vida sin ti. ¡No tengo nada sin ti!— Rozó su boca con avidez
sobre la de ella.
—¿Quieres casarte conmigo, Tat?—, preguntó con voz ronca.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas. —Sí—, se atragantó. —¡Oh si...!
Él la miró con una expresión que decía mucho más que las palabras. Había tanta
alegría, tanto deseo en él que parecía un hombre que había ganado la lotería. La levantó

206
contra él y la besó hasta que su boca estuvo dolorida, y después la besó de nuevo. Su
cuerpo estaba atormentado. Tenía que parar o explorar otras alternativas.
—Tengo que parar—, se quejó. Un escalofrío recorrió su cuerpo. —Te deseo tanto
que podría tomarte aquí, de pie. Tengo que volver a la casa de Jake. ¡Ahora mismo!.
—No,— gimió ella. —¡Todavía no!— Sus brazos se aferraban a él. Apretó su
cuerpo contra él provocativamente y levantó la cabeza hacia la suya para poder besarlo de
nuevo.
Apenas tuvo la fuerza de voluntad necesaria para resistirse a ella. Atrapó sus brazos
con sus manos y suavemente las quitó de su cuello. —Tat, mi amor, realmente odiaría
hacerlo por primera vez de pie contra la pared, tratando de no ser escuchados—, se las
arregló para decir con humor de moribundo. Él estaba rodeando la verdad, porque sabía que
no era su primera vez. Le diría la verdad, toda la verdad, pero no hasta que estuvieras
casados sanos y salvos. Y definitivamente no esta noche. Estaba dándole deliberadamente a
quien fuera que estuviera mirando la idea de que su mente estaba ocupada en el dulce
cuerpo de Tat, y no en cualquier otra cosa.
Clarisse se rió de la escandalosa declaración, porque sonaba muy desesperada.
Se echó hacia atrás, de mala gana. —Bueno. Si no vas a dejar que te seduzca,
supongo que tendrás que volver a la casa de Jake.— Ella extendió la mano y le tocó la cara
cariñosamente. —Y me gustan los zafiros.
Estaba recordando el anillo de esmeraldas que le había dado antes, el anillo de su
madre. No se atrevió a admitir que lo recordaba, o cómo le dolía recordarlo.
—Me gustan los zafiros también—, dijo, sonriendo mientras la empujaba, de mala
gana. —Te veré mañana entonces,— dijo. Había una extraña nota en su voz. Eso la
perturbaba, y no sabía por qué.
—¿Está todo bien?—, preguntó.
—Está bien.— Él cambió al africano, pero sonrió de manera que cualquiera que lo
viera que pensaría que estaba diciendo algo grave. —Recuerda lo que te dije que hicieras si
López aparece por aquí. Prométemelo.
—Lo haré. ¿Qué está pasando?
—Nada grave—, mintió. La besó de nuevo y la forma en que la miraba hacía pensar
en los buques de guerra que iban hacia el mar. La miró como si no estuviera seguro de que
volvería a verla.
—¿Estás bien?—, preguntó en voz alta, preocupada.
Enmarcó su rostro con las manos, se inclinó y la besó con ternura hasta dejarla sin
aliento. —Tú eres mi mundo entero—, susurró en africano. —Mi amor. Mi vida.
Las lágrimas le escocían en los ojos. —Y tú eres el mío,— susurró ella en ese
mismo idioma.
Él se apartó por fin y tomó aire. —Te veré mañana—, dijo en voz baja.

207
—Que duermas bien.
Ella sonrió soñolienta, profundamente enamorada y más feliz de lo que había estado
desde que Rourke dejó Manaus la última vez.
—Igualmente.
—Tot siens —, dijo en afrikaans. Le guiñó un ojo y se fue por las escaleras
silbando. Era todo fingido. Esta noche tenía una tarea seria y peligrosa que llevar a cabo.
Sólo esperaba que todo saliera como estaba previsto.

***

Clarisse había puesto al bebé a la cama. Mariel no tenía sueño, así que dijo que
vería una película y escucharía a Joshua en caso de que se despertara. Sabía que Clarisse
debía estar cansada. Todavía estaba débil por su enfermedad.
—Eso es muy dulce de tu parte—, Clarisse dijo a la otra mujer. —Gracias.
—No es ningún problema—, dijo Mariel. Parecía inusualmente alerta. Un minuto
más tarde, alguien llamó a la puerta.
—Yo voy,— Clarisse rió.— Probablemente es Rourke. Debe de haber olvidado
algo...
Mariel se alejó por el pasillo en medio de la frase.
Con el ceño fruncido, Clarisse abrió la puerta principal. Era Jack López. Pero no
sonreía. Parecía extrañamente petulante. Salió al porche con él, curiosa.
—Jack—, dijo. —Es un poco tarde para una visita...
—No, en realidad, es el momento justo—, dijo con una leve sonrisa al meter la
mano en su bolsillo. —Tienes tanta compañía que realmente he tenido que hacer grandes
esfuerzos para cogerte sola un minuto.
—No entiendo.
—¿No?— Sacó una pistola del bolsillo. —Sapara te dice hola—, agregó con una
profunda risa sarcástica. —Adiós, señora Carvajal. Dígale a su difunto esposo que no
debería haber dormido con la puerta del patio abierta. Y no se preocupe por su bebé. Se
reunirá con usted muy pronto.
Levantó la pistola.
Clarisse recordó la advertencia de Rourke, la promesa que le había hecho y que ella
no había entendido hasta ahora.
—Puedes decírselo a mi difunto esposo tú mismo—, dijo con voz tensa, fría. Y sin
previo aviso, se tiró al suelo y rodó lejos de él. No sabía si funcionaría, ni siquiera si
Rourke tenía a alguien en su casa vigilando. Pero era la única oportunidad que tenía, y la
cogió.

