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Jorge de Montemayor:
Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana *

Eduardo Torres Corominas

La vida y obra del escritor portugués Jorge de Montemayor representa, para


los estudios sobre la Corte, materia del máximo interés, toda vez que, tanto por
su filiación faccional como por su variada y controvertida obra, el lusitano encar-
na como pocos el espíritu de la llamada oposición política, cohesionada, en tiem-
pos de Carlos V, en torno al círculo cortesano portugués, y vinculada, desde sus
orígenes, a las nuevas formas de devoción que, dentro de la ortodoxia católica,
trataron de renovar la espiritualidad española, frente al intelectualismo y el for-
malismo vigentes, por la vía de la observancia y el recogimiento. El adecuado co-
nocimiento de estos dos factores, político y religioso, que connotan
definitivamente la figura de Montemayor, hace posible, en consecuencia, aden-
trarse con nueva luz en su literatura, hasta lograr que la diversidad de temas, gé-
neros y estilos que jalonan su universo creativo –de la poesía devota a las
ensoñaciones pastoriles, de la exégesis bíblica a la sátira anticortesana– cobre
sentido de conjunto, desde la atalaya de la historia, en tanto que literatura de opo-
sición: fervorosa, melancólica o crítica, según las ocasiones. No es nuestra inten-
ción, en todo caso, agotar aquí esta veta interpretativa, pues su fecundidad
sobrepasa con creces los límites del presente trabajo, pero sí poner al menos de
relieve, a través de una nueva biografía del autor, eminentemente cortesana, cuá-
les fueron las claves que explican tanto su trayectoria palaciega como la natura-
leza de su obra. A dar cuenta de ello dedicaremos, pues, las páginas que siguen.

* Este trabajo ha sido realizado dentro de los proyectos de investigación: “Creación y


desarrollo de una plataforma multimedia para la investigación en Cervantes y su época”,
concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: FFI2009-11483; y
“Las contradicciones de la Monarquía Católica: la Corte de Felipe IV (1621-1665)”,
también del Ministerio de Ciencia e Innovación, con referencia: HAR2009-12614-C04-01.
Agradezco al profesor Félix Labrador Arroyo y a la Dra. Esther Jiménez Pablo su
colaboración en el presente estudio.

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Muy poco se sabe, a ciencia cierta, debido a la falta de documentación de ar-


chivo, acerca de los orígenes de Montemayor. Debió nacer a comienzos de la dé-
cada de 1520 en Montemôr-o-Velho, localidad bañada por el río Mondego, no
lejos de Coimbra 1, en el seno de una distinguida familia perteneciente, quizás, a
los linajes de Paiva y Pina 2, con cuyos miembros compartía, según algunas fuen-
tes, sus horas de recreo 3. Sobre su posible origen converso, además de su pro-
fundo conocimiento del Antiguo Testamento y el sentimiento de melancolía que
envuelve su obra (entre el salmo y la saudade), sólo pueden esgrimirse las acu-
saciones vertidas contra su persona por el poeta sevillano Juan de Alcalá, que,
por tópicas, no constituyen prueba suficiente de su origen hebreo. No obstante,

1 Los testimonios literarios donde se contienen estas noticias son: el “Soneto de don
Alonso de Zúñiga a la villa de Montemayor el Viejo, donde el autor deste libro se crió”
(contenido en Las obras de George de Montemayor, que hoy puede leerse en J. DE
MONTEMAYOR: Poesía completa, Madrid 1996, ed. de J. B. de Avalle Arce, p. 10), la “Epístola
a Sá de Miranda” (publicada tardíamente en Lisboa, 1595, en el cancionero de éste último),
diversos pasajes de la Diana de sabor autobiográfico y las primeras estrofas de la “Historia
de Alcida y Silvano”, de idéntica inclinación.
2 La hipótesis fue originalmente formulada por G. SCHÖNHERR: Jorge de Montemayor:
Sein Leben und Sein Schäferroman, die “Siete libros de la Diana”, Halle 1886, pp. 9-27.
3 En la “Historia de Alcida y Silvano”, publicada por vez primera en su Segundo
cancionero (Amberes: Juan Lacio, 1558) (véase la edición de E. R. Primavera: “Edición de la
‘Historia de Alcina y Silvano’, poema de Montemayor”, Dicenda: Cuadernos de filología
hispánica 2 [1983], pp. 201-238), y adosada después a la Diana (a modo de apéndice) a partir
de la edición de Zaragoza: Pedro Bernuz, 1560 (cfr: E. FOSALBA VELA: La Diana en Europa,
Barcelona 1994, p. 94; y A. RALLO GRUSS: “Montemayor, Jorge de”, en P. JAURALDE POU
[dir.]: Diccionario filológico de literatura española, siglo XVI, Madrid 2009, p. 716), el propio
Montemayor afirmaba, en unos versos de carácter autobiográfico, que: “Debajo de altos
pinos muy umbrosos,/ con los de Pina siempre conversaba,/ cuyo linaje y hechos
generosos/ al son de su zampoña los cantaba./ Y los de Payva allí por muy famosos,/ sus
virtudes heroicas celebraba,/ llorando a dos Antonios, cuya suerte/ muy presto la atajó la
cruda muerte” (vv. 65-72). Poco después, Francisco Marcos Dorantes incidiría en los
mismos apellidos en su “Elegía a la muerte del excelentísimo poeta Jorge de Montemayor”
(Poesía completa…, op. cit., pp. 439-447): “los de Payva y de Pina y su nobleza,/ demuestren
cuanto más justo les fuera/ morir, que no dar muestra de tristeza.” (vv. 28-30). El poema
apareció al comienzo de la edición póstuma de su Cancionero (Zaragoza: viuda de Bartolomé
de Nágera, 1562) (edición descrita por J. MONTERO DELGADO: “Montemayor, Jorge de”, en
P. JAURALDE POU [dir.]: Diccionario filológico…, op. cit., pp. 704-730: 711) y, poco después,
adosado a diversas ediciones de la Diana, tras ser recogida por la de Alcalá de Henares:
Andrés de Angulo, 1564 (cfr: E. FOSALBA VELA: La Diana en Europa…, op. cit., pp. 106-107;
y A. RALLO GRUSS: “Montemayor, Jorge de”, op. cit., pp. 719-720).

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su personalidad literaria, sensible y crítica al mismo tiempo, su constante retor-


no a la materia veterotestamentaria, su inclinación hacia las formas de devoción
afectivas y, en fin, su desarraigo e insatisfacción vital, parecen sintomáticos de un
alma típicamente judeoconversa, que no alcanzó jamás la plenitud en el amor, ni
encontró tampoco acomodo definitivo en la Corte de Carlos V 4. Sea como fue-
re, lo único que sabemos con certeza acerca de su infancia y primera juventud es
que su formación fue más musical que humanística 5, si bien –como el mismo
declara– ya desde temprana edad frecuentaba la lectura de la Biblia, donde en-
contró siempre materia de su agrado 6.
Al margen de estas generalidades, que constituyen un lugar común entre la crí-
tica, se hace preciso, para iniciar la reconstrucción de su biografía cortesana, cono-
cer con exactitud de qué sectores de la Corte portuguesa procedía Montemayor,

4 Acerca del posible origen converso de Montemayor, son de obligada consulta las
observaciones, ya clásicas, de M. BATAILLON: “¿Melancolía renacentista o melancolía
judía?” (1952), recogido en Varia lección de clásicos españoles, Madrid 1964, pp. 39-54; así
como las observaciones críticas de B. L. CREEL: The religions poetry of Jorge de Montemayor,
Londres 1981, pp. 45-46.
5 Así se deduce de unos versos autobiográficos contenidos en su “Epístola a Sá de
Miranda”: “riberas me crié del rio Mondego,/ a do jamás sembró el fiero Marte,/ del rey
Marsilio acá, desasosiego./ De ciencia allí alcancé muy poca parte/ y por sola esta parte
juzgo el todo/ de mi ciencia y estilo, ingenio y arte./ En música gasté mi tiempo todo;/
previno Dios en mí por esta vía/ para me sustentar por algún modo./ No se fió, Señor, de
la poesía,/ porque vio poca en mí, y aunque más viera,/ vio ser pasado el tiempo en que
valía.” (vv. 70-81). Sigo la reciente edición crítica preparada por J. MONTERO DELGADO:
“La epístola de Montemayor a Sá de Miranda…”, Península: Revista de Estudos Ibéricos 6
(2009), pp. 151-161: 157. En la misma línea inciden los comentarios de Sánchez de Lima,
quien afirmaba “que Montemayor fue un hombre de grandísimo natural, porque todo lo
que hizo fue sacado de allí, pues se sabe que no fue letrado ni más de romancista” (M.
SÁNCHEZ DE LIMA: El Arte poético en romance castellano, Madrid 1944, ed. Rafael de Balbín
Lucas, pp. 37-38).
6 En el prólogo al lector de su Diálogo espiritual, Montemayor reconoce, a pesar de no
ser religioso ni teólogo, estar familiarizado con la lectura de la Sagrada Escritura, a la que
“desde mi niñez he sido aficionado”. Allí encontraba “hazañas y hechos señalados de reyes”,
“hechos notables de caballeros”, “amores excelentísimos” o “palabras graves y de
excelentísima sentencia” (J. DE MONTEMAYOR: Diálogo espiritual, Kassel 1998, ed. Mª D.
Esteva de Llobet, pp. 99-101): materia diversa, en suma, sobre la que se cimentó una parte
sustancial de su cultura libresca. Sobre los conocimientos bíblicos de Montemayor, pueden
consultarse los comentarios de Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor: Vida y obra
de un advenedizo portugués en la corte castellana, Barcelona 2009, pp. 255-264.

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en qué momento pasó a España y, finalmente, de qué círculo formó parte una
vez establecido en Castilla, pues ésta y no otra es la secuencia lógica que expli-
ca su acceso a la Corte de Carlos V mediante la obtención, tras pasar varios años
en las proximidades del poder, de un oficio real en la Casa de las infantas María
y Juana. Pasemos, pues, a revisar los datos de que disponemos: el primer indi-
cio que señala su presencia en la Corte española son dos sentidas composicio-
nes inspiradas en la muerte de la princesa María Manuela de Portugal –la
“Glosa de diez coplas de Jorge Manrique” 7 y el soneto “A la sepultura de la prin-
cesa de Castilla” 8–, primera esposa de Felipe II (entonces príncipe), fallecida en
Valladolid el 12 de julio de 1545, cuatro días después de haber dado a luz al in-
fante don Carlos, hijo primogénito del futuro Rey Prudente 9. Para tal fecha,
por consiguiente, hemos de situar ya a Jorge de Montemayor en la Corte espa-
ñola, pues es forzoso pensar que aquellos poemas de circunstancia –escritos en
castellano, no en portugués– sólo pudieron componerse en un lugar y un tiem-
po muy próximos al hecho que los propiciaba 10. Si estuviésemos en lo cierto, el

7 La “Glosa de diez coplas de don Jorge Manrique hecha por Jorge de Montemayor
sobre la muerte de muy alta princesa doña María, hija del rey don Juan III de Portugal,
dirigidas al muy magnífico y discreto señor Juan de Silva, regidor de Portugal” debió
componerse, como poema de circunstancia, al calor del hecho histórico que lo inspira, esto
es, durante la segunda mitad del año 1545. Hoy se conserva en un manuscrito de la
Biblioteca Nacional de Lisboa, Res. 218, editado recientemente en el apéndice de Mª D.
ESTEVA DE LLOVET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 383-396.
8 El soneto “A la sepultura de la princesa de Castilla” se imprimió ya en el primer
cancionero del poeta, Las obras de George de Montemayor, Medina del Campo: Guillermo de
Millis, ¿1553? Su texto se ofrece en Poesía completa…, op. cit., pp. 92-93.
9 S. NADAL: Las cuatro mujeres de Felipe II, Barcelona 1944, pp. 7-47, relató de manera
sucinta la trayectoria de María Manuela de Portugal en la Corte española, cuyos hitos
fundamentales fueron los siguientes: el 1 de diciembre de 1542 se firmó en Lisboa el doble
contrato matrimonial que ligaba a Felipe de España y María Manuela de Portugal, por una
parte, y a doña Juana de Austria y don Juan de Avis, hijo de Juan III, por otra, quedando
aplazada la segunda unión debido a la corta edad de la contrayente. El 12 de mayo de 1543
se celebró la primera boda por poderes en Almeirim, residencia de verano de la Corte
portuguesa, donde actuó como apoderado de don Felipe el embajador don Luis Sarmiento.
María de Portugal cruzó finalmente la frontera el 23 de octubre de 1543. Una vez celebrada
la ceremonia nupcial en Salamanca, el 13 de noviembre de 1543, los príncipes de Asturias se
asentaron en Valladolid, donde María Manuela moriría el 12 de julio de 1545.
10 En sentido contrario se expresa B. L. CREEL: The religions poetry…, op. cit., pp. 47-
48, quien considera, apoyándose en el contenido de la copla V (donde se contempla, desde
Lisboa, la partida del cortejo de María Manuela), que Montemayor escribió la “Glosa” antes

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poeta lusitano habría encontrado cobijo ya por entonces a la sombra del círcu-
lo cortesano portugués, cuyas esperanzas, tras la prematura muerte de la empe-
ratriz Isabel (1539), estaban depositadas, precisamente, en la opción política
representada por María Manuela y el príncipe Felipe. No es de extrañar, por
tanto, que Montemayor llore con tanta amargura la pérdida de su compatriota,
toda vez que su propio futuro cortesano, como el de tantos portugueses allega-
dos a la Corte de Carlos V, dependía en gran medida de la buena fortuna y pros-
peridad de la joven princesa 11.
Si los versos de Montemayor resultan reveladores acerca de su posición a la
altura de 1545, menos clarificadora se muestra la documentación de archivo,
pues su nombre no figura entre el personal de la Casa de María Manuela 12, don-
de se reunieron sus servidores (españoles y portugueses) a partir de su constitu-
ción en 1543 13. Esto no significa, en todo caso, que aquel joven de poco más de
veinte años no estuviese estrechamente ligado a aquella Casa o a alguno de sus

de pasar a España. Pero, ¿por qué escribir en castellano en la Corte de Lisboa?, ¿no indica
claramente el uso del castellano cuál era el ámbito de difusión inmediato de este poema de
circunstancia? El apunte de Creel permitiría tan sólo sostener que Montemayor no cruzó la
frontera en 1543 junto a María Manuela, sino que debió hacerlo después (en todo caso, antes
del verano de 1545) en circunstancias que hoy desconocemos.
11 Elocuentes a este respecto resuenan ciertos versos contenidos en la citada “Glosa”,
copla IV: “Cuantas doncellas llevastes,/ hidalgos y caballeros/ de primor,/ muy más tristes
los dejastes/ de lo que están los corderos/ sin pastor.” (Mª D. ESTEVA DE LLOVET: Jorge de
Montemayor…, op. cit., p. 387).
12 Como ya observaran C. Michaëlis de Vasconcellos y N. Alonso Cortés, Montemayor
no figuró nunca entre los servidores de la Casa de María Manuela (1543-1545), cuya
composición puede consultarse a través de los completos listados contenidos en J.
MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Carlos V, Madrid 2000, t. 3, v. 5, pp. 133-136.
13 La Casa de María Manuela de Portugal se constituyó en 1543, poco antes de su
partida hacia España. En ella encontraron asiento unos doscientos servidores procedentes
de distintos sectores: los cargos principales fueron ocupados por personas de la máxima
confianza de los reyes, como Alejo de Meneses (mayordomo mayor) y Margarita de
Mendoza (camarera mayor); a los que se sumaron numerosos hijos de la nobleza portuguesa
y de las élites locales, como Antonia de Meneses (camarera menor) o el ama Mencía de
Andrade; y numerosos servidores castellanos cercanos a la reina Catalina, como el
embajador Luis Sarmiento (caballerizo mayor) y sus familiares, o las damas Mencía de
Figueroa y María de Velasco. Sobre el particular, véanse las explicaciones de F. LABRADOR
ARROYO: “Los servidores de la princesa María Manuela de Portugal”, en J. MARTÍNEZ
MILLÁN (dir.): La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 1, v. 2, pp. 121-125.

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principales oficiales, pues muchos de ellos –señores y damas pertenecientes, por


lo general, a las élites políticas y sociales arraigadas en la Corte portuguesa– pa-
saron a España acompañados de pajes, criados o mozos de entretenimiento –entre
los que siempre había músicos– que, por ser miembros de su servicio privado,
no figuraban en los listados de la Casa de la princesa 14, aunque, de hecho, for-
masen parte del séquito que la acompañaba y gravitasen, como satélites del uni-
verso áulico configurado en torno a la persona real, dentro de su círculo de
atracción e influencia. Así pues, aunque no sea posible conocer con certeza el
momento en que Montemayor pasó a España –pues, o bien lo hizo en 1543 en
el seno de la comitiva real 15, o bien, algo más tarde, enviado desde la Corte de
Portugal–, sí parece razonable postular que Montemayor pudo residir tempo-
ralmente en Sevilla antes de partir hacia la Corte 16, y que habría llegado ya a
Valladolid en 1545. A pesar de carecer de datos más precisos, con el apoyo de
estos breves apuntes queda dibujada ya con cierta nitidez la trayectoria seguida

14 En esa línea, F. M. RUIZ CABELLO: “Sobre Jorge de Montemayor, poeta y cantor en la


corte española”, Philologia hispalenses 14/1 (2000), pp. 127-142: 131, barajó la posibilidad de
que Montemayor, tras haberse formado musicalmente en Portugal, hubiese pasado a España
en 1543 dentro de aquella comitiva como cantor de la capilla del arzobispo de Lisboa, don
Fernando de Vasconcellos, pues María Manuela, por entonces, sólo tenía instrumentistas (y no
cantores) a su servicio, tal y como expusiera en su día Carolina Michaëlis de Vasconcellos.
15 Un relato pormenorizado de aquellos hechos se conteniene en: “Relación del
recibimiento que se hizo a doña María, infanta de Portugal, hija de don Juan tercero y de
doña Catalina, hermana del emperador Carlos V, cuando vino a España a desposarse con
Felipe II en el año 1543”, en CODOIN 3, pp. 361-418; y también en D. PIRES DE LIMA: “O
casamento da infanta D. Maria, princesa das Astúrias, no contexto da história peninsular no
século XVI”, Separata dos Anais (2ª série) 32 (1989), pp. 133-156.
16 La presencia de Montemayor en España antes de pasar a la Casa de las Infantas
parece acreditada por diversos indicios entrelazados certeramente por F. M. RUIZ CABELLO:
“Sobre Jorge de Montemayor…”, op. cit., pp. 132-133: el intercambio epistolar entre
Gutierre de Cetina y Jorge de Montemayor, recogido en la edición impresa de Las obras
(¿1553?) –“De Gutierre de Cetina siendo enamorado en la Corte para donde Montemayor
se partía” (Poesía completa, p. 91) y “Respuesta de Jorge de Montemayor siendo enamorado
en Sevilla donde Gutierre de Cetina se quedava” (Poesía completa, pp. 91-92)–, la posible
influencia de Montemayor en la génesis musical de una pieza, inspirada en la muerte de
María Manuela, incluida en los Tres libros de Música en cifras para vihuela del músico y
canónigo de la catedral hispalense Alonso de Mudarra, y, finalmente, la presencia de unos
versos laudatorios de Montemayor en la obra de F. DE TRASMIERA: Vida y excelencias de la…
Virgen, publicado en Valladolid en 1546, ciudad en la que se hallaba “la ribera del hermoso
Pisuerga”, señalada por Cetina como destino del portugués.

