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Búsqueda de Una Ética Universal
Búsqueda de Una Ética Universal
Introducción
I. Convergencias
Conclusión
INTRODUCCIÓN
3. La búsqueda de este lenguaje ético común concierne a todos los hombres. Para
los cristianos se relaciona de una manera misteriosa con la actuación del Verbo
de Dios «la luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9) y con la
actuación del Espíritu Santo que hace brotar en los corazones «amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Gál 5,22s). La
comunidad cristiana que comparte «las alegrías y las esperanzas, las tristezas y
las angustias de los hombres de este tiempo» y «se reconoce real e íntimamente
solidaria con el género humano y su historia»[1] no puede sustraerse a esta
responsabilidad común. Iluminados por el Evangelio, comprometidos en un
diálogo paciente y respetuoso con todos los hombres de buena voluntad, los
cristianos participan en la búsqueda común de valores humanos que se deben
promover: «todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo
lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta» (Flp 4,8). Saben que Jesucristo
«nuestra paz» (Ef 2,14), que ha reconciliado a todos los hombres con Dios
mediante su cruz, es el principio de unidad más profundo hacia el cual el género
humano está llamado a confluir.
6. Para explicitar el fundamento ético de los derechos del hombre, algunos han
tratado de elaborar una «ética mundial» en el marco de un diálogo entre las
culturas y las religiones. La «ética mundial» designa el conjunto de valores
obligatorios fundamentales que constituyen como fruto de los siglos el tesoro de
la experiencia humana, Se encuentra en todas las grandes tradiciones religiosas y
filosóficas[5]. Este proyecto, digno de consideración, es una significativa muestra
de la necesidad actual de una ética que tenga una validez universal y global. Sin
embargo, la búsqueda puramente inductiva, al modo de los parlamentos, de un
consenso mínimo ya existente, ¿satisface las exigencias de fundamentar el
derecho en el absoluto? Por otra parte, esta ética mínima, ¿no lleva a relativizar
las fuertes exigencias éticas de cada religión o sabiduría particular?
7. Después de muchos decenios, la cuestión de los fundamentos éticos del
derecho y de la política ha sido prácticamente puesta entre paréntesis por algunos
sectores de la cultura contemporánea. Con la excusa de que toda pretensión de
una verdad objetiva y universal sería una fuente de intolerancia y de violencia, y
de que solo el relativismo podría salvaguardar el pluralismo de los valores y la
democracia, se hace la apología del positivismo jurídico, que rechaza la
referencia a un criterio objetivo, ontológico, de lo que es justo. Bajo esta
perspectiva, el horizonte último del derecho y de la norma moral es la ley en
vigor, que se considera justa por definición puesto que es la expresión de la
voluntad del legislador. Pero esto es abrir el camino a la arbitrariedad del poder, a
la dictadura de la mayoría numérica de la población y a la manipulación
ideológica, en detrimento del bien común. «En la ética y la filosofía actual del
derecho, los postulados del positivismo jurídico están ampliamente presentes. La
consecuencia es que la legislación se convierte con frecuencia en un compromiso
entre diversos intereses; se intenta transformar en derechos, intereses o deseos
privados que se oponen a los deberes que nacen de la responsabilidad social»[6].
Pero el positivismo jurídico es claramente insuficiente, pues el legislador solo
puede actuar legítimamente dentro de ciertos límites que nacen de la dignidad de
la persona humana y está al servicio de lo que es auténticamente humano. Así, el
legislador no puede abandonar la determinación de lo que es humano a criterios
extrínsecos y superficiales, como lo haría, por ejemplo, si legitima de por sí todo
lo que es realizable en el campo de la biotecnología. En pocas palabras, debe
actuar de una manera éticamente responsable. La política no puede hacer
abstracción de la ética, ni las leyes civiles ni el orden jurídico de una ley moral
superior.
11. La noción de ley natural asume muchos elementos comunes a las grandes
corrientes sapienciales religiosas y filosóficas de la humanidad. En el primer
capítulo, nuestro documento comienza evocando estas «convergencias». Sin
pretender ser exhaustivo, indica que estas grandes corrientes sapienciales
religiosas y filosóficas atestiguan la existencia de un patrimonio moral en gran
medida común, que constituye la base para todo diálogo acerca de las cuestiones
morales. Además, sugieren, de una manera o de otra, que este patrimonio
explicita un mensaje ético universal inmanente a la naturaleza de las cosas y que
los hombres son capaces de descifrar. El documento recuerda a continuación
algunos pasos esenciales en el desarrollo histórico de la noción de ley natural y
menciona ciertas interpretaciones modernas que están parcialmente en la raíz de
las dificultades que nuestros contemporáneos experimentan ante esta noción. En
el capítulo segundo («La percepción de los valores morales comunes») nuestro
documento describe cómo, a partir de los datos más sencillos de la experiencia
moral, la persona humana capta de manera inmediata ciertos bienes morales
fundamentales y formula consiguientemente los preceptos de la ley, natural.
Estos no constituyen, sin embargo, un código completo ya hecho de
prescripciones intangibles, sino un principio permanente y normativo de
inspiración al servicio de la vida moral concreta de la persona. El tercer capítulo
(«Los fundamentos de la ley natural»), al pasar de la experiencia común a la
teoría, profundiza en los fundamentos filosóficos, metafísicos y religiosos, de la
ley natural. Para responder a algunas objeciones contemporáneas precisa el papel
de la ley natural en el actuar personal y se pregunta sobre la posibilidad de que la
naturaleza constituya una norma moral. El cuarto capítulo («La ley natural y la
sociedad») explicita la función reguladora de los preceptos de la ley natural en la
vida política. La doctrina de la ley natural tiene ya coherencia y validez en el
plano filosófico de la razón humana común a todos los hombres, pero en el
quinto capítulo («Jesucristo, cumplimiento de la ley natural») muestra que
alcanza todo su sentido dentro de la historia de la salvación: enviado por el
Padre, Jesucristo es, en efecto, por su Espíritu, la plenitud de toda ley.
I
CONVERGENCIAS
12. En las diversas culturas los hombres han elaborado y desarrollado de manera
progresiva tradiciones sapienciales en las que expresan y transmiten su visión del
mundo, así como su percepción refleja del lugar que ocupa el hombre en la
sociedad y en el cosmos. Antes de cualquier teorización conceptual, estas
sabidurías, que suelen ser de naturaleza religiosa, son el vehículo de una
experiencia que identifica lo que favorece o lo que impide el pleno desarrollo de
la vida personal y la buena marcha de la vida social. Constituyen una especie de
«capital cultural» disponible para la investigación de una sabiduría común
necesaria para responder a los desafíos éticos contemporáneos. Según la fe
cristiana, estas tradiciones sapienciales, a pesar de sus límites e incluso a pesar de
sus errores, captan un reflejo de la sabiduría divina que actúa en el corazón de los
hombres. Requieren atención y respeto y pueden tener el valor de praeparatio
evangelica.
13. En las tradiciones hindúes, el mundo —tanto el cosmos como las sociedades
humanas— está regido por un orden o ley fundamental (dharma) que es
necesario respetar, pues lo contrario comporta graves desequilibrios.
El dharma define, pues, las obligaciones sociorreligiosas del hombre. De una
manera específica, la enseñanza moral del hinduismo se comprende a la luz de
las enseñanzas fundamentales de los Upanishads: la creencia en un ciclo
indefinido de transmigraciones (samsara), junto con la idea según la cual las
acciones buenas o malas cometidas durante la vida presente (karman) tienen una
influencia sobre los sucesivos nacimientos. Estas enseñanzas tienen
consecuencias importantes respecto al comportamiento de las personas entre sí:
implican un alto grado de bondad y de tolerancia, el sentido de la acción
desinteresada en beneficio de otros, así como la práctica de la no violencia
(ahimsa). La corriente principal del hinduismo distingue dos grupos de
textos: śruti (lo que es entendido, es decir, la revelación) y smrti (aquello de
donde se recuerda, es decir, la tradición). Las prescripciones éticas se encuentran
sobre todo en la smrti, de manera particular en los dharmaśastra (de los cuales
los más importantes son los manava dharmaśastra o leyes de Manu, h. 200-100
a.C.). Además del principio básico según el cual «la costumbre inmemorial es la
ley trascendente aprobada por la escritura santa y por los códigos de los
legisladores divinos; consiguientemente, todo hombre, de las tres clases
principales, que respete el espíritu supremo que está en él, debe conformarse
siempre diligentemente con la costumbre inmemorial»[8] encontramos aquí un
equivalente práctico a la regla de oro: «Te diré lo que es la esencia del mayor
bien del ser humano. El hombre que practica la religión (dharma) de la no
violencia (ahimsa) universal adquiere el mayor bien. Este hombre que domina las
tres pasiones: la codicia, la ira y la avaricia, renunciando a ellas en relación a los
seres, conseguirá el éxito [...] Este hombre que considera todas las criaturas como
su “yo-para-sí” y las trata como su propio “yo”, deponiendo la vara del castigo y
dominando completamente su ira, se asegurará la consecución de la bondad. [...]
No se hará a otro lo que considera dañino para sí. Esta es brevemente la regla de
la virtud [...] En el hecho de rehusar y de donar, en la abundancia y en la
desgracia, en lo agradable y en lo desagradable, juzgará todas las consecuencias
considerando su propio “yo”»[9]. Muchos preceptos de la tradición hindú pueden
ponerse en paralelo con las exigencias del Decálogo[10].
