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El Tesoro

Con el tercer brandy quedó estipulado como se haría el reparto. Para él, que había compartido el
secreto, quedaría un 70%. Para mí que sólo era un bartender simpático sumado a la misión en los
últimos minutos, un 20%. El 10% restante quedaba para el dueño del terreno como agradecimiento.
Con el cuarto Jerez convenimos la hora y el lugar; con el quinto, cuando ya arrastraba las palabras,
hicimos la lista del equipamiento que íbamos a precisar.

Me levanté a las 7 después de haber dormido dos horas. Me vestí con lo mejor que pude para la
ocasión. Una botas de albañil que hacía mucho no usaba, un chaleco tipo safari que le tomé
prestado a mi roommate, la gorra de lana de las últimas 4 navidades, un jean descolorido y una
cadena con el santo niño de atocha para ir protegido. Llegué antes de las ocho a la fachada del
Edificio Brito donde Lorenzo quedó en recogerme. Si preguntaba por qué no había traído la pala le
diría que no me iban a dejar entrar al metro. Dieron las 8:15 y pensé: se ha quedado dormido. A las
8:30 sospeché que no vendría. A las 9 estaba seguro que el tesoro del que me habló Lorenzo para
desenterrar juntos, no existía. A las 12 me pareció suficiente tiempo de espera y volví a casa. Me
tiré en la cama muerto de sueño y rabia por haber confiado en semejante cliente borracho. Cuando
ya me estaba quedando dormido me comencé a reír solo. Después de todo yo también lo había
engañado. Sí, cada uno de lo jerezes que se bebió en el bar se los había cobrado doble. Estábamos a
mano.

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