Está en la página 1de 31
El poliz6n de la 2 Cee) Jacqueline Balcells Capitulo T jPolizon a bordo! Atardecia en la isla Gomera y las chalupas atin estaban llevando agua, lefia y sacos de alimen- tosa bordo de la Santa Maria, la Pinta y la Nifia. Cristobal Col6n, aparentemente tranquilo, se paseaba por la cubierta de la carabela capitana dando las iltimas instrucciones del embarque. Al dia siguiente, antes del alba, las tres naves zarparian de las Canarias rumbo a las Indias. El nerviosismo propio de la partida se hacia sentir en las 6rdenes secas y en las caras tensas. Pero el tinico de verdad asustado era Gabriel, un nifo flaco y chico de solamente doce afios de edad, que habia logrado esconderse dentro de tun saco y ser lanzado como un bulto en la bo- dega de la Santa Maria, Estaba semiahogado en la harina, pero no se atrevia a mover ni el dedo meftique por miedo a que lo descubrieran antes de zarpar. En la bodega oscura donde estaba se bojan Tos gritos de los marineros de los ratones. Traté de acomodarse dentro del saco, abri6 con las utas un pequelo orificio en las la tosca tela, sacé la nariz para respirar mejor y,a pesar de sus temores, como nifio que era, muy pronto se quedé dormido. ‘Muchas horas después, Gabriel se desperts bastante adolorido y muerto de hambre. Por el ruido de las olas y el vaivén del barco, no le ‘cupo duda de que ya iban navegando. Entonces el polizén rasgé con todas sus fuerzas el saco en que estaba y salté fuera junto con la mitad de la harina, Camin6 a tientas por entre los bultos y atacos de lefia hasta encontrar una escotilla que se puso a golpear con los puitos. No pasaron ni dos minutos cuando un enorme marinero, de pelo negro e hirsuto y cara de no muy buenos amigos, abrié la trampa de un golpe. ;Poliz6n a bordoooooo! —grité, o mas bien aullé, en cuanto vio al nifio que desde abajo lo ‘miraba enharinado hasta las pestafas y temblan- do como una hoja. Acto seguido lo levants por el cuello de la camisa y pegdndole un puntapié {ras otto lo pases por la cubierta, Inmediatamen- te acudieron otros marineros que entre carcaja~ das y garabatos le dieron una paliza como si el priel fuese el peor de los maleantes. pobre C Y cuando el nifio, adolorido y avergonza- do, se puso al fin a loriquear, oy6 el vozarrén cruel del marinero amenazéndolo: =Y ahora, jdonde el almirante! Ya verés cémo te castiga! ;Ya verds el trato que damos a los que se meten de contrabando en una de nuestras naves! Y asi fue como Gabriel lleg6 ante la presen- cia del jefe de la expedi Cristébal Colén estaba sentado en su escri- torio estudiando unos mapas, cuando el ma- rinero gigante que habia encontrado a Gabriel tocé a su puerta y entré con él a empujones. —jAlmirante! ;Descubri a este poliz6n a bordo! —dijo el hombrén moreno, que se la- maba Francisco y era el contramaestre de la Santa Mari Colén miré al nifio —que, en el estado en que se encontraba y junto a ese hombre grueso y tosco, parecia tener no doce aitos sino seis—, se compadecié instanténeamente de él y, diri- gigndose al contramaestre, le dijo: —Déjame a solas con él —y cuando este partié, se levanté bruscamente de su sillén con la cara seria y el cefto fruncido, y se puso a interrogarlo con una voz que parecia furios {Me puedes explicar qué haces ti aqui, a una edad en que deberias estar junto a las faldas de tu madre? Gabriel era un nifo tenaz y valiente, y no se habfa amilanado con los goipazos que recién habia recibido. Levant6 entonces la cabeza y, secndose las légrimas, respondié —Mi padre era marino y murié en un nau. fragio, sefor. Yo quiero seguir sus pasos, pero mi madre se opone. Entre ella y mis hermanas me cuidan como tres gallinas con un solo po- Io. ;¥ yo ya soy un hombre! Colén, sin dejar traslucir la risa que le pro- uj esta fiera respuesta, siguié interrogandolo: —,Cémo te lamas? —Gabriel, senior. {Qué edad tienes? —Tengo doce aiios, y ya sé leer, escribir, aritmética y un poco de latin —contests el nifio répidamente. Hasta latin pregunts intrigado el almirante. —Es que mi madre quiere que yo sea un abes? 2¥ cémo es eso? le hombre de letras, un sabio. Y me lleva todos los dias donde el padre Damian para que él me ensefie. Ella dice que el mar es un monstruo maldito, agazapado, a la espera de sus victi- ‘mas. Y que jamas me dejaré ser marino. Es por €80, seftor, que he tenico que embarcarme asi... —2Y por qué has elegido este barco? Porque va a Africa! jA Sierra Leona! Mi padre también estuvo en Africa... —contests el nifio con entusiasmo; pero luego, al ver la cara de sorpresa del almirante, dudé—: ;O quizés va atin més allé, al Oriente...? —Si, vamos al Oriente —respondié Colén, pensativo—, mas no por Africa, sino que dan- do la vuelta al mundo, igual que el Sol. No bordearemos las costas a la manera de esos portugueses timoratos. Nosotros atravesare- ‘mos este océano entero para llegar a las Indias por el otro lado. Porque la Tierra, Gabriel, es redonda. Al of estas palabras de Col6n, el nifto se quedé mudo de impresi6n. Algo habia estu- diado é1 de geografia con el buen cura Da- miiin, pero eso de que la Tierra era redonda {Dios! {No estarfa este hombre un poco loco? No Hevarfa a sus barcos a un desastre se- ‘guro? Mir6 por las ventanillas hacia el mar inmenso donde las otras dos carabelas pare- cian unas pajaritas de papel, se acord6 de su madre y sus hermanas, y otra vez le vinieron 2 unas ganas tremendas de llorar. Gruesas ligri- ‘mas se agolparon en sus ojos sin que pudiese disimularlas. —Ya, ya, jovencito... jénimo! ZEs que vasa asustarte ahora, tti, un hombre hecho y dere- cho e hijo de un valiente marino? ;Vamos, seca tus légrimas! Desde hoy trabajaras para mf: te ocupards de servirme la comida y de asear mi cémara; y en las tardes, ya que eres un hombre culto, me leeras la Biblia. —{La Biblia? ZEs usted tan piadoso acaso como el padre Damian? —No solo soy piadoso, sino que estoy se- ‘guro de que Dios, y nadie mas que Dios, pue- de sostenerme