208
Segundos más tarde, el sorprendido hombre que estaba de pie se congeló y miró
hacia ella con una mirada en blanco mientras la parte superior de su cabeza parecía a punto
de estallar en un chorro de sangre. Cerró los ojos, no quería tener que verlo. Sintió un
chorro de sangre caer sobre su apartada cara, captó el olor metálico de la misma y trató de
no vomitar. Una fracción de segundo más tarde, oyó un crujido como el sonido de
impactantes rayos y un ruido sordo como un melón haciéndose pedazos.
Se oyeron pasos corriendo. Clarisse se quedó en el suelo. Tenía la boca seca. El
corazón le latía como un animal salvaje. Levantó la vista a tiempo para ver a Rourke
corriendo hacia ella.
—¿Estás bien?—, le preguntó rápidamente.
—Sí.— Su voz sonaba ahogada. Ella sollozó, su reacción golpeando después del
hecho. —¡Rourke!—, exclamó.
Se detuvo el tiempo suficiente para poner un dedo en el cuello del hombre caído,
comprobando un pulso que sabía que no iba a encontrar. El rifle de francotirador se
encontraba todavía en su mano grande. Levantó a Tat hacia él, la mantuvo muy cerca y se
inclinó para besarla con mucha intensidad.
—¡Gracias a Dios que te acordaste!—, gimió, y la besó de nuevo, con tanta avidez
que sus labios y sus brazos se magullaron. Su poderoso cuerpo se estremeció al darse
cuenta de cuántas cosas podrían haber salido mal. Podría haberla perdido en un instante. La
besó aún más duramente. Pero retrocedió casi a la vez. Este no era el momento.
Sacó su teléfono celular y marcó un número. —¿Y bien?—, preguntó en un tono
vibrante, con rabia y alivio. Su rostro era solemne. —Ya, eso es lo que pensaba. Dispare.
¡No discuta conmigo, maldita sea, hazlo ahora! ¡Ahora mismo! ¡Dispare...! ¿Sí? ¡Sí! —,
dijo con un suspiro de áspero alivio.
—No, no puedo esperar. No hay tiempo. Te llamaré.— Rompió la conexión, marcó
otro botón, habló una palabra, apagó el teléfono y corrió hacia la casa, apoyando el rifle
contra la pared en el camino.
Hizo un gesto a Tat para que se pusiera detrás de él justo antes de que corriera por el
pasillo hasta la habitación del bebé. Ella siguió sus pasos y se preguntó por qué estaba tan
apurado. El hombre que yacía en el suelo frío no era una amenaza más, ¡ciertamente no
para Joshua!
Cuando llegaron a la guardería, Mariel estaba en la mecedora sosteniendo al bebé,
acaba de empezar a ponerle un biberón en la boca. Impresionada, ella miró a Rourke y
luego a Clarisse, de pie cerca de él con sangre por toda la blusa, en su cara y en su
garganta. La sangre del asesino.
—¿Por qué está sangrando, señora Carvajal?— exclamó Mariel. —¡Me pareció oír
un disparo! ¿Estás bien?
—Estoy bien. ¿Por qué le estás dando al bebé un biberón? —, preguntó Clarisse.
Era extraño, porque Mariel sabía que ella cuidaba a Joshua.
—Tenía hambre y pensé que te habías ido a la cama—, dijo Mariel simplemente.

209
—Pero él estaba dormido,— protestó Clarisse, no entendiendo la situación en
absoluto.
Rourke se movió hacia adelante, tan rápido como un gato, y cogió el biberón de sus
dedos con una mano enguantada. —Levántate—, dijo con una voz que sonó con autoridad.
—¡Ahora!—, agregó con dureza cuando ella vaciló.
—¿Qué está mal?—, preguntó la mujer, trémula. —¡Yo sólo iba a darle de comer!
Rourke puso el biberón en el suelo. —Clarisse, coge al bebé. ¡Hazlo rápido, cariño!
Clarisse no dudó, pero estaba más confusa por minutos. Tomó a Joshua de los
brazos de Mariel. Casi tuvo que obligarlo a salir de ellos. Dio un paso atrás, consciente de
un brillo extraño en los ojos de Mariel.
—Comprueba el pulso—, dijo Rourke a la vez.
Apoyó la cabeza contra el pecho del bebé. Joshua estaba despierto y mirándola, ni
siquiera molesto, o al menos eso parecía. —Suena bien,— vaciló ella.
—Rourke, ¿qué está pasando?
—Siéntate—, le dijo Mariel, porque la mujer se había levantado. Cuando ella dudó,
sacó sin problemas un Colt 45 ACP fuera de la funda y la apuntó. —Creo que ha visto antes
heridas por armas de fuego—, dijo con una voz como el hielo.
—No son agradables.
—Debe estar bromeando,— Mariel jadeó, pero se sentó. —Señora Carvajal, ¡el
hombre está loco!
Parecía que era así. Por un segundo, Clarisse se preguntó si la herida en la cabeza
había causado que Rourke actuara como fuera de sus cabales. Pero entonces recordó a
López apuntándola con una pistola. Él no estaría haciendo esto sin una buena razón.
Mientras ella estaba pensando qué decir a continuación, llegaron las sirenas,
sonando fuera de la casa. Y golpes en la puerta.
Cash Grier entró corriendo en la casa con dos agentes uniformados justo detrás de
él. Su pistola estaba sacada mientras seguía la voz cortante de Rourke por el pasillo hasta la
habitación del bebé.
Cash dejó escapar un suspiro cuando vio a Clarisse sosteniendo a Joshua en sus
brazos.
—Gracias a Dios—, dijo pesadamente. —Tenía miedo de que no llegaría a tiempo.
—Tú y yo también, amigo—, dijo Rourke. Sus ojos nunca habían dejado de mirar a
Mariel. —Uno de mis agentes tiene un dossier sobre ella. Lo conseguimos de la Interpol.
Ella buscada en más países que los que yo solía estar —, agregó.
—¿Alguna orden de arresto pendiente?—, Preguntó Cash.
—Sí. Una en Bélgica, por asesinato. Hemos contactado con las autoridades de allí.
Pero es posible que no quieran discutir sobre la extradición hasta que tenga el contenido de
ese biberón analizado.— Indicó el suelo al lado de la mecedora, y su único ojo marrón

210
brilló con furia. —Lo tenía en sus labios cuando entré. Tenemos que llevar a Joshua a la
sala de emergencia y chequearlo, sólo para estar seguro.
—¿El biberón...?— Clarisse vaciló, sosteniendo al bebé más cerca.
—Veneno, a menos que me equivoque—, dijo Rourke fríamente, mirando a la
mujer, que se ruborizó bajo la furia asesina de su mirada.
El jadeo horrorizado de Clarisse fue audible en la habitación. Sostuvo a Joshua
cerca de su corazón y hundió la cara en su pequeño cuerpo. Ella temblaba mientras miraba
con horror a la mujer a la que le había confiado su vida.
—No admito nada—, dijo Mariel con leve desprecio. —Y yo podría haber fallado,
pero no será el único intento...
—Me temo que va a serlo—, respondió Rourke.
—El señor Sapara me habrá rescatado antes de que amanezca,— aseguró Mariel con
una fría sonrisa mientras uno de los oficiales de Cash le leía sus derechos.
Rourke sacó su teléfono celular e hizo una llamada. Su rostro era más duro que
nunca. —Ya. Buen trabajo. Sí, se lo diré.— Colgó. La sonrisa que le dedicó a la supuesta
asesina era petulante y sin piedad. —La policía local de Manaus acaba de recoger el cuerpo
de Arturo Sapara,— le dijo. —Junto con los de dos de sus ayudantes. No será rescatada por
nadie.
El rostro de Mariel perdió el color. —¡Usted está mintiendo!
Ni siquiera le respondió. —Dejé a Jack López a las afueras de la puerta principal,—
Rourke le dijo a Cash.
—Nos dimos cuenta.— Cash frunció los labios. —Acabo de recibir una llamada del
suegro de Rick Márquez.
Rourke asintió. —Fue autorizado. Incluso si no lo hubiera sido—, añadió, mirando a
Clarisse y al niño en sus brazos con una expresión tan llena de emoción que quemaba, —no
habría dudado. Tenía una pistola apuntándola a ella.
—Puedo entender cómo te sentiste. ¿Cómo supiste dónde encontrar a Sapara? —,
preguntó Cash, cuando todos iban hacia la puerta juntos. Uno de sus oficiales ya había
puesto a Mariel en la parte trasera de un coche patrulla. Rourke tenía el rifle de
francotirador en la mano.
—Tengo un hombre en mi equipo que puede realizar el seguimiento de los espíritus
a través del agua—, Rourke se rió entre dientes. —Tiene contactos en una serie de lugares
innombrables.
—Una bendición,— respondió Cash.
Rourke pasó un brazo alrededor de los delgados hombros de Clarisse. —La mejor
que he tenido hoy, entre otras muchas—, estuvo de acuerdo. Besó el cabello de Clarisse. —
Vamos, nena. Tenemos que asegurarnos de que no hay nada de esa fórmula en Joshua. Te
llevaré.