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por Jorge de Montemayor en sus primeros años, cuyo curso se clarifica a la luz
de las facciones cortesanas que lo promocionaron, primero, en Portugal, y lo
acogieron, después, en Castilla.
En efecto, todo cobra sentido cuando se considera que, desde finales del si-
glo XV, las monarquías hispana y portuguesa procuraron, a través de una ince-
sante política matrimonial, la unión de reinos por vía hereditaria; lo que llevó a
las hijas de los Reyes Católicos, Isabel y María, y después a las de Juana de Cas-
tilla, Leonor y Catalina, hermanas de Carlos V, a casar sucesivamente con dis-
tintos monarcas portugueses; mientras Isabel de Avis, prima de las dos últimas,
se convertía en esposa del Emperador en 1526. Esta línea de actuación culmi-
naría, finalmente, con el doble compromiso matrimonial sellado para la tercera
generación, por el que se establecía la unión conyugal entre el príncipe Felipe y
María Manuela; y entre don Joao y doña Juana de Austria. Para la consecución
de este último acuerdo, fue decisiva la participación de la reina Catalina de Por-
tugal y de la emperatriz Isabel, quien favoreció con insistencia la empresa antes
de su temprana muerte. Después, sería el embajador de España en Portugal,
don Luis Sarmiento, quien tomase las riendas del asunto, recomendando el
proyecto a Francisco de los Cobos y llevándolo finalmente a término en conni-
vencia con la reina portuguesa 17. Con ello, Catalina logró dar un paso decisivo
para la creación de una facción cortesana, tanto en Castilla como en Portugal,
que compartiese un mismo ideario –político 18 y religioso 19– y se apoyase en un

17 En la Corte de Lisboa, tanto la reina Catalina, hermana de Carlos V, como su


embajador en Portugal, don Luis Sarmiento, hicieron lo posible por comprometer al príncipe
Felipe con María Manuela, pues en Portugal se pensaba que sería la infanta quien, a la postre,
heredaría el reino. De este modo se consumaría el proyecto político planteado ya en tiempos
de los Reyes Católicos cuyo fin era la unión de los distintos reinos peninsulares bajo un mismo
cetro. Al respecto, véase D. PIRES DE LIMA: “O casamento da infanta…”, op. cit., pp. 123-129.
18 El ideal político que albergaba este grupo de poder era el de una Monarquía de vocación
universalista, donde se respetase la particularidad y diversidad de cada reino y se permitiese la
participación en el gobierno de las élites locales de cada territorio. En el caso español, frente a
esta postura se posicionó el centralismo castellanista de la facción dominante encabezada por
Francisco de los Cobos, Juan Tavera y Fernando de Valdés. Sobre el particular ha escrito J.
MARTÍNEZ MILLÁN: “Familia Real y grupos políticos: La princesa Doña Juana de Austria
(1535-1573)”, en La corte de Felipe II, Madrid 1994, pp. 73-106, en particular, pp. 83-84.
19 La espiritualidad del grupo portugués venía marcada, desde antiguo, por la estricta
observancia que Isabel la Católica enseñara a sus hijas, María y Juana, que a su vez fue
transmitida –siempre por vía femenina– a sus nietas, la emperatriz Isabel y la reina Catalina

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sustrato social común 20, con la esperanza de que, gracias a su identificación, se


pudiese alcanzar algún día la unión pacífica de ambas Coronas. No ha de sor-
prender, por ello, que los miembros de esta facción política fuesen mirados tan-
tas veces con recelo, ya que eran acusados de servir los intereses castellanos en
Portugal y, al contrario, de velar por los intereses portugueses en Castilla; a pe-
sar de lo cual llegaron a ejercer una profunda influencia en ambos reinos 21, tal
y como tendremos la oportunidad de comprobar en el caso español.
No hay duda, pues, de que Jorge de Montemayor –al igual que sus mayores
y protectores– pertenecía a este grupo de poder, la “facción castellana” en la
Corte de Juan III, y que amparado por la misma pasó a España poco antes del
fallecimiento de María Manuela, en cuyo círculo debía ya moverse en el verano
de 1545. Esta hipótesis resulta absolutamente coherente cuando se comprueba
que fue la propia reina Catalina quien ejerció mayor influencia en la organiza-
ción de la Casa de la princesa, a la que se incorporaron numerosos servidores
–tanto españoles como portugueses– procedentes directamente de su Casa, o
vinculados a sus oficiales más prominentes por lazos familiares o clientelares 22.

de Portugal, descendientes, respectivamente, de los dos anteriores. De ahí que en la Casa y


el entorno cortesano de las mismas siempre predominase una devoción antiintelectualista,
basada en la vivencia interior de la fe (oración mental), el constante ejercicio de las virtudes
y una ascesis exigente de mortificaciones. Esta religiosidad reformada fue apoyada en
Castilla por buena parte de las elites gobernantes durante el XV, y desde el punto de vista
intelectual, cuajó en la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares. Andados los años,
sería un excelente caldo de cultivo para que, siempre en ámbitos lusitanos y femeninos,
arraigase en la Corte española el recogimiento y la espiritualidad de la Compañía de Jesús
en sus primeros tiempos, como sucedió en el círculo de doña Juana de Austria. Sobre el
particular, véase J. MARTÍNEZ MILLÁN y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-
1598). La configuración de la monarquía hispana, Salamanca 1998, pp. 31-38.
20 Este sustrato social, que había de constituir la base del grupo, estaba compuesto por
familias surgidas de matrimonios mixtos (entre portugueses y españoles), como los fomentados
por la emperatriz Isabel, quien casó a muchas de sus damas con egregios cortesanos españoles,
siendo el caso de Leonor de Castro y Francisco de Borja el más conocido. Al respecto, véase J.
MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 1, v. 2, p. 219.
21 Reproduzco en estas líneas las explicaciones de F. LABRADOR ARROYO: “La casa de
la reina Catalina de Portugal: estructura y facciones políticas (1550-1560)”, Miscelánea
Comillas 61 (2003), pp. 203-252, particularmente, pp. 204 y 209.
22 Véase F. LABRADOR ARROYO: “Los servidores de la princesa María Manuela…”, op.
cit., p. 121, n. 576bis.

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Acerca de quién lo patrocinaba personalmente dentro de aquel convulso labe-


rinto cortesano, no cabe duda de que un indicio crucial lo ofrece el propio Mon-
temayor, cuando en 1545 dedica a “Juan de Silva, regidor de Portugal” su
mencionada “Glosa de diez coplas de Jorge Manrique”, pues este insigne perso-
naje, VI señor de Vagos, ejerció, entre otros cargos, el de alcalde mayor de Mon-
temôr-o-Velho, localidad natal de nuestro autor, además de actuar como
consejero de Juan III y regidor das Justiças de Portugal, ofició al que se refiere
Montemayor y que don Joao desempeñaría hasta su muerte, en 1557 23. Así que,
muy probablemente, gracias a los estrechos lazos clientelares que unían a la fa-
milia de Montemayor con don Juan de Silva (lazos surgidos originalmente en el
ámbito local), el joven poeta accedió a la Corte de Portugal antes de encaminar-
se hacia España, donde trató de ganarse la vida y mejorar su estado por medio
de la música, tal y como confesaría años más tarde a Sá de Miranda en su famo-
sa epístola 24.
En Castilla, por su parte, como quienes cruzaron la frontera por aquellos días,
Montemayor fue acogido en el círculo cortesano portugués, conformado ini-
cialmente por los servidores que acompañaron a la emperatriz Isabel hacia sus
desposorios, que se veía entonces reforzado, tras haber sufrido la pérdida de
aquélla en 1539, con el nuevo contingente llegado desde el país vecino. Unos y
otros tenían sus esperanzas depositadas en el príncipe Felipe y la princesa Ma-
ría Manuela, con quienes quizás pudiese realizarse algún día el viejo sueño po-
lítico de los Reyes Católicos 25. La temprana muerte de María Manuela, sin

23 Sobre Juan de Silva, puede consultarse la información contenida en A. C. DE SOUSA:


História Genealógica da casa real portuguesa, Coimbra 1947 (reimp.), t. 3, pp. 296 y 365; F.
GAYO: Nobiliário das Familias de Portugal, Braga 1989, vol. 9, p. 389; y L. SALAZAR Y CASTRO:
Historia Genealógica de la Casa de Silva, Navarra 1998 (facsímil de 1685), t. 2, pp. 271 y 273.
24 “Aquella tierra fue de mí querida;/ dejela, aunque no quise, porque veía/ llegado el
tiempo ya de buscar vida./ Para la gran Hisperia fue la vía/ a do me encaminaba mi
ventura/ y a do sentí que amor hiere y porfía.” (vv. 88-93). Cfr: J. MONTERO DELGADO: “La
epístola de Montemayor…”, op. cit., p. 157.
25 Tras la muerte de la emperatriz Isabel, y ante el triunfo en la Corte de la facción
encabezada por Cobos y Tavera, el círculo cortesano portugués y un amplio sector de
humanistas se refugió en torno al príncipe Felipe, de cuya educación se ocuparon
fundamentalmente miembros de este segundo grupo, como Honorato Juan o Calvete de
Estrella. Si la llegada a España de María Manuela y su séquito portugués representó para
ellos una nueva esperanza, no es menos cierto que su temprana muerte supuso un duro revés
para quienes se movían en aquella órbita de poder. En todo caso, los servidores lusitanos que

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embargo, truncó –como dijimos– las expectativas de aquel grupo de cortesanos,


que hubo de regresar mayoritariamente a su país de origen siguiendo el man-
dato del Emperador, mientras sólo una pequeña y afortunada minoría perma-
neció en España al encontrar acomodo en otras Casas reales 26. En torno a aquel
núcleo de servidores debía moverse ya Montemayor a la altura de 1545, quien,
con el apoyo de sus compatriotas, lograría introducirse dos años después en la
Casa de las Infantas, en cuyo seno la presencia e influencia de los portugueses
era pública y notoria desde su fundación en 1539 27. La ocasión propicia para
promocionar al joven músico lusitano llegó cuando Lázaro Velázquez dejó libre
el único puesto de cantor contrabajo existente en la Casa de las Infantas 28 pa-
ra marchar a Toledo, de donde regresaría a la Corte, pocos meses después, para
ingresar en la capilla que acompañaría al príncipe Felipe en su viaje de forma-
ción por Europa 29. Si sabemos, por una parte, que Velázquez todavía sirvió a

lograron permanecer en la Corte de Carlos V tras aquel luctuoso suceso, como fue el caso de
Montemayor, constituirían, andados los años, el núcleo fundacional del partido de Éboli,
que pugnaría en la década de 1550 por controlar los resortes de la Monarquía hispana. Al
respecto, véase J. MARTÍNEZ MILLÁN y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-
1598)…, op. cit., pp. 39-48; y J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Carlos V…, op. cit.,
t. 1, v. 2, pp. 216-225.
26 A pesar de los deseos expresados por María Manuela en su testamento, donde
solicitaba que sus servidores permaneciesen en Castilla atendiendo a las infantas María y
Juana, el príncipe Felipe o el infante don Carlos, el Emperador decidió abonar ciertas
cantidades a los miembros de aquella Casa para que regresasen a Portugal y abandonasen la
Corte castellana. Aun con todo, 43 oficiales lograron permanecer en España encontrando
asiento en otras Casas reales. El grupo más numeroso (29) fue a parar a la Casa de las
Infantas, mientras que otros diez servidores pasaron a la Casa del príncipe Felipe. Para más
detalles, véase F. LABRADOR ARROYO: “Los servidores de la princesa María Manuela…”, op.
cit., pp. 124-125.
27 La Casa de las Infantas, desde su constitución en 1539 hasta su disolución en 1548,
ha sido estudiada por I. Ezquerra Revilla: “La Casa de las infantas doña María y doña
Juana”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN (dir.), La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 1, v. 2, pp. 125-
152. El cuadro de su personal puede consultar en ibidem, t. 3, v. 5, pp. 118-123.
28 Como explica H. ANGLÉS: La música en la corte de Carlos V, Barcelona 1944, v. 1, p.
75, la más que notable capilla musical de las infantas María y Juana estaba compuesta, a la
altura de 1547, por “tres cantores tiples, dos contraltos, dos tenores, un contrabajo y «tres
mozos que sirven de cantar en el facistol»”.
29 Lázaro Velázquez ejerció como cantor contrabajo de la Casa de Castilla del príncipe
Felipe desde el 1º de septiembre de 1548 (La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 3, v. 4, p. 385).

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las infantas durante el primer tercio de 1547 30 y, por otra, que Jorge de Mon-
temayor ejercía ya el oficio a comienzos de 1548, tal y como él mismo declara al
comienzo de la Exposición moral sobre el salmo LXXXVI, impresa en Alcalá de
Henares, en cuyo colofón figura la fecha de 1º de marzo de 1548, entonces ca-
be concluir que nuestro autor accedió al cargo durante aquel corto intervalo de
tiempo 31.
Para Jorge de Montemayor, la obtención de aquel oficio real debió represen-
tar una extraordinaria noticia, pues tras dos o tres años de permanencia en Es-
paña daba cumplimiento a su deseo de ganarse la vida como músico en la Corte
de Carlos V. Su orgullo y satisfacción por verse integrado en la sociedad cortesa-
na quedan de manifiesto en la citada dedicatoria de la Exposición moral 32, don-
de por vez primera Montemayor se declara súbdito y deudor de un personaje
arraigado en la Corte española, la infanta María, y no en la portuguesa, como

En la cédula donde se recoge su nombramiento, transcrita por H. ANGLÉS: La música en la


corte…, op. cit., v. 1, p. 106, se explica que el músico procedía de Toledo, ciudad a la que
debió llegar desde la pequeña Corte de Alcalá de Henares. Tras incorporarse al servicio del
príncipe, Velázquez vio incrementados sustancialmente sus emolumentos, pasando a cobrar
40.000 mrs. anuales de quitación.
30 Puede consultarse al respecto la “Relación de los cantores que se pagan en la cámara
y despensa de sus Altezas”, reproducida por H. ANGLÉS: La música en la corte…, op. cit., v.
1, p. 76, fechada a 4 de junio de 1547, donde se informa acerca de la composición y salario
de los músicos de la Casa de las Infantas que residieron en la Corte durante el primer tercio
de aquel año. En él figura Lázaro Velázquez como cantor contrabajo, con una asignación
anual de 25.000 mrs.
31 Esta acertada deducción, obtenida a partir de los documentos recopilados por H.
Anglés, se debe a F. M. RUIZ CABELLO: “Sobre Jorge de Montemayor…”, op. cit., p. 134, n.
21, a quien seguimos en estas líneas.
32 La Exposición moral sobre el salmo LXXXVI, del real profeta David es la primera obra
impresa (Alcalá de Henares, Juan de Brocar, 1548) de Jorge de Montemayor. Va “dirigida a
la muy alta y muy poderosa señora la infanta doña María, por George de Montemayor,
cantor de la capilla de su alteza”, quien, agradecido, declara haber tomado el salmo “para
fundamento y principio de los servicios que a V. A. debo hacer en reconoscimiento de la
incomparable merced que rescebí en ser recibido por criado de V. A…”: F. LÓPEZ ESTRADA:
La exposición moral sobre el salmo LXXXVI de Jorge de Montemayor, Madrid 1944, (Separata
de la Revista de Bibliografía Nacional 5), p. 11. Estas líneas ilustran con elocuencia el orgullo
y satisfacción de Montemayor tras su ingreso en la Casa de las Infantas, que por entonces se
movía entre Madrid y Alcalá de Henares, dependiendo de las condiciones del aposento y de
la quebradiza salud de sus jóvenes titulares.

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era el caso de don Juan de Silva. Así las cosas, tocado por la gracia real, a la que
accedió sin duda por intercesión del círculo cortesano portugués, Montemayor
alcanzaba, en plena juventud, una inmejorable posición para medrar y progresar,
andados los años, en el universo áulico, ya que en el horizonte –no lo olvidemos–
se hallaba el compromiso matrimonial por el que algún día doña Juana de Aus-
tria, nacida en 1535 y todavía niña, se convertiría en princesa y reina de Portugal.
No sorprende, por consiguiente, que con estas perspectivas Jorge de Montema-
yor pasase, en 1549, a servir como cantor contrabajo en la Casa de doña Juana y
el infante don Carlos 33, pues, tras la disolución de la Casa de las Infantas, sus
servidores fueron repartidos –con notable dilación, como prueba el caso de
Montemayor 34– entre ambas hermanas. Poco antes, éstos habían podido mani-
festar sus preferencias a través de un memorial donde se observa el escaso atrac-
tivo que para aquel colectivo (plagado de portugueses) representaba la lejana
Corte de Viena frente a la posibilidad de permanecer en Castilla y pasar después

33 En su día, N. ALONSO CORTÉS: “Sobre Montemayor y la Diana”, Boletín de la Real


Academia Española 17 (1930), pp. 353-362: 354, sacó a la luz un albalá, fechado en Bruselas
a 15 de noviembre de 1549, expedido por Francisco de Eraso en nombre del Emperador,
donde se recoge el nombramiento de Montemayor como cantor de doña Juana: “acatando lo
que Jorge de Montemayor, cantor contrabajo, ha servido a mis amadas hijas y nietas, nuestra
merced y voluntad es lo sea de la Illma. infanta doña Juana de aquí adelante y que haya y
tenga cuarenta mil maravedís de ración y quitación cada año”. El período en que
Montemayor estuvo cobrando por el ejercicio de este oficio en Castilla fue desde el 1 de
enero de 1549 al 30 de abril de 1552 (nómina de 17 de junio), tal y como consta en el mismo
documento (AGS, CySR, leg. 74). Estos datos se confirman en su historial económico
(AGS, CySR, leg. 115, f. 19): Jorge de Montemayor sirvió como cantor contrabajo en la Casa
de las Infantas hasta 1548. Pasó con el mismo oficio a la Casa de la infanta Juana el 1 de enero de
1549, sirviendo también hasta 1551 en la Casa de la regente María (La corte de Carlos V…,
op. cit., t. 3, v. 4, p. 264).
34 Como explica I. EZQUERRA REVILLA: “Los servidores de los regentes”, en J.
MARTÍNEZ MILLÁN (dir.): La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 1, v. 2, pp. 230-237: 234, hasta
mediados de 1549 el emperador Carlos V, apremiado desde Castilla por el marqués de
Távara, no repartió a los oficiales de las infantas (siguiendo la propuesta del duque de Alba
y Juan Vázquez de Molina) entre las nuevas Casas de sus hijas. De ahí que la primera nómina
de la Casa de doña Juana no llegase hasta el 5 de junio de 1549 (I. EZQUERRA REVILLA: “Las
Casas de doña Juana y don Carlos”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN [dir.]: La Corte de Carlos V…,
op. cit., pp. 237-249: 239: AGS, CySR, leg. 64, ff. 576-583v.); y que el título de Montemayor
no se firmase hasta el 15 de noviembre de 1549, como aconteció con todos los oficios de la
Casa (ibidem, p. 239: AGS, CySR, leg. 64, ff. 614-619).

