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UNA

CIUDAD
FELIZ
UNA
CIUDAD
FELIZ

Diego Juhant
Contacto con el autor:
diegojuant@msn.com

Colección Milena Clandestina

Dirección editorial: Fernando Vilches


Diseño de tapa e interiores: Ana Julia Fernández
Ilustración de tapa: Josefina Aránguiz Kenni
Edición: Milena Pergamino
Mail: milenapergamino@gmail.com
Facebook: @Milenapergamino

Todos los izquierdos están reservados para


Milena Caserola, editorial madre, en nuestro caso,
solo prohibimos no considerar el arte y diseño
de este libro, ni leer al menos, algunas páginas.

IMPRESO EN ARGENTINA

Juhant, Diego
Una ciudad feliz / Diego Juhant. 1a ed. facsímil.
Pergamino: MILENApergamino, 2020.
50 p.; 22 x 15cm.

ISBN
1. Literatura Argentina. 2. Narrativa. 3. Novela. Título.
CDD A863
La idea de «agotar» las posibilidades técnicas dadas,
de utilizar plenamente las capacidades existentes
para el consumo estético de masas,
forma parte del mismo sistema económico
que rechaza la utilización de esas capacidades
cuando se trata de eliminar el hambre.

Max Horkheimer y Theodor Adorno


I
–No, pero ese pendejo me tiene los ovarien sopa puesto
que ahora resulta que tenemol tour ya pago y al señor le
pinta un amasije justo el día doce entero: ¡justo el doce yo
ibestar las tetal sol arrancándome los pende la cageten Playa
Puta pra los Negros! Y él y la hermana y la mersa de amis-
tades que se iban a llevar para no hacerse la paja todel día,
iban a estar busconeando en los balnearios de trolingas, la
Gloria con la putita que se coge y el Osca con el amigo, el
Sandro, y ya estaba todo bien, decime si no era hermoso.
Pasan esos Negros doble mano que vos sí que te acordás,
Mili, cómo miran, cómo se te acercan y te apoyan el peda-
zo… ¡y después del doce ya no están, Milita, se los llevan!
¡Por eso yo anoté a los cinco que viajábamo, entre los días
siete y quince! ¡Pensando en los Negros, Mili, te acordás,
esos festejos, hasta la lengüita nos pasábamos yo y vos, pre-
ciosura y los Negros Porongudos meta ¡viejas, besensé! Vení
Mili dame un pico que me acuerdo del verano y me viene
una amargura, este boludo tiene novia y justo el doce parece
que la amasija, así que no puedo cagarle así el programa.
–Che, preciosura y decime, ¿cinco plazas? Yo tengo el ne-
gro de acá: Fierro. ¡Lo llevo! ¡Los lugares de Osca y Sandro
me los das para mí y para mi negro!, ¿qué te pa? Gloria y la
novia sí pueden ir. El boludo de Oscarcito ya se arregla, ¡que
se quede, brutita, y nos rajamos!
–Amor… pero el boludo también se lo merece, pasó a
séptimo grado el otro año, ahora repitió otra vez pero me
prometió que se va a poner las pilas este año. (Nos íbamos
en tour para entrar en los balnearios con los Negros y des-

9
pués del quince nos quedábamos en Mardel en el bulín de
Tito, que lo cojo todo el año los feriados acordándome del
bulo sin tener que gatillar.)
–¡Y que el nabo vaya el trece, después de amasijar a la
putita!
–Sí, corazón, pero en tour es más barato el pasaje. Si no,
con lo que me queda para tirar todo enero y la semana de
febrero le tengo que pagar un boleto de empresargentina a
cada uno y ya me baja el presupuesto como un finde, más o
meno y del Sorete no espero ni la hora, del Sorete.
–Pero chochi, si en el tour vos no pagás los viajes de Osca
y Sandro, con eso les pagás el boletito.
–¿No te digo que es más caro? Porque además, con el
tour podemos usar la vuelta en otra fecha, cuando van so-
brando asientos en febrero, de regreso, siempre ahí yo me
acomodo con un vete, me lo llevo para casy ya me forro
para marzo. Así, dale, seguime acariciando. Te juro te baño
el brazo. Mirá tocá cómo tengo los pezones.
–Te pago la diferencia. ¿Dale? Te presto a mi cogedor. No
sabés cómo percute. ¿Te cuento? Y después te chupo toda
mojadita.
–Dale, tocá y contame.
–Bueno, ¿vos me das una lamida mientras tanto?

En efecto, el desfile de Negros Gratis en los balnearios


más concurridos de la ciudad feliz culminaba junto con la
primera quincena del primer mes del año. El hecho de que

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los organizadores del evento invirtieran su energía y su capi-
tal en las costas del Mar Argentino renunciando a los bene-
ficios contantes, exigía una interpretación, y para encontrar
justificaciones al aparente despropósito, la crítica se dividía
en dos grupos. Por un lado, los opinadores de prestigio en-
tendían en ello un gesto de atención para con la pequeñísi-
ma burguesía nacional que, por su escaso poder adquisitivo,
quedaba relativamente marginada de los festejos de carna-
val en las playas de Brasil, adonde las caravanas de Negros
eran trasladadas inmediatamente un día después del quince
en aviones privados de la organización. Los más escépticos,
por el orto, indagaban en razones de orden mercantil y se
apoyaban teórica y metodológicamente en conceptos y mo-
delos sociológicos de flagrantes similitudes con un tipo de
percepción autóctona que, sin esfuerzos especiales, distin-
guía política y economía de cualquier intento hegemónico
de infundirles forma de moralidad, estética o sentido co-
mún a operaciones de indudable cariz político y económico
tendientes, en general, a la reproducción de las relaciones
sociales de producción y distribución de la producción, y,
en particular, a garantizarles a los sectores responsables de
esa reproducción de relaciones de producción y distribu-
ción la permanencia del poder y el prestigio de distinción
en el campo de la dominación política y económica sin dar
a los dominados la chance de entender por qué mecanismos
del ojete eran loqueran. Los espacios de circulación de los
productos del pensamiento común, sin ir más lejos, si bien
sin el desarrollo de una conciencia cabal de las similitudes

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de percepción con la segunda facción de la crítica de espec-
táculos, solían poner en evidencia su homología con aquella
en el procesamiento de los datos. Así por ejemplo se puede
observar en una publicación escogida al azar:

Reenvía este mensaje si…


… te tragaste dos negros en La Perla, adelantaste las vaca-
ciones del año que viene, sacaste un crédito personal a sola
firma y te fuiste atrás de la Caravana de Esclavos Sexuales
con las tetas al aire hasta Copacabana!!! clickhdp:rst//claro.
com.ar/cfk=?VHSnoesist+=(

Claro que existía toda otra percepción que privilegiaba


los pliegues más unívocos y palpables de este y de cualquier
otro fenómeno, de esta y cualquier índole: a este tipo ads-
cribían Banca Ordóñez y Mili Cuzcu, Put@s del Arraigo.
Para ambas la existencia de un día entero en que los Negros
desfilaban por Playa Puta representaba exactamente la posi-
bilidad de ser, durante todo un día, doblemente penetradas
y gozar en simultáneo del contacto dérmico con dos, tres
o cuatro Negros más por cada una sin tener que abonar
un centavo a la organización. Cabía además la certeza de
poder seguir el recorrido de la caravana por los balnearios
privados de sur a norte y llegar a mamar siempre alguna
Verga rezagada o despreciada por el tumulto de señoras y
señores dueños de su respectiva parcela de costa atlántica

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por semana, quincena o temporada. (Existían también los
abonos por jornada, para visitantes de ocasión o pobres que
pretendían distinguirse de las Playas de los Chorros y Asesi-
nos al menos una vez en el verano, pero ese tipo de servicio
a extraños quedaba suspendido indudablemente en los días
de Negros precarnaval, días en que final e irreparablemente
se minaba de individuos e individuas, obviamente sin pagar,
pero que venían siempre atrás de la caravana.) Las posibi-
lidades, igualmente, para Put@s del Arraigo como Banca y
Mili, seguían siendo muchas debido a la extensión de los
desfiles, ya que era un espectáculo de ocho días ininterrum-
pidos y en algunos balnearios donde abundaban más bien
viejos y viejas (así llamados por la franja etaria en que se
situaban), momento del día llegaba en que todos habían
quedado extasiados y los negros no eran retirados hasta que
no hubieran transcurrido exactas las veinticuatro horas, y
era entonces cuando las viejas put@s y los viejos put@s que
venían en procesión atrás de la caravana, podían degustar
bastante íntegramente de a dos o tres porongas siempre
erectas. El día de Playa Puta eran locales, por supuesto, y
tenían prioridad en la elección y las cogidas.