211
—Necesitaré una declaración de los dos—, dijo Cash. —Pero puede esperar hasta
mañana—, añadió con una leve sonrisa.
—Gracias, compañero—, dijo a Rourke con verdadera gratitud. —Ha sido una
noche muy larga. Tampoco estaba seguro del resultado.— Miró a Clarisse. ¡Gracias a Dios
que no pusiste en duda lo que te dije que hicieras, y que te acordaste de cuándo hacerlo!
—Me pareció muy extraño cuando me lo dijiste,— dijo ella. —Y no entendía por
qué me lo dijiste en africano y te negaste a que se lo dijera a Mariel.— Hizo una mueca. —
¡Ella habría matado al bebé...!
La abrazó. —Sospeché de ella, tan pronto como supe quién era Jack López en
realidad. Ya sabes, era la única persona que teníamos que lo había visto cara a cara. Yo lo
entrené, de hecho, hace más de una década. Fue un golpe de suerte que recordara a tiempo.
Quería preguntarle si había recordado algo más, pero él ya estaba tirando de ella
hacia el coche. Guardó el rifle de francotirador en el maletero. Después de meterla a ella,
puso a Joshua en el asiento de atrás, y vio cómo lo puso en la porta bebés, en el asiento de
seguridad del coche, sonriendo mientras tocaba la suave mejilla del bebé.
—Cuando todo esto termine, voy a tener un ataque de nervios—, dijo con voz ronca
mientras iban hacia la entrada de la sala de emergencia del hospital.
—Cuando se acabe, me uniré a ti,— estuvo de acuerdo.
Caminaron con el bebé. El Dr. Copper Coltrain les estaba esperando. Hizo un
examen superficial y sonrió, porque no encontró ninguna evidencia de que Mariel hubiera
conseguido meter nada del líquido mortal dentro de esa pequeña boca.
—Micah está libre esta noche. Es por Lou—, agregó, refiriéndose a su esposa,
Louise, que también tiene un tiempo difícil era médico. —Está en la última etapa del
embarazo y tiene dificultades para moverse, así que la estoy sustituyendo. Me gusta que
Drew Morris no haya decidido especializarse en radiología, así al menos estará de guardia
cuando Lou estuviera incapacitada, —se rió entre dientes, en referencia a su ex pareja de
las prácticas.
—He oído que Carson Farwalker planea ocupar ese puesto con brevedad, hasta que
decida si debe o no convertirse en un internista,— reflexionó Rourke.
—Sí. Es muy bueno. Regresemos. Vamos a extraer sangre y chequear al bebé a
fondo.— Negó con la cabeza, su cabello rojo fuego brillando con las luces del techo. —Una
mujer que mataría a un niño por dinero. Todavía se me hace difícil creer que haya gente así
en el mundo.
—A nosotros también—, dijo Rourke, su brazo alrededor de Clarisse mientras
entraban en el cubículo.
—A ver si está aquí uno de los técnicos de laboratorio y para extraer la sangre.
Siempre es mejor pasarse que no llegar en la precaución —, dijo Coltrain.
—Vuelvo enseguida.
Cuando se fue, ella miró a Rourke con ojos suaves y cariñosos. —Me salvaste la

212
vida—, dijo Clarisse con voz ronca. —Y a Joshua. ¡Yo nunca sospeché...!
—Se mordió el labio inferior. —No tengo ningún juicio con la gente. ¡Nunca
contrataré a otra ama de llaves mientras viva!
—Ella era muy convincente—, dijo en voz baja. —No lo podías haber sabido. Fue
López quien puso los mosquitos anofeles en tu casa de Manaus —, añadió.
—Él mató a tu marido.— Su rostro se puso tenso. —Casi te mata a ti también.
Trató de encontrar las palabras adecuadas y vaciló. —¿Tú sabías lo de los
mosquitos? Pero, ¿cómo...? ¡Yo nunca te lo dije!

213
Capítulo 16

—Sé muchas cosas que nunca me dijiste, querida—, dijo Rourke en voz baja. Se
inclinó y tocó con su boca la de ella mientras mantenía a Joshua cerca. Luego se inclinó y
besó al pequeño niño en brazos. —¡Dios mío, nunca he estado tan aterrorizado en mi vida!
Tuve el presentimiento de que López estaba de camino a su casa. Yo estaba en posición,
listo para él. ¡Pero estaba muerto de miedo por tener que disparar!
Sus labios se abrieron. —Tú... ¿tú le disparaste?— Se quedó sin aliento.
—Sí,— dijo, su mirada fría y dura. —No podía confiar para eso en nadie más.
Sus ojos miraban hacia él salvajemente. —Me dijiste que me tirara y rodara—,
comenzó.
—Las balas golpean un hueso y rebotan—, dijo tensamente. —A veces, un
francotirador mata accidentalmente a la víctima de esa manera, o a un espectador inocente.
Los francotiradores saben que algunas personas han muerto porque, a veces, se duda un
segundo demasiado largo.— Señaló a la mujer y al bebé en sus brazos e inclinó la cabeza
sobre la de ella. Apenas podía recuperar el aliento.
—Recé para que te acordaras de lo que te dije. He estado en el infierno teniendo que
cargar con un montón de las cosas que hice en mi vida, Tat. Pero si te hubiera herido
porque mi objetivo estaba fuera de mi alcance, me habrían enterrado a tu lado.— Él se
estremeció.
—No hay manera en el infierno de quedar con vida si tú no lo haces.
Ella sintió las palabras. Las sintió como una envoltura de seda alrededor de su
cuerpo. Se apretó más cerca de él, con los ojos cerrados mientras bebía en la maravilla de
sus sentimientos hacia ella.
—Stanton, ¿de cuánto te acuerdas?—, preguntó sin mirarlo.
El Dr. Coltrain y la enfermera entraron justo a tiempo para evitarle cualquier
revelación embarazosa. Él, por supuesto, estaría obligado a decirle la verdad en algún
momento, en un futuro cercano. Pero dejaría pasar el mayor tiempo posible. Todavía sentía
una enorme culpa por lo que había sufrido a causa de su maldito trabajo. Y eso era otra
discusión que tendría con algunas personas muy pronto.

***

Joshua estaba bien. Rourke dejó escapar un suspiro de alivio, encantado, cuando
Coltrain sonrió y le entregó el bebé a Clarisse.

214
Besó su carita y le abrazó.
—Es un niño encantador,— dijo Coltrain. —Bonito nombre también—, se rió entre
dientes.
—Lo sé, tu hijo también se llama Joshua— dijo Clarisse, sonrojándose un poco. —
Realmente, no tenía ni idea...
—Tres de nuestros amigos también tienen hijos llamados Joshua. A uno se le llama
Joe, a otro Josh, y el nuestro es Tip.
—Nosotros, uh, escuchamos algo acerca de instintos de trenes descarrilados—,
Rourke se rió entre dientes.
Coltrain se limitó a sonreír. —Así que ya ves, si todos gritamos Joshua al mismo
tiempo, es probable que sólo su pequeño niño venga corriendo. ¿Te sientes mejor?
—Mucho mejor—, confesó. —Gracias.
—Ahora que estás fuera de la lista de peligro ¿te quedarás?—, preguntó Coltrain.
—Me gustaría—, dijo Clarisse suavemente. Sonrió. —En toda mi vida, nunca he
vivido en un pequeño pueblo, pero me encanta este.
—Has hecho amigos aquí. Además, Tippy Grier llorará si te llevas a Joshua lejos
—, se rió. — Ella está encariñada con él. Con los dos.
—Sería bueno si ella y Cash pudieran tener otro hijo—, dijo Clarisse.
Coltrain no dijo una palabra. Simplemente levantó una ceja y cambió de tema.