en esta empresa. Y si vuelvo a Espafia con las naves cargadas de oro, armaré un ejército para recuperar Jerusalén, que esté hace siglos en manos de los moros. jAsi, este viaje serviré para rescatar la Ciudad Santa y para que la cruz. vuelva a reinar en ella! 1B Capitulo II Santo y palomo La vida de Gabriel en la Santa Marfa se lend inmediatamente de mil obligaciones. Se pasaba los dias barriendo el piso de la cémara, frotan- do los vidrios, limpiando instrumentos, desem- polvando libros, enrollando mapas, sirviéndole Ja comida al almirante y remendandole la ropa. Y por las tardes, a la luz de una vela, lefa en voz alta algiin capitulo de la Biblia, mientras la carabela se balanceaba y Colén, sentado en su sillén, lo ofa con los ojos cerrados. Luego, egada la noche, se echaba en un jergén a los pies de la cama del marino, y se dormia feliz de estar en medio del océano y de ser un hombre de mar, como lo habia sido su padre Pero no todo era paz y alegria para el mu- chacho, Los otros grumetes y marineros, 15 envidiosos de la atencién que el almiran- te le prestaba, no perdian oportunidad de molestarlo. —iAhi vael favorito! —decian a su paso. Yacto seguido lo tapaban de insultos, humilléndolo. El primer dia que hubo mar gruesa y Ga- briel se mare6, las risas y burlas de la tri- pulacién legaron al limite. Francisco, el contramaestre, viéndolo palido y desmadeja- do, lo mand6 a desenredar un cabo a media altura del palo mayor. El barco se movia como una cAscara de nuez.en la marejada, y Gabriel, que se sentia morir, habria seguramente caido desde el méstil si Colén no lo hubiese visto en apuros y no hubiese enviado a un marinero a socorrerlo. No es que los hombres de la tripulacién fueran todos malos, sino que, rudos e igno- antes como eran, veian en el polizén de las Canarias, pequefto pero letrado, a un ser tan distinto a ellos que les costaba aceptarlo. Y por eso lo hostigaban. Elniffo, sin embargo, no se achicaba y jamas iba con quejas donde el almirante. En cambio, le rogaba a este que lo tratara como a un gru- ‘mete més del barco y que lo dejara aprender Jas maniobras de cordajes y velamen. 16 —iYa soy un hombre, don Cristébal! ;Déje- me aprender a ser un marinero! —le rogaba— Tengo doce anos! Col6n, finalmente, accedié a los ruegos del muchacho, y lo confié al cuidado de Ansel- mo, un viejo marinero, para que este le fuera ensefiando las cosas del mar. Mas, egada la tarde, Gabriel debja presentarse siempre en la cémara para leer en voz alta un capitulo de la Biblia Los marineros, que en su gran mayoria eran hombres supersticiosos y de vidas disi- padas, comenzaron entonces a refrse de estas diarias lecturas, —iEh, jovencito! —Ie gritaban cuando lo vefan naguillo 0 marinero? jLos rezos son para las mujeres! Y uno que era un poco més culto que los demés, el grumete Jerénimo, lo acosaba diciéndole: —Mira, poliz6n, mira el mar por el que va- ‘mos...; mira el horizonte... {No vas a creer que este infinito fue hecho en un dia? jJa! ;A otro con ese cuento! —2Y no creerés que ese Sol que brilla sobre la Tierra y esa Luna que levanta las aguas fue- igirse hacia la cdmara—. Eres mo- ”7 ron hechos en un solo dia? ;Vamos! jEres una ninita a la que los curas le llenaron la cabeza de historias! Gabriel se defendia como podia. —2Y cmo el almirante, y el piloto, y el con- destable, que son hombres valientes, creen? —iPorque son gente de salén! jTienen de- masiada fantasia y muy poco seso! Pero a no- sotros, hombres de puro mar, nadie nos cuenta cuentos. Asf, dia a dia iban llenando de dudas al jo- ven polizén, que, a fin de cuentas, no era més que un niffo desamparado. Y una tarde en que leia precisamente la primera parte del Gén« donde se cuenta la creacién del mundo, Ga- briel se queds de pronto sin voz, con un nudo en la garganta. —Pero, qué te pasa? —le pregunté Colén desconcertado. —Es que ya casi no creo en estas palabras. Ahora me estoy convirtiendo en un marine- 10 y no puedo seguir leyendo cosas de muje- tes y de curas. ¢Cémo puedo a los doce afios seguir creyendo que el mar, el Sol, las estrellas y el mundo han sido hechos en una semana, ‘como dice aqui? ;Por favor, don Cristobal, no 18 me pida que le lea de nuevo la Biblia! —y Ga- briel escondié la cara entre las manos. Cristbal Coldn se le quedé mirando muy serio; Iuego le acaricié la cabeza y le dijo que dejara de leer por ese dia y se fuera a dormir. sa noche el almirante se pase durante lar- {30 tiempo por su camara con las manos tras la espalda y el semblante ensombrecido, “Este inocente niflo —se decia— no hace ‘mas que repetir lo que la tripulacién le ha di- cho. El no me preocupa: sus dudas y descon- ciertos pasarén. Pero si mis hombres no tienen fe, gc6mo van a resistir este viaje a lo desco- nocido? ¢Con qué fuerzas van a perseverar si pasan los dias y este océano, por el cual nunca nadie se ha aventurado antes, no nos muestra ninguna tierra? jNo querrén seguir adelante! 2¥ qué sacarfa yo entonces con hablarles de cosmografia y calculos astronémicos?”. La preocupacién de Colén no era en vano, Hacia mas de dos semanas que habian zarpa- do de las Canarias y ya las miradas de soslayo y los murmullos stibitamente interrumpidos cuando él se acercaba a algtin grupo de hom- bres eran mas que notorios. ” “ZY cudl seré el énimo —se preguntaba in- quieto el almirante esa noche— en las otras dos naves de la flota, la Pinta y la Nifia?”” Finalmente, pasada la medianoche, se decidié: “Estos débiles tienen que llegar a tener una fe ciega en mi. Si no, fracasaremos o morire- ‘mos. jLes revelaré un misterio que los dejaré ilados!”