–Este tiene veintidós, pero es de grueeesa… –empezó


Mili a relatar y describir su negro particular adquirido en
una feria en la Avenida, mientras la otra abajo le golpetea-

1
El lenguaje “inclusivo” responde a una nomenclatura propia del mundo representado. (N. de Ed.)

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ba enérgicamente el timbre con la puntite la lengua y le
costaba captar las palabras en su extensión porque en cada
estremecimiento Mili contraía las patitas y le apoyaba las
nalgas en las orejas y formaba internamente ese ruidito con-
ductor de la locura. Así que Banca escuchaba un pla pla plá,
escuchaba un pla y un fuifui (producto del rozamiento de
las nalgas y ese viento sopapero) y por momentos la voz de
la amiga: –vino a la cama así ya empalmadito –fuifuifui-
fui pla pla pla –algo así, un consolador –fui pla fuifui –ja
de puta, me ponés piel de –pla fui fui. –Bueno, me dice a
ver el culito, mientras tanto yo te meto e –fuifuifuifui –ah,
ah, ¡Banca! –fuifuifuifui –s acabar, ¡amoro –fuifuifuif y así
siguieron durante un cuarto de hora, minutos más, minu-
menos, en que apareció Gloria en el cuarto, se sacó toda la
ropa, saludó con la lengüita a la amiga de mamá, se fue a
bañar y volvió fresca y sedosa, se vistió con cierta urgencia
y salió rápidamente no sin antes tantear los bolsillos de la
madre y de la amiga de la madre en busca, según sus dichos,
de un poco para maní. O algo así, pensó Banquita, que no
pudoír del todo lo enunciado por la hija por las mismas
incidencias fuifuifuifui fuifuifuifui fuifuifuifui fuifuifui.
Mili pudo escuchar pero no le dio pelota porque mientras
la pibita hurgueteaba y saqueaba, ella estaba acabando su
orgasmito de clítoris acompañándolo hasta con los labios
porque si no, se escapaba y otra vez a remontar. Si hubiera
sido en circunstancias más llanas, las dos habrían podido
digerir que Gloria les estaba pidiendo plata para ir a com-
prarles los regalos de Papá Noel a ellas dos y al boludo de

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Oscarcito que, aun varón, igual se lo merecía por ternura.
Y habrían recordado que la charla de esa tarde se debió pri-
meramente al programa de salir, de comprar regalos juntas
y, después, si les quedaba algue platen la cartera, echarse un
baratito con los chongos de la plaza. Pero no, porque ahora,
cuando Mili acabara, le tocaba a ella pajear a Banca con la
lengua, y dada la historia de esta amistad, las dos sabían que
a Banca le costaba acabar sin una pija cerca. Miliba a tener
que soportar adormecida la mandíbula un buen rato, con
la lengua disparada ya sin ritmo, producto del agotamiento
muscular, pero amaba, y sí que amaba, a esa puta de su ami-
ga desde antes de contagiarse.
–¿Te conté lo del enema?
–No, decime, ¿anduvo mal?
–¡Para nada! ¡Un relojito! Me quedó el culo limpiiito, a
estrenar. No sabés cómo me dio la Lady. Enseguida se dio
cuenta: este ojete está pulenta, abraló para mamá. Y ay no-
más me entró la yegua, no sabés cómo zanjea, se ve que
mucho la usaron, de machito, las vecinas, y hoy es de las
más cochinas de las Ladies que me entraron.
Mili ahora escuchaba a medias por motivos similares a
los referidos en la posición inversa, pero por el modo de
pegar el hocico en los labios de la empanada de Banca, le
quedaba una oreja, si cabe, boca arriba, puesto que lambe-
teaba de costado y el otro oído estaba ocluido por absorción
del medio rostro por parte de la ingle de la amiga, igual
prefería fetichizar palabras sueltas que seguir el orden de lo
narrado, le alcanzaba con escuchar Lady, poronga, leche,

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relajo, para depositar la mitad de su voluntad en los dedos
de su mano libre (con la otra le atesoraba una teta a Banca)
y dirigir la parte entera de esa mano hacia su propia concha
rebalsada. Entonces decidió poner en aprietos a esa loqui-
ta pijadependiente de su amiga hermana y aprovechar para
darse una zampada de viscoso elemento en boca, vulva y
recto. Le dijo: Llamá a la Lady, ¿querés? La otra, redoblando
la apuesta: y vos mandale un whatsapp a tu negro, ¿conoce
la dirección? Qué va a conocer, ése, que le ponga el gepeese
a la motito, que es lo único que hace bien aparte de emba-
durnarme.
Parecía questa tarde convertíase en un crepúsculo más
de intercambio, por lo cual ambas habían tácitamente de-
sistido de invertir la hora y media de producción para sa-
lir perfectitas a las calles navideñas estivales a gastar sumas
modestas en regalos para íntimy pequeños patrimonios en
objetos para ellas, y decidido entregarse mutuamente al ca-
riño corporal refrescado apenas por la potencia frigorífica
del split recién traído esa misma mañana al cuarto por un
negrito al que Banca le había sacado tres eyaculaciones de
antología.

Gloria se cogía al hermano más chico porque la había


acostumbrado el más grande penetrándola de nena. Aho-
ra le encantaba amar a mujercitas como ella pero una pa-
sión por lo genital macho le invadía el ánimo por períodos
y aprovechaba sacándose de plano la calentura con lo que

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tenía a mano: como dijimos, el hermano menor, siempre
o casi siempre dispuesto a satisfacerla en sus delirios pél-
vicos. Para Gloria no dejaba de representar una compañía
el hecho de que Oscarcito y su amigo veranearan con ella
y con la otra Mili, su actual compañera de la vida; sobre
todo, porque ni estando con su Mili podía reprimir simple-
mente las ganas de garcharse un macho, por lo cual, de no
estar Oscarcito o, en su defecto, el amigo, Sandro, también
siempre dispuesto aunque mucho menos solicitado, en tales
casos a Gloria se le complicaría la empresa de calmar la sed,
mintiendo, improvisando urgentes coartadas para salir a pe-
gar poronga en las esquinas o más allá en la mera playa. Así
que puso el grito en el cielo cuando esa noche la madre le
contó lo que habían pergeñado con la Mili vieja: en efecto,
viajar sin Osca.
–Pero escuchá putita y después me decís –interrumpió
Mili las quejas de la piba: –vamos con éste –señaló al negro
Fierro que se estaba masajeando el pingo para arremeter con
Gloria a pedido de Banca, que tan relajada había quedado.
–Éste no se queda ni en pedo, no sabés cómo la pone. Y si
participás, me sale más barato a mí; no te digo que compar-
tamos el costo pero con que de vez en cuando le pagues la
cena, o le compres lo que te pida, yo ya estoy contenta. Y te
hacés coger cada vez que lo sientas.
Había otro problema: los celos de la otra Mili.
–Pero te la entretenemos nosotras, guacha, ¿no le gustan
las viejas? O si no, ¿no le cabe la verga a la trolita ésa? ¿Tan
complicada te la fuiste a buscar? –razonó Banca.

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Ella lo recalculó. Mientras lo pensaba, no podía evitar
mirar la pija creciente del negro de Mili vieja, hermosa, lus-
trosa y repleta. A Gloria le sonrieron boca y ojos:
–¿Puedo probar?
Y el orgullo, la soberbia, la jactancia del negro lo hicieron
poner de pie y acercarse a la chica aproximándole el colgan-
te cada vez más alto ahora que lo habían pedido.
–Vea, princesa, palpeló; / si no le gusta, la escupe, / y si
le gusta, la escupe… / pero para lubricarla / y después, a
saborear la / lechita que usted sacó.
–Divino, me lo como. (Banca.)
–Aproxímese, usted, reina, / pausted también hay masa-
je, / masajee acá, en de mientras –/ [dijo trazando un círculo
en el perímetro de los huevos], –con esa boca de dama / y
ocupe toda la cama, / que después le da, este paje.
–No se van a arrepentir, amiga, dejá que le meta a Glorita
y después lo agarrás humedecido. Ay si me dan ganas de
voltearlo a cagetazos, a mí también. (Mili vieja.)
–Usté espéreme mamita / –le dijo cambiando el tono, /
–ya sabe de quién soy propio, / póngame el culo en la cara;
/ mientras a éstas les doy vara, / el ojete le succiono.