19. Platón y Aristóteles retoman la distinción realizada por los sofistas entre
leyes que tienen su origen en un acuerdo, es decir, en una pura decisión positiva
(thesis), y las que tienen valor «por naturaleza». Las primeras ni son eternas ni
válidas de un modo general y no obligan a todos. Las segundas obligan a todo el
mundo, siempre y en todas partes[15]. Algunos sofistas, como Calicles
del Gorgias de Platón, recurrían a esta distinción para discutir la legitimidad de
las leyes establecidas por las sociedades humanas. A estas leyes les oponía su
idea, estrecha y errónea, de naturaleza, reducida al mero componente físico. De
este modo, contra la igualdad política y jurídica de los ciudadanos en la polis,
preconizaban lo que les parecía como la más evidente de las «leyes naturales»: el
más fuerte debe dominar al más débil[16].
22. El don de la Ley en el Sinaí, cuyo centro son las «Diez Palabras», es un
elemento esencial de la experiencia religiosa de Israel. Esta Ley de alianza
conlleva preceptos éticos fundamentales. Definen el modo en el que el pueblo
elegido debe responder mediante la santidad de su vida a la elección de Dios: «Di
a la comunidad de los israelitas: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios,
soy santo"» (Lev 19,2). Pero estos comportamientos éticos son también válidos
para otros pueblos, de manera que Dios pedirá cuentas a las naciones extranjeras
que violan la justicia y el derecho[20]. Dios ya había realizado en la persona de
Noé una alianza con la totalidad del género humano que implicaba de manera
particular el respeto a la vida (Gén 9)[21]. De un modo más fundamental, la
misma creación se presenta como el acto mediante el que Dios estructura el
conjunto del universo al darle una ley: «Alaben [los astros] el nombre del Señor,
/ porque él lo mandó, y existieron. / Les dio consistencia perpetua / y una ley que
no pasará» (Sal 148, 5s). Esta obediencia de las criaturas a la Ley de Dios es un
modelo para los hombres.
23. Junto a los textos que se refieren a la historia de la salvación, con los temas
teológicos principales de la elección, de la promesa, de la Ley y de la alianza, la
Biblia contiene también una literatura sapiencial que no se ocupa directamente de
la historia nacional de Israel, sino que trata del lugar del hombre en el mundo.
Desarrolla la convicción de que existe una manera correcta y «sabia» de hacer las
cosas y conducir la propia vida. El hombre se debe dedicar a buscarla y a
continuación debe esforzarse para ponerla en práctica.
27. En la Edad Media, la doctrina de la ley natural alcanza una cierta madurez y
adquiere una forma «clásica» que constituye el fondo de todas las discusiones
posteriores. Se caracteriza por cuatro rasgos. En primer lugar, conforme a la
naturaleza del pensamiento escolástico que trata de descubrir la verdad allí donde
se encuentre, asume las reflexiones anteriores sobre la ley natural, paganas o
cristianas, y trata de proponer una síntesis de las mismas. En segundo lugar, de
acuerdo con la naturaleza sistemática del pensamiento escolástico, sitúa la ley
natural en un marco metafísico y teológico general. La ley natural se entiende
como una participación de la criatura racional en la ley divina eterna, gracias a la
cual entra de manera consciente y libre en los designios de la Providencia. No es
un conjunto cerrado ni completo de normas morales, sino una fuente de
inspiración constante, presente y activa en las diferentes etapas de la economía de
la salvación. En tercer lugar, al tomar conciencia de que la naturaleza tiene una
densidad propia, lo que en parte está ligado al redescubrimiento del pensamiento
aristotélico, la doctrina escolástica de la ley natural considera el orden ético y
político como un orden racional, obra de la inteligencia humana. Determina para
dicho orden un espacio de autonomía, una distinción sin separación, en relación
con el orden de la revelación religiosa[33]. Finalmente, a los ojos de los teólogos
y juristas escolásticos, la ley natural constituye un punto de referencia y un
criterio a la luz del cual se valora la legitimidad de las leyes positivas y de las
costumbres particulares.
29. Sin embargo, en otros puntos, la noción de ley natural adquirió en la época
moderna algunas orientaciones y formas que contribuyeron a que en nuestros
días resulte difícilmente aceptable. Durante los últimos siglos de la Edad Media
se desarrolló en la escolástica una corriente voluntarista cuya hegemonía cultural
modificó profundamente la noción de ley natural. El voluntarismo se propuso
valorar la trascendencia del sujeto libre respecto a todos sus condicionamientos.
Contra el naturalismo que tendía a someter a Dios a las leyes de la naturaleza,
subraya de modo unilateral la libertad absoluta de Dios, con el riesgo de poner en
peligro su sabiduría y convertir sus decisiones en algo arbitrario. Del mismo
modo, en contra del intelectualismo, sospechoso de someter la persona humana al
orden del mundo, exalta una libertad de indiferencia concebida como poder de
elegir cosas contrarias, con el peligro de desligar a la persona de sus
inclinaciones naturales y del bien objetivo[34].
31. Por otra parte, muchos factores llevaron a secularizar la noción de ley natural.
Entre ellos se puede mencionar la separación creciente entre la fe y la razón que
caracteriza el final de la Edad Media, o también algunos aspectos de la
Reforma[36], pero sobre todo la voluntad de superar los violentos conflictos
religiosos que habían ensangrentado Europa al comienzo de los tiempos
modernos. Se llegó a querer fundamentar la unidad política de las comunidades
humanas poniendo entre paréntesis la confesión religiosa. Además, la doctrina de
la ley natural hacía abstracción de toda revelación religiosa particular, y por ello
de cualquier teología confesional. Pretendía apoyarse solo en la luz de la razón
común a todos los hombres y se presenta como la norma última en el ámbito
secular.
34. Antes del siglo XIII, dado que la distinción entre el orden natural y el orden
sobrenatural no había sido todavía claramente elaborada, la ley natural se solía
asimilar a la moral cristiana. Así, el decreto de Graciano que proporcionó la
normativa canónica básica en el siglo XII comienza de este modo: «La ley
natural es lo que está contenido en la Ley y el Evangelio». A continuación
identifica el contenido de la ley natural con la regla de oro y precisa que las leyes
divinas responden a la naturaleza[38]. Los Padres de la Iglesia recurrieron a la
ley natural así como a la Sagrada Escritura para fundamentar el comportamiento
moral de los cristianos, pero el Magisterio de la Iglesia, en un primer momento,
debió intervenir poco para zanjar las discusiones sobre el contenido de la ley
moral.
35. Hoy en día, la Iglesia Católica recurre con frecuencia a la ley natural en
cuatro contextos principales. En primer lugar, ante el crecimiento de una cultura
que limita la racionalidad a las ciencias más rigurosas y abandona al relativismo
la vida moral, insiste en la capacidad natural que tienen los hombres de captar
mediante su razón «el mensaje ético contenido en el ser»[41] y la capacidad para
conocer en sus líneas principales las normas fundamentales de un actuar justo
conforme a su naturaleza y a su dignidad. La ley natural responde así a la
exigencia de fundamentar en la razón los derechos humanos[42] y hace posible
un diálogo intercultural e interreligioso capaz de favorecer la paz universal y de
evitar el «choque de civilizaciones». En segundo lugar, ante un individualismo
relativista que considera que cada individuo es fuente de sus propios valores y
que la sociedad es el resultado de un mero contrato establecido entre individuos
que eligen constituir por sí mismos todas las normas, recuerda el carácter natural
y objetivo, no fruto de un mero acuerdo, de las normas fundamentales que rigen
la vida social y política. En particular, la forma democrática de gobierno está
intrínsecamente vinculada a valores éticos estables cuya fuente se encuentra en
las exigencias de la ley natural y no dependen de las fluctuaciones de los
consensos de una mayoría aritmética. En tercer lugar, frente a un laicismo
agresivo que quiere excluir a los creyentes del debate público, la Iglesia insiste en
que las intervenciones de los cristianos en la vida pública sobre temas que se
refieren a la ley natural (defensa de los derechos de los oprimidos, justicia en las
relaciones internacionales, defensa de la vida y de la familia, libertad religiosa y
libertad de educación...) no son de por sí de naturaleza confesional, sino que
indican la preocupación que cada ciudadano debe tener por el bien común de la
sociedad. En cuarto lugar, ante las amenazas del abuso de poder, es decir, del
totalitarismo, que esconde el positivismo jurídico y que difunden ciertas
ideologías, la Iglesia recuerda que las leyes civiles no obligan en conciencia
cuando están en contradicción con la ley natural y propone el reconocimiento del
derecho a la objeción de conciencia, así como el deber de desobedecer, en
nombre de la obediencia a una ley más importante[43] La referencia a la ley
natural, lejos de dar lugar al conformismo, garantiza la libertad personal y
defiende a los desfavorecidos y a los oprimidos por estructuras sociales que
olvidan el bien común.
II
LA PERCEPCIÓN DE LOS VALORES MORALES COMUNES
39. Todo ser humano que llega a alcanzar la conciencia y la responsabilidad tiene
la experiencia de una llamada interior a realizar el bien. Descubre que es
fundamentalmente un ser moral, capaz de percibir y expresar la invitación que,
como se ha visto, se encuentra en todas las culturas: «Hay que hacer el bien y
evitar el mal». Sobre este precepto se apoyan todos los otros preceptos de la ley
natural[45]. Este primer precepto es conocido de manera natural e inmediata por
la razón práctica, al igual que el principio de no contradicción (el entendimiento
no puede simultáneamente y en el mismo sentido afirmar y negar algo de un
sujeto), que es el fundamento de todo razonamiento especulativo, es percibido
intuitiva y naturalmente por la razón teórica, una vez que el sujeto comprende el
sentido de los términos empleados. Tradicionalmente, este conocimiento del
primer principio de la vida moral se atribuye a una disposición intelectual innata
que se llama la sindéresis[46].