. siguiente, poco después del ama- necer, Colén reunié a toda la tripulacién en cubierta. Alli estaban viejos y jévenes; vascos, asturianos, catalanes, leoneses, portugueses, moros conversos y andaluces; desertores, la- drones, vagabundos, criminales y uno que otro hombre honrado. Hombres de la Santa Maria! —Ies gri- 16—. {Quiero darles una prueba fuerte y mis- teriosa de la grandeza de este viaje que hemos ‘emprendido! Y con la cara muy solemne interrogé al jo- ven polizén que estaba entre los hombres: —Gabriel, geémo me llamo? El nifio, asustado, pero también halagado de ser distinguido por el almirante en ptiblico, le respondié sin dudar: —Seior, usted se Hama don Cristébal Colén. —2Y sabes ti quién fue Cristobal? —Cristébal, seftor... —titubeé Gabriel, que trataba de imaginar qué respuesta era la que el almirante esperaba—, Cristobal, seftor... Cristobal rapido dijo, finalmente, lo tinico que sabia— Cristobal, sefior, fue San Cristéball (Fl gigante que pasé en sus hombros a Cristo nif, de una ribera a otra, a través de un ancho rio! —Bien —lo aprobé Colin—. 2Y sabes quién 8 Colén, 0 Colombo, como los mas me llaman? —Colombo... Colombo. Gabriel se qued6 pensando, tratando de recordar sus estudios y lecturas con el padre Damian y lo que habia lefdo en el Libro San- to, pero nada... Tenia la mente en blanco. Los hombres a su alrededor estaban en silencio, pero él sentia el peso de sus miradas hoscas y prestas a las burlas. “Colombo, Colombo...” Dios, jsi se acordara! Y de pronto, con una se- rie de gritos estridentes, respondié: —Colén, Colombo, ;Columbus! Columbus en latin quiere decir “palomo” 'y en su angustia por contestar a —iExactamente! —respondié el almiran- te, mirando luego a la tripulacién como pre- paréndola para ofr lo mas importante, Los marineros, inméviles, se espiaban de reojo preguntandose con la mirada qué diablos iria a terminar diciéndoles ese italiano excéntrico. —Y dinos, Gabriel —continué Colén—, Zeus fue el palomo?, :qué hizo el palomo? —EI palomo, sefior —vacilé el ninto—, el palomo, seftor... No me acuerdo de ningtin palomo. —iVamos, polizén! —exclam6 el almirante con los ojos en lamas fijos en el muchacho—. {Cusl fue el primer palomo de la historia? {Qué hizo? ;Tii lo sabes! jResponde! ‘Se oyeron unas risitas mientras algunos de Jos hombres se codeaban mirando a Gabriel que, rojo de vergiienza, trataba infructuosa- mente de recordar. Lo que més temia era el desprecio del almirante, que por primera vez en el viaje lo trataba de polizén. —El pri-primer pa-pa-lomo, sefior —tarta- ‘mudeaba Gabriel— el pa-pa-lomo...jjAaah!!! iYa sé! —grité frenético—: jEI palomo fue el ave que Ilev6 al arca una ramita de olivo en. el pico y se la entregé a Noé para que supiera que la tierra habia emergido de las aguas y que el diluvio habia terminado! —jBravo! jEso es! —lo celebré Colén con un brillo de alegria en la mirada. Y luego, diri- gigndose a la multitud de marineros perplejos, les dijo—: {Ya lo saben! No es casualidad que mi nombre sea Cristsbal Colén. Bs un signo de mi destino y del suyo. Yo soy Cristébal, y tal como San Cristébal con Jestis en sus hombros, los llevaré a ustedes y a nuestra fe por estas anchas aguas, sanos y salvos, hasta la otra orilla. Y yo soy también Colén, Columbus, y como el palomo de Noé, seré el primero en encontrar una nueva tierra que las aguas de- jardn aflorar y cuya noticia llevaré de vuelta a Espaiia junto con ustedes. ;No tienen nada que temer! (Confien en mi Los marinetos, en un principio boquiabier- tos, volvieron luego a sus labores en silencio y pensativos. Era la primera vez. que se encon- traban con un capitén semejante. ¢Se habria vuelto completamente loco este genovés? A lo ‘mejor se habia puesto de acuerdo con el poli- 26n para engafarlos con sus latines. ,O seria acaso verdad que era un enviado de Dios? 2B En cuanto a Gabriel, tan maravillado lo dejé la revelacién de Coldn, que desde ese ‘momento se puso a pensar con toda seriedad en su propio nombre, y en si este le sefalaba a 61 también un destino especial. ¢Quién habia sido Gabriel? Gabriel fue el angel anuncia- dor... gIrfa a anunciar algo él, un pobre poli- z6n? ;Qué misterio! 24 Capitulo IIL Siete dias de plazo Pasé otra semana en paciencia y calma. Pero los efectos de la solemne declaracién del almi- rante fueron atenuandose ante el terrible ho- rizonte del océano que seguia desnudo como una navaja. Fl viento soplaba fuerte y las tres carabelas navegaban a buena velocidad, mas ni un asomo de péjaros en el cielo o de ramas de rbol flotando en el agua indicaba la proxi- midad de alguna costa, Gabriel habia vuelto a las lecturas de la Bi- blia y se sentfa ahora muy avergonzado de ha- ber dudado de la palabra de Dios por prestar odo a los ignorantes. El almirante no le habia hecho comentario alguno al respecto, y seguia escuchando al nifio con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. 25 Mientras tanto los marineros comenzaban jevamente a murmurar y a inquietarse. —No nos prometieron al salir de la Gome- ra que el viaje duraria, a lo més, veinte d —se preguntaban—. Y eso que hemos tenido buen viento, Francisco, el contramaestre, los alarmaba Yo, que Hlevo cuarenta afios en el mar, les digo que aqui sucede algo muy extrafo... De esta no saldremos vivos! Y el grumete Jerdnimo no tard6 en acosar a Gabriel, burléndose de la inconmovible con- fianza de este en el almirante. —Polizén —le decia—, gtu San Cristébal sabré hacia donde se halla la otra orilla de este riachuelo? O también —Polizén, gno se le habra cafdo la rama de olivo del pico a tu palomo? ;No la vemos por ninguna parte! viel sufria mucho con estas y otras bur- las, pero como era muy hombre a pesar de sus cortos afios, nunca decia una palabra de ello al almirante. Mas un dia, cuando ya se cumplia tun mes desde que habian zarpado, Gabriel, que estaba junto al palo mayor ensayando un nudo muy dificil que le habia enseftado el viejo An- 26 selmo, sintié de pronto que lo agarraban por a camisa y le daban un violento tirin. Se dio vuelta y se encontré con la cara de Francisco, roja de ira y con los ojos inyectados en sangre. —Oyeme bien, piojo... —escuché que le decia mordiendo las palabras—, esta misma tarde, en ver de leerle cuentos de curas a ese loco, le dirs que ni un solo hombre de esta carabela navegard un dia mas hacia el oeste. Y que si él quiere seguir, lo podra hacer solo y en una chalupa mientras ti, sentado a su lado, le lees de pe a pa esa maldita Biblia. {Me has entendido? —le grit6, mientras lo remecia con fuerza—. jAy de ti si maftana mismo no or- dena volver rumbo! —acabé diciéndole mien- tras lo empujaba con tal violencia, que Gabriel rod6 por el suelo. Esa tarde, cuando como de costumbre Co- 16n se sent6 a escuchar la lectura del libro que el nifio tenia abierto sobre la mesa, junto a la vela, en vez de la clara voz oy6 unos suspiros profundisimos. Extrafiado, pens6 que Gabriel habfa vuelto a sus dudas de antes, pero algo en stactitud le hizo advertir que el asunto era ahora distinto. —2Qué te sucede, Gabriel? Por qué no lees? —Don Cristébal —murmuré el polizén—, qusted cree que atin falta mucho para llegar a las Indias? —2Por qué me lo preguntas? 