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

al reino vecino a la sombra de la princesa Juana 35. Como es bien sabido, hasta
1552, fecha en que doña Juana se trasladó al país vecino, Jorge de Montemayor
figuró entre el personal de su Casa, si bien servía por temporadas a doña María 36,
casada con el archiduque Maximiliano el 17 de septiembre de 1548, quien ejer-
cía desde Valladolid la regencia del reino en ausencia del príncipe Felipe 37. Du-
rante aquel período, doña Juana de Austria y su sobrino –a quien criaba como
una madre– residieron primero en Aranda de Duero y después en Toro, villa a
la que se trasladaron en noviembre de 1550 debido a la poca salud de don Carlos
y a la incomodidad del aposento 38. De manera que debemos imaginar a nuestro
autor en esta época alternando entre la Corte vallisoletana de María y Maximi-
liano, y la pequeña Corte de doña Juana, apartada por voluntad del Emperador
de los grandes centros de decisión de la Monarquía 39.

35 El inminente viaje del príncipe Felipe por Europa y la boda de María y Maximiliano
obligó a reorganizar su servicio en 1548: la Casa del príncipe se organizó al estilo de Borgoña,
mientras que el servicio de sus hermanas se separó. Parece que los servidores de la Casa de las
Infantas pudieron manifestar sus preferencias antes de la división, tal y como consta
documentalmente en AGS, Estado, leg. 14, núm. 4, donde no queda constancia de la voluntad
de Montemayor. Sobre estas alteraciones en el servicio, véase J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de
poder en las Cortes de las Monarquías española y portuguesa en el siglo XVI: los servidores
de Juana de Austria”, Miscelánea Comillas 61 (2003), pp. 169-202, en particular, pp. 182-183.
36 Como acredita documentalmente (con nóminas de 1549: AGS, CySR, leg. 23) y
explica H. ANGLÉS: La música en la corte…, op. cit., v. 1, pp. 78-79, diversos músicos de la
Casa del Príncipe y de la Casa de doña Juana sirvieron temporalmente a doña María en
Valladolid durante su período de regencia. Entre ellos se hallaba Jorge de Montemayor
(AGS, CySR, leg. 64, ff. 775-776). La causa la aclara I. EZQUERRA REVILLA: “Los servidores
de los regentes…”, op. cit., p. 235: “hasta que se fijó su servicio y aún después, la reina de
Bohemia tuvo que recurrir a oficiales de otras casas reales para ver cumplidas sus
necesidades, en especial de servicio musical”.
37 El príncipe Felipe estuvo en viaje de formación por Europa entre 1548 y 1551,
período durante el que María y Maximiliano ejercieron la regencia de Castilla. Hechos
descritos en J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Familia Real y grupos políticos…”, op. cit., pp. 77-78.
38 Véase el relato ofrecido por J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en las
Cortes…”, op. cit., pp. 183-184. En esta primera época, servían en la Casa de doña Juana
poco más de cien personas, excluida la guardia de alabarderos.
39 Mientras la Corte de regencia permanecía en Valladolid, doña Juana se trasladó el 16
de enero de 1549 a Aranda de Duero, sin tener todavía asignado servicio propio, ante el
deseo de Carlos V de mantener separados ambos entornos de poder. Al respecto, véase I.
EZQUERRA REVILLA: “Los servidores de los regentes…”, op. cit., pp. 233-234; y “Las Casas
de doña Juana y don Carlos…”, op. cit., p. 238.

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Jorge de Montemayor se integraba en la Corte de Carlos V en un momento de


transición sumamente trascendente para el círculo cortesano portugués, al que
pertenecían por entonces personajes tan señalados como Francisco de Borja,
Guiomar de Melo, Leonor de Mascareñas o el mismo Ruy Gómez de Silva, –ami-
go inseparable del príncipe Felipe desde la infancia–, nieto de Ruy Téllez de Me-
neses, mayordomo mayor de la emperatriz Isabel a su llegada a España 40. Mientras
este grupo emergente crecía y maduraba a la sombra de los miembros más jóve-
nes de la familia real, el partido imperial, encabezado hasta entonces por Juan Ta-
vera y Francisco de los Cobos, vivía una etapa de reestructuración después del
fallecimientos de sus principales patronos entre 1545 y 1547, período tras el que
Fernando de Valdés y Juan Vázquez de Molina ejercerían el control del grupo 41,
hegemónico en el Imperio Habsburgo desde que Carlos V concediera a Castilla –y
a los castellanos– la preeminencia en el gobierno de la Monarquía. Ellos habían si-
do los responsables de la quiebra del humanismo político en España con la perse-
cución de los erasmistas y la febril represión de todo indicio de iluminismo, lo que
generó un clima de intransigencia que pronto afectaría a la vida cultural de los rei-
nos hispánicos 42. La espiritualidad que aquéllos encarnaban hundía sus raíces en

40 Sobre la formación del círculo portugués y el origen de sus principales miembros,


véase J. MARTÍNEZ MILLÁN y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…,
op. cit., pp. 31-38.
41 Cuando el Emperador embarcó hacia el Imperio en 1543, quedando en España el joven
príncipe Felipe al cargo de la regencia, dejó consigo un importante grupo de cortesanos –todos
de su máxima confianza– para que lo auxiliasen en las tareas de gobierno. No obstante, entre
1545 y 1547 todos desaparecieron de la escena política, quedando al frente de la facción
imperial Fernando de Valdés y Juan Vázquez de Molina: Juan Tavera, inquisidor general, murió
en 1545; y pronto le siguieron el conde de Cifuentes, gobernador de la Casa de las Infantas;
García de Loaysa, presidente del Consejo de Indias; el conde de Osorno, presidente de la Sala
de Santiago del Consejo de Órdenes; y don Juan de Zúñiga, mayordomo mayor del Príncipe.
Un año más tarde, en 1546, marchaba al Imperio el duque de Alba, capitán general de todas las
fuerzas de la Península, que acudía a la llamada de Carlos V. Finalmente, en 1547 falleció
Francisco de los Cobos, contador mayor y secretario de Hacienda, el omnipotente patrono de
la Corte de Carlos V y dominador de las finanzas reales. Al respecto, véase J. MARTÍNEZ
MILLÁN y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…, op. cit., pp. 39-48.
42 El proceso de repliegue cultural acaecido en España, en relación con las distintas
facciones cortesanas en litigio, ha quedado descrito en J. Martínez Millán: “Del humanismo
carolino al proceso de confesionalización filipino”, en J. L. GARCÍA HOURCADE y J. M.
MORENO YUSTE (coords.): Andrés Laguna: humanismo, ciencia y política en la Europa
renacentista. Actas del Congreso Internacional, Valladolid 2001, pp. 123-159.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

la escolástica tomista, mientras que, desde un punto de vista histórico, entroncaba


con el sentimiento de cruzada forjado durante la Reconquista 43. Así pues, no ha
de extrañar que los miembros de este sector, eminentemente castellanista, se iden-
tificasen –hasta el punto de adoptarlo como seña de identidad– con un cristianis-
mo intelectual y formalista que, erigido en paradigma de la ortodoxia, no dudarían
en emplear contra sus enemigos políticos –mediante el recurso a la Inquisición si
era preciso– para evitar la injerencia de otros grupos de poder en cuyas filas abun-
daban los súbditos de otros reinos (Flandes, Portugal), así como los practicantes de
una fe vivencial e interiorista, surgida al calor de la reforma católica, que no tarda-
ría en ser desplazada a los límites de la heterodoxia.
En la Corte castellana, aquel movimiento de reforma –la observancia– fue
amparado en sus inicios por Isabel la Católica, quien supo transmitir a sus hijas
ese espíritu de rigurosa austeridad religiosa que, por vía femenina, arraigaría con
fuerza tanto en la Corte de Portugal (la reina Catalina) como en la española (la
reina Juana de Castilla, la emperatriz Isabel y, finalmente, la princesa Juana de
Austria). No es necesario recordar que con ese nuevo aliento se desarrolló la la-
bor pastoral de fray Hernando de Talavera en Granada o las empresas culturales
auspiciadas por el cardenal Cisneros (la Universidad de Alcalá de Henares, la Bi-
blia Políglota), y que, poco después, durante la década de 1520, aquel legado se-
ría engrandecido por los erasmistas españoles 44, cuyo testigo tomarían, en
última instancia, los miembros del círculo cortesano portugués, donde se refu-
giaron algunos insignes humanistas como Honorato Juan o Calvete de Estrella.
Entre sus filas florecería de nuevo la semilla de la espiritualidad afectiva, que ro-
zaba ya los límites de la mística por la vía del recogimiento, tal y como acreditan
los libros con los que doña Juana daba satisfacción a sus anhelos religiosos 45. Ésa

43 El origen y fundamentos de esta espiritualidad castellanista y cristianovieja pueden


conocerse a través de J. MARTÍNEZ MILLÁN: La Inquisición Española, Madrid 2007, pp. 50 y ss.
44 Sobre la labor política, religiosa y cultural del partido “isabelino”, su prolongación
con el partido “felipista” (los partidarios de Felipe el Hermoso) y su entronque con los
erasmistas del séquito de Carlos V, véanse las conexiones trazadas por J. MARTÍNEZ MILLÁN
y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…, op. cit., pp. 19-29.
45 Como explica J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Familia Real y grupos políticos…”, op. cit., p.
78, entre los libros de espiritualidad que doña Juana de Austria llevó consigo a Portugal en
1552 se hallaban los cuatro libros del Cartujano, Flos santorun, los morales de San Gregorio,
la Doctrina cristiana del doctor Constantino o las cinco partes del Abecedario espiritual de
Francisco de Osuna, obras que sistemáticamente irían a parar al Índice de Valdés (1559).

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era, precisamente, la tradición faccional y espiritual a la que Jorge de Montemayor


se acogió, en 1547, al ingresar en la Casa de las Infantas, donde había calado hon-
damente la reciente predicación de los padres jesuitas Araoz y Fabro 46, cuya espi-
ritualidad, antes del cambio de rumbo de la Compañía, guardaba estrecha relación
con la que profesaban, entre otros, los observantes de las distintas órdenes religio-
sas y los recogidos 47. De manera que ni la temprana Exposición moral sobre el psal-
mo LXXXVI ni la copiosa poesía devota reunida en la primera edición de su
cancionero (Las obras de George de Montemayor, ¿1553?) pudieron ser ajenas al am-
biente que se respiraba en el entorno más íntimo de las jóvenes infantas María y
Juana.
Con el regreso a España del príncipe Felipe, en julio de 1551, terminaban los
años de espera para Montemayor, pues, una vez pasado el tiempo de la infancia,
había llegado la hora en que doña Juana de Austria y el príncipe de Portugal ha-
brían de consumar en matrimonio. La infanta María, por su parte, concluido el
período de regencia, partió sin dilación hacia el Imperio, lo que permitió a los
miembros de la Casa de doña Juana que la habían servido temporalmente en Va-
lladolid regresar junto a su señora, cuya influencia política aumentaba rápida-
mente conforme se aproximaba el momento de pasar a Portugal en calidad de
princesa. Como fiel servidor, Montemayor no tardó en beneficiarse de este hecho,
pues se vio tocado de nuevo por la gracia real cuando Juan III le hizo merced, el
14 de marzo de 1551, de la escribanía de uno de los navíos de la ruta de Mina 48.

46 Estas noticias son ofrecidas en J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en las


Cortes…”, op. cit., pp. 185-186.
47 Frente a la religiosidad ortodoxa de corte intelectual y formalista, florecieron en la
España de Carlos V numerosas corrientes espirituales de inclinación afectiva que, por medio
de la voluntad, una ascesis exigente, la oración mental y la meditación interior, trataron de
buscar la comunión espiritual con Dios. Entre ellas se contaba la espiritualidad de la Compañía
de Jesús en sus primeros tiempos que, en determinados aspectos, coincidía con la que
profesaban los reformados y observantes, los recogidos, los erasmistas y aun los alumbrados,
pues todos ellos procedían de una misma rama del Cristianismo. Unos y otros fueron
hostigados po la Inquisición, como le aconteció al propio Iñigo de Loyola en Alcalá, que vigilaba
y castigaba severamente cualquier conato de iluminismo o protestantismo que pudiera surgir
en la Península. Estos aspectos han sido desarrollados, muy por extenso, en las obras clásicas de
M. ANDRÉS MARTÍN: Los recogidos: nueva visión de la mística española: 1500-1700, Madrid
1975; y R. GARCÍA-VILLOSLADA: San Ignacio de Loyola. Nueva biografía, Madrid 1986.
48En el documento se refiere a Jorge de Montemayor como criado de la princesa Juana,
de manera que todo indica que fue una merced concedida por el rey de Portugal a petición

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

Probablemente en fecha no muy lejana, y como consecuencia de aquella coyun-


tura favorable, doña Juana escribió desde Castilla a la reina Catalina de Portugal,
su suegra, para que intercediese ante Juan III en favor del padre de Jorge de
Montemayor, su criado, quien por entonces aspiraba a cierto oficio en la Corte lu-
sitana 49. Sabemos de la presencia de Montemayor en Toro porque, el 15 de sep-
tiembre de 1551, colaboró activamente, con la preparación de un auto, en la
calurosa bienvenida ofrecida en la villa castellana al príncipe Felipe, quien acudía
a visitar a doña Juana tras la finalización del felicísimo viaje 50. También tenemos
noticia de que, pocos días antes de los esponsales de la princesa, ambos hermanos
pasaron juntos la Navidad de 1551, lo que ha permitido a algunos críticos sostener
la hipótesis de que fue en tal fecha cuando se representaron ante el príncipe los tres
autos para la noche de Navidad compuestos por nuestro cantor de capilla 51.

de aquélla. El documento se guarda en: IAN/TT, Cancellería de don Joáo, 3º Doaçóes, liv.
62, f. 167. Fue descubierto por F. M. DE SOUSA VITERBO: “Jorge de Montemór”, Archivo
Historico Portuguez 1/8 (1903), p. 256; y hoy puede leerse íntegramente en Mª D. ESTEVA
DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 24-25, n. 21.

49 Esta carta sin fecha pone de manifiesto no sólo el patronazgo ejercido por doña
Juana de Austria en favor de Montemayor y su familia, sino los estrechos lazos que
vinculaban al círculo cortesano portugués asentado en Castilla y a la facción castellana de la
Corte portuguesa, que tenía en la reina Catalina una de sus cabezas visibles. La referencia
original del documento: IAN/TT, Corpo Cronologhico, Parte 3º, maço 18, doc. 3. Fue
ofrecido en su día por F. M. DE SOUSA VITERBO: “Jorge de Montemór…”, op. cit., p. 256;
y ha sido recientemente transcrito por Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…,
op. cit., p. 23.
50 Esta noticia ha sido ofrecido por F. M. RUIZ CABELLO: “Sobre Jorge de
Montemayor…”, op. cit., p. 139, y se contiene en la Relación de las fiestas que se hicieron en la
ciudad de Toro en los desposorios de doña Juana, hija del Emperador Carlos V, con el príncipe D.
Juan de Portugal. Año 1552.
51 Desde el trabajo de F. WHYTE: “Tres autos of Jorge de Montemayor”, Publications
of the Modern Languages Association of America 63 (1928), pp. 953-989: 958, a quien sigue
Mª D. ESTEVA DE LLOBET: “Precedentes literarios del auto sacramental: los tres autos de
Jorge de Montemayor: un producto de la Reforma”, en I. ARELLANO, C. PINILLOS, B.
OTEIZA y J. M. ESCUDERO (coords.): Divinas y humanas letras, doctrina y poesía en los autos
sacramentales de Calderón, Pamplona 1997, pp. 93-111: 96-97, se ha pensado que los tres
“Autos al serenísimos príncipe de Castilla” representados “en los Maytines de la noche de
Navidad. A cada nocturno un Auto”, que poco después pasarían a engrosar la sección devota
de Las obras de Montemayor (Poesía completa…, op. cit., pp. 297-329), sólo pudieron ser
puestos en escena ante el príncipe Felipe y las infantas en la Navidad de 1547, en Alcalá de

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Eduardo Torres Corominas

Entrado el año nuevo, finalmente, doña Juana se casaría por poderes en Toro el 11
de enero de 1552, actuando en nombre del príncipe Juan su embajador en Espa-
ña, don Lorenzo Pérez de Távora, tío de don Cristóbal de Moura 52. Para el cor-
tesano Jorge de Montemayor, al servicio de la princesa desde 1547, había llegado
la hora del triunfo, toda vez que regresaba a su país de origen firmemente asen-
tado en el servicio de la futura reina de Portugal, su patrona y protectora, que no
dejaba de favorecerlo por medio de la gracia real.
Antes de pasar a tierras lusitanas –y pensando, probablemente, en hacer ca-
rrera en la Corte de Lisboa– Montemayor, quien contaba en 1552 con apenas
treinta años, decidió hacer acopio de sus versos, que hasta entonces circulaban
en forma manuscrita o en algún pliego suelto 53, para entregarlos a la imprenta
y cerrar con ello una etapa literaria marcada por sus vivencias en la Corte cas-
tellana entre 1545 y 1552 54, aproximadamente. Sólo así se explica que, en fecha