40. Con este principio entramos de lleno en el campo de la moral. El bien que se
impone de esta manera a la persona es el bien moral, es decir, un comportamiento
que, superando las categorías de lo útil, se orienta a la realización auténtica de
este ser, a la vez uno y diverso, que es la persona humana. La actividad humana
es irreductible a una simple cuestión de adaptación al «ecosistema»: ser humano
consiste en existir y en situarse dentro de un marco más amplio que define un
sentido, unos valores y unas responsabilidades. Al buscar el bien moral la
persona contribuye a la realización de su naturaleza, más allá de los impulsos del
instinto o de la búsqueda de un placer particular. Este bien da testimonio da
testimonio a uno mismo y s entiende a partir de uno mismo[47].
43. La obligación moral que percibe el sujeto no viene, pues, de una ley que le
sería exterior (heteronomía pura), sino que se afirma a partir de él mismo. Como
indica el axioma que antes hemos citado: «Hay que hacer el bien y evitar el mal»,
el bien moral que la razón determina «se impone» al sujeto. «Debe» ser
realizado. Reviste un carácter de obligación y de ley. Pero el término «ley» no
remite aquí a las leyes científicas que se limitan a describir las constantes de
hecho del mundo físico o social, ni a un imperativo impuesto de manera arbitraria
desde el exterior del sujeto moral. La ley designa aquí una orientación de la razón
práctica que indica al sujeto moral el tipo de actuación que es conforme con el
dinamismo innato y necesario de su ser que tiende a su plena realización. Esta
ley es normativa en virtud de una exigencia interior del espíritu. Surge del
corazón mismo de nuestro ser como una invitación a la realización y a la
superación de uno mismo. Se trata, pues, no tanto de someterse a la ley de otro,
cuanto de acoger la ley del propio ser.
44. A partir de la afirmación básica que nos introduce en el orden moral — «hay
que hacer el bien y evitar el mal» —veamos cómo se realiza en el sujeto el
reconocimiento de las leyes fundamentales que deben dirigir el actuar humano.
No es una cuestión de consideración abstracta sobre la naturaleza humana ni del
esfuerzo de conceptualización propio de las elaboraciones teóricas de la filosofía
y la teología. La percepción de los bienes morales fundamentales es inmediata,
vital, fundada en la connaturalidad del espíritu con los valores, y comprende
tanto la afectividad como la inteligencia, el corazón y el espíritu. Se trata de una
captación con frecuencia imperfecta, todavía oscura y borrosa, pero que tiene la
profundidad de lo inmediato. Se trata aquí de los datos de la más simple
experiencia y la más conocida, que están implícitos en el actuar concreto de las
personas.
47. Para salir de este nivel de generalidad e iluminar las elecciones concretas,
hace falta recurrir a la razón discursiva, que determinará los bienes morales
concretos que puede realizar la persona –y la humanidad– y formular preceptos
más concretos capaces de guiar su actuación. En esta nueva etapa el
conocimiento del bien moral procede mediante el razonamiento. Este
razonamiento resulta todavía bastante simple al principio: una experiencia de
vida limitada es suficiente y se encuentra dentro de las posibilidades intelectuales
de cada persona. Se habla aquí de «preceptos segundos» de la ley natural
descubiertos gracias a una consideración de la razón práctica, más o menos
prolongada, a diferencia de los preceptos generales fundamentales que la razón
capta de manera espontánea y que se denominan «preceptos primeros»[51].
48. Hemos señalado en la persona humana una primera inclinación que comparte
con todos los entes: la inclinación a conservar y a desarrollar la su existencia.
Habitualmente se da en los seres vivos una reacción espontánea ante la amenaza
inminente de muerte: se huye, se defiende la integridad de la existencia, se lucha
para sobrevivir. La vida física aparece de manera natural como un bien
fundamental, esencial, primordial, y de ahí el precepto de proteger su vida. Bajo
este enunciado referido a la conservación de la vida se perfilan las inclinaciones
hacia todo lo que contribuye, de una manera propia del hombre, a la
conservación y a la calidad de la vida biológica: integridad del cuerpo; uso de los
bienes exteriores que garantizan la subsistencia y la integridad de la vida, como
la alimentación, el vestido, la casa, el trabajo; la calidad del medio ambiente
biológico... A partir de estas inclinaciones el ser humano se formula fines que
debe realizar y que contribuyen al desarrollo responsable y armónico de su
propio ser y que, por esta razón, se le presentan como bienes morales, valores
que hay que lograr alcanzar, obligaciones que debe cumplir o derechos que debe
hacer valer. En efecto, el deber de preservar la propia vida tiene como correlativo
el derecho de reclamar lo que es necesario para su conservación en un entorno
favorable [52].
49. La segunda inclinación, que es común a todos los seres vivos, se refiere a la
supervivencia de la especie, que tiene lugar mediante la procreación. La
generación se sitúa en la prolongación de la tendencia a preservar el propio ser.
Si la perpetuidad de la existencia biológica es imposible al individuo en sí
mismo, es posible para la especie, y de esta manera, en cierto modo, resulta
superada la limitación inherente a todo ente físico. El bien de la especie aparece
como una de las aspiraciones fundamentales que hay en la persona. Tomamos
conciencia de nuestra limitación cuando determinadas perspectivas, como el
cambio climático avivan nuestro sentido de la responsabilidad ante el planeta en
cuanto tal y de la especie humana en particular. Esta apertura a un cierto bien
común de la especie anuncia ya algunas aspiraciones propias del hombre. El
dinamismo hacia la procreación está intrínsecamente ligado a la inclinación
natural que hay en el varón hacia la mujer y de la mujer hacia el varón, dato
universalmente reconocido en todas las sociedades. Lo mismo se puede decir de
la inclinación a cuidar a los niños y educarles. Estas inclinaciones conllevan que
la estabilidad de la pareja del hombre y la mujer, así como su mutua fidelidad,
son ya valores a los que se debe aspirar, aunque solo se pueden desarrollar
plenamente en el orden espiritual de la comunión interpersonal[53].
50. El tercer grupo de inclinaciones es específico del ser humano como ser
espiritual dotado de razón, capaz de conocer la verdad, de dialogar con los otros
y de establecer relaciones de amistad. Por ello se le debe otorgar una importancia
muy especial. La inclinación a vivir en sociedad procede ante todo de que el ser
humano necesita de los otros para superar sus límites individuales intrínsecos y
alcanzar su madurez en los diversos campos de su existencia. Pero, para
desplegar plenamente su naturaleza espiritual, necesita establecer con sus
semejantes relaciones de generosa amistad y desarrollar una cooperación intensa
en la búsqueda de la verdad. Su bien integral está tan íntimamente ligado a la
vida en comunidad que se organiza en sociedad en virtud de esta inclinación, y
no de una mera convención[54]. El carácter relacional de la persona se expresa
así mediante la tendencia a vivir en comunión con Dios o el Absoluto. Esto se
manifiesta en el sentimiento religioso y en el deseo de conocer a Dios.
Ciertamente puede ser negado por los que rechazan admitir la existencia de un
Dios personal, peto no está menos presente de modo implícito en la búsqueda que
hay en todo ser humano de la verdad y del sentido.
52. Al final de esta rápida explicitación de los principios morales que brotan
cuando la razón toma conciencia de las inclinaciones fundamentales de la
persona humana, nos encontramos ante un conjunto de preceptos y de valores
que, al menos en su formulación general, pueden ser considerados como
universales, pues se aplican a toda la humanidad. Tienen un carácter de
inmutabilidad en la medida en que brotan de una naturaleza humana cuyos
componentes esenciales permanecen idénticos a lo largo de la historia. A veces
puede suceder que estén oscurecidos, o incluso hayan sido borrados del corazón
humano por el pecado y por condicionamientos culturales e históricos que
pueden influir de manera negativa en la vida moral personal: ideologías y
propagandas engañosas, relativismo generalizado, estructuras de pecado[56]. Es
necesario ser modesto y prudente cuando se invoca la «evidencia» de los
preceptos de la ley natural. Pero no está menos justificado reconocer en estos
preceptos el fondo común sobre el cual se puede apoyar un diálogo para una ética
universal. Los protagonistas de este diálogo deben, sin embargo, aprender a hacer
abstracción de sus intereses particulares para abrirse a las necesidades de los
otros y dejarse cuestionar por los valores morales comunes. En una sociedad
pluralista, donde es difícil entenderse respecto a los fundamentos filosóficos, este
tipo de diálogo es absolutamente necesario. La doctrina de la ley natural puede
aportar su contribución a este diálogo.
55. Para poder evaluar justamente lo que se debe hacer, el sujeto moral debe estar
dotado de un cierto número de disposiciones interiores que le permitan a la vez
estar abierto a las instancias de la ley natural y bien informado de los datos de la
situación concreta. En el contexto pluralista, que es el nuestro, cada vez hay
mayor conciencia de que no se puede elaborar una moral fundamentada sobre la
ley natural sin añadir una reflexión sobre las disposiciones interiores o virtudes
que hacen apto al moralista para elaborar una norma de actuación adecuada. Esto
es todavía una verdad mayor para el sujeto mismo implicado en la actuación y
cuya conciencia debe emitir un juicio. Por ello no es sorprendente que se asista
hoy a un nuevo auge de una «moral de virtudes» inspirada en la tradición
aristotélica. Al insistir de este modo en las cualidades morales requeridas para
una reflexión moral adecuada, se entiende el papel que las diversas culturas han
reservado a la figura del sabio. Este posee una especial capacidad para discernir
en la medida en que posee las disposiciones morales interiores que le permiten
emitir un juicio ético adecuado. Un discernimiento de este tipo debe caracterizar
al moralista cuando se esfuerza en concretar los preceptos de la ley natural, al
igual que todo sujeto autónomo ante la necesidad de formar un juicio en su
conciencia y de formular la norma inmediata v concreta de su acción.