28 —No sé... Es que ya hemos navegado tan- tol ¥. E] nino estaba muy palido y, pese a los es- fuerzos que hacia para que no se le notara, co- menz6 a temblar, —Quién ha estado violenténdote? Qué te han dicho para atemorizarte asi? [Responde! —le orden Colén con firme voz. —Naaaaadie, naaaaada, don Cristobal. Solo cosas que he oido al pasar —le respondié en ‘un susurro Gabriel, que hubiera muerto antes de convertirse en un delator. Colén se dio cuenta inmediatamente del dilema en que ponia al nifio, y no lo siguié interrogando. Luego, murmuré para sf: “Es Francisco! jNo puede ser ningtin otro! Ese andaluz de mala ralea es el tinico capaz de amedrentar a este pobre para amenazarme a través de él” Mas, de todo esto nada le dijo al polizén. Al dia siguiente, al alba, el almirante hizo reunirse una vez més a la tripulacién en cubierta. — Quien tenga algo que decirme que dé un paso al frente! —los conminé, al tiempo que miraba de hito en hito a Francisco, que estaba en medio de la muchedumbre inquieta. 29 Se produjo entonces un interminable silencio. Los marineros que rodeaban al contramaestre le daban con los codos disimu- ladamente, urgiéndolo a hablar por ellos. Ga- briel, por su parte, escuchaba con el alma en un hilo y se encomendaba a todos los santos que conocia, rogdndoles para que el almirante encontrara la manera de dominar a esos hom- bres violentos. Pero Francisco, tan feroz con Gabriel, tan bravucén entre sus secuaces, no se atrevia ahora a sostener la mirada de Colén, quien no se la despegaba, paralizéndolo con su fuego y su rectitud. Y alli se qued6, cabiz~ bajo y humillado, y su odio aument6, como siempre crece el rencor de los cobardes contra el que no han osado enfrentar. ‘Y uno a uno los marineros fueron agachan- do la cabeza. Entonces, por sobre el golpear de las velas enel viento, el almirante alzé la voz y les dijo: —iHombres de mar! Ayer se cumplié un mes desde que zarpamos de la Gomera. Se- gtin mis célculos, la tierra no puede estar le- jos, pero bien sé que desconfian de mi. Es por es0 que los ha invadido el miedo. Contra ello no tengo otra solucién que emplear la fuerza: 30 jel primero que vaya hablando de amotinar- se para regresar serd colgado, en el acto, del palo mayor! jNo tendré misericordia! Pero también yo quiero comprometerme ante us- tedes. Navegaremos todavia una semana con rumbo oeste. Pero si al cabo de ella no hemos avistado atin tierra, yo les juro ante Dios y en nombre de nuestros reyes Fernando e Isabel, ‘que mandaré volver el rumbo y regresar a E5- pana. Hasta entonces, recuérdenlo, jmi mano serd de hierro! Y dando media vuelta, el almirante se rigid, alta la cabeza y seguros los pasos, hacia su cdmara 31 Capitulo IV El plato envenenado Uno, dos, tres, cuatro fueron pasando répi- dos los dias de esa tiltima semana. El mar, el terrible mar, seguia imperturbable y con su horizonte hermético, como si nunca hubiera sabido lo que era dejar asomar tierra. Hubo falsos gritos de tierra, falsas sefias desde la Pinta, esperanzas vacias que solo contribu- yeron al malestar creciente de la tripulacién acobardada Elalmirante, en cambio, parecia impasible, indiferente a todo cuanto no fuera la navegacién y la lectura de la Biblia. Gabriel, sin embargo, intufa el drama que estaba viviendo para sus adentros ese hombre tan tranquilo. Era su vida entera Ja que estaba en juego! jNadie sino él era el 33 responsable de marinos y barcos y del éxito de la expedicién! jNadie sino él tendria que rendir cuentas a los reyes! Por esos dias, el almirante le pedia al poliz6n una y otra vez que le leyese la creacién del mundo, como si en esas palabras encontrara un inmediato consuclo. “En el principio cre6 Dios los cielos y la tierra...” Tanto habia repetido el nifio esos primeros versiculos del Génesis, que ya no necesitaba mirar el libro. Un dia —el quinto de esa tiltima semana—, Gabriel se animé a preguntarle a Colén: —Don Cristébal, zpor qué me hace leerle siempre el primer capitulo del Génesis? —Hijo —le contesté este miréndolo suavemente—, te hago leérmelo porque nada en todo el Libro Santo es mas parecido a nuestra situacién actual en este barco que la {que ahi se relata, la del comienzo del mundo. Porque hasta el mismo Noé, durante el diluvio, esperaba que reaparecieran luego las mismas tierras que él ya conocia y que sabia sumidas en las aguas. Pero nosotros... jPara nosotros tiene que comenzar el mundo de nuevo, igual que en el Génesis! “ —De nuevo el mundo? —le pregunts el nino, sin entender nada. , asi es! jNosotros vamos hacia un nuevo mundo y un nuevo cielo! —exclamé Colén con la voz estremecida y esa mirada ardiente como ninguna—. jY alla encontraremos también el Parafso! —agregé con tanto entusiasmo, que se levant6 del sill6n y agit6 las manos en el aire. —iEl Paraiso! tenia limites—. {Habla del Jardin de Adan y Eva? —Sil! jSi! ;Del Jardin del Edén del que fueron expulsados! jAllé esta! jHacia el occidente! Oooh! —exclamé el nifto, que no podia creer lo que estaba oyendo—. ;Qué maravilla! jOjals aparezca luego! —Dios lo quiera, hijo, Dios lo quiera