Mientras el negro le daba (–no al pedo me dizen Fierro),


Gloria no podía parar de pensar en los escándalos que ya
le había hecho Mili chica por encontrarla abajo del mismo
Osca. ¡Pero si es mi hermano! había tratado de justificar
Gloria una mañana, ¿y qué mierda me importa? había sido

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la convincente respuesta de Mili chica. Era tajante: NO a
la pija, aunque bien sabía Gloria que la yegua les andaba
pagando a los negros de las plazas (les pagaba para no que-
dar escrachada firmando cupones, tal era su negación con
el animal emblema). Pero ésas habían sido las condiciones
tácitas cuando empezaron a toquetearse y arrimar clítoris y
pezones allá como dos meses antes, sarna con gusto. Ahora
se dejó aturdir con la crecida del vergón del negro adentro
de ella y por ese momentito no le importó la otra mugrienta
perversa y se entregó a los trancazos de Fierro que gozaba
de su renombre entre las putas. Dos dedos prolongados en
uñas rojas bajaban por la espalda del negro y le acariciaban
los huevos tersos y seguían en una sola curva hasta el ojo del
culo de Gloria: eran de su madre, enajenada ante el show
privado que la desbordaba. La lengua de Banca fagocitaba la
boca de la Mili della, a horcajadas sobre el rostro de Fierro
que la pajeaba con lengua y mano izquierda, mientras la
otra mano friccionaba la banelcota de Banca, ya montada
sobre su hija siempre cogida hasta que multiplicaron sus
gotas de orgasmo y se fundieron en manotazos, conchazos y
lengüetazos todos con todos. Fin del primer acto y la Lady
todavía ni había contestado la llamada de su put@ por wasap.

Calor que hacía. Más vale que me acuerdo. Aquellos años


el verano se ponía demasiado mairritanten estos pagos. No
que antes no hubierhecho más calor, más vale que siem-
pre habíhecho calor en los veranos, pero cadaño se ponía

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un poquito más caliente. El tema es que no nos hacíamos
gran problema: decíamos qué barbaridad, esto va de mal en
peor, pero a nadie se le ocurría ver cómo meter un cambio.
Sabíamos que todo dependía de poner coto a la producción
capitalista pero no se nocurría cómo hacerlo. Entonces, a
falta de soluciones, frivolidad. A las hembras se les había
dado facilidad para coger. Tanto, que cualquiera que tuviera
dos dedos de frente se avivaba de que era una tramoya lo
más linda y orquestada. Cojan, gila y no protesten. ¿Cómo
sobrevivíamos los macho? La verdad es que no sé pero que
se cogía, dios mío, si se cogía. Se cogía de las formas más
accesibles que uno se pudiera imaginar. A nosotros, los co-
mercios nos daban esos cupones: firma y sello de diez putas
a las que no les cobráramos, y sacábamo uno desto: 1) todo
el kit para los campings (sin contar la carpa, obvio), 2) bebi-
das gratis un mes en Sarasita’s, el bar, o 3) la primera cuotun
cero. No me olvido porque yo saqué bebidas gratis y hasta
que no vino la ley sana fi un alcohólico irredento y ni mi
vieja, que no entraba en todo el circo, me podía aconsejar y
eso que estaba, siempre que yo caía, basta, testás haciendo
mal, boludo a nafta, me decía y yo paraba, dormía unas
horitas, ahí papeaba y me hacía el concienzudo y mi vieja,
no sé, como que empezaba a confiar en que yo iba a enca-
minarme y ahí nomás, me pintaba la abstinencia y era fácil
embaucarla y otra vez a derrapar.

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Transcurrido todo el plazo, volví antrar en el sorteo, con
tan chota suerte, veo, que en vez de sacar Sarasa’s, me gané
(la puta madre) un cupón parun Mondeo, primera cuota,
por cierto. Lo saqué y sin más rodeo, se lo encajé a un par
de otarios…, como recién se casaban, babeaban por auto
nuevo. Beneficio que yo obtuve: mitad de primera cuota.
Con eso escabié una bocha en todo ese mes de enero, pero
llegando febrero, me encontré otra ven ojota, así que a hacer
ejercicio y a entrar para el pajereo. Qué pretendo yo decir:
estando activo y sereno, presentarme en cogederos era una
garantía, uno era en Plaza La Guía, otro en Plaza Montone-
ros, las viejas put@s venían, si regateaban cogían y firmaban
el cupón, y si no, capaz que el don que el señor me había
entregado, favorable había operado, y pegaba un propinón.
Ese verano, ¡mamita!, zafé garchando a una idiota que me
llevaba a las zapies de un par de sus amiguitas, me daban
escaby guita, y yo florecer sabía, les daba lo que tenía por un
par de patacones. Scotch y birra cambiaban por esta verga-
motita. Pero basta. Yo me estoy haciendo acá el pelotudo y
capaz que por muy burro, a mí se me hizo más simple, pero
a muchos compañeros de aquellos veranos fieros, no pude
verlos de nuevo, nada más por no Ser Burros. Sobrevivimos
pijudos; los demás, dios los ampare. No quedó tío ni padre
que tuviera verga chica. ¿Impotentes?, Dios me asista, per-
dieron la vida, incluso, si no supieron vivirla de esclavos o
de atorrantes.

21
II
La primera mano que empezó a reconocer al resto de los
cuerpos fue una de Fierro, que estaba aplastado bajo las tetas
de Mili y la argollita de Gloria mientras la boca de Banca le
ocluía la erección matutina del pito porque la vieja loca se había
dormido meta mamar ahí abajo. Además, se relojeaba desde ahí
a Oscarcito y la reconstrucción mental del negro lo presumía
al pendejo con su verga reposando al lado del culo de Mili, o
sea muy cerca también del culo de Fierro, cosa que a Fierro le
produjo un súbito fastidio hasta que cayó en la cuenta de que
ése era el hijo de Banca y se calmó de improviso. Además sentía
frío, evidentemente no habían regulado el aire a la noche y la
baja temperatura del amanecer había contribuido. Tenía piel de
gallina y una imponente necesidad de hacerse chupar así nomás
la pija, así que con cachetaditas a Banca le empezó a manosear
los pezones, que estaban turgentes por el frío de la piel de la vieja
puta. Ella reaccionó con una risita lujuriosa y continuó su labor
de la noche. Dale ahora, puta de mierda, que no te vea ninguno,
le susurraba el negro, así entendiendo que la promiscuidad le
exigía trampas, fantasía, infidelidad de juguete para que cobrara
un sentido eyaculante. Ella mamaba pero que muy bien, y eso
lo estimulaba a acariciarle la cajeta a Gloria, que la tenía tan
cerca, aplastándose contra su cadera, y sintió que si despertaba
a la hija, con las dos era más jugosa la perversidad, mientras el
boludo roncaba a centímetros y su dueña le respiraba exhausta
arriba de él. No había llegado anoche la Lady, pero seguro quera
como todas, una puta de mierda con unos humos que llegaban
hasta los pendejos colgantes del culy el perineo de Dios. Mejor,
pensó, menos competencia, mirá si no me voy a bancar tres va-

23
cas… recapacitó: dos vaquillonas y una cebra. Aunque era claro
que el pendejo algo había aportado ahí, no sabía él si a su Mili, o
a la hermana o a la madre del pendejo, pero si no, qué iba a estar
haciendo así dormido todo en bolas y enroscado con la herma-
na. Mientras Banca ya estaba casi por hacerlo acabar, él fantaseó
con coger a Gloria por la concha afeitadita y que el pendejo le
diera por el upite y…
si se cagaba, que el hermano se fumara el hilito de mierda…
porque eso…
ya
le parecía un límite
del que
capaz
era imposible
volver…

Bajón.
–Che, ¡dale! ¿Qué pasa? –le espetó la vieja bruja desde abajo,
habiendo masticado la súbita mengua.
–Ahí va –prometió Fierro pero le resultaba muy engorroso
despejar la imaginación de la mierda, el olor a chorro de mierda
fluyendo para lubricar las coces de un recto lacerado sobre la
propia verga lacerante.