***

Rourke llevó a Joshua y Clarisse a la casa de Jake con él.


—Pero vamos a imponernos—, había protestado hasta el final.
—Cariño, tenías un cuerpo en tu porche delantero—, señaló, habiéndose ocupado de
llevarlo a la puerta trasera para que ella no tuviera que ver a López tendido. También había
cogido un paño humedecido y se lo entregó en el coche, antes de que llegaran con Joshua al
hospital, para que pudiera limpiarse la sangre.
—No puedes dormir allí, y no voy a dejarte sola.
—Pero tú ya te quedas aquí...
—La hija de Jake se casó con Carson Farwalker—, señaló. —Así que Jake tiene una
habitación de invitados.
—Una habitación de invitados—, comenzó ella.
—Sólo un segundo.— Rourke sacó un pedazo de papel doblado de su bolsillo y se
lo entregó.

215
Le entregó a Joshua cuando lo leyó, de pie en el porche de Jake Blair. Sus ojos
buscaron los de Rourke unos segundos. —Es una licencia de matrimonio—, dijo.
—Sí,— estuvo de acuerdo. —Los dos nos hemos hecho análisis de sangre
recientemente. Los resultados están en el archivo. Jake nos puede casar en este momento.
Incluso tengo el anillo en el bolsillo.— Inclinó la cabeza y él nunca había mirado más
solemnemente. —Podemos celebrar una dulce boda más tarde, cuando nos recuperemos de
estos últimos días. Pero podemos casarnos tranquilamente y en privado, aquí, esta noche. Si
tú estás dispuesta.
—Por supuesto que estoy dispuesta,— vaciló ella. —Pero no te acuerdas de... las
cosas—, añadió con preocupación.
Se inclinó y rozó con su boca la suya y dijo en voz muy baja. —Recuerdo que te
amo,— susurró con voz ronca. Él se echó hacia atrás. —¿Qué más tengo que recordar?
Ella se sonrojó. —¿Me amas?—, susurró.
—Con todo mi corazón.— Su rostro se endureció. —Más que a mi propia vida—,
dijo, y casi se atraganta al recordar la última vez que le había dicho eso a ella.
Se apretó contra él con un grito agudo y se estremeció.
Joshua agitó y se rió cuando comenzó a buscar en su blusa con su pequeña boca.
Ella se echó hacia atrás. —Alguien tiene hambre otra vez—, bromeó.
Miró al niño y sonrió cálidamente. —Vas a tener tiempo para darle de comer—,
dijo. —Jake le pidió a Carlie y Carson que estuvieran con nosotros, como testigos.
—Eres un depravado—, jadeó. —¡Ya lo tenías planeado!
—Puedes apostar tu vida a que lo hice,— estuvo de acuerdo otra vez. Su rostro
estaba tenso por el dolor de los recuerdos. —Esta vez nos vamos a casar, y a mi trabajo que
le parta un rayo. Nunca lo pondré por delante nuevo. No mientras viva, Tat. Esa es una
promesa solemne.
Sus labios se abrieron respirando rápidamente. —Stanton...
Antes de que pudiera hacer la pregunta, la puerta se abrió y Jake Blair les dedicó
una sonrisa divertida. —He oído que habrá una boda,— se rió entre dientes.
—Oíste bien—, dijo Rourke, sonriendo. —Cariño, este es Jake Blair. Se trata del
mejor amigo que tengo en el mundo.
—Estoy muy feliz de conocerte, reverendo,— dijo Clarisse, dándole la mano.
—No hemos discutido sobre las confesiones,— comenzó Jake.
—Realmente no importan—, dijo Clarisse suavemente. —Me gusta su iglesia
mucho, por lo que he oído hablar de ella. Y me gustaría que Joshua fuera educado con un
trasfondo de fe. Eso ha marcado diferencias en mi propia vida.
—Nunca he creído mucho en ceremonias—, dijo Rourke solemnemente. —Pero
estoy de acuerdo en que un niño necesita una base firme para construir su vida. Yo no la
tuve. Mi padre fue brutalmente asesinado justo en frente de mí. Mi madre murió en un

216
bombardeo poco más de dos años después. He vivido duramente, y he estado mal. Nunca
tuve esa base. Excepto en las charlas con ella, cuando tenía ocho años —, añadió con una
mirada hacia Clarisse.
—Ella era la única que creía en los milagros.
—Es porque estoy viva gracias a ellos—, dijo simplemente. Sonrió al reverendo
Blair. —Te ayudaré a trabajar con él.— Señaló a Rourke. —Podemos necesitar algo más
que nosotros dos,— añadió con un suspiro de resignación.
—Lo dudo mucho—, respondió Rourke. Él sonrió al bebé en sus brazos, que seguía
buscando irritado su comida antes de acostarse.
—Será mejor que le dé de comer—, dijo Clarisse. —Oh, querido, no tengo una
cuna...
—Tenemos una en la habitación de invitados—, dijo Jake fácilmente. —Rourke me
llamó desde el hospital y un feligrés amablemente me prestó su cuna de repuesto.— Sonrió.
—Todos los cabos sueltos atados, incluso tenemos una mecedora esperando allí.
—Es muy amable—, dijo Clarisse, y luchó con las lágrimas.
—Querida señora, usted es única,— respondió Jake, y lo decía en serio. —
Cualquiera que pueda domar a un león africano —, señaló Rourke —tiene que tener un
exceso de amabilidad y paciencia.
—He estado salvaje durante un tiempo,— tuvo que estar de acuerdo Rourke. Luego
sonrió a Clarisse. —Pero me iré domesticando día a día. Alimenta al bebé, cariño. Después
tendremos una pequeña boda.
Ella se sonrojó un poco, sonrió tímidamente a Rourke y siguió las indicaciones de
Jake hasta habitación de invitados de arriba. Los hombres fueron a tomar un café mientras
ella alimentaba a Joshua.