pir6 Col6n, saliendo de la cémara a interrogar al vigia del médstil, como lo hacia todas las noches antes de irse a dorm Esa noche Gabriel soié que legaba al Paraiso y que cuando mas feliz estaba descubria a Francisco, el contramaestre, con cuerpo de culebra y enroscado en un manzano. la sorpresa de Gabriel no 35 Y asi lleg6, sin novedad, el sexto dia de sa tiltima semana de plazo que el almirante habia jurado respetar ante los hombres de la Santa Maria. El sol brillaba en un cielo sin nubes y el viento del Este inflaba las velas de las tres pequeftas naves, haciéndolas cortar el agua azul raudamente. Miradas desde lejos, se habria dicho que eran tres delicadas golondrinas blancas volando a ras de las olas. Mas el clima entre los hombres de la carabela capitana ya no podia ser mas amenazador. Hacia dos dias que el alguacil del agua se habia visto obligado a racionar la bebida, disminuyendo la cuota diaria a un vaso por hombre. Y la mazamorra, con la carne salada agusanada y la galleta rancia, apenas daba para sostener a esos rudos hombres en pie. Muchos estaban ya enfermos del temible escorbuto, la enfermedad que mataba mas que el mar. —Este asesino terminaré con nosotros! “Nunca nos alcanzaran los viveres para volver, si es que este demente decide algtin dia cambiar de rumbo! —Moriremos de sed. )Ya no tenemos vuelta! —Aunque el genovés cumpla su palabra y ‘mafana emprendamos el regreso, qué vamos a comer y beber de aqui a Espaiia? gOrina y cuero de cinturones? —2Y con qué viento volveremos si este nos ‘empuja sin cesar hacia el maldito Oeste? —iPor culpa de ese lunatico estamos perdidos! —jEstamos perdidos! jEstamos perdidos! A mediodia, cuando Gabriel fue al fogén en busca de la mazamorra del almirante, en- contr6 a Francisco junto al cocinero. Y estaba también con él uno de sus secuaces predilec- tos —un sevillano medio moro y con fama de brujo—, que encuclillado cerca de las brasas parecia muy interesado en el pocillo de Colén que ya humeaba en medio de una fuente, Al verlo acercarse, los tres hombres, en vez de recibirlo con las groserias de costumbre, se apartaron, haciéndose los desentendidos. Gabriel tuvo una stibita sospecha: gy si hubiesen estado envenenando la comida del almirante? Pero, gcémo estar seguro? «Qué hacer? Toms la bandeja y se dirigié lentamente por la cubierta hacia la cémara. Al caminar, sentia clavadas en su espalda las miradas 37 de los facinerosos. ;Estaria envenenada esa comida? ¢Y si simulaba un tropiezo y la arrojaba por sobre la borda? Pero era tan poco el alimento que quedaba en la pobre nave que no se animaba a perder esa racién por una simple sospecha. Francisco y el moro seguian vigilindolo desde el fogén. Y a pesar de que el polizén iba caminando cada vez més lento para darse tiempo, la puerta de la cémara ya estaba alli, frente suyo. “Qué hacer? {Qué hacer?”, se repetia Gabriel, angustiado. Tampoco podia contarle sus sospechas a Colén, pues si estas eran infundadas, el almirante, con toda razén, seria el primero en recriminarlo. Pero, zy si esos trozos de carne salada 0 esa masa de harina estaban realmente envenenados, como 61 temia? ZY si don Crist6bal, por culpa suya, moria? ¢Qué hacer? {Qué hacer? Repentinamente, casi sin pensarlo, el nitio se decidi6: apoyé la bandeja en el picaporte de la puerta de la cdmara, libré una mano y tomando con tres dedos un trozo de carne y mazamorra se lo llevé a la boca y se lo tragé répidamente, sin masticarlo siquiera. Y luego golpes para entrar. 39 —iAdelante! —dijo Colén. Pero nadie entré en su cémara, porque en ese mismo momento Gabriel, afuera, sintié una pufalada en el est6mago que lo hizo doblarse y caer al suelo de dolor. Se le nublé la vista, pocillo y bandeja rodaron lejos tintineando, y un sudor frio lo empap6 de pies a cabeza. Asi, cuando Colén, extrafiado por el ruido, abris é1 mismo finalmente la puerta, se encontré con el nifto que se revoleaba en el suelo, presa de violentos espasmos. Al verlo caido, tiritando y boqueando, con esa cara blanquecina que tienen los agonizantes, el almirante sinti6 que la desaz6n y el dolor lo abrumaban. En un segundo cay6 en la cuenta de que ese nifto era como un Angel que Dios le habja enviado para acompafarlo en su inmenso viaje, y que é1 lo habia descuidado, dejando que le acaeciera una desgracia. Se agaché, llamando a gritos al viejo Anselmo, tomé a Gabriel en sus brazos y lo fue a acostara su cama. —iEs el escorbuto! —gruié Anselmo apenas vio a Gabriel. jEsté mal! Iré a prepa- rarle una tisana. Y salié de la cdmara a grandes pasos. Toda la tarde la pasé Colén cerca del enfermo, Se inclinaba, acariciaba la frente del nifio y trataba intitilmente de aplacar las violentas sacudidas que lo acometian. Luego, desesperado, salfa al puente y escudrinaba el horizonte, instrufa al piloto o interrogaba al vigia. Como una maldicién eterna, la respuesta desde el palo mayor era siempre la misma: —iNada al Oeste! jNada al Oeste! Esa noche fue Cristobal Colén quien abrié la Biblia y se puso a leer con voz ronca junto alla cabecera de Gabriel: “En el principio Dios cte6 los cielos...”