Henares. Sin embargo, como bien apunta F. M. RUIZ CABELLO: “Sobre Jorge de
Montemayor…”, op. cit., p. 139, n. 38, la presencia de Montemayor en Toro a finales de 1551
abre la posibilidad de que fuera en aquella Navidad, dos semanas antes de la boda de doña
Juana, cuando se representaron sus tres autos ante el heredero.
52 Véase J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Familia Real y grupos políticos…”, op. cit., p. 78.
53 Tenemos constancia de la existencia de un pliego suelto, impreso en Valladolid en
1552, que se anuncia como el Cancionero de las obras de devoción de Jorge de Montemayor.
Pasó a letras de molde con licencia de la Inquisición tras haber sido visto y examinado. Al
margen de su contenido, un pequeño anticipo de la sección devota de Las obras, es muy
significativa la dedicatoria a don Manrique de Lara y a doña Luisa de Acuña, duques de
Nájera, condes de Valencia de don Juan y de Treviño, “mis señores”, pues denota la
profunda integración de Montemayor en el círculo aristocrático más próximo a la princesa
Juana. Este pliego suelto ha sido reproducido y estudiado por J. DUPONT: “Un pliego suelto
de 1552 intitulado Cancionero de las obras de devoción de Jorge de Montemayor”, Bulletin
Hispanique 75 (1973), pp. 40-72.
54 En su temprano cancionero particular, en efecto, alternan, tanto en metros castellanos
como italianizantes, sus “obras de amores” y sus “obras de devoción”, organizados en dos
libros bien diferenciados en los cuales se advierte claramente la huella de su experiencia
cortesana. En la primera parte, es clave el personaje de la amada, Marfida, bajo cuyo nombre
poético se esconda quizás la identidad de María de Aragón, junto a la que aparecen otras
damas del entorno de doña Juana, como Isabel Osorio o María de Guzmán (N. ALONSO
CORTÉS: “Sobre Montemayor…”, op. cit., pp. 356 y ss.). Entre los amigos, destacan, junto al
ya mencionado Gutierre de Cetina, el músico de cámara Francisco de Soto, quien le dedicó
un soneto laudatorio al comienzo del cancionero (Poesía completa…, op. cit., p. 11); y el poeta
Juan Hurtado de Mendoza, a quien Montemayor se dirige, en el intercambio epistolar recogido

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tan temprana, decidiese reunir su cancionero particular para garantizar su pervi-


vencia en letras de molde y –por qué no decirle– obtener al tiempo algún bene-
ficio económico de su escritura. Apremiado por el tiempo, sin embargo, pues la
partida de doña Juana era ya inminente, a lo largo del mes de octubre de 1552
–entre el 6 y el 26, concretamente– Montemayor tuvo que iniciar y finalizar en
Castilla el proceso burocrático destinado a legalizar la edición de Las obras, tal y
como demuestra el memorial de la Cámara de Castilla, sin fechar pero conteni-
do en un legajo del año 1552, donde el poeta lusitano solicita a la Corona privi-
legio de impresión para sus versos por un período de quince años 55. En aquel
memorial se recoge, junto a la solicitud, una licencia eclesiástica firmada en Me-
dina del Campo, el 22 de septiembre de 1552, que no sería trasladada al merca-
der Jerónimo de Vega, editor de la obra, por el notario apostólico de la villa hasta
el 6 de octubre del mismo año. De manera que Jorge de Montemayor, a lo largo
del verano de 1552 –como muy tarde– debió cerrar el corpus del cancionero, apa-
labrando la venta del privilegio con Jerónimo de Vega, quien colaboraría en la ob-
tención del mismo gestionando la expedición del placet eclesiástico en tierras
medinenses. Más adelante, con el privilegio en sus manos, el lusitano habría ce-
dido sus derechos a Vega antes de partir hacia Portugal, por cuya iniciativa habría
visto la luz, finalmente, la primera edición de Las obras de George de Montemayor 56,

al final de su obra religiosa (Poesía completa…, op. cit., pp. 418-430), con la humildad propia
de un poeta novel (J. MONTERO DELGADO: “Montemayor y sus corresponsales poéticos [con
una nota sobre la epístola a mediados del XVI]”, en La epístola, Sevilla 2000, pp. 181-198:
184-187). Ya en la sección devota del cancionero, destaca por su importancia “La pasión de
Cristo”, dedicada a Juan Esteban Manrique de Lara (1504-1558), III duque de Nájera, obra
de reminiscencias ignacianas donde, como en la tercera semana de los Ejercicios espirituales,
se pretende la conmoción y adhesión amorosa del fiel a través de la contemplación de la
cruz, símbolo de la redención humana por medio de la gracia y el beneficio de Cristo. Junto
a aquélla, figuran los mencionados “Autos” de Navidad representados ante el príncipe
Felipe; así como dos obras de inspiración savonaroliana, la “Breve y sotil exposición sobre la
oración del Pater Noster” (Poesía completa…, op. cit., pp. 335-359) y la “Devota exposición
del salmo Miserere mei, Deus” (Poesía completa…, op. cit., pp. 363-417), que sitúan
inequívocamente a Montemayor en la órbita de la reforma católica impulsada en el seno de
la orden de Santo Domingo.
55
El documento fue presentado y transcrito por N. ALONSO CORTÉS: “Sobre
Montemayor…”, op. cit., pp. 354-356.
56 La edición príncipe (Medina del Campo, Guillermo de Millis, ¿1553?) ha quedado
descrita en J. MONTERO DELGADO: “Montemayor, Jorge de…”, op. cit., p. 708.

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dedicadas a los príncipes don Juan y doña Juana (cuyo escudo de armas figura
en la portada) e impresas en Medina del Campo, por Guillermo de Millis, muy
a finales de 1552 o ya entrado el año 1553 57, cuando su autor se hallaba ya sin
duda en la Corte de Lisboa. La posterior edición de Amberes, 1554 58, no sería
sino una copia, probablemente fraudulenta, de la princeps castellana.
Mientras Montemayor llevaba a cabo en el entorno de Valladolid y Medina
del Campo las gestiones necesarias para la impresión de su cancionero, la prin-
cesa Juana ultimaba los preparativos de su viaje y se despedía de su círculo ín-
timo 59, al que pertenecían Francisco de Borja 60 y el duque de Nájera 61,

57 La existencia de esta edición medinense fue anticipada por J. MONTERO DELGADO:


“Sobre imprenta y poesía a mediados del XVI (con nuevos datos sobre la princeps de Las obras
de Jorge de Montemayor)”, Bulletin hispanique 106/1 (2004), pp. 81-102: 93-94 y n. 39; cuya
pequeña historia editorial reconstruiría, más adelante, J. MOLL: “Sobre la historia de la
primera edición de «Las obras» de Jorge de Montemayor”, Voz y letra 19/2 (2008), pp. 3-8.
58 La edición flamenca (Amberes, Juan Lacio, 1554) de Las obras de George de Montemayor
ha sido descrita por J. MONTERO DELGADO: “Montemayor, Jorge de”…, op. cit., pp. 708-709.
59 Doña Juana, antes de su partida hacia Portugal, señalada para el 26 de octubre de 1552,
mandó llamar a Francisco de Borja, su director espiritual, para besarle la mano; y se desplazó
hasta Tordesillas para despedirse de su abuela Juana. A la villa castellana acudieron los grandes
para darle su adiós, entre los que se hallaban el almirante, el conde de Benavente, el marqués
de Sarriá y el duque de Nájera, quien la acompañaría de vuelta a Toro (I. EZQUERRA REVILLA:
“Las Casas de doña Juana y don Carlos…”, op. cit., p. 246). Es precisamente la intimidad entre
doña Juana y el duque de Nájera, don Juan Esteban Manrique de Lara, la que explica la
dedicatoria al mismo y a su esposa de las obras devotas antes reseñadas; así como la ubicación
espacial de la Diana en sus posesiones de Valencia de don Juan.
60 Francisco de Borja ingresó en la Compañía de Jesús en 1546, tras enviudar de Leonor
de Castro. Retirado en la villa guipuzcoana de Oñate a comienzos de la década de 1550, por
mandato de Ignacio de Loyola hubo de partir hacia Portugal en marzo de 1552 con el fin de
pacificar a los jesuitas de aquel reino tras el relevo del provincial Simón Rodrigues. De camino,
el 10 de abril de 1552, domingo de Ramos, hizo estación en Toro, donde por entonces residía
la princesa Juana, a quien dirigió en unos breves ejercicios espirituales a lo largo de aquella
Semana Santa. Así se iniciaba su magisterio espiritual sobre la joven Habsburgo, que quedaría
sólidamente confirmado poco tiempo después. Sobre la relación entre Francisco de Borja y
doña Juana de Austria, puede consultarse E. TORRES COROMINAS: “La corte literaria de doña
Juana de Austria (1554-1559)”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y Mª P. MARÇAL LOURENÇO
(coords.): Las relaciones discretas entre las Monarquías hispana y portuguesa. Las Casas de las
reinas, Madrid 2008, v. 2, pp. 919-971, en particular, pp. 932-940.
61 Desde comienzos del siglo XVI, la Casa de Nájera estuvo vinculada tanto a las
opciones políticas contrarias al “partido aragonés” y sus sucesores castellanistas (como ilustra

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personajes estrechamente vinculados a la historia de la Compañía de Jesús. Fi-


nalmente, la princesa y su séquito tomaron el camino de Portugal el 26 de octu-
bre de 1552, cuya frontera cruzarían el 13 de noviembre 62. Montemayor, según
indican los documentos de archivo, formó parte de aquella comitiva, sirviendo a
la princesa durante los dos últimos tercios de 1552, pues su nombre figura en la
nómina de la Casa de doña Juana librada el 22 de diciembre en Lisboa con el fin
de afrontar con puntualidad los pagos de aquel período 63. En ella queda cons-
tancia de la buena estrella cortesana de nuestro autor, que fue promovido enton-
ces de cantor de capilla a aposentador 64, si bien parece que conservó también su

la filiación “felipista” de don Pedro Manrique de Lara, I duque de Nájera), como a las
corrientes de espiritualidad afectiva de las que surgió la Compañía de Jesús. Así, entre 1517 y
1521, el propio Iñigo de Loyola sirvió al II duque de Nájera como gentilhombre, y a sus
órdenes cayó herido en lucha contra los franceses en el memorable lance de armas que
cambiaría el rumbo de su vida. Igualmente, es sabido que don Antonio Manrique de Lara dio
cobijo por las mismas fechas al bachiller Antonio Medrano, cura de Navarrete, procesado más
adelante por la Inquisición en la causa seguida contra los alumbrados (E. JIMÉNEZ PABLO: “La
lucha por la identidad en la Compañía de Jesús: entre el servicio a Roma y el influjo de la
Monarquía hispana (1573-1643)”, Madrid 2011, pp. 20, 26-27 y 33-34, Tesis Doctoral
Universidad Autónoma de Madrid, dir. J. Martínez Millán). En última instancia, Juan
Esteban Manrique de Lara, III duque de Nájera, en la línea de sus antepasados, se movía a
mediados del siglo XVI en torno al círculo cortesano portugués y la princesa Juana, donde
pudo sintonizar con la misma espiritualidad que profesaba Montemayor.
62 En aquel trayecto fue acompañada por el duque de Escalona, Diego López Pacheco;
el obispo de Osma, Pedro Álvarez de Acosta y don Luis Sarmiento. El 13 de noviembre de
1552 atravesaba finalmente la frontera con Portugal, donde la esperaban el obispo de Coimbra,
fray Juan Juárez, y el duque de Aveiro, don Juan de Alencastro (J. MARTÍNEZ MILLÁN:
“Familia Real y grupos políticos…”, op. cit., p. 78).
63 Dicha nómina se halla en AGS, CySR, leg. 65, ff. 111-122. Las circunstancias que
marcaron aquel traslado, han sido estudiadas en I. EZQUERRA REVILLA: “Las Casas de doña
Juana y don Carlos…”, op. cit., pp. 247-248.
64 El listado completo de servidores que acompañaron a doña Juana a Portugal y
cobraron su nómina correspondiente a los dos últimos tercios del año 1552 puede
consultarse en I. EZQUERRA REVILLA: “Las Casas de doña Juana y don Carlos…”, op. cit.,
p. 247, n. 342. Allí Jorge de Montemayor figura ya como aposentador de la princesa Juana.
Con anterioridad, semejante información se conocía por medio de A. C. DE SOUSA:
“Memoria das pessoas que vieron con a Priceza D. Joana”, en Provas da Historia Genealogica
da Casa Real Portugueza, Lisboa 1744, v. 3, p. 75, cuya fuente documental puede leerse
íntegramente en F. M. RUIZ CABELLO: “Sobre Jorge de Montemayor…”, op. cit., p. 134, n.
22. El oficio de aposentador proporcionaba pingües beneficios económicos a quien lo ejercía,

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antiguo oficio 65, ya que no era incompatible, tal y como demuestran otros ejem-
plos cercanos 66. Aquella privilegiada posición, que sin duda permitió a Monte-
mayor disfrutar de unos holgados ingresos económicos, queda de manifiesto
cuando se comprueba el gran atractivo que para la nobleza portuguesa tuvo
desde esas fechas la Casa de doña Juana, en cuyo servicio las familias más influ-
yentes del reino trataron de integrar a sus miembros más jóvenes, toda vez que
pocos espacios de poder ofrecían entonces mejores perspectivas de progresión
y medro que el entorno personal de la princesa 67. En aquella favorable coyun-
tura, por tanto, habría que situar la dedicatoria del Diálogo espiritual, primera
obra de Montemayor, al rey Juan III 68, así como la redacción de su conocida

pues todos los cortesanos pugnaban (y pagaban subrepticiamente) para que el aposentador
los acomodase en casas y habitaciones confortables y propias de su dignidad, tal y como se
describe elocuentemente en fray A. DE GUEVARA: Aviso de privados y doctrina de cortesanos,
cap. 2, intitulado “Del trabajo que padecen los Cortesanos con los Aposentadores, sobre los
aposentos”.
65 Como miembro de la capilla de doña Juana durante su estancia en Portugal lo sitúa F.
M. DE SOUSA VITERBO: “Jorge de Montemór…”, op. cit., pp. 257-258, empleando fuentes
portuguesas. Igualmente, en el listado de la Casa de doña Juana realizado por Lorenzo Pires
de Távora, embajador lusitano en España, antes de su traslado a Portugal (1552), Jorge de
Montemayor figura como cantor de capilla con 40.000 mrs. de quitación (J. MARTÍNEZ MILLÁN:
“Elites de poder en las Cortes…”, op. cit., p. 197). La referencia original: IAN/TT, col. San
Vicente, v. 2, ff. 270-272; idéntico en IAN/TT, Ms. de Livraria, núm. 169, ff. 132v-137.
66 Pero Muñoz, por ejemplo, había sido cantor y aposentador de la Casa de las Infantas
(H. ANGLÉS: La música en la corte…, op. cit., v. 1, p. 75).
67 Así sucedió con la familia de Melo o con los condes de Ribagorza, que solicitaron un
puesto para sus hijas; y también con Lorenzo Pérez de Távora, quien llamó a Toto a su hijo
para que fuese incluido en el séquito de la princesa. Todos estos movimientos particulares,
en suma, jalonaron el proceso de cambio operado en la Casa de doña Juana para adaptarla al
estilo luso en 1552, tal y como explica J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en las
Cortes…”, op. cit., pp. 186-189.
68 Aunque Montemayor declare que el Diálogo espiritual fue el primer fruto de su ingenio
(por tanto, anterior a 1545), no cabe duda de que hubo de ser tiempo después cuando preparó
la copia (o la versión) que hoy conocemos, pues al comienzo se declara “criado de la serenísima
princesa de Portugal, doña Juana”, situación que sólo se dio a partir de 1549. Además, la
dedicatoria “al muy alto y muy poderoso señor don Juan, por la divina clemencia, rey de
Portugal y de los Algarves”, esto es, Juan III, induce a pensar que aquel presente fue
confeccionado, precisamente, en el momento de llegar a Portugal o durante los meses de estancia
en la Corte de Lisboa, esto es, a finales de 1552 o ya en 1553, como parece más probable.

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“Epístola a Sá de Miranda” 69, con la que nuestro autor, todavía novel, presenta-
ba sus credenciales al maestro 70 en cuyo círculo literario desearía abrirse paso
una vez abandonado el ámbito castellano y establecido su horizonte profesional
y artístico en Portugal. Aquella etapa de prosperidad, sin embargo, se cerraría
bruscamente con la muerte accidental del príncipe Juan, acaecida en Lisboa el 2
de enero de 1554, tras la que doña Juana no tardó en regresar a Castilla para ocu-
parse de la regencia ante la inminente partida del príncipe Felipe 71. Los más fie-
les servidores de la princesa, en aquella dramática encrucijada, siguieron sus
pasos, pues para ellos encontrar acomodo en la Corte de Lisboa resultaba tarea
dificultosa en ausencia de doña Juana 72. Entre aquellos criados se halló sin du-
da Jorge de Montemayor, cuya brillante carrera quedó desde aquel punto trun-
cada y sometida a los vaivenes de la fortuna.

69 Sobre la “Epístola a Sá de Miranda”, véanse los comentarios de J. MONTERO


DELGADO: “Montemayor y sus corresponsales…”, op. cit., pp. 187-190; y su reciente
edición contenida en “La epístola de Montemayor a Sá de Miranda…”, op. cit. Si como
afirma J. Montero, Montemayor escribió a Sá de Miranda antes de cerrar el corpus de Las
obras con intención de incorporar la prestigiosa respuesta del maestro a su cancionero
particular, entonces es obligado establecer la fecha de escritura de su epístola en un
momento anterior al otoño de 1552. La respuesta, en todo caso, no debió llegar a tiempo, y
en 1558 Montemayor, ya poeta reconocido, habría desechado su publicación.
70 Tras dar cuenta de sus orígenes, narrar su paso a España y cantar los amores y
dolores padecidos a causa de Marfida, Montemayor manifiesta su acomodada posición a la
sombra de la princesa Juana: “En este medio tiempo la estremada/ de nuestra Lusitania
gran princesa,/ en quien la Fama siempre está ocupada,/ tuvo, Señor, por bien de mi
rudeza/ servirse, un bajo ser alevantando/ con su saber estraño y su grandeza,/ en cuya casa
estoy ora, pasando/ con mi cansada musa el tiempo en esto:/ ora de amor y ausencia estoy
quejando…” (vv. 112-118) (J. MONTERO DELGADO: “La epístola de Montemayor a Sá de
Miranda…”, op. cit., p. 158.
71 Véase J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Familia Real y grupos políticos…”, op. cit., pp. 79 y ss.
72 En efecto, mientras los miembros de la alta nobleza portuguesa trataron de
reubicarse en el servicio de don Sebastián, los servidores castellanos de doña Juana (entre
los que podría considerarse a Montemayor debido a su trayectoria) regresaron
mayoritariamente a España junto a su patrona (J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en
las Cortes…”, op. cit., pp. 189-190). Su situación resultaba particularmente difícil tras la
ruptura de las negociaciones matrimoniales destinadas a emparentar al príncipe Felipe y a
la infanta María de Portugal (hija del rey Manuel el Afortunado y de doña Leonor, hermana
de Carlos V), al preferir la dinastía Habsburgo el enlace con María Tudor, acordado en enero de
1554 (S. FERNÁNDEZ CONTI: “De príncipe regente a Rey Católico”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN
[dir.]: La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 1, v. 2, pp. 250-259: 252).