59. Hay en esto una orientación que, dentro de una sociedad pluralista como la
nuestra, tiene especial importancia y que no se debería subestimar sin sufrir un
daño considerable. En efecto, tiene presente el hecho de que la ciencia moral no
puede proporcionar al sujeto que actúa una norma que se aplicaría de manera
adecuada y como automática a la situación concreta: solo la conciencia del
sujeto, el juicio de su razón práctica, puede formular la norma inmediata de la
acción. Pero al mismo tiempo no abandona la conciencia a su mera subjetividad:
se orienta a que el sujeto adquiera las disposiciones intelectuales y afectivas que
le permitan abrirse a la verdad moral y que de esa manera su juicio resulte
adecuado. La ley natural no debería ser presentada como un conjunto ya
constituido de reglas que se imponen a priori al sujeto moral, sino que es más
bien una fuente de inspiración objetiva para su proceso, eminentemente personal,
de toma de decisión.
III
LOS FUNDAMENTOS TEÓRICOS
DE LA LEY NATURAL
65. La idea según la cual los entes poseen una naturaleza se impone al espíritu en
cuanto se quiere dar razón de la finalidad inmanente a los entes y de la
regularidad que percibe en su modo de actuar y reaccionar [65]. Considerar los
entes como naturalezas conduce a reconocerles una consistencia propia y a
afirmar que son centros relativamente autónomos en el orden del ser y del actuar,
y no simples ilusiones o construcciones temporales de la conciencia. Estas
«naturalezas» no son sin embargo unidades antológicamente cerradas,
clausuradas en sí mismas y meramente yuxtapuestas unas a otras. Actúan unas
sobre otras y establecen entre ellas relaciones complejas de causalidad. En el
orden espiritual las personas tejen relaciones intersubjetivas. Las naturalezas
forman una red y, en última instancia, un orden, es decir, una serie unificada por
la referencia a un principio[66].
70. Cada criatura participa a su manera del Logos. El hombre, porque se define a
sí mismo por la razón o logos, participa de ella de una manera eminente. En
efecto, mediante su razón, es capaz de interiorizar libremente las intenciones
divinas manifestadas en la naturaleza de las cosas. Las formula para sí en forma
de una ley moral que inspira y orienta su propia acción. Bajo esta perspectiva, el
hombre no es el otro respecto a la naturaleza. Por el contrario, establece con el
cosmos un lazo de familiaridad fundado sobre una participación común en
el Logos divino.
76. Para devolver todo su sentido y toda su fuerza a la noción de ley natural
como fundamento de una ética universal, es importante promover una mirada de
sabiduría de orden propiamente metafísico, capaz de abarcar simultáneamente a
Dios, al cosmos y a la persona humana para reconciliarles en la unidad analógica
del ser, gracias a la idea de creación entendida como participación.
78. Una filosofía de la naturaleza que toma en serio la profundidad inteligible del
mundo sensible, y sobre todo una metafísica de la creación, permiten superar la
tentación dualista y gnóstica de abandonar la naturaleza a una falta de
significación moral. Desde este punto de vista es importante superar la mirada
reductiva que la cultura técnica dominante lleva a dirigir sobre la naturaleza, para
redescubrir el mensaje moral del cual es portadora como obra del Logos.
IV
LA LEY NATURAL Y LA SOCIEDAD
84. La persona está en el centro del orden político y social porque es un fin y no
un medio. La persona es un ser social por naturaleza, no por elección o en virtud
de una mera convención contractual. Para realizarse en cuanto persona necesita
una red de relaciones que establece con otras personas. Se encuentra así en el
centro de un tejido formado por círculos concéntricos: la familia, el medio de
vida y de trabajo, la comunidad de vecinos, la nación, y finalmente la
humanidad[78]. La persona saca, de cada uno de estos círculos, medios que
necesita para crecer, y al mismo tiempo contribuye a perfeccionarlos.
85. Por el hecho de que los hombres están llamados a vivir en sociedad con otros,
poseen en común un conjunto de bienes que deben procurar y de valores que
deben defender. Por esto se le denomina «bien común». Si la persona es un fin en
sí misma, la sociedad tiene como fin consolidar y desarrollar el bien común. La
búsqueda del bien común permite a la sociedad movilizar las energías de todos
sus miembros. En un primer nivel el bien común se puede comprender como el
conjunto de condiciones que permiten a la persona ser más persona humana[79].
Aunque se formula en sus aspectos exteriores: economía, seguridad, justicia
social, educación, acceso al trabajo, búsqueda espiritual, y otros, el bien común
es siempre un bien humano[80]. En un segundo nivel, el bien común es lo que
constituye la finalidad del orden político y de la misma ciudad. Bien de todos y
de cada uno en particular expresa la dimensión comunitaria del bien humano. Las
sociedades pueden definirse por el tipo de bien común que quieren promover. En
efecto, si se trata de las exigencias del bien común de toda sociedad, la visión del
bien común evoluciona con las mismas sociedades, en función del concepto de
persona, de justicia y del papel del poder político.
86. Que la sociedad esté organizada en razón del bien común de sus miembros
responde a una exigencia de la naturaleza social de la persona. La ley natural
aparece entonces como el horizonte normativo dentro del cual el orden político
está llamado a situarse. Define el conjunto de valores que aparecen como
humanizadores para una sociedad. Al situarse en el ámbito social y político, los
valores no pueden ser ya de naturaleza privada, ideológica o confesional: se
refieren a todos los ciudadanos. Expresan no un vago consenso entre ellos, sino
que se fundamentan en las exigencias de su común humanidad. Para que la
sociedad cumpla correctamente su misión al servicio de la persona, debe
promover la realización de sus inclinaciones naturales. La persona, pues, es
anterior a la sociedad, y la sociedad no humaniza si no responde a las
expectativas inscritas en la persona en cuanto ser social.
88. La ley natural (lex naturalis) se enuncia en el derecho natural (ius naturalis)
desde el momento en que se consideran las relaciones de justicia entre los
hombres: relaciones entre las personas físicas y morales, entre las personas y los
poderes públicos, relaciones de todos con la ley positiva. Pasamos de la categoría
antropológica de ley natural a la categoría jurídica y política de la organización
de la sociedad. El derecho natural es la medida inherente a la correlación y
proporción entre los miembros de la sociedad. Es la regla y la medida inmanente
de las relaciones humanas interpersonales y sociales.
91. El derecho positivo debe esforzarse en llevar a la práctica las exigencias del
derecho natural. Esto lo lleva a cabo a modo de conclusión (el derecho natural
prohíbe el homicidio, el derecho positivo prohíbe el aborto), y a modo de
determinación (el derecho natural prescribe que se debe castigar a los culpables,
el derecho penal positivo determina las penas que se deben aplicar a cada tipo de
crímenes)[82]. En cuanto que derivan verdaderamente del derecho natural y por
ello de la ley eterna, las leyes humanas positivas obligan en conciencia. En caso
contrario no obligan. «Si la ley humana no es justa, ni siquiera es una ley»[83].
Las leyes positivas incluso pueden y deben variar para permanecer fieles a su
propia misión. En efecto, por una parte, hay un progreso de la razón humana que,
poco a poco, toma conciencia mejor de lo que se adapta mejor al bien de la
comunidad, y, por otra parte, las condiciones históricas de la vida de las
sociedades se modifican (para bien y para mal) y las leyes deben adaptarse[84].
De este modo el legislador debe determinar lo que es justo en la concreción de
las situaciones históricas[85].
92. Los derechos naturales son medida de las relaciones humanas anteriores a la
voluntad del legislador. Están dados desde el momento en que los hombres viven
en sociedad. El derecho natural es lo que naturalmente es justo antes de cualquier
formulación legal. Se expresa de manera particular en los derechos subjetivos de
la persona, como el derecho al respeto de la propia vida, a la integridad de su
persona, a la libertad religiosa, a la libertad de pensamiento, al derecho de fundar
una familia y educar a los hijos según las propias convicciones, al derecho de
asociarse con otros, de participar en la vida de la colectividad, etc. Estos
derechos, a los que el pensamiento contemporáneo concede una gran
importancia, tienen su fuente no en los deseos fluctuantes de los individuos, sino
en la estructura misma de los seres humanos y de sus relaciones humanizadoras.
Los derechos de la persona humana brotan del orden justo que debe reinar en las
relaciones entre los hombres. Reconocer estos derechos naturales del hombre
lleva a reconocer el orden objetivo de las relaciones humanas fundado sobre la
ley natural.
98. Las ósmosis político-religiosas del pasado como las experiencias totalitarias
del siglo XX han conducido, gracias a una sana reacción, a subrayar hoy el valor
de la razón en política, haciendo que resulte de nuevo pertinente el discurso
aristotélico-tomista sobre la ley natural. La política, es decir, la organización de
la sociedad y la elaboración de sus proyectos colectivos, pone de relieve el orden
natural y debe llevar a un debate racional abierto sobre la trascendencia.