. Pero el nifto ya casi no daba sefiales de vida. 41 Capitulo V El motin Mientras tanto, Francisco y sus secuaces se reunjan en la oscuridad para decidir lo que iban a hacer. —iSi ese maldito polizén se recobra, aunque sea por un segundo, nos delatara! —cuchicheé el contramaestre— ;Y nos colgaran del palo mayor! —{No habré manera de acabar de una vez por todas con él? —se pregunté el moro. —ilmposible! jEl genovés ronda cerca suyo! Y el viejo Anselmo tampoco querra ayudarnos... A menos que. menos que qué? ;Dit ;Dit —A menos que le digamos al viejo que estamos arrepentidos de haber tratado mal al muchacho y que quisiéramos pedirle 43 perdén en cuanto recupere el conocimiento —ijo Francisco, y continud—, y si de veras o recupera, vamos, lo agarramos y ;CRUAC! —e hizo un ademén como el de estirarle el cogote a una gallina—. En todo caso mafiana mismo vence el plazo que el maldito italiano jur6 respetar. Si al caer la noche no da seftas de querer cambiar el rumbo y volver a Espaiia, jcomo que me llamo Francisco que lo empujaré yo mismo por la borda al mar! Y una ver muerto é1, poco importa lo que suceda con ese polizén entrometido, Finalmente amanecié el séptimo dfa, el Uiltimo de la semana que se habia dado de plazo el almirante. El tiempo, hasta entonces despejado y bueno, se mostré amenazador desde las primeras luces del alba. Una barra negra y gigantesca, que cerraba el horizonte, fue acercdndose al pasar las horas hasta ensombrecer con sus nubarrones la superficie del mar que los rodeaba. A mediodia, el viento se levant6 violentamente, y las otras dos carabelas se vieron obligadas a alejarse de la Santa Maria para tener espacio en sus maniobras. Las olas se fueron hinchando y ahondando hasta el punto que las naves se perdian de vista a cada instante. 44 Gabriel atin vivia. Pero tendido en el echo de Colén, blanco y frfo como la apenas respiraba. Ya no reconocia a nadie. El almirante habia hecho traer un brasero a la ‘cdmara para calentarlo, y a cada rato trataba de hacerle beber unos sorbos de tisana. Mas todo lo hacia sin muchas esperanzas. Afuera, la tormenta que ya estaba encima oscurecié el dia de tal manera que parecia haber caido la noche a mediodfa, La inmensa extensiGn de las aguas se redujo a una suerte de caverna movediza en la que la Santa Maria a duras penas cabia. Desde lo alto se desplomé un diluvio, y las reventazones de Jas olas comenzaron a hacer crujir el casco de Ja carabela como silo estuviesen demoliendo. Coldn gritaba érdenes; los hombres corrian a asegurar cabos, a artiar velas, aafirmar los mil bultos que volaban por cubierta Todas las ilusiones del almirante se venian abajo. Con esa tempestad tremenda, aunque tuviesen tierra delante de sus narices, nunca la verian. O peor, se estrellarian contra ella. ;Y este era el tiltimo dia! El dia que habia jurado emprenderfa la vuelta a Espajia si las Indias no aparecfan en el horizonte! ;Qué fatalidad! ieve, 45 Francisco y los suyos veian la cara demudada de Colin y se regocijaban pensando enel fracaso del genovés. jNo le quedarfa otra que disponer el regreso! Y sino. Cuando Anselmo salia de la camara, el contramaestre lo interpelaba, mascullando: —iViejo! ;Cémo esta el polizén? Y el veterano bajaba la vista y negaba con la cabeza: —No, no, ese niffio no se recupera... Ya casi no tiene pulso. Pasaron las horas. Gabriel agonizaba, la tempestad aumentaba su violencia y Colén, con la muerte en el coraz6n, asistia a la ruina de su grandioso proyecto. Cuando Ileg6 al fin la noche nadie a bordo del barco lo supo, tan oscuro habia sido el dia. El ‘mar, como un gigante enloquecido, rugia mordiéndolos con los terribles colmillos de sus olas. En los treinta aftos de su vida de marino, el almirante no se habia hallado en ‘ningtin viaje ni mar con una tormenta como esta, {Volverian a encontrarse con la Pinta y la Nifia a las que no divisaban desde hacia doce horas? ese a que los aullidos del viento ahogaban las voces, Francisco logré comunicarse con el 46 ‘moro y sus otros secuaces. Habia legado la hora de terminar con el genovés. —iSe cumplié el plazo y nada ha dicho! —iNunca ordenaré volver! —iSe est aprovechando de la tempestad! —iAprovechémosla nosotros también! Si, ahora o nunca! —Iremos los seis a la cémara —corté Francisco—. Lo apresaremos y lo echaremos al ‘mar por la borda, Sus oficiales flaquearan ante su desaparicién y dispondrén inmediatamente el regreso a Espanta. Eso es seguro. {Hecho? —jHecho! —mascullaron los otros cinco. Y luego, a tientas por la cubierta inundada, se fueron descolgando hacia la cémara del almirante. Era medianoche pasada. Cristébal Colén, a la luz de un candil que se balanceaba de un lado a otro colgado de una viga, velaba a Gabriel. Ese poliz6n, que moria ahi ante sus ojos, gserfa acaso un signo enviado por Dios?, se preguntaba una y otra vez. ;Qué habria venido a anunciarle? Mas, .qué importaba ahora saberlo, puesto que Gabriel agonizaba?... ZY no se extinguia también, esa misma noche, un infeliz navegante Hamado Colén? {No amaneceria mafana, junto al 47 cadaver del polizén, un muerto en vida que se veria obligado a volver a Espana con las ‘manos y el alma vacias? ¢Qué rey de Europa le creeria otra vez? {Su empresa y su vida estaban terminadas! Y las lagrimas de Colén le corrieron por sus mejillas mientras se inclinaba hacia el nifio para cerciorarse de que atin respiraba, Ala luz tenue del candil, entrecortada por la de los relimpagos de afuera, la pequenia cara aparecia casi irreconocible: el moribundo habia envejecido cien aiios. Colén, al no sentir ya el mas leve soplo de aliento en su mano extendida ante la boca del nifio, se eché sobre 41, consternado, para tratar de ofr los latidos de su corazén. Pero en ese preciso instante, acompafiada de un horroroso trueno, la puerta se abrié de un golpe y seis figuras oscuras, chorreando agua y con ojos brillantes como los de los lobos en invierno, entraron a tropezones en la cémara. Colén, arrodillado junto a Gabriel, se volvi6 hacia ellos con la mirada velada por el dolor. Mas cuando Francisco, de una patada, cerré la puerta tras suyo, el almirante se levanté prestamente y enfrentandolos los interpelé ‘con voz.calma y firme: 48, —1Qué significa esto? {Qué quieren? —iVolver a Espana! jEl plazo se cumplié! —grité Francisco, que cobarde como era, tenia que levantar la voz para sentirse mas fuerte. —Yo soy el almirante de esta flota —afir- m6 Colén— y soy yo quien da las érdenes. iSalgan ahora mismo de mi cémara! jMafiana los pondré a los seis en el cepo! Salgan! $i no por mi, ;no tendrén al menos respeto por un nifto que muere? —acabé diciendo mientras se acercaba, temblando de furia contenida, al contramaestre y sus cinco cémplices. Francisco, entonces, enloquecido, lo esquivé dando un salto hacia donde yacia Gabriel, y sacando un cuchillo, grits: —iMuera este polizén maldito y muere ti, genovés mal nacido! El moro y los otros, que también habjan sacado sus puiiales, se echaron sobre el almirante, que no hizo un solo gesto para defenderse 0 huir. Y alli mismo hubiera perecido traspasado si un grito mas penetrante que el aullido del viento y mas profundo que los truenos no se hubiese dejado ofr en ese momento en la cémara. Era una voz espeluznante que sonaba tan préxima y al 49 mismo tiempo tan lejana, que a los hombres se les hel6 la sangre en las venas. —10000000000000000...