***

Carlie y Carson aparecieron unos minutos más tarde, de la mano, felices y


sin aliento. Carlie estaba muy embarazada, hinchada y pesada, pero parecía como si fuera la
dueña del mundo.
Clarisse acababa de poner a Joshua en la cama. Bajó las escaleras sonriendo. Se
presentó a los recién llegados y se dieron la mano.
—No podía creerlo cuando me lo dijo—, dijo Carson, señalando a su suegro.
—Quiero decir, ¡Rourke se va a casar!
—Ya basta—, Rourke se rió entre dientes. —Después de todo, amigo, tú lo hiciste
también.
—Estuvieron haciendo apuestas en la comisaría de policía sobre si tendría o no un

217
flirteo en medio de la noche la semana después de la boda—, dijo Carlie en un susurro,
indicando su marido.
—Ni hablar de eso—, dijo Carson, sonriéndole. —Reconozco algo bueno cuando lo
veo.
—¿Es un niño o una niña?— le preguntó Rourke a Carson.
—¡Dios, espero que sí!
Rourke se echó a reír. —Uno de los chicos de Barrera le preguntó—, asintió hacia
Carson —, si el hijo de Eb Scott era un niño o una niña. Dijo 'sí y siguió caminando.
—No tengo modales—, dijo Carson tranquilamente.
—Sí, si los tienes.— Carlie se acercó y lo besó en la barbilla. —Y eres un médico
maravilloso. Louise Coltrain canta alabanzas sobre ti todo el tiempo.
—¡Incluso Copper lo hace!
—Rara alabanza, en efecto,— Rourke se rió entre dientes. —Copper Coltrain no
alaba a nadie. Nunca. Por lo que sé.
—Bueno, ¿vamos a la boda?— preguntó Rourke después de un par de momentos de
silencio. —Quiero decir, ¿qué pasa si cambia de opinión en los próximos cinco minutos?
¡Tengo que conseguir que diga las palabras antes de que tenga tiempo para pensar en ello!
—Ella nunca va a cambiar de idea—, dijo Clarisse con voz ronca.
Él le sonrió, con todo su corazón en la expresión. —Muy bien. Pero vamos a
hacerlo legal.
Ella se movió hacia adelante y deslizó su pequeña mano en la suya. Era cada sueño
de su vida convertido en realidad. Desde que tenía diecisiete años, con un vestido verde en
la víspera de Navidad, esto había sido todo lo que siempre había deseado.
—Ocho años demasiado tarde, mi amor—, dijo Rourke con voz ronca, porque había
estado recordando lo mismo.
—Mejor tarde que nunca.
—¡Oh, sí!—, exclamó.
Jake sacó su Biblia y colocó a las parejas delante él. Sonrió. —Mis muy queridos—,
comenzó.

***

La ceremonia fue breve, pero conmovedora. Clarisse miró a Rourke con tanto amor
en su expresión que se sentía caliente por todas partes. Se inclinó y la besó muy
suavemente, sus labios como un soplo contra la llena plenitud de ella.
—Te amaré—, susurró, —toda mi vida. Y moriré para mantenerte a salvo. A través

218
del viento y la tormenta, la tempestad y el trueno, la enfermedad y la salud e incluso la
pobreza, te refugiaré del mundo. Y al final de mi vida, cuando me deslice en la oscuridad,
susurraré tu nombre cuando el último suspiro salga de mi cuerpo.
Las lágrimas rodaban por sus sonrosadas mejillas mucho antes de que terminara. Se
inclinó y se las quitó tiernamente con besos.
—Te he amado desde que tenía ocho años, Stanton,— se las arregló para decir con
una sonrisa húmeda. —Y nunca he dejado de hacerlo. Nunca lo haré. Ni siquiera cuando
me muera.
Él la tomó en sus brazos y la apretó, su mejilla contra la de ella. —¡Qué largo
camino hemos recorrido para llegar hasta aquí, Tat!,— dijo pesadamente.
Ella sonrió. —¡Qué dulce descanso al final de ese largo viaje!
—Sí.
Él se apartó y desvió su rostro durante unos segundos para deshacerse de una
humedad molesta y muy visible en sus ojos.
—Bueno, ¿qué hay de la torta?—, preguntó Jake.
Se miraron fijamente. —¿Torta?
—Torta—, dijo. —Barbara envía a través desde la cafetería un pastel de bodas. Lo
hizo ella misma.
Clarisse suspiró. —¡Oh, qué dulce de su parte!
—Me encanta la torta—, reflexionó Rourke.
—A mí también—, secundó Carlie.
Carson sonrió. —Es un gran pastel. Así que pensamos que te gustaría compartirlo.
—¿Compartirlo?—, Dijo Rourke sin entender.
Carson fue a la puerta y la abrió. La mitad de Jacobsville estaba en la casa,
incluyendo a Barbara, Cash y Tippy Grier, y docenas de otras personas. Rourke puso a
Clarisse cerca de él y se rió a carcajadas, de pura alegría.
—Tengo también cinco libras de café,— dijo Jake con una sonrisa.
—¡Empezaré a prepararlo!

***

La celebración fue increíble. Llegaron las primeras horas de la mañana, pero nadie
parecía estar somnoliento. Bebieron café, comieron pastel y discutieron los acontecimientos
de la noche.
Cash se llevó a Tippy con una sonrisa de disculpa a Rourke y Clarisse.

219
—Tenemos que llegar a casa.
—Chet está en mi casa, vigilando a los niños,— le aseguró Barbara. Sus ojos
brillaban.
—Nos veremos mañana.
Los ojos oscuros de Cash tenían un brillo especial.
—¿Tris está en el café de Barbara?— Tippy comenzó.
—Di buenas noches, cariño,— se volvió, tirando de ella hacia la puerta.
—Buenas noches, cariño—, dijo Tippy obedientemente, con una sonrisa, y Cash se
rió entre dientes mientras tiraba de ella hacia el coche.
Minutos más tarde, se encerraron en el dormitorio de su casa y le arrojó a Tippy un
pequeño bote de píldoras.
—¿Qué es esto?—, preguntó.
—Píldoras de bebé.— Él se desnudó y después la desnudó a ella.
—¿Píldoras de bebé?—, comenzó ella. Se dio la vuelta y se quedó sin aliento
cuando lo vio. No parecía tan formidable desde una noche, hacía mucho tiempo, en Nueva
York.
—Impresionante, ¿no?—, reflexionó. —He tenido demasiada presión, y hemos
tenido mucho menos privacidad de la que hemos necesitado. Así que Coltrain se hizo cargo
de un problema, y Barbara se hizo cargo del otro. Es sólo una noche.— Sus labios
fruncidos mientras sus ojos se deslizaban sobre su hermoso cuerpo desnudo.
—¡Pero qué noche va a ser!
Sus ojos se iluminaron. —¿Píldoras de bebé?—, bromeó.
La empujó hacia abajo en el colchón, con los ojos llenos de cariñoso buen humor.
—Lo verás en unas pocas semanas. Ahora mueve esta pierna, justo así, cariño, ¡y sujétate
fuerte...!
Ella trató de reír, pero tenía la boca sobre la de ella y la alegría que sintió se fundió
en la pelea de pasión más impresionante que jamás había experimentado en su vida.

***

Rourke llevó a Clarisse y a Joshua a la iglesia a la mañana siguiente. Ella se


sorprendió de lo bueno que era con el bebé. Ya sabía cómo sujetar la correa al bebé en el
asiento trasero del Jaguar. Clarisse se quedó en el respaldo de su asiento, mirándolo.
—Sólo un pequeño paseo, Joshua, de verdad,— le prometió, arrullándolo.
—Maldita distancia—, reflexionó Rourke. —No me gusta tener al niño en el asiento
trasero a tanta distancia de nosotros.