99. La ley natural, que es la base del orden social y político, no pide una adhesión
de fe, sino de razón. Ciertamente la razón con frecuencia está oscurecida por las
pasiones, los intereses contrarios, los prejuicios. Pero la referencia constante a la
ley natural impulsa a una continua purificación de la razón. Solamente así el
orden político evita la plaga de la arbitrariedad, de los intereses particulares, de la
mentira organizada, de la manipulación de las conciencias. Las referencias a la
ley natural impiden que el Estado ceda a la tentación de absorber a la sociedad
civil y someta a los hombres a una ideología. Evita también que se desarrolle un
Estado providencia que priva a las personas y a las comunidades de toda
iniciativa y les arranca la responsabilidad. La ley natural contiene la idea del
Estado de derecho que se estructura conforme al principio de subsidiariedad,
respetando a las personas y a los cuerpos intermedios y regulando sus mutuas
actuaciones[88].
100. Los grandes mitos políticos solo han podido ser desenmascarados mediante
la regla de la racionalidad y teniendo en cuenta la trascendencia del Dios de amor
que prohíbe adorar el orden político establecido sobre la tierra. El Dios de la
Biblia ha querido el orden de la creación para que todos los hombres, al
conformarse con la ley inherente a ellos mismos, puedan buscarle libremente y,
una vez que le hayan encontrado, proyectar sobre el mundo la luz de la gracia,
que es su plena realización.
V
JESUCRISTO, CUMPLIMIENTO DE LA LEY NATURAL
102. El designio de salvación cuya iniciativa procede del Padre eterno se lleva a
cabo mediante la misión del Hijo que da a los hombres la Ley nueva, la Ley del
Evangelio, que consiste principalmente en la gracia del Espíritu Santo que actúa
en el corazón de los creyentes para santificarles. La Ley nueva ante todo se
orienta a procurar a los hombres la participación en la comunión trinitaria de las
Personas divinas, pero, al mismo tiempo, asume y realiza de modo eminente la
ley natural. Por una parte, recoge claramente las exigencias que pueden estar
oscurecidas por el pecado y por la ignorancia. Por otra parte, al liberar a los
hombres de la ley del pecado que da lugar a que «querer está a mi alcance, pero
hacer lo bueno, no» (Rom 7,18), da la capacidad efectiva de superar su egoísmo
para poner plenamente en práctica las exigencias humanizadoras de la ley
natural.
104. Pero, por el pecado, el hombre hizo un mal uso de su libertad y se apartó de
la fuente de la sabiduría. Al hacer esto ha quedado falseada la percepción que
había podido tener del orden objetivo de las cosas, incluso en el plano natural.
Los hombres, sabiendo que sus obras son malas, aborrecen la luz y elaboran
falsas teorías para justificar sus pecados[90]. También la imagen de Dios en el
hombre ha quedado gravemente oscurecida. Aunque su naturaleza les remite
todavía a una realización en Dios más allá de sí mismos (la criatura no puede
pervertirse hasta el punto de que no perciba los testimonios que el Creador deja
de sí en la creación), los hombres de hecho están tan gravemente afectados por el
pecado que ignoran el sentido profundo del mundo y lo interpretan en función del
placer, del dinero o del poder.
109. Pero sobre todo es en el misterio de su santa Pasión donde Jesús lleva a su
cumplimiento la ley de amor. Allí, como Amor encamado, revela de una manera
plenamente humana lo que es el amor y lo que implica: dar la vida por aquellos a
quienes se ama[100]. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó basta el extremo» (Jn 13,1). Por obediencia de amor al Padre y por el deseo
de su gloria que consiste en la salvación de los hombres, Jesús acepta el
sufrimiento y la muerte de Cruz en favor de los pecadores. La persona misma de
Cristo, Logos y Sabiduría encarnada, se convierte así en la Ley viva, la norma
suprema de toda ética cristiana. La sequela Christi, la imitatio Christi, son los
caminos concretos para realizar la Ley en todas sus dimensiones.
110. Jesucristo no es solamente un modelo ético que se deba imitar, sino, por y
en su misterio pascual, es el Salvador que da a los hombres la posibilidad real de
llevar a la práctica la ley del amor. En efecto, el misterio pascual culmina en el
don del Espíritu Santo, Espíritu de amor común al Padre y al Hijo, que une a los
discípulos entre ellos, a Cristo, y finalmente al Padre. Al haber sido derramado el
amor de Dios en nuestros corazones (Rom 5,5), el Espíritu Santo se convierte en
el principio interior y en la regla suprema de la actuación de los creyentes. Les
concede cumplir espontáneamente y con justicia todas las exigencias del amor.
«Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne» (Gál 5,16).
Así se cumplió la promesa: «Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu
nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de
carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que
guardéis y cumpláis mis mandatos» (Ez 36,26s)[101].
112. La Ley nueva del Evangelio incluye, asume y cumple las exigencias de la
ley natural. Las orientaciones de la ley natural no son, pues, instancias
normativas exteriores respecto a la Ley nueva. Son una parte constitutiva de la
misma, aunque secundaria y ordenada al elemento principal, que es la gracia de
Cristo[104]. Así pues, a la luz de la razón iluminada por la fe viva, el hombre
capta mejor las orientaciones de la ley natural que le indican el camino de una
plena realización de su humanidad. De este modo la ley natural, por una parte
crea «un vínculo fundamental con la ley nueva del Espíritu de vida en Cristo
Jesús, y, por otra, permite también una amplia base de diálogo con personas de
otra orientación o formación, para la búsqueda del bien común»[105].
CONCLUSIÓN
[*] Nota preliminar: El tema «En busca de una ética universal: nueva perspectiva
sobre la ley natural» fue propuesto a la Comisión Teológica Internacional para su
estudio. Se formó una Subcomisión para preparar esta materia, compuesta por el
Excmo. Mons..Roland Minnerath, los .Revmos. profesores: P. Serge-Thomas
Bonino, OP (presidente de la Subcomisión), Geraldo Luis Borges Hackmann,
Pierre Gaudette, Tony Kelly, CssR, Jean Liesen, John Michael McDermort, SI,
los Ilmos. profesores Dr. Johannes Reiter y Dra. Barbara Hallensleben, con la
colaboración de S.E. Mons. Luis Ladaria, SI, secretario general, junto con las
aportaciones de otros miembros. La discusión general tuvo lugar con ocasión de
las sesiones plenarias de la misma Comisión Teológica Internacional en Roma,
en octubre de 2006 y 2007 y en diciembre de 2008. El documento fue aprobado
por unanimidad y fue presentado a su presidente, el cardenal William J. Levada,
que dio su aprobación para que se publique.
[3] Juan Pablo II, Discurso del 5 de octubre de 1995 a la Asamblea general de
las Naciones Unidas para la celebración del cincuentenario de su fundación.
[4] Cf. Benedicto XVI, Discurso del 18 de abril de 2008 ante la Asamblea
general de la ONU: «La Declaración Universal tiene el mérito de haber
permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de
derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales.
No obstante, hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para
reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su
íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad
humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares […] La
experiencia nos enseña que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia
cuando la insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como
resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por
las diversas agencias de los que están en el poder. Cuando se presentan
simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de
convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional,
que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha
reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado
principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la
fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales. Este aspecto se ve
frecuentemente desatendido cuando se intenta privar a los derechos de su
verdadera función en nombre ele una mísera perspectiva utilitarista».
[7] San Agustín, De doctrina christiana, III, XIV, 22 (CChL 32,91) : «El
mandamiento: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” no puede en
modo alguno variar según la diversidad de los pueblos (“Quod tibi fieri non vis,
alii ne feceris”, nullo modo posse ulla eorum gentili diversitate variari)». Cf. L. J.
Philippidis, Die «Goldene Regel» religionsgeschichtlich Untersucht (Leipzig
1929); A. Dihle, Die Goldene Regel. Eine Einführung in die Geschichte der
antiken und frühchristlichen Vulgarethik, (Gotinga 1962); J. Wattles, The Golden
Rule (Nueva York-Oxford 1996)
[9] Mahābhārata, Anusasana parva, 113, 3-9 (ed. Ishwar Chundra Sharma – O.
N. Bimail; transl. according to M. N. Dutt, IX [Parimal Publications, Delhi] 469).
[11] Confucius, Entretiens 15, 23, traducción de A. Cheng (París 1981) 125.
[13] Corán, Sura 17, 22-38: «Tu Señor ha establecido que no le adoréis mas que
a él. Ha prescrito actuar con bondad con el padre y la madre. Si uno de los dos, o
los dos, han llegado a la vejez junto a ti, no les dirás: “Quita de en medio”, ni les
responderás, dirigiéndoles palabras sin respeto. Y extiende sobre ellos con
humildad las alas de tu benevolencia, y di: “¡Oh, Señor mío! ¡Apiádate de ellos,
como ellos cuidaron de mí y me educaron siendo niño!” Vuestro Señor es
plenamente consciente de lo que hay en vuestros corazones, Si sois rectos, [os
perdonará vuestras faltas]: pues, ciertamente, él es indulgente con los que se
vuelven a él una y otra vez. Y da a los parientes lo que es suyo por derecho, así
como al necesitado y al viajero, pero no derroches sin sentido. Ciertamente,
quienes derrochan son hermanos de los demonios, ya que Satán se ha mostrado
en verdad muy ingrato con su Señor. Y si tuvieras que apartarte de esos que están
necesitados, porque tú también estás buscando una gracia de tu Señor que esperas
conseguir, al menos háblales con amabilidad. Y no dejes que tu mano quede
atada a tu cuello, ni la extiendas hasta el límite de tu capacidad, para que no te
veas censurado por los tuyos, o en la indigencia. Ciertamente, tu Señor da el
sustento en abundancia, o en medida escasa, a quien él quiere: en verdad, él es
plenamente consciente de las necesidades de sus servidores, y los ve
perfectamente. Así pues, no matéis a vuestros hijos por miedo a la pobreza:
Nosotros les daremos el sustento a ellos y también a vosotros. En verdad,
matarles es un gran pecado. Y no cometáis adulterio, pues, ciertamente, es una
abominación y un mal camino. Y no quitéis la vida, que Dios ha declarado
sagrada, a ningún ser humano, si no es por una razón justa […] Y no toquéis los
bienes del huérfano sino para mejorarlos antes de que este alcance la mayoría de
edad. ¡Y cumplid todos los compromisos, pues, ciertamente, en el Día del Juicio
habréis de dar cuenta de cada promesa que hayáis hecho! Y dad la medida
completa cuando midáis, y pesad con una balanza justa: esto será por vuestro
propio bien, y lo mejor en definitiva. Y no te ocupes de aquello de lo que no
tienes conocimiento: ¡en verdad, el oído, la vista y el corazón, todos ellos, habrán
de responder por ello en el Día del Juicio! Y no camines por la tierra con
arrogante presunción: pues, ¡ciertamente, nunca podrás hender la tierra, ni crecer
tan alto como las montañas! La maldad de todo esto es detestable a los ojos de
Dios».
