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SRU STEPHEN WEBRE


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Una controversia de las que periódicamente perturbaban la vida política de la colonia


centroamericana se produjo el 22 de agosto de 1797, cuando el médico don José Antonio de
Córdoba levantó ante el presidente de la audiencia de Guatemala, don José Domás y Valle, una
queja en contra del cura párroco de Jocotenango, un barrio indígena ubicado en la periferia de la
nueva ciudad de Guatemala. Según protestaba Córdoba, quien en aquel momento ocupaba el
puesto prestigioso de protomédico ad interino del reino, el referido sacerdote, don Manuel José
de Pineda, había mandado a su casa un partido de alguaciles indígenas para retirar a una mujer
del pueblo quien, a órdenes del mismo presidente, estaba en dicha morada empleada de nodriza.
La mujer en cuestión, María de los Santos Guerra, había dejado en Jocotenango a su propio hijo
para que una prima suya le diera de mamar.1
Durante los dos años siguientes a la confrontación representada en el portón de la casa
del doctor Córdoba, el padre Pineda entablaría una campaña para poner fin al empleo forzado de
nodrizas indígenas, práctica que aunque sin mucho efecto, por casi dos siglos se había prohibido
por decreto real. La controversia sobre las nodrizas de Jocotenango sirvió para desenmascarar el
papel que jugaban en el sistema de dominación las categorías de género, clase y raza. También
demuestra los defectos que en la época colonial tardía, manifestaban tanto el paternalismo real,
como el reformismo ilustrado. De hecho, para sostener sus posiciones, ambas partes manejaban

*
El autor es profesor y jefe del Departamento de Historia, Louisiana Tech University, Ruston, La., EE.UU. 71272-
0034. Cualquier comentario será bienvenido, y se le puede dirigir a esta dirección o por correo electrónico a
if29949@vm.cc.latech.edu. El autor agradece a Jaime Aros, por su ayuda en la preparación del texto en castellano.
Este estudio se dedica a la memoria de Kimberly S. Hanger, historiadora y amiga.
1
Don José Domás y Valle a don Manuel José de Pineda, Nueva Guatemala, 23 de agosto de 1797, en Archivo
General de Centroamérica, Guatemala (en adelante AGCA), A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 2.
Copyright © 2000, Stephen Webre. Reservados todos los derechos.
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casi indistintamente dos tradiciones discursivas que, aunque mutuamente antagonistas, no por
eso dejaban de ser esencialmente masculinas. Se observa, por ejemplo, no solamente el
despliegue de una retórica tradicionalista con énfasis sobre el legalismo y el honor personal, sino
también un discurso modernizante cuyos tropos incluyen la aplicación de la razón humana, los
derechos naturales, las ciencias empíricas y la autoridad médica. Al fin, los defensores del orden
establecido lograrían personalizar el conflicto, centrando las narrativas no en la condición de las
mujeres y niños victimizados por la explotación colonial, sino en la actuación del mismo cura.
Como ocurriera tan frecuentemente durante la colonia, el pleito quedaría sin resolver.

El empleo de nodrizas—es decir, el encomendar a los niños recién nacidos para que
tomen sustento de los pechos de mujeres que no son sus propias madres—es una práctica que se
conoce desde la más remota antigüedad.2 Por lo ordinario, en épocas pasadas, el recurso a
nodrizas era ocasionado por la muerte de la madre, o por la incapacidad de ésta de amamantar a
su criatura, debido a que antes del siglo XX no existían medios artificiales seguros y eficaces.
Sin embargo, en la Europa occidental durante las épocas altomedieval y temprano moderna, se
hizo de moda entre las mujeres de las clases élites, para escaparse de la incomodidad de criar a
sus propios hijos, la práctica de encargarlos al cuidado de nodrizas, aun sin existir ninguna
necesidad física.3 La relación entre la nodriza y los padres del niño solía ser de corto o largo
plazo, dependiendo de las circunstancias. Podía desde luego ser una relación mercenaria en que
se acordara dar cierto pago por los servicios obtenidos, o también podía ser un arreglo informal,
en que parientes, vecinas o amigas prestaran su ayuda en momentos de urgencia. En ciertas
sociedades, donde fueran muy pronunciadas las diferencias del poder—tales como en la Grecia o
la Roma antigua, o en el sur de Estados Unidos en época de la esclavitud negra—el servicio de
nodrizas podía también ser coercido.
En el caso especifico de la América Hispana durante el siglo XVI, existe evidencia del
aprovechamiento del sistema de repartimientos, o mandamientos para compeler que las mujeres
indígenas ejercieran el oficio de nodriza.4 En un esfuerzo por frenar el rápido descenso de la
población indígena que en aquella época se experimentaba, en 1609 el rey Felipe III ordenó que
ninguna mujer indígena, con hijos propios, fuera empleada como nodriza en casa de españoles,