220
—A mí tampoco. Pero las bolsas de aire son muy peligrosas para los bebés.
—Cuando yo tenía once años, K.C. solía ponerme delante con él, en ese viejo Land
Rover y llevarme a los sitios. De hecho, todavía estaba conduciendo cuando te mudaste al
lado.
—Lo recuerdo—. Su corazón estaba en sus ojos mientras lo estudiaba. —No puedo
creer que en realidad estemos casados—, dijo con voz ronca.
—Es mi maldita culpa que no lo estuviéramos cuando estabas embarazada de
Joshua,— dijo con voz vibrante, con pesar. —Provocó mucho dolor. Todo porque yo puse a
mi trabajo por delante. Nunca más. Lo juro. Ya he entregado esta última asignación a otro
agente, y tuve una larga conversación con ellos. Haré tareas administrativas, o lo dejaré. Me
lo puedo permitir. El parque de juegos produce los ingresos suficientes para hacerse cargo
de nosotros en la vejez y gestionar la universidad para Joshua y los hermanos y hermanas
que tuviese. Así que no hay más trabajo de campo. Nunca.
Se había preguntado si había recobrado la memoria. Lo miró con curiosidad.
Él la miró. —Hablaremos cuando volvamos de la iglesia. ¿Bien?
—Bien.
Le guiñó un ojo y se detuvo en el estacionamiento de la iglesia.

***

Rourke nunca había sentido algo tan profundo como lo que sintió en ese primer
servicio de la iglesia. Compartió a Joshua con Clarisse, sosteniéndolo cuando se alborotaba,
para aliviarla a ella, ya que, a pesar de que la incisión se había curado, era todavía algo
frágil.
—Eres muy bueno con él—, murmuró Clarisse mientras caminaban hacia el Café de
Bárbara para la cena del domingo, junto con la mitad de Jacobsville.
Rourke puso sus labios sobre la frente del bebé. —Es un tesoro. Al igual que tú, mi
amor —, dijo con voz ronca, mirándola.
Ella se sonrojó y rió. —Pensabas que era una plaga hasta hace un año—, recordó.
—No es cierto.— Se inclinó para rozar con sus labios los de ella mientras esperaban
en la cola para entrar en el edificio. —¿Sabes por qué he tratado de hacer que me odies,
Tat?—, añadió con voz ronca. —Una mentira, y las ondas se extienden durante años.— Su
rostro se endureció. —Entiendo por qué tu madre lo hizo. Pero nos engañó, Tat. Ella nos
costó años.
Ella se acercó a él, con la cabeza justo llegando a su hombro.
—Lo sé. Lo siento mucho.
—Yo también, cariño.— Él se acurrucó más cerca de Joshua. —Por lo menos
tenemos un futuro ahora.— Su ojo cerrado en un gemido interior. —¡Dios mío, lo que me

221
ha costado esa decisión!
—¿Aceptar el último trabajo?—, preguntó.
Él la miró con angustia en su duro rostro. —Sí. Tú lo eras todo para mí, pero cuando
llegó la llamada para pasar a la acción, estuve de acuerdo. Fue un terrible error.
—Pero estamos juntos ahora. Eso es todo lo que importa.
—Había vivido salvaje y libre toda mi vida. Pero estaba muerto de miedo de que
realmente te casaras con Carvajal—, añadió en un tono áspero. —Me amenazaste con él en
Barrera, en la ceremonia de entrega de premios. Salí, me emborraché y destrocé un bar.
¿Alguna vez averiguaste por qué? —, añadió de repente.
Ella frunció el ceño. —No.
—Porque yo sabía que si te importaba algo, aunque fuera un poco, vendrías y me
salvarías de mí mismo—, dijo, y su sonrisa fue como el mismo sol. —Fue entonces cuando
supe que todavía tenía una oportunidad para mantenerte en mi vida. Nunca había estado tan
feliz.— La sonrisa se desvaneció. —Pero todo salió mal en Manaus, cuando te dejé—,
añadió en un largo suspiro.
Su cara se llenó de color. —Te acuerdas—, dijo vacilante.
—Sí. Me acordé cuando me fui a casa a ver a K.C.—, dijo. —Era el tipo de sangre.
El tipo de sangre de Joshua. El tipo de sangre… de mi hijo. —Su voz era vibrante, con
orgullo y afecto mientras miraba al niño en sus brazos. —Mi hijo,— susurró. Su rostro
desencajado. —Casi lo perdí. Casi los pierdo a los dos.— Su ojo marrón claro estaba
atormentado cuando se encontró con los suyos. —Te eché fuera de mi casa, y tenías a mi
hijo en tu vientre—, añadió con una brusca respiración.
—Dios mío, todo lo que pasó me lo merecía.
Ella no sabía qué decir. No se había dado cuenta de que su memoria había vuelto.
—Stanton—, comenzó en voz baja, —no podemos volver atrás y cambiar lo que fue. Sólo
podemos seguir adelante.
—Carvajal se casó contigo para preservarte de la vergüenza de tener un hijo fuera
del matrimonio, en una ciudad donde tu madre era tan conocida—, dijo con voz ronca.
—¿Fue así?
—Sí. Él era amable conmigo. Ya ves, tuvo una lesión que le quitó su virilidad. Él no
podría. Sabía que nunca podría casarse. Pero cuando se casó conmigo, la gente asumió que
el niño era suyo. Fue muy feliz.— Se mordió el labio.
—Sentí pena por él. Pero era más que eso, le estaba agradecida. No sabía qué hacer.
No podía renunciar a mi bebé...
Él la atrajo hacia sí, envolviéndola apretada contra él. —No te he dado nada más
que el infierno,— dijo en voz baja. —Lo siento mucho, querida. Estoy muy, muy triste por
cada dura palabra. Si hubiera alguna manera de poder deshacer los últimos ocho años...
Ella se acercó y le puso los dedos en su dura boca. —Tenemos un niño pequeño

222
para criar—, dijo con una sonrisa cálida, serena. —El pasado no importa. No más.
—KC tenía fotos tuyas en el hospital, cuando nació Joshua—, dijo suavemente. —
Nunca habría pensado que K.C. necesitaría ser abuelo. Realmente ama a Joshua.
—Joshua le amará a él también. Como te amará a ti—, añadió en voz baja,
buscando su cara con ojos amorosos. —Así como yo te amo. Nunca dejé de hacerlo.
Su ojo cerrado le picaba por el dolor. —No me lo merezco.
—¿No lo recuerdas, Stanton?,— dijo ella. —No fue culpa tuya.
—¡Si yo no hubiera aceptado ese trabajo...!
—Si…, si…, si…,— le reprendió ella. Se acercó y lo besó en la barbilla. —
Tengamos un buen almuerzo y luego podemos ir y sentarnos en el parque, si lo deseas.
Buscó sus ojos suaves. —Sé algo que prefiero hacer—, dijo con voz ronca.
Su cara se llenó de color.
—Jake envió un equipo de limpieza a tu casa cuando la unidad del escenario del
crimen se fue. Podemos volver a casa esta noche, si quieres.
Ella no podía mirarlo a los ojos. —Eso estaría bien.
—Oh, mejor que bien—, murmuró en su oído. Sus labios alisaron el lóbulo de la
oreja. —Tendré que pasar por la farmacia primero. A menos que ¿estás tomando algo...?
Ella lo miró con el corazón en sus ojos. —No. No quiero,— susurró.
Su rostro se tensó. —Yo me lo perdí todo—, dijo. —Saber que estabas embarazada,
verte llevar a mi hijo, estar ahí cuando nació... me lo perdí todo—, dijo entre dientes.
Ella puso sus dedos sobre su dura boca. —Habrá otra vez.
Le cogió la mano y sostuvo su palma en los labios. Su ojo se encontró con los
suyos.
—Es demasiado pronto—, dijo vacilante.
Ella sintió que su corazón se aceleraba. —Joshua tiene casi dos meses—, dijo
vacilante. —Podríamos... si tú quieres.
Su cara se puso roja ante ese pensamiento. —Yo quería dejarte embarazada en
Manaus. Te dije que lo hice.— Su mandíbula se tensó. —Pero esta vez, si sucede, no habrá
manera de que te deje. ¡Ni siquiera por un día!
Ella se apretó contra su costado. —Ni siquiera por un día, mi amor—, susurró.