–Bueno, querido, hay que levantarse –dijo Banca fastidiosa.


Y al toque, zamarreando a Mili para despertarla: –¡Cheee! ¿Esto,
vas a llevar a la costa? A la mañana no sirve, te lo aseguro–.

24
Mili no daba señales de comprensión, tal había sido el desgaste
energético de las cabalgatas nocturnas y los múltiples orgasmos.
Igual, miraba a su amiga intentando fijar en ella la vista y reca-
pitular sus palabras. Mientras tanto el negro, herido en su amor
propio, se desembarazaba del cuerpito pegajoso de Gloria. Mili
dijo ahora voy, se acomodó en el costado de la cama, se tapó con
sabanita y siguió durmiendo.
Abajo en la cocina Fierro tuvo ocasión de recomponer su
hombría violándola a Banca con la obscenidad más extática.
Fue más o menos como sigue. Se tomaron un café asqueroso
sin hablarse ni mirarse. Banca abrió con los dientes una bolsa
de arroz inflado y quiso convidarle ofreciéndole de la abertura
mordisqueada. Pero sin más, el negro le manoteó los cereales
y se los refregó por la cara, insultándola en voz muy baja y sin
respetar estrofas la montó en cuatro patas abrazándole el cue-
llo hasta dificultarle la entrada y salida de aire al compás de la
misma necesidad de vivir, le corrió la tanga a un costado y ya
tenía enteramente firme la pija para en seco abrirle el agujero
del culo rasgándole los pliegues radiados cutáneos; ella se quejó
poco pero más por miedo que por compostura, le brotaron las
lágrimas al mismo tiempo que la sangre. Fierro también sentía
el dolor pero era más fuerte el deseo de callar a la vieja, después
sí me la chupás hasta que se te caigan los dientes, sí, Fierro, sí
pero más despacio, ¿más despacio qué?, si yo no sirvo a la ma-
ñana. Y esas banalidades. Acabó rápido, el negro; pudo más la
indignación, pero ahí nomás la levantó a la vieja de la melena
y le condujo la boca hacia su manguerita. Tomá gotita, dale.
La imagen de la lengua de Banquita rastreando semen le hizo

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recuperar el vigor y brutalmente, y desgarrándose también él
el tronque su poronga por la fricción con la dentadura della, se
la cogió por la boca. Aflojó un poco al minuto, más o menos,
porque vio desorbitados los ojitos de la vieja y, sin sacársela de
adentro, se detuvo y le pegó una cachetada para hacerla reaccio-
nar. Ella recobró aliento, intentó hablar, raspó la verga con los
dientes y él se la encajó hasta más allá de la campanilla y otra
vez a arremeter. Ahora estaba como misionero pero sobre la cara
de ella, y se la sostenía apretándole a lo morsa el cuello con sus
muslos. El ruido de su propia respiración agitada, el de las patas
de la silla en la que se sostenía, contra el suelo, ida y venida, y
los golpecitos de la nuca de Banca contra el piso le impedían oír
los sonidos de imploración de la vieja. Volvió a acabar rápido,
estaba excitadísimo. Ella, con el latigazo de esperma adentro, ya
no resistió y vomitó granos de arroz inflado inflados de saliva en
todo el bajo vientre del morocho que, por respuesta, le volvió a
enterrar el pito hasta la tráquea. Ya no había reacción maxilar.
Ahora nos besamos un poquito y después te cojo un rato más,
¿querés? le dijo psicopáticamente al oído, y le clavó la punta de
la lengua en las vueltas de la oreja. Pero la viejita había quedado
sin ganas de articular sonido. Desparramada en el suelo de la
cocina, con dos sillas de caño tumbadas sobre sus piernas, re-
cubierta su carita de una capa amalgamada de lágrimas, baba,
semen, moco y vómito, ella escuchó:
–Che, ¿me vas a llevar a Mar del Plata?, ¿eh? –y no le dio para
decir que sí, que no, que nada. Le quemaba la garganta. Por eso
la tercera entrada fue mucho más suave, comparada. Lo que le
dolió fue el sillazo que el negro le tiró sobre la espalda después de

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volver a acabar, si no, casi llega ella también a disfrutarlo a pesar
de la especie de papa afilada que tenía en la boca y de los ardores
esporádicos del orto, según la posición a que Fierro la obligaba.
Qué varón, pensó ella y tuvo ganas de incorporarse a envolverlo
con sus brazos pero los dolores eran muchos, así que despacito,
con la lengua hinchada y toda cortajeada, pudo decir “ponémela
otra vez” pero al intentar hacer audible el sinfón /tr/, el ardor
de la punta de la lengua le recordó las heriditas. La pinchila del
varón también había quedado bastante baqueteada y su deseo,
algo sosegado, así que agarró el paquete destrozado de cereales,
recogió un par de puñados y se los llevó con algo de desmesura
a la boca seca.
–Más café –dijo después sin mirar directamente el cuerpo de
la señora; ésta no se hacía cargo así que Fierro vino, la agarró de
los cabellos y la irguió para que cumpliera su pedido. Ella calen-
tó el café enlodado y se lo sirvió en la misma taza.
–Qué –dijo Fierro masticando arroces –¿no le ponés azúcar?
–Ay, sí, negrito puto, ¿cuántas cucharaditas? –Este enuncia-
dito pronunciado por Banca como si su lengua fuera toda entera
un trapo (puaj, qué arcada), algo así como: ay, ji, ngueguido
pfudo, ¿guádas gudzeaghadidaz?, le provocó al negro una risita
de simpatía.
–Vení, vení, mamita, sentate upa del tío pela que te pela la
banana, ¿querés? ¿Querés chupar de vuelta, mami? –El ngo, ngo,
ngo de la vieja le salió con resoplidos de una sonrisita cómplice.
Sentada sobre la falda, ya percibió otra vez dureza y quiso algo
de placer para ella, así que con la conchita empezó a darle pin-
celadas verticales, a pesar de que cada contorsión de su cadera

27
le volvía a dar el sillazo que minutos antes había recibido sobre
la espalda. Entonces, le recordaba: –Higho the pfutha mijighte
mieda. Concha arriba, concha abajo, esta vez la tanga fue arran-
cada, desgajada de las carnes desbordantes de Banquita, con un
tirón preciso y puntiagudo, y el negro mismo se ocupó de mo-
verla a la señora que, si tomaba ella la iniciativa, andaba con
muchos cuidados por el dolor de espalda, entonces así no había
obstáculo, ya que a él no le dolía, la podía menear como se le
antojaba a su verga caprichosa. Casi que se hizo una paja con la
concha de ella, esta vez. Pero esta vez y más acá del dolor, ella
pudo volver a sentir el elixir de la vida.
Mientras cogían así, bajaron Gloria y Oscar. No les gustaba
el café. Buscaron gomitas multicolor en la alacena y se tomaron
un trago de coca cada uno. Gloria esperó que su mamá acabara,
ahí le dirigió la mirada y la notó realmente maltratada. Hizo un
gesto de sorpresa y preguntó:
–¿Vos te acordás que hoy no abren las Bocas? Nos quedamos
sin la zidovudiña, ¡pajera!
La madre intentó poner orden en su cuerpo para responder.
Lo urgente ahora era recuperar la facultad de articular sonidos.
Pero además Gloria tenía razón. Había postergado para hoy,
retirar la droga de las Bocas de Salud, pero el gobierno había
decretado un asueto administrativo y no había actividad hos-
pitalaria; al otro día era el feriado navideño, y después venía el
fin de semana. Los lunes no abrían las Bocas. Hasta el martes,
iban a tener que esperar. Todos. Porque recibían la droga los tres
juntos.
–Huengo, pheloduda, bod damié pfodía habed ido a ghethi-

28
dad, ¿ngo?
–Tarada, hablá bien, querés, ¿qué carajo te tomaste? ¿Estás
dopada? Yo te recuerdo que ayer fui a hacer las compras para que
todos tengan regalo esta noche, incluso para la vieja chota de tu
Mili, también compré.
–¡Ah! ¿Ghé le gomphrajde?
–¿Qué?
–Dice qué le compraste. (Fierro.)
–Ah. Un aceite para la concha.
–Hedhmoda. (Banca.)
–Bueno, pero ahora qué hacemos. Te recuerdo que las farma-
cias hoy abren hasta el mediodía nada más y tenemos que com-
prar Misoprostec®. Yo el mes pasado no me lo puse, ¿podés creer?
Oscarcito se metió dos gomitas más y se volvió a la pieza, le-
vemente gustoso de tener la cama para él y la amiga de su madre,
solos, ya apurando el tranco para entrarle a la tetona veterana sin
escándalo. Fierro lo miró fantaseando una doble entrada para
Mili, pero también quedaba Gloria acá abajo, ahora que Banca
ya se calzaba un vestidito transparente bastante calientapijas sin
calzón y subía a la habitación a buscar la cartera moviendo las
caderas como para que Fierro le echara otro.