2
Además de QRGUL]D para la mujer que hace este oficio existen también las palabras QXWUL] DPD GH FUtD DPD GH
OHFKH y FKLFKLJXD Para una introducción a la materia, véase de Valerie Fildes, :HW 1XUVLQJ $ +LVWRU\ IURP
$QWLTXLW\WRWKH3UHVHQW (Oxford, 1988), siendo muy útil también el trabajo de Janet Golden, $6RFLDO+LVWRU\RI:HW
1XUVLQJLQ$PHULFD)URP%UHDVWWR%RWWOH (Cambridge, 1996), esp. 1–63.
3
Golden, :HW1XUVLQJLQ$PHULFD 11–13.
4
Manuela Cristina García Bernal, “Los servicios personales en Yucatán durante el siglo XVI”, 5HYLVWD GH OD
8QLYHUVLGDGGH<XFDWiQ 19 (marzo-abril de 1977): 80–82.
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5
aun cuando ella se ofreciera voluntariamente para dicho servicio. Según relatos hechos algunos
años después por los frailes franciscanos en provincias tan apartadas como Guadalajara y
Nicaragua, esta prohibición no tuvo mucho efecto.6 Sin embargo, según una cronología general
que para las provincias americanas se ha propuesto, al final del siglo XVI la misma catástrofe
demográfica forzaba que las familias españolas deseosas de emplear nodrizas, se aprovechasen
de otros medios. Durante el siglo XVII, parece que este papel les correspondió ante todo a las
esclavas africanas, mientras que en el siglo XVIII era más común el empleo de mujeres castas
que se contrataban libremente por el salario que se les ofreciera. Al contrario de lo practicado en
otros lugares, inclusive en Inglaterra y en las colonias británicas de Norteamérica, en la América
Hispana los niños no eran mandados a ser criados en los pueblos rurales, sino que se requería que
las nodrizas permanecieran en las propias casas de sus dueños.7
Si al menos para fines didácticos aceptamos este modelo general como una aproximación
también de la experiencia particular de Guatemala, el final del siglo XVIII nos debe de parecer
muy tarde para seguir conservando la práctica del servicio forzoso de nodrizas indígenas. Sin
embargo, a base de un informe levantado en septiembre de 1797 por Diego Casanga, gobernador
indígena de Jocotenango, sabemos que en aquel momento había en la ciudad de Guatemala 21
mujeres de aquel pueblo, ejerciendo el citado oficio en casas de familias españolas. En la
mayoría, o tal vez en la totalidad de los casos, habían sido destinadas a tal empleo en contra de
su propia voluntad. Entre ellas, estas mujeres contaban con 28 hijos propios, entre tres meses y
diez años de edad, quienes en la ausencia de sus madres habían sido encomendados al cuidado de
sus abuelas, tías u otras parientes.8 Cuando se considera que una mujer podía servir de nodriza
solamente cuando ella misma había dado a luz recientemente, eran inevitables tales separaciones.
En algunos casos desde luego, los infantes de tales mujeres habían muerto, pero la mayoría
tenían hijos vivos, necesitando ser puestos al cuidado de otras mujeres indígenas—es decir, que
las nodrizas encontrasen sus propias nodrizas. La única alternativa que se les ofrecía era dividir
la leche entre sus propias criaturas y las que se les encargaban. Sin embargo, dado el
requerimiento de residir en casa de sus amos ésto era poco factible. En todo caso, por motivos
obvios los padres españoles propendían a insistir en el que sus hijos fueran los objetos exclusivos
del ministerio de las nodrizas.