[15] Cf. Aristóteles, Retórica, 1, XIII, 2 (1373 b 4-11): «La ley particular (nomos
idios) es la que determina cada grupo de hombres con respecto a sus miembros, y
esta ley se divide en: ley no escrita y ley escrita. La ley común (nomos koinos) es
la que existe Como conforme a la naturaleza (kata physin). En efecto, hay cosas
justas e injustas, en la naturaleza, que todo el mundo reconoce por una especie de
intuición, sin que se explique ni sea por un acuerdo mutuo. Así lo vio la Antígona
de Sócrates al declarar que es justo sepultar a Polinices, cuyo enterramiento había
sido prohibido, alegando que tal inhumación es justa al ser conforme a la
naturaleza»; cf. también Ética a Nicómaco, V, 10.
[16] Platón, Gorgias (483c-484b), Discurso de Calicles: «La naturaleza misma
demuestra que es justo que el fuerte tenga más que el débil y el poderoso más que
el que no lo es. Y lo demuestra que es así en todas partes, tanto en los animales
como en todas las ciudades y razas humanas, el hecho de que de este modo se
determine lo justo: que el fuerte domine al débil y posea más. En efecto, ¿en qué
clase de justicia se fundó Jerjes para hacer la guerra a Grecia, o su padre a los
escitas, e igualmente, otros infinitos casos que se podrían citar? Sin embargo, a
mi juicio, estos obran con arreglo a la naturaleza de lo justo, y también, por Zeus,
con arreglo a la ley de la naturaleza. Sin duda, no con arreglo a esta ley que
nosotros establecemos, por la que modelamos a los mejores y más fuertes de
nosotros, tomándolos desde pequeños, como a leones, y por medio de encantos y
hechizos los esclavizamos, diciéndoles que es preciso poseer lo mismo que los
demás y que esto es lo bello y lo justo. Pero yo creo que si llegara a haber un
hombre con índole apropiada, sacudiría, quebraría y esquivaría todo esto, y
pisoteando nuestros escritos, engaños, encantamientos y todas las leyes contrarias
a la naturaleza, se sublevaría y se mostraría dueño este nuestro esclavo, y
entonces resplandecería la justicia de la naturaleza».
[18] Cf., por ejemplo, Séneca, De vita beata, VIII, 1: «Hay que servirse de la
naturaleza como guía: a ella se atiene la razón, a ella consulta. Es entonces lo
mismo vivir felizmente que conforme a la naturaleza (natura enim duce utendum
est: hanc ratio observat, hanc consulit. Idem est ergo beate viviere et secundum
naturam)».
[19] Cicerón, De legibus, I, VI, 18: «Lex est ratio summa insita in natura quae
iubet ea quae facienda sunt prohibetque contraria».
[21] El judaísmo rabínico hace referencia a siete imperativos morales que Dios
ha establecido para todos los hombres. Están enumerados en el Talmud
(Sanhedrin 56), 1) No te harás ídolos; 2) No matarás; 3) No robarás; 4) No
cometerás adulterio; 5) No blasfemarás; 6) No comerás la carne de un animal
vivo; 7) Establecerás tribunales de justicia para que se respeten los seis
mandamientos anteriores. Aunque las 613 mitzot de la Torá escrita y su
interpretación en la Torá oral no afectan más que a los judíos, las leyes de Noé se
dirigen a todos los hombres.
[23] Cf. Prov 6,6-9: «Ve a observar a la hormiga, perezoso, / fíjate en sus
costumbres y aprende. / No tiene capataz, / jefe ni inspector; / pero reúne su
alimento en verano, / recopila su comida en la cosecha. / ¿Hasta cuándo
dormirás, perezoso?, / ,cuándo te sacudirás la modorra?».
[24] Cf. también Lc 6,31: «Y como queráis que la gente se porte con vosotros, de
igual manera portaos con ella».
[26] Cf. Conc. Vaticano I, Constitución dogmática Dei Filius, cap. 2. Cf. también
Hch 14,16s: «En las generaciones pasadas, permitió que cada pueblo anduviera
por su camino; aunque no ha dejado de dar testimonio de sí mismo con sus
beneficios, mandándoos desde el ciclo la lluvia y las cosechas a sus tiempos,
dándoos comida y alegría en abundancia»,
[28] Cf. Rom 7,22s: «En efecto, según el hombre interior, me complazco en la
ley de Dios; pero percibo en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi
razón (tô nomô tou noos mou), y me hace prisionero de la ley del pecado que está
en mis miembros».
[30] San Agustín, Contra Faustum XXII, c.27 (PL 42, col. 415): «Lex vero artena
est, ratio divina vel voluntas Dei, ordinem naturalem conservari iubens,
perturbari vetans». Por ejemplo, san Agustín rechaza la mentira porque se opone
directamente a la naturaleza del lenguaje y a su finalidad de ser signo del
pensamiento, cf. Enchiridion, VII, 22 (CChL 46,62): «No se ha dado la palabra a
los hombres para engañarse mutuamente, sino para llevar sus pensamientos al
conocimiento de otro. Por ello, emplear las palabras para engañar, y no para lo
que han sido establecidas, es pecado (Et utique verba propterea sunt instituta non
per quae invicem se homines fallant sed per quae in alterius quisque notitiam
cogitationes suas perferat. Verbis ergo uti ad fallaciam, non ad quod instituta
sunt, peccatum est)».
[31] San Agustín, De Trinitate, XIV, XV, 21 (CChL 50,451); «¿Dónde están
escritas estas reglas? ¿De dónde se conoce lo que es justo, dónde mira para tener
lo que el mismo no tiene? ¿Dónde están escritas si no es en el libro de aquella luz
que se dice que es la verdad en que está escrita roda ley justa y en el corazón del
hombre que realiza la justicia está presente no por un desplazamiento, sino como
la imagen pasa del anillo a la cera sin dejar el anillo? (Ubinam sunt istae regulae
scriptae, ubi quid sit iustum et iniustus agnoscit, ubi cernit habendum esse quod
ipse non habet? Ubi ergo scriptae sunt, nisi in libro lucis illius quae veritas dicitur
unde omnis lex justa describitur et in cor hominis qui operatur iustitiam non
migrando sed tamquam imprimendo transfertur, sicut imago ex anulo et in ceram
transit et anulum non relinquit?)».
[32] Cf. Gaius, Institutes,1,1 (siglo II d.C.) ed. f. Reinach (Collection des
universités de France; París 1950) 1: «Quod vero naturalis ratio inter omnes
homines constituit, id apud omnes populos peraeque custoditur vocaturque ius
gentium, quasi quo iure omnes gentes utuntur. Populus itaque romanus partim
suo proprio, partim communi omnium hominum iure utitur».
[33] Santo Tomás de Aquino distingue claramente entre el orden político natural
fundado en la razón y el orden religioso sobrenatural, fundado en la gracia de la
revelación. Se opone a los filósofos musulmanes y judíos de la Edad Media que
atribuían a la revelación religiosa un papel esencialmente político.
Cf. Quaestiones disputatae de veritate, q.12 a.3 ad 11: «La sociedad humana en
cuanto que se ordena al fin de la vida eterna solo puede conservarse mediante la
justicia de la fe, cuyo principio es la profecía [..] Pero como este fin es
sobrenatural, tanto la justicia ordenada a este fin, como la profecía, que es su
principio, resultará también sobrenatural. En cambio, la justicia mediante la que
se gobierna la sociedad humana en orden al bien civil se puede alcanzar de
manera suficiente mediante los principios de derecho natural inscritos en el
hombre (societas hominum secundurn quod ordinatur ad finem vitae aeternae,
non potest conservari nisi per iustitiam fidei, cuius principium est prophetia [...]
Sed cum hic finis sic supernaturalis, et iustitia ad hunc finem ordinata, et
prophetia, quae est eius principium, erit supernaturalis. Iustitia vero per quam
gubernatur societas humana in ordine ad bonum civile, sufficienter potest haberi
per principia iuris naturalis homini indita)».
[35] Thomas Hobbes, Léviathan, Segunda parte, cap. 26 (París 1971) 295, nota
81: «En una ciudad adecuadamente constituida, la interpretación de las leyes de
la naturaleza no depende ni de los doctores, ni de autores que se han ocupado de
la filosofía moral, sino de la autoridad de la ciudad. En efecto, las doctrinas
pueden ser verdaderas, pero es la autoridad, no la verdad la que causa la ley».