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Así las cosas, Montemayor regresaría a comienzos de 1554 a la Corte de Va-


lladolid, donde se realizaban a toda prisa los preparativos del viaje que habría de
llevar al príncipe Felipe hasta Inglaterra para contraer matrimonio con María
Tudor. Debió ser en esta época cuando el poeta lusitano se vio envuelto en di-
versas controversias literarias –desencadenadas por la satírica pluma de Juan de
Alcalá 73 y Juan Iranzo 74– surgidas al calor de la edición impresa de Las obras,
que venían circulando desde el año anterior. Al margen de aquellas sabrosas dis-
putas, Jorge de Montemayor se vio obligado por entonces a tomar nuevo rumbo
en la Corte, toda vez que, desde la muerte del príncipe Juan, la Casa de doña Jua-
na había dejado de constituir un atractivo destino para sus servidores 75. Tal y co-
mo ha postulado cierto sector de la crítica, quizás buscase nuevo acomodo, como
reconocido miembro del círculo cortesano portugués, en el séquito del príncipe
Felipe, donde Ruy Gómez de Silva ejercía como patrón de la facción ebolista en
franca oposición al duque de Alba, mayordomo mayor de la Casa 76. De haber

73 La polémica mantenida entre Jorge de Montemayor y Juan de Alcalá acerca de la


supuesta heterodoxia de unos versos pertenecientes a su poema La Pasión de Cristo (publicado
en la sección devota de Las obras), puede conocerse a través de J. MONTERO DELGADO: “Viejos
y nuevos datos sobre la controversia poético-teológica entre Juan de Alcalá y Jorge de
Montemayor”, Nueva Revista de Filología Hispánica 53 (2005), pp. 163-179; y Mª D. ESTEVA
DE LLOVET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 71-76. Tras la primera pieza de Alcalá,
Montemayor replicó con agudeza (probablemente a su regreso de Portugal y antes de partir
hacia el norte de Europa) para, finalmente, recibir la doble contrarréplica del polemista. En
última instancia, el lusitano, en el Segundo cancionero espiritual (1558) corregiría el verso de
marras, dando tácitamente la razón a su adversario. Estas primeras controversias teológicas y
doctrinales, en todo caso, anticiparon la condena inquisitorial sufrida en 1559.
74 Frente al caso anterior, Juan Iranzo dirige su sátira contra la estética y el estilo de los
versos (devotos) de Montemayor, sin que la crítica pase al terreno doctrinal. Por el
contenido de su obra, sabemos que fueron escritos tras la impresión de Las obras y una vez
vuelto Montemayor de Portugal, de cuya réplica no tenemos constancia. Sobre el particular,
véase J. MONTERO DELGADO: “Una epístola olvidada de Juan Iranzo, poeta sevillano, contra
Jorge de Montemayor”, en S. MONTESA PEYDRÓ (coord.): A zaga de tu huella: Homenaje al
prof. Cristóbal Cuevas, Málaga 2005, pp. 123-136.
75 Tras la muerte del príncipe Juan, la Casa de doña Juana ofrecía escasas posibilidades
de medro a sus servidores, de manera que muchos de ellos, como pudo ser el caso de
Montemayor, trataron de incorporarse en 1554 al séquito del príncipe Felipe. Así lo explica
J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en las Cortes…”, op. cit., p. 190.
76 El conflicto faccional librado en la Casa del príncipe Felipe entre Ruy Gómez de
Silva y el duque de Alba puede conocerse a través de S. FERNÁNDEZ CONTI: “De príncipe
regente a Rey Católico…”, op. cit., pp. 258-259.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

sido cierta esta hipótesis, hacia la que apuntan algunas referencias literarias 77,
Montemayor habría embarcado en julio de 1554 hacia Inglaterra junto al herede-
ro, para pasar después a Flandes –en el verano de 1555, como muy tarde–, don-
de Enrique II de Francia combatía activamente a los Habsburgo, acosado por su
política matrimonial. No obstante, consideramos que, aunque no pueda descar-
tarse esta posibilidad, existen indicios de mayor enjundia para pensar que el por-
tugués no partió hacia los Países Bajos hasta 1556, aproximadamente, tras
permanecer en Valladolid unos dos años a la sombra de la princesa Juana, cuya pe-
queña Corte llegó a ser célebre por la austeridad y recogimiento de sus miembros.
La ocasión propicia para acercarse al entorno de Felipe II pudo brindársela el du-
que de Sessa, a quien Montemayor dedicaría su Segundo cancionero, que tomó el
camino del norte –acompañado de un numeroso séquito, como era su costumbre–
para servir al nuevo monarca tras su coronación en Bruselas (1556) 78.

77 Existe en la Diana de Montemayor un significativo pasaje, la despedida entre Sireno y


Diana, que, interpretado en clave biográfica, señalaría la trayectoria seguida por el lusitano al
servicio de su “gran pastor”, el príncipe Felipe: “Es la partida forzada,/ pero no por causa
mía,/ que cualquier bien dejaría/ por verte en esta majada,/ do vi el fin de mi alegría./ Mi
amo, aquel gran pastor,/ es quien me hace partir,/ a quien presto vea venir/ tan lastimado de
amor/ como yo me siento ir.” (J. DE MONTEMAYOR: La Diana, Barcelona 1994, ed. J. Montero
Delgado, p. 86. Véase también n. 94). La encrucijada vital vivida en 1554 por Montemayor,
siguiendo esta línea interpretativa, quedaría perfectamente descrita unos versos más adelante,
donde su deseo de permanecer en las orillas del Esla junto a Diana se enfrenta a sus
obligaciones cortesanas, basadas en el código del servicio merced y la lógica del medrar: “Bien
podría yo dejar/ mi rebaño y mi pastor/ y buscar otro señor;/ mas si el fin voy a mirar/ no
conviene a nuestro amor;/ que dejando este rebaño/ y tomando otro cualquiera,/ dime tú de
qué manera/ podré venir sin tu daño/ por esta verde ribera.” (ibidem, p. 87).
78 Como revela la dedicatoria al duque de Sessa del Segundo cancionero (Amberes, 1558),
el aristócrata debió erigirse en protector del escritor portugués durante su estancia en Flandes.
Este hecho abre la posibilidad de que Montemayor marchase a los Países Bajos acompañando
a Gonzalo Fernández de Córdoba en 1556. Y, ciertamente, existen suficientes indicios para
pensar que así fuera. El primero, los dos sonetos titulados “Partiéndose para la guerra” y
“Yéndose el autor a Flandes” (Poesía completa…, op. cit., pp. 533-534 y 535), incluidos en su
Segundo cancionero, en los que Montemayor aborda el clásico tema de la ausencia y sus temibles
efectos en la amada, circunstancia que parece ajustarse mejor al abandono de tierras españolas
que inglesas. Igualmente, la consulta efectuadas a los teólogos del colegio de San Gregorio de
Valladolid acerca de la ortodoxia de su Segundo cancionero espiritual (Amberes, 1558), de la que
informa en los preliminares de la obra, resulta más lógica en una fecha más próxima a su
publicación (1556), cuando el nuevo corpus se hallaría ya prácticamente definido, que en la
temprana primavera de 1554, tan cercana todavía a la publicación de Las obras (1552 ó 1553) y
tan lejana a la fecha en que se expidió en Flandes la licencia de su cancionero devoto (1557).

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Sea como fuere, lo cierto es que si hubiese formado parte del séquito que
acompañó al príncipe Felipe, Montemayor habría pisado suelo inglés en el vera-
no de 1554. Allí, sin embargo, las condiciones de vida no fueron favorables para
los servidores hispanos, pues María Tudor tenía preparada una Casa para su ma-
rido compuesta por trescientos oficiales ingleses, lo que obligó a realizar deli-
cadas gestiones diplomáticas para acomodar y mantener a tan desmesurado
servicio. La consecuencia directa fue la temprana marcha de Inglaterra de una
gran cantidad de españoles, que aprovecharon la delicada situación de Carlos V
en Flandes, en guerra abierta contra Enrique II, para acudir en auxilio de su
Emperador. En aquella coyuntura, Ruy Gómez de Silva, desde Inglaterra, reco-
mendó a Francisco de Eraso, secretario del Emperador en los Países Bajos –con
quien había sellado una alianza– a numerosos personajes pertenecientes a la fac-
ción ebolista que desde agosto de 1554 cruzaron el canal de la Mancha. Entre
ellos se hallaba el predicador Bartolomé Carranza de Miranda, cuyas doctrinas
parecen tan cercanas a la espiritualidad de Montemayor, muy próximo a los do-
minicos reformados del colegio de San Gregorio de Valladolid, de donde aquél
procedía. Tras permanecer en Inglaterra con un escaso contingente de servido-
res españoles, el príncipe Felipe pasó finalmente a Flandes en septiembre de
1555, de manera que, si verdaderamente se hallaba en las Islas Británicas, Mon-
temayor tuvo que trasladarse al Continente antes de esa fecha. Para entonces, el
lusitano estaría ya plenamente integrado en el partido de Éboli, que contaba en
la Península con el apoyo incondicional de la regente, doña Juana de Austria 79.
De haber residido en Castilla entre 1554 y 1556, Montemayor habría podi-
do saborear las mieles del triunfo literario gracias al éxito editorial de Las obras,
participar en las distintas disputas poéticas suscitadas por sus detractores y pre-
parar con esmero sus dos nuevos cancioneros, profano y devoto, antes de aban-
donar la Península. Igualmente, habría tenido tiempo de consultar con los
teólogos de San Gregorio sobre la ortodoxia de su obra religiosa, así como de

79 Todas estas noticias, así como las claves de la lucha faccional librada en la década de
1550 por la facción ebolista (encabezada por Ruy Gómez de Silva, Francisco de Eraso y
doña Juana de Austria) contra el duque de Alba (desplazado al reino de Nápoles en 1555 por
maquinación de los anteriores) y el inquisidor general Fernando de Valdés, pueden
conocerse por medio de J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Grupos de poder en la Corte durante el
reinado de Felipe II: la facción ebolista, 1554-1573”, en Instituciones y elites de poder en la
monarquía hispana durante el siglo XVI, Madrid 1992, pp. 137-197: 139-172; J. MARTÍNEZ
MILLÁN y C. J. DE CARLOS MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…, op. cit., pp. 57-79; y
S. FERNÁNDEZ CONTI: “De príncipe regente a Rey Católico…”, op. cit., pp. 256-259.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

participar en la intensa vida espiritual que, bajo la dirección de Francisco de


Borja 80, se desarrollaba en el entorno más íntimo de la princesa Juana, de quien
Montemayor era todavía “criado” en el momento de expedirse el privilegio de
su Segundo cancionero espiritual (Amberes, 1558). Por una u otra vía, en fin, el
poeta lusitano se habría establecido en los Países Bajos antes de finalizar el año
1556, de modo que se hallaría ya presente en el teatro de operaciones cuando
Enrique II, en enero de 1557, rompió las treguas firmadas con la Monarquía
hispana. Reanudada la guerra, el 10 de agosto de aquel mismo año Felipe II ob-
tendría la memorable victoria de San Quintín, a la que Francia replicaría, en
enero de 1558, con la toma de Calais a los ingleses. Aquel otoño, agotadas eco-
nómicamente sus respectivas Monarquías, Felipe II y Enrique II buscaron la
paz, que quedaría sellada en abril de 1559 con el tratado de Cateau-Cambresis,
muy ventajoso para los españoles, pues los franceses renunciaron definitiva-
mente a sus aspiraciones en Italia. Con la celebración del matrimonio entre el
Rey Prudente e Isabel de Valois, hija del monarca francés –María Tudor había
muerto el año anterior–, quedaba cerrado finalmente aquel período de la historia
de España, tras el que muchos súbditos de la Corona desplazados a los Países
Bajos, como Montemayor, regresaron a la Península 81.
Antes de retornar, sin embargo, quizás como cierre de una etapa de su vida, el
portugués preparó cuidadosamente para la imprenta una nueva edición de sus ver-
sos, divididos esta vez en dos volúmenes independientes: el Segundo cancionero 82

80 El apoyo incondicional de la princesa doña Juana a los jesuitas quedó confirmado


con su excepcional ingreso en la Compañía de Jesús en el verano de 1554, bajo la dirección
de Francisco de Borja y Araoz. Como todos los espirituales de la época, los jesuitas fueron,
para Melchor Cano, sospechosos de heterodoxia, pues relacionaba sus ideas con las de los
alumbrados (J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Elites de poder en las Cortes…”, op. cit., pp. 190-194).
81 La guerra contra Francia en los Países Bajos ha sido detalladamente reconstruida
por Mª J. RODRÍGUEZ SALGADO: Un imperio en transición. Carlos V, Felipe II y su mundo,
Barcelona 1992, pp. 255-309 y 453-485.
82 Como describe J. MONTERO DELGADO: “Montemayor, Jorge de”…, op. cit., p. 710,
en el Segundo cancionero de George de Montemayor el lusitano reunió, con importantes
variaciones, su poesía profana, suprimiendo algunas composiciones del corpus original pero
añadiendo muchas otras (de las 140 piezas de Montemayor, sólo 39 figuraban en Las obras).
Entre sus novedades, destacan por su significación la “Historia de Alcida y Silvano”, la
nueva sección de obras de burlas y las composiciones fúnebres “Elegía a la muerte de
Feliciano de Silva” y el “Epitafio a la sepultura de Feliciano de Silva” (Poesía completa…,
op. cit., pp. 576-580), donde queda de manifiesto su proximidad al círculo literario
mirobrigense presidido por el íncluito autor del Amadís de Grecia.

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Eduardo Torres Corominas

(Amberes, Juan Lacio, 1558), dedicado al duque de Sessa 83 –probablemente, su


gran protector en Flandes 84–, donde se contenía su obra profana; y el Segundo
cancionero espiritual 85 (Amberes, Juan Lacio, 1558), dedicado a Jerónimo de Sa-
lamanca, con su poesía devota. Esta última obra pasaba a letras de molde, pues,
el mismo año que los Comentarios sobre el catecismo cristiano de Bartolomé Ca-
rranza, cuyo espíritu evangélico compartía 86. Con ambos textos culminaba una

83 En la dedicatoria del Segundo cancionero las palabras de Montemayor sugieren una


estrecha relación de dependencia con respecto al duque de Sessa que supera lo
estrictamente literario: “…yo cumplo con el amor que a éste [libro] debo en dalle tal Señor,
a quien suplico le reciba debajo de su amparo, como el autor dél lo ha estado siempre…”
(Poesía completa…, op. cit., p. 435).
84 Gonzalo Fernández de Córdoba pasó a Flandes tras la coronación de Felipe II en
1556 (L. CABRERA DE CÓRDOBA: Historia de Felipe II, Salamanca 1998, ed. J. Martínez
Millán y C. J. de Carlos Morales, v. 1, p. 40), entablando una sólida amistad con Ruy Gómez
de Silva, con cuyo apoyo obtuvo su primer puesto de relevancia en abril de 1558: el de
gobernador del Estado de Milán, cargo que ejercería con no poco pesar hasta abril de 1564,
con un interludio entre abril de 1560 y marzo de 1563 (S. Fernández Conti: “Fernández de
Córdoba”, Gonzalo (III duque de Sessa)”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y C. J. DE CARLOS
MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…, op. cit., p. 373; y A. ÁLVAREZ-OSSORIO: “«Far
Cerimonie alla spagnola»: el duque de Sessa, gobernador del Estado de Milán (1558-1564)”,
en E. BELENGUER CEBRIÀ (coord.): Felipe II y el Mediterráneo, Madrid 1999, v. 3, pp. 393-
514: 428-430 y 472). Todo apunta, pues, a que en este período el duque de Sessa, reconocido
protector de las artes y las letras, ejerció en Flandes como patrón y mecenas de Montemayor,
quien, agradecido, le dedicó en 1558 sus versos profanos.
85 El Segundo cancionero espiritual, como el volumen anterior, fue fruto de una profunda
revisión de la materia literaria –esta vez de temática devota– incluida en Las obras. Tras la
polémica con Juan de Alcalá, Montemayor se cuidó de certificar la ortodoxia de su libro
comunicando “lo que en él hay con muchos teólogos, así en estos estados de Flandes como en
España, especialmente en el colegio de San Gregorio de Valladolid” (J. DE MONTEMAYOR:
Segundo cancionero espiritual…, op. cit., p. 164) y obteniendo su beneplácito. En todo caso,
obtuvo la preceptiva aprobación eclesiástica en Amberes, en 1557, de un tal Almaras
Canonicus Antuerpiensis. Entre sus novedades principales se hallan: en La pasión de Cristo,
la supresión de la dedicatoria a don Manrique de Lara y la enmienda del verso que suscitó la
polémica con Alcalá; la eliminación de la correspondencia poética con Juan Hurtado de
Mendoza y de la glosa del “Pater noster”; y la inclusión de la “Paráfrasis del salmo Supra
flumina Babylonis” (J. MONTERO DELGADO: “Montemayor, Jorge de”…, op. cit., pp. 710-711).
86 El paralelismo biográfico y la afinidad doctrinal entre Bartolomé Carranza y Jorge
de Montemayor ha sido puesta de manifiesto por Mª D. ESTEVA DE LLOBET: “Bartolomé
Carranza y la predicación dominica en la obra devota de Jorge de Montemayor”, en A. J.
CLOSE y S. Mª FERNÁNDEZ VALES (coord.): Edad de oro cantabrigense. Actas del VII Congreso
de la Asociación Internacional de Hispanistas del Siglo de Oro, Madrid 2006, pp. 219-224.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

larga serie de publicaciones ciertamente comprometidas dadas a luz en los Paí-


ses Bajos a lo largo de la década de 1550 –el Lazarillo de Tormes 87 (1554); la Se-
gunda parte del Lazarillo de Tormes 88 (1555); las traducciones castellanas del
Enchiridion de Erasmo 89 (1555), las Flores de Séneca 90 (1555) y las Obras espi-
ritules de Serafín de Fermo 91 (1556); Concejo y consejeros del Príncipe de Furió
Ceriol (1556), De regni regisque institutione de Fox Morcillo (1556) e Institución
de un Rey Christiano de Felipe de la Torre 92 (1556)–, cuya mera existencia pone
de manifiesto la intensa actividad cultural desarrollada en Flandes por los sec-
tores de oposición durante el período de transición entre los reinados de Carlos V
y Felipe II.