5
Ley 13, título 17, libro 6 de la5HFRSLODFLyQGHODVOH\HVGHORVUH\QRVGHODV,QGLDV (Madrid, 1681), II, fo. 271.
6
Thomas Calvo, “The Warmth of the Hearth: Seventeenth-Century Guadalajara Families”, en 6H[XDOLW\ DQG
0DUULDJHLQ&RORQLDO/DWLQ$PHULFD Asunción Lavrín, compiladora (Lincoln, Nebr., 1989), 290–291; petición de
fray Alonso de la Calle, O.F.M., sin fecha pero al parecer de poco antes de 1618, en Archivo General de Indias,
Sevilla, Audiencia de Guatemala, leg. 7.
7
Calvo, “Warmth of the Hearth”, 291.
8
Diego Casanga, informe de las mujeres empleadas de nodrizas en la ciudad de Guatemala, Jocotenango, sin fecha
pero al parecer antes del 30 de septiembre de 1797, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 13–13v.
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Entre los muchos casos citados por el padre Pineda en que él alegaba que se había puesto
en peligro la salud, para no decir la propia vida, de un infante indígena para satisfacer las
necesidades de un niño español, puso énfasis particular en el del joven Luis José López, hijo de
la jocoteca María del Carmen Contán. En octubre de 1797, se quejó Pineda que por más de un
año Contán había sido empleada forzosamente de nodriza en la casa de don Pedro de Aycinena y
Larraín y de su esposa doña Javiera de Barrutia. Debido a la permanencia de Contán en la casa
de los Aycinena, su propio hijo se encontraba abandonado, pasándosele de una mujer a otra del
pueblo, quedando por ello debilitado y poco crecido para su edad. Mientras tanto, por causa de
tener que compartir la leche materna con el infortunado Luis José, a las diversas nodrizas
suplentes se les habían muerto tres de sus propios niños.9 Todo caso de empleo de una nodriza
indígena ofrecía la posibilidad de poner los intereses de la clase élite española en conflicto con
los de mujeres y niños del pueblo, pero este caso se destacaba por tratarse de un miembro de la
familia más rica y más influyente de todo el reino de Guatemala. En Guatemala a finales del
siglo XVIII, las autoridades coloniales bien reconocerían que cualquier pleito tocante a un
Aycinena tuviera que manejarse con mucha cautela.10
Según declaró Aycinena, habiendo dado a luz su mujer y siendo ella incapaz de
amamantar a su pequeña criatura, la pareja había contratado los servicios de una nodriza, de
quien él informó solamente que no era de Jocotenango. Sin embargo, quedando enferma ésta,
Aycinena había solicitado al gobernador indígena Diego Casanga que se le mandara rápidamente
de Jocotenango una mujer que hiciera las veces mientras estuviera impedida la empleada
original. En respuesta, el gobernador había seleccionado a María del Carmen Contán, quien dejó
a su propio hijo, Luis José López, para ser amamantado por otra mujer del pueblo. Era su
intención, dijo Aycinena, que la estadía de Contán en su casa fuera de corto plazo solamente,
pero la primera nodriza tardó mucho tiempo en recuperarse, por lo que al volver a su empleo se
supo que ya había dejado de lactar. En este momento, accedió Contán—de su propia voluntad,
dice Aycinena—de quedarse con el niño español mientras que el suyo seguía mendigando de
pecho en pecho, encontrándose en el momento bajo el cuidado de su propia abuela, María
Magdalenta Cojtí, quien representaba la sexta mujer que hiciera tal oficio. En defensa de su
actuación, Aycinena detallaba cuánto le habían costado los servicios de Contán. Aparte de un
sueldo de cuatro pesos mensuales—que sería mayor que el de tres pesos que en los documentos

9
Don Manuel José de Pineda a don José Domás y Valle, Jocotenango, 2 de octubre de 1797, en AGCA, A1, leg. 154,
exp. 3063, fo. 17–17v.
10
Don Pedro de Aycinena y Larraín era sobrino y socio del recién fallecido don Juan Fermín de Aycinena, primer
marqués de Aycinena. Sobre esta familia y su papel en la historia centroamericana, véase de Richmond F. Brown,
-XDQ)HUPtQGH$\FLQHQD&HQWUDO$PHULFDQ&RORQLDO(QWUHSUHQHXU± (Norman, Okla., 1997).
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comúnmente se menciona como el salario acostumbrado—el español le había permitido a Contán
la suma de 18 reales cada mes para sus varias expensas. Aycinena alegaba también haberle
cubierto ciertos gastos extraordinarios, tales como una contribución de ocho pesos para la
compra de un rancho en Jocotenango, más otra suma no especificada para satisfacer los tributos
debidos por su marido que hacía tiempo andaba fugado. Debido a que la nodriza vivía en casa
con él y su familia, Aycinena calculaba que Contán no pudiera tener muchas necesidades,
proporcionando por lo tanto la mayor parte de sus ingresos para la manutención de su madre,
María Magdalena Cojtí, de los hijos de ésta y desde luego, del desamparado Luis José López.11
Una dificultad que se nos presenta al intentar racionalizar la controversia sobre la
presencia en la casa de Aycinena de la nodriza Contán, así como de otros casos semejantes, es la
multiplicidad y diversidad de las narrativas construídas por las partes interesadas. Las versiones
disputadas de la realidad surgen a base de las distintas experiencias personales, así como de las
perspectivas diferentemente situadas de los protagonistas principales. Además, dada la
importancia asignada por la sociedad contemporánea a las distinciones de clase, raza y género, se
oyen algunas voces más fuertemente y más claramente que otras. Por lo ordinario, las voces
menos oídas son las de las propias mujeres, siendo éste un silencio lleno de significado, dado que
en la querella sobre las nodrizas de Jocotenango eran las mujeres y los niños de ambas partes
quienes más directamente se afectaban. Cabe observar también que tradicionalmente se
consideraba que la dirección de los asuntos caseros, incluída desde luego la crianza de los niños,
perteneciera propiamente en la esfera feminina. Existía por lo tanto una división de
responsabilidades que hasta el mismo Aycinena reconocía, cuando explicaba que el empleo de
nodrizas, “es asumpto que manejan las Mugeres”.12
No era cosa frecuente que se le permitiera a una mujer hablar por sí misma en un
procedimiento público, pero tal caso ocurrió el 17 de octubre de 1797, cuando las autoridades
coloniales recibieron declaración de María del Carmen Contán. Identificada como esposa
legítima de Antonio López, indígena también de Jocotenango, Contán aparece en el documento
como una mujer de aproximadamente treinta años de edad y “bien ladina”, que en el uso
contemporáneo significaba que hablaba castellano suficientemente bien para no necesitar
intérprete. Aunque fue interrogada en presencia de hombres de la clase élite, Contán no vaciló
en decir que sólo por temor del gobernador de su pueblo había aceptado hacer oficio de nodriza
en la casa de los Aycinena. Sin embargo, Contán confirmó los detalles más esenciales de la
declaración de su patrón, especialmente en lo que se refería a la generosidad que le habían