[42] Cf. Benedicto XV, Discurso del 18 de abril de 2008 ante la Asamblea
general de la ONU: «Estos derechos [los derechos humanos] se basan en la ley
natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y
civilizaciones. Arrancar los derechos de este contento significaría restringir su
ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la
interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en
nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso
religiosos».
[44] Cf. Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, 44: «La Iglesia se ha referido
a menudo a la doctrina tomista sobre la ley natural, asumiéndola en su enseñanza
moral».
[45] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 94, a. 2: «Este es […]el
primer precepto de la ley: hacer el bien y evitar el mal. Y sobre este se
fundamentan todos los otros preceptos de la ley natural, de manera que todas
aquellas cosas que se deben hacer o evitar pertenecen a los preceptos de la ley
natural, que la razón práctica, de manera natural, aprehende que son bienes
humanos (Hoc est […] primum praeceptum legis, quod bonum est faciendum et
prosequendum, et malum vitandum. Et super hoc fundantur omnia alia praecepta
legis naturae, ut scilicet omnia illa facienda vel vitanda pertineant ad praecepta
legis naturae, quae ratio practica naturaliter apprehendit esse bona humana)».
[46] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 79, a. 12; Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1780.
[47] Cf. R. Guardini, Liberté, grâce et destinée (Paris, 1960), 46s: «Llevar a la
práctica el bien significa llevar a al práctica lo que hace fecunda y rica a la
existencia. Así, el bien es lo que preserva la vida y la lleva a su plenitud, pero
solo cuando se realiza por él mismo».
[48] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 91, a. 2: «Entre
todos los seres la criatura racional se somete a la providencia divina de un modo
más excelente por el hecho de que participa ella misma de esta providencia, al
proveer para sí y para otros. Por ello la razón eterna está participada en ella,
mediante la cual tiene una inclinación natural al acto y al fin debido. Y esta
participación de la ley eterna en la criatura racional se denomina ley natural
(Inter cetera autem rationalis creatura excellentiori quodam modo divinae
providentiae subiacet, inquantum et ipsa fit providentiae particeps, sibi ipsi et
aliis providens. Unde et in ipsa participatur ratio aeterna, per quam habet
naturalem inclinationem ad debitum actum et finem. Et talis participatio legis
aeternae in rationali creatura lex naturalis dicitur)». Este texto es citado por Juan
Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 43. Cf. también Concilio Vaticano II,
Declaración Dignitatis humanae, n. 3: «La norma suprema de la vida humana es
la misma ley divina eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y
gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de
su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe al hombre de esta ley, de manera
que el hombre, por suave disposición de la divina Providencia, puede conocer
más y más la verdad inmutable».
[54] Cf. Aristóteles, Política, I,2 (1253 a 2-3); Concilio Vaticano II, Constitución
pastoral Gaudium et spes, n. 12, § 4.
[56] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q.94, a.6: «En cuanto
a los otros preceptos secundarios, la ley natural puede ser borrada del corazón de
los hombres, sea por engañosas propagandas, del mismo modo que en lo
especulativo se producen errores acerca de conclusiones necesarias, sea por
malas costumbres y hábitos corrompidos, como entre algunos no se consideraban
pecado los robos, o los vicios contra la naturaleza, como explica también el
Apóstol (Rom 1,24) (Quantum vero ad alia praecepta secundaria, potest lex
naturalis deleri de cordibus hominum, vel propter malas persuasiones, eo modo
quo etiam in speculativis errores contingunt circa conclusiones necessarias; vel
etiam propter pravas consuetudines et habitus corruptos; sicut apud quosdam non
reputabantur latrocinia peccata, vel etiam vitia contra naturam, ut etiam apostolus
dicit, ad Rom. I)».
[57] Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 94, a. 4: «Ratio practica
negotiatur circa contingentia, in quibus sunt operationes humanae, et ideo, etsi in
communibus sit aliqua necessitas, quanto magis ad propria descenditur, tanto
magis invenitur defectus [...]. In operativis autem non est eadem veritas vel
rectitudo practica apud omnes quantum ad propria, sed solum quantum ad
communia, et apud illos apud quod est eadem recititudo in propriis, non est
aequaliter omnibus nota. [...]. Et hoc tanto magis invenitur deficere, quanto magis
ad particularia descenditur».
[58] Cf. Santo Tomás de Aquino, Sententia libri Ethicorum, lib. VI, 6 (ed.
Leonina, t. XLVII, 353s): «La prudencia no considera solo lo universal, en lo
cual no se realiza la acción, sino que es preciso que conozca los singulares, pues
es activa [la prudencia], es decir, el principio del actuar, La acción se ocupa de lo
singular. Por ello, algunos que no tienen conocimiento de lo universal son más
activos respecto a lo particular que los que tienen un conocimiento universal,
pues tienen experiencia de las realidades particulares […] Puesto que la
prudencia es razón activa, es preciso que el prudente tenga ambos conocimientos,
es decir, de lo universal y de lo particular; y, si resultara que solo puede tener
uno, debe tener más el de las cosas particulares, que están más cercanas a la
operación (Prudentia enim non considerat solum universalia, in quibus non est
actio; sed oportet quod cognoscat singularia, eo quod est activa, idest principium
agendi. Actio autem est circa singularia. Et inde est, quod quidam non habentes
scientiam universalium sunt magis activi circa aliqua particularia, quam illi qui
habent universalem scientiam, eo quod sunt in aliis particularibus experti. [...]
Quia igitur prudentia est ratio activa, oportet quod prudens habeat utramque
notitiam, scilicet et universalium et particularium; vel, si alteram solum contingat
ipsum habere, magis debet habere hanc, scilicet notitiam particularium quae sunt
propinquiora operationi)»
[60] En este primer nivel la expresión de la ley natural suele hacer abstracción de
una referencia explícita a Dios. Ciertamente la apertura a la trascendencia forma
parte de los comportamientos virtuosos que deben esperarse del hombre
realizado, pero Dios todavía no aparece necesariamente reconocido como el
fundamento y la fuente de la ley natural ni como el fin último que pone en
movimiento y ordena los diversos comportamientos virtuosos. Este no
reconocimiento explícito de Dios Como norma moral última parece impedir que
este acercamiento «empírico» a la ley natural se constituya propiamente en una
doctrina moral.
[62] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 91, a. 1: «La ley no
es otra cosa que un cierto dictamen de la razón práctica en el que gobierna alguna
comunidad perfecta. Es claro que, supuesto que el mundo es gobernado por la
providencia divina [...] toda la comunidad del universo es regida por la razón
divina. Y por ello la misma razón del gobierno de las cosas en Dios, como la que
se da en el que gobierna la comunidad, tiene razón de ley. Y porque la razón
divina no concibe nada a partir del tiempo, sino que posee un concepto eterno
[…] de ahí se sigue que este tipo de ley debe denominarse eterna (Nihil est aliud
lex quam quoddam dictamen practicae rationis in principe qui gubernat aliquam
communitatem perfectam. Manifestum est autem, supposito quod mundus divina
providentia regatur [...] quod tota communitas universi gubernatur ratione divina.
Et ideo ipsa ratio gubernationis rerum in Deo sicut in principe universitatis
existens, legis habet rationem. Et quia divina ratio nihil concipit ex tempore, sed
habet aeternum conceptum [...] inde est quod huiusmodi legem oportet dicere
aeternam)»
[63]Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 91, a. 2: «Unde patet
quod lex naturalis nihil aliud est quam participatio legis aeternae in rationali
creatura».
[64] Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 4. La enseñanza sobre la ley
natural como fundamento de la ética es de por sí accesible a la razón natural. La
historia, sin embargo, muestra que, de hecho, esta enseñanza no ha alcanzado su
madurez plena si no es bajo el influjo de la revelación cristiana. Ante todo porque
la comprensión de la ley natural corno participación de la ley eterna esta
estrechamente ligada a una metafísica de la creación. Ahora bien, esta enseñanza,
de por sí accesible a la razón filosófica, solo ha sido propuesta con claridad y
explicitada bajo el influjo del monoteísmo bíblico. Además, como la Revelación,
por ejemplo a través del Decálogo, explicita, confirma, purifica y cumple los
principios fundamentales de la ley natural.
[65] La teoría de la evolución, que tiende a reducir la especie a un equilibrio
precario y provisional en el flujo del devenir, ¿no pone en cuestión radicalmente
el concepto mismo de naturaleza? En realidad, sin entrar en el valor que pueda
tener en el plano de la descripción biológica empírica, la noción de especie
responde a una exigencia permanente de la explicación filosófica del ser vivo.
Solo el recurso a una especificidad formal, irreductible a la suma de las partes
materiales, permite dar razón de la inteligibilidad del funcionamiento interno de
un organismo vivo considerado como un todo coherente.
[66] La doctrina teológica del pecado original subraya fuertemente la unidad real
de la naturaleza humana. Esta no se puede reducir ni a una simple abstracción ni
a la suma de realidades individuales. Designa más bien una totalidad que abraza a
todos los hombres que participan de un mismo destino. El simple hecho de nacer
(nasci, ser nacido) nos sitúa en un conjunto de relaciones estables de solidaridad
con todos los hombres.
[67] Boecio, Contra Eutychen et Nestorium, c. 3 (PL 64, col. 1344): «Persona est
rationalis naturae individua substantia». Cf. San Buenaventura, Commentaria in
librum I Sentantiarum, d.25, a.1, q. 2; Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologiae, I, q.29, a.1.