Su corazón se disparó. Nunca había sentido tanta felicidad en toda su vida.

***

223
Esa noche, él la amó durmiendo en su propia cama, con su cuerpo, despacio y con
ternura, con su boca tocando, tirando y jugueteando hasta que ella pensó que iba a
enloquecer.
—Pensaba que me acordaba de lo bien que se sentía esto—, murmuró contra sus
pechos, riendo.
—Me acordaba.— Ella se estiró y besó su ojo herido. Había insistido en que se
quitara el parche ya. Él cedió de buen grado. No le importaba dejarla ver la lesión. Lo
amaba tanto que ni siquiera se percataba de eso, y él lo sabía.
Se movió lentamente en su cuerpo, aguantando, disfrutando de los pequeños gritos
suaves que salían de su garganta, de la forma en que sus cortas uñas se clavaron en sus
caderas mientras se levantaba y bajaba contra ella. Durante todo el tiempo, vio su rostro,
disfrutó de la intimidad de estar con ella una vez más.
—No pensé que... podrías ser tan paciente—, susurró ella entrecortadamente.
—¿Por qué? ¿Porque piensas que tuve otras mujeres mientras mi memoria estuvo
desaparecida?—, bromeó vacilante. —No pude tocar a otra mujer, ni siquiera a Charlene,—
murmuró en sus labios. —Yo no quiero a nadie más que a ti. Yo no podía entender por qué,
hasta que me encontré de cabeza contigo en la farmacia de Jacobsville. ¡Dios mío, qué
sorpresa! Estaba tan excitado que te ataqué,— gimió él.
Ella se quedó sin aliento. —¿Excitado?
—Despertó—. Él se movió con más fuerza contra ella. —No lo había sentido desde
la herida. Te miré y se puso rígido.— Su boca profundizó en la de ella. —Levanta tus
piernas alrededor de mí, cariño,— susurró mientras se movía, haciéndola gemir aún más
fuerte.
—Así es. Sí... así... espera, cariño. Espera. Espera.
—¡Espera...!
Sus palabras sonaron con cada profundo y duro movimiento de sus caderas. El ritmo
se hizo frenético. Sus manos se apretaron a ambos lados de la cabeza y el rostro reflejaba el
dulce tormento de lo que estaba empezando a sentir.
—¡Oh, Dios, Tat...!— gritó y comenzó a estremecerse rítmicamente.
Ella se fue con él, arqueando el cuerpo, levantándolo, retorciéndose mientras que el
calor los derritió juntos como acero fundido. Al final, ella gritó y lloró en su hombro,
cediendo a una ola de placer que amenazó con matarla. Estuvo a punto de perder el
conocimiento, fue muy violento.
Ella sintió que su pulso cardiaco saltaba. Sintió el amado peso de su cuerpo cálido y
húmedo sobre ella, mientras ambos se quedaron sin aliento para respirar.
—Me muero—, murmuró contra su suave pecho. —He muerto.
—Yo también,— susurró, todavía temblando.
—Te dejé embarazada la primera vez que hicimos el amor—, dijo con voz ronca. —

224
¡Lo deseaba tanto!
—Yo también,— susurró ella, manteniéndolo cerca.
—Ojalá—, se las arregló para decir, levantando la cabeza para mirar hacia abajo, en
sus suaves ojos saciados.
Le tocó la mejilla con la punta de los dedos. —Ojalá.
—Hemos tenido un infierno de rocoso paseo hasta el altar—, dijo soñoliento.
—Pero tal vez, con un poco de suerte, irá viento en popa a partir de ahora.
—Eso espero—, ella estuvo de acuerdo. Alisó sus manos sobre su amplio pecho,
cubierto de bello. —Eres muy hermoso, Stanton,— susurró. —Nunca me canso de mirarte.
—Esa es mi línea—, argumentó, riendo mientras se inclinaba hacia su boca.
—Mi preciosa Tat.
Ella suspiró y le atrajo hacia sí. —Ahora tengo sueño.
—Yo también.— Se dio la vuelta, tirando de ella con él. —¿Tienes puesto el
monitor en la habitación de Joshua?
—Sí, por supuesto—, murmuró. Ella hizo una mueca. —Todavía no puedo creer
que se lo confiara a Mariel.— Ella se estremeció. —¡Fui tan estúpida...!
—No tenías ninguna razón para creer que ella quería hacerte algún daño. Trazó sus
cejas. —Lo siento mucho, por el dolor que has soportado por mi culpa. Siento lo de
Carvajal también. No es que yo no hubiera hecho todo lo posible para alejaros de él a ti y a
mi hijo si hubiera sobrevivido a la malaria—, añadió sombríamente.
—No habría tratado de hacer que me quede. Sabía lo que sentía por ti—, agregó con
tristeza. —Había estado enamorado. Nunca se lo dijo a ella después del accidente. Dijo que
se merecía una vida plena.
—Era un buen hombre—, dijo de mala gana.
—También lo eres tú—, respondió ella, trazando su dura boca. —Y te amo
locamente.
Él se rió suavemente y la besó de nuevo. —Yo también te amo locamente. De lo
contrario, te lo aseguro, ¡no habría estado ocho malditos largos años sin una mujer!
Ella le rodeó el cuello con los brazos y se inclinó sobre él. —Yo te compensaré—,
murmuró contra su boca.
—¿Lo harás?—, bromeó.
—Oh, sí. Puedo empezar de inmediato. —Su pierna larga y suave se frotó contra el
rizado vello entre las suyas.
—¿Te gusta esto?
—¿Qué si me gusta?—, gimió, arqueándose. —¡Me encanta!
—En ese caso, ¡supongo que esto lo hará también...!

225
Él le dio la vuelta sobre su espalda y gimió cuando encontró su boca. Durante
mucho, mucho tiempo, no dijeron una palabra más.

***

Joshua fue bautizado a la edad de cuatro meses, en la iglesia de Jake Blair. Su


nombre ya había sido cambiado a Kantor, como lo hizo Rourke. Clarisse había sentido una
punzada de conciencia en un principio, pero no era justo mantener el nombre de un hombre
que no era el padre de Joshua. Ella sabía que Ruy lo entendería.
Los orgullosos padres de Joshua quedaron con los Griers, Cash y Tippy, que iban a
ser sus padrinos. Por otro lado estaba K.C., su abuelo, que cedió el honor de padrino a
alguien que no fuera familia. Había una multitud para el evento.
La recepción se celebró en el salón de la asociación, pero justo cuando el almuerzo
buffet estaba siendo servido, Tippy dejó a Tris con su hermano, Rory, y Clarisse dejó a
Joshua con su padre y su abuelo, y ambas mujeres se dirigieron directa y repentinamente al
baño femenino.
Como se lavaban sus rostros poco después, intercambiaron miradas de pura
diversión.
—Lo sé, es muy pronto, pero realmente quería otro,— comenzó Clarisse.
Tippy estaba riendo entre lágrimas. —Yo no estaba convencida de que podía
quedarme embarazada de nuevo—, confesó.
—¡Cash se sorprenderá!