Ni buenos negros disponibles había en la avenida, tal era el


desbarajuste de esa mañana insufrible en la ciudad. Banca iba
en el auto a paso de hembra, por la cantidad de vehículos de
convecinos que, como ella, recién en navidad se acordaban de
navidad; además estaba lleno de negr@s que iban caminando, o

29
en motos, negr@s que sí se habían estado acordando de navidad
pero que recién esa mañana podían venir al centro a hacer las
colas asqueantes en los cajeros, debido a que los patrones depo-
sitaban recién el 24, o bien ést@s habían cobrado un día antes y
ahora estaban comprando mersas en los garitos para ell@s, que
le pagaban al Buró del Inmueble alquileres igual de caros que los
locales divinos, pero no les costaba porque vendían porquerías
a cagarse haciendo concreta la ecuación commodity y levanta-
ban fortunas ignorantes a costa de la propina anual prenavideña.
Claro, se indignaba ella, seguro estaban tod@s comprando mier-
da para sus piojos@s o durmiendo las monas del barrial escabio.
Para estacionar tuvo que atropellar dos motos mugrient@s que
estaban mal puestas sobre el cordón. Que vinieran es@s porque-
rías a hacer Un reclamo. Tenía la costumbre del Sorete que le ha-
bía enseñado a descorchar, así que nunca despreciaba la ocasión
si venía un/a esclav@ llenestrías a querer bardearla, y ahí nomás
le agujereaba panza y pecho y que se fuera a quejar a los sindica-
tos, si llegaba viv@ al barrio.
Fue a varios locales buscando su malla, sus lentes de arena,
midiéndose mierda, babeando a los chicos. Al final se hizo llevar
las bolsas y cajas al auto por un negrito de los más veteraneros,
después de preguntar en corro en los negocios quién se hacía
más meritorio de firmitas cariñosas. –Yo, señora, había dicho el
negrite pelo claro. No le gustaba bastante (morochos eran más
potros), pero aquella iniciativa, los ojitos picarones, la necesi-
dad hereje tras la fachada lasciva, le habían indicado que con
él terminaría abrochada en la cupé. Se hizo dar con suavidad,
pocas veces elegida; no tenía más cabida un polvito más normal.

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–Ponémela despacito, si no te bajo a cuetazos. –Preciosa, como
usted diga, a mí usted me gusta igual. El negrito rubio la cogió
como si fuera virga. A ella se le iban las patitas en pinza para ha-
cérsela meter con más violencia y ahí nomás se daba cuenta de
que era ella la herida, que tenía la espalda adormecida y un con-
tacto, un movimiento, le avivaban el dolor. De todos modos ha-
bía algo roto más adentro. Ahora era el mediodía pero no había
buen ánimo. El negrito igual tenía buen tamaño y frotamiento,
“romántico” le decía, susurrándole al oído, y ella sin compren-
derlo, empezó a llorar bajito, primero con los dos ojos, después
también por nariz y con estremecimientos, lloró y se siguió mo-
viendo alrededor del negrito; acabó, sopló los mocos y aceptó
que él le tirara la leche arrodilladito en el asiento apuntándole a
la boca a ver si eso le curaba las lesiones. Saboreó. Era algo dul-
ce. –¿Comés mucho caramelo? Le firmó, le dio un besito en la
poronga y arrancó. Era hora de ponerse a ver qué mierda com-
praba para toda la caterva. ¿Le compraba algo a Fierro? ¿Y a la
Lady? Boludeces, concluyó. Baratitas y a otra cosa. Las motos ya
no estaban tiradas en el cordón cuando salió. Pero oh venganza
negr@: mientras cogía, seguro (porque antes taban las motos),
le habían pinchado las ruedas. Las cuatro, sí, no exagero. Cerró
el auto, salió rengueando antes de que empezaran a cerrar las
tiendas y compró lo que pudo mientras intentaba comunicar-
se con la compañía de Autos que, obviamente, tendría a todos
sus operarios borrachos por el brindis con triplines y el escabio
de la víspera de esta víspera navideña. A Oscarcito, una peluca
(bastante cara) y corpiños, a ver si se hacía Lady y aseguraba el
morfi de una buena vez por todas. A Gloria, un lindo conchero

31
(baratito). A Milita, un vibrador (promo: ¡vibrador y pilas, todo
$550!). A la puta de la otra Mili, otro; si era antipija como bo-
queaba, con eso la iba a hacer reventar un poquito, y si era pura
pose, se iba a morir de vergüenza y perseguida iba a creer que la
habían visto en el cogedero. A su Lady, un camisón, y a Fierro,
un whisky berreta.
Renga, hambrienta, llene bolsas, caminando hasta la Plaza,
se acordó de las farmacias: ¡cerraban al mediodía! ¡Y era la una
pasada! ¡Y no había Misoprostec®! Y algo había dicho Gloria de
que no se había puesto, ¡y ella tampoco! Ya iba para dos meses
y empezaba a preocuparse. De hecho, ya no les podía venir re-
gularmente, así que bien podían estar preñadas empollando un
feto embichadito y después, abortarlo de más grande… todo
un trastorno. Decían en las Bocas de Salud que se estaban mu-
riendo a lo pavote chicas y viejas por mal uso de Misoprostec®,
con lo buen invento que era. Pero bueno, por ahora, a comprar
champagne y sidra, pan dulce y algas marinas y después a rene-
gar para conseguir un taxi con un chofer no muy viejo y que no
fuera violín, como siempre le tocaba. Viejo, sucio y violador. El
Sorete era taxista; ella se lo imaginaba, manoteando a cualquier
negr@ que no tuviera vehículo, embadurnándola toda y después
despidiéndola en las puertas de su gueto con el auto en movi-
miento para no gastar los frenos. Qué bajón, caer en un taxi.
Éste no: era un viejito, ya ni se le pararía, le hablaba de bolu-
deces, de cuánto calor hacía. Le pidió por favor, cuando la dejó
en la puerta de su casa, si no le firmaba de onda un cuponcito,
a ver si tenía suerte con el premio navideño. Le faltaban cinco
firmas y estaba desesperando porque ya vencía el plazo. Ella un

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poco se rio: ¿Por vos, desperdiciar un polvo gratis, viejo choto?
¡A usted no le cuesta, doña, pagar unos pesitos, si los chicos en
la Montoneros le dan garrote (y de a dos, me dijeron) por un
solo sachet de bencina! Ella cerró la puerta con todas la bolsas en
el suelo. Él seguía suplicando desde adentro del cacharro. Rajá
de acá, hijo de puta, le dijo por la ventanilla abierta del acom-
pañante. El viejito le echó una última mirada de derrota y puso
en marcha el motor, seguramente pensando que ya estaba afuera
del sorteo.

La vida también perdieron, en aquellas temporadas, varias se-


ñoras colgadas que, olvidando retirar el a-zeta-té vulgar en las
Bocas de Salud, en dos días la juventud, por una gripe apurada,
despidieron o, pasmadas, cayeron al ataúd. Relativamente fácil
era, para las deshechas, olvidarse de las fechas en que debián
retirar, y las Bocas sólo abrían en los días laborales, así que en
las navidades les pasó a aquellas tilingas, perder la zidovudinga
hasta el fin del mes entrante. Obviamente los varones, aunque
algo más precavidos, también sucumbiamo al Sido, pero por lo
general, nos causaba nuestro mal la falta de plata o tiempo, y en
las Bocas… de tormento, al Estado daba igual, fuera uno yegua
o bagual, cachivache o chongo a sueldo.