87 El Lazarillo de Tormes constituye una cruenta sátira dirigida contra la civilización de


Corte, que muy probablemente se debió a la pluma de un humanista cristiano encuadrado en
las filas de la oposición política, tal y como hemos explicado en E. TORRES COROMINAS: “«Un
oficio real»: el Lazarillo de Tormes en la escena de la Corte”, Criticón 113 (2011), pp. 85-118.
88 No es casual que, tras las cuatro ediciones del Lazarillo de Tormes de 1554 (Medina
del Campo, Burgos, Alcalá de Henares y Amberes) sea en la ciudad flamenca donde se
publique la princeps de su segunda parte, lo que demuestra la buena acogida que nuestra
primera novela picaresca tuvo en el círculo cortesano del príncipe Felipe, al cual
posiblemente perteneciera su anónimo autor, como tratamos de explicar en E. TORRES
COROMINAS: “Gonzalo Pérez, Francisco de los Cobos y el Lazarillo de Tormes”, Libros de la
Corte 4 (2011), (en prensa).
89 Tras largos años de silencio editorial, sólo rotos por algunas impresiones aisladas
(Lisboa, 1541; Sevilla, 1550), la traducción castellana del Enchiridion, debida a la pluma del
Arcediano del Alcor, vio la luz, significativamente, en Amberes a la altura de 1555, tal y como
queda recogido en M. BATAILLON: “Prólogo”, en ERASMO DE RÓTTERDAM: El Enquiridion
o Manual del caballero cristiano, Madrid 1932, ed. D. Alonso, p. 64.
90 Las Flores Lucii Annei Senecae, traducidas por el erasmista Juan Martín Cordero,
constituye una cuidada selección de lugares comunes cuya influencia sobre la literatura de
la época fue notable, como se observa en el caso de El Abencerraje (F. LÓPEZ ESTRADA: El
Abencerraje y la hermosa Jarifa. Cuatro textos y su estudio, Madrid 1957, pp. 185-195).
91 La traducción castellana de Buenaventura de Morales había aparecido ya en 1552,
pero se imprime de nuevo en Amberes en 1556. La noticia se contiene en J. A. MARAVALL:
“La oposición político-religiosa a mediados del siglo XVI: el erasmismo tardío de Felipe de
la Torre”, en La oposición política bajo los Austrias, Barcelona 1972, pp. 53-92: 68-70.
92 Furió Ceriol, Fox Morcillo y Felipe de la Torre constituyeron un interesante grupo de
erasmistas vinculado al servicio del príncipe Felipe durante sus años en Flandes. La naturaleza
de su obra política es indicativa del clima de esperanza despertado entre los sectores más
tolerantes y aperturistas de la Corte durante los primeros años de reinado de Felipe II, tal
como señala J. A. MARAVALL: “La oposición político-religiosa…”, op. cit., pp. 60-61.

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Eduardo Torres Corominas

Con la publicación del Segundo cancionero espiritual la práctica totalidad de


la obra devota de Montemayor se hallaba ya en circulación a través de ediciones
impresas, de manera que los contemporáneos pudieron conocer sin dificultad
los rasgos de una profunda espiritualidad que hundía sus raíces en las corrien-
tes reformistas más avanzadas (y peligrosas) del momento. Así, frente a la es-
tricta escolástica tomista –y siguiendo en lo fundamental las doctrinas de
Carranza–, Montemayor consideraba que la fe no era sólo especulación teoló-
gica, sino, desde la afectividad, también acto humano de aceptación gratuita 93.
Igualmente, como culminación de la misión redentora anunciada en el Antiguo
Testamento (cuyo conocimiento resultaba esencial desde la perspectiva histori-
cista 94 del lusitano), la vida, pasión y muerte de Jesucristo representaron un re-
ferente constante para Montemayor, quien no dudó en ponderar los beneficios
de Cristo 95, recibidos graciosamente por el hombre para su salvación. Algunos
poemas mayores, como “La pasión de Cristo” 96, estaban inspirados, en efecto,

93 Así lo explica Mª D. ESTEVA DE LLOBET: “Bartolomé Carranza y la predicación


dominica…”, op. cit., pp. 222-223.
94 Como afirma Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 257-264,
el tema clave en la obra devota de Montemayor es la hermenéutica del Reino de Dios y la
historia de la redención humana, de ahí que, siempre con actitud conciliadora, el portugués
indague desde un enfoque genético-historicista, particularmente acentuada en el temprano
Diálogo espiritual, en los textos del Antiguo Testamento. En ellos rastrea la concepción de un
Reino oculto que se está preparando y cuya plena consumación sólo se alcanza con la palabra
reveladora y la acción salvífica de Jesús de Nazaret.
95 Los orígenes y fundamentos de aquella doctrina fueron explicadas por V. BELTRÁN
DE HEREDIA: Las corrientes de espiritualidad entre los dominicos de Castilla durante la primera
mitad del siglo XVI, Salamanca 1941, pp. 119-120: “El beneficio de Jesucristo era el título de
un libro de Benedicto de Mantua que se consideraba la quintaesencia del valdesianismo. Ese
«beneficio» consistía en la justificación y satisfacción superabundante y plena pagaba por
Jesucristo al morir por nuestros pecados. De donde los valdesianos inferían que, haciendo
nuestro por la fe ese tesoro infinito, no era necesario el purgatorio ni las indulgencias”. Esta
creencia, compartida por casi todos los espirituales de la época, se hallaba, como se observa,
a un paso de la justificación por la fe, y minaba los pilares de la devoción externa propia de
la Baja Edad Media (indulgencias, reliquias, etc.). Melchor Cano, siempre atento a estas
desviaciones doctrinales, se encargaría de señalar poco después la heterodoxia de muchos de
aquéllos que ponderaban en sus escritos los beneficios de Cristo.
96 En La pasión de Cristo, Montemayor se mantiene fiel a la tradición, y al igual que sus
antecesores (fray Ambrosio Montesinos, Juan de Padilla y Diego Ramírez Pagán) intenta
suscitar la devoción y el recogimiento de un lector conmovido ante el horror de un Cristo
lacerado (Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 304-305).

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

en esta línea dogmático-teológica de la philosophia Christi y la devotio crocis –la


cruz como fuente de amor y conocimiento teológico–, compartida no sólo por
los dominicos observantes, sino también por San Ignacio de Loyola y un nutri-
do elenco de espirituales como Juan de Cazalla, Juan de Ávila o Juan de Valdés,
todos ellos en la órbita del recogimiento y las corrientes afectivas. Al margen de
las composiciones dedicadas a Cristo y la Virgen María 97, Montemayor practi-
có con delectación la lectura y exégesis de la Biblia, una de las actividades inte-
lectuales básicas del humanismo cristiano, a través de distintas paráfrasis como
la del “Pater noster” 98 y los salmos “Super flumina Babylonis” y “Miserere mei,
Deus”, éste último (de carácter penitencial) ya reelaborado literariamente por
Savonarola, fundador de la congregación de observantes dominicos en Floren-
cia 99, cuya homilía serviría como modelo a Montemayor 100. A la luz de un cor-
pus religioso tan abundante y variado como el descrito, donde las influencias y
ecos se multiplican, han sido muy diversas las opiniones vertidas por la crítica
acerca de la espiritualidad de Montemayor. Si en un principio fue relacionado
–como tantos otros– con el erasmismo 101, y más adelante llegó a ser vinculado

97 La significación de la Virgen María como corredentora de la humanidad queda


claramente expuesta en la Exposición moral sobre el salmo LXXXVI, reformulado en el
Segundo cancionero espiritual bajo el título de “Fundamenta eius in montibus sanctis”, pues al
igual que el Arca custodió las tablas de la Ley tras la Alianza de Dios con Moisés, el vientre
de María (verdadera Sión) ha sido tabernáculo del Hijo de Dios, cuya misión redentora
establece una Alianza nueva y eterna entre Dios y el hombre (Mª D. ESTEVA DE LLOBET:
Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 278-294).
98 Véase A. CASTAÑO NAVARRO: “Poesía áurea y exégesis: el «Paternoster» en manos de
Montemayor y Montero de Espinosa”, en A. J. CLOSE y S. M. FERNÁNDEZ VALES (coords.):
Edad de oro cantabrigense…, op. cit., pp. 155-160.
99 Sobre la trayectoria de Savonarola, véase A. HUERGA: Savonarola: reformador y
profeta, Madrid 1978.
100 La relación entre la espiritualidad de Savonarola y la de Montemayor fue estudiada por
M. BATAILLON: “Une source de Gil Vicente et de Montemayor. La Méditation de Savonarole
sur le Miserere”, Bulletin des Études Portugaises 3 (1936), pp. 1-16; y después otros han seguido
sus pasos, como T. O’REILLY: Jorge de Montemayor, Omelías sobre Miserere mei Deus, Durham
2000; J. I. RODRÍGUEZ GÓMEZ: “Savonarola en Gil Vicente y Jorge de Montemayor”, en La
figura de Jerónimo Savonarola O.P. y su influencia en España y Europa, Florencia 2004, pp. 261-
279; y Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 297-302.
101 M. BATAILLON: Erasmo y España, México-Madrid 1979, trad. A. Alatorre, p. 608,
consideraba que Montemayor había recibido influencias de la piedad erasmiana mezclada
con la de Savonarola.

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con el iluminismo 102, lo cierto es que sólo últimamente, gracias a estudios de con-
junto más exhaustivos, ha sido posible situarlo adecuadamente en la historia al
quedar encuadrado en el seno de las corrientes reformadoras que, dentro del ca-
tolicismo y de la ortodoxia, trataron de renovar la espiritualidad española por me-
dio de la observancia (dominica, en particular, con Carranza y los teólogos de San
Gregorio 103 a la cabeza) y la vía del recogimiento 104, tan arraigado en la Compa-
ñía de Jesús (en sus primeros tiempos) y en el entorno personal de la princesa Jua-
na, donde Montemayor había crecido como músico y poeta cortesano 105.
Llegada la hora de regresar a España, de recoger el fruto de tantas jornadas
fatigosas al servicio de la Monarquía, sin embargo, la estrella de Montemayor
declina y sus esfuerzos quedan sin recompensa. Es éste el momento en que aflo-
ra con mayor intensidad su sentimiento anticortesano, expresado ya poco tiem-
po atrás en su epístola “A don Jorge de Meneses” 106, nacido como consecuencia
del desengaño vital de quien veía desvanecerse, desde las filas de la oposición
política, sus expectativas de medro a la sombra del príncipe Felipe, quien por
aquellos días autorizaba una política intransigente ante las alarmantes noticias

102 Montemayor fue situado en el ámbito del iluminismo por B. L. CREEL: The religions
poetry…, op. cit., pp. 178 y 244, quien extrae estas conclusiones de ciertos pasajes donde
parece exaltarse la justificación por la fe, la gracia divina y, en general, las formas de
devoción interioristas, como la oración mental.
103 La historia de aquel colegio dominico puede conocerse por medio del estudio
monográfico de G. DE ARRIAGA: Historia del Colegio de San Gregorio de Valladolid, Valladolid
1928-1940, ed. corr. y aum. de M. Mª Hoyos, 3 vols.
104 Las múltiples influencias espirituales recibidas por Montemayor han sido
sintéticamente descritas en su estudio de conjunto por Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de
Montemayor…, op. cit., pp. 319-325.
105Sobre la espiritualidad predominante en la Casa de la princesa Juana y los distintos
autores literarios que, como Montemayor, gravitaron en su entorno, véase E. TORRES
COROMINAS: ”La corte literaria de doña Juana…”, op. cit.
106 Aquel sentimiento anticortesano, apuntado con anterioridad en algunos versos de la
“Epístola a Sá de Miranda”, se manifiesta ya con toda claridad en su epístola “A don Jorge de
Meneses” (Poesía completa…, op. cit., pp. 558-561), incluida en el Segundo cancionero, que
debió ser escrita entre 1554 y 1556, esto es, tras la muerte del príncipe Juan de Portugal y antes
de partir hacia Flandes, cuando Montemayor buscaba reubicarse en la Corte española tras ver
truncada su brillante carrera palaciega. La epístola desarrolla el clásico menosprecio de Corte
y alabanza de aldea, sazonado con la bucólica ensoñación del mundo pastoril y la melancólica
evocación de su tierra natal a orillas del Mondego. Sobre esta pieza, véanse los comentarios de
J. MONTERO DELGADO: “Montemayor y sus corresponsales…”, op. cit., p. 184.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

que procedían de la Península. A la altura de 1558, además, la situación de sus


posibles protectores tampoco ayudaba al portugués: el duque de Nájera murió
en enero de ese mismo año; el duque de Sessa hubo de partir a finales de aque-
lla primavera hacia Milán para su gobernación, alejándose de la Corte; mientras
que la princesa Juana, en Valladolid, tenía que mantener un dificilísimo equili-
brio entre sus obligaciones como regente (reprimir severamente la herejía) y su
propia conciencia religiosa, no muy distinta a la de algunos procesados. Solo y
desamparado, pues, Jorge de Montemayor debió escribir antes de partir de los
Países Bajos su Epístola a un grande de España sobre los trabajos de los reyes, don-
de dio cuenta con meridiana claridad tanto de su caída en desgracia como de su
desengaño cortesano: “De mí sabré decir que ni han bastado diez años de ser-
vicio, con más miseria que abundancia, ni lo que estas Armadas en su servicio
he trabajado, para que Su Majestad se acuerde de despacharme” 107.
Entre 1558 y 1559, finalmente, se produjo el retorno de Montemayor a la
Península. Aunque no tardó en trasladarse a tierras valencianas, lo más lógico es
que, como fiel servidor de la Corona, se dirigiese a la Corte de Valladolid a la es-
pera de que los ebolistas o la propia Juana de Austria le facilitasen el acceso a los
canales de distribución de la gracia. El clima que allí encontró, sin embargo, no
pudo ser más hostil a sus intereses, pues para entonces se había desatado ya la
feroz campaña de represión contra la herejía impulsada por el inquisidor gene-
ral Fernando de Valdés; una campaña que, de nuevo, se explica cabalmente a la
luz de la lucha de facciones. En efecto, el anciano arzobispo de Sevilla, instado
por el príncipe Felipe y la princesa Juana a abandonar la Corte, se vio forzado a
retirarse a su diócesis entrado el año 1557. Puesto ya en camino, no obstante, el

107 La Epístola a un grande España sobre los trabajos de los reyes fue editada por F. J.
SÁNCHEZ CANTÓN: “Tratado de una carta que Jorge de Montemayor escribió a un grande
de España: trátase en ella de los trabajos de los Reyes”, Revista de Filología Española 11
(1925), pp. 43-55, tras haber sido localizada en una colección de Papeles varios de Historia y
Humanidades que se guarda en la British Library, Ms. Add. 9939, ff. 152-158, descrita por
P. DE GAYANGOS: Catalogue of the manuscripts in the Spanish language in the British Museum,
Londres 1875, v. 1, p. 102. La epístola se escribió en Amberes (como indica el manuscrito)
a la altura de 1558, poco tiempo después de haber acontecido “las tormentas pasadas de
nuestra armada”, “las victorias de nuestro esclarecido príncipe” y “la pérdida de Calés”
(Calais). En su preámbulo, Montemayor introduce esta esclarecedora nota biográfica antes
de entrar en materia. Como se observa, esos “diez años de servicio” hacen puntual
referencia al período comprendido entre 1547-48 y 1558, en que vivió al amparo de la
dinastía Habsburgo. El texto completo de los Trabajos también puede leerse en Mª D.
ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 417-428.

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Eduardo Torres Corominas

descubrimiento de diversos focos luteranos, primero en Sevilla y después en Va-


lladolid, Zamora y Toro –en los que participaban diversos aristócratas y servi-
dores de la Monarquía–, permitieron a Valdés instrumentalizar el caso y
justificar su regreso a orillas del Pisuerga. Ante la gravedad del asunto, Carlos V
desde Yuste exigía castigos ejemplarizantes para los encausados, mientras el go-
bierno de regencia trataba de reconducir la situación por vías menos expediti-
vas. En todo caso, lo cierto es que Valdés supo aprovechar el odio popular hacia
los herejes para crear una escenografía y un ambiente de inseguridad y sospecha
en Castilla que le permitieron atacar con impunidad a sus enemigos políticos, los
ebolistas, a través del Santo Oficio 108.
Con consecuencia de aquel clima de intransigencia, fueron aprobadas algu-
nas medidas restrictivas que, andados los años, tendrían una importancia deci-
siva en la vida cultural española, tales como la promulgación de la pragmática
sobre la impresión de libros (1558) 109 o la prohibición de importar obras ex-
tranjeras sin autorización de la censura. En mayo y octubre de 1559, finalmen-
te, se clausuraron los juicios contra los luteranos con la representación, en la
Plaza Mayor de Valladolid, de dos grandes autos de fe, donde fueron expuestos
a la vergüenza pública, condenados y ejecutados –en los casos más graves– los
herejes recientemente descubiertos en Castilla 110. No obstante, donde los ren-
cores personales afloraron con mayor virulencia fue en la causa inquisitorial
abierta contra Bartolomé Carranza, detenido en su arzobispado de Toledo el 22
de agosto de 1559, a quien Fernando de Valdés –en connivencia con Melchor
Cano, rival de Carranza en la orden de Santo Domingo 111, y el confesor real

108 Un relato pormenorizado de aquellos hechos puede hallarse en Mª J. RODRÍGUEZ


SALGADO: Un imperio en transición…, op. cit., pp. 323-328; J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Grupos
de poder en la Corte…”, op. cit., pp. 160-172; y J. MARTÍNEZ MILLÁN y C. J. DE CARLOS
MORALES (dirs.): Felipe II (1527-1598)…, op. cit., pp. 57-79.
109 Al respecto, véase J. M. LUCÍA MEGÍAS: “La Pragmática de 1558 o la importancia
del control del Estado en la imprenta española”, Indagación 4 (1999), pp. 195-220.
110 Aquellos procesos han sido estudiados de manera particular en J. ALONSO BURGOS:
El luteranismo en Castilla durante el siglo XVI: autos de Fe de Valladolid de 21 de mayo y 8 de
octubre de 1559, San Lorenzo de El Escorial 1983; y J. I. TELLECHEA: “El protestantismo
castellano (1558-1559)”, en M. REVUELTA SAÑUDO y C. MORÓN ARROYO (eds.): El erasmismo
en España, Santander 1986, pp. 305-321.
111Sobre las distintas corrientes de espiritualidad surgidas entre los dominicos, es
fundamental el trabajo de V. BELTRÁN DE HEREDIA: Las corrientes de espiritualidad…, op. cit.;

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

Bernardo de Fresneda 112– acusó de heterodoxia apoyándose en informaciones


obtenidas durante el juicio contra los protestantes y en una rigurosa revisión de
sus Comentarios sobre el catecismo cristiano efectuada por el propio Cano. Para
nuestro propósito, en todo caso, el hecho más relevante se había producido cin-
co días antes, el 17 de agosto de 1559, cuando salió a la luz en Valladolid el fa-
moso Catálogo de libros prohibidos, preparado por Cano a instancias de Valdés
con objeto de reafirmar sus postulados doctrinales, donde el dominico, con ex-
tremado rigor y parcialidad (y no poca precipitación), trató de señalar todo rasgo
o sospecha de iluminismo que se hubiese podido deslizar en las obras examina-
das, cuya temática era predominantemente religiosa 113. No sorprende que, dada
la naturaleza e intención del escrutinio, éste fuese particularmente severo con
autores como Francisco de Borja, fray Luis de Granada o el propio Bartolomé
Carranza, que se hallaban en la órbita de los ebolistas y practicaban una fe vi-
vencial y afectiva opuesta al formalismo y al intelectualismo por el que se regían
aquellos guardianes de la ortodoxia 114. Junto a la de aquellos excelsos espirituales,
como es bien sabido, la obra devota de Montemayor fue enteramente condenada
en el Índice 115, lo que constituyó en adelante un contratiempo insuperable para

mientras J. I. TELLECHEA: “Melchor Cano y Bartolomé Carranza. Dos dominicos frente a


frente”, Hispania Sacra 15 (1962), pp. 5-93, se ocupó particularmente de la rivalidad
personal entre Cano y Carranza. Una síntesis de los conflictos larvados en la orden de Santo
Domingo, con su posterior traslación al ámbito cortesano, se ofrece en E. TORRES
COROMINAS: ”La corte literaria de doña Juana…”, op. cit., pp. 940 y ss.
112La trama urdida por Fernando de Valdés, Melchor Cano (quien examinó
personalmente el Catecismo), Álvaro de Valdés (que consiguió en Roma poderes especiales
de Paulo IV para el inquisidor general) y Bernardo de Fresneda (confesor de Felipe II en
Flandes) contra Bartolomé Carranza puede conocerse a través de H. PIZARRO: “El control
de la conciencia regia: El confesor real Fray Bernardo de Fresneda”, en J. MARTÍNEZ
MILLÁN (dir.): La corte de Felipe II…, op. cit., pp. 149-188.
113 Véase J. MARTÍNEZ MILLÁN: “El Catálogo de libros prohibidos de 1559”, Miscelánea
Comillas 37 (1979), pp. 179-217.
114 Los problemas que Francisco de Borja, Bartolomé Carranza y fray Luis de Granada
tuvieron con la Inquisición en 1559 debido a sus inclinaciones políticas y espirituales fueron
abordados en E. TORRES COROMINAS: ”La corte literaria de doña Juana…”, op. cit., pp. 936-
939 y 944-946.
115 Literalmente, la prohibición inquisitorial decía: “Obras de George de Monte Mayor,
en lo que toca a devoción y cosas Cristianas” (J. MONTERO DELGADO: “Viejos y nuevos
datos…”, op. cit., p. 164, n. 7).