—sonaba el grit. Los cémplices, con las navajas atin en alto, se miraban aterrorizados; ima hora y cerrado los ojos encomendandose a Dios, se sobresalt6 el mismo Colén, que habia visto llegar su ti con ese grito escalofriante. -0000000000000000000000000 00000000 —ululaba la voz sin parar, como siel aliento que la producia fuera el de un gigante. Se volvieron todos hacia el fondo de la Amara en penumbras, y alli vieron a Gabriel que, de pie y semidesnudo, los miraba con Ja boca abierta: jde ella salfa ese grito que los paralizaba! La cara del nifio, apergaminada como la de un anciano, parecia iluminada por dentro, como si en el interior del créneo tuviese una vela encendida. Sus pequefias manos, abiertas y extendidas hacia ellos, temblaban como tiemblan I Boquiabiertos ante esa aparicién, los seis amotinados bajaron los pufales y se replegaron, aparténdose de Colén. Este se adelanté hacia Gabriel para abrazarlo, pero se detuvo cuando el nifio, dejando brus amente de gritar, avanz6 por 50 Ja cémara. Oh maravilla! Mientras los demas tenian que sujetarse para no caer —tales eran los bandazos y cabeceos de la Santa Marfa en la tormenta—, Gabriel marchaba muy derecho y sin una oscilacién. Pas6 ast, en silencio, junto al almirante y por entre los marineros, que le abrieron paso Ilenos de espanto. Su cuerpo entero semejaba una lmpara viva, y de él se desprendia un olor penetrante, parecido al de las lefias de pino cuando arden. Llegé hasta la puerta, que se abrié de un golpe ante 1, La Iluvia y el agua espumosa de las olas, impelidas por el ventarrén, penetraron en el cuarto, desbarajustndolo y anegandolo en un segundo. Se apagé el candil, volaron libros, ‘mapas e instrumentos; los hombres quedaron calados hasta los huesos. Pero a Gabriel en el umbral, ni una gota de agua 0 soplo de viento parecian tocarlo. Salié entonces al puente donde se detuvo, brillante como una antorcha en medio de la oscuridad que rugia y se revolcaba. 52 Capitulo VI El nuevo Génesis Sujeténdose con dientes y uitas para no caerse, Cristobal Colén salié de la cémara det Gabriel; los amotinados, sin saber por qué, lo siguieron. Afuera, el aullido de los aires y el rodar interminable de los truenos encogian el alma y hacian vacilar el entendimiento. Y en medio de esa negrura y feroz confusién nunca vistas, ellos volvieron a ofr entonces esa voz sobrenatural que nada era capaz de ahogar. Pero ahora no fue un grito ininteligible el que le oyeron proferir a esa figura iluminada, sino tunas palabras claras, solemnes y tan antiguas ‘como el mundo: —La Tierra era caos y confusién y oscu- ridad por encima del abismo. is de 53 Alor esto, Colén y los otros, que a duras penas se sostenfan agarrados a cuerdas, azotados por olas y rafagas, comprendieron que estaban, de verdad, viviendo un caos de infinita confusién, igual al que habia precedido a la creacién del mundo: ya no distinguian el arriba del abajo; ya no sabian cudl era el mar y cudl el cielo, cul el agua dulce que caia de las nubes y cudl la salada que saltaba de las olas; ya no sabian si el nifio era una aparicién 0 un ser humano como ellos; no sabian si estaban despiertos y vivos, © sofrando, o muertos... Y nuevamente la voz de Gabriel dijo, mas potente que los truenos: —Diijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz. En ese momento, como una luciérnaga increiblemente lejana, Colén, Francisco, el moro y los otros, vieron aparecer, hundida en el seno de las nubes tormentosas, una luz debilisima que poco a poco fue afirméndose. jBra el dia! ra el dia que llegaba! Ay, gun dia como el primer dia del Génesi Yel nifio grité otra ver: —Dijo Dios: medio de las aguas, que las aparte unas de otras” Haya un firmamento por en 5a Mar y cielo, como si le obedecieran, entreabrieron entonces sus inmensas fauces oscuras, separando de un golpe las lluvias de las olas, lo dulce de lo salado; y all en el fondo, ese finisimo punto de luz aparecida fue extendiéndose a izquierda y derecha, hasta establecer la larga linea del horizonte en la negrura. jAh, el océano y la béveda celeste estaban al fin separados! No habia sido asi el segundo dia de la creacién? Y en el pequefio cuerpo de Gabriel volvié a resonar la voz inmensa: —Dijo Dios: “Acumilense las aguas por debajo del firmamento en un solo conjunto, ¥ deéjese ver lo seco”. Cristébal Colén y los otros oyeron en ese instante, como un débil eco de la voz del nifio, otra voz que, mésall de la Santa Maria, gritaba —iTierral jTierra! Y por entre la Pinta y la aparecidas en la aurora, vieron hacia el Oeste, sobre la linea palida del horizonte, una especie de gaviota gris que con las alas abiertas, planeaba, leanisima e inmévil. Pero no; no era tun ave y tampoco era una nube. jEra la leve ccumbre de una isla que asomaba! jEra la tierra, al fin! jEra la tierra! Las lags ja recién 1as corrieron 55 libremente por las mejillas del almirante, y Francisco y sus secuaces, todavia agazapados en el puente, se pusieron a gemir como si hubiesen visto su propia tumba. Gabriel, cuya luz interior no habia sido apagada por la del alba, seguia alli de pie, con sus ojos de ciego, sordo a los gritos y a las voces de regocijo que se alzaban en la Santa Maria y en las otras dos carabelas, ahora cercanas. Soplé luego el buen viento alisio, y con sus manos transparentes empujé las tres naves hacia esa isla aparecida. Y entonces la voz volvié a dejarse ofr