Entró con las bolsas y paquetes. Dudando si hacerse llevar


por Mili a la compañía de Autos y estar dispuestas a esperar que
les dijeran que hasta el lunes minga, o que se pusieran en cuatro

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y después veían si las iban a remolcar o quién sabe qué guacha-
da, o si, en cambio, garcharse a un par de gomeros questuvieran
festejando navidad al mediodía y hacerse llevar (en andas) a que
le pusieran los parches necesarios y cagarse en los otros hijos de
puta de la compañía de Autos. Pero esa angustiencrucijada en
realidad se traslapaba con otra angustia dictada por los bajos ins-
tintos de Banca, ya que el hambre le retorcía las entrañas pero no
era cuestión de andar gritando, a lo bestia negr@, que estaba con
flor de hambre. Además, una tercera disyuntiva hacía mosaico
con las descritas: ¿picar triplines frizados o pedir un gato y listo?
El deseo vergonzante le imponía gato con fritas pero si optaba
por tal: ¿a qué hora llegaría? ¿Se sentía sosegada para esperar
dos horitas, quizá, ya sin ganas siquiera de mamar pene, hasta
que llegaran de la rotisería, y ahí capaz que tener que soportar
la cogida del mandadero, si le pintaba al mismo una cogida con
madura como Banca? Pero por otra parte: si pedía y, mientras
tanto, iba a hacer arreglar las pinchaduras (y además ¿con Mili o
los gomeros violadores?), no sabía cuánto demoraría en volver y
si llegaba el gato, se lo tragarían los presentes y ella iba a regresar
obvio que más hambrienta, para tirar los platos con los huesos
a la bolsa de basura, porque ni eso iban a ser capaces de hacer,
todos, menos la Milita, que, en caso de quedarse con los chi-
cos y su negro, se iba a lastrar cuantas presas manoteara pero al
menos iba a tener la gentileza de tirar los blísters, los platos, los
cubiertos y demás, a la basura. Pero todo el cuadro ése lo tuvo
que posponer, no sé hasta cuándo, porque al entrar toda llena
de regalos y dolores, lo primero que vio en el sofá fuel cuerpo de
Gloria en sangre y un brazo de ella colgando como si ya fuera

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fiambre. Le dio una inquietud: –¡Gloooria! –le salió un casi ala-
rido. La chica giró el cráneo hasta la puerta y trató de clavar la
vista en su madre, pero tenía claramente la visión obstruida por
la sangre derramada en su loblanco de ambos ojos.
Banca dejó las bolsas con cuidado de no arrugar –sobre todo
pero no sólo– el envoltorio de la peluca, y corrió al sofá. Todo el
pelo de Gloria estaba embebido en su sangre. Banca miró hacia
la cocina: Fierro se estaba terminando los triplines, el pedazo de
bruto ni siquiera los había descongelado, se escuchaba la escar-
cha que masticaba.
–¿Qué le hiciste a mi hija, negro de mierda?
–Que te cuentella.
–¿Qué pasó, Glorita?
Bueno. Si a la mañana había sido un partido de ping pong en
el calvario para Banca abrir la boca, ahora para la piba tener que
hablar se había convertido en trabajo forzoso. Intentó contarle
a Banca que Fierro se había zarpado, y que hasta con el cabo de
una cosa con cepillo (escoba, supuso Banca), le había punzado el
orto. Pero para que el relato de esta anécdota brotara de su boca
primero tuvo que escupir un fluido gingival sanguinolento y en-
trenar para hacer más o menos cabalmente las articulaciones exi-
gidas. Después sí largó el sinuoso fárrago que la mamá fue más
intuyendo que entendiendo, en ocasiones mirando hacia la coci-
na y tentando las respuestas para que Fierro le confirmara con el
pulgar arriba que sí, era eso o, en su defecto, de qué carajo creía
él quella estaba balbuceando. Así Banca se enteró de que después
de unas garchadas, el negrito irresponsable, además de mandarle
el mango de madera en seco en el ojete, al sacarlo enchastrado

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en mierda blanda había tenido el tupé de enojarse y torcerle el
brazo a Gloria con el mismo mango de la escoba, presionando
el brazo della con sus rodillas con costras (de tanto coger en
los pastos de La Guía), hasta sentir la fractura y el aullido de la
chica. Después se había ido a dar un baño y, ya fresquito, había
vuelto a cogerla por el culo pero a ella le dolía tanto el brazo que
le rogaba que no, que la dejara tranquila y entonces al señor no
le había dado mejor antojo que cagarla a piñas por todos lados,
el brazo quebrado incluido en la paliza.
–¿Y la Mili?
–Se fue con el guachito –dijo Fierro desde allá.
–Ay, Glorita, tenemos que ir a la guardia de la clínica, vos
también, andar cagándote con este loco. Mirá, –mirando a Fie-
rro, –la vas a tener que llevar vos porque si Mili se fue en su auto
no tenemos vehículo.
–¿Y el tuyo? (Gloria, como pudo.)
–Ay si te cuento, ¿por dónde empiezo? ¿por las motos de es@s
negr@s o por el calor que hace en el centro? Dale, vos, lombriz
solita, ¿no entendiste que tenés que llevarla vos? A mí un@s ne-
gr@s mugrient@s me pincharon las Cuatro Gomas, sí, por hij@s
de mil, qué digo mil, infinit@s put@s de mierd@, todo por po-
ner esas motos pedorras en el lugar de los autos, no me quiero
ni acordar.
Fierro se incorporó acariciándose el estómago y eructando
sobriamente, dos gestos que daban asco a cualquier puta, vieja
o chica. Abrió la heladera y con migas todavía entre los labios,
empinó la coca por el pico; habrá ingerido, qué sé yo, un cuar-
to de litro, y después el eructo sí ya fue algo intolerable. Las

36
dos protestaron a su modo (Gloria con chillidos y ademanes de
aturdimiento con el brazo bueno). Él sonrió como quien pide
disculpas y se acercó hasta el sillón, le dio un beso en los labios a
Banca y se puso lisonjero:
–Te cojo y después zarpamo los tres en mi Juki loca; eso sí,
para hoy me toca ponerle la mezcla nueva; sale doscientos cin-
cuenta, el litro de aceite solo; si no, con nafta y con todo, no
llega a más de quinientos. ¿Te prendés? ¡Los pelo al viento! Y
allá… te doy por la boca.
–Mirá, negro, dejate de pavadas porque acá te fuiste a la mis-
mísima cajeta de tu madre mula. Yo estoy cagada de hambre y
no me dejás ni sanguchitos, te cogés a mi hija como si fueras un
sátiro, le quebrás el brazo, vengo con una montaña de quilom-
bos y lo que menos se me ocurre ahora es poronga sucia, así que
cerrá el ojete, ponete un pantalón del Osca, que están todos en
la piecita de él y
Ahí terminó la oración imperativa de Banca porque más o
menos por la y, el puño cerrado del negro le impactó en la pro-
pia jeta. Justo en ese instante, o quizá segundos antes, Oscarcito
estaba entrando de la calle. Mili vieja lo había llevado a que viera
qué cosas lindas compraba ella y cómo se tragaba a los negritos
incluso más chicos que él, tal vez esperanzada en que Oscar se
diera cuenta de que ya empezaba a ser pesado mantenerlo, tan
estúpido y glotón (pero él se había masturbado al compás de
cada polvo o pete que Mili había protagonizado con uno o con
dos morochos, y en un turno, hasta la había penetrado –con
gran ritmo, hay que decirlo– mientras ella lengüeteaba las vergas
de dos placeros). Ahora ella lo había dejado en la puerta y se ha-