***

Impresionado no era la palabra. Cash la levantó en brazos y la llevó alrededor de la


sala comunitaria, besándola sin parar todo el tiempo. Rourke estuvo involucrado de manera
similar con su propia esposa.
—Debe ser el agua,— murmuró Jake Blair, mirando a su hija, que estaba casi a
punto para dar a luz.
Su marido, Carson, se limitó a sonreír.

***

Muchos meses después, Rourke y Cash fueron a pasear por la sala de espera
mientras sus esposas eran admitidas y llevadas a la sala de partos.

226
—Quiero estar ahí con ella,— murmuró Cash cuando el obstetra, una mujer, entró
en la zona.
—Yo también,— añadió Rourke. —Quisimos el parto natural...
—La señora Grier se puso de parto casi antes que pudiéramos prepararla—, le dijo a
Cash con una gran sonrisa. —Usted tiene un hijo, jefe Grier. Un magnífico y sano niño.
—Un muchacho.— La cara de Cash se puso blanca. —¡Un chico! Tippy, ¿Tippy
está bien? —, añadió rápidamente.
—Ella está bien. Puede ir a verla. Marie, ¿llevará al jefe de nuevo con su esposa e
hijo? —, añadió, señalando a una enfermera.
—Mi enhorabuena. Vamos, jefe Grier,— dijo Marie.
—¿Qué pasa con Tat?—, preguntó Rourke, fuera de sí.
—Tuvimos que hacer una cesárea. Todo está bien, —ella lo está haciendo muy bien
—, le aseguró la médico. Ella rió. —Sé que usted esperaba un conjunto combinado, pero es
otro chico.
Rourke se limitó a sonreír. —Yo estaba esperando un bebé saludable—, corrigió.—
Estaría feliz con lo que venga, siempre y cuando mi mujer esté bien.
— Esa preocupación se veía.
—Lo está haciendo bien. Venga. Voy a llevarte de vuelta yo misma. —Ella negó
con la cabeza. Ella rió.
—Tal vez realmente es el agua.

***

Rourke se puso sobre la cama donde Tat, pálida pero feliz, celebraba la más reciente
adición a su familia. Se inclinó y tocó la pequeña cabeza con sus dedos. Había humedad en
el ojo bueno.
—Toda mi vida me he sentido como si nunca hubiera tenido un lugar donde
realmente pertenecer. Ahora lo tengo—, dijo, levantando la mirada hacia su rostro,
embelesado.
—Podría morir de felicidad en este momento.
Ella sonrió suavemente. —Yo también, mi amor.
—K.C. viene de camino. Compró la mitad de una juguetería para Joshua, y está
llevando una bolsa llena de cosas para el nuevo bebé.
—Me gustaría llamarlo Kent—, dijo suavemente. —Por K.C.— Era el verdadero
primer nombre del padre de Rourke.
Su rostro se suavizó. —Estará muy orgulloso.

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—Y Morrison por mi padre. Era su segundo nombre.
—Kent Morrison Kantor será—, dijo en voz baja. Se inclinó y la besó en los ojos.
—¿Te he dicho hoy cuánto te amo, señora Kantor?—, susurró.
—Sólo diez veces—, murmuró, bajando su cara para que ella pudiera besarlo
efusivamente. —No lo suficiente.
Él se rió entre dientes. —Te amo con locura.
—Te amo con locura también—, dijo ella contra su boca.
—Para siempre—, susurró, y su rostro estaba tan radiante de amor que casi la cegó.
Ella rozó sus labios con los de él, luchando contra las lágrimas que sentía como un
desbordamiento acuoso de felicidad. Su mente fue a la deriva hacia atrás, a los largos años
estériles con atisbos de terror, dolor y tristeza. Todo eso, y ahora esto. El cielo.
—No llores—, susurró, besando sus párpados, sorbiendo las lágrimas. —Nunca te
dejaré de nuevo. Nunca.
Ella esbozó una sonrisa acuosa. —Lo sé, mi amor—, susurró en voz baja, superada
por la alegría.
—Lo sé.
Rourke besó la cabecita de su hijo. —Después de la tormenta, la luz del sol—, dijo
en voz baja, en africano.
Ella asintió. —¡Y está cegando —es tan hermoso!—, susurró.
—Hermosa—, estuvo de acuerdo, pero estaba mirando su hermoso rostro.
Ella miró al niño en sus brazos y dio un largo suspiro. —Es mejor llamar a K.C.—,
dijo Rourke.
Él se rió entre dientes, sacó su teléfono celular, tomó un selfie de los tres, y se lo
envió a su padre.
Un instante después, hubo una respuesta. Allí, en la pantalla, estaba K.C., con una
sonrisa como un gato de Cheshire, con una gorra roja larga y con una bola blanca en el
extremo, agitando un pequeño balón de fútbol y un león de peluche. Había un mensaje de
texto debajo.
En mi camino, con el contenido de otra tienda de juguetes. ¡Aprovechando los renos
mientras hablamos!
—Dios mío, mañana es Navidad —, exclamó Rourke.
—Sí, y tú no crees en Santa Claus, hombre tonto,— Clarisse le reprendió. ¡Pero
mira lo que te ha traído!—, agregó, indicando al niño en sus brazos.
Se inclinó y rozó con su boca la de ella, y luego sobre la cabeza del niño. —¡Debo
haber sido un muy, muy buen chico este año!
Ella frunció los labios. —Oooooh, sí,— dijo ella arrastrando las palabras, y le dio

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una apasionada valoración.
Cash Grier asomó la cabeza por la puerta. —Voy a tomar un café. ¿Quieres un
poco? —, preguntó a Rourke.
—Sí—, dijo Rourke. —Voy a ir a ayudarle con el transporte. Vuelvo en un
santiamén —, prometió a su esposa, sonriendo.
—¿Cómo lo llamaste tú?—, preguntó Clarisse.
—Marcus Gilbert Rourke Grier.
Rourke contuvo el aliento. Parecía extrañamente enrojecido.
Cash sonrió. —Hubiéramos añadido Cassius, pero Carson lo eligió para su familia.
Así que pensamos que deberíamos ponerle Rourke por la tuya.— Puso un cariñoso brazo
alrededor de Rourke.
—Después de todo, eso es lo que es Jacobsville. Una familia. ¿Correcto?
Rourke estaba tratando de no mostrar la emoción que sentía. Miró a su esposa, a su
reciente hijo y pensó en KC, de camino para unirse a ellos.
—Ya,— dijo después de un minuto, cuando se tiene. —Una gran familia.
Los ojos de Clarisse estaban llenos de gozo. —Hay —, bromeó, — tráeme un
bistec, ¿podrías?
Rourke hizo una mueca. —Antes colgado del techo con tubos intravenosos, mi
amor—, confesó. —Lo siento. Pero puedo traerte un oso de peluche.
—Un león —, corrigió ella, sus ojos suaves y cariñosos. —Le llamaremos Lou,
como el que tienes en casa.
—Veré lo que puedo hacer.— Le guiñó un ojo y se fue por la puerta con Cash,
silbando suavemente.
Clarisse respiró. Tenía el mundo. El mundo entero. Besó la cabeza de su niño y
cerró los ojos. La vida era dulce. Más dulce que los sueños.

*****
Traducción por Novelera Romántica

Sin fines de lucro


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