en Gabriel: —Dijo Dios: “Produzca la tierra vegetacién”, En la cruda luz del amanecer, los navegantes, con el corazén Ileno de gozo, vieron cémo los rebordes de las montafias y la costa de la isla verdecfan y se agitaban: eran Arboles, bosques que la cubrian, ondulando al viento. —Asi se cumple el tercer dia del Génesis —murmuré Colén, estremecido. Y grit6 Gabriel otra vez: —Dijo Dios: “Haya luceros en el firma- ‘mento celeste”. Desde la popa, un relémpago dorado iluminé de repente las altas velas. Los hombres se volvieron y contemplaron la salida del Sol glorioso por el Oriente; y, desde su fuego, vieron salir mil rayos que iban rasgando las nubes, y disipéndolas, despejando un cielo azul purisimo en el que una ufita de Luna se desvanecia jLos astros! jEl rey del dia y la reina de la noche! jEra el cuarto dia de la Creacién cumplido ante sus ojos! Para entonces, ni un solo marinero de la ‘Santa Maria habia dejado de comprender que estaba viviendo un hecho tinico, misterioso, sagrado. Algunos estaban de rodillas. Otros miraban en profundo silencio hacia el puente, donde el cuerpo minimo y luminoso de Gabriel servia de altavoz a esa presencia colosal que todos sentian: —Dijo Dios: “Bullan las aguas de animales vivientes y aves revoloteen”. El mar, de repente, hirvi6; y miles de peces voladores tendieron sobre la superficie la malla irisada de sus planeos. Por el aire, una bandada de loros rojiverdes que venia de Ja isla, se cruzé con gaviotas y petreles que 57 revoloteaban sobre cardtimenes invisibles. La maiiana se llen6 de gritos. Una golondrina de mar, mansa como ningtin péjaro, vino a posarse en el hombro de Colén. jEra el quinto dia! jLa creaci6n estaba casi terminada! De pie al lado de Gabriel, el almirante advirti6 que el rostro del nifio se opacaba. Pero todavia la voz nitida y poderosa se dejé oir a través de él —Dijo Dios: “Produzca la Tierra animales vivientes”. ¥ dijo Dios: “Hagamos al ser hu- mano a nuestra imagen...” Desde la isla, tan cercana ahora que podian distinguirse la playa rosada de arena de coral y los troncos de la primera linea de palmeras, se oyeron unos ladridos: dos pequefios perros pardos vinieron corriendo hacia la orilla y se detuvieron ante el borde del agua. Y tras ellos, desde las sombras del bosque, los aténitos marineros de la Nia, la Pinta y la Santa Maria, vieron avanzar hacia el mar a muchos hombres, mujeres y nifios que, desnudos, gritaban y agitaban las manos, déndoles la bienvenida. (Cumplido estaba el sexto dia de la creacién! 58 Cristébal Colén, maravillado, se volvi6 hacia Gabriel, y lo vio cafdo en el suelo. Se abalanz6 a tomarlo. Estaba frio, endurecido, y tenia los ojos vidriosos. ;Su cuerpo era el de alguien muerto hacia ya muchas hora Abrumado por el dolor y el misterio, se incliné para besarle la frente. Y entonces escuché en su mente, en su coraz6n y en su ser entero, una voz clara y alegre —la voz de Gabriel todavia— que le decia: —Y vio Dios que todo estaba bien. Mucho rato estuvo el almirante junto al cadaver del nifio. Unos pasos mas allé, Francisco y sus hombres, con el alma en un hilo, se aprontaban a morir colgados en castigo por su infamia. Pero cuando Colén al fin se irguid, Jos busc6 con la vista, y lamadndolos, les ordend: —Ustedes seis! ;Construyan un atatid para este nifio y una cruz para su tumba! —Y les dijo esto sin asomo de ira, como si ya no se acordara de que ellos habian estado a punto de matarlo, Luego, con su habitual pericia, dirigié la maniobra para fondear su carabela en una bahia de aguas profundas y protegida de los vientos. Epilogo América La primera embarcacién que hombres, muje- res y nifios de Guanahani vieron llegar hasta la playa desde una de esas enormes casas que flotaban, traia a un hombre vestido con un tra- je que brillaba y con una cara terriblemente se~ ria, y a otros seis que remaban. Luego de varar el bote en la arena, el hombre de la cara triste camin6 playa arriba, llegé junto a los arboles, y deteniéndose, se tocé la frente, el pecho y los dos hombros con una mano. Poco después, los otros seis hombres lo siguieron, llevando un cajén de madera, dos palos cruzados y un asta con un pao de vivos colores. Los vieron cavar entonces un hoyo profundo entre dos palmeras, depositar en el fondo el cajén, volver a cubrirlo y clavar sobre el monticulo de arena los dos palos cruzados. el Vieron luego cémo el hombre triste del traje brillante se arrodillaba, murmuraba largamente y de nuevo se tocaba la frente, el pecho y los dos hombros antes de ponerse de pie. Y vieron cémo los otros seis se echaban a los pies del triste, rogandole por algo; y cémo este asentia y los hacia levantarse. Oyeron mas tarde su fuerte voz, cuando sosteniendo el asta con el pao de colores flameando en lo alto, hablé en su lengua extraiia mientras muchos otros hombres barbados lo escuchaban en profundo silencio. Vieron, por tiltimo, que el hombre de cara triste se volvia hacia ellos —los hombres, mujeres y nifios de Guanahani— y les sonreia. Era —pero ellos no lo sabian— el 12 de octubre de 1492, 62 Indice Capitulo I iPolizén a bordo! Capitulo It Santo y Palomo Capitulo 11 Siete dias de plazo Capitulo 1V El plato envenenado Capitulo V El motin Capitulo VI El nuevo Génesis Epilogo América ... 15 25 33 53 61 Gabriel tiene doce aos y viaja escondido en is Santa Maria bajo ias érdenes del alairante Cristébal Colén, No hay tierra a'ta vista, pero siuna amenazade ‘motin. Serd entonces el propio Gabriel quien asuma umrot clave en el viaje que cambiaré el rumbo dela historia, Jacqueline Balcells és periodista de profesién, vivi6 en Valparaiso y Francia, donde inicio su carrera iteraria. En SM ha publicado Simin yel carro de fuega y en conjunto con la autora Ana Marfa GUjraldes hhaveserito reconacidas obris Como Trete casos ‘misterfosas, Querida fantasma y Terror bajo tierra. El polizén de fa Santo Marfa fue incluida en la Lista de Honor de IBBY el aio 1990,

También podría gustarte