[69] Cf. San Atanasio de Alejandría, Tratado contra los paganos, 42 (SCh
18,195): «Como un músico que armoniza en su lira mediante su arte las notas
graves con las agudas y las notas medias con el resto, para interpretar una única
melodía, así la sabiduría de Dios, el Verbo, empleando el universo como una lira,
une los seres del aire con los de la tierra, los del cielo con los del aire; combina el
conjunto con las partes; guía todo mediante su mandato y su voluntad; produce,
así, en la verdad y la armonía, un solo mundo y un solo orden del mundo».
[71] Cf. Juan Pablo II, Carta a las familias, 19: «El filósofo que formuló el
principio Cogito, ergo sum: “Pienso, luego existo”, ha marcado también la
moderna concepción del hombre con el carácter dualista que la distingue. Es
propio del racionalismo contraponer de modo radical en el hombre el espíritu al
cuerpo y el cuerpo al espíritu. En cambio, el hombre es persona en la unidad de
cuerpo espíritu, El cuerpo nunca puede reducirse a pura materia: es un cuerpo
“espiritualizado”, así como el espirito está tan profundamente unido al cuerpo
que se puede definir como un espíritu “corporeizado”».
[76] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q.154, a. 11. El juicio
moral de los pecados contra la naturaleza debe tener en cuenta no solo su
gravedad objetiva, sino también las disposiciones subjetivas, con frecuencia
atenuantes, de aquellos que los cometen.
[78] Cf. Conc. Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 73s.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el n.1882, precisa que «algunas
sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más inmediatamente a la
naturaleza del hombre».
[79] Cf. Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra, n. 65; Conc. Vaticano II,
Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 26,1; Declaración Dignitatis
humanae, n. 6.
[81] Cf Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris, n. 37; Pontificio Consejo Justicia
y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 192-203.
[82] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q.95, a.2.
[83] San Agustín, De libero arbitrio, I,V, 11 (CChL 29,217): «Nam lex mihi esse
non videtur, quae iusta non fuerit»; Santo Tomás de Aquino, Summa
theologiae, I-II q.93 a.3 ad 2: «La ley humana tiene razón de ley en la medida en
que es conforme a la recta razón; en este sentido es claro que procede de la ley
eterna. En la medida en que se aparta de la razón se denomina ley inicua, y en
este sentido no tiene razón de ley (lex humana intantum habet rationem legis,
inquantum est secundum rationem rectam, et secundum hoc manifestum est quod
a lege aeterna derivatur. Inquantum vero a ratione recedit, sic dicitur lex iniqua,
et sic non habet rationem legis, sed magis violentiae cuiusdam)»; I-II q.95 a.2
«Toda ley establecida por los hombres tiene razón de ley en cuanto se deriva de
la ley de la naturaleza. Si en algo está en desacuerdo con la ley natural, ya no será
una ley, sino la corrupción de una ley (Unde omnis lex humanitus posita intatum
habet de ratione legis, inquantum a lege naturae derivatur. Si vero in aliquo a lege
naturali discordet, aim non erit lex sed legis corruptio)».
[84] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q. 97, a.1.
[85] Para san Agustín, el legislador debe, para hacer algo bueno, tener presente la
ley eterna; cf. San Agustín, De vera religione, XXXI, 58 (CChL 32, 225): «El
legislador temporal, si es sabio y hombre de bien, tiene presente la ley eterna, que
a nadie se le ha concedido juzgar, para que, según las normas inmutables,
discierna lo que se debe ordenar y prohibir en un determinado tiempo (Conditor
tamen legum temporalium, si vir bonus est et sapiens, illam ipsam consulit
aeternam, de qua nulli animae iudicare datum est; ut secundum eius immutabiles
regulas, quid sit pro tempore iubendum vetandumque discernat)». En una
sociedad secularizada, donde no todos reconocen la presencia de esta ley eterna,
la búsqueda, la salvaguarda y la expresión del derecho natural por la ley positiva
garantizan la legitimidad ele la misma.
[87] Cf. Pío XII, Discurso del 23 de marzo de 1958: AAS 25 (1958) 220.
[91] GS 22. Cf. San Ireneo de Lyon, Contra las herejías, V, 16, 2 (SCh
153,216s): «En los tiempos antiguos se decía con razón que el hombre había sido
hecho a imagen de Dios, pero esto no aparecía porque el Verbo todavía era
invisible, aquel a imagen del cual el hombre había sido hecho: este es, por lo
dermis, el motivo por el cual la semejanza también se había perdido fácilmente.
Pero una vez que el Verbo se ha hecho carne, confirma una y otra: hace que
aparezca la imagen en toda su verdad, al hacerse él mismo aquello que era su
imagen, y restablece la semejanza de manera estable, al hacer al hombre
semejante al Padre invisible mediante el Verbo que en adelante es visible».
[92] Cf. San Agustín, Enarrationes in Psalmos, LVII, 1 (CChL 39,708): «En
cieno momento por la mano de nuestro creador la Verdad escribió en nuestros
corazones: “Lo que no quieres que te suceda, no lo hagas a otro”. Esto, y antes ya
de que se diera la ley, a nadie era lícito ignorarlo, de manera que también podían
ser juzgarlos aquellos a los que no se había dado la ley. Sin embargo, para que
los hombres no se quejaran de que les faltaba algo, fue escrito, y en tablas, lo que
no leían en los corazones. No es que no lo tuvieran escrito, es que no querían
leerlo. Se puso ante sus ojos lo que en conciencia estaban obligados a captar; y el
hombre, como movido desde fuera por la voz de Dios, estaba impulsado a
dirigirse a su interior (Quandoquidem manu formatoris nostri in ipsis cordibus
nostris scripsit: “Quod tibi non vis fieri, ne facias alteri”. Hoc et antequam lex
daretur nemo ignorare permissus est, ut esset unde iudicarentur et quibus lex non
esset data. Sed ne sibi homines aliquid defuisse quaererentur, scriptum est et in
tabulis quod in cordibus non legebant. Non enim scriptum non habebant, sed
legere nolebant. Oppositum est oculis eorum quod in conscientia videre
cogerentur; et quasi forinsecus admota voce Dei, ad interiora sua homo
compulsus est) ». Cf. Santo Tomás de Aquino, In III Sent., d.37 q.1 a.1:
«Necessarium fuit ea quae naturalis ratio dictat, quae dicuntur ad legem naturae
pertinere, populo in praeceptum dari, et in scriptum redigi [...] quia per
contrariam consuetudinem, qua multi in peccato praecipitabantur, iam apud
multos ratio naturalis, in qua scripta erant, obtenebrata erat»; Summa
theologiae, I-II q.98 a.6.
[96] Cf. Gál 3,24-26: «La ley fue así nuestro ayo, hasta que llegara Cristo, a fin
de ser justificados por fe; pero una vez llegada la fe, ya no estamos sometidos al
ayo. Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús». Sobre la noción
teológica de cumplimiento, cf. Pontificia Comisión Bíblica, El pueblo judío y sus
Escrituras Santas en la Biblia cristiana, especialmente n.21.
[102] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q.106 a.1: «Lo
principal en la ley del Nuevo Testamento y en lo que está toda su fuerza, es la
gracia del Espíritu Santo, que se da mediante la fe en Cristo. Y por eso
principalmente la ley nueva es la misma gracia del Espíritu Santo que se da a los
fieles de Cristo (Id autem quod est potissimum in lege novi testamenti, et in quo
tota virtus eius consistit, est gratia Spiritus sancti, quae datur per fidem Christi. Et
ideo principaliter lex nova est ipsa gratia Spiritus sancti, quae datur Christi
fidelibus)».
[103] Cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-II, q.108 a.1 ad 2:
«Puesto que la gracia del Espíritu Santo es como un hábito interior infundido en
nosotros que nos mueve a obrar rectamente, hace que realicemos libremente
aquellas cosas que son convenientes a la gracia, y que evitemos lo que repugna a
la gracia. Así pues, se llama a la ley nueva ley de libertad de dos maneras. En un
sentido, porque solo nos obliga a realizar o evitar aquellas cosas que de por sí son
necesarias, o respectivamente opuestas a la salvación, que caen bajo el precepto o
la prohibición de la ley. En segundo lugar porque nos hace cumplir libremente
este tipo de preceptos y prohibiciones, en cuanto que las realizamos por el
impulso interior de la gracia. Y por estos dos motivos se denomina “ley de
perfecta libertad” (Sant:1,25) (Quia igitur gratia Spiritus sancti est Sicut interior
habitus nobis infusus inclinans nos ad recte operandum, facit nos libere operari
ea quae conveniunt gratiae, et vitare ea quae gratiae repugnant. Sic igitur lex
nova dicitur lex libertatis dupliciter. Uno modo, quia non arctat nos ad facienda
vel vitanda aliqua, nisi quae de se sunt vel necessaria vel repugnantia saluti, quae
cadunt sub praecepto vel prohibitione legis. Secundo, quia huiusmodi etiam
praecepta vel prohibitiones facit nos libere implere, inquantum ex interiori
instinctu gratiae ea implemus. Et propter haec duo lex nova dicitur lex perfectae
libertatis, Iac I, 25)».
[104] Santo Tomás de Aquino, Quodlibeta, IV, q.8, a.2: «La ley nueva, ley de
libertad, está contenida en los preceptos de la ley natural, en los artículos de fe y
en los sacramentos de la gracia (Lex nova, quae est lex libertatis [...] est contenta
praeceptis moralibus naturalis legis, et articulis fidei, et sacramentis gratiae)».
[105] Juan Pablo II, Discurso del 18 de enero de 2002: AAS 94 (2002) 334.