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Eduardo Torres Corominas

su difusión 116. El autor lusitano, pues, se vio desplazado, a finales del verano de
1559, a los oscuros márgenes de la heterodoxia, a los que fue expulsado –como
se colige de la reconstrucción histórica de los hechos– no tanto por la impropiedad
de sus asertos, sino como resultado de un conflicto faccional que muy pronto lo
llevaría a buscar refugio fuera de España.
Con este mar de fondo, no resulta fácil dibujar con precisión los pasos dados
por Montemayor entre 1558 y 1560. Podemos suponer que, asustado ante la per-
secución político-religiosa desencadenada por Valdés, en 1558 ó 1559, decidiese
retirarse prudentemente al reino de Valencia a la espera de acontecimientos. Allí
sería acogido en la pequeña Corte de don Juan Castellá de Vilanova 117, señor de
las baronías de Bicorb y Quesa, a quien dedicó Los siete libros de la Diana 118, que
pasó a letras de molde por aquellos días en tierras levantinas 119. En este período
es preciso situar la redacción de la “Epístola a Ramírez Pagán” 120 (posterior, en

116 En efecto, mientras su poesía profana disfrutó de una notable difusión impresa en
las décadas siguientes, la obra devota cayó en el ostracismo tras la condena inquisitorial,
dándose incluso la circunstancia de que los dos ejemplares conservados de la edición
medinense de Las obras carecen de su sección religiosa, al haber sido amputada
(presuntamente) tras el veredicto de 1559 (J. MONTERO DELGADO: “Viejos y nuevos
datos…”, op. cit., pp. 163-164; y “Montemayor, Jorge de”…, op. cit., p. 708).
117 Sobre Juan Castellá de Vilanova, hijo de don Luis de Vilanova y Juana Carroz, puede
consultarse la breve nota genealógica ofrecida por J. Montero Delgado su edición de J. DE
MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., p. 3, n. 1.
118 La dedicatoria de la Diana “Al muy ilustre señor don Joan Castellá de Vilanova” es
harto elocuente acerca de la protección brindada por el aristócrata valenciano a Montemayor
en tiempos de dificultad: “…Suplico a Vuestra Merced debajo de su amparo y corrección
recoja este libro, así como al extranjero autor dél ha recogido, pues que con sus fuerzas no
pueden con otra cosa servir a Vuestra Merced, cuya vida y estado Nuestro Señor por muchos
años acreciente” (La Diana…, op.cit., pp. 3-4). La misma idea se repite en los versos finales
del poema que “Al dicho señor” consagra a continuación: “y así el de Vilanova generoso/ del
lusitano autor ha sido amparo,/ haciendo que un ingenio bajo y falto/ hasta las nubes suba
y muy más alto” (vv. 5-8) (ibidem, p. 4).
119 La que se ha supuesto primera edición de la Diana, impresa en Valencia, no indica
ni el año ni el impresor, y carece de los preceptivos preliminares (licencia, privilegio, tasa,
etc.) que servían para legalizar una edición impresa. Su descripción bibliográfica se halla en
E. FOSALBA VELA: La Diana en Europa…, op. cit., p. 93; y A. RALLO GRUSS: “Montemayor,
Jorge de”…, op. cit., pp. 715-716.
120 Como explica J. MONTERO DELGADO: “Montemayor y sus corresponsales…”, op.
cit., pp. 191-194, la “Epistola a Ramírez Pagán” fue escrita por Montemayor durante su etapa

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

buena lógica, a la publicación del Segundo cancionero), texto que ilustra, a través
de una cruenta sátira anticortesana que precede y alterna con la clásica ensoña-
ción bucólica, no sólo el malestar y el desengaño de un derrotado 121, sino tam-
bién –y quizás esto sea lo más relevante para la interpretación de su obra cumbre–
cómo de aquel estado de ánimo surgió el deseo de huir a un mundo pretérito y
hermoso, previo a la civilización (de Corte), donde unos pastores idealizados con-
sagraban su tiempo al amor, la poesía y la música 122: un mundo, en suma, ajeno

valenciana, de manera que no pudo tener cabida en sus cancioneros impresos en Amberes en
1558. Hoy se conoce gracias a su inclusión en la Floresta de varia poesía de Diego Ramírez Pagán
(Valencia, 1562) y puede leerse en Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit.,
pp. 407-412. A. Alonso Miguel: “El intercambio epistolar entre Montemayor y Ramírez
Pagán”, en J. LARA GARRIDO (coord.): La epístola poética del Renacimiento español, Málaga 2009,
pp. 211-222: 211, recuerda que Ramírez Pagán residió en Valencia bajo la protección del virrey
Alfonso de Aragón desde 1557. Allí, sin duda, conviviría con Montemayor, cuyo fracaso
cortesano plasma con tanta crudeza en su soneto “Al mesmo Montemayor en modo de
diálogo”.
121 A lo largo de la “Epístola a Ramírez Pagán”, el poeta lusitano incide, como
preámbulo a la exaltación de la vida pastoril, en la clásica sátira anticortesana: “Dejemos,
pues, pastor, estos cuidados;/ escríbanse Dardanio y Lusitano,/ como siervos de amor tras
los ganados./ Dejemos en su corte al cortesano,/ envuelto en sus privanzas y pasiones,/ y
su esperanza al fin salirle en vano./ Dejemos los negocios y opiniones,/ en que pretenden
muchos ser tenidos,/ en esa corte o mar de divisiones./ Dejemos navegar los favoridos,/ que
al cabo hay bancos, rocas, tempestades,/ do no les valdrá estar muy prevenidos…” (vv. 49-
60). Menosprecio de Corte que, sorprendentemente, vuelve a aflorar hacia el final de la
pieza –cuando todo parecía ya teñido de bucolismo– para alcanzar su máxima virulencia en
una mal velada alusión a los hechos acaecidos en Castilla entre 1558 y 1559: “Oh, quién
dijese: ¡ay de ti, Castilla!/ mas yo, ¡Jesús!, ¿qué digo?: guarda fuera/ que no se usa verdad,
ni es bien decilla./ ¡Oh, divino Dardanio, quién pudiera/ resucitar los dos, que uno reía,/
y otro lloraba, a ver si aquél riera!/ Cuan a buen tiempo el uno lloraría,/ y el otro solo en
ver perdida España…/ ¡Cé, pluma, calla, pues que es niñería!/ ¡Cómo se pierde el mundo!,
¡Oh, cosa extraña!/ ¡cómo anda la ambición tan desmandada!/ ¿no queréis, pluma, vos
perder la maña?/ La hipocresía, ¡Oh, cómo es privada!,/ y os echa el ojo siempre al buen
bocado…/ ¡Callad, pluma, que sois muy porfiada!” (vv. 139-154).
122 La relación entre el menosprecio de Corte y el mundo pastoril ya fue trazada por F.
LÓPEZ ESTRADA: “La epístola de Jorge de Montemayor a Diego Ramírez Pagán. Una
interpretación del desprecio por el Cortesano en la Diana”, en Estudios dedicados a Menéndez
Pidal, Madrid 1950-1953, v. 6, pp. 387-406, quien dibujó con acierto la analogía entre los versos
de la “Epístola a Ramírez Pagán” y el movimiento de Sireno (quien deja atrás la Corte en busca
del locus amoenus pastoril) al comienzos de la Diana: “No se metía el pastor en la consideración
de los malos o buenos sucesos de la fortuna ni en la mudanza y variación de los tiempos; no le

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espacial y espiritualmente al laberinto cortesano, pero que, sin embargo, encerra-


ba en su código genético, paradójicamente, los valores y forma de vida de la so-
ciedad cortesana que propiciara su génesis 123. Desde esta perspectiva, se explica
bien el hecho de que, bajo el disfraz pastoril, se sienta correr la vida de los perso-
najes (más que probable encarnación de damas y caballeros reales) en un tiempo
y un espacio –los campos de León, la ribera del río Esla– perfectamente anclados
en la historia; o que los vestidos, los peinados, los modales o la conversación se ri-
jan siempre por los modelos de referencia establecidos por la cultura de Corte 124.
Prueba elocuente de esta trasposición son los sucesos acaecidos en el palacio de la
sabia Felicia 125, donde la arquitectura, la disposición de los espacios y elementos
ornamentales, así como las ceremonias escenificadas en su interior, no son sino
expresión poética de la simbología y el ritualismo propios del universo áulico 126.
No obstante, es en el “Canto de Orfeo” donde la dilatada experiencia cortesana
de Montemayor se manifiesta con claridad mediante un panegírico consagrado a
elogiar la hermosura y virtud de las damas admitidas en el templo de Diana 127.
Entre las que “hoy dan valor y lustre a España” (v. 20), Montemayor destaca, en

pasaba por el pensamiento la diligencia y codicias del ambicioso cortesano ni la confianza y


presunción de la dama celebrada por el solo voto y parecer de sus apasionados; tampoco le
daba pena la hinchazón y descuido del orgulloso privado” (La Diana…, op. cit., p. 12).
123Véanse al respecto las observaciones contenidas en E. TORRES COROMINAS:
“Cortesanía y anticortesanía en la Diana de Montemayor” (en prensa).
124 Basten para ilustrar esta idea las citas y comentarios de B. M. DAMIÁN: “Realismo
histórico y social de La Diana de Jorge de Montemayor”, en A. D. KOSSOFF, R. H.
KOSSOFF, G. RIBBANS y J. AMOR Y VÁZQUEZ (coords.): Actas del VIII Congreso de la
Asociación Internacional de Hispanistas, Madrid 1986, v. 1, pp. 421-431.
125 El palacio de la sabia Felicia parece inspirado en la residencia de María de Hungría
en Binche (Flandes), conforme a la descripción ofrecida por Juan Cristóbal Calvete de
Estrella en el Felicísimo viaje, a la que el príncipe Felipe llegó en 1549. En el castillo de Binche,
que acogió en tiempos de la gobernadora fastuosas fiestas de inspiración caballeresca, pudo
haber sido conocido por Montemayor durante su estancia en los Países Bajos (Mª D. ESTEVA
DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., p. 61).

126 El valor simbólico y el sentido esotérico de la arquitectura, ornamentación,


vegetación y rituales celebrados en el interior del palacio de la sabia Felicia ha merecido la
atención de Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 227-241.
127 El “Canto de Orfeo”, situado en el centro del Libro IV de la Diana, puede leerse en
J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., pp. 187-204. Sobre su contenido y estructura,
véase la extensa n. 121 (ibidem, pp. 187-189).

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primer término, a las infantas doña María, “que en la suprema silla está sentada”
(estrofa 4), y doña Juana, “a quien quitó fortuna insana/ el cetro, la corona y alta
silla” (estrofa 5), en cuya Casa sirvió el lusitano desde su incorporación a la Cor-
te española. Más adelante salta a escena la familia real portuguesa, con la infanta
María 128 a la cabeza (estrofa 6), a la que siguen las hijas de Duarte, el infante lu-
sitano (estrofa 7). Muy significativa, por su posición jerárquica dentro del poema,
se presenta la siguiente octava, en la que son loadas las duquesas de Nájera (doña
Luisa de Acuña, esposa de Juan Esteban Manrique de Lara) y de Sessa (doña Ma-
ría Sarmiento de Mendoza, mujer de Gonzalo Fernández de Córdoba), ensalza-
das “por su valor, bondad y hermosura,/ saber y discreción sobre natura” (estrofa
8), de cuya protección se benefició el lusitano durante distintas etapas de su vida.
A continuación, figuran diversas damas de la aristocracia castellana y del entorno
cortesano de las infantas, como doña Leonor Manuel 129, doña Luisa Carrillo, do-
ña Eufrasia de Guzmán o doña María de Aragón 130, entre un nutrido elenco de

128 La identidad de esta infanta María de Portugal no está clara: mientras J. Montero
Delgado (J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., p. 191, n. 131) piensa que se trata de la
hija de Manuel el Afortunado, a la que el príncipe Felipe rechazara en beneficio de María
Tudor a comienzos de 1554 (en cuyo entorno cortesano se movió Montemayor en 1553
durante su estancia en Lisboa), Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit.,
p. 66, postula que el lusitano se refiere, en cambio, a María Manuela de Portugal, hija de
Juan III y primera esposa del futuro Felipe II, a la que dedicase otrora su reseñada “Glosa
de diez coplas de Jorge Manrique”.
129 Leonor Manuel, de origen portugués, hija de don Diego de Melho y Figueiredo,
caballerizo mayor de la emperatriz Isabel, fue dama de la Casa de María Manuela de
Portugal, a cuya muerte pasó a las Casa de las Infantas, donde sirvió entre 1545 y 1548. Tras
la división de aquélla, entre 1549 y 1551 fue dama de la Casa de la regente doña María de
Austria, para, finalmente, ocupar idéntico oficio en la Casa del infantes don Carlos desde
1553 (J. MARTÍNEZ MILLÁN [dir.]: La Corte de Carlos V…, op. cit., t. 3, v. 4, p. 241). En 1558
casaría con don Pedro Luis Garcerán de Borja, marqués de Navarrés y maestre de Montesa,
hermanastro de Francisco de Borja.
130 María de Aragón, a quien A. González Palencia (El Cancionero del poeta George de
Montemayor, Madrid 1932, p. XXII) identificase con la Marfida literaria, pudo ser la hija de don
Álvaro Fernández de Córdoba y de doña María de Aragón, dama de la emperatriz Isabel (J. DE
MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., p 193, n. 144, de J. Montero Delgado). Aunque es preciso
tomar con prudencia estas noticias ante los problemas de homonimia, pudo ser la María de
Aragón que servía en 1551 como dama a la regente María de Austria (La Corte de Carlos V…,
op. cit., t. 3, v. 4, p. 64), e incluso la misma dama que, en 1573, permanecía junto a doña Juana
en las Descalzas Reales en el momento de su muerte (J. MARTÍNEZ MILLÁN y S. FERNÁNDEZ
CONTI [dirs.]: La Monarquía de Felipe II. La casa del rey, Madrid 2005, v. 2, p. 668).

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distinguidas cortesanas con las que convivió el poeta durante las décadas de
1540 y 1550 131 (estrofas 9 a 18). Seguidamente, Montemayor se traslada al ám-
bito valenciano –dibujando con nitidez su círculo de relaciones en el momento
presente– para cantar las virtudes, en primer lugar, de cuatro hijas de don Al-
fonso de Aragón, II duque de Segorbe, virrey y capitán general del reino de Va-
lencia entre 1558 y 1563: Ana, Beatriz, Francisca y Magdalena (estrofas 20-24);
a las que suceden, siempre en una rigurosa gradación jerárquica, las hijas de
don Juan de Borja, III duque de Gandía: Margarita y Magdalena 132 (estrofa
25); doña Catalina Milán (estrofa 26), y un amplio repertorio de damas valen-
cianas de la corte virreinal del duque de Segorbe, pertenecientes a linajes tan
señalados como los de Borja, Zanoguera o Milán, con el que Orfeo cierra su
canto (estrofas 27-43).
La etapa valenciana de Montemayor, de gran actividad intelectual y edito-
rial, se clausuraría con la publicación de su traducción castellana de los Cants
d’amor de Ausias March 133, impresos en Valencia en 1560, quien era considera-
do ya un clásico de las letras peninsulares, casi al modo de un Dante, un Petrar-
ca o un Boccaccio para los italianos. Por otra parte, fue durante su estancia en
los reinos de la Corona de Aragón cuando, muy probablemente, cayó en sus ma-
nos la primera novela morisca de la literatura española, El Abencerraje (siempre
en su versión Crónica), que venía circulando a través de pequeñas ediciones im-
presas desde fecha reciente 134. Fruto de una compleja tradición textual, esta
Parte de la Corónica del ínclito infante don Fernando que ganó a Antequera –tal y

131Sobre este grupo de damas castellanas y portuguesas del entorno de doña Juana, a
quienes Montemayor cita en diversos poemas de sus cancioneros, véanse las generosas notas
de J. Montero Delgado en J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., pp. 192-195.
132 Hijas de don Juan de Borja y doña Francisca de Castro y Pinós, y, por tanto,
hermanas de don Pedro Luis Garcerán de Borja, cuñadas de doña Leonor Manuel y
hermanastras de Francisco de Borja (J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., p 198, n.
166, de J. Montero Delgado). Como se observa, Montemayor dibuja con precisión las redes
familiares tejidas entre el círculo cortesano portugués y la Casa de Gandía, esenciales para
entender la trayectoria palaciega de Montemayor y sus inclinaciones espirituales.
133 La traducción, del lemosín al castellano, de los Cantos de amor de Ausias March
efectuada por Jorge de Montemayor puede leerse en Poesía completa…, op. cit., pp. 1061-
1257.
134 Sobre el problema textual de El Abencerraje, véase E. TORRES COROMINAS:
Literatura y facciones cortesanas en la España del siglo XVI. Estudio y edición del Inventario de
Antonio de Villegas, Madrid 2008, pp. 294-321.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

como rezaba su portada– había sido compuesta a finales de la década de 1550 por
un servidor de Jerónimo Jiménez de Embún, señor de Bárboles y Huirita, en cu-
yas posesiones patrimoniales, a orillas del río Jalón, residía una pacífica (y prove-
chosa) comunidad de agricultores moriscos, hostigada entonces por el Santo
Oficio ante la amenaza de una hipotética invasión otomana 135. Dado su contexto
de escritura, no puede sorprender, por tanto, el sentido de libertad y tolerancia
que alentaba el relato, ni tampoco, obviamente, que un ebolista como Montema-
yor –justo en aquellos días de persecución y zozobra– lo leyese con sumo agrado,
hasta el punto de elaborar en los meses siguientes su propia versión de la obra con
el fin de intercalarla en sucesivas ediciones de la Diana 136; procedimiento que, sin
embargo, no pudo completarse en vida del autor, pues El Abencerraje pastoril 137
no pasó a letras de molde hasta finales de 1561 138. El Abencerraje se unía de esta
forma, en tanto que texto fundacional y producto de oposición, al Lazarillo de
Tormes y a la Diana, primeras manifestaciones de nuestros géneros narrativos pi-
caresco y pastoril, respectivamente, al final de un período particularmente con-
vulso de la historia de España en el que la literatura de ficción, ante el repliegue
cultural promovido desde los sectores más intransigentes, sirvió para dar cobijo a
aquellas ideas y sensibilidades que ya no podían expresarse abiertamente 139.