11
Don Pedro de Aycinena y Larraín a don José Domás y Valle, Nueva Guatemala, 5 de octubre de 1797, en AGCA,
A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 22–23v.
12
Ibid., fo. 24.
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mostrado don Pedro de Aycinena y su esposa. Era cierto, dijo Contán que al no volver a servir la
nodriza original, ella había quedado en su puesto voluntariamente, debido a que los Aycinena
siempre la habían tratado bien. Además, en ausencia de su marido tenía necesidad del sueldo.
Hacía ya un año más o menos que Antonio López, su marido, había abandonado el pueblo. En
el ínterin, según Contán, el gobernador indígena sistemáticamente la había defraudado, dejándola
sin dinero u hogar.13
Puesto que la necesidad de emplear a una nodriza, ocurría frecuentemente con urgencia, y
bajo tales condiciones, podría ser difícil encontrar a una mujer sana y de buenas costumbres, era
de interés para los padres de familia hacer lo necesario para mantenerlas contentas. El relato que
da María del Carmen Contán del cuidado que recibía de parte de los Aycinena, concuerda bien
con lo que se sabe de la relación entre nodriza y patrón en otras partes, y muy en particular, con
las declaraciones de otras mujeres de Jocotenango, quienes habiéndoseles dado la oportunidad la
aprovecharían también para reconocer la magnanimidad de sus dueños.14
El empleo de nodrizas sin que existiera una clara necesidad física, siempre tuvo sus
adversarios. Sin embargo, en el siglo XVIII se hacía más insistente la oposición a dicha práctica,
fundándose en un nuevo énfasis sobre el amor y el deber maternos, que se reflejara en los
escritos de autoridades morales tan diversas como el puritano neo-inglés Cotton Mather y el
filósofo francés Jean-Jacques Rousseau.15 En Guatemala en 1773, por ejemplo, el arzobispo don
Pedro Cortés y Larraz instruyó a los confesores de su diócesis recordar a sus feligreses femininas
de la obligación que tenía la madre de amamantar a sus propios hijos.16 Por lo ordinario los
médicos de la época se conformaban con esta censura moralista, citando los riesgos a que se
exponían los niños no solamente de las nodrizas, sino también de los propios patrones. Cuando
el cura párroco de Jocotenango manifestó por lo tanto su oposición al reclutamiento forzoso de
nodrizas, tenía a su lado una gran acumulación de autoridades. Al entablar sus argumentos, el
padre don Manuel José de Pineda adoptó en parte una retórica tradicionalista, basándose en el
paternalismo real y en las leyes del reino, especialmente el decreto de Felipe III de 1609. Al
mismo tiempo sin embargo, Pineda mostró un conocimiento de las tendencias intelectuales más
corrientes y en particular un entusiasmo por el discurso contemporáneo de los derechos