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bía ido, quién sabía por qué no se había quedado en la casa de su
amiga (acaso los regalos, de sorpresa). Lo cierto es que Banca no
llegó a gritarle a Oscarcito que la detuviera a Mili para llevar a
Gloria a la guardia y zafar de este negrito cargoso, porque el que
te jedi ya la tenía en el piso del living y con las rodillas costrudas
le abría las piernas blancas y con las manos negras le subía la
falda de aquel vestido de flores transparentes con el que lo había
provocado antes de irse sin darle oportunidad de violarla nueva-
mente. Ahora se iba a desquitar, con la panza llena, incluso, más
parada la tenía que de costumbre. Osca ni miró a su hermana,
que emitía gritos guturales, y subió a su pieza a ver si tenía maní
porque venía con lija. Fierro siguió con su empresa. Le cabía el
forcejeo. Cada vez más excitado, le quiso romper el fondo de la
cajeta a la vieja, pero eso era imposible si no se ayudaba con algo,
algo más grueso que el mango de la escoba, algo con peso. La
imaginación le fue en zaga, como siempre, a la violencia. Con la
verga todavía erecta como fierro de aleación (alto en carbono),
se puso de pie, le aplastó el vientre con el talón descalzo y se lo
frotó con movimientos semicirculares sobre su propio eje como
si la concha della fuera un pucho y, sordo a sus lamentos, se vol-
vió a arrodillar para continuar garchando la zona ablandada con
criterio, hasta acabar en un éxtasis burlón, girando loca la cabeza
de ella con los ojos ya saltando, reventando él de placer.
Oscarcito miraba desde el rellano de la escalera, metiéndose
nervioso un maní tras otro directo de la bolsita y a lo mejor
preguntándose si tenía, también él, ocasión de bajar a formar
parte de ese circo medio guarro, coger un rato con Gloria o ¿por
qué no? con Banca, que tenía esas patitas así de yegua o vaca,

38
mientras el negro le daba para que tuviera. La saliva en exceso le
obstruyó el paso de cada maní y la sangre le abandonó el estóma-
go. No sabía cómo intervenir. Hizo lo que siempre: se dejó llevar
por la espontaneidad:
–Che, ¿no da para uno más?
El negro estaba dando las últimas sacudidas adentro de la ba-
nelco reventada de la madre de aquel pibe, y le resultó algo ex-
traño ese pedido, pero recobró el aire y le cedió el lugar:
–Toda para vo, amiguito –agitado, se lo dijo.
–No sé, yo decía… juntos… a mí me da un poco de
Gloria no cabía en sus dolores ni en el sofá, se incorporó y
manoteó al hermano de la mata de rulos que le asomaban por
debajo de la visera.
–Vos no tenés cabeza –le dijo como le salió.
–¿Y a ésta, qué le pica? –se dirigió Oscarcito a Fierro, ya re-
conociendo en su figura de principal interlocutor, la legitimidad
conferida. Oscar empujó a la hermana y no fue arduo lograr con
dos o tres lanzamientos que cayera desplomada contra el suelo.
–Levantala y empezá –le dijo Fierro señalando a Banca tirada
y semidesnuda. Oscarcito obedeció con fruición.
–Mami vos no te enojás, ¿no? –le dijo suavecito.
La vieja llegó a asentir con la cabeza casi desprendida. Al hijo
no le alcanzó valor para besarla en la boca ensangrentada pero sí
tuvo el impulso desmedido de su pija en mano para colocársela
como tanteando en el hoyo de donde había sido parido. Tenía
todo blando. Le dio cierta impresión. Además, el calor súbito
que había inundado su bajo vientre no bien zambullido el ganso,

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resbalaba por los muslos líquido hacia sus rodillas: era sangre.
Una hemorragia cojuda.
–¡Huy, chabón! –le dijo Oscarcito a Fierro: –¿qué le hiciste,
hijo de puta?
–Vos dale, mogo, sacate de una vez la calentura con tu vieja,
que te dura, si no, para todo el viaje; le das maza, hacés que baje
de a poquito la espesura, y entonces cae la criatura que era tu
hermano o tu hermana.
–¿Vieja, vos estás preñada? (Oscarcito.)
–¿Si no qué va a ser? ¿Tintura? (Fierro.)
No del todo convencido, Oscarcito arremetió, a media má-
quina, con el picolini temblequeando, dando golpecitos tími-
dos. Pero en eso, casi obligatorio, de moverse, las manos de la
madre le manotearon el cuello y se lo agitaron con insistencia,
suplicantes, sin palabras. En esas sacudidas él entendió el ansia
devoradora de Banca y le mandó poronga y poronga y ella más
fuerte le apretaba el cuello y pegaba unos alaridos de éxtasis,
acompañados de contorsiones faciales, cómo estaría disfrutan-
do, más allá del lenguaje, sentía más que pensaba Oscar y enlo-
quecía ante cada estremecimiento del rostro de la madre, ante
cada zamarreo de sus manos, ante cada exclamación siniestra.
Lo raro, seguía turbándose cada vez que eso volvía a su esquema
de percepciones, lo raro era el flujo de sangre permanente más
allá de algún aborto que estuviera haciendo tal vez por hacer el
tratamiento ése de las hemorragias, qué sabía, más valía volver a
tomar conciencia de estar cogiendo a la vieja. –¡Mi hermanito,
que se cague! –concluía en voz alta y, tras cartón, las carcajadas
de desborde.

40
Vino Fierro, siempre en bolas, su salvador dalí en alto, dán-
dole unas sacudidas para qué, ¿para que fuera más duro que
gema bíblica? ¡Ah, violeta! La viejita tenía el culo como rosa.
Él la levantó de las axilas, los brazos de ella quedaban tan flojos
que en la mecánica de la ascensión le obstaculizaban el agarre, le
hacían deslizar el torso, así que se fue ayudando con empellones
mientras Oscar no se la sacaba y, taquicárdico, seguía cogiendo.
Cuando Fierro le tuvo el orto a la altura del pito, le abrió las
piernas, se chocó con las rodillas manchadas de rojo de Oscar-
cito que hacía lo suyo en su dominio, afirmó el cuerpo de ella
sobre los muslos del hijo y le depositó, esta vez con gran cautela
(pero, metodológicamente, la cautela más coincidía con no desen-
castrarle la madre a la pija de Oscarcito) su vergón harto en leche.

41
III
Ojo, no ha de confundir, paisano, negro con Negro, los que
chongueábamo “en negro”, con los Esclavos Sexuales, que eran
Negros Ancestrales, descendientes de africanos, con guascas de
hasta dos manos y gruesas como cañones…, frente a estos escla-
vos llanos, sin orgullo ni condones. Parellos, casy comida, Boca
libre, siempre viagra; pa’ nosotros, vida magra, plaza o feria,
siempre en pata, sin entrada en los Bocones de Salud, ni aun
con la plata, pijas grandes, pero ratas, mendigando los cupones;
de vez en cuando una vieja nos lustraba la batata.
Y en enero, a Mar del Plata, ¡de puro ojete llegábamos! por
haber muy bien culeado o haberlas enamorado a las conchas
pegajosas de las viejas putañeras… mientrEllos, con sus Man-
gueras, regaban todo a su paso.

Viajaron ese verano, pero a fines de febrero, cuando por fin se


pudieron recuperar más o menos Banca, Gloria y Mili vieja, que
también había caído en la lujuria del tándem Oscarcito-negro
Fierro esa noche en nochebuena (pasillo del hospital). Para fines
de enero Gloria ya estaba mucho mejor, rehabilitándose después
del yeso. Se la notaba más hinchada, eso sí, y era, seguro, por la
falta de Misoprostec®, que tampoco en enero se puso, así que
tendría ya un engendro de tres meses, quién sabe más. Perderse
el show de Negros era algo que ninguna de las Put@s del Arraigo
era capaz de perdonar así nomás. Todo por la calentura. Ella de-
cidió hacer concreta su protesta y no embarcarse en la escapada
(tampoco iría Oscarcito, pero porque ya había tenido el amasije
de la novia, y ahora, muerta ésta, se cogía a la cuñada). Igual, fre-