135 El contexto de escritura de la primera versión de El Abencerraje, la Crónica, fue


reconstruido en sus estudios por Mª S. CARRASCO URGOITI: El problema morisco en Aragón al
comienzo del reinado de Felipe II, Chapel Hill 1969; y “Las cortes señoriales del Aragón mudéjar
y El Abencerraje”, en Homenaje al profesor Casalduero, Madrid 1972, pp. 115-128.
136 La relación entre el sentido de El Abencerraje y el contexto histórico y literario en
que se elaboraron sus tres refundiones ha sido abordado en E. TORRES COROMINAS: “El
Abencerraje: una lección de virtud en los albores del confesionalismo filipino”, Revista de
Literatura (en prensa).
137 El texto y un completo estudio del Abencerraje pastoril preparado por Montemayor
para ser intercalado en la Diana se ofrecen en E. FOSALBA VELA: El Abencerraje pastoril,
Barcelona 1990.
138 Aunque parece que Montemayor personalmente reelaboró El Abencerraje al estilo
pastoril, no pudo ser él quien lo incorporase al cuerpo de la Diana, sino el impresor Francisco
Fernández de Córdoba en su edición vallisoletana de 1561 (pero con colofón de 7 de enero de
1562), cuya descripción bibliográfica se halla en E. FOSALBA VELA: La Diana en Europa…, op.
cit., pp. 100-101; y A. RALLO GRUSS: “Montemayor, Jorge de…”, op. cit., pp. 717-718.
139 Estas ideas han quedado expuestas en E. TORRES COROMINAS: “Pícaros, pastores y
caballeros: narrativa y oposición política en España a mediados del siglo XVI”, en Actas del
XVII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Roma 2013 (en prensa).

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Eduardo Torres Corominas

Aunque hay noticias de que Montemayor estuvo en la Corte de Valladolid des-


pués de la publicación de la Diana 140, lo cierto es que su presencia en Castilla hu-
bo de ser breve como consecuencia de los graves acontecimientos antes relatados.
En efecto, lo más probable es que, tras ser condenada su obra devota en el Índice
de Valdés (agosto de 1559), el autor lusitano decidiese –como otros espirituales de
su entorno– partir hacia otros reinos más seguros 141. En ese sentido, la Corte mi-
lanesa del duque de Sessa, quien ejercía la gobernación del Statu desde julio de
1558, debió constituir, a ojos de Montemayor, un excelente destino dadas las cir-
cunstancias, puesto que, además de su celebrada prodigalidad –exhibida en el me-
cenazgo de artistas y escritores–, don Gonzalo Fernández de Córdoba era un
declarado ebolista, estrechísimo amigo de Ruy Gómez de Silva y Gonzalo Pérez,
que ya había amparado a nuestro autor en los días de Flandes 142. Así que, en los
meses finales de 1559 o ya en los primeros de 1560 –antes de abril, en todo caso,
pues en tal fecha el duque de Sessa, su valedor, regresó con licencia a la Corte de

140 La referencia fue ofrecida por fray Bartolomé Ponce en la carta dedicatoria que
precede a su Clara Diana a lo divino (Épila, 1580), donde afirma que: “el año mil quiniento
cincuenta y nueve, estando yo en la corte del Rey don Felipe”, tras haber leído la Diana,
disfrutó de un ameno convite junto a Montemayor, “y yo con alegre buen celo le comencé
a decir cuán deseada había tenido su vista y amistad, siquiera para con ella tomar brío de
decille cuán mal gastaba su delicado entendimiento con las demás potencias del alma,
ocupando el tiempo en meditar conceptos, medir rimas, fabricar historias y componer libros
de amor mundano y estilo profano. Con medida risa me respondió diciendo: padre Ponce,
hagan los frailes penitencia por todos, que los hijosdalgo armas y amores son su profesión”
(Mª D. ESTEVA DE LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., pp. 80-81, n. 172).
141 Atemorizados ante el devenir de los acontecimientos, otros espirituales del entorno
de doña Juana se vieron obligados por entonces a salir de España. Así, mientras fray Luis de
Granada buscaba refugio en Portugal, Francisco de Borja y el mismo Montemayor decidían
pasar a Italia por su seguridad. Una visión de conjunto de aquella encrucijada histórica se
ofrece en las conclusiones de E. TORRES COROMINAS: “La corte literaria de doña Juana…”,
op. cit., pp. 965-971.
142 A. ÁLVAREZ-OSSORIO: “«Far Cerimonie alla spagnola»…”, op. cit., p. 430, recuerda
cómo, en 1557, el duque de Sessa trabó amistad durante una estancia en Inglaterra con Ruy
Gómez de Silva y Francisco de Eraso, quienes necesitaban de aristócratas fieles para
controlar Italia tras la salida del duque de Alba y los Toledo de su territorio. Con su apoyo,
Fernández de Córdoba obtendría el cargo de gobernador y capitán general de Milán el 23
de abril de 1558. Llegado al Milanesado en julio de aquel mismo año, no tardó en rodearse de
un selecto elenco de artistas y literatos que contribuyeron a engrandecer su Corte y su persona
(ibidem, pp. 464-472). Al mismo se uniría Montemayor durante los meses que precedieron
a su muerte acaecida a comienzos de 1561.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

Felipe II– embarcaría Montemayor hacia el Milanesado, en cuya Corte, rodeado


de un excelso ambiente cultural, residiría durante algún tiempo, como acreditan
las cuatro estrofas añadidas al “Canto de Orfeo” que verían la luz en la edición
lombarda de la Diana 143, dedicada a Bárbara Fiesca 144. Desplazado al Piamonte,
que actuaba como Estado tapón entre Francia y el Milanesado español tras haber
sido devuelto al duque de Saboya en 1559 (tratado de Cateau-Cambresis), Jorge
de Montemayor, finalmente, encontraría la muerte en un misterioso lance por
asuntos de amor acaecido a comienzos de 1561 145.

143 La edición lombarda de la Diana, Milán, Andrea de Ferrari, c. 1560, pasa por ser una
de las más tempranas tras la princeps valenciana (véase su descripción bibliográfica en E.
FOSALBA VELA: La Diana en Europa…, op. cit., p. 97; y A. RALLO GRUSS: “Montemayor,
Jorge de…”, op. cit., p. 716). Todo indica que fue el propio Montemayor quien, durante su
estancia en el Milanesado, promovió la empresa editorial, dedicando ahora la obra a doña
Bárbara Fiesca e introduciendo nuevos poemas preliminares, como el soneto dedicado al
autor por el polígrafo Luca Contile. En el “Canto de Orfeo” incorpora cuatro nuevas
octavas, donde la alabanza a diversas damas italianas pone de manifiesto el vínculo de
Montemayor con los Visconti. Tanto los preliminares como los nuevos versos añadidos en la
edición milanesa de la Diana pueden leerse en la exhaustiva edición de J. Montero Delgado:
J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., pp. 291-294.
144 Bárbara Fieschi Visconti fue hija de Pietro Luca Fieschi, conde de Crevacore, y
segunda mujer de Gian Luigi Visconti, uno de los embajadores enviados a Trento en 1541 a
recibir a Carlos V. En la epístola en verso suelto enviada por Gutierre de Cetina a la princesa de
Molfeta, doña Isabel de Capua, fechada a 24 de abril de 1545, doña Bárbara Fieschi figura entre
las damas de la Corte de Milán alabadas galantemente por el poeta sevillano. Años después, sería
su amigo Jorge de Montemayor quien le consagraría su remozada edición milanesa de la Diana
(E. MELE y N. ALONSO CORTÉS: “Sobre los amores de Gutierre de Cetina y su famoso
madrigal”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid 2 [1930], pp. 49-74: 51-52;
y J. Montero Delgado: J. DE MONTEMAYOR: La Diana…, op. cit., p. 291, n. 1).
145 Son diversas las fuentes que dan testimonio del luctuoso acontecimiento. En el
ejemplar de Las obras (Amberes, 1554) de la BNE, Usoz 744, en nota manuscrita se lee:
“This edition was printed during the life time of the author, Jorge de Montemayor,
portuguez, poeta conocido, músico de la capilla de Carlos V y soldado valeroso, que perdió
la vida en el Piamonte, año 1561”. Idéntica referencia geográfica dará Diego Ramírez Pagán
en uno de sus sonetos dedicados a la muerte del lusitano, “Al mesmo Montemayor en modo
de diálogo”, donde da cuenta de su desgraciado destino cortesano y de algunas
circunstancias concernientes a su violenta muerte (Marte) por una causa amorosa (Venus):
“- Nuestro Montemayor, ¿dó fue nacido?/ - En la ciudad del hijo de Laerte./ - ¿Y qué parte
de la humana, instable suerte?/ - Cortesano discreto y entendido./ - Su trato, ¿cómo fue?,
¿y de qué ha vivido?/ - Sirviendo, y no acertó, ni hay quien acierte./ - ¿Quién tan presto le
dio tan cruda muerte?/ - Invidia y Marte y Venus lo ha movido./ Sus huesos, ¿dónde están?

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Eduardo Torres Corominas

Atrás quedaban cuarenta años de vida y una copiosa producción literaria


fruto de su experiencia en tierras portuguesas, españolas, flamencas e italianas.
A la luz de su biografía cortesana, que da cuenta cabal de lo vivido (y padecido)
por un distinguido miembro del círculo portugués en el convulso período de
transición entre los reinados de Carlos V y Felipe II, en fin, queda de manifies-
to cómo aquel variado corpus cobra nuevo sentido de conjunto tras una rigurosa
indagación histórica que, más allá de constituir un estéril ejercicio de erudición,
adquiere, desde los estudios sobre la Corte, plena funcionalidad interpretativa;
funcionalidad que se deriva de un adecuado engaste de los datos empíricos tanto
en la dinámica interna del sistema de la gracia –basado el código del servicio merced
y la lógica del medrar– como en un exhaustivo análisis prosopográfico y de grupos
faccionales. A partir de tan novedoso enfoque, la obra de Montemayor se cons-
tituye, por encima de todo, en literatura de oposición, surgida al calor de la prin-
cesa Juana y el partido de Éboli y, por ello, marcada desde su misma génesis por
los personajes, la ideología y la espiritualidad de aquel entorno cortesano. Así,
se comprenden con absoluta claridad tanto las inclinaciones religiosas del por-
tugués como la condena de su obra devota en el Índice de Valdés (1559), pues
fue juzgada por sus enemigos políticos y desplazada intencionadamente, como
la de otros espirituales que gravitaban en torno a los ebolistas (Bartolomé Ca-
rranza, fray Luis de Granada o Francisco de Borja), al ámbito de la heterodo-
xia. Igualmente, sus poemas de amor (a caballo entre los tópicos del amor cortés
y el nuevo petrarquismo garcilasista) o su desengaño cortesano (que emerge con

- En Piamonte./ - ¿Por qué? - Por no los dar a patria ingrata./ - ¿Qué le debe su patria? –
Inmortal nombre./ - ¿De qué? - De larga vena, dulce y grave./ - Y en pago, ¿qué le dan? -
Talar el monte./ - ¿Y habrá quién le cultive= - No hay tal hombre.” (contenido en Diego
Ramírez Pagán, Floresta de varia poesía, Valencia, 1562; y reproducido por Mª D. ESTEVA DE
LLOBET: Jorge de Montemayor…, op. cit., p. 58. Años más tarde, fray Bartolomé Ponce, en la
cita reseñada de la carta dedicatoria que precede a su Clara Diana a lo divino, tras
rememorar su encuentro con el portugués en 1559, afirma: “Con esto y mucha risa se acabó
el convite y nos despedimos; perdone Dios su alma, que nunca más le vi, antes de allí a pocos
meses me dijeron cómo un muy amigo suyo le había muerto por ciertos celos o amores”
(ibidem, p. 81, n. 172). Finalmente, en la edición póstuma del Cancionero de Montemayor
(Zaragoza, viuda de Bartolomé de Nágera, 1562), Francisco Marcos Dorantes daría cuenta
del suceso en su reseñada “Elegía a la muerte del excelentísimo poeta Jorge de
Montemayor”. Todos estos datos fueron recopilados por M. MENÉNDEZ Y PELAYO: Orígenes
de la novela, Santander 1943, v. 2, pp. 260-262, cuyas conclusiones son generalmente
aceptadas por la crítica.

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Jorge de Montemayor: Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana

intensidad a partir de 1554) fueron consecuencia directa de su experiencia áulica;


tanto como el aliento que dio lugar al nacimiento de la novela pastoril, donde
quedan sublimadas en un espacio ideal previo a la civilización ambas vetas de la
cultura de Corte: el amor neoplatónico (incorporado a la tradición española a
través del arquetipo de Castiglione 146) y el menosprecio de Corte, cultivado por
quienes, como Montemayor, no obtuvieron de la Corona justo pago por sus
desvelos. Todas estas cuestiones, en todo caso, merecerían una reflexión parti-
cular más sosegada, pues –como dijimos– no es nuestro propósito agotar aquí
el campo de estudio, sino abrir nuevos caminos que, en el futuro, contribuyan a
comprender en toda su extensión –desde la historia y como producto de la his-
toria– la obra literaria de Jorge de Montemayor, un heterodoxo al servicio de la
Monarquía hispana.

146 Véanse al respecto las observaciones contenidas en E. TORRES COROMINAS: “El


Cortesano de Castiglione: Modelo antropológico y contexto de recepción en la corte de
Carlos V”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. RIVERO RODRÍGUEZ (coords.): Centros de poder
italianos en la Monarquía hispánica (siglos XV-XVIII), Madrid 2010, v. II, pp. 1183-1234:
1226 y ss.

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ÍNDICE VOLUMEN II

TEORÍAS POLÍTICAS Y FACCIONES CORTESANAS

Estoicismo y Cristianismo en “El ejemplo mayor de la desdicha”


de Antonio Mira de Amescua,
Isabel Romero Tabares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 695
“Lex Domini convertens animas”. Ragion di stato e ragion di Dio
nel pensiero di Federico Borromeo,
Chiara Continisio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 713
Fiesta política y discurso religioso: Los sermones de la Toma de Granada,
Inmaculada Arias de Saavedra, Miguel Luis López-Guadalupe . . . . . . . . 737
Forme dell’opposizione a Pio IV alla corte papale,
Elena Bonora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 771
La strategia del cappuccino. Le controversie dottrinali e politiche
alla corte di Vienna nell’opera di Valeriano Magni (1586-1661),
Alessandro Catalano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 793
Crypto-Calvinism and Lutheran Concord
at the Court of Denmark, 1559-1596,
John Robert Christianson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 815
Política y religión: La imagen de los reyes y de la monarquía
en Galicia en el siglo XVIII,
Roberto J. López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 841
The role and doctrines of Portuguese court preachers (1495-1580),
José Pedro Paiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 873
Venerabili figlie: Maria Apollonia e Francesca Caterina di Savoia,
monache francescane, fra la corte di Torino
e gli interessi di Madrid (1594-1656),
Blythe Alice Raviola . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 887
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La Corte en Europa: Política y Religión

El arzobispo primado de España Moscoso y Sandoval


y la herencia de Olivares: El caso del gobierno de Nueva España,
Pierre Ragon . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 911
Da Botero a Castiglione. Religione, politica e storiografia
nella corte sabauda del primo seicento,
Pierpaolo Merlin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 927
Política y devoción en la corte de los duques de Saboya:
El papel estratégico de la hagiografía entre los siglos XVII-XVIII,
Paolo Cozzo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 957
El silencio de la corte: El juego político y confesional
de los jefes de facción en las guerras de Religión francesas
hasta la noche de San Bartolomé,
Bertrand Haan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 973
Del báculo al crédito. Cisneros y las finanzas de Castilla,
David Alonso García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 995
I regi elemosinieri alla corte dei Savoia,
re di Sardegna (secc. XVIII-XIX),
Andrea Merlotti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1025
Théologie et droit canon dans la décision politique:
Les questions de conscience sur les morisques (1608-1611),
Isabelle Poutrin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1059
La boda imposible de una infanta española y católica
y un príncipe inglés y protestante,
María de los Ángeles Pérez Samper . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1077
I funerali di Ferdinando Gonzaga (1587-1626), VI duca di Mantova,
nella chiesa palatina di Santa Barbara: Potere e immagini,
Raffaella Morselli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1125
Aristocracia y anti-olivarismo:
El proceso al marqués de Castelo Rodrigo, embajador en Roma,
por sodomía y traición (1634-1635),
Santiago Martínez Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1147
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Índice Volumen II

Il mecenatismo di Juan Fernández Pacheco, marchese di Villena


e duca di Escalona, durante la sua ambasciata a Roma (1603-1606),
Anna d’Amelio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1197
Padre Sebastião de Magalhães: Conselheiro e confessor
de D. Pedro II (1635-1709),
Maria Luísa Gama . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1227
Pale d’altare caravaggesche e committenze del partito imperiale
a Roma nel Seicento: Problemi di stile e di iconografia
alla prova della politica religiosa,
Cecilia Mazzetti di Pietralata . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1245
Matemático y Cardenal:
Silíceo espejo de prelados en la historiografía del siglo XVII,
Roberto López Vela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1283
Jorge de Montemayor:
Un heterodoxo al servicio de la Monarquía hispana,
Eduardo Torres Corominas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1329
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