13
Declaración de María del Carmen Contán, Nueva Guatemala, 17 de octubre de 1797, en AGCA, A1, leg. 154, exp.
3063, fo. 28v–30.
14
Don Narciso de Esparragosa y Gallardo y don José María Guerra, informe de los exámenes médicos practicados a
las mujeres de Jocotenango, Nueva Guatemala, 16 de octubre de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 72v–
75.
15
Golden, :HW1XUVLQJLQ$PHULFD 11–13.
16
Opinión del fiscal don Juan de Collado, Nueva Guatemala, 14 de mayo de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp.
3063, fo. 57; don Pedro Cortés y Larraz, ,QVWUXFFLyQSDVWRUDOVREUHHOPHWKRGRSUDFWLFRGHDGPLQLVWUDUFRQIUXWRHO
6DQWR6DFUDPHQWRGHODSHQLWHQFLD (Guatemala, 1773), fo. 156–163.
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naturales. No podía existir dijo, un derecho bajo la ley que fuera superior al reclamo innato que
poseía una criatura por la leche de su propia madre.17
Los hombres de la clase élite quienes se oponían a Pineda, adoptaron ellos mismos una
diversidad de estrategias retóricas, basándose como el propio cura no solamente en argumentos
tradicionalistas, sino también en posiciones más modernas. En particular se observa entre los
defensores de la coerción de mujeres para servir de nodrizas, ciertos discursos contemporáneos
del siglo XVIII tardío, entre ellos la apelación a la autoridad médica, que en aquella época
ganaba en prestigio, combinando en sí los valores modernos del profesionalismo y de las
ciencias empíricas.18 En octubre de 1797 en el caso de los niños Aycinena y López, por ejemplo,
ordenó el presidente de la audiencia don José Domás y Valle que se practicara una serie de
exámenes médicos. Entre los individuos a ser reconocidos se contaban aparte de los dos niños
del caso, la esposa de Aycinena, la nodriza Contán y la madre de ésta, María Magdalena Cojtí.
Mediante estos exámenes se esperaba hacer una multiplicidad de determinaciones: primero, si
era aconsejable separar al niño Aycinena de la nodriza a cuyo pecho se había acostumbrado;
segundo, si era cierto que el abandono que padecía el niño Luis José López le había ocasionado
algún daño; tercero, si para la nodriza Contán le era aconsejable volver a nutrir a su propio hijo;
cuarto, si dada su edad avanzada sería capaz la abuela Cojtí de seguir amamantando a su nieto; y
finalmente, si era cierto lo que alegaba don Pedro de Aycinena respecto al impedimento de su
esposa de no poder cumplir lo que algunos llamaran su obligación materna. 19
De los dos médicos quienes practicaron el citado reconocimiento, al menos uno de ellos,
don Narciso de Esparragosa y Gallardo, estaba plenamente enterado de los avances más recientes
de la medicina europea. Oriundo de Caracas, Venezuela, Esparragosa había sacado el doctorado
en medicina de la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde luego fuera catedrático y
donde ganara fama internacional por sus propias innovaciones clínicas, que incluían no
solamente una nueva intervención para el tratamiento de cataratas, sino tambíen el diseño de un
fórceps obstétrico avanzado. Un pionero de la profesionalización de la cirurgía y de la
obstetricia mediante su incorporación en el programa de estudios al nivel universitario,
Esparragosa abogaba también por el uso en la redacción científica formal, del castellano en vez
17
Don Manuel José de Pineda a don José Domás y Valle, Jocotenango, 24 de agosto de 1797, en AGCA, A1, leg.
162, exp. 4883, fo. 9–9v; petición de Pineda ante la real audiencia, sin fecha pero al parecer antes del 12 de febrero
de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 33–55; petición de Pineda ante la real audiencia, sin fecha pero al
parecer antes del 29 de agosto de 1797, en AGCA, A1, leg. 162, exp. 4883, fo. 15v.
18
Don José Domás y Valle a don Manuel José de Pineda, Nueva Guatemala, 24 de agosto de 1797, en AGCA, A1,
leg. 154, exp. 3063, fo. 4–5. Sobre la recepción de los valores científicos modernos en la Guatemala durante el siglo
de las luces y especialmente sobre la profesionalización de la medicina, véase de John Tate Lanning, 7KH
(LJKWHHQWK&HQWXU\(QOLJKWHQPHQWLQWKH8QLYHUVLW\RI6DQ&DUORVGH*XDWHPDOD (Ithaca, N.Y., 1956), 207–303.
19
Don Pedro de Aycinena y Larraín a don José Domás y Valle, Nueva Guatemala, 5 de octubre de 1797, en AGCA,
A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 24–25v.
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del latín. Algunos años después del episodio de las nodrizas, jugaría un papel importante en la
introducción en Centroamérica de la vacuna contra las viruelas.20 Aunque para acompañar a
Esparragosa y a su colega el doctor José María Guerra, las instrucciones para el examen
mandaban la presencia también de parteras o comadres, no hay evidencia alguna de su
participación.21 La exclusión de estas mujeres practicantes—o aunque estando presentes, su
silencio en los documentos—refleja la estrecha relación que en la construcción de la autoridad
médica moderna se daba entre el profesionalismo y el patriarquismo.
Esparragosa parecía compartir la opinión de sus contemporáneos europeos, de que se
debiera desalentar el recurso a nodrizas, a no ser en casos de clara necesidad. Reconoció por
ejemplo, que por causa de ser amamantado por su abuela, una mujer de unos 46 años de edad
aproximadamente, el niño Luis José López se encontraba mal nutrido. A pesar de esta
determinación, sin embargo, en el caso del hijo de los Aycinena no vaciló en dar su aprobación
para continuar el empleo de Contán. En compañía de Guerra, Esparragosa determinó que el niño
español se encontraba en el período de la dentición, que según la opinión médica de la época era
un momento muy peligroso para intentar el destete. También, al hacer reconocimiento a la
madre de dicho infante, doña Javiera de Barrutia, los dos profesionales determinaron que debido
a su estado delicado de salud, ella quedaría impedida “para siempre de poder desempeñar la
tierna e importante obligacion de criar á sus pechos los hijos qe pueda tener”.22 Aunque
afirmaron el riesgo que se correría si se intentara cambiar de situación al niño Aycinena,
Esparragosa y Guerra no vieron ningún problema en recomendar que Luis José López fuera
separado de la abuela Cojtí, encomendándolo aun a otra nodriza—que sería, o bien la séptima o
la octava en cuidarlo, dependiendo de cómo se hiciera la cuenta. Los dos médicos buscaron
amortiguar el efecto sobre el niño indígena de esta recomendación, advirtiendo a la pareja
Aycinena que en la búsqueda de una mujer que hiciera dicho oficio, se evitasen las nodrizas
“mercenarias”, que según la opinión popular solían entregarse a las malas costumbres, en
perjuicio de los niños que tenían a su cargo. Sin embargo, es difícil creer que en este caso no se
hubiera subordenado el desinterés científico a los intereses de una familia tan poderosa como
eran los Aycinena.23
Para justificar la resolución poco equitativa que proponían, Esparragosa y Guerra
esgrimieron otra vez argumentos al menos superficialmente científicos, manteniendo que debido