43
cuentaron al negro Fierro durante todo el verano. Él a veces caía
drogado buscando más droga o plata, y como coger no podían,
se sentían obligadas a pagar de todos modos. Banquita fue dada
de alta el veintidós de febrero. Llamó a la Lady, le suplicó que se
prendiera en la tardía escapada y ahí nomás le mandó un what-
sapp a Tito, esperanos que allá vamos. Sanitas, vergas y culos.
Tuvo que acudir una vez más a los pesos del Sorete. Lo llamó
(costo invertido), le dijo pasame a buscar por el hospital. Vení
desocupado que voy con gente, ordenó, y se puso de pie apunta-
lada de un flanco por Oscar y por la Mili del otro. El Sorete de-
moró aquella vez como dos horas. Después declararía que estaba
cansado de tener que postergar cogidas para hacer más viajes y
pagar no sólo la internación sino también las operaciones que le
hicieron a la puta para recauchutarle el zorrino.
Allá el viejo Tito ya estaba tan aburrido que dormía cada día
con dos o tres playeritos de cuarta diferentes. En febrero, ya sin
Negros, la Ciudad Feliz era igual que cualquier ciudad feliz de
aquel período: las viejas put@s y viejos put@s difícilmente con-
siguieran proporción grosor / tamaño más allá de lo habitual, y
encima, por cantidades preocupantes de moneda y atenciones
especiales: tolueno, pasta, papita y hasta flores te mangueaban,
resentidos como estaban, de haber sido abandonados en los días
precarnaval. Al recibir el mensaje, primero tuvo un espasmo de
histeria porque la inercia del tedio no le caía tan mal. Pensó en lo
mugriento de arena y leche que tenía el monoambiente, el olor
a afrecho en la alfombra, mierda seca, pie de atleta, un guachín
que le roncaba calentándole la piel. Se le ocurrió disculparse:
esto es 1 desastre si uvieras venido antes si pero ahora no tenes

44
otro lugar p qdarte? tipeó, pulgarcito a repetición y rapidito y
de una borró todo con un apretón fuerte fuerte: No, que venga:
viene con otros tajos, trae poronga, sí, me va a hacer bien. ok nos
v mos, fue la resp. corregida y se levantó del letargo puto, zama-
rreó al negrito y lo despertó en voz alta, un sonido perturbador
de la paz de esa siesta fresca con vista al patio de luz: dale toba,
date un baño y andá nomás que después te paso a buscar por la
rambla a la alture Playa Puta. Sí pero poniendo estaba la gansa.
¿Qué querés? Y… dos moños… de ahí parriba, lo que podás.
Tito solventábase con pendejos que pegaba para el Minis-
terio. Generalmente hermanos menores de sus chonguis, éstos
los entregaban a comisión, o directamente se ofrecían en pri-
mera persona, los menores, a ver si en cautiverio comían con
mejor calidad que en los hogares. Después, que se ocuparan los
burócratas. Asumía, por supuesto, que corta vida les sentencia-
ba: eso era algo que hasta ellos mismos, con cinco o con seis
años, comprendían mismamente y, aun así, preferían ser viola-
dos mucho y corto y no, como los pelotudos de sus hermanos,
prolongadamente por viejas y viejos despreciables. Si no, tenían
la escuela, donde en todo caso los cogían maestras no tan vie-
jas, los manoteaban de a dos o tres y los dejaban mareados de
sacarles tantos polvos. Las líneas yacían claritas, ¿quién podía
decir que no era libre? Pero volviendo, a Tito no le costaba lar-
gar dos moñitos así nomás así que le dio tres al grone y lo sacó
empujándolo al pasillo. Cuando llegó la caravanita octosilábica
del Perga (Banca, Lady, Mili, Fierro), el bulín refulgía de deseo
poliamante. Tuvieron que hacer el debut a pedido del propieta-
rio, con tan mala vibra, que la vida misma se le fue en esa serie

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de cogidas, pobre. Resulta que impresionaba la presencia de la
Lady, alguien tan alta, tan noble, tan humilde en honrarlos con
su estadía entre esa gente medio pelo. A Tito se le pararon los
vellos púbicos. Pidió ser la salchicha del pancho entre Banca y la
Gran Hembra: así procedieron y lo terminaron matando, nunca
se les ocurrió averiguar bien de qué carajo. El problema era que
muerto el puto, el Buró del Inmueble automáticamente se acre-
ditaba el depto (así con todo). De manera que convinieron en
rastrear toda la papelería que el finado había dejado y, en un pase
de magia, convertir a Fierrito en Tito Puente colocando en cada
documento, carnet o pasaporte, una foto del negro sonriente
hinchado de orgullo por ser Dueño y haber nacido sesenta y dos
años atrás, tomá. Al otro día en un crucerito puto por las Playas
más Divinas, aunque más no fuera para verlas y pajearse desde
el mar, aprovecharon y echaron la osamenta de estribor. Ahora
había otro problemita: mantenerse y conseguir los florines para
pegar la vuelta cuando se hastiaran de estar allá. Ahí reapareció el
magisterio de Fierro por haber sabido pelearla en tiempos bravos
antes de pegar cajeta.
–Ustedes, putas y Leidi, / no merecen esforzarse / más que pa’
brindar su aujero / o (pensando en usté, Dama) / su Poronga, en
calle o cama, / su emputecido dinero / y en el más peor de los
casos, / su firma a negros escamas; / dejen a este kanikama / que
las saque de este entierro.
Y casi desplegando su capa de prócer posmoderno, con toda
la nueva documentación en el bolsillo, dejó el yatecito antes que
toda la tripulación y desapareció más allá del amarradero. Ban-
quita casi se sentía dueña del morocho, miró a su Lady inten-

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tando contagiarle el entusiasmo por la heroicidad de Fierro, pero
la Otra se estaba prendiendo un porro. Y Mili, masticándose de
celos, sentada todavía algo mareada en la fila de butacas de babor
porque no había quedado lugar para ella en el combo y eso era
un mensaje.

Con las tarjetas del muerto, saqué de todo, usted viera, y al-
gunos, que lo junaban, me decían ¡ah, don Tito!, ¡qué pinta echó
de negrito! Total, elloigual cobraban. Los cajones de bebidas,
la merluza y los mariscos, todo mandé llevar listo a la misma
dirección que decía en el cupón que él firmaba a los putitos.
Pero una vez en el depto, no me dieron ni las gracias las tres
putas más parásitas de todas las putas blancas: me pidieron más
palanca, las tres juntas, en efecto. Empecé a masticar bronca y
ahí nomás toqué los tarros. Mi suerte, siempre en el barro, quiso
que me denunciaran, y que al tiempo yo quedara más pegao’
que al diente el sarro. Se ve que en la calentura de aquella última
volteada, a alguna dejé aplastada, y le pintó la traición, a la otra,
o al Cabrón que por Leidi ellas llevaban. Pagué (soy de ley) mis
cuentas, ejercitando garrocha a viejas rubias, morochas, o viejos
trolen la arena. Rompí otras dos o tres nenas: mi bronca era así,
una bocha. Por el viejo Tito Puente, me hicieron una boleta, la
garpé fácil; difícil fue actualizar la tarjeta: dos meses garchando
clientes, estuve. Flor de vendetta. Por esos días me buscaba una
renga petisita. Al principio me dejaba propina y medicación.
Después reclamó atención especial: no tenía guita. Se le había
muerto el Sorete y el Estado no sé qué onda, le exigía una po-

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ronga que le diera la pensión. –Sorete no fui ni soy, ni seré–,
se la hice corta. Pero como la petisa se entregaba tan humilde,
me pintó la simpatía y la empecé a acompañar a la casa o hasta
un bar donde hacía lavao’ de upites. Me llevó a vivir con ella,
me ofreció casa y comida. A cambio yo me tenía que coger a la
mamá y a sus dos hijas, quizás, cuando así lo requerían. Tenían
el culo limpio, me prometió eso por siempre, así que cuando el
ojete se querían hacer romper, no había nada que temer; eso era
lo convincente. Acepté y no me arrepiento. Pasé años en Mar
del Plata. Después cuando la batata se me empezó a amotinar,
un día empecé a caminar para el sur, siguiendo al viento. Antes
que hacer de Sorete, prefería ir por la ruta. Así llegué hasta Las
Brutas, incendiados los juanetes, desnutrido y sin billete, pero a
salvo de las putas. Después vinieron los Curas, los Bautistas, la
Ley Sana. La ciudad feliz, lejana fue quedando en el olvido, de
este negro que ha cogido pero igual sigue con ganas.

(La diferencia entre Fierro y el marqués de Sade, amigo, no es


al pedo lo que digo, está entre la ilustración, que discutió en la
ocasión aquel noble libertino, y el presente estado límbico des-
ta ¿posmodernidá? ¡Si ello y nosotros, ¡caray!, metimos polvos
olímpicos! Pero aura la discusión es ricuerdo del pasado, Dios
ha sido acribillado, no tenemo a quién mirar y ansina bardiamo
igual aunque ya ni lo notamo: las copla nos van saltando como
leche tras culiar.)

El Toba

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ESTE
LIBRO
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR
EN BUENOS AIRES,
EN VERANO
DE 2020

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