20
John Tate Lanning, 'U1DUFLVR(VSDUUDJRVD\*DOODUGR (Caracas, 1953), 26–27.
21
Don José Antonio de Córdoba a don José Domás y Valle, Nueva Guatemala, 11 de octubre de 1797, en AGCA,
A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 26–28.
22
Ibid., fo. 27v.
23
Ibid.; petición de don Manuel José de Pineda ante la real audiencia, sin fecha pero al parecer antes del 12 de
febrero de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 38v.
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a que el pequeño Aycinena se había acostumbrado a Contán como la única nodriza que había
conocido, sería dañoso intentar separarlos. A pesar de que durante el mismo período el niño
indígena había pasado entre varias mujeres, los médicos opinaron que fácilmente aceptaría
cualquier pecho que se le ofreciera.24 En respuesta, el cura de Jocotenango sostuvo que estas
recomendaciones reflejaban nada más que las relaciones tradicionales del poder, que para el
efecto se escondían detrás de una fingida autoridad médica. Según el padre Pineda, los dos
científicos eran asociados del protomédico don José Antonio de Córdoba, quien en su capacidad
oficial había instruído el examen. Siendo éste el mismo doctor Córdoba cuyo empleo en su casa
de otra nodriza de Jocotenango había ocasionado el pleito levantado en agosto en contra de
Pineda ante el gobierno superior, debía de considerarse como parte interesada.25
Militando al lado del padre Pineda y en realidad el único aliado de éste a nivel oficial, se
encontraba el fiscal de la real audiencia, don Juan de Collado. Buscando contradecir la evidencia
dada por Esparragosa y Guerra, Collado resolvió solicitar una opinión científica independiente,
aprovechándose para el caso de la presencia en Guatemala del renombrado naturalista mexicano
don José Mariano Mociño y Losada, quien hacía poco había llegado a la provincia como
integrante de la real expedición botánica a la Nueva España. Aunque Mociño se había graduado
en medicina en México, se había dedicado siempre a la investigación, por lo que no poseía el
mismo nivel de experiencia clínica que pudieran reclamar Esparragosa y Guerra. Sin embargo,
su afiliación con una empresa científica a escala imperial, le confería un prestigio
incontrovertible, el cual, junto con el hecho de ser ajeno al reducido grupo de profesionales
guatemaltecos, le capacitaba en ojos de Collado para rendir una opinión científica justificada.26
El informe de Mociño se destaca por su reconocimiento explícito del efecto de las diferencias de
clase sobre la crianza de los niños. Aceptando como hecho el que el sostenimiento más
apropiado para cualquier infante sería siempre la leche de su propia madre, el científico
mexicano observaba que eran raros los casos en que las mujeres se encontraran genuinamente
impedidas de amamantar a sus hijos. Como existía según Mociño, una relación entre el nivel de
nutrición de la madre y la abundancia de la leche materna, sería lógico suponer que tales
impedimentos se observarían más frecuentemente entre las mujeres pobres. Sin embargo, como
era sabido, para justificar el “eximirse de la obligacion de criar a sus hijos”, eran muchas las

24
Don José Antonio de Córdoba a don José Domás y Valle, Nueva Guatemala, 11 de octubre de 1797, en AGCA,
A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 27v.
25
Petición de don Manuel José de Pineda ante la real audiencia, sin fecha pero al parecer antes del 12 de febrero de
1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 38v.
26
Sobre Mociño y la expedición botánica que revisaba las provincias del virreinato con fines de recolectar e
identificar plantas de posible utilidad médica, véase de René Grobet Palacio, (OSHUHJULQDUGHODVIORUHVPH[LFDQDV
-RVp 0DULDQR 0RFLxR \ /RVDGD ± (Xalapa, Ver., Méx., 1982), y muy en particular de Xavier Lozoya,
3ODQWDV\OXFHVHQ0p[LFR/DUHDOH[SHGLFLyQFLHQWtILFDD1XHYD(VSDxD± (Barcelona, 1984).
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mujeres de la clase élite que alegaban incapacidades crónicas de amamantar, y muy pocas las de
las clases populares.27
Aunque la intervención de Mociño parecía desmentir las pretensiones de los padres de
familia tales como don Pedro de Aycinena y Larraín, quienes insistían en que el recurso a
nodrizas fuera una necesidad médica, el cura de Jocotenango por su parte negaba la necesidad de
las opiniones científicas, aun cuando se conformaban con sus propios criterios. Para el padre
Pineda, la prohibición de 1609 debía de tomarse como terminante. Sin embargo, en compañía del
fiscal Collado, estaba el sacerdote dispuesto a aceptar una resolución a medias, pero sólo si ésta
se basaba en un escrutinio cuidadoso de los efectos del servicio forzoso de nodrizas sobre las
mujeres de Jocotenango y sus familias. Para este fin, Collado y Pineda propusieron que todas las
mujeres de Jocotenango, actualmente sirviendo de nodrizas en la capital, fueran reconocidas
médicamente junto con sus hijos. Además, desconfiados de la parcialidad de los médicos
guatemaltecos y tampoco considerando necesaria su intervención, demandaron que dicho
reconocimiento fuera practicado por un oidor de la real audiencia acompañado del cura párroco.
Según lo propuesto estos individuos visitarían a cada familia afectada. En los casos en que se
encontraran los hijos de la nodriza bien de salud y en que ésta afirmara estar contenta con su
empleo, no se haría ningún cambio. Si al contrario, se encontrara que la nodriza estuviera
deseosa de regresar a su familia, se le permitiría a su patrón un plazo fijo dentro del cual tendría
que encontrar a otra mujer que no fuera sujeta al decreto de 1609.28
Haciendo caso omiso de las recomendaciones de Pineda y Collado, el presidente de la
audiencia don José Domás y Valle resolvió autorizar aún otro examen médico. Efectuado
durante el mes de octubre de 1798, este reconocimiento de las nodrizas de Jocotenango y de sus
hijos fue practicado por los mismos doctores don Narciso de Esparragosa y don José María
Guerra. A pesar de las sospechas expresadas por el fiscal y el cura de Jocotenango respecto a su
falta de objetividad, dichos médicos informaron haber encontrado pruebas suficientes para
concluír que la desatención de los niños indígenas ocasionada por el empleo de sus madres en la
capital, hubiera perjudicado la salud de éstos, además de producir otras consecuencias nocivas
para la integridad de sus familias. Sin embargo, al juzgar por los documentos existentes, este
hallazgo no condujo a ninguna resolución de parte de las autoridades coloniales.29
Como era común en las luchas políticas sostenidas durante la colonia, en la controversia
sobre las nodrizas de Jocotenango la estrategia más exitosa adoptada por los defensores del orden

27
Opinión de don Juan de Collado, Nueva Guatemala, 14 de mayo de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo.
56v–57.
28
Ibid., fo. 58.
29
Don Narciso de Esparragosa y Gallardo y don José María Guerra, informe de los exámenes practicados a las
mujeres de Jocotenango, Nueva Guatemala, 16 de octubre de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 72v–75.
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establecido era el de pesonalizar el conflicto, presentándolo como una cuestión, no de la
explotación de mujeres y niños, no de la aplicación de la legislación real, sino de la actuación
del mismo cura del pueblo, don Manuel José de Pineda. Los hombres de la clase élite quienes se
oponían a las pretensiones de Pineda, le acusaron de exceder su jurisdicción y de deshonrar a sus
personas al no mostrarles el respeto que por su condición social decían merecer. Aun más, se le
pidió al arzobispo de Guatemala, don Juan Félix de Villegas, que disciplinara a Pineda por haber
omitido en alguno de sus escritos dirigidos al presidente de la audiencia la abreviatura P\V—o
sea, “muy ylustre señor”—que era la forma acostumbrada para saludar a un oficial de dicho
rango.30 En una época en que se valorizaban mucho el honor personal y el debido respeto por la
autoridad legítimamente constituída, tales acusaciones tenían poder para divertir la atención de
otras cuestiones, seguramente pesando más que los intereses de un pequeño grupo de mujeres y
niños indígenas en la balanza política. Así le debiera haber parecido también a la Corona
española. De hecho, los expedientes referentes a las nodrizas de Jocotenango se cierran sin
resolución, después de la llegada a Guatemala durante el mes de junio de 1799 de una cédula del
rey Carlos IV. Aunque el monarca se aprovecha para reiterar lo decretado en 1609, pone más
énfasis en los informes del presidente respecto al comportamiento del padre Pineda, para quien
se le encarga la supervisión particular del arzobispo, “por haber merecido mi real desagrado”.31

En agosto de 1798, diez meses antes de recibirse en Guatemala la cédula de Carlos IV, la
nodriza María del Carmen Contán volvió a su rancho en Jocotenango, después de dos años de
servicio con la familia Aycinena y Larraín. Es probable que por aquel tiempo el niño Aycinena
hubiera sido destetado, haciendo posible que Contán cuidara por fin a su propio hijo, el niño Luis
José López. Al reconocer a éste, en octubre de 1798, los médicos don Narciso de Esparragosa y
don José María Guerra lo encontraron mucho más fuerte que durante el examen que habían
hecho el año anterior. No solamente en este caso, sino también en los de las otras mujeres de
Jocotenango y sus hijos, parece que la campaña del padre don Manuel José de Pineda contra el
servicio forzoso de nodrizas hubiera tenido un efecto beneficioso. De hecho, de las 21 mujeres
que en septiembre de 1797 se habían apuntado como empleadas de nodriza en la capital, al pasar
un año solamente quedaban siete.32 Sin embargo, a base de los documentos existentes es
imposible saber si este alivio fué permanente o solamente temporal. Tampoco podemos saber
cuántas otras mujeres de otros pueblos padecían semejante explotación sin contar con un cura

30
Don José Domás y Valle a don Manuel José de Pineda, Nueva Guatemala, 24 de agosto de 1797, en AGCA, A1,
leg. 154, exp. 3063, fo. 4–5.
31
Real cédula del rey Carlos IV, San Lorenzo, 1 de diciembre de 1798, en AGCA, A1, leg. 162, exp. 4884, fo. 30.
32
Don Narciso de Esparragosa y Gallardo y don José María Guerra, informe de los exámenes praticados a las
mujeres de Jocotenango, Nueva Guatemala, 16 de octubre de 1798, en AGCA, A1, leg. 154, exp. 3063, fo. 72v–75.
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párroco suficientemente celoso de su bienestar que interviniera personalmente ante las
autoridades.
El presente estudio no pretende, ni puede ser una historia de la explotación de la mujer en
Guatemala durante la época colonial. Sobre el oficio de nodrizas en particular, existe al parecer
muy poca documentación. Sin embargo, como estudiosos del pasado podemos sacar de esta
breve historieta algunas lecciones que pueden ser útiles para futuras investigaciones. Por
ejemplo, el episodio de las nodrizas de Jocotenango puede servir para recordarnos que, para el
período del dominio español, el estudio de la experiencia de la mujer—y la historia relacionada
del género y su papel en las construcciones sociales—se dependerá siempre de documentos
producidos en mayor parte por hombres. Solamente raramente hallaremos documentos en que
las mujeres hablen por sí mismas. Aparte de las riquezas encontradas esparcidamente en los
archivos criminales y notariales, el mejor recurso del historiador, o de la historiadora que quiera
adentrarse más profundamente en este campo de estudio, seguirá siendo los expedientes sobre
controversias aisladas, como los que aquí se analiza, que aunque es poca la oportunidad que se
nos ofrece para hacer generalizaciones, sí abren pequeñas ventanas a un pasado que fácilmente
se puede categorizar como olvidado.33
Sirve también para conducirnos en direcciones que para Centroamérica colonial han sido
hasta el momento poco exploradas. Será importante situar la historia de las nodrizas de
Jocotenango dentro del contexto más amplio de la historia de los cambios de actitud hacia la
maternidad en particular y de la vida doméstica en general. Asimismo, nos presenta el desafío
de pasar más allá de los estudios tradicionalistas aproximándonos a un nuevo entendimiento de la
recepción en Centroamérica de los valores de la Ilustración, y especialmente de las ciencias
empíricas. De éstas, durante la época en cuestión, son seguramente el mejor ejempo las ciencias
médicas. Sin embargo, cabe reconocer que la profesionalización de la medicina, privilegiaba la
autoridad masculina mediante la marginación de las parteras, que anteriormente habían jugado
un papel central en el cuidado de las mujeres y niños. Finalmente, el estudio de la controversia
de Jocotenango sugiere que es una distorsión de la realidad intentar describir la recepción de los
nuevos conocimientos científicos como una competencia entre el tradicionalismo y el

33
En el estudio pionero de Martha Few por ejemplo, “0XMHUHVGHPDO YLYLU Gender, Religion, and the Politics of
Power in Colonial Guatemala, 1650–1750” (tesis inédita de doctorado en historia, Universidad de Arizona, 1997), se
hace buen uso de los archivos de la Inquisición, mientras que Tatiana Lobo Wiehoff, en su (QWUH'LyV\HOGLDEOR
0XMHUHV GH OD FRORQLD &UyQLFDV (San José, C.R., 1993), presenta distintos aspectos de la experiencia mujeril en
Costa Rica durante la colonia, mediante una serie de breves historias basadas en parte en archivos notariales. Para el
concepto de la historia de la mujer como una historia que se ha quedado en el olvido, entre otros lugares véase de
Julia Tuñón Pablos, 0XMHUHVHQ0p[LFR8QDKLVWRULDROYLGDGD (México, 1987).
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modernismo. A base del comportamiento, en este caso, de los distintos elementos de la élite
colonial, podemos sugerir que los dos mundos cohabitaban, sin mayor conflicto, aprovechándose
libremente de los discursos característicos de las dos tendencias intelectuales, según fuese el
interés conveniente de cada uno.

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